china, 6 a. m

153

Upload: others

Post on 24-Jul-2022

4 views

Category:

Documents


1 download

TRANSCRIPT

Page 1: CHINA, 6 a. m
Page 2: CHINA, 6 a. m
Page 3: CHINA, 6 a. m

CHINA , 6 a . m.

Page 4: CHINA, 6 a. m
Page 5: CHINA, 6 a. m

CHINA , 6 a . m. MANUEL ZAPATA OLIVELLA

Relatos (1954)

Page 6: CHINA, 6 a. m

Segunda edición 2020

Título: China, 6. a. m.Autor: Manuel Zapata Olivella ISBN edición digital (pdf): 978-958-5599-92-5ISBN edición impresa: 978-958-5599-91-8©Herederos de Manuel Zapata Olivella©Universidad del Valle, por esta edición.

Primera edición: Ediciones S. L. B. (Samuel Lisman Baum), Bogotá, 1954.

Equipo editorial Universidad del Valle:Coordinación editorial: Concepto gráfico y diseño: Apoyo editorial y digitalización:

Administrador web Zapata Olivella: Apoyo logístico Centro Virtual Isaacs:

Universidad del Valle - Facultad de Humanidades - Cali - Colombia.Correo electrónico: [email protected]

Concepto editorial:

Santiago de Cali, junio de 2020

Pacífico Abella MillánAna María Estrada AngolaAlejandra Bedoya BermúdezGeraldine Grisales ParraRichard Rodríguez RiveraMagdalena Castro

Esta edición está bajo una licencia Creative CommonsAtribución / No comercial / No derivar/4.0 Internacional.

Instituto Caro y Cuervo

Zapata Olivella, Manuel, 1920-2004China, 6 a.m. : relatos (1954) / Manuel Zapata Olivella. -- 2a. ed. -- Cali : Universidad del

Valle, 2020.156 p. ; 24 cm. -- (Año Manuel Zapata Olivella / Ministerio de Cultura)Incluye glosario. -- Contiene datos biográficos del autor.

ISBN

1. Zapata Olivella, Manuel, 1920-2004 - Crítica e interpretación2. Cuentos colombianos - Siglo XX 3. Literatura colombiana - Siglo XX 4. China - Vida social y costumbres I. Título II SerieCDD: Co863.44 ed. 23 CO-BoBN–

Catalogación en la publicación – Biblioteca Nacional de Colombia

978-958-5599-92-5 (edición digital en pdf)978-958-5599-91-8 (edición impresa)

Page 7: CHINA, 6 a. m
Page 8: CHINA, 6 a. m
Page 9: CHINA, 6 a. m

Contenido

Presentación | 13 Manuel Zapata Olivella vida y obra a disposición del mundoDarío Henao Restrepo

Prólogo | 17 Luis Cantillo

China, 6 a. m.| 33Besos y flores de bienvenida | 35El triste destino de las rickshaws | 39La fiesta de las palomas | 43El pueblo ante el espejo | 46La canción de los pueblos | 47Una aldea en campaña | 50Los estudiantes edifican su universidad | 54Parto sin dolor | 60«Preguntádselo a mi hijo» | 63El cantor de Fus-Hung | 66Las patas de Go-Kai | 72Mensaje a mi pueblo | 76Abrazo de dos soldados de la paz | 80Los ancianos preguntan | 81Los nuevos hombres | 83La heroína de los ferrocarriles| 86Los niños chinos | 88Cómo se ha domado al río Huai | 89Una mañana en la nueva China | 95El joven de los crisantemos | 98Los soldados retornan al campo | 99Demoliendo la montaña | 101

Page 10: CHINA, 6 a. m

Ballet para el descanso | 106Retorno del soldado a Shanghái | 108Huéspedes de una nueva vida| 113El mártir de la sonrisa | 116La liberación alumbra para todos | 119El escritor de Hang Chow | 125Los soldados del idioma| 129

De la obra y del autor | 135

Manuel Zapata Olivella: génesis, aventura, literatura | 137José Luis Garcés González

Page 11: CHINA, 6 a. m
Page 12: CHINA, 6 a. m
Page 13: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella vida y obra a disposición del mundo

11

PRESENTACIÓN

MANUEL ZAPATA OLIVELLAVIDA Y OBRA A DISPOSICIÓN DEL

MUNDO

Bajo el liderazgo de la Universidad del Valle, con el apoyo del Ministerio de Cultura de Colombia, la Universidad de Cartagena, la Universidad de Córdoba y la Universidad Tecnológica de Pereira, entidades aportantes a la presente edición, le presentamos a Colombia y al mundo el legado de Manuel Zapata Olivella —médico, antropólogo, folclorista, novelista, cuentista, dramaturgo, ensayista e investigador— nacido en 1920 en Santa Cruz de Lorica, Córdoba.

El Ministerio de Cultura de Colombia declaró el 2020 como el Año Manuel Zapata Olivella, en homenaje al centenario de su nacimiento. La señora ministra Carmen Vásquez Camacho, en el acto de lanzamiento en Cali, octubre de 2019, a través del canal Telepacífico, destacó el aporte de

Page 14: CHINA, 6 a. m

Darío Henao Restrepo

12

las obras e investigaciones de Zapata Olivella porque siempre tuvieron como protagonista la gran diversidad étnica y cultural de Colombia, y en especial, por el rescate y valoración del aporte africano a Colombia y a las naciones americanas como está poéticamente recreado en su saga dedicada a la diáspora africana, Changó, el gran putas.

El Año Manuel Zapata Olivella 2020 se propone divulgar y promocionar las obras en universidades, colegios, escuelas, bibliotecas, casas de la cultura, medios de comunicación, ferias del libro y redes sociales, como la mejor manera de honrar a uno de los intelectuales más destacados de nuestra historia, cada día más leído y estudiado en varios continentes. En Colombia, el concurso de las universidades, del Instituto Caro y Cuervo, de la Biblioteca Nacional, de la Biblioteca Luis Ángel Arango, la Red de Bibliotecas Públicas, las Ferias del Libro, los canales públicos de televisión, las secretarías de Cultura y Educación de departamentos y municipios, la Dirección de Poblaciones y la Dirección de Artes y Literatura del Ministerio de Cultura, ayudará a tornar realidad tan necesario y justo emprendimiento.

Las 27 obras ofrecidas, junto con un amplio material crítico, fotográfico, videos y documentales, estarán a disposición gratuita en la web Zapata Olivella, sitio que estará alojado en el Centro Virtual Isaacs (CVI) de Universidad del valle, enlazado con el Ministerio de Cultura, la Universidad de Vanderbilt y otras entidades nacionales y extranjeras.

Esta labor ha sido posible gracias al apoyo de la Universidad del Valle, en cabeza del rector Edgar Varela Barrios, con recursos financieros y técnicos para el trabajo del Centro Virtual Isaacs y el grupo de investigación Narrativa Colombiana de la Escuela de Estudios Literarios. Con perspectiva interdisciplinaria, las investigaciones realizadas sobre la obra de Zapata Olivella en el doctorado de Estudios Afrolatinoamericanos, así como los aportes de varios de sus seminarios, han sido fundamentales para este proyecto. Durante tres años se trabajó en la preparación editorial de cada libro y en la recopilación del acervo bibliográfico que estará a disposición en la web Zapata. Para apoyar a la divulgación de las obras y la vida del autor, se realizó la investigación para el documental Zapata el gran putas, una coproducción del Canal Telepacífico, el Ministerio de Cultura y la Universidad del Valle. Así mismo, la realización de la ópera

Page 15: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella vida y obra a disposición del mundo

13

Maafa, una adaptación de Changó, el gran putas, composición de Alberto Guzmán Naranjo y guion de Darío Henao Restrepo.

Jugaron un papel decisivo en esta empresa los colegas del Comité editorial: Alfonso Múnera Cavadía (Universidad de Cartagena), Luis Carlos Castillo Gómez (Universidad del Valle), Mauricio Burgos Altamirano (Universidad de Córdoba) y César Valencia Solanilla (Universidad Tecnológica de Pereira); así como la directora del Instituto Caro y Cuervo, Carmen Millán de Benavides, Diana Patricia Restrepo, directora de la Biblioteca Nacional de Colombia y el director de la revista Afro-Hispanic Review, William Luis. Esta empresa no hubiera llegado a feliz término sin los prologuistas, fotógrafos, articulistas y ensayistas que aportaron sus luces o sus escritos para el conjunto de este gran proyecto editorial.

Merecen infinito agradecimiento los herederos de Manuel: Harlem, su hija; Karib y Manuela, nietos, hijos de Edelma, ya fallecida, y Gustavo Gómez, su esposo, que con generosidad cedieron los derechos a la Universidad del Valle para la publicación de las obras que con gran satisfacción entregamos a los lectores de hoy y del mañana.

Santiago de Cali, junio 30 de 2020

Darío Henao RestrepoDecano Facultad de Humanidades

Universidad del ValleDirector Editorial

Page 16: CHINA, 6 a. m

Darío Henao Restrepo

14

Page 17: CHINA, 6 a. m

Prólogo

17

PRÓLOGO

UN TESTIMONIO TRANSPARENTE: MANUEL ZAPATA OLIVELLA EN CHINA

EN 1952

Luis Cantillo1

1 Profesor de la Universidad de Sichuan en Chengdu (China) y de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas en la Universidad Externado de Colombia en Bogotá. Ha divulgado la cultura colombiana en China y viceversa. Asistió al historiador de arte Hong Zaixin en Buscando a Macondo (2015), primer libro sobre cultura colombiana publicado en China. Recientemente en plataformas educativas chinas estrenó el curso: Los colores de Colombia (2020). Entre sus textos están: Literatura y colonia china en Colombia (2019), Café y Té sobre la mesa: encuentro entre dos mundos (2016).

Page 18: CHINA, 6 a. m

Luis Cantillo

18

La nueva vida del pueblo ante nuestros ojos era el gran escenario de China que renacía, como en la leyenda de la fabulosa ave fénix, de las cenizas de su propio pasado2.

MZO

Durante años en el Museo Militar de Beijing en la sección dedicada a la Guerra de Corea (1950–1953) se exhibió una bandera colombiana como vestigio de ese primer conflicto internacional de la Guerra Fría, donde el único país de Latino América que participó y además apoyó al ejército de los Estados Unidos fue Colombia, y esa decisión del presidente Laureano Gómez hizo que por décadas la primera impresión que tuviera el pueblo chino acerca de nuestro país era que fuimos parte de ese ejercito agresor del pueblo coreano. Enrique Posada Cano, amigo cercano de Manuel Zapata Olivella, quien vivió en Pekín a partir de la década del sesenta escribió:

Esta aventura inútil nos dejó, de parte de Corea del Sur, un duradero senti-miento de gratitud y, de parte de China, la presencia en el Museo Militar de ese país de una bandera colombiana agujereada por las balas de los volunta-rios chinos que combatieron junto a los norcoreanos. Me sonrojó ver eso3.

Enrique Posada no sería el único colombiano en sonrojarse, años después a comienzos de la década de los noventa, el embajador José María Gómez para mejorar la imagen de nuestro país inició una campaña publicitaria utilizando los buses públicos de la capital para promocionar la marca Café de Colombia, esto es nueve años antes de que Starbucks abriera su primer café en Beijing4. Lo que poco se conoce, es que, durante el transcurso de la Guerra de Corea, mientras unos y otros se agredían en la región del paralelo 38 que terminó dividiendo a Corea en dos, hubo un grupo de intelectuales colombianos que viajaron expresamente a Pekín a contribuir a la paz, entre ellos Manuel Zapata

2 Ver capítulo: “El pueblo ante el espejo”.3 Posada, Enrique. (2010). “Vivir en China es aprender a vivir otra vez”. Colombia

y China: treinta años de amistad y cooperación, Bogotá: Ministerio de Relaciones Exteriores, página 62.

4 El nombre Beijing que reemplaza a Pekín corresponde a una nueva romanización del chino adoptada desde 1958, pero se hace obligatoria desde 1979.

Page 19: CHINA, 6 a. m

Prólogo

19

Olivella. La colección de relatos reunidos en China, 6 a. m. (1954) es el mejor testimonio que tenemos de un colombiano en el cual nos narra con infinidad de detalles reales cómo era esa sociedad al despertar de la nueva China, una nación milenaria que, tras un largo siglo de padecer humillaciones por parte de potencias imperialistas y sobrellevar la carga de dinastías parásitas, de mandarines viciosos y señores de la guerra que nunca marcaron una ruta de progreso5, ahora le apostaba a una nueva utopía.

1

Verdes banderas, con la paloma que dibujara Picasso, ondeaban en las brisas del desierto [en el aislado aeropuerto de Ulán Bator]6.

MZO

A finales de septiembre del otoño de 1952, Manuel Zapata tomó un avión a China desde Irkutsk en la Unión Soviética, hizo escala en la capital de Mongolia y allí observó las banderas con la paloma de la paz que anticipaban su misión de viaje, horas más tarde aterrizó en Pekín de noche. A lo lejos divisamos el brillo de las luces profusas de Pekín y su nombre se repitió entusiásticamente por todas las bocas en el interior de la cabina del avión7. Manuel Zapata tenía 32 años, era médico, escritor y ya había hecho la quijotesca hazaña de caminar de Colombia a Centro América hasta los Estados Unidos. Esta vez, había llegado hasta el otro lado del mundo: Ahora estaba allí; bajo mis pies, su presencia milenaria que comenzó a maravillarme con las aventuras de Marco Polo8.

5 Ver capítulo: “Cómo se ha domado al río Huai”.6 Ver capítulo: “Besos y flores de bienvenida”.7 Ibíd.8 Ibíd.

Page 20: CHINA, 6 a. m

Luis Cantillo

20

Al igual que Picasso9, Dalton Trumbo, Frida Kahlo y muchos otros, Manuel Zapata era simpatizante del Partido Comunista. El motivo que lo traía a China era participar en la Conferencia de la Paz de las Regiones Asia y Pacífico (2 - 12 de octubre), quizás el primer y más grande evento de poder blando que China organizaba para contribuir a la paz mundial en medio del naciente clima de la Guerra Fría que polarizaba al mundo y dividía los pueblos, entre ellos a Colombia. Más de cuatrocientos delegados que representaban a los pueblos de 37 países se habían reunido en la capital de China.

Entre los intelectuales colombianos que también participaban en la Conferencia fuera de nuestro autor, se encontraban: el abogado Diego Montaña Cuéllar; los escritores Jorge Zalamea y Jorge Gaitán Durán y el pintor Alipio Jaramillo, entre otros. Con los tres primeros había vivido la experiencia de los sucesos del nueve de abril en la sede de la Radio Nacional apoyando a la revolución10. Por otro lado, todos ellos transitaban entre las artes, las letras, el activismo social y la política11 como escribe el profesor George Palacios en su ensayo “De rebeldías y revoluciones: perspectivas críticas desde abajo y desde Oriente en el pensamiento de Manuel Zapata Olivella” (2018), que es un excelente texto para quienes quieran profundizar y comprender mejor acerca de la influencia y el contexto sociopolítico del nueve de abril, lo que significó su viaje a China, y, por otro lado, [entender] la fuerza en el contenido de la creatividad estética dada por el compromiso político12 que encontramos en su producción literaria.

9 Su Paloma de la paz fue emblema de la Conferencia. Y como lo precisa Xu Xi, doc-toranda en teoría del arte de la Academia China de Arte: “Por motivo de la Guerra de Corea y la Conferencia de Paz de los Pueblos de Asia y del Pacífico, la paloma como símbolo de paz fue utilizada como motivo e inspiración para crear obras de arte como la pintura del maestro Qi Baishi. Estas obras a su vez fueron utilizadas en materiales impresos de promoción”.

10 Vallejo, V. (2016). El Bogotazo, Radio Nacional de Colombia. https://www.radionacional.co/linea-tiempo-paz/bogotazo [Ultima vez visitado:

2020.5.29]11 Palacios, G. (2018). De rebeldías y revoluciones: perspectivas críticas desde abajo y

desde Oriente en el pensamiento de Manuel Zapata Olivella. Estudios de Literatura Colombiana 42, pp. 120.

12 Ibíd.

Page 21: CHINA, 6 a. m

Prólogo

21

Los participantes en la conferencia de Pekín no eran necesariamente diplomáticos, sino personas de toda condición y opinión ideológica, tan solo una quinta parte eran miembros de partidos comunistas y la gran mayoría eran representantes del mundo cultural13. Esta heterogeneidad de acuerdo a Zalamea le daba un carácter especial: Pues no se trata aquí de una reunión de gobiernos representados por sus diplomáticos, sus políticos y los llamados “técnicos” en materia internacional, sino de una congregación de delegatarios de pueblos14.

2

Estábamos frente a una nación nueva. Veíamos la juventud del pueblo más viejo del mundo. Ese rejuvenecimiento de China lo engendraba el sentido solidario del trabajo al servicio de una vida de paz para todos15.

MZO

Cabe recordar que en aquel entonces era imposible viajar a China sin invitación previa, a partir de 1978 es que el gobierno decide abrir sus puertas al mundo. China estaba rehaciendo su tejido social tras años de sufrir por la invasión japonesa y de los estragos de su propia guerra civil entre el Kuomintang y el victorioso Partido Comunista Chino. El país que Zapata nos muestra es una nación agrícola con una población de 600 millones de habitantes, la mayoría viste trajes de dril azul y montan bicicletas.

A pesar del bloqueo económico que prohibía la inversión extranjera, el comercio o la compra de tecnología, sin embargo, esto no detenía el ingenio local, por ejemplo, Zapata observó como en la construcción de

13 Zalamea, Jorge (1952). Reunión en Pekín. Pekín, página 2.14 Ibíd., página 3.15 Ver capítulo: “El pueblo ante el espejo”.

Page 22: CHINA, 6 a. m

Luis Cantillo

22

la nueva Universidad Técnica de Tianjin utilizaban un motor de avión [norteamericano] que hacía de bomba de succión16. Allí mismo se sorprendió al ver que tanto profesores como estudiantes vestidos como obreros construían juntos su propia universidad. Ese espíritu colaborativo y de hermandad también lo encontró en la construcción de la represa de Fusi-ling, donde soldados y campesinos, hombres y mujeres, ayudaban de igual manera a remover toda una montaña, como si estuvieran haciendo real esa fábula china llamada Yugong Yishan (El viejo tonto que quería remover una montaña). Una historia que por un lado habla sobre la determinación del pueblo chino y por otro acerca de la integración multigeneracional, si la voluntad del viejo no se cumplía en vida, sus hijos y sus descendientes continuarían el trabajo hasta remover cada roca de la montaña.

Zapata nos dibuja una ventana para que veamos cómo en esa sociedad con tan solo tres años de fundada aún había lagunas de cómo se implementaría el nuevo sistema socialista. Por ejemplo, en el capítulo titulado «Preguntádselo a mi hijo» nos narra la visita a una fábrica de textiles, donde primero conocen a un trabajador ingenioso que ha inventado una nueva hiladora que logra cuadruplicar la productividad; luego los delegados tienen la oportunidad de entrevistar al dueño y un norteamericano le hace la siguiente pregunta: —¿Y qué será de sus fábricas cuando el comunismo socialice la industria privada? ¿Ha pensado usted en eso?17, a lo que el señor contesta —Preguntádselo a mi hijo, pues para entonces será él quien afrontará ese problema18. El hijo resultó ser uno de los intérpretes que acompañaban a los delegados de la paz y este respondió: —Soy comunista y sé que mi Partido sabrá encontrar la mejor solución no solo para mí, sino para la patria, como lo ha hecho hasta ahora19.

16 Ver capítulo: “Los estudiantes edifican su universidad”.17 Ver capítulo: «Preguntádselo a mi hijo».18 Ibíd.19 Ibíd.

Page 23: CHINA, 6 a. m

Prólogo

23

3

Al calor de sus canciones y de sus danzas fuimos trenzando nuestros propios bailes. Después las muchachas nos enseñaron sus ritmos y, siguiendo sus movimientos y canciones, pudimos ligarnos a los bailes que expresaban el sentimiento del pueblo liberado.

MZO

El primero de octubre, un día antes de iniciarse la Conferencia, para hablar de la paz; de los problemas de la paz; de las soluciones de la paz20 como escribió Jorge Zalamea, los delegados fueron invitados a presenciar el desfile de celebración del tercer aniversario de la fundación de la República Popular China. En la noche, cuando la fiesta todavía seguía en la Plaza de Tiananmen (Puerta de la Paz Celestial), los delegados terminaron bailando junto con los locales:

Los delegados a la Conferencia de Paz no pudimos contemplar a la distancia aquel espectáculo y entrelazados en una cadena que cantaba canciones en muchos idiomas, nos introdujimos en el corazón de la multitud. Con el regocijo de siempre, los jóvenes chinos batieron sus manos y se arrojaron a nuestros brazos21.

A lo largo del libro, Manuel Zapata siempre nombra el baile y las danzas folclóricas como si fuera una expresión artística que no podía faltar en las celebraciones o ceremonias de bienvenida a los delegatarios, esto me hace pensar que este arte del movimiento que logra vencer la barrera del idioma fue una de las expresiones culturales que más lo impresionaron, disfrutó y seguramente inspiró para que tiempo después junto con su hermana Delia Zapata creara un grupo y promovieran la danza y el folklor colombiano internacionalmente.

20 Zalamea, Jorge (1952). Reunión en Pekín. Pekín, página 1.21 Ver capítulo: “La fiesta de las palomas”.

Page 24: CHINA, 6 a. m

Luis Cantillo

24

Entre las fotografías de este viaje que nos quedan de Manuel Zapata en China, en el archivo de Jorge Zalamea hay una donde aparece Manuel sonriente estrechando las manos con los brazos entrelazados con un grupo de delegados asiáticos y latinoamericanos y a juzgar por el vestido de las mujeres da la impresión de que algunos son coreanos. Seis años después Zapata volvería a la China en compañía de su hermana Delia Zapata y su grupo folklórico como embajadores de la cultura colombiana, inaugurando una tradición que veinticinco años más tarde continuarían el Teatro Libre y El Son del Pueblo, haciendo bailar al pueblo chino ritmos colombianos.

4

Si por sí sola era de admirar la impetuosidad de la corriente, vigorosa y cargada de oleaje como un mar embravecido, más fue para nosotros descubrir que cruzábamos en el mismo vagón del tren, sobre un barco, la gran extensión del río cuyas riberas se perdían en la bruma del horizonte22.

MZO

El gobierno anfitrión aprovechó la ocasión para invitar a los delegados a realizar un tour para que conocieran el país y fueran testigos del progreso que adelantaba la nueva China; y así saltar la censura a la que era sometida como resultado del bloqueo económico impuesto por los países capitalistas que dificultaba saber lo que realmente acontecía en la nueva nación.

Esta excursión sería la oportunidad perfecta para conocer la China profunda. Como era de imaginar, les tenían agendado un cronograma de visitas oficiales para mostrarles lo que al gobierno le interesaba dar a conocer. Afortunadamente Manuel Zapata era curioso y además muy bueno para madrugar, por sí solo se ponía a explorar los lugares que visitaban, no

22 Ver capítulo: “Retorno del soldado a Shanghái”.

Page 25: CHINA, 6 a. m

Prólogo

25

importaba que no tuviera intérprete, con su inglés o simplemente con gestos lograba comunicarse. Gracias a él podemos hacernos una idea de lo que hacían y opinaban profesores, estudiantes, campesinos, militares, personas en reformatorios, etc. Para él, que siempre tenía presentes a las personas oprimidas, darle voz a un campesino era tan valioso como a un dirigente.

Sobre el recorrido que traza Zapata a lo largo del libro, da la impresión de que es cronológico, cabe señalar que los nombres en chino corresponden a una romanización anterior al sistema Pinyin que se utiliza hoy. El trayecto podría resumirse en una primera parte por el norte del país: Pekín (Beijing), Tien-Tsin (Tianjing) y Mukden (Shenyang), en esta región visitan aldeas, una mina de carbón, una represa en construcción, los sorprende la primera nevada del año, fuera de usar tren también viajan en autobús por caminos de tierra en los que se varan o sufren retrasos que brindan aventuras por fuera de la agenda oficial. Entre los delegados que lo acompañan nombra al periodista chileno Juan Araya, la española Aurora Fernández que trabajaba en Radio Praga, su amigo Payín de Nicaragua y una institutriz inglesa que anotaba en su libreta como si toda su vida hubiera sido una estudiante23. La segunda parte del trayecto es el sur, al cruzar el rio Yangtsé Kiang (Yangzi Jiang) escribe una descripción de postal de la imagen del tren cruzando el río sobre un bote.

La llegada a Shanghái parece un plano largo de película, describe las interminables barriadas populares de la periferia que contrastan luego con los altos edificios del centro de estilo occidental. Estando allá visitan una exposición de fotografías y reliquias en homenaje a los mártires de la revolución y los llevarán a visitar un centro de rehabilitación para prostitutas y otro para delincuentes; ejemplos de cómo la nueva China está acabando con los viejos vicios y formando una nueva sociedad.

El penúltimo capítulo se lo dedica a Hang Chow (Hangzhou), «...el lugar más bello del mundo», oí exclamar muchas veces a varios delegados de diferentes países24 escribe Zapata, y precisamente esa fue la ciudad donde estudié cerca del Lago del Oeste, donde parece que la naturaleza y el genio chino hubieran puesto en este jardín sus más bellas obras, no son palabras exageradas. Pero realmente este capítulo se lo dedica a Lu Hsun (Lu Xun), el célebre escritor

23 Ver capítulo: “Huéspedes de una nueva vida”.24 Ver capítulo: “El escritor de Hang Chow”.

Page 26: CHINA, 6 a. m

Luis Cantillo

26

chino que ayudó a modernizar la literatura con su trabajo como editor, ensayista, traductor y autor de obras clásicas como Diario de un loco (1918) y La verídica historia de A Q (1921). En Hangzhou, la revelación para Zapata fue escuchar de parte de un escritor mayor la biografía de Lu Xun, quien al igual que Zapata comenzó a estudiar medicina para luego dedicarse mejor a la literatura: Yo había también decidido proscribir el ejercicio médico, y en la realidad lo he hecho, para encauzar todas mis fuerzas en la lucha del escritor contra las condiciones sociales que agobian a los hombres, seguro que con ello les sirvo más que con el análisis minucioso de sus úlceras25.

5

Hermosa mañana la de China en donde un «viva la paz» era el saludo de los hombres26.

MZO

En esta generación de intelectuales colombianos en Pekín, tenían todos un sentido de misión y fueron diligentes en dejar testimonio de su visita a China: estando allá Jorge Zalamea escribió Reunión en Pekín (1952), un ensayo que traza un completo panorama de los problemas de la geopolítica de la época; Diego Montaña escribió Por los caminos de la paz, de Pekín a Viena (1953), tanto Montaña como Zalamea fueron miembros del Consejo Mundial de la Paz; al año siguiente Manuel Zapata publicó China, 6 a. m. (1954) en la editorial de Samuel Lisman Baum, de quien Gabriel García Márquez en Vivir para contarla (2002) escribe que fue el agregado cultural de la Embajada de Israel en Bogotá y con él publicó La hojarasca (1955)27; Jorge Gaitán Durán publicó en su revista Mito (abril, 1956) apartes de su diario de viaje a la Unión Soviética y China y, finalmente, Alipio Jaramillo en Beijing realizó una pintura mural titulada Convite (1952), que es una escena de celebración por la paz

25 Ibíd.26 Ver capítulo: “Los estudiantes edifican su universidad”.27 García Márquez, Gabriel (circa 2002). Manuscrito de Vivir para contarla. Harry Ransom Cen-

ter, The University of Texas at Austin. Manuscript Collection MS-5353. Box 25, Folders 1-3

Page 27: CHINA, 6 a. m

Prólogo

27

en el campo colombiano. Esta obra la donó al Museo de Historia de China, pero lastimosamente no se sabe de su paradero actual, por lo pronto queda su recuerdo en una fotografía con algunos delegatarios chinos y latinoamericanos en frente de la monumental obra, y aunque Zapata no aparece, me gusta imaginar que él es la figura que baila en el centro del cuadro.

