cómo san eloy fue curado de la vanidad

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Cómo san Eloy fue curado de la vanidad Alexandre Dumas, padre Caí en Domodossola en medio de una procesión típicamente italiana: una corporación de herradores festejaba a san Eloy. En mi ignorancia, siempre había creído que este bienaventurado era el patrón de los orfebres y el amigo del rey Dagoberto al que, en ocasiones, daba consejos bastante sensatos respecto a su atuendo; pero ignoraba por completo que hubiera sido alguna vez herrador. El estandarte, en el que estaba representado forjando su insignia, no me dejaba duda al respecto: lo único que me quedaba por esclarecer era a qué momento de su vida correspondía la acción que había inspirado al artista; pues esa vida santificada la conozco, más o menos, desde la entrada en casa del prefecto de la moneda hasta su nominación para ocupar el obispado de Noyon, y en todo eso no encontraba nada que pudiera aplicársele al espectáculo que tenía ante mis ojos. En consecuencia, me dirigí al jefe de posta pensando que, para una tradición relacionada con la herradura, él sería el mejor historiador que pudiera encontrar. Empezamos por acordar el precio del vehículo que debía llevarme de Domossola a Baveno; luego, una vez concretado el precio por el doble de lo que valía -tanta prisa tenía por regresar a la procesión-, obtuve sobre el padre de Oculi las informaciones biográficas que siguen. Aquí tienen la tradición tal como me fue transmitida en su ingenuidad primordial y en su sencillez primitiva: es inútil advertir que no garantizamos en absoluto su autenticidad. Hacia el año 610, Eloy, que era entonces un joven maestro de veintiséis a veintiocho años, vivía en la ciudad de Limoges, situada a sólo dos leguas de Cadillac, su ciudad natal; desde su juventud, había mostrado gran aptitud para los oficios mecánicos, pero como no era rico, se había visto obligado a quedarse en simple herrador. Es verdad que había hecho progresar tanto entre sus manos este oficio que se había convertido casi en un arte: las

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Caí en Domodossola en medio de una procesión típicamente italiana: una corporación de herradores festejaba a san Eloy. En mi ignorancia, siempre había creído que este bienaventurado era el patrón de los orfebres y el amigo del rey Dagoberto al que, en ocasiones, daba consejos bastante sensatos respecto a su atuendo; pero ignoraba por completo que hubiera sido alguna vez herrador.

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Cmo san Eloy fue curado de la vanidad

Alexandre Dumas, padre

Ca en Domodossola en medio de una procesin tpicamente italiana: una corporacin de herradores festejaba a san Eloy. En mi ignorancia, siempre haba credo que este bienaventurado era el patrn de los orfebres y el amigo del rey Dagoberto al que, en ocasiones, daba consejos bastante sensatos respecto a su atuendo; pero ignoraba por completo que hubiera sido alguna vez herrador. El estandarte, en el que estaba representado forjando su insignia, no me dejaba duda al respecto: lo nico que me quedaba por esclarecer era a qu momento de su vida corresponda la accin que haba inspirado al artista; pues esa vida santificada la conozco, ms o menos, desde la entrada en casa del prefecto de la moneda hasta su nominacin para ocupar el obispado de Noyon, y en todo eso no encontraba nada que pudiera aplicrsele al espectculo que tena ante mis ojos. En consecuencia, me dirig al jefe de posta pensando que, para una tradicin relacionada con la herradura, l sera el mejor historiador que pudiera encontrar. Empezamos por acordar el precio del vehculo que deba llevarme de Domossola a Baveno; luego, una vez concretado el precio por el doble de lo que vala -tanta prisa tena por regresar a la procesin-, obtuve sobre el padre de Oculi las informaciones biogrficas que siguen. Aqu tienen la tradicin tal como me fue transmitida en su ingenuidad primordial y en su sencillez primitiva: es intil advertir que no garantizamos en absoluto su autenticidad.

