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Glaciaciones, comprendiendo el misterio 1 1.-Un poco de historia. Uno de los mejores relatos de la historia de las investigaciones sobre glaciaciones es el libro Ice Ages, solving the mistery , de John y Katherine Palmer Imbrie. Es un libro estupendo del que ahora sólo recogeré unos pocos datos, pero que es realmente muy recomendable, y constituye la referencia fundamental en este apartado. La idea de que ha habido épocas en que la extensión de los hielos era mucho mayor que la de hoy, lo que llamamos glaciaciones, es relativamente reciente. Podemos, incluso, dar una fecha precisa para su nacimiento: 24 de julio de 1837, cuando Luis Agassiz expuso su teoría en un famoso discurso en la ciu- dad de Neuchatel, en el con- greso anual de la Sociedad de Ciencias Naturales Suiza. Se basaba en una serie de observaciones que hoy nos pueden parecen definitivas, pero que en su momento no resultaban tan convincentes. Los glaciares arrastran rocas que van erosionando el lecho rocoso a su paso, dejando las rocas pulidas y rayadas. Transportan bloques de diver- sos tamaños, algunos de cientos de toneladas, y otros mate-riales, que finalmente se acumulan dando lugar a for- mas muy características, co- mo son las morrenas frontales, que marcan el máxi- mo avance de un glaciar. Agassiz afirmaba que era po- sible reconocer este tipo de formaciones a grandes distan- cias de donde se encontraban los glaciares contemporáneos, lo que demostraría que en el pasado habían tenido mayor extensión. Aunque Agassiz no fue el primero en darse cuenta de ello, ya que él mismo había sido escéptico en un primer momento, fue su amigo Jean de Charpentier, buen conoce- dor de la zona del Jura, quien le convenció de ello. De la misma forma, y adelantándose a los científicos, los habitantes de zonas montañosas como Alpes y Jura, ya habían lle- gado a la conclusión, partiendo de su propia experiencia, que algunos de los fenómenos que se observaban en los glaciares activos, también podían identificarse a distancias de muchos kilómetros. Fig 1. Luis Agassiz en Harvard

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Glaciaciones, comprendiendo el misterio

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1.­Un poco de historia.

Uno de los mejores relatos de la historia de las investigaciones sobre glaciaciones

es el libro Ice Ages, solving the mistery, de John y Katherine Palmer Imbrie. Es un libro

estupendo del que ahora sólo recogeré unos pocos datos, pero que es realmente muy

recomendable, y constituye la referencia fundamental en este apartado.

La idea de que ha habido épocas en que la extensión de los hielos era mucho

mayor que la de hoy, lo que llamamos glaciaciones, es relativamente reciente. Podemos,

incluso, dar una fecha precisa para su nacimiento: 24 de julio de 1837, cuando Luis

Agassiz expuso su teoría en

un famoso discurso en la ciu­

dad de Neuchatel, en el con­

greso anual de la Sociedad de

Ciencias Naturales Suiza.

Se basaba en una serie de

observaciones que hoy nos

pueden parecen definitivas,

pero que en su momento no

resultaban tan convincentes.

Los glaciares arrastran rocas

que van erosionando el lecho

rocoso a su paso, dejando las

rocas pulidas y rayadas.

Transportan bloques de diver­

sos tamaños, algunos de

cientos de toneladas, y otros

mate­riales, que finalmente se

acumulan dando lugar a for­

mas muy características, co­

mo son las morrenas

frontales, que marcan el máxi­

mo avance de un glaciar.

Agassiz afirmaba que era po­

sible reconocer este tipo de

formaciones a grandes distan­

cias de donde se encontraban

los glaciares contemporáneos, lo que demostraría que en el pasado habían tenido mayor

extensión.

Aunque Agassiz no fue el primero en darse cuenta de ello, ya que él mismo había

sido escéptico en un primer momento, fue su amigo Jean de Charpentier, buen conoce­

dor de la zona del Jura, quien le convenció de ello. De la misma forma, y adelantándose

a los científicos, los habitantes de zonas montañosas como Alpes y Jura, ya habían lle­

gado a la conclusión, partiendo de su propia experiencia, que algunos de los fenómenos

que se observaban en los glaciares activos, también podían identificarse a distancias de

muchos kilómetros.

Fig 1. Luis Agassiz en Harvard

Glaciaciones, comprendiendo el misterio

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Pero la reacción de la mayoría de los miembros de la Sociedad de Ciencias ante

el discurso de Agassiz, no pudo ser más negativa. En aquellos momentos, la idea de

que en una época distante la Tierra hubiese podido estar cubierta de grandes mantos de

hielo, parecía extravagante. Algunos de los argumentos presentados eran muy

discutibles. Por ejemplo, los denominados bloques erráticos, grandes bloques de roca

que pueden tener cientos de toneladas de peso y estar constituidos por rocas

completamente distintas a las de su entorno, podían explicarse de otras maneras. La

nueva teoría presentada por Agassiz afirmaba que estos bloques habían sido

transportados por glaciares que antiguamente habían llegado hasta esos lugares. Esto

podía comprobarse en los glaciares de los Alpes. En cambio, la explicación habitual

hasta entonces, era que habían sido llevados por grandes inundaciones, idea que

además era compatible con el diluvio bíblico. Aunque pronto quedó claro que para los

bloques más grandes no era una explicación satisfactoria, se modificó, y se supuso que

estos bloque más grandes habían viajado en grandes icebergs que así habían podido

ser empujados por las inundaciones.

A pesar de la oposición, Agassiz no se desanimó. Quizá aquí reside su gran

mérito, no fue el primero en identificar las evidencias, pero sí fue él quien elaboró una

teoría científica coherente que daba explicación de distintos fenómenos, y luchó

decididamente por convencer a la comunidad científica, en contra de la opinión negativa

de la mayoría de sus colegas.

En 1840 publicó su libro Estudios sobre los glaciares (Etudes sus glaciers), en el

que presentaba las evidencias que apoyaban su teoría. Además, continuó ofreciendo

conferencias en defensa de su idea, lo que siguió alimentando la polémica. A través de

una de estas conferencias fue como el reverendo William Buckland, profesor en Oxford y

uno de los geólogos más reputados de su tiempo, tuvo contacto directo con la teoría

glacial. Viajó con Agassiz por las montañas del Jura y los Alpes, y en un primer

momento pareció convencido, pero a su regreso a Gran Bretaña se mostró reticente. En

el verano de 1840 un viaje de Agassiz a Inglaterra terminó por convencer a Buckland.

Este, a su vez, contactó con Charles Lyell, y le ofreció la explicación glacial de algunas

formaciones geológicas que le habían intrigado durante mucho tiempo: se trataba de

morrenas glaciares. Lyell quedó convencido rápidamente, y a partir de ese momento, ya

fueron tres reconocidos científicos – Agassiz, Buckland y Lyell – los que apoyaban

incondicionalmente la teoría.

