de certezas e ilusiones_capítulo1

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Capítulo 1 Teorías, estudios, trayectos. Hoy ya sabemos que no existe una verdad, previa a nuestro conocimiento, que está esperando ser revelada; que el conocimiento es un proceso de construcción y no de descubrimiento. Hemos aprendido que las realidades son infinitamente más complejas que las anunciadas por algunas matrices teóricas. El individuo, la subjetividad, no es sólo una consecuencia: es componente decisivo que actúa en condiciones físico naturales cuyo funcionamiento también admite el azar y lo imprevisible. Hemos aprendido a reconocernos como seres humanos cuyos deseos y placeres están en el origen de sus acciones (incluidas las colectivas). Estamos aprendiendo a no ruborizarnos cuando empleamos la palabra felicidad o amor; cuando declaramos que los seres humanos no deberían estar después sino antes de los modelos sociales y económicos que se proponen en la actualidad. Héctor Schmucler (1997:148). TEORÍAS, ESTUDIOS, TRAYECTOS.........................................1 1. LA CONSTITUCIÓN DEL CAMPO...........................................4 i. Un malentendido básico y un cóctel amargo...................................................................... 4 ii. Los límites del campo............................................................................................................. 7 iii. Los énfasis disidentes........................................................................................................... 10 2. PROTAGONISMO DE LOS MEDIOS EN EL CAMPO DE LA COMUNICACIÓN................14 i. Metáforas sugestivas.......................................................................................................... 17 1

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Capítulo 1Teorías, estudios, trayectos.

Hoy ya sabemos que no existe una verdad, previa a nuestro conocimiento, que está esperando ser revelada; que el conocimiento es un proceso de construcción y no de descubrimiento. Hemos aprendido que las realidades son infinitamente más complejas que las anunciadas por algunas matrices teóricas. El individuo, la subjetividad, no es sólo una consecuencia: es componente decisivo que actúa en condiciones físico naturales cuyo funcionamiento también admite el azar y lo imprevisible. Hemos aprendido a reconocernos como seres humanos cuyos deseos y placeres están en el origen de sus acciones (incluidas las colectivas). Estamos aprendiendo a no ruborizarnos cuando empleamos la palabra felicidad o amor; cuando declaramos que los seres humanos no deberían estar después sino antes de los modelos sociales y económicos que se proponen en la actualidad. Héctor Schmucler (1997:148).

TEORÍAS, ESTUDIOS, TRAYECTOS....................................................................................................1

1. LA CONSTITUCIÓN DEL CAMPO..........................................................................................................4i. Un malentendido básico y un cóctel amargo.................................................................................4ii. Los límites del campo....................................................................................................................7iii. Los énfasis disidentes...................................................................................................................10

2. PROTAGONISMO DE LOS MEDIOS EN EL CAMPO DE LA COMUNICACIÓN...........................................14i. Metáforas sugestivas...................................................................................................................17ii. Las masas, atormentadas.............................................................................................................21iii. De usos, gratificaciones y aprendizajes......................................................................................24

3. SOSPECHAS E INTUICIONES...............................................................................................................29i. Condiciones de producción.........................................................................................................32ii. Las propuestas desde las sospechas............................................................................................36iii. Los trayectos socioculturales.......................................................................................................40

Los trayectos latinoamericanos de investigación en comunicación han resultado de la confluencia de distintos tipos de intereses pero fundamentalmente como respuesta a diversas concepciones acerca de la problemática comunicacional y de los objetivos, cognoscitivos o no, que se buscan con la investigación. Por regla general, todas esas concepciones, tanto del campo de estudios, como de las finalidades de la investigación, proceden de enfoques predominantes en centros de investigación norteamericanos y europeos.

No es fácil tratar con un campo de estudios que se ha venido

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definiendo a partir de la inquietud transdisciplinaria y la impugnación a lo que se dio en llamar paradigmas dominantes de la investigación en comunicación de masas. Comprender estas impugnaciones puede contribuir a caracterizar con mejor propiedad las intuiciones o sospechas generales que dieron a los trayectos de investigación un sesgo distintivo en los últimos veinte años, no sólo respecto de los trayectos latinoamericanos anteriores, sino especialmente con respecto a los actuales estudios en comunicación extracontinentales.

¿Es conveniente o desventajoso pretender diferenciarse de las propuestas teóricas vigentes en los centros europeos y norteamericanos de la especialidad? Una respuesta tentativa podría afirmar que, simplemente, es inevitable. Hay una lista de cuestiones que -aunque no justifiquen tal apreciación- permiten resaltar algunas diferencias en lo que concierne no ya a la impronta personal de los investigadores, sino a características propias del campo de investigación. Como inventario no exhaustivo, considérense las siguientes cuestiones: la identidad de las culturas latinoamericanas, la desigual distribución del capital simbólico y cultural que caracteriza a las sociedades del continente, la absorción diferenciada de las pautas gerenciales de las industrias culturales transnacionales, la producción simbólica vernácula, etc.

Estas cuestiones han funcionado como presiones para que la investigación se orientara en torno a los problemas (teóricos o no) que se originan como consecuencia de las políticas de transformación o modernización repetidamente intentadas en nuestro continente. En algunos casos dichas políticas podrían interpretarse como verdaderos procesos de conformación, en el sentido de que la experiencia de las políticas modernizadoras han significado cambios estructurales de largo plazo.

Un ejemplo de tales procesos puede encontrarse en los irregulares aspectos de la constitución de las nacionalidades, en la incompleta y heterónoma industrialización y en la deficiente urbanización y sus secuelas contradictorias y controversiales en la cultura, la economía y la política. A partir de estos procesos, una serie de fenómenos ha contribuido para que la investigación en comunicación en América Latina se interesara por lo que se consideró el contexto de aplicación de las propuestas modernizadoras. Para entender y dar cuenta de la comunicación en Latinoamericana fue haciéndose necesario incorporar a la consideración, entre otros asuntos problemáticos, la urbanización y escolarización de los sectores sociales de origen rural, las migraciones internas, las emigraciones y los exilios, la marginalidad, la desocupación, la extranjerización de las culturas juveniles, la privatización de los ámbitos públicos, la despolitización de la ciudadanía, etc.

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Pero estos problemas no se plantean exclusivamente a partir de las crisis que instalan las políticas modernizadoras. En general, la percepción de tales problemas ha implicado la adopción de perspectivas críticas cuyas bases de sustentación no siempre es posible suscribir, por más que, de hecho, acierten en cuestionar los objetivos declarados de las políticas de transformación y en denunciar la brutalidad de sus procedimientos. De esta forma, la defensa de las tradicionales formas de vida, la afirmación de una supuesta unidad profunda de las culturas latinoamericanas, la insistencia en la peculiaridad esencial de nuestras identidades mancillada por el capitalismo transnacional, pueden interpretarse no como "errores" nocionales, que la reflexión o la crítica desinteresadas podrían enmendar. Son, en cambio, reacciones de distintos orígenes, motivos e intencionalidades. Coinciden en la manifestación de una proverbial interpretación de la Historia, pero son reacciones frente a una historia de expoliaciones, genocidios, humillaciones y terrorismos.

En ese sentido, ocuparse de la comunicación en América Latina, de sus aspectos políticos, económicos y culturales, equivale a no poder descuidar la modernización realmente existente, la siempre imponente figura de los Estados Unidos como rector del mundo occidental y de la región, la indisimulable vinculación de las dictaduras con ese poder rector y la colaboración de las elites en retardar constantemente la democratización de estas sociedades, las prácticas (culturales y electorales) de los sectores populares y una veintena de asuntos que a esta altura de los procesos ya no es posible indicar si son causantes de o determinados por la insidiosa acción de un imperialismo agresivo, de corporaciones transnacionales que simplemente aprovecharon en su propio beneficio las ventajas comparativas, de torpes clases dirigentes nativas, de decadencias sufridas por las doctrinas políticas revolucionarias, etc.

Tenemos, pues, presiones a atender ciertos problemas, provocados por las políticas de modernización, cuyos resultados han producido diversas crisis. ¿De dónde surgen esas presiones? En algunos casos, de la tradicional preocupación de numerosos investigadores latinoamericanos por la problemática social. Esto explica, en cierta forma, que en los trayectos de investigación en comunicación no haya una nítida demarcación entre problemas teóricos y prácticos, es decir entre cuestiones de índole académica y aquellas de índole política. En un determinado nivel, cuya denominación sería difícil precisar, ambas distinciones, entre la teoría y la práctica y entre lo académico y lo político, se apoyan en convenciones y criterios de muy difícil compatibilidad, que conciernen a un debate más general en torno a las divergentes epistemologías de las ciencias naturales y de las ciencias sociales. En un nivel opuesto, estas distinciones pueden

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llegar a ser irrelevantes, ya que la mera preocupación por acceder al mundo social implica haber tomado cierta actitud problematizadora y, consecuentemente, revela una intención de contribuir a su solución.

Con todo, si se comparan los llamados paradigmas dominantes de las teorías de comunicación y los trayectos latinoamericanos de investigación, no sería sorprendente encontrar diferencias de carácter muy variado. Puntualizar tales diferencias puede contribuir a aclarar aún más cómo han funcionado las presiones en la constitución de los trayectos de investigación. Sin embargo, quedarían sin explicar los orígenes de dichas presiones, es decir, no podríamos justificar por qué la investigación en comunicación siguió el camino que nos aprestamos a describir. En este punto, debemos suspender algunas pretensiones y remitirnos a lo que podrían ser los intereses de algunos investigadores más influyentes a fin de seguir el rastro, detectar las raíces teóricas de dichas diferencias e interrogarnos, sin la ilusión de hallar respuestas, sobre este aspecto tan curioso en el marco de las ciencias sociales. ¿Se trata de lecturas anómalas respecto de los clásicos? ¿El campo de la comunicación es un ámbito cognoscitivo tan complejo e inespecífico que justificaría una especie de regionalización geográfica para su estudio? ¿Debemos renunciar, desde ya, a un cuerpo conceptual que integre una teoría general, y contentarnos con el ensayo, con los análisis fragmentarios, con las intuiciones y las sospechas?

Una inspección orientada por estas preguntas nos llevará a otras, quizá más triviales, quizá más difíciles de responder. La pretensión no es, por cierto, replantear o descartar las más importantes líneas de trabajo desarrolladas con originalidad y solvencia en los últimos veinte años. Más bien, el objetivo es proponer el desafío de una revisión con miras a dar continuidad a éstos y a aquellos trayectos de investigación que alguna vez quedaron truncos por el exilio, la persecución y las dictaduras. Ahora, con la ilusión de la democracia, sólo nos cabe esperar que el camino no se interrumpa, esta vez, debido a nuestra propia impericia.

1. La constitución del campo

i. Un malentendido básico y un cóctel amargo.

El trabajo académico no está exceptuado de las condiciones que competen al trabajo en general. Está sujeto a fragmentaciones y especializaciones que en la mayoría de los casos resultan de criterios pocas veces sometidos a discusión conducente. Ante la velocidad con que se han registrado los cambios en la cultura, salvo excepciones, las universidades han respondido con la pasmosa lentitud tipificada en los rígidos planes de

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estudio, el ordenamiento burocrático de equivalencias y una muy gradual apertura a las nuevas problemáticas. En ocasiones, las respuestas llegaron con tal morosidad, que los problemas que las habían demandado, ya habían experimentado transformaciones que los tornaban irreconocibles.

En casi todas las disciplinas, los planes de estudios fueron propuestos a partir de un pormenorizado remedo de universidades extranjeras. El hecho de que habían probado ser exitosos no contaba tanto como su origen, el cual garantizaba por sí solo la calidad de la copia. Una de las más curiosas consecuencias de estos procedimientos compete al campo de la llamada comunicación de masas. La lógica subyacente de la división del trabajo académico pretendería que, si es un campo del saber, entonces debería tener una carrera específica. La medicina es un campo del saber, pues ahí están los médicos. Otro tanto, prosigue el razonamiento, pasa con la sociología, con la abogacía, con la bioquímica, etc. Por su parte, la incumbencia profesional de las diversas especialidades debería recortarse, grosso modo, siguiendo este mismo criterio. ¿Estudiaste veterinaria? Sos veterinario. ¿Estudiaste Ciencias Económicas? Sos contador, etc.

Pero, desdichadamente, el criterio se torna impráctico y, según veremos, oscuro, cuando es aplicado en ciertas áreas del saber menos afines a la compartimentación profesional y a la especialización técnica. ¿Estudiaste Filosofía? ¿De qué vas a trabajar?. ¿Estudiaste Comunicación para ser periodista, publicista, crítico de espectáculos, asesor de imagen, o qué?

Por imperio del criterio de división de trabajo académico, las carreras de Comunicación llegaron a encuadrarse, muy a su pesar, y salvo importantes excepciones, en una fórmula de razones y proporciones del tipo la carrera de Farmacia es al farmacéutico, lo que la carrera de Comunicación es al periodista. De esta manera, los estudios de comunicación se tornaron, desde el punto de vista de las expectativas inspiradas en el criterio de la fragmentación de los saberes, en equivalentes de la formación de profesionales que se desempeñan en los medios masivos de comunicación. Desde luego, esta equivalencia no repara en que ciertas profesiones no están representadas por la imagen extendida de la comunicación que resulta, aunque no exclusivamente, de la aplicación de dicho criterio demarcatorio de la división académica. Una de esas profesiones sería la de investigador en comunicación, que al final de cuentas, tratándose de un área de las ciencias sociales, parece tanto o más próxima a la formación universitaria de grado que a la habilitación profesional.

Corresponde a los trayectos latinoamericanos de investigación en

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comunicación una crítica lanzada contra una consecuencia de la compartimentación del saber académico, consistente en el reparto arbitrario de los estudios sobre la comunicación entre áreas de interés cuya conexión podría resultar muy ocasional. De acuerdo con esta distribución, la problemática de la comunicación quedaría reducida sólo a ciertas cuestiones que plantea el sistema de medios masivos y a unas pocas perspectivas que concentran sus esfuerzos investigativos en describirlas y explicarlas. Lo que parece aún más grave es que quienes se especializan en esta área de las comunicaciones se consideran con derecho a desconocer olímpicamente otras formas de concebir la comunicación. Como sostiene Héctor Schmucler, un destacado investigador argentino cuyas contribuciones serán comentadas reiteradamente a lo largo de este recorrido por los trayectos de investigación:En América Latina alrededor de un cuarto de millón de estudiantes universitarios cursan carreras vinculadas a la comunicación en cuanto fenómeno de la cultura masiva. Una proporción claramente mayoritaria de estos centros de estudios no habilitan para el conocimiento del vasto espectro de teorías y disciplinas que constituyen el cuerpo de lo que hoy puede entenderse por comunicación (Schmucler, 1997:168).

