carles boix españa e industrialización

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A propósito de la publicación del “Atlas de la industrialización de España”, dirigido por el profesor Jordi Nadal, Pedro Schwartz re- flexiona sobre los orígenes del desarrollo in- dustrial español y sobre el papel que cabe en- comendar al Estado en política económica (“La Vanguardia”, 28 de enero). La respues- ta del profesor Schwartz es doble: primero, el Estado fue el agente responsable de la industrialización española, so- bre todo mediante el establecimien- to de aranceles en el siglo XIX; se- gundo, el crecimiento diferencial de Catalunya y el País Vasco se basó en el sacrificio (antes se hablaba de explotación) del resto de España. La respuesta, que captura con maestría la opinión de buena parte del público español, es insatisfacto- ria porque deja sin explicar el meo- llo del problema: ¿Por qué sólo se in- dustrializaron Catalunya y el País Vasco? ¿Por qué el resto de la Penín- sula se quedó anclado en el pasado? El Estado no pudo ser el causan- te de la modernización catalana y vasca. Aunque no fue precisamente un modelo de estabilidad y eficien- cia, el Estado español del XIX man- tuvo una estructura unitaria impe- cable y aplicó las mismas políticas (centralistas) en todo el país. Entre otras cosas, estableció un código de comercio único, aprobó una ley hi- potecaria general, descuartizó el país en provincias de dimensiones similares y sostuvo una política arancelaria común. Y, pese a toda esa homogeneidad en el trato y no obstante darse las mismas oportunidades a todos en la pista de salida, unos cuantos (más bien pocos) acabaron corriendo mucho más que los demás. Descartado el Estado como culpable del desigual desarrollo de España (mediante el supuesto sacrificio de ciertas regiones en aras de la prosperidad de otros territorios), no queda más remedio que concluir que la industrialización la impulsaron los agentes económicos y sociales, esto es, la tan cacarea- da “sociedad civil”. El desarrollo económico no es otra cosa que el resultado de la suma de esfuerzos indi- viduales y de iniciativas empresariales. Aho- ra bien, para que la iniciativa privada salga adelante, es decir, para que a alguien se le ocurra endeudarse, comprar un telar o mon- tar un laboratorio, se necesitan tres cosas: primero, contar alrededor con otras perso- nas con las que sea posible cerrar negocios con la seguridad de que los cumplirán; segun- do, tener clases medias que puedan consu- mir los calcetines y las pastillas para la tos que se producen; tercero, acceder a una red de artesanos que puedan aprender fácilmen- te cómo manejar telares y probetas. En su- ma, se necesita una sociedad con una capa urbana algo desarrollada y con un campo no compuesto de campesinos depauperados si- no de payeses, quizá enjutos, pero en ningún caso muertos de gana. Estas condiciones, que se dieron en Cata- lunya y País Vasco, no existieron en la ma- yor parte de España. En Castilla las Cortes medievales pasaron a mejor vida a princi- pios del siglo XVI. Y sin ellas los monarcas españoles pudieron expoliar el país sin freno alguno. La historia es triste pero merece ser recordada. Tras soportar una inflación de ca- ballo, Castilla perdió una cuarta parte de la población tan sólo entre 1650 y 1680. Mien- tras tanto, la libra catalana se mantuvo esta- ble como si se tratará de un marco alemán de los de siempre y la economía catalana arrancó decidida hasta hoy en día. Desafortunadamente, los Borbones liqui- daron las autonomías catalano-aragonesas en 1714 y la vasca en 1876 y con ellas los pocos controles existentes contra la voraci- dad de los gobernantes. No obstante, perma- necieron en su lugar los factores so- ciales que aquellas instituciones po- líticas habían generado: un clima de confianza social, una cierta igual- dad económica y ciudades sosteni- das por una cierta actividad artesa- nal (y no por el empleo público y las hidalguías). Cuando llegaron los vientos de la revolución industrial, inventada en Inglaterra (que, no por casualidad, tenía un parlamen- to capaz de parar los pies al rey de turno), sólo esos lugares pudieron atraparlos y hacerlos fructificar en la Península. La mejor evidencia de que eso es así es que, todavía hoy, las autonomías con mayor renta per cápita se corresponden (casi) mili- métricamente con la Corona de Aragón y el País Vasco, es decir, con los territorios