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    Estudios Romnicos Volumen 13-14 2001-02

    pp.

    59-85

    EL

    POEMA

    DE

    ~ O ID

    Y

    SU P R O Y E C C I ~ N

    RTSTICA

    POSTERIOR

    (FICCIN

    E

    IMAGEN)

    Francisco Javier Dez d e Revenga

    Universidad de Murcia

    La estela legendaria del Cid de la que se nutrieron poesa teatro novela e incluso cine no

    ha cesado desde 1099 fecha de la muerte de Rodrigo Daz de Vivar hasta la actualidad. Nume-

    rosos estudios han rastreado su importancia literaria como mito reiterado a travs de los siglos.

    Pero hay algunos espacios que la crtica no se ha d ignado a visitar. El Cid ha sido objeto de

    reflexin especialmente a travs del Poema de Mo Cid para los poetas ms importantes de

    nuestro siglo y muy especialm ente para los del 27 que prefirieron el lado ms humano de su

    indeleble y mltiple leyenda. Ni el Panoram a crtico sobre el Poema de Mo

    Cid

    que realiz

    muy meritoriamente Francisco Lpez Estrada ni el libro sobre la recepcin del Poema en la

    literatura universal que escribi Christoph Ro diek 2 obra docum entadsima en tantos aspectos

    mencionan poema alguno de los poetas del

    27

    en relacin con el seero poema medieval y su

    protagonista Don Rodrigo Daz de Vivar. Sin embargo desde Federico Garca Lorca a Miguel

    Hemndez en cuyas obras hay menciones al Cid y a sus hazaas desde Pedro Salinas a Dmaso

    Alonso que dedicaron pginas luminosas al Poema hasta Rafael Alberti o Jorge Guilln que

    crearon poemas con la presencia directa del Cid en su s versos pasando por Gerardo Diego

    que lo menciona en varias ocasiones y estudia el famoso Poema con aciertos de gran lucidez

    hasta llegar a textos tan sign ificativos como la versin modernizada hecha por el propio Sali-

    nas hay que aludir detenidam ente a la presencia del Cid y su P oem a en los poetas del 27.

    1

    Francisco Lpez Estrada, Panorama crtico sobre el Poema del Cid , Castalia, Madrid, 1982, es-

    pecialmente pginas 284-297.

    2 Christoph Rodiek,

    La recepcin internacional del Cid

    Versin espaola de Lourdes Gmez de Olea,

    Gredos, Madrid, 1995, especialmente pginas 345-360. A Rodiek debemos, sin embargo, el anlisis de la no-

    vela cidiana del poeta chileno, cercano al 27, Vicente Huidobro, que public en 1929, con el ttulo de

    Mo Cid

    Campeador. Hazaa, (CIAP, Madrid, 1929. 3 edicin, Eds. Encilla, Santiago de Chile, 1949.

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    Algunas veces, esas menciones son muy curiosas, porque aparecen casi de pasada. As, en

    Federico Garca Lorca hay un curioso ejemplo: en una carta a Jorge Zalamea, de Granada, agos-

    to-septiembre 1928, dice bromeando el poeta a su amigo: iPero me defiendo Soy ms valiente

    que el Cid (Campeador)~~, en Miguel Hemndez4, en el que encontramos dos ejemplos: en

    su poema Abril gongorino Poem as sueltos 11, 1933-34), utiliza al Cid como metfora:

    gana Abril: cid-ruy-diaz de colores

    en campo en lucha en verdor en flores.

    Y en Llamo a la juventud

    Viento del pueblo):

    i

    el Cid v olviera a clavar

    aquellos huesos que an hieren

    el polvo y el pensamiento

    aquel cerro de su frente

    aquel trueno de su alma

    y aquella espada indeleble

    sin rival sobre su sombra

    de entrelazados laureles.

    Destaca entre todas estas menciones la de Rafael Alberti, que dedicar toda una serie de

    composiciones, teniendo como referencia al Cid, en su libro

    Entre el clavel

    y

    la espada.

    No es

    de extraar que Alberti tuviese muy prximo al hroe castellano, sobre todo si tenemos en cuenta

    que dos de las ms entraables biografas que sobre el Cid y Doa Jimena se escribieron jams,

    salieron de la pluma de Mara Teresa Len5. En efecto, la mujer de Rafael Alberti, Mara Teresa

    Len Goyri era sobrina de Doa Mara Goyri, la esposa de Don Ramn Menndez Pidal, y por

    lo tanto prima hermana de Jimena Menndez-Pida16 a la que le uni entraable relacin familiar

    y amistosa. Mara Teresa, documentadsima gracias a la ayuda de los Menndez Pidal escribi,

    como decimos, dos preciosas biografas una del Cid y otra de Jimena, esta ultima recientemente

    editada y de mayor altura literaria, ya que la del Cid era una biografa novelada para jvenes. Y

    hay que sealar ya lo que une a Mara Teresa con el Cid y con Jimena: el destierro, ya que

    desde el destierro estn escritas ambas biografas, y desde el destierro estn escritos los poe-

    mas de Rafael Alberti, que se integran en su primer libro del exilio.

    Obras C ompl e t as ,

    edicin de Miguel Garca-Posada Galaxia Gutemberg-Crculo de Lectores Barce-

    lona 1996

    111

    p. 1075.

    4 Antologa pot ica. edicin de Francisco Javier Dez de Revenga Insti tuci Alfons el Magnhnim

    Valencia. 1999 pp. 61 y 125 respectivamente.

    5

    Mara Teresa Len

    Rodrigo Daz d e Vivar; el Cid Cam pea dor,

    Ilustraciones de Jane Wise Peuser

    Buenos Aires 1954; Doa Jimena Daz d e Vivar, gran seora de todo s los deberes. Losada Buenos Aires

    1960; Biblioteca Nueva Ma drid 1968 ; y con prlogo de Jos Carlos Mainer Crculo de Lectores Barcelona

    1993 .

    6 Jos Carlos Mainer prlogo a Mara Teresa Len Doa Jimena Daz de Mvar, gran seora de todos

    l os de be re s , pp. 11-14.

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    De todo ello hablaremos en esta ponencia. Pero antes claro est partimos de los antece-

    dentes inmediatos antes de llegar a los poetas del 27. Y el primer antecedente es como en tan-

    tas ocasiones para la poesa del siglo XX el gran Rubn Daro.

    Y

    hay que partir sealando que

    Daro recibe el tema del Cid a travs de Francia como l mismo indica en el primero de los

    versos de su poema Cosas del Cid7 ya que es Jules-Amade Barbey dlAurevilly y su poema

    Le Cid8 de 1872 el que inspiradoen el romance del leproso sirvi a su vez de inspiracin

    para Rubn Daro que crea un poema tpicamente modemista que fue incluido en su libroProsas

    profanas Por su inters para contrastarlo con la versin de Rubn reproducimos en primer

    lugar el poema de Barbey dlAurevilly:

    Un soir, dans la Sierra, passait Campador,

    Sur sa cuirasse d'or le soleil mirait I'or

    Des derniers flamboiements d'une soire ardente,

    Et doublait du hros la splendeur flamboyante

    11 n'tait qu'or partout, du cimier aux talons,

    L'or des cuissards froissait l'or des caparacons;

    Des rubis grenadins faisaient feu sur son casque,

    Mais ses yeux en faisaient plus encor sur son masque

    Superbe, et de loisir, il allait, sans pareil,

    Et n'ayant rien battre il battait le Soleil

    Et les patres, penchs aux rampes des montagnes,

    Se le montraient flambant, au loin, dans les campagnes,

    Comme une tour de feu, ce grand cavalier d'or,

    Et disaient: C'est Saint-Jacque ou bien Campador ~

    Confondant tous les deux dans une meme gloire,

    L'un pour mieux I'admirer, l'autre pour mieux y croire

    Or, comme il passait la, magnifique et puissant,

    l calme, et grave et lent, le radieux passant

    Entendit dans le creux d'un ravin solitaire

    Une voix qui semblait, triste, sortir de terre

    Et c'tait, tendu sur le sol, un lpreux,

    Une inmondice humaine, un monstre, un etre affeux,

    Dont I'aspect fit lever tout droit dans la poussiere

    Les deux pieds du cheval, se dressant en arriere,

    Comme s'il eut compris que les fers de ses pieds

    S'ils touchaient cet etre en resteraient souills,

    7

    Rubn

    Daro,

    Prosas profanas

    y

    otros poemas

    en

    Poesas completas

    estudio preliminar de Enrique

    Anderson Imbert, edicin de Ernesto Meja Snchez, Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1993, p. 233. El

    poema aparece fechado en 1900 en esta edicin, y fue incluido en las adiciones de la segunda edicin de

    Prosas profanas Vda. de C. Bouret, Pars, 1901.

    8

    [Jules-Amade] Barbey d'Aurevilly, Oeuvres romanesques compl2tes . Textes prsents, tablis et

    annots par Jacques Petit, Gallimard, Pars, 1966,

    11

    pp. 1192-1 193. l poema pertenece

    al

    libro Poussi?res

    cuya primera edicin es de 1854 (Imp. A. Hardel, Caen) pero el poema no se incluye hasta la edicin de

    Lemerre, Pars, 1897.