Pero el criterio de departamentalización del saber deriva de una necesidad de administración de recursos que en muchos casos se justifica por razones extraacadémicas (la delimitación de incumbencias profesionales, la inexistencia de profesores formados, etc.). En ese caso, podríamos considerar que el criterio es un mecanismo que opera con bastante tenacidad, pero cuyo producto final depende en buena medida del material que debe procesar. Lo que ineludiblemente concierne al campo académico es suministrar insumos para que el criterio se aplique sobre una materia prima depurada. ¿A partir de qué materiales, de qué visiones de la comunicación han sido procesados los planes de estudio de gran parte de las carreras de comunicación? Hasta cierto punto, la reducción operada desde la planificación de estas carreras parece inspirada en una curiosa clasificación de asuntos cognoscitivos, según la cual el campo específico de los estudios de comunicación correspondería a la problemática abstracta de la transmisión de mensajes y estaría estructurado por una serie de niveles (intrapersonales, interpersonales, grupales, institucionales, etc.) que competen al número de personas o entidades implicadas en la producción y recepción de tales mensajes. Cada uno de esos niveles demanda metodologías y nociones propias, con lo que la aplicación del criterio de división de saberes procede a destinar recursos diferentes para subcampos y especialidades estancas, conforme parecen demandar las perspectivas así disgregadas.

McQuail (1991:25-27) sostiene que existiría un vínculo entre las distintas miradas sobre la comunicación compartimentada en niveles

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conformado por cinco preguntas básicas que pueden aplicarse regularmente a cada uno de los niveles en que ocurren los procesos comunicativos. Dichas preguntas se refieren a las fuentes emisoras y a los receptores, a las funciones y finalidades de los procesos, a los canales, lenguajes y códigos empleados, a los temas, contenidos y objetos transmitidos y a las consecuencias de las comunicaciones. De acuerdo con este autor, cada nivel implicaría un conjunto particular de problemas y en consecuencia un énfasis diferente de parte de los investigadores respecto de las cinco preguntas básicas. Por ejemplo, en el nivel de la comunicación grupal, cuestiones tales como las formas del discurso, las pautas de interacción, la afiliación o adhesión de los miembros individuales, el control y la estructura de jerarquías que caracteriza a cada grupo, tienden a concitar mayor atención. En otros niveles, los investigadores suelen concentrarse en la eficiencia de la transmisión de información, o a la formación de normas y patrones colectivos, etc.

En resumen, el campo de los estudios de comunicación, es más amplio y disperso de lo que sugiere la imagen divulgada de que la comunicación tiene que ver estrictamente con los medios masivos (cfr., entre otros, la interesante descripción ofrecida en Ford (1994:127-148) y el pormenorizado estudio de Fuentes Navarro (1991:16-27). Por otra parte, como veremos en próximos apartados, en las investigaciones recientes la noción de medios masivos, que discurre en paralelo con la concepción de comunicación de masas, no es de ninguna manera aproblemática, como a primera vista puede parecer, y como se desprende de la versión de los estudios de comunicación que sugiere McQuail. Una perspectiva alternativa propone que el interés de los estudios de comunicación desborda las estrechas franjas impuestas por la discriminación de saberes circunscritos, un cóctel amargo resultante de la aplicación de un malentendido básico: sólo se avanza en el saber a medida que logren distinguirse, a cualquier costo, unidades de análisis cada vez más refinadas y específicas. Esa decisión conlleva no sólo el riesgo de perder de vista la totalidad, sino un estancamiento en especialidades que puede significar nada menos que la pérdida del sentido crítico-interpretativo que confiere a las ciencias sociales uno de sus rasgos preponderantes.

ii. Los límites del campo.

¿Hasta dónde se extiende, entonces, el campo de la comunicación? De acuerdo con McQuail, parecería que todo comportamiento humano que implique producción, transmisión o procesamiento de información, ya sea entre dos personas, entre muchas o aún en un mismo individuo (cfr.: el nivel intrapersonal) implica un acto comunicativo. Pero esta respuesta es evasiva, ya que no llega a especificar los aspectos que para cualquier punto

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de vista y respecto de cualquier clase de objetivos que se postulen pueda resultar interesante el estudio de la comunicación. Al presentar un proyecto de investigación, por ejemplo, se exige que junto con la delimitación del ámbito problemático al que quedarán referidas las tareas investigativas, se enuncien los objetivos generales y específicos que se intentan alcanzar. En otras palabras, la investigación puede no perseguir fines lucrativos o utilitarios, pero no puede prescindir de objetivos que indiquen el sentido de las actividades proyectadas.

De manera que la cuestión de los límites del campo de estudios que corresponde a la investigación en comunicación es tributaria de exigencias previas que, en primera instancia, requieren que se precise el para qué de los estudios. En una segunda instancia, la puntualización de objetivos conlleva una necesaria descripción del alcance del proyecto. Por supuesto, esto no es una definición exhaustiva de los límites del campo comunicacional, y quizá no satisfaga los anhelos esquemáticos de mucha gente. Por lo demás, una respuesta no evasiva y al mismo tiempo satisfactoria para todos los intereses cognoscitivos posibles requiere de una serie de acuerdos y discusiones que en la práctica sólo se han dado de manera irregular, y que tal vez no llegue a cristalizar en razón de los intereses muchas veces divergentes de los investigadores.

Algunos autores interpretan la imposibilidad de establecer acuerdos a este nivel como una de las tantas muestras de la debilidad endémica de las ciencias sociales, que en el caso de los estudios de comunicación asumiría el preocupante aspecto del raquitismo. Quienes intentan justificar esta situación incómoda para las "ciencias de la comunicación" (McQuail, entre otros) aducen no sin razón que el campo es relativamente nuevo, que el "objeto de estudio" presenta rasgos específicos, pero que sufre constantes y repentinas transformaciones, etc. Por otra parte, ¿no es preferible una enfermiza indeterminación de los límites a una saludable y robusta clausura epistémica?

Consideremos algunas posiciones que permiten ilustrar mejor estas circunstancias. James Lull (1997:16) define a la comunicación como el espacio conceptual donde se intersectan cuestiones tan diversas como generales: las relaciones interpersonales y las innovaciones tecnológicas, los incentivos político-económicos y las ambiciones socioculturales, los entretenimientos livianos y la información seria, los ambientes locales y las influencias globales, la forma y el contenido, la sustancia y el estilo. A diferencia de McQuail, que pretendía una suerte de segmentación jerárquica de niveles, Lull prefiere la caracterización del campo comunicacional como surcado por una serie de intersecciones, en las que se cruzan no sólo "comportamientos humanos", sino también productos

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sociales de muy diversa índole. Obsérvese que, de acuerdo con su planteo, el autor no pretende distinguir si se refiere a la comunicación de masas, o a alguna otra forma compartimentada de comunicación.

Cualquiera sea el carácter de los objetivos que persigue, el planteo de Lull parece muy lejano de la idea de que la comunicación es un asunto restringido a la producción, procesamiento y transmisión de mensajes informativos.

Otro autor, Roger Silverstone, ha propuesto originales aproximaciones al estudio de la comunicación a través de investigaciones donde se descuidan en forma absoluta los límites establecidos para el campo comunicacional. Al concluir uno de sus trabajos, señala:La televisión es la vida cotidiana. Estudiar una de estas esferas es, al mismo tiempo, estudiar la otra. En casi absolutamente todos los hogares del mundo occidental hay aparatos de televisión. (...) Sus textos, sus imágenes sus relatos y sus estrellas ofrecen temas a las conversaciones de nuestra vida cotidiana. Se ha estudiado mucho el fenómeno de la televisión. Sin embargo, es precisamente esa integración en la vida cotidiana de aquellos que la miran lo que de algún modo se les ha pasado entre las redes a los investigadores académicos (Citado en Morley, 1996:284).

Parece vano formular aclaraciones, ya que la cita es ampliamente explícita respecto de la delimitación tradicional del campo de estudios y de los inconvenientes epistemológicos que se derivan de la insistencia por mantenerlos. Al igual que Lull, Silverstone parece defender un punto de vista opuesto al de McQuail. Mejor que ocuparse de la delimitación del campo, parece sugerir, lo mejor es trangredirlo para avanzar de acuerdo con entrecruzamientos todavía no intentados. Después de todo, el árbol se conoce por sus frutos, y ya podemos intuir el sabor amargo de la división del trabajo académico y de la extrema compartimentación del saber.

Jesús Martín Barbero, otro autor latinoamericano del que hablaremos repetidamente a lo largo de este recorrido por los trayectos de investigación, ha reflexionado en diversas ocasiones acerca de la inutilidad de las delimitaciones del campo de la comunicación. Si bien los objetivos con que suele refrendar sus propuestas de investigación pueden merecer diversas observaciones, Martín Barbero se ha convertido en uno de los autores más citados, leídos y comentados de los últimos años no sólo en el ámbito de los estudios de comunicación, sino también en otros campos de las ciencias sociales. En uno de sus diagnósticos del campo comunicacional observa:Colocada en el centro de la reflexión filosófica, estética y sociológica sobre la crisis de la razón y la sociedad moderna, la problemática de la comunicación desborda hoy los linderos y los esquemas de nuestros planes de estudio y nuestras investigaciones. El campo que hasta hace poco acotaban con nitidez las demarcaciones académicas ya no es más el campo de la comunicación. Nos guste o no, otros desde otras disciplinas y otras

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preocupaciones hacen ya parte de él. (Martín Barbero, 1991a:31)

Esta proclamación acerca de la obsolencia de los planes de estudio y de la inconsistencia de los límites estancos del campo de estudios, permite al autor desarrollar algunas propuestas que consideraremos en el apartado 3.iii y más extensamente en el próximo capítulo. Por ahora, veamos cómo concluye con una resuelta definición de los objetivos de las investigaciones: Ese es el fondo de nuestro desafío y el horizonte de nuestro trabajo: una investigación y una enseñanza de la comunicación en las que el avance del conocimiento sobre lo social no se traduzca sólo en la renovación de temas sino en proyectos capaces de ligar el desarrollo de la comunicación al fortalecimiento y ampliación de las formas de convivencia ciudadana (íd.:33).

De acuerdo con estas afirmaciones, investigar en comunicación no equivale exclusivamente a acumular datos sobre audiencias, programas de entretenimientos, técnicas publicitarias, efectos nocivos de las películas de acción en los niños violentos, etc. Esos datos deben utilizarse para asegurar las condiciones de posibilidad de la democracia. Un objetivo que, sin duda, no puede alcanzarse razonablemente enfocando la atención hacia la segmentada porción del universo que son los contenidos de los mensajes mediáticos.

iii. Los énfasis disidentes.

Otra posibilidad de tratar el tema de los límites del campo de estudios de la comunicación puede consistir en la comparación entre las teorías que se han desarrollado a partir de inquietudes más o menos similares. Nuevamente, lo que unifica a los estudios comunicacionales no sería una rígida estructura de fácil reconocimiento, sino una intrincada madeja de supuestos y enfoques acerca de la sociedad, la historia, la cultura, la economía, la tecnología, la creatividad humana, el control social, etc.

En tal sentido, la investigación en comunicación no podría conformar las expectativas inspiradas en la pretensión de que a cada disciplina le corresponde un exclusivo "objeto de estudio". Principalmente, porque se torna difícil argumentar a priori acerca de la constitución de un objeto que implica simultáneamente materias tan diferentes como la conducta, la significación, la subjetividad, el poder, la técnica, el comercio, etc. Todos estos aspectos han sido reclamados con anterioridad por otras disciplinas como sus exclusivos objetos de estudio. En la medida en que en torno a la comunicación estén involucradas cuestiones tan diversas, la falta de homogeneidad del campo hará desistir de la pretensión de un único objeto de estudio para la investigación en comunicación.

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Sin embargo, hay un parecido de familia entre los estudios comunicacionales que no es posible observar respecto de los que no se reclaman como pertenecientes al campo. Puede tornarse sumamente difícil explicar y probar en qué consiste tal parecido. McQuail (op. cit. :85-90) lo intenta con dos movimientos, a saber: puntualizando de manera muy amplia que una serie de propósitos genuinos de las teorías de comunicación serían comunes a los más diversos enfoques e incrustando cierta estructuración del campo de la sociología -que toma con adaptaciones de Burrel y Morgan (1979)- entre tales propósitos. De esta manera, McQuail llega a una definición del campo de estudios y a un inmediato desglose de empeños heterogéneos, que le permite hacer frente al problema de la unidad en la diversidad.

Los genuinos propósitos de los estudios de comunicación vendrían ya definidos gracias al funcionamiento de los sistemas públicos de comunicación en la sociedad, cuya compleja trama de aspectos inconexos, sin embargo, permite formular tres cuestiones fundamentales, en torno a las cuales orbitan y se diferencian las distintas perspectivas: los medios en relación con el poder en las sociedades, los medios y su contribución o perjuicio a la integración social, y los medios como motor o como consecuencia del cambio social. La estructuración del campo de las teorías sociales que McQuail toma en préstamo le facilita la tarea clasificatoria para dar cuenta de los disensos e incompatibilidades que se observan entre las diferentes perspectivas. El campo, de esta manera, resulta dividido en paradigmas fundamentales, que resultan opuestos en virtud del sentido que adoptan las respuestas elaboradas desde los diferentes enfoques a las tres cuestiones mencionadas. Los polos resultantes se refieren a poder (dominación versus pluralismo), integración (tendencias centrífugas versus tendencias centrípetas) y cambio ("medios movilizadores" como enfrentados a "sociedad movilizadora")

Gracias a estas operaciones, McQuail logra describir las diferencias entre las teorías de la comunicación más citadas y al mismo tiempo trazar los contornos posibles para un campo tan problemático como el de los estudios comunicacionales. Por ejemplo, respecto del problema del poder en la sociedad, se encuadrarían cerca del polo de dominación las teorías que enfatizan que los medios son un instrumento al servicio de la clase dominante. Estas teorías encuentran apoyo para tal punto de vista en ciertos rasgos de los medios masivos tales como la centralización, la concentración de las empresas propietarias entre grupos minoritarios y poderosos, el alcance de las señales, la unidireccionalidad de los flujos, la estandarización de los productos y el atractivo que ejercen entre las audiencias con menos recursos de escolarización. Pertenecerían al polo

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opuesto (pluralismo) las teorías que ponderan la potencial multiplicidad de fuentes y diversidad de mensajes, distribuidos de acuerdo con los intereses de libre elección y de públicos diversos, subaudiencias e individuos.

