de matería, ausencias, agua y sencillez (sema d'acosta) víctor pulido
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‘PULIDO’. VÍCTOR PULIDOMuseo de Huelva. Huelva
diciembre 2009
Víctor Pulido: de materia, ausencias, agua y sencillezSema D’Acosta
“Víctor [Pulido] es un pintor matérico
tanto cuando emplea la materia en abundancia
como cuando casi no la emplea.”1
Juan Manuel Seisdedos
I. Materia
Realmente, hasta mediados del siglo XX, la cuestión de la materia en el arte tuvo
más que ver con la escultura que con la pintura. Si uno contempla un vaciado de Rodin
o una figura marmórea de Henry Moore, su belleza táctil es tan pronunciada que se
convierte casi en su primer valor. En vez de desmarcarse (o negar) las prácticas
anteriores, cada uno a su manera, sintonizan con los principios que han regido las
técnicas del esculpido. “Su obra, por tanto, más que romper con la tradición, está
comprometida con ella y enriquecida desde la modernidad”2. Cualquier volumen
desarrollado en el espacio, independientemente de su corporeidad, toma unos valores u
otros según desde qué posición se mire o según qué diferentes texturas posean sus
acabados, determinando el resultado la situación del espectador. Esta relación espacial
entre el objeto observado y la mirada observadora, es una de las preocupaciones
troncales que motivan el corpus artístico de Víctor Pulido (Huelva, 1968), que bascula
1
desde sus inicios de la bidimensionalidad a la tridimensionalidad, de la pintura y el
dibujo a la escultura o las instalaciones site-specific. Conociendo su interés por la
representación del espacio y su extensión, no es extraño por tanto que oscile de manera
pendular del carboncillo al vaciado en bronce, del óleo al modelado. Pero Pulido no se
plantea los volúmenes al modo en que Julio González dibujaba en el espacio u Oteiza
desmaterializaba el peso de los cuerpos, no; esa trascendencia espiritual que tiende a
desnaturalizar el goce del hecho escultórico no le interesa. Más bien al contrario: Víctor
aprovecha la gravedad de las superficies, la tosquedad de los acabados y las dificultades
que se generan en el desarrollo de la obra para disfrutar de las sensaciones directas que
le produce el manejo del material. Su provecho principal no se halla ni en la teoría ni en
la filosofía, se fundamenta en la praxis desmarcada de la erudición, en la recreación en
el proceso por encima de la entelequia intelectual.
Dentro del movimiento informalista que se da en Europa después de la Segunda
Guerra Mundial, la pintura matérica cobra especial relevancia. Cuando en la Francia de
los años cincuenta Fautrier y Dubuffet empiezan a incorporar de manera habitual sobre
sus telas arena, paja, vidrios rotos o restos encontrados, emprenden una nueva aventura
creativa que fija el interés en la naturaleza de la superficie por encima del motivo
representado. El aspecto (la fisicidad) toma entonces más envergadura que el contenido,
que quedará relegado a un papel secundario. La perspectiva y la forma, la definición o
el discernimiento lógico del cuadro, se convierten en elementos sin importancia e
incluso prescindibles. Hasta el soporte (arpillera, madera e inclusive chatarra) acaba
siendo un motivo artístico trascendente, fundamento básico que es rasgado, cortado o
perforado para demostrar con estos gestos violentos las tensiones y dramatismos que
generan los elementos primigenios (basta recordar la obra de Alberto Burri o Lucio
Fontana para hacerse una idea). En España las grandes figuras del informalismo, y
concretamente de la pintura matérica, van a ser Tàpies y Millares, dos personalidades
obsesionadas con la pureza de lo primario que concentran los argumentos de una obra
en signos limpios, intentando simplificar la imagen hasta reducirla a sus rasgos más
poderosos, rudimentarios y enérgicos.
