debate ammar cde

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4 Quienes integramos AMMAR reivindicamos al tra- bajo sexual como trabajo. Somos trabajadoras sexuales, mayores de edad, que en forma voluntaria y autónoma decidimos y elegimos ejercer esta activi- dad, que en la Argentina no es considerada un delito; pero, a la vez, las mujeres, mujeres trans y hombres que la ejercemos, carecemos de un marco regulato- rio y, sobre todo, de derechos laborales, como obra social o jubilación. Mientras nos organizamos, decidimos exigirle al Es- tado el reconocimiento de nuestro trabajo y lucha- mos para frenar la violencia institucional. Por fuera de esto, se debate si el trabajo que ejercemos puede ser considerado trabajo o no. Hablan de violencia ha- cia la mujer, niegan que haya autonomía en el traba- jo, nos niegan nuestra identidad como trabajadoras y, lo peor aún es que, emiten juicios de valor sobre nuestras propias decisiones. Nosotras -las trabajadores sexuales que hablamos por nosotras mismas y no necesitamos recurrir a un libro, ni a ninguna teoría para contarles cuál es nuestra realidad- necesitamos que se dejen de lado cuestiones moralistas y prejuicios, que sólo intentan interpelarnos como si fuéramos las únicas que no elegimos, las únicas explotadas, reproduciendo así la división entre “putas” y “santas” dentro de la propia categoría de “prostituta”. El argumento de que el Trabajo Sexual no es elegido por nadie y que siempre es explotación, parece igno- rar por completo la existencia del sistema capitalis- ta, que genera explotación laboral, y la realidad de muchos otros trabajos en nuestra sociedad. Contra esto, nosotras proponemos garantías y derechos, y no persecución y criminalización por parte del Esta- do. Cuando se denuncia la “explotación” de las traba- jadoras sexuales, no se menciona siquiera a tantas otras trabajadoras que también son explotadas. Mu- chas personas ven a la “prostitución” como la degra- dación de la dignidad de la mujer. Sin embargo, no hay reacciones de tal indignación ante otras formas aberrantes de explotación de la fuerza de trabajo en otros tipos de industrias. Tal vez porque lo que más EL TRABAJO SEXUAL EN PRIMERA PERSONA Secretaria General de la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (AMMAR), por Georgina Orellano

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Quienes integramos AMMAR reivindicamos al tra-bajo sexual como trabajo. Somos trabajadoras sexuales, mayores de edad, que en forma voluntaria y autónoma decidimos y elegimos ejercer esta activi-dad, que en la Argentina no es considerada un delito; pero, a la vez, las mujeres, mujeres trans y hombres que la ejercemos, carecemos de un marco regulato-

rio y, sobre todo, de derechos laborales, como obra social o jubilación.

Mientras nos organizamos, decidimos exigirle al Es-tado el reconocimiento de nuestro trabajo y lucha-mos para frenar la violencia institucional. Por fuera de esto, se debate si el trabajo que ejercemos puede ser considerado trabajo o no. Hablan de violencia ha-cia la mujer, niegan que haya autonomía en el traba-jo, nos niegan nuestra identidad como trabajadoras y, lo peor aún es que, emiten juicios de valor sobre nuestras propias decisiones.

Nosotras -las trabajadores sexuales que hablamos por nosotras mismas y no necesitamos recurrir a un libro, ni a ninguna teoría para contarles cuál es nuestra realidad- necesitamos que se dejen de lado

cuestiones moralistas y prejuicios, que sólo intentan interpelarnos como si fuéramos las únicas que no elegimos, las únicas explotadas, reproduciendo así la división entre “putas” y “santas” dentro de la propia categoría de “prostituta”.

El argumento de que el Trabajo Sexual no es elegido

por nadie y que siempre es explotación, parece igno-rar por completo la existencia del sistema capitalis-ta, que genera explotación laboral, y la realidad de muchos otros trabajos en nuestra sociedad. Contra esto, nosotras proponemos garantías y derechos, y no persecución y criminalización por parte del Esta-do.