En la dimensión que McQuail llama de integración se condensan las cuestiones más contradictorias que integran el campo de la comunicación y que justifican la amplitud de sus límites. Por un lado, el problema que plantean los medios de comunicación es si efectivamente contribuyen o no al desarrollo de la libertad, al respeto por las diferencias y a la heterogeneización de preferencias, estilos personales, valores, etc. McQuail identifica estas funciones como tendencias centrífugas, ya que en la medida en que favorece a la libertad y a la diferenciación, la integración social -tal y como él la supone- pierde solidez. Por otro lado, la propia existencia de los medios lleva a sostener que la comunicación masiva no puede contribuir a la libertad y al respeto por las diferencias, ya que desde sus orígenes, han venido imponiendo mensajes favorables al consumo, al conformismo, al orden establecido, etc. Esta observación lleva a suscribir que las tendencias de los medios son, más que disgregativas, homogenizadoras, y por tanto centrípetas, en el sentido que da McQuail a la integración social.

Ahora bien, estas flagrantes contradicciones se ven coronadas por la disímil valoración que profesan los investigadores y teóricos de la comunicación. Algunos antepondrán el valor de la libertad individual a la cuestión de la integración en un orden social, y por ende juzgarán en forma negativa la tendencia centrípeta de los medios, a los que caracterizarán como herramientas de la manipulación y la opresión en manos de los poderosos. Otros antepondrán la idea del cambio y de la modernización de la sociedad a toda otra consideración. En ese caso, procederán a celebrar la tendencia centrífuga de los medios, en tanto portadores/productores del mensaje transformador. Una tercera postura considerará favorable la tendencia centrípeta, dado que los medios aportan una fuerza cohesiva a la sociedad caracterizada por la ventaja de que el orden cultural que instauran no es coercitivo, a diferencia de los órdenes tradicionales, basados en el control religioso o en la figura autoritaria patriarcal. Por último, existen autores que ven desfavorables las tendencias centrífugas, pues los medios acentuarían ciertos rasgos indeseables de las sociedades modernas, como la alienación, la pérdida o el relativismo de los valores, la indiferencia, la falta de solidaridad, etc.

También es importante la discusión que propone la clasificación de McQuail con respecto a la tercera cuestión, referida al cambio en la sociedad. Se trata de un eje que ha suscitado muchos debates en los últimos años y que, salvo casos excepcionales, ha generado posicionamientos

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extremos. La cuestión podría plantearse de este modo: ¿cuál es el primer motor de los cambios sociales: los medios de comunicación o la sociedad? Las respuestas que insisten en el factor dinámico de la tecnología mediática o aún en los contenidos que difunden los medios como para provocar transformaciones se acercan a uno de los polos de esta dimensión. El énfasis opuesto llama la atención sobre el hecho de que los medios de comunicación, en cuanto a su formato, contenidos, estructuras comerciales y propuestas estéticas son un resultado de cambios históricos fundamentales en la evolución de la sociedad moderna, tales como la industrialización, la liberalización política y la expansión del consumo. En tal sentido, la dependencia de los medios sería más una consecuencia de los cambios, que una causa determinante de éstos.

A pesar de cierto esquematismo, la clasificación que propone McQuail permite comprender aspectos generales relacionados con el campo de los estudios de comunicación y con la constitución de los trayectos latinoamericanos de investigación. Con respecto a los límites del campo, el ordenamiento de las contrapuestas perspectivas que se han desarrollado en torno a la investigación en comunicación demuestra que el estudio de la comunicación persigue fines epistémicos mucho más amplios y abarcadores de lo que un enfoque centrado en los medios dejaría suponer. Los estudios de comunicación, de ese modo, conforman un capítulo importante en el estudio de la sociedad, y el parecido de familia que los vincula estaría dado por la preocupación en torno a cuestiones sociales fundamentales como el poder, la integración y el cambio.

Con respecto a la constitución de los trayectos latinoamericanos de investigación en comunicación también resulta apropiada la versión de McQuail acerca de los problemas a que se enfrentan las teorías de la comunicación. Todos estos problemas, a pesar de su generalidad, parecen corresponder exclusivamente a fenómenos específicos de las naciones modernas industrializadas. Su traslación automática al estudio de las llamadas naciones en desarrollo pasa por alto que los procesos de modernización en unas y otras revistieron perfiles notoriamente diversos. Intentar para los procesos latinoamericanos una extensión indiscriminada de las respuestas que tales problemas suscitaron en Estados Unidos o Europa implicaría una problemática pretensión de homologar asuntos que por obvias razones históricas, políticas y económicas resultan diferentes. En otras palabras, la integración, el cambio y el poder descriptos en la versión de McQuail son cuestiones fundamentales para una perspectiva de las sociedades modernas que probablemente sólo sean problemáticas o bien para ese punto de vista, o bien -concediendo a un realismo ingenuo- para esas sociedades. En América Latina los aspectos implicados por la cuestión

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del poder se tornan diferentes si se atiende a las circunstancias singulares por las que atravesaron los procesos políticos. A título ilustrativo, baste enumerar algunos ejemplos: la constitución de los llamados populismos, las dictaduras militares, las democracias reformistas, las democracias de elite, etc.

Otro tanto ocurre con la cuestión que enfrenta a la "sociedad" con la tecnología como factores de cambio. La producción tecnológica latinoamericana es insignificante como para plantearse que pueda constituir un problema central de la investigación, tal como lo presenta McQuail en el esquema bipolar mencionado (cfr. Sutz, 1989). ¿Cómo adjudicarle razonablemente espontaneidad a la sociedad latinoamericana en su propia transformación, si la tecnología mediática fue implantada y no desarrollada, si fue traída y no inventada? ¿Cómo no obviar la no-neutralidad de las tecnologías, que para McQuail parece una cuestión irrelevante, si éstas proceden de la expansión de intereses corporativos transnacionales no sólo en la región latinoamericana?

Asimismo, la cuestión de la integración social también debe plantearse de un modo divergente. Los problemas latinoamericanos de inmigración, de exclusión social de las poblaciones originarias, de mestizaje, de exilios por razones políticas y económicas, reclaman un tratamiento diferencial. Si los medios de comunicación tienen algo que ver con la integración social, parece obvio que no puede ser equivalente el papel que juegan en las sociedades a que implícitamente alude McQuail y las de nuestra región.

2. Protagonismo de los medios en el campo de la comunicación

El esfuerzo de McQuail por integrar el estudio de la comunicación de masas en el ámbito general de los procesos comunicativos supone una continuidad (la pertinencia de las cinco preguntas básicas) y una diferencia (sencillamente, la cantidad de individuos involucrados en los procesos comunicativos). Ahora bien, tal clasificación y su consecuente delimitación de niveles parecen estar sometidos escrupulosamente al criterio que veníamos comentando a propósito de la división del trabajo académico. Por así decir, se recorta el campo de estudios comunicacionales como si fuera un trozo de masa que excede los límites del molde: lo que no corresponda a quién emite, qué dice, con qué efectos, mediante qué código, etc., parece quedar relegado a su propia suerte. A la vez, si se acepta que un cambio en el número de personas involucradas en cada proceso de comunicación supone un cambio en el nivel de consideración, con la consecuente modificación de preguntas y problemas a tratar, también se convalida una departamentalización de la investigación con consecuencias no difíciles de prever: sabremos bastante de asuntos triviales, o trivializaremos demasiado

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sobre asuntos cuya profundidad desconoceremos.

El inconveniente es que una vez lanzados a la búsqueda que nos propone el saber fragmentario, ya no tendrá posibilidad la pregunta acerca de si los asuntos sobre los que tenemos algún conocimiento son triviales o no, pues la delimitación de los problemas obliga a presumir la relevancia de las cuestiones tratadas. Respecto de esta delimitación, y de la consecuente búsqueda de una metodología que satisfaga las inquietudes ya compartimentadas, Martín Barbero sostiene:Un método no es sólo una herramienta para abordar un objeto-problema, es también un punto de vista que impide o posibilita que algo sea considerado problema. (Martín Barbero:1980:102)

Por otra parte, en cuanto al recortado subcampo de los estudios sobre comunicación de masas competiría la propuesta de circunscribirse a aquello que pueda imputarse a los medios como productores o retardadores del cambio, como instrumentos (útiles o perjudiciales) de integración o como mecanismos aptos para el pluralismo o para la tiranía. En cualquier caso, esta propuesta de investigar sobre comunicación implica acentuar la importancia de los medios, ya sea para cuestionar o para enaltecer su funcionamiento. Más allá de la generalidad y amplitud de los temas implicados, esta forma de orbitar alrededor de la cuestión de los medios se ha convertido, más que en un parecido de familia, en la marca de nacimiento de las investigaciones en comunicación, hasta el punto de constituir durante años uno de los supuestos menos discutidos en el campo.

Las consecuencias de esta concepción mediacéntrica de la comunicación han sido señaladas por Martín Barbero en distintas oportunidades como un obstáculo tenaz para una comprensión de las prácticas culturales:[El mediacentrismo] resulta de la identificación de la comunicación con los medios, ya sea desde el culturalismo mchluhiano, según el cual los medios hacen la historia, o desde su contrario, el ideologismo althuseriano, que hace de los medios un aparato de Estado. Desde uno u otro comprender la comunicación es estudiar cómo funcionan las tecnologías o los "aparatos" pues ellos hacen la comunicación, la determinan y le dan su forma (1990a:10).

Esta entronización de los medios como figura estelar de los estudios de comunicación se ha visto apoyada por supuestos y actitudes de parte de ciertos investigadores que fueron haciendo de la noción de cultura de masas una gigantesca diatriba con la que se pretendía "explicar" las condiciones objetivas de la nueva sociedad industrial. Algunas veces anclada en prejuicios etnocéntricos o aristocráticos (Ortega y Gasset, Leavis) y otras veces fundada en una visión de la historia humana cuya trágica continuidad (que implicaba una tendencia regresiva a la barbarie) se debía al proceso de

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la razón instrumental (Horkheimer y Adorno), la noción de cultura masiva ofrece un panorama deprimente de las realidades sociales. Por ejemplo, diversos autores señalan que aun con propósitos distintos, estas dos versiones pesimistas parecen estar fuertemente relacionadas con la idea de que en las sociedades hay millones de personas intelectualmente incapaces como para rechazar las propuestas de los medios. De hecho, si se repara en los propósitos divergentes de Ortega y Gasset o Leavis, por un lado, y los de Marcusse, Adorno y Horkheimer, por otro, semejante coincidencia sería exclusivamente superficial. Con todo, es probable que esa idea de la imbecilidad generalizada de las audiencias mediáticas gozara de cierto consenso entre todos esos autores, aunque ninguno de ellos la expusiera en términos tan rotundos. Por si todo esto fuera poco, un mecanismo bipolar de clasificación de los enfoques acerca de los medios masivos logró imponerse en los medios intelectuales hacia mediados de la década de los sesenta y sepultó bajo el rótulo de apocalípticos a quienes de alguna forma u otra planteaban objeciones al nuevo ordenamiento cultural que propulsaban los medios.

Pero ciertos supuestos y evidencias convencieron a otros investigadores (Shils, Bell) de que la masificación de la sociedad resultaba menos traumática de lo que auguraban los detractores de los medios y de la omnipresencia bulliciosa de las multitudes. Esta otra versión de la cultura de masas habrá de hacer de la noción un estandarte de la libertad más igualdad, anhelo humanista cuya concreción ciertamente se había retardado, por lo menos, desde los albores de la Revolución Francesa. Los medios masivos y su producto social, la cultura de masas, habrían de terminar con las diferencias sociales gracias a su cautivamente mecanismo donde se combinan tecnologías de gran alcance y las más conspicuas creaciones que deleitan a las multitudes. Por su parte, éstas, satisfechas, responderían con una actitud más moderna y consecuente con los valores difundidos por los medios de comunicación: el progreso y el orden, testimoniados en comportamientos deseables como el consumismo, el afán por el sano entretenimiento y la vida en familia.

Como puede verse, estas dos versiones contrapuestas de la cultura de masas parecen depender de aquella decisión de concentrar los estudios de la comunicación en lo que hacen los medios con la gente y de definir al mismo tiempo la sociedad simplemente como un conglomerado de personas sin autonomía ni iniciativas propias. Las dos versiones pretenden una potencialidad de los medios que al mismo tiempo que justifica el énfasis que se les atribuye, coarta las posibilidades de pensar en las audiencias como algo más que integradas por meros consumidores pasivos, o sujetos manipulables a voluntad por la obra estratégica de los poderosos e

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influyentes medios de comunicación.

Al mismo tiempo que se desarrollaban estas hipótesis donde se combinan el mediacentrismo y la idea de la fácil manipulabilidad de las audiencias, fueron haciéndose cada vez más palpables -especialmente en Estados Unidos- las dificultades no sólo teóricas que originaba la adopción de semejantes supuestos. Pensar en personas tan pasivas contradecía la confianza liberal en las capacidades individuales sobre las que se funda el sistema democrático. A la vez, disminuir desde las teorías la eficacia del todopoderoso sistema de medios no implicaba ningún riesgo práctico inmediato; por el contrario, justificaba la inocuidad de los medios, y permitía aventar las críticas que hacia los primeros años de los cincuenta se proferían desde las más recalcitrantes posturas conservadoras y progresistas. Así como la imagen de un perro no muerde- según el argumento de un defensor de los medios contra las imputaciones de que ciertos contenidos mediáticos estimulan la violencia en los niños-, la imagen de que los mensajes mediáticos llegaban a los receptores individuales suficientemente filtrados por el grupo primario, por las creencias tradicionales, por la influencia de líderes locales, etc., habría de relajar las tensiones y favorecer una imagen de los medios masivos como una herramienta útil pero inofensiva.

