claudia liliana lÓpez becerra

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1 CONTENCIÓN DEL PACIENTE CON ENFERMEDAD MENTAL EN URGENCIAS: UN DESAFÍO BIOÉTICO EN UN AMBIENTE DE CONFLICTO CLAUDIA LILIANA LÓPEZ BECERRA UNIVERSIDAD EL BOSQUE PROGRAMA DE BIOÉTICA BOGOTÁ, COLOMBIA 2017

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CONTENCIÓN DEL PACIENTE CON ENFERMEDAD MENTAL EN

URGENCIAS: UN DESAFÍO BIOÉTICO EN UN AMBIENTE DE CONFLICTO

CLAUDIA LILIANA LÓPEZ BECERRA

UNIVERSIDAD EL BOSQUE

PROGRAMA DE BIOÉTICA

BOGOTÁ, COLOMBIA

2017

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CONTENCIÓN DEL PACIENTE CON ENFERMEDAD MENTAL EN

URGENCIAS: UN DESAFÍO BIOÉTICO EN UN AMBIENTE DE CONFLICTO

CLAUDIA LILIANA LÓPEZ BECERRA

Trabajo de grado para optar al título de magíster en Bioética

Tutores

Boris Pinto, M. Sc.

María Janeth Pinilla, M. Sc.

UNIVERSIDAD EL BOSQUE

PROGRAMA DE BIOÉTICA

ÁREA DE INVESTIGACIÓN: BIOÉTICA Y SALUD

LÍNEA DE INVESTIGACIÓN: DILEMAS BIOÉTICOS Y ENFERMEDAD MENTAL

BOGOTÁ, COLOMBIA

2017

Page 3: CLAUDIA LILIANA LÓPEZ BECERRA

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NOTA DE ACEPTACIÓN

____________________________

____________________________

____________________________

____________________________

Firma del tutor

____________________________

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Firma de Jurado

____________________________

____________________________

Firma de Jurado

____________________________

____________________________

Bogotá, D.C, noviembre 2017

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Dedicatoria

A mí madre, por ser mi ejemplo, mi apoyo y mi

mayor motivación.

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Agradecimientos

Agradezco a mi familia por acompañarme en cada paso personal y profesional, al

doctor Boris Pinto y María Janeth por su incansable interés y apoyo, a Jennifer Escobar y a

aquellas amigas quienes, con consejos, un café y largas charlas de deliberación formaron parte

de lo que hoy presento como mi trabajo de grado.

Page 6: CLAUDIA LILIANA LÓPEZ BECERRA

6

Contenido

Resumen Pág.

Introducción: Contención en urgencias, algo más que un procedimiento

de rutina 8

Enfermedad Mental y Urgencia Psiquiátrica 10

Historia de la enfermedad mental. 10

Conceptos 15

Enfermedad mental. 16

Urgencias psiquiátricas. 17

Manejo de urgencias psiquiátricas 17

Contención 18

Tipos contención 19

Contención en Colombia 20

Perspectiva bioética 22

Conflictos bioéticos de la contención en urgencias 22

Estigmatización versus Aislamiento (Exclusión social) 22

Confidencialidad 25

Evaluación inadecuada de la capacidad (competencia) del paciente:

enfermedad mental no siempre significa capacidad limitada 26

Acciones terapéuticas sin consentimiento 27

El paciente contenido en urgencias: análisis desde los principios

europeos. 30

El personal de urgencias y la contención: Análisis desde la

Ética Convergente. 33

Conclusiones 39

Referencias 40

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7

Contención del paciente con enfermedad mental en Urgencias: Un desafío bioético

en un ambiente de conflicto

* Claudia Liliana López Becerra

Resumen

La contención en urgencias ha traído diversos cuestionamientos bioéticos, pues dicha

práctica se ha considerado coercitiva o agresiva y es llevada a cabo en personas en quienes

resulta muy difícil la evaluación de su competencia para la toma de decisiones. La

estigmatización, la exclusión social, la pérdida del derecho a la confidencialidad, la

realización de acciones terapéuticas sin consentimiento, la vulnerabilidad de la dignidad,

integridad y autonomía del paciente, son los principales conflictos a los que deben verse

enfrentados estos pacientes y el personal de salud. Un análisis multidireccional desde los

principios europeos y desde la ética convergente se convierte en la base de una propuesta para

el mejoramiento en la atención de los pacientes con trastorno mental en estos servicios, con el

fin de que sean llevadas a cabo acciones terapéuticas que favorezcan en términos de salud al

paciente y en términos de armonía y equilibrio el desempeño de los equipos de salud en estos

ambientes, como ambientes de de conflicto.

Palabras clave: enfermo mental, dignidad humana, autonomía, integridad, estigma,

privacidad, urgencias médicas.

* Médico de la Universidad de Boyacá, de Tunja, Colombia; especialista en Bioética de la Universidad el Bosque, de Bogotá,

Colombia. Correo: [email protected]

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8

Introducción: Contención en urgencias, algo más que un procedimiento de rutina

Las urgencias psiquiátricas se presentan cada vez con más frecuencia en los servicios

de urgencias de hospitales de cualquier complejidad. Son situaciones difíciles a las cuales los

profesionales de salud dispuestos para el trabajo en dicha área nos vemos expuestos a diario:

pacientes con alteración de su estado de ánimo, pensamiento o conciencia, presentan cambios

abruptos en su comportamiento, los cuales incluso, podrían llevarlos a intentar agredirse a sí

mismos o a terceros (Posada, 2009). Estas situaciones a lo largo de la historia de la

enfermedad mental han motivado que el personal de salud diseñe diversas herramientas y

estrategias para manejar estos pacientes, las cuales en general han originado polémicas de

diversa índole, llevando incluso al desuso de algunas de estas.

En Colombia, según el Ministerio de Protección social (MPS) el 24% del total de los

pacientes atendidos en los servicios de urgencias tiene algún trastorno psiquiátrico, y el 9% de

estos pacientes a pesar de tener un trastorno de este tipo no cursa con sintomatología evidente

en el momento de la atención(Ministerio de la Protección Social, Viceministerio de Salud y

Bienestar, 2009).Por su parte el Instituto Nacional de Salud (INS) afirma que “las condiciones

psiquiátricas y neurológicas en el mundo se incrementarán de 10,5 % del total de la carga de

la enfermedad a 15 % en el año 2020, lo cual equivale a un incremento proporcional mayor

que para las enfermedades cardiovasculares” (Posada, 2013)

Si a lo anterior sumamos las dinámicas cada vez más complejas de la vida diaria, es

inminente que con mayor frecuencia el personal de salud deba atender este tipo de pacientes y

decidir de manera ágil y acertada la forma de prestar la mejor atención posible, protegiendo la

integridad, dignidad y autonomía del paciente, de las personas que le rodean y de sí mismo.

Esto implica que el personal de salud debe estar capacitado para dar una respuesta rápida,

asertiva e integral a este tipo de pacientes, por lo tanto, plantea la necesidad de revisar desde la

bioética como ha sido y cuál sería el mejor abordaje de estos pacientes.

La contención, también conocida como restricción o sujeción se ha convertido en una

de las prácticas más usadas por el personal de salud en el enfoque inicial de la urgencia

psiquiátrica, con el fin, de limitar los movimientos del paciente garantizando la seguridad de

él mismo y de terceros. Existen diversos tipos de contención: verbal, química, física y

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mecánica (Barrera y Pedraza, 2010), todos son llevados a cabo en la actualidad y podría

decirse que a diario en los servicios de urgencias de nuestro país.

Los servicios de urgencias son ambientes en los cuales médicos, personal de salud no

médico, pacientes y familiares se enfrentan a diario con paradójicas situaciones asociadas en

proporciones diferentes a estrés, preocupación, tristeza, alegría, esperanza, tranquilidad y

satisfacción. Esta compleja relación de emociones y sentimientos me permite estar de acuerdo

con el MPS cuando afirma que: “El ejercicio de la Medicina de urgencias es física,

psicológica y éticamente exigente” (Ministerio de la Protección Social Viceministerio de

Salud y Bienestar, 2009, p. 587)

En este sentido el paciente con una urgencia psiquiátrica se convierte en un desafío

adicional para los profesionales a cargo de dichas áreas y es en este entorno, donde la

contención surge como una herramienta que brinda seguridad, sin embargo, es necesario que

el personal de salud analice el tipo de contención que podría ser más adecuado en cada caso,

determine el papel que juega la familia en la toma de decisiones y establezca los límites que

trazan los derechos del enfermo en el momento de optar por una u otra terapéutica.

Estas y otras necesidades se hacen cada vez más evidentes y es allí donde aparece la

Bioética con un papel fundamental en el análisis entorno a la toma de decisiones, pues ofrece

elementos valiosos para generar los mejores cursos de acción a favor de la atención de este

tipo de paciente. De esta manera, el uso de la contención en urgencias ha traído consigo

cuestionamientos, pues son procedimientos que pueden observarse como agresivos y son

llevados a cabo en personas en quienes resulta muy difícil la evaluación de su competencia

para la toma de decisiones, lo cual los hace particularmente vulnerables, situación que

dificulta realizar un equilibrio entre el bienestar del paciente y el de terceros versus el respeto

por sus derechos, su dignidad y su autonomía.

De esta manera, la pregunta que debemos hacernos es ¿Cuáles son los principales

conflictos bioéticos que plantea la contención de pacientes con enfermedad mental en los

servicios de urgencias?