En 1846 Agassiz viajó a Estados Unidos para dar una serie de conferencias, pero

lo que en un principio iba a ser una estancia temporal se convirtió en definitiva, ocupó

una plaza en la Universidad de Harvard hasta su fallecimiento en 1873, y continuó sus

investigaciones por toda América, incluyendo la identificación de formaciones glaciales

tanto en Estados Unidos y Canadá, como en los Andes.

En su entusiasmo, Agassiz llegaba a hacer afirmaciones temerarias, con poco o

casi ningún respaldo en las evidencias geológicas, lo cual también facilitaba las críticas

de sus oponentes. Pensaba que los glaciares en Europa habían llegado hasta las orillas

del Mediterráneo, y cuando encontró pruebas de la mayor extensión de los glaciares de

los Andes, especuló con un avance continuo de las masas de hielo sobre la cuenca del

Amazonas. Estas afirmaciones a veces provocaban incluso el escándalo de quienes

estaban de acuerdo con él, como Lyell. Pero a pesar de las dificultades y las críticas, la

teoría se fue abriendo paso. En los años 60 del siglo XIX ya se encontraba asentada, y

Glaciaciones, comprendiendo el misterio

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aunque se mantenía alguna oposición, se podía consierar que había triunfado, pero

habían sido necesarios cerca de de 30 años para vencer la oposición inicial.

No se puede dejar de señalar que aunque Agassiz demostró una gran audacia en

su visión de las glaciaciones, no hizo lo mismo en otros aspectos de su investigación.

Era un gran especialista en fósiles marinos, y sin embargo, mantuvo toda su vida

resistencia a aceptar la teoría de la evolución de Darwin, quien en cambio fue, desde

muy pronto, un ferviente defensor de la teoría glacial.

Cartografiando los depósitos glaciares era posible incluso elaborar un mapa

aproximado de la extensión que habían tenido los glaciares en el pasado, de manera

que se comenzaba a tener una idea bastante fidedigna de cómo había sido la glaciación.

Pero empezaba a haber evidencias de otro hecho que podía resultar sorprendente: no

había existido una sóla época glacial. En 1863, Archibald Geikie encontró pruebas de

que algunos valles fluviales habían sido rellenados por depósitos glaciales, erosionados

por la corriente del río y nuevamente rellenados por los glaciares. Igualmente, había

muestras de suelos desarrollados, con árboles de gran tamaño, intercalados entre

depósitos glaciares. Esto demostraba claramente que no se trataba de pequeñas

oscilaciones de temperatura. Esas zonas tenían que haber permanecido libres de hielo,

no durante uno o dos veranos, sino durante períodos relati­vamente largos, para permitir

el crecimiento de árboles de cierto porte. Entre 1871 y 1872, el hermano menor de

Archibald, James, publicaba una serie de trabajos sobre los depósitos glaciares, en los

que demos­traba la equivalencia entre los depósitos en Escocia, Escandi­navia, Suiza y

Norte­américa, y defendía que los restos de animales de clima cálido que se

encontraban en las Islas Británicas, habían podido habitar allí gracias a largos períodos

de clima benigno, lo que conocemos como un período interglaciar, intercalados entre las

épocas glaciares de frío extremo. Poco después, estas ideas fueron confirmadas por

hallazgos similares en los depósitos glaciares de Norteamérica.

A finales del siglo XIX la teoría glacial había triunfado completamente y apenas

quedaba ninguna oposición. Se estaba llevando a cabo uno de los trabajos

fundamentales, que estableció el esquema que iba a permanecer vigente durante más

de 50 años, y al que incluso hoy se sigue haciendo referencia. Albertch Penck en

colaboración con Eduard Brückner estudiaron el paisaje glaciar de los Alpes. La

conclusión de su trabajo se publicó en una monumental obra en 1909: Die Alpen Im

Eiszeitalter (Los Alpes en la era Glacial).

La base de su estudio era relativamente simple: en los valles de los Alpes se

podían distinguir cuatro niveles de acumulación de gravas, separadas cada una de ellas

por períodos de erosión, que habían hecho profundizar el cauce del río. Esto daba lugar

a la formación de cuatro niveles de terrazas. El nivel de grava en cada terraza, podía

seguirse hasta el contacto con una morrena terminal de un glaciar, esto hacía suponer

que los niveles de grava habían sido depositados por la acción de las aguas de los

glaciares durante los períodos fríos. En cambio, durante los períodos cálidos se habrían

producido las fases de erosión y profundización del cauce del río. Para apoyar sus

opiniones, fueron capaces de presentar un considerable número de argumentos que

convencieron a los especialistas, y su esquema se convirtió en la referencia

ampliamente aceptada de la historia de las glaciaciones. Identificaron cuatro

glaciaciones, que nombraron por orden alfabético según los nombres de varios afluentes

del Danubio: Günz, Mindel, Riss y Würm de la más antigua a la más moderna. Más tarde

Glaciaciones, comprendiendo el misterio

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se encontraron algunas evidencias de otras glaciaciones anteriores a las cuatro clásicas,

y se fueron añadiendo otros nombres: Donau, Biber y Haslach.

Estas ideas permanecieron vigentes al menos hasta la segunda mitad del siglo

XX, cuando los datos procedentes de los testigos de sedimentos marinos y de hielo

ofrecieron una visión más precisa. Y a pesar de que también había indicios de que las

terrazas no constituían elementos unitarios, ni representaban un solo acontecimiento

geológico, y por tanto se podía dudar de la validez del esquema general. Pero el éxito

del trabajo de Penck y Bruckner fue tal que, por ejemplo, un el libro de texto universitario,

de la signatura de Prehistoria de la UNED, editado en 2001, y en uso hasta 2009, seguía

hablando de las cuatro glaciaciones alpinas, solo mencionaba brevemente los isótopos

de oxígeno en los sedimentos del fondo marino, y no hacía ninguna referencia a los

testigos de hielo de Groenlandia o la Antártida.

El primer problema que tuvo Agassiz fue convencer al resto de sus colegas de

que la glaciación había existido realmente. La cuestión de las causas quedaba en un

segundo plano: todavía no existían suficientes datos como para elaborar una teoría seria

y mucho menos contrastarla. Pero esto no desanimó a otros investigadores, que pronto

Fig 2. Eduard Bruckner (izquierda) y Albert Penck.

Glaciaciones, comprendiendo el misterio

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comenzaron a elaborar hipótesis que pudiesen dar explicación a un fenómeno tan

espectacular.

