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CUANDO LA CULPA ES MÁS FUERTE QUE EL ORGULLO El Pulitzer fatídico LA DOBLE CARA DE LA HIPOCRESÍA ¿De qué huye el mundo? HISTORIA ABREVIADA DE LA ETERNIDAD Poesía de miércoles UN PERFIL DE ORIETTA BRUSA La dama del cigarro Por Alberto Alarcón Por Orietta Brussa Por David Novoa Por Ana Rita Cabeza REVISTA EDITADA POR LA FACULTAD DE CIENCIAS DE LA COMUNICACIÓN DE LA UNIVERSIDAD PRIVADA DEL NORTE AÑO X Nº 71 TRUJILLO, MARZO DEL 2010 Por Emilie Kesch ¿QUÉ TIENE DE BELLA LA AUTODESTRUCCIÓN? Además: Algo se perdió, un cuento de Katya Adaui La fascinación por la nada CUANDO LA CULPA ES MÁS FUERTE QUE EL ORGULLO El Pulitzer fatídico LA DOBLE CARA DE LA HIPOCRESÍA ¿De qué huye el mundo? HISTORIA ABREVIADA DE LA ETERNIDAD Poesía de miércoles UN PERFIL DE ORIETTA BRUSA La dama del cigarro Por Alberto Alarcón Por Orietta Brussa Por David Novoa Por Ana Rita Cabeza

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CUANDO LA CULPA ESMÁS FUERTE QUE EL ORGULLO

El Pulitzer fatídico

LA DOBLE CARA DE LA HIPOCRESÍA

¿De qué huye el mundo?

HISTORIA ABREVIADA DE LA ETERNIDADPoesía de miércoles

UN PERFIL DE ORIETTA BRUSA La dama del cigarro

Por Alberto Alarcón

Por Orietta Brussa

Por David Novoa

Por Ana Rita Cabeza

REVISTA EDITADA POR LA FACULTAD DE CIENCIAS DE LA COMUNICACIÓN DE LA UNIVERSIDAD PRIVADA DEL NORTE

AÑO X Nº 71 TRUJILLO, MARZO DEL 2010

Por Emilie Kesch

¿QUÉ TIENE DE BELLALA AUTODESTRUCCIÓN?

Además: Algo se perdió, un cuento de Katya Adaui

La fascinaciónpor la nada

CUANDO LA CULPA ESMÁS FUERTE QUE EL ORGULLO

El Pulitzer fatídico

LA DOBLE CARA DE LA HIPOCRESÍA

¿De qué huye el mundo?

HISTORIA ABREVIADA DE LA ETERNIDADPoesía de miércoles

UN PERFIL DE ORIETTA BRUSA La dama del cigarro

Por Alberto Alarcón

Por Orietta Brussa

Por David Novoa

Por Ana Rita Cabeza

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Huanchaco. Lectora compulsiva. Bloguera y periodista por deformación. Le fascinan los autores que se autoproc-laman autodestructivos y los que caen seducidos por las garras del suicidio. Pág. 18

Emilie KeschTrujillo. Reside hace varios años en Barcelona. Nostálgico por antonomasia. Odia las canciones de Rafael, detesta las de Sandro y vitupera de las de Nelson Ned. Pág. 22

Valery Bazán

Trujillo. Director de un mino zoológico en Moche. Co-organizador de los recitales “Poesía de miércoles”. Se hace llamar “El loco”, pero en realidad está más cuerdo que la mayoría de nosotros. Pág. 15

David Novoa

Trujillo. Su profesora Orietta Brusa nunca le ha puesto 20 en un examen, la considera demasiado inteligente. Está voceada como la próxima editora de díatreinta.Pág. 25

Ana Rita Cabeza

Trujillo. Fotógrafo, diseñador gráfico y, en sus ratos libres, profesor universitario. Es autor de cientos de fotografías que todavía no han visto la luz. ¿Qué espera? Pág. 34

Richard Moreno

Piura. Poeta. Observador atento del absurdo que vive el mundo. Alguna vez quiso ser reportero de guerra, pero desistió porque le pareció inútil. Prefiere escribir versos en su casa.Pág. 4

Alberto Alarcón

Lima. Cree, como Heráclito, que el agua es uno de los elementos fundamentales de la vida. Nada desde que tiene uso de razón. Nunca ha usado un salvavidas.Pág. 29

Katya Adaui

Trujillo. Asidua de El Averno, un mítico santuario contracultural del jirón Quilca. Su objetivo es escribir varias historias sobre lugares parecidos en Trujillo, el Chaska, por ejemplo.Pág. 10

Ángela Marinas

Italia Nuestra más controvertida colaboradora. Siempre dice lo que piensa y hace lo que su conciencia le dicta. Crítica feroz de la forma en que los poderosos manipulan las miserias del mundo.Pág. 6

Orietta Brussa

EL SETENTA. Un artículo cáustico sobre la importancia de los derechos humanos en el mundo contemporáneo fue la nota más importante del último número. Le siguieron las crónicas sobre los efectos del desamor, una incursión en la antigua Buenos Aires y unas revelaciones sobre el fenómeno de la cumbia peruana.

Las opiniones vertidas en los artículos firmados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente las opiniones y juicios de Díatreinta.

a u t o r e s

Revista Editada por la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Privada del Norte

Director Luis Eduardo García Comité Editorial Richard Licetti Luis Felipe Alvarado Asistente de edición Ana Rita Cabeza

Diseño y Diagramación Richard Moreno Concepto portada Diego Torres Columnistas Richard Licetti Alfieri Díaz

Redactores Raquel Ávalos Emilie Kesch Ángela Mariñas Boris Baltodano

Autores Umberto Jara Katya Adaui Giancarlo Capello Antonio Fernández Arce

Colaboradores Luis Fernando Quintanilla Jhonny Becerra Orietta Brusa Jorge Luis Cueva Brayan Vera

IMPRESIÓN: Gráfica Real

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Carta del director

Luis Eduardo Garcí[email protected]

La primera lectura es la puerta que nos revela cuál es el misterio del universo. Que seamos lectores voraces y apasionados depende de esta circunstancia. «La primera experiencia literaria, como la primera experiencia sexual, debe estar

precedida de un hábil trabajo de seducción, o de lo contrario puede volverse traumática», dice el mexicano Enrique Serna. Y no le falta razón.Si “nuestra primera vez” como lectores ocurre con un libro denso y aburrido, es más que seguro que nuestra relación con la lectura será nefasta y espantará al buen lector que todos llevamos dentro. Por esta razón, no hay manera más eficaz de inculcar el odio por los libros a un niño o a un adolescente que obligándolo a leer textos bajo la premisa de que solo la cultura puede salvar sus almas de rebaños desconcertados.Los niños y adolescentes, al parecer, no tienen ganas ni tiempo para leer. El primero está tomado por la televisión, las redes sociales y el mundo audiovisual. La segunda, se expresa en un largo bostezo por todo aquello que implique un esfuerzo mayor al que ellos pueden permitirse. Un libro “pesado” es siempre un libro ajeno a los intereses de alguien que empieza a vivir la vida.Lo contrario de un libro “pesado” es un libro capaz de provocar placer. Y provoca placer aquello que nos engancha ya sea por identificación, por amor y por necesidad. Pude ocurrir incluso que niños y adolescente lean porque los obligan padres y profesores, pero aún así existe la posibilidad de que al abrir un libro ellos sean tragados por los agujeros negros de la lectura. Como en el amor, es cuestión de piel, de filiación repentina, de súbito cariño.La mayor parte de las ceremonias de iniciación en la lectura que conozco -las propias y las ajenas- casi siempre han terminado en un estrepitoso fracaso, salvo aquellas donde el libro ha estado precedido de sencillez, entretenimiento y grandes vínculos con las expectativas de los lectores. Sin embargo, ¡cuidado!

La “primera vez” del lector

Incluso los libros de esta naturaleza pueden ser blanco de la indiferencia de quienes encuentran más interesantes las imágenes audiovisuales que las letras que llenan las páginas de un libro.Leer es una actitud, un hábito adquirido, un acto de fe y un beneficio espiritual de lo más gratuito. El niño o adolescente que encuentra respuesta a sus inquietudes existenciales en un libro es el lector apasionado del futuro. La conmoción que le causa la experiencia lectora tal vez lo salve -quizás para siempre- de los lugares comunes, la banalidad y la masificación. ¿Pero qué libro elegir para iniciarse en el vasto mundo de la lectura? Me resulta imposible establecer con certeza qué criterios, técnicas o procedimientos se deben emplear para elegir el libro adecuado. Lo que sé es que no se ganan adeptos dándole a leer El Quijote o Cien años de soledad a un lector bisoño. Ya habrá tiempo suficiente para acometer esta aventura. Funcionan -y muy bien- los libros de aventuras, los de no ficción y las sagas publicadas en partes cada vez más adictivas.Lo digo por experiencia directa. Cuando en los cursos que dicto recomiendo La perla de John Steinbeck, la conexión de los jóvenes con ese libro es sensacional. Lo mismo ocurre con los libros de no ficción, caso Llámalo amor, si quieres de Toño Angulo Daneri, El pintor de Lavoes de Luis Miranda o Dios es peruano de Daniel Titinger. Los estudiantes los sienten como muy cercanos a su propia realidad. De los libros contemporáneos, me gusta recomendar la saga Millenium de Stieg Larsson y las novelas de Haruki Murakami. Estos, por lo que cuentan adolescentes y jóvenes, causan fuertes impresiones en sus adormiladas conciencias y, en algunos, casos provocan “terremotos” espirituales. Recomendar, en todo caso, no es fácil, podría suceder que a fuerza de buscar libros “sencillos” caigamos en lo ordinario y recomendemos textos manipuladores, de esos que venden la falsa idea de que el éxito y la felicidad se consiguen con recetas. El objetivo es pues la conmoción, el “terremoto” espiritual que nos enganche para siempre a las páginas de un libro. Lo que seamos en el futuro dependerá en buena cuenta, como dijimos al principio, de qué puerta es la que abramos para seguir el difícil y placentero camino de la lectura.

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Kevin Carter se ganó un Pulitzer con la foto de una niña moribunda a punto de ser devorada

por un buitre. Pero esa instantánea en

lugar de enorgullecerlo lo llenó de miedos y

remordimientos, tanto que terminó por quitarse la vida. ¿Cuán resistente

es la coraza de un corresponsal de guerra

frente a los buitres de la conciencia?

En 1994, un muchacho de treinta y tres años detuvo su furgoneta en una solita-ria ribera de un río de Johannesburgo y se puso a contemplar el paisaje. La brisa movía las hojas umbrosas de los árboles y algún pájaro anónimo cantaba, como

cuando él tenía seis años e iba a ese mismo lugar a jugar con sus amigos. Mostraba unas ojeras enormes y su mi-rada estaba envuelta en un halo de infinita tristeza. De pronto se animó, bajó del auto, abrió la maletera, sacó una manguera que conectó al tubo de escape y regresó al volante. Cerró todo. Unos minutos después estaba muerto. Se había suicidado inhalando el monóxido de carbono de su vehículo. Cuando lo encontraron, parecía dormir plácidamente, mientras en su walkman sonaban todavía unos melodiosos tonos de rock country.

Se llamaba Kevin Carter. Era un sudafricano blanco; había nacido en 1960 y desde 1984 se dedicaba exclusi-vamente a su trabajo como cronista gráfico. Dos meses antes de morir había ganado el Premio Pulitzer de Foto-periodismo con una fotografía publicada en el New York Times, tomada en 1993, en Ayod, una polvorienta alde-huela de Sudán. El solo describir este testimonio gráfico eriza los pelos y deja caer sobre el espíritu los garfios de un horror indescriptible: una niña negra, famélica, des-nuda y vencida por el hambre, ha comenzado a morir. A pocos metros de ella, expectante, un buitre aguarda su muerte para iniciar el sangriento ritual de devorarla. El animal parece estar hecho de sombras y de piedra, mien-tras que la pequeña –ya sólo piel y huesos– experimenta los últimos estragos de la vida.

