corre con los caballos

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Corre con caballos

Brian Burks

ilustraciones de Ricardo Peláez

traducción de María Vinós

~ FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Hasta que cumplí diez años supe que habia otra forma ~de ITJ.{)rir que no fuera por la violencia.

Esto es porque soy un apache.

James Kaywaykla 1877-1963

TERRITORIO DE NUEVO MÉXICO

SONORA

e / 1 1¡ ap1tHTe~

+ CORRE CON CABALLOS estaba sentado en el suelo frente a su padre,_ esperando pacientemente a que el hombre, bajo y com­pacto, hablara. Por fin, cuando la luz gris del amanecer empe­zó a borrar las estrellas del cielo, Cuchillo Rojo levantó la ca­beza y apartó el largo pelo negro de su rostro ancho, plano y endurecido por el sol.

-Hijo mío -comenzó a decir-, todavía no eres un gue­nero de los apaches chiricahuas. Has completado dos pruebas, pero antes de tomar tu lugar entre los hombres alrededor del fuego debes pasar dos pruebas más. Todavía te queda mucho por aprender.

"Sabes que en este mundo nadie te ayudará, ni siquiera yo. Tus piernas son tus amigas; debes enseñarlas a correr como el

·antílope. Así tus enemigos no podrán alcanzarte. "Tus ojos· son tus amigos. Debes enseñarles a ver corno el

águila para que seas un gran cazador y tus enemigos no pue­dan acercarse a ti sin que lo sepas.

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"Tus oídos son tus amigos. Te dirán lo que los ojos no pue­den <lecirt~ en la noche. Enséñales a escuchar a] escarabajo que se arrastra en la tierra. Así podrás oír a la serpiente que se des­liza en la hierba y no podrá morderte.

,.Tus brazos y tus manos son tus amigas. Deben ser fuertes y

rápidas como las del puma." Cuchillo Rojo apuntó hacia su frente. -Tu mente es tu amiga. Te dirá lo que tienes que hacer. Re­

cuerda lo que ves y lo que escucha~;, y en tu cabeza estará lasa­biduría para sobrevivir a todas las cosas.

"Un día tu gente tendrá hambre. Tendrás que matar a tu ene­migo para robarle comida. Entonces Ja gente en todos los cam­pamentos hablará de ti. Dirán que mi hijo es un gran guerrero. ¿Entiendes todo lo que te he dicho?"

Corre con Caballos asintió solemnemente y ambos se pusie­ron de pie. Cuchillo Rojo señaló. las afueras del campamento, donde un guerrero solitario estaba parado en un pequeño claro, con los brazos cruzados sobre el pecho.

-Ya es hora. Camina Solo te está esperando. Ahora vete. Corre con Caballos llegó a donde Camina Solo, un joven

guerrero aún soltero, lo esperaba. Como él, vestía un taparra­bos de cuero, amplio, que caía hasta sus rodillas por el frente y

tenía por atrás el largo justo para no pisarlo. En la funda· que colgaba del cinturón de cuero que le ceñía

la cintura halfía un cuchillo, y tenía los, mocasines largos enro:.. Hados a los tobillos. Sintió un nudo de aprehensión que se le apretaba en el estómago cuando el guenero se agachó a reco­ger e] cántaro ele agua que yacía a sus pies .. ¿Podria superar la

-----

prueba? ¿Podría correr los cinco kilómetros a la cima del cerro y regresar sin tragar o escupir el agua?

Cuando la canasta recubierta de brea le tocó los labios llenó su boca de agua, luego se recogió el largo pelo negro y se ajus­tó la banda a la cabeza. Un instante después Camina Solo gritó: -¡Vete~

Corre con Caballos era alto entre los apaches, y salió veloz. Había empezado a entrenar para esta prueba a Jos siete años.

Todas las mañanas durante nueve años se había levantado an­tes de la madrugada a correr, con la boca bien cerrada, respi­rando sólo por la nariz. Estaba listo para la prueba, pero aun así el miedo a fracasar lo perseguía. Si tropezaba y caía, sería di­fícil no tragarse el buche de agua.

El terreno traicionero de la Sierra Madre hacía difícil la ca­rrera. El guerrero novato esquivaba o libraba de un salto las ro­cas, los arroyos profundos, los cactus y los espinosos arbustos de mezquites, que con un paso en falso amenazaban desgarrar­le la carne.

Camina Solo coITía a su lado para asegurarse de que alcanza­ría la cima antes de regresar. El guerrero se mantenía a buena dis­tancia para permitir que cada uno escogiera su propio camino.

Corre con Caballos le echó una mirada a Camina Solo y se maravilló de la facilidad con la que el hombre parecía flotar por encima del suelo. Se preguntó si él se veía igual, o si su pa­. so era torpe y rudo.

Sabía que la parte más' émpinada del cerro, la parte que tra­taría de sacarle la fuerza ~e las piernas y el aire de los pulmo­nes, no estaba lejos.

9 -~-·-··----~:l::_,_

CoITe con Caballos recordó. Era de noche, y una fina capa de hielo cubría la poz,a profunda en la que su padre le había di­cho que se metiera. El hielo le cortó y rasguñó la piel, y el agua helada le entumeció el cuerpo. Tras lograr llegar a la otra ori­lla y arrastrarse para salir, no le permitieron acercarse al fuego. Se vio forzado a quedarse a las afueras del campamento hasta la madrugada, con el cuerpo desnudo cubierto de tíena, hojas y agujas de pino para no congelarse. Un gueITero apache debe poder sobrevivir toda inclemencia, le había dicho su padre.

Al día siguiente le ordenaron que luchara contra un árbol, y cuando sus manos estaban hinchadas y ensangrentadas tuvo que hacer una bola de nieve y empujarla hasta que fuera de­masiado grande para moverla. I\1ás tarde esa noche le pusieron salvia seca en los brazos y le prendieron fuego hasta que se convirtió en cenizas. No se inmutó ni cerró los ojos. Un gue­rrero debe poder soportar el dolor. Todavía tenía las cicatrices en los brazos.

De pronto, al darse cuenta de que ésta era sólo una más de las muchas pruebas que lo aguardaban en su camino a la vida adulta, se relajó y movió el agua que guardaba en la boca. Ha­bría más pruebas, y algunas seríaú peligrosas .

. ..., ·<

Corre con Caballos escuchó la suave vibra'élón de la serpiente de cascabel y vio de reojo el movimiento de ésta atacando. A medía zancada torció el cuerpo y lanzó su pcs9 hacia :.,i:delante, alzando al mismo tiempo las rodillas hast'lc~ el pecho. La ser­piente falló, Corre con Cabalios se desdobló y cayó de pie bas­tante r1l<ís adelante que ella. Sabía que había estado muy cerca.

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Más arriba los piñoRef8-f ~)'._los cedros se multiplicaban y añadfan obstúculos al camino de Con-e con Caballos. No tenía permitido aminorar la marcha. Si Camina Solo lo veía trotar o caminar, la prueba terminaría y pasarían semanas antes de que pudiera probar de nuevo.

La parte más empinada de la carrera había comenzado. El sudor empapaba la banda que ceñía la frente de Corre con Ca­ballos y goteaba en su cara, escociéndole los ojos. Los múscu­los de sus piernas se tensaron y el aire que respiraba le quema­ba la garganta seca. Camina Solo aún estaba con él, no muy le­jos, observándolo·;

Su ruta, ahora casi vertical, pasaba entre dos grandes rocas. La copa de un viejo enebro retorcido formaba un techo y las agujas de sus hojas secas cubrían el suelo. Corre con Caballos no vic' la raíz que sobresalía del suelo y atravesaba su camino. La raíz golpeó los dedos de su pie izquierdo y Corre con Ca­ballos tropezó. Trató de recuperar el equilibrio y evitar que su propia inercia lo lanzara de cabeza contra el suelo·.

Cayó. El agua bajó por su garganta, pero muy poca. La carrera no

había terminado. Las plegarias del chamán.le habían cerrado la gargar\ta y lo habían ayudado. Se puso de pie y reanudó su ago­tadora marcha.

Cuando la cima ele la montaña se dejó ver, le pareció que sus pulmones estaban a punto de reventar y su cuerpo se estreme­ció de fatiga. Las palabras de su padre resonaron en su cabeza. "Debes saber que puedes vencer a tu enemigo. No debes tener la menor duda".

Lo alhJ d-e-l2 _ _rnontaña se convi11ió en su enemigo. Corre con Caballos obligó a sus piernas a ir más y más rápido. Tenía los ojos pegados al suelo, ele modo que no se dio cuenta cuando de­jó atrás a Carnina Solo. Todo en él estaba entregado a su tarea.

Llegó a la cima y sin darse tiempo a saborear su victoria so­bre la montaña se volvió para emprender el regreso. La verda­dera victoria estaba a cinco kilómetros de distancia, en el cam­

pamento. El descenso era más fácil, aunque las posibilidades ele tro­

pezar y caer fueran mayores. Una :fila de mezquites formaba una barrera y C01Te con Caballos alargó el paso y saltó, ele­vándose en el aire casi a la altura de !os hombros.

Su pierna derecha rozó Ja punta de un arbusto y una espina le abrió la piel. Cayó del otro lado en una barranca poco pro­funda. La arena suelta y desigual del suelo lo hicieron falsear el paso, pero enderezó el cuerpo y se lanzó hacia Ja orilla opuesta.

Más adelante la pendiente disminuía y una frescura inespe­rada se apoderó de Corre con Caballos. Le gustaba sentir el viento en la cara y el suelo apenas tocando sus pies. Ya no era humano: era un antílope, y se impulsó para·ir más rápido.

Cuando el campamento estuvo por fin a la vista, Corre con Caballos sentía que volaba. Se detuvo frente de su padre, quien Jo esperaba. Cuchillo Rojo miró complacido el sudor que cu­bría el cuerpo ligero de su hijo. Gerónimo, un hombre corpu­lento. de rostro oscuro, nariz anchJ y grande, frente baja y ojos negros corno obsidiana se dirigió hacia él.

-Escupe -exigió.

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Corre con Caballos volvió la cabeza y dejó que el chisguete de agua saliera entre sus labios. Sonrió y abrió la boca para re­cuperar el aliento.

-¿Dónde está el guerrero que fue contigo? -preguntó Cu-chillo Rojo.

Corre con Caballos sacudió la cabeza. -No lo sé. Cuando Camina Solo llegó trotando un momento después,

los delgados labios de Gerónimo estaban tensados en una línea. No estaba satisfecho. El líder de la guerra y hombre de medici­na se tomaba muy en se1io el entrenamiento de todos los chicos.

-¿Por qué no estabas con él? --espetó apuntando a Corre con Caballos.

El guerrero bajó la mirada. -El chico cone corno un venado. Sus pies tienen la certi-

dumbre de la cabra montés. No lo pude alcanzar. -¿Llegó a la cima? Camina Solo cruzó su mirada con la de Gerónimo. -Sí. Lo vi. Cuchillo Rojo y .Gerónirno se dieron la vuelta y se alejaron.

Corre con Caballos sonrió. La victoria era dulce. +

1 ¡ 1 l '

Capítulo 2

+ CORRE CON CABALLOS estaba sentado en el suelo frente a su padre. El sol de la mañana aún no había aparecido sobre las montañas del Este.

-Hijo mío --comenzó Cuchillo Rojo-, cuando eras pe­queño y no sabías cómo hacer arcos y flechas, yo los hice por ti. Te enseñé a cazar. Te mostré que ]as aves, las ardillas y los conejos no son mansos; cuando te ven, las aves vuelan y las ar­dillas y conejos se esconden. Tienes que avistarlos antes de que ellos te vean a ti. Debes acechar y acercarte a tu presa pa­ra que tu flecha pueda alcanzarla.

"Al cazar animales pequeños, has aprendido que debes avan­zar lenta y suavemente, sin golpear las piedras con los pies im­pidiendo que rueden cañada abajo. Para cazar venado, es lo mismo. Debes avanzar con astucia y cuidado. Los venados pueden verte antes de que tú los veas. Los venados se quedan donde pueden verte bien. Tendrás que buscar tu venado y acer­carte a él como el z01To. Es igual con el antílope y otros ani-

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males. Pero no caces al guajolote. Los~gu.ajol_Q_tes no sirven pa­ra comer porque se alimentan de insectos."

Cuchillo Rojo hizo una pausa antes de continuar. -Hijo mio, hoy te irás de aquí con tus palos de fuego, tu cu­

chillo, tu arco v tus flechas. No regreses sin un venado o un an-. ~ .

tílope. Un guerrero debe poder cazar y traerle carne a su gente. "No comas antes de irte, ni lleves contigo alimento alguno. Si

cazas con el estómago vacío, puede que el Dador de Vida tenga piedad de ti y ponga un venado en tus manos. Cuando mates, marca la punta de tus mocasines con sangre y cómete el corazón crudo lo antes posible, para asegurar buena caza en el futuro.

"Ahora vete."

Corre con Caballos se detuvo a la orilla del campamento para examinar su am1a. Había tallado un arco sencillo de una rama de morera. Tenía el largo de dos flechas y estaba tensado con los tendones de un venado que su padre había cazado. Tenía una cuerda extra en su aljaba.

Sin encontrar ninguna imperfección en el arco, lo colocó en el suelo. Luego se quitó la aljaba de la espalda y revisó cada una de sus doce flechas. La varilla estaba hecha de caoba del mon­te, pelada, tallada y puesta a secar. Bajo instrucciones de su pa­dre, había enderezado cada flecha contra una piedra caliente, y luego había pintado bandas con tonos extr.aídos de raíces coci- · das y de corteza. Las puntas de pedernaLque,había,encontrado habían sido talladas por los indios Pueblo hacía siglos, y las plumas en el otro extremo de la varilla eran de cola de águila.

Satisfecho, Corre con Caballos echó a·andar con un trote li-

gcro. Sabía a donde iba:..J.1u1ch~2~ kilómetros al Oeste y un poco al norte habfa una estrecha cañada de la que manaba un ojo de

agua. Cuchillo Rojo lo había llevado allí una vez, hacía meses,

y esperaba poder recordar el camino. Era un buen lugar p;:u-a ca­

zar porque los animales venían de kilómc:tros a la redonda a be­

ber cuando no llovía, y hada ya mucho tiempo que no 11ovía.

Un cuervo graznó en lo alto y Corre con Caballos se cletm·o

a mirar la negra ave. Le habló: "Cuervo. si cazo, las entrañas

ser<'ín para ti; debes ayudarme".

El ave trazó un círculo en el cielo y luego voló hacia el Oes­

te. Corre con Caballos interpretó esto como una señal de que

avanzaba en Ia dirección correcta. Aceleró el paso. Sabía que un

guerrero fuerte puede cubrir ciento cincuenta kilómetros a

pie en un día; la distancia de terreno rugoso que tenía por de­

lante constituía una caminata de medio día por lo menos. Continuó trotando, incansable, examinando constantemente

sus alrededores en busca de cualquier cosa que pudiera ser un

enemigo. Por las muchas historias que había escuchado en el

campamento, su gente siempre había tenido enemigos.

Los primeros fueron los indios de las planicies y los indios

Pueblo. Luego llegaron los españoles, que capturaron a cientos

de apaches y los llevaron como esclavos a las minas. Ahora Jos

enemigos eran Jos mexicanos y los recién llegados Ojos Blan­

cos, del otro lado de la frontera. Los dirigentes de la antaño po­

derosa nación apache, como Yictorio, Mangas Coloradas y el padre de Naiche, Cochise, estaban presos en ]as reservaciones

de los Ojos Blancos, o muertos. El jefe Naiche, Gerónimo, y sus seguidores eran los últimos que quedaban.

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CoITe con Caballos mantuvo su ruta dentro de las cañadas o en-_........_ ___ ~ tre los arbustos y, en la medida de lo posible, fuera de las pla­nicies donde podía ser avistado desde muy lejos. Si los mexica­nos lo veían y capturaban, lo matarían.