Una de las primeras propuestas corresponde al matemático francés Joseph

Alphonse Adhemar (1767­1862), que publicó sus ideas en un libro “Révolutions de la

mer, déluges periódiques”, en 1842, 5 años después del discurso de Agassiz en

Neuchatel, y tan sólo 2 años después de que el investigador suizo las plasmase en su

libro “Estudio de los glaciares”. En aquellos años, además de la polémica sobre las

glaciaciones, también se tenían las primeras descripciones de las grandes masas de

hielo de la Antártida, gracias a exploradores como D'Urville y Ross. El conocimiento

todavía era muy precario, hasta el punto de que, el propio Adhemar estimaba que el

grosor de la capa de hielo de la

Antártida podía oscilar entre 100

y 200 km. En la Figura 3

podemos ver la representación

de un corte transversal de la

Tierra, tal como aparece en su

libro. El océano Antártico tenía

una profundidad mucho mayor

que la del Ártico, y consideraba

que la enorme masa de hielo en

el Polo Sur terminaba teniendo

un efecto gravitatorio que hacía

que se acumulase la mayor parte

del agua e incluso la atmósfera

en un extremo del globo terrestre.

En realidad, según su visión,

estábamos viviendo una

glaciación, sólo que en lugar de

producirse en el Hemisferio

Norte, como la que relataba

Agassiz, se estaba produciendo en el Hemisferio Sur. Aunque estas ideas ahora nos

puedan parecer descabelladas, tuvo una intuición enormemente acertada, fue el primer

investigador que buscó la explicación de las glaciaciones en las variaciones de la órbita

terrestre.

Reparó en el hecho de que la duración de las estaciones no es la misma: en el

Hemiferio Norte la primavera comienza hacia el 21 de marzo, en el equinoccio de

primavera, y el verano acaba hacia el 22 de septiembre, equinoccio de otoño, este

período se corresponde a su vez con el otoño e invierno del Hemisferio Sur. Esto

significa que en el Hemisferio Sur las estaciones más frías (otoño e invierno), tienen una

duración en promedio de 7 días más que sus estaciones cálidas (primavera y verano).

Según Adhemar esta era la explicación de por qué ahora existía una gran acumulación

de hielo en el Hemisferio Sur: estaba viviendo una glaciación debido a la mayor duración

de sus estaciones frías.

El proceso de cambio entre la glaciación de un hemisferio y la del otro, no era

suave según él, sino que se producía de forma abrupta, en línea con las ideas

catastrofistas de Cuvier. Sin embargo, también se dio cuenta de la importancia que las

Fig 3. Corte transversal de la Tierra según Adhemar. 1842

Glaciaciones, comprendiendo el misterio

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corrientes marinas tendrían en la distribución del calor en una Tierra con glaciaciones

cambiantes, llegando a intuir un mecanismo de circulación oceánica.

Su libro no recibió buena acogida, tenía algunas debilidades evidentes: Desde

luego sus afirmaciones sobre las grandes masas de hielo del Polo Sur no tenían ninguna

base en las observaciones, y su explicación del período glacial debido a la distinta

duración de las estaciones tampoco era convincente desde el punto de vista

matemático.

La explicación de las estaciones es bien conocida: desde los trabajos de Kepler

en el siglo XVII se sabía que la órbita de la Tierra alrededor del Sol no es circular, sino

que tiene forma elíptica, con el Sol situado en uno de los focos de la elipse. La

consecuencia de ello es que la distancia entre la Tierra y el Sol no permanece constante,

sino que varía a lo largo del año. También sabemos que la Tierra está “inclinada”, el eje

de rotación no es perpendicular al plano de la órbita (el plano de la órbita se conoce

como eclíptica), sino que forma un ángulo que actualmente es de 23°26' (Figura 4), a

este ángulo se le denomina

oblicuidad. Esta inclinación es

precisamente la que origina la

sucesión de las estaciones a lo

largo del año. Cuando es el

Hemisferio Norte el que está

orientado hacia el Sol, la

radiación incide de forma más

directa sobre la superficie de

este Hemisferio, y menos en el

Hemisferio Sur. El momento en

que el Hemisferio Norte se

dirige directamente hacia el Sol,

es el solsticio de verano en el

Norte, alrededor del 21 de junio,

el comienzo del verano en el

Hemisferio Norte, y todo lo

contrario en el Sur, que en ese

momento recibe los rayos de

Sol de forma más indirecta y en él comienza el invierno. A medida que la Tierra sigue su

trayectoria elíptica alrededor del Sol, en otro momento los dos Hemisferios se presentan

de la misma inclinación respecto al Sol, alrededor del 22 ó 23 de septiembre, es el

equinoccio, comienzo del otoño en el Norte, y la privamera en el Sur. A continuación es

el Hemisferio Sur el que comienza a orientarse más directamente al Sol, hasta el 21 de

diciembre, que en el Norte corresponde al solsticio de invierno y de verano en el Sur.

Esta situación se puede ver gráficamente en la Figura 5. No se trata de una

Duración Primavera/Verano Otoño/Invierno

Hemisferio Norte 186 días 179 días

Hemisferio Sur 179 días 186 días Invierno Largo= Glaciación

Fig 4. Inclinación (oblicuidad) de la órbita terrestre

Glaciaciones, comprendiendo el misterio

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representación a escala, ya que para poder verlo con más claridad se ha “estirado” en

exceso la órbita de la Tierra. Realmente, la órbita de la Tierra aunque es elíptica, se

diferencia muy poco de un verdadero círculo, hasta el punto de que si la representación

fuese a escala apenas podríamos distinguirla de un círculo perfecto, por eso, a efectos

didácticos las representaciones que se hacen son exageradamente elípticas. Lo que

también podemos ver fácilmente, es que el recorrido en la órbita entre el 23 de

septiembre y el 21 de marzo, es mayor que el que hay entre 21 de marzo y 23 de

septiembre. El recorrido “largo” corresponde a la primavera y verano del Norte, otoño e

invierno del Sur, y cuando el Hemisferio Norte recibe más radiación y el Sur menos. Este

período es el que Adhemar identificó como origen de la glaciación en el Sur: un período de

estaciones frías más largo que el correspondiente a las estaciones cálidas. Pero también

nos damos cuenta, que en la parte del recorrido más corta, la Tierra se encuentra más

cerca del Sol. Esta es la clave del problema, que Adhemar no calculó correctamente.

Recurriendo a los cálculos modernos (los datos se pueden obtener fácilmente en

la dirección: http://www.imcce.fr/Equipes/ASD/insola/earth/online/, página del astrónomo

Jacques Laskar del Observatorio de París) podemos ver cuál es la radiación media

diaria que recibe un punto del Hemisferio Norte a lo largo del año y otro del Hemisferio

Sur, a 45 ° de latitud en cada hemisferio.

Es fácil observar que en el Hemisferio Sur, la radiación diaria media en los meses

fríos es inferior a la de los meses fríos del Hemisferio Norte, y en los meses cálidos es

superior. Pero si sumamos el total, vemos que es la misma en el Norte que en el Sur.

Estos cálculos ya habían sido realizados por D'Alambert y Herschel antes de que

Adhemar presentase su libro. La radiación total que llega a cada hemisferio de la Tierra

Fig. 5. Órbita terrestre.

Glaciaciones, comprendiendo el misterio

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a lo largo del año es la misma. Por tanto, la hipótesis de Adhemar no estaba justificada:

la mayor duración del invierno que el verano en el Hemisferio Sur no podía explicar la

glaciación.