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A Millares le gustaba llamarse a sí mismo albañil (“cuando construyo me veo en
la necesidad de hacerlo como un albañil”3), un modesto título relacionado con un oficio
concreto, noble y utilísimo que lo aleja de la pretensión vaga y jactanciosa de la
denominación de artista4. El canario disfrutaba con la rudeza de los materiales y veía en
la pureza de los dedos agrietados trabajando la tela –o el barro-, la humildad de una
dedicación tan vieja como el hombre. Víctor Pulido es exactamente igual a la hora de
considerar su quehacer. Es cercano, íntegro y honesto. Su taller-estudio se sitúa en un
polígono industrial y se aplica como un peón a destajo. Saluda a todo el mundo con la
proximidad de saberse uno más. Y además disfruta. La equivalencia podemos
extrapolarla, también, a las motivaciones. Ambos se han interesado por las cerámicas o
la arqueología (ver catálogo Fósiles de Víctor Pulido5), el onubense desde la ficción
humorística y el isleño desde la pasión inculcada. Ambos se sienten identificados con la
geografía autóctona: uno con Huelva, otro con Gran Canaria. Los dos huyen de los
circunloquios para partir y llegar hasta la materia, el meollo verdaderamente
sustancioso.
Muchos de los trabajos de Millares son nombrados por la crítica de la época
como escultopintura6, un calificativo que define la superación de la escala pictórica
(altura y anchura) hacia una tercera dimensión. Los relieves, que aparecen integrados
sobre un fondo que anula la profundidad, son exactamente eso: una exaltación de la
epidermis, de las tersuras de la piel y sus posibilidades. Sin llegar a ser de bulto redondo
completo, poseen cualidades tanto de la escultura como de la pintura. Las masas y su
magnitud son hechas para resaltar en el espacio; la escena, que sólo permite ser
contemplada desde un lado, es vista como se mira un cuadro. Podemos aludir a
importantes trabajos fácilmente recordables en altorrelieve: cualquier metopa del
Partenón, el Ara Pacis o las Puertas del Paraíso de Ghiberti en el Baptisterio de
Florencia. Del mismo modo, sin irnos muy lejos, podemos optar por detalles habituales
y corrientes. Hasta en las monedas históricas (con sus imperfecciones, entrantes y
resaltes) podemos reconocer por sus minúsculas marcas la imagen de un bajorrelieve,
unas singulares texturas que también han tentado al onubense. En diciembre de 2003
Pulido realizó en cera y positivó en “plomo auténtico de tubería” (sic) una edición de
calderilla fundida, Pecunia vulgaris.
3
Si un ciego tocara un cuadro matérico, el roce de las yemas le permitiría
entender mucho de lo que quiere comunicar el artista sin ver nada. Si tocase un relieve
de los mencionados, grande o pequeño, también sería capaz de recrear en su cerebro
aquello que está palpando. Más allá de la mirada, también existen sensaciones
pictóricas. La leona asiria herida en una cacería es quizás el mejor relieve
mesopotámico que se conoce. Su emoción e intensidad van mucho más lejos que la
interpretación de una secuencia puramente visual. Si tentásemos con suavidad y los ojos
cerrados algunas de las escenas que Víctor ha preparado para esta exposición, seríamos
capaces de distinguir muchos de los objetos que encierran. Ése es uno de sus secretos:
son cuadros hechos para despertar los sentidos. No uno solo, sino varios. Incluso si nos
acercamos lo suficiente y permanecemos en silencio…podemos oír el sonido del agua
correr.
