coronel ernesto claramount rozeville

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Page 1: Coronel Ernesto Claramount Rozeville
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Coronel ernesto Claramount rozeville:

una vida de honor y Compromiso

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Coronel ernesto Claramount rozeville:

una vida de Honor y Compromiso

Luis R. Huezo MixcoCarlos Pérez Pineda

Óscar MeléndezGuillermo Cuéllar-Barandiarán

Page 6: Coronel Ernesto Claramount Rozeville

Impreso en los talleres de la DPI:17 av. Sur, n.o 430, San Salvador, El Salvador, C. A.

Tels.: (503) 2222-9152, 2271-1806, 2222-0665; Fax: (503) 2271-1071http://cultura.gob.sv/dpi/

facebook.com/dpi.elsalvador/ | Twitter: @DPI_ElSalvador

Coronel Ernesto Claramount Rozeville: una vida de honor y compromiso / Luis R. Huezo Mixco, Carlos Pérez Pineda, Óscar Meléndez, Guillermo Cuéllar Barandiarán; prólogo: Ramón Rivas. —1.a ed.— San Salvador, El Salvador:Dirección de Publicaciones e Impresos (DPI), 2015.180 pp.: 23 cm (Colección Unámonos para Crecer, serie Memoria Histórica, vol. 2)

ISBN 978-99923-0-269-9

1. Claramount Rozeville, Ernesto (1924-2008)-Vida política.2. El Salvador-Historia.I. Huezo Mixco, Luis R, coaut.II. Título.

CoLECCIÓN UNáMoNoS PaRa CRECERSerie Memoria Histórica

Primera edición:Secretaría de Cultura de la Presidencia de El Salvador,

Dirección de Publicaciones e Impresos,San Salvador, El Salvador, 2015

Dr. Ramón RivasSecretario de Cultura de la Presidencia

ISBN 978-99923-0-269-9

© Para esta edición: DPI, 2015

Diseño de portada y edición: DPI

Fotografía de portada: archivo de la familia Claramount Villafañe

920.71 C822

sv

Page 7: Coronel Ernesto Claramount Rozeville

ÍndiCE

agradecimientos ......................................................................................................... 9

Prólogo ......................... .................................................................................................... 11

Capítulo I. Entre autoritarismo y democracia: las familiasClaramount Lucero y Claramount Rozeville (1886-1977)Luis R. Huezo Mixco ........................................................................................................ 15

Capítulo II. Coronel Ernesto antonio Claramount Rozeville.Carrera militar y Guerra de las Cien HorasCarlos Pérez Pineda .......................................................................................................... 37

Capítulo III. El coronel Ernesto Claramount Rozeville en el escenario político de 1977: elecciones, fraude y represiónÓscar Meléndez ................................................................................................................. 63

Capítulo IV. «ante todo mi palabra y honor de militar»: el coronel Claramount Rozeville en unos años difícilesGuillermo Cuéllar-Barandiarán ..................................................................................... 123

Epílogo ................. ............................................................................................................ 161

anexos ................. ............................................................................................................. 163

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Agradecimiento de doña Gloria Villafañevda. de Claramount

En primer lugar, doy las gracias a Dios todopoderoso.

Al pueblo salvadoreño, por su apoyo en las elecciones presidenciales de 1977.

A la diputada Lorena Guadalupe Peña, mi profundo agradecimiento en memoria de mi amado esposo, mis hijos, mis nietos, mis bisnietos y en el mío propio, por estar revalorando nuestra historia para incluir la voz de los silenciados, como fue el caso de mi querido esposo, el coronel Ernesto Claramount Rozeville.

A la Secretaría de Cultura de la Presidencia, en especial al Dr. Ramón Rivas, secretario de Cultura; y al doctor David Hernández, su asesor.

Al Estado y pueblo de Costa Rica, mi más profundo agradecimiento por acoger a mi esposo, el coronel Ernesto Claramount Rozeville, y a su familia durante el tiempo que duró su exilio. En especial, a los esposos Luis Arnoldo Rubio y Nuria Leiton García de Rubio por su invaluable hospitalidad a su llegada al exilio en ese país. Asimismo, a los expresidentes de Costa Rica: don José Figueres, don Daniel Oduber Quiroz y don Rodrigo Carazo Odio. Igualmente, a don Mario Charpentier, quien fungía en esos años como ministro de Seguridad Pública de aquel querido país.

Para finalizar, mi agradecimiento a mis queridos suegros, que supieron inculcar a mi esposo desde su niñez valores como respeto, honestidad, honorabilidad y el compro-miso hacia sus semejantes.

A mis queridos hijos, quienes amaron a su padre hasta el último momento de su vida.

A mis amados nietos, que supieron valorar, respetar, amar y admirar a un hombre honorable, intachable, que supo transmitirles sus vivencias hasta el final.

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El presente libro que se honra en presentar a la comunidad nacional e internacional la Secretaría de Cultura de la Presidencia trata sobre el coronel Ernesto Claramount Rozeville, uno de los protagonistas claves en el desarrollo de los trágicos sucesos del 28 de febrero de 1977 en nuestro país, cuando las fuerzas oficialistas del Partido de Conciliación Nacional (PCN), encabezadas por el expresidente coronel Arturo Armando Molina y su entonces exministro de Defensa y candidato presidencial por el PCN, general Carlos Humberto Romero, realizaron un escandaloso fraude que le arrebató al coronel Claramount el triunfo legítimamente obtenido en la votación.

El coronel Ernesto Claramount Rozeville fue propuesto como candidato presidencial por la coalición opositora, constituida por el Partido Demócrata Cristiano (PDC), el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) y la Unión Democrática Nacionalista (UDN), en alianza con el Movimiento por la Unidad Nacional (MUN), integrado por militares patriotas.

El coronel Claramount Rozeville, hijo del legendario general Antonio Claramount Lucero, quien en la década de los veinte del siglo pasado se negó a masacrar a una manifestación de mujeres en Santa Tecla y quien también había sido amigo de pro-hombres como Agustín Farabundo Martí y Augusto César Sandino, era un militar demócrata, institucionalista y progresista de gran popularidad entre el pueblo salva-doreño, cuya candidatura era desde el principio una apuesta segura por un cambio social en El Salvador.

Prólogo

UN LIBRO SOBRE LA MEMORIA HISTÓRICA

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La oligarquía salvadoreña y su gobierno militar vieron en el coronel Claramount Rozeville un peligro para el injusto statu quo que desde hacía medio siglo reinaba en el país, luego de la masacre de campesinos indígenas en la región de los izalcos en 1932, que dejó como resultado decenas de miles de muertos e instauró una serie de dictaduras militares.

La respuesta no se hizo esperar. El coronel Claramount, con cientos de miles de se-guidores, se tomó la plaza Libertad y las manzanas aledañas a la misma, para protestar por el escandaloso fraude y hacer valer la voluntad popular.

El lunes 28 de febrero de 1977, la Fuerza Armada, los cuerpos de seguridad y bandas paramilitares de la Organización Democrática Nacionalista (ORDEN) callaron a san-gre y fuego la protesta, con el resultado de centenares de muertos y heridos.

El coronel Claramount y otros líderes patriotas de la oposición fueron obligados a un exilio penoso lejos de las fronteras patrias.

Otro hubiera sido el desenlace de la historia de nuestro país si se hubiese respetado la voluntad popular y si el coronel Ernesto Claramount Rozeville hubiese asumido como legítimo presidente de El Salvador. La sangrienta guerra civil que azotó nuestro país entre 1979-1992 probablemente se hubiese evitado y el país habría tenido una excelente oportunidad de cambios democráticos y sociales.

Ese es uno de los grandes aportes en materia de memoria histórica del presente libro, elaborado por el excelente equipo de investigadores de la Dirección Nacional de In-vestigaciones en Arte y Cultura (DNI), que combinó esfuerzos con la Dirección de Publicaciones e Impresos (DPI), ambas de la Secretaría de Cultura de la Presidencia, para que salga a la luz este libro precisamente cuando se conmemora el 38.o aniver-sario de tan luctuosos sucesos.

Esta investigación fue posible, en buena medida, gracias a los valiosos tes-timonios del hijo del coronel Claramount, el señor don Ernesto Antonio Claramount Villafañe, quien gustosamente también facilitó archivos fotográficos y documentales sobre su padre y su familia.

Como Secretaría de Cultura de la Presidencia, nos sentimos honrados de contribuir, de esta forma, al rescate de la memoria histórica de nuestra nación y a dar otra versión

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de la historia, hasta ahora en el olvido: la visión de los vencidos de ayer, una crónica de lucha y de sacrificios pero también de logros y de conquistas.

Este libro también es un homenaje a todos los patriotas anónimos que cayeron vícti-mas de la represión durante esos sangrientos sucesos del 28 de febrero de 1977.

Ponemos, pues, en manos de nuestros queridos lectores, uno de los grandes aconte-cimientos políticos rescatados como memoria histórica en este libro, y que constituyó un parteaguas en el desarrollo histórico de nuestro querido país.

Dr. Ramón RivasSecretario de Cultura de la Presidencia

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General Antonio Claramount Lucero, candidato a la presidencia de la República en 1930 y 1944.

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Para la mayoría de las personas que se interesan en la historia salvadoreña reciente, los sucesos que tuvieron lugar en la plaza Libertad, en pleno centro de San Salvador, el día 28 de febrero de 1977, liderados por el coronel Ernesto Antonio Claramount Rozeville, fueron un parteaguas en el proceso de lucha por lograr la de-mocratización del país, antes de que la Nación se involucrara en un conflicto armado con enorme saldo de muerte y destrucción. Para la mayoría de los que vivieron esa época, o para los que han tenido oportunidad de enterarse de los sucesos, la memoria evoca el hecho de que un militar progresista decidió apoyar la causa popular represen-tada por la Unión Nacional Opositora (UNO), la cual era una coalición de partidos políticos progresistas organizados para llegar al poder por la pacífica y electoral vía democrática.

Como había sido una costumbre en El Salvador, la voluntad popular fue traicio-nada por medio de un masivo fraude electoral que culminó con la llegada al poder del general Carlos Humberto Romero, candidato del oficialismo. De la trágica madrugada del 28 de febrero, en la que los asistentes en la plaza fueron acribillados por las fuerzas de seguridad del Estado, pueden haberse derivado varias consecuencias. En primer lu-gar, la más conocida o documentada es la decisión de muchos en buscar el poder por la lucha armada y no por la vía electoral; y en segundo lugar, el que la represión desatada ese día dio como resultado el surgimiento de un movimiento popular nuevo, las Ligas Populares 28 de febrero (LP28), que se constituyeron como frente de masas del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y acompañaron a esta organización guerrillera con su trabajo político durante todo el conflicto armado. Pero lo que estaba en juego esa madrugada era la confrontación entre una sociedad bajo un régimen autoritario contra un modelo democrático de acceso y manejo del poder.

Capítulo IEntre autoritarismo y democracia: las familias Claramount Lucero y Claramount Rozeville

(1886-1977)

Luis R. Huezo Mixco

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Capítulo I16

Siguiendo a Erik Ching, «el modelo democrático se puede definir como aquel en que los líderes políticos son escogidos en elecciones relativamente libres y equitativas y en el que las libertades de la ciudadanía son generalmente respetadas. En contraste, una sociedad autoritaria es una en la que esas condiciones están ausentes, en la que los líderes llegan al poder arbitraria, militarmente, o a través de elecciones que no son ni libres ni equitativas y en un contexto social en que las libertades civiles no son respetadas. El término autoritario es a menudo asociado estrechamente con los regímenes militares del siglo XX».1

Esa madrugada de febrero, el coronel Ernesto Antonio Claramount Rozeville, acompañado por miles de personas, asistía a la culminación de un proceso personal de vida en apoyo a la construcción de espacios democráticos en El Salvador el cual había iniciado más allá de sí mismo con su padre el general Antonio Claramount Lucero, décadas atrás. Un proceso que, considerando el tradicional alineamiento de los militares salvadoreños con el autoritarismo y los intereses de las clases dominantes, no había sido el común denominador de los militares desde la fundación del Estado salvadoreño.

1. El surgimiento de una familia

Candelaria de la Frontera es un municipio ubicado en el departamento de Santa Ana, República de El Salvador. Comprende una zona mayormente rural, a la cual se suma una pequeña zona urbana que es atravesada por la carretera que conduce hasta la frontera con el vecino país de Guatemala. A 720 metros sobre el nivel del mar, Candelaria de la Frontera posee un paisaje un tanto árido en el verano, pero en el invierno se impone el verdor de su geografía, especialmente la que se puede observar hacia el occidente, donde el volcán El Chingo destaca entre los montes y colinas que definen el paisaje.

Fue en el cantón Piedras Azules de este lugar donde el 13 de junio de 1886 nació Antonio Claramount Lucero, hijo de Antonio Claramount de Vasco y Lucila Lucero. Antonio Claramount de Vasco había llegado a El Salvador procedente de Asunción Mita, Guatemala, donde era propietario de la Hacienda La Esperanza. Para llegar a la frontera salvadoreña desde Asunción Mita se necesitaban solamente unas pocas horas a pie o en caballo, y desde allí hasta Candelaria de la Frontera el recorrido era mucho más breve. Posiblemente en uno de esos viajes habría conocido a la que sería su esposa, Lucila, oriunda de Candelaria de la Frontera donde establecieron su residencia. De esa unión nacieron tres hermanos: Jovelina, Manuel y, el más pequeño de los tres, Antonio.

1 Erik Ching, Authoritarian El Salvador, Politics and The Origins of the Military Regimes, 1880-1940 (Notre Dame: University of Notre Dame Press, 2014), pág. 18.

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Entre autoritarismo y democracia: las familias Claramount Lucero y Claramount Rozeville (1886-1977) 17

Jovelina, la hija mayor del matrimonio Claramount Lucero, se casó con Casil-do Carrillo, dueño de la Hacienda La Criba, ubicada en la misma zona de Candelaria. A la muerte tempranera de sus padres Jovelina llevó a su propio hogar a su hermano menor y, no habiendo procreado sus propios hijos, le heredó el patrimonio que po-seía.2 Fue así como Antonio Claramount Lucero se hizo de una importante propiedad radicándose en una zona donde se dedicó a las actividades de agricultura pertinentes a la tierra que se le había heredado.

En la época que Claramount Lucero vino al mundo, El Salvador estaba go-bernado por el general Francisco Menéndez, quien fue derrocado por el general Car-los Ezeta, quien a su vez fue derrocado por el general Rafael Antonio Gutiérrez, por medio de un golpe de Estado. Antonio creció entonces en su adolescencia con la imagen clara del poder de los militares durante ese periodo.

La aldea de Candelaria, en jurisdicción de Santa Ana, era una de las más prós-peras de la comarca a mediados del siglo pasado, y como todos los poblados de la frontera occidental fue teatro de acciones de armas en la larga serie de guerras fratri-cidas entre El Salvador y Guatemala. En 1890 tenía 1,094 habitantes. En la hermosa meseta de Paraje Galán, se escenificaron los combates en los días 18 y 19 de julio de 1890. La zona de occidente a la que Candelaria pertenece se encuentra dentro del oc-cidental departamento de Santa Ana; un viajero de las primeras décadas del siglo XX, describía así el departamento:

Pero San Salvador no es todo El Salvador, aun en un sentido urbano. En el oeste se encuentra Santa Ana, más conservadora, precisa y propicia para los negocios que las otras ciudades de Centro América […]

El tiempo de la industrialización puede venir, pero mientras tanto todas las relaciones de El Salvador con el mundo externo han escalado a una importan-cia creciente como uno de los países de agricultura tropical más grandes. Sus ciudades son ciudades agricultoras, los ferrocarriles que cruzan su territorio llegan a zonas agrícolas. La vieja línea, el ferrocarril de propiedad británico-salvadoreña, se construyó con el propósito de transportar café al puerto y la nueva línea de Ferrocarriles Internacionales de Centro América corre a través de un territorio el cual creció en importantes proporciones como una comu-nidad agricultora muchos años antes que se soñara con tener un ferrocarril.3

2 Entrevista a Ricardo Claramount, 26 de noviembre de 2014.3 Wallace Thompson, Rainbow Countries of Central America (New York: E. P. Dutton & Company, 1926), págs.

103-104.

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Capítulo I18

La prosperidad del país incluía a la familia Claramount. En su propiedad se producía leche y se cultivaba la tierra. Seguramente la familia debe de haber disfrutado del contacto con la aristocracia cafetalera de la zona occidental, pero al mismo tiempo la cercanía de Antonio con la gente del lugar lo hizo palpar también de primera mano la necesidad de los campesinos de la zona. La tradición de la agricultura seguramente se la debía a su padre. Su abuelo había venido desde México a Guatemala a la muerte del Emperador Maximiliano como parte de su corte4 y a fuerza de duro trabajo llegó a ser dueño de La Esperanza, cerca de la frontera con Guatemala.

Los vaivenes de la política salvadoreña eran parte del escenario y la forma-ción de Antonio en su crecimiento natural. El ascenso al poder del general Gutié-rrez, que se dio cuando Antonio rozaba los 15 años, es útil para evidenciar la ma-nera en que las redes de aliados y clientes eran beneficiadas como consecuencia de su apoyo a los grupos golpistas. En el caso de los militares, su participación en los golpes de Estado eran premiados con promociones; siendo esto así no sería difícil para ellos elegir el corto camino de las redes de apoyo clientelista para ascender en jerarquía y poder, en lugar de tomar la larga vía del ascenso por mérito. El depuesto general Ezeta en su momento había repartido no menos de treinta y dos promocio-nes a oficiales arriba del rango de capitán «por su valor en defensa de la nación en la Revolución de Junio 1890».5 En resumen, los derrocamientos militares funcionaban de acuerdo a los mismos principios de clientelismo al igual que cualquier otra acti-vidad política.6 El movimiento rebelde de Los 44, capitaneado por el general Rafael Antonio Gutiérrez, tampoco estuvo a salvo de hechos reñidos con la corrupción.7 Las campañas militares solo pueden salir adelante con dinero, el cual necesitaban de forma urgente para financiar el derrocamiento de Ezeta; esos mismos insurgentes se constituyeron posteriormente en un «gobierno provisional», se impusieron ante los banqueros de Santa Ana y los obligaron a entregarles créditos por la fuerza. Tras el triunfo de la revuelta, ese crédito privado y forzoso pasó a ser parte de la deuda interna del gobierno nacional y contribuyó a la fuerte crisis económica que desestabilizó a El Salvador desde 1897 en adelante y en la que dos de los bancos prestamistas se fueron a la quiebra.8 La impunidad con que los grupos militares de la época se desenvolvían era una constante.

4 Entrevista a Ernesto Claramount Rozeville, 3 de noviembre de 2014.5 Ching, E. Authoritarian El Salvador, pág. 94.6 Ching, E. Authoritarian El Salvador, pág. 94.7 Carlos Cañas Dinarte, «“La guayaba”, una fábrica de corruptos», Revista Digital Contrapunto:

https://www.contrapunto.com.sv/reportajes/la-guayaba-una-fabrica-de-corruptos8 Cañas Dinarte, C. «“La guayaba”, una fábrica de corruptos».

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Entre autoritarismo y democracia: las familias Claramount Lucero y Claramount Rozeville (1886-1977) 19

En la víspera de las elecciones de 1898, el general Tomás Regalado derrocó al presidente Rafael Gutiérrez mediante un golpe de Estado rápido. Según un relato familiar,9 las condiciones para entrar a la milicia de Antonio Claramount Lucero fue-ron consecuencia de la amistad que había sostenido su padre con Tomás Regalado. Se sabe que, en cierta ocasión, realizando las labores cotidianas en la Hacienda La Criba, Antonio fue visto por el presidente, quien le preguntó si era hijo de Claramount del Vasco y le brindó todo su apoyo para que entrara al Ejército. Antonio ingresó a la Academia Politécnica Militar el 15 de julio de 1901, cuando tenía solo 15 años. Dos años después, en 1903, ya ostentaba el grado de subteniente, y en 1906 asciende a te-niente. Antonio se casó con Blanca Fozar Rozeville y procreó tres hijos: María Elena, Ernesto Antonio y Antonio.

En las cinco décadas pasadas la Nación había visto incontables derrocamien-tos presidenciales, tantos que el proceso parecía normal y los nombres de los partici-pantes eran tantos que nadie se preocupaba por recordarles, aun hoy en día muchos de sus nombres son virtualmente desconocidos. Pero de manera inesperada, el golpe de Regalado en 1898 sería la última vez en que un presidente fuera sacado del poder por medio de una revuelta violenta por parte de un rival hasta que volvió a suceder en diciembre de 1931. Fue durante el periodo posterior del desconocido presidente general Fernando Figueroa (1907-1911) que Antonio Claramount alcanzó otra pro-moción militar: ascendió al grado de capitán del Ejército en 1908. Posteriormente, el 27 de septiembre de 1911, a mayor.

2. Militarismo y República cafetalera

La vida de la familia Claramount fue marcada por un periodo histórico de la vida nacional definido por el poder militar. Independientemente de si los gobernantes de la última década del siglo XIX o de las primeras décadas del XX fuesen militares o no, estos últimos ejercieron el poder de tal manera que la historia salvadoreña no puede ser estudiada sin aproximarse a este hecho para entender cómo esta fue moldeada tanto a nivel colectivo como a nivel individual para los salvadoreños. El breve y resumido reco-rrido histórico que a continuación realizaré sitúa a la familia Claramount en el contexto político y social de su época, un contexto de uso del poder por medios autoritarios por parte de los militares salvadoreños, lo cual puede contrastar con el compromiso con la democracia salvadoreña que observaremos en la familia Claramount.

Con la llegada al poder del general Tomás Regalado en 1898 y hasta el año 1931, se sucedieron una serie de gobiernos estables. En el tiempo de su sucesor, 9 Entrevista a Ricardo Claramount, 26 de noviembre de 2014.

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Capítulo I20

general Pedro José Escalón (1903-1907) se intentó construir una nueva imagen por medio de proyectos públicos tales como la construcción del Palacio Nacional, el Tea-tro Nacional y el Museo Nacional.10 La presidencia quedó en manos de los grandes terratenientes cafetaleros. La élite económica gobernó el país pasándose la presidencia en forma directa, en el periodo histórico que se conoce como la «República cafetale-ra», como brevemente detallaré a continuación.

Manuel Enrique Araujo, cuyo nombre lleva una de las arterias más clásicas e importantes de la actual capital, San Salvador, fue el sucesor de Fernando Figueroa. También había sido uno de los conspiradores que el 29 de abril de 1894 participó en el derrocamiento del gobierno de Carlos Ezeta, dentro del movimiento llamado Los 44. Ocupó la presidencia de la república, como presidente provisorio, al liderar el mo-vimiento que derrocó al presidente general Rafael Antonio Gutiérrez, desde el 14 de noviembre de 1898 al 28 de febrero de 1899. Araujo fue presidente entre 1911 y 1913, creó la Guardia Nacional y tomó una serie de medidas para aumentar la presencia del Estado en el interior del país. La actual bandera nacional fue adoptada en 1912 du-rante la presidencia del mismo Araujo, quien de igual manera estableció las prime-ras medidas de protección para los trabajadores del país, y fue asesinado en febrero de 1913.11 La ciudad de San Salvador con sus nuevos edificios y monumentos iniciaba su esplendor, y las principales posiciones administrativas dentro de la organización del Estado eran repartidas entre los militares y sus clientelas políticas. Esto debe ha-ber reforzado en Antonio Claramount Lucero la importancia del rol del Estado y el potencial poder de los militares, quienes tenían la opción de utilizar ese poder a favor de sus intereses personales, o de usarlo en beneficio de las grandes mayorías.

Los medios de ascenso al poder en las primeras décadas del siglo XX pueden ser entendidos adecuadamente estudiando como ejemplo las elecciones de la pobla-ción indígena de Nahuizalco. Los indígenas habían logrado hacer prevalecer la volun-tad de sus comunidades eligiendo sus autoridades con equidad ante las maniobras de los ladinos entre 1896 hasta 1903. Pero en este último año, los ladinos prevalecieron sobre los indígenas apoderándose del control de los centros de votación y evitando que sus adversarios votaran. Muchos años después, en el año 1923 los indios habrían retomado nuevamente el control del gobierno, pero fueron confrontados por los ladinos quienes habían convencido a algunos miembros de la Guardia Nacional de apoyarles para prevenir que los indígenas llegaran a los lugares de votación durante las elecciones.

10 Christopher M. White, The History of El Salvador, The Greenwood History of Modern Nations (Connecticut: Greenwood Press, 1974), pág. 71.

11 White, C. M. The History of El Salvador, pág. 71.

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Entre autoritarismo y democracia: las familias Claramount Lucero y Claramount Rozeville (1886-1977) 21

El crecimiento y expansión de los militares ha sido un foco de atención de los académicos en el cambio de siglo, quienes ven en eso las semillas del moderno Estado autoritario de El Salvador. Para ellos la milicia sirvió como la Guardia Pretoriana de los barones del café, haciendo El Salvador seguro para ese cultivo y su creciente mala distribución de riqueza. Sin embargo, los militares jugaron también otro papel disci-plinando a las élites locales en beneficio de una centralización del Estado.12

Después del asesinato de Araujo, la poderosa familia de los Meléndez-Quiño-nez gobernó el país hasta 1927. Ellos eran miembros de la élite económica, oligarquía criolla y descendientes directos de españoles nacidos en el país. Además de estas familias estaban también los Dueñas, los Araujo, los Orellana, los Álvarez, los Meza-Ayau y los Menéndez Castro. Estos años vieron crecer en el ambiente militar al joven Antonio Claramount, quien el 27 de junio de 1916 obtuvo el grado de teniente coronel y que gracias a sus aptitudes logró después el grado de coronel a la edad de 36 años, en 1920.

Cuando inició el siglo XX, El Salvador estaba en medio de un proceso de centralización de la autoridad política y los poderes del Estado se incrementaban. Al igual que en el resto de América Latina, este proceso centralizador se aumentó por el inicio de la revolución industrial en Europa y los Estados Unidos como consecuencia de la demanda de materia prima producida por las naciones latinoamericanas. La ex-portación de café trajo el aumento de riqueza de una manera nunca antes vista; como consecuencia había motivación para incrementar el tamaño y el poder del Estado. La centralización culminó durante la República cafetalera, en los periodos de la admi-nistración de Jorge Meléndez (1919-1923) y Alfonso Quiñonez Molina (1923-1927). Estos primos hermanos y sus aliados crearon el Partido Nacional Democrático.

Meléndez exacerbó sus deterioradas relaciones con los militares cuando anun-ció en 1920 su intención de reformar lo militar para limitar su influencia tanto en el Gobierno como en la sociedad. Lanzó las ideas en su discurso presidencial delante de la asamblea nacional en febrero de ese año:

Por mucho tiempo, y de acuerdo a una costumbre no muy sabia, dijo Melén-dez, el Ejército ha sido el árbitro del destino social de nuestro país. Mi deseo, dijo, es que esta noble institución cumpla su deber en los términos para los cuales ha sido llamado por la Constitución y la cultura de la República. Para este fin, sin negar el entrenamiento táctico y militar, ha sido llevado a cabo un trabajo intenso para llevar a los militares cada vez más a los centros de apren-dizaje y de ilustración en general.13

12 Ching, E. Authoritarian El Salvador, pág. 156.13 Ching, E. Authoritarian El Salvador, págs. 190-191.

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Capítulo I22

Meléndez también propuso que la justicia militar fuera reformada y que de esa manera los militares rindieran cuentas a las cortes civiles, llamando a la creación de una comisión civil que llevara un proyecto de ley en ese sentido a la Asamblea, para aprobación. Las revueltas militares contra Meléndez iniciaron pocos meses después de ese pronunciamiento, y dos más tuvieron lugar en 1922. La primera se dio en la Escuela Militar donde los cadetes colocaron barricadas en el campus, la segunda entre los soldados de las barracas de la sexta brigada de infantería en San Salvador. Las tres rebeliones fueron sofocadas oportunamente por el poder civil, pero algo quedaba en claro, la poca voluntad de los militares de someterse a las autoridades civiles y su deseo de mantener control y hegemonía.14

El 25 de diciembre del mismo año, una manifestación de mujeres y niños que habían partido desde la avenida Independencia, y que en su recorrido querían pasar frente a Casa Presidencial en apoyo al Dr. Tomás Miguel Molina fueron masacrados. Alrededor de las 4:00 p. m., oficiales de policía, soldados y miembros de la llamada Liga Roja comenzaron a dispararle a la multitud. Se considera que cinco guardias nacionales dispararon desde su vehículo. Las mujeres eran simpatizantes del Partido Constitucional. La marcha fue disuelta con pelotones de caballería, guardia y policía nacional. Más de cien personas fueron hospitalizadas y docenas murieron.15 El can-didato Molina y diez de sus más cercanos asesores pidieron asilo en la Embajada de España y sus seguidores fueron sujetos de represión por las fuerzas de seguridad en los días siguientes. El relato familiar asegura que Claramount Lucero recibió la orden de disparar contra la manifestación a lo cual se opuso, exponiéndose a las consecuen-cias severas que en la vida militar tiene una actitud como esta; sin embargo revela una actitud de respeto a la vida humana y a los derechos de expresión del pensamiento como una de las características más importantes de la democracia.16

Cuando el último miembro de la dinastía Meléndez Quiñonez dejó la silla presidencial a inicios de 1927 estaba a punto de iniciarse un intento de reforma demo-crática. Los esfuerzos democráticos del Dr. Pío Romero Bosque parecieron ser genui-nos, pues ofreció amplias garantías a todos los partidos políticos para que participaran en los procesos electorales. Las elecciones de ese periodo probaron ser democráticas, instructivas y realizadas en paz, a pesar de que las leyes existentes eran insuficientes en sí mismas para garantizar la libertad del sufragio. Pero nuevamente hubo otro in-tento de golpe de Estado organizado por Jorge Meléndez en diciembre de 1927 con

14 Ching, E. Authoritarian El Salvador, pág. 191.15 Para leer la detallada relación de los hechos del 25 de diciembre por parte del Gobierno salvadoreño,

véase: Diario Oficial, 26 de diciembre de 1922, págs. 1 y2.16 Entrevista a Ricardo Claramount, 26 de noviembre de 2014.

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Entre autoritarismo y democracia: las familias Claramount Lucero y Claramount Rozeville (1886-1977) 23

la ayuda del entonces jefe de policía Federico Kreitz, el coronel Juan Aberle, jefe de la Maestranza, y el mayor Manuel Noguera, subjefe de Policía. La idea era colocar a Juan Aberle como presidente tras el golpe, pero el intento fracasó y terminó consolidando la posición de Romero Bosque. Los militares golpistas fueron fusilados en lo que se-ría un mensaje dirigido a los potenciales oficiales rebeldes. En las elecciones de 1927 Romero dejó claras sus intenciones de que estas se realizaran de manera democrática para dar fin a una era de imposiciones.17

Durante la administración del Dr. Pío Romero Bosque, tiempos de apertura democrática en el país, Antonio Claramount Lucero obtuvo su ascenso a general de Brigada el 10 de marzo de 1928, a los 42 años de edad, y se mantuvo muy activo en la vida nacional. Tuvo el privilegio, siendo el comandante de la Fuerza Aérea Salva-doreña (1927- 1930), de recibir y dar la bienvenida al llamado «Espíritu de San Luis», cuando el famoso aviador Charles Lindbergh aterrizó en San Salvador, el 1 de enero de 1928 proveniente de Polo Field, Belice, en un vuelo que había tenido 2 horas con 50 minutos de duración, el cual realizaba por diversas partes del mundo y conocido también como el «viaje del siglo».

17 Ching, E. Authoritarian El Salvador, pág. 220.

General Antonio Claramount Lucero, al centro, comandante de la Fuerza Aérea Salvadoreña (1927-1930), en la famosa visita del aviador Charles Lindbergh a El Salvador.

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Capítulo I24

El general Claramount Lucero fue un propulsor de la aviación civil:

En la histórica noche del día 04 de Diciembre de 1929, se reunieron por pri-mera vez inspirados por el entusiasta Gral. Antonio Claramount Lucero un grupo de jóvenes que con su amor a la aviación decidieron fundar el Club de Aviación Civil con la meta de impulsar la preparación de nuevos pilotos avia-dores en nuestro país; manifestando el Gral. Claramount su desinteresado y decidido apoyo a la fundación del Club, llevando a cabo esta primera sesión y realizada la votación por unanimidad se eligió presidente al Gral. Claramount, habiéndose levantado la primera acta por el secretario Don Efraín Barraza y acordando nombrar al Señor Presidente de la República Doctor Pío Romero Bosque y al Señor Ministro de Gobernación Doctor Manuel V. Mendoza como Presidentes honorarios. Así, quedó para siempre en la historia del Club de Aviación Civil el nombre de un dinámico pionero, gran Caballero de las Armas, que no siendo Piloto Aviador, sino un General de Infantería y Co-mandante de la entonces Aviación Militar, hizo grandes aportes en pro de la aviación civil en El Salvador.18

Al finalizar el periodo de la llamada «Dinastía de los Meléndez Quiñonez», go-bernó Pío Romero Bosque. Las elecciones presidenciales que se habían caracterizado por el hecho de que los titulares seleccionaban a sus sucesores, permitiendo el control perpetuo de la oligarquía sobre la política del país. Sin embargo, en esta ocasión el sa-liente presidente Pío Romero Bosque no designó sucesor y hubo muchos candidatos.

Entre el 11 y el 13 de enero de 1930 se llevaron a cabo elecciones generales en el país. En estas participaron cinco candidatos y fueron ganadas por Arturo Araujo, del Partido Laborista Salvadoreño. Araujo aseguró, en ese entonces, una mayoría en la Asamblea. Con ideales democráticos Araujo inició su periodo en medio de una crecien-te oposición de obreros y estudiantes, la situación era tan convulsiva que incluso se de-cretó la ley marcial. Los militares, que no reciben sus pagos por un tiempo, le perdieron la confianza al presidente y lo derrocaron a poco tiempo de estar gobernando.

Era tiempo de la gran depresión económica mundial y por supuesto El Salva-dor no fue inmune a ella; era el tiempo en que los precios internacionales del café se derrumbaron, los salarios era exiguos, grandes masas campesinas indígenas vivían con salarios miserables o trabajando simplemente por la comida y las condiciones para la revuelta que se dio en 1932 se estaban acelerando.19

18 Sitio web de la Fuerza Armada Salvadoreña: https://www.fas.gob.sv/jefa/excomandantes/claramount.html

19 Para un conocimiento detallado de la época, puede consultarse: Jeffrey Gould y Aldo Lauria Santiago,

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El Partido Laborista de Araujo recibió el apoyo de estudiantes, obreros y del Partido Comunista Salvadoreño (PCS), que había sido fundado en 1930 por un grupo de militantes entre los que se encontraba Agustín Farabundo Martí. El Dr. Araujo instauró un régimen de libertades civiles y permitió la inscripción del PCS como partido político legal. En estas elecciones de 1930, el general Antonio Clara-mount Lucero se postuló como candidato a la presidencia de la república, aprove-chando la coyuntura democrática, por medio del Partido Laboral Progresista.

A pesar de que las cifras registradas no le favorecieron, Claramount Luce-ro mantuvo un espíritu democrático que lo haría volver a participar en un proceso electoral posterior. Contrario a los métodos de apoyo clientelista y autoritario que perfilaban otros aspirantes militares al poder, Antonio Claramount Lucero compitió por la silla presidencial por medios democráticos, acumuló experiencia y desarrolló una larga carrera política.

El gobierno de Arturo Araujo no pudo sobrevivir a la crisis económica y política que encontró a su llegada al poder. Fue derrocado en un golpe de Estado militar y su vicepresidente, el general Maximiliano Hernández Martínez fue su suce-sor. El derrocamiento de Araujo, así como «la Matanza» de la población salvadoreña en el occidente del país y la dictadura militar de Hernández Martínez, que siguió a continuación, es quizás uno de los momentos históricos más estudiados en la historia salvadoreña,20 y no la detallaremos aquí, pero es un periodo intenso bajo cuyo marco se dio el desarrollo militar profesional de Claramount Lucero.

A pesar de la demostración de fuerza que Hernández Martínez evidenció con la matanza, este tuvo que consolidar su poder de manera gradual entre 1931 y 1939, centralizando cada vez más el poder, militarizando el país y silenciando la prensa de tal manera que su régimen podría considerarse para 1940 como un régimen dictato-rial. Tuvo que eliminar a sus oponentes de manera gradual, negociar con oligarcas, oficiales militares y los sectores populares campesinos.

No está claro si el general Hernández Martínez aplastaba verdaderos intentos de golpe o simplemente tomaba ventaja de las rivalidades y descontentos que surgían en el seno de los militares de la época para realizar las rotaciones de oficiales que fa-vorecían un control de poder creciente en sus manos, colocando oficiales leales a su ejercicio en las posiciones más convenientes. Independientemente de si había o no

Rebelión en la Oscuridad (El Salvador: Museo de la Palabra e Imagen, 1932); Erik Ching, Carlos Gregorio López y Virginia Tilley, La masas, la matanza y el martinato (El Salvador: UCA Editores, 2007). Para conocer de los movimientos religiosos en la misma época: Luis R. Huezo Mixco, «A la espera del reino milenial», en De las misiones de fe al neopentecostalismo (El Salvador: Secretaría de Cultura de la Presidencia y Univer-sidad Evangélica de El Salvador, 2014).

20 Ver nota 19, arriba.

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Capítulo I26

complots reales los oficiales militares compiten siempre por poder político y busca-ban las alianzas que consolidaran sus posiciones. El moverlos y alejarlos de la ciudad capital era una de las estrategias más efectivas de Martínez, pues impedía así que los militares sospechosos consolidaran relaciones que podrían fortalecer sus intenciones de subvertir el poder.

Martínez aplastó una «conspiración» que le permitió debilitar a algunos de los militares más poderosos del país, incluyendo al coronel Aguirre y el general Clara-mount Lucero; colocó a oficiales leales en posiciones militares elevadas, así como en posiciones ministeriales. Osmín Aguirre y Salinas era un líder indiscutible y el general Antonio Claramount Lucero, poseedor de una hoja de servicios distinguida, era muy respetado. Aguirre fue desplazado de su posición como director general de la Policía al cargo de gobernador del departamento de La Paz, y Claramount Lucero salió exilia-do del país presionado por el dictador Hernández Martínez. Con esto Martínez logró remover a dos rivales de peso opuestos a su poder.21

Martínez tuvo que desmontar al menos otros dos intentos de golpe, uno en 1934, que involucraba al futuro presidente Salvador Castaneda Castro. En vista de las aspiraciones de Martínez de perpetuarse en el poder, otro incidente ocurrió en 1935, en donde tanto el general Manuel Antonio Castaneda Castro, como los oficiales del cuartel El Zapote, los de San Miguel y Santa Ana intentaron derrocarlo. Reconociendo que algunos militares y líderes civiles querían deshacerse de Hernández Martínez, el general Antonio Claramount Lucero conspiró contra el futuro dictador. La razón de la conspiración fue que Claramount Lucero consideraba que Hernández Martínez había violado la «economía moral» de los jóvenes oficiales que aspiraban al poder, evitando que compartieran el liderazgo. Creyendo que tenía un apoyo civil y militar sustancial, Claramount Lucero regresó desde Guatemala para suplantar al futuro dictador, pero el general Hernández Martínez respondió sin piedad. En esta ocasión, como en los dos años anteriores, la voluntad de actuar violenta y unilateralmente lo llevó a vencer a sus oponentes. Los oficiales jóvenes que propugnaban transparencia política, participación masiva y la creación de coaliciones no tuvieron ninguna oportunidad contra este pre-sidente brutal y decisivo.22 El nivel de liderazgo alcanzado por Claramount Lucero a inicios de la década de los 30 era tal que, Mr. Schott, encargado de Negocios interino del Gobierno Norteamericano, temía que líderes como Arturo Araujo y el general Claramount «sonaran las notas más bajas en el concierto político de sus actividades

21 Aldo Vladimir García Guevara, Military Justice and Social Control: El Salvador (1931-1960) (University of Texas Libraries, 2007), pág. 74.