Pero, incluso con sus errores, la

propuesta de Adhemar tenía dos aspectos

muy importantes: era el primero en buscar

una justificación astronómica a las

glaciaciones, y además suponía que se

habían producido varias. El matemático

francés ya conocía el hecho de que esta

configuración de la órbita terrestre no era

constante. La duración de la estaciones va

cambiando muy lentamente, lo que se

conoce como precesión de los equinoccios,

con un ciclo de aproximadamente 21.000

años. Esto significa, que hacía unos 10.500

años la situación había sido exactamente la

inversa: el Hemisferio Norte tendría un

invierno 7 u 8 días más largo que su verano,

y en consecuencia la gigantesca

acumulación de hielo que ahora vemos en el

Sur en ese tiempo, pensaba que se produciría en el Norte, lo que se correspondía a la

glaciación que había identificado Agassiz.

El siguiente paso en el desarrollo de la teoría astronómica de las glaciaciones la

daría James Croll, 20 años más tarde. La trayectoria de este investigador no deja de

resultar curiosa. Nació en 1821 en el seno de una modesta familia escocesa, recibió una

educación muy básica, y tuvo que abandonar la escuela a los 13 años, aunque siempre

manifestó un gran interés por la filosofía y la física. Una serie de circunstancias: la lesión

en un brazo desde su juventud, la enfermedad de su esposa, su carácter solitario, y el

poco éxito económico de sus empresas le hicieron ir cambiando sucesivamente de

empleo, sin que en ninguno de ellos obtuviese buenos resultados: carpintero, mecánico,

dependiente, hotelero o vendedor de seguros. En todos ellos demostraba poco interés

en ganar dinero, y en cambio, dedicaba el tiempo que podía a la lectura de libros de

filosofía, y a escribir sobre sus temas favoritos. De esta manera, en 1857 pudo publicar

su primer libro : Filosofía del Teismo (Philosophy of Theism), a la edad de 36 años. El

libro disfrutó de una buena acogida, e incluso proporcionó algunos beneficios. Pero el

siguiente empleo que obtuvo cambiaría su vida: vigilante en el Colegio y Museo

Andersonian de Glasgow. No estamos muy seguros de lo que vigilaría, pero sí de lo que

disfrutó.

El propio Croll reconocería más tarde que el trabajo no le ocupaba demasiado

tiempo, en cambio, tenía a su disposición una magnífica biblioteca en la que podía

dedicarse a la lectura. El resultado fue un primer artículo publicado en 1861 sobre los

fenómenos eléctricos. Sus lecturas continuaron, y le llevaron a descubrir el libro de

Adhemar, que despertó su interés sobre el origen de las glaciaciones, tema que por otra

parte se discutía entre los geólogos de su tiempo. Consciente de que la explicación tal

como la presentaba Adhemar no era correcta, en cambio sí que pensó que las

45 N 45 S

Enero

Febrero

Marzo

Abril

Mayo

Junio

Julio

Agosto

Septiembre

Octubre

Noviembre

Diciembre

Suma

Glaciaciones, comprendiendo el misterio

9

variaciones de la órbita podían ser la causa de los cambios climáticos en épocas

geológicas. Comenzó a estudiar sobre el tema, y se familiarizó con los trabajos previos

de mecánica celeste realizados principalmente por Leverrier, aplicando la teoría de la

gravitación newtoniana. El astrónomo francés había realizado cálculos precisos sobre las

órbitas de todos los planetas conocidos, lo que le llevó a predecir en 1843 la existencia

de un nuevo planeta: Neptuno, que fue descubierto en 1846 en la posición calculada.

Leverrier había tardado 10 años en completar sus cálculos, pero constituían ahora una

valiosa herramienta para el conocimiento de la órbita terrestre con precisión. Una de las

conclusiones de estos estudios era que la elipse que describe la órbita terrestre no es

constante.

El efecto combinado de la atracción gravitatoria del resto de planetas del sistema

solar, tiene como consecuencia que la forma elíptica de la órbita de la Tierra varíe

ligeramente con el tiempo. Una elipse se puede definir con dos valores: su eje mayor y la

excentricidad. El eje mayor determina su tamaño, y la excentricidad es una medida de lo

“alargada” que es la elipse: puede variar entre 0 y 1 (también se puede expresar como

un porcentaje de 0 a 100%). Una elipse de excentricidad 0 es una circunferencia, todos

los puntos están a la misma distancia del centro, y los dos focos de la elipse coinciden

en el centro de la circunferencia. Cuando crece la excentricidad, la elipse es más

“alargada”, y ya no todos los puntos están a la misma distancia, cuanto mayor es la

excentricidad mayor diferencia hay entre el punto más cercano y el más lejano a los

focos, y los dos focos están más separados. Este era uno de los cálculos de Leverrier, la

excentricidad de la órbita terrestre variaba lentamente, a lo largo de un ciclo de 100.000

años aproximadamente, entre un valor muy cercano a 0, es decir, una órbita casi circular,

a un valor cercano a 0.06. Una excentricidad de la órbita de 0.06 (o lo que es lo mismo,

un 6%) , significaría que en el punto más distante de la órbita la distancia sería un 12% (

6 x 2) mayor que en el punto más cercano.

Croll, en un esfuerzo impresionante, estudió en solitario las matemáticas

necesarias para comprender y utilizar las fórmulas de Leverrier. Calculó el cambio en la

intensidad de la radiación solar que esas variaciones de la órbita terrestre supondrían: si

tenemos en cuenta todo el año, la diferencia entre la radiación recibida por la Tierra en la

órbita casi circular y la más excéntrica es aproximadamente de un 0.2%, esto difícilmente

podía explicar una glaciación. Pero se dio cuenta que las variaciones estacionales

pueden llegar a ser muy importantes.

Si nos fijamos otra vez en la Figura 5, es fácil apreciar (aunque ya hemos dicho

que en la figura está exagerado) que la Tierra el 21 de diciembre (solsticio de invierno

del Norte) está muy cerca del punto conocido como perihelio, el punto de la órbita más

cercano al Sol. Mientras que el 21 de junio, solsticio de verano en el Norte, está muy

cerca del afelio, el punto más lejano al Sol de la órbita. Así que en el solsticio de invierno

recibe un poco más de radiación solar, y el invierno del Norte será ligeramente más

templado de lo que podría ser, y el verano del sur un poco más cálido. Eso también se

puede ver en los datos de insolación mensual de la Figura 6. El mes con menos

radiación en el Norte, enero tiene 128 w/m2, mientras que el que tiene menos en el Sur

es julio con 119 w/m2 (vatios por metro cuadrado). ¿Qué pasaría si el solsticio de

invierno del Hemisferio Norte se produjese cerca del afelio, el punto más alejado del

Sol? Naturalmente, que se invertiría la situación y sería el mes de enero el que recibiría

menos radiación. Ya se sabía que la posición de los solsticios respecto del perihelio y

Glaciaciones, comprendiendo el misterio

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afelio de la órbita no son fijos, sino que van cambiando en un ciclo de unos 21.000 años:

es lo que se conoce como precesión de los equinoccios. Pero además, este efecto

depende de la excentricidad de la órbita: cuando la excentricidad es muy pequeña, la

órbita es casi circular y el perihelio y el afelio tienen poca diferencia. En cambio cuando

la excentricidad de la órbita es grande, la elipse es más “alargada”, y el punto lejano – el

afelio – puede estar a mayor distancia, y por tanto se recibiría menos radiación.