Carter tenía tres amigos fotógrafos (Ken Ooster-

Losbuitres comen más

tardeEscribeAlberto Alarcón

[email protected]

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broek, Greg Marinovich y João Silva) con quienes conformaba un grupo al que apodaban el “Bang Bang Club”. Los caracterizaba su intrepidez para expo-nerse al peligro durante la guerra que asoló Sudáfrica después de la liberación de Mandela, su afición a las drogas du-ras y sus fotografías espeluznantes e in-cluso truculentas. Fueron esos amigos los primeros a quienes Carter les contó los pormenores de la foto de Ayod: tuvo que esperar más de veinte minutos para lograr el encuadre perfecto, deseaba vi-vamente que el animal se acercara mu-cho más a la niña y que abriera las alas, pero no lo logró. Una vez hecha la foto, no hizo nada por ayudar a la pequeña; sólo espantó al buitre con una rama, se embarcó en la avioneta y desapareció del lugar. Mientras volaba, un ángel bonda-doso y un ángel diabólico peleaban den-tro de él. Este último lo invitaba a son-reír, pues sin duda había conseguido la foto que le daría fama y dinero. El ángel bondadoso, encerrado en una lágrima, lo contemplaba con la infinita piedad de un dios herido.

El premio Pulitzer está dotado de 10,000 dólares y se entrega en New York. En mayo de 1994, Kevin Carter fue a recibirlo, y esa misma noche empezó a dilapidarlo. Se aturdió bebiendo y enve-nenándose con su droga favorita: Pipa Blanca – una mezcla de mandrax y ma-rihuana –en un bullicioso pub aledaño al Central Park; luego atravesó el puente sobre el río Hudson hasta que fue a dar con sus huesos en algún hotel de la in-mensa y reverberante Gran Manzana. A pocos metros de su alma, el buitre negro de la muerte lo acechaba. En Sudáfrica, la guerra había concluido; uno de sus dos

amigos, Ken Oosterbroek, había muerto en medio de un ti-roteo en plena refriega, y ahora él recibía dinero y prestigio por haber mostrado al mundo una foto donde una niña ham-brienta moría mientras un buitre aguardaba sus despojos.

La foto lo torturó desde un primer momento. “Es la foto más importante de mi carrera pero no estoy orgulloso de ella, no quiero ni verla. La odio. Todavía estoy arrepentido de no haber ayudado a la niña”, declaró a sus colegas. Bastan estas palabras para intuir los inclementes ramalazos de cul-pa que azotaban la conciencia de Kevin Carter. Con el tiem-po, esa foto se convirtió en un buitre expectante, y él en la niña famélica que empezaba a morir. Carter sabía que cuan-do disparó su cámara había dado el primer picotazo sobre el cuerpo exangüe de la pequeña; es decir, se había adelantado al siniestro animal que la acechaba. Es decir, se sintió mucho más animal que el propio buitre. Si bien innumerables pe-riodistas han exculpado a Carter en nombre de esa “coraza” con la que deben blindarse los corresponsales de guerra para sobrevivir y sensibilizar a la humanidad con sus testimonios, lo cierto es que el fotógrafo sudanés nunca pudo exculparse a sí mismo. Y lo que importa ahora es lo que él sintió y no lo que nosotros queramos sentir para justificar sus actos.

Hay quienes sostienen que Kevin Carter no se suicidó de-bido a la foto de la niña y el buitre, sino por el agobio causado por las drogas o tal vez por la muerte de su mejor amigo, o por el desamor y la soledad que fueron como su duro pan de cada día. Yo tengo una alternativa más para explicar su muerte. Es terrible, lo sé, pero estoy en la obligación de con-fesarla: Carter logró fotografiar la muerte de la niña; y luego el preciso instante en que el enorme buitre le picoteó la nuca y empezó a descarnarla. Pero esa placa – abominable revol-tijo de yerba, tierra y sangre – habría hecho más evidente su artrosis emocional y su cinismo. Habría sido demasiado.

La mañana que Carter llevó su furgoneta hasta aquella ribera del río de Johannesburgo donde se quitó la vida, es-cribió en una hoja de papel: “Continuamente me persiguen los vívidos recuerdos de las matanzas, los cadáveres, la ira, el dolor, los niños desfallecidos por el hambre, los heridos, los locos de gatillo fácil, muy a menudo policías, los asesinos ejecutores. Me voy a reunir con Ken…, si tengo esa suerte”.

¿Se tragaron las aguas del río el carrete donde Kevin Car-ter estampó la última foto de la niña y el buitre?

“Es la foto más importante de mi carrera pero no estoy orgulloso de ella, no quiero ni verla. La odio. Todavía estoy arrepentido de no haber ayudado a la niña”

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Cara y sello; luz y sombra; cinismo y verdad. El mundo

actual se mueve entre dos extremos:

uno nos conmueve hasta la impotencia, y el otro nos vuelve insensibles hasta el hartazgo. ¿Puede el

ser humano equilibrar esta balanza?

Es el tiempo feliz y fecundo del premio Oscar. Estrellas por todas partes, más en la tie-

rra que en cielo; millones de dólares revolotean en los ojos y en el corazón de la gente; la realidad, que ya es una muy pálida imitación del sueño, se vuelve una opción; y el país rey del mal gusto y de la os-tentación (EE.UU. para no dejar dudas), decreta todo lo que hay de mejor en el mundo sobre arte local e internacio-nal: actores, historias, direc-tores, etc.

Este año el Perú está (cree) en el centro del interés inter-nacional con su película “La teta asustada” alcanzando el Empíreo, mientras el mejor producto de Hollywood será la ciencia ficción con una película del director de Ti-tanic, destinado a una lluvia

de estatuillas que caerá sobre todo lo que se pueda premiar.

La humanidad sufre desde siempre de “escapismo”: la Belle Époque, torbellinos de muslos y calzones, fue el telón detrás del cual se ocultaba la I Guerra Mundial. Los locos años 20, con sus bailes de-senfrenados y su precavida Ley seca, aguardaban la Gran Depresión, con correlativos fascismo, nazismo y II Guerra mundial.

¿Y hoy de qué cosa estamos escapando y qué cosa nos es-pera al fin de la huida?

En el 2009, aquí en el Perú, presentamos, en preestreno mundial, algo parecido a la conmovedora historia de Ava-tar, el Baguazo. Avatar ha re-caudado más de 2 billones de dólares en 45 días gracias a la sensibilidad del público. El Baguazo resultó aburrido y de escaso interés para el público nacional e internacional. Tal

dosLascaras

sistemadel

La tetaasustada

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EscribeOrietta Brusa

[email protected]

vez fue porque, en vez de re-finados y azules personajes, fueron cobrizos aguarunas, ciudadanos de cuarta clase, los que levantaron el escán-dalo, porque unos extranjeros querían explotar el vulgar-ísimo petróleo que hay en su tierra. Es mucho más cau-tivadora la idea del “valioso mineral” que hay en Pandora. Además, no hubo ni un efecto especial, ninguna chica azul de ojos tiernos, ninguna his-toria de amor… Y el nombre Na´vi es mucho más exótico que aguaruna. Seguro hizo falta un buen director. En fin, Meche Cabanillas no le llega ni a los talones de James Camer-on. La ex ministra del Interior se enquista a la perfección en un gobierno aprista, pero es totalmente nula en todas las otras habilidades humanas, incluida la comunicación. No supo hacer un buen market-ing a nivel mundial. Mientras

la Llosa sí que ha entendido bien la idiosincrasia de los blancos. Las críticas interna-cionales sobre su película se podrían intercambiar con las de Avatar; claro, un poquito menos enfáticas, ya que aquí no hay efectos especiales, pero sí hay mundo de magia, un mundo mítico perdido en el tiempo y en el espacio.

Realidad y magia: este es el canto de Paloma, Il Sole-24 Ore. - Habla de dolor y mie-do femenino con una mira-da delicada y grotesca y se vuelve un canto desesperado la condición a la que son con-denadas las jóvenes perua-nas por un mundo masculino hecho de violencia, supersti-ciones y prejuicios, Il Mat-tino. - Una chica y su terror hacia el otro sexo en el Perú del posterrorismo, Le Monde. -Una oda bárbara al pueblo indio, una lírica con retro-gusto quechua: Fausta joven,

El Baguazo

“La humanidad sufre desde siempre de “escapismo”: la Belle Époque, torbellinos de muslos y calzones,

fue el telón detrás del cual se ocultaba la I Guerra Mundial.”

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enig-mática india Il

Manifesto.- El cuento doli-do encuentra un desemboque

lírico, a lo Truffaut, con al final una carrera en el mar, Corriere della Sera

Magazine.Otra vez la tragedia humana se vuelve

espectáculo consumista. El arte no es “para el pueblo y por el pueblo”; es negocio y mas-

turbación intelectual. ¿Vendrán los tan cotizados turistas a visitar esta especie de marcianas que en

el siglo XXI vive su sexualidad como una condena misteriosa? ¿Vendrán para verificar que esta gente ex-

iste de verdad o que son una especie de Na´vi? ¿Vendrán para visitar el pueblo donde se filmó una película digna de

llegar a Hollywood o para descubrir por qué para este gente en veinte años no cambió nada? ¿Para qué vendrán los turis-

tas, por ejemplo, de Italia? ¿Para ver las 7 maravillas del Perú o para descubrir papas sembradas en chacras muy particulares?

Mientras Berlusconi (Primer Ministro de Italia) tenía un en-cuentro con el Premier albanés para pedirle más control sobre los

que importaban migrantes ilegales en Italia, no pudo dejar de un lado su espíritu de animador de cruceros y soltó otro de sus famosos chistes:

“Haremos excepciones solo para los que traen chicas bonitas”. O sea, nada de trabajadores, pero sí de mujeres destinadas a la prostitución. No

olvidemos que este patán ha sido elegido por un pueblo: como Hitler y Mus-solini no hizo un golpe, llegó al poder gracias a un sistema “democrático”.

Este mismo sistema que produce mujeres violadas, esclavizadas, torturadas, matadas, colgadas en las carnicerías, las mismas que todavía no son sublima-

das como para llegar al Oscar y al gozo voyerista de los intelectuales de cuarta categoría, aunque sean dignas de un chiste vulgar y grosero por parte de un viejo

asqueroso (y con poder). Este mismo sistema que nos hace insensibles a Bagua y nos hace llorar por Avatar; que nos prohíbe el aborto pero condena a millares de mujeres a

la muerte y al sufrimiento. Ese mismo que tolera cínicamente el hambre y, sin embargo, nos conmociona con una papa en flor. ¿De qué cosa escapamos y hacia dónde vamos?

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“Otra vez la tragedia humana se vuelve espectáculo consumista. El arte no es “para

el pueblo y por el pueblo”; es negocio y masturbación intelectual.”

“Una chica y su terror hacia el otro sexo en el Perú del posterrorismo.”

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Causaperdida

EL MENSAJE DISTINTO

Por Richard [email protected]

Aun cuando la candidatura de Jaime Bayly continúe en el perfecto limbo que él ha creado y se encarga cuidadosamen-te de preservar, varios de sus probables contendores deben codiciar la creciente simpatía que suscita su aspiración presi-dencial sin mayores trajines de su parte.

Las suya es por cierto una presencia que no admite medias tintas, sobre todo después de que deslizara algunas bande-ras de campaña todavía ásperas para los oídos conservadores. Sin embargo, entre los jóvenes, el mensaje de Bayly parecie-ra estar llegando con una ecualización diferente, sin ambages, y es innegable que esa especie de cinismo inteligente que impregna su discurso calza muy bien con las expectativas de un sector al que históricamente los candidatos han pres-tado poca o ninguna atención.

Las adhesiones más entusiastas a su postulación provienen de grupos uni-versitarios que de pronto han recobrado interés en la cosa política, y a los que la sola ubicación de Bayly en el partidor estimula ideales de buen gobierno. Fe-nómeno significativo en tiempos en que la juventud tiende al ensimismamiento y descree de todo y de todos.

Se trata en todo caso de una empatía de larga data. A modo de confesión de parte diré que hacia fines del año 89, ya embarcado en la campaña presidencial, Vargas Llosa visitó la Universidad de Piura acompañado de una comitiva en la que eran particularmente visibles tres espigados personajes: Federico Salazar, Álvaro Vargas Llosa y Jaime Bayly. Re-

unidos en un aula magna, el candidato describió ante centenares de estudian-tes los ejes de su programa con el tono adusto que utilizó a lo largo del peri-plo electoral. Se suponía que Salazar y Vargas Llosa hijo, con un pensamiento doctrinario más cuajado, se encarga-rían de sustentar los principios de la candidatura, pero la de ellos fue una aparición meramente protocolar.

Tocó entonces el turno a Jaime Bayly, cuya osada entrevista al can-didato Alan García en las elecciones anteriores le habían granjeado la fama de “niño terrible”. Pero entonces apa-recía como comentarista ocasional en programas deportivos de televisión y escribía una celebrada columna futbo-lera en Expreso: Zigzag. Para sorpresa de todos, no habló Bayly de fútbol. Con un lenguaje desprovisto de artificios y en brevísima alocución, expuso el abe-cé del ideal libertario con precisas ra-zones para votar por él. Desde luego, y seguramente a despecho de las reco-mendaciones de su madre, se dio maña para hacer escarnio del Opus Dei en su propia cancha.

