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PARTIDOS Y SISTEMAS DE PARTIDOS Pablo Mieres y Javier Marsiglia EEP CUADERNOS PARA DIÁLOGO EL 13

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PARTIDOS Y SISTEMAS DE PARTIDOS

Pablo Mieres y Javier Marsiglia

EEP

CUADERNOS PARA DIÁLOGOEL

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INTRODUCCIÓN

Este número de los Cuadernos de Diálogo se refiere a los partidos políticos. Está dividido en dos partes: en la primera, se presentan los conceptos referidos a los partidos entendidos como sujetos de análisis; en la segunda, se dan los principales aspectos que caracterizan a los sistemas de partidos.

Esta labor toma como referencia principal a los estudios realizados por los dos autores clásicos que se han dedicado a la investigación sobre los partidos políticos: Maurice Duverger y Giovanni Sartori, quienes, con diferencia de varias décadas, dejaron marcada su visión acerca de este tema de forma tal que todos los que han tratado directa o indirectamente a los partidos políticos los tienen como referencia; también son citados otros autores cuyas elaboraciones resultan valiosas para este trabajo.

En la primera parte se efectúa un recorrido por los principales conceptos sobre los partidos políticos, incluyendo sus orígenes, definición, funciones, evolución, organización, distribución del poder, tensión entre dirigentes y parlamentarios, y los efectos de la mediatización de la política.

En la siguiente, se estudian las características de los sistemas de partidos. En tal sentido, se presenta su definición, posteriormente se discuten los criterios de clasificación y, por último, se describen los principales tipos de sistemas de partidos.

Pablo Mieres y Javier Marsiglia

Directores:Ismael Crespo Francisco Parra José Pérez Duharte

Diseño:Diana Patrón MiñánJaime Romero Vento

Colaboración:Karina Sandoval

Instituto Universitario de Investigación Ortega y GassetInstituto Universitario de Investigación Ortega y GassetDirector de la Escuela Electoral del Perú

Jurado Nacional de EleccionesAv. Nicolás de Piérola N° 1080 - LimaHecho el Depósito legal en la Bilioteca Nacional del Perú N° 2007-09136 ISBN 978-9972-2928-4-2Primera Edición: Setiembre 2007Impreso en Perú

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LOS PARTIDOS POLÍTICOS

1. El lugar de los partidos en el sistema político

Los partidos son organizaciones integrantes del sistema político, al que forman junto con el Estado, el gobierno, los grupos de presión, los fenómenos de opinión pública y la ciudadanía. Ocupan un lugar central dentro de este sistema, porque su principal función consiste en intermediar entre la sociedad civil y el Estado. En este sentido, desarrollan una tarea articuladora que, por un lado, representa intereses y demandas provenientes de la sociedad; y por el otro, transmite mensajes provenientes de la estructura de poder del Estado.

Es el único actor del sistema político que posee esa capacidad y, por lo tanto, es insustituible para el buen funcionamiento de la democracia. Es más, si los partidos no cumplen bien con esta tarea, todo el sistema político se resiente, afectando incluso su propia estabilidad.

2. El origen de los partidos políticos

No se trata de organizaciones que posean una larga existencia, en realidad su origen se remonta al siglo XIX. Si bien existen múltiples antecedentes históricos de grupos u organizaciones que pueden asimilarse a la idea de partido, lo cierto es que, tal como se los conoce hoy en día, los primeros partidos deben datarse, como muy temprano, de fines del siglo XVIII y, con más seguridad, ya entrado el siglo XIX.

Su surgimiento estuvo vinculado, como lo refiere Sartori (1981), a la aceptación del pluralismo y la diversidad. En efecto, la idea de

partido fue vista durante largo tiempo como negativa, perjudicial para el equilibrio del Estado. La preocupación dominante estaba centrada en otorgarle poder a éste, por lo cual la existencia de diversos grupos u organizaciones con diferentes ideas o propuestas era percibida como un riesgo que afectaba la continuidad misma de la sociedad y del Estado.

Ni siquiera las ideas liberales de las revoluciones del siglo XVIII (francesa y norteamericana) le otorgaron al concepto de partido político un valor positivo.

Es más, durante largo tiempo su sola noción estuvo asociada a la existencia de un “partido del país”, es decir, a un único partido capaz de representar a todos (Sartori). Como se comprenderá, este pensamiento es, por definición, contradictorio con la idea de partido político, que incluye como elemento esencial la representación de una parte o de un conjunto de ciudadanos.

Pues bien, el concepto de partido político fue admitido en la medida en que la imagen de pluralismo adquirió relevancia y la diversidad pasó de ser un riesgo o un problema para convertirse en un valor positivo. Esto significa que la percepción de partido está íntima y directamente vinculada a la conquista de la democracia y del pluralismo en nuestras sociedades modernas.

Para seguir el estudio de Duverger (1951), los primeros partidos políticos nacieron desde dentro de la institución parlamentaria. Duverger los denomina “partidos parlamentarios o electorales”, destacando de este modo que las primeras organizaciones partidarias surgieron del enlace entre legisladores en función de la existencia de una comunidad de doctrinas o ideas que los llevó a coordinar sus acciones en el Parlamento y a votar en forma conjunta de manera reiterada.

Otra clave de conexión entre los parlamentarios fue la existencia de comunes intereses regionales o geográficos; de hecho, en muchos

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casos la coordinación nació no ya de valores o principios comunes, sino también de la existencia de intereses objetivos emergentes de la pertenencia a una misma zona o región geográfica.

A su vez, cada parlamentario tenía un vínculo originario con un territorio o una circunscripción electoral (de la que era representante); por lo tanto, esta figura se articulaba con un comité electoral correspondiente a su respectivo territorio. Al producirse la coherencia entre parlamentarios y entre cada uno de éstos con su comité electoral, se dio origen a los primeros partidos políticos. Como refiere Duverger, el paso final para la formación de éstos es la decisión de promover la creación de comités electorales y candidatos en las circunscripciones en las que aún no contaban con representantes legislativos.

Estos partidos poseían, entonces, una estructura muy débil, puesto que dependían de la coordinación parlamentaria; por lo tanto, el poder se hallaba diseminado entre los diferentes legisladores. La conducción partidaria poseía una lógica feudal y la propia permanencia del partido estribaba en la continuidad de estas coordinaciones.

La segunda modalidad de surgimiento de los partidos políticos se refiere a los “partidos de creación exterior”. En estos casos, nacieron debido a un impulso exterior al sistema político, resultado del accionar de un actor social en busca, por este medio, de tener influencia y capacidad de decisión en el sistema político.

El actor social siente que sus intereses no son considerados por el sistema político vigente o que sus posiciones se encuentran amenazadas y opta por construir su propio partido, a efectos de que dichos intereses o demandas tengan su propia y directa “voz” en la toma de decisiones del Estado.

El caso más conocido es el de los movimientos sindicales y los partidos socialistas y comunistas; pero también existen otros ejemplos a los

que alude Duverger: las cooperativas agrarias y los partidos agrarios, la Iglesia católica y el Partido Conservador Católico de Bélgica. Pero viniendo mucho más acá en el tiempo, este mismo motivo es el que dio origen a buena parte de los partidos ecologistas de la segunda mitad del siglo XX.

En efecto, el movimiento ecologista emergente a partir de la década de 1960 y, más enérgicamente, desde la de 1970, se enfrentó con la situación de que, por diversas razones, los partidos preexistentes no otorgaban un lugar de privilegio en la agenda pública a la “demanda ecológica”. Esta circunstancia llevó a que diferentes activistas ambientales optaran por promover la creación de los denominados “partidos verdes”.

Los partidos verdes o ecologistas comenzaron a constituirse en el decenio de 1970 en los diferentes países de Europa, reclamando espacios y respuestas para los crecientes problemas ambientales generados por el proceso de desarrollo económico. Estos partidos se presentaron a las elecciones sucesivamente y con éxito dispar, pero hoy en día ya son parte del elenco de partidos en el mundo desarrollado. Muller-Rommel (1994).

En definitiva, podría afirmarse que cada vez que una demanda social importante no obtiene respuesta en el sistema de partidos, el actor social portador de la demanda opta por promover un partido político que se haga cargo de dicho reclamo.

Otros autores han ensayado más teorías sobre el origen histórico de los partidos políticos, asociándolos también con la gestación de procesos sociales o económicos significativos.

Tal es el caso del conocido politólogo noruego Stein Rokkan (1964), quien postuló la existencia de una vinculación entre ciertos procesos de fractura social ocurridos en las naciones de Europa Occidental y el surgimiento de diferentes tipos de partidos políticos.

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Decía Rokkan que los partidos nacen como consecuencia de cuatro fracturas históricas: dos de ellas resultado del proceso de formación del Estado nacional y las dos restantes producto de la industrialización. Seguramente, no todos los países atraviesan las cuatro fracturas ni las viven en la misma secuencia cronológica, pero la construcción de estas categorías sirve de referencia para analizar el surgimiento de los partidos modernos.

Se señala entonces, la existencia de una fractura relacionada con factores étnicos o regionales que se enfrentan a los esfuerzos de formación del Estado nacional. Como resultado de este conflicto, emergen los partidos regionales o de origen étnico, tal es el caso de los vascos o catalanes en España, o los valones y flamencos en Bélgica, o el de Quebec en Canadá.

Se trata de partidos cuyo origen consiste en la defensa de la identidad particular de una región, una lengua o una etnia frente a los riesgos de homogeneización que impulsan los procesos de unificación nacional del Estado. Estos procesos están presentes también en algunas sociedades latinoamericanas, que han dado origen a organizaciones políticas regionales o indigenistas.