Dar respuesta a esta pregunta es el primer paso, puesto que permitirá entender la

contención en estos servicios, no como un procedimiento rutinario, sino como un complejo de

factores en interacción de los que dependerá el éxito en la atención del paciente. Así, permitirá

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a futuro poder establecer planes de mejoramiento quizás basados en herramientas bioéticas,

educativas y/u organizacionales.

Con el fin de resolver esta pregunta considero pertinente hacer uso de los principios

europeos de la Bioética: vulnerabilidad, dignidad, autonomía e integridad puesto que

considero podrían convertirse en los protagonistas de los conflictos que hoy en día plantea el

uso de contención en los pacientes con enfermedad mental y el concepto de conflictividad de

la ética convergente me permitirá analizar cómo los ambientes hospitalarios y en especial los

servicios de urgencias agregan elementos importantes a la situación la conflictividad como un

factor determinante en la evaluación de este tipo de situaciones y un factor fundamental en la

calidad de la atención.

Enfermedad Mental y Urgencia Psiquiátrica

Historia de la enfermedad mental

El concepto de enfermedad mental ha evolucionado en paralelo con la mente humana,

las creencias, la cultura y la educación. Quizás podríamos decir que se remonta a la existencia

misma del hombre en la Tierra, pero de esto resulta bastante difícil obtener registros, tal vez

por la inexistencia del lenguaje como lo conocemos hoy mismo.

La literatura ha trazado entonces una línea de tiempo, y es así como podemos empezar

a hablar de esta temática incluso varios siglos antes de Cristo, donde los protagonistas del

pensamiento griego jugaron un papel fundamental. Sócrates por su parte afirmaba que

aquellas personas que veían el bien estaban de alguna manera condicionadas a aceptarlo y por

esto consideraba que el mal era el producto de un error intelectual, de la mente, o la falta de

conocimiento del bien mismo, los cual se traducía en locura o ignorancia (Gracia, 2000).

Siguiendo dicho planteamiento, Platón (como se citó en Gracia, 2000) afirmó en uno

de sus diálogos, que no solo existían las enfermedades del cuerpo, sino que además existían

las que afectaban el alma, las cuales se caracterizaban por la pérdida de la capacidad mental,

es decir, por lo que él denominaba “demencia”. Dicho término fue usado posteriormente por

Galeno, quien alrededor de los años 170 y 190 d.C. basando sus argumentos en la tesis de

Platón, reafirma que locura es el producto de una alteración entre el espíritu o alma y el

cuerpo (Gracia, 2000).

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Hasta este punto se tiene claro que la conceptualización de los trastornos mentales

como los conocemos hoy en día tiene sus bases en el pensamiento griego ya que, a pesar de la

distancia, en lo que respecta a tiempo, resulta de cierta forma llamativo ver como después de

estos aportes la sociedad y la cultura empiezan a reconstruir los conceptos.

De esta manera, la historia de la enfermedad mental, o mejor, de la locura, como lo

describe Foucault en sus textos, fue un proceso inseparable a la evolución de la cultura y el

pensamiento del hombre.

A lo largo del tiempo se han reconocido enfermedades que han sido protagonistas de

importantes épocas en la historia, ya sea por el número de vidas humanas que cobraron o por

su alto potencial de contagio como lo fue el caso de la lepra, el cual generó tanto temor en los

habitantes de las áreas afectadas, que dichas personas fueron condenadas al exilio, al igual que

posteriormente aquellos portadores de la locura o como se les conocía entonces, aquellas

”cabezas alienadas”, quienes además asociados con la pobreza tenían serios problemas de

comportamiento, higiene y relación, por lo cual aislarlos de la sociedad se convertía en la

mejor herramienta con el fin de proteger a quienes aún continuaban sanos (Foucault, 1998).

De esta manera, y ya que en la Edad media aún se desconocía el origen de estas

afecciones en las personas, se empezó a hablar del “loco o demente” como aquella persona

víctima de una posesión demoníaca, pues de acuerdo con el pensamiento judeocristiano ese

era el castigo para el mal comportamiento de los hombres, de allí, que todos aquellos

creyentes de la religión se alejaran de todos los poseídos por un demonio, pues corrían riesgo

su alma y su cuerpo. Dicha creencia fortalecía cada vez con mayor fuerza el temor y logró

mantenerse hasta finales del siglo XVI e inicios del siglo XVII (Benavides, 2009).

En la época clásica el concepto de locura adquiere una perspectiva diferente, en la cual

la razón desempeña un papel central, así pues, el “loco” empezó a ser considerado como aquel

que había perdido la razón y que era incapaz de reconocerlo por sí mismo, ya que como

afirma Foucault (1998), “La locura se convierte en una de las formas mismas de la razón”

(p.30). Partiendo de este entendimiento de la locura, el siglo XVII se asoció a aquello

conocido como la época hospitalaria para la locura, pero a diferencia de lo que podría creerse

no se caracterizó por la atención en salud que se esperaba, puesto que en principio aquellas

instituciones conocidas como hospitales solo eran recintos pequeños, con recursos precarios,

en los cuales se internaba a los “locos”, entendidos como aquellos pobres que hablaban

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incoherencias, acompañados de mendigos, homosexuales, personas con enfermedades

venéreas, entre otras personas que generaban rechazo de la sociedad, y entre quienes no había

distinción, más allá de un muro o la separación en pabellones. Todos ellos allí recluidos con

presuntos fines de sanación, de allí que adicionalmente en la historia se reconozca a esta época

como la del “gran encierro”. (Foucault, 1998).

Francia e Inglaterra fueron los primeros países europeos en tener casas hospitalarias

reconocidas, tales como el Hospital General, el cual tenía como objetivo “impedir la

mendicidad y la ociosidad como fuentes de todos los desórdenes” y para lo cual contaban con

un único médico sin importar el número de personas que estuvieran allí internadas, cuya labor

consistía en visitar dos veces por semana cada uno de estos sitios con el fin de identificar

aquellas enfermedades que allí adentro se podrían formar, como por ejemplo “la fiebre de las

prisiones”, puesto que el temor más grande de la población era que esto llegara a propagarse y

no porque se considerara a aquellos que allí ingresaba como enfermos o porque se esperara

que este médico contribuyera con su sanación. (Foucault, 1998).

Muy poca atención se le prestaba a estas casas, mal llamadas casas hospitalarias, y es

así que los recursos con los que contaban eran casi en su totalidad obtenidos de la caridad. Sin

embargo, existen pocos registros de esto; uno de ellos corresponde a un reportaje de uno de

los periódicos de la época. Allí, Esquirol (como se citó en Foucault, 1998, p.42), habló de lo

que él nombro como establecimientos dedicados a los locos en Francia, y narraba lo siguiente:

“Los he visto mal alimentados, privados de aire que respirar, de agua para calmar su sed y de

las cosas más necesarias de la vida. Los he visto entregados a auténticos carceleros,

abandonados a su brutal vigilancia. Los he visto en recintos estrechos, sucios, infectos, sin

aire, sin luz, encerrados en antros donde no se encerraría a los animales feroces que el lujo de

los gobiernos mantiene con grandes gastos en las capitales”.

Dicho texto evidencia las pésimas condiciones en que se internaba a estas personas, y

cómo el aislamiento, más allá de formar parte del proceso de sanación, se estaba convirtiendo

en una herramienta de los gobiernos para agrupar y alejar de la sociedad a aquellas personas

“problema” para un presunto bienestar general.

Después de la creación de las casas hospitalarias como ya se han descrito, aparecen en

Europa las “Workhouses”, o casas de trabajo, con mayor número en Inglaterra. Dichas casas

eran lugares creados con los mismos fines que las casas hospitalarias, solo que estas añadían

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ajustes dentro de sus objetivos, y el principal de estos era dar trabajo a los encerrados,

haciéndolos de alguna manera útiles para la sociedad. Algo que muchos se preguntaban era

cómo se remuneraba a estas personas ese trabajo, y si reamente era útil para los enfermos

realizar este tipo de labores, o si solo era útil y rentable para las industrias o empresas para las

que estas personas realizaban diversos tipos de actividades, porque algo que sí estaba claro es

que se trataba de mano de obra barata (Foucault, 1998).

Con casas hospitalarias y de trabajo transcurrieron muchos años en la sociedad

europea, puesto que apenas hasta el siglo XVIII empezó a verse el esfuerzo por incluir en las

sociedades el concepto de “sujetos de derecho”, y por definir como estas personas recluidas

allí podrían ser incluidas dentro de este, lo cual los haría merecedores de derechos y deberes

como miembros de una comunidad. (Foucault, 1998).Gracias a estos y otros esfuerzos,

posteriormente pudo incluirse la Psicopatología a estas discusiones, y fue ya en el siglo XIX

que esta ciencia logró situarse en un posición idónea para el estudio de la locura, o como se

reconoce entonces de la “enfermedad mental”, denominación que le permitió a las sociedades

entender estos comportamientos humanos como el producto del mal funcionamiento de la

mente humana, como el producto de una enfermedad, lo cual no les quitaba la posibilidad de

ser merecedores de respeto y de tratamientos con fines de sanación de salud mental. (Foucault,

1998).

Como era de esperarse, la aparición de la Psicopatología, y posteriormente de la

Psiquiatría, trajo consigo la aparición de terapias farmacológicas, técnicas psicológicas, de

aislamiento vigilado y de otros tipos, que, entendida por terceros, podrían considerarse

manipulación de la conducta, lo cual trajo nuevas incógnitas morales a la sociedad; y de

dichos temores se originaron diversos movimientos, entre los que destaca el movimiento

antipisquiátrico, creado por David Cooper, entre los años 1.955 y 1.975, cuyos objetivos

inicialmente fueron reformar el aislamiento de los enfermos y transformar las relaciones que

el personal de estas instituciones hospitalarias tenía para con ellos, pues se había escuchado de

tratos inhumanos y terapias severas; pero llegaron a avanzar tanto en sus ideales, que querían

eliminar por completo el concepto de enfermedad mental, ya que consideraban que este

diagnóstico era solo una forma de los gobiernos de controlar y manipular a sus sociedades o a

los rebeldes (Vásquez, 2011).