En el mundo polarizado de la Guerra Fría de aquel entonces, el desplazamiento entre fronteras era un asunto espinoso. Jorge Zalamea anotó lo siguiente acerca de la dificultad del trayecto de los delegatorios: Para venir a Pekín, algunos de ellos han salido de sus países clandestinamente y casi todos disimulando su destino final28. En una entrevista, Manuel Zapata le contó al profesor William Mina acerca de su experiencia al regresar al país: a nuestro regreso a Colombia fuimos considerados traidores a la patria. Como consecuencia de dicho hecho fui tratado como un comunista, subversivo y en esa circunstancia me capturaron, me detuvieron tres días y posteriormente fui puesto en libertad29.

Hoy en día, casi setenta años después de la Conferencia, parece que en el mundo se estuviera cocinando una nueva guerra fría entre Estados Unidos y China en medio de una pandemia y una ola mundial de protestas contra el racismo. Precisamente deberíamos repasar la historia y conocer mejor a China, por su enorme riqueza, por sus increíbles contradicciones30 dice la escritora Dominique Rodríguez. Aunque los tiempos han cambiado, todavía existen muchos prejuicios e ignorancia con este país y su cultura. Este libro nos ayuda a comprender una época romántica casi utópica de la historia contemporánea china y no hay mejor guía ni compañía que Manuel Zapata Olivella, de quien se dice era encantador y un gran conversador. Creo que ya sonó el zumbido del despertador y más bien ustedes entren directamente al mundo de China, 6 a. m.

2020.06.09

28 Zalamea, Jorge (1952). Reunión en Pekín. Pekín, página 7.29 Mina Aragón, W. (2006). Manuel Zapata Olivella: pensador humanista. Cali: Artes Gráficas del Valle. Citado por Palacios, G. (2018). De rebeldías y revoluciones:

perspectivas críticas desde abajo y desde Oriente en el pensamiento de Manuel Zapata Olivella. Estudios de Literatura Colombiana 42, pp. 131.

30 Rodríguez Dalvard, Dominique (2019). Un viaje inesperado. Mareas Pacífico N.° 1. http://mareaspacifico.univalle.edu.co/un-viaje-inesperado/

Page 28: CHINA, 6 a. m

Luis Cantillo

28

Manuel Zapata con los delegados colombianos en la Conferencia de Paz de los Pueblos del Asia y del Pacífico, Beijing, 1952. En la primera fila, de derecha a izquierda, entre otros, Diego Montaña Cuéllar

y Jorge Zalamea Borda. En la segunda fila, al centro, Manuel Zapata Olivella.Cortesía del Archivo Jorge Zalamea Borda.

Page 29: CHINA, 6 a. m

Prólogo

29

Delegados internacionales estrechan manos. En la foto se encuentran Sr. Carrasquilla, José Do-mingo Vélez, Manuel Zapata Olivella, Alipio Jaramillo, Jorge Zalamea, en Beijing, 1952.

Cortesía del Archivo Jorge Zalamea Borda.

Page 30: CHINA, 6 a. m

Luis Cantillo

30

De izquierda a derecha, Jiang Feng, Yu Feng, Jorge Zalamea, Olga Poblete, Alipio Jaramillo, entre otros. Al fondo la obra Convite (1952) del maestro Alipio Jaramillo.

Tomado de un catálogo del maestro Alipio Jaramillo.

Page 31: CHINA, 6 a. m

Prólogo

31

Paloma de la paz (1950). Pablo Picasso. Fue el emblema de la Conferencia de Paz de los Pueblos de Asia y del Pacífico.

Page 32: CHINA, 6 a. m

Luis Cantillo

32

Paloma de la paz, tinta china, (1952). Qi Baishi.

Page 33: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

33

China, 6 a. m.

Page 34: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

34

Nosotros queremos paz. Li Pingfan (1922-2011)Xilografía a color, 1959, 60.5x50cm

Colección del Museo Nacional de Arte de China

Page 35: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

35

BESOS Y FLORES DE BIENVENIDA

La emoción de los delegados a la Conferencia de Paz, ante la inmediata proximidad de China, era visible en todos, aquella mañana.

Inconscientemente extendíamos las miradas hacia el sur sobre las pequeñas colinas cubiertas por álamos que ya amarilleaban con la cercanía del invierno. La gran cantidad de delegados venidos de las diferentes regiones del Asia y del Pacífico que invadían el hotel del aeropuerto, en Irkust, Unión Soviética, hizo de aquella ciudad un verdadero centro ecuménico, donde se oían los idiomas y dialectos de los más extraños países.

En una lengua extraña corrió entre los delegados un rumor que parecía electrizarlos. No tardé en explicarme su inquietud cuando alguien me tradujo al castellano las palabras que producían tal fenómeno: se había anunciado que partiríamos inmediatamente. Varios aviones con caracteres chinos y estrella roja en su fuselaje nos esperaban. Una muchacha china, vestida de un uniforme azul, nos extendió la mano al entrar al aparato. No tardaron en girar las hélices y rápidamente volábamos sobre los inmensos bosques. Todavía no nos habíamos acomodado en nuestros puestos. cuando apareció a la vista el hermoso lago Baikal de aguas transparentes.

Page 36: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

36

Grandes bancos de algas daban matices variados al cristal de su superficie. Después volvimos a volar sobre los bosques, pero ya se veía que las lenguas de tierra del desierto Gobi rodeaban los árboles. Nos aproximábamos a los morenos llanos de Mongolia. De cuando en vez, algunas aldeas dibujaban sus ojos blancos en la gran faz del desierto. En el inmenso mapa de este, una locomotora con un largo convoy de carros seguía las paralelas del Ferrocarril Transiberiano como el mejor símbolo de la conquista del hombre sobre la geografía.

Tres horas más de vuelo nos llevaron a las inmediaciones de Ulan Bator, la hermosa capital de la República Popular de Mongolia, que se hizo anunciar por los grandes rebaños de camellos y dromedarios. Algunas carpas mongolas, redondas y achaparradas, se defendían con fuertes amarras de los rudos vientos. Montados en caballos pequeños, pero ágiles y briosos, los pastores se distinguían fácilmente desde la altura con sus ropajes de vivos colores hinchados por la brisa. Detrás de una colina aparecieron las torres de una iglesia que señalaba la hermosa capital en medio del desierto. El avión fue a descender muy lejos de ella y cuando volaba a ras de tierra, los camellos movieron sus pequeñas orejas y, extendiendo el cuello, a pasos desgarbados gaspalearon a sus anchas por la inmensa llanura.

Ninguno de los delegados sospechó la acogida que nos tributarían al descender del avión en el aislado aeropuerto. Verdes banderas, con la paloma que dibujara Picasso, ondeaban en las brisas del desierto. Un comité de recepción de partidarios de la paz, compuesto por muchachas y jóvenes, con sus hermosos vestidos típicos, salió a recibirnos y después de expresarnos su regocijo por un feliz viaje, dejaron en nuestros pechos insignias simbólicas de su movimiento.

La oscuridad se fue extendiendo sobre la vasta extensión de la tierra china. No dejé de incomodarme por haber llegado de noche al país con el cual había soñado desde mi infancia. Ahora estaba allí; bajo mis pies, su presencia milenaria que comenzó a maravillarme con las aventuras de Marco Polo. Cuando más tarde fui apto para comprender la honda significación de la cultura universal, supe que el genio chino había fertilizado ese proceso con la invención del papel, la imprenta y la brújula. En la Nochebuena, cuando en los juegos de niño cantábamos bajo la lluvia de luces de bengala, admiré a los artífices chinos que supieron crear la pólvora para maravillar a

Page 37: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

37

la inocencia, pero que los hombres de guerra convirtieron en instrumento para cegar las ilusiones y las vidas de millares de niños. Las lucecitas que parpadeaban en la oscuridad desde las aldeas chinas, y que a mí se me antojaban farolitos de papel, revivían en mis pensamientos una y mil veces el destino de tan útiles inventos.

A lo lejos divisamos el brillo de las luces profusas de Pekín y su nombre se repitió entusiásticamente por todas las bocas en el interior de la cabina del avión. La nave se deslizó directamente hacia el aeródromo como si no hubiera querido despertar con el rugido de sus motores el sueño de la ciudad. Pero no, Pekín no dormía. Centenares de banderas verdes con palomas ondeaban iluminadas por los reflectores. Una muchedumbre nos esperaba con canciones de fraternidad. Por vez primera miramos el rostro y escuchamos las canciones del pueblo chino que desde aquel instante no dejaría de acompañarnos con su eterna presencia de sonrisas y flores.

Al salir del avión ocurrió lo que jamás podré olvidar: una niña de diez años escasos se desprendió de la cadena de sus amiguitas y se abalanzó hacia mí con una sonrisa en los labios y un ramillete de crisantemos en los brazos; se prendió de mi cuello y su emoción brotó en un beso sobre mi mejilla. Cargado con su cuerpo, con flores, con aplausos, con canciones y con música, me adelanté hacia la sala de recibo donde otros compañeros de viaje recibían iguales muestras de bienvenida. En aquel momento percibimos que la causa de la paz tenía sus más hondas raíces en el pueblo chino y sus mejores flores en la sonrisa de aquella infancia que con sus pocos años ya sentía la pasión por los más dignos sentimientos del hombre. Estos sentimientos no eran simples manifestaciones de palabras hipócritas que no saben mencionar los niños, sino fuerza ardorosa que se nos comunicaba en el apretado nudo con que nos sujetaban aquellas manos infantiles. La pequeña que tomaba mi mano, con un calor que nunca antes había sentido, no hallaba cómo expresarme la satisfacción de haber sido escogida para recibir a un delegado de Paz de Colombia. Sus ojos seguían todos mis movimientos, deseosa de comprender en ellos lo que mi idioma le escondía. Sus labios ovalados y morenos como castañas no lograban cubrir sus dientes blancos.

Cuando un joven intérprete chino se acercó hasta nosotros para realizar el milagro de la comprensión, la niña me preguntó lo que dolorosamente quedó grabado en mi corazón:

Page 38: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

38

—¿Dígame cómo son y cómo viven los niños de su país?

Tuve vergüenza frente a aquella pequeña que sonreía feliz. ¿Debía yo amargar su sonrisa contándole la miseria de los niños campesinos de mi patria? ¿Cómo explicarle sin lastimar su alegría de que esos niños no tenían canciones, ni flores, ni juegos? Me quedé mirando sus ojos más brillantes con la expectativa de mi respuesta. El joven intérprete esperaba también mis palabras. Entonces tomé las manos de la nena entre las mías y le conté:

—Los niños de mi patria sufren tanto, tiene tal amargura su risa, que al mirar tu carita alegre y sin pena, me parece que nunca antes había visto sonreír a un niño.

La pequeña dejó de mirarme para fijar sus ojos en los labios del intérprete. Esperaba ver en su cara el cambio doloroso que mis palabras le producirían, pero su rostro no se enturbió y mirándome, respondió aún más sonriente:

—Nosotros también hemos sufrido mucho con la guerra, pero ahora somos felices. Cuando usted regrese a su país, dígales a los niños que estamos luchando por la paz para que ellos también lo sean.

Sus palabras eran las mismas de los jóvenes y de los venerables ancianos que nos daban la bienvenida, era el nuevo espíritu de China.

—Perdóneme usted que me exprese con dificultad en español —me había dicho el joven estudiante de lenguas que me servía de intérprete— apenas tenemos dos semanas de haber comenzado a estudiarlo para servir a la causa de la paz.

La humildad con que el joven pronunció sus palabras exaltaba ese sentido con que el pueblo chino entendía la lucha por la fraternidad de los pueblos. La hospitalidad con que se nos recibía indicaba que nuestra condición de delegados de la Paz nos alzaba frente a ellos como los más honrosos representantes de nuestros pueblos. Nos movíamos en una atmósfera delicada de atenciones que nos decía de su cultura enraizada en más de 5.000 años de civilización. Por todos los medios se esforzaban en testimoniarnos que eran ellos los honrados con nuestra presencia, cuando en verdad éramos nosotros quienes recibíamos el homenaje de su calurosa bienvenida.

Page 39: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

39

EL TRISTE DESTINO DE LAS RICKSHAWS

Nada que hiciera recordar tanto al viejo Pekín de la opresión feudal como el desfile interminable de rickshaws. La literatura de exportación confeccionada para agradar al extranjero nos pintaba las hermosísimas princesas de pies pequeños, arrebujadas en sedas y colores, mostrando sus ojitos seductores al europeo, mientras algún miserable tiraba de la rickshaw por las estrechas callejuelas. En mi exaltada imaginación por los cambios operados en la capital de China no creí encontrar a estos cochecitos a los que imaginaba abolidos por la ola de la liberación. Pero ningún ejemplo más claro del mesurado criterio revolucionario de los chinos que la actitud asumida frente a las repulsivas rickshaws.

Los delegados de la Paz que habíamos llegado a Pekín de noche, admiramos en una brillante mañana las calles de la antiquísima ciudad inundada de miles de hombres que nos ofrecían a cada instante los servidos de sus vehículos. Se acercaban a nosotros y con un golpe monótono de sus voces nos mostraban sus triciclos invitándonos a montar en ellos. Algunos de los delegados no vacilaron en ocupar el puesto trasero de los cochecitos y se perdían en la marejada de los cientos de miles de bicicletas que recorrían las calles. Confieso que su presencia me produjo tan dolorosa impresión que no pude dejar de exclamar:

—¡Todavía no han desaparecido las rickshaws!

El joven estudiante chino que me servía de intérprete comprendió mi asombro, pero se limitó a mirarme de soslayo mientras en sus labios se dibujó una sonrisa. En aquel momento nada significaban para mí los hermosos palacios del viejo Pekín, ni los avisos en escritura china que más parecían adornos con la hermosa geometría de sus ideogramas; toda mi atención se concentraba en aquellos hombres que nos invitaban a montar en sus triciclos. Fue tanta mi curiosidad que mi intérprete imaginó que tal vez no me faltaban deseos de montar en ellos.

—Si usted desea dar un paseíto en rickshaw por la ciudad, bien podemos tomar una.

Page 40: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

40

—No, muchas gracias, no podría soportarla un solo momento —le respondí con marcada repugnancia. Creo que entonces fue cuando el estudiante de español que me acompañaba comprendió del todo la tremenda impresión que me causaban aquellos cochecitos tirados por seres humanos. Era cierto que no se trataba precisamente de las viejas rickshaws, arrastradas por hombres a pie, pues en estas la parte posterior servía de cómodo asiento para el pasajero en tanto que la anterior estaba reservada, al conductor que constituía la fuerza propulsora con los pedales. Había una gran diferencia entre este nuevo conductor y el miserable coolie de antaño que, con los pies descalzos y jadeante, recorría las calles de la ciudad arrastrando como bestia el cochecito ocupado por un gran señor. Pero a pesar de su cambio, yo no podía esconder la animosidad que me despertaban.

—Yo creí que estos vehículos habían sido eliminados con el primer soplo de la Revolución —le manifesté al estudiante.

—El problema de la rickshaw —me respondió vivamente impresionado por mi confesión— está muy ligado a la solución de los grandes problemas de la patria. No hay que olvidar que China es una nación de 600 millones de habitantes y que a pesar de que la Revolución ha hecho desaparecer a las castas feudales, burocráticas y extranjeras, aún persisten los problemas inherentes a su estructura capitalista. No se puede negar que tres años después de la liberación y de instaurado el Gobierno popular todavía hay gran número de desocupados —prosiguió el joven siempre con el ceño adusto— esto se debe a que aún no se ha terminado de repartir toda la tierra cultivable, ni se utilizan las montañas. Pero para ello es necesario un mayor desarrollo de la industria, la que a su vez está supeditada a los éxitos que logremos en la reforma agraria.

—Pero, ¿qué tiene que ver cuanto me cuenta con las rickshaws? —le pregunté sin advertir la conexión entre aquellas bicicletas y los problemas de economía que me planteaba. Con la misma paciencia con que había comenzado a informarme desde el comienzo, el joven prosiguió:

—Mucho, mucho, porque no es posible decir a sus dueños que abandonen sus vehículos, en tanto que no se les pueda ofrecer un medio mejor y más digno de ganarse el sustento.

Page 41: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

41

Tal vez porque sabía que iría a contarme una larga historia, o por ese refinado sentido de la cortesía china para con el extraño, el estudiante me invitó a que tomáramos un taxi y como yo accediera gustoso, pronto recorríamos las calles. El chofer pitaba una y mil veces, debiendo detener la marcha a cada momento por los innumerables triciclos que cruzaban a nuestro lado y que impedían el paso.

Mientras tanto yo escuchaba de mi intérprete la extraordinaria historia de aquellas rickshaws:

—Cuando Pekín fue ocupado por las fuerzas liberadoras sin hacer un solo disparo, pues se había dado orden al Ejército Popular de no destruir un solo ladrillo de la ciudad histórica, una de las prohibiciones que recibieron los soldados fue la de utilizar las rickshaws como vehículos de transporte. En ninguna forma se quería dar la impresión de que el Ejército Popular había llegado a la ciudad en son de conquistador y nada hubiera sido tan deprimente como la estampa de un militar victorioso arrastrado por un hombre. Como todas las órdenes emanadas del comando, aquella fue cumplida inexorablemente: Entonces sucedió lo inesperado. La población civil, que no veía a ningún miembro del ejército en rickshaw, imaginó que su uso había sido proscrito y también dejó de utilizarlas.

Lo que me contaba atrajo totalmente mi atención y, frente a mis ojos fijos en sus labios, el estudiante sintió la incomodidad de no poder expresarse prolijamente en español. Preocupado por la claridad de su relato, suspendió por un instante su narración para preguntarme:

—¿Me hago entender, señor?

La frase me sacó del ensimismamiento en que me había sumido por el relato y con gran alegría le respondí afirmativamente. Ya un poco tranquilizado volvió a hablarme, en su simpático castellano:

—Dos días después de la ocupación de la ciudad, los millares de conductores que vivían del empleo de las rickshaws, urgidos por la necesidad de ganar el sustento de sí mismos y de sus familiares, se presentaron en masa ante el comando de ocupación a demandar que se eliminara la prohibición que, según se imaginaban, existía para que la población civil los ocupara. Fue necesario que el comando hiciera una declaración a la ciudadanía de que el uso de las rickshaws solo estaba prohibido para los miembros del ejército

Page 42: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

42

y que también se prohibía la utilización de aquellas que fueran tiradas por hombres a pie. El comando aseguró trabajo a los que no disponían de triciclos. La revolución en ese momento no pudo haber hecho más.

Sentí vergüenza por la manera brusca como había expresado mi sorpresa por la subsistencia de las rickshaws, que se hizo aún más honda cuando el joven recalcó:

—Ya suman millones las que han sido puestas fuera de uso y no tardará mucho tiempo para que no quede ninguno en China.

Después me enteré de que los dueños de rickshaws no esperaban pasivamente el triste fin que ya amenazaba a sus coches. Preocupados por el resucitar industrial que sacudía la vieja estructura de su país, se preparaban al advenimiento de una nueva vida. Frente al hotel en donde nos hospedábamos quedaban las oficinas de su sindicato y constantemente veía a cientos de ellos entrar y salir de su recinto. Hondamente preocupado por su suerte, un día me introduje de curioso al local. Algunos de ellos se acercaron a mí con muestras de simpatías, haciendo toda clase de esfuerzo y mímicas por demostrarme su alegría por mi inesperada visita. Pero no se hacía necesario ningún intérprete para comprender sus palabras y lo que mis propios ojos observaban. En un amplio salón, sentados en bancas, una gran multitud de hombres con sus vestidos amarrados a los tobillos y con sandalias, la vieja indumentaria de los chinos pobres, se agrupaban en torno a varios maestros. Aprendían a leer y escribir con el nuevo método de enseñanza que les permitía en cuarenta horas dar el salto del analfabetismo a la luz de los ideogramas chinos.

Más tarde, en la calle, pude observar como muchos de ellos se daban a la lectura de periódicos, libros o revistas mientras esperaban al transeúnte ocasional que los utilizara. El joven intérprete que con paciencia supo ilustrarme sobre su suerte, me informó que muchos de ellos se preparaban para ingresar a las nuevas fábricas de bicicletas y automóviles que el Gobierno Popular construía en Shanghái.

Cuando a mi paso se me acercaba algún dueño de rickshaws invitándome a que utilizara sus servicios, me invadía una honda pesadumbre: habría querido ocuparlo para ayudarle, pero para mí continuaba siendo una orden justa la emitida por el Ejército Popular prohibiendo a sus soldados el

Page 43: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

43

ocupar sus servicios. De aquella pena me sacudían alegremente los triunfos que a diario se apuntaba la reforma agraria y con fruición pensaba en el triste destino que esperaba a las viejas rickshaws.

LA FIESTA DE LAS PALOMAS

Desde la media noche, grandes masas de obreros y estudiantes marchaban por las calles elevando sus coros como si toda la población se movilizara para un combate. Las canciones ascendían a lo alto, brotaban de todas partes, se arremolinaban en las plazas y bullían en las calles. Eran himnos de alegría entonados con ese dulce acento de la lengua china y cuyo ritmo monótono parecía marcarlo el palpitar de sus corazones. Me asomé a la ventana del hotel y por mucho tiempo estuve contemplando el paso del pueblo a la luz de la luna. El tránsito se prolongó todo el resto de la noche. De vez en cuando se silenciaban los cantos y entonces el rumor de los pasos se elevaba como otro himno de firmeza y aliento de la nueva China.

El sol brilló en la mañana de aquel 1.° de octubre de 1952, en que el pueblo chino celebraba el tercer aniversario de la fundación de la República Popular. Las gradas del palacio de la Puerta de la Paz Celestial, en la plaza Roja, estaban colmadas por los delegados a la Conferencia y cientos de funcionarios públicos. Gigantescos faroles de papel rojo y cadenetas de variados colores adornaban la vieja arquitectura del palacio de los antiguos emperadores y frente a él, como un bosque nutrido, millares de banderas ornamentales flameaban como un incendio. Cuando el presidente Mao Tse Tung y su gabinete aparecieron en el Presídium, el clamor de los niños estremeció la clara mañana. Con este júbilo comenzaron a moverse las legiones del Ejército de Liberación, embanderadas con los pabellones verdes que constituían el emblema de la Conferencia de Paz del Asia y del

Page 44: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

44

Pacífico. Levantadas las frentes y armoniosos los gestos, no solo eran los liberadores de la China, ayer oprimida, sino los guardianes de la paz en el oriente. Sus armas no se habían manchado con el ataque a los pueblos vecinos, sino a la defensiva con la sangre de quienes intentaban oprimirlos.

Las brigadas de mujeres paracaidistas arrancaron un estruendoso aplauso; tras de ellas desfiló la caballería de potros mongoles con sus cuerpos menudos, esquivos con el retumbar de los carros blindados y la batería antiaérea. Los cientos de tambores y clarinetes que marcaban sus pasos recogían el eco de los millares de corazones que aclamaban al imponente ejército que varios años antes había conquistado la victoria sobre los traidores y extranjeros con las armas arrebatadas a los invasores japoneses.

Los trabajadores íntimamente ligados a su vanguardia armada, formando un solo ejército, aparecieron en apretadas filas de treinta pechos por frente. Un solo grito se elevó de aquella compacta muchedumbre: era el nombre de Mao Tse Tung que los aunaba, que había logrado fundirlos en la inquebrantable voluntad de convertir a su pueblo en una patria socialista de paz. Y con ese nombre en los labios cientos de miles de muchachos soltaron una nutrida bandada de palomas que opacaron por un instante el sol mientras batían sus alas sobre nuestras cabezas.

En los detalles más sencillos como en las demostraciones más ostentosas, los manifestantes expresaban su amor al trabajo, a la paz y a la libertad de los pueblos. El orden de aquel río humano, a pesar de su convulsiva agitación, maravillaba al no desbordarse un solo paso más allá de los límites trazados con franjas blancas en el suelo. No se hacían necesarios cordones de policías para ordenar a este pueblo consciente de sus pasos. Llevaban sobre los hombros los retratos de Marx y Engels, de Lenin y Stalin, de Mao Tse Tung y Chu Teh, como de todos aquellos destacados luchadores del internacionalismo proletario: Dolores Ibárruri, y Pablo Neruda, Ho Chi Minh y Joliot Curie, el heroísmo, la poesía, el trabajo y la ciencia.

Detrás de una monumental alegoría del mundo protegido por la paloma de la paz, siguieron los frutos del trabajo pacífico: gigantescos microscopios, inmensas sandías, libros enormes y estatuas de bronce, expresiones todas del pueblo que supo liberarse del opio y la corrupción.

Page 45: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

45

La impresión tremenda de la muchedumbre había sobrepasado todo concepto del número y la emoción. Cinco horas del tumultuoso desfilar de 800.000 manifestantes nos dieron el cuadro más nutrido que pudiera imaginarse de una concentración de seres humanos. No bien cruzaron las últimas masas delirantes bajo el propio eco de sus canciones, cuando millares de niños irrumpieron con indescriptible júbilo en la ancha plaza congregándose frente al Presídium y por unos minutos con sus manos y sonrisas corearon como una canción de primavera el nombre de Mao Tse Tung.

En la noche de ese día nuevamente cientos de miles de personas invadieron la amplia plaza Roja. Desde más allá de donde alcanzaba la vista, el pueblo, entrelazadas manos y almas, danzaba a los acordes de sus músicas populares. Toda la variada gama de danzas folklóricas desde los pueblos nórdicos de China hasta los bailes tibetanos. Y sobre ellos, como un sol protector de la antigua civilización nacida allí, el fuego maravilloso de la pólvora estallaba en guirnaldas en el hondo y claro cielo.

Los delegados a la Conferencia de Paz no pudimos contemplar a la distancia aquel espectáculo y entrelazados en una cadena que cantaba canciones en muchos idiomas, nos introdujimos en el corazón de la multitud. Con el regocijo de siempre, los jóvenes chinos batieron sus manos y se arrojaron a nuestros brazos.

Al calor de sus canciones y de sus danzas fuimos trenzando nuestros propios bailes. Después las muchachas nos enseñaron sus ritmos y, siguiendo sus movimientos y canciones, pudimos ligarnos a los bailes que expresaban el sentimiento del pueblo liberado.

Nosotros sabíamos que los jóvenes jubilosos en esa noche memorable estaban tan asombrados como nosotros mismos de su propia felicidad que no habían conocido bajo el gobierno de los mandarines y terratenientes, porque con la miseria y la incertidumbre del mañana les habían sido imposibles entonces la risa y el baile.

Page 46: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

46

EL PUEBLO ANTE EL ESPEJO

En el corazón de Pekín nos veíamos rodeados permanentemente por la presencia sencilla del pueblo. Inútilmente algunos delegados buscaban los tipos chinos que habían visto en las películas y literatura occidental. Por ninguna parte encontraban a las mujeres con sus trajes de seda bajo sombrillas de papel; ni las turbas de mendigos acosando al extranjero tan propio de la China de Chiang Kai-shek; ni hallaban, como era la obsesión de alguien, cantinas o prostíbulos. Estábamos frente a una nación nueva. Veíamos la juventud del pueblo más viejo del mundo. Ese rejuvenecimiento de China lo engendraba el sentido solidario del trabajo al servicio de una vida de paz para todos. Casi la totalidad de la población vestía un traje azul de dril que no solo mostraba la sencillez del ciudadano chino, sino su solidaridad con los esfuerzos que hacía toda la nación de emplear el mínimum de gasto superfluo para destinar el máximum de la industria a la lucha contra el bloqueo económico a que recurrían los imperialistas expulsados del país.

Ese vestido lo tenían los altos dirigentes de la industria, los médicos e ingenieros, los intérpretes y las muchachas estudiantes, los obreros y artistas. El pueblo chino había dejado de tejer las sedas que le habían hecho producir por muchos siglos sus opresores, para construir fábricas, universidades y su nuevo arte. Las colegialas caminaban por las calles con sus libros bajo el brazo, vestidas a igual que los varones. A los niños se les veía jugar en los jardines o se sentaban despreocupadamente en el suelo en las librerías para hojear los libros que se disponían a comprar.