La segunda fractura histórica que señala Rokkan se refiere al conflicto de secularización del Estado, es decir, el proceso de separación del Estado con respecto a las iglesias. Esto, ocurrido en Europa, a comienzos del siglo XX, supuso un fuerte enfrentamiento entre el poder del Estado nacional y la reivindicación de la influencia de la Iglesia correspondiente. Como fruto de esa pugna se crearon los partidos religiosos, cuyo objetivo fue defender los intereses de las respectivas iglesias ante el avance de la laicidad del Estado con el correspondiente debilitamiento de las autoridades religiosas.

Una buena parte de los partidos socialcristianos europeos nació como resultado de este proceso político cultural, más allá de que después, con el transcurrir del tiempo y afirmada la separación entre Estado e iglesias, estos partidos hayan modificado sustancialmente sus posiciones y asumido nuevas posturas frente a diferentes temas.

Las fracturas históricas referidas al proceso de industrialización son las que provocaron una tensión entre ciudad y campo como resultado del proceso de urbanización, y las que se produjeron entre propietarios de las fábricas y asalariados industriales.

El proceso de urbanización, que implicó una significativa pérdida de poder de los actores rurales frente al mundo urbano, dio origen a los partidos agrarios, nacidos en muchas partes de Europa con el cometido de defender los intereses de los trabajadores y empresarios del medio agrícola.

La pugna entre propietarios de los medios de producción y los asalariados urbanos, mucho más conocida y central en la realidad europea de fines del siglo XIX, dio origen a los partidos socialistas y comunistas, que aparecieron para defender los derechos de los obreros industriales. De este modo, en el análisis de Rokkan se da buena cuenta del repertorio completo de los partidos europeos más significativos de casi todo el siglo XX.

Como se aprecia, estos estudios son invariablemente eurocéntricos y, por lo tanto, su aplicabilidad al contexto latinoamericano es muy débil. Sin embargo, no existen elaboraciones teóricas significativas que asuman y discutan con propiedad el proceso de surgimiento de los partidos en América Latina. De cualquier manera, los esquemas presentados pueden servir parcialmente para el análisis de algunos de los procesos verificados en el continente latinoamericano.

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3. La definición de partido político

Hablamos sobre el surgimiento de los partidos políticos, pero sería oportuno avanzar en su definición.

En efecto, ¿qué es un partido político? Como es posible imaginar, existe una gran cantidad de respuestas al respecto, presentaremos brevemente algunas que, sin ser exhaustivos, nos permitirán destacar los elementos esenciales de una definición.

Para Coleman y Rosberg, un partido político es “una asociación que busca adquirir o mantener un control legal solo o en coalición o en competencia electoral con otros, sobre el personal y la política de gobierno de un Estado”.

Lasswell y Kaplan sostienen que un partido político es “un grupo que formula cuestiones generales y presenta candidatos a las elecciones”. Por su parte, Riggs señala que un partido es “cualquier organización que nombra candidatos para su elección en el Parlamento”.

Duverger define al partido político como “una organización que busca la conquista del poder o la participación en su ejercicio y para ello intenta obtener escaños en las elecciones, poseer diputados o ministros y apoderarse del gobierno”.

Por último, Sartori postula que un partido es “cualquier grupo político identificado con una etiqueta oficial que presenta a las elecciones (libres o no) candidatos a cargos públicos”.

Existen, entonces, tres componentes que son una constante en toda definición de partido político. La primera es que se trata de un colectivo (sea grupo u organización) que puede poseer mayor o menor estructuración. En segundo lugar, este grupo u organización

tiene el objetivo de acceder al poder. La idea de partido está asociada indisolublemente a la búsqueda del acceso al poder, sea en solitario o en coalición, sea parcial o más ampliamente, en cualquier caso se va en pos de la obtención del poder.

En tercer término, se debe anotar la presentación electoral, es decir, que la idea de partido está directamente asociada a la presentación de candidatos para ocupar cargos públicos.

El objetivo de acceder al poder es lo que distingue el actor partidario de otros actores sociales. En efecto, el movimiento social, sea sindical, empresarial, regional, territorial o barrial, pretende operar sobre el poder político, tener influencia o presionar sobre éste, pero no busca el acceso directo al poder. Por el contrario, los partidos políticos tienen como objetivo principal la obtención del poder, y esto no significa que lo consigan en todos los casos, pero su accionar se dirige a tratar de capturar cuotas crecientes de poder político institucional.

A su vez, para acceder al poder los partidos recorren la vía electoral. Esto es muy importante, porque permite distinguir conceptualmente a estos actores de otros en el sistema político como los movimientos insurreccionales o las organizaciones guerrilleras que pretenden también el acceso al poder, pero por la vía armada. En algunos casos, estos actores armados poseen vínculos y relaciones más o menos cercanas con partidos políticos, o algunos de éstos asumen representación más o menos directa de algún actor armado, pero la definición de partido excluye la vía armada como camino de acceso al poder.

Por lo tanto, cuando se habla de partido político se habla de un actor que busca hacerse del poder por la vía electoral.

Sin embargo, esto no significa que la comparecencia electoral deba ser limpia o transparente; de hecho puede ocurrir que los comicios, tal

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como dice Sartori en su definición, no sean libres o competitivos; sin embargo, los actores políticos que se presentan a ellos son igualmente partidos políticos. Es más, en ciertos procesos son los propios partidos políticos los que afectan la transparencia electoral.

A modo de ejemplo, en América Latina puede señalarse el caso de Paraguay durante los sucesivos gobiernos de Alfredo Stroessner, en ese largo período hubo elecciones, pero nadie podía sostener que éstas fueran limpias o transparentes; sin embargo, los que se presentaban a ellas, tanto el Partido Colorado del propio Stroessner como sus adversarios, el Partido Liberal Radical Auténtico y otros, seguían siendo partidos pese a estas circunstancias.

De modo que, en definitiva, los partidos son “grupos u organizaciones que buscan el acceso al poder por la vía electoral presentando candidatos a los diferentes cargos públicos”.

4. Las funciones que cumplen los partidos

Establecidos los componentes básicos de una definición de partido político, veamos cuáles son las funciones que cumplen en el sistema político.

A efectos de mostrar un panorama lo más amplio posible, transcribiremos las propuestas que han presentado diferentes autores sobre las principales funciones que cumplen los partidos políticos.

Dicen los británicos Dowse y Hughes que los partidos: (a) justifican la autoridad pública, (b) reclutan y remueven dirigentes, (c) movilizan a la opinión pública y (d) establecen equilibrios entre los diferentes intereses grupales.

Por su parte, La Palombara sostiene que los partidos políticos: (a) organizan la opinión pública, (b) trasladan demandas al gobierno,

(c) articulan sentimientos de pertenencia comunitaria y (d) reclutan personal político.

Almond, a su vez, dice que los partidos: (a) articulan y agregan intereses sociales, (b) reclutan elites dirigentes y (c) desarrollan ámbitos de socialización política. A este listado Bartolini agrega que: (a) estructuran el voto y (b) forman políticas públicas.

En definitiva, los partidos cumplen con funciones muy valiosas e insustituibles para la marcha del sistema político, y, tomando como referencia el listado proporcionado por los diversos autores, podemos clasificarlas en dos subconjuntos: el primero referido a la sociedad y el segundo, al Estado y el gobierno.

Desde el punto de vista de la sociedad, los partidos contribuyen a organizar la opinión pública, estructurar las opciones electorales, establecer la agenda pública, canalizar y articular demandas e intereses sociales, proporcionar identidades colectivas, desarrollar la socialización política y articular sentimientos de pertenencia comunitaria.

En cuanto a la perspectiva del Estado y del gobierno, los partidos permiten reclutar y remover el personal de gobierno, transmitir las demandas sociales y aplicar presión sobre ellas, ayudar a la formación de las políticas públicas y dar origen, sostener o cambiar los gobiernos.

Los partidos políticos tienen a su cargo una significativa lista de funciones que en caso no se cumplieran generaría gravísimos problemas de funcionamiento del sistema político, y afectaría fuertemente la comunicación entre la sociedad y el Estado.

En definitiva, como se dijo al principio, el principal papel de los partidos políticos es la articulación entre sociedad y Estado, cumpliendo un rol de intermediación que es completamente exclusivo.

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En momentos en que la imagen de los partidos políticos es fuertemente reprochada y reciben numerosas críticas cuestionándose, incluso, la utilidad de estos actores políticos, debe reconocerse que las funciones que cumplen son esenciales para la supervivencia de un sistema político democrático, y si dejaran de existir surgirían nuevos actores que cumplirían con estas funciones, los que tarde o temprano devendrían nuevamente en partidos políticos.

Esto, obviamente, no significa que bajo determinadas circunstancias y en ciertas épocas los partidos no hayan fracasado en el ejercicio de sus funciones o no deban ser abandonados por la opinión pública. De hecho, la historia moderna está llena de ejemplos de declinación y sustitución de partidos políticos, pero son reemplazados por flamantes partidos que, más tarde o más temprano, aunque hayan nacido con un discurso contrario a las organizaciones partidarias, se convierten en nuevos actores partidarios.

5. Los cambios en las organizaciones partidarias

Los partidos políticos dependen, para su permanencia y éxito, de lograr buenos vínculos con la ciudadanía. En efecto, son altamente sensibles a la capacidad de relación con los ciudadanos en la medida en que su futuro y fortaleza obedecen a su capacidad de reclutamiento electoral, que es lo que mide el poder y la influencia de cada una de estas estructuras políticas.

Por lo tanto, su forma organizativa es un componente decisivo para captar voluntades ciudadanas, y los cambios que se producen en el ambiente social y cultural las afectan fuertemente. Por ello, a lo largo de la historia de los partidos políticos se observa un proceso constante de modificaciones en sus estructuras organizativas, que son el reflejo de las transformaciones verificadas en la sociedad y de los esfuerzos de adaptación que los partidos realizan para seguir respondiendo adecuadamente a las novedades ciudadanas.

