diccionario san juan · mejor penitencia, ya que es una “peni-tencia de razón y discreción”,...

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Obediencia El término no es muy frecuente en los escritos sanjuanistas. No es un tema que trate de forma sistemática. Con todo, no deja de ofrecer interesantes perspectivas sobre el argumento. Una primera aproximación al tema la realiza J. de la Cruz en óptica negativa, es decir, la obediencia vivida de forma defectuosa, o, mejor aún, la falta de obediencia. Es propio de los que comienzan el camino espiritual (los principiantes), que llevados por la gula espiritual se entreguen a exce- sos de penitencia y mortificacio- nes, llegando a sustraerse a la obedien- cia de sus directores y maestros (N 1,6,1). Esta constatación da pie al Santo para presentar la obediencia como la mejor penitencia, ya que es una “peni- tencia de razón y discreción”, frente a la penitencia corporal, que él califica de “penitencia de bestias” (N 1,6,2). La obediencia es un sacrificio mucho más agradable a Dios que las mortificacio- nes corporales, máxime cuando éstas son realizadas sin el parecer y consenti- miento de los directores espirituales. Parafraseando la Sagrada Escritura (1 Sam 15,22), el Santo afirma que “Dios más quiere obediencia que sacrificios” (Ca 11), y que “mas quiere Dios en ti el menor grado de obediencia y sujeción, que todos los servicios que le piensas hacer” (Av 1,13). El progreso en el camino espiritual, que se lleva a cabo con ayuda de la obra purificadora de la noche oscura, supone también el afianzamiento en la práctica de la obediencia. Hecho que se manifiesta en la buena disposición y has- ta en el deseo de ser aconsejados y ayu- dados en el camino espiritual (N 1,12,9). En las Cautelas, trata el Santo sobre la obediencia, si bien en este caso refi- riéndose explícitamente a los consagra- dos a Dios en la vida religiosa. Es pre- sentada aquí la obediencia como una de las cautelas que el religioso debe emplear para librarse de las tentaciones y obstáculos que el demonio –segun- do enemigo del alma– pone a quien quiere progresar rápidamente en el camino de la perfección (Ca 10). Dos son los criterios de actuación propues- tos por J. de la Cruz: – El primero sería no hacer nada fuera de lo que está mandado por obe- diencia. El Santo es tajante al respecto: “Jamás, fuera de lo que de orden estás obligado, te muevas a cosa, por buena que parezca y llena de caridad” (Ca 11). 869 O

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Page 1: Diccionario San Juan · mejor penitencia, ya que es una “peni-tencia de razón y discreción”, frente a la penitencia corporal, que él califica de “penitencia de bestias”

Obediencia

El término no es muy frecuente enlos escritos sanjuanistas. No es un temaque trate de forma sistemática. Contodo, no deja de ofrecer interesantesperspectivas sobre el argumento. Unaprimera aproximación al tema la realizaJ. de la Cruz en óptica negativa, esdecir, la obediencia vivida de formadefectuosa, o, mejor aún, la falta deobediencia. Es propio de los quecomienzan el → camino espiritual (los→ principiantes), que llevados por la→ gula espiritual se entreguen a exce-sos de → penitencia y → mortificacio-nes, llegando a sustraerse a la obedien-cia de sus → directores y maestros (N1,6,1). Esta constatación da pie al Santopara presentar la obediencia como lamejor penitencia, ya que es una “peni-tencia de razón y discreción”, frente a lapenitencia corporal, que él califica de“penitencia de bestias” (N 1,6,2). Laobediencia es un sacrificio mucho másagradable a Dios que las mortificacio-nes corporales, máxime cuando éstasson realizadas sin el parecer y consenti-miento de los directores espirituales.Parafraseando la Sagrada Escritura (1Sam 15,22), el Santo afirma que “Diosmás quiere obediencia que sacrificios”

(Ca 11), y que “mas quiere Dios en ti elmenor grado de obediencia y sujeción,que todos los servicios que le piensashacer” (Av 1,13).

El progreso en el camino espiritual,que se lleva a cabo con ayuda de la obrapurificadora de la → noche oscura,supone también el afianzamiento en lapráctica de la obediencia. Hecho que semanifiesta en la buena disposición y has-ta en el deseo de ser aconsejados y ayu-dados en el camino espiritual (N 1,12,9).

En las Cautelas, trata el Santo sobrela obediencia, si bien en este caso refi-riéndose explícitamente a los consagra-dos a Dios en la vida religiosa. Es pre-sentada aquí la obediencia como una delas cautelas que el religioso debeemplear para librarse de las tentacionesy obstáculos que el → demonio –segun-do enemigo del → alma– pone a quienquiere progresar rápidamente en elcamino de la perfección (Ca 10). Dosson los criterios de actuación propues-tos por J. de la Cruz:

– El primero sería no hacer nadafuera de lo que está mandado por obe-diencia. El Santo es tajante al respecto:“Jamás, fuera de lo que de orden estásobligado, te muevas a cosa, por buenaque parezca y llena de caridad” (Ca 11).

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– El segundo, practicar la obedien-cia por el valor que ésta tiene en sí mis-ma, y no por la mayor o menor simpatíaque pudiese provocar en el superior quemanda (Ca 12). Obedecer más o menos,con mayor o menor prontitud depen-diendo de la simpatía o los buenos omalos modos del superior es, segúnnuestro autor, “trocar la obediencia dedivina en humana” (Ca 12). Para elSanto, la obediencia sólo es positivacuando es “divina”, es decir, cuando elque obedece lo hace para servir a Dios,transcendiendo la mediación que supo-ne la persona del superior que manda.

El valor de la obediencia se encuen-tra en la visión transcendente y sobre-natural con que se acepta, es decir, enhacer las cosas mandadas no “por elgusto o disgusto” que puedan producir,sino en hacerlas por Dios, ya que el reli-gioso “ha de hacer todas las cosas,sabrosas o desabridas, con este solo finde servir a Dios con ellas” (Av. a un reli-gioso, 5 ). El Santo da así profundidadteologal a la práctica de la obediencia.

Miguel Valenciano

Obumbración → Lámparas defuego

Ocio → Quietud, soledad

Ofensa/s → Faltas, pecado

Olivares, María de

Nació en → Avila del matrimonioJuan de Olivares y Catalina Guillamas,vecinos de la ciudad. Ingresó muy niñaen el monasterio de Nuestra Señora deGracia, a lo que parece como educan-da, más tarde como religiosa, profesan-do el 21 de abril de 1563. Pronto se dis-

tinguió por fenómenos extraordinarios,que llegan a considerarse milagrosos.Hasta los más sesudos profesores de→ Salamanca (Mancio de CorpusChristi, Bartolomé de Medina, Juan deGuevara) se quedan maravillados de lasexplicaciones bíblicas que da aquellamonja, que no ha seguido estudiosespeciales. Su caso se hacía cada vezmás oscuro y sospechoso. Los superio-res de la Orden agustiniana contemplanpreocupados la situación del conventoen que vive María de Olivares, y deci-den, al fin, poner el asunto en manos deJ. de la Cruz, confiriéndole todos lospoderes para actuar. Después del exa-men pertinente éste queda convencidode que la religiosa está posesa y proce-de a exorciszarla. Comienza una rudabatalla que dura unos ocho meses condos sesiones semanales, desde febrerohasta septiembre de 1574.

El caso termina en el tribunal inqui-sitorial de → Valladolid, al que J. de laCruz remite un memorial con la narra-ción de los hechos y con su valoraciónde los mismos. Remitido el material alConsejo Supremo de → Madrid, éste lodevolvía a Valladolid (el 23 de octubrede 1574) con la siguiente instrucción:“Luego que se reciba ésta, hagáis pare-cer en ese Santo Oficio a fray Juan de laCruz, carmelita descalzo, y le examinéisdel memorial que envió o dio en esaInquisición” (AHN libro 578, f. 228). Aprimeros de noviembre del mismo añocomparecía J. de la Cruz ante el tribunalde Valladolid, que había citado tambiéna María de Olivares, a quien “se puso enel monasterio de la Madre de Dios”. Ladesaparición de la documentación rela-tiva a este proceso impide seguir lospasos inmediatos de ambos protagonis-tas. J. de la Cruz, cumplida su misión,

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regresó, sin duda, a Avila, dando fin asía este singular episodio de su vida.

BIBL. — JOSÉ VICENTE RODRÍGUEZ, “San Juande la Cruz, exorcista en Avila”, en Juan de la Cruz,espíritu de llama (Roma 1991) 249-264.

E. Pacho

Olmos, Jerónimo de, OCarm(1564-)

Nació en Briviesca (Burgos) en1564, de Olmos y Velasco y de MaríaGuevara. Mientras estudiaba en → Al-calá de Henares ingresó en la Orden delCarmen. Más tarde estudió en → Sala-manca, a partir del curso 1587-88, figu-rando de nuevo matriculado en los de1597-98 hasta el de 1599-1600, cuandoya enseñaba teología en el Colegio deSan Andrés. Sucedió en el de → Medinadel Campo al P. Antonio Sagrameña.Durante su priorato publicó el P. → Joséde Velasco la biografía de → Franciscode Yepes (1615). El P. Olmos fue ade-más rector en Alcalá y provincial deCastilla la Vieja de 1631 a 1634. Gozófama de gran predicador y apreciadoconfesor. Son de notable importanciasus declaraciones en los procesos de J.de la Cruz: ordinario de Medina, el 23 dediciembre de 1614 (BMC 22, 171-174) yapostólico de la misma localidad, el 1de octubre de 1627 (BMC 24, 143-147).Declaró también en el proceso “in spe-cie” celebrado allí mismo en 1615 (BMC25, 669-671).

E. Pacho

Olvido

“Olvido de lo criado,Memoria del Criador,Atención a lo interior,Y estarse amando al Amado”.

En esta breve letrilla, queda resumi-do el sentido hondo y radical del olvidosanjuanista, el sentido místico del olvido.El olvido no es sólo la negación de unapotencia espiritual –la memoria–, ni elolvidar un medio entre otros, para llegaral fin de la unión con Dios; el olvido esmucho más, es un modo de estar, con-trapunto del recuerdo amoroso deLlama. El alma que ha llegado a su seren Dios, su verdadero ser, es toda olvi-do. Contrariamente al alma como ser enel mundo, que se vive como cuidado,pues el cuidado y la preocupación sonconstitutivos de nuestra existencia finitaen el tiempo, según ha puesto de mani-fiesto la filosofía de este siglo (Heideggeren Ser y Tiempo).

El verbo olvidar aparece sobre todo,y con gran frecuencia en el libro 3 de laSubida, esto es lo lógico, puesto que endicho libro se trata de la purificación dela memoria. Su actividad natural deaprehensión de los objetos se ve sus-pendida y como contravenida: “Entodas las cosas que oyere, viere, oliere,gustare o tocare, no haga archivo ni pre-sa de ellas en la memoria, sino que lasdeje luego olvidar, y lo procure con laeficacia, si es menester, que otros acor-darse” (S 3,2,14). En este sentido hayuna psicología implícita de la memoria yel olvido, que presupone un esquemade conocimiento clásico, de tipo tomis-ta, pero que lo sobrepasa.

El hombre capta el mundo por lossentidos exteriores, la imaginación y lamemoria, a modo de sentidos internos,hacen presa y archivo de lo percibido, y,en último término, el entendimiento abs-trae y conoce. Pero ciertamente, si elesquema fuera tan simple, no tendríasentido que J. de la Cruz se ocupara tanampliamente, no ya de la memoria, sino

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del olvido, cuyas referencias desbordan,con mucho, los capítulos de la purifica-ción de esta potencia. Referencias dise-minadas en Llama, en Cántico, en lospoemas o en las Cautelas y Cartas, quea renglón seguido trataremos de unificare interpretar.

El olvido, en los momentos clave dela experiencia mística, por tanto enaquellos textos que se refieren no ya aprocesos, sino a estados culminantesque corresponden a la unión, el olvidoes sinónimo de → soledad y → recogi-miento. Es el modo de existencia teolo-gal del alma enamorada, que no perte-nece al mundo, aunque esté en el mun-do y en la carne, ni se define por su tem-poralidad, pues en el tiempo vive yaentregada al sabor de los años eternos:“Y la memoria que de suyo percibía sólolas figuras y los fantasmas de las criatu-ras, es trocada por medio de esta unióna tener en la mente los años eternos”(LlB 2, 34). El tiempo mismo es para ellapasión de amor, es decir paciencia yofrenda, según queda expresado a par-tir del → extásis amoroso de la canción13 de Cántico. Con esta doble perspec-tiva de Cántico y Llama en el horizontehan de leerse los consejos y adverten-cias de Subida: “Por tanto, estando ental lugar, olvidados del lugar, han de pro-curar estar en su interior con Dios, comosi no estuviesen en el tal lugar” (S3,43,2).

Desde que se expone en Subida eltema de la → purificación de la memo-ria, explicando los daños que de la fija-ción en la potencia rememorante sederivan: engaño, turbación del ánimo,tristeza, etc., hay una intensidad cre-ciente en la vivencia del olvido. Estaintensidad es correlativa de la profundi-zación de la conciencia mística que se

va produciendo, a medida que, tras lapurificación del → apetito y las poten-cias, se apartan de la vista espiritual losobjetos de aprehensión exterior, y almismo tiempo, los espacios interiores,psíquicos, desde los que esas aprehen-siones se realizan, se van despejando.Por esto, para distinguir con más clari-dad el alcance y sentido de esta reali-dad antropológica y espiritual que es elolvido, en la obra sanjuanista, vamos aanalizarlo por partes.

I. Olvido como purificación

El olvido como purgación o transpo-sición de la memoria se entiende comoactividad contraria al movimiento natu-ral de recordar: “Se vacía y purga lamemoria ... y queda olvidada y a vecesolvidadísima, que ha menester hacersegran fuerza y trabajar para acordarse dealgo” (S 3,2,5). Este movimiento inicialse presenta como extremadamente vio-lento, y no lo podríamos aceptar, si nofuera por el esquema lineal de la expo-sición que nos ha anunciado que estasituación paradójicamente es la de “lamemoria embebida en un sumo bien” yse debe a que “aquella divina unión lavacía la fantasía y la barre de todas lasformas y noticias, y la sube a lo sobre-natural” (S 3,2,4).

Frente a tal colapso de olvido, lo pri-mero que surge es la objeción, el propioautor así lo siente, y sale al paso de ella,pensando en el posible lector de suobra: “Dirá alguno que bueno pareceesto, pero que de aquí se sigue la des-trucción del uso natural y curso de laspotencias, y que quede el hombre comobestia, olvidado, y aun peor, sin discurrirni acordarse de las necesidades y ope-raciones naturales” (S 3,2,7). Inmediata-

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mente responde: “A lo cual respondoque es así, que cuanto más va uniéndo-se la memoria con Dios, más va perfec-cionando las noticias distintas hastaperderlas del todo, que es cuando enperfección llega al grado de unión. Y así,al principio, cuando ésta se va hacien-do, no puede dejar de traer grande olvi-do acerca de todas las cosas, pues se levan rayendo las formas y noticias” (S3,2,8).

El olvido piscológico (no acordarse)es un estado de transición en el cambioradical de orientación que tiene lugar enla noche; conversión de la tensión natu-ral (posesiva) de la memoria, sacándolade sus quicios naturales y subiéndolasobre sí– hacia su próximo desplieguesobrenatural “en suma esperanza deDios incomprehensible” (S 3,2,2). Elolvido es la noche real de la potenciarememorante, como el “nescivi” lo esdel entendimiento, y la aridez y seque-dad afectivas lo son de la voluntad. Eneste primer momento, que podríamosllamar negativo, el olvido se presenta,pues, como cese brusco de la actividadde la memoria, por su “absorbimiento”en Dios.

El contacto, que empieza a ser sus-tancial, entre el polo divino y el humanoha de ser necesariamante violento en sufase de adaptación, puesto que la partemás frágil, la criatura, no está aún biendispuesta, de aquí el sacudimiento quesufre la memoria en estos toques: “Ycomo Dios no tiene forma ni imagen quepuede ser comprehendida de la memo-ria, de aquí es que cuando está unidacon Dios ... se queda sin forma ni figura,perdida la imaginación y emebebida lamemoria en sumo bien, en grande olvi-do, sin acuerdo de nada ... Y así es cosanotable lo que a veces pasa en esto,

porque algunas veces cuando Dioshace estos toques de unión en lamemoria, súbitamente le da un vuelcoen el cerebro (que es donde ella tiene suasiento) tan sensible, que le parece quese desvanece toda la cabeza y que sepierde el juicio y el sentido” (S 3,2,4-5).Después se queda en suspensión,como “en olvido y sin tiempo”, estasituación ya se había descrito conmenos violencia en (S 2,14,10-11).Incluso la memoria actual automática,sobre la que se asienta la continuidadhabitual del tiempo vivido, parece alte-rarse, como ya hemos señalado, hastael punto que “ha menester hacerse granfuerza y trabajar para acordarse dealgo” (S 3,2,5). Estos trastornos psicofí-sicos ocurren al principio, porque des-pués “que llega a tener el habito de launión, que es un sumo bien, ya no tieneesos olvidos en esa manera en lo que esrazón moral y natural; antes en las ope-raciones convenientes y necesarias tie-ne mucha mayor perfección” (S 3,2,8).

Lo que aparece a primera vistacomo una paradoja de destrucción,queda esclarecido si hacemos la distin-ción, con Marcel de Corte, entre los pla-nos psicológico y ontológico del serhumano, y, por tanto, de la incidenciaque las distintas actividades mentales,con su consiguiente suspensión en laascesis, tienen en esos planos (L’ expé-rience mystique chez Plotin et chezSaint Jean de la Croix). El olvido, comoactividad negadora, no ataca a lamemoria profunda del ser espiritual,sino a la memoria empírica o psicológi-ca, por lo que justamente despeja lacapacidad del ser espiritual profundo yunitario, –el de “las profundas cavernasdel sentido”–, más allá de su diversifica-ción en potencias.

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II. Dimensión moral del olvido

Tomando la metáfora de la socava-ción entrañal –ahondamiento espiritualsugerido en la imagen de las cavernas–,en el desarrollo procesual de la expe-riencia mística nos adentramos ya en unsegundo nivel, más profundo, y por tan-to más significativo existencialmentehablando; nos encontramos en ladimensión moral del olvido: en relacióncon el mundo, o sea con el objeto. Anteshablamos de la actividad (psicológica)de olvidar, ahora tratamos de un estado,o actitud interna, un estado que significauna opción de libertad del sujeto moral,que se autodetermina como tal sujeto alrelacionarse, desear y decidir sobre losobjetos del mundo. Esta distinción seentiende a la luz de la demarcación exis-tencial de la memoria que hicimos enotro lugar (M. S. Rollán, Demarcaciónexistencial de la memoria sanjuanista),en la que podemos distinguir planos: enprimer lugar, tenemos la memoria de lascosas como objetos que configuran unmundo, una vez configurado este mun-do significativo para un sujeto; habla-mos, en segundo lugar, de la memoriade sí misma, sujeto del rememorar, yfinalmente, en cuanto nos referimos alhorizonte espiritual y místico en que estapotencia cobra su verdadero sentido, almodo agustiniano, a la vez que se des-pliega, liberándose del mundo, habla-mos de memoria de Dios.