Resulta difícil pronosticar si el caris-ma desembozado de Bayly le alcanzará para la presidencia o siquiera para la inscripción de su candidatura. Pero de momento es saludable que los jóvenes vuelvan a considerar la discusión polí-tica y que el amodorrado batiburrillo electoral reciba el baño refrescante de alguien que posee la virtud de desar-mar paradigmas.

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Cerca y lejos del Averno

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Un mítico ¿bar, capilla, cueva, refugio, hospedaje o posada para almas extremas? sobrevive en el centro de Lima a las ideas y al paso del tiempo.

En realidad, el Averno es un lugar de peregrinaje para los que aman Quilca y y han hecho de la

noche una religión.

EscribeÁngela Mariñ[email protected]

Por las noches, Quilca se ve me-jor. Durante el día el espíritu duerme. Es de día. Un señor

moreno y recontra flaco, se sorprende al ver a una chatita usurpar su vieja y pintoresca casona. La puerta que exhibe un sol medio diabólico y las paredes pintadas de lucha con brocha gorda invitan a ver qué pasa. Dentro, polos que hablan de una generación perdida, que la selva no se vende, que disfruta cocaína. ¡Qué rebeldes!

“Si me esperas un ratito, regreso a hablarte de lo que quieras, mamita”, me dice amablemente. Cuarenta y cinco minutos después, esta-ba allí hablando con su amiga que está junto a albañil lim-piando el nuevo baño, para damas, que se está constru-yendo en El Averno.

Año 97 en Ciudad de M. Comerciantes, de Camaná, Rufino Torrico y Quilca, trián-gulo de calles ambulantes, son vilmente desalojados por las huestes del alcalde Andra-de. A pesar de los rechiflas, su exilio es irremediable.

Vaciadas de aquellas “pes-tes humanas”, las calles que-dan desoladas, excepto por los vecinos de antaño que habitan casas de puertas más anchas que altas y por las no-ches respiran aire puro desde su balcón.

En la esquina de la Col-mena sobrevive un puesto. Su dueño, un joven moreno, exhibe periódicos chicha y revistas calentonas alrededor

de su módulo. Pero no solo eso, pretende hacer sonar a Ramones, Sex Pistols y The Clash en discos de rock al-ternativo, metal y fusión que también están a la venta.

Los 70’s En el Rímac una banda

desconocida integrada por Jorge “El negro”, Walter Paz y Pablo Luna, cansados de improvisar rock y ser segui-dores de The Kinks, un grupo italiano, sueñan con hacer rock en el Perú. Pero qué es lo peruano si no tiene de an-dino. “Desde que agarras un instrumento como la quena o la zampoña que a pesar de los 500 años se siguen tocando porque son instrumentos de resistencia”. Fusionar guita-rras eléctricas con charangos y quenas, zampoñas, órganos y bajos. ¿Era la idea?

Después de una tarde can-sada de empobrecidas ventas, el joven del módulo sale a to-mar aire. El Boulevard Con-tracultural es siempre una buena opción para distraerse viendo libros o comprándolos a un precio inimaginable. La librería más grande de Quil-ca te presenta originales de Madame Bovary y falsos Cien años de Soledad, coleccio-nes de los años 40 y 50; etc. De cualquier modo, un lector

está en su paraíso.Hatsurim se llamaría el

nuevo grupo. Sacrificar el rock por música totalmente andina no fue su idea inicial, aún así se metieron en el Sicuri, mú-sica de origen auténticamente altiplánico. En la sierra signi-fica la rebeldía contra la re-presión española, de allí que sus vestimentas dejaron de ser sencillas y poco coloridas para pasar a ser chillonas, lle-nas de piedras y encajes. Lue-go hicieron música tomando el Ayarachi o “alma que llora” como ejemplo. Nace del des-aliento de los nativos por el despojo de de sus costumbres en la conquista. Los artistas, a modo de procesión, bailan y al mismo tiempo tocan tam-bores y zampoñas.

Jorge, “El negro”, fue el único integrante del grupo que quedó. Junto a él hacían Sicuri, Piero y Franco, sus nuevos amigos. Mientras se hacían conocidos, probaron en lugar del clásico bombo to-car Sicuri a punta de batería. Sonaba bien.

Por las noches cada mezcla, que satisfizo a sus creadores, era anotada celosamente por Jorge en una agenda como él la llama, que más bien podría ser un diario. Nada le costaba anotar en un cuaderno sus

futuras e imaginativas com-posiciones, mezcla de la adre-nalina del rock y el cabizbajo folclore: “Le sugerí a Franco hacer un arreglo a la canción de Kallamachu, para que ex-perimentara un punteo que esté fuera de la melodía y, al mismo tiempo, tenga que ver con el trabajo armónico y sin perder el sentido de folclore”.

Al dejar el gran portal que exhibe títulos exquisitos, de regreso al trabajo, Jorge se topa con la magnificencia de una casona. Se acerca. Hus-mea. Está cerrada. Sellada. Y sucia. A lado hay zona cuya puerta está abierta. Acaso po-dría poner su puesto aquí, o tal vez traer sus instrumentos de música.

Cabellos largos, chalecos pegados al cuerpo, camisas coloridas y videos brillantes de luz grabados en los andes desérticos serían los prime-ros logros de este grupo cu-yas letras: Abre las piernas de tu mente y que te penetre tu historia, Somos hijos de la guerra, somos hijos de la tie-rra, La calle me enseñó liber-tad. “La única directiva era la de hacer un grupo que to-que temas comprometidos”, comprometidos con su tierra peruana, comprometidos con el Perú y con Patria Roja, par-tido comunista al que Jorge llegó a pertenecer en los 80’s. Piero, Rigo y otros ocho con-formarían el partido político musical.

Dicen que cuando el arte tiene contenido en contra o a favor del gobierno, es político. Y políticamente hablando el hampa peruano nunca estuvo

“Abre las piernas de tu mente y que te penetre tu historia, Somos hijos de la guerra, somos hijos de la tierra, La

calle me enseñó libertad.”

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conforme y el gobierno nunca estuvo conforme con ellos.

Patria Roja tuvo dirigen-tes que bajaban a los barrios populares. Eran famosos por sus grandes actos de caridad. De esos barrios captaban gen-te talentosa que quería hacer música roja con zampoña y órgano. Pronto los ponía a la talla de El Polen, Traffic Sound, Telegraph Avenue, pero en español y cantando Flor de Retama.

Sin embargo, muchas de sus letras fueron traiciona-das. “Con Del Pueblo siempre hemos sido censurados, toda una vida”. En los ochenta existía un bar llamado La No-che. Jorge y su grupo pensa-ban tocar su gran repertorio rebelde, sin embargo solo Escalera al infierno sonó esa noche. Coche bomba, La re-belión se justifica y Aplasta-dos por el tiempo fueron una vez más doblados y guarda-dos en el bolsillo. Ese bolsi-llo misio que el joven García dejaba mientras comandaba a un Perú enamorado de su labia.“Esa vez yo me asé, y desde allí nunca más volví a tocar en la noche”.

No en la Noche, pero una mañana de 1984, el rock se hizo famoso en un río. Sí, en Brasil. Se hizo Rock en Río, en Perú se hizo Rock en Río Rí-mac. Patria Roja así lo permi-tieron. Y Jorge, ya trabajador de la municipalidad, le dio el gusto a la cultura subterránea de tener su Woodstock.

Ese día se abrieron las puertas a todos los estilos. Llegaron Narcosis, Leusemia,

Guerrilla Urbana, César N, Miki González, Del Pueblo, Tercera Oficina, Kranium, Masacre. Todos.

¿Todos?“Ese era el proble-ma”. Yo les dije: Aquí todos te-nemos que aprender a sopor-tarnos”. Entonces se acordó que tocarían tres punks, tres rock and roll y tres metaleros. Todos, pero de tres en tres. De manera que el que se hacía el estrecho se iba, y listo. Nadie se arañó, así que hasta las 12 de la madrugada de ese día los pelos se erizaron y las guita-rras rechinaron a viva voz.

Ya la adrenalina se había apoderado de los cuerpos para la media noche. La mu-chedumbre, azorada por la samaqueaste música, provocó que los vecinos de la esquina de Tarapacá con la Capilla alertaran a los policías. A su llegada, la muchedumbre co-reaba los éxitos de Narcosis. “Sucio policía” gritaba la gen-te a todo pulmón. “Los tom-bos se emperraron”. Disparos al aire. “ Sucio policía, sucio policía”. Todos con una mano arriba. Entraron y casi se su-bieron al escenario. La gente se abrió como el mar de Moi-sés. Agarraron a los promoto-res. Rubén Suarez trabajador de la Municipalidad y com-pañero de Jorge, fue llevado al servicio de inteligencia.”Yo me escondí como un mes.”

Para ese entonces el co-mando Rodrigo Franco y todo el ejército del APRA se encar-gaban de perseguirlos casi siempre frustrando el final de un majestuoso concierto. “Yo no sé cómo no nos han mata-

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Ramírez Ruíz y otros. La mú-sica, su primera inspiración, no podía estar ausente, todos los viernes de cada mes se presenta un grupo a deleitar a sus seguidores, ya sean meta-leros, punks o emos. Han pa-sado por el escenario: Leuse-mia, Los Mojarras y otros.

El Averno tiene ahora 12 socios de la conquista cultural con Jorge Acosta a la cabeza. Entre pintores y poetas con-sagrados han hecho de esta curiosa y hasta demoniaca casona, un espacio liberado. Jorge presta el local para quien quiera hacer arte. “Ya ellos se encargan de difun-dir su publicidad antes de su presentación”. Nadie obliga a asistir a nadie. Sucede lo mis-mo con los recitales de poesía o presentaciones de libros.

No importa si eres comu-nista o republicano, si tienes el pelo parado o echado sobre el rostro. Si tu ropa es negra o rosa. Si escribes, cantas o tocas. Cada viernes en por la noche tu Averno te espera.

do”. Casi todos los promotores de Patria Roja fueron metidos a la cárcel. “A mi misma casa fueron y me detuvieron.”

“Cristianos en persecución, nunca desfallecer ante el ab-solutismo” era su ley, así que poco tiempo después se rea-lizó Rock- Acho, en la plaza del mismo nombre. Dalmacia Ruiz Rosas, la autora del nom-bre, organizó este concierto, en convenio con la Municipa-lidad de Lima, en el que por primera vez los grupos aficio-nados utilizarían instrumen-tos profesionales. Los “Del pueblo” serían los anfitriones. Todo fue un éxito. El partido, se llevó la mitad de las ganan-cias, los autores la otra.

Jorge lo volvió a anotar en su libreta de turno.

Patria Roja era como los otros, integraban jóvenes ta-lentosos para ponerlos en la política y luego les prohibían ser. “En mi caso fue porque les presenté un proyecto para hacer un gran centro cultural y destinaron el dinero a otra cosa”. Jorge quería juntar a todos como en los conciertos, pero haciendo cine. “Había plata, me dieron una oficina en Miraflores, carro, todo, pero al momento de darnos el billete para el proyecto se echaron para atrás. No deja-ron que las nuevas ideas to-men posición, eran mezqui-

nos”.“Así que me quedé ha-

ciendo arte en las calles”. La Colmena se cerraba una vez al mes. Quedaba llena de artistas de teatro y música. Agenda de 1988. “Viernes 18 de Noviembre: primera salida a tocar en la calle con equipo eléctrico, percusión. Piero, Jorge, Toño1, Toño2. Poesía: Roger Santibáñez y Dalmacia Ruiz Rosas. Quilca 6 pm. To-cada histórica por ser calleje-ra con el apoyo de la pollería Don Alejandro y Gato Nuevo, dándonos corriente”. Gracias a todo ese equipo le dieron chamba en la primera cuadra de Quilca.

Y los trajo. Empezó a tocar a lado de la casona, en un pe-queño espacio. “Del pueblo”, los actores y poetas se daban sitio bajo techo. Dalmacia Ro-sas Ruíz le propuso presentar su libro en la casona.

Cuatro meses antes de la presentación, Jorge usurpó el lugar. Sacó el desmonte. Barrió, Sacudió, le puso un escenario. No le puso mucha luz. Así se veía bien. Herbert Rodríguez, quien le había ayudado y ya era su amigo, se encargó de la pintoresca fa-chada que ahora lleva 10 años de resistencia.

Desde que Dalmacia Rosas Ruíz presentó su libro, le si-guió Oswaldo Reynoso, Juan

“Cristianos en persecución,

nunca desfallecer ante el

absolutismo.”