Como veremos enseguida, existe muy poca relación entre las formas organizativas de los partidos en sus orígenes con las modalidades que se observan hoy en día. Los cambios en la intermediación política han sido tan abruptos e importantes como los producidos en los procesos de comunicación social de nuestras sociedades modernas.

Basta recordar tan sólo que los primeros partidos nacieron en un contexto social en el que la ciudadanía estaba restringida a menos del 10 por ciento de la población, en que no habían medios de comunicación electrónicos, por lo que la gente se informaba a través de la prensa escrita, limitada a la pequeña proporción de población alfabetizada; y en el que la producción y transmisión de información se producían con extrema lentitud. Obviamente, las diferencias con las características de nuestra vida social actual son enormes, por lo que las condiciones de intermediación política también cambiaron radicalmente.

En tal sentido, los partidos han transitado desde los viejos “partidos de elite” que describía Duverger, referidos al siglo XIX, hasta los actuales “partidos profesionalizados de tipo catch-all” de comienzos del siglo XXI, pasando por los potentes “partidos de masas” de los primeros dos tercios del siglo XX.

Presentaremos un breve recorrido panorámico sobre la evolución organizativa de los partidos políticos desde su origen hasta la crisis de los partidos de masas, para, más adelante, referirnos a las características actuales de las nuevas organizaciones partidarias.

a. Los partidos de elite

Le debemos a Duverger y Neumann (1953) los primeros esfuerzos de análisis para construir los diferentes tipos de organizaciones partidarias.

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Las de elite son, desde el punto de vista cronológico, las primeras formas organizativas que asumieron los partidos políticos. Se caracterizaron por poseer una estructura muy débil, hecha en torno al objetivo de la “captación de los notables” del territorio correspondiente.

En efecto, el criterio rector de estos partidos, a lo que debe su denominación, es la incorporación de los notables del lugar. La premisa que orientó su accionar fue la preferencia por la calidad sobre la cantidad; cada comité local buscaba incorporar en sus filas a las figuras más reconocidas e influyentes de la localidad correspondiente al mencionado comité.

En épocas de intervención electoral reservada a una muy pequeña minoría, puesto que el derecho al sufragio estaba restringido por razones de género (las mujeres no participaban), educación (los analfabetos no votaban) y riqueza (en muchos casos, el derecho al voto estaba subordinado a la tenencia de bienes inmuebles), los partidos políticos concentraban sus esfuerzos en captar el apoyo de las figuras socialmente influyentes de cada zona, para, a través de ellas, obtener el respaldo de los escasos ciudadanos existentes.

Por lo tanto, los comités locales no emprendían una acción política importante, su labor se restringía a las épocas electorales y estaban integrados por un bajo número de miembros que no buscaban aumentar más que en función de fuertes criterios de selectividad.

Los partidos de elite se caracterizaban por estructuras organizativas muy poco orgánicas, su conducción radicaba en el grupo de parlamentarios que lo componían, los que representaban un número variable de comités locales. Los enlaces que vinculaban a los parlamentarios entre sí eran los que sostenían la acción colectiva del partido.

Por lo general, y como consecuencia de esta débil estructura orgánica, los partidos de elite eran “flexibles”, es decir, carecían de disciplina

partidaria interna y, por tanto, sus legisladores actuaban libremente en el Parlamento. Resultaba frecuente que votaran divididos, según los asuntos en discusión. Una excepción a esta característica de flexibilidad parlamentaria, señalada por Duverger, fueron los partidos británicos, que desde siempre hasta el presente se han caracterizado por el principio de la “rigidez” parlamentaria, actuando como bloque a la hora de las votaciones en el Parlamento.

Duverger señala una diferencia entre los partidos de elite y los norteamericanos; en efecto, para este autor la explicación de la supervivencia histórica de los viejos partidos estadounidenses, que en sus características más salientes han sido similares a los viejos partidos de elite europeos, consiste en la temprana adopción de los procedimientos de elecciones primarias. Esta práctica les habría otorgado un dinamismo organizativo que les permitió transitar la etapa de surgimiento de los partidos de masas, sin que tales circunstancias pusieran en riesgo su continuidad y predominio.

Pero, en el resto de los países, los partidos de elite expresaban notorias debilidades organizativas que se pusieron de manifiesto ante el surgimiento de los partidos de masas y determinaron el ocaso de este tipo de organización.

b. Los partidos de masas

Nacen a comienzos del siglo XX y se identifican, en términos generales, con los partidos socialistas, comunistas y fascistas que se desarrollaron en esas épocas.

Su origen social está directamente relacionado con su capacidad de expresar la representación de sectores sociales que, habiéndose incorporado en forma reciente a la ciudadanía, se sentían políticamente excluidos en un sistema estructurado para una etapa política anterior.

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Los primeros “partidos de masas”, según Duverger, nacieron como forma de paliar la carencia de recursos económicos que les permitieran financiar la postulación de candidatos provenientes de sectores sociales obreros. Los viejos partidos de elite poseían pocos miembros con importantes recursos; los nuevos partidos de masas estaban integrados por personas carentes de recursos, por lo que sustituyeron esa falencia con el número de afiliados.

La necesidad económica y la búsqueda de superar la selección de candidatos en “pequeños comités” impulsaron el requerimiento de construir importantes estructuras organizativas.

Así, los partidos de masas se construyen sobre la base del comité local que, en este caso, se convierte en dínamo de crecimiento del partido. En efecto, los comités de los partidos de masas desarrollan una estrategia de “acción política permanente”, por lo que no son meros comités de campaña electoral, sino que funcionan en forma permanente.

Por otra parte, como la estructura del partido de masas se sustenta en la existencia de un Congreso anual integrado por delegados de los comités locales en proporción a sus adherentes, esta circunstancia impulsa a que cada comité trabaje en forma permanente en la captación de nuevos adherentes, puesto que son los que permitirán otorgar mayor “peso político” a cada comité.

El comité local, entonces, desarrollará un dinámico trabajo de incorporación de nuevos afiliados, para mejorar su peso relativo en la estructura de poder del partido; asimismo la conducción partidaria elegida en el Congreso alentará el esfuerzo organizativo de crecimiento.

Además, el comité local se habrá de constituir, en las primeras etapas de avance del partido de masas, en una “escuela política nocturna”,

que proporcionará a los nuevos ciudadanos un espacio de aprendizaje y formación sobre sus derechos y deberes.

El partido de masas es contemporáneo a los procesos de extensión de la ciudadanía y del derecho a voto, que desde comienzos del siglo XX sufre un proceso continuo de expansión.

En la estructura organizativa de los partidos de masas la conducción partidaria es fuerte y desarrolla un accionar centralizado, que conduce a todo el resto del aparato del partido. Es más, la nueva estructura organizativa requirió del desarrollo de un fuerte aparato burocrático que, con el tiempo, fue legitimándose a sí mismo.

El partido de masas desarrolló técnicas organizativas cuya posesión y manejo se convirtieron en un importante recurso de poder. El partido no fue la mera suma de comités, sino que constituyó una estructura de poder unida, unitaria y muy eficaz a la hora de tomar decisiones e implementarlas.

Puede decirse que el objetivo principal del partido de masas ha sido convertir ciudadanos en votantes del partido, votantes en afiliados, afiliados en militantes o activistas y éstos en dirigentes. Si esa es la consigna, entonces el ritmo de trabajo partidario se convierte en permanente, y desarrolla un fuerte dinamismo interno que se traduce finalmente en el éxito electoral.

Las variantes reconocidas por Duverger de los partidos de masas entre los tipos socialista, comunista y fascista, se distinguen por el grado de verticalidad y autoritarismo de su estructura orgánica.

En efecto, mientras la lógica del tipo socialista mantiene criterios de funcionamiento centralizados, pero con espacios de participación más amplios; en los casos de los tipos comunista y fascista se acentúa el poder central, se hacen más rígidos los mecanismos de control

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internos, se estimulan sistemas de concentración del poder y la selección de dirigentes se convierte en instancias básicamente de ratificación de propuestas presentadas por los propios dirigentes.

De este modo, las tendencias autoritarias se hacen más presentes en el tipo comunista y derivan en un modelo crecientemente excluyente de la participación política interna.

La variedad fascista agrega a esos elementos un componente cultural de mentalidad militar y de uso de la violencia como método que transforma este tipo de partido en uno de nítido corte totalitario.

Como es posible imaginar, los partidos de masas se convirtieron en formidables instrumentos electorales y sus performances fueron notoriamente exitosas. Las diferencias organizativas entre los partidos de elite y los de masas se tradujeron rápidamente en contrastes electorales que llevaron a que estos últimos sustituyeran a los primeros en el ejercicio del poder.

Al mismo tiempo, cabe reconocer que estos partidos, con la excepción de los tipos comunista y fascista, fueron portadores de un inequívoco legado democrático, en la medida en que a través de estos nuevos instrumentos políticos se produjo la integración al sistema político de importantes sectores de población que no tenían lugar ni voz en el escenario político preexistente.

Desde comienzos del siglo XX hasta fines del decenio de 1960 estos tipos de organización partidaria vivieron su época de auge, expresada en diversas peripecias nacionales y a través de organizaciones con diferentes denominaciones; puesto que si bien, como regla general, los partidos socialistas fueron los referentes ideológicos de este tipo de organización partidaria, también puede ubicarse en esa modalidad a no pocos partidos democratacristianos europeos y algunos latinoamericanos.

6. La crisis de los partidos de masas

No obstante el éxito de estas organizaciones partidarias y del reconocimiento del papel democratizador que representaron, desde hace ya bastante tiempo sufren un proceso de crisis que afectó decisivamente a estas potentes estructuras organizativas, dando lugar al surgimiento de nuevas formas partidarias.