22 García Guevara, A. V. Military Justice and Social Control: El Salvador (1931-1960), pág. 76.

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con las clases ignorantes y las manipularan a favor de sus intereses políticos».23 Como resultado de su participación en el complot contra Hernández Martínez, Claramount Lucero vivió exiliado en Guatemala desde 1930 hasta 1944.24

En el año 1944, el general Claramount hizo un nuevo intento por llegar al po-der democráticamente. Después del derrocamiento del general Hernández Martínez, hubo un periodo presidencial provisional y fueron convocadas elecciones generales para la presidencia de la República. El ganador fue Salvador Castaneda Castro como candidato único, ya que los otros participantes, incluyendo a Claramount, se retiraron de la contienda, sin embargo recibieron algunos votos.

Intelectual destacado, Claramount Lucero tenía además de su grado de ge-neral del Ejército salvadoreño el título de ingeniero civil y estuvo entre los primeros militares e ingenieros del país. Sus servicios a la patria fueron más allá del campo militar, pues fue escogido también como director general de Obras Públicas durante el periodo del general Salvador Castaneda Castro en el año 1946, cuando contaba ya con sesenta años de edad:

Ministerio del Interior, Ramo de Fomento. No. 4. Palacio Nacional: San Sal-vador, 4 de enero de 1946. El Poder Ejecutivo, ACUERDA: reorganizar el personal del Ramo de Fomento, en la forma siguiente: Art. 24. 1. Ingeniero Director, General Antonio Claramount Lucero. 2. Secretario, don Francisco Jovel Méndez.25

23 «Charge d’affairs ad interim Schott to Secretary of State», U.S.N.A., RG 84, DF 800.0415/236 (22 Mar 1930).

24 Entrevista con Ernesto Claramount Villafañe, 27 de noviembre de 2014.25 Diario Oficial, 15 de enero de 1946, págs. 103-104.

Resultados de elecciones presidenciales de 1944Votos válidos 313,6941. Salvador Castaneda Castro (Partido Agrario) 312,754 46.72. Antonio Claramount Lucero3. Arturo Romero4. Napoleón Viera Altamirano5. José Cipriano Castro

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Capítulo I28

Blanca Fozar Rozeville y Gral. Antonio Claramount Lucero en sus años tardíos.

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3. Los primeros años del coronel Ernesto Claramount Rozeville

El coronel Ernesto Antonio Claramount Rozeville nació en Ciudad Delgado el 7 de agosto de 1924. Hijo del general Antonio Claramount Lucero y Blanca Fozar Rozeville, el pequeño Ernesto Antonio nació en uno de los periodos más activos y documentados de su padre, en la época en la que ya había sido ascendido a general del Ejército.

Ernesto Antonio tenía apenas seis años de edad cuando el general se vio exila-do en el vecino país de Guatemala. Desde el inicio su padre seguramente consideró la posibilidad de que su hijo siguiera sus pasos y forjara una carrera dentro de las Fuerzas Armadas. Para ello lo matriculó en el Colegio de Infantes de la Ciudad de Guatema-la, donde el pequeño recibió su primera formación como militar y donde quizás fue cautivado por ese estilo de vida.

Muy poco se sabe al momento de la vida de los Claramount Rozeville en su exilio pero al regresar del mismo se radicaron en la ciudad de Santa Ana, corría el año 1940. A su regreso del exilio ya contaba Ernesto Antonio Claramount Roze-ville con la edad de 16 años, por lo que pudo ingresar a la Escuela Militar Capitán General Gerardo Barrios el 1 de febrero de 1941. Se graduó de subteniente el 20 de julio de 1945.

Su formación militar será motivo de una más detallada exposición en las pági-nas que siguen, basta apuntar aquí que una vez graduado de la Escuela Militar Capitán General Gerardo Barrios en El Salvador, Claramount Rozeville fue a realizar estudios adicionales como becario para sacar un curso de equitación en la Ciudad de México, a la Escuela de Caballería de ese país. Para entonces Ernesto Claramount ya había desposado a Lilian Mejía,26 una acaudalada mujer de la cual aún le sobrevive una hija. Después de algunos años y habiendo experimentado la ruptura de ese primer matri-monio, Ernesto Claramount Rozeville regresó a El Salvador.

En sus años de juventud y previo a su salida para México, la familia Clara-mount Rozeville desarrolló una amistad estrecha con la familia de José María Villafañe y María Emma Guerra de Villafañe. La familia Villafañe, poseedora de considerables extensiones de tierra, estaba conformada, además de los esposos, por María, Gloria Celeste, Amada, Violeta, Teresa y José María. Con Gloria Celeste, nacida el 7 de di-ciembre de 1924, había desarrollado una relación sentimental antes de su partida. A su regreso contrajo con ella segundas nupcias y procreó 5 hijos más: María Elena, José Alex, Ernesto Antonio, Juan Carlos y Martín Eduardo. En los años siguientes Gloria

26 Entrevista con María Elena Claramount, 10 de noviembre de 2014.

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Capítulo I30

Celeste recibió la herencia de su padre, y Ernesto Antonio administraba la propiedad familiar eficientemente, produciendo leche, trabajando activamente su carrera militar y criando a sus hijos.

En la década de los cincuenta se creó la colonia Libertad, en el norte de la ciudad de San Salvador, colonia creada para oficiales militares y donde tanto el ge-neral Claramount Lucero como el coronel Claramount Rozeville se hicieron de una vivienda. Rodeados de oficiales compañeros de armas, los primeros años de la familia Claramount Villafañe se desarrollaron en un ambiente modesto y conservador. Los vecinos de la época los recuerdan como una familia unida, con hijos inquietos confor-me a su edad y muy serviciales.27 Los recuerdos de la infancia de sus hijos proyectan a un abuelo honorable lleno de años y con la satisfacción del deber cumplido a la Patria, llevando una vida sin ostentaciones a pesar de haber jugado un rol en la vida pública del país en la época donde ser militar era sinónimo de poder y acumulación de bienes.

Los años transcurrían para el coronel Claramount cerca de su esposa e hijos, administrando la lechera hacienda familiar en la zona de Apopa y creciendo en su carrera militar, de la cual daremos cuenta más adelante. En El Salvador los regímenes militares seguían detentando las riendas del poder. Desde el Consejo Revoluciona-rio de Gobierno instalado en 1948, hasta la fraudulenta elección del coronel Arturo Armando Molina en 1972, el coronel Ernesto Antonio Claramount Rozeville fue tes-tigo desde dentro de la institución armada de los hechos y situaciones que ahora son parte de la historia nacional.

Entre los recuerdos familiares de sus hijos destacan lo humano del trato a sus semejantes, tanto del abuelo como del padre, quienes a pesar de poseer una condición económica favorable y tener a la mano la posibilidad de mover las riendas del poder, escogieron un estilo de vida modesto, un trato justo a sus trabajadores y amigos, y el servicio a la patria donde predominaron el honor y el compromiso.28

Sin ser un creyente efusivo en toda la extensión de la palabra, el coronel Claramount era un católico practicante, amigo de sacerdotes y de las causas caritati-vas en apoyo a Gloria Celeste, su esposa. Sin perder su sensibilidad social, al coronel Claramount le agradaba la buena comida, le gustaba viajar, practicar la pesca y el de-porte ecuestre, actividades propias de las élites sociales en El Salvador. Los hechos que el destino le tenía reservado harían evidente que el compromiso con las causas democráticas eran más fuertes que sus gustos personales, los cuales podría hacer a un lado siempre y cuando su compromiso profesional y político lo demandaran.

27 Entrevista con doña Vilma de Cuéllar, 14 de noviembre de 2014.28 Entrevistas con Ernesto Claramount Villafañe, Alexandra Claramount, María Elena Claramount y Gloria

Celeste Claramount Villafañe, 10 de noviembre 10 de 2014.

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La vida de los años maduros del coronel Ernesto Claramount Rozeville era estable, muy ajeno estaba aún de los hechos que desembocarían en su postulación presidencial en el año 1977, los cuales ya forman una parte clave de la historia reciente de nuestro país. Para la familia Claramount esto representaría la continuidad de un estilo de vida y visión del mundo en apoyo a las causas democráticas y a los procesos electorales limpios que había iniciado décadas atrás con su padre el general Antonio Claramount Lucero.

Campaña de 1944. Al centro, el general Antonio Claramount Lucero; abajo, a la izquierda, su hijo: coronel Ernesto Claramount Rozeville; al centro, su hija: María Elena Claramount Rozeville; y a la derecha, su hijo: Antonio Claramount Rozeville.

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Capítulo I32

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Capítulo I34

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El coronel Ernesto Claramount acompañado de dos oficiales del Teatro de Operaciones Norte (TON), durante la guerra contra Honduras.

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Capítulo IICoronel Ernesto Antonio Claramount Rozeville.

Carrera militar y Guerra de las Cien Horas

La Fuerza Armada de El Salvador (FAES) asumió, entre 1931 y 1979, el control directo del Estado, convirtiéndose en la institución militar iberoamericana que más exitosamente ha controlado el poder estatal durante un periodo tan largo. La intervención de la FAES, a través del control directo del aparato estatal, marcó el comportamiento político de la institución, derivado de su particular percepción de los límites del sistema político nacional y de la oposición política al régimen establecido.

La Fuerza Armada había heredado de las fuerzas militares originales del nue-vo Estado independiente, surgido después de la disolución del pacto federal en la primera mitad del siglo XIX, una imagen de total identificación entre la institución y la Nación en ciernes. Los nuevos Estados iberoamericanos surgieron en un vacío políti-co en el que la única base fundacional era el poder militar de las facciones y caudillos del periodo inmediato posterior a la Independencia. Sin una capa política autónoma, las nuevas naciones solamente pudieron identificarse, en su historia temprana, con el naciente poder militar. La ausencia, en ese turbulento periodo, de una fuerza social capaz de garantizar el control efectivo del sistema político desde el Estado y de con-solidar un poder central es un rasgo común de la historia política de la mayoría de los países surgidos de la desaparición del imperio español en América. El surgimiento y la consolidación del Estado nacional en la segunda mitad del siglo XIX en Iberoamérica, han sido identificados con el desarrollo de las instituciones militares. El Estado era en ese entonces, ante todo, «finanzas» y «Ejército» de acuerdo a la interpretación de Arturo Taracena Arriola.1

1 Arturo Taracena Arriola, «Liberalismo y poder político en Centroamérica (1870-1929)», en Historia General de Centroamérica, Tomo IV, capítulo 3, pág. 169.

Carlos Pérez Pineda

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Capítulo II38

En Centroamérica los gobiernos centrales fueron instalados antes de que las nuevas naciones fueran construidas y que los grupos dominantes de tipo oligárquico consolidaran su poder. Al igual que en el resto del subcontinente, en América Central el Estado precedió a la Nación, y las fuerzas armadas constituyeron la institución integradora de las nuevas repúblicas independientes. Élites comerciales y agrarias de-sarrolladas durante el largo periodo colonial encabezaron las nuevas entidades na-cionales gobernando, en la mayoría de los casos, sobre un conjunto heterogéneo de diferentes culturas que ocupaban espacios productivos desarticulados. En términos ideológicos, el vulnerable Estado salvadoreño promovió la unión política regional para defenderse de Guatemala, un vecino más poderoso que preten-día ejercer un control permanente de la política interna de sus vecinos, El Salvador y Honduras. La fuerte tradición comercial del país y su ubicación geográfica en la ruta principal de comunicación entre Guatemala y el resto de la América Central, propició la difusión y el predominio de las ideas liberales entre los políticos ilustrados. De tal manera, la joven república salvadoreña fue identificada por sus vecinos como bastión del unionismo y del liberalismo durante el siglo XIX. El Estado salvadoreño comenzó un lento y discontinuo proceso de profesio-nalización de su fuerza militar en la segunda mitad del siglo XIX.2 Dicha profesionali-zación significó, además de la adquisición de armamento, equipos y del establecimiento de reglamentos y códigos disciplinarios, la adopción de nuevas ideologías y de nuevos roles sociopolíticos. A pesar de que el origen social de la mayor parte de la oficialidad estaba en los estratos intermedios rurales y urbanos, a partir de la segunda mitad del siglo XIX los jefes militares salvadoreños mantuvieron una relación política e ideológica muy cer-cana con grupos de propietarios de grandes fincas de café, comerciantes exportadores del grano, políticos y profesionales liberales que integraban lo que en su conjunto se denominaba las «clases propietarias». La composición de clase del cuerpo de oficiales de la FAES ha pesado, de alguna manera, en la predisposición de la institución a au-todefinirse como la única institución del Estado capaz de representar verdaderamente los intereses de la Nación salvadoreña y en las tendencias reformistas surgidas en el interior de la institución castrense, que se hicieron sentir fuertemente en el escenario político nacional durante las décadas de 1950 y 1960.

2 «El surgimiento del profesionalismo militar puede entenderse en varias dimensiones: en cuanto a la cre-ación de la carrera militar, en cuanto al desarrollo de la moderna organización burocrática militar y en cuanto a la transformación radical del pensamiento militar en disciplinas modernas». Roberto Arancibia Clavel, (general de División), La influencia del Ejército chileno en América Latina 1900-1950 (Santiago de Chile: Centro de Estudios e Investigaciones Militares, CESIM, 2002), pág. 42.

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Los estudios militares y la carrera del coronel Ernesto Claramount Rozeville

Con el firme propósito de convertirse en oficial de ese ejército, el joven Ernes-to Claramount Rozeville ingresó a la Escuela Militar Capitán General Gerardo Barrios el 1 de febrero de 1941. El cadete Claramount fue ascendido a cabo el 30 de marzo de 1944 y, casi un año después, el 22 de marzo de 1945 fue ascendido a subsargento. Ascendido a subteniente el 20 de julio de 1945, el cadete Ernesto Antonio Claramount Rozeville se graduó de oficial de la Fuerza Armada Salvadoreña, (FAES), seis sema-nas después de la rendición de Alemania. Las promociones de oficiales de la Escuela Militar Capitán General Gerardo Barrios eran poco numerosas en aquel tiempo, y la décima quinta promoción del subteniente Claramount no fue la excepción. Ernesto Claramount recibió el sable de oficial del Ejército de El Salvador junto a doce oficia-les, entre los cuales se contaban algunos que se convertirían en figuras conocidas en la escena pública de la década de 1960, como Rubén Alfonso Rosales, Ricardo Aran-go, Guillermo Segundo Martínez, Óscar Rank y René Napoleón Aguiluz.3 Guillermo

3 Mariano Castro Morán, Función política del Ejército salvadoreño en el presente siglo (San Salvador: UCA Edi-tores, 1984), pág. 387.

El coronel Claramount en el curso de la Escuela de Comando y Estado Mayor, 12 de febrero de 1962.

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Capítulo II40

Segundo Martínez sería el jefe del Teatro de Operaciones Oriente (TOO) durante la guerra contra Honduras en 1969, y Óscar Rank desempeñó en esa misma época la dirección de la Policía Nacional.

Inmediatamente después de causar baja en la Escuela Militar, el subteniente Claramount causó alta en el 9.º Regimiento de Infantería, de guarnición en Cusca-tlán, como comandante de sección de la 2.a Compañía de Fusileros, el 20 de julio de 1945.4 Ernesto Claramount permaneció solamente un par de semanas en su primer destino como oficial del Ejército, después de las cuales fue trasladado a Santa Ana, en donde causó alta como comandante de sección de la 1.ª Compañía de Fusile-ros del 5.º Regimiento de Infantería, el 8 de agosto de 1945, dos días después del lanzamiento de la primera bomba atómica, «Little Boy», sobre la ciudad japonesa de Hiroshima y un día antes del lanzamiento de la segunda, «Fat Boy», sobre Nagasaki, acontecimientos que precedieron a la rendición incondicional del imperio japonés y al final de la Segunda Guerra Mundial.5

La Segunda Guerra Mundial impactó de manera directa la cultura militar de las tres promociones de oficiales de la primera mitad de la década de 1940. No es ex-traño que durante el resto de su vida, Ernesto Claramount fuera admirador de desta-cados jefes militares de la guerra más devastadora de la historia de la humanidad, en especial del mariscal alemán Erwin Rommel, y de los generales americanos George S. Patton y Douglas MacArthur, todos ellos destacados líderes militares, enérgicos y carismáticos, que no siempre mantuvieron una relación cordial con sus superiores y con sus respectivos gobiernos.6 La lucha de las democracias occidentales, aliadas con la Unión Soviética, contra el fascismo italiano, el nacional-socialismo alemán y el militarismo japonés, influyó indudablemente en la visión política de la generación de oficiales que se formó en la Escuela Militar bajo la dirección de militares americanos desde 1941.7

La Segunda Guerra Mundial marcó también el reemplazo de Europa por los Estados Unidos de América como proveedor de doctrina, entrenamiento militar, armamento, equipos, y en general de la línea de aprovisionamiento de la Fuerza Ar-mada de El Salvador. El 2 de febrero de 1942, El Salvador suscribió con los Estados Unidos un acuerdo de préstamos y arriendos (Lend-Lease agreement) por un valor de

4 Ejército de El Salvador, «Hoja de Servicios del coronel Ernesto Antonio Claramount», Archivo General de la Fuerza Armada de El Salvador, caja 252, 2208. En adelante, citado como Hoja de Servicios.

5 Hoja de Servicios. 6 Conversación con Ernesto Antonio Claramount Villafañe, San Salvador, 10 de noviembre de 2014.7 Entre 1941 y 1953, la Escuela Militar no tuvo directores salvadoreños. Robert Holden, Armies Without Nations.

Public Violence and State Formation in Central America, 1821-1960 (Oxford University Press, 2004), pág. 160.

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Coronel Ernesto Antonio Claramount Rozeville. Carrera militar y Guerra de las Cien Horas 41

1,6 millones de dólares en material bélico, del cual el gobierno salvadoreño solamen-te estaba obligado a pagar el 55 %.8

La última etapa de estudios de la promoción de Ernesto Claramount fue sa-cudida por graves acontecimientos políticos. El cadete Claramount, recientemente ascendido a cabo, y sus compañeros cadetes fueron testigos de la sangrienta rebelión de una parte de la oficialidad del Ejército y de la aviación militar en contra del gobier-no del general Maximiliano Hernández Martínez el 2 de abril de 1944, y del terrible impacto que el castigo a los militares rebeldes tuvo en la institución castrense. Lamen-tablemente no fue posible encontrar información sobre el rol de la Escuela Militar en los acontecimientos de abril de 1944.

El subteniente Ernesto Claramount Rozeville inició su carrera como oficial de la fuerza armada salvadoreña en un periodo de transición del «ejército tradicional» al «ejército profesional», en el que la tensión entre los oficiales de fila, que habían sustentado al gobierno del general Maximiliano Hernández Martínez, y los oficiales académicos egresados de la Escuela Militar, derivó en la fracasada rebelión militar del 2 de abril de 1944, en la invasión de militares y civiles desde Guatemala del 12 de di-ciembre de 1944 derrotada en los llanos del Espino en Ahuachapán, y, finalmente, en el exitoso «golpe de los mayores» que derrocó al general Salvador Castaneda Castro el 14 de diciembre de 1948, y que desplazó definitivamente del poder a los oficiales de fila del «ejército tradicional». Los oficiales militares que a partir de ese momento asu-mieron cargos en el ámbito político-administrativo del país pertenecían a las cuatro primeras promociones de la Escuela Militar en su cuarta época, es decir, las promo-ciones de 1930, 1931, 1932 y 1933.9

Ernesto Claramount Rozeville asumió sus primeras responsabilidades den-tro de la jerarquía castrense en un ejército que proclamaba su renovación y que asu-mía el liderazgo de un decisivo proceso de modernización económica, de desarrollo cultural y de diversificación y crecimiento del Estado. Uno de los oficiales militares forjadores de la nueva visión del papel del Ejército en el desarrollo del país escribió a principios de la década de 1950 que «los ejércitos constituyen, […], la fuerza que representa el derecho de los pueblos; y es claro, nunca el derecho tendrá más sólidos fundamentos que cuando está apoyado por la fuerza organizada como institución

8 Las condiciones de acuerdos similares suscritos por los Estados Unidos con las otras instituciones castrenses centroamericanas fueron igualmente ventajosas para estas últimas. Las fuerzas armadas de Hon-duras obtuvieron, sin embargo, concesiones más generosas que las de sus vecinos. Holden, Armies Without Nations, pág. 159.

9 Roberto Turcios, Autoritarismo y modernización (San Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos, 2003), pág. 32.

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Capítulo II42

consciente».10 Los gobiernos del reformismo militar desarrollista, desde la Junta Revolucionaria de Gobierno hasta el general Fidel Sánchez Hernández, marcaron, definitivamente, el pensamiento y las visiones políticas de los miembros del cuerpo de oficiales de la FAES. La estrategia económica adoptada por los gobernantes del país contemplaba a la integración económica regional como factor de desarrollo de primera importancia.11

El traslado del subteniente Claramount Rozeville al Regimiento de Caballería el 26 de octubre de 1945, esperado seguramente con entusiasmo por el joven oficial debido a su predilección por esa arma, fue dejado sin efecto por orden del Ministerio de Defensa. El subteniente Claramount pasó, el 28 de marzo de 1946, a la 2.ª Compañía de Fusileros en el mismo regimiento de infantería.12

El oficial Claramount Rozeville permaneció en la guarnición de Santa Ana un poco más de un año y tres meses. El 29 de noviembre de 1946 causó baja en el 5.º Regimiento de Infantería y pasó a servir en el cuerpo de agregados del Ministerio de Defensa, destino en el que permaneció aproximadamente un año. El subteniente Claramount regresó al servicio de guarnición, el 11 de noviembre de 1947, cuando causó alta en el 3.er Regimiento de Infantería, con sede en La libertad, como comandante de sección de la 2.ª Compañía de Fusileros. El 7 de diciembre de 1948, el subteniente Claramount Rozeville retornó al cuerpo de agregados del Ministerio de Defensa, de donde causó baja el 1.º de marzo de 1949 para retornar al 3.er Regimiento de Infantería en La Libertad como comandante de sección de la 1.a Compañía de Fusileros. El joven oficial permaneció en La Libertad un poco más de dos meses, después de los cuales fue trasladado de nuevo al cuerpo de agregados del Ministerio de Defensa el 10 de mayo de 1949. El 2 de septiembre de ese año, el subteniente Claramount fue trasladado al Regimiento de Caballería como comandante de sección del 1.er Escuadrón, de donde causa baja el 22 de diciembre de 1949 para regresar al cuerpo de agregados del Ministerio de Defensa. La causa de estos movimientos, aparentemente erráticos fue que el oficial Claramount Rozeville, según contrato firmado el 1.º de enero de 1950, había sido destinado para seguir, en calidad de becario, un curso de equitación en la Escuela de Caballería de México y esperaba el inicio del mismo.13

10 José María Lemus (Tte. coronel), «Ejército, escuela de dignidad», en Informaciones de El Salvador, San Sal-vador, El Salvador, mayo de 1951.

11 Roberto Turcios, un estudioso del periodo del reformismo castrense de corte desarrollista, considera que las fuerzas transformadoras de aquel tiempo «no avanzaron lo suficiente en la modernización productiva ni en la democratización». Turcios, R. Autoritarismo y modernización, pág. 12.

12 Hoja de Servicios.13 Hoja de Servicios.

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A principios del mes de marzo de 1951, el oficial causó baja en el cuerpo de agregados del Ministerio de Defensa y regresó al Regimiento de Caballería como comandante de sección del 2.º Escuadrón. El 19 de abril de 1950, Ernesto Claramount Rozeville había ascendido a teniente.

Durante esa misma década, el teniente Claramount Rozeville prestó servicio en la caballería y en la infantería. Ascendido a capitán, el 14 de septiembre de 1957, fue nombrado instructor de equitación del Regimiento de Caballería. En agosto de 1959, el Ministerio de Defensa lo designó para integrar el equipo que representaría a El Salvador en un evento hípico internacional a realizarse en la ciudad de Guatemala. En febrero de 1961 el capitán Ernesto Claramount fue nombrado 3.er Jefe del Regimiento de Caballería. El Ministerio de Defensa seleccionó al capitán Claramount para seguir un curso sobre Orientación Militar en los Estados Unidos de América en noviembre de 1961.

De conformidad con la Orden General n.° 4, del 8 de febrero de 1962, el capitán Claramount fue admitido como alumno de segundo año de la Escuela de Comando y Estado Mayor. El capitán Claramount Rozeville fue ascendido a mayor el 31 de agosto de 1962 y causó baja del Regimiento de Caballería el primer día de enero de 1964 para ocupar, durante cinco meses, un cargo en la Comandancia Departamental de Cuscatlán, con sede en Cojutepeque. El mayor Claramount fue elegido por el Ministerio de Defensa para seguir un Curso de Orientación de Contrainsurgencia en Fort Gulick, zona del canal de Panamá, del 14 al 28 de febrero de 1964.

Entre el 29 de mayo de 1964 y el 1.º de enero de 1965, el mayor Claramount Rozeville estuvo de alta en el Estado Mayor General de la Fuerza Armada como secretario de esa jefatura. Posteriormente, el mayor fue trasladado a la Escuela de Comando y Estado Mayor Manuel Enrique Araujo, en donde se desempeñó como profesor de planta durante todo el año de 1965. El mayor Ernesto Claramount fue ascendido a teniente coronel el 15 de septiembre de 1966, mientras se desempeñaba como 2.º jefe del 14.º Regimiento de Infantería con sede en La Unión.

Después de servir como Mayor Departamental de Cuscatlán en la 1.ª Región, 5.ª Zona del Servicio Territorial, con sede en Cojutepeque, el teniente coronel Claramount desempeñó, desde mediados de 1967 a mayo de 1969, cargos en el exterior como agregado militar en las embajadas de El Salvador en México y Nicaragua.14

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Capítulo II44

La modernización del país y de la Fuerza Armada

La Fuerza Armada de El Salvador había experimentado importantes transfor-maciones en el marco de su proceso de profesionalización iniciado a finales de la dé-cada de 1940, con la asistencia de los Estados Unidos de América, y su protagonismo político de primer orden no dejaba de hacerse sentir al iniciarse la década de 1960. No se dispone de información sobre la actitud del entonces capitán Claramount Rozevi-lle ante el derrocamiento del teniente coronel José María Lemus, el 26 de octubre de 1960, y el golpe de Estado contra la Junta Cívico Militar llevado a cabo por oficiales de la Fuerza Armada el 25 de enero de 1961.

La política salvadoreña había adquirido mayor complejidad a partir del es-tablecimiento de partidos políticos permanentes a principios de la década de 1960. En la segunda mitad de la década de 1960 existían en El Salvador tendencias hacia

El coronel Ernesto Claramount Rozeville junto a sus oficiales y tropa del VIII batallón en la toma de Nuevo Ocotepeque, Honduras, en 1969.

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una creciente diversificación del poder político a pesar de que el oficial Partido de Conciliación Nacional, (PCN), decidía la participación de los otros partidos políticos en las elecciones mediante el control del Consejo Central de Elecciones (CCE). El Partido Demócrata Cristiano (PDC), apoyado por la Iglesia y algunos miembros de la élite terrateniente e industrial, abogaba por reformas sociales de tipo liberal y había mostrado una fuerza creciente en las elecciones municipales. La fuerza del partido oficial, PCN, provenía principalmente de las áreas rurales, mientras que los partidos de oposición y, especialmente el PDC, tenía fuerza en las áreas urbanas y suburbanas.

Durante el gobierno del coronel Julio Adalberto Rivera (julio 1962-junio 1967), el país fue gobernado con flexibilidad, garantizando a la oposición política una cuota de representantes electos a la Asamblea Legislativa y un espacio políti-co de maniobra, sobre todo en el ámbito urbano. A pesar de la desaprobación de los poderosos grupos oligárquicos anti-reformistas, el coronel Rivera estableció un sistema de reformas políticas bajo la influencia del programa de la Alianza para el Progreso.15 El aperturismo riverista creó las condiciones para la emergencia del Partido Demócrata Cristiano (PDC) como la principal fuerza de oposición. Los procesos electorales crearon expectativas de cambio de régimen entre los actores civiles opuestos a los gobiernos controlados por los militares. El sucesor del co-ronel Rivera, el general Fidel Sánchez Hernández, continuó el proceso aperturista iniciado por su antecesor.

El predominio militar no se manifestó nunca en este periodo como dictadura militar al estilo de las que gobernaron en varios países suramericanos en la década de 1970. Los militares salvadoreños gobernaban aliados a políticos civiles, miembros de un partido que había nacido a principios de la década como partido oficial, el partido de Conciliación Nacional (PCN), y continuaron con la tradición de buscar apoyo suficiente entre los estratos sociales de bajos ingresos a través de medidas que los beneficiaban sin perjudicar los intereses de los grandes propietarios de la tierra, y sin perder el apoyo de los empresarios y de la clase media, que se había beneficiado del crecimiento del Estado y cuya importancia política era cada vez más notoria. Aunque el equilibrio sobre el que se basaba dicha política en algunos momentos evidenció cierto grado de precariedad, en términos generales el sistema funcionó bastante bien durante las décadas de 1950 y 1960.

La Fuerza Armada salvadoreña había captado apoyo entre las clases bajas de la sociedad que se beneficiaban de la oportunidad de hacer carrera militar y ascender en la escala social y que temían al desorden derivado de la falta de estabilidad política.

15 James Dunkerley, Power in the Isthmus. A Political History of Modern Central America (London: New Left Books, 1990), pág. 355.

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Capítulo II46

El modelo tenía raíces en la década de 1930. Everett Alan Wilson ha subrayado que en El Salvador, «desde 1932, todos los gobiernos han emprendido programas de de-sarrollo económico y de mejoramiento social mientras permiten que las clases aven-tajadas se apropien de cantidades desproporcionadas de la nueva riqueza; han procu-rado el apoyo de los grupos populares pero no han tenido los recursos para mejorar sustancialmente la condición de las masas rurales. Un factor importante de este im-passe es el hecho de que una reforma radical podría poner en peligro la estratégica industria de exportación de la que dependen virtualmente todos los grupos sociales para su subsistencia, mientras que un deterioro económico mayor podría resultar en el colapso de todo el sistema económico. A diferencia de muchos otros países con indicadores sociales similares, El Salvador es extremadamente realista: su margen de maniobra ante un posible fracaso es muy reducido y no posee recursos no explotados que permitan pensar en panaceas».16

Desde finales del siglo XIX, el sustento del aparato administrativo del Estado y de toda la nación dependía de la riqueza generada por la agroexportación. La expan-sión de la economía cafetalera hizo posible el crecimiento y la modernización relativa del Ejército, financiada con las ganancias generadas por la exportación del grano. La protección estatal de la producción de café y de los intereses de los propietarios de fincas cafetaleras se convirtió en un asunto vital para conservar la estabilidad y la prosperidad de la República debido a la fuerte dependencia de la exportación del café. Cualquier amenaza a la producción y exportación del café era una amenaza directa a la principal fuente de riqueza del país y, por ende, a la sobrevivencia del Estado. Desde esta perspectiva, compartida por los militares, el campo salvadoreño no podía ser el escenario de experimentos reformistas y mucho menos de actividades subversivas que alteraran el orden establecido. De cualquier manera, la presión campesina sobre el recurso tierra era aliviada hasta cierto grado por la emigración masiva de salvadore-ños hacia la vecina Honduras, que adquirió importantes proporciones en la década de 1950. La tradicional «válvula de escape» de la migración masiva de campesinos hacia la vecina Honduras iba a sufrir una avería irreparable al finalizar la década de 1960.

El coronel Ernesto Claramount y la guerra contra Honduras

Decisiones y acontecimientos vinculados a problemas agrarios y migratorios generaron la crisis de 1969 entre Honduras y El Salvador. Los incidentes alrededor

16 Everett Alan Wilson, La crisis de la integración nacional en El Salvador, 1919-1935 (San Salvador, El Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos, 2004), pág. 24.

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de la serie de partidos de fútbol entre las selecciones nacionales fueron el detonante que desencadenó abiertamente la crisis que condujo al enfrentamiento militar entre ambos países.17

A principios de 1969 el gobierno hondureño cambió su política en relación a la inmigración salvadoreña, negándose a prorrogar el tratado migratorio entre ambos países. La expulsión sistemática de salvadoreños, acompañada de graves abusos y agresiones toleradas y alentadas por el gobierno hondureño, comenzó en el mes de mayo y adquirió mayor intensidad en el mes de junio de 1969. En los círculos de poder de El Salvador no había duda de que las medidas unilaterales del gobierno hondureño amenazaban con desestabilizar políticamente al país, al cerrar la válvula de escape tradicional de los «excedentes» de población

17 Thomas P. Anderson, The War of the Dispossessed: Honduras and El Salvador, 1969 (Lincoln, Nebraska: Uni-versity of Nebraska Press, 1981).

Estado Mayor, Teatro de Operaciones Norte (TON), 1969. Primera fila, de izquierda a derecha: mayor José Antonio Corleto, capitán Roberto Escobar García, teniente coronel Ernesto Antonio Cla-ramount Rozeville (Comanche), mayor Francisco Hernán Pereira y teniente coronel Armando Monge. Segunda fila, de izquierda a derecha: mayor José Humberto Guzmán, mayor Alirio Enrique Huezo, co-ronel Mario de Jesús Velásquez (el Diablo), teniente coronel Mario Rosales y Rosales, mayor Francisco Linares Huezo y mayor Carlos Eduardo Meléndez. Tercera fila, de izquierda a derecha: coronel Anto-nio Navas, coronel Carlos Humberto Romero, capitán Napoleón Ágreda y coronel Carlos Colombani.

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rural, creando una situación potencialmente peligrosa.18 Ante el empecinamiento e intransigencia del gobierno hondureño, empeñado en llevar hasta las últimas conse-cuencias sus nuevas políticas antisalvadoreñas, el gobierno del general Fidel Sánchez Hernández consideró el recurso de la violencia como la única opción para revertir una situación que podría conducir al caos político y a la revuelta social. El gobierno salvadoreño comenzó su preparación para la guerra. Las fuerzas militares salvadoreñas estaban, en general, mejor organizadas, en-trenadas, equipadas y dirigidas. Exceptuando a las unidades de infantería receptoras de la asistencia militar americana a través del programa de asistencia militar (conocido como MAP por sus siglas en inglés), las tropas terrestres hondureñas eran menos desarrolladas, menos eficaces y estaban peor dirigidas que las de su oponente, pero, apremiadas por circunstancias desesperadamente adversas, mostraron suficiente fle-xibilidad para integrar rápidamente a numerosos voluntarios civiles a sus filas. Básica-mente, ambas fuerzas militares estaban armadas y equipadas con inventarios de la Se-gunda Guerra Mundial y de la guerra de Corea. El Ejército hondureño utilizó también armamento de la Primera Guerra Mundial y del periodo de entreguerras mundiales. La correlación de fuerzas militares terrestres favorecía indudablemente a El Salvador. La rama militar más importante de la Fuerza Armada de El Salvador (FAES) era la infantería. Honduras reconocía una importancia excepcional a su fuerza aérea, consi-derada como la más poderosa de la región. Los dos estados contaban con fuerzas de seguridad pública diversificadas que, en caso de emergencia, podían funcionar como unidades regulares de sus respectivos ejércitos. El gobierno y las Fuerzas Armadas hondureñas fueron sorprendidos por la violencia de la invasión salvadoreña, pues esperaban que el gobierno de los Estados Unidos impidiera cualquier intento de los salvadoreños de emprender una agresión militar contra Honduras. Los objetivos de los militares salvadoreños eran limitados, y no podían ser de otra manera ya que plantearse objetivos más ambiciosos, que amenazaran inclu-sive la existencia misma del estado enemigo, excedía ampliamente a la capacidad militar de la FAES en aquel momento. El gobierno y la cúpula castrense de El Salvador se habían propuesto degradar la capacidad militar hondureña, ocupar por-ciones de territorio enemigo y negociar, desde una posición de fuerza, una solución favorable a El Salvador. Los salvadoreños lograron alcanzar únicamente los dos primeros objetivos.

18 Alastair White afirma que, probablemente, entre el 60 % y 70 % de los residentes salvadoreños enHonduras en 1969 eran agricultores en pequeña escala. White, A. El Salvador (San Salvador: UCA Edi-tores, 1999).

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Antes del conflicto con la vecina Honduras, el teniente coronel Ernesto Clara-mount Rozeville, concluido su servicio en el exterior como agregado de defensa en la embajada de El Salvador en Managua, pasó de nuevo a disposición del Estado Mayor General de la Fuerza Armada, (EMGFA), causando alta en ese organismo como Jefe de Sección del Departamento II, «Información», el 2 de mayo de 1969.19

La guerra contra Honduras, en julio de 1969, fue el momento culminante de la carrera militar del entonces teniente coronel Ernesto Claramount Rozeville, quien recibió el mando del VIII batallón de infantería, integrado por reservistas de los depar-tamentos de Sonsonate y Santa Ana, para operar en el llamado Teatro de Operaciones Norte (TON), bajo el mando del coronel Mario Manuel de Jesús Velásquez Jandres. El jefe del estado mayor del TON era el coronel Carlos Humberto Romero, quien dispu-taría con el coronel Ernesto Claramount la Presidencia de la República en 1977. El TON contaba con cuatro batallones de infantería, de los cuales uno era orgánico, integrado por reclutas de Santa Ana y Sonsonate, y tres de reservistas. Una compañía de la Guardia Nacional fue asignada al teatro junto con una compañía in-tegrada por campesinos chalatecos, reservistas y miembros de ORDEN, bautizada «Tigres del Norte».20 También se emplearon un par de tanques ligeros M-3 Stuart, armados con un cañón de 37 milímetros en la torreta. Una batería de obuses de 105 milímetros apoyaría el avance de la infantería en territorio hondureño. El VIII batallón de infantería del coronel Claramount atravesó por un perio-do de reinstrucción militar entre el 29 de junio y el 11 de julio. Durante dicho periodo se procedió también al equipamiento de la unidad. El armamento pesado del batallón consistía en 6 morteros de 81 milímetros, de los cuales 3 Brand y 3 Ray Metal Borsing, 16 fusiles ametralladoras daneses Madsen calibre 30 y fusiles americanos Garand M-1. La sección de morteros 81 milímetros estaba al mando del teniente Adrián Ticas y la de fusiles ametralladoras Madsen era mandada por el subteniente Daniel Pérez Gil.21

El 11 de julio se ordenó a los jefes de compañía del VIII batallón, capita-nes Salvador Beltrán Luna, Adolfo Arnoldo Majano, Liberato Antonio Lucha, Luis Adalberto Landaverde y teniente Anastasio Vásquez, presentarse al Estado Mayor General de la Fuerza Armada para una reunión con el comandante del batallón,

19 Hoja de Servicios.20 Organización Democrática Nacionalista, mejor conocida por sus siglas ORDEN, era una organización que

contaba con decenas de miles de afiliados y que desempeñaba tareas de vigilancia y control en el campo salvadoreño, manteniendo una estrecha colaboración con la Guardia Nacional de El Salvador. Dependía directamente de la Presidencia de la República.

21 Luis Adalberto Landaverde, (mayor), «Relato sobre actividades de la compañía de armas pesadas del VIII batallón de infantería (reservistas)», Informe rendido al Estado Mayor General de la Fuerza Armada por el suscrito, Centro de Estudios de la Fuerza Armada, San Salvador 25 de septiembre de 1974.