Así, en el tratamiento del olvido, elsegundo momento se distingue por laprosecución de un bien moral, que con-siste en el dominio de las pasiones:“Esta rienda y freno no la puede tenerde veras el alma no olvidando y apartan-do cosas de sí, de donde le nacen lasafecciones. Y nunca le nacen al almaturbaciones si no es de las aprehensio-

nes de la memoria; porque olvidadastodas las cosas, no hay cosa que per-turbe la paz ni que mueva los apetitos”(S 3,5,1). Se persigue, pues, no comofinalidad moral en sí, sino como vía dedespejamiento y acceso a otros estratosmás profundos, la tranquilidad de áni-mo, la serenidad, una cierta apatheia, enel estilo de la sabiduría filosófica clásica.“Pero aunque otro provecho no sesiguiese al hombre que las penas y tur-baciones de que se libra por este olvidoy vacío de la memoria, era grandeganancia y bien para él” (S 3,6,3).Coincidencia pasajera la de este talantede impasibilidad moral, en un espírituapasionado como el sanjuanista, queexpresará su culminación en la pasióndesbordante de Llama con el símbolodel fuego.

Pero ciertamente, antes de que elolvido se torne “como un río de paz, enque le quitará todos los recelos y sospe-chas, turbación y tinieblas que le hacíantemer que estaba o que iba perdida” (S3,3,6), antes de que este caudal de con-templación fluya por los cauces de loeterno, libre de vuelcos y convulsiones,ha de sufrir todavía el alma “en afliccióny angustia acerca de la memoria” (N2,4,1). Entre la enajenación y dolorosoabsorbimiento de la memoria en Dios, yla expansión teologal de la concienciaen el vuelo libre de la esperanza, seextienden diversas capas de olvido. Setrata de un olvido que, si en el primermomento tiene sabor a muerte, másadentro tiene la forma de una espera.Una vez desamarrada la presencia ten-sa del yo a sí mismo, la angustia sedisolverá en un olvido de carácter posi-tivo, aquel en cuyo fondo, no ya som-brío, sino iluminado, germina la espe-ranza. De modo que el olvido es, en este

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su significado moral, como una formade desenganche respecto a sí mismo,“saliendo de sí misma por olvido de sí,lo cual se hace por el amor de Dios” (CB1,20), nos encontramos en los inicios deCántico en un punto de arranque de unmovimiento de expansión amorosa, yde acogida del otro, según la bella intui-ción de Ballestero. La tensión rememo-rante que era incurvación sobre sí yautocompasión narcisista acompañadade miedos y recelos de perderse, sesuelta, se liberan así los fondos morbo-sos de la nostalgia que colorea ese afánobsesivo y escrupuloso de discerni-miento imposible; siguiendo el alma laconsigna que se le proponía de “noquerer aplicar su juicio para saber quesea lo que en sí tiene y siente” (S 3,8,5),logrará que “la memoria se quede calla-da y muda y sólo el oído del espíritu ensilencio a Dios” (S 3,3,5).

El olvido se tornará descanso y quie-tud, acceso a un fondo de estabilidadmoral y espiritual, clausura de la extra-versión indeterminada de los apetitos,“convendrá que ... olvidadas todas lastuyas cosas y alejándote de todas lascriaturas, te escondas en tu retrete inte-rior” (CB 1,9), escondimiento y recogi-miento de la dispersión en la que se ejer-citaban las potencias. Con ello se viene ainstaurar, sin embargo, un nuevo modode apertura: al ser de Dios en quien elalma tiene su más profundo centro,“memoria del Criador”, espera de Aquelque vendrá, estando las puertas cerra-das, y se extenderá sobre ella como ríode paz, sin que el obrar o discurrir de laspotencias sepa cómo (S3,3,6). La angos-tura se torna amorosa acogida, pues “eltiempo y caudal del alma que había degastar en esto y entender con ello”, lo vaa emplear desde ahora “en otro mejor y

más provechoso ejercicio, que es el de lavoluntad para con Dios” (S 3,13,1).

III. Olvido como salvación

Llegamos así al verdadero sentido–espiritual– del olvido: el olvido es sal-vación, pues el cuidado de la memoriahacía de la condición humana una con-dición enferma, que es sanada en laexperiencia mística, por la purificaciónde la noche, entendida como olvido. Porel olvido adviene el perdón o restaura-ción de la propia vida, que estaba daña-da, según se expresó más arriba, porponerse en las aprehensiones de lamemoria. Esta sanación es la que expe-rimentaban los enfermos o pecadoresque se encontraban verdaderamentecon Jesús. A este propósito es ilustra-dor el texto de Llama que se refiere a laSamaritana: “Y la Samaritana olvidó elagua y el cántaro por la dulzura de laspalabras de Dios” (LlB 1,6). Este olvidose presenta como una enorme fuerza decrecimiento y de gracia, una fuerza real-mente liberadora y sanadora. El apegoal recuerdo se oponía a esta libertad. Esla superación de las últimas formas deresistencia (servidumbre del pecado enla que se encuentra el hombre viejo) deun alma desasida, de un deseo –meta-forizado en la sed– en vías de transfigu-ración, de una conciencia purificada yabierta a la memoria del origen, que esaspiración del Espíritu: “Tiene en sí elalma, mediante este olvido y recogi-miento de todas las cosas, disposiciónpara ser movida del → Espíritu Santo yenseñada por él” (S 3,6,3).

Nos hallamos ante una memoriaingrávida que no se revuelve ya sobre sí,que no hace acopio de recuerdos, nisentimientos, que no mistifica la nostal-

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gia, que no se apesadumbra sobre elpasado irreversible, y tampoco se refu-gia en él, flaquezas sobre las que insis-ten los Dichos, las Cautelas y Cartas, yaún algunos consejos de Subida. El olvi-do místico ha trastocado la potenciaespiritual y la ha devuelto a su ser como“memoria de predestinación y radica-ción en la eternidad amorosa de Dios”,como señala O. González de Cardedal(Misterio, memoria y mística).

Este aspecto del olvido parece estarmenos desarrollado en un discursoracional y lógico, como era el de la puri-ficación de la memoria en Subida.Como suele ocurrir, al adentrarse másen la dimensión del misterio, el místicoabandona las explicaciones y se entre-ga al lenguaje poético. El olvido comosinónimo de soledad, sueño amoroso yrecogimiento, que es, como apuntába-mos al comienzo de estas líneas, elestar en su ser del místico, con el cesa-miento de los cuidados del mundo queparece desdibujarse, lo encontramossobre todo poetizado, en unos pocosversos de gran densidad espiritual:

“Quedéme y olvidéme,el rostro recliné sobre el Amadocesó todo y dejéme,dejando mi cuidadoentre las azucenas olvidado”.

Vienen a coincidir el final del poemade Noche –sin explicar, como sabemos–y el final de Llama, “recuerdo amoroso”de una alma donde “secretísimamentemora el Amado, con tanto más íntimo einterior y estrecho abrazo cuanto ellaestá más pura y sola de otra cosa queDios” (LlB 4,14). Paradójicamente elrecuerdo y el olvido se encuentran.Incluso el final de Cántico, después deentrarse la Esposa en “el huerto desea-do”, “ya cosa no sabía”. “La razón es

porque aquella bebida de altísima sabi-duría de Dios que allí bebió le hace olvi-dar todas las cosas del mundo” (CB26,13). El olvido del alma enamorada esuna forma sublime de → pobreza, y degracia a la vez, pues “ andando enamo-rada / me hice perdidiza y fui ganada”(CB 30,9). El olvido es descanso y quie-tud. Por eso J. de la Cruz puede cantar,después de tantas peripecias entre laausencia doliente del Amado y la pre-sencia deseada: “¡Oh dulcísimo amor deDios mal conocido! El que halló susvenas descansó” (Av 16).

En último lugar, con otro sentidodiferente, en realidad completamenteopuesto al que hemos expuesto, J. dela Cruz se refiere al olvido para hablardel alma que olvida a Dios, esto equi-vale al olvido o renunciamiento de supropio ser. Es como el alma vuelta delrevés o desfondada, que queda recogi-da tan dramáticamente en la imagen deEzequiel al exponer el místico la purifi-cación de los apetitos: “Y los varonesque estaban en el tercer aposento, sonlas imágenes y representaciones de lascriaturas, que guarda y revuelve en sí latercera parte del alma que es la memo-ria. Las cuales se dice que están vuel-tas las espaldas contra el templo por-que, cuando ya, según estas trespotencias, abraza el alma alguna cosade la tierra acabada y perfectamente,se puede decir que tiene las espaldascontra el templo de Dios, que es la rec-ta razón del alma, la cual no admite ensí cosa de criatura” (S 1,9,6). En el libro3º de Subida se encuentran algunasalusiones a este estado, en concretodel alma, perdida por la avaricia, queha hecho del dinero su dios (S 3,19,8).Pero sobre todo queda bellamenterecogida esta idea, del olvido de Dios,

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no exenta de un eco de dolor y arre-pentimiento en los Dichos: “Secado seha mi espíritu porque se olvida de apa-centarse en ti” (Av 38).

También en el Romance sobre elsalmo “super flumina Babylonis”, lafuente del amor, es la fuente de vida,que no ha de ser olvidada en tierras deexilio, bajo pena de callar en una mudezde muerte, “con mi paladar se junte / lalengua con que hablaba, / si de ti yo meolvidare / en la tierra do moraba”;mudez contraria, ésta, al silencio enmedio de la gloria que festeja y recrea elalma en el recuerdo de Dios, del final deLlama: “En la cual aspiración llena debien y gloria y delicado amor de Dios, yono querría hablar ni aún quiero, porqueveo claro que no lo tengo de saberdecir” (LlB 4, 17).

BIBL. — MANUEL BALLESTERO, Juan de la Cruz:de la angustia al olvido, Península, Barcelona 1977;JEAN BARUZI, Saint Jean de la Croix et le problèmede l’ expérience mystique, 2ª ed. Alcan, Paris 1931;PEDRO CEREZO GALÁN, “La antropología del espírituen Juan de la Cruz”, en Actas del CongresoInternacional Sanjuanista, Pensamiento III (1993)127-154; MARCEL DE CORTE, “L’expérience mystiquechez Plotin et chez saint Jean de la Croix”, enEtCarm 20, (1935) 164-215; OLEGARIO GONZÁLEZ DE

CARDEDAL, “Misterio, Memoria, Mística”, en Actasdel Congreso Internacional Sanjuanista,Pensamiento III (1993) 429-453; HENRI SANSON,L’esprit humain selon saint Jean de la Croix, PUF,Paris 1953; MARÍA DEL SAGRARIO ROLLÁN, Extasis ypurificación del deseo, Avila, 1991; Id. “El tiempovivido en san Juan de la Cruz”, en CuadernosSalmantinos de Filosofía, XV (1988); Id. “El vacia-miento del yo: una aproximación a la introspecciónsanjuanista”, en Antropología de san Juan de laCruz, Avila 1988; Id. “Demarcación existencial de lamemoria sanjuanista”, en SJC 10 (1994) 173-188;ANTOINE VERGOTE, Dette et désir; deux axes chré-tiens et la dérive pathologique, Seuil, Paris 1978.

María del Sagrario Rollán

Operaciones → Actos-hábitos

Oración

“Doctor de la oración” llamó el papaPío XI a Juan de la Cruz en el brevedeclaratorio de su doctorado. Es elmotivo central de su doctorado. Y sinembargo este maestro no habla de laoración directa y expresamente, no seplantea sistemáticamente la descrip-ción, definición, división y problemáticaque surge en la oración cristiana; y acualquier lector, sin perjuicio de lodicho, le parece que no deja de hablarde oración.

El mensaje sanjuanista sobre lapráctica cristiana de la oración es poreso de gran hondura, amplitud y origi-nalidad. Hondura porque coloca lacuestión más allá de la mera descrip-ción y didáctica de un ejercicio concre-to o de una práctica devocional; ampli-tud, porque traslada la cuestión sobre ladificultad o sobre el ejercicio de la ora-ción a la pregunta por su autenticidad,es decir, desplaza la cuestión sobre laoración, su qué, su cómo, su cuándo ydónde a la cuestión sobre quién es elque ora y en qué condiciones se puededecir que un hombre ora. Le importahacer orantes no hacer ni enseñar ora-ciones; de ahí la originalidad de su men-saje.

Quedan las preguntas sobre la ora-ción desplazadas hacia el campo decómo es Dios y cómo es el hombre quese buscan y encuentran en la cancha ylucha de la oración; y por tanto todassus relaciones, cifradas sanjuanista-mente como “unión de amor y comovida teologal en Cristo”, se interpretan opueden ser tomadas como vida de ora-ción. Todas esas relaciones complejascomo la vida van a ser por tanto obser-vadas, descritas, analizadas en cuanto

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se reflejan en el campo de la oración.Por condicionamientos culturales de sutiempo y de los instrumentos concep-tuales y de vocabulario en curso en suépoca la apariencia es de un exceso deoración: parece que no haya otros ele-mentos en la vida cristiana, pero la ver-dad es que en ella refluyen todos los fru-tos y situaciones de la vida creyente, enella se observa como en la pantalla de laconciencia, la gracia de la vida divina encuanto le es dado alcanzarla al protago-nista humano.

Para estudiar el tema y respetaresta amplitud, originalidad y profundi-dad es preciso abordarlo, primero comoexperiencia personal; como clave delectura del conjunto de su doctrina ycomo mensaje explícito sobre la prácti-ca concreta de la oración. En sentidoamplio podría el tema abarcar el enterosistema y el completo proceso sanjua-nista, en sentido estricto habríamos departir de los textos cuyo fin es expresa-mente enseñar, criticar, recomendar odescribir formas del acto concreto y sin-gular de la oración tomada como prácti-ca particular de diálogo expreso conDios.

I. La oración vivida

Esta realidad permanente de la vidacristiana tiene en J. de la Cruz un datobiográfico previo indisociable de sumensaje: su propia experiencia. Dedicóa ella su vida entera. La aprendió en lainfancia. Le penetró por los poros contodas las riquezas e impurezas y polu-ciones con que la vive el pueblo pobreen que vivió. La encontró en la atmósfe-ra cultural e ilustrada de aquella época ysociedad sacralizada; llegó a ella cuan-do la oración era el último “descubri-

miento” de los albores de la moderni-dad: conquista y cultivo del continentede la interioridad, la subjetividad moder-na. Se vio entre dos filos: el formalismotentado de fariseismo y de supersticióndel catolicismo popular y el iluminismosubjetivista de los grupos espiritualesmás fervientes. La oración era el granejercicio espiritual de la época, la modaintelectual por excelencia. En ciertomodo es la palanca que hace girar ycambiar la época medieval en moderna:de una religiosidad exterior, social y for-mal a una espiritualidad de devociones,personal, interior y a veces “de interior”;del primado de la objetividad, al prima-do del sujeto en la experiencia humanay religiosa.

Cuando J. de la Cruz alcanza aencontrarse con esta corriente cultural,ya la práctica y la pedagogía de la ora-ción ha llegado a sus cumbres: ‘devotiomoderna’, franciscanos, Luis de Grana-da, Teresa de Jesús. En esta corrientese nutre y con ella ha de encontrarse ydefinirse J. de la Cruz. Oración y piedadinfantil en su familia; oración en sujuventud ligada al trabajo y al estudio;oración en la cárcel, lóbrego oratorio yseco reclinatorio. Oración busca cuan-do se declara su crisis de vocación; y suopción por el Carmelo y por iniciar unCarmelo reformado, siguiendo el ape-nas esbozado modelo Teresiano, indicaque es hombre que de su talante radi-calmente contemplativo quiere hacer sucentro y columna vertebral. → Durueloserá la cifra de su intento: la sabiduríamística alcanzada por la sobriedad y eldesierto, por la oración y el silencio:“Supe que después que acaban maiti-nes hasta prima no se tornaban a ir, sinoallí se quedaban en oración, que la tení-an tan grande que les acaecía irse con

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harta nieve los hábitos cuando iban aprima y no lo haber sentido” (F 14, 7).Santa Teresa destaca esa componentecomo privilegiada en su proyecto vitaldesde el arranque mismo.

Los testigos se esfuerzan en vanoen hacernos saber lo que es evidente:fue “un hombre de altísima oración”,que “trataba cara a cara con Dios”, que“supo y sintió altamente de Dios”.Hablan admirados y ciertamente condi-cionados por las preguntas de sus pre-ferencias en cuanto a lugares (coro,templo, celda y montes y campos, a laorilla del río “donde los pececillos seentrecruzan bajo el agua”, de camino,en ventas y posadas), tiempos (días ynoches enteras, vigilias y madrugadas),momentos (antes de cualquier empresao determinación, “tengo oración paratodo lo que tengo que tratar y aunquehaya mudanzas no me mudo de lo queDios me dijo en la oración”), duración(muchos o largas horas, noches ente-ras), posturas (de rodillas, con lasmanos puestas) y de su modalidades(con la Biblia, a solas en lo secreto, enuna cuevecica, en los riscos altos de lahuerta, en una ermita, entre los árboles,entre unos mimbres, junto a una ace-quia, “se salía por aquel desierto: BMC14, 107) y estilos: ante el santísimoSacramento, la ordinaria presencia deDios que traía era traer su alma dentrode la Santísima Trinidad” (BMC 14, 196),“siempre andaba en oración” (BMC 14,37, 51, 182), “parecía que de continuo letiraban el corazón del cielo” (BMC 14,293). Baste el testimonio no condiciona-do por pregunta de tribunal alguno desanta Teresa. “Mucho me ha animado elespíritu que el Señor le ha dado y la vir-tud, entre tantas ocasiones, para pensarllevamos buen principio. Tiene harta

oración y buen entendimiento” (Ct del6.7.1568). La observación de → S.Teresa es más interesante por cuantoproviene de la primera hora de fray Juancuando aún sólo se propone ser descal-zo. La oración ya era casi consubstan-cial a él. La biografía efectivamente vivi-da no hará sino confirmar este primerrasgo de su estilo y vida personal. Todoes oración en la vida de fray Juan. Sudiálogo con Dios es constante y fluido,del mismo tono que su existencia ente-ra. Si el estilo es el hombre, la oración esel creyente.

II. Experiencia

No sólo los testigos de vista de suaventura interior son buenos para hablarde su modo de orar; ha orado escribien-do, y por tanto ha dejado pasar algo desu modo, de su secreto e íntimo estilo alos libros. Podemos rastrear su expe-riencia de oración en las oraciones quehan quedado sembradas por sus pági-nas. No son tantas como en el casoteresiano, pero sus obras además deenseñanzas, glosas, cautelas, precep-tos y consignas sobre el camino de laoración, guardan piezas de oración,escritas en estilo directo como verdade-ras plegarias dirigidas espontáneamen-te a Dios. El acto de escribir, limita depor sí la espontaneidad en el acto deorar, pero algo de su estilo y su modo deorar se alcanza observando oracionescompuestas y escritas.