Tres son, a nuestro juicio, las principales causas que explican la declinación de los partidos de masas en la política moderna. Por un lado, hizo crisis el comité local en la medida en que las funciones políticas que cumplía desaparecen; en segundo lugar, el funcionamiento de la estructura organizativa del partido de masas demostró fuertes tendencias de oligarquización interna, que cuestionaban su autopostulada naturaleza democrática. En tercer lugar, la crisis de las utopías que ocurrió sobre fines del siglo XX afectó ideológicamente a este tipo de organización partidaria.

a. La crisis de los comités

El comité local había sido la “clave” de la construcción organizativa de los partidos de masas; su funcionamiento y dinámica fueron los que permitieron el crecimiento y desarrollo de este tipo de partido. A su vez, para que esto funcionara así los comités debían poseer una importante capacidad de convocatoria.

Sin embargo, a partir de la década de 1970, estos comités comenzaron a perder significación y entraron definitivamente en crisis. La causa de esto fue en el vaciamiento de las funciones que cumplían.

En efecto, los comités cumplían con las funciones de (a) formación política ciudadana, (b) información política partidaria, (c) participación política y (d) vehículo de respuesta a demandas particulares.

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Pues bien, los comités ya no tienen la función de formación política, porque las sociedades democráticas se han desarrollado y las nuevas generaciones no necesitan acudir a los comités para conocer sus derechos ciudadanos; el sistema educativo formal ha asumido directamente esta tarea y los medios de comunicación también han aportado en ese sentido. Los comités ya no son las viejas “escuelas políticas nocturnas” que representaron hace décadas.

En segundo lugar, la información política en las sociedades modernas fluye en forma permanente y dinámica. Las fuentes son cada vez más numerosas y veloces, basta prender el televisor o ingresar a Internet para acceder a toda la información en tiempo real. El ciudadano ya no necesita ir a un comité para saber lo que pasa, simplemente la disponibilidad informativa es tan amplia que se informa desde su casa sin necesidad de ir a recibir una información que, además, es “tardía” y “sesgada”.

La información que proporciona un comité partidario es necesariamente parcializada, puesto que expresa un único punto de vista sobre cada uno de los temas; pero además es lenta, porque debe atravesar numerosas y sucesivas instancias de información y control político dentro de la estructura partidaria. El ciudadano común, entonces, no obtiene ningún aporte informativo sustancial a través de la participación en estos comités, por lo que desaparece un segundo motivo para asistir a este ámbito político.

La tercera razón de la crisis de los comités está relacionada con la crisis de participación de los afiliados y militantes en los partidos de masas.

Los partidos de masas definen que su soberanía radica en su Congreso, integrado por los representantes de los comités; pero en los hechos estos comités no tienen directa influencia en las decisiones políticas que toma la conducción partidaria.

La dinámica de la vida política cotidiana deriva en que la conducción del partido asume las decisiones en forma directa y los organismos de base dejan de ser consultados, o cuando la consulta llega, ya es tarde. De este modo, el comité pierde su fundamento en tanto instancia de participación y decisión de la estructura partidaria, generando un proceso creciente de desafección por parte del activista “desilusionado” ante una participación que es meramente declarativa.

Por último, los comités también han perdido su capacidad de tramitar o resolver asuntos particulares de sus miembros. Esta función, muy cercana a las prácticas “clientelísticas”, también formaba parte de los activos que el comité ofrecía a sus adherentes en la medida en que su participación en ellos podía facilitar la solución de problemas particulares vinculados con bienes y servicios públicos.

Sin embargo, la modernización del Estado y la universalización del acceso a diversos bienes y servicios para los ciudadanos, al igual que la creciente marginalidad de los comités en el funcionamiento partidario, ha determinado que también esta función hiciera crisis en la actualidad.

De modo que, en los hechos, los comités locales, dínamo principal que dio origen al éxito político y electoral de estos partidos, han declinado y su lugar como espacios de convocatoria y acción política está reducido hoy a su mínima expresión.

Sin embargo, la crisis de los partidos de masas admite la incorporación de otros factores de explicación. En efecto, estos partidos han sufrido profundos procesos de “oligarquización” de su vida interna.

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b. Tendencias de “oligarquización interna”

Como se ha mencionado, los partidos de masas desarrollaron una fuerte estructura burocrática centralizada y compleja que, poco a poco, se apoderó del funcionamiento y de la toma de decisiones partidarias.

De hecho, en los partidos de masas los recursos materiales y políticos quedan en manos del aparato burocrático, que está al servicio de los dirigentes. El partido de masas necesita personal de secretaría, posee archivos con el padrón de afiliados, alquila o adquiere locales partidarios para su funcionamiento, lleva adelante campañas financieras, etcétera.

Todas estas tareas quedan crecientemente bajo el control de la dirección partidaria, que utiliza estos recursos para la retención y acentuación de su poder. De este modo, el partido se “oligarquiza” (ver al respecto el excelente trabajo clásico de Michels, 1983, que ya en la segunda década del siglo XX alertaba sobre estas tendencias), desnaturalizando su postulación democrática.

Los dirigentes se “apoderan” del partido al adueñarse de su aparato burocrático, creando una fuerte tentación sobre su utilización con el objetivo de mantener y reproducir su estructura de poder.

De hecho, el acceso a cargos directivos en la organización partidaria amplía las distancias entre dirigentes y dirigidos, en la medida en que el propio ejercicio de estos cargos genera diferencias crecientes en el acceso y manejo de la información, y en la adquisición de experiencia en recursos de gestión política.

Este proceso culmina con el procedimiento de la “cooptación”, que consiste en la adopción de mecanismos de “elección aparente”, cuando en realidad los dirigentes están legitimando su propia continuidad o digitando a sus sucesores.

Estas tendencias que Michels (1983) señaló con gran lucidez hace casi un siglo se expresan en la formulación de la denominada “ley de hierro de las oligarquías”, que postula la inevitabilidad de la oligarquización en las organizaciones complejas. Más allá de que estas tendencias sean evitables o no, lo cierto es que afectaron el funcionamiento de los partidos de masas y, en particular, su capacidad de convocatoria para la acción política.

c. La crisis de las utopías

Para finalizar, los partidos de masas también sufrieron el impacto de la crisis de los grandes relatos o de las utopías. En efecto, estos partidos surgieron a la vida política en épocas signadas por la importancia atribuida a las grandes propuestas sobre “modelos futuros de sociedad”; los partidos de masas con escasas excepciones eran, también, potentes partidos ideológicos que convocaban a la ciudadanía para impulsar grandes cambios con el objetivo último de construir una “nueva sociedad”.

Estos partidos ofrecían a sus miembros una promesa de sociedad futura más o menos explícita, que muchas veces avanzaba en niveles de detalle asombrosos. Pero lo más importante era que la ideología del partido y su proyecto de sociedad estaban garantizados por la dinámica de la historia, en el sentido de que, tarde o temprano, ese ideal de sociedad habría de concretarse empíricamente.

Esta enérgica clave de convocatoria que fue un factor de relieve en la capacidad de inclusión ciudadana en los partidos de masas sufre un contraste profundo en las últimas décadas del siglo XX, cuando, al influjo de la cultura posmoderna, se cuestiona severamente el pensamiento utópico en términos de modelo de sociedad concreto.

El cuestionamiento teórico a la validez de los ”grandes relatos”, así como el surgimiento del relativismo histórico sobre cuál será el futuro

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efectivo de nuestras sociedades, representó un fuerte impacto respecto al discurso de estos partidos.

La crisis de las utopías, alimentada y potenciada por el derrumbe del denominado “socialismo real”, supuso una fuerte afectación a la capacidad de generación de “mística” por parte de los partidos de masas, que depositaban en la fuerza de la ideología una parte relevante de su atractivo político. Y la crisis perturbó a estos partidos, con independencia del signo ideológico que tuvieran.

Como es posible apreciar, la sumatoria de factores presentados explican con contundencia la creciente pérdida de atracción que los partidos de masas enfrentaron en los tiempos recientes.

7. Los partidos ante la mediatización de la política

La declinación de los partidos de masas se produce, justamente, en el marco de una revolución tecnológica acelerada, caracterizada por cambios muy profundos en el desarrollo de la información.

Siguiendo la reflexión de Colomé (1994), el mundo del último cuarto de siglo es “plural y complejo, en el que los individuos se encuentran sometidos a un ambiente político múltiple, contradictorio y variado”.

La irrupción de la influencia decisiva de los medios de comunicación electrónicos en las campañas electorales afectó fuertemente a los partidos políticos. Éstos se enfrentaron a un profundo cambio en el “tratamiento audiovisual” de las campañas electorales y del diseño de las propagandas, que ha llevado a una fuerte personalización de la disputa electoral.

Los datos disponibles indican con contundencia que la política de las últimas dos décadas se expresa a través de la televisión, sustituyendo

los viejos canales de información organizacional producidos por los partidos políticos.

Los instrumentos de movilización política clásicos como los actos políticos, las manifestaciones o la entrega de volantes pierden su eficacia a manos de las apariciones mediáticas de los candidatos y de la publicidad televisiva.

La televisión introduce una fuerte modificación en la lógica de las campañas electorales, sustituyendo la importancia de lo “qué” se dice por el “cómo” se dice (Colomé, 1994). Los tiempos de la televisión obligan a sintetizar los mensajes en formatos muy breves y con énfasis en su presentación audiovisual.

La mediatización de la política genera una tendencia al predominio de la identificación afectiva con los candidatos sobre la identificación programática con las ideas o propuestas que éstos impulsan. Se puede afirmar que la política en tiempos televisivos tiende a la homogeneidad de contenidos y propuestas entre los diferentes partidos.