Con el tiempo, esta relajación parcial del mediacentrismo conoció su complemento en la versión que llegó a conocerse como la postura de los usos y gratificaciones. La idea central ya no era concentrar las investigaciones en lo que los medios hacen con la gente. La propuesta era remplazar el énfasis en los medios por una concepción de la comunicación donde cobrara un protagonismo similar la paradójica idea de un receptor activo, cuya avidez por resarcirse de las penurias cotidianas explicaba su decisiva intervención en los procesos de comunicación. Esta última versión de las investigaciones en comunicación ha gozado de una amplia repercusión en los centros especializados y suele tomarse como un decisivo primer paso en la descentración del campo de estudios (Curran, 1997:49-82).

i. Metáforas sugestivas.

Los presupuestos básicos del mediacentrismo configuran una complicada red de afirmaciones donde es posible encontrar las más insignes afirmaciones del sentido común, atravesadas por angustiosos remordimientos cientificistas. Tal vez debido a cierta pretensión de dotar a los estudios sociales de la generalidad que al parecer procuran las ciencias naturales, algunos investigadores en comunicación han optado por justificar el status académico de sus tareas proponiendo definiciones y

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caracterizaciones globalizadoras que, independientemente de que omiten ciertas peculiaridades del campo, redundan en un marco de consideración restringido al análisis de las relaciones entre unas pocas variables. El esquema que resulta apto para la investigación mediacéntrica supone la vitalidad de una estructura nuclear (los medios) y la dependencia de ciertas partículas indiferenciadas (los individuos, los grupos familiares, las sociedades en su conjunto) que por imperio de cierto principio sociológico de gravitación universal se mantienen de manera regular en una órbita fija.

Toda esta operación ha revelado ser de deficiente utilidad teórica. En primer lugar, porque simplemente no puede probarse que los medios ejerzan semejante fuerza gravitacional uniforme sobre estructuras sociales tan dispares como los individuos, los grupos y el conjunto -mundial, nacional, regional- social como un todo.

En segundo lugar, porque con la misma pretensión de aplicar el modelo atómico a los procesos comunicacionales, se podría decir que existen, además de los medios, otras estructuras con un núcleo en torno del cual orbitarían los individuos, los grupos, etc. En ese caso, también habría que explicar la posición relativa de cada unidad de análisis respecto de los diferentes núcleos, lo que llevaría a un indeterminismo que, si bien parece más aceptable, es precisamente el punto de partida de los problemas que la investigación se propone resolver.

En tercer lugar, porque se atribuye a los comportamientos sociales un carácter inercial que está muy lejos de ser convincente. Explicar la conducta como respuesta a estímulos supone empobrecer la conducta (entre otras cosas, porque se prescinde del sentido que ésta tiene para el agente) y sobrevalorar las posibilidades de la investigación y la importancia de los estímulos (porque siendo éstos uniformes y externos, supuestamente se los puede controlar con fines investigativos). La inercia de los comportamientos sociales sólo puede aceptarse negando validez al punto de vista del agente implicado y pretendiendo -sin justificación- que la perspectiva del observador externo es correcta u objetiva. Por otra parte, cualquiera sea el tipo de uniformidad de los medios que se postule, ya sea de su influencia, de sus formatos, de sus contenidos o de su funcionamiento general, no puede prescindir de una consideración exhaustiva de los diferentes casos y situaciones en que los medios actúan.

Dicha consideración tendría asideros si implica una análisis contextualizado de la variedad de instituciones sociales con las que las audiencias (individuales, grupales, etc.) establecen relaciones más o menos permanentes o constantes. Las implicaciones del mediacentrismo van más allá de las objeciones esbozadas. También importan en el sentido de que

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obstaculizan la investigación al proponer problemas irresolubles. Como el esquema gravitatorio no puede probarse por observaciones neutrales, los esfuerzos críticos destinados a denunciar el sistema de medios como responsable, por ejemplo, de la manipulación de la información simplemente se transforman en teorías cuya validez estriba en el esquema axiológico, opinable y subjetivo, en que se fundan. De esta manera, resulta cómodo refutar las críticas a los procesos de la comunicación en que intervienen los medios asignándoles el estatuto de una supuesta estrategia que toma a los medios como el objetivo de barricada de una guerra total declarada contra el capitalismo, la sociedad moderna, los Estados Unidos o la cultura occidental en su conjunto (Appadurai, 1990).

Pero veamos cómo funciona el esquema investigativo que propone la concepción mediacéntrica. Se supone que la institución de los medios de comunicación está comprometida con la producción, reproducción y distribución del conocimiento (McQuail: 76ss), en el sentido más amplio del término, y sin que queden excluidas ninguna de sus implicaciones. Por ejemplo, otras instituciones comprometidas con el conocimiento, como la Universidad, sólo incluyen una definición del conocimiento: la científica (llamémosla así). En cambio, los medios en principio no excluyen ninguna variedad del conocimiento. Por eso es tan frecuente observar por televisión disertaciones teóricas o debates de trascendencia internacional, para las que nunca se anteponen criterios comerciales y se destinan los principales horarios de encendido. Al mismo tiempo, se define que los medios operan en la esfera pública, son accesibles en principio a todos los miembros de una sociedad sobre una base abierta, voluntaria, no específica y de bajo coste. Para seguir con el ejemplo de las universidades, no hace falta recordar que ellas no son accesibles a todos los ciudadanos, y mucho menos aquellas que no son gratuitas. Las universidades, por cierto, excluyen a quienes no satisfacen ciertos requisitos, pero los medios de comunicación ¿son accesibles para todos los miembros de la sociedad, incluidos los que no tienen recursos materiales ni intelectuales para soportar seriales repetitivos, fórmulas dramáticas trilladas, informaciones fragmentarias y descontextualizadas, sensacionalismos, sorteos, adivinanzas, bromas pesadas y chistes pueriles?

Podrá objetarse que estos ejemplos sólo se refieren de un modo específico a uno de los medios masivos, aunque sea el que tiene más alcance, y que la definición del presupuesto básico es de tipo general, en el sentido de que obvia las diferencias entre las variedades individualizables de los medios para resaltar aquello que en conjunto son los medios masivos con respecto a otras instituciones. Mc Quail al respecto enumera algunas diferencias que considera fundamentales, pero que no desarrolla:

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(...)- en principio, la relación entre emisor y receptor es equilibrada e igualitaria 1; - los medios de comunicación llegan a más gente y por más tiempo que otras instituciones, pues arrancan con las primeras influencias de la escuela, los padres, la religión, etc. (...) Según este supuesto, los contornos del medio simbólico en el que vivimos (de información, ideas, creencias, etc.) se nos dan a conocer a través de los medios de comunicación, y son precisamente éstos los que pueden interrelacionar y dar coherencia a sus elementos dispersos. Este medio simbólico gozará de una mayor posesión en común cuanto más se compartan las mismas fuentes de los medios. Mientras que cada individuo tiene un mundo único de percepción y experiencia, la vida social organizada tiene como precondición un grado de percepción común con la realidad, hecho al que los medios de comunicación contribuyen sobre una base diaria, continuada.

Esta puntualización de diferencias entre los medios y otras instituciones del conocimiento contribuye a robustecer el planteo mediacentrista sin ingresar en la ciénaga que supone tener que describir el conocimiento en el sentido más general del término. A falta de otros argumentos o precisiones que aconsejarían, por lo menos, una revisión del rumbo, la alternativa por la que opta McQuail en su exposición es una consecuente tautología apoyada en una metáfora topográfica inicial: los medios median porque están en medio.La noción de que los medios de comunicación de masas ocupan un lugar "entre" nosotros mismos y otras personas y cosas en el espacio y el tiempo es una metáfora que invita al empleo de otras metáforas para caracterizar el papel que desempeñan los medios de comunicación de masas y sus posibles consecuencias (íd.: 79)

Siempre en el terreno de la metaforización, el mediacentrismo utiliza imágenes domésticas para precisar el alcance de su perspectiva, que en el intento por evitar las valoraciones subjetivas llega, no obstante, a construir un panorama idílico de funciones comunicativas curiosamente exentas de perturbaciones, distorsiones y conflictos. Sucesivamente, los medios se presentan como una ventana a la experiencia, que amplía nuestra visión y nos capacita para ver por nosotros mismos lo que ocurre, sin interferencias ni prejuicios, como un intérprete que da sentido a acontecimientos que por sí solos serían fragmentarios o incomprensibles, como un vehículo de información u opinión, como una señal que indica el camino, orienta a la vez que instruye, como un filtro, que selecciona partes de las experiencia para dedicarles una atención especial y descartar otros aspectos, como un espejo que refleja una imagen de la sociedad con respecto a sí misma, como una barrera que oculta la verdad al servicio de diferentes fines evasivos o propagandísticos, etc.

Todas esta imágenes resultan apropiadas para ilustrar en sus propios términos los límites del paradigma mediacéntrico. Al reducir la

1 Sin duda, la atribuida condición de equilibrio e igualdad entre emisor y receptor de los medios masivos merece un párrafo aparte, que queda al arbitrio del lector.

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problemática de la comunicación a lo que hacen los medios, se convalida una postura mecanicista para la cual la investigación debería consistir en clasificar acciones y establecer las respuestas presumiblemente provocadas por aquellas. Dichas acciones estarían comprometidas con el conocimiento. Pero no se llega a precisar de cuáles aspectos interesantes del conocimiento se trata. Para nombrar uno solo, a partir de las imágenes domésticas de filtro, espejo, señal, etc. parece que la crítica no estaría incluida en el compromiso de los medios. Por otra parte, se presume en una forma de conocer donde no hay objetivos identificables, sólo contenidos esquemáticamente difundidos Además, otros rasgos de la psicología humana, como los sentimientos, las emociones, las fobias, los traumas, etc., también quedarían excluidos del pretendido funcionamiento general de la comunicación. Por último, el paradigma mediacéntrico desemboca en una visión de la sociedad que no ofrece alternativas: como todo pasa por los medios, estos serían el principal agente de los cambios culturales, sean favorables o negativos, se juzguen críticamente o se celebren con beneplácito.

Hasta aquí, hemos revisado definiciones de medios masivos de comunicación que predominaron en las distintas escuelas y tendencias teóricas que pertenecen al campo de los estudios de comunicación. Completan el panorama del paradigma mediacéntrico de investigación en comunicación algunas precisiones con respecto a las nociones de cultura de masas y sociedad de masas y sociedad de la información.

ii. Las masas, atormentadas

En lugar de intentar una tarea arqueológica ya realizada con éxito en diferentes estudios (véase, por ejemplo: Swingewood, 1979; Martín Barbero, 1987a, : 31-71; Ortiz, 1996: 93-126) acerca de las circunstancias que dieron origen a los términos sociedad de masas y cultura masiva, precisaremos con algunos ejemplos algunas implicaciones de estos conceptos en la perspectiva que enfatiza la centralidad de los medios en las investigaciones en comunicación.

A lo largo de los cien años de estipulada por primera vez la acepción multitud informe de dóciles individuos para el concepto de masa, ciertas denominaciones han procurado reemplazar el rótulo sociedad de masas por otros, que condensan propiedades asociadas a los sucesivos cambios que ocurrieron en las sociedades occidentales: sociedad de la información, sociedad tecnotrónica, etc. Sin embargo, ninguno de ellos ha logrado desplazar en forma definitiva al término y a su acepción. Una prueba de ello es que se persiste en hablar de comunicaciones masivas y en medios de comunicación de masas. ¿A qué se debe tal continuidad? ¿A una de las

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tantas rutinas intelectuales que consiste en utilizar las mismas palabras para referir cosas diferentes? ¿Al matiz pluralista que ciertos autores lograron introducir entre las acepciones de la denominación, estableciendo que la integración de los trabajadores, campesinos, etc. a la sociedad marca el fin de la marginalización de que fueron víctimas? ¿A la tibia adhesión que lograron las propuestas de rotular a la sociedad contemporánea con calificativos menos comprometidos con una perspectiva crítica, y más orientados a demostrar la benignidad e inestabilidad de las transformaciones?

Tal vez no hay respuestas concluyentes, pero es posible intentar una clave que parece implicar varios aspectos relacionados. La idea de masa es ante todo una imagen visual, una forma esquemática de representación de un fenómeno que en principio agita sensaciones donde están ligadas sólidamente lo desagradable y lo sorpresivo frente a una irrupción abrupta. De pronto, la aborrecible figura de la bajeza humana, de la vulgaridad, de lo miserable, cobra presencia en los trenes, en las plazas, en las calles, corporeizada en el multiplicado paso de miles de seres sin rostro, sin alma individual, cuyo deambular agitado e insensato produce terror porque augura el fin de los buenos tiempos de la sociedad fragmentada por residuales distinciones aristocráticas y otras formas más actualizadas de la exclusión. El terror que esos seres producen no permite o no aconseja discriminar entre sus voluntades e inquietudes; todos parecen querer, hacer y ¿pensar? lo mismo. Han llegado a las ciudades las multitudes campesinas con su hedor característico, pero el refinamiento de los modales impide referirse a ellas con una imagen que evoque escatologías y podredumbres. La mejor representación de la sorpresa ingrata ha de combinar en dosis razonables el elitismo, la repugnancia, la buena educación y la idea conceptuosa de animalidad, de rebaño, de infame distinción que corresponde a los recién llegados: masa es la palabra.

Surgida de cierta encrucijada histórica como una estimación negativa del otro, la idea de masa habrá de desplazarse por el esquema valorativo repetidas veces hasta asentarse con cierta comodidad en el presagio optimista de una sociedad sin ideologías. Sólo habrá de conservar una condición: la de implicar una mirada indiscriminadora, generalizante, abstracta, bajo cuyas afiladas cuchillas caerán seccionadas numerosas características de lo social, entre las que se cuentan la espontaneidad, la libertad, los sueños íntimos, los profundos anhelos, las utopías de los grupos sociales. En otras palabras, además de referir una serie de circunstancias históricas entrelazadas con prejuicios discriminadores, la idea de masa revela un vicio de procedimiento del que, efectivamente, es difícil librarse: pensar a la sociedad como un todo no metafórica, sino

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plenamente. El instrumento conceptual de fácil manejo viene proporcionado por un mecanismo de neutralización de diferencias que iguala a los individuos más dispares, y que sólo permite aislar rasgos distintivos motorizados por la estructura social o por condiciones biológicas tan elementales como improcedentes: la raza, el lugar de nacimiento, el nivel de instrucción, la edad, el oficio, etc.