También Lucio Muñoz o Gustavo Torner han estado motivados por la profusión
del soporte. El primero, como comenta José Marín Medina “entre lo concreto objetivo y
las sugestiones de lo abstracto, entre los valores sensuales de la materia y las facultades
de la mirada”7. El segundo, luchando contra el límite y buceando en el mundo natural
para procurar averiguar las huellas del hombre. Curiosamente, igual que Pulido (El
legado de los grandes museos, 1992) igualmente Torner dedicó una serie (Homenajes,
1965) a los artistas del pasado. Coincidiendo con Víctor, tanto uno como otro alternaban
la escultura con la pintura. En Muñoz la sustancia pictórica va a ser la madera, un
elemento dúctil que usa como principio elemental. Rafael Alberti en 1967 le dedica un
precioso poema resaltando la particularidad de su sintaxis creativa: He aquí la geología,
/ un invento real, / un canto de madera que absorbe la pintura, / una topografía /
oculta, mineral, / donde el pincel a veces trabaja de cuchillo, / entre gubias, escoplos y
una oscura / sonoridad callada de martillo.8 En la obra de Lucio Muñoz, sobre todo en
la última, no es la pintura la que habla, es el mundo en su propio lenguaje, el de la
materia.9 Una realidad que pertrecha del mismo modo y con el mismo sustento Manolo
Valdés en la instalación biblioteca de madera. El escritor Antonio Muñoz Molina
resalta “si otros escribimos libros, los atesoramos o los amontonamos, Manolo Valdés
los talla, los organiza, los acumula sobre la pared como un bibliotecario falso, un
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carpintero o un leñador de la bibliofilia que al tallar imposibles libros de madera lo que
está haciendo es celebrar la forma simple y mágica del libro”.10
Hemos ido de la materia a la madera, y de la madera a la simplicidad, tres
vértices de un triángulo equilátero que demarcan los vectores que conciernen a Pulido,
la exposición de pintura que a modo de retrospectiva Víctor Pulido presenta en el
Museo de Huelva.
II. Ausencias
Compuesta por trece cuadros de grandes dimensiones realizados en la última
década, esta antología de Víctor Pulido reúne una serie de pinturas sobre madera que
compendian muchas de las inquietudes estéticas del artista. Las obras, sencillas y
directas, son planos cortos de localizaciones domésticas, escenarios intrascendentes
recreados en lo cotidiano, que van acompañados -en un juego especular de escalas y
reflejos- de otro conjunto repetido con idéntica imagen pero en pequeño formato.11
En este trabajo toma un papel esencial el proceso, la manera en cómo la materia
alcanza fundamento para convertirse en un recurso categórico. La técnica hace de nexo
de unión entre las primeras piezas, de 1999, y las últimas, terminadas en 2009. El
tratamiento y la concepción van parejos. La clave está en saber crear texturas y
delimitar los relieves. El punto de partida es el dibujo, la tensión del gesto. Luego se
aplica resina, policromías o ensamblajes de madera. El interés no estriba ya en el
resultado, sino en el desarrollo de lo que se hace. Como en la novela de Hemingway ‘El
viejo y el mar’, la lucha está condicionada no por un objetivo concreto, sino por la
satisfacción personal de conquistar un terreno nuevo con las aptitudes de las que se
dispone, las manos desnudas y las destrezas adquiridas con los años. Se trata de
domeñar con las armas del oficio una experiencia intransferible que pasa a ser vital,
concluyente y necesaria. La temática se convierte así en una excusa para desarrollar un
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motivo, en una coartada para ahondar en el procedimiento y disfrutar de las
preocupaciones formales que implica la acción pictórica.
En ninguno de los cuadros aparecen personajes. Predomina el silencio, la
reflexión, la búsqueda. El protagonismo lo copan objetos consuetudinarios o lugares de
la memoria, espacios pertenecientes al imaginario colectivo que han sido desgastados
por el uso del tiempo, por la fricción de la vida contra las circunstancias. Ningún
elemento o escena tiene carácter lúdico, todos están marcados por emblemas personales
que asociamos a experiencias propias. A Víctor Pulido, como referente artístico, casi
siempre le han interesado más los objetos que las personas. A excepción de sus series
Seres y estares y Enanitos de jardín (2003-06), amén de otros estudios de los años
noventa basados en el cuerpo humano o un cuaderno de apuntes editado en 200712,
normalmente ha preferido que el rastro o la huella de los personajes copen más
envergadura que los propios individuos a los que aluden. Como él mismo comenta,
“ordeno la dirección de mis creaciones, principalmente, en dos líneas: presencias y
ausencias.”13 Habitualmente es más sugerente que identifiquemos lo que vemos con
nuestra propia mundología a que nos definan un marco ya acotado. Así, como ocurre
con las ausencias, lo realmente concluyente no se encuentra en la mano del artista, sino
en la representación que se crea en la cabeza del espectador coligada con sentimientos y
recuerdos propios. Cuando el Principito del cuento de Saint-Exupéry conoce al narrador
de su historia, le pide que le dibuje un cordero. Le hace varios pero ninguno le
convence. Extrañado, el protagonista esboza una caja y le dice que su animalito
descansa dentro. Exultante, exclama: ¡Así es como yo lo quería! Los primeros
decepcionaron sus expectativas; el segundo, al ser una imagen ideal adaptada a su
deseo, le resulta perfecto.14 Víctor nos propone un objeto común, conocido y
acostumbrado, y nos permite imaginar a partir de él. Ahí yace el misterio, en lo que
descubrimos por nosotros a través del arte. Ídem ocurre con sus pequeñas acuarelas de
1990, que copian con un realismo magistral y a tamaño real elementos en uso (una
tijera, una navaja suiza, un dado, un reloj, una pinza de la ropa, un paquete de tabaco, un
porro encendido…) cuyos poseedores no conocemos. Detrás de cada objeto se esconde
una historia que está aconteciendo, un trozo mínimo, apenas nada, de un suceso que no
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discernimos pero con el que podemos fantasear. Como en las películas de Hitchcock,
los detalles van a ser la clave para entender la trama y resolver el relato.