Cuando se denuncia la “explotación” de las traba-jadoras sexuales, no se menciona siquiera a tantas otras trabajadoras que también son explotadas. Mu-chas personas ven a la “prostitución” como la degra-dación de la dignidad de la mujer. Sin embargo, no hay reacciones de tal indignación ante otras formas aberrantes de explotación de la fuerza de trabajo en otros tipos de industrias. Tal vez porque lo que más

EL TRABAJO SEXUAL EN PRIMERA PERSONA Secretaria General de la Asociación

de Mujeres Meretrices de la Argentina (AMMAR),

por Georgina Orellano

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molesta de nuestro trabajo sea que atenta contra el modelo de feminidad impuesto.

Justamente, todo lo mencionado anteriormente, su-mado a las prohibiciones y restricciones al trabajo sexual -que se han llevado adelante en los últimos años en nuestro país, intentando luchar contra la tra-ta de personas, pero mezclando y confundiendo dos realidades muy diferentes- no son la solución, sino el resultado de nuestra realidad, a la cual hoy nos enfrentamos: mayor violencia institucional y vulnera-ción de nuestros derechos.

Si intentamos ejercer el trabajo sexual en la vía pú-blica, nos encontramos con que, en dieciocho pro-vincias y en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, existen Códigos de Faltas y/o artículos contraven-cionales, que criminalizan la oferta de servicios se-xuales en la vía pública, lo que implica que nuestras compañeras queden detenidas en el marco de 10 a 15 días.

Si decidimos ofrecer nuestros servicios en estable-cimientos conocidos como “cabarets”, “whiskerias,” “casas de citas” o “night club” nos encontramos con que, en siete provincias y en decenas de Municipios, se encuentran prohibidos a través de decretos pro-vinciales o municipales, que se llevaron adelante como una de las tantas políticas anti-trata.

Estas leyes vigentes en nuestro país no son más que una clara criminalización de nuestro trabajo, que llegó a partir de la pro-hibición del Rubro 59, allá por fines del año 2011; lo cual no sólo nos imposibilitó publi-car nuestros servicios en los avisos clasifi-cados, sino que nos empujó a una mayor precarización laboral, modificando nuestras formas de publicidad. Así, buscando nue-vas alternativas para poder seguir trabajan-do, hemos recurrido a otros medios, como volantes en la vía pública o publicidades en páginas web. Estas últimas, también hoy en la mira de algunos Diputados, que pien-san que detrás de cada oferta de servicios sexuales hay una víctima de trata, cuando en realidad se trata de una mujer trabajado-ra sexual precarizada.

En lugar de tomar una actitud regulatoria que faci-lite el control estatal de la circulación de la informa-ción de este tipo -generando las acciones tendientes a identificar y controlar la publicación de avisos de oferta sexual, investigando los casos que evidencian una situación de explotación sexual o trata-, prefie-ren prohibir también estos medios de comunicación. Y la gran pregunta que nos hacemos es: ¿Dónde nos quieren? ¿Dónde podemos ofrecer nuestros servi-cios sin ser perseguidas?, ¿sin ser expuestas a una mayor violencia institucional?

Los juicios de valor que realizan algunos no son exactos, en relación al trato de la mujer como mer-cancía, que alentaría el comercio sexual, o la cosi-ficación de las mujeres en las publicaciones, que violentaría su derecho a una vida digna, libre de violencia y discriminaciones. Éste es un argumento moralista, y por ende subjetivo, que no pueden dar fundamento a la sanción de una norma legal, que por su carácter general tiene como finalidad regular a la sociedad toda en su conjunto. Tomar medidas que impliquen dejar a las trabajadores sexuales sin trabajo es mucho más violento y discriminatorio, y atenta directamente contra nuestra vida digna; esa no puede ser la respuesta de un Estado de Derecho que pretende combatir la exclusión social y generar una política de inclusión.