Mientras viajaba, a veces veía una liebre o un conejo saltar de su escondite a la sombra de un arbusto o una roca. En una cañada profunda vio la cola blanca de un venado bailando fren­te a él. No le prestó atención. CoITe con Caballos sabía que era inútil perseguir a un venado asustado: nunca lograría acercar­se lo suficiente como para dispararle.

Antes del medio día llegó a la estrecha cañada sorprendido de la facilidad con la que había recordado el camino. Se dejó caer bocabajo y se arrastró hasta la orilla rocosa para asomar­se. Donde hay agua, le había dicho su padre, hay peligro. El enemigo podía estar allí.

El potente sol de verano estaba ya en lo alto y se reflejaba en el agua al fondo de la cañada. Corre con Caballos la exa­minó cuidadosamente en busca de cosas que se movieran.

Seguro de que no había nadie, Corre con Caballos siguió el tenue sendero que zigzagueaba por la empinada pared de la ca­ñada. Las huellas frescas de venado en el suelo polvoso con­firmaban que era un buen sitio para acechar. Buscó un buen lu­gar en las cercanías donde pudiera esconderse sin que Ia brisa llevara su olor hacia su presa.

Cerca del fondo de la cañada la. encontró·-.-una zanja pro­funda que cmzaba el sendero y a cuyo pie crecía un cedro es­peso y corto. En silencio, se arrastró por el banco y se mTodi­lló detrás del tronco.

En un instante se puso de pie y tensó la cuerda del-~rrcz;. ~JJ la que descansaba lista la flecha. La visibilidad era buena y la distancia al sendero suficientemente corta. Sonrió mientras descansaba el arco y devolvía la flecha al carcaj. El lugar era perfecto. No había modo de fallar.:·

Siguiendo el lecho lleno de grava de la zanja hasta UIL\ poza alimentada por el ojo de agua, Con-e ccn Caballos re\·isó el suelo en busca de huellas recientes en el lodo. Al no encontrar nada. bebió del a2ua salobre hasta satisfacer su sed v rczresó a

, <.._.; _, L_.,

su puesto de acecho para pasar el día. Los venados no bajarían a beber antes del anochecer. Mientras tgnto. se quedaría a la sombra del cedro a descansar.

Las horas de la tarde pasaron con lentitud. Finalmente, par­te del sol se escondió en el Oeste y Corre con Cabal los se sen­tó y preparó su arco. Podía ver el sendero a través de un hue­co en el follaje. Tenía hambre, y eso era bueno. El Dador de Ja Vida tenía todo el poder para dar cualquier cosa, hasta un ve·­nado gordo.

Una sombra surcó el suelo y Corre con Caballos miró al cie­lo para descubrir al cuervo rondando. Estaba seguro que se tra­taba del mismo cuervo que había visto antes, y eso aumentó su expectación. La luz del ocaso se desvanecía rápidamente cuan­do escuchó un ruido sobre él. El sonido de pequeñas pezuñas golpeando el suelo se hizo cada vez más claro.

La silueta gris de dos venados apareció en el sendero. Corre con Caballos tembló ele emoción. Sabía que tenía poco tiempo para disparar, que debía dejar que la flecha volara hacia el co­razón de la cierva que estaba más cerca de él.

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Pero Corre con Caballos quería al macho, quería la corna­rnen ta para mostrársela a su padre y a Gerónírno. Apuntó su flecha de nuevo. Era mucho más difícil atinarle al macho.

Fue un error. Justo al soltar la cuerda, ambos venados respingaron y, en­

loquecidos, corrieron por la empinada ladera de la cañada en una nube de polvo. La flecha inútil golpeó inofensiva contra las rocas.

Corre con Caballos se quedó observando el sendero vacío, avergonzado y deprimido. El Dador de la Vida y el cuervo le habían ayudado, habían facilitado su tarea, y él había fallado.

Ningún guerrero habría sido tan estúpido. La carne de la cierva no era distinta a la del macho, y era carne lo que busca­ba, no cornamentas. Ahora tenía por delante una larga noche con el estómago vacío, y mañana no podría esperar que el cuer- . vo o el Dador de la Vida le ayudaran o tuvieran piedad de él. Ahora estaba solo.

Tras encontrar su flecha con la punta rota, bajó hasta el agua, se lavó la cara y bebió. Luego subió por la zanja para pasar la noche donde la luz de su fogata no fuera fácilmente visible.

No había razón alguna para encender una fogata: no hacía . frío ni tenía nada que cocinar, pero quería tener fuego. Podían pasar horas antes de que consiguiera conciliar el sueño, y las llamas le harían compañía.

Escogió un lugar con arena suave y recogió ramas secas, tro­zos de mezquite y unos puñados de zacate. Sacó sus heITa­mientas para hacer fuego del cinturón. Eran dos piezas de ma­dera que le permitían hacer fricción: una vara de enebro de

veinticinco centímetros de largo del grosor de su dedo meñic;ue y una tabla delgada. plana, de yuca.

Corre con Cabalios colocó la punta plana ele la rama de ene­bro en la ranura de la tabla de yuca. amontonó un poco de za­catc seco a su alrededor e hizo girar la vara con rapidez entre sus palmas.

f\'o salían chispas ni humo. Añadió una pizca de arena y lo intentó de nut\'O. Esta \'el brotó un hilo de humo. Quitó la va­ra y. deteniendo el zacatc contra la yuca, sopló. El zacatc se en­cendió ele inmediato y Corre con Caballos echó varias ramitas.

La oscuridad era completa. Un búho ululó en las cercanías. Corre con Caballos sintió que un estrr:mecimiento le recorría la espalda y se alegró de tener la luz. del fuego. La presencia del búho significaba que alguien malvado había muerto no muy le­jos y su espíritu había entrado en el búho. Nada bueno viene de la presencia de un búho, le había dicho Cuchillo Rojo. Sólo en­fermedad v muerte.

El búho ululó una y otra vez, y al poco tiempo el sonido se volvió intolerable para Corre con Caballos. Tornó una rama en­cendida y corrió en dirección del ruido.

Cuando oyó el aleteo se detuvo, agradecido de que el ave se hubiera alejado. Ojalá no regresara. Corre con Caballos no quería morir.

Horas después, tras reconstruir docenas de veces sus errores anteriores con los venados e implorarle al Dador de la Vida y al cuervo su perdón, Corre con Cabailos se durmió.

La noche todavía era oscura cuando despertó, y de inmedia­to buscó en el cielo del Este la estrella de la mañana, pues nin-

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gún guenero permite que la estrella se levante antes que él._ Aún no estaba en el cielo, pero no tardaría en llegar, lo sabía por instinto.

Se quedo quieto. Quería bajar a la poza y beber, pero sabía que en la oscuridad haría demasiado ruido. No sería buena idea espantar a los venados o antílopes que pudieran estar rondan­do. La idea de pisar o rozar una cascabel también lo mantuvo inmóvil, esperando la luz de la mañana.

Cuando llegó el alba, Co!Te con Caballos tuvo que tomar una decisión. ¿Debía bajar silenciosamente hasta el agua, con la es­peranza de encontrar a un venado allí a buena distancia, o re­gresar al lugar de ayer, al pie de la zanja, y esperar?

Sabia .por las huellas que había visto que los venados usaban el sendero para bajar la cañada y regresar. Si había algún ve­nado en el agua era muy probable que regresara por el sende­ro. Decidió intentar una vez más su puesto de acecho.

CoITe con Caballos estaba listo cuando escuchó a los vena­dos subir. Esta vez, se repiüó, no cometería en-ores. Durante años había cazado ardillas, aves, conejos y ratas, que eran blan­cos mucho más difíciles que un venado. Tenía confianza en su buena puntería.

El venado se acercó más y Cone con Caballos tensó en el ar­co su flecha marcada. Un momento después, mirando a través de las ramas del cedro, vio la cabeza del venado. Era un ma­cho, un macho mucho más grande que el que había visto el día anterior. Cone con Caballos sintió que la fuerza lo abandona­ba y empezó a temblar. ''No, pensó, a menos que sea un blan­co perfecto, no dispararé".

"--..

El ve-i:i-ackHli2 unos pasos más. Corre con Caballos supo que no habría otro momento. ni siquiera para dispararle a una hem­bra o a un cervatillo. Sus pensamientos se detuvieron.

Ivluy lentamente se alzó por encima del follaje del cedro y apuntó detrás de la cruz del venado. El macho se detuvo y vol­vió la cabeza. Corre con Caballos solló la flecha y el tafiiJo de la cuerda resonó en d silencio.

Corre con Caballos vio la flecha dar en el blanco y hundirse en la carne del venado. El macho se lanzó hacia adelante v •. echó a correr. Corre con Caballos no pudo contener su emo­ción y gritó antes de salir tras su presa.

Estaba mal. Corre con Caballos lo sabía. "Espera en silencio tras disparar para que el animal se sienta débil y se eche", le ha­bía dicho Cuchillo Rojo muchas veces. ''El animal puede sacar fuerzas del miedo, e ir mucho más lejos que si lo dejas en paz".

Pero el venado no se alejó mucho. era imposible. La flecha le había perforado los pulmones. Corre con Caballos vio al ani­mal trastabillar y luego caer. Cuando llegó hasta él, sacó su cu­chillo y le abrió la garganta para permitir que la sangre se dre­nara del cuerpo.

Nunca había sido tan feliz. En silencio agradeció al Dador de la Vida por poner e] venado allí para que el apache lo comiera.

Corre con Caballos tomó al pesado animal de los cuernos y

lo arrastró hasta que la cabeza quedó apuntando hacia el Este. Esto era importante porque uno de los creadores, Niño de Agua, lo había hecho cuando cazaba en Ja TieITa.

Con cuidado de no pasar por encima del venado o pararse frente a su cabeza, Corre con Caballos sacó la flecha de varios

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tirones fuertes. Luego abrió el cuerpo con el cuchillo y sacó las entrañas íal como había ayudado a su padre muchas vecc,s.

Recordó las palabras de Cuchillo Rojo acerca del corazón. To­

mándolo en ambas manos. Corre con Caballos se lo comió. lirn­

piándosc la sangre de la barbilla para manchar con ella las puntas

de sus mocasines. Era esencial que continuara teniendo éxito en la

cacería. Algún día. dc:-;pués ele conve11irse en guerrero, esperaba

tener esposa e hijos. Entonces tend1ia que proveer a su familia.

Un cuervo graznó en el cielo y Corre con Caballos se ende-·

rezó. Apuntó hacia el venado. "Cuervo. tú me ayudaste. Tú y

yo no pasaremos hambre. Las entrañas son tuyas''.

Miró al venado. ''Venado, no tengas miedo cuando nos en­

contremos de nuevo. Necesito tu carne y tu piel. Sea que siem-

pre ten za buena fortuna contigo.,. L L

Corre con Caballos dejó al venado y fue a beber a la cañada.

Pronto regresó. hizo una fogata y asó parte de Ja carne. Cuan­

do hubo comido hasta saciarse, terminó de destazar al animal.

No podía cargar toda la carne, así que envolvió la mitad en

la piel, en un paquete compacto. y la colgó de un cedro cerca­

no con una cuerda que había trenzado de Ja hoja de una yuca.

El bulto estaba lo suficientemente alto como para que los co­

yotes o gatos monteses no lo alcanzaran.

Le habló a todos los animales. "Esta carne le pertenece al

Dador de la Vida. Nadie debe tocarla. Yo regresaré por ella".

Corre con Caballos acomodó el arco sobre su hombro y le­

vantó la cabeza del venado y sus cuartos traseros. Era una carga

pesada. Cuchillo Rojo y Gerónirno estarían orgullosos de él. +

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Capítulo 3

+ GERÓNIMO avanzó hasta quedar frente a Cuchillo Rojo y Co­ITe con Caballos, quienes estaban sentados junto al fuego afue­ra de su cabaña. CoITe con Caballos se levantó e hizo a un lado.

Gerónimo apuntó hacia él mientras miraba a Cuchillo Rojo. -Tienes un buen muchacho. Hay otro en el campamento

que es mejor, más rápido y más fuerte. La expresión sobria de Cuchillo Rojo no se inmutó. Su mi­

rada fue directa y su voz carecía de emoción. -· Pronto habrá luz. Trae aquí a ese muchacho. Dile a todo

el campamento que venga. Quiero que lo vean. Cuando Gerónimo se perdió de vista, Corre con Caballos

volvió a su lugar junto al fuego. Había escuchado la conversa­ción y sabía lo que füa a suceder. Había sucedido dos veces an­tes y ambas lo había detestado, aunque había ganado.

Sólo había unos cuantos muchachos de su edad en el cam­pamento, y casi todos eran amigos suyos. Ésta era una parte del entrenamiento para gueITero que le hubiera gustado evitar.

Cuchillo Rojo percibió la tristeza de su hijo. -Hijo mío, ¿cómo podrá el águila volar si nunca extiende

sus alas? ¿Cómo sabrá el león que puede cazar y matar a un ve­nado si nunca lo ha hecho? Es igual para ti.

"Pronto llegará el día en que tu entrenamiento finalice. Los juegos habrán terminado y empezará la lucha por la vida o la muerte, no tu vida. sino la de tu gente. Debes conocer tus fuer­zas y flaquezas, del mismo modo que tu oponente debe conocer las suyas. Un cobarde no es bueno para sí ni para los demás.··

La última afirmación encendió la furia de Corre con Caba­Jlos e hizo algo que nunca antes había hecho. Le contestó a su padre.

-No tengo miedo. No deberías hablarme de esa forma. Los otros son mis amigos, crecí J. wrnndo con ellos, nadando v ca-.__ '- _,

zando con ellos. No son mis enemigos. Cuchillo Rojo sonrió y sus ojos cafés mostraron calidez.

Aunque trataba de no mostrarlo nunca. amaba a Corre con Ca­ballos más que a nada en el mundo.

-Tu corazón es bueno, es puro --dijo con calma-. Pero si este muchacho es tu amigo, le enseñarás lo lento que es. Le en­señarás su debilidad. No tendrás piedad de .él y él se esforzará más, con la esperanza de vencerte algún día.

"La destreza que le ayudes a afinar algún día salvará su vida y la vida de otros. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo?"

Corre con Caballos asintió con los ojos clavados en las lla­mas. Las palabras de su padre tenían sentido, pero no cambia­ban su opinión. La idea de lastimar a sus amigos no le gusta­ba. No le gustaba nada.

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Toda la gente_d~~ampamento estaba allí, formando un gran círculo en un terreno plano y abierto. La gente vitoreaba mien­tras Corre con Caballos sentía que se le encogía e1 corazón. Gerónimo entró en el círculo con Cara Pequeña a su lado. Ca­ra Pequeña era más que un amigo, era como un hermano. Ge­rónimo lo sabía, y también Cuchillo Rojo.

Los muchachos se encontraron en el centro del círculo. Co­rre con Caballos podía ver el miedo, Ja súplica silenciosa en los ojos de Cara Pequeña. Los dos habían luchado antes, jugando, y Cara Pequeña siempre perdía; era más ligero, quizá más rá­pido, pero Corre con Caballos era mucho más fuerte.

Gerónimo le entregó a cada uno un palo y luego se retiró. -Pelearán hasta que uno de los dos se rinda. No se den por

vencidos a la primera, o su entrenamiento cesará y no los lle­varé al siguiente ataque. ¡Comiencen!

Los muchachos ?e agazaparon en el suelo y empezaron a describir círculos uno alrededor del otro. Entendían las impli­caciones de lo que Gerónirno había dicho. Podía pasar inclu­so hasta un año antes de que reanudaran su entrenamiento. No los tendrían en cuenta para el próximo ataque, y sin los ata­ques, nunca se convertirían en guetTeros, nunca serían consi­derados hombres adultos ni se les permitiría fumar o casarse. A~emás, ninguna muchacha apache digna de casarse se inte­resaría en ellos.