Los espacios que desarrolla Pulido nunca son claros. Son zonas liminares, sitios
desubicados pintados más hacia dentro que desde fuera. Sus paisajes, reinterpretados,
son manchas donde la luminiscencia acolcha la tierra y el cielo. En los exteriores, lo
descriptivo se supedita a lo pasional. Su conjunto sobre los cabezos de Huelva (1995),
donde el Conquero se entiende como extensión simbólica que hermana naturaleza y
metrópoli, enaltece las virtudes de una ciudad afortunada por un plácido temperamento,
una cadencia urbana definida por la luz, la marisma y sus peculiares cerros. En estas
panorámicas exteriores, conocemos la placidez vista desde fuera. Auscultando su parte
interior, en ese pasadizo indeterminado donde la imaginación se confunde con la
realidad, hallamos el Mercado del Carmen, honda alegoría del latido de Huelva que
descubre aquí su esencia como en ningún otro sitio. No hay discusiones al respecto. Su
plaza de abastos es un punto de encuentro -de vida pura- al que acuden los onubenses a
diario desde hace casi siglo y medio. El edificio es silente, pasa desapercibido, pera su
atmósfera es fascinante, como irreal. Sobre su evocación, la impronta del paso de los
años actúa como una pátina de emociones, sabores y olores.
Las dos pinturas más importantes de esta retrospectiva se relacionan con el
espíritu de Huelva de modo intencionado. Cada una se coloca en una punta de la sala,
encabezando un amplio espacio dividido en dos. A un lado, abanderadas por las pateras,
las obras relacionadas con el movimiento, el dinamismo y la renovación. A otro,
presididos por una pescadería de lonja, las que muestran elementos estáticos,
inamovibles y domésticos. Un cuadro vira hacia dentro indagando en lo inexplicable
que tiene ver con las personas y sus relaciones; el otro gira hacia fuera de manera
centrífuga escudriñando las circunstancias y los modos de vivir. Por un lado se
homenajea el mercado y su ambiente, quizás el reducto histórico más auténtico del
núcleo urbano. Por otro, en la frontera entre la tierra y el agua, rizando el paisaje, a los
cientos de pateras que yacen en los embarcaderos mecidas por el continuo movimiento
de las olas. Entrambos son marineros y sureños. Se mire por donde se mire, Huelva es el
mar y sus derivaciones, en lo connotado y en lo denotado, en lo figurado y en lo
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simbólico. Entre los puestos, las voces de la bulla se escurren hasta tropezar con los
azulejos churreteados de tinta y escamas. En el remanso del muelle, la mudez de la
Naturaleza se diluye en el panteísmo. La primera es como un párrafo coral sugerido por
Camilo José Cela. La segunda, un poema de Pessoa escrito por su heterónimo Alberto
Caeiro.
Sin alardear, en voz baja, el guiño a sus orígenes es vinculante y distintivo.