En buena medida, el paradigma mediacéntrico deriva de la esquematización preliminar insertada sutilmente en la consideración de las masas donde prevalece la acepción de multitud informe. Las audiencias son tratadas de un modo no diferenciado, las personas son receptores, los mensajes impactan o causan efectos imperceptibles para los propios individuos, pero accesibles para los investigadores, la experiencia y las percepciones personales deben ceder terreno a un grado de percepción común de la realidad, requisito de la vida social organizada, cuya inevitabilidad es postulada no por los ciudadanos legos, sino por los expertos investigadores. Pero entre los autores que abordaron la cultura masiva en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial y sus contemporáneos investigadores de la comunicación de masas que adhirieron al paradigma mediacéntrico hay varias diferencias. Estos últimos tomaron el concepto para no volver a revisarlo durante mucho tiempo. Aquéllos, en cambio, lo utilizaron para exponer encontradas versiones de un panorama social que se presentía como renovado, ya sea en sus promesas, ya sea en sus amenazadoras consecuencias.

Un argumento de tales diferencias puede encontrarse en la ligera distinción que persiste en la terminología: industria cultural, sociedad de masas, cultura de masas, medios masivos de comunicación. Otro testimonio de las diferencias reside en el carácter cientificista de los estudios de comunicación, enfocados a desentrañar efectos y a probar influencias en la masa, enfrentado a los trabajos ensayísticos de un Bell o un Shils, o un Mac Donald, deslizándose por el eje axiológico entre los polos de un pluralismo paradisíaco o un monstruoso anti-arte que el sistema de los medios estaría contribuyendo a forjar. Equivocadamente o no, tanto los defensores como los detractores de la cultura de masas asoman una interpretación sobre la sociedad, mientras los investigadores del paradigma mediacéntrico concentran sus energías en la comunicación, por entonces ya reducida a los efectos de los medios sobre las audiencias indiferenciadas. ¿Qué motivos impulsaron a una segmentación del saber donde la cultura, la política, la economía, la vida cotidiana, los sentimientos, la experiencia del tiempo y el espacio quedaran relegadas de las investigaciones en comunicación? ¿El carácter de investigación administrada con que Lazarsfeld justifica la cortedad de miras de los

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estudios de las audiencias? ¿Cierto positivismo, propulsor de una continuidad radical entre el saber de las ciencias naturales y el de las ciencias sociales? ¿La posibilidad de encontrar fáciles subvenciones entre las empresas productoras de comunicación? ¿Una radicalización del esquema interpretativo que propone la noción de masas, según el cual la sociedad sería nada más que la suma de comportamientos individuales cómodamente abordables mediante la observación, las encuestas y las estadísticas?

Por otra parte, parece oportuno destacar que la crítica a la sociedad de masas que formulan Horkheimer y Adorno no procede del esquema de interpretación entre elitista y globalizador que propone la noción de masas, sino que se dirige especialmente contra una consecuencia de dicho esquema: la organización racional instrumental de la sociedad industrial, cuya propia dinámica, deriva de aquel principio. Horkheimer y Adorno no presuponen, pues, una perspectiva según la cual existan las masas, sino que cuestionan el origen de esa perspectiva y de esa existencia. La sociedad de masas es tematizada no simplemente como una evidencia lamentable de la pérdida de privilegios aristocráticos, sino como una aplicación sistemática de la forma ingenieril de representar y producir la sociedad: no cuentan las "cualidades secundarias" y aquello que no puede formularse en una ecuación debe arrojarse por inservible. Los individuos que conforman la masa no son estúpidos por naturaleza, sino desdichadas víctimas propiciatorias inmoladas en el altar de los cultos modernos al progreso, al consumo, al orden, a la democracia de masas:Son las concretas condiciones del trabajo en la sociedad las que producen el conformismo, y no impulsos conscientes y deliberados que intervendrían para estupidizar a los hombres oprimidos y desviarlos de la verdad. La impotencia de los trabajadores no es sólo una coartada de los patrones, sino la consecuencia lógica de la sociedad industrial, en la que se ha convertido el antiguo destino a causa de los esfuerzos hechos para sustraerse a él (Horkheimer y Adorno 1987:53).

iii. De usos, gratificaciones y aprendizajes

¿Fue simplemente una reacción frente a las inconcluyentes aseveraciones de las investigaciones sobre los efectos lo que movió a algunos investigadores a replantear el paradigma mediacéntrico? ¿Acaso las críticas nunca del todo injustas a la televisión norteamericana habían saturado con sus prejuicios el campo de los estudios de comunicación que resistía a pie firme contra el pluralismo masificador? ¿Cómo responder desde la rígida visión unilineal de la comunicación la aceptación creciente que iban recibiendo los medios de comunicación, sin incurrir en la burda simplificación de la manipulabilidad de las audiencias, la alienación, el control social y la domesticidad de esa dócil mascota que es el ciudadano

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norteamericano promedio?

Diferentes problemas reclaman diferentes soluciones. El mediacentrismo, que ya parecía asfixiado por su cordón umbilical, había devenido una criatura de resultados de investigación poco menos que anodinos. Ejemplifica esta situación la irrefutable afirmación de Wilbur Schram (1970), quien con puntualidad repetía: ciertos mensajes de ciertos medios producen ocasionalmente ciertos efectos en ciertos individuos. La descontextualización operada con la problemática comunicacional no parecía resolverse con los complicados esquemas de retroalimentación, influencias contrapuestas y otras nociones pormenorizadas que contribuían a relativizar cada vez más un campo cuya segmentación, sin embargo, no se revelaba todavía como infértil.

Por otra parte, una forma alternativa de interesarse en el campo de los estudios de la comunicación había asumido la defensa entre puritana tradicional y obstinada en los valores de la cultura superior, bajo cuya piel ovina se ocultaba un ataque que amenazaba la rentabilidad de los productos de Hollywood y de sus parientes pobres de los comics, el rock and roll y la literatura masscult. Por supuesto, la presa más codiciada de la crítica sería la televisión, el cordero más desamparado de todos -según explicarían algunos de sus pastores- en razón de que está siempre encendida, de que es un medio cool, o de que sus mensajes convocan a una decisiva actividad de los televidentes. La monumental adhesión de las masas a la causa televisiva, ampliamente verificada con métodos estadísticos, pero robustecida hasta la exageración por las campañas institucionales de las corporaciones productoras de televisión, no tenía por entonces una explicación convincente. Tampoco se podía seguir recurriendo al principio de los efectos indiferenciados, dado que éste -además de que nunca hubiera sido contrastado empíricamente- implicaba una molestia al pretendido individualismo autónomo, blasón del American life way. Tampoco correspondía adjudicar toda la responsabilidad a los medios, porque las corporaciones todavía financiaban algunas investigaciones académicas y su influyente presencia internacional era sentida como una afirmación del mundo libre contra el comunismo soviético.

Estas y otras circunstancias difíciles de comentar en pocas líneas (ver Mattelart y Mattelart, 1997: 23-39, 98-106) promovieron hacia los años setenta un trayecto de investigación que en poco tiempo habría de concitar el interés de importantes investigadores en todo el mundo. Básicamente, y en oposición a la hipótesis generalizada de que los mensajes mediáticos eran los responsables fundamentales de efectos negativos e indiferenciados, el enfoque renovó algunos argumentos según los cuales los miembros de la audiencia no serían receptores pasivos ni víctimas inocentes de los medios.

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Reforzaban estos argumentos algunas observaciones generales, que gozaron, acaso gracias a su poder sugestivo o a su vaguedad, de una aceptación tan indulgente como rápida.

En realidad, observan estos revisionistas del mediacentrismo, la gente usa los medios masivos, como también usa otros artículos y enseres. ¿Para qué los usa? Fundamentalmente para gratificarse, término que en el contexto de esta nueva perspectiva llega a ser sinónimo de satisfacer necesidades humanas particulares y específicas. La pregunta fundamental de la investigación sobre los medios invirtió los términos: en lugar de qué hacen los medios con la gente, fue enarbolada la cuestión de qué hace la gente con los medios. Detrás de esta pregunta, estaba el nuevo concepto: la audiencia activa. Pero un poco más atrás, casi invisible por la deslumbrante luminosidad del revisionismo crítico, el mediacentrismo esperaba agazapado: también ahora, más allá de los ultrajes, algo tenían que ver los medios con los estudios de comunicación.

Dos operaciones convergen en la base conceptual de esta perspectiva. De una de esas operaciones se obtuvo como resultado la asimilación de las diferencias entre dos nociones favoritas de los detractores de la teoría de la manipulabilidad: la polisemia de los textos y el pluralismo cultural. Los textos mediáticos, comprobarán los gratificacionistas, admiten más de una lectura (polisemia), y no hay ley que obligue a los receptores a optar por los sentidos inicialmente dados por los emisores a sus mensajes (pluralismo). Esta amplísima libertad de lectura presupone sin cuestionamientos una identidad profunda entre posibilidades de acceso y capacidad de selección. El consumo de televisión, por ejemplo, es mayoritario gracias a la relativamente cómoda accesibilidad al medio y a la costumbre de tratar con las convenciones y los géneros televisivos, que, como se sabe, no se caracterizan por renovarse constantemente. Sin embargo, de esto no se sigue que las audiencias sean capaces de seleccionar aquel de los sentidos que para sus preferencias o estilos resulte más gratificante. Pero como tampoco se sigue lo contrario, los gratificacionistas proponen una típica cuestión empírica, que la investigación puede contribuir a resolver.

A fin de precisar esta nueva incorporación a los estudios de comunicación de masas, y de especificar el contenido de las tareas empíricas, fue necesario reconsiderar la imagen de la bala mágica que el mediacentrismo había instalado a propósito de los mensajes, y justificar su reemplazo por una concepción centrada en la actividad de los miembros de la audiencia. Estos, de despreocupados espectadores devendrían consumidores en procura enérgica de alguna forma de compensación personal. La clave triple que permitía explicar este pasaje de la pasividad

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de las audiencias a las inquietudes y actividades semióticas de los televidentes estuvo conformada por la apertura de los textos mediáticos, la libertad de lectura y la búsqueda de gratificación. Mientras que para las dos primeras cuestiones se disponía de material específico suficientemente desarrollado, al menos para los primeros escarceos, la noción de gratificación de las audiencias demandaba planteos más detallados de los que tenía para ofrecer la psicología experimental.

Por ello es que, a consecuencia de la firme creencia en la libertad de lectura se hizo impostergable una segunda operación. A partir de una tipología de las relaciones que las personas manifiestan establecer con los medios, los investigadores gratificacionistas intentaron explicar el modo en que los individuos se valen diferencialmente de los medios con el fin de satisfacer sus necesidades. Para esto, desarrollaron distintas matrices donde distribuir los tipos de gratificaciones que pueden proporcionar los medios. Veamos sintéticamente cómo se aplicaron estas matrices sobre un tema recurrente en las críticas a la televisión: su carácter evasivo.

Efectivamente, las encuestas revelaban que muchas personas utilizaban la televisión para evadirse. Consecuentes con la expulsión de los medios como centro de los debates, los gratificacionistas antepusieron el criterio de que los medios no obligan a las personas a evadirse ni son la causa de tal evasión. (Como si dijéramos la puerta abierta no es la causa de que el perro se nos escape. En realidad, la puerta abierta es una condición de la huida, no el motivo. Ahora bien, ¿podría escaparse el perro si no hubiera calle por donde huir? En ese caso, los medios ¿serían la puerta abierta o la calle?) Explican los gratificacionistas que la gente decide escapar de ciertas situaciones o de ciertas disposiciones de ánimo y trasladarse a otros mundos. Y que lo hace por múltiples razones. En un estudio McQuail, Blumler y Brown (1972) clasificaron las formas de evasión y las invocaciones sutiles con que las personas se refieren a los medios como instrumento de evasión. Aplicando su hipótesis gratificacionista, McQuail y sus compañeros definieron la disposición para la evasión como un tipo de gratificación que los medios pueden proporcionar. Lo que esta investigación arrojó como resultado fue una amarga comprobación: la complejidad e inconsistencia de las relaciones que establecen los miembros de la audiencia con los medios masivos requiere de una paciente, pero esencialmente prolongada y amplia recolección de datos.

Otro investigador, Karl Rosengren (1974) organizó los numerosos datos recogidos a lo largo de diferentes investigaciones gratificacionistas y elaboró un modelo de los sistemas de comunicaciones con el objetivo de explicar el proceso por el cual los individuos utilizan los medios.

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Rosengren representaba la búsqueda de gratificaciones como un escabroso itinerario cuyo punto inicial eran las necesidades biológicas y psicológicas de las personas y cuyo punto terminal era la gratificación. Las estaciones intermedias serían la percepción de problemas, la definición o atribución de éstos como necesidades, la selección de alternativas para la satisfacción de tales necesidades, y la ejecución de los actos con los que los individuos esperan alcanzar la gratificación. Ya hacia el final del trayecto, los individuos están en condiciones de establecer contacto con los medios masivos como formas de actividad social que luego satisfarán o no la necesidad. Pero como lo indica el modelo, este es un camino sinuoso. Una de las curvas más peligrosas es el hecho de que las personas que se relacionan con los medios para gratificarse, lo hacen siguiendo una serie de profundas pero conceptualmente vagas influencias, que no es posible explicar sistemáticamente (Lull, 1997; Curran, 1997, Morley, 1996).

Aunque implica un paso decisivo en la rearticulación del campo de la comunicación, se han señalado al enfoque gratificacionista algunos inconvenientes teóricos y metodológicos. El modo en que las personas usan los medios con el fin de satisfacer necesidades es un proceso cognitivo y conducta prácticamente inaccesible para el análisis empírico. Como la base teórica de estos enfoques era el behaviorismo, la adaptación de metodologías cuantitativas y de nociones procedentes de la psicología derivó en el hecho de que las investigaciones terminaran relegando aquella parte de los fenómenos que las estadísticas no pueden contener y ni expresar de los complejos asuntos de las emociones y los sentimientos humanos.

También existe un tropiezo conceptual que torna problemático el enfoque de la audiencia activa. Los gratificacionistas afirman despreocupadamente que muchas personas parecen deseosas de que lo medios atiendan sus intereses personales, y que logran satisfacer tales deseos mediante un creativo y selectivo empleo de las ofertas mediáticas. Hasta aquí, el supuesto tiene el mismo estatuto que la afirmación de que el secador de cabello es utilizado por muchas personas para fines propios, y que los calvos o bien son indiferentes respecto del secador, o bien son creativos, se apartan de los usos normales y se valen del artefacto, por ejemplo, para avivar las brasas de sus parrilladas. Es frecuente encontrarse con la referencia al hecho de que las personas con baja escolarización aprovechan los programas de preguntas y respuestas para ampliar sus conocimientos enciclopédicos. Algo similar se presume que puede pasar con el cine, las telenovelas y otros productos mediáticos, que brindarían a las personas una especie de consultoría para resolver problemas de índole afectiva, doméstica, laboral etc. Ha habido, desde hace muchísimo tiempo,

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secciones de periódicos y programas de radio o televisión inspirados en el consultorio sentimental y sus funciones de "contención" para las personas desdichadas, afligidas o angustiadas. También están los programas útiles para la mujer, donde además de reforzarse el degradante status de ama de casa, se empobrece la imagen femenina con definiciones insultantes de belleza corporal, consejos comerciales para el empleo de productos, recetas del arte culinario e incalificables desfiles de moda.