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    Et qu'il en pourrait plus en essuyer la fange

    Cependant le hros, dans sa splendeur d'Archange,

    Inclinant son panache clatant, apercut

    Ce hideux malandrin, sale et vil, le rebut

    Du monde; -il lui tendit noblement son aum6ne

    Du haut de son cheval cabr, cornme d'un trone,

    ce lpreux impur, contagieux amudit,

    qui la lui demandait au nom de Jsus-Christ,

    C'est alors qu'on put voir une chose touchante:

    Allongeant vers le Cid amaine pulvrulente,

    Le lpreux accroupi se mit sur ses genoux,

    Surpris, -le repouss +ie voir un homme doux

    Ne pas montrer l'horreur qu'inspirait sa prsence

    Et ne pas I'carter du bois de sa lance;

    Et, touch dans le coeur de voir cette piti,

    11osa, lui, le vil, l'affreux, I'humili,

    Dans un de ces lans plus forts que la nature,

    Au gantelet d'acier coller sa bouche impure.

    Le malhereux savait qu'il pouvait appuyer,

    Sans lui donner son mal, sur le brillant acier,

    Le mouiller de sa levre, y triner son haleine,

    Lui, qui n'avait jamais bais la main humaine

    et qui donnait la mort d'un seul attouchement,

    Vautra son front dartreux sur I'acier de ce gant

    Et le Cid le laissa tres tranquillement faire,

    Sans ddain, sans dgout, sans haine, sans colkre,

    Immobile il restait, le grand Campador

    Que pouvait-il penser sous le grillage d'or

    De son casque en rubis, quand il vit cette audace?

    Que sentiment passa sous l'or de sa cuirasse?

    Mais il fixa longtemps le lpreux, -puis, soudain,

    11 arracha son gant et lui donna sa main.

    Y

    ahora la versin, un tanto reivindicativa, de Rubn Daro, incluida en la segunda edicin

    de Prosas profanas

    y

    fechada en

    19 :

    Cuenta Barbey, en versos que valen bien su prosa,

    una hazaa del Cid, fresca como una rosa,

    pura como una perla. No se oyen en la hazaa

    resonar en el viento las trompetas de Espaa,

    ni azorado moro las tiendas abandona

    al ver al sol el alma de acero de Tizona.

    Babieca descansando del huracn guerrero,

    tranquilo pace mientras el bravo caballero

    sale a gozar del aire de la estacin florida.

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    Re la primavera, y el vuelo de la vida

    abre lirios y sueos en el jardn el m undo.

    Rodrigo de Vivar pasa, meditabundo,

    por una senda en donde, bajo el sol glorioso,

    tendindole la m ano, le detiene un leproso.

    Frente a frente, el soberbio prncipe del estrago

    y la victoria, joven, bello como San tiago,

    y el horror animado, la viviente carroa

    que infecta los suburbios de hedor

    y

    de ponzoa.

    Y al Cid tiende la m ano el siniestro mendigo,

    y su escarcela busca y no encuentra Rodrigo.

    -Oh Cid, una limosna )), -dice el precito.

    -Hermano,

    ite ofrezco la desnuda limosna de mi mano -

    dice el Cid; y quitando su frreo guante, extiende

    la diestra al miserable, que llora y que comp rende.

    Tal es el suced ido que el C ondestable escancia

    como un vino precioso en su copa de Francia.

    Yo ag regar este sorbo d e licor castellano:

    cuando su guantelete hubo vuelto a la mano

    el Cid, sigui su rumbo por la primaveral

    senda. Un pjaro daba su nota de cristal

    en un rbo l. El cielo profundo deslea

    un perfum e de gracia en la gloria del da.

    Las ermitas lanzaban en el aire sonoro

    su melodiosa lluvia de trtolas de oro;

    el alma de las flores iba por los caminos

    a unirse a la piadosa voz de los peregrinos,

    y el gran Rodrigo Daz

    de

    Vivar, satisfecho,

    iba cual si llevase una estrella en el pecho.

    Cuando d e la campia, aromada de esencia

    sutil, sali una nia vestida de inocencia

    una nia que fuera una mujer, de franca

    y anglica pupila y muy dulce y muy blanca.

    Una nia que fuera un hada, o que surgiera

    encarnacin de la divina Primavera.

    Y fue al Cid y le dijo: Alma de amor y fuego,

    por Jimena y por Dios un regalo te entrego,

    esta rosa naciente y este fresco laurel.

    Y el Cid, sobre su yelmo las frescas hojas siente,

    en su guante de hierro hay una flor naciente,

    y en lo ntimo del alma como un dulzor de miel.

    Naturalmente este poema tiene su historia. Estamos ante la leyenda del leproso, del ciclo del

    Cid, que cuenta este mismo episodio y el milagro consiguiente del premio al Cid, pero en su

    versin, Barbey d Aurevilly, en los alejandrinos pareados de su poema, recogido en el libro

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    PoussiL+res,prescinde del episodio del milagro, que naturalmente Rubn, en sus esplndidos

    tambin alejandrinos pareados, restablece, en un gesto d e hispanismo reivindicativo de la tota-

    lidad de la leyenda con su co ntenido sobrenatural o espiritual que el poeta francs haba supri-

    mido. Para Lpez Estrad a, el poema ya no e s un pastiche ling stico, ni tan siquiera una tra-

    duccin, y va ms all de la parfrasis. D aro prolonga la estampa d e la leyenda con la des-

    cripcin de una matinal alegra de primavera, y una nia entrega al Cid una rosa naciente y

    un fresco laurel^^. Para A rturo Marassolo, la estampa primaveral y la nia pudieran ser remi-

    niscencias del Romancero y aun del mismo Poema de Mo Cid, que sabemos que Rubn haba

    ledo muy joven, segn propia manifestacin l

    Y

    de esta forma, en 1900, el episodio del Cid se difunde en Espaa

    y

    en los ambientes

    modernistas prende enseguida el asunto, de m anera, que casi simultneamente, en su libro Alma,

    de 190212,aparecera el poema de Manuel Machado sobre el Cid, con el ttulo de Castilla,,,

    que, ahora s, glosa directamente un episodio del Poe ma d e Mo C id, en con creto el de la nia

    de nueve ao s, de los versos 21 a 64, Los versos de Machado, llenos del m ismo espritu brillan-

    te y colorista que Rubn haba utilizado en su poema, reivindican ahora al hroe en su destie-

    rro, universalizando y popu larizando a travs de este difundidsimo poema toda una forma es-

    pecial de leer el poema e interpretar al hroe en su desdicha, mientras el paisaje de Castilla, tan

    difundido por los prosistas de la poca toma parte, y muy activa, en la descripcin:

    El ciego sol se estrella

    en las duras aristas de las armas,

    llaga de luz los petos y espaldares

    y flamea en las puntas de las lanzas.

    El ciego sol, la sed y la fatiga.

    Por la temble estepa castellana,

    al destierro, con doce de los suyos

    -polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.

    Cerrado est el mesn a piedra y lodo

    nadie responde. Al pomo de la espada

    y al cuento de las picas el postigo

    va a ceder Quema el sol, el aire abrasa

    A

    los terribles golpes,

    de eco ronco, una voz pura, de plata

    y de cristal, responde Hay una nia

    muy dbil y muy blanca

    9

    Francisco Lpez Estrada, Rubn Daro y la Edad Media Planeta. Barcelona, 1971, pp. 56-57.

    1 0

    Arturo Marasso, Rubn Daro y su creaciri potica Kapeluz. Bueno s Aires, 1 954, p. 144.

    1 1 Francisco Lpez Estrada, Rubn Daro

    y

    la Edad Media p.

    2 2 .

    La cita de Marasso procede de su

    Rubn Daro

    y

    su creacin potica

    p 144.

    1 2

    Manuel Machado, Poesas completas edicin de Antonio Fernndez Ferrer, Renacimiento, Sevilla,

    1993. Cas t i l la per tenece a Alrna (1898-1900) ,

    p

    27.

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    en el umbral. Es toda

    ojos azules, y en los ojos lgrimas.

    Oro plido nimba

    su carita curiosa y asustada.

    -Buen Cid, pasad El rey nos dar muerte,

    arruinar la casa,

    y sembrar de sal el pobre campo

    que mi padre trabaja

    Idos. El cielo os colme de venturas

    jEn nuestro mal, oh Cid, no ganis nada

    Calla la nia y llora sin gemido

    Un sollozo infantil cruza la escuadra

    de feroces guerreros,

    y una voz inflexible grita: ;En marcha

    El ciego sol, la sed y la fatiga.

    Por la terrible estepa castellana,

    al destierro, con doce de los suyos,

    -polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.