que resistieron el ab- solutismo. ¿Qué lección política y económi- ca se deriva de esa discusión históri- ca? Una muy sencilla. La suerte de España se cifró en que hubo esa di- versidad, hija de las resistencias del pasado, que permitió la moderniza- ción de algunas partes del país. Y esas partes acabaron estirando de los demás. Imagínense cómo estaría- mos si Madrid nos hubiese conseguido aplas- tar a todos. En el mejor de los casos, en la posición de Turquía, que todavía está fuera de la Unión Europea. O quizá como Rusia, con toda su trágica historia a cuestas. En España existe algo así como un libera- lismo castizo que predica mercado, pero que pierde gas cuando alguien duda que la políti- ca del Gobierno central sea quien marque el camino del progreso o cuestiona el valor de las llamadas empresas “nacionales” que, en nombre de una supuesta eficiencia y del bienestar colectivo, concentran sus sedes so- ciales en la capital. Ese liberalismo me da gri- ma. Aunque veo sus razones. La única pro- vincia que tiene una renta personal superior a los territorios catalanes y vascos es Ma- drid. Un Madrid forjado a golpe de decretos por Primo de Rivera, engordado por Franco y sostenido hasta el presente. Pero, claro, eso ya no es historia económica. Es política espa- ñola pura.c [email protected] JOAN CASAS E n el 2003 la literatura cata- lana ha dado lugar a cua- tro libros de una más que estimable calidad: son, por orden alfabético de los autores, “L'home que va estimar Natàlia Vi- dal”, de Julià de Jòdar; “Purgatori”, de Joan Francesc Mira; “De fems i de marbres”, de Francesc Serés, y “Pa negre”, de Emili Teixidor. Una excelente cosecha de nuestra narra- tiva que debería bastar para des- mentir todo diagnóstico pesimista sobre el estado de salud del catalán. Y, sin embargo, en ese mismo año pasado se oían los presagios más ne- gros sobre el futuro de la lengua y la cultura catalanas. Parecía imponer- se un pesimismo difuso que, aun- que parcialmente fundamentado en datos objetivos, no se puede sin em- bargo separar de la particular coyun- tura en que éste se manifestaba: la sensación de fin de régimen en Cata- lunya, tras la larga etapa del pujolis- mo, combinada con la rampante ex- hibición de patrioterismo español auspiciada desde la Moncloa. Ahora, tras el cambio de mayoría política en Catalunya, el momento es propicio para un balance. Uno de los primeros en apuntarse ha sido Valentí Puig, con un libro, hecho de retales, de título más bien enigmáti- co, “L'os de Cuvier”, pero de con- tundente y algo pretencioso subtítu- lo: “Cap a on va la cultura catala- na”. El libro no es, ni por asomo, lo que promete. La explícita reseña de Julià Guillamon en “Cultura/s” me ahorra muchas consideraciones. Pe- ro no la principal, y es que las diva- gaciones de Puig dejan entrever un trasfondo inquietante: el descrédito de la democracia. Puig aborrece la democratización de la escuela, la masificación de la universidad y quisiera reservar la literatura para unos “happy few”. Querría un país dirigido por una elite burguesa y un intelectual como D'Ors como “maî- tre à penser”. Pero le cuesta aceptar que todo esto forma parte de un pa- sado que ya no volverá. Y es que a Puig le ocurre lo que, según él, le ocurría a don Llorenç Villalonga: “No le agrada el presente, y tampo- co el futuro”. La tesis de Puig es que existe una “distancia perceptible” entre la vita- lidad de una sociedad como la cata- lana y la “precariedad cualitativa” de su cultura. ¿Qué camino debe to- mar, entonces? Su propuesta se limi- ta a repetir los eslóganes del partido del Gobierno, lo que, francamente, casa poco con su pretendida condi- ción de “outsider”: “Proposo l'ac- ceptació de la naturalitat bilingüe, el fet històric d'Espanya i un retorn a la cultura com a exigència”. Si era difícil coincidir con su diagnóstico, todavía lo es más con el pretendido remedio. La historia de la cultura catalana es la de una persistente anormali- dad. Como decía Víctor Balaguer ya en el lejano 1866, la literatura y la lengua catalanas sólo han podido florecer cuando Catalunya ha teni- do libertad política. Lo que es sus- tantivo y novedoso de la situación actual es que, después de 23 años de gobierno nacionalista, se pueda te- ner la sensación de retroceso. Pero no me parece serio achacar la “pre- cariedad” presente de la cultura ca- talana a la aceptación, o no, del bi- lingüismo y del marco constitucio- nal, y