El hecho de que ciertas personas aprovechen estos servicios ofrecidos por los medios, y negocien aquellos sentidos que les interesa priomordialmente para descartar u omitir los que afectan o contradicen sus creencias básicas, es más una cortina de humo para dispersar a los críticos de los medios que un dato contundente a favor del gratificacionismo. En primer lugar, los contenidos mediáticos resueltamente instructivos no son la norma sino la excepción, y tienden a desaparecer por diversas razones. En segundo lugar, el desglose de sentidos que hacen los expertos en comunicación requiere de un análisis que en la práctica de los televidentes sería imposible según el propio esquema gratificacionista. Si los miembros de la audiencia procuran alguna de las finalidades descriptas por las matrices de gratificaciones proporcionadas por los medios (diversión, relaciones personales, referencias y fortalecimiento de la identidad personal, información sobre asuntos públicos o de notoriedad), entonces no es claro cómo podrían contrastar los puntos de vista propios con los ajenos y ejercer la crítica que demanda la lectura negociada. ¿Cómo explicar que los televidentes sólo se quedan con lo que les interesa si reciben un paquete que no pretenden abrir? Si la noticia de una manifestación estudiantil, por ejemplo, viene acompañada por la referencia a los trastornos en el tránsito sufridos por los no involucrados automovilistas ¿cuán amplia tendrá que ser la libertad de lectura como para que el o la televidente que sólo busca información sobre asuntos públicos discierna entre los motivos y los efectos -indeseados o no- de la protesta?

Por último, los medios como gratificación constituye antes una expresión evaluativa, construida en el marco de unas observaciones específicamente dirigidas por una teoría, que una referencial, espontáneamente utilizada por cualquier televidente. En el caso de los estudios gratificacionistas, las encuestas presuponen una parte central de las respuestas, y orientan la opinión forzando a los televidentes a un tipo de evaluación respecto de asuntos para los que probablemente no dispongan de criterios sistemáticos, que proporcionarían algo de confiabilidad a las declaraciones de los encuestados.

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3. Sospechas e intuiciones

¿Qué significaría, entonces, investigar en comunicación en América Latina? Una rápida respuesta a esta pregunta podría ser la siguiente: poner en duda y someter a análisis todas las certezas, sospechar de las recetas teóricas y suspender por tiempo indeterminado el dogmatismo. Más que una definición epistemológica, esta respuesta implica una actitud esperanzada, o si se prefiere, un manojo de ilusiones, donde se apretujan los proyectos y las utopías de construir una sociedad estrictamente democrática, sin desigualdades ni exclusiones, sin impuestas definiciones unidimensionales del progreso, de la felicidad, del bienestar. Investigar en comunicación es, en este sentido, mantener la ilusión de que algún día podremos combinar los retazos del método científico con una porción de la realidad social para poder comprender y tratar algunos problemas que persisten. Mientras tanto, deberíamos ir haciendo un entrenamiento que aunque no nos garantice resultados eficaces, parece prevenirnos al menos de ciertas consecuencias indeseables que muchos autores e investigadores latinoamericanos, desde distintas posiciones y experiencias políticas, se han ocupado de señalar: (...) los problemas que enfrentamos no tienen, como nunca tuvieron los problemas sociales, una solución inscripta en su enunciado. Se trata más bien de preguntar para hacer ver y no de preguntar para encontrar, de inmediato, una guía para la acción. No son preguntas de qué hacer sino del cómo armar una perspectiva para ver. Hoy, si algo puede definir la actividad intelectual, sería precisamente la interrogación de aquello que parece inscripto en la naturaleza de las cosas, para mostrar que las cosas no son inevitables (...) Examinar lo dado con la idea de que eso dado resultó de acciones sociales cuyo poder no es absoluto: lo dado es la condición de una acción futura, no su límite. (Sarlo, 1994:10-11)Es evidente que en un país como el nuestro [Chile], tras la experiencia de los últimos veinte años o más, los intelectuales se hallan desprovistos de certezas, que es casi como si el rey anduviera desnudo por la ciudad. Las teorías que abrazaron, sus "paradigmas" o "grandes relatos" sobre la historia se encuentran trizados cuando no irremediablemente quebrados. Hoy se requiere entre nosotros hacer un acto de perseverancia inaudita, más que de lucidez, para declararse marxista, comunitario, neoliberal, positivista o, simplemente, un intelectual (...) [en la democracia] no sólo las decisiones deben ser producidas en condiciones que vuelven inciertos los resultados, sino el propio ejercicio de pensar y hablar -que se supone forma el núcleo irreductible del quehacer intelectual- está sujeto a esa incertidumbre de efectos, al constante ir y venir entre argumentos inconclusos, entre las palabras y las cosas, entre significados que no se cierran; en fin, a la natural incertidumbre que sobreviene cuando nunca más se pretende estar en posición de decir la última palabra.(Brunner, 1992: 201).

Sin certezas ni paradigmas, ya no puede confiarse en caminos trazados. Inventar alternativas, más que descubrir verdades ocultas, probar a mirar desde perspectivas no intentadas, preguntar y escuchar, más que reprobar desde el prejuicioso sitial del academicismo compartimentado,

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que solo demanda en los exámenes por respuestas que ya conoce, y que solo se pronuncia para (des) calificar. Ejercicios intelectuales que ciertamente la educación formal se encarga de atrofiar, o en todo caso de no alentar, la investigación latinoamericana en comunicación ha llegado a pretender, a pesar de lo acartonado y ampuloso de su denominación, ser un campo de exploración hecho de interrogaciones y movilidades, no de aserciones y esquematismos. Sus preguntas se refieren a la detección de problemas, y en el trasfondo de esta detección, es invariable la presencia de alguna hipótesis, de cierta teoría, de un ordenamiento preliminar que hunde sus raíces en algún lodazal reconocible como marco teórico, o simplemente como supuestos básicos generales.

A pesar de su insistencia en la movilidad, y muchas veces, contra ella, los investigadores tienen que escribir libros, disertar magistralmente, dictar conferencias. Estos obstáculos complican la posibilidad de las ilusiones, porque en los textos la claridad y distinción se miden con el patrón de la cultura académica tradicional, es decir, con la vara cartesiana cuya obsolencia se pretende denunciar, describir o explicar con las investigaciones. Lo que quería presentarse humildemente como una reflexión que partía del escuchar, corre el riesgo de terminar invistiendo la figura del magister dixit tan repudiado. Las ilusiones devienen certezas, pero se abogaba por un movimiento inverso: destruir las certezas para fortalecer o para renovar las ilusiones.

Sin embargo, no está dicha la última palabra, como acertadamente propone Brunner. Una inspección fortalecida en la clave de las ilusiones nos permite pensar en trayectos de investigación, no en campos constituidos, no en límites esquemáticos, no en efectos indiferenciados, funciones sistémicas o gratificaciones efímeras. Un trayecto implica un movimiento a efectuar para alcanzar un objetivo parcialmente prefijado. Distintos trayectos pretenden evocar la existencia de destinos difusos, incompatibles entre sí, desconocidos por todos. Varios trayectos insuflarían las ilusiones y debilitarían las certezas. Sólo es posible avanzar, de acuerdo con las ilusiones, porque vemos que aunque no todos vamos al mismo, único, prefijado destino, a todos nos corresponden los mismos derechos, complementarias imposibilidades y equivalentes oportunidades.

Investigar la comunicación en América Latina ha llegado a significar, entonces, una actitud de ruptura con muchas tendencias abroqueladas en distintos escenarios de la actividad intelectual. Algunos han sido descriptos ligeramente: el encasillamiento de disciplinas especializadas, la reducción de la comunicación a preguntas concernientes al emisor, mensaje, receptor, la centralidad de los medios en los estudios de comunicación, la dudosa universalidad de las ciencias sociales y la difícil

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adaptación de las teorías de la sociedad moderna en el contexto latinoamericano, el uso de esquemas representativos que abstraen las diferencias sin cuestionarse su proceder disolvente, ciertos empeños por dinamitar el mediacentrismo.

Ahora corresponde recorrer los trayectos de investigación con una serie de prevenciones. Buscamos preguntas, pero hallaremos también algunas respuestas. Nos sorprenderán esquematismos, reduccionismos, contradicciones, metáforas, relatos de viajero, ajustes de cuentas con pretendidos victimarios y sorprendentes elogios a inmerecidos benefactores; críticas y reprobaciones al marxismo, al funcionalismo, al estructuralismo, al post-estructuralismo, a la Teoría Crítica, al folklorismo, al populismo; miradas de reojo a las condiciones posmodernas, a las tecnologías, a las políticas de comunicación. Evitaremos detenernos en los revisionismos críticos que ya han sido escritos con gran probidad por los respectivos revisionistas, y trataremos de acercarnos estudiando las propuestas y los debates, que aunque reconocen un fundamento específico en las revisiones, son las que confieren a nuestra imagen de trayectos de investigación cierto matiz de movilidad y de avance.

Tampoco será muy frecuente el encuentro de términos como teorías, metodologías, hipótesis y otras que pueblan graciosamente el léxico epistemológico. Por obvias razones, este recorrido por los trayectos no pretende ser una epistemología de la ciencia de la comunicación latinoamericana, sino una mirada hacia los temas y cuestiones más trabajados en las investigaciones orientada por la pregunta planteada al comienzo de este recorrido: ¿debemos renunciar a una teoría general, y persistir con el ensayo, con los análisis fragmentarios, con las intuiciones y las sospechas?

i. Condiciones de producción

De acuerdo con sus aspiraciones de mayor alcance, los trayectos de investigación en comunicación defienden una agenda de cuestiones (una delimitación problemática preliminar), donde se ponen de manifiesto las principales diferencias que hacen de la investigación latinoamericana un tipo de actividad intelectual que ha evolucionado con parcial autonomía respecto de las grandes corrientes teóricas procedentes de Estados Unidos y Europa. Por cierto que, en sí mismo, esto no constituye una virtud, pero de ningún modo implica una sensible pérdida de calidad académica. Tampoco sería una pretensión por forzar alguna clase de partición del saber apoyada en criterios geográficos. La autonomía de la investigación latinoamericana en comunicación procura establecerse a partir de una percepción de problemas diferentes, y no sólo a partir de una percepción disímil. Como lo

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expresa Martín Barbero (1987c: 203; 1988a:51): , No son únicamente sin embargo los límites del modelo hegemónico [el mediacentrismo] los que nos han exigido cambiar de paradigma. Fueron los tercos hechos, los procesos sociales de América Latina, los que nos están cambiando el "objeto" de estudio a los investigadores de comunicación.

Ahora bien, ¿cuáles son esos tercos hechos a que se refería Martín Barbero hace algo más de diez años? Intentemos una lista desordenada: los efectos de las políticas de modernización, de la transnacionalización de la economía, de las sucesivas transformaciones del Estado en tiempos populistas, desarrollistas y neoconservadores, las crisis de las identidades nacionales y regionales, la creciente desigualdad social, las condiciones político- culturales de los procesos de democratización tras las distintas dictaduras, las secuelas de los archi-repetidos procesos de ajuste de las economías, tanto de marginalización, desempleo, migraciones forzadas, como de crecimiento de las capas medias, urbanización de la cultura, expansión del consumo y el crédito, etc. Todos estos asuntos han oficiado como presiones para que los investigadores reconsiderasen el estudio de la comunicación con parcial autonomía respecto de las corrientes teóricas extranjeras que habían definido el campo de la comunicación como atravesados por otras cuestiones, con dispares impactos y consecuencias, en las sociedades modernas.

Próxima a o complementaria de la percepción de problemas diferentes ha sido también cierta diferencia en la percepción de los problemas a enfrentar. ¿Corresponde asociar tales diferencias al carácter particular de las cuestiones definidas como problemáticas, o a la existencia de sensibilidades distintas, adjudicables a preferencias conceptuales y posturas ideológicas de los investigadores? Alguno autores describen el proceso de la investigación como una actividad que consiste, más que en descubrir algo que se hallaba oculto, en una construcción de sentidos sometida a ciertas convenciones (el método, las disertaciones, los informes de avance, los textos científicos). En este sentido, las diferencias entre las versiones de investigación en comunicación norteamericanas y europeas, por un lado, y la latinoamericana, por otro, resultan ligeramente superficiales en lo que respecta a la observancia de las convenciones más generales de la actividad investigativa. Sí, en cambio, corresponde puntualizar que, en general, los productos construidos por las diferentes versiones de investigación son divergentes en otros aspectos además de los implicados en la percepción de problemas disímiles descripta.

Estas otras divergencias podrían explicarse como una consecuencia de lo que comenta Schmucler a propósito de una particularidad del contexto en que se desarrolla la investigación latinoamericana, que por comodidad

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llamaremos condiciones de producción:No sé si merece algún elogio, pero en América Latina se entrecruzaba el logos y el drama. Tal vez por eso, en una región donde el pensamiento europeo llegaba con rapidez, sólo tardíamente se compartió la sospecha de que las palabras no remitían a las cosas. La convicción de que se podía ofrecer resistencia a aquello que estaba impuesto, es decir, que la historia no era un destino inapelable, seguramente influyó para que se ignoraran durante largo tiempo términos como "posibilismo" que se habían instalado en otras regiones. En las investigaciones en comunicación, un núcleo crítico, que no era el único pero que llegó a ser representativo del conjunto, se aprendió muy temprano que comunicación y cultura nombraban cosas semejantes. Este comprender la comunicación en el espacio de la cultura no relativizaba las fronteras: se apostaba a otra cultura que negaba aquella a la que se ponía en cuestión (Schmucler, 1997:155).