Vistas con rigor, son escenas inexistentes, idealizadas, nacidas de la inventiva de un
artista que agrupa diferentes planos (como los cubistas) e intenta condensar varios
instantes (al modo de los futuristas). Ambos contextos se ciñen a una expectativa y
participan de la espera. Ambos entornos funcionan como extensiones mentales que no
están copiadas de ninguna imagen. Pulido crea de memoria, nunca transcribe, siempre
interpreta. Construye panorámicas fractales con retales de sensaciones, con trozos de
impresiones rescatadas. Basta fijarse en la perspectiva de todos los cuadros, deformadas
deliberadamente con la intención de concebir escorzos imposibles, para destapar su
planteamiento irreal e imaginativo. La visión del espectador es aérea, global, extraña.
Como en una fábula de apariencia dócil donde las virtudes de los personajes se
simplifican hasta el infantilismo, al artista le interesa no sólo el efecto que consigue con
esa angulación deformada y esa visualidad ingenua, sino ir más allá, trascender la
moraleja. No persigue juicios de valor. Simplemente, realzar el misterio inexplicable
que aguarda tras cualquier obra de arte para ser desvelado.
III. Agua
Las pateras son un tema que ya abordó Víctor en el primer lustro de los años
noventa. En Semblanza, su anterior exposición en el Museo de Huelva del año 2000,
estas embarcaciones -algunas casi de tamaño natural-, ocupaban un lugar destacado.
Alrededor de ellas los reflejos de las sombras, verdosos y marrones, se nos aparecían
como sensaciones cambiantes generadas por las variaciones de la luz sobre las
oscuridades del mar (de nuevo volvemos a las calidades de las superficies). Emplazadas
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en lugares solitarios, arrumbadas, hay un punto enigmático en esa calma inquieta que
las rodea. Aparecen atadas al muelle, varadas, amansadas por la bajamar. Víctor conoce
bien esa zona del puerto porque iba a menudo hasta allí para pasear, observar y pensar.
A veces de fondo en sus cuadros se advierte el embarcadero, un bosque de columnas de
madera que en algunos estudios de años posteriores (Estudio V, Estudio VI, 1998) nos
dan la sensación de aparentar ser una estancia inundada muy parecida a las cisternas
bizantinas que Estambul posee en su subsuelo, unos depósitos extraños con una
ambientación irreal y mágica. Ahora, en esta muestra de 2009, vemos otra habitación
anegada. La imaginación, libre, ha convertido el espacio sugerente del atracadero de
entonces en un lugar habitado pero imposible. El agua nos sirve aquí como puerta hacia
la fantasía que explora los límites del mundo real y de la mente racional.
El agua (la vida que significa) es una constante en el trabajo de Víctor Pulido.
No hay duda. El agua salvaje (serie Odiel, 1996) y el agua obediente (serie Fuentes,
1997-98). El mar, como hemos comentado con profusión, o los ríos. El escritor Juan
Cobos Wilkins glosa en tono lírico estos trabajos del artista: “entre las aguas hundidas -
¿puede el agua estar hundida?- las aguas naufragadas -¿puede el agua naufragar?- que vi
pintadas por Víctor entonces, y éstas desbordadas que ahora miro [se refiere a Odiel]
hay como un ir a contracorriente, igual que el pez que remonta río arriba en busca del
lejano venero de la memoria de la especie para desovar y perpetuarse: desde el mar, en
el que el río se vierte, se confunde y se funde, ir subiendo por esa vena azul en
movimiento, por esa cicatriz líquida que tatúa la tierra, hasta alcanzar el nacimiento, el
origen, la fuente amniótica. Es curioso: el pintor no comenzó en el inicio y fue bogando
con sus pinceles hacia el natural punto de fuga último, navegó al contrario: subió por el
cordón umbilical del río hasta –y en ello está- encontrarse con los que en días remotos –
dorado tiempo mítico- fueron suaves labios y hoy son labios de piedra desde los que se
desploma el agua en cataratas.15 De los cuatro elementos, el agua es el que más tiene
que ver con la existencia de los seres. Juan Ramón Jiménez la relacionaba en sus
poemas con alegría, autenticidad, libertad y permanencia. (Mi novia sola es el agua /
que pasa siempre y no engaña / que pasa siempre y no cambia, / que pasa siempre y no
acaba16 ). El agua juanramoniana representa el cambio sin el cambio, una regeneración
estable que mantiene la misma esencia pero renueva las energías.