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Se dice que el proyecto que proponemos y, además, presentamos a nivel nacional -en el cual exigimos poder trabajar amparadas en un marco regulatorio, teniendo derechos laborales y, sobre todas las co-sas, ejercerlos de manera autónoma, sin que ningu-na tercera parte se quede con ganancias propias-, no puede ser valorado por el Poder Ejecutivo, ya que Argentina adoptó el modelo abolicionista, que no es más que luchar contra la explotación sexual; explota-ción con la que nosotras tampoco estamos de acuer-do, por eso siempre hablamos de autonomía. Ade-más de disentir con el modelo abolicionista y con la firma del convenio por parte de Argentina -llevado a cabo en un año en que las mujeres no habían logra-do todavía ejercer su derecho al voto, por ende no te-níamos representación política alguna-, este modelo no hace más que invisibilizar a nuestro sector, ne-gándonos así nuestro propio derecho a decidir sobre nuestros cuerpos e intentando cuestionar nuestras decisiones desde una postura “maternalista”.

Claramente, nosotras queremos llamar a reflexionar sobre el hecho de que la línea de criminalización que nos atraviesa, hoy por hoy, no es la solución. Nosotras, o nuestra existencia, no fomenta la trata de personas, ni la explotación laboral. Por el único motivo por el que peleamos es porque se garanticen nuestros derechos, al igual que al resto de la clase trabajadora. No nos encolumnamos detrás del abo-licionismo -eso está muy claro-, ni detrás del regla-mentarismo, sino que hemos construido desde las bases un nuevo modelo, que es el que proponemos. Un modelo regulacionista, que nos otorgue un marco regulatorio y nos permita trabajar de manera autóno-ma, con un Estado presente otorgándonos derechos y garantías.

Una dura batalla nos espera, pero no vamos aceptar un retroceso en el reconocimiento de nuestros dere-chos. Por ello, desde Ammar seguimos impulsando de manera decidida nuestras propuestas para regu-lar el Trabajo Sexual autónomo en el país, como son el proyecto de ley que impulsamos en la Provincia de Mendoza o el proyecto de ley que habilitaría los esta-blecimientos (casas o departamentos) que ofrezcan servicios sexuales de manera autónoma y cooperati-va en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Sostenemos en primera persona que, allí, a través de la ampliación de derechos, está la verdadera so-lución.

Por una ley que regularice el trabajo sexual autóno-mo

No a la trata.

Abajo el proxenetismo.

Por la libertad de decidir sobre nuestros cuerpo.

Ni una Mujer mas, ni una mujer menos sin derechos.

Y la gran pregunta que nos hacemos

es: ¿Dónde nos quieren? ¿Dónde pode-mos ofrecer nuestros servicios sin ser perseguidas y sin ser expuestas a una

mayor violencia institucional?

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Desde La Asociación Civil la Casa del Encuentro, entendemos que tanto la prostitución como la trata de personas con fines de explotación sexual, son for-mas de esclavitud, constituyendo una de las modali-dades más extremas de violencia sexista.

No podemos pensar la prostitución sin remitirnos a la trata de personas con fines de explotación sexual, siendo por ende eslabones de la misma cadena. Cuando decimos ‘sin clientes no hay trata’, precisa-mente nos referimos a que las redes internacionales que someten y privan de su libertad ambulatoria y sexual a millones de mujeres y niñas, no existirían si no hubiera personas que paguen por sexo.

Acá llegamos al punto que nos interesa. La prosti-tución es esclavitud enmarcada en la desigualdad estructural entre mujeres y varones, donde el cuerpo de las mujeres y las niñas es una mercancía mas, objeto de intercambio en un mercado en que todo tiene un precio, incluso los cuerpos, la vida y la li-bertad de las mujeres. Se vulnera así el derecho de las mujeres a vivir una vida libre de violencia sexista, a vivir una vida digna, reconocido en Instrumentos Internacionales y que nuestro país incorporó a la Constitución Nacional.