Croll llegó a la conclusión de que el invierno era la estación clave para

comprender las glaciaciones. Cuando el invierno en un hemisferio es más frío de lo

normal, se producirá una acumulación de nieve. Razonó, acertadamente, que la nieve

refleja la mayor parte de la radiación solar que recibe, por lo que una mayor extensión de

nieve contribuye a enfrimar más el clima, que a su vez favorece una mayor extensión de

la nieve: es lo que se conoce como retroalimentación positiva. También fue uno de los

primeros en proponer las corrientes marinas como mecanismo fundamental de

distribución del calor en el sistema climático, y elaboró una hipótesis bien fundamentada,

según la cual el enfriamiento de la latitudes altas acentúa la diferencia de temperatura

entre las regiones ecuatoriales y polares, lo cual modifica el régimen de vientos alisios y

a su vez la dirección e intensidad de las corrientes marinas que transportan calor entre

las regiones cálidas ecuatoriales y las frías polares. El resultado de sus investigaciones

era una teoría coherente, en la que un descenso de la radiación solar en las regiones

polares, podía desencadenar, a través de los mecanismos de retroalimentación de la

nieve y la redistribución de las corrientes marinas, toda una glaciación.

Su conclusión era que las glaciaciones se producían cuando la radiación durante

el invierno en un hemisferio era suficientemente baja. Esto sucedía cuando el solsticio de

invierno de ese hemisferio coincidía con el afelio (punto más lejano al Sol de la órbita

terrestre) y además la excentricidad era suficientemente grande. Ese era el motivo por el

que en la actualidad no vivimos en una glaciación en el Hemisferio Sur: el valor actual de

la excentricidad es bajo, así que el afelio no está excesivamente distante del Sol y la

radiación en invierno no es suficientemente baja, aunque el solsticio de invierno del

Hemisferio Sur coincida prácticamente con el afelio. Pero esta es una situación que va

cambiando, dentro de 10.500 años será el solsticio de invierno del Hemisferio Norte el

que coincidirá con el afelio. Croll publicó sus primeras ideas en un artículo de 1864

“Sobre las causas físicas del cambio del clima en épocas geológicas” (On the physical

cause of the change of climate during geological epochs, en la revista Philosophical

Magazine) que recibió una magnífica acogida, por lo que decidió profundizar en el tema.

En aquellos momentos no era consciente de la envergadura del trabajo, que le ocuparía

los siguientes 20 años. En 1867 en un nuevo artículo, también consideró la influencia

sobre el clima de la inclinación de la Tierra respecto al plano de la eclíptica. Gracias a

Archibald Geikie consiguió un puesto en el Servicio Geológico de Escocia y se trasladó a

Edimburgo. En 1875 publicó un libro “Clima y Tiempo”, (Climate and Time), en el que

exponía sus ideas sobre las glaciaciones. En él presentó un gráfico con los cálculos que

había realizado sobre las variaciones de la órbita terrestre, que abarcaba desde hace 3

millones de años hasta un millón de años en el futuro, Figura 8. Sin embargo, no pudo

desarrollar suficientemente el efecto de la inclinación de la Tierra.

Finalmente le llegó el reconocimiento científico, fue admitido en la Royal Society, y

obtuvo un doctorado “honoris causa” por la Universidad de Saint Andrews. Sin embargo,

Glaciaciones, comprendiendo el misterio

11

su mala salud le impidió disfrutar de su nueva posición más que unos pocos años,

aunque siguió trabajando hasta que falleció en 1890 a la edad de 69 años.

El trabajo de Croll tuvo gran repercusión. Se trataba de una teoría perfectamente

justificada matemáticamente – a diferencia de la de Adhemar – que hacía predicciones

cuantitativas: cuando la excentricidad de la órbita es suficientemente grande, lo cual

ocurre solo en una parte del ciclo de 100.000 años, cuando el solsticio de invierno

coincide con el afelio, lo cual cuando ocurre para un hemisferior sucede 10.500 años

después para el otro, se produce la glaciación. Esto significaba que habrían existidos

épocas en los que las glaciaciones se producían alternativamente en cada hemisferio

con unos 10.500 años de diferencia cuando la excentricidad es alta, y otras en las que la

excentricidad es baja que no se producirían glaciaciones en ningún hemisferio. Esta

predicción parecía entonces enormemente acertada, cuando Archibald Geikie encontró

pruebas de que se habían producido varias glaciaciones separadas por períodos cálidos

o templados.

Croll había aventurado que la última época glacial habría terminado unos 80.000

años antes del presente, cuando la excentricidad comenzó a ser moderada. Pero

aunque a finales del siglo XIX no se disponían de medios de datación absoluta,

comenzaron a presentarse indicios que contradecían la hipótesis. Por un lado, muchos

geólogos pensaban que los depósitos glaciales que se encontraban en el Hemisferio

Norte eran de la misma edad que los del Hemisferio Sur, y que por tanto, las

glaciaciones se producían a la vez en los dos hemisferios, y no alternativamente en uno

y en otro, como sugería la hipótesis astronómica de Croll. Tampoco era posible dar una

fecha absoluta fiable a los depósitos glaciales más recientes, pero casi todos estaban de

acuerdo que eran bastante más recientes que los 80.000 años requeridos. Las cataratas

del Niágara discurren sobre un lecho de depósito glaciar, presumiblemente el río fluye

solo desde el final de la glaciación, ya que anteriormente las bajas temperaturas

mantendrían las grandes masas de hielo. La erosión de la catarata la había hecho

retroceder río arriba formando una abrupta garganta. Si se podía estimar a qué ritmo se

producía ese retroceso, midiendo la longitud de la garganta se tendría una idea de

cuánto hacía que fluía el río, y por tanto del final del último período glacial. Se hicieron

distintas estimaciones en el ritmo de retroceso que iban desde los 30 cm anuales hasta

el metro, lo que situaba la fecha de final de la glaciación entre los 30.000 y los 10.000

años antes del presente, en total desacuerdo con la teoría de Croll. A finales del siglo

XIX Gerald de Geer, un científico sueco ofreció una fecha con un método más fiable, a

través del estudio de las capas anuales de sedimento depositadas en lagos del norte de

Suecia por las aguas de fusión de los glaciares en retroceso, denominadas varvas. El

resultado era la sentencia de muerte para la teoría astronómica de James Croll: 8.700

años desde el final del último período glacial.