La más frecuente oración es quizá lade servirse de la Escritura, para escu-char y responder a la palabra de Dios.Un acercamiento vivencial que hace quela Palabra de Dios sea alimento y expre-sión de su misma oración: palabra reci-bida y palabra ofrecida.

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La oración litúrgica era parte de sutiempo y su vocación; tanto la misacomo la del Oficio divino. De su sensibi-lidad litúrgica y su práctica de acomo-dar la propia oración al tiempo que laiglesia vive es buen exponente este tex-to: “Estos días traiga empleado el inte-rior en deseo de la venida del EspírituSanto, y en la Pascua y después de ellacontinua presencia suya; y tanto sea elcuidado y estima de esto, que no lehaga el caso otra cosa ni mire en ella,ahora sea de pena, ahora de otrasmemorias de molestia; y todos estosdías, aunque haya faltas en cada, pasarpor ellas por amor del Espíritu Santo ypor lo que se debe a la paz y quietud delalma en que él se agrada morar” (Ct auna Descalza, por Pentecostés de1590). José Vicente Rodríguez haobservado que esta famosa oración tie-ne estructura, tono y sabor de colectalitúrgica: “¡Recuérdanos tú y alúmbra-nos, Señor mío, para que conozcamos yamemos los bienes que siempre nos tie-nes propuestos, y conoceremos que temoviste a hacernos mercedes y que teacordaste de nosotros” (LlB 4,9).

De su cuidado y aprecio por la ora-ción de la Iglesia hay testimonio escritotambién por él y muchos testimonios desu exquisito respeto y atención por lasobria manera de rezar de la Iglesia: “Deesta manera, pues, se han de enderezara Dios las fuerzas de la voluntad y elgozo de ella en las peticiones, no curan-do de estribar en las invenciones deceremonias que no usa ni tiene aproba-das la Iglesia católica, dejando el modoy manera de decir la misa al sacerdote,que allí la Iglesia tiene en su lugar, que éltiene orden de ella cómo lo ha de hacer.Y no quieran ellos usar nuevos modos,como si supiesen más que el Espíritu

Santo y su Iglesia. Que si por esa senci-llez no los oyere Dios, crean que no looirá aunque más invenciones hagan.Porque Dios es de manera que, si le lle-van por bien y a su condición, harán deél cuanto quisieren; mas si va sobreinterés, no hay hablarle (S 3,44,3).

Aunque su crítica a la religiosidadpopular es seria y radical, no cae en nin-gún exceso erasmista ni iconoclastaluterano, deja la oración y el uso de imá-genes, fórmulas, expresiones externasen su punto: ni la hueca o farisaica ora-ción formalista y externa, popular ysupersticiosa, hechiza y mágica; ni lamera oración de interior, iluminada y sinmediaciones ni recursos devocionales,sin expresión pública o común, sinencarnación ni sacramentos. Se ha ser-vido de las imágenes, del agua bendita,de las procesiones y demás rituales ygestos de la religiosidad del tiempo; seha interesado por el adorno y la estéticareligiosa; ha pintado para expresar susentimiento (dibujo con el Cristo), hausado sobria pero constantemente de laimaginación y, purificada su sensibili-dad, ha exigido adecuación estética delos medios al nobilísimo fin del encuen-tro con Dios. Es conocido su diálogocon un cuadro de Cristo con la Cruz.Una imagen ha preferido ciertamente atodas las demás: la cruz.

Ha usado la música y el canto en suoración, en los caminos, en las fiestasconventuales, en la declamación de suspoemas. Ha orado en la salud y en laenfermedad, ha orado pidiendo y obte-niendo favores, para sí y para otros quelos testigos han interpretado comoextraordinarios y como fruto de su ora-ción. Ha usado con sencillez de la ora-ción de petición y su aparente ineficaciaestá bien explicada en Cántico (2,14).

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Allí se habla de la necesidad de pacien-cia y de tiempo para que la petición sevea cumplida “que, aunque Dios noacuda luego a su necesidad y ruego queno por eso dejará de acudir en el tiem-po oportuno el que es ayudador ... enlas oportunidades y la tribulación, si ellano desmayare y cesare” (ib.).

Ha muerto orando con salmos, conuna imagen en la mano siguiendo lospreceptos de la buena muerte y el artede bien morir.

III. Así oraba

Una antología de oraciones sanjua-nistas (A. Ruiz, San Juan de la Cruz,maestro de oración, Burgos, 1991)muestra la abundancia de textos y lariqueza y peculiaridad de estas oracio-nes, tan tocadas por sus versos y tanentrelazadas en su contexto vital y doc-trinal, tan suyas en fin, que es imposiblerezarlas a quien ande desprovisto de suexperiencia. Siempre nos quedan gran-des por su ardor o por su calidad poéti-ca; y aunque a cada uno la ayudan adescubrir su propia gracia, esta sustitu-ción y pretendido vicariato de nuestrapropia oración nunca es total ni adecua-da, nos queda holgada su oración. Nollenamos ni alcanzamos su sentido.

Además de los versos que hablan altú divino, abundan en sus páginas lossoliloquios, los idilios, las elevaciones(LlB 2, 15-19) y exclamaciones, lasadmiradas glorificaciones o doxologías.Habría que completar el elenco con lasmuchas veces en que el orante Juan sedisfraza y disimula su voz citando la→ Escritura: para las quejas más amar-gas ante la ausencia, silencio o fuegoamargo de Dios y para los delirios másatrevidos del idilio se remite y disimula

bajo la voz de Jeremías o de la Esposadel Cantar. Las oraciones con cita escri-turística completan la manifestación delalma orante y completan el repertorio.Habla el místico por boca del profeta.Los coloquios versificados del → Espo-so y Esposa disfrazan su voz y dan sali-da a su peculiar modo de orar y dehablar con el Amado.

No podemos citar todas las ocu-rrencias de una oración, basta que ellector busque la función apelativa dellenguaje presente en el relieve del texto:allí donde se reclama, se pide o se invo-ca a un tú divino hay una oración evi-dente o disfrazada. Muchas de ellas,nacidas en la ardiente estrella de losversos, pasan al planeta de la prosa frí-as y aguadas, llenas de incisos ycomentarios; queda siempre un rastrode oración aunque prosaica por acomo-darse a los modos del glosador.

Este disfraz femenino de la esposa,o el que recubre el alma del místico conlas palabras y sentimientos del salmista,de los profetas, dolientes o videntes, esun recurso que habla de su discreción,de su renuencia a presentarse en prime-ra persona, de su pudor y de su humil-dad retórica o sincera que evita la pre-sencia del yo. Oración poética, disfraza-da bajo la palabra de salmistas y de pro-fetas, o bajo la palabra de las mujeresapasionadas buscadoras del amor y deuna concreta y personal presencia. Entodo caso oración sanjuanista.

Por este recurso al disfraz y portener su primera versión en los poemaslas oraciones que pasan a sus escritosson tan personales y vivas que con difi-cultad pueden usarse como fórmulas depauta. Tan ligadas están mediante suspoemas a su experiencia vital que sucolección no sirve de devocionario.

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Podemos en ellos escuchar su vivapalabra, pero no imitarla. Interesa ahoraque a pesar de su cuidado y de su natu-ral pudor, a pesar de estar escondidasentre sus páginas calculadamente sere-nas y anónimas, su voz se escucha en laoración.

Todo el sistema sanjuanista ha teni-do versiones en verso, ha sido fuego deamor, se ha cocido antes en la fraguadel diálogo amoroso. Los poemas sonoraciones en algunos tramos, algunospor entero: La fonte es una oraciónconfesante, el Vivo sin vivir en mí, unpoema escatológico; el Cántico es ora-ción en sus partes dialogadas, cuandoel sujeto de la enunciación es evidente-mente el protagonista mismo del poe-ma; la Llama de amor viva y la quintaestrofa de la Noche en cuanto exclama-ciones que se prolongan en los comen-tarios.

En los avisos espirituales está el pri-mer manojo de oraciones nacidas de supluma. (Av pról, 2, 16, 26, 27, 31, 33,34, 47, 48, 50, 53), pero es la oración dealma enamorada su mejor exponentede oración escrita. Es un prototipo deoración cristiana: Se dirige al Padre, sealcanza en Cristo y por Cristo, surgenacida de la pobreza y el pecado (sitodavía te acuerdas de mis pecados),reclama sólo la voluntad de Dios (hazen ellos tu voluntad), apela a la miseri-cordia (ejercita tu bondad y misericor-dia) y expone nuestra radical impoten-cia (si esperas a mis obras... dámelastú... ¿quién se podrá librar... si no lolevantas tú... ? ¿Cómo se levantará elhombre...?) La oración pasa por unreflujo de pausa y silencio hasta quenace en la conciencia creyente la certe-za de que en este tiempo de gracia “entu único Hijo Jesucristo me diste todo

lo que quiero”. Ya no hay pobreza, laoración se convierte en exultación porlo conseguido ya en Cristo: “Míos sonlos cielos y mía es la tierra...”. Vuelve alsoliloquio (Tuyo es todo y todo para tino te pongas en menos...) y terminaenigmáticamente señalando el caminode la consecución de las peticiones:conciencia y gozo actual incompleto,pero cierto, de la gloria iniciada y antici-pada en Cristo.

Las oraciones personales del Santoson su primer paso en el camino de mis-tagogía espiritual que propone. Por esapuerta se ha de entrar en su pensamien-to y mensaje.

IV. Doctrina

La oración como ejercicio teologalqueda por supuesto en la enseñanza yen la vida de fe que el Doctor Místicoenseña. Importa decir que el Santo des-de el inicio se remite a lo ya dicho, escri-to y enseñado. Es muy posible que ensu concreta pedagogía de la oraciónsiguiese otra presentación que la quepasó a sus obras mayores. De eso no vaa hablar, ni “de cosas morales y sabro-sas”, ni de grados y formas de oración.Desde el principio hay que avisar queJuan de la Cruz no es maestro de ora-ción en cuanto que presente un buensistema pedagógico, un completo elen-co de temas, un orden de formas y con-cretas maneras de proceder.

Quien busque este tipo de enseñan-za se lleva gran decepción. Busque másbien la formación de un orante y de susactitudes teologales y aprenda eso quees orar, poner en acto la vida teologal dela fe y la esperanza y el amor en ejerci-cio. Y de eso sí es maestro y expertoguía J. Ahí sus exigencias se ridiculizan,

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su doctrina se simplifica, su magisteriose amplía a todo creyente y sus consig-nas se aclaran.

Como todos los elementos delorganismo espiritual, la oración setransforma al ritmo del progreso espiri-tual. Marca su crecimiento el ritmo de lavida teologal. Por ello J. comienza suexposición por la formación del oranteen sus actitudes fundamentales paraorar: libertad y purificación de la mente,el recuerdo y el corazón para poder oraren espíritu y verdad. Ese aprendizaje dela fe, de la pobreza y desnudez espiri-tual y del amor fuerte es el núcleo durode su pedagogía para orar (y para vivir).

1. ES NECESARIO ORAR PARA NO CAER.Comienza el Santo su enseñanza poruna descripción en aguafuerte de lamiseria del hombre sin oración (S 1,6-10). Pondera su esclavitud, su debilidad,su enorme ceguera e ignorancia, lamiseria en fin del hombre sometido bajola férula de lo sensual, de lo más bajo desí mismo. La oración en el pensamientosanjuanista no es sólo un recurso denuestras necesidades. La oración es uninstrumento de unión con Dios, y que,por tanto, previamente ha de removerlos obstáculos, los apetitos y apegosque esclavizan e impiden toda lucidezpara conocer y escuchar la voz de Dios.La oración delata ante el hombre suexistencia miserable y le muestra su altí-sima dignidad y vocación. Con “la infla-mación mayor de otro amor mejor” (S1,14,2) puede el hombre iniciar su cami-no de oración.

2. CRÍTICA Y EDUCACIÓN DE LA MISMA

ORACIÓN (S 3,35-45). Es significativo des-tacar que el mensaje más directo sobrela oración Juan de la Cruz lo ha enmar-cado en la educación de la voluntad porel amor o la caridad sobrenatural. Orar

para él y orar bien no es cuestión sinode saber amar con libertad y con forta-leza. Es cuestión de voluntad purificaday determinada. En ese contexto repasalas formas, mediaciones y métodos quesu tiempo y sociedad usaba para orar.Su doctrina de la purificación activa delespíritu le sirve para denunciar la insufi-ciencia de todo ejercicio meramenteexterior de la religión en general y de laoración en particular. Denuncia el desvíode la fuerza afectiva del amor, de laenergía psíquica del hombre, hacia lasmediaciones que ciertamente favorecenpero no ejecutan verdadera comunióncon Dios. Declara frustrada la oraciónsin contacto con Dios en espíritu y enverdad; es falsa aquella oración que pri-vilegia las mediaciones, así sean las mássantas realidades, los mismos sacra-mentos o las imágenes, sobre el com-promiso personal y la fuerza de la volun-tad entregada y personalmente dada yefectivamente sacrificada en su centrode deseo, de afecto, de deliberación yopción en libertad. Ése vivo centro es loque compone la respuesta oracionalautentica. Ni imágenes ni retratos (S3,35) pueden llevarse “la honesta y gra-ve devoción del alma”; clama el santopor la purificación de la religión, por laevangelización de la oración, siempre enriesgo de paganizarse. Acusa de idola-tría a su tiempo y sociedad. “La viva ima-gen que motiva para orar ha de buscar-se dentro de sí..., es Cristo crucificado”(35,5). Recomienda por extenso sobrie-dad, sencillez y despego en el uso deestas motivaciones y fervores artificialeso exteriores. Reclama desnudez ypobreza de espíritu en el modo de orar.Una fuerte purificación de la oración,una serena evangelización, pide antetodo retener y seguir las consignas delSeñor: buscar primero lo importante, la

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voluntad de Dios; lo demás es añadidu-ra, (S 3,44,2); confiar en el modo de orarde la iglesia más que en el propio gusto(ib. 3); ser despegados y orar en gratui-dad, no tratar de forzar a Dios “que Dioses de tal manera que si le llevan por bieny a su condición, harán de él cuanto qui-sieren; mas si va sobre interés no hayhablarle” (ib.); no multiplicar experien-cias y modas, que “no enseñó variedadde peticiones, sino que éstas se repitie-sen muchas veces y con fervor y concuidado; y sin otras ceremonias que elsilencio y la soledad “con entero y purocorazón” (ib. 4) en el desierto o en lanoche.

Está J. de la Cruz siempre repitien-do las críticas del evangelio contra elpeligro farisaico de los hombres de ora-ción. Sobre los rosarios (ib. 7-8) dice:“no importa más para que Dios oigamejor lo que se reza sino la oración queva con sencillo y verdadero corazón nomirando más que agradar a Dios. Todoasimiento a los medios va contra ora-ción verdadera. Sobre las imágenes ylas romerías (ib. 36) aplica el mismo cri-terio: “Purificar el gozo de la voluntad enellas y enderezar por ellas el alma aDios..., no haciendo caso de nada deestos accidentes, no repare más en ella,sino luego levante de ahí la mente a loque representa, poniendo el jugo y gozode la voluntad en Dios con la oración ydevoción de su espíritu” (ib. 37,2). Haceen estos capítulos un precioso reportajey cuadro de costumbres de época, dis-tanciándose irónicamente de lo queobserva. Para los oratorios y lugares deoración también establece criterios;después de describir los ridículosmodos y preferencias en que gasta loque a Dios se debe, promueve el arte ya la estética, pero ligada a la sobriedad.

No olvidemos que está apuntando elbarroco, ¡qué habría de decir si le hubie-se tocado el siglo siguiente! Fiestas,ceremonias, fórmulas de oración u “ora-ciones ceremoniáticas” (S 3,43,3),rezos, misas de encargo, sufragios,ofrendas y rogativas, procesiones, pere-grinaciones, todo es mirado con distan-cia y leve sonrisa, todo lo quiere verreducido a lo que es: una mediación; ypor tanto deja toda ayuda y forma deoración sometida al mismo riguroso cri-terio teologal de buscar el encuentropersonal con Dios por encima de y a tra-vés de todo artificio orante.

Sencillez de fe, desprendimiento,confianza en Dios y no en nuestrasobras y palabras, recogimiento afectivo.Además de un general criterio estéticode buen gusto ajeno a todo exceso,pide sobriedad en la participación emo-cional y especialidad en la búsqueda yparsimonia de palabras, gestos y expre-siones. “Sepan, pues, éstos que cuantamás fiducia hacen de estas cosas yceremonias, tanta menor confianza tie-nen en Dios, y no alcanzarán de Dios loque desean. Hay algunos que más oranpor su pretensión que por la honra deDios; que, aunque ellos suponen que, siDios se ha de servir, se haga, y si no, no,todavía por la propiedad y vano gozoque en ello llevan, multiplican demasia-dos ruegos por aquello, que sería mejormudarlos en cosas de más importanciapara ellos, como es el limpiar de verassus conciencias y entender de hecho encosas de su salvación, posponiendomuy atrás todas esotras peticionessuyas que no son esto. Y de esta mane-ra, alcanzando esto que más les impor-ta, alcanzarían también todo lo que deesotro les estuviere bien, aunque no selo pidiesen, mucho mejor y antes que si

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toda la fuerza pusiesen en aquello” (S344,1). El padrenuestro le parece sufi-ciente fórmula y recurso bastante.

3. PURIFICACIÓN PASIVA DEL SENTIDO.La otra gran crítica de la oración laexpone J. de la Cruz en la sección de laNoche oscura dedicada a justificar lanecesidad de la primera noche del espí-ritu (N 1,2-7). Argumenta mostrando losdefectos de los aprovechados o de losespirituales. Una crítica de fondo pene-tra toda su relectura o extrapolación delos pecados capitales en el contexto dela vida espiritual avanzada. Dos defec-tos radicales encuentra: infantilismo yfariseísmo de la oración o de los estilosde relación con Dios. Muchas observa-ciones son del campo de la oración,pero pueden manifestarse en otrasexpresiones de la vida espiritual de con-templativos y “aprovechados”. La ora-ción al fin es intérprete del omnipotentedeseo humano y éste no nos da la unióncon Dios, sino la apertura a la pura gra-cia que se ha de recibir con humildad yen fe desnuda. No es la afirmación en lacalidad o cantidad de los ejercicios deoración lo que funda el valor de la ora-ción cristiana, sino la limpia disposicióna la gracia gratuitamente recibida. Adenunciar los “ramos de soberbia ocul-ta”, de vanidad sutil, de avaricia y gulaespiritual, etc., dedica espléndidoscapítulos llenos otra vez de ironía y agu-dísimos en su penetración y denunciade la espesa trama de nuestros meca-nismos de defensa y autojustificación.Una de las piezas maestras sobre lastrampas de la oración, sobre su ambi-güedad e incluso sobre su miseria encuanto gesto humano, también inapro-piado para cumplir su pretensión deunirnos con Dios. Moldeado este gestohumano por la vida teologal de fe, espe-

ranza y amor, purificado y sencillo darámaduros frutos de gracia y belleza queregenera al hombre (N 2,12-13).