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Pasada la época de auge de este movimiento de la Psiquiatría y la aparición de otras

neurociencias que centraron sus estudios en la recientemente reconocida enfermedad mental,

nació el interés por velar por el bienestar y los derechos de los que eran merecedores estos

enfermos; pero es solo hasta el año 2.008 que se publican los resultados de una de las

reuniones que buscaba garantizar esto, La Convención de la Organización de Naciones Unidas

sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad (CDPD), la cual se basó en el respeto a

todos los derechos humanos y las libertades; expresando la necesidad de formar profesionales

y cuidadores capacitados especialmente para el cuidado de estas personas, y la obligación del

Estado por luchar contra la discriminación (Del Pino, 2015).

Éste y otros documentos que reconocen los derechos de los enfermos mentales han

llegado a nuestros medios quizás con un poco más de retraso. Para poder entender esto

resultaría interesante realizar un recorrido corto por la locura y los conceptos de salud mental

en nuestro país.

La historia de la enfermedad mental en Colombia, por su parte, vivió la creación del

concepto de locura a su ritmo. En el siglo XVI Y XVII, época conocida como el período

colonial por la llegada de los conquistadores quienes quisieron introducir sus conocimientos y

cultura a los diferentes continentes. Sin embargo, muchas regiones del país decidieron

conservar conocimientos y creencias provenientes de sus culturas indígenas, y estas

comunidades continúan viendo los trastornos mentales como afecciones producidas por un

desequilibrio de energías entre la persona, la Madre Tierra y el cosmos en general. Para

contrarrestar estos males tienen personas expertas conocidas como chamanes, quienes con

rezos y bebedizos especiales intentan lograr la sanación (Benavides, 2009).

Pasados muchos años, la Iglesia Católica tomó mucha más fuerza y de la misma

manera que en los países europeos logró en su población tal seguimiento, que la locura fue

vista por mayor número de personas como una entidad de origen místico religioso. De allí que

en algunas regiones del país se asociara, y aún en algunos casos se asocie, a los locos con

brujas o hechiceros, poseídos o aliados de cualquier tipo de demonios que merecen ser

condenados al exilio (Benavides, 2009).

Posterior a la época de la colonia aparece el período republicano, donde la locura se

encontraba asociada directamente a la pobreza y la miseria, allí llama la atención la posición

de pensadores como José Félix Merizalde, médico nacido en la ciudad de Bogotá, quien ya

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para el siglo XIX mencionaba como desencadenantes de los problemas mentales, las

alteraciones de tipo moral, tales como sentimientos, emociones, vicios y las alteraciones

ambientales, dentro de las cuales mencionaba alimentación, condición social, lo cual inspiraba

en la población que les observaba temor y repulsión, por lo cual consideraba que el manejo de

estos trastornos debía ser el encierro y la coerción física, como se hacía entonces con algunas

enfermedades contagiosas. Mientras esto pasaba en Colombia, en diversos países europeos ya

empezaban a crearse hospitales aparentemente especializados en el cuidado de este tipo de

pacientes. Así pues, es solo hasta los años 1.871 y 1.874 que se crearon en un nuestro país

instituciones que ofrecían algún tipo de apoyo a quienes sufrían enfermedad mental, el

primero, el “Asilo San Diego”, el cual fue creado inicialmente para indigentes, pero que con el

tiempo aceptó a estos enfermos, los cuales se ubicaban dentro de jaulas y pasados unos años

en celdas un poco más amplias; y el segundo, conocido como “La casa de las locas”, un centro

para mujeres, quienes al parecer sufrían todo tipo de maltrato dentro de este lugar. Tras la

aparición de críticas a este tipo de trato a esas personas, a principios del siglo XX aparece

entonces la Medicina Psiquiátrica, la cual toma fuerza y se formalizan centros de atención y

hospitales en pro de la curación de este tipo de enfermedades, tales como el Hospital san Juan

de Dios, que contó inicialmente con trece camas destinadas a la atención de personas con

enfermedad mental y enfermedades contagiosas, llegando a tener hasta doscientas (Benavides,

2009).

Recorrer la historia de la locura tanto a través del mundo, como de nuestro país resulta

fundamental para entender el concepto que hoy en día se tiene de la enfermedad mental;

entender cómo resulta fundamental ver al hombre más allá de un solo cuerpo, puesto que la

educación y la historia misma son determinantes sociales, económicos, políticos y culturales

de procesos de salud- enfermedad, que trabajan al unísono para que su desarrollo sea

adecuado y el enfermo logre llevar una vida satisfactoria consigo mismo y con la sociedad en

la que habita.

Conceptos

Para poder entender lo que respecta a los conflictos bioéticos de la contención en

pacientes con enfermedad mental en urgencias se hace necesario tener claros los siguientes

conceptos:

Page 16: CLAUDIA LILIANA LÓPEZ BECERRA

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Enfermedad mental. La enfermedad mental, o los trastornos mentales, han sido

conceptualizados como hemos visto de acuerdo con los cambios socioculturales que ha tenido

la humanidad a través de la historia, y no ha resultado para los profesionales médicos,

psicólogos o psiquiatras sencillo hallar una definición clara que englobe a todas las patologías

que hoy forman parte de este gran grupo.

Diversos autores han descrito este aspecto como una dificultad, pues consideran que

tener claridad en su concepto facilitaría diagnósticos asertivos y haría global las

consideraciones de estas enfermedades. Sin embargo, refieren que en busca de resolver este

problema la Psiquiatría y la Medicina hoy en día cuentan con algunos criterios que clasifican a

la enfermedad mental de acuerdo a los síntomas o las alteraciones del pensamiento, el afecto,

la sensopercepción u otro tipo de alteraciones presentadas por el enfermo; clasificaciones tales

como el CIE 10 y el DSM IV, hoy DSM V, realizadas bajo la normativa de consenso de

expertos, lo cual le ha dado de alguna manera un carácter descriptivo a cada uno de los

trastornos incluidos en estas listas (Santander, 2007).

Por su parte las Asociación Americana de Psiquiatría en el DSM V ( 2014) describe al

trastorno mental como: “Un síndrome caracterizado por una alteración clínicamente

significativa del estado cognitivo, la regulación emocional o el comportamiento de un

individuo, que refleja una disfunción de los procesos psicológicos, biológicos o del desarrollo

que subyacen en su función mental. Habitualmente los trastornos mentales van asociados a un

estrés significativo o una discapacidad, ya sea social, laboral o de otras actividades

importantes” (p.5).

Menciona por ejemplo trastornos como la esquizofrenia y otros de tipo psicótico,

trastornos de personalidad, somatomorfos, de ansiedad, depresivos, del sueño, de tipo sexual,

adaptativos, entre otros (Asociación Americana de Psiquiatría, 2014). Para determinar dicha

clasificación usa criterios diversos, tales como la presencia de alteraciones en el

comportamiento, la conducta, alucinaciones, insomnio, dificultades de aprendizaje,

dificultades para socializar y otro tipo de síntomas en el paciente, los cuales permite a

expertos y no expertos en salud mental establecer la correlación de estos con un tipo

específico de trastornos. Aunque ha resultado sin duda una herramienta bastante útil en

nuestra práctica médica diaria, quizás no siempre resuelve por completo las inquietudes que se

tienen al momento de realizar un diagnóstico de este tipo.

Page 17: CLAUDIA LILIANA LÓPEZ BECERRA

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Urgencias Psiquiátricas. Hasta este punto hemos hablado de lo que podría llegar a

entenderse por enfermedad mental. Ahora bien, se hace necesario determinar cuáles deben

considerarse casos urgentes de origen psiquiátrico, para entender este concepto, quizás, se

haga necesario retomar el concepto de urgencia médica que nos ofrece el decreto 412 de 1.992

(como se citó en Escobar y Suárez, 2011, p.422 ), el cual la define como “la alteración física

o mental de una persona, causada por un trauma o por una enfermedad de cualquier etiología

que genere una demanda de atención médica inmediata y efectiva, tendiente a disminuir los

riesgos de invalidez y muerte”.

De esta manera, basado en este concepto, el Ministerio de Protección Social (MPS)

colombiano define las urgencias psiquiátricas como “circunstancias en las que una persona

presenta alteraciones del estado de ánimo, del pensamiento o de la conciencia que alteran de

manera aguda y notable su comportamiento y ponen en riesgo su integridad personal y la de

los demás” (Ministerio de la Protección Social Viceministerio de Salud y Bienestar, 2009,

p.217). Ya entendidos los casos de urgencia como aquellos que deben ser atendidos de manera

inmediata, y particularmente los casos de origen psiquiátrico por el riesgo de auto y hetero-

agresión, se hace necesario conocer el abordaje adecuado en estas circunstancias, y no solo del

paciente y su patología, sino de su familia y el ambiente hospitalario mismo, pues se hará

necesario para la toma de decisiones asertivas en estos casos.

Uno de los problemas a los cuales debe verse enfrentado un servicio de urgencias ante

casos de etiología mental es la agitación psicomotora, entendida como la presentación de

movimientos de cabeza y extremidades en el paciente (Barrera y Pedraza, 2010), lo cual en

muchas oportunidades se acompaña de la negativa por permanecer en un lugar específico a

espera de la atención, una silla, una camilla o incluso en el servicio mismo.