En 1896, el químico sueco Svante Arrhenius publicó un trabajo : “Sobre la

influencia del ácido carbónico del aire en la temperatura de superficie” (On the influence

of carbonic acid in the air upon the temperatue of the ground), en la que sostenía la idea

de que era la concentración de dióxido de carbono, CO2, la responsable de los cambios

de temperatura en épocas geológicas, y por tanto de las glaciaciones. Estimó que una

glaciación requería un descenso de temperatura de entre 4 y 5 grados centígrados, y

que esto podía desencadenarse con una reducción de un 40% en el contenido de

dióxido de carbono de la atmósfera, junto con los efectos de retroalimentación ya

Glaciaciones, comprendiendo el misterio

12

identificados por Croll. Puesto que la cantidad de CO2 en la atmósfera vienen reguladas

por un equilibrio dinámico entre las emisiones de los volcanes y la fijación del dióxido de

carbono a través de reacciones químicas en procesos de meteorización de las rocas,

creía posible que estas grandes oscilaciones se dieran de forma natural. En su

momento, la hipótesis no tuvo excesiva repercusión, pero sería retomada en la segunda

mitad del siglo XX.

Pero la teoría astronómica de las glaciaciones no había dicho su última palabra.

Quien recogería el testigo era Milutin Milankovitch, a quien se le asocia siempre con la

teoría astronómica, hasta el punto de que los cambios períodicos que hemos visto de la

excentricidad, inclinación y precesión de los equinoccios se conocen muchas veces

como ciclos de Milankovitch. Nació en 1879 en Dajl, actualmente en Croacia, en lo que

entonces era el imperio Austro­húngaro. Tuvo una salud delicada durante su infancia. Se

trasladó a Viena en 1896 para estudiar ingeniería, donde se graduó en 1902, y doctoró

dos años más tarde. Trabajó con gran éxito durante los siguientes 5 años en la

construcción de grandes infraestructuras de hormigón: presas, puentes, e incluso en la

reconstrucción del propio Instituto Tecnológico de Viena donde había estudiado. En 1909

recibió la propuesta de la Universidad de Belgrado para ocupar una plaza de profesor de

Matemática aplicada, aque aceptó. La decisión de abandonar Viena, la capital del

imperio y uno de los centros de la cultura y el saber de su tiempo, por un puesto en una

ciudad de “segunda fila” en una universidad sin demasiado renombre, les parecía una

locura a sus amigos, y no dejaba de ser bastante arriesgada.

Pero Milankovitch seguía aspirando a realizar trabajos importantes, y no podía

conformarse simplemente con dar clases de matemáticas y mecánica celeste. Se

impuso a sí mismo un objetivo más trascendente: encontraría la formulación matemática

que permitiese describir el clima de la Tierra. Se trataba de una empresa de

dimensiones enormes, tal vez excesiva. El propio Milankovitch reconocería más tarde:

“Me embarqué en esta búsqueda en mis mejores años. Si hubiera sido algo más joven

no hubiese tenido los suficientes conocimientos y experiencia … si hubiese sido mayor

no hubiese tenido la suficiente confianza en mí mismo que solo puede tenerse con la

imprudencia de la juventud”. Realmente es impresionante la fe que demuestra en

alcanzar su objetivo, desde los primeros momentos se trazó un plan de actuación que

llevó a cabo a lo largo de tres décadas de dedicación continua.

Conocía bien los trabajos de Adhemar y Croll, y pudo beneficiarse de los cálculos

que el matemático alemán Ludwig Pilgrim había completado en 1904, que sentaban las

bases teóricas para determinar todos los parámetros de interés de la órbita terrestre:

excentricidad, oblicuidad y precesión de los equinoccios. Pero pronto se dio cuenta del

enorme trabajo que le esperaba, de hecho, se dedicaría a él durante los siguientes 30

años. En la Primera Guerra Mundial fue hecho prisionero y encarcelado, pero aún así

pudo seguir trabajando. Gracias a la intervención del matemático Emanuel Czuber fue

liberado en 1914 y pudo establecerse en Budapest, donde prosiguió sus cálculos hasta

el final de la guerra, cuando regresó a Belgrado.

Había publicado algunos artículos entre 1912 y 1914 pero dadas las circunstancias

de agitación política de aquellos momentos, y escritos en serbio, no tuvieron ninguna

repercusión. Ya en 1920 publicó un nuevo trabajo que recopilaba sus resultados hasta

ese momento “Teoría matemática de los fenómenos térmicos provocados por la

radiación solar”, en el que se incluían los datos no solo para la Tierra, sino también para

Glaciaciones, comprendiendo el misterio

13

Venus y Marte. Esta vez recibió mayor atención, y uno de los climatólogos de más

prestigio mundial, Wladimir Köppen y su yerno Alfred Wegener, se fijaron en él. Estaban

preparando una publicación sobre los climas del pasado, y la herramienta que ofrecía

Milankovitch les pareció del mayor interés.

El ingeniero y profesor serbio había desarrollado todo el aparato matemático

necesario para calcular la radiación solar que llegaba a cualquier latitud de la Tierra en

cualquier momento del presente o del pasado distante miles de años, era ideal para

estudiar el clima del pasado y las glaciaciones. Sin embargo, aún quedaba un

importante problema por resolver: se podían hacer los cálculos de la radiación recibida

para todas las latitudes y a lo largo de mucho tiempo, pero los valores variaban a lo largo

del tiempo de distinta forma para cada latitud e incluso a lo largo de las estaciones del

año. Era necesario buscar algún tipo de hilo conductor que pudiese aclarar la situación

entre una maraña de datos. De forma más o menos intuitiva, la idea de glaciación nos

lleva casi indefectiblemente a pensar en el invierno. También Croll y Adhemar habían

llegado a una conclusión similar: la clave de las glaciaciones estaba en unos inviernos

más fríos. Sin embargo, ni para Köppen ni para Milankovitch esto no era tan evidente.

Discutieron ampliamente todos los extremos, y finalmente llegaron a la conclusión

contraria: la clave de la glaciación se encuentra en los veranos.

A primera vista puede parecer un tanto paradójica la conclusión, pero el

razonamiento era claro. Es importante darse cuenta que en una glaciación lo que se

produce primero es el avance de las zonas que se encuentran permanentemente

cubiertas de nieve, por tanto, nos tendremos que fijar en el límite de la extensión de las

nieves perpetuas. Estas se encuentran o bien en latitudes altas, cercanas al Polo, o en

zonas de montaña en las latitudes más bajas pero a mayor altura sobre el nivel del mar.

En todas ellas lo que se produce es una acumulación de nieve en invierno, que se va

fundiendo en verano. Si el verano es suficientemente cálido será capaz de fundir toda la

nieve caída en invierno, pero si no se funde toda la nieve, quedará alguna cantidad que

se sumará a la del invierno siguiente y así sucesivamente. Es fácil comprobar que el

invierno de estas zonas ya es suficientemente frío para que toda su precipitación se

produzca en forma de nieve. Esto significa, que un descenso de la temperatura en

invierno no provocará una mayor acumulación de nieve. Es más, cuando la temperatura

es inferior, existen menos posibilidades de evaporación de agua y el aire puede contener

menos humedad absoluta, lo que podría incluso reducir la cantidad total de precipitación.