4. LA MEDITACIÓN. Entrar en la vidade oración es entrar en la → meditaciónde los misterios: “Lo primero traiga unordinario apetito de imitar a Cristo entodas sus cosas, conformándose consu vida la cual debe considerar parasaberla imitar y haberse en todas lascosas como se hubiera él” (S 1,13,3)Naturalmente nunca la oración es solomeditación. Es compromiso de ejercitarlo allí aprendido y recibido. La oracióntiende a cambiar al hombre para lacomunión con Dios, no a cambiar aDios. Considerar, conocer, discurrir,imaginar son actos del entendimientoque ha de ser elevado por la fe para queden de sí su valor teologal. Es lo queenseña el Santo en Subida 2,12,3; 2,15,verdadero tratado de la meditación.Alabanza de contemplación y menos-precio de la meditación habría que titu-larlo. Sin embargo hay que entenderque “a los principiantes son necesariasestas consideraciones y formas ymodos de meditación para ir enamoran-do y cebando el alma por el sentido... yasí le sirven de medios remotos paraunirse con Dios, pero ha de ser demanera que pasen por ellos y no seestén siempre en ellos” (S 2,12,5). Estaes la sustancia del pensamiento sanjua-nista. La meditación no es una forma deoración perenne, más bien es un estilode relación de trato con Dios para siem-pre, pues comporta reducción de Diosimágenes y pensamientos a ideas y pro-yectos nuestros. Como forma de ora-ción mental o vocal puede permanecerpero cambiando sus estilos y modos dedarse pues no es medio adecuado parala unión con Dios. Su mejor servicio es

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que habitúe al trato humilde con Dios,que vaya enamorando, que vaya dispo-niendo para la aparición de otro modode comunicación teologal.

5. LA CONTEMPLACIÓN. Es la formapor excelencia de oración sanjuanista.Es en ella el maestro por excelencia.Ésta es la que considera realidad per-manente en toda autentica oración, éstees el estilo respetuoso con el modo dedarse la verdadera experiencia religiosa.Sabe que hay muchos orantes que nisospechan que lo son y muchos quecreen tener oración carecen de ella (Spról. 6), por eso, busca ante todo ense-ñar este modo de orar que es válidopara ejercerlo sobre todas las mediacio-nes y bajo todas las demás formas deoración: vocal, mental, litúrgica, perso-nal, “lectio divina”, rito corporal, etc.

La oración contemplativa se com-pone ante todo de ejercicio de fe,esperanza y amor. Se educa conaprendizaje del recogimiento y de losactos anagógicos de la fe; se aprendey adquiere inicialmente mediante elejercicio perseverante de la medita-ción. De hecho es el fruto (sobre)natu-ral y esperado de la meditación y decualquier otra forma inicial de oración.Es la meta y es la sabia de todos losactos religiosos. “Ya el alma en estetiempo tiene el espíritu de la medita-ción en sustancia y hábito. Porque esde saber que el fin de la meditación ydiscurso en las cosas de Dios es sacaralguna noticia y amor de Dios ... y vie-nen por el uso a continuarse tanto, quese hace hábito en ella... por el uso seha hecho y vuelto en ella en hábito ysustancia de una noticia amorosageneral, no distinta ni particular comoantes. Por lo cual, en poniéndose enoración, ya, como quien tiene allegada

el agua, bebe sin trabajo en suavidad,sin ser necesario sacarla por los arca-duces de las pesadas consideracionesy formas y figuras. De manera que, lue-go en poniéndose delante de Dios, sepone en acto de noticia confusa, amo-rosa, pacífica y sosegada, en que estáel alma bebiendo sabiduría y amor ysabor” (S 2,14,2). La descripción escompleta y suficiente para entender dequé habla el Santo. Aunque contem-plación es una noción de tal magnitudy porte que desborda su consideraciónceñida al estrecho margen de las for-mas de oración podemos decir queante todo contemplación es el modode toda gracia verdadera. Es noticiaamorosa y en la noche, es decir, sinparticipación discursiva y sensitiva.

En el conjunto de la pedagogía san-juanista esta gracia y la disposiciónnecesaria para ella que a veces toma elmismo nombre ocupa el más alto rangoen su escala de valores y por tanto sumás alto aprecio. Funciona como el ide-al que asintóticamente busca incesan-temente el orante.

6. LAS SEÑALES. El inicio de estanueva comunicación de Dios es untópico que le ha preocupado por tresveces al menos y hasta parece por elprólogo de la Subida que es la razónpráctica de sus libros. S 2,12-15, N 1,9-10 y LlB 3,31-67 se ocupan de esta eta-pa sumamente delicada y desconocidapor los guías espirituales de su tiempo.No hay que repetir aquí las señales deaparición de la contemplación purgati-va o de la contemplación serena: bási-camente se resumen: la primera, nopoder meditar, cesa la concentración yaparece una extraña sensación de noavanzar; la segunda, no encontrar gus-to en las cosas de Dios, pero tampoco

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en las profanas, sequedad y la terceraen medio de todo una fuerte solicitudpor entregarse a Dios con fidelidad. Siéstas se dan juntas, el autor recomien-da confiar y esperar en que Dios está alfondo de estas sensaciones. La con-templación purgativa e infusa hace suaparición. Dios prepara su morada.

La esencia está definida así: en lacontemplación “de secreto enseña Diosal alma y la instruye en perfección deamor, sin ella entender cómo es estacontemplación infusa; por cuanto essabiduría de Dios amorosa” (N 2,5,1).“Contemplación no es otra cosa queinfusión secreta, pacífica y amorosa deDios que si le dan lugar inflama al almaen espíritu de amor” (N 1,10,6). Se tratade la buena forma de oración si así sepuede llamar a esta comunicacióngeneral, honda, sencilla, eficaz y pasiva.Se trata de la actuación divina de la vidateologal.

Un resumen de las prácticas reco-mendadas y actualizadas: “Con lasvarias indicaciones que da el autor,podemos sugerir algunas orientacionesprácticas para actuar esta forma de ora-ción contemplativa a quien se encuen-tran en ella o en condiciones de entrar.a) Contenidos y conocimientos del mis-terio, asimilados por vía de lectura,reflexión, celebración, experiencias devida. b) Una cierta madurez en el recogi-miento teologal habitual, que alcance atodas las actuaciones de la existencia, yno solamente a la práctica de la oración.c) Capacidad espiritual de entrar encomunión interpersonal profunda, aniveles de actuación psíquica relativa-mente independientes de la imagina-ción. d) Contacto prolongado, mental yafectivo, con las mismas realidadesvivas: Dios, Cristo, los misterios, ciertas

verdades; y no variar a cada momento,como si fueran temas de meditación. e)Gradualidad en la transición del discur-so a la mirada silenciosa; incluso, aban-donar del todo el discurso, ya que éstepuede servir de soporte permanente a laadvertencia amorosa, manteniéndolocon moderación. f) No inquietarse porlos movimientos de los sentidos y de laimaginación; pero tampoco valorar laexperiencia nueva según el criterio de lagratificación sensible. g) Saber esperaren la más completa gratuidad”. (F. RuizSalvador, Místico y maestro. Madrid1986, p. 219).

Esta es la cumbre de la oración san-juanista y es también la medida de laverdadera vida teologal. Su crecimientoen calidad se expresa en este estilo deoración que penetra todos los demásespacios de la relación religiosa. En lanoche oscura la oración también sufre elmismo oscurecimiento que todos losdemás elementos de la relación conDios. La purgación a que se ve someti-do el hombre llega hasta el extremo desofocar la misma posibilidad de orar. Noes tiempo ni de eso. Sólo la fuerte ysilenciosa fidelidad cabe entonces.Describe así: “Ni puede levantar afectoni mente a Dios, ni le puede rogar pare-ciéndole ... que ha puesto Dios unanube delante porque no pase la oración... Y si algunas veces ruega, es tan sinfuerza y sin jugo, que le parece que ni looye Dios ni hace caso de ello... A la ver-dad no es éste tiempo de hablar conDios, sino de poner, como dice Jeremías(Lm. 3,29), su boca en el polvo, si porventura le viniese alguna actual espe-ranza, sufriendo con paciencia su pur-gación. Dios es el que anda aquí hacien-do pasivamente la obra en el alma; poreso ella no puede nada. De donde ni

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rezar ni asistir con advertencia a lascosas divinas puede, ni menos en lasdemás cosas y tratos temporales” (N2,8,1).

Pasada la purificación pasiva la ora-ción entra en un riquísimo despliegue dematices y valores. Las canciones finalesdel Cántico y la Llama hacen referenciaa que la vida espiritual se resuelve enejercicio de amor y las fronteras de lavida y la oración se pierden. La alaban-za, el agradecimiento y la adoracióncomponen la meta final de este procesode disposición del hombre para orar eindican la última respuesta del hombreen estado de unión con Dios: “Los ami-gables regalos que el Esposo hace alalma en este estado son inestimables, ylas alabanzas y requiebros de divinoamor que con gran frecuencia pasanentre los dos son inefables. Ella seemplea en alabar y regraciar a él; él, enengrandecer, alabar y regraciar a ella”(CB 34,1).

BIBL. — F. RUIZ, Místico y maestro, Madrid,EDE, 1986, p. 207-232; A. RUIZ San Juan de laCruz, maestro de oración, Burgos, Monte Cramelo,1989; C. TONNELIER, Prier 15 jours avec Jean de laCroix, Paris, Nouvelle Cité, 1990; A. BELLENA,“Orazione e contemplazione in S. Giovannie dellaCroce”, en Palestra del Clero 70 (1991) 515-524;M. HERRAIZ, La oración, palabra de un maestro: sanJuan de la Cruz, Madrid, EDE, 1991, 138 p. Id. “Laoración experiencia teologal”, en Experiencia ypensamiento en San Juan de la Cruz, Madrid,1990, 195-223. AA. VV. Carmel 62 (1991); E.LARKIN, “The prayer Journey of John of the Cross”,en Juan de la Cruz, espíritu de llama, p. 705-717; S.PAYNE, “The tradition of Prayer in Teresa and Johnof the Cross”, en Spiritual Tradition for the cotem-porary Church, Nashville, Abingdon Press, 1990, p.235-258; D. POIROT, “Jean de la Croix, guide pourla vie. Prière et demarche spituelle”, en Mystique etpédagogie spirituelle. Ignace, Thérèse, Jean de laCroix. Colloque public du Centre Sèvres, Paris,Mèdiasèvres, 1992, p. 29-43.

Gabriel Castro

Ortografía sanjuanista

No pasan de un puñado las páginasautógrafas de JC llegadas hasta hoy. Encomparación con santa Teresa y otroscontemporáneos, puede considerarse,en este sentido, muy desafortunado. Nohace al caso indagar aquí a qué se debesemejante penuria. Material tan reduci-do no impide estudiar sus hábitos y ten-dencias al escribir. Aquí no interesa elaspecto literario o estético, ni siquiera elgramatical. La indagación se limita almenos estudiado: el de su grafía-orto-grafía.

No es posible buscar en él la pre-ceptiva moderna. Tampoco un rigor niuna uniformidad que le coloquen fuerade su ambiente histórico, caracterizadoprecisamente por un acelerado ritmo deevolución en la lengua española. Lanotable libertad imperante en su tiempojustifica sobradamente las fluctuacionesortográficas fáciles de detectar en lapluma sanjuanista.

La mejor prueba de los modosentonces imperantes nos la ofrecen losapógrafos y los numerosos trasladosmanuscritos de sus escritos e incluso enlas primeras ediciones. Hasta los ama-nuenses que se esfuerzan por extremarla fidelidad al texto se desentienden dela ortografía. Cada uno copia tan libre-mente como compone sus propiosescritos. Comparando los apógrafos ycopias realizadas a partir de los autó-grafos de JC se comprueba, sin génerode duda, que la mayor exactitud en latransmisión del texto no está en relacióncon una mayor fidelidad a la ortografíade los originales.

La penuria de autógrafos ha influi-do inconscientemente en la creenciageneralizada de que no existe base sufi-

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ciente para un estudio aceptable de laortografía sanjuanista. No puede ser,evidentemente, exhaustivo, pero sí ofre-cer pautas interesantes para su compa-ración con otros autores de la época ypara las investigaciones lingüísticas.Puede abrir incluso pautas y criteriospara una edición crítica.

Rehacer la clave ortográfica de JC abase de las exiguas páginas salvadasde la avaricia del tiempo y de elementosdestructores exige un proceso largo yfatigoso. Impone un análisis minuciosode todos los autógrafos conocidos, exa-minándolos letra a letra y palabra porpalabra. Sintetizaremos los resultadosobtenidos, apuntado sólo las imprescin-dibles constataciones para orientacióndel lector.

Piezas autógrafas

Un primer dato a tener en cuenta esque casi todos los autógrafos conoci-dos actualmente proceden o tienen suorigen en la misma región donde com-puso la mayor parte de sus obras, esdecir, Andalucía. Son además textoscorrespondientes a un arco de tiemporelativamente breve y, por ello, próximosentre sí cronológicamente. Nada tanrazonable como suponer uniformidadde criterios en la escritura, sin excluirposible evolución e incluso cambiosvoluntarios o involuntarios. La escrituraen Andalucía, con fonética y ortografíatan diferente de la castellana originariade JC, ha podido influir en algunos delos fenómenos ortográficos de su plu-ma, pero queda al margen de estas con-sideraciones. Son siempre difíciles deestablecer las relaciones entre fonemasy grafemas incluso no sólo en la mismaregión sino también en el mismo autor.

El campo de exploración se reducea la serie de piezas autógrafas, des-iguales en la extensión y en el conteni-do, lo que ha de tenerse en cuenta paralo que aquí interesa. No descendemosa minuciosas descripciones de cadapieza, remitiendo para detalles esencia-les de fácil verificación a la entrada→ autógrafos y a la → bibliografía alfinal de ésta.

Las páginas autógrafas conocidasde JC pueden agruparse en varias sec-ciones de índole notablemente diferen-te: una serie de 14 cartas (Ct); otra de 4documentos oficiales (Dc); 22 páginaspertenecientes al escrito conocidocomo Dichos de luz y amor (abreviado,Avisos= Av); una serie de correcciones yapostillas al manuscrito del Cánticoespiritual conservado en Sanlúcar deBarrameda ( S/S*); y copia de un frag-mento (unas 24 páginas) de la autobio-grafía de Catalina de Jesús (Bg), con-servada en el Carmelo de Begoña(Bilbao)

Dichos de luz y amor (Av =Avisos)

Es el autógrafo más extenso eimportante de JC. Se cree escrito entre1578 y 1580. Se guarda en la Iglesia deSanta María la Mayor de Andujar (Jaén).Está mutilado al principio y al fin, y estáformado por un cuadernillo de 12 ff. (24p.) en 8º. Contiene una serie de 78/79avisos espirituales. El título que figurahabitualmente en las ediciones moder-nas se toma de una copia manuscritaque se conserva en el Archivo Silverianode Burgos (119/A). De la misma se tomatambién la primera página, o prólogo delas ediciones, ausente en el autógrafo.Éste ha sido reproducido mecánica-mente en varias ocasiones y por diver-sos autores (cf. bibl. final).

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Cartas (= Ct)

Van numerada por el orden cronoló-gico de su escritura. De las que ha des-aparecido el original, existe una o variasreproducciones modernas por mediosmecánicos, además de la transcripciónen diversas ediciones.

– Ct 1. Fechada en marzo 1582,está escrita en Los Mártires de Granadaalgunos meses después de llegado allíel Santo. Dirigida a una hija espiritualsuya que probablemente hay que iden-tificar con María de Soto, beata deBaeza. El autógrafo se conserva actual-mente en el convento de las MM.Carmelitas Descalzas de Gmunden(Austria). El historial y la descripciónminuciosa pueden verse en la revistaEphCarm 11 (1966) 491-506. Repro-ducción fotográfica entre p. 504-505.

– Ct. 2. Escrita en Sevilla y dirigidaa la M. Ana de san Alberto (enCaravaca), está fechada en junio de1586. Se conservó el autógrafo, enposesión de la marquesa de Reinosa(Madrid) hasta el 1936. No se ha vueltoa saber nada desde entonces.Podemos estudiarla a base de la foto-copia publicada por el P. Silverio, entamaño reducido (BMC 13 apéndices),quien da una detallada descripción dela misma (ib. p. 256-256, not.) seguidamuy de cerca por los editores posterio-res. Pese a la reducción del formato lafoto es de suficiente garantía para elestudio ortográfico.

– Ct 3. Escrita en Granada el 8 defebrero de 1588 y dirigida a la M. LeonorBautista de Beas; se conservó el autó-grafo hasta 1936 en el convento de lasMM. Carmelitas de Barcelona. Poste-riormente no se ha vuelto a saber nadade él. Queda, como base de estudio, la

reproducción fotográfica en el P.Gerardo (p. 48-49), bastante clara aun-que imperfecta y en formato reducido,ya que el original era de 310 x 230

– Ct. 4. Está fechada en Segovia el9 de noviembre 1588 y dirigida al P.Ambrosio Mariano. El autógrafo seguarda en el convento de las MM.Carmelitas Descalzas de Ávila (sanJosé). Aunque no muy lograda, puedeservir para el estudio la reproducciónfotográfica del P. Gerardo (p. 50-52).

– Ct 5. Escrita en Segovia el 28 deenero de 1589 y dirigida a doña Ana dePedraza, perteneció a las CarmelitasDescalzas de Turín, pasando luego a laslos Descalzos de Conseca (Milán).Bastante deteriorado el autógrafo,cuando lo fotocopió el P. Gerardo (p. 54-57) ha sido restaurado por el Instituto dePatología del Libro de Roma en 1962.

– Ct. 6. Escrita en Segovia a prime-ros de 1589, a destinatario desconoci-do (probablemente a M. Ana de laCruz), ha corrido un periplo históricomuy accidentado, hasta que ha vuelto alas MM. Carmelitas del convento de laImagen en Alcalá de Henares. Se hallaen estado lacunoso y no ha tenido lasuerte de ser reproducida conveniente-mente, ya que la edición litográfica deVicente de la Fuente (Madrid 1883) y lareproducción en ella basada que apare-ció en el MteCar 19 (1916) 367-370 soninsuficientes para su estudio. Hay queacudir directamente al original de295x195 mm.

– Ct. 7. Escrita también en Segovia,con fecha del 7 de junio de 1589, y diri-gida probablemente a la M. María deJesús, en Córdoba, se conserva en lasMM. Carmelitas Descalzas de Bruselas(Carmel Royal). Ofrece buena reproduc-

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ción fotográfica, Silverio, (BMC 14,apéndices) aunque reducido el formato.

– Ct. 8. Escrita también en Segovia,el 18 de julio de 1589, y dirigida a la mis-ma destinataria que la anterior, se con-serva actualmente en el convento deCarmelitas Descalzas de Córdoba.Reproducida en Gerardo (p. 59-60).