Manejo de urgencias Psiquiátricas. La agitación psicomotora, la impulsividad, el

alto riesgo de agresión n general, todas aquellas manifestaciones posibles en una urgencia

psiquiátrica deben ser abordadas con prontitud y efectividad, por lo cual la ciencia médica ha

usado diversos tipos de estrategias, dentro de las que cabe mencionar: la psicoterapia, la

farmacoterapia, la contención, entre otras.

Page 18: CLAUDIA LILIANA LÓPEZ BECERRA

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Las urgencias psiquiátricas, como se ha visto hasta ahora, se caracterizan por

alteraciones graves del comportamiento humano (Ministerio de la Protección Social

Viceministerio de Salud y Bienestar, 2009), y esto ha sido el principal motivo de que en los

servicios donde se reciben este tipo de pacientes se use un método que brinde la mayor

seguridad tanto para el mismo paciente como para terceros. Este método ha sido conocido a

nivel mundial como contención o restricción, puesto que garantiza el control de la persona

afectada y evita así que pueda agredirse a sí mismo o a aquellos a su alrededor.

Contención

La contención, también conocida como restricción o sujeción, ha sido usada desde el

siglo XVIII, cuando en Francia, Philippe Pinel y Jean B. Pussin las desarrollaron para dar

respuesta a la necesidad que tenían los hospitales psiquiátricos de que sus pacientes se

lesionaran a sí mismos u otros. De allí nace la definición de esta, como la inmovilización

involuntaria o sin consentimiento del paciente a través de diferentes medios: la voz, el uso de

medicamentos, elementos del entorno, personal de salud e incluso dispositivos o equipos

dispuestos para este fin (Barrera y Pedraza, 2010).

Los diversos métodos de contención deben ser siempre usados por personal de salud

entrenado, bajo la indicación de un profesional que generalmente suele ser un/a Psiquiatra,

médico o en determinados casos enfermero, y tiene indicaciones claras, dentro de las cuales

podrían mencionarse: agitación psicomotora, confusión mental, desorientación, riesgo de

retiro de instrumental médico (catéter, sondas, dispositivos de drenaje), auto o hetero-

agresión, en la realización de procedimientos invasivos a menores de cierta edad, entre otras

(Barrera y Pedraza, 2010).

Igual que cualquier otro procedimiento o intervención que sea llevada a cabo en un

ambiente hospitalario, la contención tiene riesgos que deben ser entendidos por los familiares

del enfermo y de ser posible por él mismo, tales son las lesiones en la piel, las caídas, la

formación de hematomas o equimosis, estreñimiento, incontinencia, la compresión nerviosa,

la progresión de daños psicológicos, entre otros (Barrera y Pedraza, 2010); y dichos riesgos

además de ser informados, deben ser reconocidos por el personal de salud quienes requieran

su uso, pues esto permitirá individualizar la toma de decisión respecto al momento y al tipo de

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mecanismo de contención que se va a usar, asociando a este conocimiento la edad, el tipo de

indicación, los antecedentes médicos y psicológicos de cada paciente.

Tipos de Contención

Los tipos de contención son diversos, y se clasifican de acuerdo con el medio utilizado

para la inmovilización o control del paciente, pero no significa que solo pueda usarse uno en

el mismo paciente, o que exista una jerarquía en cuanto al orden en que deban ser usados.

Dentro de los más conocidos pueden mencionarse (Barrera y Pedraza, 2010):

1. Contención verbal: Se realiza a través de herramientas de comunicación,

a través del uso de la voz y estrategias conversacionales y su fin primario es evitar que

el paciente realice acciones peligrosas. Para ello suele invitarse al paciente que exprese

sus preocupaciones, miedos e impulsos, con el fin de fomentar en él el autocontrol. Es

ideal que este tipo de contención se realice por una persona con entrenamiento en

psicoterapia, o por un profesional de la salud.

2. Contención química: se trata de hacer uso de elementos químicos, es

decir, medicamentos, con el fin de controlar el comportamiento o los movimientos del

paciente. Medicamentos conocidos como sedantes o hipnóticos, con diversos efectos

adversos y riesgos, por lo cual se sugiere que sean administrados bajo administración y

vigilancia médica.

3. Contención mecánica: Se hace uso de equipos, dispositivos o diversos

tipos de materiales, los cuales se ponen en contacto con el paciente con el fin de limitar

de forma parcial o total su movilidad. Dichos elementos deben ser ubicados de tal

manera que la persona que está siendo contenida no pueda acceder a ellos. Los más

usados con los inmovilizadores de tobillos, manos y sábana de movimiento. Se

recomienda que la colocación o uso de los mismos sea realizada por personal

capacitado, con el fin de evitar complicaciones cutáneas y de otro tipo.

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4. Contención física: Este tipo de contención involucra la participación de

uno o varios miembros del equipo de atención de salud, con el fin de abordar y

contener al paciente, haciendo uso de sus extremidades o de todo su cuerpo, con el fin

de evitar agresiones inminentes o fuga ante riesgo de auto o hetero-agresión, para

posteriormente continuar con otro tipo de contención y el tratamiento médico

requerido.

Contención en Colombia. En Colombia, el MPS y el viceministerio de salud y

bienestar han desarrollado unas guías para conocimiento y aplicación de los profesionales de

salud en los servicios de urgencias, titulada Guía para manejo de urgencias, cuya última

actualización corresponde a la tercera edición, publicada en el año 2.009 (Ministerio de la

Protección Social Viceministerio de Salud y Bienestar, 2009). Dicha guía contiene dentro de

su tomo III, duodécima parte (Alteraciones psiquiátricas), un apartado dirigido a las urgencias

psiquiátricas, el cual consta de cinco páginas e incluye información que podría ser usada en

este tipo de situaciones, y dentro del cual, por su puesto, aparece la contención como

protagonista.

La guía hace una pequeña introducción respecto a los tipos de pacientes a los que

podría enfrentarse un médico en el momento de valorar a un paciente psiquiátrico en el

servicio de urgencias, puesto que no siempre se trata de un caso que requiera una atención

urgente o emergente, sino que en muchos casos de trata de pacientes que buscan ser referidos

a un especialista en Psiquiatría, y que dada el escaso número de profesionales con dicha

especialidad en el país y los diversas barreras de acceso que tiene nuestro sistema de salud, se

convierte un camino más sencillo para obtener esta atención. Posteriormente hace énfasis en

la necesidad de tomar medidas preventivas ante situaciones de crisis, para lo cual enumera

ciertas recomendaciones, tales como: entrenarse en la atención de este tipo de pacientes,

conocer la red de servicios de salud mental de su institución, actuar en equipo a nivel

multidisciplinario, y considerar la posibilidad de solicitar ayuda del personal de seguridad en

caso de ser necesario.

El Ministerio incluye dentro de sus guías una serie de aspectos que considera claves en

la atención psiquiátrica en los servicios de urgencias, los cuales son: contención adecuada,

evaluación rápida, remisión pronta y oportuna. Para lo cual considera necesario contar con

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espacios tranquilos, privados, con pocos estímulos adicionales (luces, ruidos), sin elementos

peligrosos cercanos y con puertas seguras.

Ya garantizados estos aspectos, recomienda que, durante la entrevista y la evaluación

psiquiátrica, saludar al paciente identificándose, siempre con tono cortés y con calma,

evitando desacuerdos, evitando inmovilizar el paciente hasta donde sea posible y explicando

permanentemente cada procedimiento que en él se vaya a realizar, sin engañarlo o mentirle e

identificando qué problemas ha tenido o está teniendo y sus expectativas.

Pasada la etapa de recomendaciones, la guía incluye los elementos que debe contener

la entrevista y la historia clínica, dentro de los cuales se encuentran los datos personales del

paciente, su motivo de consulta, la enfermedad actual o el resumen de sus síntomas actuales,

sus antecedentes personales y familiares, el examen físico completo, con énfasis en un examen

mental completo que incluya la valoración de su percepción, su conducta, aspecto, forma de

hablar, su orientación, atención, memoria, afecto, pensamiento e introspección; evaluar la

necesidad de toma de exámenes o paraclínicos adicionales; y todo esto con fin de establecer

un diagnóstico apropiado, determinar las capacidades del paciente y su familia para colaborar

con el proceso e iniciar un tratamiento apropiado y oportuno.

Ahora bien, entender esta guía como una herramienta nacional para unificar criterios a

la hora de enfrentarse a una urgencia psiquiátrica resulta de muchas maneras preocupante,

pues no es posible que en solo cinco páginas se logre obtener la información que se requiere

para poder brindar una atención apropiada a este tipo de pacientes; y llama la atención como

no se incluye en esta parte de la guía ningún aspecto ético o bioético que debería ser tenido en

cuenta en el actuar equipo de salud, puesto que se conoce la limitación de la capacidad del

paciente, pero se desconoce la importancia de evaluar esto, su autonomía, entre muchos otros

aspectos. Sin duda, como menciona Santander (2007) se hace cada vez más necesario hablar

de los conflictos éticos que surgen alrededor de la política asistencial psiquiátrica.

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Perspectiva Bioética

Conflictos bioéticos de la contención en urgencias

La contención es un procedimiento que ha planteado desde sus inicios diversos

conflictos bioéticos, puesto que realizar procedimientos sin consentimiento del enfermo

siempre genera inquietud por parte de sus familiares, de él mismo y de terceros, esto sumado

al estigma que genera que otros lo vean en esta situación, a la pérdida de su libertad, de su

autocontrol y de autoridad crea un complejo de situaciones que requiere que la toma de

decisión en lo que respecta a la aplicación de este tipo de medidas por parte del personal de

salud sea cada vez más minuciosa y dedicada.