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Diccionario de fútbol peruano

AlfierroPor Alfieri Díaz

[email protected]

El fútbol en el Perú no solamente es un deporte popular, es también una expresión de idiosincrasia que cuenta con una tradición oral propia, un conjunto de palabras cinceladas que forman parte de nuestro léxico popular. A continuación, paso re-vista a una relación de estos términos que nunca formarán parte de diccionario alguno, pero sonarán fuerte en estadios, parques, calles o en cualquier espacio idóneo para que ruede un balón.

ARQUERO JUGADOR: Figura exclusiva del fulbito. Si un equipo juega con un jugador menos, el arquero puede hacer las de jugador y moverse por todo el campo, mientras que el arque-ro del otro equipo se queda fijo en la portería.

BARRER: Jugada defensiva. Consiste en cortar el avance del otro equipo lanzándose con los dos pies en pos del balón o la pierna del adversario. Como se dice en el argot. “pasa la bola o pasa el jugador, pero jamás los dos”.

CABREAR: Anacronismo muy popular en los 70’s y 80’s, se usó como sinónimo de driblear o gambetear, jugada que consiste en eludir al rival con mucha habilidad, llevando la pelota pegada a los pies. Hoy ha sido reemplazada por la palabra llevar.

CALICHÍN: Dícese del joven o adolescente que se forma como futuro jugador de fútbol. Normalmente pertenece a las di-visiones menores de un club u organización deportiva.

CAMOTITO: Juego de pelota entre tres o más personas que consiste en que uno intenta quitar el balón a los demás. En Tru-jillo conocemos el juego como chivito.

CHALACA: Maniobra espectacular que consiste en lanzar-se de espaldas con la pierna en alto, en forma de tijera, para ano-tar un gol o despejar defensivamente un balón. Mundialmente conocida como “la chilena” porque fueron los chilenos quienes la hicieron popular a nivel internacional, los peruanos nos afe-rramos a que su origen es chalaco y que fueron ellos, al igual que el pisco, quienes se apropiaron de la maniobra. La última palabra sobre la paternidad todavía no está dicha.

CHIMPÚN: Dícese del calzado de fútbol. Los toperoles son conocidos como cocos. Marca de los 80’s antes de que se abriera el mercado a Adidas, Nike, Puma, etc. eran las populares Febo.

FULBITO: Deriva su nombre de “fútbol chico”, a diferencia del Futsal que es una disciplina reconocida por la FIFA, consta de seis jugadores en vez de cinco y presenta distintas variables como el gol de área o gol de media cancha. Normalmente se jue-ga en losa de cemento y para muchos es el culpable de que el fútbol peruano sea lo que es porque luego deriva en la ingesta de cerveza conocida como fulvaso. Incluso en una época si futbolis-ta profesional que era sorprendido jugando fulbito era multado por su club. El torneo de fulbito más famoso del Perú es el Mun-dialito de El Porvenir.

FULBO: Denominación despectiva del fútbol peruano, hace alusión al mediocre nivel de nuestro torneo nacional.

FÚTBOL CHACRA: Modalidad en la que se “vale todo”, se busca pegarle más a la pierna del adversario que al balón. Mezcla de rugby y catchascán, muy pocas veces los equipos terminan con sus jugadores completos.

FÚTBOL MACHO: Sinónimo de la Copa Perú, torneo en el que compiten los equipos de todas las provincias en pos de alcanzar un cupo en el Torneo Descentralizado. Hubo una larga época en que la Finalísima de la Copa Perú se definía en enero entre los seis mejores equipos, con espectaculares y co-loridos tripletes en el Estadio Nacional. Ahora sólo dos llegan a la Final y se define el campeón con partidos de ida y vuelta.

LAUCHERO: Jugador malísimo que es mandado a jugar adelante para ver si de casualidad la emboca en el arco contra-rio. Hay algunos tan torpes que terminan convirtiéndose en el mejor defensa del equipo rival.

MALERO: Jugador de limitadísimos recursos técnicos, normalmente defensa, que detiene a los rivales, con pelota o no, con faltas alevosas y mal intencionadas. En el Perú hemos tenido a varios. Desde el “doctor” Eloy Campos, el único que “operaba” sin anestesia, a Samuel Eugenio y el Puma Carran-za.

PARRILLERO: Dícese del jugador argentino de técnica muy limitada que en su patria era un suplente de suplentes e inexplicablemente, al menos por una temporada, la rompe en nuestro torneo local.

PELOTERO: Utilizada en un primer momento para defi-nir al futbolista habilidoso, el que domina la pelota, para lue-go y por la prensa farandulera pasar a significar jugador hábil pero juerguero, trasnochador y mujeriego, en pocas palabras otro gran fiasco del fútbol peruano. En la lista aparecen Wal-dir, Kukín, Chiquito y muchísimos más.

PICHANGA: Partido de entrenamiento. En la Argentina se le conoce como picado. Su uso se extiende al fulbito para denominar el partido que se disputa para pasar el rato.

PLANCHAR: Falta que consiste en detener la trayectoria del balón con la pierna exageradamente levantada. Un plan-chazo alevoso bien puede partirle la cabeza al adversario.

PUNTAZO: Potente remate ejecutado con la punta del pie. También se le conoce como guadañazo o como populari-zaría Rulito Pinasco: “¡Tremendo cañonazo!”

QUEBRAR: Zafarse de la incómoda marcación de un ri-val. Normalmente con un hábil movimiento de cintura.

RINCÓN DE LAS ÁNIMAS: Frase popularizada por el inolvidable locutor Humberto Martínez Morosini refiriéndose al ángulo superior, derecho o izquierdo, del arco. Otra frase famosa: “¡aquí no pasa nada!” refiriéndose a un aburridísimo cero a cero.

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Infame turba

La poesía es cada vez más un arte de minorías y los poetas una tribu de de idealistas, parricidas y seres de buena fe que va a contracorriente del pragmatismo que gobierna el mundo. A continuación, una breve historia trujillana de esa infame turba desde los 90 hasta nuestros días.

EscribeDavid [email protected] T

rujillo siempre ha exigido, rogado, soñado con un lu-gar abierto para la Poesía. Hemos oído a los poetas y a los aprendices de los poetas y a los simpatizan-

tes de la poesía -que son poetas también- y al gran público que la ignora -y que son la Poesía misma-,

anhelando por un lugar para loquear grandemente, limpiamente y con apertura total a todos. Ese lugar ha

existido de manera esporádica en la historia última de nuestra ciudad. El primero del que tenemos noción –luego

de los eventos de Greda y de Zahorí en la UNT- lo creó Tomás Ruiz a comienzos de los 90s con Poetas del Asfalto en el olvida-

do Acuario, en el corazón mismo de Trujillo (en Pizarro). Tomás mismo era su propia poesía: de haber subsistido en las

calles lustrando zapatos y vendiendo diarios en su infancia, llegó a ser el animador cultural más importante en lo que a Poesía se refiere

en la década de los 90s. Publicó los libros de los nuevos talentos de aquel entonces, los reunió bajo el equívoco nombre de Los Hombres Duros del 90 –en realidad el único duro era él- y exhibió los frutos de nuestros escri-

tores en su legendaria y errática revista Camión de Ruta. Sus recitales, por lo general informales e imprevisibles, pero hechos a puro pundo-

noroso punche, concitaron la atención del público convencional y también la del otro, el real, el que acude a estas ceremonias como

quien llega a casa a conversar con su familia. Se me aparece entonces, como un genio salido de la botella,

la imagen del poeta -ahora derviche- Franco Castañeda echa-do en una banca, borracho, con su enloquecida cabellera

rasta, sus llanques y su poncho imprecando contra quien llegaría a ser el bardo abanderado de los 90s en Trujillo,

el más célebre y mediático del clan, el entonces estu-diante de medicina Lizardo Cruzado (1), quien leía

palteadísimo. Franco lo afrentaba con las invec-tivas más crueles e insoportables, -irrepetibles

aquí- y mientras el público atónito no sabía cómo reaccionar, Lizardo leía con el rostro

contrito sus deliciosos poemas enfermos y acomplejados, pero saturados de melo-

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día como lascivas manos des-cendiendo por las ardientes curvas de una dama. Pasados los meses Lizardo no pudo so-portar el peso de su inmediata fama en los medios ni el de su antipática soledad, y desapa-reció.

Luego Tomás Ruiz (se ru-moreaba que pertenecía al MRTA) también desapareció, mas reapareció a los pocos años radicado en Piura, dedi-cado a labores editoriales para sostener a su flamante fami-lia. Poetas del Asfalto perdió así a su promotor e ipso facto la vida.

Le tomó la posta el poeta Pasifae, Luis Cabrera Vigo, -un destacado de los 90s- con los aquelarres de Poetas al Ataque y con la Alianza Fran-cesa como su cuartel general. Invitados de Piura y Chiclayo, de Chimbote y de los pueblos del Valle, se daban cita en es-tas reuniones heterogéneas, pero siempre llenas de ávidas almas que ornaban la Alianza. Se me aparece nuevamente el poeta Franco Castañeda –ahora sufí- bebiendo vino en la Plaza de Armas con los sub-tes, contemplando qué opción tomar: ¿a Poetas al Ataque? ¿o a la presentación del libro de Beethoven Medina? Vamos a Beethoven, al Salón Consis-

torial, ahí va a haber más vino y bocaditos. ¡Vamos! Y llega-mos y hallamos el salón ralo de espectadores, y la verdad que tres dormitaban abierta-mente en medio del oceánico discurso del poeta. Me senté a escuchar y como era evidente -porque Beethoven es un buen hombre-, confirmé que sus intenciones eran nobles y su conocimiento valioso, pero su bioritmo de tractor en terreno pedregoso, lo hacían pesado e indigerible. Y la gente se amo-dorraba.

Detrás de la delgada pared Franco y los subtes cuchichea-ban alguna travesura cuando los veo salir uno tras otro con una psiquis sospechosa, velo-ces y silentes. ¡Mierda, estos han hecho algo!, advertí, y al salir me dicen cuchicheando: El Franco se ha robado la ga-rrafa del vino. ¡Nooo! ¡Se han robado el vino estos desgra-ciados! Grité para mis aden-tros asustado y feliz por tama-ña locura, y bajé las escaleras para detenerlo, para devolvér-selos, pero al verlo abrazado al botellón, corriendo deses-peradamente sin mirar atrás, me invadió una gloriosa ale-gría y sin ninguna resistencia salimos de cara a la Plaza de Armas sobre la pista de Piza-rro entre los autos de las ocho

de la noche hasta la Plazuela El Recreo donde nos tomamos los cinco litros y luego nos fui-mos ebrios -como manda San Baudelaire-, felicísimos, al cine. (Como bien se sabe –y damos constancia pública- ya hemos presentado nuestras disculpas y el buen Beethoven nos ha absuelto, benevóla-mente, de toda culpa).

Una tercera época, más ecléctica y heterodoxa, fue la de la Asociación El Camino que actuó desde comienzos hasta mediados del 2000, principalmente, en la Alianza Francesa. Se hicieron nume-rosos recitales y rituales cele-brando la poesía de los indios norteamericanos, de la filoso-fía islámica, de los indígenas amazónicos, de maestros y sabios de diferentes culturas, fusionando performances, música y video en sesiones a las que nunca le faltó público. Una de las presentaciones fue una convocatoria del poeta Franco Castañeda –director de El Camino- donde concu-rrieron más de veinte artistas entre mujeres y hombres con quienes caminamos desde la Plaza Armas, atravesando Pizarro a las ocho de la no-che, hasta la Alianza France-sa, sosteniendo una gran tela que decía: ¡DESPIERTA! TU

“...echado en una banca, borracho, con su enloquecida cabellera rasta, sus llanques y su poncho imprecando contra quien llegaría a ser el bardo abanderado de los 90s en Trujillo.”

“Grité para mis adentros asustado y feliz por tamaña locura, y bajé las escaleras para detenerlo, para devolvérselos, pero al verlo abrazado al botellón.”

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Organizada por el cuentista Jorge Tume y el poeta César Olivares, Poesía de Miércoles ha amenazado con perpetrar un recital cada media semana durante todo este 2010. Y lo viene haciendo exitosamente.