al mismo tiempo callar sobre hechos tan relevantes como las con- secuencias todavía evidentes del franquismo, o acerca de la manifies- ta insuficiencia de las políticas y de los presupuestos culturales de la Ge- neralitat convergente, que no supo contrarrestar ni la supeditación polí- tica ni la presión uniformizadora del mercado que sufre una cultura minoritaria como la nuestra –tal vez porque nunca creyó en ella–. Para Puig, la cultura catalana tie- ne más futuro vinculada a “l'Espa- nya acollidora” –¿cuál, la de Matas y Zaplana, paladines de un supues- to “bilingüismo” o de cómo acabar de una vez por todas con la lengua catalana?, ¿la que avisa que no res- petará la voluntad del 88% del elec- torado catalán en la reforma estatu- taria?– que buscando un atajo pro- pio. Lo malo es que la historia y el presente le desmienten. Volvamos a los cuatro libros que mencionaba antes. ¿Cuántos escritores españo- les han leído alguno de ellos? ¿Cuán- tos periódicos madrileños los han re- señado? ¿En qué cátedras españolas se estudiarán algún día? Si es ver- dad, como dice Puig, que “la litera- tura catalana perd el públic qualifi- cat”, entonces hay que convenir que lo que necesitamos son instru- mentos, plataformas, para difundir- la y prestigiarla. Ésta es también una responsabilidad, y no la menor, de la nueva mayoría.c LAS AUTONOMÍAS CON mayor renta se corresponden (casi) milimétricamente con los territorios que resistieron el absolutismo JOSEP M. MUÑOZ, historiador, director de la revista “L'Avenç” E s una pretensión a todas luces exa- gerada en relación con mis posibi- lidades reales en esta vida: ¿cómo voy a lograr una cosa tan seria e importante como producir inolvidables chuletas? Pero, por favor, que nadie piense que hablo en sentido figurado. Yo lo que quiero ser de mayor no es una vaca sagra- da, nada más lejos de mi intención; yo pre- tendo ser una vaca vulgar, que ni siquiera sea una vaca lechera, tolón, tolón, sino una vaca cualquiera. A esta conclusión, digamos que a este ideal de vida, he llegado tras haber tenido que viajar, por motivo de la actual campa- ña electoral, arriba y abajo de España, a bor- do del avión. Les puedo asegurar que envi- dio profundamente a nuestra cabaña vacu- na. Es difícil, bastante difícil, que ninguno de los mamíferos que forman parte de ella sufra los tratos vejatorios que se dispensan a los viajeros. De todos los agravios sufridos, los más le- sivos de todos –no ya a los derechos huma- nos ni a la dignidad de las personas, sino a la simple delicadeza entre congéneres– se conculcan de forma sistemática y descara- da en los controles de seguridad, por mor de la histeria desatada a raíz del 11-S. Estoy convencido de que las reses que van a ser sacrificadas en el matadero sufren menos estrés. Ante la escasez de personal, hay que efectuar una carrera contrarreloj para des- hacerse de todo aquello que sea susceptible de hacer sonar el dichoso pito, en un tiem- po récord; después hay que volver a recoger- lo deprisa y corriendo, entre sudados y con- gestionados. Pasan cosas curiosas, como que el ordenador portátil sea objeto de una minuciosa y pormenorizada inspección, despierte un vivo interés en Barcelona, y que en los restantes quince controles nadie le haga ni el más puñetero caso. Pero pobre de usted que el aparato conti- núe sonando, la fila de viajeros se haya dete- nido por su culpa y la cinta del escáner se haya parado. Entonces usted es un sospe- choso, y el encargado de la cosa ésa le espe- ta un “caballero –una simple forma de ha- blar, por no llamarle incompetente–, ¿lleva monedas, llaves, etcétera?”. Uno va vacian- do todo lo que tiene en los bolsillos, vuelve a pasar por el aro, vuelve a sonar. El indivi- duo te hace levantar los brazos, te pasa un cacharro y, entonces, a voz en grito te espe- ta: “¿Y por qué no me ha dicho que lleva tirantes?”. Que yo sepa, llevar tirantes no es todavía ningún delito, ¿verdad? Sólo tiemblo al pensar en el día que tenga que quitarme en público la dentadura posti- za o pasar en paños menores. Es más cómo- do ser vaca y llevar toda la información col- gada de un chip en la oreja. Acabas antes y, por el trato, tampoco hay tanta diferencia.c [email protected] España e industrialización JOSEP M. MUÑOZ CARLES BOIX Quiero ser vaca CARLES BOIX, catedrático de la Universidad de Chicago En la encrucijada MANUEL TRALLERO LUNES, 8 MARZO 2004 OPINI Ó N LA VANGUARDIA 31

