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¿ES LA CIENCIA LA SOLUCION? La bióloga Ruth Hubbard comentó: “Cuando uno abre el diario para enterarse de lo que está sucediendo, se encuentra con que los problemas no son de índole científica; son problemas de organización social, de asuntos fuera de control, de individuos que buscan enriquecerse sin hacer caso de las necesidades humanas”. A lo cual añadió: “Francamente, no creo que con una distribución racional de los recursos la ciencia pueda resolver ninguno de los problemas que tanto atribulan al mundo”. ¿Cuánta confianza merece la ciencia? POR lo general se admira a la ciencia por sus múltiples logros en campos como la medicina, la ingeniería y las comunicaciones. Los avances científicos inciden en la vida de casi todos nosotros. Muchos especialistas viven consagrados a su labor y realizan loables esfuerzos en pro de una mejor calidad de vida. El escritor Tony Morton llega a decir que la “ciencia es, sin la menor duda, un pilar de la civilización moderna”. Pero es preciso tener equilibrio a la hora de aquilatar el auténtico valor de las cosas. Para mantener la ecuanimidad, examinemos la opinión de otro escritor, que juzga con menos benevolencia el papel del mundo científico en nuestra vida. En su libro La naturaleza no natural de la Ciencia, Lewis Wolpert escribe: “Las encuestas confirman que existe mucho interés y admiración por la Ciencia, unidos a la creencia poco realista de que es capaz de solucionar todos los problemas; pero, en el caso de algunas personas, existen también un temor y una hostilidad profundamente arraigados [...]. A quienes practican la Ciencia se los ve como técnicos fríos, anónimos e insensibles”. La exaltación de la ciencia La experimentación en nuevos campos implica cierto riesgo. Pero si lo justifican las innovaciones que se obtienen, crece la confianza de la sociedad en la ciencia. A cierto grado, la ciencia se apoya en el prestigio que le aportan sus éxitos del pasado, y asume riesgos cada vez más peligrosos, mientras muchos ciudadanos, reverentes y entusiasmados, la consideran la panacea de los males del hombre. Así, a menudo se relacionan las palabras “ciencia” y “científico” con la verdad absoluta. La publicación American Studies hace esta observación: “A partir de los años veinte, y con más frecuencia en los treinta, hubo científicos enfundados en una bata blanca que ofrecían a

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CIENCIa SOLUCION

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¿ES LA CIENCIA LA SOLUCION?

La bióloga Ruth Hubbard comentó: “Cuando uno abre el diario para enterarse de lo que está sucediendo, se encuentra con que los problemas no son de índole científica; son problemas de organización social, de asuntos fuera de control, de individuos que buscan enriquecerse sin hacer caso de las necesidades humanas”. A lo cual añadió: “Francamente, no creo que con una distribución racional de los recursos la ciencia pueda resolver ninguno de los problemas que tanto atribulan al mundo”.

¿Cuánta confianza merece la ciencia?

POR lo general se admira a la ciencia por sus múltiples logros en campos como la medicina, la ingeniería y las comunicaciones. Los avances científicos inciden en la vida de casi todos nosotros. Muchos especialistas viven consagrados a su labor y realizan loables esfuerzos en pro de una mejor calidad de vida. El escritor Tony Morton llega a decir que la “ciencia es, sin la menor duda, un pilar de la civilización moderna”.

Pero es preciso tener equilibrio a la hora de aquilatar el auténtico valor de las cosas. Para mantener la ecuanimidad, examinemos la opinión de otro escritor, que juzga con menos benevolencia el papel del mundo científico en nuestra vida. En su libro La naturaleza no natural de la Ciencia, Lewis Wolpert escribe: “Las encuestas confirman que existe mucho interés y admiración por la Ciencia, unidos a la creencia poco realista de que es capaz de solucionar todos los problemas; pero, en el caso de algunas personas, existen también un temor y una hostilidad profundamente arraigados [...]. A quienes practican la Ciencia se los ve como técnicos fríos, anónimos e insensibles”.