– Ct. 9. Carta dirigida, con fecha 12de octubre de 1589, desde Segovia aGranada a Juana de Pedraza. El autó-grafo, un tanto deteriorado, lo guardanlas MM. Carmelitas Descalzas deValladolid. Una mano extraña (cierta-mente antigua) escribió al margen endirección vertical respecto a la escrituradel santo: «carta original de nro. sto. P.efray Juan de la +». Al deteriorarse el tex-to se han recompuesto dos líneas conletras arregladas y que no responden alverdadero autógrafo. Así, lín. 14 y 43 y50. Incluso se introducen formas orto-gráficas extrañas al Santo, como«potencias» (lín. 43). La reproduceGerardo (p. 66-70).

– Ct. 10. Carta sin fecha ni destina-tario. Suele colocarse entre 1589 y1590, y se considera destinada a “unapersona que padecía escrúpulos”. Elautógrafo se conserva en el archivo delas MM. Carmelitas Descalzas de SantaAna (calle Aranaz) de Madrid, con el n.9. Reproducción bastante deficiente enGerardo (p. 74-76), y según formato ori-ginal, en Silverio (BMC 13, apéndice).

– Ct. 11. Dirigida desde Madrid a laPriora de Córdoba el 20 de junio de1590, se conserva todavía en el mismoconvento de destino. También existedoble reproducción: reducida y pocoexacta en Gerardo (p. 62-64), excelentey al natural en Silverio (BMC 13, apén-dice).

– Ct. 12. Carta escrita entre junio-julio de 1591 en Segovia y dirigida a l M.María de la Encarnación, priora deSegovia. El autógrafo en buen estadode conservación en las CarmelitaDescalzas de Antignano (cerca deLivorno, Italia). La dio a conocer TomásÁlvarez en Ephemerides Carmeliticae 24(1973) 402-411, con transcripción en p.412-413, y reproducción fotográficaentre p. 430-431 (por equivocación tipo-gráfica, fuera de lugar). Ha sido restau-rado el autógrafo por el citado Institutode Roma en 1973.

– Ct. 13. Se trata de un fragmentode un billete espiritual que se conservaactualmente en las Carmelitas Descal-zas de Nápoles (ahora via Arco-Mirelli),Escrita en La Peñuela, lleva fecha del 22de agosto de 1591 y va irigida, a lo queparece, a una de las hermanas Soto,Ana o María.

– Ct. 14. Es la última carta delSanto llegada hasta nosotros. Estáescrita en La Peñuela el 21 de septiem-bre de 1591 y dirigida a Dña. Ana delMercado y Peñalosa, residente enton-ces en Segovia. Se conserva en lasMM. Carmelitas de Salamanca. Repro-ducción reducida en Gerardo (p. 72);en tamaño natural en Baruzi (Apho-rismes p. XXIV). Se ha perdido algúnrenglón al acomodarla a un relicario. Ensu restauración moderna se ha podidorehacer parte del texto autógrafo muti-lado, antes desconocido por la razónindicada.

Podría añadirse a esta lista otra car-ta autógrafa en lamentable estado deconservación en un pequeño reliquiarioovalado propiedad del convento de lasMM. Carmelitas Descalzas de Sanlúcarla Mayor (Sevilla). Los deterioros sufri-dos al querer acomodarla al relicario

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impiden su exacta interpretación orto-gráfica si bien la lectura del texto puedesuplirse en parte por copias antiguas,como la existente en Montserrat (cf.Lucinio, 6ª ed. p. 380-381). No ha sidoposible aprovechar aquí su auténticaescritura al no existir reproducción algu-na fotográfica o mecánica. Se sabe queestá escrita en Madrid en el mes dejulio, probablemente de 1590.

Documentos oficiales (=Dc)

En el desempeño de su oficio desuperior local, vicario provincial o miem-bro de la Consulta, JC extendió bastan-tes documentos de índole oficial, ade-más de firmar en actas de profesiones yen otros libros conventuales. La mayoríade los documentos procedentes de suscargos están extendidos por su secreta-rio de turno, y firmados por él; algunosestán escritos integralmente de su puñoy letra. Tales los siguientes:

– Dc. 1. Se trata de la facultad con-cedida a las MM. Carmelitas Descalzasde Sevilla para hacer contratos sobrelegítimas y bienes. Fechado en Granadael 15 de diciembre de 1585. Se conser-va el autógrafo en el Archivo deProtocolos de Sevilla, donde lo hemosconsultado personalmente, aunque sereprodujo, con bastante deficiencia, enel Boletín Carmelitano (San FernandoCádiz) en su n. 22 del 15 de abril de1929, p. 10. Lo editó en forma moderni-zada el P. Silverio, BMC 13, p. 298. Estáregistrado en la notaría de D. AlonsoCívico.

– Dc. 2. Acta de profesión de Maríade san Alberto en las Carmelitas Des-calzas de Granada, escrita toda ella,incluida la fórmula (pero exceptuandolas firmas) de puño y letra del Santo. Se

halla en el Libro de profesiones de dichacomunidad granadina. Hace el n. 8 yocupa el f. 8r.

– Dc. 3 Acta de profesión de la her-mana Ana de Jesús, en el mismoCarmelo de Granada, con fecha 19 demarzo de 1586. Se guarda en el mismoconvento y en idéntico lugar que laanterior (n. 9, f. 9r).

– Dc. 4 Licencia para la profesión deIsabel de santa Febronia (Freile) en elconvento de las Descalzas de Sevilla,donde se guarda actualmente el autó-grafo. Está expedida en Granada confecha 29 de marzo de 1586. Existereproducción en Gerardo (p. 82).

– Dc. 5. Curioso texto con el recibode unos objetos de sacristía, extendidopor el Santo en Segovia el 14 de diciem-bre de 1588. Conservan el autógrafo lossucesores de la familia Peñalosa y sereprodujo en fotocopia en el Mensajerode santa Teresa y san Juan de la Cruz, n.11, 7 (1929-30) p. 353. Es suficientepara el estudio ortográfico.

En los libros conventuales de Beasse conservan varias anotaciones autó-grafas de JC, como en la profesión n°.15 (cf. MteCar 72 (1964) p. 464, not. 45);pero son de poca extensión y no apor-tan datos especiales. Por desgracia.algunos otros documentos similaresque llegaron hasta tiempos relativamen-te modernos han desaparecido o se hanextraviado. A los mencionados, hay queañadir el guardado en Sevilla hasta laedición del P. Silverio (BMC 13, 299) yactualmente sin paradero. Lo mismo hasucedido con el que se guardaba en1936 en las MM. Carmelitas Descalzasde Barcelona (p. 303-304). Dado que enlas ediciones se ha modernizado la orto-grafía no sirven para este estudio.

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De índole muy diferente son otrosdos escritos autógrafos de JC dignosde mencionarse aquí:

– El de escritura corriente, como laspiezas anteriores es el conocido moder-namente como Autógrafo de Begoña(Bg). Se trata de un largo fragmento(cap. 7-9) de la autobiografía de la car-melita de Beas Catalina de Jesús,copiado personalmente por JC y con-servado actualmente en el conventocarmelitano de Begoña (Bilbao). En laedición del P. Eduardo de santa Teresala reproducción del autógrafo ocupa laspáginas pares (24-28). El hecho de sercopia de otro escrito aminora el interésde este autógrafo, ya que JC pudocopiar al dictado o ser contaminado porel original que reproducía.

– Más que de un escrito autógrafohay que hablar de notas autógrafas alreferirse al manuscrito del CánticoEspiritual conservado en las Carmelitasdescalzas de Sanlúcar de Barrameda(S/S*). La elegante copia fue corregida yanotada en los márgenes y entre líneaspor JC, que escribió además de su puñoy letra esta advertencia en la portada deltraslado: “Este es el borrador de que yase sacó en limpio. Fray Juan de la +”.También ha sido reproducido mecánica-mente en dos ocasiones. Aunque estascorrecciones y anotaciones tienenextraordinario interés para la crítica tex-tual, son de menor utilidad para nuestrocaso, dados los condicionamientos deespacio, condiciones en que se colocanen las páginas y las mutilaciones de lasmismas a la hora de encuadernar elejemplar. Aclaran, sin embargo, nopocos casos de fluctuaciones ortográfi-cas.

Pese a su reducida dimensión,estas páginas permiten determinar con

suficiente exactitud un elevado coefi-ciente de normas ortográficas familiaresa la pluma sanjuanista. Carecen de inte-rés práctico para lo aquí intentado lasnumerosas firmas autógrafas puestas alfin de los documentos que refrendó elSanto con motivo de sus cargos y ofi-cios. Desdichadamente son muchas lasque la falsa piedad ha hecho desapare-cer por vía de la tijera.

Normas seguidas por JC

En medio de la anarquía ortográficadel siglo XVI, resulta factible distinguircon claridad entre las plumas cultas ylas iletradas. Basta comparar los apó-grafos de los escritos sanjuanistas paradarse cuenta de la distancia ortográficaque los separa. Dejando a un lado lacaligrafía, ya bastante elocuente por símisma, se advierte, apenas leídas unaslíneas, que la formación de los respecti-vos copistas era muy diversa. Las dife-rencias ortográficas no afectan única-mente a la categoría intelectual de losescritores, alcanzan también a los pre-ceptistas de la época. No por nada seha dicho que los siglos XVI y XVII cons-tituyen el periodo de confusión ortográ-fica de la lengua castellana.

JC es de los que escriben calamocurrente, pero posee una formación gra-matical y retórica que le permite mante-nerse a un nivel relativamente elevado sile colocamos en un diagrama ortográfi-co partiendo de la regularidad y de lamodernidad. Encontramos irregularida-des y fluctuaciones para nosotrosincomprensibles, pero en menor gradoque en otros contemporáneos. Susautógrafos registran arcaísmos ya casitotalmente superados en su tiempo,pero obedecen casi siempre a necesi-

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dades de expresión técnica. Existenhasta errores en que incurrió sin adver-tirlo. Hasta parece que no llegó a supe-rar nunca ciertas dificultades de transli-teración (como en la palabra concupis-cencia), acaso por influencia fonéticaambiental.

En contrapartida, sorprende con unnúmero notablemente alto de normasfijas en el uso de letras muy fluctuantesen su época. Sus autógrafos presentanel dato curioso de escribir invariable-mente ciertas palabras en cuya compo-sición entran letras sujetas a fluctuaciónen su misma pluma. En el primer casoestamos ante reglas o normas fijas desu ortografía (aunque quepa algunaexcepción); en el segundo, ante pala-bras y desinencias fijas o seguras, den-tro de la alternancia general. En amboscasos la norma ortográfica del Santocoincide unas veces con la establecidaen la preceptiva moderna y en otras seaparta de ella.

Comparando los autógrafos sanjua-nistas con la escritura moderna adverti-mos inmediatamente no sólo numero-sas diferencias, sino también irregulari-dad o fluctuación en su escritura. Lopropio sucede con las copias más anti-guas de sus obras. Un examen detenidode las piezas autógrafas permite fijarcon suficiente garantía ciertas normasmantenidas con regularidad frente aluso más arbitrario de las copias y deotros escritores contemporáneos. Setrata de ciertas reglas seguidas connotable uniformidad en la ortografíasanjuanista.

Dejando a un lado lo relativo a lapuntuación, acentuación, abreviaturas ysignos auxiliares de la escritura, las nor-mas fijas de esta ortografía puedenagruparse en dos apartados fundamen-

tales: reglas constantes en el uso deletras fluctuantes en su época y en lostraslados de sus escritos y lemas o for-mas gramaticales escritas normalmentede manera uniforme.

A. Reglas fijas en letras fluctuantes ensu época y en los mss.

No entran en consideración másque las letras con representación en losautógrafos. Prescindimos también delproblema de mayúsculas y minúsculas,al que aludiremos brevemente más ade-lante. La aparentemente reducida nor-mativa no debe desorientar. El cuadrode las letras fluctuantes es en sí reduci-do; en cambio, su densidad o frecuen-cia en cualquier escrito es muy vasta.En los autógrafos sanjuanistas merecenrelieve éstas:

– Grupo: b, u, v

El intercambio o trastrueque entreestas tres letras representa uno de losmayores índices de diferencias con res-pecto a la ortografía actual. JC resultamucho más regular y ordenado que losmss. de sus obras y la mayoría de loscontemporáneos. Si prescindimos dealguna palabra o forma gramatical (delas que trataremos luego) que puederepresentar excepción muy singular, elresultado a que nos conduce el examende los autógrafos sanjuanistas se expre-sa así:

a) JC no usa la v intermedia o inter-vocálica. La excluye siempre en mediode palabra, tenga el valor que tenga: deconsonante o sonido de vocal. La únicaexcepción lo es sólo aparentemente, yaque se debe a la forzada separación dela palabra en dos partes al final de ren-glón: toda vía, resultando inicial la v (Av14, 11; 20, 16 y Ct 12, 15). Es tanto más

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reveladora y sintomática esta regla yaque se repite en casos muy frecuentes:8 casos, al menos, del verbo volver; 6del vivir, 12 del olvidar, etc. La únicaexcepción pudiera ser olvidó (= olvidaAv 22, 15-16). Pero tiene perfecta expli-cación aún en este caso; se trata de unapalabra dividida al fin de renglón, sin elguión de la separación debida.Comienza nueva línea precisamente convida.

b) Consecuencia de esa norma esla de escribir con u, y no con v, la sílabafinal del imperfecto de indicativo, v. gr.yua, yuan, deseaua, faltaua. Tambiénaquí la única excepción es aparente yno real. Se trata de yva; pero es en unarreglo hecho por el Santo sobre iría enS* (66, 2).

c) JC nunca repite en la mismapalabra dos veces la b ni la v, aunqueexistan en la radical latina. Escribe:baruero, boua (= boba), biue, viuiendo,beuio (de beber), bouerias (Ct 12, 15),mientras la misma palabra latina la ponecon toda intención y rigor con dos b-b,corrigiendo la v inicial que trazó elcopista de S en vibes, restituyendo elSanto bibes.

d) Repite sólo la u, sea alternada,(v. gr. uiuos), sea seguida (estuuo), pro-bablemente para evitar el uso de la vintermedia (estuuiera Ct 12, 9).

Además de estas reglas fijas pode-mos determinar un buen número depalabras y formas gramaticales usadascon uniformidad en los autógrafos san-juanistas, según se dice más adelante.

– Grupo: c, c, z

Frente al empleo tan inconstante yarbitrario de estas letras - interdentales,sordas y sonoras - en los mss. sanjua-

nistas y en los escritores del siglo XVI,JC observa unas normas sorprendente-mente regulares. Pueden reducirse a lassiguientes:

a) Escribe c (y no ç ni z) antes de lasvocales e, i, cualquiera que sea su soni-do y colocación. Los casos registradoscon absoluta normalidad suman cente-nares. Apenas puede considerarsecomo excepción el hiçe de Bg (28, 8)por razón de su entidad y además portratarse de copia de otro escrito, aun-que se trate de un autógrafo. La verda-dera excepción la constituye el fenóme-no inexplicable de la Ct. 6. En ella hayvarias palabras que se mantienen fielesa la norma seguida inviolablemente entodos los demás autógrafos: necesariolin. 18, acerca, 21, discreción, 23, abo-rrecimiento, 23. Pero en la misma cartausa también la ç en lugar de la c y de laz (incluso en algunas de las palabrasescritas con también con c sencilla:aborreçe, mortificaçión, cansançio, pre-çiosa). No es fácil explicar esta rupturade la norma seguida habitualmente.Acaso tenga algo que ver el mal estadodel original y las defectuosas reproduc-ciones del mismo por Vicente de laFuente y Gerardo.

b) JC escribe cedilla (ç) regularmen-te antes de a, o y u (con equivalencia dex, z). Los rarísimos casos, frente a unarepetición nutridísima, parecen descui-dos u olvido (cosa frecuente en la época)del rasgo de la cedilla. Sólo hemos loca-lizado estas dos transliteraciones, queconfirman la regla: reçulen (Av. 34, 13 porrelucen) y dulçura (Av. 24, 10).

c) En los autógrafos sanjuanistas laz se usa únicamente al fin de palabra (enlos casos que la llevan hoy, salva laexcepción por influjo andaluz de gonça-les Dc. 3, 7) y al final de sílaba seguida

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de consonante, generalmente c (comoen nazca, mezcla). No se registranexcepciones a esta regla, pese a laextraordinaria frecuencia del uso. Esnorma bastante generalizada en el sigloXVI, y la siguen con sustancial uniformi-dad los apógrafos del Cántico.

– Grupo: c / q

El uso de estas letras en JC es, engeneral, coincidente con el actual, fuerade los casos señalados adelante entrelas fluctuaciones. En él, en los mss.desus obras y entre sus coetáneos vacila-ba el empleo de ambas letras antes deu, es decir, en el primitivo sonido velarde la c, seguida de fricativa labial. JCpuede contarse entre los que mantienenla norma etimológica o culta, escribien-do q por c, tanto si mantiene el sonidode u (= qual, qualesquier, quanto, quan-do, quatro) como si es sorda (= quinto).Por semejanza fonética escribe indistin-tamente: cuenta (2 veces), acuenta yen-quenta, aquenta (una vez cada caso).

– Grupo: f > h’ > h

a) JC se muestra bastante indecisoen la escritura de la h, incluso cuandosu presencia en la raíz latina podía ser-virle como norma etimológica. En susautógrafos nos encontramos, por ejem-plo, con erencia, verfano, auer, este ver-bo en todos sus tiempos y formas.

b) Es constante y uniforme en eluso de la h proveniente de la f etimoló-gica a través de la h aspirada (= f > h> h). Por ello escribe correctamentehacer (en todos los modos, tiempos ypersonas con la excepción de fecho,(Dc 1, 8), explicable por el tenor típicode los documentos, huir, etc. Mantienecuriosamente la h en herrar y hierre (de

error) probablemente por asonancia con“herrar / hierro”.

– Grupo: g, j, x

Esta terna de consonantes, perdien-do poco a poco su carácter prepalatal,sirvió de punto clave en la evoluciónfonética del atlas lingüístico español.Con las alternativas b, u, v / c, ç, z danel mayor coeficiente de fluctuaciones eirregularidades ortográficas en la épocadel Santo y en los mss. de sus obras.También en este caso JC se atiene anormas prácticamente fijas, a saber:

a) En los autógrafos sanjuanistasnunca se usa la g si no es antes de e yde i. No hemos advertido excepciones.

b) Es constante y uniforme el usode la j antes de las restantes vocales. Laúnica excepción gusticia (Av 26, 24) esdesliz manifiesto, frente al módulo fijomantenido en esa palabra. Dos líneasantes aparece en la forma justicia.

c) La x es de uso excepcional en laspáginas autógrafas. Aparece regular-mente sólo en la palabra exercicio /exercitar, registrada, por lo menos, cin-co veces, y en perplexidades (Ct 12, 6).Es también regular la x etimológicaseguida de consonante, como excelen-cia, exceso, etc.