Sus postulados son exce-lentes porque, aparte de man-tener encendida la antorcha del Idealismo, estos encuen-tros sirven para unir a las va-rias generaciones de poetas, entre jóvenes y viejos, entre inexpertos y experimentados, y siendo sincero, entre buenos y malos y requetemalos. Ya se han presentado importantes nombres de nuestras letras regionales como Eduardo Paz Esquerre, Luis Eduardo Gar-cía, Beethoven Medina, Ángel Gavidia, Francisco Paredes Carbonell y Juan Félix Cortez, además de valiosos escritores éditos como Gustavo Bení-tez Jara, Jorge Hurtado –El Gudi-, Luis Cabrera Pasifae, Manuel Medina, Carlos Santa María, entre muchos más. Se han realizado performances, recitales de trova y de rock acústico, proyectado videos, se ha tomado por asalto el es-cenario y presentado poema-rios y plaquetas y los poetas siguen apareciendo felices y contentos de jugar por fin a la

CORAZON ESTÁ DORMIDO. Como íbamos todos a ciegas –nos habíamos vendado- nos guiaba en este recorrido una niña pequeña, vestida de blan-co, con una vela en la mano. Fue maravilloso. La gente se acercaba a preguntarnos de qué religión éramos. De la Poesía, respondíamos. Detu-vimos el tránsito, los choferes molestos nos bombardeaban con sus claxons y sus pifias. Por el solo paseo de un verso y, como si lleváramos a Cristo al calvario, nos defenestraban y magullaban las cruentas y dormidas masas trujillenses.

Desde entonces, no hemos tenido una serie de recita-les hasta el advenimiento de Poesía de Miércoles. Luego de un interregno de cinco años vuelve la Poesía, pero ahora –como da cuenta el nombre- hecha miércoles. Su espacio es un bar bohemio, decadentón, popular y caleta, llamado El Chaska, en San Martín a po-cos metros del Rincón de Va-llejo. La entrada es un portón anodino, impersonal e imper-ceptible. Al pasar te encontra-rás con un espacio pequeño e íntimo, donde los miércoles se perpetran limpiamente, y con apertura total para todos, simples recitales de Poesía.

casita. Y se me aparece, finalmen-

te -ya por último, último-, el poeta Franco Castañeda –ahora funcionario- llegando a Poesía de Miércoles con una botella de absenta en la mano. La absenta es un licor verde, tóxico y aromático, de 75 por ciento de alcohol, hecho a base del insoportable y severo kión. Bebida predilecta de los poe-tas malditos, (los franceses decimonónicos que influencia-ron a toda la poesía en lengua castellana en América a partir del genial Paul Verlaine). Y a pesar de estar prohibido en algunos países de Europa por ser un trago mortal, los mau-dits la bebían profusamente. Franco trajo una botella y la depositó sobre una mesa. Esa noche todos los poetas posa-ron sus labios en la copa para recibir su bendición de fuego, su iniciación suprema, para chupar el mismo trago que los gloriosos guaraperos de la eternal Poesía, oh maestra sa-grada, religión de lo no santos, belleza oculta y revelada y que viendo nadie ve.

Ahora nuevamente has arri-bado a tu isla, a tu torreón de ensueño todos los miércoles en el Chaska en San Martín 543.

1 Lizardo Cruzado ganó desde púber todos los premios Lundero. Fue vaticinado por el gran poeta Javier Sologuren como el Rimbaud de la poesía peruana, lo cual le valió ser un referente en la capital donde era citado por las nuevas voces. Su libro Este es mi cuerpo, con una cucaracha en la carátula y publicado por Camión Editores, se vendió en librerías como anticuchos en las sabrosas esquinas del Perú. Lizardo actualmente ejerce su profesión de médico.

“Su espacio es un bar bohemio, decadentón, popular y caleta, llamado El Chaska, en San Martín a pocos metros del Rincón de Vallejo.”

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arte

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El suicidio es un fantasma constante en la historia de la literatura

universal. Lo fue para Alejandra Pizarnik, para

Silvia Plath, para Andrés

Caicedo o para Jerzy Kossinski.

Para ellos, morir consistía en un arte, una ceremonia a la

que debían llegar provistos de

cierta creatividad. ¿Puede la

literatura inducir a la autodestrucción de un modo sutil y

elegante?

Escribe Emily Kesch

[email protected]

“Morir es un arte, como todo. /Yo lo hago excepcional-mente bien. /Tan bien, que parece un infierno. /Tan bien,

que parece de veras. /Su-pongo que cabría hablar de vocación....”, escribiría Sylvia Plath, algunos meses antes del 11 febrero de 1963, cuando encontraron su cadáver atrin-cherado en el horno de su co-cina. Luego de dos intentos fallidos, logró consumar su vocación: la del suicidio. Te-nía treinta años.

Sylvia Plath, conocida como una de las poetas norte-americanas más representati-vas del siglo XX, peleó con las afiladas esquinas de su ma-niaco-depresión desde niña. Sus diarios, escritos a partir de los once años, desnudan el diálogo entre ella y sus demo-nios internos. “Tienes miedo a quedarte sola con tu propia mente (…).No puedo ignorar-la, sé que está aquí, la huelo y la siento”, anotaría después de su primera aproximación al purgatorio, a los 19 años.

Su poesía, íntima y desga-rradora, actuó como un úl-timo manotazo de ahogado contra la muerte. Incluso con un carnaval de éxitos litera-rios colgados de su ventana, Plath decidió arrancar el pro-blema de raíz y asfixiarse con gas, luego de dejar dos vasos de leche a lado de la cama donde dormían sus hijos, y escribir una nota destinada a Trevor Thomas, su vecino, con el número de su médico personal. La razón de la últi-ma carta, antes que apostar por una posible salvación, era la de prevenir, por si el aire tóxico llegara al cuarto de sus niños.

En los diarios de Plath, po-demos descubrir una infancia marcada por la dura convi-vencia con sus padres. Otto Plath, su progenitor, era un alemán enraizado en las ideas del nazismo, al que Sylvia des-

cribiría como “un autócrata… yo le amaba y le despreciaba a la vez, y probablemente deseé muchas veces que estuviera muerto”. El odio hacia su pa-dre se desviste mucho más en el poema ‘Daddy’, escrito para él, luego de varios años de su muerte. La poesía concluye de un modo visceral: “Papi, papi, hijo de puta, estoy acabada”.

Por otro lado, la figura de su madre sería, para Plath, uno de los leit motiv dentro de su literatura. A lo largo de su vida, la poeta le escribiría una gigantesca colección de car-tas que describían sus éxitos, temores y problemas diarios. Después de su separación con Ted Hughes –poeta bastante reconocido en aquellos años-, su madre le propondría que vuelva a vivir con ella. La res-puesta de Sylvia fue negativa. Según muchos, el rechazo es-taba vinculado a una supuesta influencia de su progenitora en el primer intento de suici-dio de la literata. A los 19 años, Plath escribía ansiosa y enlo-quecida, por la necesidad de conseguir un reconocimiento en el universo de las letras. Su alarmante desgaste físico y mental, entremezclado con sus crisis nerviosas, llevaron a Sylvia a un peligroso laberin-to: la joven poeta ingirió una fuerte cantidad de tranquili-zantes en el sótano de su casa. Minutos antes, había dejado una nota en la que comunica-ba que estaría dando un lar-go paseo en el parque. Luego de una ardua búsqueda, su madre y algunos vecinos, la encontraron inconsciente en-tre mares de vómito, en un rincón del depósito subterrá-neo. Posteriormente, fue in-ternada en hospital McLean, donde siguió una terapia con electroshocks (técnica para tratar problemas psiquiátri-cos, popularizada en aquella época). Para los allegados de la poeta, fue su madre quien la presionó para que escribie-ra a ese ritmo demencial.

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Aún así, psicólogos como Helen McCormack, han estu-diado muy de cerca el suici-dio de Sylvia Plath. Muchos se han inclinado a la posi-ble influencia de los últimos acontecimientos de su vida: antes de mudarse a un depar-tamento inglés con sus hijos, Silvya encontró in fragante a Hughes con Assia Wevill. Los celos enfermizos de Plath no soportaron la infidelidad de su esposo y abandonó la casa de campo que compartía con él. Asimismo, el invierno lon-dinense del 62-63 fue uno de los más devastadores en los últimos cien años, sus ni-ños padecían fuertes gripes y Path respiraba con dificultad a causa de su eterna sinusitis. Aunque este periodo actuó un relámpago creativo en su pro-ducción literaria, el peso de su inspiración era demasiado hondo. En sus versos, se pue-de percibir un ritmo rápido, nervioso y atormentado. “La mujer alcanzó la perfección./ Su cuerpo muerto muestra la sonrisa de la realización,/ la apariencia de una necesidad griega/ fluye por los perga-minos de su toga,/ sus pies desnudos parecen decir,/ hasta aquí hemos llegado, se acabó”.

En muchos de los casos, los trastornos bipolares o maniaco-depresivos han sido el detonante para este tipo de medidas apocalípticas. Según psiquiatras como el norte-americano Key Redfield Ja-mison (que, coincidentemen-te, padece esta enfermedad), un maniaco-depresivo llega a asociar cadenas de pensa-mientos de manera fugaz e in-termitente, consiguiendo una increíble capacidad creativa. Este periodo comprende la

fase ‘maniaca’, mientras que la ‘depresiva’ es la inmersión del individuo en una desola-dora marea que lo desarticu-la por completo. Pese a esto, aún no se ha confirmado una estrecha relación entre los de-seos suicidas y la producción artística.

Nueve años después de la muerte de Sylvia Plath, en un departamento de Buenos Aires, una de las escritoras ícono de la poesía femenina en Latinoamérica, ingirió cin-cuenta pastillas de Senocal sódico. Alejandra Pizarnik te-nía treinta y seis años cuando escribió en un pizarrón “Solo quiero llegar hasta el fondo”. La nota fue hallada a lado de su cadáver, en un cuarto re-pleto de muñecas rotas, hi-leras de libros, alfombras de papeles con poemas, y lápices de colores.

En los últimos meses de su vida, Alejandra se recluyó en su departamento y cortó su cordón con el universo. Mu-chos de los poemas que escri-bió en este lapso, son versos rápidos e incoherentes, que llegan a rozar con la locura. Había intentado asesinarse con un coctel de barbitúricos pero, fue encontrada incons-ciente e, inmediatamente, hospitalizada. Luego, sería internada otras cinco veces en el Hospital Psiquiátrico Pirovano de Buenos Aires. En la última hospitalización, la poeta pide permiso para pasar el fin de semana en su piso. El pedido es aceptado y el veinticinco de setiembre de 1972, dos días después, la es-critora es encontrada muerta en su cuarto.

Sus diarios fueron recor-tados arbitrariamente por su familia, en el intento de

esconder la homosexualidad de Alejandra. Otros escritos, también fueron editados por la misma poeta. Empero, dejó varias notas en las que des-viste su deseo escapista por la muerte. Un año antes de su suicidio, escribe: “abandono de todo mi plan literario… Las palabras son más terribles de lo que sospechada. Mi nece-sidad de ternura es una larga caravana… sé que escribo bien y esto es todo. Pero no me sir-ve para que me quieran”.

Desde hacía un tiempo, Pi-zarnik había perdido su fe in-condicional por las letras. Aun con su disciplinado estudio del lenguaje y su maniática tendencia a escarbar entre las palabras exactas, Alejandra -cargada de frustración- con-cibe una irremediable decep-ción por la poesía: “dediqué mi vida a la poesía y ahora descubro que la poesía no le importa a nadie”.

La depresión de la autora de “la extracción de la piedra de la locura”, aparece desde la adolescencia, cuando su odio a los espejos y su ende-moniada ansiedad, le crean una adicción a las anfetami-nas. Alejandra toma este tipo de fármacos para pelear con su sobrepeso y sostener sus noches de insomnio durante sus estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la Uni-versidad de Buenos Aires. Su simbiótica relación con los ci-garrillos también se consolida en este periodo.

A lo largo de su vida, Ale-jandra peleará contra su baja autoestima en el plano de la literatura. Su increíble genio para la poesía y la prosa, la convierten en una de las nue-vas exponentes de la escritura femenina del siglo XX. Su ego

y su amor propio conviven en una guerra irremediable.

Amiga de Cortázar y Oc-tavio Paz, Pizarnik viaja dos veces a Paris. En la primera, escribe “Los Trabajos y las Noches” y “La extracción de la piedra de la locura”, aun-que los publica en su retor-no a Buenos Aires. También, trabaja editando distintas publicaciones y aportando, a modo de freelance, en Sur de Argentina. Su estadía en Francia, guarda un estrecho (y repetitivo) parecido con la de Vallejo o Márquez: enrai-zada en su literatura, con los bolsillos y el estómago vacío, entre las cuatro paredes de un cuarto de mala muerte. Aún así, Alejandra describirá sus días parisinos como una de las mejores épocas de su carrera. “Yo ando mejor que nunca. Escribo, publico en las revistas de aquí, –y– lamen-tablemente, trabajo en sitios infames para ganarme el duro pan de cada noche”.