    Como podemos advertir, tras la lectura de este conocidsimo poema, Manuel Machado ha

    incluido en su propio texto palabras e incluso un verso completo del Poema de Mo Cid ni-

    ciando una tcnica de cita y de collage que ser frecuente en las evocaciones cidianas, como

    si al poeta le gustase paladear el sabor del verso primitivo y as se lo quisiese transmitir a su

    lector oyente. ste es un recurso ms en un poema en el que el simbolismo modernista his-

    pnico deja ver todo lo dems: colores, brillos, fulgores, brillanteces en la descripcin paisajstica

    de fuerte representacin sensorial sobre todo en lo que se refiere a la evocacin potica de luz

    y temperatura, mostrando una imagen muy arquetpica de una Castilla luminosa, sedienta y

    abrasadora, que es atravesada, en sus llanuras, por el desterrado injustamente, tema que inicia

    tambin una recuperacin del mito del Cid ms digno y humano. Seala Lpez Estrada que esta

    poesa de Manuel Machado fue, adems, uno de lo motivos ms difundidos para asociar la

    figura del Cid con Castilla13,aunque escribi otra composicin ms, ya de

    1904

    y recogida en

    Primitivos, sobre el mismo ciclo, aunque dedicada a Alvar Fez (Retrato)14 que es como

    se titula el poema:

    13

    Francisco Lpez Estrada. Panorama crt ico sobre el P oem a del Cidw , p. 2 8 5 . Tambin Francisco

    Lpez Estrada, Los *Primitivos* de Manuel

    y

    Antonio Machado, Cupsa, Madrid, 1977, pp. 34-45, donde

    comenta detenidamente ambos poemas de Manuel Machado.

    14 Manuel Machado,

    Poesas completas,

    Alvar-Fez (Retrato))) pertenece a

    Museo

    (1910). seccin

    Primitivos, p. 159.

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    Muy leal y valiente es lo que fue Minaya;

    por eso d1 se dice su claro nombre y basta.

    Hera en los ms fuertes haces y dems lanzas

    y hasta el codo de sangre de moros chorreaba

    el caballo sudoso toda roja la espada

    Cuando Ruy le ofreca su quinta en la ganancia

    tornbase enojado ni un dinero aceptaba.

    Fue embajador del Cid a Alfonso por la gracia

    Mas todos sus discursos fueron estas palabras:

    Gan Valencia el Cid Seor

    y

    os la regala.

    Deste buen caballero aqu el decir se acaba;

    de Minaya Alvar-Fez quien quiera saber ms

    lea el grande poema que fizo Per Abad

    de Rodrigo Ruy Daz Myo Cid el de Vivar.

    Justamente Manuel Machado es el autor de la denominacin a los escritores de su genera-

    cin con el conocido trmino de abiznietos del Cid en su poema Yo poeta decadentelS.

    Como su hermano Antonio Machado mencion al Cid en diversas ocasiones aunque nun-

    ca le dedic un poema completo pero s lo hizo comparecer en Campos

    de

    Castilla como ejem-

    plo de un esplendor honrado y generoso ahora nostlgicamente evocado ante la Castilla de

    hoy. Los conocidsimos versos de

    A

    orillas del Duero16 manifiestan desde luego el paren-

    tesco espiritual pero tambin las diferencias estticas entre los dos hermanos:

    La madre en otro tiempo fecunda en capitanes

    madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes.

    Castilla no es aquella tan generosa un da

    cuando Myo Cid Rodrigo de Vivar volva

    ufano de su nueva fortuna y opulencia

    a regalar a Alfonso los huertos de Valencia.

    En todo caso la generacin siguiente los del 27 volvieron al Cid con una mirada muy dife-

    rente. El personaje segua atrayendo pero naturalmente no como guertero conquistador autor

    de brillantes victorias sino como personaje remoto que sufri como decamos abandono de

    su seor y destierro. Los esplendores pintorescos del modernismo son sustituidos por una

    15 Manuel Machado, Poesas comple tas . Yo, poeta de cadente)) pertenece a

    l

    mal poema 1909 ), p.

    118 .

    1 6 Antonio Machado, Poesa

    y

    Prosa, edicin de Oreste Macn, Espasa Calpe, Madrid, 1988, Poesas

    comple tas) ,

    p. 494. Francisco Lpez Estrada, en

    Panorama cr t i co sobre e l Poem a del C id ,

    cita un texto

    de la poca de la guerra civi l , de Los mi l icianos de 1936~. n el que Machado escribe: . . . la sombra de

    Rodrigo acompaa a nuestros heroicos milicianos, pp. 289-290.

    y

    en Los Primitivos de Manuel

    y

    Antonio

    Machado, refiere algunas otras menciones lacnicas, entre las que destaca la procedencia de versos del Poema

    de

    Mo

    C i d del conocido Casti l la la genti l de Antonio Machado, pp. 211-214.

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    penetracin en la figura del guerrero castellano, sobre todo a travs de los textos, como ocurre

    con Guilln o con Rafael Alberti, de los textos no ya los legendarios del romancero, del Cid de

    las mocedades y de los gestos bravucones, sino con los textos del Poema e Mo Cid que nos

    devuelve un caballero leal injustamente tratado por su seor y echado de sus tierras. La figura

    de la esposa del Cid, Jimena, que sufre las mismas calamidades y el destierro -que luego cap-

    tara de forma tan lrica Mara Teresa Len en su biografa novelada- aparece igualmente como

    ser que sufre injusticia y destierro, a pesar de su lealtad, a pesar de su sangre real, a pesar de

    sus virtudes de esposa y madre.

    Federico Garca Lorca, en un texto que nos sorprende, como tantas veces en su obra, por su

    lirismo y por su finura interpretativa tuvo ocasin de referirse a la leal esposa de Rodrigo, cuan-

    do escribe sus impresiones de viaje en el momento que visita el Monasterio de San Pedro de

    Cardea . Christoph Rodiek'' recuerda que en uno de los relatos de viaje de su primer libro

    1

    9

    18: Impresiones

    y

    paisajes), Federico Garca Lorca hace la siguiente meditacin ante el Mo-

    nasterio de San Pedro de Cardea en ruinas. El texto merece ser reproducido y recordado,

    porque en l, el joven Garca Lorca vuelca toda su emocin de lector hacia la figura de Doa

    Jimena, que evoca, ante las ruinas conventuales, de forma anglica y emocionada, con cita in-

    cluida como va a ser habitual en todas las evocaciones poticas de la historia cidiana. La pos-

    tura de Garca Lorca reconociendo lo humano y lo emotivo de la escena como lo ms valioso,

    frente a la figura bravucona del Campeador, marca lo que va a ser la interpretacin de este gru-

    po de poetas frente a lo que otros ponderaron. Frente al heroico y aguerrido hidalgo, Lorca

    prefiere la figura de la mujer enamorada, valiente y leal, cumplidora de su deber, y ve en ella la

    verdadera herona de la historia, muy en la lnea de los que sern las propias heronas de la

    poesa y del teatro lorquianos:

    La gesta colosal quisiera hablar en el misterio soleado, pero ya las cimeras y los petos de

    maya huyeron por un fondo sin luz

    La figura amorosa de Jimena que describe la formidable leyenda an parece esperar al caba-

    llero ms amante de las guerras de su corazn, y esperar siempre, como esperan los Quijotes a

    sus Dulcineas, sin notar la espantosa realidad.

    Toda la historia de aquel amor fuerte, est dicha sobre estos suelos; todas las melancolas de

    la mujer del Cid pasaron por aqu todas las palabras de rplica mimosa y apasionada se oyeron

    por estos contornos, hoy muertos

    Rey de mi alma y de estas tierras, conde

    Por qu me dejas? Adnde vas? Adnde?

    Pero el hroe tena ante todo que ser hroe, y apartando a la dulzura de su lado, marchaba

    entre fijosdalgo en busca de la muerte y la muerte dolorida y llorosa paseara entre estos sau-

    ces y entre estos nogales renovados, hasta que algn religioso con barba blanca y calva esmaltada

    viniera en su busca para conducirla a su aposento en donde quiz todas las noches oyera los

    7

    Federico

    Garca Lorca

    Impresiones paisajes Obras completas

    IV

    p.

    77 .

    1 8 Christoph Rodiek

    La recepcin in ternacional del Cid

    p. 362.

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    10/27

    gallos cantar. Y lo deseara y lo amara por grande y por fuerte pero todo en vano pues tan s610

    algunas horas pudo de sus caricias gozar...

    La figura de doa Jimena es la nota ms femenina y subyugadora que tiene el romancero

    Casi se esfuma al lado

    de

    las bravatas y contrastes de Rodrigo su m arido pero tiene

    l

    encanto

    suave del amor.

    Jimena siente un amor grande visto a travs de las pginas de los rom ances. Amor reposado

    lleno de un apasionamiento vibrante que tiene que ahogar ante el fantasma del deber

    Lorca ha mencionado el canto de los gallos. Y en este punto hay que recordar que con el

    Poema de Mo Cid justamente ha sido relacionada una de sus ms brillantes metforas, perte-

    neciente al Romancero gitano. En otro lugar de su obra, Rodiek19 pone en relacin la imagen

    del gallo o del pjaro, que pica buscando la aurora, con la que considera su variante ms cono-

    cida de esta reminiscencia del Poema de Mo Ci, situada en los primeros versos del

    Reman

    ce de la pena negra de Federico Garca Lorca: Las piquetas de los gallos

    /

    cavan buscando

    la aurora. Del Poema de Mo Cid: A priessa cantan los gallos e quieren quebrar albores.

    Anota muy tempranamente Valbuena Prat: Aunque sera muy sugestivo pensar en una adivi-

    nacin creacionista del poeta interpretando el segundo hemistiquio como subordinado al pri-

    mero (Apriessa cantan los gallos y quieren [ellos] romper los albores), no creo que haya

    derecho a esto, sino simplemente y quieren romper el alba, que es como se interpreta en la

    versin de A. Reyes, por ejemplo. Creo que, pensando en la primera posibilidad, se le ocurri

    a Federico Garca Lorca la imagen inicial de unos de sus bellos romances gitanos. Las pique-

    tas de los gallos cavan buscando la aurora (Romacero gitano, romance de la pena negra).