Estigmatización versus Aislamiento (Exclusión social). La palabra estigma ha sido

usada cada vez con mayor frecuencia en nuestro medio, quizás porque entendemos

erróneamente que ciertas diferencias marcan de alguna manera a una persona, a un grupo de

personas, o quizás, porque la evolución del pensamiento aún no nos ha permitido entender

estas como parte de nuestra humanidad. Ahora bien, para poder entender que relación ha

tenido con la enfermedad mental hace falta tener un punto de partida conceptual apropiado, al

respecto Helmchen y Sartorius (2010) afirman que el estigma ha llegado a ser definido como

“cualquier atributo, rasgo o desorden que marca a un individuo como inaceptablemente

diferente de las personas normales con quienes interactúa de manera rutinaria, y que provoca

alguna forma de sanción comunitaria" (p.12).

De esta manera, debemos entonces preguntarnos en primer lugar qué es lo que hace

inaceptable el estigma en el caso particular de la enfermedad mental, puesto que sin duda

podría encajar dentro de esta definición como aquellos desordenes que marcan a un individuo

haciendo que su interacción social sea diferente y sea compleja. Muchas personas con

enfermedad mental adecuadamente controlada quizás en su espacio familiar o laboral no

lleguen a sentir los efectos de la estigmatización, o quizás sí, pero localizarlas en un ambiente

hospitalario cambiaría notoriamente esta situación, puesto que allí inmediatamente después de

su ingreso y tras ser interrogado respecto a sus antecedentes médicos la etiqueta de enfermo

mental empezará a formar parte de la consulta y se mantendrá durante su estancia en el

hospital o la clínica, independientemente de si esta enfermedad estuvo o no relacionada con el

motivo de su consulta.

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Los trastornos mentales suponen un desafío continuo para las personas que los

padecen. Si a esto sumamos el estigma con el que este viene acompañado, quizás este sea uno

de los motivos que hace que sea inaceptable, pero no solo esto, su efecto en la vida social de

estos pacientes es muy notorio, logra no solo disminuir su autoestima, favorecer el aislamiento

sino que también dificulta la petición de ayuda lo cual indirectamente se convierte en una

barrera al acceso a servicios sanitarios, educativos y laborales constituyéndose a su vez en una

barrera para el desarrollo de su vida plena (Del Pino, 2015).

Se han descritos tres elementos formadores del estigma: 1. Problemas de

conocimiento, dentro de los que se incluyen la ignorancia o desinformación, quizás uno de los

más importantes cuando nos referimos a enfermedad mental, ya que incluso el personal de

salud tiende a generalizar las conductas de este grupo de personas y olvida el componente

individual, 2. Problemas de actitudes, estos hacen referencia a todos aquellos prejuicios que

crean otros miembros de la sociedad, quienes olvidan que se trata de una enfermedad, que

como cualquier otra genera cambios en quien la padece y que no se trata simplemente del

deseo del enfermo de portarse diferente y 3. Problemas de comportamiento, el más grave de

todos sus elementos, puesto que es el que concluye en discriminación (Helmchen & Sartorius,

2010).

La estigmatización de los pacientes con enfermedad mental en los servicios de

urgencias es una preocupación diaria para todos los involucrados, ya que sin suda en estos

espacios no se cuenta con las condiciones necesarias para garantizar la confidencialidad de los

diagnósticos de los pacientes, por ende resulta muy difícil evitar que personal de la institución

de salud de otra área de atención, otros pacientes, familiares y acompañantes de otros

pacientes se hagan conocedores de su situación de salud, lo cual sumado a los tres elementos

que originan el estigma puede traer consecuencias negativas para el paciente, para el personal

de salud y para el proceso de recuperación de este.

Un claro ejemplo de esto es el ingreso de un paciente con un trastorno depresivo, quien

ante un gesto suicida usa una rasuradora para lesionarse las muñecas y los antebrazos, dada

esta situación sus familiares lo llevan a un servicio de urgencias angustiados por el constante

sangrado de sus heridas y por la insatisfacción con la vida que su hijo ha venido manifestando,

así pues se escuchan gritos e ingresan sin pasar filtros de clasificación alguno a la sala de

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curaciones, ya en este punto más de diez o veinte usuarios han visto las heridas del paciente,

han evidenciado la angustia de sus familiares expresada en llanto o gritos y han empezado a

elaborar teorías respecto al motivo de consulta del paciente y ya en los pasillos se escucha

hablar del paciente no por su nombre sino como “el que se cortó los brazos”, “el suicida”, “el

loco”; allí empieza a originarse el estigma, el cual muchas veces se ve motivado

adicionalmente aunque de forma indirecta por el personal de salud, puesto que cuando hay

cambio de turno médico o de enfermería, este como es de esperarse en estos espacios tan

reducidos y concurridos se realiza en medio de pasillos donde se encuentran sillas o camillas

dispuestas para todo tipo de pacientes, lo cual lleva a que compartamos información de este y

otros pacientes ante la expectativa curiosa de quienes no deberían conocerla.

Este a pesar de ser un caso no tan complicado, es un ejemplo claro del origen del

estigma en estos servicios. Ahora, si a esto le sumamos el requerimiento de contención del

paciente quien cursa con un episodio repentino de agitación psicomotora y quien tras haber

tenido unos minutos a solas en la sala de curaciones toma una de las jeringas allí dispuestas,

empieza a autolesionarse y amenaza incluso a algunas enfermeras quienes intentan controlar

la situación, esto involucraría entonces controlar al paciente ya sea a través del uso de

medicamentos o medidas mecánicas, lo cual lo ubicaría en una camilla localizada en

cualquiera de los pasillos del servicio, exponiéndolo aún más al estigma.

Así pues, el aislamiento, definido como la necesidad que en muchas oportunidades se

tiene de separar al paciente del entorno, con el fin de disminuir o eliminar aquellos estímulos

que generan descompensación de su conducta o estados de agitación (Ministerio Español de

Sanidad Política Social e Igualdad, 2011) aparece en los servicios de urgencias no solo con

este fin, sino como una herramienta muy útil para proteger al paciente del estigma. A pesar de

que no siempre se cuenta con espacios apropiados para lograr este fin, en muchas

oportunidades se podría brindar al paciente seguridad y confidencialidad, pero no sin

contribuir aún más en excluirlo socialmente. Pero es aquí donde los profesionales de salud que

nos enfrentamos a la atención de este y otro tipo de urgencias psiquiátricas debemos realizar

un balance entre las consecuencias positivas y negativas que puede tener el aislamiento en

estos casos, pues debe evaluarse cada caso en particular, garantizar elementos apropiados en el

entorno y minimizar el tiempo en estos espacios.

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Finalmente, estigmatización y aislamiento deben enfrentarse en los casos de urgencias

secundarias a enfermedad mental, puesto que las consecuencias negativas de los dos procesos

son evidentes en el paciente, por lo cual vale la pena realizar un balance adecuado entre estos

dos conceptos en el momento de tomar decisiones.

Confidencialidad. Los servicios de urgencias como hemos visto hasta este momento

no son los espacios más aptos para garantizar confidencialidad o intimidad, y quizás esto se

debe al número de personas que allí se encuentran y al reducido espacio que tienen que

compartirse; ya que en nuestro país el sistema de salud ha impedido que estos cumplan con los

estándares esperados. Muchos países europeos han estudiado con detenimiento esta

problemática. Los lineamientos dados por la Ley General de Sanidad y la Asamblea sobre

Psiquiatría y derechos humanos son claros al expresar que debe evitarse el alojamiento de

estos pacientes en estancias de grandes dimensiones, esto defendiendo su derecho a la

intimidad (Ministerio Español de Sanidad Política Social e Igualdad, 2011).

En consecuencia, confidencialidad entendida según Pérez (2016) como “el derecho de

las personas a que sus datos íntimos o privados no puedan ser revelados ni utilizados sin

autorización expresa” (p. 307 ), se ha convertido en un deber muy difícil de cumplir por parte

de los miembros del equipo de salud en estas áreas, puesto que su espacio físico es

inapropiado, su demanda de atención demasiado alta y el recurso humano insuficiente.

Reconocer la confidencialidad no solo como un deber médico, sino como el derecho de un

enfermo de que la información que ha brindado dentro de una relación de confianza sea

cuidada y resguardada según sus indicaciones resulta ser el motivo más importante por el cual

debemos interesarnos por reforzar la protección de ésta en los servicios de urgencias, puesto

que romper ese lazo de confianza con los pacientes puede concluir en fallas terapéuticas y en

daños mayores en los pacientes.

La historia clínica se convierte en este contexto en una caja fuerte, la cual contiene

toda la información del proceso salud-enfermedad del paciente, por lo tanto,

independientemente de su forma, es decir física, electrónica o de cualquier tipo, debe

mantenerse resguardada bajo un compromiso ético y profesional por los miembros del equipo

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de salud (Santander, 2007), pero por tratarse de pacientes con enfermedad mental, en alguna

oportunidad se requerirá acompañamiento y/o tutoría familiar o de terceros por lo cual deberá

siempre garantizarse que dicha información que va a ser compartida en beneficio del paciente

con o sin su autorización previa deberá ser compartida de acuerdo con la necesidad, y a la

proporcionalidad de riesgos versus beneficios (Helmchen & Sartorius, 2010).