Hacia el ao 610, Eloy, que era entonces un joven maestro de veintisis a veintiocho aos, viva en la ciudad de Limoges, situada a slo dos leguas de Cadillac, su ciudad natal; desde su juventud, haba mostrado gran aptitud para los oficios mecnicos, pero como no era rico, se haba visto obligado a quedarse en simple herrador. Es verdad que haba hecho progresar tanto entre sus manos este oficio que se haba convertido casi en un arte: las herraduras que l forjaba, y que haba logrado confeccionar en slo tres caldas, se redondeaban con una curva maravillosamente elegante y brillaban como plata bruida; los clavos por los que quedaban fijadas en los cascos de los caballos estaba tallados en diamante, y habran podido ser engarzados como chatones de una sortija en una montura de oro; esta habilidad de ejecucin, que sorprenda a todo el mundo, termin por exaltar al obrero mismo; la vanidad le trastorn el juicio y, olvidando que Dios nos eleva y nos hace bajar segn su voluntad, mand hacer un rtulo en el que estaba representado herrando un caballo, con este exergo, algo insolente para sus compaeros de oficio e hiriente para la humildad religiosa: Eloy, maestro de maestros, maestro sobre todos.

La inscripcin dio bastante que hablar desde que se conoci, y como Eloy tena una clientela formada sobre todo por comerciantes, jinetes y peregrinos, que cruzaban incesantemente por delante de su taller, el orgulloso rtulo despert pronto la susceptibilidad de los dems herradores no slo de Francia, sino de Europa. Por todas partes se elev entonces un clamor tan grande contra el orgulloso que lleg hasta el paraso; el buen Dios, que en un primer momento no saba el motivo que lo ocasionaba, se conmovi y mir a la tierra; sus ojos, que por casualidad estaban dirigidos hacia Limoges, cayeron sobre el famoso rtulo, y todo quedo claro.

De todos los pecados mortales, el que siempre ha enfadado ms a Dios es el orgullo: el orgullo fue el que sublev a Satans y a Nabucodonosor contra el Seor, y el Seor abati a uno y le arrebat la razn al otro; por lo que Dios buscaba qu castigo podra infligir al nuevo Amn cuando Jesucristo, viendo a su Padre preocupado, le pregunt qu le ocurra. Dios le respondi indicndole el rtulo; Jesucristo lo ley.

-S, s, Padre -le dijo- es verdad que la inscripcin es fuerte; pero es que Eloy es realmente muy hbil; slo que ha olvidado que su fuerza le viene de lo alto; pero, dejando a un lado el orgullo, est lleno de buenos principios.

-Estoy de acuerdo -dijo el buen Dios- en que tiene excelentes cualidades, pero su orgullo las sobrepasa todas, como el cedro sobrepasa al hisopo, y las har morir todas bajo su sombra. Has ledo: Eloy, maestro de maestros, maestro sobre todos? Es un desafo no slo contra la habilidad humana sino contra el poder del cielo.

-Y bien, Padre, que el poder del cielo responda con la bondad y no con el rigor. Vos queris la conversin y no la muerte del pecador no es cierto? Pues bien, yo me encargo de convertirlo.

-Hum! -dijo el buen Dios moviendo la cabeza-. Te encargas de una mala misin.

-Aceptis? -pregunt Jesucristo.

-No lo logrars -dijo el buen Dios.

-Dejadme al menos intentarlo.

-Y cunto tiempo me pides?

-Veinticuatro horas.

-Concedidas -dijo el Seor.

Jess no perdi el tiempo; se despoj de sus ropas divinas, se puso el sayal de peregrino, se dej caer por un rayo de sol y descendi a las puertas de Limoges. Entr de inmediato en la ciudad, con el bastn en la mano, con el aspecto de un hombre que acaba de recorrer un largo camino; luego se dirigi hacia la casa de Eloy; lo encontr forjando: estaba en su tercera calda.

-Dios est con usted, maestro! -dijo Jess entrando en el taller.

-As sea! -respondi Eloy sin mirarlo.

-Maestro, -continu Jess- acabo de darle la vuelta a Francia, y por todas partes he odo hablar de tus conocimientos de manera que, pensando que no habra nadie sino t que pudiera ensearme algo nuevo...

-Ah! ah! -dijo Eloy echndole una mirada rpida y golpeando el hierro.

-Quieres tomarme como compaero? -dijo humildemente Jesucristo-. Vengo a ofrecerte mis servicios.

-Y qu sabes hacer? -dijo Eloy, soltando negligentemente el hierro al que acababa de darle el ltimo martillazo y arrojando las tenazas.

-Pues -continu Jess- s forjar y herrar tan bien, creo, como cualquiera en el mundo.

-Sin excepcin? -dijo desdeosamente Eloy.

-Sin excepcin -respondi tranquilamente Jess.

Eloy se ech a rer.