Su segunda visita a Francia es un fracaso. Alejandra nota un cambio en la cultura parisi-na y un quiebre en “su antiguo encanto literario”. Se encuen-tra con un Cortázar mucho más político que escritor y, consecuentemente, programa su regreso a Argentina. Allí, conseguirá un corto periodo de estabilidad, hasta volver a caer en sus mortales sueños fuga. En su último poemario, “el infierno musical”, sus de-monios suicidas se escurren con demasiada claridad. “El soplo de la luz en mis huesos cuando escribo la palabra tie-rra. Palabra o presencia segui-da por animales perfumados; triste como sí misma, hermo-sa como el suicidio (…)”.

La soledad es otro de los

“Ingirió cincuenta pastillas de Senocal sódico. Alejandra Pizarnik tenía treinta y seis años cuando escribió en un pizarrón “Solo quiero llegar hasta el fondo”.

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fantasmas que persiguen a Alejandra durante sus muti-lados treinta y seis años. Su poca estima y ritmo desme-surado en la poesía, convirtie-ron a Pizarnik en una mujer independiente y ajena a rela-ciones duraderas. Aunque su espíritu solitario pudo ser el motor de su genialidad litera-ria, también podría ser el hue-co de su propia tumba. “Yo no sé de pájaros,/ no conozco la historia del fuego./Pero creo que mi soledad debería tener alas.”

La particularidad del sui-cidio no se sostiene en sus formas sino, en sus motivos. Aunque la depresión es el im-pulso más común en este tipo de decisiones, también exis-ten otros móviles salpicados por una escalofriante extra-vagancia. Andrés Caicedo, es-critor Colombiano de los años sesenta, se atiborró con 60 pastillas de Senocal, luego de recibir el primer original de su última novela, “¡Qué viva la música!”. Su réquiem esta-ba escrito por él mismo, años antes, cuando declaró que “vivir más de veinticinco años era una insensatez”, exclusi-vamente si ya se ha dejado un sello personal en la historia. El cuatro de marzo de 1977 encontraron su cuerpo inerte a lado de su máquina de escri-bir. Tenía veinticinco años y una trascendencia asegurada.

Caicedo fue una promesa desde pequeño. A los trece años ya escribía prosa y poe-sía, y a los quince, consiguió un premio internacional a raíz de un cuento que mandó a la revista ‘Imagen’ de Caracas. Su obsesión por la escritura, se convirtió en una disciplina casi esclavista que lo obligaba a pasar cinco horas diarias

frente a un ejército de páginas en blanco. Conocido –gracias al periodista chileno Alberto Fuguet- como ‘el asesino de Macondo’, Andrés Caicedo clavó un quiebre en la litera-tura colombiana y el, bastante manoseado, realismo mágico. “Mientras García Márquez, el mismo año, se maravillaba con las mariposas amarillas, Caicedo se obsesionaba con Travis Bickle y Taxi Driver”, escribe Fuguet, acerca del au-tor.

Además de las letras, Cai-cedo fue un cinéfilo en po-tencia. Incluso dentro de su narrativa, la perspectiva ci-nematográfica aparece clara-mente entre líneas. En 1973, Andrés viaja a Estados Uni-dos con cuatro guiones suyos bajo el brazo. Su finalidad era entregárselos al cineasta Roger Corman y rodar las pe-lículas, sin embargo los guio-nes nunca se cruzaron con los ojos del director. “Es un me-dio muy difícil y enmarañado, y la parte que está metida en Hollywood no se anima a co-laborar por miedo a la compe-tencia”, anota Caicedo en una carta a su madre.

El teatro también formó parte del estandarte de pasio-nes de Andrés Caicedo. A los veinte años, el autor ya había escrito varias obras teatrales, además, participó como actor y asistente de dirección, en re-petidas ocasiones.

La vocación de todista de Caicedo, provocó una serie de trabas en su carrera literaria. “La pluralidad de quehaceres ha sido uno de los motivos para que yo no desarrollara ninguno a cabalidad”, confie-sa Andrés en su libro auto-biográfico, ‘mi cuerpo es una celda’.

Pese a eso, el estilo fresco, directo y dinámico de la lite-ratura de Caicedo, consiguió voltear la mirada de varios críticos y lectores latinoame-ricanos. De este modo, y con su obra maestra entre manos, Caicedo decidió no cometer ‘la insensatez’ de vivir más de veinticinco años.

La palabra suicidio vie-ne del latín ‘sui caedere’, es decir, ‘matar a uno mismo’. Mientras que para muchas religiones, es uno de los pe-cados más graves e imperdo-nables, también existen cul-turas que lo consideran como un escape honorable frente a situaciones humillantes o dolorosas. Ese podría ser el caso del escritor polaco Jerzy Kossinski.

Tres de mayo de 1991. Jer-zy Kossinski, el autor de ‘el pájaro pintado’ y ‘desde el jardín’, se prepara un vaso de ron con coca-cola, mientras espera que el agua de su ba-ñera llegue al nivel deseado. Konssinski acompaña un par de tragos de su bebida, con varias pastillas de barbitúri-cos. Acto seguido, entra a su jacuzzi y se anuda una bolsa plástica en la cabeza. A su lado, ha dejado una nota: ‘Voy a dormir ahora un rato más largo de lo usual. Llame-mos a ese rato Eternidad”.

Las especulaciones acer-ca de su suicidio aparecen casi de inmediato. Algunos sostienen el detonante de su decisión fueron las acusacio-nes de plagio de las que fue víctima, otros creen que se trata de la desolación frente a su reciente diagnóstico de graves problemas cardíacos, y un último grupo explica lo sucedido en base a su inca-pacidad de no poder escribir

más. La muerte de Konssin-ski se convierte en una comi-dilla mediática.

Luego de ser exiliado de Polonia, Jerzy se instaló por completo en Estados Unidos. Las críticas contra su novela ‘El pájaro pintado’ retumba-ban en medios impresos de Europa y Norteamérica. Los polacos –incluso aquello que nunca leyeron su libro- estaban enfurecidos por la imagen de Polonia descrita en el libro de Kossinski. El escritor, en su defensa, ale-gaba que su obra no seguía un carácter autobiográfico y que las imágenes perseguían un fin metafórico antes que, literario. Incluso, George Reavy, poeta y traductor neo-yorquino, se declaró como el verdadero autor de ‘El pája-ro pintado’. Por suerte para Kossinski, dicha ‘confesión’ no consiguió credibilidad en la prensa norteamerica-na aunque, las denuncias de plagio aparecieron como una cadena infinita hasta sus úl-timos años de vida.

Las razones del suicidio de Kossinski, son iguales de inexactas que las sostenidas alrededor de las muertes de Plath, Pizarnik, o incluso, Caicedo. Si la creatividad hu-mana es capaz de acercar a un individuo, a un paso más del auto-aniquilamiento, es una asignatura pendiente para los psiquiatras e in-vestigadores especializados. Empero, no puede negarse que el recorrido de la litera-tura universal está salpicado de muertes auto-conducidas o accidentes bastante sospe-chosos. ¿Es probable que la poesía, antes que canalizar las emociones del autor, las agrave mucho más?.

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¿Puede uno enamo-rarse de la ciudad que lo adoptó? Sí, amo Barcelona. ¿Está mal decir que detesto el pedrego-

so y negro mar de Huanchaco pero adoro comer en los res-taurantes que bordean su pla-ya? Sí, detesto ese mar espe-so, con azul traidor, inservible relave y olas sin música. Hay canciones que duelen, hay canciones que amo.

Suelo poner banda sonora a mi vida, pero hay canciones que se filtran y penetran en esa selecta y cardiaca lista mu-sical de mis días. Suelo amar canciones que en un determi-nado momento me dolieron. Suelo amar aquellas cancio-nes que sonaban en esos leja-nos instantes en que, con los ojos abiertos y mientras yacía a oscuras en mi cama, nacían de mi vieja radio negra Philips con dial giratorio. Esa antigua radio, que aun vive en algún rincón telarañoso de mi casa trujillana, exhalaba melodías que, al oírlas en el presente, me cogerían de la solapa y me harían recordar instantes pa-sados llenos de alegría y des-consuelo. No amo los Déjà vu, no me gustan porque preten-den hacerme creer que la vida es un camino trazado. Un des-tino ya tapizado (por alguien o Alguien) y extendido delante de nosotros y en el cual no so-mos más que unos monigotes que andan por ese sendero, creyendo descubrir la vida. La música es sagrada, las can-ciones son amantes, amantes risueñas, amorosas, rencoro-sas, rebeldes con y sin causa, las canciones son armas de doble filo, son bumeranes en-vueltos con jirones de verdad. Cuando oigo música intento no detener las canciones por la mitad, es un asesinato, una masacre de notas musicales, un genocidio de los does, re y mies que, poco agradeci-do yo, decapito pulsando en el insaciable botón del stop.

Lovers

Una canción es todo y es nada. Su poder

reside no solo en la música y la letra

que la integran, sino también en las quejas

y contentamientos que invocamos cuando

oímos su melodía. Todos los seres humanos

tenemos una canción que nos duele o nos

alegra porque la vida es como ella: una realidad fugaz que nos arrastra

para siempre.

EscribeValery Bazán

[email protected]

Japanin

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Las canciones no hablan, dicen; no son dedicadas, las dedicas; no tienen cuer-po, pero tienen alma; una buena can-ción puede ser toda tu vida. Pero toda tu vida no cabe en una canción. Eso lo aprendes después de oír a Edith Piaf, Coldplay, Sinatra y Felipe Pinglo en una semana. La música es sagrada para los cantantes frustrados y abortos de com-positores, como yo. Hay gente que me recuerda por una canción o, sobretodo y muy a mi pesar, por algún cantante en especial. Hay momentos que recuerdas por culpa de alguna canción que sona-ba mientras te besaban o mientras te terminaban. Mientras la persona que decía amarte te cortaba el rostro y a lo lejos sonaba alguna estúpida balada en castellano o mientras la cafetería, mudo testigo de tu acabose, se inunda-ba por el nostálgico son de un bolero hijo de puta precedido de la voz de un apagado locutor y tu novia, al mismo tiempo, te decía que todo se terminó. Yo no amo las canciones de Rafael, de-testo las de Sandro y vitupero las de Nel-son Ned. En aquellas ocasiones, meses después de haber soplado doce velas en la torta de chocolate hecha por mi madre, no faltaban las noches en que mi madre y mi padre se herían verbal-mente, y me herían a mí cuando los oía. Mientras sus voces, de colores tristes, salían de sus bocas y luchaban en el aire, yo me hacía un ovillo bajo mi frazada. Intentaba taparme los oídos para no es-cuchar lo que los niños no deben escu-char cuando son niños. Intentaba no oír lo que los adultos no deben decirse los

unos a los otros cuando son padres. Intentaba no mirar la delgada y amarilla luz que se desprendía bajo la puer-ta y entraba sin reparos en mi paupérrima e indefen-sa habitación. Cuando mi casa era un campo de guerra entre dos seres que supuestamente se amaron, sonaban esas canciones que ahora me hacen repelerlas. Sonaba la voz amanerada de Rafael, la garganta desgañitada de Sandro o las frases nada benditas de Ned. Las cancio-nes son lo que te sucedió cuando las oíste. Las canciones pueden ser salmos excitantes para ella, las canciones pueden ser blasfemias a la vida, quizás intentos de ale-gría, tal vez atisbos de infelicidad, pero lo que las cancio-nes nunca dejarán de ser es su capacidad de convertirse en nostalgia perenne de un ayer que acaricia tu nuca. Tu padre, tu madre, tus hermanos, tus hijos, tu mujer, tu hombre, todos ellos, por separados o en grupo (en algunas ocasiones) viven en canciones, tienen una mayor razón de ser con la música. Incluso habrá alguna canción, algu-na melodía, que te hará recordar un instante tonto, y ve-rás que no tenía nada de tonto, porque en aquel entonces no sonaba tontería alguna sino una canción cualquiera. Esta crónica tiene soundtrack, mientras escribo, en mi portátil flota una banda sonora que me hará remembrar este instante: Lovers in Japan de Coldplay. Y recorda-ré fatalmente que el seis de setiembre del 2009 no fui al concierto en el Palau Sant Jordi de estos británicos que le cantan punzantemente a Bush y sofisticadamente al amor. Para esas fechas no estuve en Barcelona, mis pies no saltaron con la voz de Chris Martin, estuvieron pisando otro cemento, una acera sin arte, sin música. No hubo Barcelona, no hubo Coldplay. Pero habrá can-ciones que me harán recordar donde debí estar y lo que debí hacer. Me quedará oír la banda sonora de este mo-mento y me resignaré con ver ese maravilloso film de Sofia Coppola llamado Lost in Translation por tercera vez y enamorarme por sétima vez de la recién aparecida y, por entonces poco “marketeada”, Scarlett Johansson.