La nueva vida del pueblo ante nuestros ojos era el gran escenario de China que renacía, como en la leyenda de la fabulosa ave fénix, de las cenizas de su propio pasado. Cuando asistimos a la ópera, nos sorprendió cómo los actores en escena apenas si se distinguían del hombre de la calle que nos rodeaba. Después de estas representaciones nos parecía ver al guerrillero Wang Kuei, principal protagonista de la ópera Wang Kuei y Li Hsiang-hsiang, apostado en una esquina o dirigiendo el tránsito con un uniforme blanco. Como él, que supo enfrentarse al señor feudal, resistiendo los

Page 47: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

47

peores suplicios sin doblegar su firme voluntad de lucha, era el muchacho traductor que nos acompañaba o el médico que nos atendía. Lo mismo sucedía con la anciana Liu Erk Ma, personaje de la misma ópera, que no perdió la fe en ver liberada su aldea y a su hija de la opresión soldadesca del Kuomintang, a quien nos parecía ver en muchas ancianas con sus nietos en los brazos; sentadas a las puertas de sus casas.

Aun cuando no podíamos apreciar el valor de las palabras, nos bastaba ver la representación de aquella ópera popular con efectos escénicos de tal realismo que poco nos importaban las dificultades idiomáticas para compenetrarnos con su espíritu. El público congregado en el teatro: obreros, estudiantes, intelectuales y campesinos miraban su propia hazaña, se aplaudían con entusiasmo, aprendían de su propia obra. Aquel género artístico que tenía como objeto estético señalar la vida del pueblo en sus tareas cotidianas se convertía en el mejor medio de educación cultural. El teatro estaba íntimamente ligado con la vida de los espectadores no solo por reflejar sus inquietudes, sino porque los actores eran a su vez elementos surgidos de su misma vida. Cuando la obra exaltaba el éxito de los guerrilleros populares abatiendo la estructura feudal de los terratenientes, los himnos que cantaban los artistas y que eran seguidos por los coros de la orquesta también los entonaban los espectadores que los habían aprendido en las jornadas heroicas del Octavo Ejército de Ruta o en los cultivos cooperativizados.

LA CANCIÓN DE LOS PUEBLOS

Bajo la potente luz de una docena de reflectores, los delegados de todos los pueblos del Asia y del Pacífico desfilaron para ocupar sus respectivos asientos. Las túnicas blancas de los discípulos de Gandhi, envolviendo sus

Page 48: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

48

delgados cuerpos hechos para resistir la violencia de las pasiones, parecían presidir aquel acto de legionarios de la paz. La India con sus milenarias filosofías de amor e iluminación espiritual no solo nos había enviado a los apóstoles de la desobediencia pacífica, sino la mirra y el sándalo en las bellas manos de sus mujeres, las mismas manos que habían colocado el algodón en las úlceras de los miserables parias de su pueblo, las mismas que habían combatido el hambre y la peste y que eran ahora portadoras del mensaje de paz de doscientos millones de hindúes.

Allí las amarillas vestiduras de los lamas del Tíbet bordadas con hilos de oro, junto a las faldas estampadas en mil colores de las indonesias, tan ceñidas a sus tobillos que apenas podían dar saltitos con sus zapatillas de madera. Los rostros morenos como cerámicas de los silenciosos, pero heroicos hijos de Pathet y Khmer cuyas banderas ensangrentadas en las luchas por su independencia frente al invasor francés eran el mejor tributo al altar de la paz. También los rasgos mestizos de los pueblos de América que por vez primera tornaban al viejo continente de origen trayendo la ofrenda de la amistad. Y los blancos turbantes de los poetas de Turquía y la voz de los predicadores mahometanos del Irán repartiendo sus bendiciones y a la vez el grito aguerrido: Defended vuestra soberanía nacional que con ello defendéis la causa de Alá.

Las delegaciones de quince, cuarenta o sesenta miembros llevaban entre sus manos regalos de toda índole, tradicionales símbolos de amistad entre los pueblos asiáticos. Y tan hondo significado de amor brilló como nunca en aquella esplendorosa mañana del 2 de octubre en Pekín, cuando desde los pueblos más remotos habían llegado 429 delegados en representación de 1.600 millones de seres humanos que habían puesto en sus corazones el más bello regalo que hubieran concebido jamás los hombres: ¡la firme esperanza de paz de los pueblos!

Inesperadamente irrumpieron en el salón millares de niños chinos conduciendo entre sus brazos guirnaldas y ramilletes de flores y la Conferencia se convirtió en un verdadero campo de prisioneros en donde aquellos pequeños cruzados de la paz se habían tomado por asalto todos nuestros corazones. La radiante luz de los reflectores destacaba sus cabecitas con los cabellos alborotados; llenos de cientos de palomitas blancas de papel que eran como sus propios corazones clamando

Page 49: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

49

protección contra los males de la guerra. Luego, con las mismas sonrisas del asalto, fueron desapareciendo por las puertas laterales y del fondo como huestes victoriosas que habían obtenido su mejor victoria al elevar con su presencia el temple de nuestros ánimos en las trascendentales deliberaciones que habíamos iniciado.

Ese memorable momento coronado con el júbilo infantil de la vida y las guirnaldas, cuyos perfumes aromatizaban la Conferencia, solo pudo ser revivido y tal vez ahondado en emoción ese otro inolvidable día en que las madres y mujeres de la India abrazaron y besaron a las madres y mujeres de Corea. Los delegados de pie batían sus palmas con delirio mientras las lágrimas derramadas por las mujeres en el congestionado abrazo parecían caer en nuestros corazones como el dolor y la amargura de todas las madres a quienes la guerra arrebató sus hijos.

Sonaban los acordes de una pieza marcial cuando los delegados hindúes precedidos por el doctor Saifuddin Kitchlew, severo con sus canas gloriosas y su levita india, se acercaron al Presídium conduciendo una guirnalda de laurel, en tanto que sus conciudadanos, con sándalo, mirra y flores, con banderas, cofres y libros, regalos todos que simbolizaban fraternidad y amor, marchaban al lado de los representantes del Pakistán, a su vez precedidos por el líder Pir of Manki Sharif 1, solemne con sus barbas de apóstol y su fez negro.

Bullían el entusiasmo y el júbilo cuando el presidente de la Conferencia dio lectura a la declaración conjunta donde manifestaban “su firme convicción de que todos los problemas pendientes entre la India y el Pakistán, sin ninguna excepción, podían y debían ser resueltos por acuerdos pacíficos”. Este instante de comprensión entre aquellos dos pueblos frente al torbellino entusiasta de los delegados de la paz del Asia y el Pacífico redujo a sus ridículas proporciones las hogueras que querían atizar los guerreristas entre esas dos naciones hermanas para resolver con las armas diferencias, como la de Cachemira, que el sándalo de la paz y el amor de los pueblos solucionaban en una fiesta de flores y banderas.

1 N. del Ed. Se trata del líder musulmán indio-pakistaní y dirigente de la lucha por la libertad de Pakistán, Amin-ul-Hassanat (1922 - 1960) conocido como el Pir de Man-ki Sharif.

Page 50: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

50

El alcalde de Pekín, señor Peng Zhen, al iniciarse la Conferencia había dicho que las deliberaciones serían como una canción de paz donde las voces de los pueblos unirían sus tonos, unos más suaves, otros más altos, pero que era necesario que esa canción al sincronizar todas las voces tuviera un coro de armoniosa unanimidad y su profecía se cumplió al finalizar las deliberaciones.

Alas de palomas, risas de niños, llantos emocionados, aplausos interminables, emoción en los pechos y decisión de lucha hasta el sacrificio, constituyeron los acordes del majestuoso coro de los pueblos.

UNA ALDEA EN CAMPAÑA

Los pequeños alumnos frente a su escuelita, a la entrada de la aldea, nos recibieron alborozados. La maestra agrupó a los más pequeños e hizo que nos cantaran una hermosa canción infantil. Al terminar corrieron hacia nosotros con sus caritas sonrientes. Todo denotaba que la aldea nos esperaba. Efectivamente, cuando entramos al interior de la escuelita, un niño nos regaló una palomita de papel que había confeccionado esa misma mañana.

—Desde las cuatro de la madrugada se despertó —nos dijo la maestra— para hacer su pajarita. En sus afanes levantó a todo mundo en casa solicitando goma y papel.

El personal dirigente de la aldea, por intermedio del director de la escuela primaria de varones, nos manifestó:

—Solo ayer tarde recibimos la noticia de que vosotros nos honraríais con vuestra visita. No hemos tenido tiempo para recibiros dignamente.

Sin embargo, las callejuelas estaban extremadamente limpias y todo el pueblo se asomaba a las puertas de sus casas para darnos la bienvenida

Page 51: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

51

con sus saludos y rostros risueños. La aldea era pequeña y recibía el bello nombre de Dien-Tsun. La casita en donde fuimos recibidos pertenecía a la cooperativa. Supimos que allí se reunían a deliberar sobre los problemas de interés común. En las paredes se destacaban algunos afiches alusivos a la campaña contra las ratas y las moscas desatadas en toda la nación desde que se comprobaron los bombardeos bacteriológicos de las fuerzas norteamericanas en el nordeste de China y en Corea. Nos hicieron sentar en torno a varias mesas, unas a continuación de otras, llenas de cacahuetes, uvas, manzanas y té rojo, productos todos de la misma aldea.

Como el alcalde se excusó, debido a una enfermedad, el presidente de la asamblea local fue designado para darnos las palabras de acogida. En el extremo de la mesa se levantó un hombre que revelaba haber cruzado hacía mucho tiempo los cincuenta años de vida. Tenía la cabeza rapada, las facciones fileñas y los dientes muy manchados por el tabaco. Una ligera incurvación de los hombros denotaba que su vida de labrador había sido muy dura. El vestido limpio, pero de labores, traslucía que se le había tomado de sorpresa para el acto de bienvenida. Sin la menor timidez aquel campesino se dirigió a nosotros como si estuviera rodeado de sus compañeros de asamblea.

—Esta aldea ha participado en una campaña de emulación por seis meses para lograr los mejores éxitos de la Conferencia de la Paz. En vista de los esfuerzos realizados merecimos el honor de haber sido escogidos para recibir vuestra visita. En nombre de todos los 1.542 habitantes de Dien-Tsun os doy la más cordial bienvenida y os pido perdón por lo improvisado del recibimiento. Comienzo por deciros que en esta campaña de emulación nuestra aldea ha logrado ayudar a los voluntarios populares chinos con la suma de 18 millones de yenes; han firmado el llamamiento por un pacto de paz entre las cinco grandes potencias, Estados Unidos, la Unión Soviética, Inglaterra, China y Francia. 1.200 personas, o sea la totalidad de los adultos; hemos dado muerte a 2.158 ratones y a 3.550.057 moscas; en otras palabras, los hemos exterminado todos. Ahora estamos empeñados en otra nueva campaña hacia el cooperativismo en la producción...

Los delegados no sabíamos qué admirar más, si la desenvoltura y ademanes llanos del humilde presidente de la asamblea de la aldea o esas

Page 52: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

52

cifras que brotaban de sus labios. No solo se habían exterminado las moscas y ratones, sino que aún los habían contabilizado escrupulosamente.

En la misma forma nos contaban los éxitos logrados en la producción, mencionando las cifras alcanzadas en la última cosecha. Al contemplar la radiante alegría en el rostro del aldeano, una delegada guatemalteca, vivamente intrigada, preguntó:

—¿Ha cambiado en mucho su antigua vida con la reforma agraria?

El campesino humedeció con la lengua sus dientes manchados antes de contestar al intérprete:

—Sí señora, nuestra nueva vida es un sueño en comparación con el pasado. En mis 70 años antes de la reforma fueron contados los días en que probé arroz y durante ellos tan solo tuve un solo vestido. Ahora toda mi familia come arroz diariamente y cada uno de nosotros puede comprarse tres vestidos al año.

Yo contemplaba las paredes blancas de la casita, su piso de madera vieja, pero raspada y limpia y en todo aquello adivinaba la luz que iluminaba la nueva vida de los campesinos. En los tres años después de la liberación no podía hablarse de que la miseria acumulada en siglos de opresión había desaparecido del todo, pero esas palabras sencillas del aldeano al manifestar su satisfacción porque su familia ahora comía arroz diariamente y tenía vestidos para las diferentes estaciones del año, debió haber sido en verdad por largo tiempo, un sueño para los millones de campesinos bajo las castas despóticas.

—Esta casa pertenecía a un terrateniente que ahora ocupa con su mujer solo dos piezas. No necesitan de más y son mucho más felices que antes —nos dijo el encargado de las labores sanitarias de la aldea, un joven de cara ancha y abotargada. Tuvimos interés por conocer a aquella pareja de antiguos propietarios de latifundios y le solicitamos que nos condujera a sus alcobas.

—Para ellos será un placer conversar con vosotros —dijo el sanitario— pues son un buen ejemplo de cómo el trabajo transforma al hombre. Cuando se efectuó el reparto, reclamaron tierra porque querían trabajarla y recibieron una parcela igual que los otros. Antes de que se incorporaran

Page 53: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

53

a la cooperativa, su producción fue de las más elevadas y el marido es hoy uno de los mejores cooperados.

Al llegar a sus habitaciones, encontramos al exterrateniente y su mujer, dándose prisa en arreglarlas. El marido salió a recibirnos todavía con la escoba en la mano y muy ceremonioso nos invitó a que entráramos, a la vez que nos decía:

—Hasta hace poco estuve arreglando algunos asuntos en la cooperativa y no he tenido tiempo de ir a recibiros. ¿Cómo podré subsanar esta descortesía para con vosotros?

El campesino revelaba ser un anciano, pero se conservaba fuerte y joven. Todo reflejaba en él que había vivido una vida tranquila, al margen de los trabajos rudos del campo. Sin embargo, mostraba haber tenido más preocupaciones que su mujer, quien parecía de más edad. La buena señora, con sus cabellos encanecidos, nos ofreció cacahuates en una hermosa porcelana. Un rebosante regocijo se insinuaba en sus ojos cada vez que metíamos la mano en su bandeja y nos incitaba a que tomáramos mucho más de lo que podíamos abarcar con un puñado. En su rostro parecía decirnos: «No temáis en tomar muchos que la cosecha ha sido abundante». Reparé en la habitación de aquella pareja de ancianos y tuve la impresión de encontrarme en un sencillo hogar donde la bondad y la felicidad se asomaban hasta en los detalles más insignificantes. Una cama matrimonial ocupaba la totalidad de una alcoba: era de madera maravillosamente labrada, como solo le es dado a los artistas de la artesanía china. No tenía ningún barniz, pero con cuidado había sido raspada y lijada, tal vez por las manos temblorosas de la anciana. De todos los objetos que contemplé en las habitaciones era el único que recordaba el antiguo lujo que debieron poseer en otros tiempo, pues era notorio que aquella pareja se esforzara en vivir lo más sencillamente posible.

La delegada guatemalteca interrogó a la pareja:

—¿Y ustedes no han tenido hijos?

El campesino afirmó repetidas veces con la cabeza antes de responder lo que el intérprete nos tradujo.

—Sí, sí, tenemos un hijo, es sargento y se encuentra combatiendo en Corea en el Ejército de Voluntarios Populares Chinos.

Page 54: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

54

Fue la única muestra de orgullo que pude apreciar en aquella pareja que había sabido adaptarse con sencillez a nueva vida laboriosa.

LOS ESTUDIANTES EDIFICAN SU UNIVERSIDAD

Durante toda la noche la ventisca golpeó los cristales de mi ventana. Yo percibía a través del vidrio que era una brisa húmeda cargada con ese aliento de las aguas de los ríos. Había llegado de noche a Tien-Tsin y el paisaje que iría a revelárseme esa mañana tenía todo el hechizo de las cosas gratas que se adivinan, pero cuyas formas y colores aún no se conocen. No pude dormir tranquilo pensando que aquella ventana se abría al cielo de oriente. ¡Y tuve una hermosa mañana como solo podría dármela el mundo maravilloso que florecía en la China liberada!

El sol se levantó muy temprano con un brillo tropical. Frente al marco de la ventana comenzó a dibujarse la proa de un junco y poco a poco desde mi lecho fui descubriendo la geometría cuadrangular de sus velas. El viento, ya con menos fuerza que durante la noche, empujaba suavemente la nave contra la corriente. Entonces fue cuando reparé que casi a mis pies corría mansamente un río. Después supe que tenía el bello nombre de río del Mar. Rápidamente me vestí y a pesar de que los delegados aún dormían, no pude resistir el impulso de salir en busca de su orilla. Cientos de mástiles se entretejían en ambas orillas. Barcos grandes y pequeños —todos de velas y remos— se mezclaban en hermoso paisaje de arboladuras y cuerdas. La presencia de gaviotas me hizo pensar que el mar no estaría muy lejano. Pero yo no podía ambientarme como en otras ocasiones lo hiciera frente a cualquier puerto. A ello sin duda contribuía mucho la extraña forma de los barcos. La popa mucho más alta que la proa, como una garita, dejaba ver al piloto que con una mano

Page 55: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

55

hacía oscilar un largo y triangular timón, cuando no era el mismo remo que servía de paleta de impulso.

De vez en cuando reparaba la arquitectura de la ciudad que, pese a las líneas propias del arte chino, recordaba mucho las formas europeas. Tien-Tsin, uno de los centros industriales de la vieja China, tenía una notoria influencia occidental. Tal vez por ello mis miradas preferían converger sobre el río donde todo respiraba aire terrígeno. Y fue precisamente siguiendo un caño disecado lo que me condujo al maravilloso espectáculo que me tenía deparado la mañana. Poco a poco quedaron atrás el centro y las calles de la ciudad y muchas casitas pobres se fueron disgregando a mi paso. A lo lejos veía bullir gentes, altos edificios, ruidos de motores y la inquietud de un gran mercado. Comprobé que no estaba en una feria como me lo había imaginado, sino en un campamento de trabajo.

Miles de muchachos y muchachas reían y conversaban en grupos en torno a hermosos edificios que se construían en aquella zona invadida por máquinas, herramientas y tiendas de campaña. Como vi que me observaban curiosos, pero con la sonrisa en los labios, comprendí que había sido identificado como delegado de la Paz. Efectivamente, un muchacho delgado, apenas si podía creerse que tuviera músculos, lanzó un potente viva a la paz. Aquel grito era el único que podía distinguir claramente en el idioma chino y era, además, el único que necesitábamos para comprendernos. Hermosa mañana la de China en donde un «viva la paz» era el saludo de los hombres. Tuve la impresión de que muy pronto en todo el mundo ese mismo saludo alegraría la nueva mañana de la humanidad.

Pregunté en inglés y entonces alguien del grupo se me acercó hablando en el más límpido acento la lengua de Shakespeare. Tuve vergüenza de hablar en aquel idioma que apenas balbuceo, pero me era del todo imposible sustituirlo por otro. Nos saludamos y cambiamos nuestros nombres. La emoción dejó sin importancia nuestros apelativos y comenzamos a tutearnos como dos viejos amigos. Era un joven de unos treinta años, o posiblemente tenía más edad, pues el chino conserva el rostro juvenil detrás de una larga vida. Mi primera pregunta fue objeto de la respuesta que desde ese instante me sumió en una realidad que se me hacía del todo una fantasía.

Page 56: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

56

—Sí, esta es una universidad y todos nosotros somos sus alumnos y profesores.

—¡Pero ustedes están en traje de trabajo, nunca he visto estudiantes con tales fachas!

Mi interlocutor cambió palabras con el grupo y todos sonrieron. Una muchacha que tenía en las manos unos platos de aluminio me los mostró, diciéndome algo en su idioma. Pedí al joven que me tradujera sus palabras y este me dijo:

—Dice que ha llegado a buena hora pues pronto van a servir el desayuno.

A lo lejos sonó una campana y cientos de los estudiantes diseminados en medio de las obras comenzaron a agitarse. De grandes edificios, todavía en construcción, brotó una multitud de muchachas todas con uniforme de trabajo. Una alegría loca removió los grupos y unos corrían en una dirección y otros tomaban otra. El grupo al cual me había acercado se disolvió y junto a mí quedaron la niña, el muchacho delgado que me había dado la bienvenida con un viva a la paz y el joven que hablaba inglés. Este me invitó a que los acompañara al comedor. Frente a nosotros se levantaban varios edificios, que al igual que la mayoría de las construcciones revelaban que no habían sido concluidos. Aun cuando nos quedaban muy cerca en línea recta, hicimos un rodeo en torno a unos estanques disecados para tomar la avenida que conducía al comedor. Comprendí que tenían deferencia para conmigo, pues los estudiantes cruzaban por entre tablas y puentes improvisados. Aproveché aquella breve excursión para interrogar sobre lo que para mí comenzaba a ser un verdadero enigma.

—¿Qué clase de universidad es esta en donde los estudiantes y profesores parecen ser simples obreros?

—Esta es la nueva Universidad Técnica de Tien-Tsin. No se equivoca usted al considerarnos simples obreros, en realidad lo somos: profesores y alumnos estamos construyendo nuestra propia universidad.

—Pero, ¿cómo es posible que estudien y trabajen a la vez?

El muchacho cambió palabras con la amiga, en tanto que el otro acompañante, después de oírlo, dibujó junto con ella una sonrisa de orgullo y regocijo. De nuevo el joven me habló:

Page 57: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

57

—No me es extraño que se sorprenda de lo que oye, pues aquí estudiábamos hasta hace muy poco en condiciones diferentes. Las universidades y colegios eran sitio al que solo concurrían los jóvenes con posibilidades económicas y en ellos solo recibían una educación teórica. Pero ahora nosotros estamos siguiendo las normas trazadas por el presidente Mao: ligamos la teoría a la práctica. Esta universidad que construimos nosotros mismos nos sirve no solo para conocer la teoría, sino que, en la confección de los edificios, en la elaboración de las maquinarias, en los análisis químicos, en los cálculos y en cada una de nuestras actividades, realizamos la aplicación técnica de nuestros estudios teóricos.

A nuestro paso se reunían los grupos de estudiantes y nos saludaban con sus herramientas, sus libros o simplemente con sus gorras azules. Todos vestían trajes azules de trabajo. Un hombre con un delantal blanco cruzó tocando una matraca. Seguramente llamaba a algún grupo de estudiantes para el desayuno. Penetramos a un amplio salón donde cientos de estudiantes desayunaban sentados en largas mesas. Por un altoparlante se tocaban canciones populares y en algunas mesas los estudiantes las seguían coreándolas con animación. Un grupo de parejas danzaba y hasta nosotros se acercaron varias muchachas con flores en los cabellos. Cambiaron algunas palabras con el intérprete y comenzaron a gritar entusiásticamente varios vivas a la paz. Sus voces se sumaron a otras que surgieron aquí y allá como respuestas al mismo eco. Entonces me hice objeto de aclamación y prolongados aplausos nutrieron la alegría general. No pude impedirlo y fui conducido a un pequeño salón en donde una mesa sencilla estaba dispuesta para el desayuno, adornada con flores. Me vi rodeado de una serie de jóvenes. Una mujer que reflejaba más edad que los otros, corta de estatura y con lentes ovalados, se dirigió a mí, en inglés:

—El grupo de profesores de química se siente honrado con su imprevista visita y lo invitan a que tome con nosotros algo de comer.

Varias bandejas de manzanas y uvas fueron colocadas en la mesa y los platos de comida china aromatizaron la sala. Mientras mis amigos comían el pan harinado y absorbían el té, me limité a comer algunas frutas. Entonces comprendí que el joven que me había acompañado hasta entonces era uno de los profesores de aquella universidad en construcción. A una pregunta mía me respondió la profesora:

Page 58: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

58

—La universidad tendrá capacidad para más de dos mil alumnos y en el programa de estudio actualmente en desarrollo se dictan cerca de ochenta cursos generales y unos diez especiales.

—¿Qué clase de estudios constituyen el pénsum?

La profesora después de oír mi pregunta se dirigió a un señor que parecía uno de los más jóvenes, pero que, al reparar en los cabellos que se insinuaban por debajo de su gorra, comprendí que era una persona de mucha más edad que la que representaba. Deduje que era el jefe del grupo de profesores o tal vez el rector de la Universidad, es muy difícil identificar a simple vista la jerarquía de un alto empleado chino, pues su modestia los hace confundir con el común de la gente. Después que habló corto y casi sin mover los labios, la profesora me respondió:

—Hay cursos de todas las ramas de la técnica moderna: química, arquitectura, moldeado, mecánica, etc. y además se hacen estudios sobre el sentido de nuestra nueva vida y la significación de la paz para los pueblos.

Las posteriores respuestas de la profesora fueron precedidas del mismo diálogo entre ella y el adulto de cara juvenil. Así me informó que cada estudiante tenía una tarea de acuerdo con el plan general de construcción de la Universidad o con los pedidos que hacían a ella de diferentes partes del país donde se adelantaban trabajos técnicos. En esta forma los estudiantes no solo edificaban su propia universidad, sino que impulsaban las tareas generales de la nación en su esfuerzo por construir una industria que satisficiera las demandas de la nueva economía y sorteara las consecuencias del bloqueo económico impuesto por el mundo imperialista. Los cursos generales duraban cuatro años, los que se podían prolongar por dos años más para obtener títulos de especialización. El alojamiento, la enseñanza y la comida eran gratuitos y el Estado Popular también proporcionaba los textos y útiles de enseñanza y trabajo. Además, ayudaba a los familiares ancianos de los estudiantes que no podían sostenerse por sí mismos.

Después de la comida, tuvimos que dispersarnos, pues los profesores acudieron a cumplir las tareas del día. Al salir al salón general no quedaba en él ni un solo estudiante. Afuera, una brisa fría, pues ya se aproximaba el invierno, hacía hundir la cabeza entre los hombros. El joven profesor que se

Page 59: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

59

me uniera desde el principio me manifestó que me acompañaría para que visitara algunas dependencias de la Universidad. Recorrimos un primer taller de máquinas cortadoras de acero. Cerca de veinte de ellas trabajaban simultáneamente y los alumnos realizaban las tareas encomendadas dentro del plan general. Silenciosos se consagraban a su obra, haciendo caso omiso de mi presencia. En voz baja el profesor me insinuaba algunas cosas, aun cuando debía preguntar a los alumnos las particularidades que desconocía de aquella sección, pues él era profesor de química. Así supe que una muchacha que ahora comenzaba a dominar el taladro de una enorme máquina había sido evacuada del frente de batalla coreano en donde había ido como voluntaria. El profesor me tradujo lo que la muchacha pequeña, de ojos vivaraces2, debió decirle:

—Muchos camaradas son evacuados del frente porque ahora el país necesita de técnicos.

Como había oído las dificultades de obtener maquinaria pesada debido al bloqueo imperialista, pregunté al profesor de donde habían obtenido aquellas, al parecer de reciente fabricación.

—En un comienzo vinieron de los Estados Unidos, burlando el bloqueo; otras fueron tomadas a los japoneses o adquiridas en la Unión Soviética y en las democracias populares, pero hoy las fabricamos aquí.

Uno de los alumnos debió enterarse de nuestra charla y entonces nos llevó frente a un motor de avión que hacía de bomba de succión. En un lado del motor, con letras rojas se leía el nombre de ‘Jack’. El alumno nos explicó:

—Este motor pertenecía a un avión norteamericano derribado en combate.

Después nos mostró otra máquina que había sido desmontada de un navío japonés capturado durante la guerra de liberación contra el invasor. La urgencia por crear su propia economía obligaba a los chinos a convertir las máquinas de guerra del enemigo al servicio del estudio y de la construcción pacífica. Y en verdad que aquel motor al que su antiguo dueño apodara ‘Jack’, trabajaba más a gusto en aquel rincón de la universidad en su nuevo

2 N. del Ed. ‘Vivaraces’ (Col.) por vivarachos. (Vivaracho: vivo y alegre, DLE).

Page 60: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

60

oficio de succión. Le habían dejado su antiguo nombre de guerra como una ironía a su nuevo destino de paz.

Al llegar a los laboratorios de física, tuve la grata impresión de encontrar al resto de delegados que esa mañana habían ido a visitar la misma universidad que yo descubrí por azar. Entonces pude comprobar el asombro de los cientos de delegados venidos de diferentes países del Asia y del Pacífico, como de Europa, frente a aquella universidad que mucho antes de haber sido terminada ya ofrecía tan sabias y eficientes enseñanzas a sus alumnos y, lo que era más asombroso aún, que aquellos edificios, laboratorios, máquinas y jardines fueran el producto de sus propios fundadores, de la inteligencia y el trabajo de la nueva China que no se había resignado a esperar el mañana sino que confiada, se adelantaba a él.