Los pensamientos de Corre con Caballos se sucedían con ra­pidez. Sabía que los palos podían causar gran daño y dolor. Después de su última lucha había quedado tan adolorido que apenas se había podido mover durante una semana. Su opo-

nente había ieni'flD'--fX'.DJ~suertc. salió con una muñeca. un dedo y la nariz fracturados.

De pronto Corre con Caballos dejó caer el palo y se lanzó a los pies de Cara Pequeña. Si podía convertir la pelea en una lu­cha cuerpo a cuerpo había menos probabilidades de que algu­no de los dos saliera seriamente herido.

Cara Pequeña abatió el palo sanguinariamcnte y golpeó a Cone con Caballos en la espalda. con tal fuerza que éste se es­tremeció y apenas alcanzó a agarrarlo de un pie. Una y otra vez Cara Pequeña lo golpeó. una de ellas detrás de la cabeza.

Los golpes lastimaron a Corre con Caballos y lo llenaron de una furia incontrolable. Había tirado su palo para no lastimar a su amigo, estaba apaleando sin piedad.

El círculo de gente gritaba y gemía, y algunos cantaban su nombre, pero CoITe con Caballos dejó de escuchar. La adrena­lina conía por sus venas y él reunió sus fuerzas mientras Cara Pequeña lo seguía golpeando.

Con la agilidad de un gato, Co1Te con Caballos se puso de pie, levantando con él el pie de Cara Pequeña. Cara Pequeña perdió el equilibrio y cayó pesada y violentamente al suelo.

Corre con Caballos se montó rápidamente encima de su ami­go, quien de pronto se había convertido en su enemigo. Cara Pequeña levantó el palo pero Cone con Caballos lo agarró, tor­ció y lo desprendió fácilmente de sus dedos.

La furia seguía controlando los movimientos de Corre con Caballos. Detuvo los brazos de Cara Pequeña con sus rodillas y le puso el palo sobre la garganta, empujando hacia abajo con toda su fuerza. Los ojos de Cara Pequeña saltaron de sus órbi-

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tas mientras trataba de respirar. Se resistió y trató de zafarse, pero no pudo mover a Corre con Caballos.

Cara Pequeña tosió y se atragantó. La gente se quedó en silencio. Gerónimo y Cuchillo Rojo

llegaron junto a Corre con Caballos y lo levantaron por la fuer­za. Cara Pequeña se acurrucó de costado, jadeando.

Cuchillo Rojo palmeó la espalda de su hijo y sonrió. Fue en­tonces que el trance de ira se rompió y Cone con Caballos se dio cuenta de lo que había hecho. Había estado a punto de ma­tar a Cara Pequeña.

La voz de Cuchillo Rojo resonaba: -Éste es mi hijo. Estoy orgulloso de él. Ya han visto lo que

puede hacer. Será un guerrero poderoso. La gente vitoreó. Corre con Caballos se limpió la frente con

el antebrazo y cuando Io bajó se dio cuenta de que estaba en­sangrentado. Dejó caer el palo y se arrodil1ó junto a Cara Pe­queña. No se sentía como un héroe, sino corno un tonto, un tonto que se había dejado llevar por la furia.

¿Y si Gerónirno y su padre no lo hubieran detenido? Cara Pequeña estaría muerto. +

Capítulo 4

+ EL SOL de medio día brillaba. Corre con Caballos estaba ha­ciendo lo que le había dado su nombre: estaba con los caballos. Siempre que alguien quería encontrar1o, sabía donde buscar. pues raramente estaba lejos estos grandes animales musculosos.

Los caballos lo intrigaban y nunca se cansaba de mirarlos o hablarles. Estaba seguro de que entendían lo que les decía. Pe­ro hoy no les prestaba mucha atención. Estaba pensando en su madre, quien había mue1io junto con su hermanito en el parto. Su nombre, Carnina en el Agua, no se había pronunciado des­de su muerte hacía nueve años.

Ésa era la costumbre apache. Pensar o hablar sobre los muertos no servía sino para entristecer a los vivos, o peor aún. para invocar a Jos fantasmas. Corre con Caballos estaba cons­ciente del peligro, y no quería que lo persiguiera un fantasma, pero no podía evitar pensar en ella. La extrañaba, extrañaba sus grandes ojos cafés, su sonrisa torcida y su voz suave y tranquilizadora.

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S1LeJJtL~!_To ocurrió el mismo día que murió, y Corre con Ca­ballos recordaba cada detalle de la ceremonia: los gritos de la gente y las lágrimas en el rostro de su padre.

Al final de aquel teITible día, todo lo que había sido de su madre, inclusive sus ollas y canastas, había sido enterrado con ella o quemado.

Antes del anochecer, Corre con Caballos vio a su padre ma­tar al caballo pinto de su madre y prenderle fuego al domo de zacate de su cabaña. Al día siguiente cambiaron el campa­mento ele lugar. No quedaba nada que les recordara a Camina en el Agua.

Pero la tumba y la hoguera no habían borrado los recuerdos. CoITe con Caballos sabía que Cuchillo Rojo nunca se había re­puesto de su muerte. Nunca había pensado en casarse de nue­vo, y bebía demasiado tesgüino. No era feliz, no como antes.

Corre con Caballos escuchó un ruido a su espalda y al vol­tear vio a Cara Pequeña caminando hacia él. Se puso de pie. No había visto a Cara Pequeña desde la lucha tres días antes.

Cara Pequeña se detuvo a unos pasos de distancia. -Sabía que te encontraría aquí. Corre con Caballos se quedó mirando la marca morada y

amarilla en la garganta de Cara Pequeña, y luego volvió la vis­. ta al suelo.

-. Perdóname por lo del otro día. Estaba furioso, y no sabía lo que hacía.

-No te preocupes. Cuando tiraste el palo, yo también debí tirar el mío, pe.ro pensé que por una vez tenía la oportunidad de vencerte.

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-G0rr~son Caballos se sentó de nuevo y le indicó a Cara Pe­queña que se sentara a su lado.

-¿Por que viniste? -Para prevenirte. Dos gueneros llegaron al campamento

con unas botellas de mezcal que le robaron a los mexicanos. El jefe Naiche, Gerónimo, tu padre y los demás están bebiendo. Ya están bonachos.

Cone con Caballos se encogió de hombros. Siempre que ha­bía algo de beber, los hombres bebían.

Cara Pequeña continuó. -Cuchillo Rojo está haciendo apuestas. Dice que puedes

montar cualquier caballo bronco a pelo y sin cuerda. Apostó su rifle contra unas botellas de mezcal.

-¿Su rifle? Corre con Caballos sabía lo que valía un rifle, y lo difícil que

era conseguirlos. Sólo los gueneros tenían rifles, y no todos. El Winchester de su padre, un rifle de repetición, provenía de un saqueo que habían hecho a un grupo de colonizadores blancos en el Norte. La mayoría de los gueneros en el campamento te­nían carabinas Springfield de un solo tiro. El Winchester valía lo mismo que dos o tres buenos caballos, .y un buen caballo también e.fa difícil de conseguir.

Corre con Caballos sintió un escalofrío que le recorrió la es­palda. Había demasiado en juego. Estaba seguro de su destre-za como jinete, después de haber pasado años entrenado bajo la supervisión de su padre y haber visitado a un chamán que realizó una ceremonia para darle la habilidad de aferrarse al ca­ballo como un murciélago a la roca. En el campamento se de-

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cía que tenía "poder" sobre los caballos. Pero montar un caba­llo bronco a pelo sin una cuerda era algo que jamás había in­tentado. Era una locura, quizás era imposible. Corre con Caba­llos se levantó.

-La apuesta no será válida si no pueden encontrarme. Ma­ñana o el día después se les acabará la bebida y olvidarán la apuesta. Me voy a esconder.

Cara Pequeña asintió. Pero cuando Corre con Caballos em­pezó a alejarse, vio que su padre y un grupo de hombres se di- · ¡ rigían hacia él. . l

La idea de echarse a correr sin parar cruzó su mente. Segu­ramente aún no lo habían visto. Pero Corre con Caballos no podía irse. Si lo veían correr sería una vergüenza para su padre y no podía arriesgarse a semejante cosa. , ¡

1 Cara Pequeña se puso de pie a su lado. Parecía comprender . i

lo que pensaba. -No te preocupes. Hemos montado juntos muchas veces y

sé que nadie monta mejor que tú. Tengo una pluma de águila que iré a buscar. Si la amarras a la crin del caballo que escojan ·, 'j te ayudará a calmarlo.

Corre con Caballos se volvió hacia Cara Pequeña. -Es bueno que todavía seamos amigos. Cara Pequeña se levantó y fue a buscar la pluma.

Cuchillo Rojo puso su mano en el hombro de Corre con Caba- ! ·1 llos. Su aliento olía a mezcal, las palabras se arrastraban en su ';1i boca y tenía los ojos rojos y turbids. "]

-Hijo núo, éstos -e hizo un gesto apuntando a los demás ! ~! ti,

a- que lo acompañaban-, estos hombres dicen que no puecks--- ~--

n- montar un caballo sin cuerda. -Cuchillo Rojo se tambaleó---. a- Yo sé que puedes. Les vas a mostrar que puedes.

Corre con Caballos se quedó en silencio. No había nada que a- decir. No iba a discutir con su padre, y menos frente a los otros la hombres.

Cuchillo Rojo se volvió hacia el más alto de los hombres. 1- -Naiche, escoge el caballo. i- El grupo se acercó hacia los caballos que estaban maneados

de las patas. Corre con Caballos se quedó donde estaba y es-1- cuchó a los hombres discutir sobre cuál caballo sería el más di-o fícil. Él sabía la respuesta. e Había tres potros de dos años en la manada que nunca los

habían montado ni estaban acostumbrados a la mano del hom-r bre. Eran caballos que habían robado en el último saqueo a

Frontera, una pequeña colonia mexicana en el Norte. y De los tres potros, el roano azul de ancas cortas y cruz re-3. dondeada, al que se le veía lo blanco del ojo, sería el más difí-1 cil. Al caballo no le gustaba la gente y ni siquiera Corre con

Caballos había logrado acercársele mucho. Cara Pequeña regresó con la pluma. Naiche había hecho

su elección. Sería el roano azul. Camina Solo, el guerrero que había acompañado a Corre con Caballos en su carrera a la cima del cerro, tomó un lazo de cuero que traía en el hom-bro y después de varios intentos consiguió lazar al caballo maneado.

Los demás, tanto como lo permitía su estado intoxicado, ayudaron a detener al animal. Cuchillo Rojo se quitó la cami-

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sa y ~y~ndó los ojos mientras Gerónimo le quitaba las ma­neas de laspatas.

CoITe con Caballos se paró junto al caballo. Tenía las entra­ñas tan apretadas que le dolían. Aparte de Cara Pequeña, nadie había mencionado la apuesta, y CoITe con Caballos se encon­tró deseando no haber sabido sobre el asunto. Así, por lo me­nos, la presión no sería tan fuerte.

Cara Pequeña le amarró la pluma al caballo sujetándola con la crin, y luego se apartó. Cone con Caballos sabía que prolon­gar el momento sólo lo pondría más ansioso. Tenía que montar; no había modo de evadir la situación.

Se sujetó a las crines del caballo y montó. Cuchillo Rojo ja­ló la camisa y el caballo salió disparado hacia adelante, tum­bando al hombre a su paso.

Los demás estallaron en carcajadas cuando vieron a Cuchi­llo Rojo en el suelo. El potro reparó, balanceándose hacia ade­lante y hacia atrás sobre sus partas traseras. Corre con Caballos se aferró a las crines con la esperanza de que el caballo no ca­yera hacia atrás y lo aplastara. Si se soltaba su padre perdería la apuesta y se quedaría sin el rifle.

Por fin las patas del animal tocaron. el suelo, sólo para lan­zarse en un alto arco y caer con un golpe que hizo que CoITe con Caballos perdiera el equilibrio. Tal vez la pluma de águila funcionaba con algunos caballos, pero no parecía tener efecto alguno sobre éste. Corre con Caballos hizo un esfuerzo para colocarse de nuevo en el centro del lomo del animal. El caba­llo salió disparado a todo galope y Corre con Caballos se ale­gró. La canera era más fácil y el animal se cansaría.

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Frente a ellos estaban la meseta abierta de la cima de la mon­taña. El potro redobló el galope. Corre con Caballos sabía que más adelante la meseta terminaba en una caída abrupta. Si el caballo no se detenía o cambiaba de dirección, ninguno de los dos sobreviviría la caída.

Corre con Caballos se inclinó lo más que pudo sobre el cue­llo del animal, tratando desesperadamente de sujetarle el hoci­co. Si lograba agarrarlo y enganchar un dedo en el agujero de la nariz, podría forzar al caballo a dar media vuelta.

Pero el roano no lo permitía. Estiró el cuello y mantuvo el hocico fuera del alcance de su mano. Corre con Caballos miró hacia adelante. No le quedaba más tiempo.

Estaba preparándose para saltar cuando el potro frenó abru p­tamente. La fuerza del movimiento fue tan grande e inespera­da que _arrancó sus manos de las crines. Corre con Caballos sa­lió volando por encima del caballo y cayó pesadamente en la tierra, para luego rodar a unos palmos del precipicio.

Jadeando para recuperar el aire que el golpe había expulsa­do de sus pulmones, i:niró con los ojos borrosos al roano que trotaba y se alejaba en dirección de los otros caballos. Había perdido. Su padre perdería el rifle.

Corre con Caballos echó a andar. Pronto vio a Cara Pequeña que venía a su encuentro montando un alazán de cara blanca. El muchacho detuvo al caballo· a su lado.

-No estés triste --dijo Cara Pequeña-. No es tu culpa. Cuchillo Rojo está borracho. La culpa es suya. Él. ..

-No -interrumpió Corre con Caballos casi gritando-. No hablarás mal de mi padre.·.

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Cara Pequeña encogió los hombros y le tendió la mano. Co::>--·~ .___

ne con Caballos lo tomó del brazo y montó en las ancas del alazán. Pronto estuvieron junto a los demás caballos; el roano azul pastaba entre los otros como si nada hubiera pasado.

Cone con Caballos miró hacia el campamento. A la distan­cia vio a los hombres caminando; su padre iba a la zaga. Cu­chillo Rojo se detuvo, volvió la cabeza un instante, y luego continuó caminando. Cone con Caballos podía ver que estaba decepcionado, y eso le dolía. +

39

- __ Capítulo 5

40

+ HABÍA pasado una semana, y aunque Cuchillo Rojo no ha­bía mencionado el incidente, la pérdida del rifle preocupaba a Corre con Caballos.

No era tanto que considerara la pérdida su culpa. Pocos hom­bres, si es que alguno, podrían haber montado aquel roano sin cuerda. Pero lo justo o injusto de la situación no importaba: Cu­chillo Rojo había perdido su rifle y el rifle le hacía falta.

Cara Pequeña apuntó un poco más arriba del horizonte y soltó su flecha.

Corre con Caballos dio unos pasos hacia atTiba y miró la fle-cha hasta que cayó. Sacudió la cabeza.

-No llegó suficientemente lejos. Mi flecha está más lejos. -No -dijo Cara Pequeña-. La mía está más lejos. Los dos trotaron por la meseta abierta, el mismo lugar en el

que el roano azul había galopado con Corre con Caballos. Ca­ra Pequeña encontró su flecha primero; un poco más adelante,

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CoITe con Caballos encontró la suya. Sin ánimo, Cara Peque­ña le entregó su flecha a Corre con Caballos.

-Me has ganado tres flechas. Vamos a tirar a la barranca. Corre con Caballos sonrió. Él y Cara Pequeña habían juga­

do así desde que eran niños. Al final ninguno de los dos gana­ba muchas más flechas que el otro.

Llegaron a un arroyo ancho al norte de campamento. De un lado había un montículo alto de tierra rojiza y suave. Cara Pe­queña miró a Corre con Caballos.