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Page 1: Carles boix   españa e industrialización

Apropósito de la publicación del“Atlas de la industrialización deEspaña”, dirigido por el profesorJordi Nadal, Pedro Schwartz re-

flexiona sobre los orígenes del desarrollo in-dustrial español y sobre el papel que cabe en-comendar al Estado en política económica(“La Vanguardia”, 28 de enero). La respues-ta del profesor Schwartz es doble: primero,el Estado fue el agente responsablede la industrialización española, so-bre todo mediante el establecimien-to de aranceles en el siglo XIX; se-gundo, el crecimiento diferencialde Catalunya y el País Vasco se basóen el sacrificio (antes se hablaba deexplotación) del resto de España.

La respuesta, que captura conmaestría la opinión de buena partedel público español, es insatisfacto-ria porque deja sin explicar el meo-llo del problema: ¿Por qué sólo se in-dustrializaron Catalunya y el PaísVasco? ¿Por qué el resto de la Penín-sula se quedó anclado en el pasado?

El Estado no pudo ser el causan-te de la modernización catalana yvasca. Aunque no fue precisamenteun modelo de estabilidad y eficien-cia, el Estado español del XIX man-tuvo una estructura unitaria impe-cable y aplicó las mismas políticas(centralistas) en todo el país. Entreotras cosas, estableció un código decomercio único, aprobó una ley hi-potecaria general, descuartizó elpaís en provincias de dimensionessimilares y sostuvo una políticaarancelaria común. Y, pese a todaesa homogeneidad en el trato y noobstante darse las mismas oportunidades atodos en la pista de salida, unos cuantos(más bien pocos) acabaron corriendo muchomás que los demás.

Descartado el Estado como culpable deldesigual desarrollo de España (mediante elsupuesto sacrificio de ciertas regiones enaras de la prosperidad de otros territorios),no queda más remedio que concluir que laindustrialización la impulsaron los agenteseconómicos y sociales, esto es, la tan cacarea-da “sociedad civil”.