PARTO SIN DOLOR

El alcalde de la ciudad de Tien-Tsin había ofrecido un homenaje a los delegados de la Conferencia de Paz. En un hermoso edificio que hacía parte de la urbanización dedicada a los estudios secundarios, nos reunimos en un amplio salón en cuyo decorado se adivinaba el fervor que los estudiantes ponían en rodearnos de una atmósfera juvenil salpicada con la alegría de las flores y las banderas. Observé que los amigos chinos nos sentaban en puestos que de antemano nos habían reservado y tuvimos una grata sorpresa al saludar a nuestros anfitriones: cada uno de nosotros tenía a su lado un colega de profesión, que conocía el inglés, el español o el francés. Así resultó que nuestra amiga española Aurora Fernández, que a la sazón trabajaba en Radio Praga, tuvo por compañero al director de la radio emisora de Tien-Tsin. El compañero Juan Araya, de Chile, periodista, resultó al habla con el director de un periódico de la localidad

Page 61: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

61

y a mi diestra, mesurado, pero jovial, estaba el director del Hospital de los Trabajadores Textiles de aquella ciudad. Gracias al arte de la hospitalidad china tuvimos una animada conversación desde el primer instante. En tanto que se alternaban los platos, cada vez más exquisitos, varios números de canto y danza eran ejecutados por los alumnos del Instituto de Bellas Artes en cuyo edificio nos encontrábamos.

Así fue como esa noche quedé invitado por mi colega a visitar el hospital del cual era director. No pude negarme a su cortesía, pero en verdad sentía muchos más deseos de perderme por la ciudad o frecuentar otros sitios adonde habían sido invitados algunos amigos que irme a poner en contacto con una sala hospitalaria. Esta manera de razonar que me había privado de observar cosas importantísimas no dejaba de operar en mí. Me olvidaba que, en China, aun cuando muchas cosas tuvieran la apariencia de lo que estaba acostumbrado a ver en los países de Occidente, poseían el novedoso sello de la nueva sociedad que surgía. Así fue como aquella mañana me resultó más sorprendente la visita al hospital que cualquiera otra de las maravillas que yo presumía se encontraban detrás de otras invitaciones o nombres.

Nada nuevo pude apreciar en la arquitectura y en los instrumentos de aquella sala hospitalaria, a no ser que las comodidades dadas a los pacientes, trabajadores de la industria textil, solo se reservan en nuestros países a gente de muchos recursos económicos. Pero la suerte quiso que me tocara presenciar un parto sin dolor, según el método que con tanto éxito se practica en la URSS. Yo había oído hablar de la sorprendente experiencia lograda con las parturientas a base de la persuasión científica de que el parto, siendo un acto fisiológico, no tenía porqué estar acompañado de los tremendos dolores con que se presentaba.

Ocasionalmente visitamos una sala donde había varios familiares de visita. En las paredes pendían algunas láminas alegóricas a la niñez; de madres con sus recién nacidos en los brazos; de grupos de niños jugando a la orilla del mar o en jardines. El colega me invitó a que entrara y con gran sorpresa mía, tras de un biombo, encontré una madre que estaba dando a luz en tanto que platicaba con los familiares sentados del otro lado del cancel. Un pequeño jugueteaba en torno a los parientes y de vez en cuando me miraba, por encima del biombo que no era muy alto, con sus ojos

Page 62: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

62

picarones. Una enfermera conversaba con la parturienta y de una rápida ojeada comprendimos que habíamos llegado en el momento preciso del parto. La madre demostraba tener un poco de inquietud, pero era fácil observar que se debía a nuestra inesperada presencia. Nos retiramos de su lado y el médico comenzó a conversar con los parientes que sonreían a sus preguntas, indudablemente matizadas de buen humor.

Al rato oímos el chillido del niño que había asomado sus pulmones a la vida. El padre se precipitó al lado de la mujer y ella, con una sonrisa en los labios, recibió un beso en la frente. Una jovencita, tal vez hija de la parturienta, aún no habría cumplido los trece años, se acercó junto con nosotros, en tanto que los demás conversaban en sus puestos no sin evidenciar cierta curiosidad por acercarse a la criatura acabada de nacer. La enfermera continuó con sus atenciones al recién nacido y luego, tras de pedir al padre y a la hija que se retiraran un momento, se dispuso a atender la expulsión de la placenta. El parto había terminado.

Mientras recorríamos el hospital, la conversación volvió a recaer sobre el parto sin dolor y solicité al colega algunas explicaciones más sobre su práctica. Para ello se hacía necesaria una previa educación por parte del médico y de las agrupaciones sindicales donde trabajaba la madre sobre los principios fisiológicos en que se fundaba. Con algunos ejercicios que permiten relajar los músculos abdominales y cuando la mente de la parturista3 ha sido librada de los prejuicios ancestrales que la aterran con toda clase de afirmaciones erróneas, la madre queda en condiciones de realizar un parto feliz, sin dolor ni drogas.

—El tratamiento es efectivo en el noventa por ciento de los casos —me informó el colega.

No pude menos que manifestarle los inconvenientes para el éxito que tendría dicho método al aplicarse a un medio social como el que vivimos en la América Latina, particularmente si el parto se presentara en una pequeña aldea como en la que yo ejercía. La inquebrantable afirmación de la abuela, asesorada con la dolorosa experiencia de sus numerosos partos, diría a la parturienta: «¡Parirás con dolor!» Esto lo repetiría la madre, el tío, la hermana y hasta el cura. Y contra esta barrera de prejuicios e ignorancia,

3 N. del Ed. ‘Parturista’ por parturienta.

Page 63: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

63

la voz del médico, impotente ante la superstición que lo rodea, sería incapaz de librar la mente de la madre de su temor por los horrores del parto.

—Nosotros tuvimos aquí esa lucha en un principio, pero como usted señala, las condiciones sociales que tenemos hoy son la principal garantía para el éxito del método.

Entonces comprendí que la medicina en China, como en la Unión Soviética y en aquellos países donde una nueva sociedad aúna a los hombres, comienza a recorrer los caminos que alejan definitivamente a la humanidad de las tinieblas de la prehistoria.

«PREGUNTÁDSELO A MI HIJO»

Seis grandes buses condujeron a los delegados hasta una fábrica particular de textiles. Unos llevaban el interés de presenciar la confección de los tejidos de lana, tan famosos como la sedería china; otros deseaban conocer la organización de una fábrica privada, dentro del régimen dirigido por el Partido Comunista y, no pocos, la simple curiosidad de ver, tocar y oír los dínamos de la industria textil china que ya había sobrepasado en tres años los índices de producción de antes de la liberación. Los ciento y tantos delegados fuimos divididos en varios grupos y nosotros tuvimos por guía a un joven intérprete que hablaba inglés. Era delgado, de cabeza grande, con ojos abultados y circunspecto en sus juicios como todos los chinos. De aspecto vivaraz4, tal vez entrado en los veinte años, solía poner buen humor a sus informaciones, pero siempre dentro de la seriedad requerida a nuestra condición de delegados. Al iniciar el recorrido nos dijo:

4 N. del Ed. Vivaraz por vivaracho.

Page 64: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

64

—Visitemos primero una nueva hiladora inventada por uno de los trabajadores que cuadruplica la producción de las primitivas.

En una dependencia de la planta inferior, bajo los cuatro pisos del edificio moderno, comenzaba a hilar sus primeros telares una de las nuevas máquinas que se estaban incorporando a la fábrica.

—¡He aquí el héroe! —expresó el intérprete, mostrándonos un hombre de edad, curvado por el pesado oficio de doblarse frente a la máquina tal vez desde su infancia, pero el cual no se había dejado dominar por el artefacto mecánico y ahora se posaba frente a él, lo más erguido que podía, como un domador frente a la fiera que había cedido a su dominio. Una sonrisa, cohibida por la modestia, revelaba el orgullo de aquel héroe del trabajo, según lo testimoniaba la medalla que pendía de su chaqueta. En la nueva China aquella condecoración lucía en los pechos de muchos humildes trabajadores que, gracias al nuevo régimen, habían podido realizar las ideas que la promiscuidad del trabajo les había hecho concebir en muchos años de continua observación.

El guía explicó que la nueva bobina inventada por el obrero alcanzaba a hilvanar en igual tiempo cuatro veces más que la primitiva. El inventor hizo mover una palanca y los husos como pequeños cohetes de retropropulsión pusiéronse a trazar de un extremo a otro su fino hilo de lana. Nos despedimos de aquel obrero humilde, pero orgulloso de que el modelo de su máquina, centuplicado en miles de fábricas, estaba realizando el milagro de dar a su patria el poderío económico que la elevaría al plano de las grandes naciones.

Seguimos el curso de la elaboración de la lana desde los depósitos en donde se recibía en bruto hasta la sala donde se exhibían los tejidos. Nos fuimos dando cuenta de que el éxito de la producción lo constituían las condiciones de trabajo de los obreros y obreras, muchos de los cuales tenían allí mismo cómodos dormitorios, guardería para lactantes y niños de poca edad, biblioteca, servicios de peluquería, campos de deportes, enfermería y clínica. Fuimos estrechando muchas manos duras, eran las de los antiguos trabajadores ahora convertidos en unidades del consejo de directores de la fábrica, formado por cuarenta miembros, de los cuales treinta y cinco eran obreros y el resto propietarios del establecimiento. La cantidad y la

Page 65: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

65

calidad de la producción recaía sobre la responsabilidad de los mismos obreros, cuyos salarios aumentaban o disminuían según los índices de la producción total. El joven intérprete nos explicó:

—Los patrones tienen derechos de propiedad, de conceder trabajo y dirigir la empresa, pero en realidad son los trabajadores los que cuidan de ella, se esmeran en elevar la producción y que el artículo sea digno de competir con el mejor de cualquiera otra fábrica textil.

Después de nuestra visita fuimos recibidos en uno de los comedores de la fábrica. Las mesas nos esperaban con una vendimia de uvas, manzanas, naranjas y confites. El té humeaba y a pesar de que el ruido de los telares se oía muy cerca, nos parecía estar muy distantes de ellos, en la sala de un lujoso hotel. Un intérprete nos anunció que mientras descansábamos, uno de los propietarios de la fábrica iría a responder las preguntas que deseáramos hacer. Una a una le fueron formuladas y un secretario las apuntó para facilitar la tarea de responderlas. Maravillaba cómo la mente de los delegados estaba pendiente hasta de los detalles más nimios de la producción.

—¿Qué pensaba usted antes de la Liberación del destino que tendría su fábrica en manos de los comunistas?

Una sonrisa picaresca se reflejó en el rostro del capitalista, mientras respondía:

—Abrigaba muchos temores. Hubo un momento en que sinceramente creí que sería despojado de mi fábrica. Después tuve confianza en las promesas de quienes estaban dirigiendo la lucha contra los imperialistas que frenaban el desarrollo de la industria textil nacional, pero a mi vez tenía recelos de que, con los planes esbozados por el Gobierno Popular, la industria también fuera a encajonarse.

Aquel hombre hablaba con gran sinceridad y aun cuando sus frases nos llegaban traducidas al inglés, notábamos que daba en su idioma mucha firmeza a sus palabras.

—Pero ahora —agregó— como ustedes ven, todo marcha a las maravillas. Hemos logrado aumentar la producción: han desaparecido los problemas obrero-patronales que nos obligaban a cerrar la fábrica; no hay temor a las oscilaciones de los precios ni a las crisis, pues el Gobierno Popular

Page 66: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

66

asegura la compra de toda nuestra producción a precios halagadores. Los obreros se sienten como en su propia casa, alegres y satisfechos. Se respira un ambiente de familia...

—¿Y qué será de sus fábricas cuando el comunismo socialice la industria privada? ¿Ha pensado usted en eso?

La pregunta la formuló un muchacho norteamericano, obrero de la industria pesada que había llegado a la Conferencia de Paz en representación de su sindicato. El patrón se limitó a señalar al intérprete que había acompañado a nuestro grupo, mientras decía:

—Preguntádselo a mi hijo, pues para entonces será él quien afrontará ese problema.

Hasta entonces ninguno de nosotros pensó que aquel cicerone que vestía al igual que cualquiera de los otros intérpretes, pudiera ser el hijo del propietario de aquella inmensa fábrica. Todos posamos con sorpresa nuestros ojos en su cabeza rapada y en sus ojos saltones. No perdió su aplomo y con el mismo buen humor con que nos acompañara durante toda la visita, se limitó a responder:

—Soy comunista y sé que mi Partido sabrá encontrar la mejor solución no solo para mí, sino para la patria, como lo ha hecho hasta ahora.

EL CANTOR DE FUS-HUNG

Aquella mañana no era la más propicia para visitar una mina de carbón. Mi amigo Payín, de Nicaragua, al abrir la ventana había observado que pequeñas partículas blancas como motitas de cenizas bajaban de lo alto del edificio.

Page 67: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

67

—Parece que está nevando —dijo en voz baja como para sí mismo. Sin embargo, aquella frase tuvo el impulso poderoso para hacerme saltar de la cama. Desde hacía días todos los delegados latinoamericanos que residíamos en los trópicos estábamos esperando la nieve con gran impaciencia. Corrí a la ventana y reparé lo que observaba mi amigo. Un blanco intenso cubría las calles y los tejados como si toda la ciudad hubiera sido adornada con copos de algodón.

—Parece que anoche nevó —dije al contemplar a las personas arrebujadas en sus abrigos y caminando despaciosamente entre la nieve.

—Y ahora nieva de nuevo, ¿te fijas cómo cae del cielo? —expresó Payín mostrándome pequeñas partículas que descendían de lo alto y que la brisa impulsaba contra la ventana. Sin embargo, el cielo estaba despejado y más allá de unos pocos metros nuestros ojos ya no las veían.

—Creo que debe ser ceniza de la chimenea del edificio —le manifesté y como un par de niños que descubrieran por vez primera los fenómenos de la naturaleza, nos pusimos a mirar aquellas finas partículas que el viento arremolinaba. Después de varios minutos de perplejidad decidimos abrir los cristales para cerciorarnos si estábamos o no ante una nevada. Tomamos en la palma de la mano unas cuantas motitas y comprobamos con gran alegría que al contacto de la piel acalorada se diluían entre nuestros dedos.

—¡Es realmente nieve! —gritamos casi en coro a la vez que cerrábamos las ventanas, pues un frío intenso nos hizo saber que el sol de los trópicos no frecuentaba aquellos paralelos nórdicos. Desde entonces no pensamos sino en ponernos nuestros abrigos, los calzoncillos de lana, los guantes y los gorros de pieles que habíamos adquirido para el invierno en aquellas latitudes. Ya nos sentíamos andando por entre la nieve como unos expedicionarios polares, cuando recibimos la noticia de que aquella mañana, precisamente aquella mañana, iríamos a visitar una mina de carbón. Como los delegados éramos libres de escoger entre visitar la ciudad o marchar a la excursión a la mina, estuve vacilando entre cuál de las dos cosas elegir. Bastó para decidirme que Payín, que como yo era un gran amante de la naturaleza y que se había comprado un pequeño microscopio para mirar insectos y células vegetales, me dijera alborozado:

—¡Es una mina de carbón abierta y una de las grandes del mundo!

Page 68: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

68

De inmediato me contagió su alegría y fuimos los primeros en sentarnos en los puestos que daban a las ventanillas del bus para no dejar de mirar un solo momento los prados bajo la nieve. El vehículo se deslizó por la carretera y las pequeñas colinas mostraban cubiertas de nieve las laderas que miraban contra el viento. En la ruta encontrábamos algunas carretas tiradas por caballos que, emocionados por el paisaje, detenían perezosamente la marcha para observar su belleza a uno y otro lado del camino. Las casas de pequeñas aldeas chinas con sus techos bajos parecían agazaparse para mejor resistir la nieve que caía sobre ellas. Había arreciado la nevada y ya no eran diminutas partículas sino verdaderos copos de algodones los que caían interminablemente unos sobre otros en la llanura.

Desde mucho antes de llegar a la ciudad de Fus-Hung descubrimos su presencia por la densa humareda que se levantaba de las refinerías de los bituminosos. La blancura de la nieve parecía mancharse con la atmósfera impregnada de humo. Paulatinamente notamos que en el paisaje prevalecía el color negro de la pujante elaboración del hombre sobre el blanco de la nieve y al llegar al pie de los altos hornos donde el petróleo hervía y regurgitaba por las enormes cañerías, ya solo tuvimos ojos para mirar la gran industria. Gigantescas chimeneas como no las había visto nunca expulsaban en lo alto su abundante y nutrida evaporación. Los trabajadores chinos parecían tener vivo interés en que la producción no se detuviera un solo instante. Apenas levantaban sus caras, nos sonreían y se enfrentaban de nuevo a sus labores como atletas interesados en romper algún récord. Tenían conciencia de que eran ellos los responsables de que el petróleo chino abasteciera día y noche la industria del país que estaba resistiendo el boicot de los despechados imperialistas que se habían visto privados de explotar aquellos yacimientos riquísimos.

—Después de la expulsión de los japoneses y de las tropas del Kuomintang, tuvimos que enfrentamos a la peor de las batallas, salvar la maquinaria destruida por el enemigo —decía la intérprete a los delegados reunidos en su derredor, en tanto que otros desaparecían por entre las instalaciones o bien, desde los altos de alguna torre, simulaban banderas al viento con sus vestidos de variados colores.

—Los japoneses lo destruyeron todo —prosiguió contándonos la muchacha—. Inundaron las minas, rompieron los hornos, asesinaron a los

Page 69: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

69

trabajadores calificados, incendiaron los pozos y se llevaron cuanto estuvo a su alcance. Lo primero que tuvo que hacer el Ejército de Liberación fue dar de comer a los trabajadores, pues además de los que habían muerto, eran muchos los que estaban al borde de expirar por inanición y, sin embargo, era también urgente reparar la refinería, desinundar las minas y producir petróleo para las áreas liberadas. Para nosotros la guerra no ha terminado con la derrota del enemigo y como ustedes pueden verlo, todavía estamos en pleno combate.

Por primera vez reparé con atención en la pequeña muchacha de movimientos ágiles que nos servía de guía aquella mañana. Ese “para nosotros” dicho con tanta firmeza me dejó ver que no hablaba en plural por generalizar la lucha del pueblo chino contra el invasor, sino que expresaba su propia opinión de combatiente, tal vez ligada a las brigadas que liberaron aquella mina. «Como ustedes pueden verlo, todavía estamos en pleno combate». En realidad, a todos nos sorprendía esa hazaña del pueblo chino enfrentado a la batalla de la producción con igual o más heroísmo que en los frentes de batalla. La lucha por mantener la soberanía patria y la paz dentro y fuera de las fronteras no les permitía un momento de descanso y nosotros lo apreciábamos muy claramente en esos obreros que apenas nos saludaban por un instante con sus puños cerrados para de nuevo impulsar el ritmo cada vez más potente de sus máquinas.

Después de visitar los depósitos en donde se acumulaban momentáneamente las grandes cantidades de los cientos de diferentes productos derivados de la destilación de los esquistos bituminosos, fuimos conducidos a los famosos yacimientos. Desde una explanada donde los obreros de la mina nos recibieran con sus canciones al trabajo y a la paz, pudimos presenciar la enorme excavación de la tierra. A todo lo largo y ancho de lo que alcanzaba la vista se extendían los yacimientos que mostraban las capas superpuestas de la corteza terrestre. Las corrientes de agua subterráneas al ser sorprendidas saltaban en pequeñas cataratas hacia los fosos.

—Ustedes pueden apreciar aquellos socavones a todo lo largo de la mina.

A lo lejos, como verdaderas heridas, las laderas exhibían gigantescos huecos que creí provocados por la explosión de algunas bombas. Cuando

Page 70: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

70

todos afirmamos haber visto lo que mostraba, nuestra intérprete, apretando los labios, nos explicó:

—Los japoneses urgidos de petróleo no se daban tiempo de realizar una explotación metódica y obligaban a nuestros hombres a perforar esos socavones en los lugares donde se encontraba el carbón. En esta forma han arruinado grandes yacimientos. Cuando se vieron en la necesidad de abandonar las minas por el acoso de nuestras fuerzas liberadoras, se precipitaron a inundarlas y para ello ni siquiera avisaron a los obreros que trabajaban en el fondo. A diario nos encontramos con los cadáveres de nuestros compatriotas sacrificados tan innoblemente.

Un frío que paralizaba la respiración pareció recorrer los ámbitos de la gran mina y todos callamos mirando los negros socavones que ahora, al realizarse una explotación racional por capas, iban descubriendo sus vientres manchados de sangre. A pesar de ser domingo se adelantaban los trabajos de explotación, aun cuando al decir de nuestra guía, la mayor parte del personal descansaba. Enormes vagones se deslizaban por rieles a lo hondo de la mina en donde recibían el mineral que de diferentes partes acumulaban allí pequeñas locomotoras. Se podía observar que la mayor parte de la maquinaria era antigua, reparada y puesta de nuevo en servicio. Mucho distaba todavía de una explotación moderna, pero en los afanes por abastecer la industria, los chinos lograban realizar lo mejor posible y con las herramientas a su alcance aquella tarea.

En tanto que tomábamos un descanso en torno a mesas improvisadas al aire libre, rodeados por cientos de obreros que lucían con orgullo sus rostros tiznados, pudimos oír el canto monótono de un anciano, pero sostenido como un himno interminable. Su cara mostraba una esplendorosa alegría a pesar de tener su cuerpo curvado por los años y el esfuerzo; era como una estatua de carbón que llevara en sus músculos estampados todos los sufrimientos de los obreros chinos bajo la explotación minera del invasor. Por un momento callaron los cantos en coro para dejar oír esa voz dulce que brotaba de sus labios arrugados de tanto probar la hiel Los obreros lo miraban y oían en silencio como los hijos mayores saben escuchar el canto de la abuela cuando esta se pone a recordar las canciones de cuna con que supo dormirlos.

Page 71: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

71

—Antes de la liberación Lin-Tin-Lía era un viejo triste —dijo la guía mientras escuchaba al abuelo con la misma devoción de los otros trabajadores—. Caminaba encorvado y parecía que sus ojos no deseaban mirar el sol sino la dura y negra tierra de los socavones. Tal vez añoraba que lo enterraran cuanto antes en ella. Pero al siguiente día de la liberación comenzó a andar lo más erguido que pudo y con la frente alta. Nadie lo había oído cantar hasta entonces, pero desde aquella mañana no ha dejado de entonar sus propias canciones y sus propios versos. Era un cantador y un poeta sin que nadie lo supiera, tal vez ni él mismo se había dado cuenta de ello.

No pudimos resistir la tentación de comprender el significado de aquella canción que mantenía silenciosos y a la vez firmes y altivos a los obreros que momentos antes lanzaban vivas a la paz y sus canciones al viento. La guía se puso a escuchar su canto y luego nos tradujo:

Antes el cielo estaba siempre oscurecido,y en la tierra había gran tristeza y desolacióny bebíamos tal amargura que cerraba nuestras bocasy nos dejaba mudos sin hablar a nadie.Pero hace cuatro años un fuerte viento sopló del Nordestey barrió todas las nubes y la oscuridad.

Y ahora tenemos qué yantary hasta las viejas ancianitas cantan.¿Si no fuera por nuestro presidente Maocómo podríamos ser tan ricos? ¿Si no fuera por el Partido,¡cómo podríamos ser tan felices!?

Al regresar de nuevo a los dominios de la nieve, todos llevábamos aún encendido en el corazón el canto de aquel carbonero que había conocido la oscuridad, pero que hoy, después de brotar de los socavones donde pudo perecer ahogado, lo deslumbraba la blancura del nuevo día.

Page 72: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

72

LAS PATAS DE GO-KAI

—Mientras se repara la avería, podemos caminar hasta la villa de Go-Kai, a solo un kilómetro de distancia. Me gustaría que la visitaran porque allí he nacido y conocerían a mis padres.

El muchacho intérprete que nos hacía aquella invitación se quedó en suspenso esperando el efecto de su proposición. De inmediato acogimos con gran alegría su sugerencia porque ya estábamos impacientes dentro del bus sin atrevernos a desafiar el frío. Nuestro vehículo era el último de los tres en que viajábamos hacia Mukden y no esperábamos recibir ayuda de ningún otro. El chofer se esforzaba en remediar la avería con su ayudante y aun cuando desde el principio optó por callar, sin enterarnos de la situación, sospechábamos que la reparación demoraría algunas horas más.

—¡Convenido! —afirmó un periodista italiano que sobresalía del resto de los delegados por su estatura que casi sobrepasaba los dos metros y por el hermoso gorro mongol que cubría su elevada cabeza.

Detrás de aquel gigante nos agregamos todos cubriéndonos lo mejor posible para resistir el frío. La carretera se dibujaba clara sobre la pradera, pero ya en la distancia las primeras sombras de la noche se insinuaban en lo avanzado de la tarde. Una carreta campesina que conducía el pienso de los animales de una cooperativa acertó a pasar y a solicitud del intérprete que conocía a su conductor, obtuvimos el permiso para subirnos en lo más alto de la carga. Otros prefirieron seguir a pie, lanzándonos de vez en cuando algunos puñados de la nieve que bordeaba el camino. Las voces extrañas tejían un parloteo de risas y gritos de pujante vida. La tierra fraccionada mostraba sus surcos recién labrados y uno que otro carabao, arrastrando el arado, ponía en el paisaje su mansedumbre resignada de agrimensor interminable. Ya nuestro bus se había quedado escondido en una de las curvas del camino cuando los que se habían adelantado al paso lento del caballo nos gritaban a la entrada de la aldea.

Page 73: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

73

El intérprete seguía al lado del caballo, urgiéndolo de vez en cuando, pero más atento a la plática que sosteníamos con el carretero, pues debía servirnos de traductor.

—Nuestra aldea está formada escasamente de 165 familias y la mayor parte de ellas están cooperadas.

—¿A qué clase de cooperativa? —preguntó al rompe el periodista italiano, acostumbrado a interrogar a cuánta persona extraña se ponía frente a sus ojos grandes y nariz corva.

El campesino parecía contar los pasos de su caballo mientras respondía sin apuros y muy a su gusto. Revelaba en su semblante que estaba muy contento con nuestra inesperada compañía y más aún de que pusiéramos interés en conocer las peculiaridades de su aldea.

—En la villa tenemos muchas cooperativas, catorce de instrumentos de labranza, aperos y animales y dos de producción.

—¿Y todas las 165 familias pertenecen a ellas?

—No, solo 120 familias.

Nosotros reparábamos en las preguntas y respuestas entre el periodista interesado en conocer los pormenores con detalles de números y el campesino, malicioso y bien enterado de lo que sucedía en su villa. Por momentos aquel interrogatorio parecía un duelo entre el hombre de la ciudad y el campo. Por más está decir que todos estábamos del lado del campesino que nos había ganado con su mesura y precisión exacta al responder.

—¿Qué ventajas tiene la producción por cooperativa sobre la individual?

—Las mismas que tendría de vencer un ejército bien armado contra un hombre indefenso.

Nos echamos a reír en coro, pero el italiano no se daba por vencido y volvió al ataque:

—¿Hay en la aldea quienes prefieran el trabajo individual al colectivo?

—Ya le he dicho que solo 120 familias pertenecen a las cooperativas —respondió el campesino, dando a entender que se daba exacta cuenta de lo que decía y que no era fácil agarrarlo en una contradicción.

Page 74: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

74

—¿Por qué a pesar de las conveniencias de la producción en cooperativas esas familias prefieren el trabajo individual?

—Porque en todas partes hay tontos y en nuestra villa no faltan, pero creo que muy pronto se acabarán. En un comienzo todos pertenecíamos al bando de la producción por separado, pero desde principios del año 1951 comprendimos lo que querían decirnos los camaradas enviados por el Gobierno Popular cuando nos hablaban de las conveniencias de las cooperativas. Entonces fuimos entendiendo y unos, primero y luego casi todos en masa dejamos de ser tontos y nos pusimos a cosechar en común.

—¿Entonces usted cree que muy pronto todos entren en las cooperativas?

—No tardarán, pues las conveniencias son muy claras. Por ejemplo, al eliminar las cercas que separaban nuestras tierras hemos ahorrado 27 mues (aproximadamente dos hectáreas).