-Tú tienes más flechas que yo. Tira primero. Corre con Caballos miró en su carcaj y sacó su peor flecha,

una que tenía la varilla pandeada y le faltaban plumas. Si la perdía, no importaría demasiado.

Estiró su arco y lanzó la flecha al montículo. Cara Pequeña sonrió. Podía ver por cómo volaba la flecha que el tiro no ha­bía sido bueno.

-¿Tienes miedo de que te gane? -Ya veremos --dijo Corre con Caballos y se encogió de

hombros. Cara Pequeña puso su mejor flecha en el arco. Apuntó con

cuidado y la dejó volar. El tiro fue bueno y la flecha quedó me­dio enterrada en la tierra suave junto a la de Corre con Caba­llos. Cara Pequeña corrió a ver para ver si las varillas de las fle­chas se tocaban. Las flechas estaban juntas.

-¡Gané! -gritó Cara Pequeña-ven a ver. -No, te creo. Tómala. Corre con Caballos buscó de nuevo en su carcaj la peor fle­

cha que le quedaba y disparó hacia la tierra. Cara Pequeña

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apuntó con cuidado y tiró de nuevo, pero esta vez las flechas no se tocaron. Era su tumo de disparar, y escogió la misma fle­cha doblada que le había ganado a Corre con Caballos.

Cuchillo Rojo llegó hasta ellos y ambos muchachos se vol­vieron hacia él. Cara Pequeña le ofreció su arco.

-¿Quiere jugar con nosotros? El hombre sonrió y tomó el arco. Él y el padre de Cara Pe­

queña, Pie Roto, habían pasado mucho tiempo juntos enseñan­do a los muchachos a cazar y a tirar. Pero desde que Pie Roto había muerto mientras saqueaban ganado en el Territorio de Nuevo .México dos años atrás, Cuchillo Rojo pasaba menos tiempo con ellos.

Sacó tres flechas de la aljaba de Cara Pequeña, puso una en la cuerda y colocó cuidadosamente las otras dos entre los de­dos de su mano izquierda.

Alzó el arco y rápidamente disparó la flecha lista, antes de que tocara el suelo, disparó las otras dos hacia el montículo de tierra. Las tres cayeron tan juntas que parecían una sola flecha.

Corre con Caballos estaba sorprendido. Nunca había visto a su padre hacer eso. Sabía que tenía buena puntería, pero no ha­bía imaginado que fuera tan bueno.

Cuchillo Rojo le regresó su arco a Cara Pequeña. -Este será su nuevo juego. Un guerrero debe poder dispa­

rar así. Si no disparas dos veces antes de que la primera flecha caiga, pierdes una flecha. Si las dos flechas no caen tocándose, pierdes otra flecha.

Se dio la vuelta para marcharse. -Vengan, los dos.

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Cara Pequeña recogí() su:: flechas y los dos m~K~h24'lW,:; si­

guieron a Cuchillo Roin. No muy lejos del carnpaincnto, en una área cubierta de rocas. encontraron a Camina Solo espe­

rúi1dolos. El J·oven ~uerrero le entre~ó a cada uno una honda v '- '- _,

se quedó con una para sí.

Cuchillo Rojo habló apuntando a un lado de la estrecha y po­

co profunda barranca.

-Ustedes idn de ese lado. Vamos a lanzarnos piedras. Si una piedra los golpea. puede romperles un hueso. Si les pega

en la cabeza. olvídenlo. Esto Ios hará rápidos. les enseüará a

esquivar y moverse corno e1 pez que nada en el río.

Corre con Caballos y Cara Pequeña dejaron sus arcos y fle-

n · chas y caminaron lentamente al lugar indicado por Cuchillo Ro-

jo. Ambos se daban cuenta de la gravedad del entrenamiento.

Más de una vez habían visto a muchachos que habían pasado por

e esto regresar al campamento con brazos y costillas rotos. Una e vez una ocasión Je había sacado el ojo a uno. y se decía que años

atrás un muchacho había muerto.

1 Cuchillo Rojo y Camina Solo recogieron cada uno una pie-

dra y la colocaron en 1a tira de cuero de la honda. Los mucha­

chos hicieron lo mismo. Cuchillo Rojo hizo girar la honda por

encima de su cabeza, primero lentamente y después más rápi­

do, los ojos fijos en su hijo.

Corre con Caballos le regresó la mirada a su padre. Sabía que

el hombre iba en serio y que esto no era un juego. Titubeando,

empezó a girar su propia honda. Sus dedos conocían bien las

cuerdas de cuero. Él y Cara Pequeña habían jugado y cazado

con hondas toda su vida. Los dos tenían una puntería mortal.

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""-·----Pero Corre con Caballo::; no tenía ningún deseo de pelear

contra su padre. ele tratar de pegarle una pedrada. Cuchillo Rojo conocía los pensamientos de su hijo, y sabía lo

que tenía que hacer para c~1111biarlos. Con la velocidad de un ra­yo disparó la piedra. La pequeüa roca sonó como un tambor con­tra la piel desnuda ele la rodilla de Corre con Cahallos y lo hizo trastabillar; el dolor lo hizo cerrar los ojos y perder el aliento.

Cuchillo Rojo rápidamente puso otra piedra en la honda y

empezó a hacerla girar cuando, de pronto. una piedra lo golpeó en el estómago con un ruido sordo. Hizo una mueca y volteó a

ver a Cara Pequeña. sorprendido. Una sonrisa pasó por los labios del muchacho antes de que

tuviera que agacharse para esquivar una piedra lanzada por Ca­

mina Solo. La distracción funcionó y le dio tiempo a Corre con Caba­

llos para levantarse. Estaba furioso, loco de furia, y ya no tenía escrúpulos para atacar a su padre. Cuchillo Rojo lanzó una pie­dra y CoITe con Caballos giró para esquivarla. Rápidamente re­cogió otra y con un movimiento ágil la lanzó hacia su padre. E1 tiro salió recto y veloz, pero Cuchillo Rojo era demasiado rá­,Ndo. Saltó fácilmente sobre la piedra y sonrió. Ahora el entre­

'.J!anúento empezaría de verdad. ·;·,,Un buen rato después, cuando Cuchillo Rojo dio Ia orden de

,·~arar, los cuatro se dejaron caer, exhaustos. Habían corrido, esquivado y lanzado piedras hasta que sus brazos y to­

. . . su cuerpo pulsaba de dolor. Pero curiosamente, a pesar del ·>.peligro, o quizás por él, había sido divertido. Y nadie había sa­

'; r.lf~O seriamente lastimado.

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La furia de Cone con Caballos había desaparecido. Volvió a mirar a su padre y sonrió.

-Te pegué dos veces.

-Pero yo te pegué primero --dijo Cuchillo Rojo sonriendo. +

'.

¡.-·-

óa Capítulo 6

+ CORRE CON CABALLOS y cuchillo Rojo estaban sentados en la cima de una colina mirando las planicies desde lo alto. A la distancia, al Este, se veía la silueta azulada de los picos de la Sierra en Medio, y más lejos, apenas visible por la bruma ma­tutina, las montañas de la Candelaria.

Cuchi11o Rojo señaló en dirección a las montañas de la Sie­ITa en Medio.

-Cuando oscurezca, irás hacia esas montañas. Debes cruzar las planicies y para que no seas visto, llegar a las montañas an­tes de que amanezca. Allí hay un guerrero vigilando a nuestros enemigos. Habla con él.

-Cuando oscurezca de nuevo -Cuchillo Rojo alzó la ma-no-, continúa hasta las Candelarias. ¿Las ves?

Corre con Caballos asintió. Cuchillo Rojo bajó la mano y se volvió hacia su hijo. -Allí estará otro guerrero. Cuando oscurezca de nuevo, re-

gresarás y nos dirás lo que dijeron los gueITeros. Esto es parte

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de tu entrenamiento. No llevarás agua ni alimen.tc;i_Un guerre-.._ "----. '--'

ro debe poder viajar rápidamente grandes distancias. "Cuando estés en las montañas quédate en la maleza. No sal­

gas hasta que haya oscurecido. Nunca cruces las planicies en el día. Si no encuentras agua sube a un punto alto y busca man­chas verdes. Donde el pasto está verde y los árboles crecen, allí hay agua.

"'Pero no te acerques en e! día. Tus enemigos pueden estar ahí. No importa que tan sediento estés, no debes acercarte has­ta que sea de noche. Entonces puedes ir y beber:·

Cuchillo Rojo hizo una pausa y se espantó una mosca. -Duerme en el día. Aun cuando haga mucho calor, no bus­

ques la sombra. Quédate bajo un pequeño arbusto o debajo de la hierba. Tus enemigos te buscarán en la sombra. No dejes que te encuentren allí.

"Si estás dormido en la hierba crecida y escuchas un ruido, toma un puñado de pasto frente a ti y mira a través de él. A me­nos que estén muy cerca de ti, nadje podrá verte.

"Si ves a alguien a lo lejos y no sabes quién es, encuentra un lugar abierto pero cerca de la maleza. Haz una fogata con za­cate y pon una rama que haga humo. Luego apaga el fuego y

escóndete en la maleza. Quien sea que fuere vendrá, y podrás ver si es un enemigo o un amigo. Desde la maleza puedes pe­lear o huir si es necesario."

Cuchillo Rojo continuó y CoJTe con Caballos lo escuchó con atención:

-Si estás perdido o no puedes encontrar al guerrero en Ja montaña, haz una fogata que eche humo y luego apágala y mi-

Te- \'

sabrás donde est::L

;a1- '"Si quieres que alguien te sig;t. haz hunw y coloca ui1~t 1«11na

1 el 'i1arcada en la dirección en la que fuiste ...

an- Cuchiilo Rojo volvió a esp<rntm b rnosL·,¡

allí -¿Entiendes lo que te he dicho'.)

Corre c11n Caballos miró el pai:<ijc. Dc:-;e~1ba que su e11trcna-

;;tar miento ya hubiera terminado. que ya hubil~r;1 log!·Cl:.io cnm t::r-1as- tirse en hombre.

--Entiendo. ¡,Será pronto el próximo ~,aqueo·1

Cuchilio Rojo asinti(). 1us- ---Así es. la gente necc~;ittt rn:1s cornicb. balas y cohij:1s. Pron-' de to llegará el invierno. Tú también irás al saqueo. J\!lc lo dijo Ge-

~uc rónimo.

Eran buenas noticias. Sería el tercer s~1queo ele Corre con Ca-do, ballos. Sólo le faltaría uno más ;ullcs ele tomar su lugar ab..:de-

11e- clor del fuego. con los hombres.

t un Corre con Caballos salió del campamento a la luz tenue del za- anochecer llevando consigo solo su aljaba, su arco, su cuchillo

o y y sus instrumentos para hacer fuego. No pensaba que Ja misión

irás fuera demasiado difícil, excepto por el peligro de pi.sar una cas-

pe- cabel en la oscuridad o caer en un hoyo. Los pumas y Jobos po- ·

dían traer problemas, pero no e.rn probable. Muy rara vez ace-

con chaban o cazaban gente.

La penumbra se convit1ió en una noche negra, sin luna, y 1 la Corre con Caballos tuvo que aminorar la marcha. Escogió una

m1- estrella para mantener su ruta.

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Viajar por !a noche no era nada nuevo. Hasta hacía unas"

cuantas semanas, desde c¡ue su ~ente había llee-.ado a instalarse ~· L

en la Sierra Madre para esconderse, descansar y llevar a cabo

los tan necesarios saqueos a los mexicanos. habían estado en

constante movimiento, haciendo todo lo posible pa.ra evitar

tanto al cjtrcito mexicano como al ele Jos Ojos Blancos que los .

perseguían.

La mayor parte de ios trayectos había sido dirigida por Ge­

rónimo. Era un hombre poderoso. Sabía cosas sobre el enemi- ·

go que nadie más podía saber. Mientras sus ojos se acostumbraban a la oscuridad, Corre con . 1

Caballos pensaba en su vida y en su gente. Siempre habían es­

tado en guerra y saqueado. Era normal. ¿Acaso el uni\'erso no

se había formado a partir de un conflicto, cuando Mujer Pinta­

da de Blanco y su hijo Niño de Agua habían matado a todos los monstruos y gigantes'? Rayo y Viento habían peleado para saber , ·~

quién era el mejor, al igual que el Sol y la Luna. La paz nunca ! había existido.

,:·¡

Durante un tiempo, antes de crecer y aceptarlo como parte 1 }

de la vida, Corre con Caballos había sentido preocupación an- ~., te tanta sangre derramada. Muchas vec;:es había visto a los gue- .. ,:;¡) rreros regresar de un saqueo con prisioneros, mexicanos o _

blancos. Con las manos atadas tras la espalda, los prisioneros i{

eran entregados a las mujeres apaches para que los descuarti- ;·.'} zaran con hachas y cuchillos si trataban de escapar. •

A veces traían a un niño, y una vez habían llegado con una 1:'

niña. Primero fueron esclavos, pero después se c;nvirtieron en ;·]

miembros de la tribu. Entre los niños del campamento había :;l ·1~;

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um> que era bLmco. y dos de los guerrero:; apaches eran en rea­lidad mexicanos capturados dcsc.:c niño.-.;.

Pero en el último año. enfurecidos por la constante persecución y temiendo c¡ue la vida tal como la cono1_·ían cst<lba ilcg:ando a qi , ~

Jin. el jefe Naiche. Gcr6nimo y sus guerreros habían matado 1L:í.s

oue nunca. Antes de cru1~u- 1a frontera de rcQ:reso de Ariz:urn ' ~

habían mat1do a \ cinti.st?is blancos, casi todos ranchero.s y agri­cultores. y de este bdo Je la frnntcr~i. d cerca de setenta mineros y pastores mexicanos~:~

La noche y los kilómetros parecían interminables. De vez en

cuando Corre con Caballos creía ver la silueta de las momañas

frente a éL pero no podía estar seguro. Las planicies que iba

c-ru1ando no resultaron tan planas como habían parecido a la distancia. Había muchas lomas pequeñas y al pie de cada una

corría un arroyo esculpido por el agua a través de siglos de

inundaciones.

Los profundos arroyos-le daban rnús problemas a Corre con

Caballos que los cactus que herían y arañaban sus piernas des­

nudas. La oscuridad Je permitía ver sólo unos cuantos pasos

adelante, lo suficiente para detenerse antes de caer a una ba­

rranca. Los rodeos aumentaban considerablemente la distancia

hasta las montañas.

Finalmente un rayo de luz del alba apareció en el Oriente ba-,, jo la brillante estrella del amanecer y le reveló el contorno .ma­

jestuoso de la Sierra en I\1edio. Corre con Caballos se detuvo y tornó un descanso por primera vez desde que había salido del campamento.

52

Pero estaba cerca de su destim.LllSÍ que un momento después ,.,_____

retornó el trote lemo pero constante que había mantenido a lo

largo de la noche. La luz del día lo encontró en lo alto de las

frondosas faldas de las montañas.

Corre con Caballos sabía que era faci l perder el día buscan­

do entre el follaje de los arbustos al guerrero que debía encon­

trar, y necesitaba ese tiempo para descansar y prepararse para

la siguiente parte de su viaje. Con esto en mente siguió las instrucciones de su padre e hi­

zo una fogata que envió una espesa columna ele humo negro al

cielo. Rápidamente apagó la fogata y miró a su alrededor en

busca ele alguna respuesta. Media hora después seguía buscan­

do, y estaba a punto de encender el fuego otra vez cuando una voz tras él lo sobresaltó.

-¿Qué haces aquí? Corre con Caballos se dio la vuelta, aturdido y avergonzado

de haber permitido que alguien se le acercara tanto sin que él

se diera cuenta. Si e.1 hombre fuera un enemigo, Corre con Ca­

ballos estaría muerto. El guerrero, un hombre delgado de mediana edad, salió de

atrás de un árbol cargando un rifle en el brazo.