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teniente coronel Ernesto Claramount, y su plana mayor. A las 09:30 aproximada-mente se dirigieron todos a la zona del Teatro de Operaciones Norte (TON). Los jefes de compañía recibieron la orden de desplazar a sus unidades hacia la zona de La Palma a las 20:00 horas.22

Antes de la invasión del territorio hondureño por el Ejército salvadoreño hubo combates de diferente magnitud entre las fuerzas militares enfrentadas a lo largo del borde fronterizo en el sector del TON. En lo que respecta al VIII batallón, los hondureños lanzaron tres granadas de mortero 81 mm a las 03:20 horas del día 13 de julio en el sector Los Conejos que ocupaba la compañía del capitán Majano. Según el escritor José Luis González Sibrián, unidades del VIII batallón pro-tagonizaron un combate de dos horas el 13 de julio. El comandante del batallón se encontraba reunido con los miembros de su plana mayor, cuando recibió, a las 01:25 horas, una llamada del capitán Landaverde, quien le informó que se había descubierto movimientos de aproximación de soldados hondureños frente a su sector. El coronel Claramount ordenó al oficial aguardar y abrir fuego hasta que el campo fuera iluminado por granadas luminosas lanzadas por los morteros del batallón. La orden del coman-dante del batallón se mantuvo pese a una nueva llamada del capitán Landaverde, quien, impaciente, le informó que sin lugar a dudas los soldados enemigos se aproximaban sigilosamente a sus posiciones y se encontraban ya a una distancia de aproximadamente 200 metros. Seis minutos más tarde el oficial comunicó a su comandante que si no orde-naba disparar cuanto antes las granadas luminosas, no sabría cómo proceder. El coronel Claramount accedió, y segundos después fue disparada la primera granada luminosa cuando los soldados hondureños se encontraban a una distancia de menos de veinte metros de las líneas salvadoreñas. Las tropas salvadoreñas, protegidas en sus posiciones, abrieron fuego a bocajarro que causó numerosas bajas entre sus sorprendidos enemi-gos. Los soldados del VIII batallón tuvieron solamente un herido en una pierna.23

El relato del capitán Landaverde es menos dramático que el de González Si-brián, pero confirma que el día 13 de julio se comenzaron a observar movimientos de tropa hondureña al entrar la noche, y que a las 21:20 el enemigo atacó con disparos de mortero toda la línea defensiva de los salvadoreños desde El Poy hasta Los Conejos. Tres granadas luminosas fueron entregadas a la sección de morteros 81 milímetros de la compañía de armas pesadas del batallón, y se ordenó a los hombres estar preparados para abrir fuego con granadas luminosas o explosivas cuando el coronel Claramount lo ordenara. La orden de lanzar las granadas luminosas se recibió a las 23:35 y alrededor

22 Luis Adalberto Landaverde, «Relato sobre actividades...».23 José Luis González Sibrián, Las Cien Horas: la guerra de legítima defensa de la República de El Salvador (San

Salvador: Tipografía Offset Central, 1972), págs. 173-176.

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de las 00:35 el comandante del batallón ordenó disparar 6 granadas explosivas contra objetivos ya ploteados. A diferencia de la versión de González Sibrián, quien escribió que los fuegos se mantuvieron cerca de dos horas, el capitán Landaverde anotó que los hondureños no cesaron sus ataques hasta las 05:10 horas.24

Independientemente de las diferencias entre ambas versiones, el combate del 13 de julio puso en evidencia las cualidades de mando del comandante del VIII batallón de infantería frente al enemigo. El oficial jefe de operaciones del Teatro de Operaciones Norte (TON), Carlos Mauricio Vargas, quien había conocido al coronel Ernesto Clara-mount desde sus tiempos de cadete, lo recuerda como un jefe militar que formaba parte de lo que se consideraba, por su grado de profesionalidad, como la élite de la oficialidad de la Fuerza Armada en aquel tiempo. El mencionado oficial ha descrito al coronel Claramount como «un jefe aguerrido, tenaz, de carácter fuerte y de mucho valor». Era, según su testimonio, un verdadero luchador del tipo ideal de militar prusiano.25

El intercambio de fuego con las tropas hondureñas continuó durante los días 13 y 14 de julio. El propósito de los ataques hondureños era llevar a cabo un recono-cimiento de fuego para descubrir las posiciones de los salvadoreños. El VIII batallón recibió mucha presión en su sector, sobre todo en las posiciones ocupadas por los soldados de la tercera y cuarta compañías en dichas jornadas. A pesar de ser repelido una y otra vez el tenaz enemigo no perdió el contacto por fuegos. El día D, cerca de las 18:30 horas, se ordenó por teléfono a los comandantes de compañía presentarse al puesto de mando del VIII batallón, ubicado en el desvío de El Rosario, para recibir órdenes. El coronel Ernesto Claramount, rodeado de su plana mayor dio la orden de atacar al Ejército de Honduras en su territorio. La sec-ción de morteros, al mando del teniente Ticas, recibió la orden de abrir fuego con granadas explosivas a partir de las 04:45 hasta las 04:58 del día 15 de julio. A las 05:00 la sección de morteros 81 se desplazaría 100 metros atrás de la compañía del capitán Salvador Beltrán Luna, apoyando con fuegos desde posiciones sucesivas el avance de las unidades de fusileros. Como ocurre a menudo en todas las guerras, no todo resultó de acuerdo con los planes, y al iniciarse el avance del batallón las secciones de fusiles ametralladoras Madsen, bajo el mando del teniente Mena Guerra y del subteniente Samayoa, no pudieron brindar protección a la sección de morteros debido a la falta de comunicación.26

24 Luis Adalberto Landaverde, «Relato sobre actividades de la compañía...». A pesar de su importancia como fuente secundaria, la obra de González Sibrián carece de aparato crítico, por lo que es difícil determinar dónde termina la valiosa información que recibió de los oficiales veteranos de la FAES, a quienes entrevistó inmediatamente después de la guerra, y dónde comienza la fantasía patriótica del autor.

25 Entrevista con el general Carlos Mauricio Vargas, San Salvador, 21 de noviembre de 2014.26 Landaverde, L. A. «Relato sobre actividades de la compañía...».

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Capítulo II52

De acuerdo con el plan de campaña del TON, el VIII batallón de infantería avanzaría cubriendo el flanco derecho del primer batallón de infantería al mando del mayor Alirio Huezo, quien había recibido la misión de avanzar «a caballo», es decir sobre la carretera, cubriendo la ruta que de Citalá conduce a la ciudad de Nueva Oco-tepeque. La ciudad de Nueva Ocotepeque, situada en el valle de Sinuapa, era la ciudad más importante del suroccidente de Honduras y era la sede de la III Zona Militar, la plaza militar hondureña más poderosa de la franja fronteriza. Una fuerza integrada por los «Tigres del Norte», apoyada por una agrupación de guardias nacionales al mando del capitán Arístides Montes, avanzaría cubriendo el flanco del primer batallón al oeste del río Lempa. La poderosa columna de guardias nacionales al mando del director general del cuerpo, general José Alberto Medrano, marcharía cubriendo el flanco derecho del VIII batallón de infantería, avanzando por el eje Las Pilas-San José de Jocotán-El Volcancito-El Huizayote-Plan del Rancho.

La ruta de avance del batallón comandado por el coronel Ernesto Claramount era la peña de Cayaguanca, (en territorio salvadoreño), la montaña de Cipresales, La Torreona, Pie del Cerro, Jutiapa, El Salitre, hasta alcanzar el cerro La Chicotera, al noreste de la ciudad de Nueva Ocotepeque. El terreno de la línea de avance de las tropas del coronel Claramount era sumamente agreste. En el denominado por los hondureños Teatro de Operaciones Sur Occiden-tal o de Ocotepeque, la defensa de la III Zona Militar era responsabilidad del batallón Lempira, reforzado con elementos del Cuerpo Especial de Seguridad (CES) y con tro-pas del III batallón de infantería, «Tigres», de Santa Rosa de Copán, quienes llegaron el día 15 de julio a sumarse a los defensores de Nueva Ocotepeque. El comandante de las tropas hondureñas en ese frente era el coronel Arnaldo Alvarado Dubón. Como ha sido destacado anteriormente, después de una breve preparación ar-tillera con obuses 105 milímetros y morteros 81 milímetros, la infantería salvadoreña cruzó la línea fronteriza al amanecer del 15 de julio de 1969. Como ocurre a veces en las operaciones de las tropas de infantería, hubo cierta confusión al inicio del avance salvadoreño cuando dos compañías, la de armas pesadas y una de fusileros, del VIII batallón marcharon desordenadamente en medio del dispositivo del I batallón de infantería hasta que el mayor Alirio Huezo, comandante del I batallón les indicó la ubicación que les correspondía.27

Al penetrar en territorio hondureño, el VIII batallón de infantería tuvo un combate de consideración en el llano del Conejo y enfrentó mayor resistencia cuando llegó a las primeras casas de caserío San Rafael. A las 09:00 horas, el VIII

27 «Diario del 27 de jun-69 hasta 12 ago-69», Archivo General de la Fuerza Armada de El Salvador, San Salvador.

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batallón conquistó San Rafael. El avance del VIII batallón había progresado más lentamente que el del I batallón debido a la resistencia encontrada en su línea de avance. El batallón del coronel Claramount abrió fuego con sus morteros contra las alturas de La Chicotera cerca de las 09:40 horas y, posteriormente, alrededor de las 11:00 horas, disparó contra el aeropuerto de Nueva Ocotepeque. Los servidores de los morteros del batallón dirigieron después sus fuegos contra posiciones enemigas en El Quebrachal.28

La defensa hondureña en su Teatro de Operaciones Suroccidental tenía una profundidad de seis kilómetros y contaba, según el historiador Thomas Anderson, con menos de mil soldados.29 El primer sistema defensivo hondureño era una línea de tiradores a lo largo de cinco kilómetros a las orillas de la quebrada de Las Minas del Jutal, a dos kilómetros de distancia de la frontera, ocupada por 320 hombres, soldados regulares y voluntarios civiles.30 El terreno y la existencia en esa región de muchos cercos de piedra favorecía la defensa y dificultaba el avance de la fuerza atacante.31

Después de una resistencia de aproximadamente una hora, las tropas hon-dureñas se replegaron a su línea principal de resistencia en la quebrada del Ticante, en donde dos compañías en primer escalón y una compañía de armas de apoyo ocu-paban posiciones sumamente ventajosas. Los defensores del Ticante pertenecían al batallón Lempira, al III batallón de infantería, conocido como «los Tigres», y también había un número desconocido de voluntarios civiles armados, entre ellos trabajadores de caminos que habían prestado el servicio militar.32

28 Landaverde, «Relato sobre actividades de la compañía...».29 Anderson, The War of the Dispossessed, pág. 117. Según el corresponsal del diario La Prensa de San Pedro Sula,

quien visitó Nueva Ocotepeque antes de la batalla y conversó con el comandante de la III Zona Militar, coronel Alvarado Dubón, y sus oficiales de plana mayor, la fuerza que defendía dicha zona «se componía de aproximadamente 520 hombres distribuidos no solo en Ocotepeque, sino en poblaciones tan distantes como Mercedes, en el departamento de Ocotepeque, y Guarita, Valladolid, Mapulaca y La Virtud en el departamento de Lempira. Distribuida así la tropa, es difícil calcular el número de soldados disponibles. Lo cierto es que para la defensa de Nueva Ocotepeque se utilizaron aproximadamente 480 de esos sol-dados». Roberto Gutiérrez Minera, «Impresiones de la Guerra, XI», en La Prensa, San Pedro Sula, 23 de agosto de 1969, pág. 2.

30 César Elvir Sierra, El Salvador, Estados Unidos y Honduras. La gran conspiración del gobierno salvadoreño para la guerra de 1969. La historia militar y diplomática de la guerra de las 100 horas de 1969 (Tegucigalpa: Litografía López, 2006), pág. 164. Wilfredo Sánchez Valladares, TICANTE, Diario de la Guerra Honduro-Salvadoreña (Tegucigalpa: Graficentro Editores, 1988), pág. 10.

31 Entrevista con el coronel de artillería y doctor Marco Antonio Manchán, ejecutivo del Primer Batallón de Infantería durante la guerra de 1969, Círculo Militar, San Salvador, 22 de enero de 2008.

32 Sánchez Valladares, W. TICANTE.

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Capítulo II54

La sección oriental de la línea de defensa de la quebrada del Ticante, principalmente las posiciones en las alturas de Pie del Cerro, era la más fuerte y se encontraba en la ruta de avance del VIII batallón de infantería. Las unidades salvadoreñas del primer escalón fueron detenidas por el nutrido fuego enemigo. Los insistentes ataques de la infantería salvadoreña fueron contenidos por los soldados hondureños, quienes hicieron una defensa de sus posiciones que fue calificada de «gallarda» por el oficial ejecutivo del I batallón de infantería de El Salvador cuando fue entrevistado por el autor.33 La línea principal de resistencia del Ejército hondureño en la quebrada del Ticante había sido preparada 24 días antes de la batalla.34

Ante la inesperada resistencia de las tropas hondureñas, los comandantes de los batallones salvadoreños, el coronel Claramount y el mayor Huezo, se hicieron presentes en la primera línea para evaluar la situación y decidieron solicitar el apo-yo de la artillería, que bombardeaba en ese momento las posiciones enemigas en el

33 Entrevista al coronel Marco A. Manchán, San Salvador, 22 de enero de 2008.34 Roberto Gutiérrez Minera, «Impresiones de la Guerra, XI», La Prensa, San Pedro Sula, 23 de agosto de

1969, pág. 2.

Mapa n.° 1. Toma de Nueva Ocotepeque.

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suroeste de Nueva Ocotepeque.35 El coronel Claramount y el mayor Manchán, oficial ejecutivo del I batallón, quien era artillero, pidieron trasladar los fuegos de la artillería salvadoreña sobre las posiciones hondureñas en la quebrada del Ticante. El coronel Claramount sirvió de observador adelantado del comandante de los obuses de 105 milímetros y corrigió sus fuegos hasta que los proyectiles cayeron sobre las posiciones hondureñas destrozando hombres y medios. Los soldados hondureños abandonaron precipitadamente sus posiciones alrededor de las 12:30 horas.36

Los soldados hondureños derrotados en el Ticante se retiraron hacia las al-turas de Jutiapa, a un kilómetro de Nueva Ocotepeque, en la ruta de avance del VIII batallón. Las tropas hondureñas se retiraron desordenadamente, sufriendo numero-sas bajas. A medida que avanzaban las tropas al mando del coronel Claramount, ocu-paban las posiciones dominantes que el enemigo intentaba en vano mantener. El coronel Claramount ordenó al capitán Liberato Lucha, oficial al mando de la reserva de su unidad, enviar una sección a tomar posiciones en las alturas al este de Jutiapa con el fin de batir a los emplazamientos de ametralladoras del enemigo que impedían con fuego de flanco el avance del batallón. La orden fue cumplida y dos nidos de ametralladoras hondureños fueron destruidos. A las 14:40 horas el VIII batallón se hallaba empeñado en un fuerte combate con el enemigo, que disparaba morteros de 81 milímetros y fusiles sin retroceso de 75 milímetros desde las faldas del cerro La Chicotera. Tres aviones hondureños pasaron ametrallando sin descubrir las posiciones de las tropas invasoras, debido a que los soldados salvadoreños habían recibido la orden de contener el fuego. El coronel Claramount decidió empeñar la tercera compañía para apoyar a la se-gunda compañía, al mando del capitán Pío Ernesto Regalado, que enfrentaba un contra-ataque hondureño a sus posiciones. El enemigo aflojó su presión y el combate favoreció definitivamente al VIII batallón alrededor de las 16:22 horas. Ocho minutos más tarde, el coronel Claramount pidió trasladar el fuego de los obuses de 105 milímetros a La Chi-cotera para destruir los emplazamientos hondureños de morteros de 81 milímetros y de fusiles sin retroceso de 57 milímetros. Las armas de apoyo hondureñas fueron silenciadas después de la tercera descarga de los obuses 105. La fusilería, los fusiles ametralladoras y las ametralladoras salvadoreñas hacían estragos entre las fuerzas enemigas. El avance de los soldados salvadoreños era, no obstante, lento pues el enemigo les disputaba el terreno palmo a palmo. Los hondureños se replegaron de Jutiapa e intentaron en vano ofrecer resistencia en El Salitre, de donde fueron expulsados por las granadas de 105 milímetros de la artillería salvadoreña que impactaban en sus posiciones defensivas.

35 González Sibrián, J. L. Las Cien Horas..., pág. 181.36 González Sibrián, J. L. Las Cien Horas..., págs. 181-182.

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Capítulo II56

La segunda compañía del VIII batallón presionaba al enemigo para sacarlo de su última posición defensiva en el cerro La Chicotera. Mientras tanto, el I batallón de infantería, apoyado por los Tigres del Norte, se había apoderado del sector de El Barrial. Las tropas del coronel Claramount tomaron finalmente las posiciones enemigas en el cerro La Chicotera. Los soldados hondureños combatieron valerosamente en su última línea de defensa pero fueron abandonados a su suerte por sus mandos superiores.37

De acuerdo con el historiador Thomas Anderson, las fuerzas hondureñas que ocupaban posiciones al oeste de la ciudad de Nueva Ocotepeque fueron desalo-jadas fácilmente por el fuerte avance de las tropas del coronel Claramount, quien lo-gró colocarse en el flanco de las tropas enemigas en el valle de Sinuapa, disponiendo entonces, gracias a dicha maniobra, de un campo de tiro libre sobre las posiciones de los defensores de Nueva Ocotepeque. Lo que aconteció después fue, según el historiador americano, una masacre de soldados hondureños por las tropas salvado-reñas, quienes solamente sufrieron bajas ligeras.38 El capitán Luis Adalberto Landa-verde, de la compañía de armas pesadas del VIII batallón, relató que alrededor de las 13:30 horas emplazaron los morteros cuando observaron como a 1,000 metros de sus posiciones y cerca de la carretera a una fuerza hondureña del tamaño de una compañía en formación cerrada. Los soldados hondureños fueron completamente batidos por los morteros de los salvadoreños, quienes estimaron que su enemigo había tenido cerca de 70 bajas. Probablemente ese episodio fue al que Anderson hizo referencia cuando escribió que los hondureños habían sufrido una masacre en el valle.39

El primer soldado salvadoreño en entrar a Nueva Ocotepeque, al finalizar la tarde del día 15, fue el subteniente José Luis Samayoa, oficial jefe de la sección de fusiles ametralladoras del batallón, que había tenido un buen desempeño ese día. El VIII batallón de infantería ocupó el sector este de la ciudad.40 43 soldados, clases y oficiales hondureños del batallón Lempira capturados en la batalla fueron trasladados como prisioneros de guerra a territorio salvadoreño. El coronel Claramount ordenó a sus hombres organizar la defensa circular para pasar la noche del 15 de julio.41

El VIII batallón de infantería del coronel Ernesto Claramount ocupó posi-ciones el día 16 y 17 en el cerro La Chicotera y permaneció en esas posiciones hasta después del cese de fuego.

37 Sánchez Valladares, W. TICANTE, pág. 94.38 Anderson, T. P. The War of the Dispossessed, pág. 117.39 Anderson, T. P. The War of the Dispossessed, pág. 117. 40 González Sibrián, J. L. Las Cien Horas..., pág. 190.41 Landaverde, L. A. «Relato sobre las actividades de la compañía...».

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Después de ocupar la ciudad de Nueva Ocotepeque las tropas salvadoreñas continuaron su avance sobre La Labor. Una columna de vehículos civiles y militares que transportaban tropas del I batallón de infantería avanzó por la carretera. La co-lumna fue emboscada en el desfiladero de El Portillo, a más de mil metros de altura sobre el nivel del mar, por fuerzas de infantería hondureña que ocupaban posiciones ventajosas en los cerros El Moral y Mataras, a ambos lados de la carretera a La Labor y Santa Rosa de Copán. Dos aviones Corsarios F4U-4 de la Fuerza Aérea Hondureña (FAH), que cumplían una misión de reconocimiento armado, se sumaron al ataque contra la columna salvadoreña para apoyar a sus soldados. Los guardias nacionales y los soldados del I batallón que sobrevivieron al fuego inicial contra los primeros vehículos de la columna, buscaron protección a ambos lados de la carretera después de abandonar los camiones que los transportaban y procedieron a responder al fuego enemigo. Las tropas salvadoreñas tomaron posiciones defensivas con la intención de iniciar al siguiente día (comenzaba a oscurecer al finalizar la tarde) una maniobra envolvente sobre las posiciones hondureñas en el cerro Mataras, ocupadas por los sobrevivientes de la debacle de Nueva Ocotepeque reforzados por tropas del batallón Guardia de Honor Presidencial y algunos voluntarios civiles.42

La primera compañía del I batallón de infantería tomó posiciones a 200 me-tros de las posiciones enemigas esperando la orden de avanzar que nunca llegó, de-bido a que el mando del TON ordenó al comandante del I batallón, mayor Alirio Huezo, retroceder a Nueva Ocotepeque y tomar posiciones defensivas en las alturas que dominan dicha población.43 Ignorando la retirada de las otras compañías, la pri-mera compañía, a la que se consideraba perdida, permaneció esperando órdenes todo el día 17 hasta que se replegó a Nueva Ocotepeque la noche del día 18.44 Guardias nacionales que habían permanecido en la zona de El Portillo esperando la orden de atacar al enemigo y desalojarlo de sus posiciones, descubrieron posteriormente que el I batallón se había replegado a Nueva Ocotepeque.

El mando salvadoreño decidió consolidar sus posiciones alrededor de la ciu-dad de Nueva Ocotepeque y ordenó a la segunda columna de la Guardia Nacional cambiar de dirección y avanzar hacia Llano Largo, población que fue conquistada el día 17 de julio por la Guardia Nacional después de un combate con tropas hondureñas que, después de ser desalojadas de esa posición, trataron en vano de reconquistarla. El

42 Carlos Pérez Pineda, El conflicto Honduras-El Salvador, julio de 1969 (San José, Costa Rica: Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de Costa Rica, Instituto del Servicio Exterior Manuel María de Peralta, Serie José María Cañas, n.o 1, 2014), págs. 59-60.

43 Pérez Pineda, C. El conflicto Honduras-El Salvador, julio de 1969. 44 Entrevista con el coronel Marco A. Manchán.

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Capítulo II58

propósito del movimiento salvadoreño era amenazar desde el sur a La Labor y cortar la retirada de las tropas hondureñas que se encontraban en El Portillo. Los días 18 y 19 de julio, salvadoreños y hondureños continuaron combatiendo en acciones de patrullas.

El liderazgo militar salvadoreño del TON tomó medidas temporales para re-acondicionar su dispositivo ocupando posiciones defensivas en las estribaciones de la colina La Chicotera. La preocupación de los mandos hondureños por el avance de la columna principal de la Guardia Nacional salvadoreña al mando del general Medrano fue permanente hasta el cese de fuego, ya que constituía una seria amenaza en la reta-guardia de su dispositivo defensivo en La Labor. Los guardias nacionales del cuerpo expedicionario «TACO» derrotaron todos los esfuerzos hondureños para contener su progresión, desde El Volcancito hasta Llano Largo, e hicieron fracasar la maniobra de cerco intentada por su enemigo en este último lugar. La columna del general Medrano no tomó prisioneros en Honduras.

Pese a los constantes ataques de la Fuerza Aérea Hondureña (FAH), la infante-ría salvadoreña mantuvo la progresión en territorio enemigo hasta la imposición de un cese de fuego por la OEA el 18 de julio. Al cesar totalmente los combates, el 20 de julio, la situación militar en los teatros de las operaciones militares favorecía ampliamente a los salvadoreños.

Las fuerzas militares de Honduras habían logrado estabilizar su defensa, des-pués de sufrir un gran número de bajas, en nuevas líneas defensivas bautizadas por la propaganda oficial «Líneas de la Libertad», que carecían, no obstante, de la profundidad y de la solidez necesarias para repeler un decidido movimiento ofensivo del adversario. Las tropas salvadoreñas amenazaban con romper los frágiles dispositivos defensivos hondureños en el momento en que la Organización de Estados Americanos (OEA) ejercía presiones sobre el gobierno y la FAES, que quería continuar la guerra, con un boicot económico en caso de no cesar inmediatamente los combates.

El gobierno salvadoreño no logró su objetivo de revertir las nuevas políticas migratoria y agraria del gobierno de Oswaldo López Arellano. El flujo masivo de salvadoreños desde Honduras no solamente no cesó sino que continuó después de la retirada de las tropas salvadoreñas, con la colaboración de los observadores de la OEA presentes en aquel país. Los salvadoreños retornados de Honduras alcanzaron, a principios de 1970, un número aproximado de más de 100,000 personas, la mayor parte de ellas en condiciones de indigencia.45

45 Según James Rowles, lo que el Gobierno de El Salvador se proponía obtener al ir a la guerra era un término a las expulsiones de salvadoreños en Honduras al amparo del artículo 68 de la Ley de Reforma Agraria, un retroceso de la nueva política nacionalista y restrictiva de la inmigración salvadoreña y un ablandamiento de la insistente demanda hondureña de tratamiento preferencial dentro del Mercado Co-mún Centroamericano. También se perseguía alguna forma de reivindicación del honor nacional. James Rowles, El conflicto Honduras-El Salvador (1969) (San José, Costa Rica: EDUCA, 1980).

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La gran unidad nacional alcanzada durante el conflicto armado con Hon-duras no fue capitalizada políticamente por el gobierno del general Fidel Sánchez Hernández a favor de la reforma. El gobierno salvadoreño renunció a llevar adelan-te su proyecto de una reforma agraria «democrática» ante la terca oposición de los grandes propietarios de la tierra, apoyados por la Asociación Nacional de la Em-presa Privada (ANEP). El derrumbe prematuro de la unidad nacional, por iniciativa del opositor Partido Demócrata Cristiano, (PDC), derivó en el mediano plazo en una renovada polarización política de la que surgieron nuevos actores radicalizados, convencidos de que la violencia insurgente era la única vía posible para alcanzar el poder político y cambiar radicalmente el injusto orden establecido. La guerra de 1969 marcó el final de un periodo de crecimiento económico, industrialización, crecimiento urbano, modernización y reformismo político bajo control militar, y marcó el inicio de una nueva etapa en la que, lenta pero inexorablemente, se gestó, a lo largo de toda una década, la mayor y más violenta crisis política en la historia republicana de El Salvador.

En el Teatro de Operaciones Norte (TON), el coronel Ernesto Antonio Claramount Rozeville fue comandante del VIII Batallón de Infantería desde el 2 de julio hasta el 31 de agosto de 1969. Fue comandante de la agrupación táctica integrada por unidades de los batallones de infantería VIII y IX. También fue nombrado ejecu-tivo del batallón de fuerzas especiales del I Batallón de Infantería en el mismo teatro de operaciones.

Después de la guerra el coronel Claramount regresó al Estado Mayor Gene-ral de la Fuerza Armada, en donde continuó desempeñándose como jefe de Sección del Departamento II, «Informaciones», hasta el 2 de diciembre de 1969, cuando causó baja en el EMGFA y alta en la Escuela de Comando y Estado Mayor Manuel Enrique Araujo como profesor de planta, pero después de un mes fue trasladado a la ciudad de Sonsonate en donde prestó servicio como ejecutivo de la 2.ª Brigada de Infantería.46

El coronel Claramount Rozeville causó baja el 1.º de junio de 1970, como ejecutivo de la Brigada y jefe del Estado Mayor, en el Comando de la Segunda Zona Militar y 2.ª Brigada de Infantería, y fue nombrado comandante del Centro de Ins-trucción de Comunicaciones, con sede en la ciudad de Nueva San Salvador, mejor conocida como Santa Tecla.

El coronel fue comandante del Centro de Instrucción de Telecomunicaciones hasta el 4 de enero de 1971 cuando causó alta como comandante del Grupo de Caballe-ría, de conformidad a la Orden General n.° 1, emitida en esa fecha. Ernesto Claramount Rozeville permaneció cerca de un año en su nuevo destino como comandante del

46 Hoja de Servicios.

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Capítulo II60

Grupo de Caballería en el Sitio del Niño, departamento de La Libertad, de donde causó baja el 4 de diciembre de 1971.

Según la Orden General n.° 10 del Ministerio de Defensa y Seguridad Pública de 7 de abril de 1972, el coronel Claramount causó alta en el Estado Mayor General de la Fuerza Armada, en situación de disponibilidad con goce de sueldo.

El coronel Ernesto Antonio Claramount Rozeville causó baja en el Estado Mayor General de la Fuerza Armada el 31 de diciembre de 1973, finalizando de tal manera su carrera militar dentro de la Fuerza Armada de El Salvador.

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El coronel Ernesto Claramount junto a un oficial de la Fuerza Armada salvadoreña.

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El coronel Ernesto Claramount en la plaza Libertad de San Salvador, en 1977. Fotografía: propiedad de la familia Claramount Villafañe.

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Capítulo IIIEl coronel Ernesto Claramount

Rozeville en el escenario político de 1977: elecciones, fraude y represión

Durante la década de 1970, El Salvador se encontró con el ascenso de pro-puestas democráticas y proyectos de cambio que, de haber sido consumados, pudie-ron haber significado un destino diferente para la historia salvadoreña. En contra de lo anterior, se estructuraron bases más sólidas para la guerra civil que tendría su eclosión en la década de 1980 y que finalizaría en 1992. Dos de estas propuestas democráticas se ubicaron en las elecciones presiden-ciales de 1972 y 1977. En esos años se abrieron las puertas para que civiles y militares con ideales democráticos pudieran acceder a la presidencia de la República. En 1977 tres partidos políticos deciden coaligarse —así como lo habían hecho en 1972— para formar la Unión Nacional Opositora (UNO). Para las elecciones de 1977, el coronel Ernesto Antonio Claramount Rozeville era el candidato a la presidencia por la UNO, quien en medio de la crisis general, y de los reclamos por parte de los sectores más conservadores dentro de la Fuerza Armada, había decidido asumir el compromiso de encaminarse en una nueva oportunidad para cambiar El Salvador. Pero la crisis se agravaría y el fraude —así como en las elecciones de 1972— otra vez volvería a convertirse en ley. Los mismos grupos dominantes agrupados, en mayor medida, en el Partido de Conciliación Nacional (PCN), que habían colocado en la presidencia al coronel Arturo Armando Molina en 1972, impondrían en 1977 al general Carlos Humberto Romero. De esa manera «los militares cerraron com-pletamente el proceso electoral».1 A eso se le sumaba el fracaso de la reforma en la tenencia de la tierra de 1976, con lo que El Salvador se había colocado a la puerta de un conflicto radical sin retorno.

1 Paul Almeida, Olas de movilización popular: movimientos sociales en El Salvador, 1925-2010 (El Salvador: UCA Editores, 2011), pág. 246.

Óscar Meléndez

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Capítulo III64

Los niveles de descontento popular ascendieron y, con estos, el aumento de la violencia por parte de los cuerpos de seguridad y de los grupos paramilitares. Los nacientes grupos guerrilleros también respondieron a la represión gubernamental, y la violencia comenzó a jugar un papel central en la definición de las identidades de los diferentes grupos en contienda.

El 28 de febrero de 1977, ante el fraude manifiesto, el reclamo popular había llegado a más de seis días de protesta en la plaza Libertad de San Salvador. Ante la reacción popular, el desalojo gubernamental violento sellaría cualquier otra posibi-lidad para limpiar el matiz represivo que se había acrecentado desde inicios de la década. Pero El Salvador era nada más un reflejo de lo que también acontecía en otros lugares de América Latina. Una serie de golpes de Estado y fraudes electorales protagonizados por militares acababan con experiencias democráticas. En Chile, ha-cia 1973, Augusto Pinochet Ugarte derrocaba al presidente constitucional Salvador Allende Gossens. Con brutales ataques armados lograron controlar el Palacio de la Moneda en Santiago, la capital chilena, donde se encontraba el derrocado presidente. Al mismo tiempo, la disidencia fue silenciada, y el estado de sitio y la represión fueron instaurados. En Argentina, hacia 1976, el teniente general Jorge Rafael Videla se instalaba en la presidencia luego del golpe de Estado en contra del gobierno de María de Perón. En Uruguay, Juan María Bordaberry, apoyado por militares, gobernó de facto desde 1973 hasta 1976, proscribiendo a organizaciones de la sociedad civil y disolviendo otros mecanismos de participación democrática. Lo mismo ocurría en Paraguay con Alfredo Stroessner, quien fue dictador de aquel país desde la década de 1950 hasta 1989. En igual camino se encontró Bolivia, con el general Hugo Banzer Suárez, y Brasil con un régimen autoritario instaurado desde 1964.

En la región latinoamericana la dinámica política no tenía muchas diferencias, y El Salvador no era la excepción. En este contexto, el coronel Claramount intentaría colocar otra alternativa al fracaso institucional y a la violencia generalizada. Desde su posición como militar y ciudadano creía en la democracia y en que las transformacio-nes que necesitaba el país podían realizarse desde el Gobierno.

En este capítulo se leerá su visión política y su propuesta de país, pero tam-bién se podrá observar el escenario político y social en el que él se situó y en el que tuvo que comprometerse.

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1. El coronel Ernesto Claramount Rozeville como candidato a presidente de la República por la UNO

Después de las elecciones para diputados y alcaldes de 1976 de las que la UNO decidió retirarse para demostrar la nula apertura del régimen y el descrédito a la oposición, la coalición de partidos vuelve a reagruparse para competir por la presi-dencia en las elecciones del 20 de febrero de 1977. Desde el pacto de coalición firmado en 1971 se decidió que la Unión Nacional Opositora tendría como finalidades alcanzar el Gobierno de la República por medio del voto directo, igualitario y secreto, a fin de hacer prevalecer los principios consti-tucionales en materia política, económica y social; promover la organización popular y un desarrollo acelerado en beneficio de las mayorías. En ese mismo año se decidió que la bandera que representaría la alianza de partidos estaría formada por un rectán-gulo color verde oscuro, con la letra «V» en la parte central, la leyenda «UNO» en la parte de arriba y abajo de dichas siglas un pez. En la parte inferior izquierda aparecería la figura de un volcán, y en la inferior derecha un tecomate.2

2 Diario Oficial, 6 de diciembre de 1971, tomo 233, págs. 11790-11791.

Bandera de la UNO. Fotografía: Centro de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI), archivo «Partidos políticos-Unión Nacional Opositora (UNO)».

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Capítulo III66

Bajo esta misma bandera, y con esos mismos objetivos, el 5 de octubre de 1976, el Partido Demócrata Cristiano (PDC), el Movimiento Nacional Revolucio-nario (MNR) y la Unión Democrática Nacionalista (UDN) reafirmaron la coalición y decidieron competir en febrero de 1977, fecha que quedaría fijada como la última participación electoral como Unión. Entre los dirigentes que firmaron el convenio estuvieron, por parte del PDC, Juan Ricardo Ramírez Rauda; por el MNR, Guiller-mo Manuel Ungo; y por la UDN, Dagoberto Gutiérrez.3 El 6 de octubre de ese año presentaron la solicitud de inscripción al Consejo Central de Elecciones (CCE), y a este organismo le comenzaron a contar los diez días que según la ley electoral tenía para aceptar o no la petición. José Vicente Vilanova, presidente del CCE, advirtió que la convocatoria para la presidencia de la República quedaría abierta a partir del 23 de octubre, fecha que señalaría el inicio legal de la campaña.

3 «Partidos políticos firman la coalición con la UNO», La Prensa Gráfica, 6 de octubre de 1976, pág. 3.

De izquierda a derecha: Dagoberto Gutiérrez, Pablo Mauricio Alvergue y Guillermo Manuel Ungo. Fotografía: «UNO a elecciones», La Prensa Gráfica, 6 de octubre de 1976, contratapa.

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Desde el inicio del proceso electoral, el PDC no descartó la posibilidad de que José Napoleón Duarte fuera el candidato por la UNO.4 Duarte y Guillermo Manuel Ungo fueron los candidatos por la UNO en las elecciones presidenciales de 1972. En esas elecciones se cometió un fraude electoral, y además hubo un intento de golpe de Estado. Por esa serie de acontecimientos Duarte se exilió en Caracas, Venezuela, luego de ser encarcelado y golpeado por los cuerpos de seguridad.5 El 12 de octubre de 1976 apareció una carta de Duarte dirigida a la Fuerza Armada, en la que señalaba la ilegalidad de su exilio, y su preocupación por las graves violaciones a los Derechos Humanos cometidos por los cuerpos represivos, y por «las repetidas burlas a la voluntad popular, que obligaron a la Oposición a retirarse del proceso electoral pasado».6 La decisión de la UNO, sobre la fórmula presidencial, tomando en cuenta el exilio de Duarte, y el riesgo que implicaba su retorno a El Salvador, se daría a conocer el 31 de octubre de 1976, fecha en la que habían programado el lanzamiento de sus candidatos en la sede del PDC de San Salvador. La elección del candidato se vio fuertemente marcada por la designación del general Romero, y por el significado que eso tenía en el escenario político. El gene-ral Romero era el postulante de los grupos económicos dominantes que se habían opuesto de forma radical a la reforma agraria, y además representaba al sector más conservador y reaccionario del Ejército. Enrique Baloyra lo describe como un «anti-comunista de línea dura» que «se alió abiertamente con la extrema derecha».7 En ese sentido, la UNO estratégicamente tenía que presentar a un candidato que lograra re-presentar a los sectores más democráticos de la Fuerza Armada, y que también tuviera impacto en los sectores populares y en sus aspiraciones. Fue así como se decidió bus-car a un personaje progresista, de carrera militar, y con ideales democráticos para los comicios de 1977. Sara Gordon dice que «la UNO tomó en cuenta la reivindicación estamental de las fuerzas armadas de estar presentes en la cúpula del mando político, con el objeto de acrecentar sus probabilidades de triunfo».8

4 «PDC acuerda ir a elecciones presidente integrando la UNO», La Prensa Gráfica,4 de octubre de 1976, págs. 3, 70.

5 Hernández-Pico, Ellacuría, Baltodano, Jerez y Mayorga documentaron el fraude electoral de 1972 y los acontecimientos políticos acontecidos desde 1971 a 1972. En Hernández Pico, Jerez, Ellacuría, Baltoda-no, Mayorga, El Salvador: año político 1971-72 (San Salvador, El Salvador: Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, 1973).

6 José Napoleón Duarte, «Carta abierta a la Fuerza Armada», La Prensa Gráfica, 12 de octubre de 1976, pág. 47.

7 Enrique Baloyra, El Salvador en transición (San Salvador, El Salvador: UCA Editores, 1989), pág. 91.8 Sara Gordon, Crisis política y guerra en El Salvador (México: Siglo XXI Editores, 1989), pág. 213.

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Capítulo III68

Para Mariano Castro Morán, hasta ese momento, el poder político radicaba en el Ejército, y lo correcto era presentar como candidato a un hombre proveniente de las filas castrenses. Además, con ello, se esperaba superar las acusaciones de comunismo, y también la oposición contaría con un interlocutor en el interior del Ejército. Castro Morán también comenta que a partir de las conclusiones anteriores, se decide escoger como precandidatos a los coroneles Ernesto Claramount, Mariano Munguía Payés y a él mismo.9 De lo anterior se resuelve que el aspirante sería el coronel Ernesto Claramount. El ofrecimiento se lo hacen dos reconocidos dirigentes del Partido Comunista Salvadoreño (PCS), la organización política detrás de la UDN: Dagoberto Gutiérrez y Schafik Jorge Hándal. Cuando le hicieron la propuesta al coronel Claramount, este les manifestó que él no era comunista, pero que admiraba a «los comunistas por su tenacidad, por su entrega, por su firmeza». Y agregó una frase más: «si se trata de luchar contra el PCN, cuenten conmigo».10

Dagoberto Gutiérrez señala que la designación del coronel Claramount se debió, entre otros factores, a que era hijo del general Claramount Lucero, quien era reconocido por sus credenciales democráticas, y además lo respaldaban otros militares progresistas: Mariano Munguía Payés, quien era muy cercano al Partido Comunista, y Mariano Castro Morán, «era un momento histórico en el que había un grupo de militares en la oposición, y ellos dijeron Neto (el coronel Claramount)».11

Para Castro Morán, la decisión de la UNO de colocar como candidato al coronel Claramount se debió principalmente a tres factores:

1. El Ejército es una fuerza política determinante.

2. Existe un mecanismo de renovación del Ejército que permite que la juventud militar imponga su criterio.

3. El pueblo no está contra el militar porque sí, sino que lo sigue y apoya cuando interpreta la voluntad nacional.12

En un documento del Gobierno de Estados Unidos se dijo que la elección de Claramount obedecía a un intento de neutralizar la voz dentro del cuerpo de oficiales,

9 Mariano Castro Morán, Función política del Ejército salvadoreño en el presente siglo (El Salvador: UCA Edito-res, 1984), pág. 240.