Existen a nivel internacional, diversos documentos que buscan garantizar la

confidencialidad dentro de los cuales cabe mencionar: la Declaración universal de derechos

Humanos (1948), el Pacto Internacional de derechos civiles y políticos (1966) y la declaración

universal sobre Bioética y derechos humanos (2005); los cuales pueden convertirse en

herramientas conceptuales importantes para los profesionales de salud que se enfrentan a

situaciones que puedan afectar su adecuado cumplimiento (Helmchen & Sartorius, 2010).

Evaluación inadecuada de la capacidad (competencia) del paciente: enfermedad

mental no siempre significa capacidad limitada. Realizar una adecuada evaluación de la

capacidad del enfermo mental resulta ser uno de los desafíos más grande para los

profesionales de la salud en los diversos ambientes hospitalarios, pero en urgencias resulta ser

aún más complejo puesto que el tiempo de consulta con el paciente suele ser más limitado, el

espacio dispuesto para este proceso no es el más apropiado y la toma de decisiones debe

realizarse generalmente de manera inmediata, lo cual en muchas oportunidades hace que se

obvie este paso en el momento de la atención.

Desafortunadamente, quienes formamos parte del equipo de atención en salud no

somos ajenos al efecto social nocivo del estigma, y es así, como desde que el paciente ingresa

a la institución de salud, luego de etiquetarlo como enfermo mental damos por sentado que su

capacidad está limitada (Del Pino, 2015) o simplemente que no es apto para la toma de

decisiones, olvidando que esto puede variar en cada persona, dado el contexto y el momento

evolutivo de su trastorno (Larra, 2007).

Larra (2007) afirma que: “Desde el punto de vista ético capacidad o competencia

mental, se refiere a las aptitudes de la persona para recibir, comprender y retener la

información relevante que se le ofrece acerca de su situación clínico y poder tomar una

decisión consecuente con la naturaleza de dicha información” (p.16); lo cual simboliza en el

entorno del enfermo mental que va a depender de la gravedad de los síntomas que lo llevaron

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a requerir atención médica de urgencias la evaluación de dichas aptitudes y por ende la

posibilidad de que sea el mismo quien decida en conjunto con su médico el camino

terapéutico más apropiado para su caso, o por el contrario esta valoración determinará la

necesidad de terceros que intervengan en este proceso, ya sean familiares, amigos o

desconocidos en calidad de tutores legales. De acuerdo con otros autores (Pinto, 2012) ante la

presencia de dichos casos, es decir cuando se requiera que la toma de decisiones se realicé por

representación, se considera prioritario que se realice un balance entre dos valores: la

promoción de la autonomía del paciente y la protección de la persona en condición de

vulnerabilidad contra daños. Igualmente, se hace necesario también, tener en cuenta que, en

caso de hablar de una limitación en la capacidad, debe distinguirse si está relaciona con

efectos de su enfermedad que tienen carácter temporal, prolongado o definitivo (Santander,

2007).

Ante estas y otras inquietudes de los profesionales de salud y la promoción de la

autonomía de los pacientes se han desarrollado herramientas que permitan una evaluación

adecuada de la capacidad (Del Pino, 2015), dentro de las cuáles pueden mencionarse el

documento Sitges (Ministerio Español de Sanidad Política Social e Igualdad, 2011), que

aunque enfocado hacia los pacientes con demencia, puede brindar elementos de mucha

utilidad ya que se basa en temas como la capacidad de autogobierno, las condiciones

neurológicas, la toma de decisiones personales y patrimoniales entre otras, extrapolables en

otros casos como lo es la enfermedad mental; otros tales como: Insight and Treatment

Attitudes Questionnarie (ITAQ), Scale to Assess Unawareness of Mental Disorder (SUMD),

La ayuda para la evaluación de la capacidad (Aid to Capacity Evaluation - ACE), MacArthur

Competence Assessment Tool-Treatment - MacCAT-T (Pinto, 2012).

Estas herramientas deben de esta manera convertirse en facilitadores del proceso de

evaluación de capacidad del paciente con enfermedad mental. Particularmente en los servicios

de urgencias educar a los profesionales de salud en el uso apropiado de estos cuestionarios y

el enfoque que debe dársele a cada uno podría brindar mayores garantías para la promoción de

la autonomía del paciente y la toma de decisiones bioéticamente asertivas.

Acciones terapéuticas sin consentimiento. La atención de los pacientes con

trastornos psiquiátricos siempre ha estado asociada a diversos conflictos éticos dado el

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requerimiento de medicación y terapéuticas sin autorización, puesto que el interés por los

profesionales de lograr la recuperación o rehabilitación del enfermo se ve enfrentado con el

respeto a su autonomía.

El principio ético del mejor interés suele ser el fundamento conceptual de la actuación

de algunos profesionales (Helmchen & Sartorius, 2010), sin embargo, no basta solo con tener

en cuenta esto. Como se ha visto anteriormente es fundamental la evaluación apropiada de la

capacidad individual. Adicionalmente, una vez se ha determinado esta competencia para

tomar decisiones el médico o profesional tratante deberá informar al paciente sobre cada

procedimiento y/o terapéutica que decida llevar a cabo, independientemente de si se trata de

un caso de urgencia o no (Helmchen & Sartorius, 2010), puesto que su condición de

enfermedad o la posible limitación de su capacidad no deben quitarle el derecho a ser

informado.

Aquellas personas que requieren valoración y manejo en los servicios de urgencias

dada la agudización de su sintomatología psiquiátrica precisan en la mayoría de las

oportunidades hospitalización e incluso contención temporal, por lo cual deberán recibir la

atención necesaria no solo con fines curativos físicos o fisiológicos, sino con el fin de

reestablecer aquellos derechos fundamentales que su enfermedad ha logrado limitar,

intentando así garantizar igualdad y la posibilidad de tener un rol dentro la sociedad (Pinto,

2012). Lo anterior se traduce en la importancia que tiene que el profesional a cargo realice

valoración de la capacidad de estos pacientes en el momento de su ingreso y

permanentemente, ya que esto permitirá reconocer con prontitud la recuperación de las

principales facultades mentales para la toma de decisiones y por ende que sea posible

vincularlos en su propio tratamiento, fomentando de esta manera la promoción de su

autonomía como fin último de la rehabilitación de su enfermedad.

Al respecto, el Grupo de Trabajo del Comité Directivo sobre Bioética (CDBI) del

Consejo europeo publicó el Libro Blanco (White Paper) (Comité directivo sobre Bioética en el

marco del Comité de Ministros del Consejo de Europa, 2000), con fines de consulta pública,

el cual propone una serie de recomendaciones específicas en torno a la internación y al

tratamiento involuntario:

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1. Su objetivo debe estar dirigido a tratar síntomas clínicos evidentes y

ofrecer beneficio al paciente.

2. La capacidad del paciente para consentir debe ser evaluada previo a

cada terapéutica que desee usarse y permanentemente.

3. El representante de una persona debe ser consultado, pero en caso de

que este se niegue a aceptar el tratamiento, debe ser posible acceder a un tribunal o a

cualquier otra instancia legal.

4. Las decisiones médicas deberán registrarse por escrito de ser posible, y

deberán ser comentadas con el paciente, con su representante si cuenta con él o con la

autoridad legal que se requiera; en caso de rechazar este esquema de manejo, él o ella

deberá tener acceso a asesoría legal adicional.

5. El tratamiento involuntario deberá instaurarse de acuerdo con las

necesidades médicas del paciente, reducirse al menor tiempo necesario evitando

efectos colaterales, monitorizarse permanente y deberá permitir al equipo de salud

involucrar al paciente en la toma de decisiones tan pronto como sea posible.

6. Cuando debido a una situación de emergencia no se puede obtener el

consentimiento adecuado, cualquier intervención médicamente necesaria puede

llevarse a cabo de inmediato.

7. Sería útil reconocer aquellas intervenciones que no deberían incluirse en

el concepto de tratamiento involuntario.

Adicionalmente en dicho libro, se hace referencia particular a los casos de emergencia

reconociendo el inminente peligro existente en estos casos para el enfermo y / u otras

personas, motivo por el cual debe entenderse que el médico que indicará las medidas

terapéuticas involuntarias no será inicialmente el Psiquiatra, pero tan pronto como sea posible

este deberá intervenir estableciendo un esquema terapéutico definitivo en beneficio de la

autonomía del paciente, contemplando posibilidades como: hospitalización diurna, terapia y

tratamientos psicosociales, asistencia social, entre otras (Comité directivo sobre Bioética en el

marco del Comité de Ministros del Consejo de Europa, 2000).

Por su parte la contención, como medida restrictiva, deberá ser evaluada e instaurada

en cada paciente de manera apropiada, evaluando incluso otras alternativas de tratamiento,

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puesto que como afirma Pinto (2012): “Siempre se debe procurar la alternativa menos

restrictiva de las libertades fundamentales, dentro de lo cual se consideran otras modalidades

como la internación parcial, la internación ambulatoria y los modelos comunitarios de

atención en salud mental” (p.62).

Todo lo anterior se convierte en una invitación para los equipos tratantes a usar las

medidas terapéuticas necesarias para reestablecer el estado de salud de los pacientes, siempre

en su beneficio y sin irrumpir con sus derechos humanos, su autonomía y su desarrollo social.