La exaltación de la ciencia

La experimentación en nuevos campos implica cierto riesgo. Pero si lo justifican las innovaciones que se obtienen, crece la confianza de la sociedad en la ciencia. A cierto grado, la ciencia se apoya en el prestigio que le aportan sus éxitos del pasado, y asume riesgos cada vez más peligrosos, mientras muchos ciudadanos, reverentes y entusiasmados, la consideran la panacea de los males del hombre. Así, a menudo se relacionan las palabras “ciencia” y “científico” con la verdad absoluta.

La publicación American Studies hace esta observación: “A partir de los años veinte, y con más frecuencia en los treinta, hubo científicos enfundados en una bata blanca que ofrecían a los consumidores garantías objetivas de que un producto era ‘científicamente’ superior al de la competencia. En 1928, un editorial del periódico Nation se quejó de que ‘por lo general, la sentencia que se abre con las palabras “La ciencia señala” zanja toda discusión en una reunión social, o vende artículos de cualquier tipo, sean dentífricos o neveras’”.

Pero ¿es siempre la ciencia sinónimo de verdad absoluta? En el transcurso de la historia, las innovaciones científicas han tenido firmes oponentes. Algunas objeciones carecían de base; otras parecían bien fundadas. Los hallazgos de Galileo, por ejemplo, suscitaron las iras de la Iglesia Católica. Asimismo, algunas teorías sobre el origen del hombre provocaron rechazos por razones científicas y bíblicas. No sorprende, pues, que cada nuevo hallazgo tenga partidarios y detractores.

Un antiguo adagio latino reza: “El único enemigo de la ciencia [o el conocimiento] es el ignorante”. Pero este aforismo ya no es exacto, pues la ciencia tiene hoy más adversarios que nunca, y no precisamente incultos. Aunque antaño muchos la consideraban inexpugnable, hoy la asedian algunos ex defensores. Se pudiera decir que un creciente número de ellos son ahora sus jueces, jurados y verdugos. Los

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grandes templos del saber científico suelen ser hoy anfiteatros de lucha. Una causa de estos ayes es la salida a la luz de los engaños y la corrupción de algunos académicos.

Por consiguiente, se formula más que nunca esta pregunta: ¿Es siempre fidedigna la ciencia? El artículo siguiente esboza varias razones por las que cada vez más personas se plantean esta cuestión

¿Hay divisiones entre los científicos?

“AUNQUE no debe rechazarse la noción de ciencia como búsqueda de la verdad sobre el universo, hemos de tener presentes los factores psicológicos y sociales que suelen entorpecer dicha investigación”, dijo Tony Morton en su artículo “Escuelas en pugna: Motivos y métodos de los científicos”. Por lo visto, la fama, el dinero e incluso la orientación política afectan a veces los hallazgos de los especialistas.

Ya en 1873, lord Jessel expresó inquietud por la influencia de tales factores en los procesos jurídicos: “El testimonio pericial [...] lo aportan expertos que, aun si viven de sus ocupaciones, en todo caso perciben honorarios por testificar. [...] Como es lógico, su mente, por honrada que sea, favorece a quienes los contratan, como lo indican las muestras de parcialidad que descubrimos”.

Pongamos por caso la medicina legal. Un tribunal de apelaciones señaló la posibilidad de caer en partidismos en esta disciplina. El periódico Search dice: “El hecho de que la policía pida los servicios del forense puede crear vínculos entre este y aquella. [...] Los forenses de la administración quizá lleguen a creer que su misión es ayudar a la policía”. Este rotativo también señala los procesos británicos contra Maguire (1989) y Ward (1974), miembros del IRA (Ejército Republicano Irlandés) acusados de empleo de bombas, como “testimonio elocuente de la predisposición de algunos especialistas muy experimentados, y por lo demás acreditados, a abandonar la neutralidad científica y creerse en la obligación de ayudar a la fiscalía”.