El desarrollo económico no es otra cosaque el resultado de la suma de esfuerzos indi-viduales y de iniciativas empresariales. Aho-ra bien, para que la iniciativa privada salgaadelante, es decir, para que a alguien se leocurra endeudarse, comprar un telar o mon-tar un laboratorio, se necesitan tres cosas:primero, contar alrededor con otras perso-nas con las que sea posible cerrar negocios

con la seguridad de que los cumplirán; segun-do, tener clases medias que puedan consu-mir los calcetines y las pastillas para la tosque se producen; tercero, acceder a una redde artesanos que puedan aprender fácilmen-te cómo manejar telares y probetas. En su-ma, se necesita una sociedad con una capaurbana algo desarrollada y con un campo nocompuesto de campesinos depauperados si-

no de payeses, quizá enjutos, pero en ningúncaso muertos de gana.

Estas condiciones, que se dieron en Cata-lunya y País Vasco, no existieron en la ma-yor parte de España. En Castilla las Cortesmedievales pasaron a mejor vida a princi-pios del siglo XVI. Y sin ellas los monarcasespañoles pudieron expoliar el país sin frenoalguno. La historia es triste pero merece serrecordada. Tras soportar una inflación de ca-ballo, Castilla perdió una cuarta parte de lapoblación tan sólo entre 1650 y 1680. Mien-

tras tanto, la libra catalana se mantuvo esta-ble como si se tratará de un marco alemánde los de siempre y la economía catalanaarrancó decidida hasta hoy en día.

Desafortunadamente, los Borbones liqui-daron las autonomías catalano-aragonesasen 1714 y la vasca en 1876 y con ellas lospocos controles existentes contra la voraci-dad de los gobernantes. No obstante, perma-

necieron en su lugar los factores so-ciales que aquellas instituciones po-líticas habían generado: un clima deconfianza social, una cierta igual-dad económica y ciudades sosteni-das por una cierta actividad artesa-nal (y no por el empleo público y lashidalguías). Cuando llegaron losvientos de la revolución industrial,inventada en Inglaterra (que, nopor casualidad, tenía un parlamen-to capaz de parar los pies al rey deturno), sólo esos lugares pudieronatraparlos y hacerlos fructificar enla Península. La mejor evidencia deque eso es así es que, todavía hoy,las autonomías con mayor renta percápita se corresponden (casi) mili-métricamente con la Corona deAragón y el País Vasco, es decir, conlos territorios que resistieron el ab-solutismo.

¿Qué lección política y económi-ca se deriva de esa discusión históri-ca? Una muy sencilla. La suerte deEspaña se cifró en que hubo esa di-versidad, hija de las resistencias delpasado, que permitió la moderniza-ción de algunas partes del país. Yesas partes acabaron estirando delos demás. Imagínense cómo estaría-

mos si Madrid nos hubiese conseguido aplas-tar a todos. En el mejor de los casos, en laposición de Turquía, que todavía está fuerade la Unión Europea. O quizá como Rusia,con toda su trágica historia a cuestas.

En España existe algo así como un libera-lismo castizo que predica mercado, pero quepierde gas cuando alguien duda que la políti-ca del Gobierno central sea quien marque elcamino del progreso o cuestiona el valor delas llamadas empresas “nacionales” que, ennombre de una supuesta eficiencia y delbienestar colectivo, concentran sus sedes so-ciales en la capital. Ese liberalismo me da gri-ma. Aunque veo sus razones. La única pro-vincia que tiene una renta personal superiora los territorios catalanes y vascos es Ma-drid. Un Madrid forjado a golpe de decretospor Primo de Rivera, engordado por Francoy sostenido hasta el presente. Pero, claro, esoya no es historia económica. Es política espa-ñola pura.c

[email protected]