Dos curiosas excepciones se alejande estas normas. Escribe: moxca (Av12, 16) y floxa (Av 26, 13). La primera esun arcaísmo corriente todavía en plenosiglo XVI; la segunda puede significar unresiduo de la forma fluctuante o tambiéninflujo ambiental de Andalucía, dondeabundaba el fenómeno.

– Grupo: i / y

JC es uno de tantos indecisos en eluso intercambiable de ambas letras, sin

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atenerse al sonido de vocales, semivo-cales o consonantes presenta, sinembargo, ciertas normas fijas en suescritura:

a) La i inicial, mayúscula de nom-bres propios, la escribe siempre como Y.Tenemos: Ynes, Ysabel (4 veces), Ysaac(pero la abreviatura isa. = isaías, S* 162,3).

b) La y final aparece sólo en mono-sílabos, a la moderna, v. gr.: doy, voy,etc. En consonancia con esa regla escri-be siempre ay/hay, tanto en el adverbio(= ahí), como en el verbo (= hay).

c) También escribe correctamente,en consonancia con las normas actua-les, y en lugar de i, en medio de palabra,siempre que es semi-vocal o aconso-nantada. Por ejemplo: mayor, suyo (entodas las formas).

En los demás casos fluctuantes ensu tiempo, el Santo se muestra inseguroe inconstante, pero ciertas palabras quelas escribe siempre de la misma mane-ra. Los mejores traslados de sus obrasconcuerdan sustancialmente con el usosanjuanista de la primera regla.

– Grupo: s / ss

Asentado definitivamente en el sigloXVI el superlativo -issimo, el Santo lousa constantemente con la ortografíalatina de la ss doble. No la frecuenta enotros casos.

B. Vocablos y formas gramaticales deuso regular

Según los criterios anteriormentepropuestos deben considerarse normasconstantes de la escritura sanjuanistalas palabras y formas gramaticalesescritas constantemente de la mismamanera, tanto si recurren en ellas gru-

pos ortográficos fluctuantes (como en elcaso de las letras b, u, v) como si se tra-ta de términos que no caen en la norma-tiva anterior.

Para que podamos contar conreglas fijas es necesario que cada unade los casos registrados tenga relativafrecuencia. Cuanto mayor es el coefi-ciente, más segura es la norma ortográ-fica. Requisito mínimo es que se repitade idéntica forma tres veces por lomenos y no haya excepción alguna. Seanota algún caso de menor frecuencia,pero no con valor de regla fija, a losumo, de probabilidad.

En sentido inverso cabe aceptarcomo ortografía seguramente sanjua-nista, aunque no se llegue a la presenciaseñalada en los autógrafos, la escriturareclamada por la versificación y registra-da como segura en la reconstruccióntextual a base de los mejores mss. Tales el caso de las formas contractasfuerdes, vierdes, tenellos, etc.No existeautógrafo alguno poético; sólo correc-ciones autógrafas en sus poesías.

En los lemas que siguen se indica laestadística correspondiente, sin señalaren cada caso su localización, si no es encaso dudoso o que lo exija algún otromotivo. No debe olvidarse lo dicho delautógrafo Bg, que ofrece algunas irregu-laridades, como ymagen (8 casos).

a) Transliteraciones habituales o cons-tantes

– cibdad, según el uso más corrienteen su tiempo, en lugar del modernociudad (Ct 2,13. 22; Dc 1,11; Dc6,22).

– cuydado(s), con una presencia biennutrida de 18 casos en ambos géne-

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ros y números, y sin ninguna excep-ción.

– escura/o, preferido en cuatro casos(con escuras y escurece) al modernooscuro.

– freyles, así en otras cuatro ocasiones,sin representación de frailes, quizáscomo plural de fray normalmente,especialmente en la cartas.

– monesterio, presente tres casos,frente a un monasterio, menos segu-ro por su lugar Bg (48,2).

– quiriendo, repetido invariablementeen cinco ocasiones (Av 60, 8; Ct 15,15, 23, 24, 28).

– priesa, está representado por losmenos en tres casos, prescindiendode Bg (Ct 2, 4 y 10; Ct 13, 18; Bg 30,6).

– recebir, usado así uniformemente enel infinitivo, en perfecto de indicativoy en el las demás formas verbalesque carecen de la i en la segunda ytercera sílaba, como en recibiendo =Ct 11, 33 etc.

– reynar / reyno tres casos entre ambasformas, pero sin excepción alguna.(Av 12, 3 y 38, 13; S* I, 225, 2-3); tam-bién rey en (Bg 46, 18).

– tiniendose, que aparece en doscasos (además de una presencia enBg), a saber: Av 10, 15; Ct 9,27); quetiene apariencias de forma fija delgerundio tener.

– yglesia, que aparece así invariable-mente en cinco ocasiones y sin nin-guna excepción (Ct 2, 17 y 22; Ct 9,49; Bg 28, 20 y 34, 16).

– yr presenta 13 casos en diversosmodos y tiempos, con la únicaexcepción de ido (S* II, 71, 1) y quees fácil explicar por tratarse de

corrección de la escritura preceden-te. También se da en Bg (44, 19, etc.).

b) Otras formas ortográficas de usoconstante

– aduerso, con dos casos, uno singulary otro plural (Av 32, 4; 36, 2) a los quepueden añadirse el dudoso de Ct 24,8.

– aduerteneia, representada en cuatrocasos (Av 18, 20 y 26; Ct 10, 15 y 20).

– ay (= ahí), aparece así en las ochoocasiones en que se usa comoadverbio y a las que se deben añadirlas formas del verbo haber. Sinexcepciones en ambos casos.

– aora registrado en 25 casos, y sinexcepción alguna, tanto para eladverbio como para la conjunciónadversativa. Sólo encontramos unahora interlinear (Av 42, 6-7); en otrolugar aparece haora (Ct 9, 26); hora,nombre sustantivo, registra doscasos con h, a la moderna, y ningunosin ella.

– aliuiar / aliuio, cuentan entre ambasformas 3 casos sin excepción algunaadvertida (Av 2, 19 y 23; Ct 4, 24).

– aprouechar, siguiendo la norma deevitar la v intermedia, se presenta asíen 8 casos correspondientes a diver-sos modos, tiempos y personas.

– atreuer / atreue dan juntos cuatrocasos idénticos al anterior (Av 40, 7;Ct 13, 20). A estas formas hay quereducir otras muchas por analogía,aunque no tengan suficiente repre-sentación estadística.

– auer, tiene una presencia insistente.Al menos en 54 ocasiones se escribeasí (sin h y con u) en diversos modos

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y tiempos. La casuística puede redu-cirse a los siguientes apartados:

• Salvo en dos casos (Av 40, 19;Ct 3, 14), escribe siempre sin h. Enuno de ellos es del verbo tener, no delauxiliar haber, en el otro está separa-do del participio por una palabraintermedia.

• Todas las formas que moderna-mente llevan b se escriben con u,incluso el futuro auré, aurá. Son 20casos sin excepción alguna.

• El subjuntivo presente se escribesiempre igual, con la y final; el pre-térito imperfecto y el futuro imper-fecto comienzan invariablementecon v aunque siga la u. Son clarosestos tres casos: Av 10, 21; Ct 9,60-61; Ct 10, 28.

• Teniendo en cuenta la notable fre-cuencia de este auxiliar, resulta degrande interés poder reducir areglas tan fijas y seguras su usoortográfico, que carece de identi-dad en la mayoría de los mss.

– breue / edad, con 6 casos en conso-nancia con la norma de omitir la vintermedia. Lógicamente siguenidéntica ortografía las formas deriva-das (Ct. 5, 47; Ct 10, 11 y 34; Ct 13,9-10, 28 y 47).

– conserue, recurre en un mínimo detres casos en singular y plural, y enconsonancia con la misma norma (Ct8, 12; Ct 10, 48; Ct 24, 25).

– conuenir, presenta 13 casos en todoslos modos y tiempos (incluido conue-niente) en confirmación de la citadanorma de los casos anteriores.

– conuento, que con conuentuales,aporta otros 9 casos a la norma que elimina la v intermedia.

– Córdoua, como nombre propio, apa-rece así en 6 casos (Ct 2, 3, 4, 11 y15; Ct 12, en el sobrescrito).

– deuer, presenta una estadística decuatro presencias en el indicativo yuna en el pasado con deuieron.Pudiera añadírseles otros dudosos(Ct 24, 5 Ct 2, 6; Ct 8, 29; Ct 9, 55; Ct10, 25).

– deleytes, aparece así en tres casos almenos (Ct 6, 29; 8, 13; 11, 22).

– diuino / dad, según la norma corrien-te recurre en 6 casos (más otro (en laCt 24, 11) y sin excepción alguna (Av14, 6; 20, 3; 42, 13; 44, 12; S* 119, 4;225, 15).

– enbiar, dentro de la fluctuación delgrupo m / n p, parece ser que en estapalabra se prefiere la n, aunque nohay suficiente estadística si elimina-mos Bg que aporta 11 casos explíci-tos. Claro en Ct 12, 4.

– estraño, aparece como forma invaria-ble al menos en cuatro casos, lo quees suficiente para retenerlo comosegura, al no hallar excepción.

– frayle(s), sin diferencia contraria pre-senta 6 casos manifiestos (Ct 5, 12;Ct 5, 30 y 31; Dc 4, 3, con el freyla deDc 3, 10 y en Bg 44, 11).

– leuantar, como era de esperar, por laregla conocida, aparece invariable enlos nueve casos en que se usa esteverbo en diversos modos y tiempos.

– lleuar, con idéntica representaciónque el anterior y en consonancia conla misma norma.

– marauilIa, tiene insuficiente represen-tación (con solos dos casos Ct 9, 13;Ct 13, 5) pero la analogía con la nor-ma de evitar la v intermedia ofrecebase segura para darla por forma

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constante. Cabe añadir la confirma-ción de Bg, de manera particular porel caso de p. 36, 3.

– mouer, ofrece 8 casos, sumado amouimientos (Ct 8, 9), repartidosentre los tiempos regulares e irregula-res.

– nouicio, con sus tres presencias (Ct4, 19 y 22-23; Ct 7, 6-7); la norma dela u por la v intermedia queda garan-tizada como forma segura.

– nueuo, resulta igualmente cierta porla misma norma y al menos tres pre-sencias explícitas (Av 44, 6; Ct 4, 30;Ct 7, 28).

– perseuerar, apenas dos casos explíci-tos, pero la regularidad de la normarepetida permite considerarla formacierta (Av 20, 11 y 44, 13).

– proprio / edad, con 10 casos (inclui-dos 3 de S*) y sin ninguna excepciónresulta segura frente a la fluctuaciónobservada en los mss.

– prouinciaI, arroja una estadística de 7casos en singular (Ct 4, 9; Dc 4, 2; Dc4, 15; Dc 1, 5; Dc 2, 4; Dc 3, 6).

– perfectión, con 8 casos, incluyendoimperfectiones (Ct 9, 31) está biendocumentada como forma fija queelimina sistemáticamente la asimila-ción de ct en cc, y que, por analogía,debe extenderse a las demás pala-bras de idéntica terminación, almenos como fluctuación. Escribe, encambio, perficionar (Av 78. 15)

– respecto, recurre en 5 ocasiones:cuatro corresponden al sustantivorespeto y una al adverbio respecto de(Av 18, 20; 34, 1; Ct 4, 27; Ct 11, 29;Ct 10, 31).

– segouia, con minúscula y u interme-dia aparece explícitamente en dos

casos (Ct 24, 15 dudosa, según lodicho, y Dc 7, 2). En la mayoría de lascartas autógrafas la abreviaturasuprime la sílaba final, pero dada laconsonancia con la norma de la u /ves de suponer la presencia de u eneste caso.

– serenas, aunque apenas puede adu-cirse más que el caso de S* II, 100, 6-8, la casi uniformidad de los mejoresmss. hace suponer que así lo escribíaJC, manteniendo la forma anticuadade sirenas.

– seruir / ido, con 10 casos, al menos,representan una forma indudable-mente segura, pese a la rarísimaexcepción del servía con la v interme-dia. Tiene cumplida explicación, sinrecurrir a casos de fluctuación, pordarse la circunstancia de que seescribe como si fueran dos palabras:ser al final de línea y sin trazo o guiónde unión, y via al comienzo del ren-glón siguiente. Estamos ante otrocaso similar al todavia, mencionadoanteriormente.

– seuilla, al igual que segouía y losdemás nombre propios, se escribecon minúscula. En cuatro ocasionesaparece tal como aquí se transcribe(Ct 2, 24 y 31; Dc 4, 7; Dc 5, 6).

– solenidad, con tres casos en una mis-ma carta (Ct 2, 12-13, 17 y 29-30) noparecen demasiada garantía parasentar un fenómeno constante.Quizás sean suficientes para autori-zar una fluctuación entre la formacorrecta y esta singular haplografía.

– suaue / idad, con tres casos explíci-tos (Av 20, 10; Av 2, 13; Av 22, 23),por tratarse de la regla fija de la u / vintermedias, parece norma segura.

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– temporal, con la presencia exclusivade tres casos, parece afianzarse den-tro de la fluctuación o alternancia delgrupo m /n, p, sobre todo si se aña-den los dos casos registrados detiempo (Ct 11, 9, 12 y 24; Ct 7, 17 y20).

– vn / vno / vna, con respectivos plura-les arrojan por lo menos 20 casosinvariables. Su condición de formasfijas se reafirma con la presencia devnico (Av 16, 17).

– vnir / vnión, con cuatro presenciasuniformes entre ambos. La manifiestaanalogía con la forma anterior apoyala regularidad, que se corrobora ade-más por el dato significativo de queen S* se corrige intencionadamenteun desliz usando esta forma (cf, II, 72,6; los casos aludidos en: Ct 11, 28; S*I, 225, 3-4; II, 76, 10-11).

– ualer, parece norma constante por losseis casos y la confirmación de unualor (Av 20, 21; 24, 25; 34, 24; Ct 1,27; Ct 5, 46; Ct 8, 23; Dc 1, 18).Probable excepción resulta valederas(Dc 5, 18) aunque quizás demasiadopoco para exigir la fluctuación.

– uanidad, presenta tres representacio-nes (Av 36, 19; 40, 18; Ct 6, 30).

– uenir, con seis casos en distintosmodos y tiempos parece suficiente-mente seguro, aunque no se excluyacierta fluctuación entre u / v. Pareceque prevalece claramente la v inicialen las formas irregulares del verbo enque la e está precedida de i, como enviene, fenómeno por lo demáscorriente en otros verbos similares,según se anota en el siguiente.

– uer, con 10 casos explícitos en diver-sos tiempos y modos implica usoconstante. La presencia de dos

excepciones en viendo y viendolaconfirma que ante ie (en las formasirregulares) prefiere la v a la u inicial.La regularidad de la u antes de la e enel mismo sonido se confirma con lapresencia uniforme del compuestodeueras y los dos casos de uencer ylos de uentura (Av 44, 3; 28, 12; Ct 2,55, más la dudosa 24, 21).

– uerdad / dero, se impone por la pre-sencia de 9 casos uniformes, pero untanto discutible por una excepciónsingular e inexplicable: verdadera-mente (Av 28, 11).

– uez /eces, con cuatro casos disper-sos en piezas muy diferentes se pre-senta segura (Av 12, 5; 16, 17; Ct 2,55; Ct 9, 63).

– vicario, al igual que las formas verba-les con i en la sílaba inicial, se inclinaresueltamente por la v en lugar de lau. Así lo atestiguan los seis casosregistrados y sin excepción alguna(aunque en algunos aparezca enabreviatura «vicº» (Dc 4, 2 y 15; Dc 1,2 y 26; Dc 2, Dc 3 ).

– vida, probablemente por idénticofenómeno aparece constantementecon v inicial en los dos casos docu-mentados y en los que se incluyen lascorrecciones interlineares de S* 12, 1;91, 9-10. El verbo vivir fluctúa, encambio, entre la b y la v.

– bolar / buelo, apenas cabe situarloentre las formas fijas, ya que sóloaparece en dos casos. Con todo, esmuy sintomática la frecuencia conque se reproduce así en los mss. Porello, y la analogía con otros similares,cabe preferir esta forma aunque nocomo exclusiva a la moderna vuelo /volar.

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– boluer, pese a su extrañeza deberetenerse como forma rigurosamentesanjuanista, ya que así se repite sinexcepciones en siete casos de diver-sos modos y tiempos. Probable-mente quepa la excepción en los queaparece la i, aunque siendo interme-dia no es seguro. Cierta confirmaciónproviene del buelta de Bg 48, 1.

– uos, con tres casos seguidos en lamisma carta y refiriéndose a Dios(Ct 5, 38, 39 y 42) no son demasia-dos para pensar en un uso constan-te; pero deben sumarse a la analo-gía favorable decididamente alempleo de la u por la v en este soni-do inicial.

– así, aunque fuera de su debido orden,cerramos esta serie con el casoimportante del adverbio así. Una vezasentada la concurrencia de las tresformas así, assí, ansí durante el sigloXVI, el uso se vuelve sumamentearbitrario y, dada la frecuencia conque se emplea, incide de manera sin-gular en la ortografía incluso de unmismo autógrafo. Mientras en losmss. del Cántico existe verdaderaanarquía, los autógrafos sanjuanistasnos sorprenden agradablemente conun uso absolutamente constante yuniforme. Pese a las innumerablesveces que recurre, se escribe eladverbio a la moderna, así. Trope-zamos con un esporádico ansi (Ct. 2,52) como única excepción. Ignora elassí, ya que no puede considerarseescritura del Santo el caso de S I,179, 8, pues su intervención se redu-ce al arreglo de la primera letra. Nohay por qué insistir en la importanciade esta norma ortográfica que permi-te repetir con seguridad esa palabratan usada.

Principales fluctuaciones en la orto-grafía sanjuanista

Aunque JC es más regular en suortografía que otros escritores de suépoca, no está al margen del típicomomento de evolución gramatical. Enél, como en la mayoría de los escritorescultos, los contrastes con respecto a laortografía moderna y el fenómeno de lasplurivalencias o alternancias se debe enbuena parte al problema de los cultis-mos latinos.

Superado el momento del idiomaconstituido a base de leyes fonéticas,cuya «actividad había caducado», que-dó pendiente durante siglos el problemade la pronunciación y de la escritura devoces latinas incorporadas al léxicocastellano. «Todo el periodo áureo -seha escrito autorizadamente- es épocade lucha entre el respeto a la forma lati-na de los cultismos y la propensión aadaptarlos a los hábitos de pronuncia-ción romance» (R. Lapesa, Historia de lalengua, p. 241).

Entre los metaplasmos de mayorincidencia en la evolución clásica hayque contar, sin duda, la asimilación y lacontracción. Los factores determinantesde la aféresis, síncopa, apócope, metá-tesis y sinalefa habían consumado yacasi toda su virtualidad para la modifica-ción idiomática cuando escribe JC.

Fuera de algunos casos muy singu-lares, las fluctuaciones de la escriturasanjuanista se deben en su mayoría alfenómeno general antes señalado. Serigen por metaplasmos corrientes en sutiempo. No es lugar aquí para detenerseen consideraciones de índole general.Apuntaremos las alternancias sanjua-nistas sin descender a explicaciones

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pormenorizadas ni a ejemplificarlas conotros escritores contemporáneos.