Otro ejemplo destacado es la causa celebrada en Australia (1981-1982) contra Lindy Chamberlain, que dio origen a la película Un grito en la oscuridad. Todo indica que las pruebas forenses llevaron a condenar a la señora Chamberlain, acusada de asesinar a su hija Azaria. Aunque ella decía que la había matado un dingo (perro salvaje), fue condenada a prisión. Años más tarde, cuando se halló la chaquetita sucia y ensangrentada de la niña, las pruebas anteriores no soportaron el escrutinio. Por consiguiente, se excarceló a Lindy, se anuló el veredicto y se le otorgaron daños y perjuicios por condena injusta.

Las disputas entre científicos pueden ser encarnizadas. Hace decenios tuvo eco mundial el desafío del doctor William McBride a los fabricantes de la talidomida. Este médico se convirtió en héroe de la noche a la mañana al exponer que el fármaco, con el que se combatían las náuseas del embarazo, ocasionaba graves deformidades a la criatura en gestación. Pero años más tarde, cuando realizaba otro proyecto, un médico que se había dedicado al periodismo lo acusó de alterar los datos. McBride fue condenado por fraude científico y falta de ética profesional. Se le prohibió ejercer su profesión en Australia.

Polémicas científicas

La posibilidad de que los campos electromagnéticos sean nocivos para la salud del hombre y los animales es hoy objeto de discusiones. Según ciertos indicios, está muy extendida la contaminación electromagnética, cuyos agentes abarcan desde las líneas de alta tensión hasta la computadora o el microondas del hogar. Hay quienes llegan a afirmar que el uso de teléfonos celulares acaba perjudicando con los años el

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cerebro. E incluso se aducen estudios que dan a entender que esta radiación causa cáncer y muerte. Por ejemplo, el diario The Australian informa: “Se va a demandar a una compañía de electricidad británica por la muerte de un niño que presuntamente contrajo cáncer por dormir cerca de cables de alta tensión”. El doctor Bruce Hocking, asesor de medicina del trabajo, de Melbourne, llegó a la conclusión de que “la tasa de leucemia infantil en Sydney era dos veces mayor entre los niños que viven a menos de cuatro kilómetros de las principales torres de televisión” de la ciudad.

Mientras el ecologismo esgrime estos datos, el gran capital lucha por no perder miles de millones de dólares a causa de las que son, a su juicio, “campañas alarmistas infundadas”. Por ello, el gran capital lanza contraofensivas con el apoyo de otros sectores del mundo científico.

La contaminación química también suscita controversias. Para unos, la dioxina es “el peor tóxico creado por el hombre”. Para Michael Fumento es “tan solo un producto que surge inevitablemente al fabricar ciertos herbicidas” (Science Under Siege [La ciencia asediada]), mientras hay quien la llama “el principal ingrediente del agente naranja”. La dioxina fue el centro de atención tras la guerra de Vietnam, al librarse grandes batallas legales entre los veteranos y las compañías químicas, cada grupo con su equipo de expertos.

De igual modo, cuestiones ecológicas como el calentamiento del planeta, el efecto invernadero y la reducción de la capa de ozono generan mucho interés entre el público. Con referencia a la inquietud por la Antártida, el diario The Canberra Times dice: “Las investigaciones de los especialistas destacados en Palmer Station, base científica estadounidense situada en la isla de Anvers, indican que la radiación ultravioleta ha acarreado graves daños a organismos inferiores, como el plancton y los moluscos, y que estos daños pudieran extenderse a través de la cadena alimenticia”. Sin embargo, un buen número de estudios aparentemente contradice esta opinión y disipa los temores acerca de la reducción de la capa de ozono y el calentamiento mundial.

Entonces, ¿quién tiene la razón? Se diría que los expertos pueden probar o refutar cualquier afirmación o razonamiento. “A la hora de determinar la verdad científica, el clima social del momento tiene al menos tanta influencia como los dictados de la razón y la lógica”, afirma el libro Paradigms Lost (Paradigmas perdidos). Michael Fumento resume así la cuestión de la dioxina: “Dependiendo de a quién escuchemos, todos podemos ser víctimas, sea del envenenamiento o de la desinformación crasa”.