Hay canciones que predicen el futuro, y lo que es me-jor, hay canciones que lo curan. Clic y Pause.

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“Las canciones pueden ser salmos excitantes para ella, las canciones pueden ser blasfemias a la vida.”

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feminista

EscribeAna Rita [email protected]

FotosJorge Luis Segura Cueva

proclamaLa

OriettaBrussa

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“Todos los grandes han

muerto, ya no nos

queda nadie”.

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Se autoproclama feminista y por lo tanto está a favor de la legalización del aborto. Pro-testó en mayo del

68 y nunca olvida mencionar a sus alumnos la famosa ver-sión del himno norteameri-cano interpretada por Jimmy Hendrix en el Woodstock del 69. Su insulto favorito para las mujeres es: “Eres una Bar-bie Girl” y disfruta cuando al-guna despistada lo toma como un halago. Si un alumno no hace una buena presentación sobre el tema, lo aniquila con preguntas que lo hacen que-dar en ridículo frente a toda la clase.

Es colaboradora de la re-vista Día 30, de la facultad de Ciencias de la Comunicación de la UPN, y en sus artículos no duda en dar sus opinio-nes sobre diversos temas, por más controversiales que sean. Quién podría imaginar que una mujer así alberga en su casa a cuatro perros calleje-ros, dos gatos, dos tortugas y varias arañas (refugiadas en-tre sus plantas).

La cita con Brusa fue el viernes 12 de febrero poco después del mediodía en la Universidad Privada del Nor-te. Pude hablar con ella mien-

Una mujer a la que muchos temen y otros proclaman amar. Una italiana

entrada en años, residente en el Perú desde los 90. Dicta clases de

arte en la Universidad Privada del Norte. Si la buscas, la puedes localizar en la entrada principal.

Allí fuma (lo hace en la calle para no perjudicar a nadie con el dióxido de carbono) y conversa con quienes tienen algo inteligente que decir. Si

no es así, serás blanco de su ironía y mordacidad.

tras sus alumnos veían el Dr. Insólito de Kubrick, uno de sus cineastas favoritos. Viste una blusa azul de manga tres cuartos con bordes blancos, una falda hasta la rodilla y un par de botas, ambas prendas blancas. En la muñeca dere-cha lleva varias pulseras pla-teadas y en la izquierda un reloj negro. Si el blanco signi-fica paz y el azul tranquilidad, Orietta era la persona más tranquila y pacífica en esos momentos.

Mientras nos dirigíamos a la puerta de la universidad para que fume un cigarrillo Caribe, me dijo: “Todos los grandes han muerto, ya no nos queda nadie”. Le disgusta que ahora se de tanta impor-tancia a los efectos especiales y se hayan dejado de lado los argumentos, las historias que tratan de hacer ver al hombre su absurda realidad.

Al terminar su cigarrillo, nos dirigimos al salón. Des-pués de iniciada la película salimos para iniciar la entre-vista. Sin embargo, no pasa-mos de la segunda pregunta cuando una alumna salió para avisarle que su celular estaba sonando. Brusa salió corrien-do a contestar la llamada. Hablaba en italiano, por un momento creí que era alguno

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era demasiado culta y paga-na. Fue desollada viva. Busca su historia y léela, entenderás muchas cosas.

Otra mujer que vale la pena es Rosa Luxemburgo que fue asesinada a inicios del nove-cientos.

Simone de Beauvoir, que hizo muchísimo por la mujer desde el punto de vista inte-lectual. Ya es problema de las mujeres si no leen, o sea, si se quedan brutas y listas para los hombres.

¿Le gustó Betty Frie-dan?

Sí, fue mucho más limitada a su sociedad pero también me gustó.

Y de las actuales, ¿nin-guna?

(Hace un movimiento con la cabeza negando y perma-nece en silencio)

¿Y las que más detes-ta?

Un montón. Todas las que trabajan para las mujeres des-de el ministerio. Todas ellas tendrían que ser olvidadas.

¿Cuál es su opinión so-bre Oriana Fallaci?

No simpatizo con ella. Una mujer que fue en contra de la guerra de Vietnam, o sea, en los años 60´s, 70´s era una burguesa ilustrada. Con la menopausia, creo yo, se vol-vió una burguesa de mierda. Murió (bueno, tenía un cán-cer, imagino al cerebro) sien-do una sombra de lo que era en sus inicios.

¿Por qué dicta clases en una universidad? ¿Le gusta enseñar?

Me gusta muchísimo en-señar, no es lo mismo que en un pre escolar, prefiero la universidad porque eso de ser maternal no me gusta. Ense-ño porque creo que tengo una herencia que dejar, transmitir conocimientos, ideas. El co-nocimiento sobre todo no de hechos, sino el de ideologías distintas a las que están acos-tumbrados. Ustedes viven en una dictadura horrible porque tienen una sola idea en la ca-beza. Yo creo que es deber de los viejos enseñar. La heren-cia que dejan los viejos tiene un valor importante.

¿Qué espera de sus alumnos?

Yo soy de la idea de la pa-

de sus hijos o un amigo, pero no acerté.

“Este es el único hombre de mi vida que me pegó una tanda. Éramos pareja. Me dio una tanda que casi me mata. Pero él también terminó en el hospital, le rompí la cabeza con un candelabro. Después de esto, mucho tiempo des-pués, obviamente, nos vol-vimos amigos. Amigos en el sentido de amigos, nada más. Y ahora me llama para saber cómo estoy”.

Luego de esta confesión me queda claro que Brusa es una mujer de armas tomar. No se dejó golpear sin dañar a su atacante, pero tampoco lo vetó de por vida. Me dijo que cuando él salió del hospital le mandaba flores, pero ella cree en “si lo hizo una vez, lo pue-de volver a hacer” y no estaba dispuesta a darle la oportuni-dad.

¿Su nombre es Orietta Brusa, así, a secas?

Tengo un nombre solo para la iglesia. Cuando me bautiza-ron era obligatorio el nom-bre de un santo, entonces, me bautizaron como Emilia (Orietta Emilia Brusa), pero solo allí. En mis documentos no existe ese nombre.

¿Quiénes son los hom-bres por los que guarda especial admiración?

La mayoría ya murió. Son: Mijaíl Bulgákov, escritor so-viético; Erich Fromm, psicoa-nalista alemán; Verter Break, comediógrafo alemán; Ber-nard Shaw, comediógrafo ir-landés; uno que me falta, que aún no tengo en mi pared es Gerardo Cailloma; también están Noan Chomsky; José Saramago y Umberto Eco.

(Tiene la fotografía de cada uno de ellos en lo alto de una de las paredes de su sala)

¿Qué es lo más valioso que posee?

¿Material?En su vida, en generalLo más valioso que tengo

son mis libros. Una vez toda mi librería se fue al tacho de-bido a una fuerte lluvia.

¿Ha logrado conseguir los perdidos?

Algunos, no todos, porque eran libros raros, ediciones limitadas.

Entre sus antigüeda-des, ¿cuál es la pieza más valiosa?

Un artefacto usado por una herborista del pueblo Etrusco. Debe tener unos 2700 añitos. Era para moler la hierba usa-da como medicina.

Usted ha participado en Mayo del 68. ¿Qué be-neficios le ha dejado?

El cambio de la educación en esa época, después ha ido empeorando en comparación a lo que era antes de la protes-ta. Pero el cambio de la educa-ción es algo que nunca había estado en la mentalidad de la gente. El cambio de la moral, cambió muchísimo la moral cucufata, o sea, para que pu-dieran darse los movimien-tos: feminista, homosexual. Es decir, se quitó mucha de la hipocresía de la gente. Ade-más, quedó la desconfianza en la vieja generación de pro-fesores, curas, militares y la libertad de declararla. Lo cual es algo muy bueno.

¿Y los beneficios del Woodstock del 69?

No, yo no fui al Woodstock, me gusta la música y los hip-pies, pero no era activista.

El Woodstock por sí mismo no sé, el movimiento hippie se podría decir que no dejó nada pero no, allí también hubo cambio de mentalidad de la gente.

La guitarra de Jimmy Hendrix, por ejemplo, una forma de protestar…

Sí. Una vez me hicieron ver a Tony Meléndez, que toca con los pies y agradece a Dios. Es una cosa muy subjetiva, muy individual, problema suyo. Ji-mmy Hendrix, todo drogado, perdido como estaba, tocaba por otro pueblo. Era mucho más altruista, sin ese pequeño egoísmo de la superación in-dividual.

Tony Meléndez le tocó a Juan Pablo II.

Imagínate, el triunfo del anticomunismo, del neolibe-ralismo. Justo el Papa ade-cuado.

Desde su posición femi-nista, ¿qué mujeres cree que merecen ser recorda-das por la humanidad?

Desde Hiparquia de Tra-cia, muerta en el 315 por los monjes de San Cirilo porque

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rábola de Jesús, la del sem-brador. Yo echo semilla, si la semilla hace raíces, bien. Por lo menos espero gente más feliz con su vida. Que tenga más opciones, más capacidad de decidir, de entender lo que le pasa.

A mí, ahora, me da pena ver a una mujer embarazada. Me da pena que no haya en-tendido nada y los pobres que van a nacer en un mundo que no se entiende.

¿Qué es lo que más de-testa?

Un montón de cosas. La principal: La ceguera de la humanidad. El hecho de que la gente no vea y siga vivien-do como niños, o sea, que la gente sea tan disponible al panis ac circus. La gente to-davía está en esa óptica. Está tan pegada a su pequeña vida que no ve la posibilidad ni de cambiarla para bien. No quie-ren ver su situación real.

Piensa en la Belle Epoque, antes de la primera guerra mundial. En los años locos antes de la gran crisis y la se-gunda guerra mundial. Ellos pensaban en la vida como, como dice Umberto Eco:

“la carnificación de la vida”. La gente que vive con el celular piensa en cualquier cosa. Si tú entras a una tienta puedes observar que la gente solo busca cosas que le sirvan para distraerse: telenovelas, partidos de fútbol, la historia de Melcochita que ahora tiene una nueva enamorada.

Siguen creyendo que Machu Picchu no se cae gracias a los Apus.

¡Ah!, esa fue una cosa muy buena.

¿Y qué es lo que más le gusta del mundo?

¿Del mundo? Los anima-les.

¿Por eso tiene varios?No, estaría mejor sin ani-

males, exceptuando a los ga-tos. Pero los recogí porque me daban pena, mucha más que la que me dan los humanos.

¿Qué sintió cuando gol-pearon a Berlusconi?

¡Qué vergüenza! Me gus-tó mucho. Digo: “¡Qué ver-güenza!” porque no tendría que darte gusto ver una cara destrozada. Pero su cara des-trozada es un orgasmo, uno

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mental.¿Cuándo escucha las noticas des-

favorables sobre Italia, cómo se siente?

Inteligente. Porque en el 94, cuando postuló Berlusconi, decidí salir de Italia. Entonces, me siento una mujer inteligen-te, vi muchos años antes lo que se venía.

En ese caso, ¿por qué cree que los italianos siguen creyendo en Ber-lusconi?

Porque han sido idiotizados por la educación que ha ido bajando, bajando, bajando con el nuevo liberalismo. Olvi-daron los últimos cincuenta años de his-toria, o sea, del fin de la guerra mundial, olvidaron el proceso por el cual Italia me-joró tanto. Es por eso que Italia está como está: en un retroceso tremendo.

¿Cree que Perú ha retrocedido?El Perú nunca retrocedió. Se quedó allí

(se ríe). Disculpa, pero es la verdad. ¿Le molesta la política peruana?No me molesta pero es que es distinto

al caso de Italia. Lo de Italia me molesta porque es como si tú te olvidaras de leer, no puedes, ¿no? ¿Qué harías si en tu vida de pronto no lees? Eso es retroceder, pero si tú fueras la chica de la Teta Asustada no podría decirte ¿por qué no lees? Porque sencillamente ella se ha quedado allí.

¿No le gusta esa película que es el “orgullo nacional”?

Opino todo lo malo posible. No la he visto pero sé el argumento no entiendo porqué se esmeran en conservar la época del terrorismo. El terrorismo hizo daño porque había un gobierno malísimo, en-tonces, estas cosas malas se quedaron, continúan hasta ahora, se han quedado en la gente tanto los malos gobiernos como el terrorismo.

El argumento de una mujer asustada por la madre, quiere decir que, acá, la so-ciedad nunca mejoró. Todo se quedó en la época de Abimaél Guzmán, Fujimori, con toda esa basura. Estancados en el tiempo.