En este contexto, los partidos políticos se enfrentan a la necesidad de incorporar un nuevo aprendizaje tecnológico que consiste en asumir el marketing político como un componente central del que dependerá el éxito o fracaso de su convocatoria.

La introducción de las técnicas del marketing político a las campañas electorales y a la vida activa de los partidos provoca un desplazamiento en la importancia de las actividades partidarias. Las asambleas, los actos públicos, la militancia de los activistas en las visitas casa por casa pierden importancia a manos de la construcción de una operación de comunicación política que tiene como elemento central la imagen de los líderes o candidatos.

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Desde este punto de vista, para los partidos políticos en un ambiente mediatizado se convierten en un componente principal el acceso a los medios de comunicación y la obtención de recursos para sustentar ese acceso mediático.

El ingreso a escena del marketing político y de su tecnología asociada supone una transformación muy profunda en la vida de los partidos. Surgen nuevos actores que se consolidarán como referentes principales para el éxito o fracaso de un partido político; nos referimos a las agencias de publicidad, las empresas de opinión pública y los asesores en comunicación política.

En la nueva política de fines de siglo XX y principios del XXI, es imprescindible para un partido político conocer el “mercado electoral”, tener información estratégica sobre la situación, los intereses y las demandas del electorado. Resulta indispensable “segmentar” el electorado y definir cuál será su público objetivo en función de investigaciones profesionales que permitan determinar con precisión el “mapa de situación” que enfrenta.

Por otra parte, además de un sistema de información permanente que ayude a tener un diagnóstico correcto y a “focalizar” su acción maximizando su eficacia electoral y política, los partidos políticos se enfrentan a la necesidad de construir y adaptar sus discursos a los datos que surgen del análisis de situación, desarrollando un proceso de construcción de imágenes que debe ser objeto de permanente revisión.

La elección de los “temas” centrales que impulsará el partido, los énfasis, la pugna por la definición de la “agenda pública”, la presencia permanente en los medios de comunicación, la valoración adecuada de los puntos débiles de los adversarios, la construcción de un mapa adecuado de proximidades y distancias con respecto a los demás

partidos, son tan sólo algunos de los aspectos que surgen de la aplicación de las nuevas técnicas de marketing político.

Como es obvio, las nuevas características del ambiente político y los requerimientos y las potencialidades que surgen de la sociedad para que el partido continúe captando apoyos políticos y electorales son absolutamente diferentes de las que existían en las épocas de auge de los partidos de masas.

El ambiente sociopolítico dominante ha sido ganado por el desdibujamiento de los alineamientos de clases sociales, por pautas de consumo de masas, orientaciones generales a nivel cultural que destacan el pluralismo y la diversidad, y una fuerte tendencia a la desideologización del debate político.

Los nuevos tiempos han requerido de transformaciones profundas en las formas organizativas y de funcionamiento de los partidos políticos, cuyo modelo genérico (que cada vez admite más variaciones) ha sido denominado como “partido catch-all” o “partido agarra todo”.

8. Los partidos catch-all o “agarra todo”

Ya a mediados de la década de 1960, el autor alemán Otto Kirchheimer (1966) señalaba las tendencias de transformación de los viejos partidos de masas hacia una nueva forma organizativa a la que denominó catch-all. La idea central de Kirchheimer era que los nuevos desafíos de la sociedad moderna llevaban a que los partidos tuvieran que sustituir ciertas vinculaciones preferenciales con sectores sociales, en particular su referencia “clasista”, por una convocatoria más universal y abarcadora, que tomara como referencia al ciudadano común.

Esta tendencia era consecuencia de un proceso notorio de crisis de los “clivajes” sociales como clave de comprensión de las conductas

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de los individuos; en efecto, la sociedad moderna, con su complejidad y heterogeneidad creciente, había impactado en las conductas de los individuos rompiendo los alineamientos y las lealtades a las posiciones sociales de carácter “clasista”.

Las nuevas tendencias se orientaron hacia conductas más “universalistas” que, por tanto, requerían de partidos con una oferta electoral más abierta y “desideologizada”.

Los partidos catch-all se forman como resultado de un fenómeno de adaptación a las características de la competencia electoral en un nuevo ambiente social y político. Como es obvio, cada partido busca obtener el mayor éxito electoral posible y, en los nuevos tiempos, el éxito está asociado a la capacidad de abarcar con su mensaje y su discurso a un ciudadano más indiferenciado y universalista.

Por otra parte, la situación de competencia electoral con sus adversarios obliga a estos partidos a ampliar decididamente sus claves de convocatoria.

La primera consecuencia sobre las organizaciones partidarias fue la drástica reducción del componente ideológico. En efecto, los partidos fueron abandonando en sus discursos y programas las referencias fuertes a los componentes ideológicos que les dieron origen. En un mundo desideologizado y ganado por la ya mencionada “crisis de las utopías”, la fortaleza ideológica de un partido se fue transformando en inversamente proporcional a su capacidad de convocatoria electoral.

Los partidos tuvieron que aligerar su componente ideológico, o dejarlo reservado para los ámbitos estrictamente internos, rebajando en particular los componentes excluyentes que derivaban de estas posturas normativas.

En ese nuevo contexto, las organizaciones partidarias enfrentaban la necesidad de reducir significativamente “requisitos o exigencias” políticas de ingreso a la organización. En efecto, los partidos con fuerte contenido ideológico perdieron atractivo para la ciudadanía, en la medida en que las adhesiones generadas estaban “mediatizadas” fuertemente por condiciones previas fundadas en la expresión de convicciones normativas.

Los partidos catch-all se presentan como organizaciones muy abiertas, a las que es posible adherirse sin mayores requisitos y de las que es factible retirarse sin ningún tipo de obstáculo.

El segundo componente que caracteriza a los par tidos catch-all es el robustecimiento de sus liderazgos. Estas organizaciones necesitan líderes de opinión que validan su vigencia, y for taleza por su imagen pública y no por su eficiencia en la conducción de la organización.

Los liderazgos en los partidos catch-all se definen en la opinión pública y en la arena electoral, y no en la disputa dentro del aparato partidario. Esta es una gran diferencia con los criterios de liderazgo establecidos en los anteriores partidos de masas; la valoración política se halla directamente vinculada con la imagen pública que cada dirigente construye, y ésta es la que define el peso partidario de los liderazgos.

En tercer término, en los partidos catch-all se reduce radicalmente el papel del activista o militante. Este actor político, que poseía una función preponderante en el diseño y funcionamiento de los viejos partidos de masas, ahora se convierte en una valla para el buen funcionamiento de los partidos catch-all.

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En efecto, el viejo aparato partidario extendido y desarrollado que era un indicador de poderío de los viejos partidos, ahora es un freno que enlentece la capacidad de respuesta política de los nuevos partidos catch-all. La estructura integrada por numerosos militantes que forman parte del proceso de decisión es un factor que puede llevar al fracaso político al nuevo partido catch-all.

El militante histórico y las estructuras que lo prohijaron no tienen lugar en el diseño organizativo del partido catch-all, este nuevo diseño es ligero y liviano, responde políticamente en “tiempo real” y, para ello, funciona en régimen de “pequeño comité” integrado por él o los líderes y un pequeño grupo de dirigentes y asesores que posee facultades delegadas desde los ámbitos más representativos.

El viejo aparato es sustituido por diferentes grupos de trabajo profesionalizados que asumen responsabilidades en función de las nuevas áreas prioritarias que surgen de las demandas propias de la necesidad de un plan de marketing político. La figura del militante es sustituida por la figura del asesor profesional.

En cuarto lugar, los partidos catch-all no asumen representaciones sectoriales o particularistas, sino que aspiran representar al ciudadano a base de una propuesta universalista con poco o nulo sesgo sectorial. En efecto, la vinculación privilegiada con ciertos sectores o clases sociales es sustituida por una apertura a la “ciudadanía” indiferenciada, aflojando o desconociendo las vinculaciones sectoriales preexistentes.

En su lugar, el partido catch-all desarrolla una política intensa de vínculos fuertes con un amplio espectro de grupos de interés existente dentro de la sociedad para “ganar confianzas” y recibir los correspondientes respaldos generales.

En síntesis, el partido catch-all es uno mucho más pragmático y adaptado a las “reglas de juego” de la competencia electoral, que posee un aparato partidario muy reducido, ágil y liviano con capacidad de tomar decisiones en “tiempo real”, conducido por líderes que legitiman su conducción en función de su imagen ante la opinión pública y que se rodean de un pequeño grupo de asesores políticos y profesionales.

Es un partido que aspira a recibir respaldos políticos y electorales provenientes de muy diversos y variados sectores sociales, sin pretender limitar su representación a ningún actor sectorial en particular, que dirige su mensaje y convocatoria al ciudadano en general. En efecto, la categoría ciudadano, sin referencias a su ocupación, edad u otras características particulares, permite al partido apostar a una convocatoria electoral lo más amplia posible.

Es, finalmente, un partido que tiene, como referencia principal para la definición de su estrategia política, la relación con los medios de comunicación, sabiendo que es en ese escenario en el que se desarrolla y define la suerte política de los partidos en la sociedad moderna.

9. La tensión entre dirigentes y parlamentarios

Los partidos políticos siempre han registrado en su seno una tensión entre dos figuras de la vida política partidaria, los dirigentes y los parlamentarios. A lo largo de la historia esta tensión se ha resuelto de maneras diversas.

El origen de la tensión es la existencia de dos fuentes de legitimidad diferentes. En efecto, los dirigentes obtienen su poder de la legitimidad proveniente de la propia organización partidaria y son elegidos por los afiliados y activistas del partido; por su parte, los parlamentarios

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reciben su poder como fruto de la legitimidad electoral y son escogidos por los votantes.