    Precisamente Lorca puso como lema de uno de los nmeros de su revista granadina Gallo el

    verso del cantar que comentamos. El sentido preciso de la frase se advierte en otra bella alu-

    sin al amanecer de Mio Cid: Ya crieban los albores e vinie la maana, xe el sol, Dios, qu

    fermoso apuntaba . En Vicente Huidobro, en Mo Cid Campeador. Hazaa, tal como seala

    Rodiek20, se dice: Amanece sobre el mundo. Los pjaros impacientes vuelan hacia el oriente

    a picotear el alba para que salga el sol.

    Del texto de Lorca de 1918 vamos a pasar a un texto de Gerardo Diego de 1919: su poema

    Saludo a Castilla, porque, en efecto, Gerardo Diego rememora a Rodrigo Daz de Vivar nica-

    mente en dos de sus poemas, muy alejados en el tiempo. Uno de ellos es, como decimos, un

    poema de 1919, perteneciente a su libro Evasin, difundido sobre todo a travs de la Primera

    antologa de

    u

    verso?', de 1941, y que, al publicarse sus obras completas en 1989, se inclui-

    ra en la serie de poemas sueltos recogida bajo el epgrafe de Hojas22.Se trata de un elogio de

    Castilla, titulado Saludo a Castillab, en el que figuran, entre una serie de motivos conocidos,

    los famosos gallos de Cardea:

    1 9 Christoph Rodiek a recepcidn internacional del Cid p. 353 .

    2 0

    Christoph Rodiek

    La

    recepcin internacional del Cid p.

    353

    2

    1 Gerardo Diego Primera antologa de sus versos Espasa-Calpe Madrid 194 1. Ver Gerardo Di eg o

    Antologa de sus versos 1918-1983) . edicin de Francisco Javier Dez de Revenga Espasa Calpe Madrid

    1996. p. 87.

    2 2

    Gerardo Diego . Obras completas. Poesia edicin de Francisco Javier Dez de R evenga Aguilar. Madrid

    1989

    11, p.

    1171. 2 edicin Alfaguara Madrid 1996.

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    11/27

    En el agua fra de la palangana

    yo te saludo, Castilla,

    en el agua y filo de cristal de la maana.

    Te he conocido, madre, aun sin salir de casa.

    Te he conocido

    por la losa de la rosa y la pared bien rasa.

    Aprisa los gallos cantan, cantan con petulancia,

    cantan aprisa

    como aquellos del Cid en Cardea la rancia.

    Y

    hay en el aire un primoroso olor secular,

    un olor dilatado

    sobre el espacio y el tiempo como el ritmo del mar.

    Por el balcn asoma una iglesia su faz,

    una iglesia barroca

    con medallones atormentados y una esquila tenaz.

    Aun sin salir de casa te conozco, Castilla.

    Madre, te he adivinado

    en los ureos buuelos y en la cuerda de la mirilla.

    Y al abrir el balcn,

    qu maravilla,

    grita grito glorioso al descubrirte como un nuevo Coln:

    icastillai

    castiiia

    Poema muy azoriniano, y que utiliz el propio Gerardo Diego para alguno de sus homenajes

    a A~or n*~ ,ugiere la gesta del Cid, algo que har igualmente en otro poema muy posterior,

    dedicado en esta ocasin a Menndez Pidal, y que titula Mar za~*~ ,ecogido en su libro El

    Cordobs dilucidado. Vuelta del peregrino, en donde el caballero de Vivar aparece, como

    otros personajes de los cantares de gesta, aunque ste, adems, con la reproduccin de un

    verso del Poema de Mo Cid, fundido en la evocacin del viejo maestro de fillogos:

    Viene a pasos ligeros, todo l reliquia cotidiana,

    rezada y ofrecida, de par en par el alma.

    Si un tiempo piedra, ahora leo sin peso, fbula,

    2 Francisco Javier Dez de Revenga, ~ G er ar d oDiego y Azorn: confesiones y recuerdos de un discpulo

    constante ,

    Montearab

    22,

    1996

    pp. 7-21.

    2 4

    Gerardo Diego, Obras completas . Poesa 11

    p 465 .

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    romance de Arlanza y Esla, negro

    y

    blanco de urracas.

    Ay Dios, qu buen vasallo se ha perdido

    la

    Infanta

    por nacer tantos siglos antes

    del

    tiempo mojiganga.

    Y con l vienen cuantos con l son y estaban,

    vienen, viva floresta, primavera de la raza.

    All llega Don Rodrigo, despojo de la batalla:

    Mi vida por una almena, que me ser

    ltima

    Espaa.

    Bernardo, sublime en Lope cuando viva

    y

    muerto en casa,

    y desde Nuo a Gonzalo las ocho cabezas rodadas

    y

    Fernn por quien Castilla ya es Castilla meridiana

    y Mo Cid Ruy Daz, palabra

    y

    medida de patria.

    La dedicacin al Cid por parte de Gerardo Diego,

    y muy especialmente al Poema de Mo Cid

    cuenta con pginas de un gran inters que hemos conocido tras la publicacin de los tres

    volmenes de Prosa literaria de sus Obras completas, a cargo de Jos Luis Bemal. Y es que,

    entre los trabajos medievalistas de Gerardo, que ms adelante glosaremos aunque sea breve-

    mente, hay uno que destaca por su originalidad, profundidad y decisin, a la hora de estudiar

    un tema muy complejo como es el ritmo. Me estoy refiriendo naturalmente al artculo titulado

    El ritmo en el Poema de Mo Cid, justo el texto que inicia la recopilacin de los estudios

    medievales y del Siglo de Oro25.Se trata de un estudio atrevido, emprendedor, pero no exento,

    por esas razones, de seriedad cientfica y de profundidad acadmica. Es un texto extenso, y

    sorprende que fuese publicado en un diario madrileo Arriba), aunque eso s, en tres entre-

    gas, correspondientes a los das 28 de marzo, 14 de abril y 18 de abril de 1943.

    La originalidad del artculo reside en dos aspectos destacables entre otros muchos: en pri-

    mer lugar, porque Gerardo Diego se enfrenta al estudio y defensa de la irregularidad versificatoria

    y mtrica del Poema de Mo Cid con una cualidad que no ha tenido ninguno de los estudiosos

    que antes lo han abordado, ya que lo hace en su condicin de poeta en ejercicio que proclama

    la libertad en el verso, practicada por l desde su juventud y ya largamente experimentada a la

    altura de la primavera de 1943, que es cuando este artculo se publica. Condicin de poeta

    y

    condicin de versolibrista, ya que en Gerardo tenemos a uno de los maestros, ms conscientes,

    del verso libre espaol, aspecto an no estudiado en su obra. Defensor de la libertad en el

    verso, y de la libertad en la poesa lo fue siempre, y son muchos los textos que prueban estas

    avanzadas cualidades de nuestro primer poeta vanguardista importante. Se siente Gerardo, y

    esos es lo que ms nos estimula, investido de una autoridad especial para entender el verso

    irregular libre lo llama

    l) del Poema del Mo Cid. Y el otro aspecto muy innovador se centra

    en el examen que al final del artculo hace de la estructura del famoso Poema, defendiendo otra

    vez la originalidad inspiradora del juglar, autor del Poema de Mo Cid.

    Respetuosos con quienes estudiaron el Poema, aunque no comprendieron su irregularidad

    mtrica entre ellos su admirado Menndez Pelayo) y entusiasmado ante la capacidad de com-

    2 5 Gerardo Diego Obras completas. Prosa. Prosa Literaria edicin de Jos Luis Berna] Alfaguara

    Madrid 2000 vol. VI pp. 495 51 1

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    prensin de Menndez Pidal, adjudica Diego a uno y otro lo que corresponde, no sin ternura,

    de errores a Don Marcelino y de aciertos a Don Ramn.

    Con siderar la mtrica del Poe ma una ana rqua es, sin duda, lo que m s le duele a Gerardo

    Diego. Y para demostrar lo errnea que es esa perspectiva, desarrolla un acertado proceso de

    actualizacin para com prender la irregularidad versa1 del poema que slo l, com o poeta moder-

    no, puede hacer, asegu rando que los profesores y eruditos lo qu e tienen que ha cer es aprender

    de la poesa, y en este caso de la poesa contempornea p. 499):

    Y

    qu nos dice la poesa contempornea? Proclama el derecho del poeta a la libertad rtmi-

    ca ensaya

    y

    mantiene las ms arriesgadas experiencias del verso libre -no blanco suelto o sin

    rima sino libre no obligado a frmulas previas de estructura numrica o acentual- y finalmente

    en pago de tan rentadoras ventajas y desahogos tcnicos exige el poeta ms que nunca una

    continua adecuacin del ritmo material fontico -ese ritmo que se crea a s mismo en cada ins-

    tante- al contenido espiritual del poema.

    Las palabras que siguen a las ms arriba transcritas son dignas de la mayor atencin, por-

    que en ellas lleva a cabo Gerardo D iego una defensa del v erso libre contem porneo d e antolo-

    ga, texto que m ereca figurar en los estudios de la versificacin c ontem pornea por su acierto.