Mientras el campesino se debatía con el periodista, yo había observado que nuestro intérprete aguijoneaba al caballo haciéndolo alterar su paso habitual. Así, pues, muy pronto nos reunimos a los que nos habían aventajado y que nos esperaban con impaciencia, pues el frío de la tarde no los dejaba estar quietos un solo momento. La cara del intérprete se había hecho más entusiasta con la cercanía de su aldea. Era un joven de baja estatura, de cabeza irregular y muchas cicatrices de viruela en la cara. Había aprendido a hablar el inglés en un hotel al servicio de extranjeros en Tien-Tsin y ahora estaba vinculado a la propaganda de la reforma agraria entre los campesinos.

Debió sentirse orgulloso al oír la conversación sostenida por el campesino a quien posiblemente había instruido en la eficiencia de las cooperativas.

La villa que sorprendíamos llevaba el nombre de Go-Kai y ya casi toda la población había acudido a recibirnos desde que descubrieron a los primeros delegados. El alcalde, la maestra de escuela, los jefes de las cooperativas, la directora de la guardería, el presidente de la asamblea y el encargado de sanidad, decenas de niños y aldeanos de todas las edades y sexos. Ya habían improvisado alojamiento en varias casas y con gran regocijo nos invitaban a que entráramos al interior de sus habitaciones. Cacahuetes, huevos hervidos, patatas, té, arroz y todo cuanto tenían preparado para la

Page 75: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

75

comida de esa tarde, salía de las cocinas en bandejas y nos lo ofrecían sobre las mesas sin manteles, pero muy limpias.

Estuvimos visitando la escuela y una multitud de pequeñuelos intentaron cantar sin ponerse de acuerdo en el coro. La mayoría de ellos rompían fila y se acercaban a tomarnos de las manos, cosa que inquietaba visiblemente a la maestra, pero al fin y al cabo vencieron los rebeldes y pronto los levantábamos en nuestros brazos. Todavía a los últimos destellos de la tarde logramos ver una trilladora de la cooperativa desgranando el maíz y los animales de labranza que regresaban de sus faenas. Cuando los libraban de sus aperos se iban a la fuente de agua y tras de beber se echaban patas arriba restregándose los lomos contra el suelo. Después buscaban el pesebre donde a la vez que rumiaban nos miraban con unos ojos agradecidos como si nosotros les hubiéramos llevado el alimento.

Visitamos a los padres de nuestro intérprete. La casita que habitaban constaba de dos piezas. Una cama muy grande abarcaba casi toda la alcoba, junto con unos muebles que debieron ser muy lujosos cuando nuevos, pero que los años habían desmejorado hasta solo prestar humildemente sus servicios. La madre era muy joven y costaba dificultad adivinar que pudiera tener un hijo ya hecho un hombre. El padre representaba mucha más edad y después supimos que aquella era su segunda esposa. Los dos estaban contentos de que su hijo pudiera hablar a los delegados en su propio idioma y que todos los vecinos de la aldea tuvieran que utilizar sus conocimientos para poder charlar con nosotros.

En las paredes de las calles observamos, a la luz de algunas lámparas de gas, las inscripciones con que habían hecho propaganda a la Conferencia de la Paz y, desde luego, hasta los niños sabían quienes éramos los inesperados visitantes. Dos horas después de haber llegado a la aldea, el bus entró resonando con su bocina y los niños y perros festejaron su arribo. Una alegría general se había prendido en todos los campesinos. Se oían conversaciones en voz alta, gritos y carcajadas. De vez en cuando algún niño se empinaba para gritar:

—¡Vivan los delegados de la paz!

—¡Viva la amistad de los pueblos!

Page 76: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

76

En coro respondían los adultos y en torno a nosotros las manos se extendían generosas con los presentes o con tan solo el apretón franco y caluroso. Todavía en el interior del bus penetró un campesino llevando un par de patatas cocidas. Inmediatamente reconocimos al carretero, pero no su intención. Buscó con sus ojitos vivarachos hasta descubrir sin mucha dificultad al gigantesco amigo italiano. Se le acercó con las patatas y le dijo:

—¿Cuál de estas dos patatas ha sido cultivada en cooperativa y cuál no?

Vimos titubear al hombre que durante toda la jornada en carreta había puesto en jaque la inteligencia del campesino. No sabía por cuál de las dos patatas decidirse. La una era grande en tanto que la otra era ostensiblemente raquítica. En medio de nuestras bromas, el periodista se decidió por la más grande y el campesino rio de muy buen humor. Antes de bajar hizo que le tradujeran su comentario:

—Se ha equivocado usted, ambas son de la cooperativa y en eso estriba precisamente la ventaja de producir en colectivo, lo grande compensa lo pequeño.

MENSAJE A MI PUEBLO

Los delegados irrumpimos en una pequeña aldea de trabajadores del carbón en los alrededores de Mukden. En la plazoleta y calles cubiertas de nieve, los niños jugueteaban protegidos por sus gruesos abrigos. Muy pronto los grupos de delegados se dispersaban por todos los rincones compenetrándose con las mujeres de los trabajadores y en casa. La sencilla y bulliciosa alegría del pueblo chino con muchos de ellos que ese domingo habían permanecido se reflejaba en aquellas mujeres que orgullosamente cargaban a sus pequeños y se rodeaban de los mayorcitos para recibirnos

Page 77: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

77

con muestras de entusiasmo. El idioma extraño no las intimidaba para acercarse y hablar de sus vidas humildes y de cuanto significaba para ellos que la temida guerra no volviera a perturbar la tranquila suma de sus días felices.

—Estas casas que habitamos ahora pertenecían antes a los oficiales y soldados japoneses —nos decía una vieja en cuyos pómulos salientes la piel arrugada se adhería como una telaraña— y nosotros los chinos debíamos resignarnos a vivir en pocilgas de tablas y trapos que no nos protegían en el invierno. Nuestros niños morían de frío o de hambre cuando no eran los mismos japoneses quienes les disparaban por cualquier enojo. A pesar de ser muy pequeñitos ya habían aprendido a temerles más que a la noche...

Y así nos iba refiriendo la abuela los días de la ocupación. Las casas que habían pertenecido a los japoneses y que ahora ocupaban los trabajadores eran pequeñas, aun cuando unidas entre sí llegaban a formar largos edificios sin mayores preocupaciones arquitectónicas. Sin embargo, daban el albergue necesario y ahora las familias obreras disfrutaban de ellas como verdaderos palacios al lado de los escombros en que vivían anteriormente. Muchos de esos ranchos abandonados se veían diseminados en el campo o al lado de la carretera y tan solo con mirarlos, pese al encaje blanco que la nieve había colgado en sus techos rotos, dejaban un frío rencor en el alma. Frente a las viejas casas de los japoneses se levantaban los nuevos edificios construidos por el Gobierno Popular, pequeñas quintas de dos pisos, donde se acomodaban dos familias, una en la planta baja y otra en el piso superior. Se agrupaban en manzanas de seis y pintadas de blanco con ventanales azules, alegraban la aldea a pesar del intenso esplendor de la nieve.

Aquella tarde se oían idiomas foráneos por todos los rincones. En las ventanas se asomaban los ojos verdes de las canadienses o los negros norteamericanos formaban sus corrillos con los vecinos a la entrada de las puertas y en mitad de la calle. Algunos latinos trataban inútilmente de jugar foot-ball con las pelotas de nieve de los chicuelos o eran víctimas de los puñados que las muchachas chinas arrojaban a sus camisas coloreadas.

Una niña de seis años, moviéndose con dificultad entre la nieve con sus boticas altas, vino a tomarme de la mano; entonces reparé en sus padres

Page 78: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

78

que desde la puerta de su casa miraban su extremada confianza. Así era la mayoría de los niños chinos. No pude resistir el deseo de levantarla entre mis brazos y con ella me acerqué a sus familiares. Dos niños más me miraban sin decidirse a imitar a su hermanita.

—Entre usted, siga con nosotros y tome un poco de té —creí que me decían con sus voces alegres.

No tardó en aparecer un amigo intérprete quien al traducirnos sus frases me confirmó que no había errado en mi intuición.

Subí por la estrecha escalera al piso superior. En las habitaciones bajas otros delegados chilenos habían iniciado una charla amena como lo demostraban las risas de los chinos. Tres alcobas formaban sus habitaciones y yo me senté en una cama que daba a la ventana, después de rechazar los asientos que me ofrecieron. La chica con sus trencitas sujetas por moñitos rojos no se cansaba de jugar con mis manos a las que remiraba como extrañada de su color oscuro. Luego me observaba la cara y reía una y otra vez. Logré que el más pequeño, que aún no debía tener cuatro años, se apoyara entre mis piernas, pero tuve que sujetarlo para que no corriera de nuevo hacia el padre. Este era un hombre de estatura mediana, ojos negros y cabellos profusamente alborotados. Tenía una complexión fuerte y solía fruncir las cejas muy abundantes. No sé si le intimidaba el saber que yo no comprendía el chino o si prefería que su mujer hablara, cosa que parecía ser muy habitual en ella.

—Mis padres murieron bajo la ocupación —me decía ella—. Un día un vecino me informó que mi papá había muerto en la mina. Quise ir a verlo, pero mis amigos no me dejaron siquiera que gritara mi pena. Yo lo comprendí todo y entonces comencé a tragarme las lágrimas. Mi madre murió aquí en la aldea, en el rancho en donde vivíamos apilonadas cerca de cuatro familias. Creo que después de muerta aún movía los labios pidiendo algo que comer. Yo le hubiera dado de mamar de mis propios senos si hubiera tenido leche en ellos, pero lo cierto era que mis dos muchachitas, que ya correteaban, inútilmente se prendían de mis pezones vacíos. Los únicos que comían en la aldea eran los japoneses y aquellos que de noche lograban recoger sus desperdicios.

La mujer que así hablaba no tenía lamentaciones en sus palabras. Cuanto brotaba de sus labios traía el fuego del odio y no del llanto. Era

Page 79: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

79

mucho más baja que su marido, estaba de pie y yo calculé que me daría por los hombros. Mientras el intérprete me traducía sus palabras, se cruzaba de brazos y empuñaba las manos. A veces cambiaba opiniones con el muchacho intérprete y reía, para luego, al reiniciar su relato, volver a dar dureza a sus palabras. En un solo momento el marido le interrumpió para hablarme, poniéndome la mano sobre la rodilla como un hermano que contara a otro las penas pasadas en su ausencia.

—Una noche decidimos suicidarnos —me dijo—. Yo había logrado un poco de alimento envenenado que los japoneses habían puesto para las ratas. Las niñas dormían y en el seno de mi mujer este hijo se movía inquieto, tal vez también hambriento. Sabíamos que cuando despertaran las niñas irían a pedirnos qué comer. Yo trabajaba en las minas, pero los japoneses me daban muy poco alimento y me obligaban a comerlo en su presencia, pues solo querían dejarme vivir para que les rindiera mi trabajo. Mi mujer me miraba y luego ambos contemplábamos a las niñas y no nos decidíamos. No teníamos ningún derecho a privarles de la vida. Así estábamos esa noche cuando oímos rugir los cañones del Ejército de Liberación. Tres días después sus tropas penetraron a la aldea trayéndonos alimento...

Yo fui uno de los últimos delegados en regresar al bus. Los amigos chinos me acompañaron con sus hijitos hasta embarcarme. Todo en su rostro reflejaba alegría, ni una sola sombra de cuanto me habían relatado enturbiaba sus vidas. En el momento de alejarnos, cuando el chofer había prendido la máquina, la mujer volvió a decirme algo. Ya el vehículo había partido cuando el intérprete me tradujo sus últimas palabras:

—Diga a su pueblo que el pueblo chino desea ardientemente la paz.

Page 80: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

80

ABRAZO DE DOS SOLDADOS DE LA PAZ

Después de que el bus subió por las estribaciones de una ligera pendiente, llegamos a lo alto de una colina donde se levantaba un moderno sanatorio para los trabajadores modelos de la industria del carbón. Como de costumbre, fuimos objeto de agasajos, canciones y vivas por los obreros que convalecían allí y por los directores de la institución. El edificio emplazado sobre la colina tenía una hermosa vista sobre los campos y aquella tarde, pese a la cercanía de la noche y al frío intenso, los delegados estuvimos gozando del panorama invernal de las tierras norteñas de China. Me había unido a un delegado chileno, hombre circunspecto y poco comunicativo. Tenía una fisonomía india que resaltaban unos bigotes cortos y sus cabellos negros. Gusto de recordar sus rasgos asiáticos, porque tal vez fueron ellos los que despertaron la singular acogida que le tributó uno de los convalecientes.

Nos encontramos con él en un corredor y como un amigo que descubriera inesperadamente a un viejo camarada, el obrero se botó a los brazos del chileno agobiándolo con sus efusivas demostraciones de regocijo. Con todo y su carácter parco, Juan Araya tuvo que exteriorizar la emoción que producía la exuberante acogida del trabajador. Andaban algunos pasos, unidos por un estrecho abrazo y sin que mediara otro nuevo motivo, el enfermo volvía a recoger sus manos en las de él y con júbilo apoyaba su cabeza en el pecho de mi amigo. Y a la vez este volvía a manifestarle su emoción en un nuevo abrazo que llegaba a sumar varios minutos. Yo observaba aquella sana afinidad de dos hombres nacidos en mundos tan diferentes y que sin embargo se sentían unidos por el fuerte nudo de fraternidad de los pueblos. Ni dos hermanos, ni un padre y su hijo, ni el nieto y la abuela en su amor filial se hubieran estrechado con tanto anhelo y delirio como aquella pareja de soldados de la paz.

Page 81: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

81

LOS ANCIANOS PREGUNTAN

Al regresar a Mukden después de visitar las aldeas vecinas, nuevamente las calles adornadas y las gentes en las esquinas nos acogían a nuestro paso. El regocijo popular por la llegada de los delegados se había extendido de uno a otro confín del país y sin duda alguna ningún otro embajador del mundo gozó de tanto aprecio espontáneo por un pueblo, como nosotros en las clamorosas ciudades y aldeas de China. Bajo unos arcos con palomas blancas y banderas penetramos a un amplio jardín. Creí que nos esperaba un nuevo banquete, pero fue mucho más grata la sorpresa que nos tenían deparada nuestros anfitriones. Bajamos de los buses frente a una muchedumbre que repetía incansablemente los vivas a la paz. Cruzamos un jardín y penetramos a la amplia sala de un moderno edificio. Unos funcionarios nos hicieron tomar diferentes vías y muy pronto inundamos todos los salones y corredores. A nuestra vista aparecían numerosos alojamientos individuales. Camas blancas y blandas, retratos de los líderes de la revolución o estampas de aspectos folklóricos adornaban las paredes. Algunas piezas tenían ventanas que miraban a los jardines de los alrededores. Hasta entonces, no nos podíamos imaginar a qué menesteres estaba dedicado aquel edificio y cada uno de nosotros se hacía conjeturas, pues ni un niño, ni un escolar, ni una mujer, ni un hombre denunciaba el objeto. Fue al llegar a un amplio salón donde nos esperaban varias decenas de hombres en la senectud, cuando desciframos aquel enigma.

Estábamos en una casa de reposo de ancianos. Después de una larga y azarosa existencia bajo el duro régimen de los terratenientes e imperialistas, aquellos abuelos habían logrado por fin tener en los últimos días de su vida una pausa de alegría y de reposo. Allí rostros de luengas barbas blancas sedosas como cabellera de mujer. Ojos pequeños y redondos asomados en el extremo anguloso de los párpados con un gris que parecían ser el remanso de borrosas imágenes vividas. Labios temblorosos desgranando palabras de sabia experiencia. Algunos se encorvaban sobre largos báculos, preguntando y riendo como si la juventud hubiera de nuevo renacido en sus descarnados músculos. En el fondo de un sillón yacía un anciano de

Page 82: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

82

cabeza rapada y brillante, hundida entre los hombros y con un voluminoso vientre: parecía la estampa de un viejo Buda, ensimismado y plácido en la senectud de la vida. Algunos fumaban largas pipas; otros sostenían los cigarrillos con sus uñas largas y no faltaba uno u otro que cabeceara indiferente a la reunión de delegados charlando e importunando sus recuerdos con preguntas que debían traer a su memoria los amargos días de dolor o los luminosos instantes de un amor perdido.

Yo me fui a sentar al lado de un anciano que conversaba con una norteamericana. Esta era una muchacha de rostro alegre, iluminado por la luz de sus ojos verdes. Muy amorosamente había apoyado sus mejillas en el rostro del anciano, el cual, como un niño que se dejara acariciar, no levantaba la vista de sus babuchas de hilo. Una larga bata le daba el aspecto de un monje que oyera las confidencias de una joven apasionada. Cuando me hice a su lado, me miró con sus ojos blancuzcos y se sonrió, haciéndome una leve reverencia con la cabeza. Le tomé la mano izquierda. Aún era firme y fuertes callos endurecían su concavidad. Volvió a tomar el hilo de su narración, mientras los ojos vivos de la intérprete parecían querer arrancarle las palabras mucho antes de que sus labios cansados las profirieran. Luego nos traducía; arrugando su rostro, como si cuanto contara estuviera ligado a su propia vida:

—Me he casado cuatro veces, pero solo mi última mujer me dio a luz dos hijos. La hembra es ya una mujer, trabaja en una fábrica y ayer estuvo aquí. De vez en cuando salgo con ella a visitar a los nietos, pues es casada y tiene tres hijos, todos varones. Mi hijo está ahora peleando en Corea. Al despedirse me dijo: «Papá tengo que ir a defender tu tranquilidad que está amenazada». Me ha escrito dos veces y me cuenta que no permitirá que el extranjero vuelva a perturbar mis últimos días. ¿Usted cree que debe un joven sacrificarse por un viejo moribundo como yo? A mí me parece una insensatez. Pero a veces pienso en los hijos de mi hija, son tan pequeños y hermosos que no deseo verlos sufrir tanto como yo. ¿Por qué nos hacen la guerra? ¿Acaso los padres y las madres de esos países no aman su tranquilidad y la vida de sus hijos? ¿Por qué venir a destruir como bestias a un pueblo pacífico como nosotros?

Mientras la intérprete nos formulaba con su voz excitada aquellas preguntas, el anciano parecía esperar pacientemente a que nosotros se

Page 83: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

83

las respondiésemos. Pero los ojos grandes y verdes de la norteamericana se habían anegado en lágrimas y yo tenía un grito en la garganta que me asfixiaba.

LOS NUEVOS HOMBRES

Vestía el uniforme azul de los trabajadores. Dos medallas colgaban de su pecho y se veía que para aquella memorable reunión había tenido el cuidado de lustrarlas. Sus hombros eran recogidos y por eso su cuello un poco largo se destacaba más. Su cara puntiaguda, se recogía en un mentón saliente. Los labios eran casi redondos y cuando hablaba parecía que su boca se partiera en dos. Tenía ojos negros y abundantes pestañas. En lo general era un hombre de apariencia común, posiblemente entrado ya en los treinta años y no mostraba timidez para dirigirse a los numerosos delegados de la Paz pendientes de sus palabras. Ese mismo acento de su voz habría resonado muchas veces en el consejo de administración de la fábrica de máquinas de corte metálico al presentar sus argumentos y defenderlos victoriosamente. Las medallas que colgaban de su pecho lo presentaban como un doble héroe por haber aumentado la productividad y perfeccionado la organización del trabajo. Se llamaba Huang-Wen-Shan y era jefe de taller de elaboración, donde por su invento se había reducido el tiempo de confección de una pieza de una hora a tres segundos. Gracias a él la producción se aumentó en 1.200 veces y la calidad de los objetos había mejorado en un ciento por ciento. Su otra gran hazaña consistió en haber unificado las máquinas que antes estaban dispersas logrando de esta manera no solo eliminar la pérdida de tiempo que se tomaba al transportar las piezas de una máquina a la otra, sino el objetivo fundamental de su nueva organización: impedir que la producción se suspendiera por momentos.

Page 84: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

84

—Pero nosotros no hubiéramos logrado introducir estas inmejorables ventajas sino dispusiéramos de una administración democrática en donde la iniciativa del trabajador es acogida y llevada a la práctica sin pérdida de tiempo —nos dijo Huang Wen-Shan con absoluto conocimiento del problema político que planteaba la nueva producción.

—El principal motor de los éxitos alcanzados —agregó— se debe a la emulación patriótica de todas las brigadas en el trabajo. Todos somos conscientes de los peligros de la patria y de la necesidad de vencerlos. En la producción nosotros debemos neutralizar a los enemigos abiertos o solapados. Es necesario estar vigilante para impedir el despilfarro en cualquiera de sus formas, en el tiempo, en los materiales, en la organización. Todos estamos unidos por levantar a niveles cada vez más altos el poder industrial de la patria para hacer frente a las cada vez más crecientes necesidades y para ello debemos estar también vigilantes contra el soborno, la adulación o el engreimiento con los cuales los enemigos tratan de influir a los obreros dirigentes de la producción. Contra todos estos peligros nosotros tenemos que revelarnos como hombres de un nuevo temple, de una nueva patria, de una nueva sociedad de la cual nosotros mismos somos sus forjadores. He aquí —nos decía el héroe de las dos medallas—, por qué un compañero de trabajo ha marcado un nuevo récord patriótico disminuyendo el tiempo fijado para su tarea de un año a solo seis meses. Ese solo héroe logró realizar en un solo día el trabajo que le habían designado realizar en diecisiete. Poco tiempo después una brigada aplicaba con éxito su nuevo método y en conjunto redujeron los diecisiete días fijados a solo una semana de trabajo.

Hubo una ola de aplausos y un joven de veinticinco años se levantó ligeramente de su asiento y saludó repetidas veces con sonrisa en los labios. También de su pecho pendía otra medalla de reconocido triunfo.

—Los éxitos, sin embargo, no comenzaron en nuestra fábrica. Ellos tuvieron principio desde mucho antes. La batalla fue iniciada por las victorias del Ejército de Liberación contra los invasores japoneses y el régimen opresor del Kuomintang. Cuando el ejército liberó a Mukden ya no quedábamos de los trabajadores sino los jóvenes aprendices. El enemigo había tomado buen cuidado de eliminar a todos los obreros calificados. Se dieron prisa en destruir nuestra fábrica, pero las rápidas maniobras de

Page 85: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

85

nuestro ejército y la lucha clandestina en la ciudad dirigida por el Partido Comunista impidieron que realizaran la destrucción total. El Gobierno Popular comenzó por alimentarnos, todos teníamos hambre y estábamos al borde de la muerte. Inmediatamente se inició la reconstrucción de las máquinas y nos dimos a la tarea de satisfacer las necesidades del Ejército y de las áreas liberadas. Entonces comenzó la juventud obrera a trazar sus planes de victoria. El Partido Comunista nos había llevado al comité de dirección y nosotros hemos hecho cuanto hemos podido por merecer ese honor.

Después Huang-Wen-Shang se confundió con nosotros para servirnos de guía en los talleres de la fábrica. Aquí nos explicaba el funcionamiento de esta máquina, allá nos presentaba a algún trabajador modelo o los nuevos tipos de máquinas diseñados por ellos mismos. Unas banderitas de diferentes colores sobre las máquinas indicaban que allí trabajaba un obrero distinguido, un modelo o un héroe del trabajo. En lo alto de la fábrica, en medio de las grúas móviles, largos carteles con inscripciones en chino llamaban la atención de los delegados. Todos ellos expresaban aplausos y votos de éxito por las deliberaciones de la Conferencia de la Paz de las regiones de Asia y del Pacífico. Algunos tableros con caricaturas nos mostraban en forma comprensible que los jóvenes trabajadores chinos no temían a los bufidos de guerra de los imperialistas, porque ellos sabían defenderse uniendo sus fuerzas al invencible muro de contención forjado por los pueblos que defendían la paz.

Huang-Wen-Shang nos mostró por último una máquina de elaboración rusa. Atrajo nuestra atención sobre ella y luego nos dijo con modestia:

—Sin la ayuda material y técnica de la Unión Soviética todos nuestros intentos por superar las deficiencias de nuestra industria habrían fracasado. Pero en todo momento los ingenieros soviéticos nos dieron generosamente sus enseñanzas, facilitándonos sus métodos y sus diseños. Pero también es cierto que solo un país liberado del imperialismo, en donde el pueblo ha tomado las riendas de su propio destino, pudo haber aplicado victoriosamente los éxitos de los nuevos obreros estajanovistas de la URSS.

Page 86: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

86

LA HEROÍNA DE LOS FERROCARRILES

Tien-Kuan-Ying era una muchacha alta, de rostro ovalado en cuyos pómulos se hundían sus ojos como dos almendras. Hablaba rápido y en voz baja y a todas luces se veía su turbación por haberse convertido en el centro de todas las miradas de los delegados. Su dentadura hermosa se insinuaba cada vez que sonreía al responder algunas de nuestras preguntas. A los jóvenes chinos no les gusta hablar de sí mismos y cuando se ven acosados por la curiosidad de los demás, entonces como Tien-Kuan-Yung, movían los ojos con mucha inquietud y se expresaban con seriedad.

—Lo que soy se lo debo a mi partido y a Mao —comenzó por decirnos como resumiendo en una frase el porqué de haberse convertido en una heroína—. Como el resto de las mujeres en el pasado, yo tuve que ayudar a mi padre en sus faenas desde muy pequeña. Él era pescador y yo le acompañaba a echar las redes. Gustaba de darme muchos consejos, pero se abstenía de hablarme de la triste suerte que me tenía reservada el sistema social en que vivíamos. Tal vez dejaba que yo misma fuera descubriendo con mis propias experiencias la amargura que la sociedad en que vivíamos reservaba para una muchacha pobre. Cuando él entró a trabajar a una imprenta me llevó consigo. Me gustaba estar a su lado porque permitía que me entrometiera en su oficio haciéndome ver que era mucho lo que le ayudaba con mi esfuerzo. Después comencé a trabajar sola por vez primera en los ferrocarriles como expendedora de tiquetes. Las locomotoras siempre atrajeron mi atención. Cuando pequeña me gustaba observarlas después de un largo recorrido con sus tuberías humeantes y su cansado resoplar como si fueran seres vivientes. Me era difícil explicarme que a pesar de ser tan pesadas y de tener un mecanismo tan complicado, pudieran alcanzar tanta velocidad por los campos, conduciendo la larga cadena de vagones. Nunca, mientras las miraba, me imaginé que yo algún día pudiera llegar a conducirlas...

Y una fresca sonrisa alegró su carita hermosa que nos hubiera dejado incrédulos por cuanto nos decía, de no estar convencidos de que la medalla

Page 87: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

87

que pendía de su pecho la había ganado como primera heroína de los ferrocarriles de la China Popular. Tien-Kuan-Yung era una de las mujeres más conocidas en su país, su ejemplo estaba presente en todas las revistas, periódicos y películas que hicieran mención de los triunfos de la nueva China. El mismo año de la fundación de la República Popular comenzó su nueva vida. En el año de 1949 llegaron los expertos soviéticos a dictar unos cursos sobre ferrocarriles y Tien-Kuan-Yung fue de las primeras en matricularse a uno de sus cursos.

—No creía que pudiera aprender a dirigir una locomotora —nos decía entre risas, burlándose de la subestimación que habían tenido de sus propias capacidades—. Dos muchachas más siguieron los estudios junto conmigo y ocho meses después manejábamos admirablemente cualquier tipo de locomotora. El 8 de mayo de 1950, sin instructor hicimos el primer recorrido de 60 kilómetros entre las poblaciones de Dalen y Yu-Sun. Durante tres meses efectuamos este itinerario y en vista del buen rendimiento de nuestra locomotora, la administración de los ferrocarriles nos asignó un trayecto de 140 kilómetros.

Al estallar la guerra de Corea su patriotismo las llevó a solicitar un nuevo aumento en el recorrido como aporte a los esfuerzos de toda la nación frente a la amenaza de invasión extranjera y su petición fue oída, recibiendo un itinerario de 270 kilómetros. Muy pronto su locomotora se apuntaba el récord de haber recorrido 100.000 kilómetros sin un solo accidente, economizando 60 toneladas de carbón y 100 de aceite pesado.

—Esta economía era muy difícil de realizar —nos decía—, pues manejábamos un tren de pasajeros en el cual el gasto de combustibles es más elevado debido a la calefacción muy usada en esta región del nordeste de China.