En cambio, el verano es la estación clave, ya que si es suficientemente caluroso podrá

fundir toda la nieve caída, y si no lo es, se comenzará a producir cierta acumulación de

nieve.

Entonces Milankovitch procedió a calcular la intensidad de la radiación solar en

verano a distintas latitudes: 55, 60 y 65 ° Norte, las latitudes que pensaban que podían

ser claves en el avance o retroceso de las glaciaciones, ya que entre esas zonas es

donde se situarían los límites de las nieves perpetuas. Para dar una idea del trabajo que

esto suponía, hay que tener en cuenta que dedicando 8 horas diarias al cálculo, tardó

más de tres meses en tener listos los resultados. Los datos que obtuvo se pueden ver

en la figura 10. En él se representa la radiación en verano a 65° de latitud Norte,

expresada como la equivalencia a la que se recibe actualmente, por ejemplo: hace

230.000 años, se recibía tan poca radiación como se recibe actualmente a 77° .

Cuando Koppen recibió estos datos, lo que hizo fue compararlos con las curvas

Glaciaciones, comprendiendo el misterio

14

que había elaborado 15 años antes Penck y Bruckner, basándose en sus estudios sobre

la terrazas de los Alpes. Aunque no disponían de una forma precisa de datar las

glaciaciones y su duración, habían hecho una estimación a partir del período que se

suponía había pasado desde el final de la última glaciación, alrededor de unos 20.000

años. Comparando la erosión que se había producido en este período con las que veían

en las terrazas que correspondían a las glaciaciones anteriores, elaboraron el gráfico de

la figura 11, en el que se representa la altura de las nieves perpetuas en relación con la

actual. Como se puede apreciar en los períodos marcados con las letras W (Wurm), R

(Riss), M (Mindel) y G (Gunz) la altura de las nieves perpetuas está unos 1.200 metros

por debajo de la actual, representan las 4 glaciaciones alpinas tradicionales. Aunque hay

que fijarse que las escalas de tiempo están al revés en cada gráfico, en el de

Milankovitch lo más reciente está a la derecha, mientras que en el de Penck y Brucker el

presente está a la izquierda.

Aunque la coincidencia entre las dos curvas no era exacta, Koppen interpretaba

que sí eran compatibles. El máximo de la glaciación Wurm según Penck y Bruckner

había sucedido hacía unos 20.000 años, que coincidía razonablemente bien con el

mínimo más reciente de la curva de Milankovitch. Los dos siguientes mínimos de

Milankovitch, que se producen cerca de 70 y 115 mil años antes del presente, Koppen

los agrupaba con el mínimo de 20 mil como distintas fases de la glaciación Wurm. Los

dos mínimos situados en 190 y 230 mil años antes del presente, equivaldrían a dos

fases de la glaciación del Riss. Luego, se advierte un largo período hasta los 430 mil

años sin glaciación en la curva de Milankovitch, que correspondería al largo interglacial

Mindel­Riss que también se aprecia en la curva de Penck­Bruckner. Los siguientes

mínimos también se agruparían en parejas y equivaldrían a las respectivas glaciaciones

Mindel y Gunz. El resultado se incluyó en el libro publicado por Koppen y Wegener

“Climas del pasado geológico” en 1924, que obtuvo gran difusión, y parecía la

explicación definitiva de las glaciaciones.

Milankovitch estaba convencido de que su hipótesis quedaba confirmada por los

datos geológicos. Continuó completando su teoría, y publicando varios trabajos en los

que calculaba la relación entre la radiación y la altura de la línea de nieves perpetuas. A

finales de los años 30 consideró que la teoría estaba completada, y empezó a trabajar

en lo que constituía el resumen del trabajo de su vida, el libro “Canon de Insolación y el

problema de las glaciaciones”. (Kanon der Erdbestrhalung und seine Anwendung auf das

Eiszeitproblem). A punto de terminar su impresión la invasión alemana de Yugoslavia

durante la Segunda Guerra Mundial estuvo a punto de evitar su publicación, pero

finalmente pudo ver la luz en 1941. Publicado en alemán, no fue traducido al inglés hasta

1969.

Un buen resumen del libro se encuentra en el artículo de Aleksandar Grubic (Ref.

9). Se trata de una obra monumental, la edición en inglés de 1998 tiene 634 páginas y

1338 ecuaciones, estructurado en un prefacio y 6 capítulos, que reune argumentos de

carácter matemático, astronómico, climático y geológico, en una combinación nada

habitual, y cada vez menos en un mundo donde prima la especialización. El propio

Milankovitch reconoce explícitamente el valor de los trabajos previos de Adhemar y Croll,

pero también explica que ningún estudio anterior había sido capaz de calcular

completamente todos los elementos orbitales que afectan a la radiación recibida por la

Tierra, y el efecto climático que tienen. En los tres primeros capítulos se abordan los

Glaciaciones, comprendiendo el misterio

15

problemas matemáticos y astronómicos con los que se obtienen los cálculos de la

radiación que llega a la Tierra, y en los siguientes tres se aplican estos resultados a la

investigación de las glaciaciones. En el primer capítulo Milankovitch plantea los

problemas de mecánica celeste, y obtiene los resultados sobre la excentricidad y la

inclinación de las órbitas planetarias. En el segundo trata la rotación de la Tierra, e

incluso propone el establecimiento de un nuevo calendario, más preciso que el actual.

En el tercero los movimientos del eje de la Tierra.

En el cuarto capítulo, uno de los más importantes, se hacen los cálculos de la

radiación que incide en cada punto de la Tierra en cada momento, y demuestra que sólo

es necesario tener en cuenta tres factores: la excentricidad, la inclinación de la órbita y la

posición relativa entre el perihelio y los equinoccios. También en este capítulo identifica

los factores que afectan a estos parámetros y que los hacen variar a lo largo del tiempo:

la excentricidad con un período de unos 92.000 años, la inclinación de la órbita con un

período de unos 41.000 y la posición de los equinoccios respecto al perihelio (o

precesión de los equinoccios) con un período en torno a los 22.000 años. Milankovitch

fundándose en el trabajo previo de Leverrier rehace los cálculos de los elementos

orbitales, utilizando para ello los nuevos y más precisos valores conocidos para las

masas planetarias. Señala un aspecto que no se había tenido en cuenta suficientemente

en los cálculos anteriores, y es la necesidad de computar los tres valores

simultáneamente para obtener la insolación incidente sobre la Tierra. También introduce

aquí el concepto de año calórico: cuando se calcula la mitad del año correspondiente al

verano o al invierno, es decir, el período entre equinoccios, se comprueba que no son de

la misma longitud (como ya había detectado Adhemar). La diferencia actual es de 7 días

y 14 horas, pero puede llegar a alcanzar incluso 31 días debido a las variaciones de los

elementos orbitales. Por ello, divide el año en dos períodos exactamente iguales, de 182

días 14 horas y 54 minutos, uno correspondiente al verano y otro al invierno, y obtiene

las expresiones para calcular la radiación recibida en cada período en función de los tres

elementos orbitales. En el quinto capítulo establece la conexión entre la radiación que

alcanza la Tierra y la temperatura, elabora ya una teoría climática. Y en el sexto y último

capítulo reune todos los datos anteriores para aplicarlo al problema de las glaciaciones.