10 Entrevista a Dagoberto Gutiérrez, vicerrector de la Universidad Luterana de El Salvador, San Salvador, 11 de noviembre de 2014.

11 Entrevista a Dagoberto Gutiérrez.12 Mariano Castro Morán, Función política del Ejército salvadoreño en el presente siglo, pág. 240.

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ofreciendo a un candidato alternativo al general Romero. Para ellos fue una decisión que calificaron como «sorpresiva», pues consideraban que el coronel Claramount era «un vir-tual desconocido, sin vínculos anteriores para cualquiera de las partes de la coalición».13

A la par del coronel Claramount se colocó al abogado y correligionario de la democracia cristiana Dr. José Antonio Morales Erlich, como candidato a la vicepre-sidencia. Ambos fueron presentados públicamente el 31 de octubre de 1976. Desde ese mismo día, en conferencia de prensa, externaron algunos aspectos en los que se enfocarían de ganar la presidencia. En primer lugar, advirtieron que estaban de acuerdo con la reforma agra-ria, pero que esta debía desarrollarse en forma dialogada entre todos los actores in-volucrados. Manifestaron también sus deseos de promover fuentes de trabajo para combatir la desocupación y, entre otros aspectos, dejaron claro que mantendrían 13 «Opposition coalition selects its candidates», Public Library of US Diplomacy, https://wikileaks.org/plusd/

cables/1976SANSA05187_b.html

De izquierda a derecha, coronel Mariano Castro Morán, coronel Ernesto Claramount Rozeville (en primer plano) y coronel Mariano Munguía Payés, en un programa televisivo durante la campaña electoral de 1977. Fotografía: propiedad de la familia Claramount Villafañe.

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Capítulo III70

relaciones con todos los países incluyendo los considerados «comunistas», pero que sería el pueblo el que decidiría lo conveniente en cuanto a ese punto.14

Para desvirtuar las posibilidades de vincular su candidatura, y a toda la opo-sición política, con el comunismo, el coronel Claramount se encargó en repetidas ocasiones (y como se detallará más adelante), de desvirtuar esa posibilidad. En un me-morándum que le dirigió al embajador de los Estados Unidos en El Salvador, previo a las elecciones, manifestó lo siguiente:

Así hemos llegado a la actual campaña política en que la oposición formada por tres partidos políticos y un movimiento de unidad nacional15 deciden lan-zarme como candidato militar para acallar el estribillo de que toda oposición es comunismo y anti-militarismo de que toda demanda popular es subversión. El pueblo comprendió inmediatamente la coyuntura y ha respondido clamo-rosamente a la candidatura militar de la oposición.16

Entre sus otras preocupaciones estuvieron las relaciones con la Fuerza Ar-mada, la violencia política y social que vivía el país, la reforma agraria, y el avance en salud, educación, cultura, trabajo y gobernabilidad democrática que necesitaba El Salvador para superar la crisis. El 7 de noviembre de 1976, en su mensaje de proclamación, el coronel Clara-mount hizo «un llamado a la patriótica unidad nacional». Desde las primeras palabras manifestó su seguridad de que «esta vez no podrán impedirnos el triunfo en las urnas ni mucho menos arrebatarnos el poder legítimamente conquistado», y externó la res-ponsabilidad que le confería ser candidato de la UNO:

Reconozco que este honor de ser el candidato de la U.N.O, lleva consigo una gran responsabilidad, la cual yo les aseguro sabré llevar con mi honor de hombre, ciudadano y soldado, con la ayuda de Dios y el apoyo de mi pueblo que todos ustedes tan magníficamente representan.17

14 «Claramount R. y Morales Erlich, candidatos UNO», La Prensa Gráfica, 1 de noviembre de 1976, págs. 3, 32.

15 Se refiere al Movimiento de Unidad Nacional (MUN) que, de acuerdo con lo que manifiesta Castro Mo-rán, se conformó para que fuera la base política del candidato, y eventualmente presidente, para mediar en las diferencias entre los partidos de oposición. Castro Morán afirma: «Así nació el Movimiento de Unidad Nacional (MUN) que después de muchas discusiones, especialmente con la Democracia Cristiana, logró ser aceptado en pie de igualdad con los otros tres partidos de la Unión Nacional Opositora». Mariano Castro Morán, Función política del Ejército salvadoreño, pág. 240.

16 Mariano Castro Morán publicó íntegra la carta que dirige el coronel Claramount al embajador estadouni-dense. Castro Morán, Función política del Ejército salvadoreño en el presente siglo, págs. 242-243.

17 Coronel Ernesto Claramount, «Un llamado a la patriótica unidad nacional», La Prensa Gráfica, 10 de

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El candidato presidencial afirmó que ese compromiso lo había aceptado por-que reconocía que la población salvadoreña lo respaldaba, y aspiraba a que de una vez por todas prevaleciera la voluntad popular en el país:

Si he aceptado este compromiso es porque sé que ustedes están conmigo, porque tengo una gran confianza en el Pueblo Salvadoreño [sic] y porque estoy seguro de que juntos libraremos una batalla decisiva para que prevalezca por fin en nuestra Patria la soberana voluntad del Pueblo Salvadoreño [sic] en la elección de sus gobernantes y que estos ejerzan el poder en beneficio de todos los salvadoreños, enmarcados en la Constitución y legitimados por la decisión mayoritaria de los ciudadanos.18

En su primer mensaje despejó cualquier duda sobre su aceptación como can-didato presidencial por una organización política vinculada con la izquierda demo-crática. Afirmó que el ánimo lo había recibido de su fe por la democracia «como único camino para la solución de nuestros problemas nacionales». Pero también, confirmó que esas convicciones democráticas provenían del ejemplo de su padre, el general Antonio Claramount Lucero, quien se había insubordinado a una orden que lo obligaba a masacrar una manifestación popular en 1926. Agregó, también, que lo había motivado «el sufrimiento de este pueblo, que yo también he padecido ya que siendo niño conocí el exilio, la nostalgia de la Patria, en compañía de mi padre que fue objeto de la ira del dictador Hernández Martínez».19

Otro de los motivos para aceptar la candidatura lo enfocó en su conocimiento sobre la situación económica y política de los obreros y campesinos, a quienes decía conocer con profundidad pues ellos constituían la base del Ejército.

En otra parte de su discurso afirmó que la motivación fundamental de su decisión radicaba en tratar de buscarle solución a la grave crisis que afectaba el país. Calificó de «asfixiante» y «frustrante» la situación política nacional. Mencionó que la integridad de la persona humana había sido constantemente negada pues se había «convertido en asunto cotidiano las capturas ilegales, los “desaparecidos”, la tortura y hasta ha pretendido más de una vez convertir en política de Estado los exilios, el asesinato político y las masacres».20

noviembre de 1976, págs. 32-33.

18 Coronel Ernesto Claramount, «Un llamado a la patriótica unidad nacional», págs. 32-33.19 Coronel Ernesto Claramount, «Un llamado a la patriótica unidad nacional», págs. 32-33.20 Coronel Ernesto Claramount, «Un llamado a la patriótica unidad nacional», págs. 32-33.

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Capítulo III72

Consciente de la situación nacional, el coronel Claramount, subrayó que la grave crisis estructural e institucional había colocado en una encrucijada al país entero, y que esto era responsabilidad principalmente de una

camarilla enquistada en el poder, de no permitirle al Pueblo Salvadoreño (sic), decidir su propio destino y lo que es peor aún, la obstinada actitud de dicha camarilla, de imponerle gobernantes, regímenes, leyes, medidas y demás actos de gobierno que no responden ni a sus interés y ni a sus aspiraciones.21

El candidato, en su alocución inicial, señaló de forma certera que uno de los principales responsables del declive del país era el Partido de Conciliación Nacional:

[…] el PCN que instrumentalizó el poder y lo puso al servicio de los tradicionales intereses económicos, derivando así en un régimen represivo, divorciado cada vez más de los sectores populares, corroído por la corrupción; que ha llevado al país al borde del caos y la violencia y ha minado las instituciones democráticas.22

El coronel Ernesto Claramount Rozeville, como ciudadano y como candidato a la presidencia, estaba enterado y consciente de que el fraude electoral había sido el mecanismo para colocar a los gobernantes, y que esa posibilidad se cernía sobre la elección del 20 de febrero de 1977. En su discurso inicial, hizo mención a este problema que había abonado a la inestabilidad política e institucional:

Todavía está viva en la mente de los partidarios de la UNO la burla de que fueron objeto en las elecciones de hace 5 años y el manoseo descarado del sufragio que ha hecho de nuestra democracia, la máscara que atenúa una dictadura encubierta.23

Y añadió:

(Los partidos de oposición) llegaron al triunfo electoral de 1972, burdamente escamoteado por el PCN en complicidad con el Consejo Central de Elecciones y la propia Asamblea Legislativa al asignar a los candidatos oficiales la Presidencia y Vice-Presidencia de la República. Desde entonces acá, el clima

21 Coronel Ernesto Claramount, «Un llamado a la patriótica unidad nacional», págs. 32-33.22 Coronel Ernesto Claramount, «Un llamado a la patriótica unidad nacional», págs. 32-33.23 Coronel Ernesto Claramount, «Un llamado a la patriótica unidad nacional», págs. 32-33.

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electoral ha sido tan cerrado en términos de fraude, imposición y represión que en la pasada contienda la UNO se vio obligada a retirarse, dando por resultado una Asamblea Legislativa totalmente en poder del PCN. Hemos vuelto así a la dictadura del partido. Hoy ya los votos no sólo no cuentan, sino que ni se cuentan.24

Como alternativa al fraude, y como propuesta para superar la crisis general, el coronel Claramount proponía cumplir con la Constitución que había sido promulgada en 1950. A partir de ello, se desprendería la puesta en vigencia de la democracia, la apertura con las distintas fuerzas políticas, «restaurar las libertades, garantizar los derechos humanos y promover la participación del pueblo en las decisiones que afectan a todo el país».25

Una de las problemáticas que más preocupó al coronel Claramount fue la cuestión del agro. La reforma agraria significó para la década de los años setenta una de las principales crisis que colocó incluso a la Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP), y a las corporaciones ligadas a ésta, en contra del gobierno del coronel Armando Molina. Claramount señaló que un cambio en la estructura agraria era necesario e impostergable, aún y cuando ciertos sectores se mostraran muy sensibles en cuanto a ese tema. Dijo también que algo positivo había quedado de toda la polémica entre la empresa privada y el Gobierno, y era que había una aceptación general de cambios en materia agraria que ya no podían «discutirse y lo único en discusión es la forma de llevarlos a cabo». Etiquetó de «injusta» y «obsoleta» la estructura agraria del país, y manifestó que debía ser discutido abiertamente cómo desarrollar un proyecto transformador en cuanto a la tenencia de la tierra, sobre la base de los siguientes postulados:

1. Dar amplio acceso a la tierra a las mayorías campesinas y apoyarlas con recursos económicos, ayuda técnica, educación moderna, organización de un sistema eficiente y seguro de comercialización, para sacar al hombre del campo de la marginación en que se encuentra y promoverlo íntegramente a mayores niveles de dignidad humana.

2. Respetar estrictamente el derecho de propiedad privada de pequeños y medianos agricultores, ayudarlos con crédito, asistencia técnica y estímu-los de todo tipo. Estamos firmemente convencidos de que las empresas

24 Coronel Ernesto Claramount, «Un llamado a la patriótica unidad nacional», págs. 32-33. El énfasis es del texto original.

25 Coronel Ernesto Claramount, «Un llamado a la patriótica unidad nacional», págs. 32-33.

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Capítulo III74

agropecuarias pequeñas y medianas constituyen una necesidad para el desarro-llo de nuestro país y que por tanto, ser objeto de apoyo y no de destrucción.26

El candidato presidencial por la UNO afirmó que la transformación agraria no podía ser un «seguro de vida»27 para las minorías privilegiadas, y que en el diálogo debían estar presentes los campesinos y los pequeños y medianos agricultores y gana-deros, quienes, según él, eran los más afectados en el proyecto que había presentado el Gobierno y que finalmente había ratificado la ANEP y sus consortes. Otra de las grandes preocupaciones del coronel Claramount fue la relación con la Fuerza Armada. Él estaba convencido de que mucha de la responsabilidad por la violencia política recaía en el cuerpo castrense, los cuerpos de seguridad que dependían de este, y en organizaciones paramilitares. En todos los planteamientos que compartió desde el arranque de la campaña, enfatizó su intranquilidad por esta problemática. En el memorándum que le dirigió al embajador de Estados Unidos, manifestó lo siguiente:

De todas estas condiciones sociales se ha generado un panorama de violencia que no se había presentado antes en el país. La masacre de estudiantes el 30 de Julio de 1975 y los asesinatos de campesinos en La Cayetana, las Tres Calles, Chinamequita y Santa Bárbara, han creado una brecha insuperable entre el go-bierno y el pueblo. El candidato oficialista, quien durante cuatro años ha sido el Jefe de Seguridad Pública ni ha dado una explicación sobre estos hechos, ni ha negado su responsabilidad en los mismos.28

26 Coronel Ernesto Claramount, «Un llamado a la patriótica unidad nacional», págs. 32-33. El énfasis es del texto original.

27 La referencia que hizo el coronel Claramount al proyecto agrario del Gobierno como un «seguro de vida» para las minorías privilegiadas, tenía relación con un comunicado que el Gobierno había hecho público el 14 de julio de 1976, en el que defendía el proyecto de transformación agraria ante las posiciones de la ANEP. El Gobierno del coronel Molina se lamentaba de que la ANEP, y sus socios, no podían ver la trans-formación en el agro como un «seguro de vida» para sus hijos: «aunque transitoriamente sus intereses puedan verse afectados, el proceso de Transformación Agraria constituye un seguro de vida que sus hijos agradecerán un día». Rubén Zamora, «¿Seguro de vida o despojo? Análisis político de la Transformación Agraria», en Las fuerzas políticas. Selección, prólogo y notas de Nicolás Mariscal y Rubén Zamora, Maurice Duverger, Antonio Gramsci, Sigmund Neumann, Rossana Rossanda, Lucas Verdú, C. Wright Mills, Fred W. Riggs, Óscar Cuéllar, Rubén Zamora, Darcy Ribeiro, Tomás R. Campos (El Salvador: UCA Editores, 1989), pág. 205.

28 Castro Morán, Función política del Ejército salvadoreño en el presente siglo, págs. 241-242. Se refiere a los enfrentamientos entre elementos de la Guardia Nacional, ORDEN y miembros de las comunidades el 29 de noviembre de 1974, en La Cayetana, departamento de San Vicente, que dejó varios muertes pro-ducidas por los cuerpos de seguridad. Tiempo después, un episodio similar ocurrió en Las Tres Calles, departamento de Usulután. En Chinamequita, departamento de La Paz, alrededor de 6 personas fueron asesinadas por miembros de los cuerpos gubernamentales en 1974. En igual circunstancia se reportarían

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Desde su discurso inicial sentó las bases para un buen entendimiento con la Fuerza Armada, pero también le solicitó su apego a la legalidad y a la democracia. Se refirió a su condición de miembro de la institución militar, y al sentir que externaban muchos de sus integrantes por el futuro del país. Consideró una traición politizar la fuerza castrense y pedir apoyos personales o votos a sus miembros. Lo consideró, incluso, un acto de traición contra él mismo. Les exhortó a que se convirtieran en garantes de la Constitución, y a que velaran por un proceso electoral limpio, donde la ciudadanía escogiera de manera libre a quienes serían sus gobernantes. El coronel Claramount propuso un encuentro entre la Fuerza Armada y el pueblo, una unión que ayudara a conciliar las aspiraciones de ambos, para lo cual, dijo, él podía ser el facilitador:

[…] quiero que se interprete mi presencia en una organización política de indiscutible raigambre popular, como el reencuentro entre la Fuerza Armada y el pueblo para realizar juntos los cambios que el país necesita sobre bases seguras porque se ha manifestado insistentemente una gran coincidencia en las aspiraciones de ambos y creo que mi persona puede servir para facilitar ese reencuentro que nos abrirá un mañana mejor.29

Este mismo ánimo llevó al candidato a lanzar un mensaje para lograr la unión nacional. Este mensaje era el eco de la consigna que la UNO había escogido para la campaña: «¡El pueblo unido jamás será vencido!». La unidad, indicó el coronel Claramount, era una necesidad que las circunstancias y el contexto histórico del país demandaban, pero también era un llamado a «cerrar filas con nosotros, seguros de que esta vez no podrán impedirnos el triunfo en las urnas ni arrebatarnos el poder legítimamente conquistado». Con ese mismo deseo de convocar a la unidad, indicó que el legado de Alberto Masferrer y de José Simeón Cañas eran ejemplos de servicio a la humanidad y de un conjunto de valores a tomar en cuenta para gobernar el país.

muertes en Santa Bárbara, y también en una manifestación estudiantil en San Salvador el 30 de julio de 1975. Michael McClintock, The American Connection. State Terror and Popular Resistance in El Salvador (Lon-don: Zed Press, 1985).

29 Coronel Ernesto Claramount, «Un llamado a la patriótica unidad nacional», págs. 32-33.

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La consigna de la UNO al final del programa de Gobierno. Fotografía: Centro de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI), archivo «Partidos políticos-Unión Nacional Opositora (UNO)».

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Se refirió también al derrocamiento del general Martínez, como ejemplo de heroicidad, honor, y unidad para conseguir un fin legítimo:

Este es el pueblo cuya juventud formada por militares, estudiantes, profesionales, empleados y obreros, y campesinos rasgaron las tinieblas de la opresión martinista con el relámpago heroico de su actuación valiente y decidida en las históricas jornadas de Abril y Mayo el 12 de Diciembre de 1944.30

Antes de cerrar su discurso, externó su agradecimiento al Dr. Morales por ser su compañero en ese proyecto. Y subrayó que las credenciales como político y ex alcalde de San Salvador respaldaban su candidatura, y eso afianzaba aún más el triunfo en las elecciones. Finalmente dijo: «Conciudadanos todos: la suerte está echada, hemos enarbolado la bandera verde y blanco, una bandera limpia y hermosa y estamos dispuestos a llevarla adelante con honor y valentía».31 Pero consciente de las dificultas que le esperaban, añadió:

No podemos desechar del todo la idea de que nos esperan horas difíciles pero estoy seguro de que sabremos salir avantes [sic] de la prueba. La hora del triunfo está cerca. Todos a dar la batalla que nos conducirá el 20 de Febrero al triunfo popular, que cambiará para siempre el camino y el destino de nuestra Patria.32

Luego, haría público el programa de Gobierno que pretendía desarrollar en el periodo de 1977 a 1982, en el que ampliaría lo dicho en su discurso inicial. Después, vendría la campaña electoral y finalmente el día de las votaciones, en el que volvería a ponerse a prueba el crítico panorama político de El Salvador.

30 Coronel Ernesto Claramount, «Un llamado a la patriótica unidad nacional», págs. 32-33.31 Coronel Ernesto Claramount, «Un llamado a la patriótica unidad nacional», págs. 32-33.32 Coronel Ernesto Claramount, «Un llamado a la patriótica unidad nacional», págs. 32-33.

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El coronel Ernesto Claramount Rozeville en la imagen del programa de Gobierno de la UNO para la campaña de 1977. Fotografía: Centro de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI), archivo «Partidos políticos-Unión Nacional Opositora (UNO)».

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2. La campaña electoral, el fraude, y la represión del 28 de febrero de 1977

El contexto electoral, de octubre de 1976 a febrero de 1977, se vio enmar-cado por una serie de factores que coadyuvaron al constante señalamiento por parte del Gobierno, la ANEP y sus aliados, y una serie de individuos que firmaban exten-sos campos pagados en la prensa, de vincular a la UNO con los nacientes grupos guerrilleros, o con las organizaciones de masas que se autodenominaban marxista-leninistas. En suma, descalificaban la propuesta de Gobierno del coronel Claramount por considerarla comunista y, en ese sentido, de cumplir con una agenda de carácter internacional alineado a la Unión Soviética. Otro factor que pesó durante la campaña electoral fue el señalamiento de que se repitiera el fraude de las elecciones de 1972 que le impidieron la presidencia a José Napoleón Duarte, y la vicepresidencia a Guillermo Manuel Ungo como candidatos de la UNO. También, estuvieron presentes los señalamientos en contra del CCE tanto por la elección de 1972, como por la elección para alcaldes y diputados de 1976, de la que la UNO había decidido retirarse debido a la observación de maniobras por parte del CCE para no inscribir a algunos de sus candidatos, y por otra serie de irregulari-dades que lograron detectar en los meses previos a las elecciones. El anticomunismo y la sombra del fraude, y los señalamientos en contra del ente encargado de regular las elecciones, se sumaron al llamado que lanzaron algunas organizaciones de izquierda para no votar, debido a que, de acuerdo con sus ideolo-gías, la lucha armada era la única vía para acceder al poder, y de esa manera acabar con el sistema capitalista. Estos hechos y planteamientos fueron modificando el vocabulario electoral durante el periodo de campaña. Aunado a ello, la ola de protestas de las diferentes organizaciones de masas, los asesinatos políticos, las desapariciones forzadas y el se-cuestro y asesinato de empresarios y agentes del Gobierno ensombrecieron todo el panorama electoral. Era cuestión de tiempo para que la polarización se resaltara, y con ésta el crecimiento de la violencia a gran escala.

2.1. La campaña electoral entre el fantasma del comunismo y el crescendo de la violencia

El conflicto entre la ANEP y el Gobierno por el proyecto de transformación agraria se encontraba en su fase final, y ambas corporaciones estaban a las puertas de las elecciones en las que debían unirse para apoyar al candidato oficial. No obstante, aún durante el mes de octubre de 1976, grupos como la Asociación de Abogados de

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Capítulo III80

El Salvador se pronunciaban en contra de la creación del Instituto Salvadoreño de Transformación Agraria (ISTA), y del primer proyecto de transformación agraria, al que calificaban de inconstitucional.33

El Frente Agropecuario de la Región Oriental, Occidental y Central (FARO), fue precisamente el frente en el que se alinearon los empresarios, terrate-nientes y ganaderos en contra de la reforma agraria impulsada por el Gobierno de Molina, y que más tarde se unificaría con otros grupos para arremeter en contra de la propuesta de Gobierno de la UNO y del coronel Claramount. Tanto las diver-sas asociaciones de abogados que se pronunciaron en contra de la reforma agra-ria, como FARO, y otras organizaciones como el Frente Femenino Salvadoreño, aprovecharían la bandera de la transformación agraria para calificar de comunista dicha medida, y también a todos aquellos grupos que consideraran contrarios a sus intereses. Un claro ejemplo del cariz anticomunista por parte de estos grupos, que se iría acrecentando conforme avanzaba el proceso electoral, es un comunicado firmado por el Frente Femenino Salvadoreño, en el que advertían que la «mujer no quería una patria comunista». Este comunicado tenía una doble intención. Por un lado, tachar de comunista el proyecto agrario del Gobierno y, por otro, aprovechar la oportunidad para comenzar la campaña de desprestigio en contra de cualquier proyecto que fuera contrario al sistema democrático que pregonaban:

[…] las mujeres debemos de abandonar la marcha silenciosa de antaño, he-mos decidió utilizar el medio que sea necesario para EXTERMINAR EL MICROBIO DEL COMUNISMO, ESE VIRUS INFERNAL QUE SE HA FILTRADO EN LA MENTE Y ENSEÑOREADO DEL HOMBRE PARA TERMINARLO, CON EL IMPLANTAMIENTO DE ESA –TAN ANUNCIADA—“NUEVA SOCIEDAD” SIN DIOS, SIN AFECTO HU-MANO; UNA SOCIEDAD MATERIALIZADA, EN DONDE EL HOM-BRE EJERCE UNA SOLA FUNCION: EL SOMETIMIENTO TOTAL BAJO LAS ORDENES DE LA “NUEVA CLASE” QUE EJERCE EL PO-DER DESDE EL GOBIERNO.34

El antepenúltimo párrafo de ese comunicado mostraba las intenciones de los mensajes que aparecerían en los días posteriores (incluso hasta días después de las

33 Asociación de Abogados de El Salvador, sin título, La Prensa Gráfica, 7 de octubre de 1976, pág. 43.34 Frente Femenino Salvadoreño, «¡La mujer salvadoreña no quiere una patria comunista!», La Prensa Gráfica,

1 de octubre de 1976, pág.50. Las mayúsculas son del texto original.

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elecciones del 20 de febrero de 1977) es decir, llamar a la unificación de esfuerzos para desacreditar la candidatura de la UNO, y a las organizaciones de izquierda en general:

¡UNAMONOS PARA FORMAR LA MURALLA […], INFRANQUEABLE BARRERA EN DONDE DEBE ESTRELLARSE EL MOUNSTRUO FEROZ DEL COMUNISMO!35

En la noche del 19 de octubre de 1976, el Gobierno cedió a las presiones de la ANEP, y con ello salió al público su derrota política con el proyecto agrario. Con ese fracaso el Gobierno de Molina dijo —como escribió Ignacio Ellacuría— «a sus órdenes mi capital»,36 y reformó la ley del ISTA y el decreto de creación del primer proyecto de transformación agraria de acuerdo con las directrices de la empresa privada y de los grandes terratenientes. Ese día se zanjó ese debate, y los grupos dominantes comenzaron a maniobrar de cara a las elecciones de febrero de 1977. El 21 de noviembre, en la ciudad de San Miguel, FARO se reunió con todos sus grupos afines para formar un solo bloque y prepararse para las elecciones. En la fotografía de la prensa se podía ver a los nombrados miembros del Consejo Nacional: Baltazar Ferreiro, Trinidad Perla, Guillermo Yúdice, Carlos López, Ulises González, Carlos Cornejo Espino y Esteban Falla.37

El 27 de noviembre de 1976, el consejo coordinador nacional de FARO firmó un pronunciamiento en el que aclaraban su postura sobre las reformas a la ley del ISTA, a la situación social y política del país, y a los propósitos futuros. En cuanto a la cuestión agraria, hicieron un llamado al acatamiento de la «Ley del ISTA reformada», y a una necesaria colaboración con el Gobierno para la correcta aplicación de la misma. En lo referente a la situación política y social del país, manifestaron que las organizaciones gremiales y políticas que habían criticado y recibido con desprecio la ley del ISTA y el decreto de creación del primer distrito de transformación agraria («porque pretendían algo más radical aplicable a todo el territorio nacional»), estaban «soliviantando a las masas para que, al margen o en contra de la ley, se produzca un ambiente de inseguridad y de temor preparatorio de una futura abolición de la propiedad privada». Añadieron que a estos mismos grupos les parecían insuficientes «los muy

35 Frente Femenino Salvadoreño, «¡La mujer salvadoreña no quiere una patria comunista!», pág. 50. Las mayúsculas son del texto original.

36 Ignacio Ellacuría, «A sus órdenes mi capital», Ignacio Ellacuría, Veinte años de historia en El Salvador (1969-1989): Escritos políticos I (El Salvador: UCA Editores, 2005), págs. 649-656.

37 «Fundan consejo nacional FARO», La Prensa Gráfica, 22 de noviembre de 1976. Imagen de portada.

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buenos salarios acordados legalmente por el Gobierno a favor de los trabajadores agrícolas […] y pretenden salarios cuya cuantía la fijan demagógicamente[…]».38

También, se refirieron a que existía «una minoría de la juventud universitaria y de secundaria, adoctrinada y organizada para la subversión y para “TOMAR LA CALLE”» que apoyaba con sus «acciones criminales y callejeras las anteriores tácticas». Dijeron, además, que los directivos de la Asociación Nacional de Educadores Salvadoreños (ANDES 21 de Junio), «de conocida y probada filiación comunista», eran los que alentaban a esas juventudes. Advirtieron que, junto con estas organizaciones, se encontraban otras «pseudo-democráticas», que si bien se habían pronunciado a favor del régimen de la propiedad privada y por el estado de derecho, a la vez habían expresado su aprobación o conformidad de todas esas tácticas y acciones contrarias a la ley. Antes de finalizar sobre ese punto, manifestaron que esas acciones eran realizadas por quienes tenían suficiente conocimiento militar y que se habían decantado por otros derroteros:

El cuadro descrito configura una astuta estrategia global criminal y siniestra planificada por entendidos en operaciones de estado mayor, cuyo fin último y principal es la conquista del poder total. Dejamos a otros la calificación de ese proceder, pero no podemos menos que compadecernos por quienes han descendido a ser “compañeros de ruta”, o “tontos útiles”.39

En lo que calificaron como un «llamado a la reflexión», los miembros de FARO dijeron que «frente a la subversión comunista el único seguro eficaz es responderle o combatirla con los medios y procedimientos adecuados a los usados por ella», puesto que para «los agitadores comunistas, profetas y predicadores de la lucha de clases, del odio, de la violencia y del desprecio a la ley y a la autoridad del Gobierno», lo único que podría satisfacerlos era el poder total, así como —afirmaban— había quedado demostrado en Chile, Argentina o Uruguay. Como propósito final, hicieron

38 FARO, «Pronunciamiento del consejo coordinador nacional de FARO», La Prensa Gráfica, 29 denoviembre de 1976, pág. 61. Con el decreto número 77, el Ejecutivo estableció una tarifa del salario mínimo que debía ser aplicada durante la recolección de la cosecha de café, algodón y caña de azúcar para la tempora-da 1976-1977.A los trabajadores empleados en la corta de café se les pagaría ocho colones con cuarenta centavos; a los de algodón seis colones, y a los de caña de azúcar cinco colones con cincuenta centavos. Si solo se pagaba por obra, los salarios se reducirían a un colón sesenta y ocho centavos por arroba de café; seis centavos de colón por libra de algodón, y dos colones con sesenta y cinco centavos por tonelada de caña de azúcar. En los considerandos del decreto se dijo que esas fijaciones al salario mínimo contribuían a mantener el equilibrio entre «la utilidad razonable a que tiene derecho el capital y la justa retribución que corresponde al trabajador por participar y hacer posible la producción». Diario Oficial, número 184, tomo 253, del 6 de octubre de 1976.

39 FARO, «Pronunciamiento del consejo coordinador nacional de FARO», pág. 61.

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un llamado a formar parte de FARO, a fin de darle más fuerza al bloque, y a colaborar eficazmente con el Gobierno. Mientras las disputas entre el Gobierno y la ANEP terminaban de resolverse, y los grupos aliados a estos se unificaban, la violencia se acentuaba. Varias bombas comenzaron a estallar, y llevaban como blancos a agentes de la autoridad,40 edificios gubernamentales,41 diputados (como fue el caso de la bomba que estalló en la casa del diputado Matías Romero, quien apoyó el intento de reforma agraria)42, o incluso en el interior de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA).43

Aunado a lo anterior, las medidas en contra de las instituciones que eran críticas del Gobierno o la ANEP, fueron en aumento. Bajo el argumento de pertenecer a una línea comunista, o por mostrarse críticos a la realidad nacional, se fue buscando establecer sanciones en contra de estas. Dos de estas instituciones fueron la UCA y la Universidad de El Salvador (esta última había sido militarizada desde inicios de los setenta). A la UCA se le redujo el subsidio gubernamental de un millón de colones a partir de 1977. FARO se pronunció apoyando la medida del Gobierno argumentando que la Universidad Centroamericana había «adulterado su misión» de centro de enseñanza universitaria, y que se había dedicado a derrochar el dinero en «periódicas publicaciones de costo elevado», y que en éstas no había cabida para todas las tendencias intelectuales, pues tenían un «NOTORIO SELLO SECTARISTA».44

Ante esa medida, Román Mayorga, rector de la Universidad Centroamericana, manifestó que la disposición «implicaría graves consecuencias para la ya convulsionada y problematizada educación universitaria del país».45 Las diversas explicaciones por

40 «Estallan bomba en Usulután frente al puesto de la Guardia Nacional», La Prensa Gráfica, 6 de octubre de 1976, contraportada.

41 «Bomba en la parte norte del edificio del Ministerio de Agricultura», La Prensa Gráfica, 4 de octubre de 1976, pág. 3.

42 «Estallan bomba de alto poder en la residencia de diputado», La Prensa Gráfica, 2 de octubre de 1976, págs. 4, 20. Esta bomba se la adjudicó el grupo paramilitar Unión Guerrera Blanca (UGB), quienes le llamaron poco después al diputado para confirmarle el atentado.

43 «Bomba de alto poder causa serios destrozos en la UCA», La Prensa Gráfica, 3 de diciembre de 1976, pág. 78. Los redactores de la nota informaron que momentos después de que la bomba había estallado reci-bieron una llamada telefónica de persona desconocida diciendo pertenecer a la Unión Guerrera Blanca (UGB), atribuyéndose la responsabilidad del atentado. En la llamada habían dicho que el artefacto tenía como objetivo los sacerdotes de la Universidad: «La voz, que parecía provenía de una cinta magnetofóni-ca, decía que la Unión Guerrera Blanca, es un comando anticomunista, y que su actitud fue en contra de los padres jesuitas del centro», pág. 78.

44 «FARO apoya la moción de los diputados de la Asamblea Nacional Legislativa», La Prensa Gráfica, jueves 16 de diciembre de 1976, pág. 62. Las mayúsculas son del texto original. En la misma línea se pronunció una asociación con el nombre «Comisión de defensa del orden constitucional», quienes decían ser abogados que se pronunciaban a favor del recorte del subsidio a la UCA. «Consulta jurídica a las asociaciones de abogados de la república sobre subsidios a la UCA», La Prensa Gráfica, 16 de diciembre de 1977, pág. 64.

45 UCA, «La verdad sobre el financiamiento de la UCA», La Prensa Gráfica, 14 de diciembre de 1976, pág. 49.

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Capítulo III84

parte de las autoridades universitarias cayeron en el vacío. El 16 de diciembre de 1976, la Asamblea Legislativa aprobó la reducción del subsidio, que a partir de 1977 sería de cuatrocientos mil y no un millón de colones. El diputado Mauricio Gutiérrez Castro despejó cualquier duda sobre la medida, dijo que en la revista ECA (Estudios Centroamericanos), se hacían constantes ataques virulentos contra la prensa, el Gobierno y el capitalismo; a la UCA concluyó «le cae mal todo lo que huela a capitalismo».46 Los argumentos al interior de la Asamblea para reducir el subsidio se mantuvieron a ese nivel. Las palabras de Mayorga, sobre la crisis de la educación, se enlazaban con la situación en la que se encontraba la Universidad de El Salvador desde antes que terminara el año 1976. El 19 de noviembre dicha universidad amaneció cerrada, después de que el rector Carlos Alfaro Castillo (quien sería asesinado al año siguiente) junto con otras autoridades, decidieran el cierre de la institución a raíz de una serie de enfrentamientos entre estudiantes y policías universitarios. Habían acordado reabrirla hasta que «imperara el orden» dentro de la Universidad.47

Ante la problemática universitaria, y en demanda de reivindicaciones salariales, y por el respeto a la libertad de asociación, se fueron unificando los esfuerzos de diversas organizaciones de izquierda que frecuentemente se presentaban en un solo bloque, estas eran: la Asociación General de Estudiantes Universitarios (AGEUS), el Bloque Popular Revolucionario (BPR), la Asociación Nacional de Educadores Salvadoreños (ANDES 21 de Junio), la Unión de Trabajadores del Campo (UTC), la Federación Cristiana de Campesinos Salvadoreños (FECCAS), la Unión de Pobladores de Tugurios (UPT), el Movimiento Estudiantil Revolucionario de Secundaria (MERS) y los Universitarios Revolucionarios 19 de julio (UR-19). En los pronunciamientos que publicaban en los medios impresos firmaban juntas, y en las manifestaciones aparecían en unidad. El 22 de noviembre de 1976 la AGEUS protagonizó una protesta en una de las principales calles de San Salvador; en La Prensa Gráfica se dijo que habían sido desalojadas porque obstruían el tráfico vehicular.48 El BPR se pronunció al siguiente día por la autonomía y la reapertura de la Universidad de El Salvador, y convocaban a una nueva marcha para el 27 de noviembre.49 FECCAS y UTC llamaron a sumarse a la manifestación.50

46 «400 mil y no un millón se aprobó subsidiar a UCA», La Prensa Gráfica, 17 de diciembre de 1976, pág. 66.47 «Cierran la U por disturbios», La Prensa Gráfica, 19 de noviembre de 1976, pág. 42.48 «Desalojados», La Prensa Gráfica, 23 de noviembre de 1976, pág. 4.49 «Bloque Popular Universitario. Por autonomía y reapertura de la Universidad», La Prensa Gráfica, 23 de

noviembre de 1976, pág. 36. 50 «FECCAS-U.T.C», La Prensa Gráfica, 26 de noviembre de 1976, pág. 54.

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El coronel Ernesto Claramount Rozeville en el escenario político de 1977: elecciones, fraude y represión 85

Entre octubre y noviembre de 1976, el aparato mediático del PCN había colocado en diversas páginas de la prensa al general Romero en mitines, junto con el coronel Molina, y en diversos eventos en el que se inauguraban obras estatales o en los que le otorgaban condecoraciones. En ocasión de entregarle un premio por el Consejo de Defensa Centroamericana (CONDECA), en Nicaragua, Romero dijo que, ante los eventos registrados en El Salvador en el que diversas organizaciones de izquierda se tomaban calles, no temía a esos actos de subversión y no dejaría que perjudicaran las elecciones: «toda cosa ilegal acarrea problemas, porque no se sabe cómo va a reaccionar, pero creo que no hay indicios de que los grupos subversivos salvadoreños puedan opacar el importante proceso electoral».51

Ante el crítico panorama universitario, educativo, y social del país, el coronel Claramount, expresó, a estudiantes de Usulután y Jiquilisco, que el problema educativo no podía «solucionarse con un régimen impopular, corrupto y represivo». Y que el fracaso de la reforma educativa, junto con el alto grado de analfabetismo, solo podía superarse mediante «un franco entendimiento entre maestros y un gobierno de origen popular». Habló también del liderazgo, y la participación directa que debían tener los profesores para solventar la crisis en este ámbito.52 El 30 de noviembre, en el programa televisivo «Aquí el pueblo» del canal 6, el coronel Claramount ampliaría en el tema, y discutiría las formas de lo que él consideraba como «círculo vicioso» en el que estaba sumido El Salvador. Conforme el día de las elecciones se acercaba los campos pagados y los señalamientos de comunismo en contra de la UNO, y de diversos grupos vinculados con la izquierda, se acentuaban. El mes de diciembre de 1976 fue especialmente convulso, después del asesinato del agricultor Eduardo Orellana Valdés, miembro de FARO y uno de los propietarios de la hacienda Colima. El 5 de diciembre al interior de dicha hacienda ubicada entre Chalatenango y San Salvador, una manifestación de FECCAS y de la UTC llegó al lugar para exigir solución a controversias laborales entre los trabajadores y los dueños de la hacienda. En la noticia se dijo que los manifestantes eran los responsables de la muerte de Orellana Valdés, pues estos lo habían atacado a tiros.53

El suceso en la hacienda Colima provocó un alza en la persecución a los líderes y miembros de FECCAS y de UTC, y a religiosos. En un comunicado aparecido el 8 de diciembre firmado por la familia Orellana Valdés, se responsabilizó a los miembros de FECCAS y UTC y a «los curas tercermunditas de las poblaciones

51 «No dejarán subversión perjudique elecciones», La Prensa Gráfica, 29 de noviembre, pág. 3.52 «Problema educativo del país enfoca el Cnel. Claramount», La Prensa Gráfica, 23 denoviembre de1976,

págs. 4, 61. 53 «Manifestantes asesinan a dueño de hacienda Colima», La Prensa Gráfica, 6 de diciembre de 1976, pág. 79.