El paciente contenido en urgencias: Análisis desde los Principios europeos

Los principios europeos de la bioética fueron enunciados en 1.998 como parte de un

proyecto a cargo del Centro de Ética y Derecho de Copenhagen, el cual contó con la

participación del Instituto Borja de Bioética. La publicación de sus resultados tuvo lugar en un

documento reconocido como la Declaración de Barcelona, donde se mencionan entonces

cuatro principios: vulnerabilidad, dignidad, autonomía e integridad (Torralba, 2000). Dichos

principios permitirán revisar desde una perspectiva Bioética la compleja situación de todos los

involucrados en la atención, y particularmente la contención, del enfermo mental en los

servicios de urgencias, ya que comprender el concepto de estos principios como

fundamentales favorecerá la toma de decisiones respecto a este tipo de actuaciones en salud.

La vulnerabilidad aparece entonces como uno de estos principios, respecto al cual

Torralba (2000) afirma “Un ser vulnerable es un ser quebradizo, cuya integridad está

constantemente amenazada por razones externas e internas. Un ser vulnerable no es un ser

absoluto y autosuficiente, sino un ser dependiente y limitado, radicalmente determinado por su

finitud. Un ser vulnerable no es un ser necesario, sino el ser contingente” (p.2). En base a este

concepto cabe entender la vulnerabilidad como una cualidad humana, puesto que todo el

tiempo y como parte de la vida, nos vemos enfrentados a situaciones que nos vuelven

“quebradizos”, pero sin duda, habrá algunas de estas que nos hacen particularmente

vulnerables o vulnerables en mayor medida, situaciones tales como la enfermedad (Torralba,

2000).

De esta manera, entender la enfermedad como uno de los factores que aumenta la

vulnerabilidad es uno de los puntos más importantes a tener en cuenta en el momento de

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tomar decisiones respecto a la salud del paciente en un ambiente hospitalario, y

particularmente lo que respecta a pacientes con enfermedad mental, pues sus comportamientos

están influenciadas por un trastorno y no siempre acompañados de conciencia, lo cual, les

hace aún más susceptibles a recibir daños, a herirse o ser heridos en cualquier aspecto, debido

a que como afirman Rueda y Sotomayor, (2003) “La enfermedad mental representa un

obstáculo importante que dificulta el desarrollo de lo que debe ser la vida humana, porque

afecta, precisamente, la relación entre el individuo y el mundo”(p.243).

Así pues, ver al enfermo mental con su carácter particularmente vulnerable se hace una

necesidad para los equipos de salud, puesto que entender las limitaciones personales y sociales

que representa su enfermedad debe ser la base fundamental para la elaboración de estrategias

terapéuticas. Dichas estrategias terapéuticas en casos de urgencia suelen incluir el uso de

contención con fines de seguridad en pro del paciente y de terceros, para lo cual deberá

tenerse entonces en cuenta este principio, buscando limitar su uso al método más restrictivo y

al menor tiempo posible, puesto que como hemos visto se convertiría en un factor más de

vulnerabilidad para el paciente, lo cual podría limitar la efectividad de los tratamientos y

perjudicar al paciente.

La dignidad, como otro de los principios europeos enunciados, afirma Torralba (2000)

: “es un atributo o característica que se predica universalmente de la persona humana. Decir de

una realidad que es digna o que tiene dignidad significa, a priori, reconocerla como superior a

otra realidad e implica, por consiguiente, un trato de respeto. El respeto y la dignidad son

conceptos mutuamente correlacionados. La dignidad conlleva el respeto y el respeto es el

sentimiento adecuado frente a una realidad digna como la persona” (p.4).

Por consiguiente, el principio de dignidad se convierte en un manifiesto de la

importancia de reconocer al enfermo mental como merecedor de respeto, puesto que este lo ha

ganado por el simple hecho de ser humano, independiente su condición de enfermedad o de

discapacidad mental, lo cual simboliza como afirma Kant (como se citó en Torralba, 2000)

que el hombre no debe ser tratado por ningún hombre (por el mismo ni por otros) como un

instrumento, sino siempre como fin, es decir como merecedor de un buen trato reconociendo

su valor como parte de la sociedad.

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La contención de pacientes con enfermedad mental podría de muchas maneras vulnerar

este principio, puesto que la privación de su libertad y la exposición de su enfermedad pueden

limitar ese respeto; de allí nuevamente la importancia de limitar su uso hasta donde sea

posible e intentar realizarla en las condiciones que más favorezcan el paciente, para lo cual se

requiere adecuar espacios y conocimientos en los servicios de urgencias.

Por su parte el principio de autonomía hace referencia a la libertad que debe tener un

individuo (Torralba, 2000), lo cual incluye la libertad de su pensamiento y acción. Como se ha

mencionado anteriormente en el ámbito clínico, dicha libertad se ve reflejada principalmente

en la toma de decisiones, lo cual en el caso de un paciente con enfermedad mental ha traído

grandes interrogantes a los equipos de salud, dado que su competencia puede estar limitada o

anulada por su enfermedad, lo cual hace que en la mayoría de las oportunidades se vulnere

este principio.

Se hace necesario en este punto, aclarar que no existe relación entre los conceptos de

dignidad y autonomía (Torralba, 2000), puesto que una persona, como sería el caso temporal

de algunos enfermos mentales, por no ser autónomos o por estar limitada su competencia no

dejan de ser dignos, puesto que como se habló anteriormente siguen siendo humanos

merecedores de respeto.

La contención, como cualquier otra acción terapéutica sin consentimiento vulnera de

forma directa a este principio (Ministerio Español de Sanidad Política Social e Igualdad,

2011), sin embargo, deberá entenderse que en los casos de urgencia debe primar el interés por

el bienestar integral del paciente, lo cual incluye evitar el riesgo de auto o hetero agresión,

esto por supuesto, intentando reducir esta violación al principio al menor tiempo que sea

necesario, ya que se ha demostrado que favorecer la autonomía del paciente y la participación

activa en sus tratamientos, como invita la Psiquiatría comunitaria, suele traer consecuencias

muy benéficas para su salud física, mental y su pronta inclusión social (Everett & Huffine,

2009).

Por último, el principio de integridad define al ser humano como la sumatoria de

diversas partes que lo convierten en un todo, las cuales, deben estar organizadas de tal forma

que permitan el equilibrio y la armonía para su funcionamiento. La enfermedad, se convierte

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33

en la antagonista de ese equilibrio, puesto que desintegra las partes y causa su mal

funcionamiento; de allí parte la afirmación de este principio tras considerar permitido el actuar

médico, pues las acciones terapéuticas se convierten en herramientas necesarias para

reestablecer la integridad del paciente (Torralba, 2000).

Sin embargo, considerar lícitas estas acciones no significa que no deban limitarse,

puesto que, en casos particulares como la contención del enfermo mental, su simple aplicación

puede a su vez generar que el principio sea vulnerado (Torralba, 2000). De esta manera deben

establecerse las prioridades del tratamiento evitando uso de estrategias que resulten ser más

lesivas para el paciente que su propia enfermedad, recordando que existen diversos tipos de

contención y guías internacionales que contienen recomendaciones que adaptadas a nuestro

medio son de gran utilidad para llegar a indicar manejos asertivos.

El personal de urgencias y la contención: Análisis desde la Ética Convergente

Ricardo Maliandi1 elaboró y propuso una teoría ética a la cual denominó Ética

convergente, tomando como punto de partida la fundamentación y añadiendo a esta el

reconocimiento a priori e inevitable que debe tener la conflictividad en el campo de las

interrelaciones sociales. Fundamentación entendida como la necesidad de buscar

racionalmente el porqué de lo afirmado, es decir, usar argumentos para defender afirmaciones,

haciéndolas racionales, o como él mismo las denomina “serias”(Maliandi, 2016). De esta

manera, para poder llegar una interrelación apropiada entre estos dos factores

(fundamentación, conflictividad), el hace uso de dos teorías éticas previamente enunciadas: 1.

La Ética Pragmática Trascendental propuesta por Karl Otto Apel, quien con bases en la ética

kantiana realiza una propuesta complementaria, que busca erradicar el rigorismo y da una

nueva significación a la argumentación ética, manifestando que a través del discurso (del

diálogo), se pueden llegar a consensos donde se someta a evaluación un comportamiento

como óptimo, es decir, no hablar solo de comportamientos que puedan universalizarse puesto

1 Ricardo Maliandi (1.930-2015). De nacionalidad argentino, Licenciado en filosofía y doctor en Filosofía de la

Universidad de Maguncia, Alemania, fue discípulo de Karl-Otto Apel y de Nicolai Hartmann. Se especializó en

ética y tuvo una riquísima vida intelectual: dirigió la revista Cuadernos de ética, escribió 15 libros y más de 200

artículos para diversas publicaciones del mundo. Algunas de sus obras son: Teoría y praxis de los principios

bioéticos con O. Thüer; Ética convergente. Fenomenología de la conflictividad I; Ética convergente. Aporética

de la conflictividad II; Ética convergente Teoría y práctica de la convergencia II; Ética y conflicto. Un diálogo

filosófico sobre la ética convergente, con Damiani y Lariguet; Discurso y convergencia, entre muchas otras.

Disponible en: http://www.bioeticaunbosque.edu.co/publicaciones/Revista/Rev101/ricardomaliandi.pdf

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que se pensaron como óptimos antes de realizar la acción, sino de comportamientos

considerados óptimos por consenso. Y la otra teoría ética en que basó su propuesta fue: 2. La

Ética de los valores, propuesta por Nicolai Hartmann, quien reconoció la importancia de la

teoría de Kant, pero enfatizó en la necesidad de singularizar la propia conducta, estableciendo

que hay deberes propios de cada persona y que existe una conflictividad a priori entre valores,

entre principios (Maliandi, 2004).