Para ilustrar los modos sanjuanistasse disponen los fenómenos de alternan-cia en varios grupos, a saber: relativosal uso de vocales y semivocales; alempleo de consonantes (simples odobles); al caso de los grupos cultos deconsonantes y a casos especiales.Añadiremos una lista de irregularidadesno clasificables como fluctuaciones odebidas a factores de índole sintáctica.

A. Vocales y semivocales

La alternancia vocálica se caracteri-za por metaplasmos como los señala-dos arriba; que no responden, en gene-ral, a fluctuaciones constantes sino aluso concreto de algunas palabras;deben tratarse como casos singulares.

Único caso seguro de alternanciafija es el de la i / y, cuando la última esvocal, según se indicó anteriormente.Es, sin embargo, regular y exacta laconsonantización de y, sea intermedia,sea final.

Representantes de la transliteracióny / i son, en primer término, las palabrasescritas constantemente de la mismaforma y señaladas en otro apartado.Hay que añadir las que no guardan nor-ma fija por carecer de la necesaria repe-tición. El registro arroja estos casos:

ymperio, 1 solo caso, ninguno encontrario (Av 26, 20)

caydo / cayrán, 2 ejemplos (Av 4,22; Ct 8, 14)

deleytes y deleitable. 1 ejemplo paracada forma (Ct 3, 13; Ct 6, 22)

finyquito, caso único (Dc 1, 18-19)juycios, 1 caso (Av 36, 5)mysterios, 1 caso (S* II, 80, 67)trayga, 2 casos (Ct 7, 13; Ct 10, 2).

Según puede apreciarse, no existecriterio seguro; las fluctuaciones no res-ponden ni a leyes etimológicas ni a nor-mas fonéticas.

Pese a su reducida ejemplificaciónautográfica, puede también considerar-se fluctuante e indeciso el uso de lasletras e / y como conjunción copulativa.Así, frente al uso normalmente correctode la y, notamos como excepción demarcado resabio cultista «docientos ecinquenta» (Dc. 1, 12). No puede decir-se otro tanto del uso de la y antes de i /y. Tenemos dos casos bien típicos: yinclinación (Av 26, 6), y yrlos (S* 154, 16-17).

– Estirando al máximo la minucia,podríamos considerar fenómeno dealternancia la transliteración relativa-mente frecuente de e / i. Pero más quefluctuación general se trata de residuoscultistas o de permanencia de arcaís-mos en formas concretas y determina-das. En algunos casos, incluso de erroro descuido. No estamos ante el fenó-meno típico de indecisión como en cier-tas consonantes (v. gr. b / v). Las alter-nancias típicas son éstas: heciste (Av16, 15), perficionar (Av 44, 16), rendi-miento (Av 22, 21), terra (por tierra (Ct 5,51); siempre bien (tierra) en muchoscasos.

– Fuera de las peculiaridades mor-fológicas constantes, las alternanciasen las restantes vocales son anomalíasmanifiestas en la escritura sanjuanista.No tienen representación suficiente paraconstituir norma fija ni tampoco parademostrar clara fluctuación. Si no sonresiduos cultistas, responden por locomún a descuidos. Tales: entremeta(Ct 4, 19 y Av 34, 7), degese (Ct 9, 24),puniendolos (S* II, 57, 11-12), concupa-

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ciencia (Av. 30, 2), esfriando (Av 4, 19-20), reçulen (= relucen Av 34, 13).

– Idéntica norma debe aplicarse alos pocos casos de transliteración entrevocales y consonantes. No son fenóme-nos de alternancia sino normas fijas enalguna palabra o singularidades sin sufi-ciente representación.

B. Consonantes

a) Simples

– b / u / v – Es el caso más impor-tante (y en rigor de términos el único deconsonantes simples). Fuera de laspocas normas fijas, establecidas ante-riormente y de las formas concretasmencionadas arriba, no es posible redu-cir a reglas fijas su uso en los escritossanjuanistas. Idéntica libertad encontra-mos en los mss.

– h / th – Los ejemplos de h inicialen los autógrafos sanjuanistas son tanpocos que no permiten catalogar supresencia o su omisión entre los fenó-menos de alternancia. Probablemente elcaso más probable de th incicial es el detheología

– Omisión indebida en erencia (Dc1, 19) y en verfano (huérfano, Ct 9, 52)con un sólo acto de presencia ambos.Ya se ha señalado la uniformidad en elverbo auer.

– Respecto de la h intermedia elpanorama es casi idéntico; los casosrepetidísimos de ay (= ahí) siempre así, yaora (con una sola excepción ahora, Av42, 7) apoyan también la norma regularde omisión. La presencia en los casossiguientes son insuficientes para supo-nerla en sentido contrario: aprehensio-nes (Ct 9, 38), comprehender (Av 30,12), eme [= me he] (Ct 13, 14), enora-buena (Av 20, 18). La consistencia y

concordancia de los mss. en el caso dela h interna, de raíz latina, hace sospe-char que el Santo se atenía en esto aluso corriente en el tiempo, que era el demantenerla.

– Podemos dar por fortuito y anor-mal el uso de th etimológica, ya que seda un caso solo frente al sistemamoderno, seguido constantemente.Residuo culto mantenido por descuidoen thesoros (Av 2, 2).

b) Consonantes dobles

– Las mantenidas como simplesfonéticamente en español (ch/ll/rr/) seescriben correctamente en los autógra-fos. Presentan alguna rarísima excep-ción (collación, Ct 2, 23), pero no fluc-tuaciones ni alternancias, fuera del úni-co caso: -allo-illo-ello, etc. a pesar deque los dos ejemplos registrados en losautógrafos no serían suficientes sin elatestado de los mss.

– Las dobles latinas, perdidas enespañol, son las que ofrecen mayoresdificultades por la abundancia en losmss., frente a la casi total ausencia enlos autógrafos. De hecho, en éstos sólotropezamos con la ff doble en un redu-cido cuadro de voces: affectos (S* II, 44,1), attiende (Av 26, 16), officio (Dc 1, 24),officiales (Ct 27, 30. Todos ellos soncasos de permanencia etimológica; tie-nen insuficiente representación paraasegurar si se trata de normas fijas o defluctuaciones en esas mismas palabrasya que las hay bien escritas, v. gr. efec-tuar (Dc 5, 7) etc. Se trata, sin duda, deexcepción o descuido el caso deapprouechar (Av 44, 18-19), pues escri-be regularmente siempre la palabra conp simple.

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– El único caso en que parece quemantiene la doble etimológica, hoy per-dida, es el de los superlativos en -íssi-mo, por lo que resulta norma fija. Casode fluctuación lo ofrece en este grupo eltérmino pecado-peccador, pues tene-mos: peccado (Ct 13, 1), peccadores(Av 18, 3-4) y pecador (Av 26, 24), peca-dos (Av 40, 19 / Ct 11, 5), pecarás (Av38, 2).

– Entre las dobles latinas, manteni-das por razón etimológica en el españolactual, registramos también uso correc-to en el Santo, pero testificado sólo poraccesible (Av 30, 10-11).

Por último, las dobles españolasactuales, provenientes de un grupo lati-no por asimilación, contracción, etc.,son las que en realidad presentan casosde fluctuación en su uso; entran en elapartado siguiente.

c) Grupos cultos de consonantes

Observa R. Lapesa a este propósi-to: «Todo el período áureo es época delucha entre el respeto a la forma latinade los cultismos y la propensión a adap-tarlos a los hábitos de la pronunciaciónromance». Y aclarando la duración delfenómeno añade: «Ni siquiera a fines delsiglo XVII existía criterio fijo; el gusto delhablante y la mayor o menor frecuenciadel uso eran los factores decisivos» (ob.cit. p. 241-242).

En ese período de transformaciónJC presenta abundantes casos de alter-nancia. Lo propio sucede con los mejo-res mss. Partiendo del uso ortográficomoderno podemos anotar los siguientescasos en los autógrafos sanjuanistas:

– bst > st, tiende JC a mantener las tresconsonantes latinas, pero es un gru-po apenas presente. Tenemos dos

veces substancia (S* 150, 12; Av 26,10). Dado el predominio en los mejo-res mss., es probable que mantengala forma etimológica latina.

– ct > t, Tres son las posturas funda-mentales: 1ª. Conservar el grupo enlos casos etimológicos, como en laactualidad: actos, efectuar, effectos,etc.2ª. notables las fluctuaciones enel empleo de ambas consonantes oen suprimir una. Aparecen: fruto yfructo; otubre y octubre; sancto ysanto, districto (siempre por distrito)especie de epéntesis, semejante a laanterior; junta y junctas (adjetivo =unidas) y auctoridad (ambos una vez);siempre respecto(s) (= nombre, 5veces). Por otra parte escribe a lamoderna junto, juntar, juntamente (cf.S* II, 153, 17 ss). 3ª. La asimilación ct> cc la desconoce prácticamente JC,manteniendo la forma etimológica dela ct, v. gr. lection (Av 44, 12), perfec-tion / imperfection (6 veces) o la sim-plifica, en c: perfecionar (Av 44, 16).

– gd / d. Aparecen dos casos de supre-sión de la g en Madalena (Ct 3, 22; Ct20, 30).

– mb / nb, Es uno de los fenómenosmás representativos de la alternan-cia. Emplea indiferentemente una yotra forma: enbio, entrambas, enbuel-to, tanbién. Este último adverbiorepresenta, con sus seis casos uni-formes, una norma probablementefija.

– mp / np. Todavía más importante queel anterior, por tener más ampliarepresentación numérica; ejemplos:ampara, compañía, comparado, con-padecido, conprado y comprar,empleado, enpobrece, inpide, inper-fecto, ymperio, inpureça, nombre,tanpoco, siempre y siempre, tempo-

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ral y tenporal (pero tiempo) reconpen-sa, enbiar, inpresión, etc.

– mn / n. Propende JC a la simplifica-ción escribiendo, por ejemplo, onipo-tencia (Av 26, 23), solenidad (tresveces = Ct 2, Iín. 12-13 17 y 30 = sig-natura). No es, con todo, constante,como tampoco los mss.

– ns / s- Siguiendo la tendencia asimi-lante (existente ya en el mismo latín)tiende a la elisión de la n, seguida deconsonante (generalmente f, t, v).Escribe: costante (Ct 18, 19) y trans-formación; pero es fluctuante, ya quela misma palabra (hasta en el mismolugar) la escribe trasformado (S* II,135, 17-19. A notar las dos correccio-nes de esta palabra (S* II, 154, 7 y156, 2). Parece preferir la forma (ns)instrumento (S* II, 153, 17/18), etc.Dudosa la lectura de S* 226, 10/11 =trasfor = transformación?

– sc / c. En este grupo, cuando esintervocálico, aparecen leves perosignificativas fluctuaciones. Frente aluso correcto, como en disciplina (dosveces Ct. 7, como nombre y verbo),vemos docientos (2 veces Dc 1, lín.12) y las formas excepcionalesconcupaciencia (= concupiscencia),moxca (mosca). Pueden considerarsetodos casos excepcionales, teniendoen cuenta el uso exacto del grupo eti-mológico en las demás palabras.

– sc>c. La s líquida desaparece nor-malmente como fenómeno de la asi-milación o reducción a lo formamoderna; sin embargo, registramosalguna levísima fluctuación al mante-ner el cultismo latino en sciencia (S*225, 12-13; 226, 9) y scripturas (De 1,17) frente a escriptura(s) (= Ct 2, 40 y48-49), y un número muy elevado

según la forma moderna. El latinismoafecta a términos técnicos.

– ps / pt. Labial, seguida de dental,ofrece idéntico proceso al grupoanterior. En ps inicial desaparece la pfuera del caso único ps. en abreviatu-ra (S* 21, 17); mientras pt intervocáli-co se mantiene en algún caso, másbien raro, como en scriptura(s), contres ejemplos al menos (Ct 2, 10, 19-20; Dc 1, 17). El verbo escribir apare-ce siempre a la moderna.

– sp /. El caso inverso, en las inicialeslíquidas latinas, es uno de los másrepresentativos de la alternanciaentre la forma arcaica latinizante y lamoderna, así: spiritu(s) y espíritu(s);spiritual y espiritual; sposo y esposo.(La abreviatura spu / spual. siempreen la forma latina).

– Los grupos etimológicos ph / f y th/ t no tienen representación en los autó-grafos fuera del único caso señaladoarriba (thesoros), mientras en los mss.son relativamente frecuentes.

– Algunos latinismos los mantiene elSanto por razón de su valor de términostécnicos, v. gr. acquisita (S* 225, 13marg.), a natura (S* 226, 9-10). Por influ-jo del español trastrueca alguna vez lagrafía latina, v. gr. forcium (= fortium S*191, 6).

– Finalmente, las irregularidadesaisladas, debidas a diversos fenómenosde inducción fonética, y no señaladasen ninguno de los apartados preceden-tes: por dentalización o equivalenciatenemos casos como: recogimiendo (=recogimiento Av 28, 17) y esfriando (=enfriando Av 4, 19-20); por labialización,presumciones (Ct 9, 20); por epéntesispriesa y Grauiela (Ct 8, 40), pero tam-bién Gabriel (Ct 11, 39); por asimilación

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vocálica o síncopa, aparece plego, porpliego (Ct. 13, 4) terra, por tierra (Ct. 5,51), con tino, por continuo (Av. 38, 1;bastante frecuente en los mss. inclusoen S), meajas, por migajas (Av. 18, 12).En el Santo, como en los mss., alternanlas formas fee y fe (cf. Ct. 10, 14; S* II,71, 9).

Se trata de casos únicos o excep-cionalmente representados en los autó-grafos, y, por lo mismo, carecen de valorpara establecer normas fijas. Dado quemuchos de esos vocablos vuelven arepetirse en forma correcta, hay quepensar más bien en distracciones oyerros. A lo sumo en excepciones,sobre todo si no existen ejemplos deescritura correcta. Como en otroscasos, la analogía y la presencia en losmss. pueden ser orientadoras.

Los fenómenos no mencionadosaquí corresponden a normas fijas o notienen representación en los autógrafos.El panorama puede completarse recor-dando casos que inciden en la ortogra-fía no directamente, sino por razonesmorfológicas, sintácticas o gramaticalesen general, debido a la evolución sufridapor el idioma.

C. Fluctuaciones de origen morfológi-co y sintáctico

La mayoría de los fenómenos regis-trados en los autógrafos y también enlos mss. proceden del proceso evolutivode la metátesis, de la asimilación y de lacontracción. Los casos registrados enlos mss. de las poesías son casi siem-pre normas fijas, pero sin tener refrendoen los autógrafos. Alguna vez volvierona la pluma sanjuanista fuera de los ver-sos como en llorallos (Ct 6, 13-14). Notodos los casos más representativosobedecen a leyes ortográficas y fonéti-

cas. Algunos parece que deben atribuir-se a la ambivalencia de formas morfoló-gicas o a la del género que se atribuye aciertos nombres. Así, por ejemplo, eluso del artículo masculino o femeninocontracto del o della, deste, desta, etc.está en clara dependencia de esehecho. Entre los casos de interés por sureiterada frecuencia en los autógrafos,cabe señalar:

– La contracción de la preposición ay el artículo el, en el masculino (al) y enel femenino (ala) presenta una casuísticamuy irregular bastante distanciada deluso actual. El caso más repetido y varia-do lo ofrece quizás la palabra alma,sobre todo cuando se usa fuera delnominativo. Existe tendencia marcadaen muchas copias a usar el artículofemenino: al alma, a la alma, etc. ElSanto se muestra bastante uniforme enconsonancia con el uso actual (usa almay no el cultismo ánima), por lo que algénero del artículo se refiere.

Son sintomáticos al respecto algu-nos casos de intervención en S, comoen I, 96, 17; 123, 1; II, 76, 7-12; 101, 13-14; 128, 9-11 donde escribe corrigiendoal copista el alma. En II, 152-5-9 explíci-tamente pone el genitivo del alma (y node la alma, como hace frecuentementeS), lo mismo que en I, 224, 12: en elalma (todo unido por falta de espacio).Otro tanto hay que decir del uso concre-to de la contracción al. Aparece comocorrección de S (I, 216, 16).

La misma línea de modernidad apa-rece respecto al laismo y leismo, tansujeto a variantes en los mss. Escribecorrectamente la y no le cuando escomplemento indirecto (S I, 145, 10;226, 1). En los autógrafos indudablesdel Santo se aprecian las mismas nor-mas, pero quizás no ofrecen la suficien-

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te reiteración como para poder definiruna regla segura. En lo que se muestrafluctuante es en la forma gráfica deescribir, uniendo unas veces ala / alas(Ct. 11, 32 y 39) y separando ambos ele-mentos en otras (ib. 36) y con diversaspalabras (cf. ala paz Ct. 10, 9, etc.). Todoparece confirmar que la reducida repre-sentación apoya el uso moderno en loque sé refiere a la contracción de al / ael / a ella respecto al género del articuloy del nombre afectado. En cambio, semuestra fluctuante en lo relativo a launión o separación, especialmente en elfemenino ala (Dc. 2, 14-15 a la y Dc. 3,13) seguido de adjetivo.

– Uno de los fenómenos más repre-sentativos de la fluctuación lo hallamosen el caso del pronombre él (en todoslos géneros y números) y del artículo elcon la contracción de la proposición deNo parece posible admitir que el Santosiguiera normas fijas, dada la arbitrarie-dad que constatamos en los autógrafos.

– del a la moderna, en forma contracta,dos o tres casos (Av. 20, 21; S* 152,7-8; S* II, 71).

– de el (en sentido del) recurre conmucha más frecuencia. En unos 10casos, por lo menos.

– de él (pronombre) en la forma mascu-lina singular, pudiera considerarseregla fija, escribiéndolo en la mayoríade los casos unido = del en lugar deél. Siete casos seguros contamos enlos autógrafos ciertos, y a ellos debe-mos añadir otros cuatro por lo menosde S*. Dado que existen excepciones(aunque raras, S* II, 71, 1) no es con-veniente extremar el rigor de la nor-ma.

– de la / de las / de lo, en la formaposesiva o de genitivo no presenta

norma estable, aunque propende cla-ramente a la forma contracta o escri-tura unida (dela, delas, delo, delos).Notamos, por lo menos siete casosincluidos Bg y S*. Pero en otros tres ocuatro prefiere la escritura separada,al modo moderno.

– de ella / ellas / ello / ellos (preposicióny pronombre) ofrece idéntico resulta-do. Preferencia muy marcada por laforma contracta (con 14 casos, almenos, incluidos Bg y S*), pero admi-te también la forma actual separada,con cinco representaciones segurasen los autógrafos ciertos.

– Muy semejante resulta el uso delos demostrativos, que en el tiempo delSanto fluctuaban entre dos formas: laque se ha impuesto modernamente y laantigua, generalmente contracta.