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Capítulo III86

circunvecinas, que con la maldad que los caracteriza han tergiversado todos los hechos[…]».54 Manifestaron que eran respetuosos de los derechos de los trabajadores, y lamentaron que «agitadores profesionales y los curas comunistas» confundieran a los trabajadores para llevar al país «al caos y la tragedia». Pidieron al Gobierno que hiciera «justicia» y aplicara todo «el rigor de la ley a los culpables». El comunicado de la ANEP estaba listo el mismo 8 de diciembre. Compartían «la indignación y el estupor» de los hechos acaecidos en la hacienda Colima, y entre la solicitud de castigos y medidas de seguridad, dijeron:

Estos criminales hechos, no pueden pasar inadvertidos, y deben mover a todos los salvadoreños que tengan amor a la Patria y respeto a sus Instituciones Republicanas, a tomar una actitud enérgica y decidida en contra de quienes INSTIGAN, ORGANIZAN Y EJECUTAN DICHOS ACTOS VANDÁLICOS […] Todos los salvadoreños patriotas debemos cerrar filas y formar un solo bloque en contra de estos nuevos vándalos y de quienes por conveniencia política o por compartir su ideología, encubren, protegen y justifican las acciones de estos grupos apátridas.55

En igual sentido se pronunció la Asociación Salvadoreña Agropecuaria (ASA)56, y el Consejo Coordinador Nacional de FARO. El comunicado de FARO fue mucho más directo. En el encabezado colocaron el artículo 112 de la Constitución de la República vigente, en el que se obligaba a la Fuerza Armada a defender la integridad del territorio y la soberanía de la República, y que además debía «hacer cumplir la ley, mantener el orden público y garantizar los derechos constitucionales». Exigieron al Gobierno y a la Fuerza Armada «actuar enérgicamente para cumplir con sus obligaciones constitucionales», y sentenciaron que esos «crímenes repugnantes» serían los últimos «DE LA CADENA DE CRÍMENES Y FECHORÍAS QUE LA JAURÍA COMUNISTA HA LLEVADO A CABO».57

FARO responsabilizó de los hechos ocurridos en la hacienda Colima, y de otras muertes que a juicio de ellos tenían el propósito de desestabilizar al país, a ANDES, AGEUS, FECCAS, UTC, y demás agrupaciones similares, a los líderes de la Iglesia católica, a los dirigentes comunistas en general y a los sacerdotes católicos que, de acuerdo a ellos, apoyaban esas acciones: Juan Roberto Trejo de Quezaltepeque,

54 Orellana Valdés Hermanos, «Aclaración necesaria», La Prensa Gráfica, 8 de diciembre de 1976, pág. 54.55 ANEP, sin título, La Prensa Gráfica, 8 de diciembre de 1976, pág. 59. Las mayúsculas son del texto original.56 Asociación Salvadoreña Agropecuaria (ASA), sin título, La Prensa Gráfica, 9 de diciembre de 1976, pág. 55.57 FARO, «F.A.R.O. denuncia ante la conciencia nacional», La Prensa Gráfica, 10 de diciembre de 1976, pág.

55. Las mayúsculas son del texto original.

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El coronel Ernesto Claramount Rozeville en el escenario político de 1977: elecciones, fraude y represión 87

David Rodríguez de Tecoluca, Rutilio Grande de Aguilares, y los párrocos de Opico, Ilobasco, Suchitoto, Jiquilisco, San Vicente y a otros que dijeron no mencionarían. Para FARO existía una alianza del catolicismo con el comunismo para conseguir «la criminal finalidad comunista de conquistar el Poder».58

Para el Partido Comunista Salvadoreño (PCS) era necesario y urgente rechazar los señalamientos de FARO, pues, según ellos, eso únicamente buscaba crear un discurso en contra del comunismo, que tendría consecuencias graves para los miembros de las organizaciones populares:

Nosotros sostenemos que es urgente e indispensable que todo el movimiento popular y democrático cierre filas para rechazar y condenar con energía la descarada ofensiva fascista que encabeza el Consejo Coordinador Nacional de FARO. Es necesario desenmascarar ante todo el pueblo su pensamiento reaccionario; el programa fascista por el que ellos luchan, su condición de punta de lanza ideológica de la ultraderecha nacional e imperialista, lanzada en este momento a la arena política para llevar a la irracional histeria anti-comunista a considerables sectores, especialmente de las capas medias, con el fin de crear las condiciones favorables al zarpazo fascista contra nuestro pueblo.59

El PCS estando convencido de que la unidad de las organizaciones populares, y el apoyo al Gobierno que proponía la UNO, era lo que podía abonar a la superación de la crisis, dijo:

[…]insistimos, en que el grupo de ideólogos fascistas que lo encabeza (FARO) no debe ser subestimado, y que solo dejará de ser peligroso cuando se le desenmascare y aísle, y cuando el movimiento popular y democrático alcance los mayores niveles de unidad, movilización y combatividad y lleve al timón del Estado al gobierno democrático que postula la UNO.60

De todo lo que sucedía en el país, los candidatos de la UNO tenían su propia lectura. Reconocían que El Salvador vivía en un clima de violencia que respondía a objetivos políticos. Mostraban su preocupación por la diversidad de asesinatos

58 FARO, «F.A.R.O. denuncia ante la conciencia nacional», pág. 55.59 En semanario del PCS «Voz Popular», número 91, de la tercera semana de diciembre. Citado por Roberto

Pineda, «La Unión Nacional Opositora UNO, se prepara para batalla presidencial de 1977». Disponible en ALAI, Agencia Latinoamericana de Información, http://alainet.org/active/75507&lang=es

60 Citado por Roberto Pineda en: «La Unión Nacional Opositora UNO, se prepara para batalla presidencial de 1977».

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Capítulo III88

y desapariciones forzadas, y también por las acciones en contra de la UCA y la Universidad de El Salvador. Condenaron los llamados a la represión por parte de la extrema derecha, a la que tildaron de «fascista», y también advirtieron que ese sector «se siente amenazado y con miedo». Condenaron la actitud del Gobierno, por haber contribuido a incrementar más la violencia, y señalaron al general Romero como responsable «de las masacres y represiones de estos 5 años», y lo involucraron con un régimen marcado por la «corrupción e ineptitud». Pero también condenaban la actitud de la extrema izquierda, quien, a juicio de ellos, quería impedir que la UNO llegara al Gobierno llamando a no votar. Ante este escenario dijeron:

Los problemas del país no se resuelven con más represión ni con golpes de Estado de carácter anti-democrático; ambos, son sólo parches que se usan por no querer tomar conciencia que la violencia nace de algo más profundo: de una estructura injusta que margina a las mayorías populares, de una estructura que es ya tan atrasada, que no puede satisfacer las necesidades mínimas de la mayoría de salvadoreños y del desarrollo nacional.61

Y ante los llamados a la violencia, añadieron:

Hacemos un llamado a la Fuerza Armada y al Pueblo Salvadoreño [sic] para que rechacen la alternativa del enfrentamiento violento entre ambos, que tanto grupos de extrema derecha, como de ultra izquierda están propiciando. La presente coyuntura política abre la posibilidad real de un reencuentro entre el pueblo y Fuerza Armada, de sellar la alianza por tantos años buscada para encaminar al país por nuevos rumbos.62

Hacia el final del año, el coronel Claramount, en una concentración en Mejicanos, haciendo un balance general de todos los sucesos por los que había transitado el país (en vista de todos los comunicados en contra de la izquierda y de lo imposible que podía convertirse para los grupos dominantes aceptar el triunfo de la UNO) y alertando sobre la posibilidad de un fraude electoral, dijo:

No permitiré que se le robe el triunfo electoral al pueblo el próximo 20 de febrero […] Al igual que en ocasiones anteriores el Partido Oficial está empeñado en robarle el triunfo electoral por medio de fraudes, represiones y

61 UNO, «¡¡Hay otro camino para la patria!!», La Prensa Gráfica, 10 de diciembre de 1976, pág. 59.62 UNO, «¡¡Hay otro camino para la patria!!», pág. 59.

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El coronel Ernesto Claramount Rozeville en el escenario político de 1977: elecciones, fraude y represión 89

actos violentos; pero en 1977 no permitiré que esto vuelva a ocurrir, porque si para ello es necesario morir, primeramente pasarán por mi cadáver antes de dejarme arrebatar un triunfo electoral del pueblo. 63

En ese mitin prometió que los actos de juramentación como presidente constitucional los haría en el Estadio Cuscatlán «para que el pueblo sea testigo de su triunfo», ya que en estas elecciones la UNO demostraba tener un frente de acción más amplio, en el que estaban «los militares honestos, los medianos y pequeños agricultores, empleados, obreros, campesinos, comerciantes e industriales[…]».64

En el cierre del año 1976, incluso durante las festividades de fin de año, la campaña no cesó, y la violencia, y los señalamientos de comunismo siguieron al alza. El coronel Molina, absolutamente involucrado en la campaña como coordinador general del PCN, y luego de haber afirmado su total adhesión al general Romero,65 aprovechó las vísperas de navidad para increpar a los salvadoreños sobre la decisión que tomarían en febrero de 1977 al momento de elegir al presidente y vicepresidente. Señaló que sería responsabilidad de los salvadoreños elegir entre un «sistema totalitarista ateo» y otro que fuera basado en el cristianismo. Advirtió que el mundo estaba dividido entre dos ideologías, y que de no elegir la más correcta, el país sería llevado por la «ruta equivocada».66

Así se clausuraba el año de 1976, y el siguiente se avecinaba con más incertidumbre: expulsión de sacerdotes, asesinatos, desapariciones, secuestros, y la elección de Óscar Arnulfo Romero como arzobispo de San Salvador, un acontecimiento que colocaría a la Iglesia católica en una posición más radical en contra de la violencia. Unos días antes de que el calendario se colocara en 20 de febrero de 1977, un hecho más se sumó al ya violento panorama preelectoral: el secuestro y asesinato de Roberto Poma, empresario y presidente del Instituto Salvadoreño de Turismo. Este hecho, ocurrido hacia finales de enero de 1977, propició un escenario más crítico. La

63 «UNO tiene frente de acción más amplio, dice Claramount», La Prensa Gráfica, 22 de diciembre de 1976, pág. 33.

64 «UNO tiene frente de acción más amplio, dice Claramount», pág. 33.65 Desde el nombramiento del general Romero como candidato por el PCN, el presidente Molina apareció

junto con la fórmula presidencial de dicho partido mostrando su respaldo. Luego, en una entrevista el día 14 de diciembre, el coronel Molina dijo: «reafirmo mi total adhesión a las candidaturas del general Carlos Humberto Romero y doctor Julio E. Astacio, para presidente y vicepresidente de la República, quienes fueron electos como candidatos conforme a los estatus de nuestro partido. Ni ayer ni hoy ni nunca esta-remos dispuestos a pactar con otras fuerzas, mucho menos con aquellas que actúan obedeciendo o siendo instrumentos de consignas internacionales». «No hay cambios en el gabinete: Molina», La Prensa Gráfica, 15 de diciembre de 1976, págs. 3, 54.

66 «Totalitarismo ateo condenó ayer Molina», La Prensa Gráfica, 24 de diciembre de 1976, págs. 5, 58.

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Capítulo III90

organización guerrillera Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) admitió el hecho, y eso fue utilizado para que la escalada mediática volviera con más fuerza con el discurso anticomunista y en contra de las organizaciones de izquierda. La figura de Roberto Poma, y la noticia de su secuestro y asesinato, fue utilizada por diversas instituciones para condenar el accionar de estos grupos. La ANEP calificó el hecho de «criminal» y «terrorista», «impulsado por la embriaguez ideológica de doctrinas anarquizantes o por insanos propósitos de lucro». Asimismo, señalaron que esa «violencia primitiva y salvaje, ha sido impulsada y justificada en cátedras universitarias, en púlpitos eclesiales, en mitines políticos, en agrupaciones gremiales y hasta en la docencia escolar». El comunicado de la empresa privada lo firmaron 32 asociaciones, entre las que destacaban: la Cámara de Comercio e Industria, la Asociación Nacional de Agricultores, la Asociación Cafetalera de El Salvador, la Asociación Bancaria de El Salvador, además de otras que decían pertenecer a actividades empresariales.67

El PCN también publicó su manifiesto en relación con lo acontecido a Poma, y sobre los señalamientos de fraude que ya comenzaban a resonar desde las publicaciones de la UNO:

El terror y la violencia los quieren desatar los marxista-leninistas que manejan y controlan la dirigencia del pequeño grupo opositor. Porque a ellos no les conviene que se perpetúe la Democracia (…) porque ellos propician el desorden y el descontento, que es el caldo de cultivo en el cual proliferan las doctrinas totalitarias[…].68

En medio de todos los señalamientos sobre el secuestro de Poma, FARO aprovechó para hacer un «análisis doctrinario» de la propuesta de Gobierno de la UNO. En síntesis dijeron que se trataba de un programa para construir un Gobierno «totalitario y comunista», en el cual «estatalizarían, planificarían y dirigirían toda la economía», además de convertir a la juventud en «buenos comunistas» con la reforma educativa. Con respecto a la reforma agraria propuesta por la UNO, advirtieron que ésta «CONTIENE, AGRAVADOS, TODOS LOS VICIOS DE INCONSTITUCIONALIDAD ACHACADOS A LA LEY DEL ISTA Y AL DECRETO LEGISLATIVO DE CREACIÓN DEL DISTRITO, Y, ADEMÁS, SERÍA DE APLICACIÓN INMEDIATA EN TODO EL PAÍS». En sus conclusiones dijeron que FARO rechazaba y condenaba la propuesta de la UNO

67 ANEP, «llamado a la conciencia nacional», La Prensa Gráfica, 11 de febrero de 1977, pág. 49.68 PCN, «El Partido de Conciliación Nacional al pueblo salvadoreño», La Prensa Gráfica, 12 de febrero, pág. 45.

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El coronel Ernesto Claramount Rozeville en el escenario político de 1977: elecciones, fraude y represión 91

Título del comunicado Productor Objetivo de la

publicaciónFecha y página

«Diagnóstico electoral»

Juan José Figueroa V

Señalar como «decadente» la propuesta de la UNO y a sus

candidatos

8 de febrero de 1977, p. 29

«Libertad o Servi-dumbre -Democra-cia o Comunismo»

Frente Democrático Nacionalista

Catalogar como comunista el programa de la UNO, y llamar

al voto a favor del PCN

8 de febrero de 1977, p. 30

«Ante el pueblo»Militares en

situación de retiro

Reprochar a los militares que apoyaban a la UNO, y señalar

el peligro «marxista»

9 de febrero de 1977, sin número

de página

«El Pueblo Salva-doreño tiene que

escoger entre Liber-tad o Servidumbre

Socialista»

Frente Democrático Nacionalista

Hacer una comparación del régimen de Fidel Castro en

Cuba, el de Salvador Allende en Chile, con el que proponía la UNO. Además, llamar al

voto a favor del PCN

9 de febrero de 1977, p. 40

Sin título José Orlando Guerra

Calificar de «desordenada» la propaganda del coronel Clara-mount, y calificar a los candi-datos del PCN como «mejor preparados» para gobernar

10 de febrero de 1977, p. 34

«FARO hace el aná-lisis doctrinario del programa de Go-

bierno de la UNO»

FARO Catalogar de comunista y tota-litario el programa de la UNO

11 de febrero de 1977, p. 39

por ser totalitaria y comunista. Además, hacía un llamado a no dejarse engañar por esta propuesta, y alertaban a las mujeres del Frente Femenino ante «EL GRAVE PELIGRO QUE AMENAZA A NUESTRA PATRIA».69

El Frente Femenino y FARO siguieron publicando comunicados en contra de la UNO. A estos se le sumaron mensajes de personas particulares y de organizaciones o instituciones que se autodenominaban «defensoras de la patria», y que llamaban a no votar por la UNO. En unos, incluso, se arremetía directamente contra el coronel Claramount. Estos fueron algunos de esos comunicados que aparecieron en La Prensa Gráfica durante el mes de febrero de 1977 hasta antes del día de las votaciones:

69 FARO, «FARO hace el análisis doctrinario del programa de gobierno de la U.N.O», La Prensa Gráfica, 11 de febrero de 1977, pág. 39. Las mayúsculas son del texto original.

Page 92: Coronel Ernesto Claramount Rozeville

Capítulo III92

«La UNO coquetea con la Fuerza Arma-

da para atraerla»

Francisco Quinteros

Demostrar que la UNO le había tendido «una trampa» a

la Fuerza Armada

11 de febrero de 1977, p. 64

«Libertad o Servi-dumbre, Democracia

o Comunismo»

Frente Democrático Nacionalista

Comparar el programa de Go-bierno de Salvador Allende en Chile con la propuesta de la

UNO, y llamar al voto a favor del PCN

12 de febrero de 1977, p. 42

«El Partido de Con-ciliación Nacional al Pueblo Salvadoreño»

PCN

Señalar la «dominación» que, a juicio de ellos, ejercía el PCS sobre la UNO, y rechazar al «grupo minoritario opositor»

12 de febrero de 1977, p. 45

«La UNO quiere instrumentalizar a la

Fuerza Armada»

Carlos Antonio Umanzor

Argumentar a favor de lo di-cho por Francisco Quinteros en la relación de la Fuerza Ar-mada y la UNO, en cómo ésta «instrumentalizaría» a aquella

12 de febrero de 1977, p. 52

«Paralelismo inquietante»

José L. Salcedo G.

Comparar el proceso político de Salvador Allende con la UNO, acusándola de perte-necer al comunismo interna-

cional

12 de febrero de 1977, p. 55

«Cambio social a sangre y fuego»

Comité Pro Defensa de la

Patria

Alertar sobre la presencia del comunismo en el país

12 de febrero de 1977, p. 58

«Ética electoral» Guadalupe de Naves Arias

Relacionar al Dr. José Antonio Morales Erlich con empresas

de comercio sexual

12 de febrero de 1977, p. 64

«¡Hablando de fraudes!»

Comité de Defensa de la Legalidad

Electoral

Incriminar a la UNO de so-borno a miembros del CCE

13 de febrero de 1977, p. 12

«La juventud quiere vivir en libertad»

Frente Democrático Nacionalista

Señalar la relación de la UNO con el comunismo, y llamado

a votar a favor del PCN

13 de febrero de 1977, p. 14

«¿Qué pasaría si la U.N.O. ganara las

elecciones?»FARO

Calificar de comunista a la UNO y señalar como «catas-trófica» la elección de los can-

didatos de la oposición

14 de febrero de 1977, p. 67

Page 93: Coronel Ernesto Claramount Rozeville

El coronel Ernesto Claramount Rozeville en el escenario político de 1977: elecciones, fraude y represión 93

«En la recta final. Libertad o servi-

dumbre-Democracia o comunismo-El

Salvador tiene que escoger el 20 de Fe-

brero»

Frente Democrático Nacionalista

Señalar de comunistas a los miembros de la UNO, y llama-

do para votar por el PCN

14 de febrero de 1977, p. 68

«¿Hasta dóndellegaremos?»

Comité de Salvadoreños

Libres

Llamado a denunciar a los sos-pechosos de estar al servicio

del comunismo

14 de febrero de 1977, p. 70

«Al amigo Ernesto Claramount»

Este comuni-cado se dijo que lo firma-ban «Un gru-po de amigos»

Hacer público un listado de preguntas que le dirigían al

coronel Claramount, entre las que se le increpaba sobre sus decisión de ser candidato por

la UNO y de haberse «entrega-do al comunismo»

15 de febrero de 1977, p. 34

«Al pueblosalvadoreño»

General José Alberto Me-drano, y coro-neles Luis Ro-berto Flores, Mauricio Ri-vas Rodríguez, Carlos Infante Guerra, Marco Aurelio Zaca-pa y Francisco José Mijango

Catalogar a la UNO como or-ganización «penetrada por el

comunismo internacional»

15 de febrero de 1977, p. 65

«Cansado y abatido Claramount recono-

ce su derrota»

Franciso H. Morales E.

Señalar que el coronel Clara-mount había reconocido su de-

rrota electoral

15 de febrero de 1977, p. 68

«Los defensores del pueblo botan la más-

cara»

Comité de PatriotasCuscatlecos

Satanizar a las organizaciones de izquierda, y llamar a una «lu-cha sin cuartel al enemigo rojo»

15 de febrero de 1977, p. 70

Page 94: Coronel Ernesto Claramount Rozeville

Capítulo III94

«El pacto traidor a Chile, entre la demo-cracia cristina y el co-

munismo»

FARO

Comparar la situación chile-na de Salvador Allende con la alianza del Partido Democris-tiano de El Salvador y el Par-tico Comunista Salvadoreño, y llamado a no votar por la

UNO

15 de febrero de 1977, p. 75

«Mensaje de cierre de campaña del general Carlos H. Romero»

General Car-los Humberto

Romero

Afirmar que los «insultos, di-famación e injuria» eran las ar-

mas de la oposición

16 de febrero de 1977, p. 35

«¡PCN denuncia la traición a la patria y la gran confabula-

ción!»

PCN

Vincular a la UNO con Schafik Jorge Handal y con el marxis-mo-leninismo, y el comunis-mo internacional, a partir de una entrevista que le hicieron a Handal para la revista «Amé-rica Latina» de la Academia de Ciencias de la URSS en 1976

16 de febrero de 1977, p. 45

«Ética electoral» Rosalinda Ra-mírez Valle

Relacionar al Dr. MoralesErlich con actos inmorales

16 de febrero de 1977, p. 54

«¿Qué pasaría si el General Romero ga-nara la Elección Pre-

sidencial?»

FARO

Solicitar el voto a favor del general Romero, y señalar a la UNO, a la Iglesia católica, a los militares afiliados a la UNO, como los responsables ante «la reacción violenta si la UNO

pierde la elección»

16 de febrero de 1977, p. 55

«El 20 de febrero ob-tendremos un triun-fo absoluto, dentro del marco de más estricta legalidad…»

Coronel Artu-ro Armando

Molina

Llamar al voto a favor del ge-neral Romero y advertir del «peligro real del comunismo y

la subversión internacional»

16 de febrero de 1977, pp. 56, 5

«¿Aceptaremos la ley de la selva?»

Comité de Pa-triotas Cusca-

tlecos

Llamamiento a «resistir y com-batir al terrorismo despiadado que ha jurado asaltar el Poder

en El Salvador»

16 de febrero de 1977, p. 66

«El coronel Clara-mount en una encru-cijada de conciencia»

J. Sigfrido H. Mendoza

Incriminación al coronel Clara-mount por haberse «prestado

al juego del comunismo»

16 de febrero de 1977, p. 66

Page 95: Coronel Ernesto Claramount Rozeville

El coronel Ernesto Claramount Rozeville en el escenario político de 1977: elecciones, fraude y represión 95

«Fraude de Morales Erlich y complicidad

con la subversión»

Sin firma de autor

Incriminación al Dr. Morales de pertenencia a grupos «sub-

versivos»

16 de febrero de 1977, p. 69

«El Frente Femenino Salvadoreño con el apoyo de las asocia-ciones abajo firman-

tes»

Frente Feme-nino Salvado-

reño

Llamado a las mujeres a la unión para organizar la «defen-

sa de nuestra Patria»

18 de febrero de 1977, pp. 36 y 45

En general, los comunicados tenían como objetivo principal arremeter en contra de la UNO, o contra el coronel Claramount acusándolo de comunista y de estar al servicio de los países considerados de izquierda. En algunos de esos mensajes, en repetidas ocasiones, recurrieron a realizar un paralelismo entre el Gobierno del presidente Salvador Allende en Chile (1970-1973) y el programa de la UNO. Advertían que si Claramount ganaba la presidencia, la experiencia chilena se repetiría en El Salvador en los mismos términos. Con todo, el comunismo se convirtió en el fantasma para asustar a los electores, y para desviar los votos a favor del candidato del PCN. Incluso, de acuerdo con Keesing's Contemporary Archives, el mismo candidato de ese partido, el general Romero, utilizó como eje de propaganda electoral la elección entre «democracia o comunismo».70

Mientras los comunicados se reproducían, la UNO también hacía lo propio condenando el posible fraude electoral. La amenaza de fraude, así como el que había ocurrido en 1972, estaba a la vista de la UNO, de sus candidatos y de los que apoyaban el programa de Gobierno. Fue por eso que, ante las señales de ilegalidades y de una posible manipulación electoral, la UNO y sus candidatos se adelantaron a la denuncia pública de las intenciones del Gobierno y de sus aliados. El señalamiento lo hicieron Guillermo Manuel Ungo, el coronel Claramount, Morales Erlich, y el dirigente demócrata cristiano Rey Prendes. Para el coronel Claramount, el 20 de febrero debía marcar «una nueva ruta para la democratización del país, mediante el respeto a la voluntad popular expresada en las urnas». Según él, no se podía «pregonar que vivimos en un régimen democrático si se trata de imponer a gobernantes por medios fraudulentos y mediante represiones que están prohibidas por la Constitución Política y la Ley Electoral[…]».71 Para el candidato

70 Gordon, Crisis política y guerra en El Salvador, pág. 214.71 «Respeto a voluntad popular en urnas piden candidatos de UNO», La Prensa Gráfica, 11 de febrero de

1977, pág. 75.

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Capítulo III96

presidencial por la coalición opositora, las elecciones eran la ventana para una nueva patria, y la violencia era solo el resultado de los anhelos insatisfechos de los pueblos, pues «los regímenes totalitarios sólo conducen al caos a las fuerzas vivas de la nación».72

El 10 de febrero de 1977, Guillermo Manuel Ungo, como representante legal de la UNO, expuso ante el CCE una serie de anomalías que constituían un claro avance de fraude electoral. En el orden que presentó las irregularidades, comenzó exponiendo que 1°) las papeletas no han sido selladas por el CCE; 2°) los miembros del Ejército y los cuerpos de seguridad, aparecían en dos listas; 3°) 60,601 electores estaban en listas adicionales; 4°) algunas urnas cantonales habían sido distribuidas de forma arbitraria; y 5°) las juntas electorales estaban integradas parcialmente con

72 «Respeto a voluntad popular en urnas piden candidatos de UNO», pág. 75.

De izquierda a derecha: Rodolfo Rey Prendes, José Antonio Morales Erlich, coronel Ernesto Claramount Rozeville y Guillermo Manuel Ungo. Fotografía: «UNO acusa al CCE», publicada en La Prensa Gráfica, 9 de febrero de 1977, contratapa.

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personas del PCN. De todos esos puntos presentó pruebas. Instó al Consejo Central de Elecciones a detener esas situaciones, pues de lo contrario el fraude seguiría tomando forma.73

Al final, Ungo afirmó que todavía creían en la vía pacífica y que por eso estaban participando en el proceso electoral; también advirtió que el cierre de esa vía democrática podía ser fatal para El Salvador. Responsabilizó a los funcionarios encargados de cerrar esa puerta participativa, y recordó que la UNO había dado las mejores muestras, desde 1972, para que eso no sucediera. Las palabras de Ungo resultaron ser ciertas. Otras organizaciones ya no creían en las elecciones, y les parecía que la situación sería la misma si el coronel Claramount o el general Romero era el presidente. Para otros el camino estaba allanado, y el rumbo del país debía definirse por la vía armada. Hicieron un llamado a sus bases para «boicotear» las elecciones, para que no entorpecieran el proyecto que ellos ya se habían trazado. Valentín, un dirigente de las FPL e informante de Marta Harnecker, dice lo siguiente:

El Bloque Popular Revolucionario y cada una de sus organizaciones, lo mismo que las FPL, levantamos consignas contra las elecciones: ¡Las elecciones no son el camino! ¡No a la farsa electoral! ¡Frente a las elecciones y la represión, la lucha armada y la insurrección!74

De acuerdo con Harnecker, las organizaciones que se opusieron a las elecciones de 1977 fueron: las Fuerzas Populares de Liberación-Farabundo Martí (FPL-FM), las Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional (FARN), el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), el Frente de Acción Popular Unificada (FAPU) y el Bloque Popular Revolucionario (BPR).75 Para los del PCS, oponerse a las elecciones y pretender sabotearlas, era muestra de miopía, acriticidad y dogmatismo por parte de sus miembros:

Los grupos ultraizquierdistas han desatendido nuestros llamamientos a la unidad y dan muestras de no entender lo que está ocurriendo y lo que se

73 UNO, «Al descubierto fraude oficialista», La Prensa Gráfica, 11 de febrero de 1977, pág. 61. Otras notas o comunicados de la UNO señalando el fraude, o situaciones ilegales, son los siguientes: «Tinta para dedo de votantes puede adquirirse señala UNO», La Prensa Gráfica, 5 de febrero de 1977, pág. 51. UNO, «El fraude y el terror: únicas armas del oficialismo», La Prensa Gráfica,7 de febrero de 1977, pág. 50. «Desapareci-miento de bachiller en Aguilares denuncia la UNO», La Prensa Gráfica, 8 de febrero de 1977, pág. 25. «Por anomalías en listados acusó ayer la UNO al CCE», La Prensa Gráfica, 9 de febrero de 1977, págs. 2, 25.

74 Marta Harnecker, Con la mirada en alto: Historia de las FPL Farabundo Martí a través de sus dirigentes (El Salva-dor: UCA Editores, 1993), pág. 188.

75 Harnecker, Con la mirada en alto: Historia de las FPL Farabundo Martí a través de sus dirigentes, pág. 367.

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está jugando en el actual proceso electoral. De manera ciega y dogmática, se esfuerzan por alimentar el abstencionismo, procuran desprestigiar a la UNO, quebrantar las esperanzas que las masas ponen en su triunfo y distraerlas con acciones aventureras.76

En el medio impreso de comunicación de las FPL, El Rebelde, esa organización dijo que las elecciones eran un «esfuerzo del imperialismo, la burguesía criolla y el gobierno títere» que tenía como propósito:

a) Prolongar y profundizar el sistema de explotación capitalista dependiente; b) intensificar la guerra contra-revolucionaria para tratar de desorganizar y destruir a las organizaciones revolucionarias del pueblo y, de esa manera, detener su avance político y militar;y c) impulsar la más profunda dominación del imperialismo yanqui.77

Por eso, las FPL, promovieron algo que denominaron «boicot activo a las elecciones», que consistía en «elevar la combatividad y conciencia revolucionaria del pueblo, para que esté en capacidad de dar batallas cada vez mayores al imperialismo y a la burguesía». Sólo quedarse sin votar o impedir que se materializaran las elecciones, no abonaba al «boicot activo», por lo que para las Fuerzas Populares de Liberación, era necesario cumplir con dos tareas específicas: «a) desenmascaramiento de la maniobra de la tiranía militar fascistoide[sic], b) y hostigamiento de las clases reaccionarias; con toda intensidad, con los medios, métodos y capacidades que correspondan al nivel de su participación en la lucha popular».78

Valentín confirma lo anterior con las siguientes palabras:

Nuestro lineamiento y el de significativos sectores de masas había sido el del boicot activo a las elecciones. Nuestro plan era profundizar el proceso de la revolución en general, con una lucha de calles masiva y combativa, bajo banderas político-inmediatas contra la represión, los despidos y por las reivindicaciones.79

76 Semanario del PCS «Voz Popular», número 92. Citado por Roberto Pineda, El Salvador de 1977: eleccio-nes, represión y agotamiento de vía electoral. Disponible en ALAI, Agencia Latinoamericana de Información, http://alainet.org/active/76226&lang=es

77 «FPL-FM», La táctica revolucionaria en las presentes elecciones, El Rebelde, n.° 51, año 5 (El Salvador: Enero de 1977), 1. Esta fuente fue consultada en el archivo del Centro de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI).

78 «FPL-FM», La táctica revolucionaria en las presentes elecciones, págs. 2-4.79 Harnecker, Con la mirada en alto: Historia de las FPL Farabundo Martí a través de sus dirigentes, pág. 190.

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Para el PCS esa actitud solo equivalía apoyar, por otros medios, al general Romero, y en un intento más por hacerles un llamado a la unidad y a apoyar al coronel Claramount y al programa de Gobierno de la UNO, les dijeron:

Una vez más, nosotros llamamos a estos amigos a reflexionar y a buscar los claros e históricamente probados caminos de la unidad popular. Revolucionario no es el que se proclama tal continuamente, ni es revolucionario por el mero hecho de actuar invocando la revolución; revolucionario es el que en cada momento sabe orientarse en medio de la situación y actuar de manera de unir las fuerzas del pueblo y guiarlas a adelantar efectivamente la victoria sobre sus enemigos.80

Si bien el debate se prolongó hasta días después de las elecciones, las FPL tuvieron que reconocer y enmendar la «falta de previsión y de reflejos coyunturales, pero también de sectarismo político». Y también admitieron que el PCS, a partir de 1977, ya había entrado en una dinámica, y una «proyección integradora de lo político y lo militar cada vez más concreta», en la que las elecciones ingresaban como parte de un proceso que «venía a ser un valioso afluente para el ancho torrente político-militar de masas que estaba en apogeo y que se había convertido ya en el 76, en el fenómeno más influyente del país; pero no solo coyunturalmente, sino sistemática e integralmente[…]».81

El último mensaje de la UNO, antes de las elecciones, lo darían el martes 15 de febrero en un mitin de cierre de campaña en la plaza Libertad. Los ponentes serían el coronel Claramount, Morales Erlich, Guillermo Manuel Ungo, Mario Zamora, Dagoberto Gutiérrez y Mariano Castro Morán. También estaría en la concentración Marianela García Vides, quien había sido una colaboradora importante del coronel Claramount y del proyecto de la UNO. Asimismo, estaría presente Gloria Villafañe de Claramount, la esposa del coronel, quien había sido su apoyo durante toda la campaña. La convocatoria había sido lanzada para la tarde de ese martes. La plaza Libertad se convertiría en el lugar que días después sería el escenario de otra concentración para denunciar el fraude electoral, así como había ocurrido en 1972.

80 «Voz Popular», enero de 1977. Citado por Roberto Pineda, El Salvador de 1977: elecciones, represión y ago-tamiento de vía electoral.

81 Harnecker, Con la mirada en alto: Historia de las FPL Farabundo Martí a través de sus dirigentes, págs. 187-188.

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2.2. Las elecciones, el fraude y la represión del 28 de febrero

Las imágenes que se presentaron del domingo 20 de febrero de 1977, en los centros de votación, eran impactantes. Las calles lucían desbordantes de vehículos, el transporte público fue escaso, y muchos pick-ups trasladaban a los votantes a los cen-tros de votación. A las instalaciones de la Feria Internacional, uno de los centros elec-torales más grandes de San Salvador, se presentaron una gran cantidad de personas.

A la Feria Internacional asistió el coronel Claramount y el Dr. Morales Erlich. El candidato presidencial por la UNO llegó a depositar su voto a las 10:30 de la maña-na a la urna número 387. Después de votar, y en vista de la gran cantidad de personas que lo acompañaban dijo: «Estamos seguros del triunfo, porque el 80 por ciento de

Convocatoria a mitin de cierre de campaña. Fotografía publicada en La Prensa Gráfica, 15 de febrero de 1977, pág. 63.

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los salvadoreños nos apoyan. Aquí se puede comprobar la euforia del pueblo, apoyan-do a los candidatos de la UNO».82

Morales Erlich advirtió que en el país ya estaba ocurriendo lo que se espera-ba: «el fraude y la represión».83 Agregó que tenían informes de personas de la UNO capturadas y golpeadas, y que algunas urnas estaban llenas desde antes que iniciara la votación. Para los candidatos por el PCN las acusaciones de Morales, y de las que también hiciera Claramount, eran falsas, pues los de la oposición siempre estaban «inventando acusaciones».84

José Vicente Vilanova, presidente del CCE, manifestó que él había pedido que la seguridad pública estuviera vigilante del desarrollo electoral. Pero también 82 «Hablan Claramount y Romero sobre comicios», La Prensa Gráfica, 21 de febrero de 1977, pág. 3. 83 «Hablan Claramount y Romero sobre comicios», págs. 3, 86.84 «Hablan Claramount y Romero sobre comicios», pág. 86.

Los candidatos de la UNO son ovacionados al llegar a votar, en el interior del Pabellón Internacional n.° 1 de la Feria Internacional. San Salvador, 20 de febrero de 1977. Fotografía: Centro de Informa-ción, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI), archivo «Partidos políticos-Unión Nacional Opositora (UNO)».

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recordaba que, en virtud de lo que establecía la ley, las reuniones de carácter político estaban prohibidas, y rechazó los señalamientos de la UNO sobre un posible fraude. Vilanova se comprometió a un proceso electoral limpio.85

El 21 de febrero, en una sede del PDC de San Salvador, la UNO daba una conferencia de prensa sobre las elecciones. Uno de los conferencistas admitía que los salvadoreños habían salido a votar, pues habían creído en la vía electoral como cami-no para la democratización del país y para el cambio de gobernantes. Pero denunció un «asalto vulgar a las urnas» para arrebatarle la victoria a la UNO.86

En la conferencia de prensa se dijo que las anomalías en las elecciones ha-bían comenzado desde antes del 20 de febrero. Entre estas se mencionó que hubo reorganizaciones en las mesas de votación, y que se habían sustituido a personas de la UNO por miembros del Gobierno, del PCN, o del grupo paramilitar Organización Democrática Nacionalista (ORDEN), incluso pasando por encima de la autoridad del CCE. Se advirtió que el CCE junto con las Juntas Electorales Departamentales, eran cómplices de este tipo de acciones, pues no se habían pronunciado ante las protestas de la UNO. En la conferencia de prensa del 21 de febrero también se señaló que en di-ferentes municipios las urnas estaban llenas con votos a favor del PCN antes de iniciar la votación, y se denunciaron casos concretos de agresiones a simpatizantes de la UNO. Entre estos se habló de lo acontecido al coronel Mariano Munguía Pa-yés quien, junto con su hijo, se dirigió en horas de la mañana a Jiquilisco, Usulután, a constatar que en un centro de votación las urnas ya estaban llenas de votos. Y que ante el reclamo de Munguía Payés, miembros de ORDEN, de la Guardia Nacional y del PCN habían desenfundado sus pistolas y machetes, para luego conducirlos a la comandancia de la Guardia Nacional. El coronel Óscar Rank Altamirano también expuso un caso de acoso de parte de las autoridades. Él publicó una carta dirigida al comandante general de la Fuerza Armada, al ministro de Defensa, y a sus compañeros de armas, en la que revelaba su descontento hacia el proceder de algunas autoridades. En esta misiva Rank Altamira-no expuso que, en la carretera del departamento de San Miguel, un grupo de agentes de la Policía Nacional le manifestaron que «tenían órdenes superiores» de detenerlo y dirigirlo hacia la ciudad de San Miguel. Ante eso, el coronel Rank, se negó a obedecer la indicación de la policía, pues les manifestó que él no había cometido delito y que no

85 «Vigilarán elecciones Cuerpos de Seguridad», La Prensa Gráfica, 20 de febrero de 1977, págs. 3, 20. 86 «Conferencia de prensa dictada por la Unión Nacional Opositora (UNO), en el local del Partido Demó-

crata Cristiano (PDC), el 21 de febrero de 1977, después que le fuera arrebatada la victoria electoral al candidato de la UNO, Coronel Ernesto Claramount», AMpro radioMontreal, audio disponible desde inter-net en: https://www.youtube.com/watch?v=j4a72AzOtFA

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El coronel Claramount deposita su voto y luego da declaraciones a la prensa. Fotografía publicada en La Prensa Gráfica, 21 de febrero de 1977, pág. 42 y contratapa.

estaba presente ningún jefe de su rango. Añadió que eso le había sucedido luego de que regresaba de constatar que en diferentes municipios del departamento de Morazán no había representantes de los partidos que apoyaban al coronel Claramount. Entre otros aspectos, dijo:

Doy fe por mi honor de militar, que en ninguna de las mesas electorales que yo pude observar en diferentes Municipios de dicho Departamento, no había representantes del grupo de partidos que apoyan al Cnel. Claramount, debido a que las credenciales presentadas por ellos a los organismos electorales correspondientes no fueron autorizadas ni visadas por dichos organismos.87

Justamente lo que denunció Rank sobre la no presencia de vigilantes de la UNO, fue otro de los casos señalados en la conferencia de prensa del día después

87 Coronel Óscar Rank Altamirano, «Carta abierta al señor comandante general de la Fuerza Armada, al ministro de la defensa nacional, y a mis compañeros de armas», La Prensa Gráfica, 22 de febrero de 1977, pág. 36.