Maliandi (2004) reconoce la bidimensionalidad de la razón, es decir, su composición

por dos tipos estructuras: la fundamentación y la crítica. Por su parte la fundamentación como

expresión del entendimiento de una situación a través de argumentos y contraargumentos, y la

crítica, como aquella distinción que debe hacerse entre lo que la razón puede y no puede

conocer. Dicha concepción le permitió entonces proponer la Ética Convergente como una

ética pluriprincipialista, puesto que a través de cuatro principios cardinales buscaría establecer

la relación entre estas dos dimensiones.

La universalidad, expresada por ejemplo en la igualdad de derechos; y la conservación,

entendida como la necesidad de evitar riesgos o mantener beneficios, son principios

propuestos desde la fundamentación. Por otra parte, están la individualización, entendido

como el principio que busca resaltar las diferencias importantes; y la realización, expresado

por ejemplo como la necesidad de modificar un determinado estado de las cosas, es decir

innovar con fines de mejorar, son principios propuestos desde la crítica (Maliandi, 2004).

La conflictividad sincrónica está entendida como aquella que se presenta cuando los

principios de universalización e individualización se encuentran enfrentados, donde el curso

de acción está determinado entre hacer lo que puede tener un valor universal o si debe tenerse

en cuenta las individualidades en las situaciones. Y la conflictividad diacrónica, dada por el

enfrentamiento entre conservación y realización podría llegar a concluir en curso de acción

que se esfuerce por evitar riesgos versus un curso de acción motivo por ideales de cambio y

valentía (Maliandi, 2004).

De la relación y/u oposición permanente y multidireccional de la conflictividad entre

estructuras y dimensiones se reconoce la complejidad del ethos, que entendido por Maliandi (

2016) como: “el conjunto de códigos normativos, valoraciones, tendencias, actitudes” (p.94),

que forma parte de toda interacción social, requiere para su equilibrio que coexistan estos

cuatro principios, lo cual se convierte en el fin último de la Ética convergente que es dar a

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entender que las opciones morales nunca son claras, pues los cuatro principios tienen la

misma validez (Maliandi, 2004), aunque es válido pensar en la flexión ética, lo cual significa

que un principio puede en momentos particulares requerir cumplimento con mayor urgencia;

pero buscando siempre llegar al principio metafísico o principio de convergencia, es decir,

aquel que minimice los efectos de la conflictividad a través de la valoración de cada principio,

sin preocuparse por lograr el cumplimiento óptimo de cada uno (Maliandi, 2016).

Los servicios de urgencias son ambientes hospitalarios que, como se ha mencionado

anteriormente, están cargados de situaciones estresantes dada la complejidad de las

condiciones médicas que allí deben atenderse, situaciones que pueden asociarse con el

concepto que Maliandi (2004) propone de conflictividad. Hablamos entonces de espacios

reducidos, de escaso personal de salud para un alto volumen de pacientes, de consultorios

pequeños y poco adaptados a las necesidades de los pacientes, de historias clínicas por aquí,

por allá y, lo que es aún más angustiante, de médicos y enfermeras poco capacitados en la

atención de urgencias psiquiátricas, quizás por las falencias que se ha visto en la formalización

de protocolos institucionales, por la escasa información brindada por el protocolo del MPS o

por el poco interés por capacitarse en estos temas.

Estos factores asociados a los casos particulares de aquellos enfermos mentales que

ingresan a estos espacios, en muchas de las oportunidades requiriendo contención de cualquier

tipo por las razones expuestas anteriormente, se constituyen en los elementos fundamentales

para la formación de lo que desde la conflictividad se denominan sistemas dinámicos, para el

caso de tipo social (Maliandi, 2016); dentro de los cuales sus elementos o subsistemas,

representados en nuestro caso por pacientes, familiares de pacientes, personal no médico de la

institución (personal de seguridad, de servicios generales, administrativo), el equipo médico,

entre otros, se ven relacionados permanentemente por nexos conflictivos dado el continuo

enfrentamiento entre valores, y dichas interrelaciones llevan a la formación de plexos

conflictivos donde nacen las estructuras conflictivas previamente descritas como sincrónica y

diacrónica (Figura 1). Dichas estructuras y los principios que forman parte de cada una de

ellas se verían enfrentadas en los servicios de urgencias continuamente (Figura 2).

Así, por ejemplo, mientras que el principio de universalización, incentiva a la pronta

contención del paciente con riesgo de hetero agresión, puesto que se preocupa por brindar

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seguridad a todas las personas presentes en el servicio de urgencias como parte de sus

derechos, el principio de individualización, rechaza este argumento, puesto que en este caso

debe preocupar la particular vulnerabilidad de este paciente como enfermo mental y lo

negativo que simboliza la contención y en mayor parte la mecánica en lo que respecta al

respeto por la autonomía del paciente o lo que resta de ella.

Igualmente sucederá si se enfrentan valores entre los principios de conservación y

realización, puesto que conflictividad sincrónica y diacrónica, son solo ejes de análisis que

permitirán que en cada caso particular se logre proponer una conducta basada en el principio

de convergencia, es decir, basada en el respeto por los cuatro principios en la medida que la

búsqueda por el bienestar del paciente, sin exponer a riesgos a terceros, lo permita.

Figura 1. Conflictividad en los servicios de Urgencias.

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Figura 2. Análisis de la contención del enfermo mental en Urgencias.

De esta manera, la Ética Convergente, a través de estas herramientas de análisis desde la

conflictividad podría permitirnos implementar una propuesta para el mejoramiento en la

atención de los pacientes con trastorno mental en los servicios de urgencias, la cual, podría

incluir:

1. La implementación del uso de herramientas (test) para la valoración de la competencia del

paciente desde una primera valoración médica, y su uso constante durante su

evolución, por supuesto, con las modificaciones necesarias para que se adapten al

tiempo y al espacio que se tienen disponibles para dicha consulta. Esto podría

convertirse en una respuesta a la conflictividad sincrónica que representa la seguridad

de todos los presentes en el servicio (pacientes, familiares, personal de salud,

trabajadores de otras áreas del hospital, entro otros) al verse enfrentada con la

vulneración que representa para la autonomía del paciente usar medidas de contención

o terapéuticas sin consentimiento, puesto que solo se usarían estas cuando fuese

estrictamente necesario.

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2. La priorización de la atención de estos pacientes, puesto que una oportuna atención evitará

insatisfacción, ansiedad, angustia y otros sentimientos negativos por parte de ellos, y

por ende evitará conductas auto o hetero lesivas. Dicha medida sería útil en el

momento de prevenir la aparición de conflictividad diacrónica que se genera al decidir

contener este tipo de pacientes, pues la conservación favorece esta decisión con el fin

de protegerlo de los riesgos, pero por otra parte la realización invita a promover su

autonomía y reducir así su vulnerabilidad. Dicho en otras palabras, capacitar a quienes

realizan la clasificación de los pacientes que ingresan a los servicios de urgencias

(Triage), invitándolos a dar prioridad a este tipo de pacientes dados estos argumentos,

disminuiría notoriamente el número de casos que requerirán contención.

3. Establecer mecanismos de acción, basados en protocolos que incluyan componentes

bioéticos que promuevan la autonomía del paciente y que le permitan vincularse a la

terapia, así esto no sea posible desde el inicio de la atención. Tener en cuenta estos

elementos invitaría desde la realización a capacitar al personal de los servicios de

urgencias en esta temática y a permitir la inclusión de nuevas herramientas como las

ofrecidas por la psiquiatría comunitaria.

Realizar un análisis en lo que respecta a los conflictos bioéticos que plantea la

contención de pacientes con enfermedad mental en urgencias desde la Ética Convergente

resulta quizás más complejo que la misma formulación de esta teoría. Pero entender estos

espacios hospitalarios y en sí cualquier dinámica social como espacios donde se encuentran

innumerables valores enfrentados, puede llegar a convertirse en la base para la construcción

de acciones terapéuticas que favorezcan en términos de salud al paciente y en términos de

armonía y equilibrio el desempeño de los equipos de salud en estos ambientes de conflicto.

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Conclusiones

Dentro de los principales conflictos bioéticos que plantea la contención en pacientes

con enfermedad mental en los servicios de urgencias podrían mencionarse: La estigmatización

como una realidad social difícil de enfrentar que suele estar relacionada de forma

multidireccional con la exclusión social; la dificultad que se tiene para garantizar la

confidencialidad como un deber médico y un derecho del paciente, la complejidad que ha

representado la valoración de la capacidad en estos pacientes, quizás motivada por la falta de

protocolos institucionales bien establecidos o por la falta de conocimiento de los

internacionales ya existentes; y la dificultad que de allí se desprende en el momento de tomar

decisiones de tratamiento sin consentimiento; dichos conflictos incluidos en un sistema

dinámico social conflictivo por naturaleza.

Los Principios europeos de Bioética: Vulnerabilidad, dignidad, autonomía e integridad

permiten realizar una evaluación de lo que el uso de la contención puede representar en casos

de urgencia, puesto que favorecen la identificación de todos aquellos caracteres específicos

del enfermo mental que lo mantienen como merecedor de respeto, y permite, partiendo de esta

afirmación, realizar una propuesta de cursos óptimos en el momento de tomar decisiones

terapéuticas.

Los servicios de urgencias han demostrado ser ambientes conflictivos, lo cual hace de

la Ética convergente una herramienta muy útil en el momento de analizar los conflictos

bioéticos que plantea la contención de la persona que vive con un trastorno mental y con base

en estos llegar a un consenso que logre favorecer el objetivo terapéutico de los equipos de

salud en dirección al mejor bienestar para el paciente.

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