    Es lo que con G erardo Diego su cede habitualmente. Quin poda pensa r que en el contexto de

    un estudio sobre la versificacin del Poe ma d e

    o

    Cid podramos h allar no s lo

    un

    esplndi-

    do estudio sobre el poema, sino, adem s, una de las teoras del verso libre contem porneo m s

    lcidas que jams se han escrito en lengua espaola? La afirmacin co nclusiva, antes de volver

    al Poema e Mo Cid, merece ser recordada p. 500):

    Existe es un hecho la poesa en verso libre y se han cubierto todas las etapas posibles entre

    el verso ms encarnizado y riguroso de acentos slabas rimas y complicacin estrfica y la

    simple y continuada prosa.

    La irregularidad, afirma Gerardo Diego, es el fundamento de la mtrica del Poema, y para

    demostrarlo, el poeta hace una prueba: transcribe unos versos del poema medieval y a conti-

    nuacin los de una versin modernizada en verso regular la de Lu is Snchez Gua rner) para

    mostrar cm o el poema ha p erdido todo su vigor, toda su originalidad, toda su emo cin expre-

    siva p. 501). Quiz, el acierto mayor de Gerardo est en su accin actualizadora, valorando el

    poema c om o una creacin m trica m oderna, al reconoce r al juglar la capacidad que tiene el

    poeta moderno de adecuar su verso a las incidencias de lo cantado, de lo narrado, adelantn-

    dose en expresivida d a la m trica qu e luego se volvera regular y sujeta a esq uema s estableci-

    dos p. 504):

    Pues bien: digmoslo con completa resolucin: El

    Poema del id

    es desde el punto de vista

    rtmico la ms perfecta y ms bella realizacin de nuestra pica. Y lo es evidentemente por

    haber acertado genialmente con el tipo de verso

    y

    de serie estrfica ms adecuado por un lado

    al genio de nuestra lengua; por otra parte al gnero pico narrativo cantar de gesta entonces

    epopeya heroica luego en la poesa culta del Renacimiento.

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    La adecuacin mtrico-expresiva es el mayor mrito del Poema de Mo Cid, sin duda, por-

    que es el reflejo de su humanidad. En esto de la humanizacin del Poema por obra y gracia de

    su annimo juglar, hay que advertir el acierto y la originalidad de Gerardo p. 505):

    Si ahora comparamos esta tcnica libre construida a la medida,

    a

    la escala

    de la

    capacidad

    humana, de intensa narracin cantada, correlativa a la capacidad humana, se suspende

    la

    atencin

    vigilante del oyente, est tkcnica, que al reducirse y concretarse en cada verso, en cada porme-

    nor, encuentra o puede encontrar siempre el recurso ms justo, ms expresivo en ese ritmo res-

    piratorio de los dos elsticos hemistiquios que se estiran o se concretan -siempre

    en torno al

    mdulo heptaslabo- como la respiracin misma, viva, natural, del que canta, del que se exalta

    del que vuela; si comparamos, digo, esta tcnica, este sistema rtmico con el empleado luego

    a

    partir, no digo ya de la cuaderna va del siglo

    XIII

    sino del Renacimiento, todas las ventajas

    sern para la formidable intuicin de nuestro juglar.

    Al referirse a los perjuicios de la mtrica sujeta a esquemas establecidos, son hasta diverti-

    das las reflexiones que vienen a continuacin, ya que, al atribuir a Dante el error de haber

    escrito en tercetos encadenados su Divina Comedia, le hace responsable de lo que vino des-

    pus tuvimos unos cuantos siglos el suplicio de la noria infinita, de los tercetos encadena-

    dos en todas nuestras epstolas, stiras y dems semipicas, de por los menos unos cuantos

    centenares de eslabones) p. 505).

    Las consideraciones que vienen a continuacin en tan interesante trabajo se extienden a

    otros aspectos fundamentales para entender el ritmo de la poesa medieval, basado, sin duda,

    en su carcter oral, msica incluida. Quiere Gerardo imaginarse cmo se recibiran estos versos

    irregulares, impulsivos en sus oyentes, en las cortes de los reyes y nobles medievales, porque

    lo que es indudable es que haban de ser recitados, seguramente acompaados de msica, y

    que el ritmo interior de los versos era fundamental para animar y atraer a los oyentes.

    Y da, finalmente, mucha importancia el poeta contemporneo a otro tipo de ritmo, el ritmo

    general de construccin del poema, el ritmo en su sentido ms amplio, de la rbita total del

    poema y de los contrastes de movimiento, de tono, de luces y sombras a lo largo de los tres

    cantares p. 5 lo), aspecto ste del mximo inters, porque la interpretacin de Gerardo en este

    sentido es otra de sus aportaciones singulares al estudio del Poema. Se refiere entonces a la

    compensacin de materiales narrativos y su estructuracin en tres partes, como tres jornadas

    de una comedia, divisin caracterizada por su sobriedad. Pero es que adems destaca la riqueza

    variedad en la estructura interna de cada parte, la primera experimentando un crescendo,

    desde su sombro comienzo, con el inicio del destierro, hasta su final ms triunfal; el segundo,

    el de las Bodas, de mayor riqueza y variedad; para llegar al tercero en el que nuevos elementos

    aumentan la variedad y enriquecen an ms el Cantar, con motivos cmicos y patticos para

    culminar en el elogio del linaje del Cid.

    Y

    la conclusin tras estas observaciones no puede ser

    mejor y ms valiente p. 5 11):

    Creo haber demostrado que en el oema

    del

    id resplandece

    una

    verdadera maestra rtmica,

    tanto en la materialidad del verso como en su utilizacin expresiva y en la disposicin e planos,

    tonos, series y conjuntos.

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    Sabemos del aprecio que Jorge Guilln, Profesor de Literatura, tena por el Poema de Mo

    Cid .

    Cuando ocup la Ctedra de Lengua

    y

    Literatura Espaola de la Universidad de Murcia,

    entre 1926 y 1929, en su programaz6de la asignatura, el Poema de Mo C id era parte fundamen-

    tal, ya que la parte de Lengua Espaola quedaba lacnicamente reducida a una Explicacin

    de textos, en la que slo figuraban como tales textos el

    Cantar de Mo Cid

    y el

    Lazarillo de

    Tormes. El programa, en su parte de Literatura Espaola, se compona slo de cinco lecciones

    y una de ellas, titulada Los cantares de gesta, tena al Poema de Mo Cid como argumento

    principal. Las otras cuatro eran Novela pastoril. Novela picaresca, Lope de Vega, El

    culteranismo y el conceptismo

    y

    La poesa prerromntica y romntica. Muchos aos des-

    pus, en su libro Homenaje2', Jorge Guilln dedicara un precioso poema, en su serie de Al

    margen* al Poema que durante muchos aos explic, como hizo con otras muchas obras de la

    literatura espaola y universal.

    El poema dedicado al Cid, se titula Al margen del Poema de Mo C id y contiene un bello

    subttulo: El juglar y su oyente. Partiendo de los versos del propio poema, Guilln tambin

    utiliza la tcnica del collage para evocar un dilogo entre el juglar del Cid y sus oyentes,

    logrando representar por medio de versos

    y

    contraversos una imaginaria lectura real del Poema

    del Cid en la plaza de un pueblo cualquiera de nuestra Edad Media. Sobresale el entusiasmo y

    la implicacin de recitador y oyentes en los episodios de la historia y en la admiracin hacia el

    hroe, tal como podra haber ocurrido en cualquier lugar de Castilla en pleno siglo XII:

    Sospir mo Cid: ca mucho ave grandes cuidados.

    El nio dice: No me leas eso.

    La narracin se anima. Al Cid acompaamos.

    A la maana, cuando los gallos cantarn

    Juntos cabalgarn, cabalgaremos.

    Comienzan las victorias. Ganado es Alcocer.

    ;Dios, qu bueno es el gozo por aquesta maana

    Con absoluta fe todos los suyos

    -Entre ellos este oyente-

    En el caudillo sin cesar confan.

    YO so Ruy Daz, el Cid de Vivar Campeador

    Lo es, lo es. Y se despliega

    Ya su sea cabal en somo del alczar.

    i

    Alczar de Valencia Nada importa

    Que de Marruecos lleguen cincuenta mil soldados.

    El Cid los vencer grita seguro el nio.

    2 6 Francisco Javier Dez de Revenga, El programa docente de Jorge Guilln en la Universidad de Mur-

    cia, Lengua

    y

    Literatura: su Didctica. Homenaje a la Profesora Carmen Bautista Martn, Universidad de

    Murcia, Murcia, 1993, pp 100-1 18. Y Francisco Javier Dez de Revenga, Jorge GuillCn y la Universidad de

    Murcia: encuentros y desencuentros)),

    La claridad en el aire. Estudios sobre Jorge Guilln,

    Obra Cultural de

    CajaMurcia, Murcia, 1994,

    pp

    133-174. Tambin en

    Pginas de l i teratura murciana contempornea,

    Real

    Academia Alfonso

    X

    el Sabio, Murcia, 1997, pp. 109-126.

    27 Jorge Guilln,

    Homenaje. Aire nuestro,

    edicin de Francisco J. Daz de Castro,

    111

    Anaya-Mario

    Muchnik, Madrid, 1993, p 31.

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    No hay problema, no hay dudas, no hay suspense.

    Non ayades pavor A quin aflige?