Pero quedan sin explicación algunas famosas catástrofes científicas, por las que debe rendir cuentas la ciencia.

“Tragedia [...] de abrumadora amargura”

En Un mensaje a los intelectuales, publicado el 29 de agosto de 1948, Albert Einstein reflexionó sobre el lado oscuro de la historia de la ciencia: “Por dolorosa experiencia, hemos aprendido que la razón no basta para resolver los problemas de nuestra vida social. La penetrante investigación y el sutil trabajo científico han aportado a menudo trágicas complicaciones a la humanidad, [...] creando los medios para su propia destrucción en masa. ¡Tragedia, realmente, de abrumadora amargura!”.

Un comunicado reciente de la agencia Associated Press dijo: “Gran Bretaña admite que experimentó con la radiación en seres humanos”. El ministro de Defensa británico confirmó que la administración había realizado tales pruebas durante casi cuarenta años. Una de ellas se realizó con una bomba atómica en Maralinga (Australia del Sur) a mediados de los años cincuenta.

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Maralinga, cuyo nombre procede del vocablo aborigen para “trueno”, es una región aislada que Gran Bretaña consideró idónea para sus experimentos. Tras la primera detonación, la euforia del éxito reinaba en el ambiente. En el informe de un diario de Melbourne se dijo: “Cuando se disipó la nube [radiactiva], llegaron en convoyes de camiones y todoterrenos los soldados británicos, canadienses, australianos y neozelandeses que se habían resguardado de la explosión en trincheras situadas a solo ocho kilómetros de donde se produjo. Casi todos los rostros estaban sonrientes. Era como si volvieran de un día de campo”.

El corresponsal de asuntos científicos del diario británico Daily Express, Chapman Pincher, llegó a componer la canción “Nostalgia por el hongo atómico”. Añádanse las garantías de un ministro del gobierno, quien dijo que todo había salido conforme a los planes y que la radiación no encerraba peligro para ningún australiano. Años más tarde se borraron las sonrisas de quienes agonizaban por haberse expuesto a la radiación, y hubo un alud de reclamaciones por daños y perjuicios. Se acabó la “Nostalgia por el hongo atómico”. Hasta la fecha, Maralinga es una zona de acceso restringido por culpa de la contaminación radiactiva.

La experiencia estadounidense con las pruebas de bombas atómicas realizadas en Nevada son muy parecidas. Algunos opinan que no se trata de un error científico, sino de un asunto político. Robert Oppenheimer, quien estuvo a cargo de la fabricación de la primera bomba atómica de Estados Unidos en Los Álamos (Nuevo México), dijo: “No es responsabilidad de los científicos decidir si se debe utilizar o no una bomba de hidrógeno. Esa responsabilidad corresponde al pueblo norteamericano y a los representantes por él elegidos”.

Una tragedia de otro tipo

El empleo de sangre con fines terapéuticos se generalizó tras la II Guerra Mundial. La ciencia aclamó la sangre como un medio de salvar vidas y declaró que su utilización no encerraba peligro. Pero el advenimiento del sida enturbió la satisfacción del mundo médico. Para algunos, aquel “fluido salvador” se había convertido de súbito en un asesino. Un administrador de un importante centro hospitalario de Sydney (Australia) dijo a ¡Despertad!: “Durante decenios hemos transfundido una sustancia que apenas conocíamos. No sabíamos ni siquiera unas pocas de las enfermedades que transmitía. Aun hoy desconocemos qué otros males estamos transfundiendo, pues es imposible realizar pruebas sobre lo que ignoramos”.