En algunos casos, esta tensión desaparece cuando se produce una coincidencia en el ejercicio de las funciones y en un partido los dirigentes son simultáneamente parlamentarios. Pero en muchas ocasiones esta coincidencia no se produce, entonces se genera una disputa más o menos explícita sobre el ejercicio del poder dentro de la organización partidaria.

Desde una perspectiva histórica, es posible identificar tres etapas diferentes en la evolución de este conflicto.

En una primera etapa, del predominio de los partidos de elite, los parlamentarios fueron sin discusión los depositarios del poder dentro del partido. Es más, la continuidad del partido dependía de la voluntad de los parlamentarios que lo componían y le daban vida.

En un segundo momento, correspondiente al auge de los partidos de masas, el equilibrio se altera hacia el otro polo, predominando los dirigentes sobre los parlamentarios. En efecto, como se vio antes, los partidos de masas se organizan en torno a estructuras fuertes y centralizadas, y el lugar de privilegio lo ocupan los dirigentes que son elegidos por el Congreso partidario.

Es más, para estos partidos el ámbito parlamentario es un frente de trabajo político más, similar en importancia y significación a otros ámbitos sociales como el territorial o el sindical. Por lo tanto, los parlamentarios en los partidos de masas tienen un lugar generalmente reducido en la conducción partidaria.

El desafío consiste, entonces, en definir los mecanismos de control político de los dirigentes sobre los parlamentarios. En tal sentido, se

desarrollaron medidas que, históricamente, han sido aplicadas para afirmar el poder partidario sobre sus representantes legislativos.

Una de estas medidas es que la organización partidaria le proporcione al parlamentario el personal de apoyo, de forma tal que su accionar sea controlado por la estructura partidaria. También se ha optado por “rodear” a los legisladores con los equipos técnicos del partido, a fin de que éste tenga decisión en las iniciativas políticas que el parlamentario desarrolle.

Por último, en el plano de la disciplina partidaria, en muchos casos los partidos de masas han optado por impulsar algunas medidas normativas de mayor alcance coactivo. Así, surgieron las figuras del “mandato imperativo” y de la “renuncia en blanco”.

El primero consiste en el establecimiento de una norma del estatuto partidario que obliga a los parlamentarios a acatar las decisiones de la dirección partidaria en el accionar legislativo. En definitiva, la dirección partidaria se reserva el derecho de definir, para los temas que entienda necesarios, la conducta que seguirán los legisladores en el ámbito de la conducción partidaria, y una vez tomada la decisión los parlamentarios están obligados a actuar en la votación parlamentaria de la forma establecida en el partido.

El otro mecanismo utilizado por los partidos es la “renuncia en blanco”, consistente en que el legislador firma al asumir su cargo una carta de renuncia sin fecha, que queda en manos de la conducción partidaria, la que podrá hacer uso de ella en caso de que el parlamentario se aparte del partido o asuma posturas contradictorias con los mandatos partidarios.

Este instrumento ha demostrado no ser efectivo y, en los pocos casos en que ha sido usado, no ha producido efectos favorables a la organización partidaria, puesto que la interpretación dominante indica que los cargos legislativos pertenecen al aspirante electo y no al partido.

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En definitiva, los dirigentes intentaron controlar de múltiples formas el riesgo que supone una fuente de poder, como es el cargo parlamentario, que reclama una legitimidad más abarcadora que la que surge de un Congreso partidario, como es el voto ciudadano.

Para finalizar, en los últimos tiempos, con la crisis del modelo partidario de los partidos de masas, el péndulo vuelve a inclinarse del lado de los parlamentarios. En efecto, en las estructuras de los partidos catch-all la legitimidad política se define en la opinión pública, por lo tanto los líderes del partido se construyen y legitiman a través del voto y son ellos mismos los que tienen a su cargo la dirección partidaria.

Por lo tanto, en los partidos catch-all la doble legitimidad tiende a desaparecer para subsumirse en una legitimidad fundada en el apoyo ciudadano, por lo que se retorna, ahora en una sociedad de masas, al concepto de que el respaldo electoral predomina sobre el respaldo del aparato partidario.

10. Los tipos de organizaciones partidarias actuales

El surgimiento de un nuevo modelo de organización partidaria, como el mencionado genéricamente partido catch-all, no representa el punto final de las diferentes formas de organización partidaria. En efecto, en los últimos tiempos se han presentado nuevos estudios que parten de la afirmación de que se ha hecho abuso de esta categoría que, en realidad, encubre diferentes modalidades partidarias.

En tal sentido, parece interesante culminar el recorrido en torno a la evolución de los partidos políticos agregando algunos casos que se muestran en el estudio que realizaron Gunther y Diamond (2001), buscando postular una nueva tipología de partidos políticos correspondiente a los comienzos del siglo XXI.

Estos autores definen como criterios de clasificación de las organizaciones partidarias: (a) tamaño y alcance de la organización formal, (b) estrategia y normas de comportamiento y (c) naturaleza de sus compromisos programáticos.

En función del tamaño y alcance de la organización formal se distingue a los partidos en delgados o débiles y grandes o complejos.

En cuanto a las estrategias y normas de comportamiento que adoptan se clasifican entre aquellos que asumen posturas de compromiso firme con las reglas de juego democráticas que deben ser calificados de “tolerantes y pluralistas”; otros que adoptan posiciones ambiguas que pueden tildarse de “semileales”; y finalmente aquellos que son expresamente “antisistema” y pretenden reemplazar la democracia pluralista por otro tipo de régimen.

Por último, en función de la naturaleza de sus compromisos programáticos o ideológicos, los partidos podrán clasificarse en pragmáticos y programáticos.

Sobre el enunciado de estos criterios, Gunther y Diamond elaboraron una tipología de partidos que se compone de cinco géneros que dan lugar a 15 especies partidarias.

Los cinco géneros partidarios son: (a) partidos fundados en elites, (b) partidos fundados en masas, (c) partidos fundados en factores étnicos, (d) partidos electoralistas y (e) partidos movimientos.

Mostraremos simplemente aquellos casos que se agregan a los que hemos presentado hasta ahora. En tal sentido, es posible identificar a los partidos “clientelísticos”, que, si bien guardan puntos de contacto con los viejos partidos de elite, tienen algunas especificidades

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destacables. Se organizan en torno a confederaciones de notables locales, con organización débil, y son, más bien, pragmáticos. Sus actividades se establecen en términos de cadenas de relaciones interpersonales con vínculos, en muchos casos, de tipo feudal. Los ejemplos, en tal sentido, son la Democracia Cristiana en el Sur de Italia durante la posguerra y el Partido Democrático Liberal de Japón durante el mismo período. De acuerdo con los autores es posible identificar algunos partidos de este tipo en Tailandia y Filipinas hoy en día.

En el caso de los viejos partidos de masas descritos por Duverger, los autores distinguen diferentes subtipos según tres criterios: el carácter nacionalista, el étnico o religioso del partido y su postura frente a las reglas de juego democrático.

En función del carácter nacionalista, los autores distinguen a los partidos de tipo pluralista, que consisten en organizaciones partidarias fundadas a base de la representación de un grupo nacional que expresa una postura tolerante y pluralista, con contenidos programáticos fuertemente marcados por la demanda nacionalista, reclamando niveles de autonomía o, incluso, independencia. Los autores ubican en estos casos al Partido Nacionalista Vasco y al Taiwanense Democratic Progressive Party, entre otros; y a los partidos ultranacionalistas que se distinguen de los anteriores por la ausencia de un compromiso democrático. Son hegemónicos en sus aspiraciones, admiten el uso de la fuerza y tienen contenidos ideológicos racistas. En general, están conducidos por un líder carismático. Ejemplos de este tipo de partido son el Nazi, el Fascista Italiano, la Unión Democrática Croata y la Unidad Nacional Rusa.

Desde el punto de vista de la variable religiosa se distinguen los partidos pluralistas religiosos y los fundamentalistas religiosos. Los primeros surgieron a fines del siglo XIX y tienen su mayor desarrollo en la época de la posguerra; se incluye en esta categoría a las

Democracias Cristianas de Europa Occidental y, más recientemente, a las Democracias Cristianas de Polonia y República Checa; los partidos fundamentalistas religiosos se distinguen de los anteriores por la centralidad otorgada a la religión, que, en estos casos, se propone como la articuladora del funcionamiento del Estado y de la sociedad. Constituye un modelo de partido teocrático que no admite la separación entre Iglesia y Estado.

En la tercera distinción dentro de los partidos de masas están aquellos que se fundan en cuestiones étnicas. Se dividen en dos tipos.

El primer tipo es el partido étnico, que no posee el grado de organización propio de un partido de masas, no tiene un programa general para toda la sociedad, representa el interés específico de un grupo étnico determinado y su convocatoria está restringida a estos sectores de la población; son ejemplos de esta clase de partido el Northern People’s Congreso de Sudáfrica y el Turkish Minority Party de Bulgaria; y el segundo tipo es el partido-coalición de base étnica, que se diferencia del anterior porque tiene posibilidades de acceder al gobierno, puesto que se constituye sobre la base de coaliciones interétnicas que permiten extender su representación al conjunto de una sociedad. Es el caso del Partido del Congreso de India.

A su vez, Gunther y Diamond postulan una apertura en diferentes tipos dentro de lo que genéricamente se denominan partidos catch-all.

En tal sentido, distinguen al partido catch-all propiamente dicho, que responde a la caracterización que hizo Kirchheimer; en esta categoría los autores ubican al Partido Demócrata de Estados Unidos, al PSOE y al Partido Popular de España, entre otros.