    Le crece el corazn a don Rodrigo

    Y a todos cuantos llega su irradiacin de hroe,

    Hroe puro siempre, hroe invulnerable,

    Autoridad paterna con su rayo solar.

    l es quien vence a todos clama el nio.

    Y venci la batalla maravillosa

    e

    granr.

    Reconstruccin emotiva de un momento de Espaa a travs de la fuerza poderosa de los

    versos del juglar de Medinaceli y de sus inolvidables palabras. Evocacin fundamentalmente

    textual, basada filolgicam ente, com o se proclama en su condicin de poem a escrito al mar-

    gen de un texto clsico, en la propia palabra de la obra literaria evocada, en su propia realidad

    textual, indeleble e inmortal. Vivir el texto y hacerlo vivir de nuevo es lo qu e quiere Guilln en

    esta emocionad a recreacin de la lectura del poema an te un pblico variado.

    Y

    lo que consigue

    es revivir al personaje en su herosmo pero sobre todo la virtud subyugadora o seductora del

    texto que lo elogiaba y alababa

    y

    que aun hoy lo sigue elogiando y alabando, ante su pblico

    fiel, permanente e incondicional.

    Tambin, en H ome najez8,hay un poema dedicado a

    Doa Jimena , evocada por una visi-

    tante francesa d e la Catedral de Burgos. Irona, sentido del hum or y fidelidad a lo castellano,

    por encima de todo, se advierten en el breve poema. Al fondo de la irona, se distingue, la

    versin francesa de la historia, sin duda en el recuerdo de Pierre Corn eille y su tragedia

    a

    Cid:

    Burgos. La catedral. Un mrmol funerario.

    M o Cid. Una dama con gran sorpresa exclam a:

    ~ T ie n s , him&ne Aqu, no en Pars, escenario,

    Subiste la herona de la historia y su drama?

    Y todava una vez ms, Homenaje nos trae un tercer eco del gran poema castellano medie-

    val. En efecto, al terminar el libro, la ltima cita procede del Poe ma de Mo Cid 2,I II), del que

    incorpora el sentido medieval del hom enaje para cerrar, com o colofn, un libro compuesto, de

    principio a fin, por una coleccin nica de homenajes29:Las palabras son puestas, los

    homenajes dados son.

    Justamente, la difusin del Poema es el objetivo principal de la labor de otro poeta de la

    generacin del 2 7, y gran amigo d e Jorge Guilln, Pedro Salinas, ya que a l deb emo s una de las

    versiones en verso modernas ms logradas. Su nuevo texto del Poema escrito en versos

    hexadecaslabos se public en 1926 y ha sido reeditado en num erosas ocasiones30. La edicin,

    que se realiz en las colecc iones de la Revista de Occidente, que ha sido siempre la reeditora

    2

    8 Jorge Guilln,

    Homenaje. Aire nuestro p. 492 .

    2

    9 Jorge Guilln, Homenaje. Aire nuestro p. 592.

    3

    Poema de Mfo Cid .

    versin de Pedro Salinas,

    Revista de Occidente

    Madrid, 1926.

    5'

    edicin, que

    seguimos, Selecta de

    Revista de Occidente

    Madrid, 1969.

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    17/27

    posterior, tuvo muy buena acogida. Antes de hablar de l y como muestra, reproducimos la

    primera tirada, sin duda la ms conocida de todo el Poema:

    Los ojos de Mo Cid mucho llanto van llorando

    hacia atrs vuelve la vista y se quedaba mirndolos.

    Vio cmo estaban las puertas abiertas y sin candados,

    vacas quedan las perchas ni con pieles ni con mantos,

    sin halcones de cazar

    y

    sin azores mudados.

    Suspira el Cid porque va de pesadumbre cargado.

    Y habl, como siempre habla, tan justo y tan mesurado:

    Bendito seas, Dios mo, Padre que ests en lo alto

    Contra m tramaron esto mis enemigos malvados.

    En las palabras preliminares a esta versin, justificativas de lo que el propio Salinas consi-

    dera un atrevimiento, destaca el poeta moderno los valores tanto filolgicos como lingsticos

    o histricos del poem a, pero entre ellos el que m s le importa es el v alor potico. Su propsito

    es acercar esta hermosa obra potica, noble, tranquila y sonriente a un crecido nmero de

    lectores, que fatalmente se ven alejados de ella por las dificultades de lo arcaico y ve bien

    pagado su atrevimiento si la virtud potica y humana de la obra llega, gracias a esta versin,

    a ganar un solo corazn ms . Entonces considerar q ue al inicio de su tarea tuvo la suerte a

    mi favor, los buenos pjaros agoreros, la corneja volando a la mano diestra". Y lo cierto es

    que el resultado es magnfico, adem s de ser el primero que se lleva a cab o, tras la edicin de

    Menndez Pidal, de Clsicos Castellanos, de 1913. Dmaso Alonso, otro poeta del 27 gran

    conocedor

    y

    admirador del Poema del Cid como hemos de ver a continuacin, se hace eco de

    esta favorable acogida, cuando en 1926, y en la R evista de F ilologa E ~ p a o l a ~ ~scribe:

    Estamo s de enhorabuena. En Pedro Salinas, el hombre d e ciencia ha colaborado con el agudo

    poeta moderno. El viejo Poema no ha sido profanado ni traicionado. De una mtrica irregular, de

    base heptasilbica, ha pa sado a un firm e metro de romance. Y tan pulcr am ente , que el milagro se

    ha hecho verso a verso, serie estrfica a serie estrfica. Pedro Salinas ha realizado obra casi

    popular. Como si del siglo XII al

    XV

    el Poema se hubiera ido modernizando lentamente y pa-

    sando de una base de siete slabas a otra de ocho, y Pedro Salinas no hubiera tenido ms que

    hacer que tomarlo de cualquier romancero y editarlo. Cunto carioso trabajo hay en esta apa-

    rente facilidad Nada se ha omitido; no se ha aadido nada. Ni se ha dejado vocablo que pueda

    ofrecer duda al lector moderno

    y

    vulgar. El Poema era antes huerto cerrado, abierto a muy po-

    cos. Hoy tod o el que no pueda saborearlo en su primitiva redaccin, podr deleitarse con el fiel

    trasunto potico de la versin de Pedro Salinas.

    Escribi Salinas adems dos magnficos estudios en la dcada de los cuarenta sobre el Poema

    de Mo Cid

    titulados

    El Cantar de Mo Cid

    (Poema de la honra) y La vuelta al esposo

    3 1

    Pedro Salinas, Prlogo,

    Poema de Mo Cid

    pp 11-13 .

    3 2

    Dmaso Alonso, Poema d e M o C i d versin

    de

    Pedro Salinas, Revista e Filologa Espaola

    XIII

    1926 pp 193-194.

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    Ensayo sobre estructura y sensibilidad en el Cantar de Mo

    En este ltimo valora

    Salinas la sabidura tcnica del juglar que organiza sus materiales narrativos para que todo el

    poema no sea sino una vuelta de Jimena hacia su esposo. Con el destierro se inicia, al comien-

    zo, la separacin, y el reencuentro ser el motivo paralelo al cambio de la suerte: de los duelos

    Cardea) a los gozos Valencia).

    Pero el primero de estos dos artculos es de un inters an mayor porque, a mi juicio, Sali-

    nas se identifica con el Campeador en su destierro y, por esta razn, se permite deslizar un

    juicio sobre Espaa y los espaoles que seguramente pasar inadvertido a los lectores que

    busquen en este estudio sobre el Poema un ensayo literario o filolgico sin ms. En Salinas, en

    el gran poeta desterrado que fue Pedro Salinas en los aos cuarenta, lo lgico es que haya algo

    ms, y en este artculo lo hay. Con el ttulo de El Cantar de Mo Cid Poema de la honra),

    aparentemente el erudito, lo que hace es rastrear la palabra honra en el Poema, para mostrar

    cmo el Cid en su infortunio y destierro ve un motivo para alcanzar con ello an ms honra. La

    palabra, en efecto, aparece con frecuencia en las exclamaciones del Campeador cuando habla

    con los suyos, pero a Salinas le preocupa que la honra tambin ha trado, en la literatura espa-

    ola, problemas muy diversos. Todo lo que el Poema de Mo Cid recoge de la historia completa

    del Campeador tiene un objetivo: recuperar la honra que el rey le ha quitado. Luego, adems,

    vendr la deshonra que los infantes de Carrin infligen a las hijas del Cid y al Cid mismo. Habr

    que recuperar de nuevo lo perdido, la honra. Y el Poema termina con la nueva recuperacin de

    la honra como si estructuralmente el juglar hubiese querido construir su poema de forma global

    o envolvente como gran poema de la honra. Pero lo interesante viene al final, cuando en el

    ltimo epgrafe Salinas, bajo el ttulo de La derrota espaola escribe:

    A esta carta de la honra se lo ha jugado E spaa todo much as veces. Unas gan otras ha

    perdido. Parece como que el rumbo de la Espaa de los mejores tiempos su derrota lo marcaba

    una brjula con un aguja iman tada al norte nico de la honra. As navegamos y as naufragamos.

    Cuand o el espaol de verdad ms grande crea al espaol de mentira ms grande hace que le entre

    la locura de la honra. All en las ltimas pginas del uijote se traza la gran interrogacin. Es la

    subordinacin de todos los actos humanos a un principio ideal de la honra locura o cordura? Esa

    derrot a marina rum bo al honor acarrear la otra derrota el desc alabro total?