Estas hazañas valieron a Tien-Kuan-Yung la distinción de Modelo y Heroína del Trabajo. El Gobierno Popular ha sabido premiar sus esfuerzos y actualmente cursa en Mukden estudios de bachillerato en el que se ha distinguido por sus extraordinarias capacidades para las matemáticas.

—Pronto ingresaré a la universidad en donde espero superarme —nos dijo en voz baja, como si se dijera a sí misma: «¿Seré capaz?».

Page 88: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

88

LOS NIÑOS CHINOS

Los niños chinos tienen una sonrisa a flor de labios que adornan con el brillo de sus ojos pequeños. Se plantaban frente a nosotros y tras de llevarse la mano a las sienes en un gesto de saludo, se arrojaban a nuestros brazos con alegría. Acechaban las palabras y como no lograban comprender nuestro idioma, dibujaban unos hoyuelos en sus mejillas y sacudían sus cabecitas. Entonces brotaban sus frases a saltitos, diciéndonos quién sabe qué diabluras que nosotros apenas sospechábamos por la picardía de sus ojos bailando en el plano inclinado de sus párpados. El idioma que entendíamos de los pioneros chinos no era el de sus sonrisas, ni el de sus ojos ni el de sus palabras saltarinas, sino el de sus manos diminutas que se agarraban a las nuestras con tanto calor que al instante sentíamos el apasionamiento de sus corazones. A pesar de sus pocos años comprendían que solo el calor de las manos podía identificarnos y no bien nos entregaban sus ramilletes de crisantemos, dalias y clavellinas, buscaban la mano que nos quedaba libre y se ceñían a ella con tanto ahínco, que ni la tierra apretó nunca tan amorosamente las raíces de un árbol.

¿Cuándo aprendieron estos niños la sabiduría de la prudencia?

Siempre me preguntaba esto cuando los veía caer sobre nosotros como un torrente de alas que revolotearan en nuestro derredor y, sin embargo, jamás exageraban sus movimientos, ni siquiera cuando algún delegado, ebrio de sonrisas y canciones, los cargaba sobre los hombros.

En esas circunstancias agitaban sus manecitas sin dejar de gritar sus inagotables vivas a la paz.

Recuerdo que una delegada costarricense se despojó de una hermosa pañoleta y la amarró del cuello de una pequeña de diez años y entonces vi lo inesperado. Un puñado de niños comenzaron a quitarse a su vez los pañuelos rojos de pioneros y los ataron a nuestros cuellos y cuando la costarricense a mi lado reparó en sus hombros, vio que allí, muy delicadamente, la chiquilla

Page 89: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

89

había amarrado de nuevo con gran disimulo la pañoleta. Al descubrir aquella jugada quiso hallar a la criatura para ofrecérsela nuevamente, pero cientos de caritas iguales, con sus labios pintados de rojo, cantaban al unísono sus canciones eternas. Una, dos, tres veces insistió la delegada en obsequiar su pañoleta a varios de aquellos niños, pero una, dos tres veces el millar de manos volvían a dejar la pañoleta en sus hombros. No, los niños chinos sabían pedir autógrafos, incluso obsequiar flores y pañuelos, pero no recibían del huésped otro obsequio que no fueran sus sonrisas y apretones de manos.

CÓMO SE HA DOMADO AL RÍO HUAI

«Podéis viajar a todo largo y ancho, pero jamás encontraréis un lugar comparable a las riberas del río Huai», reza un proverbio chino. Sin embargo, esta exaltación a la feracidad del valle del río Huai estuvo siempre ligada en el pasado a sus tremendas inundaciones que provocaban millones de muertos y pavorosos desastres. Apenas ahora bajo la dirección del Gobierno Popular el viejo proverbio se ha convertido en un bien sin calamidades. La hazaña del control y aprovechamiento de las aguas del río Huai hace parte de una de las grandes epopeyas realizadas por el hombre en la historia de la humanidad.

Las crecientes del Huai constituían una amenaza para la población de 70 millones de habitantes que residen en un área de 220.000 kilómetros cuadrados regadas por el río y sus 200 tributarios. Los campesinos, años tras años, espiaban sus aguas, temerosos de sus acometidas que pese a las prevenciones lograban ahogar a millares de seres. Estas catástrofes en vez de despertar en las castas gobernantes la sincera preocupación por reprimirlas, solo servían para arrancar nuevos impuestos al pueblo.

Page 90: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

90

El río Amarillo con sus grandes crecientes cada diez años, reforzadas con una pequeña cada lustro, acrecentaban las inundaciones del Huai. En el 1921 anegaron tres millones y medio de hectáreas. En 1931 el Kuomintang, impotente para contener la invasión japonesa, recurrió a la cruel estrategia de romper los diques de Hua-Yuan-Kou, en el río Amarillo, y sus aguas al confluir las del Huai inundaron cerca de un millón de hectáreas, y elevó a medio millón los muertos; debido a este mismo hecho, durante las inundaciones de 1931 y 1938; debieron evacuar a más de cinco millones de personas.

En aquellas áreas del valle del Huai fueron libertados por el Ejército de Liberación, pero no por ello pudieron ser eliminadas de inmediato las circunstancias que las asolaban desde hacía siglos. Su grave situación no se podía atribuir solo a las condiciones hidrográficas, sino en su mayor parte al mismo hombre que hizo de un río tranquilo un rebelde nómade de terribles desastres. Contribuyó a ello la política anárquica de las castas gobernantes frente a la desforestación del norte de China que aumentaba la erosión y el sedimento del río; la incuria por construir represas y diques y por último la destrucción de estos mismos sin considerar las muertes y los daños que ocasionaban a los pobres moradores del valle.

El nuevo Gobierno Popular tuvo que afrontar esta desastrosa herencia del pasado con plena conciencia de que mientras el río no fuera científicamente controlado y domado pronto, constituiría el peor obstáculo para el desarrollo de la nación. En 1951 un insólito sobreflujo de las aguas vino a agravar la situación y el pueblo chino juró que aquella sería la última cuando el presidente Mao proclamó que «el río Huai debía ser domado».

En la íntima compenetración entre el pueblo y su presidente Mao reside la esencia de las transformaciones de la nueva China y solo esa identificación pudo lograr su más grande hazaña después de vencer a los opresores extranjeros y a sus serviles mandarines: controlar el río Huai.

Toda la nación respondió al llamado del presidente. Las mujeres, los jóvenes y los adultos se movilizaron con el mismo entusiasmo y heroísmo con que defendieron a la patria. Todos los caminos del amplio mapa de China se llenaron de caravanas de cientos de miles de personas que acudían a ponerse a órdenes de los ingenieros. Llevaban en sus pechos la decisión

Page 91: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

91

de terminar con las muertes y las destrucciones del río que nada habían importado a los mandarines y a sus camarillas reaccionarias.

Pero ahora era el pueblo quien regía los destinos del país y estaba vigilante sobre el ancho regazo de la nación; el dolor de uno cualquiera de sus hijos era el dolor de toda la patria. El presidente Mao había señalado el cáncer que destruía periódicamente las vidas de miles de hermanos y paralizaba el ritmo de la nación con sus desastres en la agricultura, y su llamado fue para el pueblo noble realización de victoria.

Las madres dejaron sus hijos bajo el cuidado de las niñeras o bien marchaban con ellos a sus espaldas a realizar cualquier tarea. Los universitarios transportaron sus útiles de estudio a las márgenes del Huai al lado de los obreros y campesinos, que también a sumar llevaban sus esfuerzos armados de picos, palas, carretas o tan solo con sus puños.

El pueblo chino había aprendido durante la guerra de liberación que un hombre podía rendir grandes beneficios con solo sus manos vacías. Esa lección lejos de olvidarse había sido superada en dos años de trabajo común curando las heridas de la patria. Bajo el amplio cielo de China se oía una sola canción: «El río Huai debe ser domado». En las encrucijadas de los caminos confluían brigadas de los pueblos más remotos con la misma consigna: «El río Huai debe ser domado» y unidos en una sola peregrinación marchaban hacia las márgenes del valle donde los ingenieros, los médicos, los maestros, los estudiantes y los soldados dirigían y realizaban el proyecto gigantesco.

El plan quinquenal comprendía: acumular 4.500 kilómetros cuadrados de aguas en reservas artificiales y 15.600 millones en lagunas, que solo serían aprovechadas en los grandes crecientes. Canalizar para la navegación 5.700 kilómetros. Construir 16 centrales hidroeléctricas y regar 500.000 kilómetros cuadrados de tierra. En esta forma los libres flujos del Huai serían contenidos y reservados, sus aguas encauzadas, su lecho navegado, su energía aprovechada y sus aguas, enantes objeto de inundaciones y desolación, quedarían convertidas en fuente de fructífero riego.

En 1950 comenzaron los trabajos simultáneamente con la defensa de las fronteras patrias amenazadas por la guerra en Corea. Tanto la amenaza de una invasión extranjera como la de nuevas inundaciones del Huai

Page 92: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

92

constituían graves peligros que la nueva China debía atajar sin vacilaciones y sin tardanzas. El consejo administrativo del Gobierno Central del Pueblo promulgó un decreto en apoyo al llamado del presidente Mao y cientos de ingenieros y brigadas transmontaron cumbres, midieron ríos, perforaron rocas y comenzaron la demolición de montañas. El Comité de Encauzamiento del río Huai, dependiente del Ministerio de Conservación de Aguas, elaboró el plan general para detener las aguas en las regiones altas, medianas y bajas de la cuenca del río.

La estrategia fundamental para el éxito de un plan de tan grandes proporciones descansó en la movilización del Partido Comunista. Ante todo se debía adelantar un gran trabajo político de explicación, educación y organización de las masas de obreros y campesinos haciendo ver que en su espíritu de colaboración y heroísmo descansaba la posibilidad de que un país como China, recién salido de las trabas de una economía semifeudal, arruinado por un largo historial de sangrientas guerras, explotado por todos los imperialismos, frente a la amenaza de la más grande invasión de su territorio y soportando un bloqueo económico que le impedía no solo aprovechar el comercio internacional, sino que perturbaba la utilización de sus propias riquezas, iniciara la realización de un plan de tal magnitud, que hasta entonces no se conoció nada semejante en la historia de los más avanzados países capitalistas.

No existía una gran industria pesada, no se disponía de la gran cantidad de modernas maquinarias requeridas, no se tenía una experiencia anterior que no fuera la ayuda fraternal prestada por los especialistas soviéticos, nunca el pueblo se había trazado ante sí un plan que pusiera a prueba su gran capacidad industriosa. Todo el éxito, pues, recaía tan solo en la inaudita decisión de heroísmo que el pueblo chino sacara de sus propias fuerzas. La realización de los proyectos de contención y aprovechamiento del río Huai implicaba no solo una etapa decisiva en la construcción de la economía y bienestar de la patria, sino que a su vez ponía a prueba la propia capacidad del Gobierno Popular, el destino de la nación, la vida o la muerte de la nueva China que se levantaba orgullosa sobre la base de un régimen popular en que participaban todas las clases, todos los hijos, todos los partidos, todas las ramas de la economía en una sola voluntad de triunfo.

Page 93: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

93

Las masas comenzaron a despertar las milenarias reservas de energías dormidas en su seno por la incuria, la avaricia y la traición de las antiguas clases gobernantes. Se puso en movimiento la tradicional sabiduría e invención del genio chino y novedosas y revolucionarias iniciativas florecieron en donde quiera que el proyecto se llevaba a la práctica. Se centuplicó el heroísmo y el amor a la patria que ya había dado sus más hermosos frutos durante la guerra contra el invasor imperialista. Aquel florecer del ímpetu popular se debía a que el pueblo había sacudido la vieja fisonomía de China, en cuya lucha había movilizado no solo todos los recursos humanos, sino también toda su vieja laboriosidad. La sólida estructura de un pueblo que por milenios había sobrellevado la carga de dinastías parásitas, de mandarines viciosos y señores de la guerra que nunca marcaron una ruta de progreso y que, por el contrario, lo inducían a la intoxicación del opio y la destrucción por guerras civiles, había necesitado de un ideal creador y revolucionario que como el de la Nueva Democracia Popular tuviera por fundamento la comunidad de intereses en una nueva sociedad después de abatir lo anacrónico de la explotación semifeudal y la opresión extranjera. Solo así se pudo realizar el milagro de despertar todas las fuerzas vivas del país.

Durante el primer año de labores en el que la consigna central era hacer realidad el lema: «Menos daños con abundantes lluvias; ningún daño con lluvias escasas» se procedió a construir en lo alto del río una represa y pequeños reservorios que los campesinos tomaron con gran iniciativa por cuanto constituían una defensa inmediata a sus propias cosechas. 2.500.000 campesinos y 50.000 obreros, en su mayoría calificados, acudieron de todo el país a realizar el plan propuesto y al cabo de un año y unos meses tras de vencer toda clase de obstáculos y dificultades, el esfuerzo se coronó con la realización de 80.000.000 de jornadas continuas o en las que se realizaron 2.181 kilómetros de construcción, 861 kilómetros dragados, 3 gigantescos muros de contención, 12 estanques de reservas de agua y 119 tuberías y exclusas. Como consecuencia de este primer año de labores la producción agrícola en una sola provincia superó en 1.650.000 toneladas de cereales la producción de 1950. La primera parte del proyecto había sido realizada victoriosamente.

El segundo objetivo del proyecto fue la construcción de la represa distribuidora de regadío en Junhochi en el norte de Anhui. Se trataba de

Page 94: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

94

una gigantesca y compleja obra que puso a prueba la iniciativa y el poder creador del pueblo. Toda la nación estuvo pendiente del desarrollo de los trabajos venciendo a la naturaleza que parecía oponer a cada paso nuevos obstáculos a la tarea de dominio del hombre. De los campesinos y obreros surgían nuevos trabajadores modelos que realzaban exitosamente el entusiasmo y las labores.

El Ejército de Liberación también se fundió con los trabajadores convirtiendo sus nuevas tareas en campo de batalla. Después de recibir tres meses de estudios especiales, los soldados iniciaron por sí solos sus tareas combinando la estrategia y la bravura demostrada en la guerra en su nuevo frente de lucha. Su lema era: «Las jornadas de trabajo son como las batallas que solo se suspenden cuando se terminan». Durante la época de intensas lluvias de junio a julio, los trabajos corrieron el riesgo de ser paralizados y lo que era más grave, comenzaron a peligrar las obras realizadas. Se activó el trabajo colectivo y día y noche, bajo la inclemencia de las lluvias, la voluntad de hierro de los trabajadores estuvo enfrentada a los elementos. En los momentos más críticos, el comando de los trabajos lanzó el 1.° de julio una consigna de emulación socialista para la feliz realización de las tareas como un homenaje al 30.° aniversario de la fundación del Partido Comunista de China. El entusiasmo y el heroísmo popular se elevaron a nuevos y sostenidos niveles de sobretrabajo, pero también las aguas comenzaron a helarse por el invierno, amenazando de suspender las obras de dragado. Entonces fue cuando una muchacha remangándose las faldas, con las piernas desnudas, se introdujo en el río helado y con su pico continuó su tarea venciendo las dolencias del frío. Pronto la brigada de zapadoras que le acompañaban imitó el gesto heroico de la camarada y los trabajos continuaron ininterrumpidamente pese a que el río estaba prácticamente helado. Aquella muchacha fue señalada como heroína del trabajo, se llamaba Ku-Tso-Lang y su ejemplo pronto sirvió de inspiración a los poetas y pintores.

Al finalizar el tercer año de labor, cinco millones de trabajadores, de los cuales la mayoría eran voluntarios, habían realizado más del 40% del proyecto general. Más de 3.500 kilómetros de río se habían hecho navegables. Solo en la ciudad de Shanghái se habían concentrado 120 fábricas cuya producción de láminas de acero se destinaba para la construcción de una

Page 95: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

95

sola obra del proyecto. En la provincia de Anhui se transportaron un millón de toneladas de mercancías, alcanzando la movilización total en las diferentes obras la suma de 150 millones de toneladas. La cantidad de tierra que se ha movilizado en la demolición de montañas, dragados de ríos y ciénagas había sumado hasta el día de nuestra visita la fantástica suma de trescientos millones de metros cúbicos. Si con ellos se hubiese construido una muralla de un metro de alto por uno de ancho, había dado cinco veces y media la vuelta alrededor de la tierra por la línea ecuatorial.

Es así como este pueblo maravilloso ha sabido domar a uno de los ríos más grandes del mundo y transformarlo de objeto de muerte y desolación en fuente de economía pacífica.

—Nos trazamos tareas grandes porque construimos para hacer grande a la humanidad y no para destruirla, dijo un soldado del Ejército de Liberación condecorado con la medalla de Trabajador Modelo a los cientos de delegados de la Paz que contemplábamos las aguas del río Huai deslizándose mansamente por su cauce dragado.

UNA MAÑANA EN LA NUEVA CHINA

La mañana estaba lluviosa. Los campesinos caminaban en grupos por las estrechas calles de la aldea, llevando en balancines que apoyaban sobre sus hombros los frutos de la última cosecha. Bajo el peso de la carga apresuraban el paso como olvidados por un instante de su ecuanimidad tradicional. La abundante cosecha se apiñaba en los puestos de venta de hortalizas, en las tienduchas que parecían pequeños bazares dando alegría y movimiento a la villa de Hofei. Los trajes oscuros de las mujeres, abierta la falda en ambos lados, dejaban ver las piernas rollizas de las campesinas. En la puerta de las casas los abuelos jugaban con los nietos como si los últimos años de su vida estuvieran reservados solo para acariciar a los perpetuadores de su descendencia. Los niños correteaban bajo la vigilancia

Page 96: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

96

de aquellos ojos cariñosos mostrando sus nalguitas rosadas a través de la abertura de sus vestidos que les dejaban en plena libertad de satisfacer sus necesidades.

En la noche anterior, también bajo la lluvia, fuimos recibidos por la población de Hofei. Multitud de jóvenes con sus trajes de seda, redoblando sus timbales y platillos, danzaban y cantaban al son de sus propias canciones. Rojos faroles en forma de estrellas vibraban sobre sus cabezas, entremezclados con cientos de palomitas blancas de papel. Esos niños y esa juventud nos sacaron casi en hombros de los vagones del ferrocarril y a través de las calles, en ambos lados de las aceras, toda la población nos abrió sitio de honor acompañándonos con sus aplausos y sus interminables salutaciones a la paz. El tren se había retardado cerca de dos horas y aquella gente que desde por la mañana se había dispuesto a recibirnos, no había vuelto a sus casas todavía en la madrugada cuando arribamos a Hofei.

El mismo delirio volvió a resucitar espontáneamente en los campesinos cuando observaron nuestra partida hacia las obras de Fusi-Ling, sobre el río Pi, uno de los afluentes del Huai. Apenas si reconocíamos en aquel pueblecito tranquilo con sus casas de paja y callejuelas estrechas la misma población que inundada de faroles y cadenetas mostró la noche anterior la efervescencia de una gran ciudad. Los grandes buses se movilizaron con dificultad por entre las calles estrechas, reducidas aún más por la afluencia de los grupos de personas que habían acudido a despedirnos con sus ramilletes de flores y sus palabras cordiales.

La lluvia había mojado las calles y las llantas patinaban en el barro. Al fin logramos tomar las afueras de la ciudad y el poblado quedó a la distancia mostrándonos sus tejados azules.

El mosaico de las pequeñas parcelas de los campos de China se abrió a nuestra vista. Ligeras colinas se levantaban a lo largo de la ruta y sobre sus costados en rectángulos superpuestos, siguiendo el declive de la pendiente, los cultivos de arroz se escalonaban desde nuestros pies hasta lo hondo del horizonte. Cuidadoso empeño ponían los campesinos en levantar pequeños muros de barro en torno a sus parcelas, logrando así que el agua derivada de los sistemas de irrigación del Huai se empozara en ellas permitiendo la humedad necesaria a los cultivos de arroz. Con

Page 97: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

97

este ingenioso y antiquísimo procedimiento lograban no solo detener el agua, sino evitar la erosión del terreno para que las tierras se conservaran fértiles año tras año. Los resultados del reparto igualitario de la tierra que había realizado la reforma agraria se revelaban en aquellos rectángulos separados por los muros de barro, diferentes en la geometría, pero iguales en la extensión.

A mediados de noviembre las matas apenas emergían del suelo anegado para dar su color verde claro al paisaje. No era la época de los mayores cuidados a los cultivos y por eso solo encontrábamos a uno que otro campesino en medio de ellos. Por lo regular eran jovenzuelos que cabalgaban los lomos amplios de los carabaos. Mansamente las bestias inclinaban la cabeza hacia adelante obligadas por el peso de su larga cornamenta y, como si hubieran aprendido la paciencia y perseverancia de los agricultores chinos, medían la distancia con sus pasos lentos. Su piel, depilada y reluciente, recordaba las cosas pulidas por el tiempo. A pesar de su aparente fealdad, la gracia de sus movimientos hermoseaba su serenidad que les había hecho seres privilegiados en las viejas religiones orientales de templanza y paz.

El retumbar de los motores sacudía la tranquilidad de las pequeñas aldeas. Las ancianas salían a las puertas con sus nietos a los que no permitían alejarse un solo instante de su regazo. Sus cabellos recogidos en largas trenzas dejaban al descubierto sus amplias frentes con las cejas blancas por los años. Mientras tejían en silencio, sus ojitos esquivos de campesinas observaban a los jóvenes que alocadamente corrían hasta casi tocarnos con sus manos. Nuestra caravana de vehículos por aquellos apartados caminos se había convertido en una verdadera peregrinación. Por muy aisladas que estuvieran las aldeas, los campesinos demostraban estar enterados de quienes éramos por sus voces vivando a la paz.

Page 98: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

98

EL JOVEN DE LOS CRISANTEMOS

Como alguien llamara la atención a uno de los intérpretes acerca de los pocos varones que aparecían en las aldeas, el aludido, después de consultarlo con los dirigentes de la excursión de aquella localidad, nos informó:

—Mientras llega la época de la recolección del arroz maduro, los varones, igual que las muchachas, se han sumado a los trabajos de construcción de la gran represa de Fusi-Ling.

Efectivamente, no solo echábamos de menos a los varones, sino también a las mujeres jóvenes. Tan solo los ancianos o algunos niños cuidaban de los cultivos. Estos últimos, de pie sobre las ancas de los carabaos, solían gritarnos quién sabe qué saludos en sus delirantes voces. En una aldea nos detuvimos a tomar alimento y nos apeamos en una vieja casa que debió pertenecer a algún terrateniente y que entonces estaba destinada a una escuela. Los amplios salones tenían la arquitectura de las construcciones coloniales españolas. Alineados contra la pared, los estudiantes uniformados nos daban presentes de flores de todos los colores y calurosos apretones de mano. Preferían callar y sonreír o se limitaban a expresar su incomprensión con sus ojos abiertos cuando les decíamos palabras en nuestros idiomas. Los mismos estudiantes nos atendieron en una mesa improvisada. Los retratos de los dirigentes de la nación guindaban de las paredes adornados con palomitas de papel.

Un joven escolar de unos quince años tomó la palabra para decirnos brevemente:

—Nos sentimos orgullosos de haber recibido vuestra visita; que vuestra decisión de paz obtenga abundantes frutos en la lucha común de los pueblos contra la guerra.

Más tarde, ese mismo joven me mostró varios injertos de crisantemos verificados en el curso de historia natural que adelantaban en la escuela. En una misma maceta había flores de variados colores, pero prendidas

Page 99: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

99

todas de un solo tallo. Mientras las acariciaba, dijo con voz risueña al intérprete:

—Las flores viven en paz en una estrecha maceta. Los pueblos del mundo que también tienen un tronco común podremos vivir y viviremos en paz cualesquiera sean nuestras diferencias.

Por largo tiempo me quedé en silencio sin saber qué admirar más en aquel pionero de la nueva China, si la sabiduría de sus palabras o el entusiasmo con que hablaba por la paz. Deduje que debía ser un estudiante modelo al habérsele concedido el honor de dirigirnos la palabra. Cuando lo perdí de vista en medio del agasajo y la contagiosa efervescencia de los escolares que nos había contaminado, pregunté a uno de los profesores sobre el joven de los crisantemos.

—Es nuestro mejor alumno de lenguas. Habla perfectamente el inglés y el francés.

—Entonces —le repliqué— ¿por qué necesitó de un intérprete para hablar conmigo?

—Porque conoce sus deberes y no quiso interrumpir la labor de traducción que se le ha señalado a los intérpretes que acompañan a ustedes.

Entonces reconocí otras virtudes del estudiante ejemplar: su modestia y su sentido de la responsabilidad.

LOS SOLDADOS RETORNAN AL CAMPO

A medida que nos acercábamos a las márgenes del río Pi, la topografía de la llanura con ligeras colinas se fue transformando en las empinadas estribaciones de una sierra. La vegetación era abundante y salvaje. Los

Page 100: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

100

trabajos se realizaban en el pleno corazón de la montaña, muy lejos de los sitios que se beneficiarían con el gran receptáculo de agua que se construía. Nos tocó cruzar el vado de un río, posiblemente el Pi, y desde el bus contemplé el paso lento de una gigantesca balsa excesivamente cargada que subía la corriente. En el extremo de una cuerda de muchos metros de largo una hilera de campesinos semidesnudos doblegaban sus espaldas tirando de la balsa. En su gran esfuerzo curvábanse casi a ras del agua, que apenas llegaba a sus rodillas. Detrás de la balsa otros hombres sumaban sus brazos y parsimoniosamente la pesada carga ascendía el curso del río. Era el tributo de fe y heroísmo de los campesinos que con solo sus fuerzas físicas construían la gran hazaña del río Huai.

La lluvia había arreciado y los campesinos en medio de la carretera conducían sus productos hacia el mismo destino de nuestros buses. Se protegían del agua con sombrillas de papel de hermosos colores o bien con sombreros de palmas en torno al cuello como los que acostumbran los indios mexicanos, hecho que recordaba el común origen de estos pueblos.

Algunos soldados conducían grandes rebaños de ocas que al mirar los extraños buses levantaban conjuntamente sus largos cuellos como espigas blancas. Solo suspendían sus graznidos cuando dejados atrás oían las voces conocidas de los soldados apaciguándolos. Nos sorprendieron estas unidades del Ejército de Liberación, victoriosas en tantas hazañas heroicas, convertidas entonces en simples criadoras de gansos. No adivinábamos que ese Ejército de Liberación fundamentaba el éxito de sus triunfos y estrategia precisamente porque estaba constituido por obreros y campesinos que solo la necesidad de la lucha armada logró arrancarlos de sus menesteres de pacíficos productores. Pero el campamento de trabajo de Fusi-Ling, allí cercano, nos daría nuevas sorpresas de la calidad de estos nuevos soldados en la construcción pacífica.

Bajo la lluvia copiosa, los obreros, campesinos y soldados nos esperaban en medio de las calles, con sus danzas y canciones. El primer bus despertó una aclamación cuando los obreros en lo más alto de las construcciones, a más de cien metros sobre la montaña, lograron descubrirlo. Desde entonces sonaron las sirenas, los martillos sobre los yunques, las palas contra las piedras y los redobles sobre los timbales hasta mucho después que todos los buses, cerca de siete, recorrieron los espacios reservados por entre las

Page 101: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

101

carpas y los laboratorios de campaña. Algunas brigadas del Ejército de Liberación suspendieron por un momento el acarreo de arena para darnos la bienvenida y después como si sus músculos hubieran centuplicado sus fuerzas arrancaban con sus palas más tierra y la arrojaban más lejos en su tarea de demoler la montaña. Las muchachas con sus trenzas sujetas por lazos rojos, vestidas de hombre o con el uniforme del ejército, abrían paso levantando sus puños bajo la lluvia con un ardoroso deseo de manifestamos su regocijo porque los delegados de la Paz hubieran llegado hasta sus barricadas en aquella mañana.