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de las elecciones. En algunos municipios la votación se había iniciado sin vigilancia de la UNO, o no se había permitido acreditar a sus vigilantes bajo varios pretextos. Se denunció también la expulsión de los vigilantes en algunos municipios, mismos en los que no se habían firmado las actas, y cuyas urnas habían pasado a control de elementos del Gobierno. Además de lo anterior se denunció a un grupo de personas ligadas al PCN, ORDEN, y a varios funcionarios públicos, que estuvieron involucrados en un sistema de radiocomunicación en el que se evidenciaba con claridad cómo se había desarrollado parte del fraude. En el informe de la Organización de los Estados Americanos, sobre la situación de los Derechos Humanos en El Salvador en 1977, se transcribió la denuncia realizada por la UNO, en la que afirmaban que habían logrado interceptar las comunicaciones provenientes de una oficina de la Administración Nacional de Acueductos y Alcantarillados (ANDA) desde donde se daban las indicaciones para cometer el fraude. La declaración comenzaba así:

El objeto de esta presentación es explicar, brevemente cómo el partido oficial (PCN) corrompió las elecciones y sus resultados con la colaboración directa de las autoridades militares del Gobierno, alcaldes de las ciudades, “coman-dantes” de las demarcaciones, guardias nacionales, fuerzas policiales, funcio-narios gubernamentales de la Autoridad Nacional del Agua (ANDA) y repre-sentantes del Consejo Central de Elecciones (CCE). Previo a las elecciones, se estableció un sistema de radiocomunicación en clave por parte del PCN y el Gobierno, haciendo uso del personal de ORDEN, una fuerza paramilitar organizada por el Ministro de Defensa como instrumento represivo en las áreas rurales. El equipo de radio es propiedad de ANDA, la entidad autónoma de abastecimiento de agua cuyo Presidente y otros funciona-rios claves operaban con ORDEN desde puestos de mando (3 focos centrales de instrucción).

Este sistema de radiocomunicación fue utilizado por el PCN y el Gobierno militar el día de las elecciones, para impartir todo tipo de instrucciones a los centros de votación establecidos en las 19 divisiones municipales de San Salvador, el Departamento donde está ubicada la ciudad capital.88

88 «Capítulo IX, Derecho de sufragio y participación en el Gobierno», Informe sobre la situación de los De-rechos Humanos en El Salvador, Organización de los Estados Americanos (OEA), Ser. L, V II, 46, doc.23, 17 noviembre 1978, párrafo 51.

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Luego, se relataban las claves y códigos de las comunicaciones:

La[...] clave usada asignaba un número a las municipalidades: M.1 a M-19. A los puestos centrales de mando establecidos en la Casa Presidencial ANDA y la sede central del PCN se les asignó las palabras claves: Ángel 1, Ángel 2 y Ángel 3. Estos tres puestos también usaban comunicaciones telefónicas de números registrados a sus respectivos nombres oficiales. Las palabras claves usadas según el código, para recibir información y emitir instrucciones a fin de alterar los niveles de votación en las urnas de boletas en las mesas de votación, durante e inmediatamente después del término de las elecciones, fueron las siguientes:

“Tanques” quería decir urnas de boletas. “Tamales” quería decir boletas fraudulentas. “Nivel” quería decir número de votos recibidos. “Pinto” quería decir vehículo de transporte. “Café” quería decir votos a favor de la oposición. “Azúcar” quería decir votos a favor del PCN. “Estaciones gasolineras” quería decir mesas de votación donde no

estaban presentes los inspectores de los partidos de oposición. “Pajarillos” quería decir inspectores de la oposición.“Dar lecciones” quería decir usar la fuerza contra los representantes,inspectores y votantes de la oposición.89

Después, relataban el objetivo de esas maniobras:

Mediante este sistema de radio en clave, los puestos de mando pudieron re-cibir, desde las 10:00 p.m. del 20 de febrero de 1977, detallados informes del progreso, emitidos por los agentes del PCN en los lugares de votación, con resultados parciales de “sus” escrutinios. El acceso a esta información duran-te los primeros momentos, les permitió concentrar sus acciones en algunos lugares, a fin de alterar lo que podría haber sido un resultado democrático.90

89 «Capítulo IX, Derecho de sufragio y participación en el Gobierno», párrafo 51.90 «Capítulo IX, Derecho de sufragio y participación en el Gobierno». párrafo 51.

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Convocatoria a mitin para denunciar el fraude en la plaza Libertad. Fotografía publicada en La Prensa Gráfica, 21 de febrero de 1977, pág. 32.

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El coronel Ernesto Claramount junto con su esposa, Gloria Villafañe de Claramount, al pie del monumento de la plaza Libertad, en la manifestación en contra del fraude electoral. Fotografía: Centro de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI), archivo «Partidos políticos-Unión Nacional Opositora (UNO)».

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Capítulo III108

El 23 de febrero la UNO publicó la transcripción completa de las comunica-ciones. En un momento se les habla a todos los «emes» para que rellenen los «tanques»:

- A todos los «M» que están en el aire… A todos los «M» que están en el aire, para lograr tener un buen abastecimiento, hay que hacer rebosar los tanques. Contesten de afirmativo, cambio.

- M 17 llamando a Ángel 1. Cambio.

- Adelante.

- La hora de rebosar los tanques, cambio.

- Libre criterio de ustedes. Libre criterio. Siempre dentro de los términos convenientes y de los términos de seguridad.91

Para hacer públicas todas estas denuncias la UNO convocó desde el 21 de febrero a concentraciones en la plaza Libertad. Cumpliendo el compromiso que había adquirido con la población desde la campaña, el coronel Claramount decidió quedarse en la Plaza hasta que anularan las elecciones y se convocara a unas nuevas, o se respe-tara el verdadero resultado electoral que le había dado la victoria a la UNO.

Durante siete días el coronel Claramount, junto con sus simpatizantes, per-maneció en la plaza Libertad en actitud de protesta ante el fraude. Según Jorge Pinto, el coronel había lanzado una campaña en la que «prometía que si le llegaban a arre-batar el triunfo “nos damos en la madre”, quedando plenamente comprobado que el entusiasmo de las masas, demostrado a favor de Duarte, se duplicaba a favor de Claramount».92

Rafael Guido Véjar afirma que desde el 21 de febrero se encontraban unos 50,000 simpatizantes en el centro de San Salvador apoyando al coronel Claramount.93 Debido a las evidencias del fraude, y al gran descontento de la población manifestado en la plaza Libertad, este incluso había resonado en otros países como Nicaragua. En el periódico La Prensa de Managua, se dijo que El Salvador se encontraba en «pie de guerra» ante un fraude en el que «hordas gobiernistas fueron las electoras». Colocaron

91 UNO, «La UNO demuestra al pueblo el escandaloso fraude», La Prensa Gráfica, 23 de febrero de 1977, pág. 29.

92 Jorge Pinto, El grito del más pequeño (México: Impresos continentales, s. f.), pág. 218. 93 Rafael Guidos Véjar, «La crisis política en El Salvador (1976-1979)», Estudios Centroamericanos (ECA), 19

(El Salvador: UCA Editores, julio-agosto de 1979), pág. 515.

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imágenes en las que indicaban que miembros del PCN, en Suchitoto, departamento de Cuscatlán, tomaban las urnas de votación y comenzaban a manipular los votos sin que hubiera vigilancia de la UNO, pues ésta había sido expulsada del lugar de votaciones por miembros de ORDEN.94

Desde el 20 de febrero el Ministerio de Defensa y Seguridad Pública había advertido que sancionaría a quienes alteraran el orden público. En un comunicado se expresó que había «grupos de elementos interesados en perturbar el orden público y alterar la paz que se mantiene en la República». Y que en virtud de ello se verían en la obligación de tomar «las acciones necesarias, en cumplimiento de los preceptos constitucionales y de las medidas emanadas de las autoridades competentes, para controlar a los perturbadores del orden público y ponerlos a disposición de las autoridades respectivas[…]».95

Conforme los días pasaban habían más denuncias de fraude por parte de la UNO, y seguían llamando a sus simpatizantes a que se concentraran en la plaza Libertad. El 24 de febrero en la noche, el CCE confirmó lo que ya se había previsto: el general Carlos Humberto Romero fue proclamado presidente. De acuerdo con los datos oficiales Romero había ganado la elección por un total de 812,281 votos, por encima de 394,661 que le otorgaron al coronel Claramount. De los catorce departamentos de El Salvador, de acuerdo con los datos del CCE, la UNO únicamente había obtenido el triunfo en el departamento de San Salvador en el que el PCN había obtenido 162,133 votos y la UNO 164,549. En los demás departamentos, los números fueron presentados con grandes diferencias entre los candidatos.

La UNO había sacado sus propios resultados a partir de las actas de los centros de votación en los que sí habían dejado permanecer a sus vigilantes, siendo estas alrededor de 920, de un total de 3,540 Juntas Receptoras de Votos.96 De estas actas, la Unión Opositora arrojó los siguientes datos:

94 La Prensa, Managua, Nicaragua, 21 de febrero de 1977.95 «Defensa advierte sanciones a quienes perturben el orden», La Prensa Gráfica, 21 de febrero de 1977,

pág. 80.96 «Capítulo IX, Derecho de sufragio y participación en el Gobierno», párrafo 52.

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Capítulo III110

Departamento Municipio Urnas UNO PCN

San Salvador

San Salvador 397 86, 577 54, 268Guazapa 5 824 665Mejicanos 73 17,854 7,423

Nejapa 16 2,318 1,863San Marcos 31 6,540 3,310

Santo Tomás 10 1,622 1,508Santa Ana Chalchuapa 35 6,051 3,876San Miguel San Miguel 69 8,274 7,030

La LibertadSanta Tecla 58 9,898 1,983Ciudad Arce 18 1,791 1,455

Quezaltepeque 29 4,320 2,457Usulután Usulután 41 5,794 3,089

Ahuachapán San Francisco Menéndez 17 1,929 1,332

La Paz

Zacatecoluca 47 7,420 5,496San Pedro Masahuat 8 1,069 941San Rafael Obrajuelo 4 739 627

Tapalhuaca 5 688 601Morazán Cacaopera 3 276 171

San VicenteSan Vicente 22 2,949 2,883

Tecoluca 13 1,726 1,624Cabañas Sensuntepeque 21 1,979 1,796

Totales 922 170,638 104,398

Tabla 1Cómputo nacional con actas a través de vigilantes

Fuente: elaboración propia, en base a cuadro de datos de las votaciones proporcionados por la UNO. Centro de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI), archivo «Partidos políticos-Unión Nacional Opositora (UNO)».

Ante todas las evidencias, el 25 de febrero la UNO presentó un recurso de nulidad de las elecciones al CCE. En representación de la UNO, entregaron el documento Guillermo Manuel Ungo y Melvy Rigoberto Orellana. Junto con la petición de nulidad, entregaron las pruebas del fraude que ellos alegaban. La fundamentación legal la hicieron en base a lo que establecía el artículo 150, causal quinta, de Ley Electoral, en el que decía que se declararía nula una elección, «cuando por fraude, coacción o violencia de las autoridades, de los miembros de los organismos electorales,

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de los partidos políticos contendientes o de los representantes de estos, se hubiere hecho variar el resultado de la elección».97 Las circunstancias específicas por las que demandaban la nulidad de las elecciones fueron:

1° Existencia de papeletas de votación que no tienen validez.2° Elaboración de nóminas de electores que alteran el número real de votantes.3° Integración de los organismos electorales con mayoría o en forma total de personas que aparecen en las ternas propuestas por el PCN.4° Elecciones sin vigilancia de la UNO.5° Masivo relleno de urnas en todo el país.6° Voto no secreto.98

Para el coronel Armando Molina «el minuto de discusión política había concluido», y era momento de aceptar la voluntad soberana de las mayorías. Por tanto, indicó a quienes no querían aceptar lo anterior, que el Gobierno contaba con «los instrumentos legales para hacer frente a la violencia, al desorden y a la difusión de doctrinas anárquicas contrarias a la democracia»; y a «las mayorías que han demostrado su deseo de vivir en paz y al amparo de la Ley» les garantizaba que se cumpliría estrictamente la Constitución y las leyes.99

Y así fue. La noche del 27 de febrero, en espera de los cuerpos de seguridad, algunas personas levantaron barricadas en los accesos a la plaza Libertad donde se habían mantenido desde el 21 de febrero junto al coronel Claramount. En las primeras horas del 28 de febrero, «la plaza fue rodeada por las fuerzas de seguridad y poco tiempo después que se conminó a todos a retirarse, las tropas abrieron fuego sobre los que todavía quedaban en el lugar».100 El coronel Claramount llamaba a la calma a los manifestantes y algunos pudieron entrar a la iglesia El Rosario, a un costado de la Plaza, luego de que unos sacerdotes cercanos a él le permitieron abrir las puertas de la iglesia para refugiar a la multitud. Se especula que pudieron entrar alrededor de mil o dos mil personas, a las que luego les lanzaron bombas lacrimógenas.101

97 «Uno presentó ayer a CCE recurso de nulidad elecciones», La Prensa Gráfica, 26 de febrero de 1977,págs. 5, 48.

98 UNO, «UNO demanda nulidad de elecciones», La Prensa Gráfica, 26 de febrero de 1977, pág. 25. El 2 de marzo de 1977 el CCE declararía sin lugar el recurso de nulidad presentada por la UNO y anunciaría la preparación de las credenciales para los declarados ganadores de las elecciones. «CCE decretó ayer sin lugar recurso de nulidad de UNO», La Prensa Gráfica, 3 de marzo de 1977, pág. 3.

99 Coronel Arturo Armando Molina, «Mensaje del señor presidente de la República coronel Arturo Arman-do Molina al pueblo salvadoreño», La Prensa Gráfica, 26 de febrero de 1977, pág. 29.

100 «Capítulo II. Derecho a la vida», Informe sobre la situación de los Derechos Humanos en El Salvador, Organización de los Estados Americanos (OEA), Ser. L, V II, 46, doc.23, 17 noviembre 1978, párrafo 17.

101 «Capítulo II. Derecho a la vida».

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Capítulo III112

Según Ernesto Claramount Villafañe y Alex Claramount Villafañe, el padre Alejandro Peinador (quien era el superior de los dominicos y responsable de la iglesia El Rosario) le entregó las llaves de las puertas del templo al coronel Claramount para que, en caso de que hubiera necesidad, resguardara a los manifestantes dentro de ella. Ellos también sostienen que el padre Peinador compartía lazos muy estrechos de amistad con el coronel Claramount y con su esposa, lo que había conducido a que el prelado depositara la confianza en el coronel y les permitiera el acceso a sus simpatizantes al interior de la iglesia.102

La iglesia El Rosario, en San Salvador, se convertiría en el escenario desde donde el coronel Claramount se dirigiría a sus simpatizantes. En ese momento, los oficiales de la Fuerza Armada que se habían dirigido al lugar le informaron que se encontraba de «alta» y que por tanto tenía tres alternativas: ser detenido y llevado a una prisión militar, ser arrestado y llevado a su vivienda, donde guardaría prisión, o el exilio al país que él decidiera. Pero antes tenía que firmales un documento en el que se proclamaría al general Romero como legítimo presidente; declararía que las elecciones habían sido correctas y no había ningún fraude.

Querían que firmara ese documento a punta de pistola. Se lo presentaron en tres oportunidades: la primera, en la plaza Libertad, cuando se encerró en la sacristía de la Iglesia con los militares que habían desalojado la Plaza. Le dijeron que si no firmaba el documento matarían a sus correligionarios que se encontraran dentro de la Iglesia. La segunda, cuando lo llevaron a una casa particular a prepararse, porque lo iban a sacar del país. Pero antes tenía que firmar el documento; si no lo hacía amenazaron con matar a toda su familia.

La tercera, al optar por la última alternativa. De acuerdo con algunas fuentes, el coronel Claramount fue retirado a una pista clandestina, en la que lo subieron a un avión e insistieron en que firmara el documento. El coronel Ernesto Claramount preguntó al piloto qué destino llevaba. Al no tener claridad del lugar al que lo dirigía, optó por encañonarlo con un revólver calibre 38 que siempre escondía para su seguridad personal. El piloto terminó obedeciendo al coronel, después de que el ya exiliado le había hecho una advertencia: «Hacia Costa Rica o nos morimos todos en este momento». Unos días antes de que esto sucediera, el coronel Claramount había manifestado su fe por la Fuerza Armada y su firme creencia de que esta no traicionaría la voluntad popular:

102 Esta versión fue proporcionada por los señores Ernesto Claramount Villafañe y Alex Claramount Villafa-ñe, en San Salvador, los días 3 y 21 de noviembre respectivamente.

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El coronel Ernesto Claramount Rozeville en el escenario político de 1977: elecciones, fraude y represión 113

Ha estado dando vueltas en mi mente una pregunta incisiva que me han esta-do haciendo, esta pregunta es con respecto a la Fuerza Armada, y yo he estado respondiendo y sigo respondiendo: tengo fe en la Fuerza Armada y tengo fe que no va a traicionar a su pueblo […]. Al referirme a la Fuerza Armada, me refiero a la mayoría de la Fuerza Armada, les digo sigo teniendo fe, y sigo cre-yendo que la Fuerza Armada no va a traicionar a su pueblo.103

El 28 de febrero y desde antes de las elecciones, la Fuerza Armada junto con los grupos económicos dominantes habían establecido una alianza que se podía en-tender como un protection racket state.104 Es decir, como lo analiza Paul Almeida, como un engaño a las fuerzas opositoras, lo que ayudó a conservar el resquebrajamiento político y social, y la abierta represión a partir de la necesidad de mantener incólume el orden instituido: «la institución militar cumplió el rol de reprimir a los grupos con-testatarios políticos, tanto a los reales como a los que se percibían como tales y que estaban en contra del régimen y en contra de los intereses de los terratenientes».105

De la represión ocurrida el 28 de febrero se informó que muchas personas habían muerto. Unas fuentes dijeron que fueron alrededor de cien muertos.106 Para otros, ese día mataron entre 50 y 100 personas,107 e incluso se dijo que las cifras os-cilaban entre 100 y 300.108 Pero las autoridades admitieron, ante una Comisión de la OEA, que esa noche había muerto una persona, y negaron que las tropas hubiesen disparado sobre la multitud. Además, admitieron que esa muerte había sido provoca-da porque las «víctimas (intentaron) arrebatar las armas a miembros de los cuerpos de seguridad». Las autoridades salvadoreñas ante la OEA añadieron que esas denuncias habían sido considerablemente «exageradas».109

El coronel Molina dijo «que durante el operativo de desalojo de la plaza Li-bertad, no hubo muertos y tampoco heridos de bala».110 Y aprovechó para respon-sabilizar al Partido Comunista Salvadoreño «por los disturbios ocurridos durante los

103 «No. 6 El Salvador Fraude 1977 Ernesto Claramount. PCN comunicaciones militares», AMpro radioMon-treal, audio disponible desde internet en: https://www.youtube.com/ watch?v=KpKFlMV6MgE

104 William Stanley, The Protection Racket State: Élite Politics, Military Extortion, and Civil War in El Salvador (Phila-delphia: Temple University Press, 1996).

105 Almeida, Olas de movilización popular: movimientos sociales en El Salvador, 1925-2010, pág. 244.106 «Capítulo II. Derecho a la vida», párrafo 17.107 José Napoleón Duarte, Duarte: Mi Historia (Nueva York: G.P. Putnam´s Sons, 1986), pág. 73.108 Latin American Bureau, Violence and Fraud in El Salvador: A Report on Current Political Events in El Salvador

(Londres: Latin American Bureau, 1977), pág. 31.109 «Capítulo II. Derecho a la vida», párrafo 19.110 «Cifra oficial de muertos da a conocer Pdte. Molina», La Prensa Gráfica, 2 de marzo de 1977, pág. 2.

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Capítulo III114

últimos días». En virtud de ello, Molina consideró necesario decretar el Estado de Sitio, para suspender garantías constitucionales y prohibir especialmente «la propa-ganda de doctrinas anárquicas o contrarias a la democracia».111

Pero para diversas fuentes, lo acontecido en la plaza Libertad la madruga-da del 28 de febrero, había ocurrido de otra manera. Una periodista extranjera que observó lo sucedido relató lo siguiente:

Se me mantuvo fuera de la plaza, de modo que únicamente pude escuchar los gritos y el tiroteo. Después, cuando había terminado, entré y encontré la plaza literalmente cubierta de sangre, aunque los cadáveres habían sido removidos. Pero tal vez lo más horrible fue cuando regresé de nuevo una hora después, para encontrar que habían lavado completamente la plaza con mangueras, y había una desagradable sensación de frialdad, como si nada en absoluto hu-biera pasado.112

La descripción de la periodista coincidía con las de otros testimonios.113 Uno de esos dice del siguiente modo:

A la una en punto de la madrugada del 28 vi aparecer las tanquetas por la calle del cine Izalco y allí en la esquina se estacionaron. En cuanto la gente se dio cuenta empezó a reagruparse hacia el centro.Claramount empezó (a) hablar para mantener la calma a la gente.Los militares se colocaron hacia el lado del cine Libertad y con un megáfono dijeron que daban 10 minutos para desalojar la plaza y leyeron una lista de militares. Claramount, Munguía Payés, Castro Morán y otros que causaban alta y que debían presentarse a las 9 en no sé qué sitio.Claramount habló a la gente que mantuviera su calma y además pidió de nuevo que repitiera el oficial su mensaje ya que no se había entendido bien.

111 La decisión y su publicación ocurrieron el 28 de febrero de 1977. El 24 de marzo se prorrogó por 30 días más, y así se siguió prorrogando por todo el periodo de Gobierno que le restaba a Molina. En la revista ECA se dijo: «Desde 1944 el país no había pasado por tanto tiempo en esa situación, que el mismo gobier-no considera incapaz de manejar si no es mediante el uso de mecanismos de emergencia, que se deben emplear excepcionalmente». Ernesto Cruz Alfaro, «Leyendo el Diario Oficial», Estudios Centroamericanos (ECA) 344, año XXXII, junio de 1977, pág. 414.

112 Georgie Anne Geyer, «From Here to Eternity», Washington Post, 10 de septiembre de 1978.En Robert Armstrong and Janet S. Rubin, El Salvador (El rostro de la revolución) (El Salvador: UCA Editores, 1998), págs. 89-90.

113 Muchos de esos testimonios están resguardados en el archivo histórico sobre la guerra civil salvadoreña que posee el Centro de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI).

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Aseo y vigilancia en la plaza Libertad. Fotografía: La Prensa Gráfica, 2 de marzo de 1977, contratapa.

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Capítulo III116

El coronel Claramount, con un megáfono, se dirige a sus simpatizantes. Fotografía: La Prensa Gráfica, 2 de marzo de 1977, pág. 20.

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Mientras las personas empezaron a entrar en la oscuridad de la iglesia El Ro-sario. Mientras todos los dirigentes que había de la UNO nos agrupamos encima del monumento.Para ese momento como la 1 y cuarto ya habían entrado efectivos militares en toda la plaza. Tanquetas en las cuatro esquinas y además como 50 policías por cada lado vestidos de antimotines, unos por la parte de Sagrera (portal Sagrera a un costado de la plaza) y otros por el cine Libertad. Es decir que habían cerrado el paso, aquello no era un desalojo, era una encerrona. Enfrente de la iglesia, en los porches, había soldados.La gente se metía a la iglesia lo más rápido que podía. Mientras Claramount repetía que era una manifestación pacífica que no había armas, que el Ejército no disparara que allí había niños, y mujeres etc.En la iglesia nos logramos meter como unas dos mil personas. Mientras hablaba Claramount nada más aparecer los tanques por la calle del Izalco

El coronel Claramount, sus familiares y miembros de la UNO se cubren la nariz para protegerse de los gases lacrimógenos lanzados al interior de la iglesia El Rosario. Fotografía: La Prensa Gráfica, 2 de marzo de 1977, pág. 20.

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Capítulo III118

oímos unas descargas de ametralladora y más tarde vimos entrar algunos jóvenes con personas heridas.Cuando entraba el pick-up de la UNO al atrio de la iglesia los faros iluminaron que gente se estaba metiendo dentro y eso hizo que los militares dispararan gases. En la iglesia, la situación se volvió insostenible la gente gritaba, lloraba, cundía el pánico. Los hijos de Claramount y Munguía Payés mojaron en agua bicarbonatada pañuelos para evitar el efecto de los gases, pero la inmensa mayoría estaba muy mal. Había gente asfixiándose por el suelo, algunos no resistieron y salieron fuera, en el atrio eran agarrados y se los llevaban rumbo hacia el lado del cine Libertad.Mientras Rubén se subió al altar y con un megáfono portátil le decía a la gente que se subiera hasta el final del templo, mientras otros rompían cristales para que entrara el aire, esta situación duró como una media hora a lo máximo.

Ayudan a niño a introducirse a la iglesia El Rosario. Fotografía: La Prensa Gráfica, 2 de marzo de 1977, pág. 20.

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Mucha gente se subió por la parte de afuera de la Iglesia y en el campanario, otros saltaban la cerca de hierro como podían.Rubén seguía pidiendo auxilio a los padres que estaban en el edificio contiguo. Al final se despertó uno que llamó a los demás y al ver la situación se pusieron sus sotanas blancas y se fueron enfrente al atrio donde estaban los militares, algunos subidos en la cúpula del templo.En este momento uno se acercó, un militar y llamó a Marianela. Y le volvió a decir que nos daban 10 minutos para desalojar el templo.Nos juntamos la dirigencia y dialogamos. Pedimos la intervención de la Embajada Norteamericana. Nos la denegaron, tengo la impresión que no dejaron entrar al embajador norteamericano ni al agregado militar Rodríguez. Entre nosotros había algún periodista gringo que tomó fotografías de todo, de los niños casi asfixiándose, de la gente, de las tanquetas y que lo ocuparon por encima del grupo para que sacara fotos.Pedimos la intervención de la Cruz Roja y nos la concedieron. Deliberamos las condiciones que fueron cinco estando representantes de toda la coalición.Algunas de estas condiciones se respetaron otras no.[…]Yo personalmente vi 4 heridos de bala. Un hombre que estaba ametrallado en el estómago y que estaba muy mal. Otro en un banco un joven que estaba sin hablar. Una mujer que tenía una bala en una pierna y otro más. Luego había algunos que estaban luxados con los pies chorreando sangre, por lo que yo me di cuenta la Cruz Roja sacó como unos ocho en camilla.[…]Qué pasó con las 3,000 o 4,000 personas que no lograron entrar en la iglesia, no sé qué les pasaría. Un motorista de la Cruz Roja nos comentaba mientras nos llevaban, que a esas personas a unos los dejaron ir por el puente La Vega, que a otros los esperaban en la terminal de oriente policías de hacienda que los golpeaban con corvos planos, a otros les dispararon. Eso es lo que me comentó un motorista de la Cruz Roja».114

El primero de marzo de 1977, la UNO hizo público un comunicado con el que posiblemente cerraban su creencia por la vía electoral y afirmaban su impulso por «combatir para liberarse de esta sanguinaria opresión». Llamaron a los salvadoreños a «no desmayar, a unir más ampliamente todas sus fuerzas, a organizarse más y a

114 Testimonio obtenido en el CIDAI. Archivo «Partidos políticos-Unión Nacional Opositora (UNO)».

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Capítulo III120

proseguir la lucha con firmeza, porque la lucha popular es la clave de la victoria, es el motor de la historia que estamos forjando».115

Las palabras que el coronel Claramount dijo en su discurso inicial, como candidato por la UNO, resonaban fuerte mientras todo esto se desarrollaba: «Conciudadanos todos: la suerte está echada». Esa frase cobraba plena vigencia hacia finales de febrero de 1977. Para él, su familia, y para algunos dirigentes de la coalición opositora el exilio los esperaba. Para miles de salvadoreños y salvadoreñas, que vieron frustrada la posibilidad de cambiar el escenario político por la vía electoral, el futuro estaba escrito en una guerra civil que no tenía marcha atrás.

115 San Salvador, primero de marzo de 1977. UNO. En Centro de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI). Archivo «Partidos políticos-Unión Nacional Opositora (UNO).

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Momento en que el coronel Claramount se despide de un amigo antes de salir al exilio. Fotografía: La Prensa Gráfica, 2 de marzo de 1977, pág. 20.

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Coronel Ernesto Claramount Rozeville, campeón de salto individual en competencia internacional realizada en Ciudad de Guatemala del 10 al 18 de agosto de 1959.

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Capítulo IV«Ante todo mi palabra y honor de militar»: el coronel Claramount Rozeville en unos años difíciles

1. Un bombazo al amanecer

En los meses subsiguientes al asesinato de Monseñor Romero, el 24 de marzo de 1980, la vorágine de hostilidades elevó considerablemente su espiral en el país. Una serie de atentados dinamiteros contra bancos, comercios, casas familiares de profesionales y personeros militares fueron sucediéndose vertiginosamente. Se multi-plicó también el número de personas asesinadas sin motivo aparente, muchas de estas personas fueron rematadas mientras recibían atención médica en hospitales. Diaria-mente, aparecían en la vía pública decenas de cadáveres sin identificación inmediata. Basta echar un vistazo a los periódicos de la época, para caer en la cuenta del rumbo que había tomado el país en aquel entonces.

En el mes de mayo de ese año, el enfrentamiento mostró dos hitos importan-tes. El primero fue la captura del mayor Roberto d'Aubuisson el miércoles 7 de ese mes. D'Aubuisson fue apresado junto con 23 personas que se encontraban con él en una propiedad en Santa Tecla. La acusación señalaba que el mayor estaba fraguando un golpe de Estado contra la Junta de Gobierno. El juez militar instructor, mayor Miguel Ángel Méndez, excarceló posteriormente a todos los apresados, aduciendo que «la libertad procedía legalmente porque había vencido el término de inquirir de 72 horas que da la ley y que en vista de no haber encontrado mérito para la detención decidió ponerlos en libertad».1

Menos de una semana después de este suceso, ocurrió un tiroteo al filo de la medianoche del sábado 17 en la casa del general José Alberto Medrano. Pocas horas después, ya avanzada la madrugada del domingo 18, el coronel Ernesto Claramount

1 «Mayor d'Aubuisson y 23 personas más en libertad», El Diario de Hoy, 14 de mayo de 1980, pág. 34.

Guillermo Cuéllar-Barandiarán

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Capítulo IV124

El líder militar de la Primera Junta se pronuncia de manera vehemente ante la escalada de enfrenta-mientos que sobreviene en el país luego del asesinato de monseñor Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador. Fotografía publicada en Diario Latino, 6 de junio 1980, primera plana.

sufrió un atentado cuando «un grupo de desconocidos hizo estallar varias bombas en su residencia, ubicada en la calle Victoria, n.° 132, de la urbanización Palomo, a inmediaciones de la embajada americana».2

Ernesto Antonio Claramount Villafañe recuerda muy bien aquella infausta madrugada:

2 «Medrano y Claramount, víctimas de atentados», El Diario de Hoy, 19 de mayo de 1980, págs. 9, 34.

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«Ante todo mi palabra y honor de militar»: el coronel Claramount Rozeville en unos años difíciles 125

El comunicado de la Junta Revolucionaria de Gobierno refleja la magnitud que la confrontación había alcanzado en el país luego del asesinato de monseñor Óscar Arnulfo Romero. Fotografía publicada en Diario Latino, 20 de junio 1980, pág. 17.

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Capítulo IV126

La bomba estalló en la madrugada. En la casa estábamos mi papá, mi mamá, dos empleadas, dos de seguridad y tres de nosotros. Entonces, mi papá salió con su carabina M1, a ver qué pasaba, y nos empezó a sacar a todos, inmedia-tamente salimos. Cuando nosotros salimos, ya los vecinos estaban afuera de la casa, porque fue un estruendo; y en la madrugada, y el techo Eureka de la casa estaba en llamas. Era una bomba de alto calibre, era una bomba incendiaria. Cuando explotó, la casa, lógicamente, agarró fuego, los muebles agarraron

El domingo 18 de mayo, el coronel Ernesto Claramount sufrió un atentado fulminante cuando «un grupo de desconocidos» hizo estallar varias bombas en el porche de su residencia. Fotografía publicada en El Diario de Hoy, 19 de mayo de 1980, pág. 3.

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«Ante todo mi palabra y honor de militar»: el coronel Claramount Rozeville en unos años difíciles 127

Bombas donde Claramount. En la residencia del coronel retirado y político Ernesto Claramount Rozeville, desconocidos hicieron estallar en la madrugada del domingo varias bombas incendiarias y de alto poder explosivo. Los efectos de la explosión destruyeron ventanales, sala, comedor; incendia-ron muebles y pusieron en peligro a la familia Claramount, que en ese momento dormía. Fotogafía publicada en El Diario de Hoy, lunes 19 de mayo de 1980, pág. 30.

fuego, la casa se topó de humo. La bomba llevaba esquirlas. Todo el frente de la casa estaba destrozado.3

Un periódico matutino informaba en el contexto del atentado que «el coronel Claramount intentaba formar un partido político que se sumaría al FDR».4 El rotativo también consignaba que el coronel Claramount aducía que el estallido de las bombas respondía «a declaraciones que infundadamente se le atribuyen, como de que él conoce los nombres de los asesinos de Monseñor Romero, y de que es colaborador del coronel Mariano Castro Morán (asesor del coronel Majano)».5

3 Entrevista a Ernesto Claramount Villafañe,tercero de los hijos que procrearon Ernesto Claramount Roze-ville y Gloria Villafañe de Claramount, San Salvador, 6 de noviembre de 2014.

4 «Frente Democrático Revolucionario», organización que logró aglutinar en el período la máxima concen-tración de fuerzas sociopolíticas opositoras de diversos signos ideológicos.

5 «Medrano y Claramount, víctimas de atentados», pág. 34.

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Capítulo IV128

Las especulaciones que el medio periodístico destacaba como motivaciones del atentado no eran arbitrarias, sobre todo la referida al asesinato del arzobispo de San Salvador. Y es que el coronel Ernesto Claramount Rozeville y Monseñor Óscar Arnulfo Romero llegaron a establecer un vínculo bastante cercano en este período peculiar de la historia nacional. ¿Cómo entrecruzaron sus destinos estos dos connotados personajes salvadoreños? Ese es uno de los tópicos principales que intentaremos mostrar en el presente capítulo.

2. Un documento sin firmar

El coronel Ernesto Claramount Rozeville accedió a correr como candidato en las elecciones presidenciales de inicios de 1977. El militar retirado era la carta principal que en aquella coyuntura jugaba la Unión Nacional Opositora (UNO), una coalición formada por el PDC (Partido Demócrata Cristiano), el MNR (Movimiento Nacional Revolucionario) y el Partido Comunista a través de la UDN (Unión Demo-crática Nacionalista).

En una de las muchas entrevistas que Rafael Menjívar Ochoa acopió para el libro Tiempos de locura, Rubén Zamora manifestó al autor que «la idea de llevar a un militar era ganar simpatía entre militares democráticos, pero el efecto fue el contrario: se tomó a Claramount como un traidor al Ejército, y si no dejaron ganar a Napoleón Duarte en las elecciones de 1972, menos lo dejarían a él».6

Lo cierto es que la participación ciudadana se malogró debido a un fraude tan sonado como documentado, y el Consejo Central de Elecciones terminó dictaminando a favor del partido oficial PCN (Partido de Conciliación Nacional). Ante el violentado veredicto del órgano rector de los comicios, sobrevino la multitudinaria toma de la plaza Libertad. La ocupación terminó en matanza por parte de fuerzas militares y cuerpos de seguridad pública, luego de una semana de expresión del descontento popular.

El desenlace de este evento obligó al coronel Claramount a tomar delicadas decisiones. Jorge Pinto —periodista empresario, que dispuso seguir de cerca la campaña de su amigo «por 20 años» y que fue «testigo presencial de la mayoría de los acontecimientos»7— afirma que «los jefes militares que habían dirigido la operación de desalojo del parque Libertad se percataron de que la violencia del desalojo no pasaría desapercibida para el pueblo salvadoreño, pero ellos querían al candidato y el tiempo estaba en su contra».8

6 Rafael Menjívar Ochoa, Tiempos de locura. El Salvador 1977-1981 (San Salvador: FLACSO El Salvador, 2006), págs. 45-46.

7 Jorge Pinto, El grito del más pequeño (México: Cometa, 1985), págs. 213, 214, 218.8 Jorge Pinto, El grito del más pequeño, págs. 220, 224.

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Ernesto Antonio Claramount Villafañe relata que su padre tuvo que ingeniárselas para salir de tan enardecida situación en las mejores condiciones posibles tanto para sus correligionarios en la plaza como para él mismo y su familia.9 Según cuenta Ernesto Antonio, el acorralado candidato utilizó como carta de negociación un documento que le fue presentado, en el cual reconocería la legitimidad del proceso eleccionario así como el legítimo triunfo de su opositor oficial. El hijo del coronel candidato afirma que su padre fue negociando de tal manera que al final nunca suscribió tal documento.10

Jorge Pinto, «en conversaciones posteriores con el candidato, dijo que jamás firmó el comunicado aludido».11 La insistente negativa que cita Pinto es coherente con lo que él mismo escuchó decir a su amigo Claramount mientras presentían juntos el fatal desenlace en la plaza Libertad, y es que el candidato coronel tenía muy claro que ante todo estaba su «palabra y honor de militar».12

Ernesto Antonio Claramount Villafañe afirma que él tiene en su poder el documento que su padre no firmó:

El documento que yo tengo es de varias páginas, escrito a máquina, adonde le piden a mi papá que proclame al general Romero como legítimo presidente, que declarara que las elecciones habían sido correctas y que no había ningún fraude. Querían que firmara ese documento a punta de pistola. Se lo presentaron en tres oportunidades: la primera en la plaza Libertad, cuando se encerró en la sacristía de la iglesia con los militares que habían comandado el desalojo de la plaza; la segunda, cuando se lo llevaron a una casa, [lo] llevaron para que se preparara para salir del país; y la tercera cuando iban ya en la avioneta que lo llevaba con un rumbo incierto. En ese instante, mi papá le preguntó al piloto qué destino llevaban, y al no asegurarle el destino, lo que pensó mi papá fue que lo más seguro era que lo llevaban a algún lugar clandestino para matarlo. Fue entonces que optó por encañonar al piloto de la aeronave con un arma que guardaba para seguridad personal. El piloto terminó obedeciendo a mi papá como su superior, después de que le había hecho una advertencia: “Hacia Costa Rica o morimos todos en este momento”. Al final, ya cuando habían llegado a territorio costarricense y se sentía seguro, mi papá se quedó con el documento pero sin haberlo firmado. Entonces mi papá, siento yo que muy inteligentemente, los fue llevando, los fue llevando, aun con esa presión de que

9 Entrevista a Ernesto Claramount Villafañe.10 Entrevista a Ernesto Claramount Villafañe.11 Pinto, El grito del más pequeño, pág. 227.12 Pinto, El grito del más pequeño, pág. 220.