Que Berlín, que Hollywood le hagan fiesta ¿para qué?, si les quitan la concien-cia. Ellos se sienten más felices porque saben que el Perú está en la época de Ata-hualpa, así ellos podrán seguir manipu-lándolos.

Que acá al pueblo de Manchay le subió la autoestima porque una gringa limeña les hizo una jarana. ¿A qué nivel están las mujeres que se defienden a golpe de papas? No. Para mí es asqueroso que se celebre la situación de esta gente, no se hace nada para cambiarla y se celebra, no sé. Están diciéndoles que sigan en esa si-tuación para que los otros puedan seguir gobernándolos. Mientras tanto celebran que van a premiar a Avatar y del Baguazo nadie habla, pero Avatar los hace llorar. Siempre está presenta esta huida de la realidad, todos quieren huir.

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Como saben, las dos es-tán mal de la columna. Usted, señora, tiene dos hernias que no podemos operar. Tú tienes una escoliosis que no quiero

operar. Tendrán que hacer natación. Si en dos meses no mejoran me temo que habrá que pensar en un corsé. Sería una lástima. Imaginé a la traumatóloga golpeando su escritorio con el mismo martillo del juez al dictar sentencia.

¿Conoce algún lugar donde poda-mos ir?

El colegio La Reparación tiene la mejor piscina. Es barata. Es limpia. Y queda cerca de la clínica. Solo estilo libre. Nada de hacer pecho, espalda, mariposa, solo libre, ¿entendido?

¿Vamos a repararnos a La Repara-ción?, me pregunta mamá, ¿Vamos?

Averiguo y te aviso. Estoy enojada. Siempre me quejé de la espalda cuando era chica, pero nunca me llevó al trau-matólogo; creía que era para llamar la

Algo

Una madre y su hija buscan la pureza del agua para sanar sus dolencias físicas, pero

en realidad lo que buscan es saldar sus deu-das con el pasado. Entonces cada quien

busca en el agua una manera simbólica de morir o evadirse del peso de la rutina.

EscribeKatya Adaui

[email protected]

perdióse

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atención. Qué curvas, hijita, qué lindo. No mamá, era escoliosis. No quiero acabar como ella, rompi-ble, quejosa. Sus vértebras son como los anillos de un árbol. Arrastran pasado, fracasos, edad.

La piscina es semiolímpica. La parte honda es tan profunda que no conseguimos ver el fondo. El agua es brillante. El ambiente está iluminado por luces amarillas. Unas lámparas penden del techo. Las paredes son grises y altas. Los tubos de venti-lación circundan las lámparas. Quizá sea el horario que hemos escogido, nueve de la noche, que apenas hay tres personas aparte de nosotras. Me siento un poco culpable de haberla obligado a venir tan tarde; era el único horario sin profesor.

Una hora, dos veces por semana. Mamá desliza su toalla por la silla, saca unas bol-

sas llenas de cosas y las ordena en una mesita (re-loj, peine, papel higiénico, cigarros), se instala, se adueña del lugar, como hace siempre. Yo dejo todas mis cosas en la mochila. Lanzo mi short y mi polo a una silla.

El agua tibia es deliciosa. Buceo, juego a hacer burbujas con la boca, salgo cuando no tengo más aire. Estoy casi del otro lado. Los ojos me duelen por el cloro. Mamá me saluda desde la escalera. Nado hacia ella.

Están prohibidos los clavados, me advierte.¿Quién dice?Es una piscina para nadar, no para jugar.No molestes o te mojo la cabeza.Igual me la tengo que mojar, tarde o temprano.

Cuando íbamos al club, mamá prohibía a todos que se lanzaran cerca de ella para que no le arruinaran la permanente. A ella le daba asco que los chicos orinaran en la piscina; a mí que se metiera con una bolsa en la cabeza.

Mamá baja la escalera. Hay una queja en sus mo-vimientos pesados y en los ojos que me miran fijos, como si el agua estuviese congelada y fuera mi cul-pa. Aún no ha puesto un pie en el agua.

No puede evitarlo: se lanza del último peldaño y viene hacia mí. Por un instante tenemos la misma edad. Es el efecto del agua tibia sobre la piel y la consecuencia de saber que para todos los demás es invierno. Ahora la piscina es nuestra.

Parecemos dos amantes que han descubierto una playa solitaria, dice.

Me hundo recta. Intento tocar el fondo.No hay piso, digo.Mejor, así tenemos que nadar de todas maneras.Voy a comprarnos gorros y lentes, mamá.

“Estoy enojada. Siempre me quejé de la

espalda cuando era chica, pero

nunca me llevó al traumatólogo.”

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Gorro, no. No quiero perder más pelo. A esta edad una comienza a quedarse calva. Es terrible.

Tomo aire, pataleo con todas mis fuerzas y nado sin sacar la cabeza. La columna se me alinea, puedo sentirlo. Quisiera saber qué es tener un día sin dolor de espalda. El agua es mi elemento. En el colegio debí dedicarme a nadar y no al atletismo. Yo le ga-naba a la mejor en natación.

Mamá chapotea en la zona profunda de la pisci-na. Estoy en la parte para niños, el agua me llega a las rodillas. Tengo todo el pelo en la cara. Me estoy divirtiendo.

¿Por qué no me esperas?, me grita mamá.¡Ven tú!Así será siempre, suspiro, y sé que mamá piensa

lo mismo. Por primera vez en toda mi vida observo cómo nada. Es un desastre. Sus brazadas son cortas, no mete en ningún momento la cabeza al agua, la mueve de un lado para otro al ritmo de sus brazos. Pésimo para la columna. Llega a mí solo con los pe-los de la nuca empapados. Parecen blancos en vez de rubios.

Mamá, tienes que nadar bien, meter la cabeza. Te va a dar dolor de cuello si no lo haces. Nadas como una niña.

Y tú tienes que salir a respirar. Nunca podré al-canzarte. Podemos ir lento, conversando.

Vamos lento, si quieres, pero nada de conversar. Hay que hacer las cosas bien.

A propósito de hacer las cosas bien, ¿cuándo vas a ordenar tu casa? Yo te he enseñado a que guardes lo que no necesitas, a que metas tu ropa de verano en bolsas dentro del armario. Te vas a llenar de cu-carachas y polillas.

¿A qué viene todo esto? ¿Es natación o acusa-ción? Espero su sonrisa para reírme con ella.

Es que eres desordenada hasta para nadar. Todo fuera de lugar. No sé a quién has salido.

Regálame más bolsas, entonces. Es increíble que solo pienses en guardar lo feo para que nadie lo vea. ¿Por qué no te cambias de horario?

No me tienes que tratar mal. Yo solo quiero ayu-darte. No puedo ver cómo vives en ese cuchitril, en tu barrio lleno de borrachos. ¿Y las botellas que ha-bía en el piso de tu cocina?

Mamá, te juro que… Voy a nadar.No hay escapatoria. Mi madre es como un timbre

malogrado. Incluso cuando ya se calló la sigo escu-chando. Está en todas partes. Los timbres se pueden reparar.

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Nado con furia. Las rayas negras del fondo de la piscina se difuminan. Fuera de ella se ven perfectas. Siempre he retado al agua. Mi abuela paterna murió ahogada. El mar varó su cuer-po una semana después. No la conocí. Papá me llevaba hasta donde rompían las olas. Me soltaba cuando la espuma llovía sobre nosotros. Y estaba la histo-ria de cómo aprendí a sobrevivir en el agua. Tenía cuatro años. Estaba en la piscina de un hotel, en la parte honda. Tenía puesto un flotador-chaleco que comenzó a desinflarse. No veía a mis padres. Me moví hasta que conseguí avanzar. En el mar soy igual. Cuando a todos nos revuelca la ola, estoy tran-quila bajo el agua viendo puntos de arena en remolino y a los peces trans-parentes; cuento los segundos en cada burbuja. Sé que saldré. Sé esperar la buena racha. Desearía que mamá su-piese esperar.

Hace algún tiempo, íbamos juntas por la calle comentando cualquier cosa. Se despegó de mi lado, se ade-lantó unos pasos, volteó para mirar-me. Me dijo: eres tan distinta a todo lo que yo esperaba. Ella siguió caminan-do. Yo me quedé allí.

Nado para que el dolor pase, como desaparece el tirón en los tobillos cuando la ola termina de recorrer el cuerpo.

Sin embargo, nadar en esta piscina con mamá es un placebo. No impor-ta cuánto avancemos ni cuánto nos esforcemos, no llegaremos a ninguna parte.

Quiero decirle a mamá que no soy tan fuerte. Ella trabajaba mucho. Como mi papá, tenía dos empleos.

Todo el día estaban de pésimo humor. Me trataban como adulta, pero no po-día sentarme en la mesa de los gran-des. ¿No quieres comer? ¿No quieres ir hoy al colegio? ¿No quieres hacer tu cama? ¿No quieres lavar tus calzones? Empezaban los golpes. Entonces co-rría para escapar. Corriendo sí podía llegar a algún sitio seguro.

Una vez coincidimos. Mamá me mandó un beso volado desde la puerta de mi habitación y las dos nos dijimos: “espero que duermas muy bien”. Nun-ca nos habíamos dicho eso antes. Nos sorprendimos y una sensación pareci-da al susto se instaló en nuestra des-pedida aquella noche.

Yo ya no vivo con mamá. Tampoco mi papá vive con ella. Los tres esta-mos solos y nos obligamos a la unidad en intersecciones como estas. Si nos preguntan, damos nuestras propias versiones sobre la soledad, versiones que por supuesto difieren. Si alguien nos dijera para volver a vivir bajo el mismo techo, creo que solo mamá aceptaría. Su soledad ha comenzado a excluirla. En cada reencuentro con papá lo sigue insultando. Él se ríe, se deja insultar, grita, cambia de tema. Todo igual. Confusión. Dependencia. Conflicto. ¿Podemos estar solos y se-guir juntos? No toleran el silencio.

Odio las bolsas. No voy a embol-sar nada. En el ropero de mamá está embolsado todo lo que me duele. Los juguetes nuevos que nunca me entre-gó para que no los malograse; los pa-peles del divorcio; las cartas de amor de dos pretendientes; el certificado de estudios de la secundaria que tuvo que comprarme; sus fotos en blanco

“No me tienes que tratar mal. Yo solo quiero ayudarte. No puedo ver cómo vives en ese cuchitril, en tu barrio lleno de borrachos. ¿Y las botellas que había en el piso de tu cocina?.”

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y negro. De esa forma ha querido ella ordenar su propio dolor. Ordenar: ha-cer desaparecer de la vista lo que nos estorba. Lo que nos afecta. Está tam-bién la foto que no había visto antes. Mamá se alisaba un vestido floreado. Pero era la sonrisa lo que la hacía espe-cial. Una sonrisa que nunca le he visto. Miraba a la cámara haciéndola cómpli-ce de su secreto: Necesitaba estar sola para sonreír. Cuando vi esa foto supe que mamá había sido joven, había sido amada, había sido feliz. Algo se perdió entre esa sonrisa y el resto de su vida y yo. Nunca he logrado que sonría así. Me robé esa foto y la llevo en mi bille-tera. Y cuando llego a odiar a mamá esa sonrisa antigua me reconforta.

La piscina es un gran silencio. Puedo

ver cómo mamá ha dejado de moverse. No nada. Está donde hay piso. Sus ojos me miran inexpresivos. Sabe que en este silencio hay preguntas. ¿Por qué no sale del agua? ¿Acaso piensa que soy un tibu-rón? Pero no estoy dando vueltas alrede-dor de ella. Completo otro largo. Se ha rendido, solo su cabeza sobresale, como una boya. Si un salvavidas me viera, me daría un formulario de inscripción. A ella la sacaría del agua envolviéndola con la toalla, susurrándole palabras de aliento.

Nada, mamá. Haz algo por ti. Nada. No lo va a hacer. Sin embargo, hace tiempo que yo también me he rendido. He pues-to todos mis deseos en una bolsa. Ella no lo sabe. Nunca sabrá que solo aguanto más tiempo que ella bajo el agua. Y eso es todo lo que sé hacer.

“En el ropero de mamá está embolsado todo lo que me duele. Los juguetes nuevos que nunca me entregó para que no los malograse.”

“Nada, mamá. Haz algo por ti. Nada. No lo va a hacer. Sin embargo, hace tiempo que yo también me he rendido.”

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Portafolio

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Es el espacio que reúne las condiciones adecuadas para que la especie pueda residir y reproducirse, perpetuando su presencia...

Fotografía // Ricardo Moreno

Hábitat

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