JOAN CASAS

En el 2003 la literatura cata-lana ha dado lugar a cua-tro libros de una más queestimable calidad: son, por

orden alfabético de los autores,“L'home que va estimar Natàlia Vi-dal”, de Julià de Jòdar; “Purgatori”,de Joan Francesc Mira; “De fems ide marbres”, de Francesc Serés, y“Pa negre”, de Emili Teixidor. Unaexcelente cosecha de nuestra narra-tiva que debería bastar para des-mentir todo diagnóstico pesimistasobre el estado de salud del catalán.Y, sin embargo, en ese mismo añopasado se oían los presagios más ne-gros sobre el futuro de la lengua y lacultura catalanas. Parecía imponer-se un pesimismo difuso que, aun-que parcialmente fundamentado endatos objetivos, no se puede sin em-bargo separar de la particular coyun-tura en que éste se manifestaba: la

sensación de fin de régimen en Cata-lunya, tras la larga etapa del pujolis-mo, combinada con la rampante ex-hibición de patrioterismo españolauspiciada desde la Moncloa.

Ahora, tras el cambio de mayoríapolítica en Catalunya, el momentoes propicio para un balance. Uno delos primeros en apuntarse ha sidoValentí Puig, con un libro, hecho deretales, de título más bien enigmáti-co, “L'os de Cuvier”, pero de con-tundente y algo pretencioso subtítu-lo: “Cap a on va la cultura catala-na”. El libro no es, ni por asomo, loque promete. La explícita reseña deJulià Guillamon en “Cultura/s” meahorra muchas consideraciones. Pe-ro no la principal, y es que las diva-gaciones de Puig dejan entrever untrasfondo inquietante: el descréditode la democracia. Puig aborrece lademocratización de la escuela, lamasificación de la universidad yquisiera reservar la literatura paraunos “happy few”. Querría un país

dirigido por una elite burguesa y unintelectual como D'Ors como “maî-tre à penser”. Pero le cuesta aceptarque todo esto forma parte de un pa-sado que ya no volverá. Y es que aPuig le ocurre lo que, según él, leocurría a don Llorenç Villalonga:“No le agrada el presente, y tampo-co el futuro”.

La tesis de Puig es que existe una“distancia perceptible” entre la vita-lidad de una sociedad como la cata-lana y la “precariedad cualitativa”de su cultura. ¿Qué camino debe to-mar, entonces? Su propuesta se limi-ta a repetir los eslóganes del partidodel Gobierno, lo que, francamente,casa poco con su pretendida condi-ción de “outsider”: “Proposo l'ac-ceptació de la naturalitat bilingüe,el fet històric d'Espanya i un retorna la cultura com a exigència”. Si eradifícil coincidir con su diagnóstico,todavía lo es más con el pretendidoremedio.

La historia de la cultura catalana

es la de una persistente anormali-dad. Como decía Víctor Balaguerya en el lejano 1866, la literatura yla lengua catalanas sólo han podidoflorecer cuando Catalunya ha teni-do libertad política. Lo que es sus-tantivo y novedoso de la situaciónactual es que, después de 23 años degobierno nacionalista, se pueda te-ner la sensación de retroceso. Perono me parece serio achacar la “pre-cariedad” presente de la cultura ca-talana a la aceptación, o no, del bi-lingüismo y del marco constitucio-nal, y al mismo tiempo callar sobrehechos tan relevantes como las con-secuencias todavía evidentes delfranquismo, o acerca de la manifies-ta insuficiencia de las políticas y delos presupuestos culturales de la Ge-neralitat convergente, que no supocontrarrestar ni la supeditación polí-tica ni la presión uniformizadoradel mercado que sufre una culturaminoritaria como la nuestra –talvez porque nunca creyó en ella–.