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Capítulo IV130

le decían que matarían a sus correligionarios en la plaza y luego a su familia si no firmaba. Ese documento que querían que mi papá firmara, a la fecha, aún está en blanco, y mi padre lo guardó como un recuerdo y como una prueba de su honorabilidad. Allí está, ahí lo tengo yo. Son páginas sueltas escritas a máquina. Todavía se le notan los dobleces, porque siendo varias páginas, mi papá como que lo había enrollado para andarlo siempre en la mano.13

3. Exiliado en Costa Rica

El candidato coronel no era el primer Claramount expatriado a causa de lides electorales en el país. El periodista Jorge Pinto recuerda que el general Antonio Claramount Lucero, padre de Claramount Rozeville, había sido un constante aspirante a la presidencia de la República en diversos períodos del siglo pasado. Una de esas ocasiones fue en las elecciones de 1931, que resultaron muy pronto fallidas por un golpe de Estado, y el general fue forzado a exiliarse en Guatemala, permaneciendo en el país centroamericano durante los 14 años que duró la dictadura de Martínez.14

De modo, pues, que el hijo del «viejo general» era el segundo de la estirpe Claramount que se vio obligado a exiliarse después de un fallido proceso electoral.

Ernesto Antonio Claramount Villafañe relata las primeras incidencias que vivió su padre al solo pisar suelo costarricense:

Llegando a San José, lo recibió el entonces embajador en Costa Rica. Pero una pareja de costarricenses, Nuria Leiton García de Rubio y Luis Arnoldo Rubio,15 lo abordan en la calle, le tocan la ventanilla del carro y le previenen que, por su seguridad, es mejor que se vaya con ellos a su casa. A todo esto, mi mamá en San Salvador no conocía la suerte de mi padre. Ella suponía que lo habían asesinado. Pero al llegar mi papá a la casa de esta pareja en San José, la señora Nuria le dice que era necesario comunicarse con su familia. Entonces Nuria habla por teléfono a la casa, habla con mi mamá, le dice que su esposo, el coronel, está con no-sotros, y ya le explica. Luego mi papá habla con mi mamá y le cuenta los detalles de su llegada a San José. Mi papá tenía ocho días de estar con la misma ropa, sin bañarse, barbado, cansado. Cuenta Nuria que mi papá estaba todavía como en un sueño, sin creer lo que estaba viviendo.16

13 Entrevista a Ernesto Claramount Villafañe.14 Pinto, El grito del más pequeño, pág. 214.15 Luis Arnoldo Rubio Ríos, salvadoreño residente, y su esposa costarricense, Nuria Leiton García de Rubio.16 Entrevista a Ernesto Claramount Villafañe.

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La prensa tica y agencias internacionales recogieron las primeras declaraciones del candidato coronel a su llegada a la capital costarricense. Sus primeras declaracio-nes giraron, básicamente, en torno a que esperaba «regresar en breve a su país». No obstante, el coronel no omitió considerar otra alternativa que la prensa recogió al mismo tiempo: «Si las autoridades salvadoreñas no alivian las restricciones que pesan contra él, se quedará a residir en forma permanente en Costa Rica y organizará una finca ganadera».17

El recién arribado candidato presidencial obligado a expatriarse anunció también que iba a «reunirse con el canciller Rodrigo Facio, aunque la oposición no desea que haya intervención extranjera en El Salvador, pero podría solicitarse la mediación de las otras naciones centroamericanas. No se sabe qué pasos dará ahora la oposición. Por de pronto, dijo Claramount, si le es concedido el asilo político en Costa Rica, se dedicará a la ganadería».18

17 «Claramount dice espera volver pronto», Diario El Mundo, 2 de marzo de 1977, pág. 24.18 «Claramount dice espera volver pronto», pág. 24; «Claramount llegó ayer a Costa Rica sin novedad»,

Diario Latino, 1 de marzo de 1977, pág. 3.

El coronel Ernesto Claramount, recién llegado a San José, fue sorprendido por la cámara a bordo de un vehículo que le transportaba a la casa de un amigo en la capital costarricense. Fotografía publicada en El Mundo, 1 de marzo de 1977, pág. 1.

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Capítulo IV132

El coronel Ernesto Claramount es abordado en las calles de San José por Arnoldo Rubio, salvadoreño residente en la capital costarricense. Luego se conoció que el exiliado candidato presidencial residiría temporalmente en la casa del señor Rubio y posteriormente buscaría su propia residencia. Fotografía publicada en El Mundo, 1 de marzo de 1977, pág. 1.

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Después de vivir provisionalmente en la casa de Arnoldo Rubio, un salvadore-ño residente, y su esposa, Nuria Leiton García de Rubio, quienes le recibieron de buena voluntad al poner un pie en San José, el coronel dispuso trasladar a su familia para establecerse durante un largo período en uno de los barrios de la capital costarricense.

María Elena Claramount Villafañe cuenta que su madre, doña Gloria, tuvo que vender una buena parte de la hacienda ganadera de la Troncal del Norte (300 manzanas, lo que representa más de la mitad de la propiedad), para «comprar una casa en San José y mantener la otra casa en San Salvador».19

El coronel, después, compró una propiedad rural en Costa Rica, en los alrededores del volcán Poás, para poner una lechería; dispuso que sus hijos varones fueran a estudiar al colegio salesiano Don Bosco, se dedicó a hacer su vida y a mantener la expectativa sobre lo que acontecía.20

19 Entrevista a María Elena Claramount Villafañe, segunda hija del matrimonio Claramount Villafañe, San Salvador, 13 de noviembre de 2014.

20 Entrevista a Ernesto Claramount Villafañe.

Casa de los Claramount Villafañe en San José, del ITAN, 25 Oeste, 100 Sur, 25 Oeste, barrio Los Mangos, por El Zapote.

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Capítulo IV134

La hija del coronel Claramount cuenta que su padre fue bien acogido por el gobierno y diversos sectores de la sociedad tica. Le visitaban asiduamente políticos de izquierda, funcionarios del gobierno, incluso un grupo de artistas aparecía por casa frecuentemente. En algún momento, una compositora costarricense hasta compuso una canción dedicada a «El Exiliado».21

4. ¿Conspirando desde el exilio?

Para explorar la actitud que sostuvo el coronel Claramount con respecto a lo que acontecía en el país mientras soportaba su exilio en Costa Rica, acudiremos a ciertas personas que testimoniaron dicha actitud.

El coronel Claramount sale al exilio junto con colegas cercanos, entre ellos el candidato a la vicepresidencia Antonio Morales Erlich. Se radicó en Costa Rica, y luego de solventar sus asuntos inmediatos, continuó con sus inquietudes de actividad

21 Entrevista a María Elena Claramount Villafañe.

El coronel Claramount, durante su exilio en Costa Rica, compró una propiedad en la zona del volcán Poás para dedicarse a la ganadería lechera. De izquierda a derecha: Juan Carlos Claramount, coronel Ernesto Claramount y Luis Arnoldo Rubio, quien lo recibió en Costa Rica.

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política, como era la práctica común entre los expatriados en esa época, ya sea apoyando a los grupos guerrilleros o apoyando cualquier causa cívica que significara erosionar al régimen militar.

Manuel Monterrosa, salvadoreño exilado en Costa Rica luego de la militarización de la universidad en 1972, atestigua que «cuando llega el coronel Claramount, había un núcleo de políticos e intelectuales de izquierda de alguna trayectoria y que además ya tenían raíces en la sociedad costarricense. Entonces el coronel Claramount se aproximó a ellos, interactuaba con ellos, hacía vida social, en algunos casos participaba en reuniones por lo menos de análisis, y en algunos momentos, quizás, participó en reuniones con fines conspirativos».22

Monterrosa recuerda que el coronel Claramount compartía sus experiencias en el círculo de salvadoreños. «Comentaba que le decía al general Romero cuando estaban en caballería: “Romero, date tu puesto. No seas tan servil con los ricos”. Y el coronel Claramount finalizaba la anécdota con una sentencia muy de él: “Yo le doy mucho valor al pundonor militar”».23

El coronel Claramount «se mantuvo expectante quizás menos que conspirante», evalúa Monterrosa. «Mantenía el vínculo con salvadoreños que también estaban expectantes como él, pero esa base social y política cifraba ya sus expectativas en otro rumbo, seguía otras pautas de organización, se enfocaba en otra estrategia para solventar las cosas en el país».24

El coronel Claramount como que no sintonizaba de inmediato con estas expectativas. María Elena Claramount Villafañe, la hija mayor del coronel, nos habla del ánimo que en alguna ocasión vislumbró en su padre con respecto a lo que acontecía en El Salvador:

Un día yo me levanté, vi la luz encendida. Vi que mi papá estaba fumando afuera en la terracita que tenía la casa en Costa Rica. «Papi, ¿no tiene sueño? ¿No se puede dormir? Y me dijo: «Es que es duro, hija, estar yo aquí sólo recibiendo noticias o viendo por los noticieros».25

Aparte de lo que asientan estas facultadas voces, hay dos hechos palmarios que revelan que durante su estadía en Costa Rica el candidato exiliado fue divisado como potencialmente peligroso por quienes mantenían el orden de cosas en El Salvador.

22 Entrevista a Manuel Monterrosa, profesional salvadoreño exiliado en Costa Rica en los años 70, San Sal-vador, 18 de noviembre 2104.

23 Entrevista a Manuel Monterrosa.24 Entrevista a Manuel Monterrosa.25 Entrevista a María Elena Claramount Villafañe.

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Capítulo IV136

«Se activaron dos operaciones para asesinar a mi papá en Costa Rica»,26 relata Ernesto Antonio. Ambas operaciones fueron detectadas y desarticuladas por el propio ministro de Seguridad Pública costarricense, que en ese entonces era Mario Charpentier.

«Charpentier tenía mucha cercanía con Claramount» —afirma alguien que asegura conocer «personalmente» al exfuncionario tico— «porque Charpentier fue un graduado de la Escuela militar Capitán Gerardo Barrios de El Salvador. Por eso tenía cercanía con Molina, con Torrijos, y con otros militares que estudiaron con él en El Salvador. Como es un hombre ecuánime, mantiene buenas relaciones con personas de un amplio espectro político. Si algo tiene Charpentier es que es una persona positiva cuando se trata de apoyar las buenas causas».27

El otro hecho relevante que demuestra que el coronel Claramount era considerado no tan al margen de lo que acontecía en El Salvador, es aquel que relatan sus hijos con mucha vehemencia:

En una de las idas de mi mamá al país, porque ella viajaba constantemente para mantener la casa de San Salvador y la propiedad de la Troncal del Norte, mi mamá traía un sobre, y de eso nos dimos cuenta todos nosotros.28

Resulta que «Romero y su grupo de poder» —como llamaba el coronel Claramount a la cúpula militar gobernante en aquel entonces— le estaba enviando a Costa Rica un cheque en blanco, a condición de que devolviese aquel famoso documento que le habían presentado «a punta de pistola» en tres oportunidades antes de haber arribado a Costa Rica. El coronel Claramount se había quedado con el documento sin haberlo firmado. Ya vimos antes que ese documento pretendía oficializar su reconocimiento definitivo al régimen que se había asentado tras el escandaloso fraude y la masacre perpetrada el 28 de febrero del 77 en la plaza Libertad.

Un emisario de alto rango había llegado donde mi mamá a decirle que el general Romero le mandaba ese cheque al coronel Claramount, un cheque en blanco, y que le pusiera la cantidad que él quisiera, a cambio de que firmara el documento. Viene mi mamá y le lleva el cheque a mi papá. Mi papá lo vio, y

26 Entrevista a Ernesto Claramount Villafañe.27 Entrevista a Manuel Monterrosa.28 Entrevista a Ernesto Claramount Villafañe.

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enfrente de todos, mi papá lo rompió. Y dijo estas palabras que nunca se me olvidan ni a ninguno de mis hermanos: «Que no hable de no ser ladrón el que no ha tenido la oportunidad de robar. Hoy la tuve, y yo no soy ladrón». Y le dejó de hablar a mi mamá por haberle llevado ese cheque.29

Puede percibirse entonces que quienes gobernaban de mal modo en El Salvador juzgaban al coronel exiliado como un enemigo a sus espaldas. Por eso es que «continuaron con el hostigamiento aún en el exilio. Por eso el cheque en blanco y los dos atentados».30

El coronel Claramount, aunque obligado a vivir lejos de su tierra, continuó siendo un referente al interior del país durante esta soliviantada coyuntura en que el general «Romero y su grupo de poder» se había asentado en la presidencia de la Nación a sangre y fuego. Prueba de ello es que al filo del golpe de Estado del 15 de octubre del 79, una radioemisora salvadoreña transmitió con toda pompa una «entrevista exclusiva del coronel Ernesto Claramount Rozeville directamente desde Costa Rica», en la cual el candidato coronel exiliado tuvo la oportunidad de reafirmar sus puntos sobre las íes:

Coronel Claramount, ¿qué piensa usted del reciente anuncio que ha hecho el gobierno acerca de que promoverá una “apertura democrática” antes de las elecciones del próximo año? Lo primero que debe de hacer Romero y su grupo de poder es renunciar al poder que hoy ejercen ilegalmente sobre el pueblo salvadoreño. Esa sería una muestra de patriotismo de parte de Romero y su grupo de poder. Y sería una muestra de que de veras quiere la apertura democrática.El gobierno anunció una amnistía para todos aquellos que viven en el exilio por cuestiones políticas. ¿Piensa usted regresar al país amparándose en este anuncio?Regresar por regresar al país para hacerle el juego a Romero, ¡no señor! No estoy en esa decisión. Eso sería traicionar a mi pueblo. Prefiero morir en el exilio a regresar condicionado a un estado de cosas en las cuales yo no estoy de acuerdo.¿Coronel Claramount: Estaría usted dispuesto a participar de nuevo como candidato presidencial?Participar o no en una nueva campaña presidencial es una respuesta que yo

29 Entrevista a Ernesto Claramount Villafañe.30 Entrevista a Ernesto Claramount Villafañe.

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Capítulo IV138

personalmente no tengo que dar. Eso lo va a decidir el pueblo cuando él lo crea conveniente. Si el pueblo lo quisiera, yo aceptaría nuevamente los riesgos de eso.¿Usted como militar, cómo ve el panorama para las elecciones del

próximo año?No creo en elecciones actualmente. Tal como están las cosas, no creo yo que al pueblo salvadoreño lo vayan a engañar queriéndolo llevar a unas nuevas elecciones. Y cualquier partido que se preste a ese nuevo engaño, estará traicionando al pueblo salvadoreño.¿Qué piensa usted de las ocupaciones de los templos que hacen actualmente agrupaciones contrarias al gobierno? Las ocupaciones de las iglesias son una respuesta lógica a la negación de la plaza pública, para expresar lo que el pueblo quiere decir. Y esas agrupaciones son parte del pueblo. La sangre que está derramando nuestro pueblo para conquistar su libertad y su democracia es más que justificada. La ira del pueblo es la ira de Dios. Creo que el pueblo salvadoreño está en el proceso histórico de alcanzar su propio destino.Unas últimas palabras, coronel.Espero que los hombres que están en el poder comprendan, si tienen un poco de patriotismo, un poco de honor militar, que deben de irse del poder, deben de entregar el poder a los hombres que el pueblo quiere que les gobierne.31

5. Retorno del exilio

Es cierto que el coronel Claramount no es identificado como franco par-ticipante en la gestación del alzamiento castrense del 15 de octubre de 1979. Al menos tres libros escritos recientemente por militares y civiles que de algún modo protagonizaron aquel «golpe al amanecer» (Majano, 200932; Guerra y Guerra, 201033; Gutiérrez, 201334) evidencian su vacante en el evento acaecido dos años después de su expatriación.

Este vacío de protagonismo no debe interpretarse, sin embargo, como una ausencia estratégica del desterrado candidato presidencial, sobre todo si observamos

31 Audio de entrevista radiofónica con el coronel Ernesto Claramount, transmitida el 12 de octubre de 1979 por la radioemisora YSU en la capital salvadoreña.

32 Adolfo Majano, Una oportunidad perdida. 15 octubre 1979 (San Salvador: Índole editores, 2009).33 Rodrigo Guerra y Guerra, Un golpe al amanecer. 15 octubre 1979 (San Salvador: Índole editores, 2010).34 Abdul Gutiérrez, Testigo y Actor. 15 octubre 1979 (San Salvador: Universidad Tecnológica de El Salvador,

2013).

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el panorama coyuntural desde el conjunto de la historia nacional. Es así como comprendemos que su eclipse obedece más que todo a una dinámica que frecuentemente se verifica al interior de los relevos generacionales.

En este sentido, el golpe del 15 de octubre, que derrocó al gobierno del general Romero y que fuera «organizado por una juventud militar ―es decir, oficiales jóvenes: mayores, capitanes y tenientes»,35 no puede verse como «algo sacado de la manga; la idea venía revoloteándoles en la cabeza a un sector del estamento militar por lo menos hacía siete años, desde el escandaloso fraude en los comicios de 1972».36

Más allá de que sostuviera una participación expectante en la distancia del exilio, el coronel Claramount mostró en su trayectoria profesional su adscripción a una vertiente al interior de la institución castrense que en la historia nacional logra producir una cadena de alzamientos de carácter «cívico». Él mismo «como cadete había luchado el 2 de abril de 1944 hasta el último momento contra la dictadura de Martínez».37

Cuando los «oficiales jóvenes» discutían cómo presentarse en el encabezado de su «Proclama del 15 de octubre», decidieron escribir: «Fuerza Armada […] cuyos miembros en su mayoría siempre se han identificado con el pueblo».38 Con esa fórmula, los protagonistas de la nueva iniciativa insurreccional castrense terminaron usando un giro discursivo que ya antes había elaborado el coronel Claramount en la coyuntura electoral del 77: «Tengo fe en la Fuerza Armada. Pero no debemos desechar que así como hay militares honestos, hay militares deshonestos también. Y al referirme a la Fuerza Armada en sí, me refiero a la mayoría de la Fuerza Armada».39

Es así entonces que, según estudiosos y analistas, el coronel Claramount encarnó uno de los eslabones de esa vertiente «cívica» luego del fraude del 72. «el coronel Claramount representó un punto de quiebre de los tantos que ha habido en la historia salvadoreña, y no el menos importante, en tanto significó una de las últimas oportunidades que hubo de frenar la guerra, o por lo menos el estado de ánimo que llevó a la guerra».40

Manuel Monterrosa, profesional salvadoreño exiliado en Costa Rica en aquella época, coincide en este análisis, arguyendo que en la coyuntura de 1977 «el coronel

35 Enrique Baloyra, El Salvador in transition (North Carolina: Chapel Hill & London, 1982), pág. 124.36 Entrevista a Benjamín Cuéllar, director del Instituto de Derechos Humanos de la UCA, San Salvador, 23

de noviembre de 2014.37 Jorge Pinto, El grito del más pequeño, pág. 213.38 Rodrigo Guerra y Guerra, Un golpe al amanecer, pág. 64.39 Audio de conferencia de prensa sostenida a pocos días después del evento electoral del domingo 20 de

febrero de 1977. El subrayado en nuestro.40 Rafael Menjívar Ochoa, Tiempos de locura, pág. 58.

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Capítulo IV140

Claramount protagonizó la última vuelta de un ciclo impulsado por un movimiento cívico en el marco de la legalidad que planteaba la lucha electoral como medio de acceder al poder y civilizar el régimen político».41

Más allá de su protagonismo o eclipse en el golpe militar que sobrevino en la coyuntura del 79, el coronel Claramount, sin ninguna duda, cifró esperanzas en este hecho y por eso retornó a su país unas semanas después del 15 de octubre de ese año.

El presbítero Jesús Delgado manifiesta que el coronel Claramount tuvo la oportunidad de saludar a Monseñor Romero mientras el recién retornado coronel se encontraba de incógnito en la casa de Atilio Viéytez. Monseñor había llegado a la casa del alto personero de la democracia cristiana a una reunión de consulta, y se sorprendió al ver salir como de la nada al coronel Claramount.

Cuenta el sacerdote Delgado que Monseñor y el coronel Claramount conversaron en un plan de plática social. Pero no había sido este el primer encuentro que ambos habían sostenido.

Manuel Monterrosa, quien vivía exiliado en Costa Rica en los años 70, cuenta que en una ocasión Monseñor Romero llegó a San José, para asistir a una reunión de obispos. Un grupo de salvadoreños residentes, en su mayoría expatriados, aprovechó la ocasión para entrevistarse con el arzobispo en el recinto donde se encontraba. Monterrosa participó de esta entrevista, y relata que antes de concluir el encuentro, «Monseñor preguntó por el coronel Claramount y por la esposa, y solicitó que se le facilitara un contacto para reunirse con él. Algunos de los compatriotas que integraban el grupo visitante ofrecieron hacer ese contacto».42 Y, en efecto, la reunión se llevó a cabo.

El diario de Monseñor Romero inscribe una entrada que indica que el lunes 16 de abril de 1979 el arzobispo partió hacia Costa Rica a la reunión de la SEDAC (Secretariado Episcopal de América Central y Panamá), y se estuvo toda esa semana en la capital tica.43

Monseñor consigna en su diario que la tarde del jueves 19 no pudo participar grandemente de la reunión de obispos por atender varias visitas, entre ellas la del coronel Claramount.

La primera visita fue la del coronel Claramount, desterrado, candidato del partido UNO. Me expresó su optimismo y su esperanza de volver pronto al país y seguir trabajando por la patria. Yo traté de animar esas esperanzas. (Diario de Monseñor Romero, pág. 96)

41 Entrevista a Manuel Monterrosa.42 Entrevista a Manuel Monterrosa.43 Óscar Romero, Diario (San Salvador: Fundación Monseñor Romero, 2010), pág. 93.

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Gracias a los testimonios que hemos obtenido de doña Gloria de Claramount y sus hijos, sabemos ahora que el coronel Claramount, desde su partida al exilio hasta su retorno, después del golpe insurreccional en 1979, llegó a cultivar una relación bas-tante estrecha con el arzobispo de San Salvador mediante correspondencia personal. Cabe ahora preguntarse: ¿cómo se estableció ese vínculo entre ambos personajes?

6. La Divina Providencia los juntó

El hospital Divina Providencia fue un proyecto que de la nada erigió una voluntariosa mujer, mexicana de origen e incorporada a la orden religiosa de las Carmelitas Misioneras de Santa Teresa.

María de la Luz Cueva Santana arribó a El Salvador en 1964. Se integró de inmediato al hospital que su congregación atendía en Santa Tecla. Con el tiempo, la religiosa de enérgico temperamento llegó a sentir que no encajaba, no solo por su espíritu «algo rebelde» sino también porque resentía la atención que se daba a los pacientes afectados por el cáncer. Entonces Madre Luz, como acabaría nombrándole la gente, se propuso «hacer un lugar para atenderlos con mayor dignidad».44

Gracias al aporte de adineradas familias, así como de personas de buen cora-zón, la construcción arrancó a inicios de 1966. Con el tiempo, el sanatorio llegaría a ser reconocido como el hospital Divina Providencia, obra que también con el tiempo permitió a Madre Luz encontrarse con Monseñor Romero, con quien estableció «una relación de amistad y respeto mutuo».45

Pero mucho antes de esta coincidencia memorable, otra alma bondadosa congenió igualmente con la superiora de la Divina Providencia. A mediados de los años 70, doña Gloria Villafañe de Claramount, esposa del coronel Ernesto Claramount Rozeville, llegó por su propio pie al recinto hospitalario, y de inmediato se identificó con la obra humanitaria. Doña Gloria, desde sus propias posibilidades, se entregó resueltamente a la causa de Madre Luz, y fue así que nació una gran amistad entre las dos nobles mujeres.

Ernesto Antonio Claramount Villafañe relata que su madre era una mujer muy católica y devota, y visitaba a las monjitas del hospital para ver en qué podía ayu-darles. La directora, Madre Luz, le dijo que podía colaborar con la leche. Doña Gloria entonces empezó a donar la leche para todas las enfermas internadas.

María Elena, hermana mayor de Ernesto Antonio, refiere que su padre había montado una lechería en una propiedad que su madre había heredado sobre la Tron-cal del Norte, después de Apopa en el km 15. Estamos hablando de una propiedad

44 Roberto Valencia, Hablan de Monseñor Romero (San Salvador: Fundación Monseñor Romero, 2011), págs. 54, 55.45 Valencia, R. Hablan de Monseñor..., págs. 54, 55.

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como de unas 500 manzanas en ese tiempo. La hacienda se llama San Ernesto. Ori-ginalmente era la hacienda San José Arrazola. En la propiedad, aparte de la lechería, el coronel se dedicaba a sembrar caña, hortalizas, frutas, frijoles, arroz, tabaco, y tenía una caballeriza.

La hacienda fue una herencia de mi abuelo materno a mi mamá. Pero, el que la manejaba era mi papá. Él fue el que levantó su establo, mandó a traer toros, tenía vacas lecheras, tenía una ganadería preciosa. Cuando él salía del cuartel, buscaba un rato y siempre iba. A mi papá le encantaba, le fascinaba todo eso.46

María Elena Claramount Villafañe afirma que en ese tiempo su familia gozaba de una situación bonancible. Su padre proveía la leche a diversas dependencias de la

46 Entrevista a María Elena Claramount Villafañe.

Madre Luz construyó un acogedor hospital que también sirvió de residencia a monseñor Romero, quien se sintió como en su propia casa entre las religiosas y los enfermos terminales durante sus tres años de arzobispado.

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entidad militar, pero aparte había dado orden en la hacienda de que todo lo que se sembraba en la propiedad se le trajera a su mamá junto con la leche. Entonces un motorista le llevaba todo a doña Gloria en un pequeño camión: recipientes con le-che, crema, quesos, pollos, gallinas, hortalizas, verduras, frutas. «Mi mamá llevaba ese camión a reventar a la Divina Providencia».47

Mi papá nunca le dijo a mi mamá que se mesurara, sino que le hacía como broma: «¡Pero nos has dejado algo siquiera para comer aquí en la casa!» Y la embromaba más: «Mejor ya no vendamos la leche». Porque mi papá le

47 Entrevista a María Elena Claramount Villafañe.

La familiaridad que doña Gloria cultivó con madre Luz durante varios años en torno a la atención de las enfermas en el hospital fue la antesala que propició el amistoso encuentro entre monseñor Romero y el coronel Claramount.

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daba la leche a la Escuela Militar, le daba la leche a la Guardia. «Mejor ya no vendamos leche. Que te la traigan todita a vos». Porque mi papá también era muy desprendido.48

Fue así que doña «Yoyita», como le decían cariñosamente las religiosas, se convirtió rápida y decididamente en una destacada «benefactora» del Hospital Divina Providencia. María Elena relata que todos los días, de lunes a viernes, doña Gloria llevaba a la Divina Providencia todo lo que el coronel Claramount le daba de la hacienda familiar.

De este modo, doña Gloria y Madre Luz se hicieron entrañables. Tanto se abocó la esposa del coronel a la causa de su íntima amiga, que cuando sobrevinieron los trágicos acontecimientos que obligaron a su esposo a partir al exilio en Costa Rica, doña Gloria se apoyó en la vigorosa directora del Hospital Divina Providencia, y gracias a este recurso fue que la atribulada esposa del coronel conoció al arzobispo y lo buscó como su consejero espiritual.

Manuel Monterrosa, exiliado desde inicios de los 70 en Costa Rica, cuenta que Monseñor Romero, cuando se reunió con un grupo de residentes salvadoreños en San José en 1979, expresó su deseo de encontrarse con el coronel y con doña Gloria, «con quien manifestó había tenido una relación de consejero espiritual muy frecuente».49

En una de las 6 cartas que doña Gloria recibió de Monseñor Romero cuando su familia vivía en el exilio, puede leerse:

San Salvador, 29 de junio 1977. Estimada doña Gloria […] agradezco me ten-ga en cuenta en sus penas […] El Señor sabrá maravillosamente recompensar tanto sufrimiento: OAR.

María Elena Claramount Villafañe relata que con mucha frecuencia «Monseñor aconsejaba» a su madre que debía buscar la manera de apoyar en todo momento a su esposo. Doña Gloria, al parecer animada por la consejería espiritual, se atrevió a liderar en una ocasión una manifestación en San Salvador, donde le acompañaron familiares, amigos cercanos, vecinos de su lugar de residencia y otras tantas personas, para hacer pública la voz de su esposo, ya que este no se encontraba físicamente en el país para exponer sus razones.50

48 Entrevista a María Elena Claramount Villafañe.49 Entrevista a Manuel Monterrosa.50 Entrevista a María Elena Claramount Villafañe.

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«Solo mi mamá sabe exactamente lo que Monseñor le decía a ella», reconoce María Elena. Sin embargo, la hija mayor del matrimonio Claramount Villafañe sí puede afirmar que su madre se puso al frente de esa marcha: «Para seguir manifestándose en nombre de mi padre, que estaba en el exilio, y del pueblo salvadoreño, por el fraude y la masacre en la plaza Libertad del 28 de febrero de 1977».

Sin duda que la solicitación de apoyo moral que vinculó personalmente a doña Gloria con Monseñor Romero fue lo que posibilitó que se estableciera a la postre un continuo intercambio epistolar entre el arzobispo y el exiliado coronel. Doña Gloria, íntima amiga de Madre Luz, aconsejada espiritualmente por Monseñor Romero, llegó a ser la intermediaria entre ambos personajes.

El coronel Ernesto Claramount se desempeñó también como empresario ganadero en la propiedad familiar que él administraba.

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7. Consejería epistolar

«¡ÁNIMO Y ESPERANZA!» escribía de su puño y letra Monseñor Óscar Romero a los Claramount Villafañe cuando se encontraban viviendo forzosa-mente en el exilio en Costa Rica.

San Salvador, 9 de octubre 1978. Estimada Sra. de Claramount […] descubro a través de la situación tan dolorosa que atraviesan desde el exilio del coronel, su profundo sentir cristiano […] “¡ÁNIMO Y ESPERANZA!: OAR”.

La correspondencia arranca en 1977 «poco después de que el candidato coronel Ernesto Claramount es desterrado» y se prolonga hasta el retorno del coronel al país a finales de 1979. Las misivas que el arzobispo de San Salvador despachó, suman en total 16, en un lapso de poco más de 24 meses. Diez de estas cartas están dirigidas al coronel Claramount y seis de ellas fueron escritas para la Sra. Gloria Villafañe de Claramount. Estas cartas personales de Monseñor Romero están actualmente en posesión de uno de los hijos del matrimonio Claramount Villafañe.

Con estas cartas, Monseñor Romero no hacía más que prolongar una consejería espiritual que había iniciado con doña Gloria cuando ella visitaba asiduamente el Hospital Divina Providencia. Esta consejería se transfirió después al coronel Claramount, aunque de un modo más pausado y discreto, cuando este se encontraba ya en el exilio.

San Salvador, 3 de enero 1978. Estimado Coronel Claramount: Recibí su carta de diciembre. Las pruebas para el pueblo y la iglesia han sido muy duras […] El destierro es duro para usted. Ofrezco encomendarlo en mis oraciones para que un día no lejano pueda estar nuevamente entre nos: OAR.

María Elena Claramount Villafañe atestigua que las cartas de Monseñor Ro-mero le daban fuerza y esperanza a su padre en el exilio.

Había noches que mi papá, no es que se deprimiera, pero se salía a fumar a una pequeña terracita que tenía la casa en Costa Rica. Un día le dije: «Papi, usted sabe que Dios está con nosotros». Y con un gesto que tenía mi papá, me dijo: «Si, hija, tenés razón. Así me dice Monseñor, que yo no debo de perder mi fe». Mi papá tenía una cajita de madera donde él guardaba cosas muy personales. Allí guardaba él las cartas que recibía de Monseñor Romero.

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El coronel Claramount fue reconfortado mediante frecuentes misivas que le envió el arzobispo de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero, durante la etapa de su exilio en Costa Rica.

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Doña Gloria de Claramount continuó recibiendo consejería espiritual de parte del arzobispo de San Salvador mientras acompañaba a su esposo y a su familia en el exilio.

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«¡Un santo!», me dijo mi papá. «Te digo, si no fuera porque es sacerdote, este hombre estaría luchando. Lo que pasa es que, como él dice, estamos cada uno en el lugar que Dios nos ha querido poner».51

Ernesto Antonio Claramount Villafañe certifica que, efectivamente, su padre sostuvo una «amistad espiritual con Monseñor», aunque el coronel mantenía mucha cautela en aquellos momentos en su exilio, sobre todo porque sabía que «Monseñor estaba en tierra peligrosa». Por esta razón, explica el hijo del coronel, «mi padre le entregaba las cartas a mi madre y ella se las llevaba directamente a Monseñor Romero. Luego Monseñor le entregaba sus cartas a mi madre y ella se las llevaba a mi padre».52

Con toda probabilidad, las expectativas que el coronel Claramount conservó durante el forzado exilio, y que le llevaron a concebir su inminente retorno cuando hubiese condiciones en el país, fueron sostenidas y fortalecidas gracias a este vínculo epistolar con Monseñor Romero.

8. Paseos en «el hospitalito»

Cuando retornó de Costa Rica, el coronel Ernesto Claramount visitó varias veces a Monseñor Romero en los recintos del Hospital Divina Providencia.

El sábado 3 de noviembre 1979, Monseñor Romero consigna en su diario que había recibido la vista del coronel Claramount.

Por la noche saludé al coronel Claramount que ha regresado de su exilio de Costa Rica y estuvimos comentando la delicada situación del país, si la Junta de militares jóvenes no toma asesoramiento de los viejos militares expertos, entre los cuales, el coronel Claramount se ofrece desinteresadamente a ayu-dar. (Diario de Monseñor Romero, pág. 221)

Esta aproximación personal está basada, como ya establecimos, en un ante-cesor vínculo benefactor de la esposa del coronel con la causa de Madre Luz, luego vendrá la consejería espiritual de Monseñor hacia doña Gloria, y posteriormente, el intercambio epistolar durante el exilio del coronel.

María Elena Claramount Villafañe relata que doña Gloria, su madre, aten-diendo a un aviso de Madre Luz, fue la intermediaria para que ambos personajes se encontraran personalmente en el «hospitalito».53

51 Entrevista a María Elena Claramount Villafañe.52 Entrevista a Ernesto Claramount Villafañe.53 Entrevista a María Elena Claramount Villafañe.

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Capítulo IV150

Mi mamá iba todos los días a La Divina Providencia. Mi mamá entonces llegó un día con un recado de Madre Luz. El recado era que mi mamá le dijera a mi papá que Monseñor Romero quería tener el gusto de saludarlo allí en el Hospital. «Dice que quiere platicar contigo», le dijo mi mamá. Mi papá era muy creyente, y le tenía un gran respeto a Monseñor.54

En una ocasión, la misma María Elena atestiguó uno de esos encuentros en «el hospitalito».

Cuando llegamos allí donde es la capilla, donde había un como jardín, presente tengo yo a Monseñor con sus brazos atrás caminando con mi papá, platicando. Entonces nos bajamos del carro con mi mamá, llegamos donde ellos, mi mamá le dijo quién era yo, y él me abrazó y me puso la mano en la cabeza. Entonces quedaron en que otro día se iban a volver a ver. Y mi papá le dijo: «Recuerde, Monseñor, que usted es la voz de los sin voz». Y se despidieron riéndose los dos.55

Si se pudiera retornar en el tiempo, solo Monseñor y el coronel sabrían decirnos cómo fue su trato en términos personales. Sin embargo, de esta historia nos queda, al menos, el testimonio de una de las partes intervinientes en esa relación:

Yo podría asegurar de mi papá, sin temor a equivocarme, que fue una relación muy pero my entrañable, sobre todo en lo que los dos sentían y pensaban con respecto a lo que estaba pasando o iba a pasar en este país. Mi papá admiraba a Monseñor Romero con toda su alma. Hay que ver nada más la reacción que tuvo mi papá cuando mataron a Monseñor.56

La única hija del matrimonio Claramount Villafañe recuerda que cuando sucedió el fatídico hecho vio a su padre muy afectado. Ella nunca lo había visto así, ni por la muerte de sus padres, o cuando mataron a uno de sus hijos.

Mi papá se encerró en su cuarto. Yo me recuerdo que mi mamá entró. Y a través de los vidrios del cuarto de ellos, yo oí sollozar a mi papá, y para que eso pueda haberse dado es simple y llanamente porque había un inmenso cariño hacia esa persona que había muerto hacía apenas unas horas.57

54 Entrevista a María Elena Claramount Villafañe. 55 Entrevista a María Elena Claramount Villafañe.56 Entrevista a María Elena Claramount Villafañe.57 Entrevista a María Elena Claramount Villafañe.

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9. ¿Un cura y un militar?

Entre 1977 y 1980, el aparato armado en su conjunto fue el encargado de ir enfrentando represivamente, de manera escalonada y ascendente, el vertiginoso avance político de las fuerzas «opositoras» en el país. La institucionalidad armada se fue amoldando a una estrategia de «seguridad nacional» que le terminó divorciando de la función que la Constitución le asignaba, para lo cual hubo incluso que hacer modificaciones legales que le avalaran tal acomodo estratégico. Fue así que Monseñor Romero experimentó su conflicto más fuerte con el estamento militar en este periodo.

Al iniciar su cargo como arzobispo, Monseñor Romero casi de inmediato se dio cuenta de que el estamento militar había enfilado sus baterías especialmente contra las fuerzas vivas de la Iglesia católica. Basta echar un vistazo al documento «Persecución de la Iglesia en El Salvador», publicado a mediados de 1977, para percatarse de esta realidad. La publicación eclesiástica contiene apartados dramáticos, como aquel que incluye una lista y balance de los hechos (págs. 16-21) o el otro que incluye un «Dossier» (págs. 79-103) «que a propósito del asesinato del P. Grande entregó en Roma el Arzobispo de San Salvador».58

Por tanto, al tener que enfrentar esta imponente realidad, Monseñor Romero tenía todas las condiciones subjetivas y objetivas en contra como para buscar una «cercana amistad» con militar alguno. Ante esta interrogante, uno de los hijos del coronel Claramount argumenta:

¿De dónde venía mi padre? Mi abuelo, el general Antonio Claramount Lucero, que también fue militar y estaba en caballería en los años 20, recibió la orden del presidente de ese entonces de masacrar una gran manifestación de mujeres, y mi abuelo se opuso rotundamente.59 Eso le trajo muy graves consecuencias dentro de la vida castrense. Martínez lo exilió a Guatemala. Ya se ve pues el precedente de dónde proviene mi padre. Por esa razón la oposición lo propuso para candidato. ¿Cómo es que llega la oposición a pedirle a un militar que fuera su candidato? Es porque mi padre era una persona honorable, es porque viene de raíces honorables. Un hombre que está dispuesto a abandonar la comodidad

58 Varios, Persecución de la Iglesia en El Salvador (San Salvador: Secretariado Social Interdiocesano, 1977),págs. 3; 16-21; 79-103.

59 El 25 de diciembre de 1922, durante el gobierno de Jorge Meléndez, el general Antonio Claramount Lucero recibió una orden de «masacrar a una multitud, la cual se negó a cumplir. Por ese motivo sus allegados lo consideraron digno de aspirar a la presidencia de la República, ya que son raros los militares salvadoreños que se han negado a disparar contra su pueblo». Pinto, J. El grito del más pequeño, pág. 214.