Sumado a la actitud cautelosa que aconsejaba escuchar y abrirse a las posibilidades de una cultura democrática, este carácter impugnador de la investigación latinoamericana en comunicación, donde se combinan el logos y el drama, ha configurado una particular inestabilidad en los trayectos de investigación. No es sencillo pretender refutar la inapelabilidad del destino con medios académicos. Las aspiraciones de la investigación deben traducirse a objetivos de proyectos concretos, la ilimitación del campo debe convertirse en un reconocible y actualizado conjunto de lecturas de material bibliográfico, las tareas del escuchar y preguntar que demandaban las aspiraciones tienen que poder convertirse en una metodología cualitativa, etnográfica, de estudios de recepción o de consumo cultural. En fin, parece que el ámbito académico determina- en el peor sentido de la palabra- que aquellas aspiraciones pasen a engrosar la lista de actividades docentes administradas por una tecnocracia cuya sensibilidad frente a los problemas sociales recuerda a la de los peñascos precámbricos. El filtro que de esta manera opera sobre la investigación puede no arrinconar definitivamente a las aspiraciones, pero sí logra que los investigadores, que podrían concretarlas, ocupen su tiempo -de por sí escaso- en completar formularios, informes y pedidos de subsidios.

Podría desmentir estas observaciones acerca de las condiciones de producción de la investigación latinoamericana alguna que otra excepción en la órbita de instituciones no universitarias -que no son las que congregan a la mayoría de los investigadores- y la impronta personal o el talante de nuestros obstinados estudiosos. En muchas ocasiones, el fracaso terminal de las instituciones se posterga gracias a la tenacidad y perspicacia de las personas que trabajan en ellas. Pero las ideas dominantes, las modas intelectuales y las presiones académicas normalmente desbordan las virtudes más consistentes de los individuos, y los someten a desdichadas consecuencias. En el caso de la investigación en comunicación, pudo haber ocurrido lo que en 1996 Schmucler consideraba, a pesar de su esperanzada atención a las numerosas excepciones, la regla que gobernaba los estudios

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de comunicación: el giro hacia el conformismo.Cuando se observa el mapa actual de las investigaciones sobre comunicación en América Latina y se lo compara con el inventario ofrecido hace apenas siete años (para no mencionar lo que acontecía hace veinte), es difícil evitar la sensación de que un desanimado viento de obviedad y resignado conformismo recorre el continente. (1997: 153).

Otra de las condiciones de producción de la investigación latinoamericana, que parecer vigorizar las influencias negativas de la anterior, se refiere a la cuestión, más específicamente intelectual, que comenta Schmucler. Al comenzar este apartado se mencionaba una actitud general de apertura de parte de los investigadores. De acuerdo con dicha actitud, las aspiraciones más amplias sólo parecen verse satisfechas si en lugar de una crítica prejuiciosa e infundada procede, en la actividad investigativa, una atención a los discursos y prácticas de los distintos sectores sociales. Esta exigencia ética es responsable de consecuencias epistémicas. La ruptura con el mediacentrismo y con otras formas de reducir la complejidad de la vida social a las herramientas disponibles en el ámbito de las disciplinas académicas constituidas, impulsa a los investigadores a desarrollar nuevas perspectivas de análisis y observación en reemplazo de las que se consideran caducas formas de ver y de descontextualizar. En muy pocos casos se han podido desarrollar herramientas suficientemente confiables, o al menos unas que merecieran un consenso mayoritario. Por otra parte, la obtención de semejantes instrumentos (nocionales o metodológicos) parecería o bien desmentir a las aspiraciones, o bien demostrar que éstas ya han sido concretadas. En cualquiera de los dos casos, los investigadores se quedarían sin trabajo.

El apremio que muchos investigadores tienen por publicar sus resultados de investigación reconoce orígenes de índole personal, profesional, académica, económico, etc. Obviamente, esto lleva a la urgencia por producir resultados, un tipo de ansiedad instalada en las profundidades íntimas de los investigadores, quienes sencillamente pueden echar mano de planteos, metáforas, nociones que más allá del clima intelectual de la época, del prestigio de sus autores o de la seducción que desde ellas mismas pueden ejercer, probablemente sólo tengan como mérito haber contribuido a acelerar los "resultados de la investigación". Consecuentemente, la apertura a los discursos de los otros sectores sociales se convierte en un arma de doble filo, porque entre los otros sectores también están ciertos influyentes pensadores, que desde la despreocupada condición de asesores gubernamentales de las grandes potencias, o desde la aterciopelada butaca de sus gabinetes de primer mundo decretan extinguidas las ideologías, acabada la historia o advenido el momento de la hermandad universal, testimoniado por cadenas de hamburgueserías

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establecidas a lo largo del planeta y por ídolos lánguidos de la música o las películas, cuyos rostros sudorosos se exhiben por doquier como estandarte de la nueva comunidad de ciudadanos consumidores.

A pesar de que ha sido expulsado el mediacentrismo, la tendencia a valerse de estrategias conceptuales semejantes no ha enflaquecido, sino que reimpulsada por la emergencia de los conflictos locales que plantean las minorías de todo tipo (étnicas, religiosas, sexuales, automovilísticas) ahora regresa con pensamientos regordetes que pretenden que los medios serían, nada menos, que el reaseguro de una proliferación constante de visiones del mundo: Adorno (...) preveía que la radio (...) tendría el efecto de producir una homologación general de la sociedad, permitiendo y hasta favoreciendo, en virtud de una suerte de tendencia propia, demoníaca e intrínseca, la formación de dictaduras y gobiernos totalitarios capaces de ejercer, como el "Gran Hermano" de 1984 de G. Orwell, un control arterial sobre los ciudadanos, a través de la distribución de slogans, propoganda, (...) visiones estereotipadas del mundo. Sin embargo, lo que de hecho ha sucedido, a pesar de cualquier esfuerzo por parte de los monopolios y las grandes centrales capitalistas, es, más bien al contrario, que la radio, la televisión y los periódicos se han convertido en componentes de una explosión y multiplicación generalizada de Weltanschauungen: visiones del mundo. (Vattimo, 1996: 78).

El parentesco con aquel esquema representativo sugerido por el concepto de masa, a pesar de sus retoques cosméticos, salta a la vista: otra vez los medios en el centro de la escena, otra vez la sociedad como la suma lineal de los individuos aislados y abstractos. El retoque consiste en que en lugar de ser mentada una masa, ahora hay infinitas minorías. En el esquema anterior a los remiendos, la existencia social de las personas era concebida como fuertemente afectada por efectos indiferenciados de los medios. Gracias a los recientes ajustes, comprendemos que la vida de las personas transcurre detrás de las detonaciones que hacen añicos las visiones del mundo, multiplicando su número, no vaciando sus sentidos. En 1990 Vattimo sintetiza algunas de las nuevas formas sugestivas que permiten acelerar los resultados de investigación comentados. El clima intelectual, la obligación de estar actualizados con las lecturas, la siempre bien acogida propuesta de una comunicación plural (tan acorde con las aspiraciones de gran alcance), la aparente defensa de la libertad de las personas que la sociedad transparente explota a pesar de los esfuerzos de los monopolios, hicieron el resto.

Por cierto, el conformismo y el desanimado viento de obviedad que discute Schmucler no tienen un origen estricto sólo en las condiciones de producción de la investigación. Prueba de ello son las numerosas excepciones. Sin embargo, la apertura pluralista, que marcan las aspiraciones de mayor alcance, debería pasar de ser una ilusión a una

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posibilidad, y no a una certeza. En la traducción de aquellas aspiraciones a los objetivos concretos de la investigación, exigida por la tecno-burocracia académica, puede haber un resquicio que, otra vez, las excepciones ratifican. También la regla que parece presidir el conformismo es una construcción de los hombres: no es inevitable, sino la condición de una acción futura hacia la que se encaminan los trayectos de investigación en comunicación en América Latina.

ii. Las propuestas desde las sospechas.

Hasta acá, prácticamente nos hemos aproximado a los trayectos de investigación con observaciones muy generales respecto de las impugnaciones, las ilusiones y las condiciones de producción. Parece oportuno revisar las propuestas de trabajo y prestar atención a las sospechas con que hacia el comienzo de la década de los ochenta los investigadores configuraron lo que un autor británico, Philip Schlesinger (1989) denominó aportaciones de la investigación latinoamericana, de acuerdo con su comprobación de que[...] existe una línea divisoria, con toda seguridad permeable, pero, no obstante, definitiva, y que en algunos aspectos delimita la especificidad del trabajo latinoamericano (íd.: 55).

En 1982, Héctor Schmucler (1997:145-151) había construido una de las propuestas que le permitirían pocos años después a Schlensiger ponderar apropiadamente la especificidad de los trayectos de investigación. Esta propuesta, más que formularse en términos académicos de usanza tradicional (planteo del problema, marco teórico, etc.) parte de una sospecha: no puede investigarse sobre comunicación si previamente no se retorna al sentido primordial del término, que en la historia de occidente se ha luchado bizarramente por desdibujar, en un primer momento asociándolo tranquilizadoramente con otro, y finalmente, reemplazándolo en forma subrepticia: [...] distinguiremos centralmente dos maneras de concebir la comunicación 1. - la comunicación en un sentido técnico-instrumental, es decir las distintas maneras de transmitir algo separable, en unidades de información, y 2. - la comunicación en sentido ontológico-moral (o antropológico, constituyente de lo humano): es decir, como manera de ser de los hombres en el mundo. Nuestro interés se fija en esta segunda perspectiva, puesto que nos preocupan los estilos de vida, o sea, el vivir humano en el mundo. Desde esta óptica observamos la comunicación técnico-instrumental que, sin duda es la versión dominante en casi todo el planeta. La tecnología redimensiona su importancia; la redefinición de los sistemas comunicativos deja de ser un mero problema de transferencia tecnológica -con sus virtudes y sus peligros para la economía y la autodeterminación de los países periféricos-, para ingresar al destino mismo de las culturas (Schmucler, 1997:112-113).

En la sospecha básica de Schmucler constan, ciertamente, planteos

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teóricos en los que es relativamente fácil encontrar rastros de la Escuela de Frankfurt y de cierta tradición marxista. Sin embargo, lo que confiere el carácter de sospecha a las bases de la propuesta no son tanto las ideas que Schmucler explicita, sino aquellas que deja entrever tras la autocrítica, la obstinación y la ilusión. Véase, al respecto, la cita con que comienza este capítulo. Estas ideas, implícitas porque tal vez no se puedan formular de una forma académica o cientificista sin traicionarlas, han sido condensadas en un título: Comunicación/cultura, y han dado origen a la revolución de los estudios de comunicación durante los años ochenta y noventa, no porque hayan influenciado categóricamente a todos los investigadores, sino por dos razones fundamentales: se refieren a las aspiraciones de apertura, de inclaudicable resistencia a lo dado, de réplica y de reconocimiento de las diferencias que han permeado prácticamente a todos los trayectos de investigación. En segundo lugar, porque han trazado la línea demarcatoria a la que aludía Schlesinger casi utilizando una licencia poética, pero que Schmucler sospechaba en una forma no metafórica, sino conceptual:La barra (comunicación/cultura) genera una fusión tensa entre elementos distintos de un campo semántico. El cambio entre la cópula y la barra no es insignificante. La cópula, al imponer la relación, afirma la lejanía. La barra acepta la distinción, pero anuncia la imposibilidad de un tratamiento por separado. A partir de esta decisión, y con todo lo ya acumulado, deberíamos construir un nuevo espacio teórico, una nueva manera de entender y de estimular prácticas sociales, colectivas o individuales. (íd:149).

A partir de la propuesta de Schmucler, un intenso movimiento se agita en los trayectos latinoamericanos de investigación en comunicación. Un compromiso sin duda difícil de asumir consiste en proponer una lista de los temas más importantes o de las cuestiones más recurridas por nuestros investigadores. Aunque con distintos propósitos, de esta tarea se han ocupado antes otros autores (entre otros: Schlesinger, 1989; White, 1989; Mendizábal, 1993, Fuentes Navarro, 1988, 1991, 1997; Medina Hernández, 1998). Los estudios de Schlesinger y White contienen sendos análisis acerca de la evolución de los estudios latinoamericanos en las últimas dos décadas y de la que consideran lo más específico de las propuestas. Schlesinger se concentra en la línea de los estudios acerca de la cultura popular y las mediaciones. En el análisis de White se agregan a esta línea de investigación, las que corresponden a la comunicación alternativa y a las políticas de democratización y de control de flujos informativos internacionales, que también han tenido un desarrollo importante. El trabajo de Mendizábal, en cambio, se concentra en las diferencias de investigación con respectos a los medios de comunicación y presenta una serie de alternativas (la investigación para los medios, en los medios, a través de los medios y con los medios) para la continuidad de trayectos poco abordados. Los trabajos de Fuentes Navarro están dedicados, por una parte, a la evolución de los estudios de comunicación en México y a la que

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legítimamente titula "perspectiva sociocultural", por otra. En todos los casos se trata de evaluaciones y descripciones del avance que han experimentado a lo largo de los últimos años las diferentes facetas académicas (enseñanza, investigación, posgrados, publicaciones) en las que está involucrado el campo de comunicación. Finalmente, el artículo de Medina Hernández es una prolija revisión de lo que la autora llama la evolución del pensamiento comunicológico en América Latina. Además de estar muy bien documentado, este artículo ofrece una síntesis de la perspectiva que Fuentes Navarro, junto con otros autores, representa como sociocultural.

De todos estos trabajos, el que ofrece una visión de conjunto más completa de los diferentes trayectos, aunque por esa atendible razón, ésta deje sentir cierta carencia de detalles específicos, es el artículo de Robert White. Bajo el subtítulo Papel de la política económica transnacional en un desarrollo cultural dependiente y distorsionado, White resume en un inventario algunas tendencias que dieron origen a la investigación en comunicación latinoamericana, y que contribuyeron a dotarla de los perfiles críticos a la dependencia cultural. En opinión de este autor, el núcleo antidependentista constituiría uno los rasgos comunes de los diferentes enfoques con que se han realizado estudios de comunicación en la región, y a partir de él se han desarrollado tres áreas teóricas importantes: teorías sobre la democratización de la comunicación y la reforma de los medios, estudios en torno a la comunicación popular como base para la democratización de los sistemas nacionales de comunicación y cultura, y análisis del papel de la cultura popular y de los medios de masa en la transformación de las culturas nacionales.