Para Puig, la cultura catalana tie-ne más futuro vinculada a “l'Espa-nya acollidora” –¿cuál, la de Matasy Zaplana, paladines de un supues-to “bilingüismo” o de cómo acabarde una vez por todas con la lenguacatalana?, ¿la que avisa que no res-petará la voluntad del 88% del elec-torado catalán en la reforma estatu-taria?– que buscando un atajo pro-pio. Lo malo es que la historia y elpresente le desmienten. Volvamosa los cuatro libros que mencionabaantes. ¿Cuántos escritores españo-les han leído alguno de ellos? ¿Cuán-tos periódicos madrileños los han re-señado? ¿En qué cátedras españolasse estudiarán algún día? Si es ver-dad, como dice Puig, que “la litera-tura catalana perd el públic qualifi-cat”, entonces hay que convenirque lo que necesitamos son instru-mentos, plataformas, para difundir-la y prestigiarla. Ésta es tambiénuna responsabilidad, y no la menor,de la nueva mayoría.c

LAS AUTONOMÍAS CON

mayor renta se corresponden

(casi) milimétricamente

con los territorios que

resistieron el absolutismo

JOSEP M. MUÑOZ, historiador,

director de la revista “L'Avenç”

Es una pretensión a todas luces exa-gerada en relación con mis posibi-lidades reales en esta vida: ¿cómovoy a lograr una cosa tan seria e

importante como producir inolvidableschuletas? Pero, por favor, que nadie pienseque hablo en sentido figurado. Yo lo quequiero ser de mayor no es una vaca sagra-da, nada más lejos de mi intención; yo pre-tendo ser una vaca vulgar, que ni siquierasea una vaca lechera, tolón, tolón, sino unavaca cualquiera.

A esta conclusión, digamos que a esteideal de vida, he llegado tras haber tenidoque viajar, por motivo de la actual campa-ña electoral, arriba y abajo de España, a bor-do del avión. Les puedo asegurar que envi-dio profundamente a nuestra cabaña vacu-na. Es difícil, bastante difícil, que ningunode los mamíferos que forman parte de ellasufra los tratos vejatorios que se dispensana los viajeros.

De todos los agravios sufridos, los más le-sivos de todos –no ya a los derechos huma-nos ni a la dignidad de las personas, sino ala simple delicadeza entre congéneres– seconculcan de forma sistemática y descara-da en los controles de seguridad, por morde la histeria desatada a raíz del 11-S. Estoyconvencido de que las reses que van a sersacrificadas en el matadero sufren menosestrés. Ante la escasez de personal, hay queefectuar una carrera contrarreloj para des-hacerse de todo aquello que sea susceptiblede hacer sonar el dichoso pito, en un tiem-po récord; después hay que volver a recoger-lo deprisa y corriendo, entre sudados y con-gestionados. Pasan cosas curiosas, comoque el ordenador portátil sea objeto de unaminuciosa y pormenorizada inspección,despierte un vivo interés en Barcelona, yque en los restantes quince controles nadiele haga ni el más puñetero caso.

Pero pobre de usted que el aparato conti-núe sonando, la fila de viajeros se haya dete-nido por su culpa y la cinta del escáner sehaya parado. Entonces usted es un sospe-choso, y el encargado de la cosa ésa le espe-ta un “caballero –una simple forma de ha-blar, por no llamarle incompetente–, ¿llevamonedas, llaves, etcétera?”. Uno va vacian-do todo lo que tiene en los bolsillos, vuelvea pasar por el aro, vuelve a sonar. El indivi-duo te hace levantar los brazos, te pasa uncacharro y, entonces, a voz en grito te espe-ta: “¿Y por qué no me ha dicho que llevatirantes?”. Que yo sepa, llevar tirantes no estodavía ningún delito, ¿verdad?

Sólo tiemblo al pensar en el día que tengaque quitarme en público la dentadura posti-za o pasar en paños menores. Es más cómo-do ser vaca y llevar toda la información col-gada de un chip en la oreja. Acabas antes y,por el trato, tampoco hay tanta diferencia.c

[email protected]

España e industrialización

JOSEP M. MUÑOZ

CARLES BOIX

Quiero ser vaca

CARLES BOIX, catedrático de la Universidad

de Chicago

En la encrucijada

MANUEL TRALLERO

LUNES, 8 MARZO 2004 O P I N I Ó N LA VANGUARDIA 31