Cierta hormona del crecimiento supuso una gran tragedia para las mujeres que, con la esperanza de sentirse más realizadas siendo madres, aceptaron con gusto un tratamiento hormonal contra la esterilidad. Años más tarde, algunas fallecieron misteriosamente de una afección degenerativa del cerebro, la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob (ECJ). También murieron niños que recibieron la hormona como remedio contra la atrofia del crecimiento. Según las investigaciones, la hormona procedía de las pituitarias de personas difuntas. Por lo visto, algunas tenían el virus de la ECJ, que contaminó varias partidas de la hormona. Aún es más trágico que hubiera mujeres tratadas con ella que donaran sangre antes de aparecerles los síntomas de la ECJ. Se teme que el virus esté en los bancos de sangre, pues no hay prueba para detectarlo.

Todo tipo de ciencia conlleva riesgos. No es de extrañar que, como señala el libro The Unnatural Nature of Science (La naturaleza no natural de la Ciencia), “se ve [a la ciencia] con una mezcla de admiración y miedo, de esperanza y desesperación; que se le considere la raíz de muchos males de la sociedad industrializada y la fuente de los remedios de todos estos males”.

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Pero ¿de qué modo se reducen al mínimo los riesgos que uno corre? ¿Cómo se puede juzgar a la ciencia con ecuanimidad? El siguiente artículo aporta información que puede sernos de utilidad.

¿Con qué actitud escuchamos cuando habla la ciencia?

ENTRE los retos que afronta el mundo científico figuran las enfermedades, sea que resurjan o que aparezcan por vez primera. Desesperado por hallar un remedio, el público presta atención cuando habla la ciencia. Por miedo a la muerte, no son pocos los que se lanzan a probar el último fármaco milagroso, a menudo sin plantearse dos veces las consecuencias a largo plazo.

En muchos casos la ciencia ha mejorado la calidad de vida de los afectados. Cabe destacar, por ejemplo, las técnicas quirúrgicas que eliminan el uso de las arriesgadas transfusiones sanguíneas. La ciencia y la tecnología permiten al hombre realizar proezas inimaginables. Lo que ayer era fantasía futurista, hoy es parte del cotidiano vivir. No obstante, el mundo científico no actúa siempre por altruismo, con el móvil de subsanar las acuciantes necesidades del hombre.

¿Quién habla en realidad?

Como ya se ha indicado, buena parte de las investigaciones se hacen por dinero y las respaldan poderosos grupos de presión. Por tanto, antes de adoptar una conclusión o emocionarse por algún hallazgo reciente, conviene preguntarse: “¿Quién habla en realidad?”. Hay que saber detectar los intereses ocultos. No es ningún secreto que los medios informativos se ceban en el sensacionalismo. Algunos periódicos recurren a casi todo con tal de vender, y hasta los más respetables incurren a veces en cierto amarillismo.

La ciencia y los medios de difusión suelen vivir una relación que oscila entre el amor y el odio. Aunque los canales de información den una buena imagen de la ciencia, también ocurre lo que indica Dorothy Nelkin en su libro La ciencia en el escaparate: “Con frecuencia los científicos tratan de controlar la información de la prensa rechazando las entrevistas, a menos que puedan revisarlas y corregirlas antes de su publicación. Los reporteros, temiendo la censura derivada de intereses personales, se resisten habitualmente a mostrar sus artículos a las fuentes de información, aunque a menudo confirman con ellas la exactitud de los detalles”.

Dorothy Nelkin cita luego varios ejemplos para ilustrar este punto: “Los informes de prensa sobre descubrimientos científicos provocan las esperanzas de gente desesperada. [...] Los pacientes llegan a la consulta blandiendo el último número [de una revista popular] y solicitando la última cura”. También menciona el caso del reportero que preguntó al presidente del Grupo Internacional de Tareas para la Sanidad Mundial y los Recursos Humanos “si creía que los hechiceros africanos tenían capacidad para curar enfermos”. Este replicó que “tal vez sí, en virtud de la alta credibilidad que gozaban entre el pueblo”. ¿Qué titular apareció al día siguiente? “Un experto de la ONU demanda más hechiceros.”