-Cuchillo Rojo me envió a buscarte ·--dijo Corre con Ca­

ballos-. Debo llevarle tus palabras. El guerrero lo miró con frialdad.

'-

-Eres un muchacho .estúpido. Te podría haber matado fá-cilmente. Cuando mandes una señal de humo, escóndete, ob­

serva y escucha. No sabes quién puede venir. Tenemos muchos enemigos.

1és ---- ~C9rre con Caballos sintic'i que su furia se disparaba. El hom-lo bre, por supuesto, tenía ¡·azón. Pero sabía que cuando el gue-

las nero regresara al cam¡nmento, le contaría la histori<1 a los de-

más y se reirían de él. n- -Estaba buscando tu señal de humo.

n- La expresión del hombre no cambió.

ra -No encendí fuego. Dile que no tengo nada que decirle a un

niño. tl- -¡Espera~ -gritó Corre con Caballos. al El guerrero se movió sin mirar atrás y desapareció entre los :n arbustos. Corre con Caballos se sentía herido y furioso. Estaba 1- orgulloso de sus destrezas como futuro guerrero. v su orgullo

........ 4...- .,, ........

ia acababa de recíbir un golpe duro. Empezó a caminar con zancadas rápidas. No podría conci-

liar el sueño sino hasta que se sintiera más tranquilo. así que o igual podía ocupar el tiempo manteniéndose entre la maleza y ~1 rodeando la montaña. Así estaría en mejor posición para rea-1- nudar su viaje a través de las planicies hacia las Candelarias.

Además, tenía sed, mucha sed. Tenía que haber agua en al-e gún lugar. Podía pasar un día más o hasta dos sin comer, pero

tenía que encontrar agua. Un rato después, en el lado opuesto de la montaña, al fondo

de una cañada sombría, Corre con Caballos se topó con una am­plia repisa de roca sólida. En el centro había varios agujeros re­dondos, que reconoció de inmediato, pues los había visto antes .

. Cuchillo Rojo le había dicho que los indios Pueblo. los mismos que habían tallado las puntas de flecha de pedernal, habían he­cho esos agujeros para recoger agua.

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No había mucha agua, una poca en cada agujero, pero fue suficiente. Calmada la sed, Corre con Caballos salió de la ba­rranca hacia un claro de hierba espesa. Decidió que era un buen lugar para pasar el día y repentinamente exhausto. se dejó ca­er y pronto quedó dormido.

Se despertó varias veces durante el día para examinar breve­mente sus alrededores. Al oscurecer se levantó e inició su ca­minata hacia las Candelarias. Las montañas no estaban lejos en comparación con la distancia que ya había recorrido. y no pen­só que le tomara más de media noche llegar a fllas.

Tiempo después una luz débil apareció en la oscuridad fren­te a él. Corre con Caballos dio unos pasos hacia adelante y la luz desapareció. Se echo hacia atrás y la vio de nuevo. La luz tenía que venir de una fogata o una linterna, lo cuál quería de­cir que había gente cerca. El campamento seguramente estaba en una barranca o depresión poco profunda, donde no era fácil ver la luz desde afuera.

Corre con CabaUos se quedó quieto, pensando. Calculaba que Ja luz estaba a sólo unos cuantos kilómetros, pero era difí­cil juzgar distancias en la oscuridad. Si decidía investigar, se desviaría demasiado de su ruta hacia el. Norte y añadiría mu­chos kilómetros a su viaje.

Volvió la cara hacia las estrellas. La gran cúpula apenas había girado. La noche era joven y contaba con el tiempo suficiente. Cuchillo Rojo, Gerónimo y el Jefe Naiche querrían saber quién anclaba por allí y por qué. Pero tendría que tener mucho, mucho cuidado. +

e a. p l/h ., ~!j o r-1/ , ) uJ .'--

+ CORRE CON CABALLOS sabía que debía estar cerca. y sin embargo sólo había visto la luz dos veces más desde que avan­zó en dirección hacia ella. Rodeó el área cautelosamente, pre­guntándose si quizás habían apagado Ja lámpara o extinguido el fuego. Si no era así, quién quiera que fuese se había toma­do bastante trabajo para asegurarse de que su campa memo es­tuviera bien escondido.

Luego escuchó voces y vio un débil brillo rojo sobre la tieITa a unos cincuenta metros a su derecha. Se acercó silenciosa­mente, arrastrándose un poco más sobre su estómago. Abajo, en el fondo de un amplio y profundo arroyo, tres hombres acucli­llados alrededor de.una pequeña fogata hablaban español. Uno de ellos bebió un largo trago de una botella y luego riendo se la pasó a otro.

Más abajo en e1 arroyo estaban tres mulas apenas visibles junto con lo que parecía ser un buno. amarrados en el extremo opuesto del arroyo. Corre con Caballos dirigió la mirada de

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nuevo hacia los hombres, y sus ojos se detuvieron en los rifles que tenían sobre las piernas.

Dos de ellos eran viejas carabinas de] ejército mexicano, pe­ro el tercero era un rifle Winchester de repetición.

Al ver el Winchester, los pensamientos de Corre con Caba­llos se dirigieron hacia su padre. Se imaginó entregándole or­gulloso el rifle a Cuchillo Rojo para reemplazar el que había perdido.

Uno ele los hombres, un tipo grande, de bigote y con un som­brero de paja blanda, se levantó. Miró hacia arriba, directa­mente donde se encontraba Corre con Caballos. El corazón del joven apache palpitó frenéticamente. Hundió la cabeza en la tierra temeroso de moverse, de respirar siquiera.

Finalmente, sin poder aguantar más la respiración, Con-e con Caballos retrocedió lentamente alejándose de la orilla. Escu­chó carcajadas abajo y su ansiedad cedió un poco. Si lo hubie­ran visto, no estarían riéndose.

Los pensamientos de Corre con Caballos se aceleraron. Te­nía dos opciones: retirarse y partir relativamente seguro hacia las Candelarias, o quedarse y an-iesgar su vida para intentar ro­bar el rifle.

La decisión no le tomó mucho tiempo. La tentación era de­masiado fuerte, y la recompensa demasiado grande. Se imagi­nó a sí mismo en una de las mulas, rifle en mano, entrando al campamento.

No, la escena cambiaba: tenía dos rifles, uno para sí y el Winchester para su padre. Y ... tras la mula que montaba, venía otra, atada con una cuerda. No, dos mulas y un burro.

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nuevo hacia los hombres. y sus ojos se detuvieron en los rifles que tenían sobre las piernas.

Dos de ellos eran viejas carabinas del ejército mexicano. pe­ro el tercero era un rifle Winchester de repetición.

Al ver el Winchester, los pensamientos de Corre con Caba­llos se dirigieron hacia su padre. Se imaginó entregándole or­gulloso el rifle a Cuchillo Rojo para reemplazar el que había perdido.

U no de los hombres, un tipo grande, de bigote y con un som­bn:ro de paja blanda, se levantó. Miró hacia arriba. directa­mente donde se encontraba Corre con Caballos. El corazón del joven apache palpitó frenéticamente. Hundió 1a cabeza en Ja tierra temeroso de moverse. de respirar siquiera.

Finalmente. sin poder aguantar más la respiración, Corre con Caballos retrocedió lentamente alejándose de la orilla. Escu­chó carcajadas abajo y su ansiedad cedió un poco. Si lo hubie­ran visto. no estarían riéndose.

Los pensamientos de Corre con Caballos se aceleraron. Te­nía dos opciones: retirarse y partir relativamente seguro hacia las Candelarias, o quedarse y arriesgar su vida para intentar ro­bar el rifle.

La decisión no le tomó mucho tiempo. La tentación era de­masiado fuerte, y la recompensa demasiado grande. Se imagi­nó a sí mismo en una de las mulas, rifle en mano, entrando al

campamento. No, la escena cambiaba: tenía dos rifles, uno para sí y el

Winchester para su padre. Y ... tras la mula que montaba, venía otra, atada con una cuerda. No, dos mulas y un burro.

Corre con Cabail(;s sc1rnió. Cuchillo Rojo csL:tría orgu1loso

cie él. Todo el cmnparnc:ito .-,e c11tg.r: . .aría ck la valentía. la des­treza y la inteligenc.-::1 .Je su hijo.

Orru pensamiento cruzó por su mente, y éste !CJ decidió m:ís que ninguna otra CO'>a. Si escapaba con el botín, esta hazaña se­guramente contaría como su tercer saqueo, y sólo le quec: tría uno más por completar. Cuchillo Rojo había dicho que in"tt al siguiente saqueo con Gerónirno. Después de eso. su entrena­miento habría terminado. Sería un guerrero y podría sentarse a beber y fumar entre Jos hombres. Podría buscar esposa.

Corre con Caballos se acercó ele nuevo a la orilla del arroyo. Cuando los hombres se quedaran dormidos y el fuego se ex­tinguiera, debía tener la ubicación de cada objeto perfectamen­te grabada en la mente.

En el límite del círculo de luz habfo tres sillas de montar, un morral y un bulto. Amarrados al bulto había dos palas y un pi­co. Cone con Caballos supuso que los hombres eran mineros.

Del otro lado ele la fogata habfa un montón ele ramas de mez­quite partidas. Cerca de él, junto a una piedra grande, vio un sartén, una olla y un saco de tela que seguramente contenía co­mida. Además del montón de cobijas apiladas al descuido en un banco de arena, y de los hombres, no había nada más.

C01Te con Caballos estudió cuidadosamente a cada uno, par­ticularmente al que traía el Winchester. Era el más pequeño de los tres, un tipo ele barba rala con un sombrero negro cubierto de polvo. El hombre se llevó la botella a los labios y Corre con­Caballos se alegró. Mientras más mezcal bebieran, más pro­fundo sería su sueño.

,. __ , '

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Se arrastró hac.i.:o::--:H~::i~"-~rn par de metros. No hahí~1 n~1¡_L\ que h:icer 1.,ino esperar y tratar de pensar en un plan.

Por fin In,..; hoinbres dejaron ele habiar y !a noche quedó en ~-ikncio. T~tn pronto corno Corre con Caballos los oy(:Í rnnca: ;,e accrc'\1 de nuevo a l<i orilla. El fue~o estab<t casi extinto v 101.,

~ -l,,·¡·¡·1f1r;0 " \"¡r·1'· 1 ¡1 l.¡rj<) 'l 1·¡¡_1() 1[Ylj.n SU'' "')bJ·;,\" l'- 1() .,¡,. ... ,.-,.,h·1 '·\ tl\) l..~.._.,'i _·<"1...,_u. !t.\...'.. '- ... L t .. <-..__\.'' ,J 1.....1... jL .. "l. ¡"-,. t--1.l'-dl1LU.Ll i..

'..'i'T lí"- ,.;¡-¡,.," PC'r h CJ'l'' sunl!<-:o c;:ie los GL!'11·c1·u·:·rn ccrc·; ck "11\ 1 - J •. ! t .. .1 _,. • ~- ,1 \_. ~l.. '-' ~ 1~ - ' . l..... ' ::::: ( 1 J_ (.. 1 (. 1.~ ' -

manos. Cautclusarn.entc. usando Lt ck'.trcza y sensibilidad que había

afinado desde niño. Corre con Caballos se !cvarnó y nHJ\'ién­

dusc corno un fantasma <: lo largo de b planicie llegó a un lu­gar por donde poclí~t ck~:cender al arroyo. De ~tllí se dirigió ha­cia las mula:-. con \a esperanza ck no asustarlas.

Las chispas que volaban ele las brasas de la fogata Je avisa­ron que se encontraba cerca. De pronto. un miedo inesperado le encrnzic'i el corazón. Esto no era un 1·ue20. ni parte de su en-._ . '-

trenarniento. No era una cacería en la que el animal no podía defenderse. Si algo salia mal, fuera o no culpa suya, lo podían

matar. Una mula se movió y aunque Corre con Caballos no estaba

suficientemente cerca para ver al animal, extendió Ja mano ha­cia el ruido y djo un paso hacia adelante.

La vaga silueta de los animales apareció frente a él. Tenían las orejas largas erguidas. Se acercó más, acarició el cuello de la primera mula y buscó la brida con los dedos. Desató las riendas y las dejó colgar de la cuerda a la que estaban atadas, v lue~o hizo lo mismo con las otras dos mu1as y el burro. Era J '--

poco probable que Jos animales se dieran cuenta de que esta-

ban libre-; y s:tlieran hu,·endD. De regreso nu trndría tiempD de

des~1tarlu:,,

J '.,·i. ,·111.c:_::_,edl··,c.l era eth_i inscn1_onablc. Í~ hor:1 \"" 1 í·t ¡·.\ r:"trl·" 't1'~'-- .... i • . • -· -..., 1' ~ ( ( i~· ,_ . ~ \....· 1 (l .• )

di i'i·~·il del plan. un pl::.tn ouc en rcakhd no c:\iqf:L

['1;:- algún niudu tcn1a que ruinrsc el \\'!ncrl\:>ler. Wiét de b-.:. :"11 ··h'11'.•\ :1n:t¡-¡"1.- ,-¡ ,-·1 1 ··" L·lc" ('n1·111'cl·; :·'-"l""c;:.1r 1"·•-:t•t '¡·l·, ni¡il·¡c: "-\.,• i..l. 1 • ._._, ...... ~~~ (. • .{ -..._ ,)(.~\,,.\. M~j -. 11., ~ '-•t': \, .. ~, 1>Ll,_•.•- <. .~~·••e(.._ . ..,

nwnlar y i11dn-Ji;trsc con lns otrns anirnak:->. f;ylo sin dcspcr:_él!' ¿, Jc1s l10111bre:,.

(:stos roncaban a Fierna suelta. snnurn ) rc:gubrrncntt~- Co­nc c·on Caba!loo,, se co!g() el an.:o a L1 i."-,pétlda. juntu a su cdja­ba. y sac/J su cuchillo largo. Si alguno despi2rt<ib<t y tcnfo que

usarlo. e"rarfa li'>tU. Se acercó lentamente hacia los hombres dormidos sintiendo

que la tensión c1urnentaba con C<1d<.1 paso. Se encontró junto a ellos. a unos cLwntos centímetros del

primer hombre. Reconoció el sombrero negro que cubría la ca­ra c!cl tipo. La siluetél oscura del Winchestcr estaba C:t su lado;

Corre con Caballos tomó cuidadosamente el cañón del rifle y lo jaló hacia él.

Lo tenía. Uno de los hombres se movió y Corre con Caballos se tum··

bó contra el suelo. Sintió que todo su cuerpo le pedía que hu­yera con el rifle hacia las mulas.

Pero Corre con Caballos nunca había tenido un rifle propio~ Y si dejaba pasar esta oportunidad, podría pasar mucho tiem­

po antes de que se presentara otra. El rifle lo clistinguiría de los

demás. le daría un rango entre su gente incluso mayor al de al­

gunos de los guerreros.

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Esperó. Los ronquidos continuaron y no hubo rnás movi­

miento. Con muchísimo cuidado avanzó y rodeó a Jos hornhres

por los pies con la esperanza de encontrar alguna de las cara­

binas c:q)Uesta como había estado el \Vinchester.

Corre con Caballos vio un cañón brillar tenuemente a la luz

de las estrellas: lo tornó y jaló suavemente hacia él. La noche explotó. El hombre que estaba tendido junto al ri­

fle se levantó de un saltó y gritó como si le hubieran aJTojado

un cube1azo ele agua fría. De un tirón arrancó el cañón del se­

gundo rifle de entre los dedos de Cone con Caballos.

Corre con Caballos se puso de pie de un salto y echó a co­

rrer \'Clozmente hacia las mulas apretando el V,1incbester con

la 1nano derecha y el cuchillo con la izquierda. Se tropezó con

algo y cayó. Un disparo rugió a su espalda desgarrando aún más la quie­

tud de la noche. Con gran destreza. y con la fuerza y velocidad

que e.la el miedo, se levantó de nuevo y corrió.