El interés por la noción de áreas teóricas puede ser legítimo, pero a lo que parece referirse White es a la distinción de asuntos que bien podría imputarse a la existencia de diferentes intereses que han delimitado cuestiones específicas dentro de la investigación. Sin que sea necesario suponer ninguna forma de desencuentros profundos en la matriz conceptual básica (el campo de la comunicación, cierta idea general acerca de los procesos culturales, importancia relativa de los medios de comunicación, etc.), podría reemplazarse el término áreas teóricas por la idea, algo más compleja, de divergentes encuadres de la problemática comunicacional que han dado lugar a tradiciones o trayectos de investigación orientados hacia objetivos no coincidentes, pero no necesariamente contrapuestos. De esta manera, siguiendo la tipología que propone White, y a fin de exponer en un cierto orden las principales propuestas de la investigación latinoamericana podría proponerse que los trayectos de investigación en comunicación se orientan en torno a tres cuestiones: las jurídico políticas, las cuestiones

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sociales de movimientos de base, y las cuestiones socioculturales.

Las cuestiones jurídico políticas se refieren a dos tipos de problemas: Por un lado, el estudio de las necesidades, inconvenientes y otras condiciones de aplicación de legislaciones internas de los países que procuran formular políticas nacionales de comunicación. Por otro lado, los debates, las reflexiones, los acuerdos multilaterales en procura de regular los flujos comunicativos que circulan internacionalmente a través de empresas comerciales transnacionales, y que influyen en los procesos culturales de las naciones del continente. Las cuestiones relacionadas con movimientos sociales de base, por su parte, conciernen a investigaciones centradas en las formas alternativas de comunicación y al uso de los medios que llevan a cabo grupos integrados por poblaciones indígenas y rurales. Las cuestiones socioculturales tienen que ver con las problemáticas que suponen las comunicaciones masivas en su contacto con las culturas populares. Más adelante, en el capítulo 4, se expone un desarrollo pormenorizado de los trayectos que se orientaron a partir de las dos primeras cuestiones. En el capítulo 2, hay una referencia a tres categorías centrales del enfoque sociocultural, concentrado en la tercera de las cuestiones expuestas.

Por otra parte, el artículo de White alcanza a considerar el estado que la producción en investigación había registrado hasta aproximadamente los últimos años de la década de los ochenta. A partir de entonces, distintas problemáticas, nuevas perspectivas y jóvenes investigadores están contribuyendo a fortalecer otros trayectos de investigación y a redefinir la agenda temática de los estudios para los próximos años. Probablemente, la existencia de estos nuevos trayectos, surgidos al calor de asuntos o miradas relativamente novedosos, está indicando desplazamientos en el interés de los investigadores que seguramente habrán de renovar las metodologías y el planteo de problemas. A título de ejemplo, y sin pretender exhaustividad, corresponde citar entre esas líneas, la cuestión de las tecnologías (Schmucler, 1982, 1985, 1995, 1996; Terrero, 1991; 1996 Salinas, 1984, 1989a, 1989b) y los vínculos establecidos entre comunicación y ciudad (Quiroz, 1990; Reguillo, 1991; Silva, 1992; Entel, 1994, 1996).

iii. Los trayectos socioculturales.

El texto de Jesús Martín Barbero De los medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y hegemonía ha sido el más influyente en la investigación latinoamericana de comunicación desde su primera edición en 1987. Allí Martín Barbero ordena en un conjunto de reflexiones y propuestas teóricas los rumbos que desde poco tiempo antes venían orientando a los trayectos socioculturales. A partir de De los medios a la

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mediaciones, la sospecha que había planteado Schmucler en 1982 se escinde en una serie de problemas que demandarán no sólo un tipo de investigación hasta entonces poco frecuentado, sino una actitud efectivamente antidogmática: se trata de volver a pensar la articulación comunicación/cultura desde una perspectiva radicalmente anti-mediacéntrica y antidualista. Como veremos, esta perspectiva exige demoler las certezas sobre las que se habían venido construyendo los planteos disciplinarios de la comunicación hasta convertirse en anquilosadas estructuras cognoscitivas que encasillaban cómoda, pero superficialmente, las producciones artísticas y las prácticas culturales en espacios de reflexión separados.

Tales estructuras derivaban de criterios indiscutidos acerca de la irreductibilidad de los niveles culturales, alguna vez construidos con fines analíticos, pero devenidos en hipóstasis que tornaban al análisis cultural en un ejercicio de adjudicaciones repetitivas y fatuas: cultura popular como enfrentada a la cultura superior; cultura urbana de masas como degradación de la verdadera cultura, etc. En América Latina, por ejemplo, la idea de una identidad sustancial amenazada por la modernización y la transnacionalización de la economía, constituye una llamativa e infundada pretensión de pureza para lo indígena, como elemento humano incontaminado, y, en cierto sentido, superior. Pero estas representaciones de los procesos culturales como fósiles petrificados, que sonríen detrás de las vitrinas de los museos, no tendrían mayor importancia -de hecho, no la merecen dado que revelan una actitud que contradice la elemental disponibilidad del trabajo intelectual frente a la crítica- si no estuvieran ocupando un espacio de investigación estratégico para operar cambios políticos.

La propuesta de Martín Barbero, entonces, apunta no tanto a desarticular perspectivas académicas cuya insuficiencia le parece indiscutible, sino a intentar una mirada alternativa para superar el estancamiento intelectual, el atraso económico y la desigualdad social:La cuestión indígena se nos convierte en pregunta de fondo: la que pone en juego no una idealista autenticidad sino la posibilidad de pensar, en el tiempo de los satélites y la telemática, de la simulación generalizada, una diferencia que no se agote en el atraso. (Martín Barbero, 1988b:61).

Este implacable objetivo de Martín Barbero reconoce tres órdenes perspicazmente articulados: el político, el cultural/comunicacional y el investigativo. En cuanto al orden político, la perspectiva de Martín Barbero es clara: la transnacionalización como nueva fase del capitalismo desinfla las ya agotadas virulencias de los nacionalismos y de los fundamentalismos extremos y demanda nuevos instrumentos teóricos y metodológicos con los

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cuales los trayectos de investigación puedan hacerse cargo de comprender y analizar la nueva encrucijada: Lo que permite hablar de una nueva fase transnacional es su naturaleza política; la ruptura del dique que las fronteras nacionales ofrecían antes de la concentración capitalista altera radicalmente la naturaleza y las funciones de los Estados, al disminuir la capacidad que éstos tenían para intervenir en la economía y en el desarrollo histórico (Martín Barbero, 1988b:53 ss).

Esta evidencia de la transnacionalización tornaría estériles los planteos antidependentistas, ya que el imperialismo norteamericano, supone Martín Barbero en compañía de otros autores como Roncagliolo (1986) y García Canclini (1989), cede repentinamente su lugar a esta nueva forma de manifestarse del capitalismo, que derriba las fronteras geográficas para emerger como un poder difuso, complejamente interrelacionado e interpenetrado.

En cuanto al orden cultural/comunicacional, Martín Barbero constata que la transnacionalización, un efecto de las tecnologías de la comunicación, supone una pretensión de homogeneizar los estilos de vida a fin de recortarlos y hacerlos adaptables al modelo de dominación planetaria que impone una infame definición para las diferencias y particularidades culturales: desechos inservibles que agitan los demagogos, residuos en vías de extinción por obra de la modernidad y el progreso, o monstruos antediluvianos que retardan la concreción del liberalismo económico, la democracia política y el bienestar de los individuos. Sin embargo, un proceso de homogeneización similar ya habrían sufrido los pueblos latinoamericanos al constituirse las nacionalidades, un proceso violento donde, ciertamente, no se escatimaron recursos físicos ni simbólicos para negar, deformar y desactivar la pluralidad cultural. El aplanamiento de las diferencias entre etnias distintas -y en algunos países, entre corrientes inmigratorias procedentes de diversos lugares del mundo- que requirió la modernización latinoamericana reconocería, en esta fase de transnacionalización del capitalismo, una intensificación de lo que en realidad ya estaba ocurriendo desde por lo menos un siglo y medio atrás.

Estas evidencias le permiten a Martín Barbero sospechar que ni las identidades culturales ni las tradiciones populares son, en América Latina, tan cristalinas como sostienen ciertos defensores a ultranza del indigenismo, ni estarían tan amenazadas como desde cierto antidependentismo izquierdista se denuncia. La problemática cultura/comunicación, de este modo, adopta a partir de Martín Barbero un aspecto desdramatizado y alentador de nuevas ilusiones. Por un lado, Martín Barbero está convencido de que nada se ha perdido ni con la modernización, ni con la masificación, ni con la constitución de las

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nacionalidades. Más bien, aquello que se siente como pérdida sería "algo" que se ha integrado -no sin conflictos, por supuesto- en una entidad de orden superior: primero fue la nación, ahora es la transnación, la aldea global o una entidad planetaria cuyo nombre podría someterse a votación. Por otro lado, si los procesos históricos se plantean como una continuidad de cambios que no implican pérdidas de ninguna clase (aunque, de nuevo, traigan aparejados conflictos y crisis), entonces parece alentador observar cómo avanzamos hacia una gran hermandad que en lo más profundo de las dimensiones humanas permite ver realizados los sueños y las esperanzas.

Llegamos, así, al orden investigativo que se articula a los otros órdenes de la propuesta de Martín Barbero. Una vez desbaratadas las ambiciones exageradas del folklorismo indigenista y del nacionalismo fundamentalista, las tareas de investigación han de circunscribirse a una apreciación del conflicto social que de ningún modo el planteo de De los medios a las mediaciones relega a un segundo plano. Sólo lo define en nuevos términos, a partir de una reconceptualización de la cultura, que atribuye a los sectores populares la misión de sujetos activos en la creación de los contenidos culturales testimoniada en la capacidad de resistencia y réplica frente a la homogeneización que intentan, sin lograr del todo, los medios masivos, y que también habían intentado, con dudoso éxito, las políticas de modernización que llevaron a constituir las nacionalidades y a erigir el Estado en máximo referente de la identidad.

El orden investigativo que propone Martín Barbero define una agenda de asuntos a trabajar de acuerdo con aquellas aspiraciones de mayor alcance comentadas más arriba. La agenda incluye, básicamente, tres temas: la identidad, la modernidad, la globalización, que serán analizados en el capítulo 3. A la vez, en el orden investigativo, que trabaja sobre los tres problemas referidos, coexisten instrumentos de observación: nociones, imaginaciones, conceptos, relatos, visiones. Es decir, una diversidad de estructuras cognoscitivas a partir de las cuales explorar los problemas y tentar su solución. El orden investigativo exige ideas para preservar las metáforas y las sospechas iniciales de una incorrecta descalificación de irracionalismo o de intuicionismo. Martín Barbero opta por combinar asuntos sobre los cuales los estudios culturales británicos -de acuerdo con una revalorización del pensamiento de Antonio Gramsci- habían llamado la atención (la cultura popular, la hegemonía) y ciertos aportes que algunos autores (entre muchos otros, Benjamin, de Certeau, etc.) habían hecho a la comprensión de las posibilidades estéticas del cine y de la vida cotidiana como manifestaciones de la resistencia de los hombres a ser tratados como masas, para adaptar una noción que en lo sucesivo habría de acompañar a una gran parte de los trayectos de investigación en comunicación en

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América Latina: las mediaciones. (Estos temas serán ampliados en el capítulo siguiente).

Había sido complicado anteponer a las pretensiones académicas de la investigación las aspiraciones de mayor alcance, las ilusiones y el cuestionamiento por un campo de la comunicación limitado a la noción ontológico-moral o antropológica de una perspectiva crítica que se proponía soluciones no sólo en el plano teórico o académico. Sin embargo, escoger las herramientas de observación plantea una exigencia todavía mayor, y que entraña riesgos ciertos: las ilusiones podrían convertirse, una vez más, en desdichadas certezas teóricas. Advertido de las dificultades, Martín Barbero, siguiendo a García Canclini, propone el trazado de un mapa nocturno, consecuente con la oscuridad y dificultad de las tareas a emprender: entender la dominación, pero no a partir de los ámbitos desde donde ser ejerce, sino desde el otro lugar, el de las brechas, el consumo y el placer: Un mapa no para la fuga, sino para el reconocimiento de la situación desde las mediaciones y los sujetos. (Martín Barbero, 1987:229).

Esta intervención del orden investigativo, que por un lado habrá de suministrar productos (los resultados de la investigación) y que por otro habrá de aplicar instrumentos (las teorías, los métodos, el mapa nocturno), termina configurando a la propuesta de un modo paradójico. Todo el esfuerzo volcado en aniquilar el mediacentrismo, el mecanicismo, las tendencias de las ciencias sociales a abstraer indebidamente las cuestiones humanas tales como los sentimientos, los sueños, las utopías, no alcanzan para explicar por qué la historia latinoamericana parece arrojada a la situación demencial que deploran los indigenistas, folkloristas, nacionalistas y fundamentalistas. Los rostros destrozados por el oprobio, la miseria, la falta de oportunidades ¿no se refieren a un conflicto del que sólo participan como víctimas, y no como resistentes intérpretes de textos manipuladores, que pierden su eficacia al entrar en contacto con la cultura popular? Lo popular urbano se hace hoy culturalmente actuante en las complejas articulaciones entre la dinámica urbana -entendida como transformación de la vida laboral, imposición de una sensibilidad nacional, identificación de las ofertas culturales con los medios masivos y del progreso con los servicios públicos- y la dinámica de la resistencia popular, esto es los modos en que las clases populares asimilan los ofrecimientos a su alcance y los reciclan para sobrevivir física y culturalmente. (Martín Barbero, 1988c:66).

Se pretende estudiar la dominación, pero se sospecha que ésta no es lo que parece. Entre dominadores y dominados media una reserva colectiva que constituye la fuerza de éstos y la debilidad de aquéllos. El conflicto, entonces, está presente, pero en apariencias: existe el placer, existe el

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consumo, existen las brechas. Preguntemos a cualquier persona si ordinariamente experimenta el placer, y es probable que nos responda afirmativamente. No hace falta preguntarle si consume, pues de hecho, vive en una sociedad de consumo. Pero si le preguntamos cuáles son las brechas, ¿qué podría respondernos si está desocupado, si sus hijos asisten a escuelas desatendidas, si los servicios sanitarios son deficientes, si es expulsado de su casa porque no puede pagar el alquiler? ¿Que disfruta mirando en la televisión cómo es el placer de los otros? ¿Que construye los sentidos a partir de una absorción muda de la desigualdad? ¿Que resemantiza su impotencia política con la esperanza de que su equipo saldrá campeón?

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