DEMOLIENDO LA MONTAÑA

Se desvanecía la oscuridad en el campamento cuando fui despertado por unas voces que entonaban canciones con las primeras luces de la mañana. Creí que soñaba que, pegado a la tierra de China, toda ella se estremecía en un vigoroso himno a la vida. Después reparé que aquella melodía hería por vez primera mis oídos. Asomé un poco la cabeza fuera de las cobijas y entonces oí plenamente el coro que a muy pocos pasos donde me encontraba saludaba la mañana. En la pieza del campamento en que me había tocado pasar la noche, otros siete delegados dormían. Un sueño profundo los embargaba y recordando la larga jornada del día anterior, no quise importunar su descanso. Me asomé a la ventana y contemplé el paisaje a través de la lluvia. Las altas colinas se perdían bajo la bruma, pero el gorjeo de los pájaros las denunciaba muy altas. Reparé en el canto de las aves para identificarlo con alguno conocido por mí en la fauna americana, más a mis oídos llegaba una suma de tonos melodiosos imposibles de diferenciar. Sin embargo, habría jurado que una parvada de guacharacas sostenían un escandaloso palique en lo más alto de la cumbre y muy cerca, tal vez sobre el techo pajizo de la habitación, una pareja de gorriones se quejaba del intenso frío.

Page 102: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

102

Volví a poner atención a las voces y comprendí que un coro ensayaba. Ya algunos grupos de trabajadores platicaban frente a las puertas de sus respectivos dormitorios o cargaban depósitos de agua de un lugar a otro. Una columna de humo se desprendía de un alar y la lumbre muy viva lograba reflejar sus destellos dentro de la habitación vecina. Como la lluvia de los días anteriores y el paso continuo de los soldados había formado lodo sobre el piso, caminé bastante ceñido contra la pared de las habitaciones. Al cruzar una callejuela cayeron sobre mi cabeza descubierta, algunas gotas de agua y sentí su frialdad sobre mi rostro y hombros como un gesto amigo de la naturaleza.

Me introduje, por una puerta que encontré abierta, al interior de la barraca de donde salían las voces. Descubrí un grupo de seis jóvenes, dos de ellos mujeres, sentados en cuclillas sobre bancos y cajones.

Una de las muchachas mostraba con un pedazo de tiza las notas musicales escritas sobre una pizarra y a cada señal suya el grupo de compañeros entonaba la melodía de la canción. Pude repararlos por algún tiempo sin que advirtieran mi presencia. Fue uno de los varones, pequeño y vivaraz, quien logró divisarme de primero en el marco de la puerta. Se sonrió como para darme un saludo y sin interrumpir prosiguió el canto sostenido por los demás. Cuando hicieron una pausa, antes de que la muchacha que dirigía volviera dar la orden de continuar, me saludó con voz timbrada. Al instante todas sus miradas convergieron sobre mí. El joven que me había saludado tomó una taza y llenándola de té caliente me la extendió en señal de acogimiento. Ninguno de ellos hablaba un idioma que yo entendiera y nuestra comunicación se hizo a través de los gestos. Solicité que continuaran el canto y sin hacerse de rogar lo reiniciaron. Se trataba de una canción popular, llena de dulzura, pero que a la vez tenía, como la mayoría de las canciones chinas que había oído, un aliento marcial y optimista. Esa misma exaltación caracterizaba todas las manifestaciones artísticas de la nueva China.

Cuando dieron por terminada la canción, siempre manifestándome su alegría por mi presencia con sus miradas o estrechándome las manos comenzaron a dar lectura a un folleto. Primero leyó por varios minutos el joven pequeño y luego ordenó a un camarada que hiciera otro tanto. Era este muy alto y se llevaba hasta muy cerca de los ojos el folleto, sujetándolo

Page 103: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

103

fuertemente con ambas manos. Comprendí que era un campesino que comenzaba a leer de corrido. De nuevo el joven pequeño designó a una de las muchachas para que prosiguiera la lectura. Evidentemente aquel era el dirigente del grupo, aun cuando momentos antes siguió disciplinado las órdenes de la directora de canto. Así se fueron turnando hasta que leyeron todos. Solicité el folleto, pero no pude descifrar en sus ideogramas el contenido del mismo y por un instante salí de la habitación a buscar un intérprete. Al regresar con él, supe que habían ensayado una nueva canción que aludía a la amistad chino-soviética que se conmemoraba en ese mes de noviembre y que el folleto leído era el texto de las resoluciones de la Conferencia de Paz de los Pueblos del Asia y del Pacífico.

—Hemos estado atentos a vuestras deliberaciones y ahora nos disponemos a cumplirlas, —me hizo saber el joven de estatura pequeña que resultó ser un obrero calificado en el manejo de máquinas perforadoras.

Pregunté si aquel ensayo y estudio era algo ocasional y entonces me respondió:

—Hemos organizado por nuestra propia cuenta este grupo de estudio. Pertenecemos a una agrupación de amistad chino-soviética. Aquí hay muchas organizaciones por el estilo que actúan independientemente unas de otras.

—¿Cuál es el objeto de esas asociaciones? —pregunté.

—Mejorar nuestro trabajo y atender mejor el sentido de nuestra nueva vida. —Hablaba fluidamente, casi sin meditar en sus palabras. Los demás, sentados o de pie, denotaban el interés por nuestra charla en la atención que ponían a las preguntas y respuestas que cambiaban el intérprete y su compañero.

—Antes nuestra vida carecía de objeto —prosiguió contándome— pues el trabajo lejos de estimularnos hacía más amarga la existencia. Nuestros antiguos patrones nos obligaban a recibir trato de esclavos. Ni siquiera podíamos mirarles a la cara ni vacilar en obedecer sus órdenes. Ahora todo es diferente. Gozamos de libertad, de atenciones médicas y podemos alimentarnos. Trabajamos con fervor porque sabemos que lo hacernos por nuestro propio bienestar y por el de las generaciones futuras.

Page 104: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

104

El intérprete tuvo que solicitar al obrero que pusiera de vez en cuando pausa en su discurso para traducirme los apuntes que tomaba con gran dificultad por la forma rápida en que aquel se expresaba. No obstante, el calor de sus frases no lograba perderse en los cambios de la traducción. Me habría gustado entender directamente el idioma de aquel hombre para gozar de la palabra emocionada con que entusiasmaba a sus compañeros oyentes.

—Ahora no somos simples unidades de obediencia ciega —proseguía traduciéndome el intérprete al inglés—, sino que discutimos los aspectos fundamentales de nuestro trabajo con los responsables del mismo. Mientras estamos metidos aquí en la montaña sabemos que nuestros hijos y familiares son bien atendidos en la ciudad. Con frecuencia recibimos sus cartas y sus visitas. A propósito de cualquier rasguño tenemos los cuidados de nuestros camaradas los médicos y todos los días, a medida que realizamos las tareas con éxito, sentimos un gran orgullo de cuanto vemos levantarse ante nuestros propios ojos.

Sonó una sirena y los obreros me manifestaron que partirían a tomar el desayuno. Grandes grupos de trabajadores brotaban de todas partes inundando los contornos. Era difícil distinguir entre los soldados del Ejército de Liberación y el resto de campesinos y obreros, pues todos estaban uniformados, aun cuando los colores de sus vestidos eran diferentes. A lo lejos ya se oía el rechinar de las máquinas que no dejaron de martillar durante toda la noche. Un altoparlante entonaba canciones populares inspiradas por las hazañas del pueblo chino en las obras del río Huai en los años anteriores o la de los voluntarios populares chinos en el frente de Corea. Las mujeres cruzaban frente a mí; llevando en sus hombros los aparatos de perforación a presión con sus gorras y gruesos pantalones de dril. Una gran camaradería las unía a sus compañeros y a lo largo de la ruta hacia el trabajo, se alzaban juntas sus voces entonando canciones o corrían con juvenil entusiasmo. Muchos de ellos se habían casado allí mismo o las esposas habían venido a unirse a sus maridos en las faenas. Gran parte de los trabajadores eran campesinos voluntarios que se agregaban a prestar sus servicios después de que el cupo básico de obreros había sido copado. En estas formas demostraban que entendían claramente que la construcción de la represa de Fusi-Ling concernía en primer lugar a ellos que eran los

Page 105: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

105

beneficiados contra las inundaciones y con la irrigación permanente de sus cultivos.

Esa mañana expusieron a los delegados las maquetas topográficas de la región en que nos encontrábamos. Pudimos entonces darnos cuenta de la magnitud de la construcción que se desarrollaba ante nuestros ojos. Se eliminaría toda una montaña para que el lugar que ocupaba sirviera de lecho a la represa. Luego se desviaría el río de su antiguo lecho hacia un gigantesco depósito de 23 kilómetros cuadrados que formarían las cuencas de las montañas, cuando un dique de arco múltiple cerrara el círculo que pudiera acumular 500 millones de metros cúbicos de agua. El dique tendría una altura de 70 metros por 516 de longitud. El 32% de las aguas acumuladas se destinarían a irrigar 33.000 hectáreas de tierras arables y un generador produciría 8 mil kilovatios de energía eléctrica.

El valor de estas cifras se nos reveló cuando presenciamos la enorme colina que estaba siendo demolida y los soportes de los arcos que formarían el dique. Millares de campesinos descendían a lo hondo de las excavaciones de setenta metros de profundidad y regresaban a la superficie con canastas llenas de tierra que colgaban de balancines sobre sus hombros. Aquella labor parecía que no iría a terminar nunca con tan rústico procedimiento. No pensaban igual los héroes que día y noche, bajo la inclemencia del sol y de las lluvias, reunidos en una cadena de millares de acarreadores, cumplían con alegre canto las jornadas que se habían impuesto. Al lado de la labor rústica trabajaban también las dragas de confección china sumando su esfuerzo mecánico a la labor física del hombre. En aquella gigantesca empresa las máquinas prestaban a cabalidad su servicio de ayudar al hombre en su trabajo. No había esa aparente oposición entre el maquinismo y el hombre, sino la identidad en los propósitos cuando el interés común de los hombres doblega a su servicio sus propios instrumentos y la naturaleza.

Los campesinos pasaban infatigablemente de mano en mano las canastas llenas de tierra desde lo hondo a lo más alto de la cumbre. Veinte puños levantaban el pisón sostenido por cuerdas como radios de una llanta y los mismos veinte puños con el común esfuerzo lo hacían caer con más ímpetu para apisonar la tierra. Y este milenario método adquiría toda su eficacia entre estos modernos obreros que realzaban el trabajo con el empeño colectivo. No solo en esto se advertía la productividad del esfuerzo común, sino en la vida

Page 106: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

106

que hacían al concentrarse en el sitio de faena. Las tiendas de campaña para dormir, la cocina, el estudio y el regocijo se compartían colectivamente. Esa misma cuerda que sujetaba la cadena de cuerpos en las laderas empinadas también unía espiritualmente a todos los ánimos:

—Sabemos que si logramos subir una carga más desde el abismo a la cúspide con ello logramos que la patria ascienda un nuevo escalón, —nos manifestó una mujer que llevaba sobre sus hombros un balancín con sus canastas vacías y como para demostramos la verdad de cuanto nos decía, pronto se despidió con una sonrisa, incorporándose de nuevo a la hilera de acarreadores que también unían sus canciones en un solo canto. Después no la pudimos distinguir más entre los miles de obreros atareados en remover aquella montaña con las manos.

BALLET PARA EL DESCANSO

Las luces eléctricas se habían encendido sobre las obras en construcción. El calor de las labores continuaba igual como en las primeras horas de la mañana. Apenas disminuía al ser reemplazadas unas brigadas por otras, pero muy pronto el ritmo alegre y sostenido de la emulación se normalizaba a todo lo largo de los variados frentes de trabajo. En la tarde una gran animación se prendió en los alrededores de los campamentos. Grupos de parejas danzaban al son de sus instrumentos típicos ejecutados por los mismos trabajadores; se empeñaban en reñidos encuentros de foot-ball o bañaban ágiles los cuerpos en las aguas poco profundas del río Pi. Las unidades en descanso del Ejército de Liberación cantaban o en grandes círculos se dedicaban a los juegos chinos, llenos de graciosos gestos.

En la noche fuimos invitados a presenciar una función de ballet presentada por los mismos soldados. Miles de unidades del Ejército

Page 107: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

107

inundaban el amplio teatro de paja construido para los trabajadores. Cuando los delegados penetramos al recinto, una gran ovación tremoló con delirio y se sostuvo hasta cuando el último de nosotros tomó asiento en la tribuna de honor. Un conjunto de más de cincuenta voces entonó la canción de los voluntarios populares chinos y en los rostros de los soldados se dibujó una sombra por los hermanos que rendían su vida en defensa de la patria, pero no bien terminó el coro, pusiéronse de pie y con sostenidos hurras aclamaron la amistad entre los pueblos de la República Popular de Corea y la nueva China.

La obra presentada fue una alegoría a los trabajos realizados por el pueblo en las construcciones del río Huai. En procesiones los campesinos y obreros marchaban por los caminos a engrosar el gran ejército de trabajadores que oponían sus pechos a las inundaciones. Los estudiantes, los médicos, los ingenieros, los artistas y los dirigentes comunistas se sumaban a la gigantesca construcción que poco a poco iba transformando las desoladas márgenes en campos fructíferos. Un nuevo clima de paz y trabajo se cernía en los campos y las fábricas y toda aquella vendimia de frutos se centuplicaba cuando los combatientes de la paz paralizaban la acción destructora de los genios de la guerra. La obra terminó con una danza triunfal de los delegados de la Conferencia de la Paz de las regiones del Asia y del Pacífico difundiendo por el mundo sus nuevos mensajes sobre las alas de cientos de palomas blancas que volaron en el cerrado espacio del teatro sobre los aplausos y la música retumbante de los timbales y de los himnos.

Abrigados de impermeables, pues la lluvia no cesaba de caer, nos retiramos a las silenciosas habitaciones de los campamentos. Antes de quedarse dormidos; por mucho tiempo mis compañeros estuvieron cambiando impresiones de cuanto habían visto en aquel día. Inútilmente quise conciliar el sueño. Mi mente bullía por mil recuerdos y apenas conseguía dar vueltas en la cama. Me levanté y me asomé a la ventana. La noche estaba oscura y la lluvia abundante no dejaba asomar ni un lucero en el firmamento. Por el alar de la casa caía un torrente de agua y más lejos se oía el rumor de las cañadas rebosantes. En el fondo iluminado, como un himno que no conocía la tregua, se escuchaba el canto de los trabajadores durante toda la noche como una fuerza que por sí sola era capaz de movilizar la montaña.

Page 108: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

108

RETORNO DEL SOLDADO A SHANGHÁI

En la mañana llegó el tren a las márgenes del Yangtsé Kiang. Sin embargo, el grupo de delegados no nos dimos cuenta de ello sino cuando nuestro vagón estaba en mitad de la turbulenta corriente.

—Estamos cruzando el Yangtsé nos dijo el camarada Tsui mientras sus ojos pequeños y brillantes se asomaban a la ventanilla del tren para contemplar las aguas turbias por el sedimento. La emoción de aquel cruce sobre el río milenario nos hizo saltar de nuestras camas, levantar las cortinas, correr por los pasillos, preguntar y mirar el espectáculo. Si por sí sola era de admirar la impetuosidad de la corriente, vigorosa y cargada de oleaje como un mar embravecido, más fue para nosotros descubrir que cruzábamos en el mismo vagón del tren, sobre un barco, la gran extensión del río cuyas riberas se perdían en la bruma del horizonte.

—¡Con nosotros viene la locomotora y el resto de los carros!

—¡Solo así podría cruzarse este río pues un puente sería demasiado largo!

—¡Cómo son de turbulentas las aguas!

A cada momento brotaban las exclamaciones de mis compañeros asomados a las ventanillas. Los amigos intérpretes respondían a nuestras preguntas y de vez en cuando se remitían al camarada Tsui demandando alguna información que desconocían para respondernos. Pero esa mañana el camarada Tsui reflejaba una rara inquietud. Desde que nos acompañara como responsable del grupo de delegados que habíamos traducido los documentos de la conferencia del inglés al español, demostró extraordinario interés en hablarnos ampliamente sobre las cosas que llamaban nuestra atención en el largo viaje que habíamos emprendido desde Pekín hacia todo el nordeste de China. Pero cuando nuestro tren tornó hacia el sur en busca de Shanghái, noté que su espíritu cambiaba, tornándose un poco introspectivo. Ya conocíamos algunos antecedentes de su vida pasada como comandante de un batallón del Ejército de Liberación, combatiendo

Page 109: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

109

por muchos años en diferentes partes de China. Yo atribuía sus ratos de ensimismamiento a esa dura experiencia militar que le había dejado el hábito a las reflexiones íntimas.

Aquella mañana, sin embargo, su tendencia al silencio era más acentuada que nunca. Inquieto por su extraña actitud me le acerqué en son de confidencias.

—Camarada Tsui —le dije en voz baja— hace días que lo noto muy triste, ¿se siente usted enfermo?

Me miró sorprendido por mi pregunta y cambió de inmediato su semblante por una sonrisa que pareció despertarlo de sus hondos pensamientos.

—No, señor, me encuentro gozando de perfecta salud. Perdóneme si he dado margen para que se inquietara por mí.

—Hace días que observo su tendencia a la meditación, particularmente cuando mira por la ventanilla del tren.

—Tiene usted un buen don de observación —me respondió, volviendo a mirar la corriente como si fuera la primera vez que sus ojos la contemplaran. Después de una larga pausa, agregó:

—Hoy llegamos a Shanghái, mi ciudad natal. Hace diez años que me incorporé a las guerrillas. Eran unos tiempos tremendos de los cuales no quiero acordarme; sin embargo, al mirar estas aguas y estos paisajes conocidos por mí bajo la opresión del Kuomintang, vuelven a mi memoria tantos recuerdos desagradables que no puedo menos que ponerme triste...

Mientras hablaba el camarada Tsui, terminamos de cruzar el río y el tren volvió a recorrer los campos cultivados que se escalonaban en torno a las colinas por entre las cuales serpenteaban las paralelas del ferrocarril. Algunas aldeas aparecían a nuestro paso y los niños desde las puertas de sus casas levantaban las manos soltando al viento sus adioses; otras veces, al lado de una aldea vieja, con casas grises y feas, se levantaban las nuevas edificaciones aún sin terminar. De repente cruzábamos un puente metálico de reciente confección o largos caños por donde algunos cayucos con velas atravesaban los extensos cultivos, acercándose tanto a las ventanillas del tren que podíamos ver su carga de frutos. La mirada del camarada Tsui

Page 110: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

110

se enredaba en cada uno de estos detalles, se hundía hasta el horizonte identificando alguna colina o simplemente se perdía en la extensión comunicando a su rostro una honda emoción que no le era dado disimular.

La locomotora había penetrado en las primeras barriadas de la populosa Shanghái. La vida palpitante del pueblo se congestionaba en torno a los cientos de millares de pequeñas habitaciones, sumadas unas a otras sin plan ni organización. Habían surgido aquí y allá, urgidas por la superpoblación y por las callejuelas que se retorcían, cientos de personas caminaban sin prisa, pero atareadas en múltiples ocupaciones que daban a las barriadas aspecto de mercados. Mezcladas a las gentes que marchaban con sus bultos a las espaldas, las rickshaws conducidas por hombres a pie y las carretas sobrecargadas de las cuales tiraban los caballos incurvándose sobre la tierra decían de los grandes problemas de acarreos que soportaba la ciudad. Por mucho tiempo estuvimos recorriendo estos interminables barrios que, como avanzada de la gran metrópoli salían al paso del tren.

Alegres canciones comenzaron a resonar en el espacio, cadenetas de variados colores, palomas de papel, música y aplausos rodearon los vagones del tren cuando penetramos a la gigantesca estación de Shanghái. Hileras de niños nos saludaban levantando sus ramos de flores con alborozados gritos a la paz. No bien se detuvo la locomotora, en ordenada carrera penetraron al interior de los vagones y se trenzaron a nuestros cuellos con sus ojos brillantes y las sonrisas abiertas. Rodeados de sus cabecitas y con sus manos ardorosamente unidas a las nuestras, caminamos por entre la multitud que había acudido a presenciar la llegada de nuestro grupo, el último de los cientos de delegados que visitaba a Shanghái. Desde el interior de los automóviles pudimos apreciar a otra ciudad que nada recordaba las populosas barriadas vistas en sus inmediaciones. Elevados rascacielos, calles rectas y abarrotadas de almacenes se extendían a uno y otro lado con sus hermosísimos ideogramas dándonos la bienvenida o anunciando sus mercaderías. Si no hubiera sido precisamente por esos ideogramas chinos, Shanghái me habría parecido una ciudad norteamericana como Detroit o Chicago. Era fácil adivinar que estábamos en el corazón de lo que había sido el más grande centro de inversión de los imperialistas en China.

En las primeras horas de la mañana nos fuimos compañía del camarada Tsui a recorrer la ciudad. Una densa bruma cubría el puerto sobre el río

Page 111: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

111

Va-sang, en cuya orilla izquierda se levantaba Shanghái, la bulliciosa ciudad. Los rayos del sol comenzaron a disolver la neblina y pudimos descubrir una gran cantidad de mástiles con sus velas desplegadas y que perezosamente subían o bajaban la corriente. Los más grandes remontaban el río trazando grandes zigzags sobre la corriente, aprovechando un viento del nordeste que inflaba sus velas. Los más pequeños muy pegados a la orilla, eran impulsados por palanqueros que corrían de uno a otro extremo del barco entonando canciones que menguaban el cansancio; en la popa, el timonel oscilaba un largo remo que hacía las veces de timón al imprimirle un movimiento de paleta valiéndose de una cuerda. Los ojos del camarada Tsui reparaban en los barcos como si cada uno de ellos guardara recuerdos de su infancia. Después, como si ante su mirada se alzara otra visión que nosotros no podíamos ver, nos dijo:

—Como ustedes aprecian, el puerto está vacío de grandes barcos. Antes de la liberación y del bloqueo que ahora imponen los países capitalistas a nuestros puertos, este muelle se hallaba siempre inundado por grandes barcos de diferentes banderas. Nos traían muy pocas cosas y en cambio se lo llevaban todo.

El viento trajo un coro de canciones y nos fuimos en su búsqueda. A lo largo del muelle un centenar de hombres y mujeres cantaban y bailaban alegremente. Alguien preguntó al camarada Tsui sobre aquellas danzas, pero por vez primera sus labios no supieron que respondernos. Para él como para nosotros era extraño aquel baile en el puerto en un día de trabajo. De repente se oyó un silbato y las parejas se disgregaron recogiendo precipitadamente algunas prendas de vestir tiradas en el suelo y tras de cruzar la calle vecina, penetraron alegremente por las puertas de un banco. Entonces el camarada Tsui nos confirmó lo que habíamos supuesto:

—Ahora comprendo, son los empleados que bailaban y cantaban mientras llegaba la hora del trabajo.

Más adelante en un jardín, también a la orilla del río, cientos de gimnastas se entregaban a la práctica de movimientos rítmicos. Los profesores, casi siempre hombres de edad avanzada, ejecutaban suavemente algunos gestos sin aparente objeto, como cazando invisibles moscas en el espacio o ayudando a alguien a subir una escalera. Luego los discípulos

Page 112: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

112

repetían parsimoniosamente aquellos movimientos y todo el jardín parecía una casa de orates interesados en las mímicas más absurdas. Detrás de un hermoso huerto oímos algunas voces cantando y muy pronto descubrimos a varios estudiantes ensayando con un maestro. Nos llamó la atención que varias mujeres gordas se afanaban igualmente en practicar la gimnasia y entonces el camarada que había permanecido silencioso comenzó a darnos algunas explicaciones sobre lo que veíamos:

—Antiguamente solo venían aquí los adinerados a practicar la gimnasia china. Pero ahora veo que se ha convertido en un parque popular y hasta me han dado ganas de iniciar un curso de gimnasia ahora mismo.

Las palabras brotaban emocionadas de su pecho y comprendimos que él se hallaba mucho más extrañado por cuanto veíamos que nosotros mismos. Pero fue al siguiente día, un domingo, cuando vimos al camarada Tsui tan conmovido que saltaron temblorosas lágrimas a sus ojos de militar aguerrido, curtido en mirar de cerca los horrores de la guerra. Habíamos estado visitando un teatro con capacidad para más de 15.000 personas y no bien salimos de él cuando nos dijo:

—Antiguamente este fue un stádium para carreras de galgos.

Mientras continuaba explicándonos la transformación del viejo stádium en un teatro de recreación popular, llegamos a un hermoso parque en donde fuimos objeto de una inusitada aclamación por el público. Madres y padres paseaban a sus chicuelos por las avenidas, rodeadas de flores y estanques. En el centro millares de niños jugaban en columpios, deslizadores, tiovivos y demás juegos infantiles. La chiquillada subía y bajaba en una ola de risas y gritos. Los mayorcitos al advertir la presencia de los delegados se botaron a nuestro encuentro y ya apretándonos las manos, ora solicitándonos autógrafos o preguntándonos lo incomprensible en su idioma cantarino, prácticamente nos impedían dar un paso. Una y mil veces repetían en coro sus vivas a la paz y en medio de aquel júbilo hubimos de confundirnos con su alegría avasalladora. Entonces fue cuando reparamos que el camarada Tsui se había apartado un poco y disimuladamente se borraba unas lágrimas del rostro. Junto con una amiga española me acerqué a él para compartir la honda felicidad que lo embargaba y cogiéndonos las manos, tras de hacer un gran esfuerzo por serenarse, nos confesó:

Page 113: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

113

—Y pensar que cuando niño nunca pude asomarme a este parque que era un hipódromo inglés y ahora, al retornar después de haber dejado a la ciudad bajo la horrorosa férula de los imperialistas, tener el gusto de ver a los niños reír y gozar en estos jardines ayer prohibidos para la infancia.

La algazara de los pequeños en pos de nosotros rompió la confidencia del soldado y para sentirse más seguro de sus nervios, se agachó igual que nosotros y levantó en sus brazos fuertes a una criatura y la besó varias veces en la mejilla.

HUÉSPEDES DE UNA NUEVA VIDA

—Antes no había futuro para mí, pero ahora lo tengo y viene pronto —fueron las palabras con que aquella mujer trigueña, de ojos negros y mirada inteligente, terminó el trágico relato de su prostitución.

La historia se remontaba a los diez años, ahora tenía 22, cuando sus padres la llevaron del campo a Shanghái para entregarla a una familia acomodada, pues ellos no tenían cómo alimentarla. Tres años después era violada por el “honorable” padre de familia que se había hecho cargo de su crianza en calidad de sirvienta. Como no lograra hacerla ceder a sus pretensiones durante los dos años que siguieron a su violación, optó por venderla a un prostíbulo donde, a pesar de todos los esfuerzos que hizo por comprar su libertad, debió venderse durante cinco años y posiblemente hasta el resto de su vida, si la revolución no hubiera triunfado sobre los feudales que mantenían a China bajo la opresión.

Cuando terminó su relato con gran altivez, segura de que si su cuerpo se había manchado no había sido por su culpa, los directores del instituto para reformar a las antiguas prostitutas permitieron que aquella mujer nos

Page 114: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

114

acompañara en la visita al establecimiento. En primer lugar, llegamos a la guardería de los hijos de las madres allí recluidas. Una veintena de chiquitines jugaban en sus mesitas, rodeados de juguetes y de los cuidados de las tutoras, antiguas rameras que ahora velaban por la salud de los niños de sus compañeras como si fueran sus propios hijos. Al penetrar a su guardería los pequeños se mostraron asombrados de nuestra visita y con sus ojos inocentes nos miraban sin comprender la presencia de tantos rostros extraños.

Un año después de tomar el poder, en 1950, el Gobierno Popular pidió a las prostitutas que abandonaran su modo de vida y la mayoría acudió al instituto que se había establecido para su readaptación. Entonces comenzó una lucha contra la propaganda que los dueños de prostíbulos diseminaban calumniosamente, diciendo que aquellas eran remitidas a trabajos forzados al norte.

Nosotras nos llenamos de miedo —nos confesó nuestra guía—, pues presentíamos que ya fuera aquí en el reformatorio o en los trabajos forzados de que nos hablaban nuestros explotadores, iríamos a tener vida peor que la que llevábamos en los prostíbulos. Como ustedes ven, nuestro miedo era injustificado, pero nosotras que no sabíamos entonces leer, nos ateníamos a los comentarios de los amos.

Como muchas de ellas persistieran por su voluntad o bien obligadas por sus dueños en continuar su género de vida, el Gobierno Popular prohibió en 1951 la prostitución en todo el país, clausurando los últimos 78 lenocinios que existían en Shanghái y recluyendo a la fuerza cerca de quinientas mujeres. En esta forma se oyó el clamor de los representantes populares municipales que solicitaban tal medida para terminar con el mayor foco de prostitución que existía en China, pues Shanghái en 1949, centro de operaciones del comercio internacional, tenía 4.000 prostitutas y 800 prostíbulos.