Las mulas habían desparecido espantadas por el disparo. Co­

ITe con Caballos siguió su carrera; sabía que la distancia y la

oscuridad eran su única esperanza.

Corría más veloz de lo que su visión limitada le permitía por

1o que tropezó y cayó varias veces. Sonó otro disparo y, cuando

salía del aiToyo hacia las planicies, oyó a los hombres gritar.

Pronto tuvo que aminorar el paso. Era demasiado rápido, de­

masiado riesgoso, y representaba un mayor peligro para su vi­

da que los hombres que había dejado atrás.

Corre con Caballos trotó kilómetro tras kilómetro de regre­

so hacia Sierra en Medio. Las Candelarias estaban demasiado

¡

!ejos. y ahet'tt-:i+.: 1ia irnpo:~ih!i: lleg.m· ahí" antes cki ~nnane~Ti. Si Jos n1·:.:·xicanos recupcrab:.tll sus mulas y lo erice ntnban al clfa siguiente en la planicie. Ju cazarían. La estrcll<.t de la mé!Üana

brillaba y, por la inclinación gradual del terrerw. c:orre con Ca­ballos podfa ver que estaba llega:1do a bs fakbs de la monta­íLi. Se detuvo a descansar y a acariciar su rifle.

Tenía sentimientos encontraclus solYe lo que habfa hecho. Por supuesto. todo estaría mejor si hubier<:\ logrado obtener el

otro rifle y las mulas, pero el rifle que tenía en la mano no era un botín pequeño. y valía todos y cacht uno ele los peligros que habL.1 pasado.

Sin embargo, Corre con Caballos estaba seguro que el rifle solo no valdría por uno de Jos saqueos que le faltaban. Todavía le quedaban dos por delante. Y no eqaba seguro de cómo to­maría su padre el hecho de no haber jdo a las Candelarias para completar su misión.

Esperaba que el rifle que llevaba ele regalo fuera una discul­

pa suficiente. Además, si tuviera que volver a decidir haría lo mismo. sólo que en vez de tratar de conseguir el segundo rifle se quedaría con las mulas.

Al amanecer Corre con Caballos se encontraba en lo alto de

las montañas de En Medio, entre la maleza. El hambre le roía Jas entrañas, pues no había probado bocado en dos días, y te­

nía sed. Las planicies no revelaban ningún movimiento, y du­

daba que los mineros mexicanos se tornaran el tiempo de ras­

trearlo o que siquiera fueran capaces de hacerlo. Se quedó entre la maleza y cruzó al otro lado de !as monta­

ñas hacia el mismo lugar donde, la mañana anterior, había en-

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\ i-ttcL7-·-':.•;fí;1Jcs ele humo al guerrero. Que lo llamaran muchacho cstúpid() tudavía le dolía. y pcm,ó en un plan para desquitarse. v ~t la vez conse~uir ag:ua v comicia. ~· L-- ..__ ..,

Corre con Caballos hizo una fogata de humo y luego la ap~1-g6. R~-tpichmente se trepó a un alto enebro y se escondió allí. al acecho. f\io tardó en distinguir al guerrero deslizünclose entre la maleza. Esperó hasta que el hombre e\lmo cerca. y luego co­locó una bala en el rifle.

El guerrero se H)lvió al oír el ruido y Corre con Caballos le

apuntó. ·---Ercc; un hombre estúpido ---dijo Corre con Caballos con

una voz sonora \" fría. El guerrero volteó hacia arriba y por fin lo vio. -Podría haberte matado fücilmente ----continuó Corre con

Caballos---. Cuando veas humo debes tener cuidado al acer­carte. No sabes (¡uién hizo e1 humo \ nuestros enemigos son

' L

muchos. En el rostro del guerrero se dibujó una sonnsa. Corre con

Caballos mantuvo su rifle apuntando. --Creo oue tienes comida ... v ae:ua.

' .1 '--

El guerrero se encogió de hombros. -Baja. Te daré algo de comer. ¿,De dónde ... ?¿ Qué haces tú

con un rifle?

A la madrugada siguiente Corre con Cabal los llegó al campa­mento y se dirigió directamente hacia el tipi que compartía con su

padre. Cuchillo Rojo estaba sentado junto a una pequeña fogata. Abrió grandes Jos ojos al ver el rifle en las manos de su hijo.

~: .

e · ,.. (' (' h Jl ' ' ] ·-----c,s p:tra i1 ----uqo nrrc con _ a1a .o:o, 1.:ntrcs:.~rnC!o e (II"C:'.U-- L -

lioso el rifle. Pur el bril]o en los ojos de su padre y por la fo;·ma en que

~1c:irici<.1ba el cañón podía ver que estaba s·itisfcch). Cuchillo Hojo k\·ai1tó Lt vista. ----¿.Qué suci.:'dió') {:.Cómo lo conseguiste'' Corre c;_;¡1 Cab<dlc):.; gu:"trcló silencio. indeciso. Pé:nsó qu,_: sc:·­

r'a inejor contarle ~i su pudre wcla la histnr:a en Ja tard;.'., des­puc'.s de que ~~e ncosturnbrara al rifle y Sl' !o ¡11ostrarn a Je.e; ck~-

111ás. EntorH.:cs. si contaba bien lo :-;uccdidu. era posible que lo-0·,··,···1 •"V.ll'tJ· t>I t.--·111·1 <ll' l·1' C'·-·r1cl"l·11·1· ··1s c.- -t.tl( . ....._ L ._. \.. ._ ·,. ·'-·' .(l J.\.... {.t. (_ ••

----Es una larga hi~:·:1.ori<1 y estoy cansado. ;.Poderno:i h'-:hlar rnús tarde')

Cuchillo Rojo se levantó, cargando el rifle en sus brazos co­rno si fuera un bebé.

--Ve y descansa. Cuando oscurezca hablaremos.

Corre con Caballos se levantó para entrar en el tipi. pero su

padre lo detuvo. -Hijo mío ... Corre con Caballos se volvió. Cuchillo Rojo no encontraba

las palabras, pero su expresión y sus ojos lo·decían todo por él. En su propia forma, le estaba agradeciendo a su hijo el rifle.

Corre con Caballos sonrió.

--Qué bueno que te gusta -dijo. +

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Capítulo 8

+ CORRE cu:--; C\BALLOS tenía razón cu;.indo pensó que el ri­fle le valdría el no haber ído a Las Candelarias, pero estaba equivocado al pensar que lograría evitar el tema. Pero Cuchillo Rojo estaba tan contento con el rifle y con las hazañas de su hi­jo que no importaba.

Después de oír la historia y cómo Corre con Caballos se ha­bía desquitado del guerrero en la Sierra en Medio, Cuchillo Rojo reunió a cuantos quisieron venir y le pidió a Corre con Caballos que la volviera a contar.

Cuatro días después, al rayar el soL Gerónimo le anunció al campamento que era momento de hacer otro saqueo. Había cantado y rezado y el Dador de Vida le había comunicado que tendrían éxito. Saldrían al oscurecer.

Esa tarde Cuchillo Rojo puso pintura en la frente y las rneji-1las de su h(io.

--Hijo mío, este es tu tercer saqueo. No iré contigo. l\ile que­daré a vigilar el campamento.

.__ ·'Mientras estés fuera, no debes comer alimentos calicctes o

perderás e] dominio sobre los caballos y no te s1.::rvir{in de na-

da. Tampoco comas las entrañas de los animales, o sucederá lo

mismo. No debes hablar mucho ni reír, no importa Jo gracioso

que algo te parezca. Si te ríes, tendds n .da suerte."

Cuchillo Rojo hizo una pausa y trazó una í1Jtima línea en la

barbilla de Corre con Caballos. Colocó el recipiente de pintu­

ra de corteza en el suelo y se limpió las manos en el polvo. Co­

rre con Caballos pensó en interrumpir <t su padre y decirle que

ya había oído todo eso dos veces, pero decidió guardar silen­

cio. Escuchar sus recomendaciones una vez más no le haría

daño.

Cuchillo Rojo continuó:

-No mires al cielo demasiado, o atraerás la lluvia. No de­

bes dorn1irte hasta que te lo ordenen. Si te duermes, harás que

los demás también tengan sueño.

"No comas mucho, ni comas las mejores partes de la carne.

Comerás la carne dura del cuello y los pulmones para que Jos

caballos no se cansen con tu peso. "Debes trabajar cuando el grupo se detenga a descansar. Cui­

darás de los cabal1os, traerás leña, acanearás el agua, y harás lo

que los hombres te manden hacer. Lo que tú hagas marcará una

diferencia y hará las cosas mejores o peores para los demás.

"¿Entiendes las cosas que te he dicho?" Corre con Caballos asintió. Cuando su padre se retiró, em­

pezó inmediatamente a revisar todas sus flechas, colocando

las mejores a un lado de su aljaba para poder encontrarlas con

facilidad.

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Revisó su arco para asegurarse de q· ue no tuviera grietas. v <- '- -

estaba llenando un gran intestino de venado con agua cuando Cara Pequeña se acercó. La cara del joven estaba pintada con pintura de guern:i.

Corre con Caballos sonrió. -No sabía que tú también venías. Será bueno estar juntos. El rostro de Cara Pequeña se iluminó; obviamente estaba feliz: -Un saqueo más después de éste y seremos hombres. Po-

dremos ir a donde nos plazca y hacer lo que queramos. Canta­rán canciones sobre nosotros y contarán nuestras hazañas. De todos los guerreros, seremos los mejores. Pelearemos contra los Ojos Blancos y contra los mexicanos. Les quitaremos nues­tras tierras.

Corre con Caballos amarró el extremo abierto del intestino y se lo llevó al hombro. Reflexionó sobre las predicciones de Ca­ra Pequeña con respecto a las tierras y supo que nunca se vol­verían realidad. Cuchillo Rojo le había dicho muchas veces que su pequeña banda de apaches chiricabuas era Jo único que quedaba de la antes poderosa nación apache.

Los blancos al Norte eran más numerosos que las estrellas. ¿Quién podía contarlos? Quedarse en ese refugio era la única esperanza de su gente.

Nunca podrían vencer a los mexicanos y a los blancos. Lo más que podía desear su pueblo era permanecer libre, libre pa­ra cazar y saquear, para vivir como lo habían hecho sus ances­tros durante siglos.

Corre con Caballos no quería echar a perder el entusiasmo de su compañero.

--Vamos a alistar los caballos -dijo.

Todo el campamento aplaudió y vitoreó al grupo de ocho hom­bres que partió al anochecer. con Gerónirno c<ibalgando a la ca­beza. Corre con Caballos y Cara Pequeña iban detrús, cada uno con un chaleco de piel de venado que el líder les había dado parn protegerlos de cualquier mal.

Se sentía bien salir y cabalgar con los hombres, aunque am­bos muchachos sabían que no podrían acercarse a la lucha. Si alguno de ellos salía lastimado, la destreza de Gerónimo como líder quedaría en tela de juicio. El viejo guerrero no permitiría que les pasara nada mientras estuviera en sus manos hacerlo.

Corre con Caballos pensó en el hombre que los dirigía, el hombre al que llamaban Gerónirno. Lo conocía desde hacía años, pero a la vez no lo conocía en absoluto. Se le considera­ba un gran líder de guerra; más de una vez él y sus seguidores habían sido encem:ldos en reservaciones en Arizona y habían escapado de ellas.

Cuchillo Rojo decía que el terrible odio de Gerónimo hacia los mexicanos había empezado hacía años, cuando volvió al campamento y vio que las tropas mexicanas habían matado a todos. La madre de Gerónimo, su joven esposa y sus tres hijos pequeños estaban entre los inuertos.

Algunos decían que Gerónimo había inventado esa historia para granjearse simpatía y que la verdad era que le gustaba la guerra.

Muchas veces, cuando bebía, Gerónimo disfrutaba presumir sus siete heridas, y Corre con Caballos lo había oído hablar de

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ellas más de una vez: tenía un balazo an-iba d-::?-k:-.rodilla dere-;:.._ -

cha, donde la bala todavía estaba alojada; otra bala le había atravesado el antebrazo izquierdo; en la pierna derecha. por de­bajo de la rodilla. había sido herido con un sable; en la cabeza había recibido el golpe de la culata de un rifle, y tenía heridas de bala bajo la comisura del ojo izquierdo. en el costado iz­quierdo y en la espalda.

Corre con Caballos estaba seguro de una cosa: no le conve­nía estar en contra de Gerónimo. +

Capítulo 9

+ AL AVANZAR la noche. Corre con Caballos pensó en que ca­balgar era mucho mejor que caminar. Le gustaba el caballo tor­do que montaba. El animal era de su padre y Corre con Caba­l los pensaba que era su mejor caballo. Tenía el pecho amplio y

los cuartos traseros fuertes. parecía comprimido en un cuerpo pequeño y robusto, lo que le daba una velocidad tremenda en carreras co1ias y la resistencia necesaria en las largas. Era un caballo castrado, con paso fácil, bocado sensible, y tan dócil como para confiar plenamente en él.

A Ja luz de la media luna que subía por el cielo, Corre con Caballos observó las orejas de su montura. En la noche los ca­ballos podían escuchar y ver mejor que la gente, y con Jos años Corre con Caballos había aprendido que podía sacar ventaja in­terpretando los movimientos de oreja de su caballo.

Lo habitual era que anduviera con una oreja apuntando ha­cia arriba y la otra hacia abajo. Si el caballo paraba ambas ore­jas, había que tener precaución. El animal había visto o perci-

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biclo algo. Si el caballo se detenía. ern seguro que había algo. o alguien. adelante.

Los kilómetros pasaron silenciosos y sin novedad. excepto

por el ocasional aullido de un coyote solitario y la respuesta ele

otros a la distancia. Nadie hablaba. y el ritmo pesado de los cas­

cos de los caballos empezó a adormecer a Corre con Caballos.

Abrió un extremo ele su cantimplora y se salpicó la cara de

agua. Debía mantenerse alerta. Los enemigos podían llegar en cualquier momento y de cualquier dirección. y no debía hacer

que los demás tuvieran sueño.

La madrugada llegó y el grupo continuó avanzando sin des­

canso. Cara Pequeña se acercó y emparejó su caballo al ele Co­rre con Caballos.

-Hemos estado avanzando hacia el Norte y hacia el Este

desde que salimos. ¿Sabes a dónde vamos'!

Corre con Caballos negó con la cabeza. Se fijó que su ami­go tenía los ojos enrojecidos. y concluyó que probablemente él

también se esforzaba para mantenerse despierto.

-No. Creo que sólo Gerónirno lo sabe.

Cara Pequeña no dijo más, consciente de que no debían ha­

blar mucho. Al mediodía. aparecieron cuatro puntos a la dis­

tancia. Puntos en movimiento no podían ser otra cosa que mu­

las o caballos.

Corre con Caballos volteó a ver a Gerónimo y se dio cuenta

de que él también los había visto. El guerrero espoleó a su ca­

ballo y dirigió al grupo a paso rápido. De pronto giró y bajaron

hacia una cañada ancha y poco profunda por la que continua­

ron avanzando.

Largo rato después Gerónimo se detuvo. El grupo desmontó

y tos ocho vigilaron desde la orilla de la barranca. No muy le­jos se divisaba claramente a tres hombres en mula que llevaban

a un burro de carl?:a. Corre con Caballos los reconoció de in--..

mediato. Eran los mismos mineros a quienes había robado el \Vinchester.

Gerónimo estudió a los hornhres y sus animales. Corre con Cab;.d!os también los observó sabiendo perfectamente lo que el

líder ele los guerreros pensaba hacer. Un momento después Gc­

rónimo se dirigió hacia su caballo. Corre con Caballos lo si­guió y le habló en voz baja.

---Aquellos hombres son Jos mismos a quienes les quité el rifle. Aún tienen dos carabinas.

Cierónimo se detuvo y miró al muchacho. Corre con Caba­

llos sostuvo su mirada penetrante sólo un momento. incapaz de resistir los ojos fríos y místicos por más tiempo. Gerónimo le dio una palmada en la espalda.