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Algunas de las pinturas últimas de Pulido se empeñan en domesticar el agua para
conducirla hasta soluciones útiles. El paradigma más ilustrativo de los beneficios que se
obtienen con esos recursos hidráulicos es la agricultura. Los cuadros Noria, Acueducto
o Canal versan sobre los modos en que el hombre transforma los bienes naturales para
conseguir alimentos mejores y más variados controlando el medio. Los sistemas de
riego, introducidos en la península por los árabes partir del siglo VIII, proveen huertas y
campos de conductos excepcionales para lograr un inmejorable aprovechamiento del
agua. De hecho, el primer tratado de agricultura traducido a lengua castellana (editado
en 1802), fue escrito a finales del siglo XII por el sevillano del aljarafe Abú Zacaría. La
obra está considerada hoy el libro más importante de este género de toda la Edad
Media.17 La trascendencia de los musulmanes en nuestros regadíos es tan significativa,
que el origen etimológico de la nomenclatura de la mayoría de estos artilugios y
técnicas hay que buscarlo en el árabe hispánico. Acequia, aljibe, noria, alquezar, azud,
alberca…También muchas de las verduras, frutas y hortalizas traídas de Oriente que se
introducen a través de esas nuevas técnicas de cultivo tienen nombre mozárabe.
Berenjena, espinaca, alcachofa, acelga, limón, naranja, toronja, albaricoque… Nuestra
identidad andaluza, nuestro modo de ser, está determinada en gran medida por la dieta.
Más de lo que pensamos. La frase alemana Man ist, was man isst –“Somos lo que
comemos”- del filósofo Ludwig Feuerbach- no tiene una razón únicamente biológica
sino fundamentalmente simbólica.18 Nuestro entorno social, desde la familia a los
amigos, gira en torno a la mesa y desde ahí partimos hacia la relación con los demás.
Hacerse con un elemento básico para la supervivencia en los desiertos y clave para
desarrollar una buena alimentación como el agua, permite a los musulmanes gobernar
un preciado bien que gestionarán (y disfrutarán) como un tesoro. El acueducto y el canal
elaborados por Víctor cruzan un paisaje árido, inhóspito y deshabitado, resaltando con
este contraste la estimación del líquido que canalizan. Su noria está inspirada de manera
libre en unos apuntes de Sánchez Perrier que contempló en el Museo de Bellas Artes
hispalense. El pintor decimonónico es célebre por su naturalismo y por ser proclive a
dibujar con maestría los ríos y sus márgenes (puede ser considerado, quizás, el mejor
retratista del Guadalquivir). Salvando las épocas y las distancias, podemos decir que
Pulido interpreta las orillas de Huelva y Sánchez Perrier las de Sevilla.
10
Prosiguiendo con la pasión de los árabes por el agua, por su sonoridad
envolvente, por sus reflejos, no puedo dejar de mencionar la pieza ‘Espejo islámico’ que
Anish Kapoor preparó para el convento de las Clarisas de Murcia a finales de 2008.
Este artista, que idea a partir de las sensaciones que produce los cambios de texturas,
que se esfuerza por deshacer la realidad hasta distorsionar las imágenes que ofrecen o
reflectan las obras, también trabaja con las cualidades táctiles y sensitivas de la materia.
De nuevo la materia y su mutabilidad, los estados que fluyen, lo orgánico. Como en los
brillos de los barcos pintados por Víctor, lo que vemos está en continuo cambio y
movimiento. Nada es igual, cada instante es diferente del anterior. Todo fluye, como
aseveró Heráclito. Sólo nos quedan las sensaciones.