Para lograr ello, no alcanza con el compromiso in-ternacional asumido por la República Argentina, sino que también requiere de que todas y todos luchemos para terminar con la violencia sexista en todas sus formas; desde la más visible hasta la que intenta pa-sar por desapercibida, la violencia simbólica.

Este tipo de violencia es la que perpetua patrones estereotipados de cómo debe ser una mujer para ser socialmente aceptada, es el que cosifica su cuerpo descartando por completo su persona y facilita que niñas y mujeres ingresen a las redes de trata, enga-ñadas con falsas promesas laborales y que muchas otras tengan como único destino quedar en situación de prostitución.

Muchas veces se cae en el perverso error de creer que cuando hablamos de prostitución y de trata de personas con fines de explotación sexual nos refe-rimos a temas diferentes. Nos intentan convencer diciendo que sólo las mujeres víctimas de trata ca-recen de libertad de elección y de decisión sobres sus cuerpos; entendiendo a la prostitución como un trabajo, por ende, una elección voluntaria de esa mu-jer que la ejerce.

Pero sabemos que este análisis es perverso. ¿Cómo podemos decir que una mu-jer para sobrevivir ‘decide vender su cuerpo’?. ¿Cómo podemos pensar que la dig-nidad y el derecho de ser sujetos de derecho tienen un precio?. ¿Quién puede pensar que mujeres que no tuvieron acceso a la educa-ción, al trabajo digno, a la vivienda y a satisfacer sus necesidades básicas se en-cuentran en posición de ele-gir en un sistema que lleva a muchas mujeres a que este

TRABAJO SEXUAL: ABOLIR O REGULAR [1] Presidenta de la Asociación Civil La Casa del Encuentro

[2] Coordinadora del Area de Investigación Jurídica de la Asociación Civil La Casa del Encuentro.

por Ada Beatriz Rico1 y María Alejandra Lauría2

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sea su único destino?.

Como bien sabemos, no estamos hablando de un trabajo, sino de una forma de explotación sumamen-te grave que cosifica al cuerpo de la mujer, convir-tiéndolo en un mero objeto dispuesto para su comer-cialización.

No sólo se trata de cómo ingresan las mujeres al cir-cuito de la prostitución, sino que también se dificulta por completo su salida. Más del 80% de las mujeres en situación de prostitución provienen de sectores sociales vulnerables. Si una mujer en situación de prostitución quiere salir de ese sistema perverso, simplemente no puede. Desde muy pequeñas ingre-san a él, aprenden a manejarse bajo ciertos paráme-tros que no le permiten desarrollar sus personalida-des con libertad y así quedan, casi por completo, sin oportunidades laborales ni posibilidades de desarro-llarse en otros ámbitos.

Conociendo esta realidad, ¿cuál sería el motivo para regular la actividad? Sabemos que la solución a esta problemática es mucho más profunda y compleja. Pero, desde el movimiento de mujeres, no podemos jamás creer que estamos trabajando por igualar de-

rechos cuando estamos avalando una de las formas más profundas de violencia.

Es por ello que hemos impulsado legislaciones, mo-dificaciones a legislaciones existentes y políticas públicas a fin de lograr una igualdad real de oportu-nidades entre varones y mujeres. No creemos que poner parches a situaciones que perpetuán estas desigualdades sea una solución. Debemos buscar caminos alternativos para fortalecer y empoderar a las mujeres, y poder brindarles verdadera igualdad de oportunidades.

Por esto, desde a Asociación Civil La Casa del En-cuentro seguiremos capacitando, trabajando con las mujeres en situación de prostitución, generando es-pacios que realmente otorguen oportunidades que favorezcan la igualdad de acceso a la educación y al trabajo, proponiendo e implementando políticas públicas y legislaciones en este sentido, y luchan-do para que se mantengan e implementen los logros que hemos conseguido.

Una vida libre de violencia sexista es posible. Para lograrlo, todas y todos debemos trabajar en conjunto y con perspectiva de género.

¿Cómo podemos decir que una mujer

para sobrevivir ‘decide vender su cuerpo’? No estamos hablando de un

trabajo sino de una forma de explotación.