Lamentablemente, cada vez más personas buscan en los periódicos y revistas información sobre la ciencia actual, señala Nelkin. Y para muchos que tienen menos voluntad o capacidad de leer, la televisión es la principal fuente de información.

Evaluación equilibrada de la ciencia

Sin negar los triunfos de la ciencia que benefician al hombre, hemos de tener presente que los científicos son humanos. Ni son inmunes a las tentaciones y

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corrupciones, ni sus motivos son siempre nobles. Es cierto que a la ciencia le corresponde su lugar en la sociedad, pero no como lumbrera infalible en este mundo cada día más tenebroso.

La publicación Speculations in Science and Technology comenta: “La historia de la ciencia indica que, por imponentes que parezcan [...] los principales científicos, siguen siendo falibles”. Y en algunos casos no se trata meramente de fallos.

Por las razones ya expuestas en estos artículos, sería imprudente que el cristiano terciara en disputas sobre ciencia o fomentara ideas indemostradas. Por ejemplo, si uno se obsesiona con los recelos sobre el electromagnetismo, tal vez aconseje a los demás, con la mejor intención, que se deshagan del microondas, la manta (cobija) eléctrica, etc. Desde luego, cada uno es libre de tener sus preferencias sin recibir por ello críticas. Pero quienes discrepan de uno merecen igual respeto. Así pues, es mejor no difundir ideas sensacionalistas. Está por ver si muchas afirmaciones audaces son ciertas o no. Si se descubriera que algunas son infundadas o incluso erróneas, sus defensores no solo quedarían como tontos, sino que tal vez habrían perjudicado sin querer a sus oyentes.

“La supremacía preponderante del mito”

En los últimos años, algunos científicos han planteado serias dudas sobre la viabilidad de la teoría de la evolución según la expuso Charles Darwin. Así ha ocurrido sobre todo entre exponentes de la biología molecular. En su libro Evolution: A Theory in Crisis (La evolución: una teoría en crisis), Michael Denton, investigador biológico, dijo: “La elevación de la teoría darwiniana a la categoría de axioma (verdad evidente por sí misma), ha hecho totalmente invisibles las dificultades y objeciones, muy reales, con las que tanto batalló Darwin en El origen de las especies. Casi nunca se discuten problemas tan cruciales como la ausencia de eslabones o la dificultad que encierra visualizar los organismos intermedios, de modo que hasta el surgimiento de las adaptaciones más complejas se atribuye a la selección natural sin vacilación alguna”. Luego añade: “La supremacía preponderante del mito ha creado la ilusión muy difundida de que, para los efectos, la teoría de la evolución quedó probada hace cien años [...]. Nada pudiera ser menos cierto” (página 77). “Si se pudiera demostrar que existió un órgano complejo que no pudo haber sido formado por modificaciones pequeñas, numerosas y sucesivas, mi teoría se destruiría por completo.” (El origen de las especies, Charles Darwin, capítulo VI, apartado “Modos de transición”.) “Al ir en aumento el número de sistemas biológicos de complejidad irreducible que carecen de explicación, nuestra confianza en que se ha satisfecho el criterio darwiniano de fracaso se dispara hasta las más altas cotas que permite la ciencia.” (Darwin’s Black Box—The Biochemical Challenge to Evolution [La caja negra de Darwin: La bioquímica cuestiona la evolución], Michael J. Behe, páginas 39, 40.) Es decir: los últimos hallazgos de la biología molecular suscitan serias dudas sobre la teoría de Darwin. “El resultado del conjunto de estudios sobre la célula —estudios de la vida a nivel molecular— es un alegato claro y resonante a favor de que hubo diseño. El resultado es tan inequívoco y significativo que debe catalogarse como uno de los grandes logros de la historia de la ciencia. Es de la categoría de los descubrimientos de Newton y Einstein, Lavoisier y Schrödinger, Pasteur y Darwin. La constatación de que la vida manifiesta un diseño inteligente es tan trascendental como la observación de que la Tierra gira en torno al Sol.” (Darwin’s Black Box, páginas 232, 233.) (Gs 98 8 3)