IV. Sencillez
En su día, para rebelarse contra la sofisticación intelectual de los artistas
conceptuales y minimalistas, Jasper Johns recurrió a la sencillez de cuadros concisos
que representaran elementos fácilmente reconocibles. Evidentemente, viviendo en
Nueva York, el símbolo más famoso al que podía aferrarse era la enseña de los Estados
Unidos. Su obra Bandera Blanca (1955), que forma parte de los clásicos de la
modernidad norteamericana, lleva al terreno de lo entendible un emblema popular,
convirtiendo con inteligencia una superficie pálida, densa y encáustica, que hasta
entonces era sólo un signo, en arte. “De ese modo, fui en busca de cosas parecidas,
como las dianas; cosas que la razón ya conoce.”19 Objetos cotidianos, mínimos, que al
ser pintados niegan automáticamente su uso real. En cuanto una diana se ve
estéticamente como un diseño unificado, pierde su función. Deja de ser una señal para
transformarse en una imagen.20 Su único sentido a partir de entonces es que lo miremos
con atención y reflexionemos sobre sus circunstancias.
Afín a este planteamiento contemplativo, podemos entender los cuadros de
Víctor Pulido. Una escalera deja de ser una escalera, una cama deja de comprenderse
como una cama. Estos cuadros que conforman hábitos diarios universales, son el
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pretexto para tematizar nuestras rutinas y pensar en ellas. Vemos así la escalinata como
lugar de tránsito, de cambio o de ascensión. La asociamos con el atrevimiento ante lo
desconocido, con la superación y el esfuerzo. Subir supone asumir responsabilidades,
bajar aceptar declives. La cama de Pulido, arrinconada en una habitación pequeña y
oprimida, recuerda en mucho al dormitorio de Van Gogh en Arles. La vista del holandés
posee un leve escorzo y es más abierta, la del onubense es un contrapicado más
obligado que sólo muestra el catre. La primera impresión que tuve al ver esta pieza me
remitió a la cama de Robert Rauschenberg que puede contemplarse en el MOMA. La
obra, al igual que la bandera de Johns, también es de 1955. Es otra escultopintura
evidente (combine painting las llamaba el artista) que contradice los esquemas
tradicionales –la vemos en vertical en un forzado ángulo cenital- y prueba que el
entorno inmediato también lo podemos apreciar con una mirada transgresora. Los
objetos más nimios son realmente los trascendentes y concluyentes. Dentro de nuestros
hogares hallamos aquello que nos identifica. Pensemos por un momento en Morandi.
No se puede comunicar más con menos.
Somos lo que poseemos y hemos mantenido. Un piano en la esquina nos
recuerda la música que nos hizo felices o la tristeza por una vivencia que ya no
volveremos a disfrutar. De fondo, suena Chopin. O Jerry Lee Lewis. Da igual, lo
emotivo está en nosotros y en lo que somos capaces de percibir más allá de esos
anaqueles de la memoria. Un futbolín en el desván nos rememora las partidas que
jugamos con los amigos, el niño que fuimos, los errores que cometimos y nos hicieron
madurar. Un camión de origen americano y alma anglosajona, un chevrolet, mantiene
un vínculo inexplicable con los ingleses que llegaron a Huelva a explotar las minas de
Riotinto. El artista evoca a través de su presencia la extracción del mineral, el
sufrimiento en la corta. El color rojizo del cuadro sugiere el agua teñida del río Tinto. El
tractor que le acompaña también posee ese cromatismo potente, sólido. Su
representación nos remite a la mecanización del campo, al control del hombre sobre la
naturaleza. Desde la mina hasta el puerto de Huelva se levantó la primera línea de
ferrocarril de la provincia. También el fútbol entró por aquí. Son imágenes del
inconsciente que nos llevan a historias comunes o personales. Mezclando en su cabeza
lo colectivo con lo íntimo, Víctor también alude con estos vehículos a su afición por el
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modelismo. Cuando tenía doce o trece años hizo una camioneta parecida a ésta. Se
pasaba horas y horas ensamblando las minúsculas piececitas. Recuerda que empezó con
maquetas de camiones y aviones de la Segunda Guerra Mundial. Eran de la marca
Tamiya. También realizó un biplano como el que ahora se ve en el cuadro. Otra vez el
juego entre las escalas, una representación pequeña y otra de mayor envergadura. Y
como en las pinturas de Pulido que homenajean a su hijo Teo, asimismo en las
maquetas primero existe la de superior tamaño y luego, a posteriori, tomando como
referencia ésa, se ejecuta la minúscula que la acompaña.