    Dmaso Alonso, como hemos adelantado, fue tambin fiel seguidor del Poema, y, entre otras

    referencias y menciones, como la antes recordada en tomo a la versin versificada de Salinas,

    escribi un esclarecedor ensayo que ley en

    94

    en la Biblioteca Nacional de Madrid, con el

    ttulo de Estilo y creacin en el Poema e Mo Cid34, n el que, muy en la lnea de su pen-

    samiento literario en esos aos y en los siguientes, realiza un estudio, desde la perspectiva

    estilstica, de la manera de expresarse en los personajes del Poema. Lo interesante ahora no

    son los excelentes resultados del mtodo, para mejor conocer y entender la obra literaria, sino

    la intencin de Dmaso Alonso de tratar el Poema de Mo Cid como una obra de elaboracin

    3 3

    Pedro Salinas

    Ensayos compleros

    edicin de Soledad Salinas de Marichal Taurus Ma drid 1983 111

    pp 11-37.

    34 Dmaso Alonso

    Obra s c ompl e t as

    Gredos Madrid 1972 11 p. 107-143.

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    artstica, y con un poder de individualidad en su autor que lo convierten en un creador: estilo

    y creacin. El ensayo tiene todas las caractersticas de un trabajo erudito o cientfico y es ab-

    solutamente probatorio, sin muchas licencias a la imaginacin, aunque, al final, como ocurre en

    el texto de Salinas antes transcrito, entusiasmado el poeta por la creacin del otro poeta, se

    permite para terminar ciertas libertades, gracias a las cuales da a conocer su pasin por el Poe-

    ma

    ya manifestada en su resea de 1926, como hemos visto. Lamenta hacerse referido a un

    aspecto

    estilstica

    nada ms lo que le ha impedido hablar de los que son episodios preferidos

    (apetitosos los llama):

    Debera alabarme ahora, pues heroicamente tal vez por contagio) me he vedado los temas

    ms apetitosos: el anlisis de la caracterizacin el Cid, la escena del Cid y la nia, las bellsimas

    de San Pedro de Cardea, el momento pattico del Robledo de Corpes, la visin del paisaje de

    Valencia desde lo alto del Alczar, la magnfica sesin de las Cortes. Temas son stos tratados y

    tocados tantas veces que apenas ofrecen ya pliegue por deshacer, rincn por escudriar. Me he

    propuesto otros temas, otros aspectos. Hemos operado sobre partes ms neutras, sobre puntos

    no tan heridos por la luz

    Y se refiere exactamente, al terminar, al objetivo de su trabajo; andadura estilstica del poe-

    ma y variedad e intensidad estilstica del mismo, es decir: el estilo de su creacin artstica, para

    concluir que la tcnica de tal estilo consiste en la ligereza del trazo. Y exclama: Quin lo di-

    ra , para ponderar sus maravillas de caracterizacin que pocas obras de la literatura pueden

    ofrecer. Y, para terminar, un emotivo y bello final, en el que desaparece el estudioso y el fillogo

    y aparece el poeta:

    Nos despedimos del Cid y sus guerreros. All van ahora, magnficos, en la briosa galopada

    de sus corceles, a perderse en el denso fondo de la profunda noche medieval. Pero -prodigio de

    la obra de arte- algo de nuestro corazn les acompaa. S, una dulce resonancia, una suave velada

    emocin, en nuestro atnito y acezante corazn de espaoles.

    Y la fecha: 194

    1.

    En su libro Entre el clavel

    y

    la espada35,publicado en Buenos Aires en 1941, y que con-

    tiene poemas escritos entre 1930 y 1940, incluye Rafael Alberti una suite completa, titulada

    Como leales vasallos dedicada al Cid y a su significacin como desterrado, que la crtica

    apenas ha aludido, si hacemos excepcin del estudio de Concha Argente del

    Castillo3'j,que

    realiza algunas interpretaciones del conjunto muy acertadas. Se trata de una serie de ocho

    poemas breves, comenzados y acabados todos ellos por versos muy significativos del Poema

    de Mo Cid. Ya hemos aludido a la importancia que tienen las fechas en la consideracin de

    estos poemas, el libro al que pertenecen y la familiaridad con el texto del Poema, sin duda

    3 5 Rafael Alberti Obras completas edicin de Luis Garca Montero Aguilar Madrid 1988 11 pp.

    1 3 1 - 1 3 9 .

    3

    6

    Concha Argente del Castillo

    Rafael Alberti. Poesa del destierro

    Universidad de Granada Granada

    1 9 8 6

    pp.

    5 2 - 5 3 .

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    relacionable con el trabajo que realiza Mara Teresa Len en torno al Cid y a Doa Jimena. Pero

    lo interesante es la vivencia potica de los momentos cidianos recordados con una tcnica

    parecida a la que han llevado a cabo otros poetas y que venimos denominando con el galicis-

    mo de collage. As en el primer poema aparecen los gallos ya tan famosos y tan felices en

    otras alusiones de otros poetas

    y

    con ellos el amanecer smbolo del comienzo del comienzo en

    este caso del destierro. Los aires de cancin popular la mtrica breve

    y

    los paralelismos crean

    un ambiente de emocin nada contenida:

    Convusco iremos Cid por yermos e por poblados

    ca nunca vos fallesceremos en quanto seamo s sanos...

    Los gallos. Cantar queran.

    Hubieran querido.

    Madre

    La n oche. M orir quera.

    Hubiera querido.

    Madre

    Nos vamos. Quedar queramos.

    Cm o quisiramos

    Madre

    Los pueblos Si se vinieran

    Se hubieran venido.

    Madre

    Los llanos. Qu andar de prisa

    Andan. Andaran.

    Madre

    Los ros. Partir, corriendo.

    Veloces los ros.

    Madre

    Los aires. Marchar volando.

    Vuelan. Volaran.

    Madre

    Nosotros. Contigo solo.

    Vamos. Iramos.

    Madre

    T t,

    t.

    Con quin, con quin?

    Hub ieras venido.

    Madre

    A

    los mediados gallos piensan de ensellax..

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    En el segundo de los poemas recordando los primeros versos conservados del Cantar se

    produce una reaccin visionaria segn ha visto Argente del Castillo pero cuya evidencia deja

    pocas dudas a la interpretacin slidamente contextualizada por el texto de inicio y el de final:

    De los sos ojos fuertemiente llorando

    tomaba la cabeca

    y

    estvalos catando.

    Luego, la vi despeinarse

    bajo los arcos del agua,

    arcos que ya son de sangre.

    Con luz de lluvia la quise.

    Qu sofocacin tan grande:

    bajo los arcos, doblada,

    y hacia la mar, alejarse

    Dexado ha eredades e casa e palacios

    Hay un episodio en el Poema de Mo Cid especialmente emotivo cuando el Campeador de

    rodillas en el campo en el momento de su reencuentro con Alfonso VI muestra su gozo por la

    presencia del rey ante quien se postra. Alberti realiza una esplndida interpretacin de la esce-

    na y de los versos del Poema extrae sensaciones muy poderosas de amargura fijadas al senti-

    do del gusto y diseminadas en una serie de smbolos del destierro modificando con autoridad

    potica el significado de los versos iniciales hacindolos acordes ahora con el verso final re-

    producido. Espaa aparece en el trasfondo de los versos en una configuracin que se ir inten-

    sificando en los poemas siguientes. El toro el len el mar son imgenes suficientemente expl-

    citas en un contexto de especial crudeza:

    Los hinojos e las manos en tierra finc

    las yerbas del cam po a dientes las tom

    Hincado. As.

    Y

    en los dientes,

    el corazn, y en los labios,

    contra tu tierra con sangre,

    todo su sabor amargo.

    Dolor a muerto en la lengua

    sabor a desenterrado,

    gusto a pual por la espalda

    sabor a crimen, a mano

    con gusto a sombra en la sombra,

    sabor a toro engaado,

    gusto a len exprimido,

    sabor a sueo,

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    sabor a llanto

    gusto a solo vientre hueco

    a hombre arrancado de cuajo

    sabor a mar triste a triste

    rbol sin sabor a rbol.

    Amarga ha de ser la vuelta

    pero sin sabor amargo.

    Esto me un vuelto mos enemigos malos.

    El siguiente el 4 es un poema de guerra. Los versos iniciales del Poema devuelven al poeta

    a la Espaa de la guerra recin perdida provocadora en definitiva del destierro:

    Vio puertas abiertas e usos sin cuados

    alcndaras vacas sin pielles e sin mantos

    Vi los campos.

    Y perderse los soldados.

    Vi la mar.

    Y perderse los soldados.

    Vi los cielos.

    Y

    perderse los soldados.

    Perderse tu corazn.

    No los soldados.

    A qum descubriestes las telas del coracn?

    Asegura Argente del Castillo que el poema 5 a pesar de la independencia del tono de la

    actualidad de ste se acerca bastante a un motivo de nuestra literatura medieval que no es

    otro que el elogio de Espaa que Alfonso el Sabio incluye en su Crnica General de Espa-

    a al narrar la prdida de la Pennsula en la invasin rabe que a pesar de su carcter tpico

    tiene un indudable valor lrico aprovechado en este poema de Alberti para recrear esas imge-

    nes a travs de su visin personal. En realidad es el recuerdo de la patria el que conduce al

    exiliado a imaginarla desdichada no por su propia naturaleza sino por su situacin presente:

    Yo lo veo que estades vos en ida

    e nos de vos partir nos hemos en vida

    Eras hermosa.