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Capítulo IV152

de todo tipo, inclusive la familiar, por un propósito que involucraba a toda una nación. Lo que pasa es que mi padre pertenecía a una casta de militares progresistas. Mi padre era un militar de carrera, no un político.60

10. Impugnación al régimen

La cercanía de la familia Claramount Villafañe con la causa de Madre Luz en el hospital La Divina Providencia, y el consecuente trato personal de carácter social y religioso que ligó al matrimonio de Ernesto y Gloria con Óscar Romero son hechos documentados. Pero más allá de esta constatación pueden vislumbrarse también cier-tos paralelismos en cuanto a los perfiles profesionales y las posturas institucionales que exhibieron, tanto el coronel exiliado como el arzobispo de San Salvador.

Ambos se insertan en instituciones de mucha raigambre histórica (Iglesia y Ejército); instituciones rígidas en sus moldes de integración, pertenencia y formación; instituciones donde la identificación ideológico-doctrinaria posee un valor en grado sumo.

Ambos realizan estudios prestigiosos en el extranjero. Ambos fueron expre-samente enviados a prepararse para que ostentasen seguidamente cargos importantes en sus instituciones.

Ambos forjaron una identidad institucional a toda prueba, basando dicha identidad en un escrupuloso apego individual a la gama de principios y valores pro-pios de su institución.

Ambos acrisolaron una integridad personal a ultranza durante su extensa tra-yectoria institucional. Ninguno acumuló bienes materiales o beneficios pecuniarios extraídos de las arcas oficiales. Ambos culminaron sus días en condiciones frugales y sin pretensiones.

Ambos encararon un proceso de «individuación» al interior de su propia institución. Esto equivale a decir que ambos, en su madurez, sostuvieron una relación de discernimiento crítico con la cúpula de su propia institución. Tanto que, en un determinado momento, cada quien fue considerado como «traidor» o espurio, según los cánones de la institución correspondiente.

Ernesto Antonio Claramount Villafañe relata que el presidente Fidel Sánchez Hernández tenía en la mira al coronel Claramount para candidato presidencial en la coyuntura electoral de 1972. Pero en los preámbulos del evento, Claramount sostuvo un serio altercado con Sánchez Hernández y este «le dio la baja en 1971». El hijo tercero del coronel Claramount recuerda que cuando su padre llegó a su casa le dijo a su mamá: «Me dieron la baja».61

60 Entrevista a Ernesto Antonio Claramount Villafañe.61 Entrevista a Ernesto Antonio Claramount Villafañe.

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Rubén Zamora, en una entrevista con Menjívar Ochoa, recuerda que la cúpula del estamento militar «tomó a Claramount como un traidor al Ejército» por su participación en la coyuntura electoral de 1977.62

Por su parte, Monseñor Romero soportó confrontaciones y duros juicios condenatorios al interior de su misma institución, sobre todo en el ámbito de la Conferencia episcopal salvadoreña (con la única excepción de Mons. Rivera y Damas), hasta ser increpado duramente por el papa Juan Pablo II en su última visita ad limina en 1979.63

Nuestro análisis nos lleva a pensar que el arzobispo de San Salvador y el coronel candidato presidencial llegaron a aproximarse en sus posturas, a partir de ciertas medidas que ambos tomaron en una coyuntura compartida. En su calidad de individuos con vocaciones personales y filiaciones institucionales muy bien definidas, ambos impulsaron ciertas decisiones en momentos álgidos que les llevó a desarrollar una actitud de impugnación al régimen gubernativo que llegó a instalarse a contrapelo en 1977.

Desde esta perspectiva podemos concluir que ambos coincidieron como personajes públicos en la historia nacional (1977-1980), tomando decisiones que les colocaron en una posición equivalente. Y esa posición equivalente que cada quién desde su historia personal y estatus institucional llegó a asumir, es lo que podríamos calificar como una «postura de impugnación casuística institucional».

Según el diccionario de la RAE, el término «casuística» atañe a la «aplicación de los principios morales a los casos concretos de las acciones humanas». En el caso que analizamos, los principios que nutrieron la «postura de impugnación» de ambos personajes fueron no solo de carácter moral sino también de carácter institucional.

Podrían examinarse los modos propios con los que en su momento cada quien llegó a desplegar esta particular «postura», la que bien pudo haber contribuido, entre otras dinámicas tumultuosas, al veloz desgaste que sufrió el régimen del general Romero.

Ya se sabe que Monseñor Romero, después del asesinato del padre Rutilio Grande el 12 de marzo de 1977, decidió enrumbar su barca eclesiástica hacia un distanciamiento crítico del gobierno que recién se había instalado luego de los frustrados comicios de febrero de ese mismo año.64 Esta posición del líder sobresaliente de la Iglesia católica muy rápidamente derivaría hacia una impugnación frontal del régimen fraudulento.

El abismo que fue acrecentándose entre la Iglesia y el gobierno en virtud de la denuncia sostenida de Monseñor Óscar Arnulfo Romero contra el terrorismo del gobierno, así como su negativa de adoptar una actitud más conciliatoria si el gobierno

62 Menjívar Ochoa, Tiempos de locura, págs. 45-46.63 Cfr. Óscar Romero, Diario.64 «Arzobispado de San Salvador: Boletín Informativo n.o 6», Orientación XVIII n.° 4009 (20 marzo 1977),

pág. 1.

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no cesaba en su persecución a la Iglesia y en su represión contra el pueblo salvadore-ño, sin lugar a dudas «fue una de las causas inmediatas en el deterioro acelerado del gobierno del general Romero.65

De manera equivalente puede aquilatarse la postura que sostuvo el coronel Claramount en su exilio, la cual hacía mella en el régimen militar que se había impuesto de mal modo en el país. Si esto no hubiese sido así, no podría entenderse el advenimiento de hechos terminantes que el coronel junto con su familia vivieron durante su exilio en Costa Rica, como los atentados frustrados y el cheque en blanco que le enviaron para que devolviese el documento que certificaba su adhesión al régimen del general Romero.

Recordemos que la misma cúpula militar le había restituido institucionalmente, como una maniobra para arrinconarlo en la coyuntura de protestas en la plaza Libertad luego del fraude electoral. Con esa maniobra, «el alto mando de la Fuerza Armada Salvadoreña lo emplazó a moverse de nuevo “bajo estrictas órdenes militares, a las cuales no puede faltar como militar, y como ciudadano salvadoreño”».66

La postura que el coronel sostuvo, basada en su «pundonor militar»67 y en su «estilo democrático»,68 derivó en una cuasiruptura con su propia institución, al tiempo que representó, sin ninguna duda, una sólida impugnación y presión de descrédito para el régimen de «Romero y su grupo de poder».

11. Su posición posgolpista

En la coyuntura posgolpista, a finales de 1979, el coronel Ernesto Claramount recibió varias ofertas de participación en la Junta Cívico-Militar, en concreto, que fuese asesor, miembro de la junta, y hasta encargado general de las fuerzas armadas.

Sin embargo, el repatriado coronel se fue inclinando cada vez más por mantenerse al margen de las decisiones políticas que fueron sobreviniendo tras el golpe, por una serie de razones que, en el fondo, tienen que ver con que las ofertas que recibía no coincidían con su cuadro mental y sus propias valoraciones.

Ernesto Antonio Claramount Villafañe, el tercero de los hijos del coronel, relata que él escuchó directamente las ofertas que algunos de los actores políticos y militares que se movían en aquel entonces le hicieron a su padre tras el golpe de octubre del 79.

65 Enrique Baloyra, El Salvador, págs. 92, 93.66 «Dan de alta a varios de los militares en retiro», Diario Latino, 1 de marzo de 1977, pág. 3.67 Entrevista a Manuel Monterrosa.68 Entrevista a Ernesto Antonio Claramount Villafañe.

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El día que llegó Manuel Ungo a la casa a decirle a mi papá: «Neto, quiero que estés en la Junta Revolucionaria de Gobierno», yo estaba allí. «No, Manuel. Yo no puedo estar en ninguna Junta. Yo soy el presidente de El Salvador, y tiene que reconocerme el pueblo.» Digo esto porque lo oímos nosotros. Varios años después, yo le recriminaba a mi papá por qué él había rechazado lo que le ofrecían. Entonces él me respondió: «No es mi estilo, Ernesto. ¡Entiéndanlo! Mi forma es democrática».69

69 Entrevista a Ernesto Antonio Claramount Villafañe.

Comunicado que inscribe la ruptura oficial de la Iglesia, presidida por monseñor Romero, a raíz de la escalada represiva del régimen del general Romero contra el pueblo y líderes eclesiásticos. Publicado en Orientación, 20 de marzo de 1977.

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«Ya era tarde», asegura Manuel Monterrosa, profesional salvadoreño que participaba del círculo de salvadoreños que frecuentaba el coronel exiliado en Costa Rica. Claramount tenía su esquema, y ya desde el exilio había topado con ese giro que no tardó mucho tiempo en adueñarse de los actores y acontecimientos que se sucedían en el país. «Me parece que tuvo la suficiente visión y audacia para entender que su tiempo había terminado. Él no era tonto».70

Según Ernesto Antonio, su padre se empieza a apartar de la vía política y de la vía militar, porque él logró prever lo que se venía. Al respecto, Monterrosa pondera que «como militar que era, Claramount tenía cierto pensamiento estratégico y se daba cuenta de que los factores que estaban en juego ya no le daban mucho margen. Fue una decisión pragmática, que por supuesto tendría su trasfondo ético, sobre todo si lo vemos en la dimensión de ese concepto que él manejaba mucho que era el del “pundonor militar”, el punto de honor que no solo es militar sino también de cierta condición ciudadana, de “darse su puesto”, como él mismo decía».71

12. Su final en esta vida

Cuentan sus hijos que al ir avanzando en su edad, la diabetes comenzó a molestarle más. Sin embargo la controlaba con pastillas. Posteriormente padeció de unas hernias en la espalda. Como había sido jinete de caballería por muchísimos años, el movimiento de golpeo en la cadera le había dañado las vértebras cervicales y las lumbares, algo normal para las personas que han practicado el deporte ecuestre. Su médico, el coronel Quinteros, le dijo que se operara para que el daño no siguiera avan-zando. Entonces se operó en 1996. Salió bien de la operación, siguió su vida rutinaria, y así fue envejeciendo.

Familiares del coronel relatan que «ya por último lo llegaban a ver personajes, políticos, tanto de derecha como de izquierda, algunos están ahora en el gobierno». Uno de sus hijos, Ernesto Antonio, atestigua haber visto en su casa «a José Luis Merino (Ramiro) en un par de ocasiones. También a Ana Guadalupe Martínez, el coronel Almendáriz, y otros personajes que le dieron un seguimiento por amistad, fraternidad, como una persona que dio su participación en un momento preciso».72

Llegó un momento en que el coronel, ya con más de 80 años, agotado, tuvo que sentarse en una silla de ruedas. Cuentan sus hijos que entonces «tenía su enfermero, aunque nunca se quejaba, siempre como un roble». Ernesto Antonio relata que en

70 Entrevista a Manuel Monterrosa.71 Entrevista a Manuel Monterrosa.72 Entrevista a Ernesto Antonio Claramount Villafañe.

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esta época «don Jorge Sháfick Handal lo llegaba a ver, Dagoberto Gutiérrez, Rubén Zamora, Héctor Dada, en, fin, llegaban a manifestar su sentir hacia él, y muchas veces yo oí una disculpa[…] una disculpa».73

Como una persona que ya siente que va a morir, el coronel sentaba a sus hijos, sus nietos, su esposa, y les decía que se sentía tranquilo, se sentía satisfecho, porque la misión había sido cumplida. Insistía a sus hijos que honraran su apellido, porque el legado del abuelo general, como el suyo propio, era un legado no tanto económico pero sí un legado de honorabilidad, de transparencia, de responsabilidad, y que lo cuidaran. «Él nos manifestaba eso: “¡Cuiden el apellido!”», afirma uno de los Claramount Villafañe.74

Mi papá, en sus pláticas de anciano, siempre mencionaba a Monseñor Romero. Y decía: «mi amigo». Entonces mi papá decía: «Cómo quisiera que Monseñor estuviera aquí». Y me instruyó que yo después buscara a las personas correctas, y me dijo: «Presentá las cartas de Monseñor Romero, presentá la documentación necesaria, tanto de tu abuelo como la mía, para que se dé cuenta la gente de que sí habemos militares honestos, progresistas, y que queríamos el bien común para el pueblo.75

El coronel Ernesto Antonio Claramount Rozeville partió de este mundo a la edad de 83 años. El estratega de campo, coronel retirado, empresario ganadero, veterano del deporte ecuestre y en una ocasión candidato a la presidencia de la república, murió un 19 de junio del año 2008 a causa de un ataque respiratorio. Estaba en su casa con su esposa, sus hijos, y con la gente que en esos momentos lo atendía. Su hijo Ernesto Antonio relata que «murió en su cama, fue una muerte tranquila, murió satisfecho. Y mi mamá tranquila. Ella sabía que ese hombre había cumplido como hijo, como esposo, como padre, como abuelo, como militar, y como político».76

Uno de sus hijos, evocando el modo en que el general Claramount Lucero ha-bía terminado sus días, declara: «De la misma forma en que murió mi abuelo, viviendo de manera sencilla en su casa con una pequeña pensión, así fue con mi padre. Mi padre murió con una pensión de 170 dólares, querido por todos, visitado por todos».77

Sus restos mortales yacen en un monumento mortuorio ubicado en la primera franja del Complejo Funerario Montelena, en Antiguo Cuscatlán. Se le dio un funeral

73 Entrevista a Ernesto Antonio Claramount Villafañe.74 Entrevista a Ernesto Antonio Claramount Villafañe.75 Entrevista a Ernesto Antonio Claramount Villafañe.76 Entrevista a Ernesto Antonio Claramount Villafañe.77 Entrevista a Ernesto Antonio Claramount Villafañe.

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de un jefe de Estado, que fue financiado enteramente por la familia. Uno de sus hijos afirma que «de lo que él nos dejó se le dio ese reconocimiento, el Ejército le dio los honores de un jefe de Estado, y murió como una persona digna y correcta».78

13. «Siempre jugó su papel»

Para la coyuntura electoral de 1977 el coronel Ernesto Claramount Rozeville llegó a constituir un verdadero personaje en la política opositora que puso en jaque a un proyecto gubernativo militar y represivo que venía imponiéndose desde décadas atrás.

78 Entrevista a Ernesto Antonio Claramount Villafañe.

Esquela publicada por el Partido Demócrata Cristiano para comunicar el deceso del otrora candidato a la presidencia de la República en un período decisivo de la historia nacional, publicada en La Prensa Gráfica, 20 de junio de 2008.

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Desde su exilio en Costa Rica, el coronel Claramount tenía conciencia clara de que el siguiente paso que podría esperar en El Salvador era que lo restituyeran como presidente legítimamente electo.

Cuando se da el golpe del 79, la mayoría de sectores políticos salvadoreños creían que la lucha cívica como medio de acceder al poder por parte de los sectores populares ya estaba agotada. Desde su posición particular, el candidato exiliado y recién retornado en esa coyuntura, pronto se daría cuenta del ineluctable giro que se había adueñado de los actores y acontecimientos en el país.

En el momento en que se cerraba el ciclo de la lucha electoral y del movimien-to cívico, ciertos líderes se sintieron llamados a reingresar a la palestra con algún rol pertinente: Benjamín Mejía, líder del golpe constitucionalista del 72; Enrique Álvarez Córdova, oligarca transformado en luchador popular; Guillermo Manuel Ungo, polí-tico social demócrata que desde el exilio se alió con el FMLN; el coronel Ernesto Cla-ramount Rozeville candidato presidencial en 1977 que fue exiliado y al retornar se re-plegó; José Napoleón Duarte, también candidato exiliado pero que terminó optando por la contrainsurgencia. Todos ellos representan una suerte de «líderes emergentes de ese fin de ciclo de la lucha cívica y política».79

Mi papá en su tiempo fue una figura política y militar, fue una persona respetada y temida para ciertos grupos de personas. La bomba que pusieron en la casa era para amedrentarlo. Después del asesinato de Monseñor Romero, el cual había estado cerca de su persona en su lucha política y en el exilio, le hacen el atentado como para decirle: “Estate quieto”. Pero de ninguna manera logran amedrentarlo. Él comentaba que si no lo habían hecho cuando estuvo en la plaza Libertad, cuando se lo llevaron en ese avión clandestinamente con rumbo incierto, cuando los atentados durante su exilio en Costa Rica, con una familia golpeada, una familia a la que le habían saqueado su patrimonio.

Lo que pasa es que el país ya llevaba otro rumbo, él se mantuvo a la expectativa de los sucesos que muy pronto acontecerían en el país, como él y otros lo previeron para su campaña política en las elecciones presidenciales de 1977 y durante la toma de la plaza Libertad que si le robaban las elecciones al pueblo salvadoreño, era la última posibilidad de cambiar el escenario político por la vía electoral y democrática. El futuro estaba escrito en una guerra civil que no tenía marcha atrás. Simple y sencillamente mi padre jugó siempre su papel.80

79 Entrevista a Manuel Monterrosa.80 Entrevista a Ernesto Antonio Claramount Villafañe.

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La biografía política del coronel Ernesto Antonio Claramount Rozeville, te-niendo como antecedente a su familia paterna, nos ha permitido comprender, desde la perspectiva de una sola persona, algunos procesos importantes de la vida política, económica, militar y social de El Salvador desde fines del siglo XIX hasta la década de 1980. De este modo, la biografía política se convierte en un fabuloso instrumento de comprensión histórica, alejada, por supuesto, de apologías santificadoras que nada más sirven para construir una «historia de bronce», como también de narrativas sin mayor fundamento documental.

Podríamos decir, entonces, que la vida del coronel Claramount, sistematizada en un trabajo biográfico a partir del cual se ha dialogado con múltiples fuentes (orales, manuscritas, periodísticas, fotográficas, etc.), nos ayuda a tener otro acercamiento a la realidad del país: a sus autoritarismos civiles y militares, a sus fallidos intentos de-mocratizadores, a sus curiosos regímenes militares, a sus golpes de Estado como a los inicios de la cruenta guerra civil de la década de 1980. No es que queda ahogada la persona biografiada entre la odisea de las procesos que experimentó el país en el siglo XX. Más bien, una biografía política como la escrita en este libro nos ha permitido ver las sinergias, entrecruces, dialécticas o interacciones de la persona y sus diversos contextos en los que se movió o contribuyó a producir. No en vano José Ortega y Gasset había afirmado: «Yo soy yo y mi circunstancia»; es decir, no solo construimos nuestros espacios vitales, sino también estos nos condicionan continuamente.

Militar de pensamiento progresista, héroe y estratega en la guerra con Hondu-ras, político, candidato presidencial en las elecciones de 1977, empresario ganadero, destacado en el deporte ecuestre y amigo de personalidades importantes del ámbi-to nacional e internacional, Claramount Rozeville fue un salvadoreño heredero del proyecto de modernización iniciado en la década de 1950. Como tal, su visión de El Salvador era la del desarrollo nacional a partir de un régimen que tuviera un control

Epílogo

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político con participación democrática. Fue allí donde el honor, como parte de su disciplina y valor castrense asumido a lo largo de sus años, supo conjugarse con su compromiso político, al tener la experiencia de un país fragmentado por la represión y la injusticia social.

Después del conflicto armado de los años ochenta, ha habido una eclosión de memorias creadas por las partes que intervinieron en aquella circunstancia bélica e incluso en periodos previos. Se ha buscado «rescatar», «preservar» o evitar el olvi-do recordando, registrando y escribiendo colectivamente, así como «inventando» los lugares de la memoria por medio de museos y monumentos. Hay memorias que se han reforzado, otras que se han impugnado entre sí; en cualquier caso, asistimos a un momento privilegiado en la construcción de registros colectivos que aproximarán a las presentes y futuras generaciones de salvadoreños y salvadoreñas al conocimiento de su pasado.

En suma, se espera que este libro no solo sirva para valorar, más allá de sus desaciertos o errores, lo humano y profesional del coronel Claramount Rozeville, sino que, además, ayude a percatarnos de las complejidades de los procesos históricos; a distanciarnos de perspectivas maniqueas o luchas agustinianas entre el bien y el mal, y comprender que la realidad humana y social contiene diversas facetas que se conjugan entre sí. Intentar verlas en su conjunto permitirá una mejor comprensión de nuestro pasado y presente.

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Anexos

Amistades del coronel Ernesto Claramount Rozeville

1) Personalidades conocidas durante su estancia en México en 1950, como becario en un curso de Equitación en la Escuela de Caballería: general Humberto Mariles Cortés (instructor y campeón Mundial de Salto individual en las Olimpiadas de 1948 realizadas en Wembles Londres Inglaterra), Pedro Infante, Jorge Negrete, Dolores (Lola) Beltrán y otras personalidades de la época.

2) En El Salvador, durante su vida como oficial e instructor ecuestre, hizo muchas amistades que practicaban dicho deporte: Roxana Tinoco, Anabel Tinoco de Meza, Jaime Hill, Arturo Meza, Enrique Álvarez Córdova y otros más.

3) Amistades muy cercanas dentro de las Fuerzas Armadas salvadoreñas: general Alberto Medrano (compartió en el Teatro de Operaciones Norte, TON, durante la guerra con Honduras), coronel Mariano Munguía Payés (lo acompañó en la campaña presidencial de 1977), coronel Mariano Castro Morán (lo acompañó en la campaña presidencial de 1977), coronel y doctor Berríos (exdirector del Hospital Militar), coronel Mario Velásquez (conocido como «el Diablo Velásquez» durante la guerra con Honduras en el TON), coronel Mario Rosales y Rosales (TON), coro-nel Ricardo Cuéllar, coronel Nóchez Palacios, mayor Alfonso Amaya, coronel piloto aviador Roberto Corleto y otros más.

4) Amistades del ámbito civil: Enrique Álvarez Córdova (padrino de confir-mación de su hijo Ernesto Claramount Villafañe), doctor Álvaro Magaña (expresiden-te del Banco Hipotecario y expresidente de la República de El Salvador después de las dos Juntas de Gobierno; padrino del segundo de sus hijos, José Alex Claramount Villafañe), doctor Jiménez Castillo (abogado, esposo de Teresa Villafañe, hermana de la esposa del coronel Claramount), don Mario Inclán y Salvador Fichera.

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Anexos164

5) Amistades de cuando estuvo como agregado militar en Nicaragua (1968): el expresidente de la República de Costa Rica, el señor don José Figueres (se hicieron amigos en un par de visitas que realizó el expresidente Figueres a Nicaragua a su ho-mólogo el general Anastasio Somoza), Alfredo Ruiz Quiroz (trabajaba en la Embaja-da de El Salvador en Nicaragua como agregado comercial, posteriormente estuvieron en la guerra con Honduras), Felipe Frati (trabajaba en la Embajada de El Salvador en Nicaragua), Luis Carreón (nicaragüense, de una familia muy reconocida, visitó al co-ronel cuando este estaba en Nueva Ocotepeque durante la guerra con Honduras), la familia Tefelt (una de las familias más prominentes de Nicaragua, visitaron al coronel cuando este estaba en Nueva Ocotepeque durante la guerra con Honduras).

6) Amistades dentro del ámbito político en El Salvador: Jorge Schafik Hándal, Dagoberto Gutiérrez, doctor Antonio Morales Erlich (compañero de fórmula presi-dencial en 1977, como vicepresidente), doctor Manuel Ungo, doctor Abraham Rodrí-guez, doctor Rubén Zamora, doctor Héctor Dada Hirezi, Mario Zamora, Marianella García Villas, Mario Inclán, David Trejo, doctor Fidel Chávez Mena, Mario Aguiñada Carranza, doctor Flores Macall y otros.

7) Militares progresistas del Movimiento de Unidad Nacional que lo acompa-ñaron durante la campaña presidencial y la toma de plaza Libertad en 1977: coronel Daniel Guevara Paiz, coronel Armando Mixco, coronel Mariano Castro Morán, coro-nel Mariano Munguía Payés, coronel Óscar Rank Altamirano, capitán Carlos Cardona Weyler, teniente Daniel Cañas Infante, teniente José Cárcamo Sermeño (quien se desempeñó como seguridad en su campaña política y durante su exilio en Costa Rica), teniente Roberto Morán López y subteniente Belisario Peña.

8) Amistades en Costa Rica durante su exilio 1977-1979: expresidente don José Figueres (se conocieron en Nicaragua en 1968, cuando don José era presiden-te y el coronel Claramount era agregado militar en Nicaragua), expresidente Daniel Oduber Quirós (1974-1978; cuando el coronel llegó al exilio en Costa Rica, él era el presidente), expresidente don Rodrigo Carazo Odio (1978-1982), expresidente y receptor del Premio Nobel de la Paz doctor Óscar Arias, exministro de Seguridad Pública don Mario Charpentier (con quien tuvo una excelente amistad: se conocieron desde que el señor Mario Charpentier era caballero cadete de primer año y el coronel Claramount de cuarto año en la Escuela Militar Capitán General Gerardo Barrios de El Salvador; desarticuló dos atentados contra el coronel en Costa Rica), Luis Arnoldo Rubio y su esposa Nuria Leiton García de Rubio (pareja de esposos costarricenses que recogieron al coronel Claramount del carro del embajador de El Salvador en Costa Rica, luego de su salida del aeropuerto, y se lo llevaron en su carro a su casa, estando con ellos hasta que se estableció con su familia en aquel país), don Alberto

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Anexos 165

González y su señora esposa Carmen de González (empresario y criador de caballos), doctor Alfaro y su esposa María Cristina de Alfaro (en esa época era el ministro de Salud y vecino del coronel Claramount), los doctores veterinarios Echandi (llevaban el control del ganado lechero, los caballos, su tipo de alimentación y las vacunas), la familia de don Bolívar Retana y su esposa Rosa (empresarios y criadores de caballos de paso).

9) Amistades en la República de Panamá: expresidente de la República, general Omar Torrijos; con él tuvo una excelente amistad, se conocieron desde que el general Torrijos era caballero cadete de primer año y el coronel Claramount de cuarto año en la Escuela Militar Capitán General Gerardo Barrios en El Salvador. Igualmen-te, compartió la amistad con el expresidente de la República Martín Torrijos, hijo del fallecido general Torrijos.

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Anexos 167

Como es de su conocimiento, el Partido de Conciliación Nacional ha deten-tado el poder en el país durante más de tres lustros.

Esa época de Conciliación Nacional está caracterizada por los siguientes ras-gos sobresalientes:

Deterioro progresivo de la situación económica

Durante esos quince años la situación económica ha estado caracterizada por un crecimiento máximo del producto nacional bruto que acompañado de un verti-ginoso crecimiento de la población hace que el ingreso per cápita haya descendido o por lo menos se haya estancado.

Los actuales altos precios de los productos de exportación, únicamente bene-fician a unos pocos y ocasionan un proceso inflacionario que incide duramente en la mayoría de la población.

Creciente agravamiento de los problemas sociales. Desempleo.Los problemas de salud, de vivienda, de agua potable, etc. se han agravado

durante el periodo en examen.Pero quizá el problema más grave es el problema de la desocupación.Se puede calcular que fuera de los meses de la recolección de las cosechas de

café, algodón y caña de azúcar, la desocupación ascienda un cuarenta por ciento de la población activa. La desocupación presiona más rudamente a la juventud; cada año ingresan a las fuerzas de trabajo miles y miles de jóvenes que no encuentran ocupa-ción remunerada con la consiguiente frustración del joven y de su familia.

Memorándum del coronel Ernesto Claramount al embajador de los Estados Unidos en El Salvador, con

fecha 14 de febrero de 1977

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Anexos168

Ese panorama de desempleo se agrava con el cierre académico de la Univer-sidad Nacional y la falta de Institutos Vocacionales.

Violencia

De todas estas condiciones sociales se ha generado un panorama de violencia que no se había presentado antes en el país.

La masacre de estudiantes el 30 de Julio de 1975 y los asesinatos de campesi-nos en La Cayetana, las Tres Calles, Chinamequita y Santa Bárbara, han creado una brecha insuperable entre el gobierno y el pueblo.

El candidato oficialista [se refiere al Gral. Carlos Humberto Romero], quien durante cuatro años ha sido el jefe de Seguridad Pública ni ha dado una explicación sobre estos hechos, ni ha negado su responsabilidad en los mismos.

Descenso de la calidad del equipo gobernante

Durante los quince años del PCN se ha observado un descenso impresionan-te en la calidad técnica y moral del equipo gobernante. Cada vez más los Ministros, Subsecretarios y Directores Generales y todos los funcionarios de alguna importancia, son personas menos conocidas y menos capacitadas para una buena administración.

Corrupción

Es un hecho público y notorio que la corrupción se ha enseñoreado en todos los tramos de la administración pública.

El Presidente de la República y todos sus favoritos se enriquecen a la luz del día. El Gobierno propicia la erección de grandes obras públicas de relativa significa-ción económica que dan oportunidad a contratos fraudulentos y comisiones ilegales y exageradas. Ejemplos típicos de lo anterior son la Central Azucarera del Valle de Jiboa y el Aeropuerto Internacional con la Autopista de San Salvador a dicha terminal.

El caso del Coronel Rodríguez, Jefe del Estado Mayor en la actual administra-ción, condenado por un tribunal de Nueva York por varios delitos relacionados con el contrabando de armas habla elocuentemente de la corrupción imperante. Pero más elocuente es el silencio y la falta de investigación de parte de las autoridades.

En varios episodios de violencia en que ha habido robo y extorsión es eviden-te la participación de fuerzas de seguridad.

La campaña política millonaria se hace con recursos del Estado y contribucio-nes obligatorias de los empleados públicos.

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La continuación en el gobierno de los funcionarios del régimen no es sola-mente una ambición política sino que se trata de seguir enriqueciéndose con la co-rrupción imperante. Es el imperativo de la supervivencia de una mafia incrustada en el poder.

Así hemos llegado a la actual campaña política en que la oposición formada por tres partidos políticos y un movimiento de unidad nacional deciden lanzarme como candidato militar para acallar el estribillo de que toda oposición es comunismo y anti-militarismo de que toda demanda popular es subversión.

El pueblo comprendió inmediatamente la coyuntura y ha respondido clamo-rosamente a la candidatura militar de la oposición.

El triunfo corresponde a la oposición y por eso se ha montado la más grande operación de fraude electoral que se puede imaginar. Los medios publicitarios han dado a conocer el mecanismo del fraude. Adjunto encontrará la denuncia presentada al Consejo Central de Elecciones que da una idea de la magnitud del irrespeto al voto y a la voluntad popular, así como la respuesta desvergonzada de ese organismo.

De llegar el General Romero a la Presidencia de la República se producirán las siguientes situaciones:

Sería una terca dictadura con el más estrecho de los horizontes.El candidato Romero está comprometido con la oligarquía a la destrucción de

todo vestigio de democracia conservando el actual status económico y social con los resultados de su paralización.

La oligarquía salvadoreña ha demandado y obtendrá para sí la más irrestricta protección y libertad económica en aras de sus grandes negocios y situaciones mo-nopólicas, y negará a la población restante la más mínima libertad política para luchar democráticamente por el cambio social, la democracia y progreso.

Por su parte la ultra izquierda que está infiltrada en la Universidad, en ANDES, organización magisterial, en los Sindicatos, en organizaciones campesinas y hasta en el Ministerio de Educación, rechaza la solución electoral y en general la vía democrática y preconiza la violencia armada como única forma de lucha política.

Habrá pues una polarización de extrema derecha y extrema izquierda que destruirá toda posibilidad de vía democrática, generará una dictadura y una era de crímenes y violencia desconocidos en el país.

Los recursos de la libertad para luchar contra la maldad, la dictadura y la vio-lencia son muy pobres en nuestro país.

Como salvadoreño demócrata no estoy pidiendo, ni permitiría la intervención de una potencia extranjera en los problemas de mi Patria. Por el contrario, me opon-dría enérgicamente a ella.

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Considero sin embargo mi deber de hombre libre, de dirigirme a una nación de hombres libres a través de su Embajador, señalando la amenaza que se cierne sobre la democracia. Porque en la lucha por la preservación de los valores de la civili-zación cristiana todos somos soldados de un solo ejército.

Con verdadera satisfacción hemos recibido las declaraciones del presidente Carter en su discurso inaugural en el sentido de que los Estados Unidos no podrán permanecer indiferentes a la suerte que corra la democracia y la libertad en cualquier país del mundo. Asimismo la prensa internacional nos informa la preocupación por nuestra situación política de parte del senador Kennedy con motivo de la visita que le hiciere el ingeniero José Napoleón Duarte. Tal información no se publica en este país que es «un ejemplo de Libertad de Prensa».

En vista de tan claras definiciones de políticas, de la manera más respetuosa le solicito que haga patente al Gobierno del Coronel Molina la aspiración del Gobier-no de los Estados Unidos de que se celebren en este país elecciones limpias y que el escrutinio de los votos e información de los resultados se haga en forma rápida y honrada, dando el triunfo al elegido por el pueblo salvadoreño.

Consideramos que el transcurso de los años ha confirmado ampliamente los pronósticos contenidos en este Memorándum.

Memorándum reproducido por Mariano Castro Morán, en Castro Morán, Mariano. (1984) Función política del Ejército salvadoreño en el presente siglo. El Salvador: UCA Editores, págs. 241-244.

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En 1977, ocurrió una masacre en el país, que inició en la plaza Libertad y sus alre-dedores a la una de la mañana del 28 de febrero. El origen: el fraude de una dictadura mili-tar que arrebató al pueblo su decisión de elegir a la UNO. La población exigía de distintos modos, apelaciones, marchas, concentraciones para que la autoridad electoral de entonces, el Concejo Central de Elecciones (CCE), respetara al pueblo. El CCE callaba y la dictadura acudió al instrumento de fuerza, las Fuerzas Armadas, y la forma fue la masacre.

Los contendientes eran el viejo Partido de Conciliación Nacional (PCN) y la Unión Nacional Opositora (UNO), el primero representaba a la oligarquía. La Fuerza Armada reunía a su última tanda de generales, escogían al candidato presidencial, la parte civil de la dictadura escogía a un civil para candidato a vicepresidente, hacían la fórmula y empezaba el andamiaje paramilitar y de reserva a movilizarse para ganar votos; solo que desde 1972, la gente había aprendido que si era el voto el medio para escoger presidente, pues se podía votar por otro, y en 1972, habían votado mayorita-riamente por Napoleón Duarte y con fraude le arrebataron la presidencia.

En 1976, la UNO se volvió a coaligar como unidad de tres partidos, el De-mócrata Cristiano (PDC), el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) y el Unión Democrática Nacionalista (UDN), pero asumiendo que la Fuerza Armada tomaba partido sin tener porqué, la estrategia de la UNO fue escoger como candidato a un militar de prestigio ya retirado, y escogió al coronel Ernesto Claramount, y como vice el doctor Antonio Morales Erlich. En campaña los candidatos visitaron todo el país. Claramount recogía el apoyo como un hombre honorable y valiente, muchos otros militares de baja de distinto rango acompañaron a la UNO como Movimiento de

28 de febrero para nunca olvidar

Norma Guevara de Ramirios

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Anexos172

Unidad Nacional, no eran partido, pero querían el cambio, acompañaron toda la cam-paña y de ese modo aquella batalla entusiasmó y politizó a la gente.

En aquella época si bien existían medios masivos de comunicación, carecían de la masividad e impacto actuales, el contacto y la comunicación preferente era di-recta y el pueblo se volcó.

Pero llegado el día 16 de febrero capturaban a los representantes de la UNO en los organismos electorales, se robaban los paquetes electorales, los llevaban a los cuarteles, se les descubrió mensajes que probaban el fraude en grabaciones por telé-fono utilizando ANTEL, empresa estatal de telefonía.

La gente aún así votó y votó por la UNO mayoritariamente; por eso al cono-cer el resultado dado por el CCE, protestó, invocó revisión de resultados, invocó el respeto a la soberanía popular sin tener respuesta que no fuera otra que el silencio.

Por eso salió a la calle, ocupó la plaza Libertad, se fue extendiendo hasta al-canzar unas diez cuadras a la redonda, hizo huelgas que se extendían día con día. Las mujeres, encabezadas por Glorita de Claramount, marchábamos a demandar respues-ta al CCE y seguía el silencio y se extendía la exigencia de respeto a la voluntad popu-lar, antes de amanecer aquel lunes 28 de febrero, con miles y miles de personas que se mantenían en la plaza y sus alrededores respaldando a la UNO y sus candidatos, recordando aquel mensaje del candidato que decía «si nos quieren robar la victoria, NOS DAMOS EN LA MADRE», estábamos allí.

Escuchamos la misa del padre Alfonso Navarro, párroco de la Iglesia Mira-monte, estaba por iniciarse el programa cultural cuando fuimos cercados por el Ejér-cito que conminaba a evacuar en cinco minutos.

La gente de los alrededores se acercó, se concentró, gritaban consignas; el coronel Claramount tomó la palabra, pidió que cantáramos el himno nacional y luego trató de persuadir a la tropa de impedir la masacre, pero fue imposible, ordenó que entráramos a la iglesia El Rosario en orden.

Las dos cosas pasaron: la gente que pudo entró, pero toda la fuerza bruta militar se volcó contra la gente indefensa. Miles rompieron el cerco y corrieron hacia la Terminal de Oriente, recibiendo machetazos, culatazos y balazos, la iglesia rebasó y sus vitrales fueron rotos para meter gases lacrimógenos. Se negoció la evacuación con Cruz Roja, de manera que al amanecer nada quedaba, nadie sabía el saldo en vidas, heridos o capturados.

Empezó otro capítulo, la indignación y protesta de quienes no estaban allí, que también fueron masacrados en distintos lugares como el Parque Centenario. Nunca olvidemos este episodio de agotamiento de la dictadura e inicio de una nueva convicción popular para enfrentarla, pero sobretodo luchemos siempre contra toda forma de fraude.

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Coronel Ernesto Claramount Rozeville (agregado militar en la República de Nicaragua, 1968).

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El coronel Ernesto Claramount Rozeville en el curso avanzado para oficiales de Blindados Fuerte Knox Kentucky, Estados Unidos, en 1961.

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General Antonio Claramount Lucero, comandante de la Fuerza Aérea Salvadoreña, 1927-1930.

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El coronel Ernesto Claramount Rozeville con oficiales del Teatro de Operaciones Norte (TON) du-rante la ocupación de Nuevo Ocotepeque (Honduras), 1969. Aparecen en la fotografía, de izquierda a derecha: mayor José Humberto Guzmán, mayor José Antonio Corleto, teniente coronel Ernesto Claramount Rozeville (Comanche), mayor Carlos Eduardo Meléndez, teniente coronel Mario Rosales y Rosales, y teniente Carlos Mauricio Vargas (general Vargas).

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Coronel de Caballería Ernesto Claramount Rozeville, comandante del VIII Batallón de Infantería del Teatro de Operaciones Norte (TON), guerra entre Honduras y El Salvador, 1969.

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El coronel Ernesto Claramount Rozeville cuando ascendió al grado de subteniente de la Fuerza Armada de El Salvador el 20 de julio de 1945.

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Coronel Ernesto Claramount Rozeville, agregado militar en Nicaragua. Recepción en casa presi-dencial, en Nicaragua, ofrecida por el presidente de esa nación, general Anastasio Somoza, a sus homó-logos: el presidente de El Salvador, general Sánchez Hernández, y el presidente de Costa Rica, don José Figueres. Al centro, de bigote, el coronel Claramount Rozeville; a su izquierda, el general Fidel Sánchez Hernández; y a su derecha, don José Figueres.

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