Esta serie completa de trece obras que comprende Pulido, en su concepción y
plasmación, es más intuitiva que intencionada. No hay recovecos ni un trazado
preconcebido. Son planos herméticos y vistas personales extraídas de un fértil
imaginario particular. Están formadas con ideas, recuerdos y vivencias antes que con
objetos concretos. No existe para ellas la literalidad ni la mímesis. Aun siendo exactas y
corpóreas, parten de ideas evanescentes. Si relacionamos estás imágenes con el
pensamiento platónico, es como si viéramos una sombra de las cosas, sin ver las cosas
mismas; unas sombras que son una representación de la realidad sin ser la realidad
misma. Como en la pintura lavabo y espejo de Antonio López, donde la mirada del
artista marca la pauta para darnos a entender que nos enfrentamos a una dimensión
subjetiva de la que debemos apropiarnos, también en estos cuadros Víctor nos invita a
participar con libertad. Son huellas que dan constancia de hechos incompletos,
fragmentados, metafóricos. Objetos o lugares cuya historia debe ser terminada, en todos
los casos, en la imaginación del espectador.
S. D’.
Gerena, octubre de 2009
13
NOTAS:
1: Seisdedos, J. ‘Objetos’, del catálogo Semblanza de Víctor Pulido, pg. 36. Museo de Huelva, 2000.
2: Vidal Olivares, J. ‘Henry Moore, la verdad de la materia’. EL CULTURAL, 27-julio-2007.
3: Aguilera Cerni, V. ‘Manolo Millares’. Millares, Patronato Nacional de Museos. Madrid, 1981.
4: Ibídem.
5: ‘Fósiles’. Universidad de Huelva, 2001.
6: Aguilera Cerni, V. Opus Cit.
7: Marín Medina, J. ‘Lucio Muñoz, de la materia a la luz’. EL CULTURAL, 12-septiembre-2002.
8: Alberti, R. ‘Lucio Muñoz’, pg. 29. Del catálogo Lucio Muñoz, madera de fondo. Ministerio de
Asuntos Exteriores y SEACEX. 2004.
9: Muñoz Avia, R. ‘Lucio Muñoz, madera de fondo’, pg. 26. Del catálogo Lucio Muñoz, madera de
fondo. Ministerio de Asuntos Exteriores y SEACEX. 2004.
10: Abasolo, N. Nota de prensa de la exposición ‘Manolo Valdés. Pintura y Escultura’.
Museo Guggenheim. Bilbao. 2002.
11: La intención de añadir una serie en pequeño formato que acompaña a los cuadros de mayor
envergadura, que miden 2x2 metros, es un precioso guiño intencionado del artista a su hijo Teo. La idea
es ver lo mismo desde dos puntos de vista diferentes: el de los adultos, habitual, y el de los niños, poco
considerado. En nuestro idioma “chico” significa pequeño, pero también de poca edad, de ahí la
asociación de ideas para desarrollar estas obras diminutas. No son bocetos, todos están hechos a posteriori
una vez concluido los de superior tamaño. El nombre de la exposición, contundente, también tiene que
ver con el primogénito de Víctor Pulido, cuyo primer apellido obviamente es el mismo que el de su padre.
14
12: Cuaderno de apuntes (Víctor Pulido). Diputación de Huelva. 2007.
13: Pulido, V. ‘Presentación’. Tetralogía. Huelva, 2007
14: D’Acosta, S. ‘Las trampas del espejo’, pg 10. Sevilla, 2009.
15: Cobos Wilkins, J. ‘Odiel’, del catálogo Semblanza de Víctor Pulido, pg. 88. Museo de Huelva, 2000.
16: Ramón Jiménez, J. ‘Eternidades’, pg 49. Visor Libros- Diputación de Huelva. Madrid, 2007.
17: Ver texto ‘La albeitería en la España Musulmana’ escrito por el doctor en Veteninaria Vicente Dualde
Pérez. 2004.
18: D’Acosta, S. ‘Con la comida de por medio’ del catálogo El pensamiento en la boca. Cajasol, Sevilla,
2009.
19: Hughes, R. El impacto de lo nuevo, pg. 337. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2000.
20: Ibídem.
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