    Y lo eres

    con un tajo en la garganta.

    Sin comparacin

    Sidigo

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    que como tu frente de sierras altas

    que como tu pecho de llanos fros

    que como tus ojos de velas claras

    que como tu sangre de pino ardiendo

    que como t tendida

    que como t levantada

    Si me atrevo a compararte

    con quin te comparara?

    Desventurada.

    Sin comparacin

    hermosa

    con un tajo en la garganta.

    La rencura mayor non se me puede olbidal:

    Como vemos pasado y presente abren este poema dramtico que concibe a Espaa como

    una mujer cuyas realidades fisiolgicas son partes de su rica

    y

    esplndida naturaleza hoy aja-

    da hoy herida: eras hermosa y lo eres con un tajo en la garganta se dice con aires de

    desgarrada copla popular.

    El

    poema parte de versos del episodio de la nia de nueve aos y en concreto de las

    leyes que impiden ayudar a los desterrados. La aplicacin a la situacin personal de Alberti y

    los suyos es entonces directa:

    que nadi no1 diessen posada

    e aquel que gela diesse sopiesse vera palabra

    que perderi los averes e mas los ojos de la cara

    Quines son los que as marchan?

    -Cerrad las puertas de casa.

    Los que con la frente alta

    van arrancando crujidos

    de amor de temor de rabia?

    -Ni pan ni silla ni agua.

    Esos que por donde pasan

    muerden de remordimiento

    la luz que no alumbr clara?

    -Ni hoz ni pico ni azada.

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    Serios, como la amenaza

    constante, como la sombra

    de las conciencias nubladas.

    -Ni tierra para su alma.

    Estn cerrados los mapas.

    En un huracn de sangre,

    rueda una llave de plata.

    Arribado en las naves fuera son exidos

    A

    la dura vida del exilio est dedicado el poema

    7,

    y

    a la incomprensin de aquellos que han

    de recibir a los desterrados que miran con recelo a los que vienen obligados de otras tierras.

    La dureza de la existencia diaria la necesidad de sobrevivir la soledad la incomprensin el

    aislamiento hacen an ms duro el exilio. Las tierras ajenas

    y

    la necesidad de ganarse la vida

    en ellas de unos versos del

    Poema e Mo id

    desencadenan esta bella cancin elegaca

    y

    realista:

    En estas tierra s agenas vern las moradas cm mo se fazen

    afarto vern por los ojos cmmo se gana el pane.

    Duras, las tierras ajenas.

    Ellas agrandan los muertos,

    ellas.

    Triste, es m s triste llegar

    que lo que se deja.

    Ellas agrandan el llano,

    ellas.

    Cuando duele el corazn,

    callan ellas.

    Crecen hostiles los trigos

    para el que llega.

    Si dice: -Mira qu rbol

    como aquel

    Todos recelan.

    El mar El mar Cuntas olas

    que no regresan

    Andan los das e las noches que vagar non se dan

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    El ltimo poema el 8 contiene la esperanza del retorno como se canta en el Poema de Mo

    Cid uando se asegura que se regresar con honra a Castilla. La esperanza de Alberti est en

    el mar cuya imagen se reitera en casi todos los versos de la cancin con recuperacin de algn

    motivo preferido por el poeta como lo es la otra orilla que se combina como seal Argente

    con la subversin gozosa del orden establecido: el mar se vuelve de tierra:

    ca echados somos de tierra

    mas a grand ondra tomaremos a Castiella.

    Se volver el m ar de tierra.

    Ese mar que fue m ar

    por qu se seca?

    Se harn llanuras las olas.

    Ese mar que fue mar

    por qu abre sendas?

    Se irn alzando las ventanas.

    Ese mar que fue mar

    por qu se alegra?

    Darn portazos las puertas

    Ese mar que fue mar

    po rqu resuena?

    Se irn abriendo jardines.

    Ese mar que fue mar

    por qu verdea?

    El mar que tiene otra orilla

    tambin la ha vuelto de tierra.

    Ese mar que fue mar

    para quin siembra banderas?

    Sonando van sus nuevas todas a todas partes

    Siempre vos serviremos como leales vasallos.

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    La cita final da ttulo a toda la coleccin: Como leales vasallos con su leccin de fideli-

    dad a un ideal por encima de todo: el ejemplo del Cid adquiere de esta forma un importante

    contenido tico.

    Vamos a recordar para terminar este panorama de la presencia del Cid en los poetas del

    siglo

    XX

    un poema cidiano muy reciente. Pertenece a un poeta de Cdiz de Chiclana y gran

    amigo de Rafael Alberti: Femando Quiones

    y

    aparece en su libro Las Crnicas de Castilla

    de

    198937

    Quiz el mejor poema de la coleccin posiblemente sea el dedicado al Cid en su

    infancia que justifica bien los procesos de desmitificacin que contienen todas estas crnicas

    y se expresan claramente en poemas como ste titulado Ruy junto al Ubiema. La crnica es

    relato

    y

    es tiempo pero tambin es vivencia en el tiempo y reflexin propia. Personas

    y

    lugares

    pasin y entusiasmo irona sarcasmo ante la vida. Se ha dicho que esta poesa es una poesa

    ms que lrica pica porque relata una historia en un tiempo; pero indudablemente lo que ms

    apasiona al lector no es la historia relatada en la crnica sino el aliento potico la emocin el

    sentimiento que la historia evocada produce en el poeta y

    que es trasmitido al lector. Como es

    habitual el poeta contemporneo intercala utilizando la tcnica del collage textos o frag-

    mentos en tomo al personaje evocado. En este texto son versos completos del Poema del Mo

    Cid transcritos en letra cursiva pero que el oyente identificar con facilidad. Lo importante

    para el poeta es recrear un mundo elaborar un ambiente y situar en l a un personaje que nos

    conmueve que nos emociona o que nos hace reaccionar. Y tales cualidades son perceptibles

    en esta desmitificada visin de Rodrigo Daz de Vivar con la que ya cerramos con broche de

    oro nuestra intervencin:

    S

    vyase al ro de Ub iem a los molinos a picar

    y

    cobrar maquilas como las suele cobrar

    Los mo linos se fueron

    las mieses siguen.

    Mi1 fanegas d e trigo

    media de m imbres.

    Y

    en el cauce estrecho del Ubierna

    sequern en lo oscuro desde donde nos m ira

    tal vez el nio Ruy. Creci aqu puede ser

    que no se haya marchado todava del todo que

    de algn modo nos mire por las sombras de afuera.

    Quin dara sus hijas con los de Carrin casar?

    Los molinos se fueron y se vinieron altos bloques grises

    sino es que tambin esto es Burgos m ismo ya.

    No cabe cabalgada.

    No daran tiempo los motores entre Vivar y El Espoln

    3 7

    Fernando Q uiones Libro

    de

    las Crnicas, estudio preliminar de Fanny Rubio Hiperin-Oba Barce-

    lona 1998 pp. 332-334.

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    burgals a que Ruy al salir lo hiciera con buen pie,

    el pjaro agorero del lado favorable

    -vieron la corneja diestra-

    para torcrsele todo luego

    malamente segn se le torci

    cuando

    ed entrando a Burgos ovironla siniestra.

    En el bar de Vivar

    nos ensordece y quita la palabra

    el Gran Domingo TelevisioneroOK

    pero fuera en lo oscuro jnos mira todava

    ese nio, lo ves, lo sientes por ah, por algn lado

    de la ribera? Muerto y vivo.

    Chico y mayor. Entre el viento austero

    y el negror ya macizo, cunto, cunto fro de golpe.

    Nos mira acaso

    y

    quiere defendernos

    otra vez. Algn da. Apenas llegue a mozo

    y aunque esto no es frontera ya

    ni los vascos de Sancho tratarn de asaltarla:

    de otros lances defindannos ahora

    el chico y su buen padre Diego Lanez

    Cun lidia bien sobre exorado arzn

    Venga Ruy, al ladrn

    de casa y al de fuera Los malos mestureros.

    Vlganos otra vez Seor tu mesnada y tu mano

    puesto que en buena hora ceiste espada

    devos Dios malas gracias,

    ay norteamericano

    que nos andas royendo alma y solar.

    ;Quin nos dara nuevas de Mo Cid el de Mvar

    Es posible que no exista ningn otro personaje de la historia y de la literatura medieval

    espaolas que tenga una repercusin tan variada y tan constante en la poesa del siglo XX, y

    al mismo tiempo que haya experimentado interpretaciones de lo ms variado, segn los tiem-

    pos, segn las tendencias, segn las ideologas. Pero entre todas, stas que nos ha transmitido

    la poesa del siglo XX destacan por su lirismo, por su emocin, por su entusiasmo, por la nos-

    talgia de un tiempo, de una poca, que a muchos conduce a la reflexin humana y humanstica,

    desde la lealtad al exilio. Y es que la poesa, quermoslo o no, tambin nos transmite, con su

    ficcin, una imagen determinada y precisa, pero multiforme, del famoso cortesano de Alfonso

    VI