-Qu opinas de esta herradura? -pregunt Eloy mostrando complacido a Jess la herradura que acababa de terminar.

Jess la mir.

-Opino que no est mal; pero creo que se puede hacer mejor.

Eloy se mordi los labios.

-Y en cuntas caldas haras t una herradura como sta?

-En una calda -dijo Jess.

Eloy rompi a rer; como ya lo hemos dicho, l necesitaba tres, y los dems necesitaban cinco o seis, por lo que crey que el compaero estaba loco.

-Quieres mostrarme cmo lo haces? -dijo con tono burln.

-Con mucho gusto, maestro -respondi Jess cogiendo tranquilamente las tenazas y de junto al yunque una barra de hierro en bruto que introdujo en la fragua.

Luego le hizo una sea a Oculi, que se puso a tirar de la cuerda del fuelle. El fuego, asfixiado en un primer momento bajo el carbn, brot en pequeos surtidores azules; millones de chispas crepitaron; pronto la llama enrojecida abras el alimento que se le ofreca; de vez en cuando, el hbil compaero regaba el hogar que, momentneamente apagado, retomaba casi inmediatamente una nueva intensidad y un color ms vivo; por fin, la brasa pareci una materia fundida. Al cabo de un instante, aquella lava palideci, hasta tal punto haba sido devorada la parte combustible del carbn; entonces Jess sac de entre las brasas su hierro casi blanco, lo coloc sobre el yunque, girndolo con una mano mientras que lo golpeaba y modelaba con la otra, en unos cuantos martillazos le dio una forma y un acabado que las de Eloy estaban lejos de alcanzar. La cosa haba transcurrido tan rpidamente que el pobre maestro de maestros no haba visto sino fuego.

-Ya est! -dijo Jesucristo.

Eloy cogi la herradura con la esperanza de descubrir en ella algn defecto; pero no lo encontr, por lo que la mala intencin estaba presente, pero no pudo encontrar motivo para decir el ms mnimo mal.

-S, s -dijo dndole una y otra vuelta- s, no est mal... vamos, para un simple obrero, no est mal. Pero -continu esperando coger a Jess en algn error- no es todo saber confeccionar una herradura, adems hay que saber colocarla en el pie del animal. Me has dicho que sabas herrar, no?

-S, maestro -respondi tranquilamente Jesucristo.

-Colocad al caballo en el potro -grit Eloy a los ayudantes.

-Oh! no merece la pena -interrumpi Jess- tengo una manera de hacerlo que ahorra mucho esfuerzo y abrevia mucho tiempo.

-Y cul es esa manera? -pregunt Eloy sorprendido.

-Vas a verla -respondi Jess.

Tras estas palabras, sac un cuchillo del bolsillo, se dirigi hacia el caballo, levant una de las patas traseras, le cort el pie izquierdo por la primera coyuntura, puso el pie en el banco, y clav la herradura con la mayor facilidad, se llev el pie herrado, lo acerc a la pata, a la que se uni de inmediato; cort el pie derecho, repiti la misma ceremonia con el mismo resultado, continu as con las otras dos patas, y todo sin que el animal pareciera inquietarse lo ms mnimo por todo lo que la forma de trabajar del nuevo compaero tena de extraa e inusual. Por lo que respecta a Eloy, vea realizarse la operacin con la ms profunda estupefaccin.

-Ya est, maestro! -dijo Jesucristo cuando repeg el cuarto pie.

-Ya veo -dijo san Eloy, esforzndose por ocultar su sorpresa.

-No conocas esta forma de hacerlo? -pregunt negligentemente Jesucristo.

-S, s -respondi vivamente Eloy, haba odo hablar de ella... pero yo he preferido siempre la otra.

-Pues ests en un error, porque sta es ms cmoda y ms expeditiva.

Como puede suponerse, a Eloy no se le ocurri despedir a tan hbil compaero; adems, tema que si no haca un trato con l, se estableciera por los alrededores, y no se le ocultaba que sera un temible competidor. Por lo que fij unas condiciones, que fueron aceptadas, y Jess se instal en el taller como primer ayudante.