En segundo término se sitúan los partidos electoralistas programáticos que responden a un nuevo empuje ideológico desde una estructura

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organizativa débil y con una postura tolerante y pluralista. Se cuentan en esta categoría al Partido Conservador de Gran Bretaña, el Partido Republicano de Estados Unidos, el Partido de Acción Nacional de México y el Partido Social Demócrata Checo, entre otros; y, finalmente, los partidos personalistas, cuya única razón de ser es convertirse en vehículos de poder para su líder. Se trata de una estructura de carácter estrictamente electoral, con organización débil y fundada en una red “clientelística”. Sin contenidos programáticos y sin compromisos democráticos definidos. Los autores mencionan aquí los casos de Cambio 90 de Alberto Fujimori, Forza Italia de Berlusconi y a Collor de Mello, entre otros.

Por último, dentro del conjunto de partidos movimientos se distinguen dos clases: los de izquierda libertaria, que se identifican ideológicamente con el posmaterialismo, no presentan barreras a la membresía, tienen organización descentralizada y débil, y cuestionan las estructuras de autoridad, lo que produce riesgos de desestructuración, en esta categoría están algunos de los partidos verdes europeos; y los de extrema derecha postindustrial, que surgen como reacción a los efectos de la globalización, reivindican el orden, la tradición y la seguridad, se construyen en torno a fuertes liderazgos personales, carecen de una organización sólida y estructurada, y no poseen compromisos con la democracia pluralista, expresando fuertes tendencias xenófobas. Se trata de los casos del Frente Nacional de Le Pen en Francia y del Partido de la Libertad en Austria, entre otros.

Esta propuesta actual de clasificación de los partidos pone de manifiesto que los diferentes tipos de organización partidaria no se suceden de manera lineal en el tiempo, ni representan situaciones geográficas o continentales determinadas. Por el contrario, en el análisis presentado se muestra con claridad la coexistencia de diferentes formas de organización partidaria, que poseen características también diferentes.

La evolución de estos actores centrales en la vida política de las sociedades modernas seguirá dependiendo, como hasta ahora, de las transformaciones que ocurran en el seno de las sociedades humanas; estos actores son muy sensibles a los procesos ocurridos en la vida social, porque de esa capacidad de adaptación dependen su supervivencia y su éxito.

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LOS SISTEMAS DE PARTIDOS

1. Definición de sistemas de partidos

En esta segunda parte se presentan en forma sintética los distintos tipos de sistemas de partidos existentes en las sociedades actuales. Tal perspectiva de análisis supone mirarlos ahora como objetos de estudio, lo que significa asumir que en muy variados sistemas políticos los partidos adoptan un funcionamiento en términos que suponen que la conducta de cada actor partidario está influenciada y referida por los comportamientos de los otros.

En este sentido, en muchos países no existe ciertamente un sistema de partidos, aunque haya algunos individualmente considerados. La existencia de un verdadero sistema de partidos es un indicador de madurez y estabilidad de un sistema político, al igual que de su capacidad para generar y administrar la competencia política electoral, y ello supone que el conjunto de partidos de un país actúa en forma articulada y recíprocamente referida.

2. Los criterios de clasificación de los sistemas de partidos

La primera interrogante que debe responderse es con respecto a la determinación de los criterios de clasificación de los sistemas de partidos. A este respecto, seguiremos el análisis que desarrolló Sartori.

La idea más difundida, que además ha dado nombre a los diferentes tipos de sistemas partidarios, es el número. En efecto, la cantidad de

partidos que componen el sistema es un indicador relevante sobre las características que tendrán los diferentes sistemas partidarios.

Este número nos da una idea del grado de fragmentación del sistema y no es neutro con respecto al tipo de funcionamiento que produce. Las dinámicas de vinculación entre los partidos están influenciadas, entre otras cosas, por la cantidad de actores partidarios existentes. No es lo mismo la dinámica que se produce en un sistema integrado por tres actores que por cinco o por siete; la complejidad de los vínculos, la multiplicidad de interacciones bilaterales, las tendencias a los acuerdos y conflictos son algunas de las dimensiones afectadas por la cantidad de integrantes del sistema.

En segundo término, es necesario tomar en cuenta la distribución de fuerzas de los partidos que integran el sistema. En efecto, no basta saber cuántos son, sino que se requiere analizar la correlación de fuerzas existente entre ellos.

A su vez, debe establecerse de qué manera se mide la fuerza de los partidos, puesto que existen al menos dos criterios diferentes: según votos o según cargos obtenidos. Ambas dimensiones no tienen por qué coincidir en la medida en que el régimen electoral puede producir importantes alteraciones al transformar votos en cargos.

En tercer término, siguiendo a Sartori, corresponde analizar cuál es el grado de integración del sistema de partidos. Esto significa establecer la dinámica de la competencia entre los actores partidarios. Básicamente, es posible hallar dos tipos de dinámica dominante en la marcha del sistema de partidos: (a) competencia centrípeta y (b) competencia centrífuga.

En efecto, en un sistema de partidos los actores partidarios rivalizan por la obtención de respaldos electorales y dicha competencia adquiere un dinamismo que puede expresarse de maneras diferentes. La dinámica

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de la competencia depende de dos factores fundamentales: la distancia entre los actores partidarios y la existencia de electorados comunes o diferenciados.

A mayor distancia entre los actores partidarios y mayor diferenciación de los mercados electorales, la competencia tenderá a convertirse en centrífuga, puesto que no hay zonas de confluencia en las estrategias diseñadas por los partidos. Cuanto menor sea la distancia entre los partidos y más comunes los electorados en disputa, más fuertes serán las tendencias centrípetas en la competencia interpartidaria.

Es factible, finalmente, analizar a los sistemas de partidos en función del criterio de la dinámica de la distribución de fuerzas, fijando diferencias según los ritmos de cambio en las preferencias electorales de los ciudadanos. En tal sentido, un sistema de partidos mostrará una asignación estable en la medida en que los resultados electorales no varíen sustancialmente de una elección a otra; presentará alternancia si los resultados electorales determinan cambios en la asignación del gobierno y dominancia si las tendencias de cambio en los respaldos electorales expresan ciertos sesgos específicos.

Pues bien, la consideración conjunta de los criterios que acabamos de ver permite establecer una clasificación plausible de los sistemas de partidos.

Sin embargo, antes de presentar los distintos tipos de sistemas de partidos, es necesario esclarecer dos aspectos más que permiten mejorar el nivel de análisis.

3. El número de partidos de un sistema

Tal como Sartori sostiene es necesario esclarecer la forma concreta de aplicar el criterio numérico para definir las características específicas del sistema.

En efecto, si no se instaura un criterio específico para contar los partidos, la variable numérica se vuelve inocua por cuanto desde ese punto de vista todos los sistemas son multipartidistas. Obviamente, se requiere incorporar criterios que nos permitan distinguir a aquellos partidos que deben ser tenidos en cuenta de aquellos otros cuya presencia es superflua para la tipificación de un sistema.

En tal sentido, Sartori llega a la conclusión de que es necesario tener en cuenta a todos aquellos partidos que, con independencia de su tamaño, sean necesarios durante un cierto tiempo para formar coaliciones de gobierno. Es decir, que deben ser tenidos en cuenta todos los partidos de un sistema que posean capacidad de cogobernar.

Además, también deben considerarse a todos aquellos partidos que, sin haber integrado coaliciones de gobierno, tengan el poder suficiente para que su accionar resulte relevante para la definición de políticas por parte del gobierno. Sartori denomina a esta capacidad la “capacidad de chantaje”, aunque sería preferible hablar de “capacidad de incidencia opositora”.

En definitiva, en función de esos criterios de apreciación cualitativa un sistema de partidos estará integrado por un número equivalente a la suma de los partidos con capacidad de cogobernar más aquellos con capacidad de incidencia opositora.

4. La competencia del sistema de partidos

Por otra parte, no es posible ingresar al análisis de los diferentes tipos de sistemas de partidos sin incorporar un criterio que va a afectar sustancialmente la consideración de los sistemas partidarios.

Nos referimos al concepto de “competencia”. Los sistemas de partidos pueden distinguirse claramente según la existencia o ausencia de esta variable. Un sistema de partidos será de competencia si todos sus

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integrantes poseen igualdad de derechos y pueden actuar políticamente sin temor a ser objetos de sanciones.

Cuando el sistema político establece diferencias en el tratamiento de los diversos partidos, entonces el sistema será uno de no competencia, en el que las oportunidades de éxito no dependerán del desempeño de los partidos, sino que están definidas de antemano por el sesgo de las reglas vigentes.

Por el contrario, si son tratados con equidad y hay una oportunidad teórica similar de éxito electoral para cada uno de los partidos del sistema; entonces se hablará de un sistema de competencia en el que, en los hechos, en las instancias electorales, todos o casi todos los cargos serán objeto de disputa entre dos o más candidatos.

Los sistemas de no competencia, de acuerdo con el análisis de Sartori, se pueden clasificar en aquellos de partido único y los de partido hegemónico.

Los sistemas de competencia, a su vez, se dividen en sistemas pluripartidistas moderados, sistemas pluripartidistas polarizados, sistemas bipartidistas y sistemas de partido predominante.

5. Sistema de partido único

Este tipo de sistema se caracteriza por la ausencia absoluta de competencia que, además, está acompañada por la prohibición explícita del funcionamiento de otros partidos. El sistema de partido único, actualmente en crisis y reducido a pocos ejemplos, estuvo durante la segunda mitad del siglo XX vigente en aproximadamente un tercio de los sistemas políticos del mundo.

Los sistemas de partido único no permiten que en las instancias electorales intervengan adversarios del partido de gobierno y el

ejercicio del gobierno por parte de este partido es de carácter autoritario o totalitario, según el grado de represión que aplique sobre el conjunto de la sociedad.

Los de partido único han sido las formas modernas de los sistemas autoritarios y totalitarios, cuya expresión se ejerce desde su conducción. A su vez, la legitimación de esta dominación se refiere a un planteo ideológico por el que estos partidos asumen la representación del conjunto de la sociedad.