-Entonces todo será más fáciL El grupo montó sus caballos. En unos segundos estaban fue­

ra de Ja cañada y corriendo por la planicie hacia sus presas. Los

mineros se dieron cuenta del peligro y echaron sus mulas al ga­

lope. Pero sus esfuerzos eran inútiles. No podían escapar, no en

las planicies donde 1os caballos fácilmente podían alcanzar a

las mulas.

Los mineros soltaron al burro de carga y los apaches grita­

ron y vitorearon azuzando a sus caballos. Cara Pequeña y Co­rre con Caballos se contagiaron de Ja emoción pulsante y la al­

garabía, y también empezaron a gritar.

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Largo rato después Gerónimo se detuvo. El grupo desmontó

v los ocho vis'.ilaron desde la orilla de la barranca. No rnuv le-. ~ ,

jos se divisaba claramente a tres hombres en mula que llevaban

a un burro de carga. Corre con Caballos los reconoció de in­

mediato. Eran los mismos mineros a quienes había robado el V./inchcster.

Gerónimo estudió a los hombres y sus aninrnles. Corre con

Caballos también los observó sabiendo perfectamente lo que el

líder de los guerrero:.; pensaba hacer. Un momento desoués Ge-.... . " rónimo se dirigió hacia su caballo. Corre con Caballos lo si-

guió y le habló en \·oz b<:ija.

---Aquellos hombres son los mismos a quienes les quité el

rifle. Aún tienen dos carabinas.

Gerónimo se detuvo y miró al muchacho. Corre con Caba­

llos sostuvo su mirada penetrante sólo un momento. incapaz de

resistir los ojos fríos y místicos por más tiempo. Gerónimo Je

dio una palmada en la espalda.

-Entonces todo será más fácil.

El grupo montó sus caballos. En unos segundos estaban fue­

ra de Ja cañada y corriendo por la planicie hacia sus presas. Los

mineros se dieron cuenta del peligro y echaron sus mulas al ga­

lope. Pero sus esfuerzos eran inútiles. No podían escapar, no en

las planicies donde los caballos fácilmente podían alcanzar a

las mulas.

Los mineros soltaron al burro de carga y los apaches grita­

ron y vitorearon azuzando a sus caballos. Cara Pequeña y Co­

rre con Caballos se contagiaron de la emoción pulsante y la al­

garabía, y también empezaron a gritar.

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La distancia se acortó y los mineros volteaban hacia ellos ~con desesperación. Cien metros después desmontaron. aban­

donaron sus mulas y buscaron refugio tras un montón de are­na y un mezquital.

Gerónimo detuvo al grupo justo fuera del alcance de los ri­fles. Volteó a ver a los muchachos.

-Ustedes se quedan aquí. Luego, separándose del grupo, cabalgó hacia los tres mine­

ros haciendo reparar a su semental negro. Los demás gueITeros se quedaron atrás, al parecer sabiendo lo que sú jefe planeaba y la parte que les tocaba jugar. .

Del mezquital se elevó una nube de humo negro y simultá­neamente se escuchó el disparo de un rifle. La bala golpeó el suelo a dos caballos de distancia de Gerónimo.

Sonó otro disparo y Gerónirno dejó escapar un grito agudo galopando hacia los mineros. Sabía que las dos carabinas, de un tiro cada una, estaban descargadas y estaría sobre los mine­ros antes de que tuvieran tiempo de cargarlas de nuevo. Los gueITeros dejaron a Corre con Caballos y a Cara Pequeña y se unieron veloces a su líder.

Los muchachos apenas alcanzaban a ver entre la nube de polvo que levantaban los cascos de los caballos. Sonaron tres disparos en rápida sucesión, la nube de polvo se alzó más so­bre el mezquital y el aire se llenó con los gritos triunfales de los gueITeros.

En veinte, quizás treinta latidos de corazón todo había aca­bado. Los tres mineros estaban muertos. El polvo se asentó y los dos futuros guerreros vieron a Gerónimo alzando victmio-

\

so una cabeller<LeJ1_c~~1 mano. Les hizo señas para que se acercaran.

Corre con Caballos y Cara Pequefia estaban acostumbrados a ver sangre derramada. puesto que esto había formado parte de toda su vida. No les molestó ver los tres cuerpos ensan­grentados y mutilados. Matar a los enemigos para tomar Jo que se requería era necesario.

Los mineros fueron despojados de su ropa, botas y sombre­ros. Uno de Jos guerreros alzó onzulloso una ele las carabinas . ..__ ..__

y Corre con Caballos deseó ser él quien la tuviera. Después de que varios guerreros reunieron a las mulas y al

burro, el grupo reanudó la marcha. Corre con Caballos y Cara Pequefia no tenían idea de adónde se dirigían, pero el inciden­te con los mineros no parecía haber alterado los planes de Ge­rónimo, cualesquiera que fueran.

Al anochecer se divisaron al Norte dos o tres construcciones. Corre con Caballos pensó que se trataría de un rancho, y que seguramente era el destino al que Gerónimo los llevaba.

El cansado grupo se detuvo a pasar la noche en una estrecha barranca entre dos colinas bajas. Había un ojo de agua alcalina en un extremo de la barranca y pasto suficiente para alimentar a los animales.

Los guerreros descargaron ansiosos las bolsas que cargaba el burro, sacaron su contenido, abrieron las latas inmediatamente y devoraron la comida con los dedos. Gerónirno tomó una bo­tella de rnezca1 y se sentó a beber.

Corre con Caballos y Cara Pequeña se pusieron ante el hom­bre aguardando instrucciones. Estaban tan hambrientos como

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los demás, pero sabían bien cuáles eran las reglas par.S;l-_Los._ 112: vatos. Lo que comieran y en qué cantidades podía afectar el éxito 9e el saqueo. La decisión era de Gerónimo.

El viejo guen-ero les arrojó un par de latas. -Vayan con los caballos. Tomen turnos para la guardia. Se dirigieron hacia el ojo de agua y pusieron manos a la obra

para manear las patas de los caballos y desensillarlos antes de que oscureciera demasiado. Después de terminar estas labores

se sentaron a comer. Una lata resultó ser de duraznos, la otra ele tomates, y al

igual que los guerreros, los muchachos comieron con los dedos compartiendo 1a comida. Las latas pronto quedaron vacías, pe­ro por lo menos la punzada del hambre había desaparecido.

Corre con Caballos se limpió los dedos en el pasto. -¿Viste los edificios al Nmte? -Sí -respondió Cara Pequeña. -Creo que es allí a donde vamos. -Lo sabremos al amanecer. Duerme tú primero. Te desper-

taré al rato. Corre con Caballos se recostó en el pasto. Era agradable des­

cansar el cuerpo agotado tras una noche y un día de cabalgata constante. Cara Pequeña se levantó y avanzó más alto en la co­

lina. +

,. é' w1ew "'t --· · z(~-rtz x·re#

Capítulo 1 O

+ GERÓNIMO despertó al grupo cuando aún estaba oscuro. Los guerreros y Jos dos muchachos rápidamente ensillaron a Jos ca­ballos. Sin desperdiciar un solo movimiento, en poco tiempo el grupo partió hacia el norte.

Corre con Caballos guiaba una de las mulas. Las otras dos y el buITo lo seguían voluntariamente. Pronto una tenue luz en el Este anunció la llegada del amanecer.

Gerónimo detuvo al grupo y desmontó. Él y los guerreros se amontonaron para hablar en voz baja. Una luz parpadeó no muy lejos y los muchachos adivinaron que provenía del ran­cho. Quien quiera que estuviera allí se estaba levantando.

Una vez terminada su discusión con Jos gueITeros, Geróni­mo se colocó frente a Cara Pequeña y Corre con Caballos.

-Ustedes esperarán aquí. Los gueITeros montaron y se adentraron en el desierto en di­

rección del rancho. Corre con Caballos y Cara Pequeña per­manecieron en sus caballos observando a la espera. Mientras la

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luz del día aumentaba se empezaron a vislumbrar dos cons­trucciones bajas ele adobe y techos de paja.

Una luz como de estrella fugaz tocó el techo de uno de los edificios. La siguió otra, y luego más. Los muchachos se die­ron cuenta de lo que estaba pasando: los guerreros disparaban flechas envueltas en fuego. Muy pronto ambos techos ardían

en llamas. Sonaron disparos y alguien gritó. Luego más disparos, de­

mas.iados y continuos como para contarlos. Cara Pequeña y Corre con Caballos podían oír los gritos y los alaridos de los guen-eros.

De pronto todo terminó, casi tan rápido como había comen­zado. Las columnas de humo negro se elevaron hacia el cielo en silencio.

Ninguno de los jóvenes pronunció una palabra. Sabían que el saqueo había tenido éxito, de otro modo la lucha no habría terminado tan rápido. Poco más tarde vieron a Gerónimo y a los guerreros salir del rancho al galope, gritando triunfantes y con una manada de caballos frente a ellos.

Cuando estuvieron más cerca ambos distinguieron que las mulas cargaban un gran botín colocado en sacos de lona atados a sus sillas.

Corre con Caballos y Cara Pequeña se unieron al grupo cuando pasaba frente a ellos y se apuraron a prestar ayuda pa­ra juntar la manada de caballos. Algunos se resistían a abando­nar el rancho y trataban de volver, pero los muchachos se en­cargaron de atajarlos cabalgando de un lado a otro en la reta­guardia.

l..

1 ',

---- IVlás adelante, en un amplio valle antes escondido por bs co­

linas se avistaba ganado. Gerónirno y los gu'2rreros se ::<~para­ron para reunir a los animales y traerlos hacia donde Cara Pe­queña y Corre con Caballos pudieran dirigirlos desde atrás.

Hacia el mediodía habían encontrado más rebaños y ahora el

grupo arreaba más de sesenta cabezas. Este invierno no habría hambre en el campamento.

Corre con Caballos se dio cuenta de que Gerónirno no deja­ba de volver la cabeza para inspeccionar el camino. Pensó que sabía por qué. Quien quiera que hubiera estado en el rancho por la mañana seguramente estaría muerto, pero el humo de Jos edificios en llamas se veía a kilómetros a la redonda. Si alguien estaba cerca, investigarían lo que había pasado y tal vez los se­

guirían. Debido al ganado el grupo avanzaba lentamente dejando tras

de sí un ancho rastro de suelo pisoteado. Los kilómetros se ha­cían largos bajo el sol ardiente. y Cone con Caballos tenía un presentimiento oscuro. Se preguntaba si Cara Pequeña sentía Jo mismo.

Poco tiempo después Cara Pequeña gritó: -¡Mira! CmTe con Caballos hizo girar al pequeño caballo tordo y

volvió la vista hacia donde Cara Pequeña señalaba. Un grupo de jinetes se acercaba rápidamente.

Se volvió de nuevo para ver a Gerónirno forzando su caballo entre el ganado hacia la retaguardia, con cinco gueITeros que se habían aprestado a su lado. Cone con Caballos podía adivinar lo que estaba pasando por la mente del guenero. Con el gana-

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do sería ridículo tratar de escapar delos __ "ün_e~es. Sólo eran cua­tro, no los suficientes para que Gerónimo y sus guerreros aban­donaran el botín.

Habría una lucha. El viejo guerrero hizo un gesto con el rifle a Corre con Ca­

ballos y Cara Pequeña. -Quédense con Jos caballos y el ganado. Después lanzó un grito agudo y espoleó su caballo en una

carrera abrupta. Los guerreros lo siguieron bajo una estela de polvo.

Cara Pequeña emparejó su alazán con el de Corre con Ca­ballos. Ambos muchachos sabían que tenían que empezar a arrear el ganado, pero no podían despegar los ojos de los dos grupos de hombres que se precipitaban unos hacia otros.

De pronto, Gerónimo y los guerreros se deslizaron de sus ca­ballos al galope y buscaron refugio tras arbustos, cactus, rocas o cualquier cosa que ofreciera protección para la pelea.

La primera descarga resonó y uno de los jinetes se desplo­mó. Los demás se detuvieron rápidamente y desmontaron. Si­guió otra descarga, pero sonaba diferente, más lejana, y ... pro­veniente de otra dirección.

Cara Pequeña y Corre con Caballos se volvieron hacia el so­nido. Desd~ el Oeste, en una enorme nube de polvo, docenas de hombres a caballo se dirigían hacia ellos.

-¡Soldados! ·.-gritó Cara Pequeña tanto para sí como para su compañero-. Es el ejército mexicano.

Corre con Caballos miró hacia donde Gerónimo y los gue-rreros peleando. Obviamente ellos también habían vis-

to el nuevo peligro pues corrían trat,an_d_o Q~ atrapar sus caba­llos. Sonaron disparos y uno de los guerreros cayó al suelo.

-¿Qué hacemos? --preguntó Cara Pequeña. Corre con Caballos vio que el ejército se acercaba rápida­

mente. Se dio cuenta de que no había nada que pudieran hacer para ayudar a Gerónimo y los guerreros. Si se tomaban el tiem­po para intentar ayudarlos, eJ ejército no tardaría en estar sobre ellos. Sabía que el gan?do y el botín estaban perdidos. Con ~uerte podrían escapar con vida.

-¡Corramos! Hacia el Este una cañada profunda bloqueaba el paso. Si­

guieron por la orilla hacia el Sur, pero encontraron que la ca­ñada se volvía hacia el Oeste, hacia el ejército mexicano.

No había otra opción. Tendrían que saltar. Corre con Caballos impulsó al tordo a galope agradeciendo

la potencia del pequeño animal. Cara Pequeña lo seguía un po­co más atrás en el alazán.

El tordo ganaba velocidad constantemente y Corre con Ca­ballos se inclinó hacia adelante lo más posible, descansando su cabeza contra el cuello del animal. Había saltado barrancas an­tes, pero ninguna tan ancha como ésta.

Con un poderoso impulso final el tordo se lanzó en el aire y cayó del otro lado a sólo unos centímetros de la orilla. CoJTe con Caballos detuvo a su montura y miró atrás para ver al ala­zán de Cara Pequeña tropezar a la orilla de la barranca y caer cabeza abajo en la profunda baJTanca.

Los mexicanos estaban muy cerca y CoJTe con Caballos en­frentó la decisión más difícil de su vida: ¿debía seguir y salvar

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su vidaº. volver por su amigo probablemente muerto, aplasta­do bajo el peso del alazán en el fondo de la barranca?

Un rifle detonó y la bala levantó la tiena a unos pasos de Co­rre con Caba11os. Dejó de pensar. Saltó del tordo sujetando las riendas de cuero alrededor de una rama y conió a la orilla de la barranca. Tenía que intentarlo, tenía que hacer algo.

Cara Pequeña estaba de pie al fondo ele la barranca buscan­do en la empinada pendiente del banco una raíz o cualquier co­sa que lo pudiera ayudar a salir. Una de sus piernas estaba tor­cida hacia un lado, evidentemente rota. El alazán estaba para­do un poco más abajo, tembloroso.

Corre con Caballos se quitó el arco del hombro y, dejándose caer boca abajo. estiró el brazo sujetando el arco lo más abajo que pudo.

-¡Cara Pequeña~ El muchacho volteó con la cara lastimada por la caída. Se es­

forzó por alcanzar el arco con ambas manos. Corre con Caballos sintió el impacto de una bala en el suelo

cerca de su pie. Se aiTastró más cerca de la orilla de la banan­ca, bajando el arco aún más. Cara Pequeña saltó sobre su pier­na buena y alcanzó el extremo del arco. El repentino jalón fue casi más de lo que Corre con Caballos podía resistir. -¡Trepa~ -gritó Corre con Caballos sabiendo que si cam­

biaba de posición para jalar a Cara Pequeña se iría de cabeza a · 1a barranca.