– de ese / esa / eso, apenas presentanelementos de juicio, por su escasarepetición en los autógrafos. En loscuatro o cinco casos registradosaparecen las dos maneras usadas enlos mss. deso / de eso y de esa (cf. Ct7, 20; 11, 9 y 13, 11)

– desa / de esta / etc., como en el casodel pronombre dél podría presentarsecomo regla ortográfica fija la formacontracta, ya que es de predominiocasi absoluto (12 casos, al menos)frente a contadas excepciones (deesta S* II, 91, 9-10).

– Aunque hacen acto de presencialas formas dúplices de esotro (Ct. 12,17; Ct. 9,23; 10,34) y aquesto (Ct. 7, 15)junto a este otro, se trata de resabiosexcepcionalmente, sin consistenciapara oponerse a la forma corriente delSanto, que es la moderna.

– Tampoco es regla segura el uso delas dos formas corrientes del qual-

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quier(a) / qualesquiere(a). Lo único cier-to es que el Santo escribe con q inicial.Respecto a la preferencia por la formaantigua o moderna parece que se incli-naba por la primera, según induce apensar el hecho de su repetición a bre-ve distancia y en el mismo autógrafo(Dc. 1, 17 y 19). Aparece también qual-quier una línea después (Dc. 1, 20), y unqualesquiera (Dc. 5, 17).

– Un ejemplo típico de fluctuación lotenemos en el uso de mismo en susdiversos géneros, números y funciones.Alterna, sin posibilidad de concretar cri-terio alguno, la forma anticuada mesmocon la que se afianzó definitivamente,mismo. Existe mayor repetición del mis-mo, pero no como para pensar en unpredominio que obedezca a posturahabitual.

– Otro caso de fluctuación lo ofrecela curiosa alternancia del cultismo latinosancto (así usado cuatro o cinco veces)con la forma moderna de santo (emple-ado otras tantas veces). Es excepción,según toda verosimilitud, el sant frenteal uso del san lo mismo que mill por mil.Los mss. propenden por las formasarcaicas; el Santo por las modernas.

Signos ortográficos auxiliares

Para completar el panorama orto-gráfico sanjuanista se añaden algunosdetalles relativos a los signos gráficosempleados en los autógrafos. Bastaránsumarias indicaciones para orientarsuficientemente al lector interesado.

A. Puntuación y acentuación

JC conoce la mayoría de los signosde puntuación moderna. En su uso estan irregular que no parece ajustarse a

ningún sistema ortográfico definido paraexpresar la sintaxis ni para determinarun ritmo prosódico concreto. Algunosde los signos por él usados no tienencorrespondencia con los actuales. Noes fácil determinar su valor sintáctico oprosódico. Por el sentido gramatical dela frase es imposible acomodarlos a loscriterios imperantes actualmente.Harían ininteligible el texto a cualquierlector moderno. Estableciendo unacomparación entre los modos sanjua-nistas y la preceptiva moderna, hay queseñalar como elementos más represen-tativos los siguientes.

a. La coma (,) en los autógrafossanjuanistas aparece escrita gráfica-mente partiendo del centro de la línea(no debajo, como la mayoría de suscopistas). Es muy fácil de reconocer,hasta en reproducciones fotográficasdeficientes. Tiene signo bien definido ymantenido con uniformidad sustancialen todos los autógrafos. Su uso es, encambio, muy parco y muy distante delactual. Si se tratase de establecer unaestadística apenas contaríamos unacoma por cada página de los autógra-fos. La mayoría de las piezas no laconoce. Su puesto no responde casinunca al que le daríamos actualmente.Aparece, por ejemplo (,) en lugar delguión divisor de la palabra, al fin de línea(Av 2,2 = espíri, tu); la encontramos tam-bién entre dos nombres unidos por laconjunción (y) (uirtud, y fuerza, Av 4,2).No faltan, con todo, algunos casos deuso a la moderna, v. gr.: «El que hallósus venas, descansó» (Av 8, 10); «...enellos Dios mío tu uoluntad, que es lo queyo más quiero» (Av 14, 14), etc.

En ocasiones, donde hoy se exigi-ría coma, aparecen otros signos: dospuntos (:), raya (/) o punto (.), pero sin

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constancia alguna ni justificación apa-rente para nosotros. Esos mismos sig-nos se alternan arbitrariamente enotros lugares.

b. El punto (.) es el signo ortográ-fico más usado por el Santo dentro derenglón. Fuera del caso evidente, pun-to final de párrafo o período (donde,por lo demás, se omite con mucha fre-cuencia) resulta imposible determinarqué razón de ser o qué función desem-peña ese signo que aparece como alazar, cuando menos se espera. Se mul-tiplica de manera insólita en ciertosperíodos, llegando hasta colocarse aseguido de dos, tres y hasta cuatropalabras de la misma línea. Véase, porejemplo, el texto de la famosa Oraciónde alma enamorada (Av 14-16) o lasCartas 10 y 11.

Es verdad que en algunos casospuede valer por la coma, pero no sedebe a intención premeditada; es másbien casual la coincidencia. Sabido esque no se trata de un fenómeno exclusi-vo de la pluma sanjuanista, ya que loencontramos en mss. de sus obras y enotros escritos de la época (hasta enpseudo-autógrafos teresianos). Si enotros autores puede llegarse a unaexplicación satisfactoria, en JC es difícilhallarla. Quizás en algún texto los pun-tos puedan tener valor musical, segúnopinaba Baruzi (Aphorismes de SaintJean de la Croix, 1924, p. 3); no es pro-bable en otros casos, como en las car-tas citadas. Se da el uso de punto comoguión para dividir palabras - sílabas alfin de línea (Ct 12).

Con relación al uso del punto finalmerecen consideración especial los Av;sus peculiaridades respecto a los otrosautógrafos dependen probablemente desu carácter doctrinal y de su peculiar

género literario. En este autógrafo JCsuele cerrar los párrafos o sentenciascon una prolongación (en línea o rayarecta) de la última letra, pero sin atener-se a normas fijas. En unos casos se pro-longa la letra indicada sin añadir luegopunto final. Remedando usos cancille-rescos y notariales, esa prolongación sedesarrolla extraordinariamente, hastaocupar todo el renglón (cf. p. 18, 20, 22,24, 26).

En otras ocasiones cierra los párra-fos sin tal adorno, pero unas veces conel punto final, y otras sin él. Tampocofaltan casos en que se registran ambossignos, el punto y el trazo indicado, que,sobre todo en las últimas páginas, se vacurvando progresivamente y se separade la última letra. Tenemos casos inclu-so de (,) y rasgo de adorno (v. gr. 34, 16).Son raros otros signos ornamentales uortográficos. Exceptuado el de p. 34,20, notamos una sola vez la presenciade la (/), en forma inclinada (p. 4, 12),que aparece, en cambio, repetidasveces como punto final en otros autó-grafos (v. gr. Ct 11, 8 y 33; 10, 22). Estesigno, repetido también con frecuenciaen el interior de los renglones, sin valorde punto final, es más inclinado cuandova al final de los mismos. Llega en casosa formas intermedias entre la raya hori-zontal (cf. Ct 10, 37) Y la diagonal (/).Pudiera corresponder al signo de pausao acento de pie.

– Punto y coma (;). No se apreciarastro alguno de este signo ortográficoen los autógrafos sanjuanistas. Tam-poco se suple su ausencia con otroequivalente, si bien pueden darse fortui-tas coincidencias. Signo extraordinaria-mente raro en la época sanjuanista,tampoco lo usan apenas sus apógrafos.

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– Dos puntos (:) aparecen usadoscon relativa frecuencia en el autógrafode Av, son raros en los demás. No tie-nen equivalencia con el empleo actual.Aparecen donde ahora se escribiría (,)(Av 1, 14 y 19 etc.), lo mismo que dondese pondría (;) (Av 24, 11) e, incluso (,) (Av8, 9). Lo más corriente es hallarlos don-de hoy no se exige signo alguno de pun-tuación por razón de sentido gramatical(v. gr. Av 2, 19; 8, 2; 10, 9 etc.).

– Puntos suspensivos (...). Ni JCCruz ni sus copistas conocen este signoauxiliar de la escritura moderna, si biencomparecen alguna vez dos puntos (..)seguidos en los autógrafos sanjuanistas(v. gr. Av 16, 17; Bg 34, 3 y 38, 1), perosin correspondencia con el signo actualy sin significado bien definido.

– Interrogación y admiración (¿ ?, ¡!). JC conoce solamente la interrogaciónfinal, pero apenas hace uso de ella. Lasdos presencias, resultan prácticamenteuna (Ct 9, 32 y 34). La admiración noexiste en sus autógrafos; tampoco laescriben los mss., que en cambio, regis-tran cierto número de interrogacionesfinales o conclusivas.

– Acentuación. Pese a la presenciade algunas insólitas señales gráficasdiseminadas en rarísimos casos por losautógrafos sanjuanistas (v. gr. Av 20, 2,con una especie de acento circunflejosobre la o de conocimiento), puede ase-gurarse que no existe en ellos sistemaalguno de acentuación. Con frecuenciala tilde de la i se estira notablemente enforma de acento, pero no responde arazones prosódicas ni fonéticas; es puravariante del rasgo gráfico indicado.Contra la costumbre de no pocos copis-tas suyos (por ejemplo, Juan Evan-gelista), en general los de procedenciaandaluza, JC no tilda nunca la y griega.

Los más generosos se limitan a señalarlas formas agudas en a, e, del futuroindicativo, y la o del indefinido del mis-mo modo. Nunca con regularidad yconstancia. La edición príncipe desco-noce también la acentuación gráfica.Según el uso entonces imperante elacento tónico agudo se señala gráfica-mente con el grave.

Complemento de las precedentesobservaciones puede añadirse el uso demayúsculas y minúsculas.

– Mayúsculas y minúsculas. En laspáginas autógrafas se hallan dos tipos oformas de letras mayúsculas: capitales,con trazos fuertes y regulares, muy bienmarcados, y cursivas corrientes, que enalgunos casos apenas se distinguen delas minúsculas; hasta en el tamaño lle-gan casi a confundirse. Usa las primerascon notable regularidad al principio delos diversos párrafos en el autógrafo delos Avisos, aunque se olvida alguna vez,incluso si ha puesto la señal de punto yaparte en el margen (cf. p. 20, 24, 28,etc.).

Que se trata de una costumbre pro-pia del Santo lo atestiguan bien claroalgunas (cartas 7 y 10), donde los pun-tos tratados se numeran y separan enpárrafos de idéntica forma que en Av,aunque las mayúsculas iniciales no seantan caligráficas.

Fuera de estos casos, motivadospor razones doctrinales, el Santo esmuy parco en hacer apartes. Por eso,son muy raras las mayúsculas, ya quelos puntos en el cuerpo del texto noobedecen a razones sintácticas ni obli-gan al uso de las mismas.

Por lo que se refiere a nombres pro-pios (de persona o lugar), JC manifiestadespreocupación e inconstancia. En la

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misma carta escribe cuatro veces cor-doua (1, 3, 4, 11, 15) y una Cordoua. Encaso único escribe con minúsculadauid, isa(ías). Leemos granada (Ct 2, 2)en la escritura continuada, y Granada enel solemne sobrescrito de una larga car-ta a «doña Juana de pedraça” (Ct 9). Enlas líneas finales de otra carta (11, 39-43) encontramos reunidas estas grafías:madalena S. gabriel, Mª. S. Pablo, mª dela visitación, S. fran(cis)co..., madrid,Segovia; y en la misma línea final, encambio, «Alo que creo».

Es muy acentuado el predominio delas minúsculas sobre las mayúsculas enlos nombres propios. A los casos cita-dos pueden añadirse: antonio, angel,bernabé, grauiela, guadalcacar, ysabel,luis, madalena, segouia, soria, segura,seuilla peñuela, vbeda, pero también:Antonio, Ysaac, Ysabel, Juan, Pablo,Seg(ou)ia, etc. Por lo general, cuandolos nombres propios van en abreviatura,suele escribirlos con mayúscula, aun-que no faltan las fluctuaciones.

El mismo nombre de Dios unasveces lo escribe con mayúscula y otrascon minúscula; predomina con muchola segunda. Entre las mayúsculas bienclaras pueden verse en Ct 3, 18, S*, 32;11, 7.

En los autógrafos sanjuanistas es,en cambio, sumamente raro el uso delas mayúsculas por las minúsculas ennombres comunes o en otras palabras,fuera del principio de párrafo. En algu-nos casos, cabe dudar si se trata deltrazado un poco prolongado de minús-cula o de verdadera mayúscula, cosaque sucede especialmente con la s y lal, por ejemplo, en Ct 13. Un caso segu-ro tenemos en Ct 9, 3, donde escribeGracias.

– Las abreviaturas. Se localizanalgunas en los autógrafos desconocidasen los apógrafos, pero todas ellas soncorrientes en los escritos de la época.En ambos extremos -autógrafos y mss.- su uso es irregular e inconstante.Según la costumbre del tiempo las quesuelen mantenerse más uniformes yconstantes son las debidas a trunca-miento (V. R. = Vuestra Reverencia, P.-Pe. = padre, fr. = fray, etc.). Las típica-mente paleográficas, o por contracción,con signo indicador, son fijas en su for-ma pero no en su empleo (por ejemplo:m / n finales, o antes de b y p; q (que),nro? (nuestro); xpo. (Christo), etc.

La señal de la † puesta en lugar dela palabra Cruz, además de trasmitirlalos mss. más autorizados, tenemos elrefrendo de su empleo sanjuanista poraparecer en sus autógrafos, no sólo ensu firma personal, sino también en eltexto corriente (Ct 5, 44: «no nos falte †»Ct 12).

B. Signos auxiliares de la escritura

No hallamos en los autógrafos san-juanistas la tilde sobre la y griega, regu-larmente usada por algunos de suscopistas. Tampoco hay constancia de ladiéresis o croma (¨), ni de las comillas (“).Ausente la subraya (_), es casi corrientela sobre-rraya para indicar las abreviatu-ras. Todas estas anotaciones son apli-cables a la mayoría de los apógrafos.

Esporádico es el empleo del guión(-) al final de renglón para separar lassílabas de la misma palabra. Los casosregistrados (especialmente en Av) tie-nen casi carácter de excepción. Algosemejante ocurre con los mss. Desdeluego ninguno ofrece normas constan-tes en este punto. Únicamente la ed.príncipe es regular, pero admite separa-

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ciones rechazadas en el uso ortográficomoderno, como el dejar a final de líneauna sola letra. Tres son los signos auto-gráficos de mayor relieve y frecuenciaen las páginas sanjuanistas.

a. El paréntesis ( ). Es sumamenteraro su uso en los autógrafos (sólorecordamos el caso de Ct 11, 31), siexceptuamos el caso singular de lasacotaciones de S*. Por el contrario, losmejores apógráfos abundan en ( ), has-ta en casos no admitidos modernamen-te. Los mejores concuerdan, no sólo ensu frecuente empleo, sino también enlos mismos lugares, lo que sucede tam-bién con la división de párrafos..

Resulta singular el uso del parénte-sis en S* porque algunos de los signos( ) tienen todas las apariencias de ser depuño sanjuanista. Tales serían, porejemplo, los de II, 114, lín. 12 y 15; 131,lín. 12-13 y 133, lín. 9-10. De un caso nocabe dudar (en II, 102, lín. 12-13), yaque es él quien lo introduce de su puñoy letra en este inciso: (y que de hechoinpide). Cabe afirmar que casi siempreresulta aceptable su uso por respondera oración aclaratoria o incidental, si bienhoy se preferiría la coma.

b. La raya inclinada (/) o en diago-nal es un signo con presencia en algu-nos los autógrafos sanjuanistas: en rea-lidad Av y en varias cartas. De los 10casos registrados, 4 aparecen al fin deperíodo, con sentido de punto final. En 3(Ct 10, 37 y 11, 8) es además final depárrafo; en el primero va acompañadode punto (colocado antes), mientras enel segundo sólo aparece la raya. El ter-cer caso (11, 39) es final de frase, perono de párrafo y precedido también delpunto. En idéntica posición y significadosólo aparece una vez en (Av 4, 12). Enlos seis casos restantes está siempre en

medio de renglón. Fuera de su últimaaparición (Ct 9, 8), en que sigue al pun-to, está siempre sola la señal /. El senti-do gramatical o sintáctico parececorresponder en todos los casos al pun-to, o a punto y coma. Lo último seríapreferible para los dos primeros casos;el (.) para los restantes. Cuando la (/) vaacompañada de (.) parece indicar unaparte o párrafo nuevo, incluso sicomienza con la conjunción y, tan usadaen este sentido por JC y por los clásicosde su época, propensos, en general alestilo conjuntivo.

c. El calderón (r). El uso de estesigno por JC es muy regular y su signi-ficación bien definida. Aunque la plumadel Doctor Místico lo traza en formapoco elegante, como (r) minúscula (cf.Av. 28, 1), es claro que quiere señalarcon su presencia el comienzo de párra-fo nuevo, según uso todavía muycorriente en su tiempo. Por esta razónse encuentra únicamente en autógrafosdoctrinales (Av y Ct 7 y 10). Es muy sig-nificativo el cuidado que pone en enu-merar cada uno de los apartados deesas cartas, señalando al margen, conla señal de párrafo, cada uno de los avi-sos. La correspondencia con el sistemaempleado en Av es perfecta, y su repe-tición en los mejores apógrafos un avalde estar ante un sistema sanjuanistabastante cierto. Como puede advertirse,repasando los Av, unas veces escribe elcalderón seguido del punto y otras sinél. Solamente en un caso encontramosel uso tipográfico de escribir el signo alcomenzar un epígrafe y en el margencorrespondiente; se halla ante el epígra-fe: Oración de alma enamorada (Av 14,8). Su presencia en el margen de cual-quier escrito autógrafo del Santo es

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señal cierta de que debe dar comienzonuevo párrafo.

Hasta en este punto tan significativo(precisamente por su poca entidad) laconstancia del apógrafo S en señalar almargen el principio de cada párrafo oaparte es argumento sólido en favor desu fidelidad a las maneras sanjuanistas.Dada la pericia caligráfica de su ama-nuense, encontramos las tres formasmás corrientes de trazar el calderón: laantigua o paleográfica en forma de (p)invertida con dos trazos descendentes;la típica del Santo, a modo de (r) minús-cula, la más rara (cf. 105, 16), y la detipo moderno (adoptada en música) enarco o semicírculo con dos puntos, unoarriba y otro abajo. La primera forma,por ser más elegante la reserva para losversos y párrafos mayores, (que suelencorresponder a iniciales mayúsculasornadas y capitales; las otras dos for-mas señalan los apartes menores dentrodel comentario de cada verso o grupode versos.

Los señalados son los únicos sig-nos ortográficos dignos de mención enlos autógrafos de JC. Carecen de pre-sencia otros signos tradicionales, comoel apóstrofe, el asterisco, signos de tim-bre y de cantidad, etcétera. Entre losantes mencionados, el único que pre-senta cierta uniformidad y acercamientoal uso moderno es el ( ). Los restantescarecen de valor o exigen moderniza-ción para ajustarse a los criterios actual-mente imperantes en crítica textual.

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E. Pacho

Oscuridad → Noche

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