En una tabla presenta los resultados de la cantidad de calor recibida en 8 latitudes de

cada hemisferio a lo largo de 600.000 años, un total de 5.600 números, que constituyen

el “Canon de Insolación”. Aquí Milankovitch relata cómo calculó sus curvas de insolación

a 55, 60 y 65° y se las presentó a Koppen, quien las identificó con los cuatro períodos

glaciales de Penck y Bruckner. Reconoce que fue Koppen, quien con su perspicacia,

merece el mérito de haber encontrado la relación matemática entre las curvas de

insolación y las glaciaciones. A continuación hace referencia a diversos trabajos que

confirman esta relación, citando especialmente a Eberl. Estudiando la relación entre la

insolación y el límite de las nieves perpetuas encontró una relación extraordinariamente

precisa entre estos dos valores, lo que confirma su hipótesis, sin embargo, reconoce que

las variaciones de la radiación y el consiguiente cambio en los límites de las zonas

nevadas no serían suficientes para explicar el desarrollo de las glaciaciones. Pero si se

tiene en cuenta el aumento de la reflectividad de la Tierra al tener mayores áreas

cubiertas de nieve (lo que se conoce en la literatura anglosajona como ice­albedo

feedback), un factor que ya había sido señalado por Croll, entonces sí que se podía dar

cuenta de las grandes variaciones del clima cuaternario. Y teniéndolo en cuenta, calculó

Glaciaciones, comprendiendo el misterio

16

las variaciones de altura del límite de nieves perpetuas, en qué momentos alcanzó sus

límites, y la temperatura en el invierno y el verano de los últimos 600.000 años. Se

habían alcanzado 9 mínimos, que podían agruparse en 4 períodos que equivalían a las

glaciaciones de Penck y Bruckner.

Milankovitch concluía que no había recurrido a hipótesis, sino que había aplicado

estrictamente las leyes de Newton y de la radiación para obtener sus resultados. Ahora

quedaba la labor, que correspondía a las ciencias de la Naturaleza: geología, geofísica,

etc. de verificar definitivamente la corrección de la teoría, de hecho ya había distintas

pruebas, y no tenía duda de que aparecerían muchas más. Una vez que podía

considerar que el trabajo que le correspondía estaba completado, y ya con 63 años,

comenzó a escribir su autobiografía. Falleció en Belgrado en 1958.

Pero la opinión de la comunidad científica sobre la teoría de Milankovitch no era

tan unánime como pensaba el científico serbio, existía una viva controversia. Si bien es

cierto que el apoyo de un climatólogo del prestigio de Koppen había sido muy

importante, no todo el mundo estaba convencido. Por ejemplo, en 1936 el mismo

Albertch Penck había dicho personalmente a Milankovtich que la hipótesis astronómica

no tenía sentido. Por un lado, la adecuación entre las curvas de insolación calculadas

por Milankovitch y las ofrecidas por Penck y Bruckner era tan solo aproximada, y sujeta a

distintas interpretaciones. No existía ninguna forma de datar con precisión los avances

glaciares para ver si coincidían con las fechas calculadas por medios astronómicos, de

manera que la confirmación objetiva de la teoría quedaba en el aire. Tampoco estaba

claro en absoluto que las pruebas geológicas de los distintos avances glaciares

coincidiesen con las 9 fases de insolación reducida de la curva de Milankovitch, más

bien parecía que había habido más avances glaciares de los que se podían explicar

mediante la teoría astronómica. Por otra parte, había argumentos teóricos que también

estaban en contra: ya en 1940 George Simpson en un estudio titulado “Posibles causas

del cambio del clima y sus litaciones” (Possible causes of change in climate and their

limitations) afirmaba: “El efecto de los cambios en los parámetros orbitales de la órbita

de la Tierra son tan pequeños que la temperatura media anual no puede verse afectada

más que en una o dos décimas de grado, y la temperatura del mes más cálido y la del

mes más frío pueden cambiar como mucho en 2 grados en los casos extremos de las

latitudes altas. Los grandes cambios del clima durante el Pleistoceno son debidos

probablemente a cambios en la radiación solar”.

El principal apoyo de la teoría era el acuerdo con el esquema de glaciaciones

alpinas. Aunque en América se habían identificado también varias fases glaciares, a las

que se denominaron Nebraska, Kansas, Illinois y Wisconsin, y se suponían que

corresponderían con las de los Alpes, no había una forma concluyente de demostrarlo.

El resultado de todo ello fue que la teoría fue perdiendo apoyos a medida que pasaba el

tiempo. La falta de un esquema cronológico preciso impedía llegar a conclusiones

definitivas, y los argumentos favorables no pasaban de ser consideraciones cualitativas y

hasta cierto punto subjetivas. Especialmente entre los científicos americanos ­ que

consideraban los estudios de Penck y Brucker sobre las terrazas alpinas como algo

interesante pero lejano, limitado a las condiciones europeas y no necesariamente

representativo del clima global – el apoyo a la teoría flaqueó, y ya en los años 50 y 60

podríamos considerar que la hipótesis de Milankovitch no era considerada válida por la

mayoría de investigadores. Sin embargo, una serie de avances teóricos iniciados a

Glaciaciones, comprendiendo el misterio

17

finales de los años 40 en las dataciones ( el conocido carbono 14) y la posibilidad de

obtener datos cuantitativos de las temperaturas del pasado ( estudio de la abundancia

de oxígeno 18) iniciaría una nueva época, y provocaría un nuevo cambio de opiniones.

1 Ice Age: solving the mistery.

2 James Geikie, James Croll and the Eventful Ice Age.

3 Frozen Earth.

4 Pleistocene glaciations of South Germany. Markus Fiebig, Susanne J.H. Buiter, Dietrich

Ellwanger. En Quaternary Glaciations: Extent and Chronology.

5 Bard, E. Greenhouse effect and ice ages: historical perspective. Comptes Rendus

Geoscienci 336 (2004) 603­638.

6 Fleming, James Rodger. James Croll in Context. History of Meteorology 3 (2006) 43­

53.

7 Knezevic, Zoran, Milutin Milankovic and the astronomical theory of climate changes.

Europhysics News (2010), Volumen 41 Number 3 17­20.

8 Grubic, Aleksandar. The astronomic theory of climatic changes of Milutin Milankovitch.

Episodes (2006) Vol 29 no 3. 197­203.

9 Berger, A. Milankovitch Theory and climate. Reviews of Geophysics (1988). Vol 26. Nº

4. 624­657.