Poco a poco Cara Pequeña trepó por el arco y luego por el brazo de Corre con Caballos corno si fueran una cuerda. Cuan­do llegó hasta arriba, Cone con Caballos dejó caer su arco y

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tomó a su amigo bajo los brazosj~ntándolo sobre el banco ---de la barranca. Los soldados estaban gritando y disparando una tormenta de

balas que caían a su alrededor. Con un esfuerzo enorme Cone con Caballos cargó a Cara Pequeña al hombro y llegó corrien­do hasta el tordo para colocar a su amigo sobre el animal.

Las balas continuaban silbando en el aire y CoITe con Caba-11os se maravilló de no haber sido tocado aún. Tenía que ser gracias a los chalecos protectores que Gerónimo les había da­do. De eso estaba seguro.

Desató las riendas de la rama, montó detrás de Cara Peque­ña e inmediatamente espoleó al caballo a galope. El tordo pa­recía tan ansioso de alejarse del rugido de las balas como ellos, y corrió con todas sus fuerzas.

Corre con Caballos miró hacia atrás. Varios de los soldados estaban alineados a la orilla de la barranca disparándoles, pero no se atrevían a saltar. En unos segundos el tordo 1os llevó fue­ra del alcance de las balas. Lo habían logrado. Habían salido vivos para ir a su cuarto y último saqueo de entrenamiento.

Los disparos continuaban a sus espaldas y Corre con Caba­llos se preguntó por Gerónimo y los gu~rreros. +

1

l ! !

Capítulo 11-~---- --

+ CORRE CON CABALLOS y Cara PeqDeña cabalgaron en el pe­

queño tordo toda la tarde, la noche y la mayor parte del día si­

guiente antes de llegar, exhaustos y medio muertos de hambre

al campamento. La pierna de Cara Pequeña estaba hinchada al

doble de su tamaño normal y le producía un dolor terrible. No habían visto señal alguna de Gerónimo y los guerreros.

Todos rodearon a los muchachos en el campamento ansiosos

por saber lo que había ocurrido. La madre de Cara Pequeña le

dio una bebida de hierbas y entre trozos de carne de venado y pan de mezquite, los muchachos contaron la historia.

Después, Cuchillo Rojo y el Jefe Naiche tomaron cuatro bra­

sas calientes de la fogata y las colocaron en la pierna rota de

Cara Pequeña. El muchacho cerró los ojos y apretó los dientes. Junto con las hierbas, las brasas servían para quitar el dolor y

reducir la inflamación.

El hueso estaba roto abajo de la rodi1Ja. Cuchillo Rojo colocó una mano en cada lado de la fractura. Naiche jaló del pie de ca-

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ra Pequeña mientras Cuchillo Rojo acomodaba los huesos. Cara Pequeña gritó y luego se quedó quieto. Se había desmayado.

Coffe con Caballos estaba sentado con su padre frente a su ti­pi. Acababa de levantarse y el sol ya estaba alto en el cielo. Se sentía bien. La comida y las muchas horas de sueño lo habían revivido.

Miró a su padre. -¿Cómo está Cara Pequeña? -Bien, pero sus huesos tardarán tiempo en sanar. Corre con Caballos miró las cabañas cercanas. El campa­

mento estaba extrañamente silencioso. Ninguno de los niños jugaba y no se veía una sola mujer cocinando.

-¿Y Gerónimo? -Él y dos guefferos regresaron -contestó Cuchillo Rojo. -¿Dos guerreros? -Los demás no regresarán. Corre con Caballos se volvió hacia su padre. -Entonces habrá una danza de guerra. Los guerreros sal­

drán a castigar a nuestros enemigos. Cuchillo Rojo negó con la cabeza. -No habrá danza de guerra ni castigo. Nariz Larga está en

las planicies con sus soldados. Mañana, Naiche, Gerónimo y otros se reunirán con él en los bancos del río Bavispe.

Corre con Caballos tardó un minuto en recordar que Nariz Larga era el nombre que Jos Apaches habían dado al teniente Gatewood. El teniente, un hombre pálido, delgado y de larga nariz había estado a cargo de la reservación Fuerte Apache en

el territorio de Arizona. Era uno de los pocos blancos en quien los apaches confiaban y consideraban amigo.

-¿A qué vino? -preguntó Corre con Caballos--. Estamos en México. Él no tiene poder aquí.

--Los mexicanos y los blancos del No11e se han unido en nues­tra contra. Nariz Larga trae un mensaje del general del ejército blanco, un hurnbre llamado i'v1iles: ríndanse. De lo contrario, nos buscará hasta que el último hombre, mujer y niño estén mue1tos.

-Gerónirno jam:is se rendirá -exclamó Corre con Caba­llos excitado-. No regresaremos a la reservación para morir de hambre y ser tratados como peffos. Somos libres. Permane­ceremos libres.

Cuchillo Rojo meneó la cabeza. -Se acabó. Todos son nuestros enemigos. No tenemos ami­

gos. Incluso la montafia en la que nos escondemos está en nues­tra contra. Es escudo y a la vez prisión. No tenemos adonde ir.

"Los guías apaches que están con Nariz Larga nos dijeron que los Ojos Blancos sacaron de la Reservación de Arizona a la familia de Naiche y a las de otros gueITeros y las mandaron a un lugar lejano llamado Florida. Naiche extraña a su mujer y a sus hijos. Se rendirá e irá a reunirse con.ellos."

La mente de Corre con Caballos giraba. Desde que sabía ca­minar había sido entrenado de alguna manera en la disciplina de la guerra, para convertirse en guerrero. Le quedaba un sa­queo más y alcanzaría el objetivo de su vida. Sin ese último sa­queo, nunca sería considerado un verdadero hombre. No po­dría tomar su lugar entre los gueITeros ni participar en la dan­za de guena. No podría casarse ni tener familia.

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Miró a su .padreJEtensamente. -Gerónimo no es un cobarde. No se rendirá. Luchará hasta

el final. Antes de hablar Cuchillo Rojo miró a su hijo por un mo­

mento. -Gerónimo dejará de luchar. Ya se ha rendido antes. La

gente está contra él. Dicen que ha perdido su poder. El saqueo nos costó seis caballos y tres gueITeros. No se ganó nada.

-¿Y tú? -preguntó CoITe con caballos casi gritando-. ¿Qué vas a hacer tú?

Cuchillo Rojo se levantó. -No me levantes la voz. Te lo he dicho antes: los blancos

son más numerosos que las estrellas. Ahora se han unido a los mexicanos. No podemos ganar. No podemos escondernos don­de no nos encuentren.

"Esto --e hizo un gesto que incluía a todo el campamento--, esto es lo que queda. Los blancos nos han guitado nuestras tieITas. Si no nos rendirnos, nuestras mujeres y nuestros hijos morirán por nada.

Corre con Caballos se levantó y miró el cielo. Cuando habló su voz era más suave.

-Tú has dicho muchas veces que tu hijo sería un gran gue­ITero. Dime, ¿contra quién lucharé en la reservación? ¿De qué sirven las cosas que tu padre te enseñó y que tú me enseñaste a mí? Dime.

Cuchillo Rojo miró hacia al suelo en silencio. No tenía la respuesta. +

e / 1 ~-J~ ap1tu o 1 ¿~~

+ CORRE CON CABALLOS estaba de pie a unos pasos del tipi de ramas de Cara Pequeña. De acuerdo con la tradición apache, tosió y se aclaró la garganta para avisar a quien estuviera den­tro de su presencia.

-Aquí estoy -dijo Cara Pequeña-, pasa. Corre con Caballos COITÍÓ la puerta de piel de venado y en­

tró. Corno en su propia casa, a través de las paredes de ramas solo entraba un poco ele luz, y los ojos tardaban un momento en ajustarse a la penumbra. Cara Pequeña estaba tendido en un extremo del cuarto sobre una manta.

-¿No está tu madre? -preguntó Corre con Caballos. -Salió a buscar raíces, semillas y hierbas. Cree que me ayu-

darán. -Cara pequeña rió entre dientes. Cuando el rostro de Corre con Caballos no se inmutó, Cara

Pequeña supo que algo estaba mal. Extendi6 un brazo para al­canzar su arco y su aljaba llena de flechas.

-Ten -le dijo-. Quiero que te quedes con esto.

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Corre con Caballos se quedó inmóvil. Sabía que el arco y las flechas eran los objetos más preciados que tenía Cara Pequeña, y que hacer un juego completo de flechas llevaba un mes o más de trabajo. No era un regalo pequeño.

-No ... no puedo. -Tómalo -Cara Pequeña alzó más el arco y la aljaba-. Tú

perdiste tu arco en la barranca. Me salvaste la vida. Es tuyo. Luego señaló su pierna rota. -Tendré tiempo de sobra para hacerme otro arco y flechas. Cone con Caballos sabía que si rechazaba de nuevo el rega-

lo ofendería a su amigo. Se acercó a Cara Pequeña, tomó el ar­co y las flechas, y se sentó.

Se preguntó cómo iba a decirle a Cara Pequeña que no im­portaba, que no necesitarían sus armas adonde iban excepto para cazar, y la caza siempre era escasa en las reservaciones.

Cara Pequeña observó a Corre con Caballos acariciar ausen­te eJ arco. No había visto a su amigo tan triste desde el día en que su madre había muerto.

-¿Qué tienes? -preguntó Cara Pequeña-. ¿Qué pasó? Corre con Caballos permaneció callado un momento. Luego,

poco a poco, y con varias interrupciones de Cara Pequeña, Je contó la discusión que había tenido con su padre. Cara Peque­ña trató de rodar sobre su costado y levantarse sobre su pierna sana, pero Corre con Caballos Jo detuvo.

-¿Qué estás haciendo? No puedes caminar, vas a lastimar-te la pierna. ·

Cara Pequeña trató de luchar contra Corre con Caballos que lo detenía de los hombros. La frente se le llenó de sudor.

Seré guerrero como mi padre~ ¡Seré libre y lucharé! ¡No~ -Corre con Caballos sacudió a su amigo~. Mori­

rás. No puedes ganar. Todos son nuestros enemigos. No tene­mos amigos. Se acabó.

Cone con Caballos se detuvo, sorprendido de haber usado las mismas palabras que su padre. Sintió que la furia lo invadía por haberse dado por vencido tan pronto. Tenia que haber al­guna manera para que él y Cara Pequeña se convirtieran en hombres.

La cabeza le ciaba vueltas. De pronto, respiró profunda y tranquilamente.

-Seremos guerreros. Iremos a muchos saqueos y nadie po­drá detenernos. Saldremos de Ja reservación cuando nos plaz­ca y traeremos mucho botín para repartir entre nuestra gente.

Cara Pequeña se relajó y Corre con Caballos Jo soltó. -Cantarán canciones sobre nosotros -exclamó Cara Pe­

queña-. Todos sabrán de nuestra valentía y audacia. La cara de Corre con Caballos se iluminó con una sonrisa. -Los Ojos Blancos y la reservación no pueden detenernos.

Seremos los mejores de todos los guerreros. +

89 _ . ....;;.:;..,

. 90

+ GERÓNIMO, el jefe Naiche y unos cuantos guerreros se en­contraron con Nariz Larga (el teniente Gatewood) a orillas del río Bavispe. El mensaje que el general Miles enviaba a través ele Gatewood era breve: "Ríndanse y serán enviados a Florida a reunirse con sus familias; después de dos años regresarán a la reservación en Arizona. Si no aceptan estos términos, ten­drán que luchar hasta morir."

Tras un día de discusiones y siguiendo los consejos del te­niente Gatewood de confiaren el general, Naiche y Gerónimo acordaron rendirse ante Miles en el cañón del esqueleto, en Arizona. Pero no rendirían sus armas. Los Ojos Blancos ya ha­bían mentido demasiadas .veces.

El 3 de septiembre de· 1886, el general Miles se reunió con los apaches y les prometió que estarían protegidos de sus ene­migos, y que podrían reunirse con sus familias en una reserva­ción grande y bien abastecida. Miles sabía que estas condicio­nes no serían respetadas ..

~---- EL pequeño grupo de treinta y ocho apaches, hon1bre::, nm­

jeres y niüos acompañó a IVliles al Fuerte Bo\vie donde fueroa

desarmados por fuerzas militares grandes y enviados como pri­

sioneros de guerra a la estación de ferrocaniles de Bowie. Mi­

les mandó un telegrama apresurado al departamento de Guerra

afirmando que los apaches se habían rendido incondicional­mente.

Los apaches fueron encerrados en varios vagones ele tren con

destino a Florida. Cuando el tren empezaba a moverse, varios

guías apaches que se habían reunido para ver partir el tren fue­

ron desarmados y empujados traicioneramente en Jos vagones

corno el resto, en calidad de prisioneros. Durante años, estos

guías apaches habían servido al ejército de los Estados Unidos

fielmente en su lucha contra su propia gente, y así fue recom­

pensada su lealtad.

Gerónímo y el jefe Naichc muchas veces tornaron turnos pa­

ra expresar su arrepentimiento por haber escuchado a Gate-wo­

od y al general Miles, pero era demasiado tarde. La suerte de

la última tribu libre de apaches estaba echada.

El tren se detuvo en Texas y durante dos meses los prisione­

ros estuvieron detenidos en el Fuerte Sam -Houston, mientras

su destino se examinaba una vez más en Washington.

El presidente Cleveland finalmente tomó una decisión que

resultó el golpe más cruel que los apaches habían recibido has­

ta entonces. Los apaches varones serían separados de sus fa­

milias y detenidos en Fuerte Pickens en la isla de Pensacola en

la bahía de Santa Rosa; las mujeres y Jos niños serían enviados

a Fuerte Marino, Florida.

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92

Un mes después el Departamento de Guerra ordenó que todo...c;__ los niños y niñas apaches entre los doce y los veintidós años fue-ran enviados a la Escuela Industrial de los Estados Unidos en Pensilvania para que aprendieran a vivir como los blancos. Allí se les cortó el pelo a los niños, los forzaron a abandonar su ropa tradicional y a usar camisas y pantalones. Las niñas tenían que usar vestidos.

En el clima húmedo de Florida al que no estaban acostum­brados, y con ropa y viviendas inadecuadas, los apaches esta­ban expuestos a los elementos y a las enfennedades. Muchos murieron de malaria o tuberculosis.

Los chiricahuas que sobrevivieron a estas duras condiciones fueron retenidos como prisioneros de gue1Ta durante los siguien­tes veintisiete años, y nunca regresaron a sus tierras natales. +

··..-

..___

i .

Bibliografía

Los siguientes libros contienen información útil y fascinante y se utilizaron en la inv~stigación para esta novela:

Ball. Eve, In rhe davs of \/ictorio, Tucson, University of Arizona

Press, l 970. Barret, G.M .. Geronimo's Story of His L~fe. interpretada por Ace

Daklugie. Nueva York, Nuffield & Co., 1906. (trad. al español:

Geronimo. Historia de su l'ida, Barcelona, Grijalbo, 1975).

Betzinez, Jason y Wilbur S. Nye, 1 fought with Geronimo. Harris­

burg, Stackpok Co., 1959. Lockwood, Franck C., 1he Apache lndians, Bison, University of

Nebraska Press, I 987. Opler, Morris E., An Apache Lije- H'ay. Nueva York, Cooper Square

Pub] ishers, 1965. Reedstrom, Lisle E., Apache Wars: an lllustra!ed 'Ba!tle HislOl)',

New York, Sterling Publishing. 1990. Worccster. Donald E., The Apaches: Eagles of the Sout!nFest, Nor­

man. University of Oklahoma Press, 1979.

93

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Indice--- __

Capítulo 1 .......................... , . . . . . 7 Capítulo 2 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 S Capítulo 3 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26 Capítulo 4 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31 Capítulo S . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40 Capítulo 6 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47 Capítulo 7 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . SS Capítulo 8 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 64 Capítulo 9 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69 Capítulo 1 O . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7S Capítulo 1 1 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83 Capítulo 12 .............. .' . . . . . . . . . . . . . . . . 87 Epílogo ............. · .......... , . . . . . . . . . 90 Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93

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