A la maana siguiente, Eloy envi a Jesucristo a dar una vuelta por los pueblos cercanos; se trataba de llevar a cabo algunos encargos que exigan ser realizados por un recadero inteligente. Jess se march. Apenas haba desaparecido por un recodo de la calle mayor cuando Eloy se puso a pensar seriamente en esta nueva forma de herrar los caballos, que no conoca. Haba seguido la operacin con el mximo inters; haba observado en qu coyuntura se haba hecho la amputacin; como ya lo hemos dicho, no careca de gran confianza en s mismo, por lo que decidi aprovechar la primera ocasin que se le presentara para poner en prctica la leccin que haba recibido.

sta no tard en presentarse: al cabo de una hora, un jinete completamente armado se detuvo ante la puerta de Eloy; su caballo haba perdido la herradura de una pata trasera a un cuarto de legua de la ciudad y, atrado por la reputacin del maestro, haba espoleado directamente hasta all; vena de Espaa y regresaba a Inglaterra, donde tena que arreglar grandes asuntos a propsito de Escocia con san Dunstan; at su caballo a una de las argollas de hierro del taller, entr en una taberna prxima y pidi una jarra de cerveza, tras recomendarle a san Eloy que se diera prisa. Eloy pens que, dado que haba que darse prisa, era el momento de poner en prctica la manera expeditiva de la que el da anterior haba visto hacer un ensayo que tan bien haba resultado. Cogi su cuchillo ms afilado, le dio una ltima pasada por la muela de afilar, levant la pata del caballo y cogiendo la unin con gran precisin le cort el pie por encima del casco. La operacin haba sido tan hbilmente realizada que el pobre animal, que no sospechaba nada, no haba tenido tiempo de oponerse, y no se haba percatado de la amputacin sino por el dolor mismo que sta le haba causado; pero entonces lanz un relincho tan quejumbroso y dolorido que su dueo se dio la vuelta y vio a su cabalgadura sin poder mantenerse en pie sobre los tres patas que le quedaban, y sacudiendo la cuarta, de la que brotaban ros de sangre: sali de la taberna, se precipit hacia el taller y encontr a Eloy herrando tranquilamente el cuatro pie sobre el banco; pens que el maestro se haba vuelto loco. Eloy lo tranquiliz dicindole que era una nueva forma que haba adoptado, le ense la herradura perfectamente adherida al casco y, saliendo del taller se dirigi a pegar el pie al mun de la pata, como lo haba visto hacer la vspera a su compaero.

Pero en esta ocasin las cosas fueron distintas; el pobre animal que, desde haca diez minutos, perda toda su sangre, estaba tendido, sin fuerzas y a punto de morir; Eloy acerc el pie a la pata; pero, entre sus manos, nada se peg, el pie estaba ya muerto, y el resto del cuerpo no estaba mucho mejor. Un sudor fro cubri la frente del maestro; sinti que estaba perdido y, al no querer sobrevivir a su reputacin, sac de su bolsa de herramientas el cuchillo que tan bien haba realizado su misin, e iba a clavrselo en el pecho cuando sinti que alguien le agarraba el brazo; se volvi: era Jesucristo. El divino recadero haba acabado sus encargos con la misma rapidez y la misma habilidad que acostumbraba a poner en todo lo que haca, y estaba de regreso dos horas antes de lo que Eloy esperaba.

-Qu ests haciendo, maestro? -le dijo con tono severo.

Eloy no respondi, pero le indic con el dedo el caballo a punto de expirar.

-Slo es eso? -dijo Cristo.

Recogi el pie, lo acerc a la pata y la sangre dej de brotar, el pie se uni y el caballo se levant relinchando de bienestar; de tal manera que, a no ser por la tierra ensangrentada, se habra podido jurar que no le haba pasado nada al pobre animal tan dbil haca un instante y ahora tan vivo y tan sano.

Eloy lo mir un momento, confuso y anonadado, tendi el brazo, cogi el martillo de su taller y rompiendo el rtulo se acerc a Jesucristo y dijo humildemente:

-T eres el maestro, yo slo soy tu ayudante.

-Bienaventurado el que se humilla -respondi Cristo con voz suave- porque ser ensalzado!

Al escuchar aquella voz tan pura y armoniosa, Eloy levant los ojos, y vio que su compaero tena la frente ceida por una aureola; reconoci a Jess, y cay de rodillas.

-Est bien, te perdono -dijo Jesucristo- pues creo que te has curado del orgullo; contina siendo maestro de maestros; pero recuerda que yo soy el nico maestro sobre todos.

Tras estas palabras, se subi a la grupa del jinete y desapareci con l. El jinete era san Jorge.