En la actualidad son escasos los ejemplos de este tipo de sistema de partidos. Se puede señalar el caso de Cuba y, con anterioridad en el tiempo, el de la Unión Soviética y de varios países más del denominado “socialismo real”.

6. Sistema de partido hegemónico

Los sistemas de partido hegemónico son, también, sistemas de no competencia en los que las reglas de juego no asignan un trato igualitario a los diferentes partidos. La disputa electoral está pautada por sesgos que impiden que cualquier adversario del partido hegemónico pueda disputarle efectivamente el poder.

En los casos de los sistemas de partido único se impide jurídicamente la existencia de otros partidos diferentes; mientras que en los de partido hegemónico se admite la existencia y el funcionamiento de otros partidos, pero éstos no pueden ganar aunque puedan tener respaldos suficientes para ello.

En efecto, en los sistemas de partido hegemónico las reglas de juego garantizan el triunfo de éste evitando que sus adversarios le disputen efectivamente el poder. Si esa circunstancia pudiera ocurrir, se aplican mecanismos de represión, tales como el fraude electoral, que impiden que los respaldos eventuales de los partidos opositores admitan otro resultado.

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Al igual que en los sistemas de partido único, en los de partido hegemónico también se ejercen importantes grados de represión y se desarrollan en contextos autoritarios. Han sido ejemplos de este tipo de sistema los casos de México durante la hegemonía del PRI, el Partido Colorado de Paraguay en las sucesivas presidencias de Alfredo Stroessner y el Partido Comunista de Polonia antes de la caída del “socialismo real”.

7. Sistema de partido predominante

Es aquel en que, existiendo reglas de juego de competencia que garantizan un trato igualitario para cada partido del sistema, uno de ellos obtiene en forma estable un respaldo electoral mayoritario.

Se diferencia del sistema de partido hegemónico por la existencia de reglas de competencia. En efecto, como ya vimos, en el sistema de partido hegemónico éste triunfa a base de reglas de juego de no competencia que garantizan el resultado a favor del partido hegemónico con independencia de que posea efectivamente tal respaldo.

Por el contrario, en el caso del partido predominante las reglas de juego otorgan chances institucionales equitativas para todos los rivales, simplemente que el partido predominante obtiene, en limpia competencia, la mayoría absoluta de los sufragios. El partido predominante no “hace trampas” sino que simplemente gana porque consigue el voto de la mayoría de los ciudadanos o, sin lograr la mayoría de los votos, sí obtiene la mayoría parlamentaria.

Para que se configure el sistema de partido predominante se deben cumplir, entonces, ciertas condiciones de funcionamiento. En primer lugar, ha de verificarse un triunfo mayoritario que le permita al partido predominante gobernar en solitario; y en segundo lugar, ese predominio tiene que mantenerse en el tiempo por más de tres períodos de gobierno.

Este tipo de sistema de partidos no es muy frecuente y carece de estabilidad, porque las condiciones son muy exigentes para que un partido logre tal grado de predominio político electoral en forma estable.

Son casos paradigmáticos de este tipo de sistema: el predominio de los partidos socialdemócratas nórdicos (Suecia y Noruega) en buena parte del siglo XX, y también es el caso del Partido Liberal en Japón.

8. Sistema bipartidista

Se trata del más conocido de los sistemas de partidos, porque Gran Bretaña y Estados Unidos, dos países que se han constituido en ejemplos de estabilidad democrática, comparten esta categorización en sus respectivos sistemas de partidos.

Por otra parte, Maurice Duverger, al elaborar su clasificación de los sistemas partidarios, construyó la categoría del bipartidismo no sólo como uno de los casos posibles de estructuración de los sistemas, sino que le atribuyó un carácter deseable. En efecto, para Duverger el bipartidismo es el sistema de partidos ideal al que deben propender todas los naciones para asegurarse un funcionamiento democrático estable.

Hoy en día esta postura normativa impulsada por Duverger ha sido abandonada y se asume que cada uno de los tipos de sistemas partidarios tiene sus ventajas y desventajas, evitando de este modo ingresar en la postulación de modelos ideales.

El sistema bipartidista se caracteriza por la existencia de sólo dos partidos importantes; puede haber más, pero no deben ser tenidos en cuenta puesto que no logran tener incidencia y su existencia no afecta en absoluto el funcionamiento del sistema.

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El requisito cuantitativo que se exige como referencia para la configuración del bipartidismo es que entre ambos los partidos obtengan más del 80 por ciento de los votos. En estos casos el que gana gobierna y el perdedor asume su función de oposición.

Por lo tanto, la mecánica en el bipartidismo es el gobierno de un partido, no existen coaliciones y la competencia se fundamenta en la posibilidad que tiene el segundo partido de sustituir al de gobierno en el ejercicio de las funciones institucionales.

El bipartidismo debe cumplir con dos características más. En primer lugar, la alternancia; en efecto la alternancia podrá ser más frecuente o admitirá períodos más largos, pero en definitiva uno de los rasgos característicos del bipartidismo es que uno y otro partido se alternen en el gobierno. Así, en Estados Unidos, tras dos o tres administraciones demócratas sobreviene un triunfo republicano, y viceversa; y otro tanto ocurre entre laboristas y conservadores en Gran Bretaña.

La segunda característica es la competencia centrípeta; un sistema bipartidista lleva inevitablemente a que la disputa se concentre en el centro del sistema político. Los electorados en el bipartidismo son “fronterizos” y las posibilidades de triunfo dependen de la capacidad de cada partido de avanzar sobre el electorado de su competidor. Como se podrá deducir, este tipo de sistema de partidos se caracteriza, además, por la existencia de poca distancia ideológica entre sus integrantes.

9. Sistema pluripartidista moderado

Es aquel integrado por un número de partidos que oscila entre tres y cinco, en el que ninguno posee mayoría absoluta. Por lo tanto, el partido aquel con mayor respaldo electoral se encuentra obligado a buscar alianzas o coaliciones de gobierno con otros integrantes del sistema; en tal sentido, son al menos tres los partidos que deben ser considerados.

Los pluripartidismos moderados se caracterizan por la presencia de gobiernos de coalición y suponen la existencia de coaliciones alternantes. La dinámica electoral del sistema lleva a la configuración de dos polos políticos que pueden estar integrados por uno o más partidos cada uno de ellos.

La dinámica de la competencia en los sistemas pluripartidistas moderados es de carácter centrípeto, puesto que la disputa por el respaldo se concentra en la búsqueda del electorado de centro. A su vez, la distancia ideológica entre los principales partidos del sistema no es grande y los electorados en contienda tienden a ser bastante comunes, lo que determina que las fronteras comiciales sean fuertemente disputadas.

Desde el punto de vista del formato, las dos modalidades más frecuentes son: (a) tres partidos, de los que dos de ellos son mayores en tamaño y disputan el poder; mientras uno tercero, más pequeño, puede articular coaliciones con cualquiera de los dos partidos mayores; (b) se forman dos bloques preestablecidos integrados, al menos uno de ellos por más de un partido.

Este tipo de sistema de partidos es muy frecuente. En particular se pueden ubicar en esta categoría los casos de Alemania, Bélgica, Holanda e Italia, entre otros.

10. Sistema pluripartidista polarizado

Por último, éste es muy poco frecuente y se configura en el predominio de lógicas de funcionamiento de carácter centrífugo.

En efecto, el pluripartidismo polarizado responde a las siguientes características:

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a. El partido que gobierna ocupa el centro ideológico del sistema.

b. El partido que gobierna está expuesto a oposiciones desde ambos lados del espectro ideológico.

c. Al menos uno de los partidos de oposición tiene características ideológicas que cuestionan el funcionamiento y las reglas de juego democráticos.

d. La competencia electoral está caracterizada por el predominio de tendencias centrífugas, en la medida en que los electorados correspondientes a cada uno de los partidos no poseen fronteras comunes.

e. Varios de los partidos del sistema pluripartidista polarizado poseen un peso ideológico importante.

f. Los partidos de oposición desarrollan discursos demagógicos, propios del ejercicio de una oposición irresponsable.

g. Se produce un proceso de desgaste del partido de gobierno a manos de sus oposiciones bilaterales, que van generando la creciente inestabilidad del sistema.

Estos sistemas de partidos, como se deduce de la caracterización que acabamos de presentar, no son estables y tienden a desarrollar dinámicas de ruptura del propio sistema. De hecho, los casos históricos de pluripartidismo polarizado han culminado en crisis institucionales más o menos profundas.

Son ejemplos de este tipo de sistema de partidos el caso de Chile bajo el gobierno de Salvador Allende, la República de Weimar en Alemania y la IV República Francesa de posguerra.

De este modo, quedan presentados los diferentes tipos de sistemas de partidos.

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Notas sobre los autores

Pablo Mieres

Doctor en Derecho y Ciencias Sociales y graduado en Sociología para el Desarrollo, director de la Licenciatura en Ciencias Sociales de la Universidad Católica del Uruguay. Docente de la Universidad Católica del Uruguay y de la Universidad de la República (Montevideo). Fue Diputado durante el período 2000-2005. Es actualmente presidente del Partido Independiente de Uruguay. Integró la Mesa de la Comisión Parlamentaria Conjunta del Mercosur por la Sección Uruguay desde 2001 a 2004.

Javier Marsiglia

Asistente social graduado en la Universidad de la República (Montevideo). Diplomado en Planificación Social del Instituto Latinoamericano de Planificación Económica y Social, Comisión Económica para América Latina (ILPES-CEPAL), Santiago de Chile. Director e investigador del Instituto de Estudios del Desarrollo Regional y Local de la Universidad Católica del Uruguay. Docente en la Universidad Católica del Uruguay y en el Instituto Universitario CLAEH de Montevideo. Consultor en políticas sociales y desarrollo local en el Uruguay y en la región del Cono Sur.