El reformatorio que visitamos en Shanghái, uno de los muchos que existen en China, constaba de dos grandes pabellones, separados por un largo patio. Nuestra guía, que se había convertido durante los dos años de permanencia en él, de analfabeta en maestra de sus compañeras, nos presentó el grupo al cual pertenecía. Las mujeres nos recibieron con muestra de alegría, invitándonos a que visitáramos sus alojamientos y

Page 115: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

115

lanzando clamorosos gritos de bienvenida, de los que solo comprendíamos sus alusiones a la paz. Ni una sola cara mostraba amargura y podía leerse en sus rostros que nada quedaba en sus corazones del pasado ominoso. Nuestra guía nos revelaba a su turno su regocijo en sus cordiales explicaciones:

—Muchas han venido por persuasión de sus vecinos; algunas porque no encontraban oficios a que dedicarse una vez que los prostíbulos fueron clausurados y otras debieron ser traídas a la fuerza, pues un gran terror las amedrentaba cuando oían hablar del reformatorio.

—¿Y no se escapan? —preguntó una delegada inglesa, sorprendida como todos nosotros de la libertad que tenían.

—No se ha presentado el primer caso. Por el contrario, lo frecuente es que no deseen salir de aquí, como me sucede a mí. El Gobierno se preocupó por encontrar a mis padres, quienes después de la reforma tienen su parcela que cultivar. Vinieron por mí, pero yo he preferido quedarme. Me visitan dos veces a la semana, pues su aldea queda cerca de la ciudad. La mayoría, sin embargo, ha salido ya reformada conociendo algún oficio en que trabajar o se ha casado.

—¿Y qué hacen con aquellas que tienen hijos ya mayorcitos? —Volvió a preguntar la delegada inglesa, que anotaba en su libreta como si toda su vida hubiera sido una estudiante.

Después supe que era una maestra de escuela y estaba sorprendida porque no podía explicarse, a pesar de lo que veía, de que en China, en lo fundamental, había desaparecido la prostitución. La muchacha le explicó:

—El Gobierno Popular se ha hecho cargo de resolver todos nuestros problemas familiares ocasionados por nuestra estada aquí. A los niños de edad escolar se les envía a la escuela y a los padres muy ancianos se les aloja, en casas de reposo.

—¡Pero esto cuesta mucho al Estado! —comentó extrañada la institutriz, a lo que respondió de inmediato nuestra guía una vez que le tradujeron la opinión de la delegada:

—Eso solo puede hacerlo un Gobierno Popular como el nuestro. Como usted comprende, no se trata de ayudar a una o varias personas, sino de extirpar un vicio propio del viejo sistema.

Page 116: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

116

Entonces la muchacha contó como el “protector” que había abusado de ella y luego vendido a un prostíbulo, también había sido llevado a otro reformatorio en donde eran reeducados en igual forma los antiguos dueños de lenocinios.

Después de visitar las salas de estudio pasamos a ver una fábrica de medias anexa al instituto y reservada exclusivamente a las antiguas prostitutas. Un inmenso telar de ruecas a manos y de tejido mecánico muy primitivo, daba trabajo a la mayor parte de las recluidas. Nos vieron llegar con ojos vivarachos, pero ponían todo su interés en demostrar que no nos observaban. Por debajo de sus párpados podíamos ver que nos reparaban de pies a cabeza. Cuando nos retiramos, sus gritos acallaron el ruido de los telares para lanzar repetidos vivas a los delegados de la Conferencia de Paz. La institutriz inglesa dejó su habitual circunspección y tres veces lanzó en chino, coreada por nosotros, otras tantas salutaciones a la paz. Todavía al despedirnos, nuestra guía, todo fervor y devoción por su nueva labor en beneficio de sus hermanas y de la patria, nos decía satisfecha:

—El trabajo no solo nos permite solucionar nuestros problemas personales, sino que es un medio de educación. Nos damos cuenta de que para vivir en la nueva sociedad debemos ser útiles a ella.

EL MÁRTIR DE LA SONRISA

«Querido padre:Gracias por haberme criado. Hoy cumplo el deseo más querido: sacrificar mi vida por la causa de la revolución. A mi mujer, Yin, cuídala que ha sufrido mucho por mí. Que no me olvide, pero que se case de nuevo para que sea feliz. Yo jamás la olvidaré aunque esté muerto. A mi hijo que aún no ha nacido, decidle cómo murió su padre. Mi muerte es un acontecimiento

Page 117: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

117

para mí y los míos, pero en el conjunto de la lucha revolucionaria no significa nada. Todavía quedan millones que me vengarán».

Dulce es morir por la patria, pero mucho más dulce cuando al pie del cadalso se tiene la convicción sincera de que el curso futuro de los acontecimientos corre presuroso a servir de pedestal al sacrificio. He aquí esa tremenda serenidad ante el verdugo, ese orgullo frente a los asesinos, esas voces de estímulo a los que quedaban, esa sonrisa que no pudo borrar la muerte del rostro juvenil de Wang Shao Ho. Apenas tenía 27 años y fue sacrificado solo uno antes del triunfo de su revolución, 1948, como para que su muerte prematura, pero llena de heroísmo, sirviera de ejemplo al mundo de que sacrificar la vida sin la menor sombra de vacilación por una causa cuya victoria es inexorable es tan dulce como vivir eternamente con la sonrisa en los labios.

¡Cómo debieron temblar las manos de los verdugos que dispararon las armas! ¡Cómo resonarían en los oídos del pueblo las canciones con que sembró el camino hacia el cadalso! ¡Qué sentiría el fotógrafo que supo recoger cada uno de los segundos que precedieron al sacrificio! ¡Dónde esconderían su miedo los criminales que pretendieron con su muerte borrar su presencia imborrable! ¡Cuál sería el llanto de ese padre y esa esposa cuando los amigos llegaron a contarles cómo había sabido entregarse Wang Shao Ho al sacrificio: llevó una sonrisa radiante desde la prisión hasta después de la muerte!

Yo pregunto si se puede asesinar el ideal. Si es posible que la fe en el triunfo de la revolución pueda ser cercenada con la descarga de la fusilería. Si la juventud que ríe llena de vida como un sol puede ser ahogada por las sombras de lo que ya está próximo a morir. Yo quisiera que me respondieran si Wang Shao Ho puede morir en el corazón de esos millones de chinos que, como él lo sabía, han sabido vengarlo. Si acaso no nace todos los días de nuevo cuando por primera vez el niño o el extranjero llega a mirar las fotos que revelan su gesto altivo con las manos esposadas a la espalda, levantada su cara rebosante de alegría, en medio de los policiales que lo conducían a la muerte. ¡Cómo olvidar ese pecho erguido, cubierto por una camisa blanca, cuando él desfilaba cantando frente a su pueblo! ¡Esa actitud enérgica y delirante de entusiasmo cuando lanzaba las consignas de la revolución! ¡Y el momento antes de la ejecución cuando miraba la cara

Page 118: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

118

de sus victimarios, feliz y altivo sin mostrar siquiera una sombra de odio o de rencor! ¡Y luego la muerte y su sonrisa imborrable! ¡Supo traspasar de la vida a la gloria sin dejar de sonreír!

Su ejecución tuvo lugar en Shanghái. Yo creo que si Wan Shao Ho hubiera muerto en otra ciudad, tal vez habría demostrado la misma entereza frente a la muerte, la misma fe en el triunfo de la revolución, pero quizá no habría sabido morir sonriendo. Shanghái es la ciudad de los mártires. Otras ciudades chinas pueden vanagloriarse de sus palacios, de su cultura, de su bravura, de su heroísmo, pero solo Shanghái supo dar mártires con sonrisa en los labios. Yo no conozco la historia, ni los nombres, ni las fechas, ni los lugares donde fueron asesinados estos héroes. Yo solo he visitado en el Palacio de los Trabajadores de Shanghái la exposición de fotografías y prendas personales que llevaban en el momento de ser sacrificados estos mártires de la revolución. Me ha bastado mirar esas caras de los profesores, de los líderes obreros, de los periodistas, de las mujeres dirigentes, de los niños, de los anónimos, de las madres, de los estudiantes, en fotografías desteñidas, tomadas con disimulo, en las cuales el fotógrafo exponía su propia vida, reproducidas en los periódicos, carcomidas por el fuego, manchadas por la sangre de las víctimas. Me ha bastado, repito, con mirar estas fotos, como las que reproducen los últimos momentos de Wang Shao Ho, para comprender y sentir que el pueblo de Shanghái, que su clase trabajadora y sus dirigentes han sabido fundirse en el heroísmo de sus hombres en la lucha abierta, soterrada y valiente contra los reaccionarios de la patria y contra los opresores extranjeros.

He visto la foto de Chen lwen, la dirigente sindical que escribió una carta a sus amigos anunciando que sabía que moriría asesinada de un momento a otro, pero que la muerte no la intimidaba y que la lucha de la clase obrera debía proseguir hasta la victoria. He visto un facsímil de esta carta y también una foto de su cuerpo asesinado cuando era velado por sus compañeras de trabajo. Se había cumplido su trágica profecía. He visto los rincones en donde se reunían los comunistas que dirigían la lucha de la clase obrera. Allí la foto de un niño torturado por los japoneses y enterrado vivo. Da indignación mirar las fotografías de los marinos ingleses masacrando al pueblo de Shanghái. Los estudiantes víctimas de la furia policíaca y también he visto a los comunistas vendados los ojos, las manos

Page 119: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

119

amarradas a la espalda, de rodillas en la calle y los policías del Kuomintang disparando por la espalda a sus cabezas. No impresiona ver los muertos o los que van a morir de esta manera, sino esas fotografías que muestran a los que ya amarrados y de rodillas contemplan altivos la ejecución de sus camaradas. Y todo esto solo en vísperas de la entrada triunfal de las tropas revolucionarias en el último reducto de los traidores nacionales y de los opresores de la patria.

Shanghái vive orgullosa de haber sido la cuna de tantos héroes, pero mucho más de que en su seno reposen en sitios conocidos o ignorados los restos de sus mártires. Brotan a los labios las palabras del poeta chino estampadas en la tumba del mártir: «¡Qué suerte tiene la montaña azul que el héroe nacional repose en su seno!».

LA LIBERACIÓN ALUMBRA PARA TODOS

La visita al reformatorio de vagos, rateros y maleantes de Shanghái fue un grato momento y una sabia enseñanza para los delegados.

El automóvil que nos había traído desde la ciudad penetró por una puerta a un amplio jardín sin guardias ni rejas. Nos extrañó que, a la inversa de lo tradicional en nuestras visitas, en vez de hacernos tomar el té y de agasajarnos con frutas y comidas, en esta ocasión fuimos conducidos inmediatamente al interior del establecimiento. Los intérpretes forzaron ostensiblemente nuestro paso obligándonos a pasar muy de prisa por los largos corredores. No tuvimos tiempo de reparar, como hubiera sido de nuestro agrado, en el gran número de reclusos que jugaban en los patios o que en los amplios salones aprendían a leer con el nuevo método de enseñanza rápida. Hasta noté que algunos delegados se sintieron incómodos por la inesperada prisa a que nos vimos impulsados. Pero no tardamos en comprender su causa: había

Page 120: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

120

comenzado una obra dramática representada por los mismos reformados en el teatro de la institución y llegábamos un poco tarde.

Se trataba, como lo supimos más tarde, de la vida de uno de los recluidos que de analfabeta se había convertido en un trabajador modelo. En el primer acto el personaje central era un tahúr cobarde que, amparado por los comerciantes con influencias en el gobierno reaccionario, dirigía una banda de maleantes encargados de robar en los garitos a los favorecidos por la suerte en los juegos de azar.

Como él no sabía exactamente a quienes asaltaba, ni a quienes servía en la intrincada red de pícaros auspiciada por el Gobierno, nunca estuvo seguro ni de lo que hacía ni de su propia vida. Tenía conciencia de que se hallaba entre la espada y la pared, que con la misma facilidad con que asesinaba de un momento a otro podría convertirse en víctima. Esto lo tornaba frío y calculador, indeciso y pusilánime.

En el segundo acto, huyendo de sus propios cómplices que lo perseguían, intempestivamente fue a esconderse en una buhardilla donde sorprendió a un grupo de revolucionarios. Entonces se desarrolló el momento culminante del drama. Los revolucionarios lo tomaron por detective, pues lo habían visto en compañía de gentes del Gobierno y él a su vez imaginaba que había caído en la trampa por sus perseguidores.

—Yo sé que ustedes pretenden asesinarme —les confesó, sacando una puñaleta y poniéndose a la defensiva.

Los revolucionarios se miraron extrañados de su actitud y el jefe le respondió:

—Nosotros sabemos que eres un policía. Dinos cuántos gendarmes rodean la casa.

El perseguido no supo qué responder y en tono balbuciente trató de intimidarlos:

—Más de media docena.

Sin hacer caso al puñal con que los amenazaba, el jefe de los revolucionarios se asomó a la ventana y confirmó que en realidad algunos hombres rodeaban la casa.

Page 121: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

121

—Vienen por nosotros —exclamó el revolucionario.

—No, vienen por mí —replicó el tahúr lleno de miedo.

Por un instante se cambiaron miradas los revolucionarios y su jefe comprendió la situación e inmediatamente hizo simular una visita de varios amigos a un enfermo y bajo la cama de este se escondió el tahúr. Al momento penetraron sus perseguidores y al ver tantas personas allí reunidas preguntaron:

—¿Ha entrado aquí algún extraño?

El jefe, que fingía una consternación por el enfermo, exclamó apesadumbrado:

—No, esperamos al médico, pero no ha llegado todavía.

No bien se retiraron los policías, los revolucionarios rodearon al tahúr, entablándose un diálogo entre este y el jefe:

—Soy un ladrón; pero mi alma me pide que sea un hombre honrado.

—¿Por qué robas?

—Me obligan mis superiores.

—¿Quiénes son tus superiores? —insistió el revolucionario.

—No los conozco.

—¿A quiénes robas?

—A los que me ordenan.

Y así continuó el diálogo hasta que el jefe revolucionario reveló al bandido que él era un instrumento de unos para explotar a otros. Que todo eso se debía al sistema social basado en la explotación del hombre por el hombre. El diálogo culminó con la petición del revolucionario al bandido de cambiar su vida y luchar para transformar la sociedad que lo había convertido en ladrón.

—Estoy perdido. Yo no dispongo de mi voluntad ni de mi vida. Soy un instrumento del vicio que no puede liberarse.

Y desesperado intentó suicidarse en presencia de los revolucionarios, pero estos impidieron sus propósitos gritándole en coro:

Page 122: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

122

—¡La revolución te salvará! Ahorra tu vida para la revolución.

En el tercer acto, la escena tomó lugar en el interior del reformatorio donde se presentaba la obra. El ladrón se había convertido en un reformado ejemplar. Había comprendido el objeto de su permanencia allí y encauzaba a los antiguos vagos a recibir las enseñanzas de sus educadores. La obra terminó con la aclamación a sus palabras:

—Antes éramos hijos del hampa, pero hoy pertenecemos a la nueva China. Ahora hay que comprender que el ocioso no tiene cabida y es mal mirado por todos.

Al caer el telón y encenderse las luces nos encontramos frente a miles de reclusos que nos aclamaban con delirio. Grupos de mujeres y hombres se botaron en torno nuestro manifestando sus reconocimientos por nuestra participación en la Conferencia de Paz. El amplio teatro estaba inundado de palomitas, cadenetas y banderas de papel. Aquellos adornos no habían sido confeccionados para nuestra llegada, sino que, como nos manifestó el director del Instituto, hicieron parte de los actos celebrados antes y en honor de la Conferencia. Un grupo de reformados nos fue presentado: eran los directores de la campaña por la paz. En sus caras se reflejaba el orgullo de haber contribuido en alguna forma al éxito de nuestras deliberaciones. Al regresar por los corredores tuvimos todo el tiempo que quisimos para conversar con muchos reeducados que nos asaltaron a nuestro paso. Otros proseguían sus juegos o bien permanecían en las salas de estudio. Nos asomamos a una sala y presenciamos a cientos de ellos sentados en cuclillas en el suelo, siguiendo con atención las indicaciones del método rápido de lectura. Por un momento pusieron más interés a nuestra presencia que a los libros. Bastó con que uno de nosotros gritara en chino un viva a la paz para que aquellos hombres, como niños a quienes se les diera licencia para el juego, prorrumpieran en una escandalosa aclamación.

El director nos informó que solo residían allí 2.166 hombres y 3.057 mujeres de los 31.600 que habían pasado por la institución.

—¿Y qué ha sido de los otros? —preguntó alguien.

—Después de transformados han llegado a ser magníficos trabajadores y algunos hasta cuadros dirigentes —nos manifestó el director agregando—: los que procedían del campo y se convirtieron en la ciudad en vagos por

Page 123: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

123

habérseles arrebatado sus tierras, se beneficiaron con la reforma agraria y se han restituido a sus primitivos hogares. Los que deseaban aprender algún oficio han sido enviados a las escuelas técnicas. La gran mayoría son hoy trabajadores de diversa índole. A algunas campesinas que no tenían ni familia ni tierra se las ha agrupado en colonias agrícolas denominadas «El nuevo hombre», que ya forman cuatro aldeas y extensos cultivos.

Aproveché una pausa para interrogar al profesor de la clase que habíamos interrumpido con nuestra presencia, un hombre pequeño de ojos saltones, acerca del criterio educativo que dirigía la reeducación de los antiguos vagos. Habló un rato con una voz muy ronca como hasta entonces no la había oído entre los chinos. Cuando terminó, el intérprete me tradujo:

—En primer lugar, se les hace ver que por su antigua condición de ignorantes y desocupados convertíanse en perturbadores y se les explica el porqué son traídos aquí y cuál es el futuro que les espera. La base esencial de la reeducación descansa, sin embargo, en elevar la estimación de sí mismos, haciéndoles comprender el gran rol que han de jugar en la nueva sociedad china.

Como notara la satisfacción en su rostro por la oportunidad que tenía de explicarnos la conducta educativa que se adelantaba con los reformados, no dudé en volverle a preguntar si los estudios eran simplemente teóricos. Movió la cabeza negativamente antes de responder y no me sorprendí cuando escuché la respuesta de labios del traductor:

—No, siguiendo los delineamientos generales de la educación actual, combinamos los estudios teóricos con la práctica. Una vez que han recibido las primeras nociones del papel que jugaban en la vieja sociedad y del que les corresponde en la nueva, se les deja salir del Instituto a trabajar, según sus gustos y conocimientos, en empresas del Estado o en las privadas. Después de cumplidas las jornadas diarias tornan al Instituto.

—¿Son muy frecuentes los casos de reincidencia? —interrogó un delegado ecuatoriano al director del reformatorio. Era este un hombre de edad avanzada al juzgar por sus cabellos canosos. Tenía el don de hacerse simpático por sus gestos cordiales.

—Hasta ahora no se ha presentado el primero —nos dijo sin dejar de sonreír mientras hablaba—, pero sí hemos tenido algunos de rebeldía. Al

Page 124: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

124

ser traídos aquí se comportaban exactamente como en las viejas cárceles, es decir, como resentidos. Pero pronto la preocupación que aquí se tiene por ellos les hacía comprender rápidamente que no estaban en una institución de represión, sino en una escuela. Los más adelantados se convierten en una fuerza viva que sirve de estímulo a los más atrasados o rebeldes, obligándolos a superarse gradualmente. El cincuenta por ciento de los que han pasado por aquí eran analfabetas y a todos se les enseñó a leer y a escribir; así mismo más del sesenta por ciento sufría de enfermedades y se les curó: estas son las razones para que no escapen y tengan interés en reeducarse.

—Y, ¿son muchos los casos que vienen ahora acusados de haber robado por primera vez?

—Puedo asegurarles —dijo el director con gran complacencia— que el robo ha desaparecido en la nueva China.

De un distante jardín nos llegaba el canto y las risas de un grupo de mujeres que agarradas de las manos jugaban en círculo.

Una de ellas pretendía penetrar al interior del ruedo, pero siempre que lo intentaba las compañeras le cerraban el paso uniendo sus cuerpos. Como reparara que algunas eran de avanzada edad, solicité sobre su conducta anterior. El director nos invitó a que nos acercáramos al jardín donde jugaban.

—Son antiguas propietarias de prostíbulos que se reeducan por el trabajo —nos explicó mientras nos sentábamos en una banca a muy pocos pasos de las mujeres.

—¿Pero no son muy ancianas para aprender algún oficio? —argumenté un poco extrañado, pero el director después de reparar por un instante en su juego me respondió:

—Ellas mismas lo han solicitado y eso demuestra que la liberación alumbra para todos.

Page 125: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

125

EL ESCRITOR DE HANG CHOW

«Hang Chow es el lugar más bello del mundo», oí exclamar muchas veces a varios delegados de diferentes países. En realidad, parece que la naturaleza y el genio chino hubieran puesto en este jardín sus más bellas obras. Sin embargo, cuando yo recuerdo a Hang Chow, más que sus hermosos lagos, viene a mi memoria la robusta y a la vez delicada sensibilidad del escritor Lu-Hsun. Repetidas veces me he preguntado, ¿cómo los maravillosos paisajes de Hang Chow en cuyos jardines los horticultores chinos han logrado obtener 4.000 especies diferentes de crisantemos; cómo los estanques en donde millares de peces de variados tintes obedecen a sus cuidadores como rebaños de ovejas; cómo las orillas de sus lagos concéntricos, bordeados de casas de pescadores y de antiguos palacios de princesas, pudieron engendrar el alma rebelde de Lu-Hsun que vivió en tremenda lucha para encontrar su propia vocación de artista? Es evidente que la belleza de las islas y grutas donde parece que se quedó dormida la serenidad, debieron gestar en el alma del niño el amor entrañable por la bondad de las cosas y que al no hallar el bien en medio de la sociedad feudal en que le tocó actuar, Lu-Hsun se convirtió en un batallador capaz de arrancar a los labios de Mao Tse Tung aquellas palabras emocionadas: «Sus huesos fueron muy fuertes y nunca se quebraron».

Por eso viene a mi memoria en primer lugar su nombre cuando evoco mi corta visita a la villa de Hang Chow, el lugar de China donde al despedirme brotaron mis lágrimas, porque tuve la terrible impresión de que nunca más mis ojos irían a contemplar su belleza. Recuerdo la memorable noche en que oí de labios de un escritor también de Hang Chow, la historia de Lu-Hsun. Al hermoso hotel donde habían hospedado a los delegados vinieron a visitarnos todos los jóvenes actores chinos que filmaban allí una película de ambiente soviético. Era curioso admirar a las muchachas chinas con sus cabellos pintados de rojo, sus botas de cosaco y vestidas de falda y chaqueta. Ellas y sus compañeros nos sacaron a bailar y danzaron nuestros bailes con gran desenvoltura como si hubieran vivido toda su vida en nuestros países. En aquella juventud podíamos admirar

Page 126: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

126

a la nueva generación de China que resueltamente se lanza al asalto de la cultura occidental, plenamente segura de su propia civilización milenaria. Cuando todavía nosotros los delegados no salíamos de la sorpresa que nos produjeran los rojos cabellos de las muchachas y muchachos chinos, con su aspecto de jóvenes soviéticos, el viejo escritor a mi lado, a instancia mía, inició el relato sobre la vida de Lu-Hsun:

—El deseo de salvar a su padre, a quien los médicos empíricos no lograron restablecer de una larga enfermedad, lo hizo iniciar estudios científicos de medicina. Su aspiración no era solamente la de curar a su padre, sino la de servir lo mejor posible a su pueblo, al que amó desde pequeño. A pesar de que sus padres eran letrados y acomodados, muy pronto el joven comenzó a mirar las dificultades en el hogar acosado cada vez más por el ruinoso sistema de los señores que lo asfixiaban todo. Así debió observar la miseria de las gentes que lo rodeaban y su amor por el pueblo se acentuó en su corazón. No le fue difícil comprender que, como médico, él podría remediar sus enfermedades, no entendiendo en esa época que aquellos no eran males curables en sí mismos, mientras las condiciones de la sociedad fueran sus causas determinantes…

Por mi condición de médico yo podía comprender la exactitud de aquella verdad que mi narrador, ya entrado en años, afirmaba con la certeza que da la reflexión honda de los problemas humanos. No era la primera vez que yo sentía la dureza de aquella verdad, puesto que el ejercicio de la medicina me había dado confirmaciones muy dolorosas de su acierto, pero al oírlas repetir en un lugar tan alejado de mi patria, tuve la impresión de que la realidad de los hechos se agigantaba cruelmente. El escritor continuó hablando:

—El padre de Lu-Hsun hizo cuanto estuvo a su alcance para que su hijo, según era su deseo, estudiara medicina en el Japón en donde los estudios científicos habían evolucionado notablemente, influidos por la medicina occidental. Las condiciones del estudiante eran muy precarias, a lo que se sumó el estallido de la guerra ruso-japonesa que agravó no solo su situación económica, sino su condición de chino. En este período aconteció un hecho de poca importancia, pero que tuvo honda repercusión en su vida. El joven se había ido a ver una película japonesa en la que se fusilaba a un ciudadano chino por espía. Su argumento hizo tambalear las convicciones que hasta

Page 127: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

127

entonces lo habían alimentado, no tanto porque creyera injustificado el fusilamiento de su compatriota, como porque comprendió la poca utilidad de la medicina mientras las personas murieran en plena salud por la acción consciente del hombre. Entonces reparó en su vocación por la literatura, alimentada en el ambiente de letras que encontró desde pequeño en su hogar y creyó servir mejor a su pueblo denunciando valientemente las causas sociales que determinaban más muertes y calamidades entre los hombres que las pestes. Así inició sus trabajos literarios el que iría a ser el más destacado escritor revolucionario que combatiera la opresión feudal y extranjera de mi patria hasta el momento de su muerte. Lu-Hsun murió con la pluma entre los dedos escribiendo un artículo de combate que no logró terminar...

Sin que yo pretendiera compararme con aquel gran hombre, no dejé de alegrarme de oír aquella parte de la narración porque venía a confirmar mi vieja decisión de dedicarme más a la literatura que a la medicina. Yo había también decidido proscribir el ejercicio médico, y en la realidad lo he hecho, para encauzar todas mis fuerzas en la lucha del escritor contra las condiciones sociales que agobian a los hombres, seguro que con ello les sirvo más que con el análisis minucioso de sus úlceras.

Su ejemplo constituía una crítica violenta a mis vacilaciones que me imponen una práctica médica, que más tiene de empirismo que de ciencia. La continuación del relato sobre la vida del escritor tuvo para mi voluntad vacilante la dolorosa prueba de quien recibe la cauterización en carne viva.

—El Movimiento Literario del Cuatro de Mayo —prosiguió mi amigo—, que trazó en 1919 a los artistas chinos la necesidad de mirar en sus obras a la patria en vez de la copia servil de la literatura extranjera, encontró en Lu-Hsun a su más destacado realizador. Su primera novela, Diario de un loco, aun cuando influida por Gogol como él mismo lo confesara, es una descripción fiel de la sociedad feudal China a través del pensamiento de un hombre demente. Con gran maestría va desenvolviendo en la obra su crítica acerba al sistema feudal en que bajo la aparente pasividad de las costumbres unos hombres devoran a otros. Esto es precisamente lo que experimenta el loco de la obra atormentado por la creencia de que alguien se lo quiere comer. Mediante su delirio, Lu-Hsun revela la persecución de las castas feudales que acechan y persiguen al pueblo que les sirve hasta

Page 128: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

128

devorarlo. En su siguiente obra, La verdadera historia de A Q, aprovecha el asesinato de un campesino, a quien consideraban revolucionario sin serlo, para describir la vida de los verdaderos luchadores enfrentados a sus enemigos. Esta novela como sus artículos políticos oponiéndose al gobierno reaccionario del Kuomintang, despertaron contra él la persecución sin que ella hubiera podido silenciar su robusta voz de escritor. Para escribir en las revistas en donde se rechazaban sus colaboraciones se valió de muchos seudónimos, llegando a utilizar más de cien. No solo debía luchar contra sus enemigos políticos, sino que, por ironía de la vida, fue atacado implacablemente por las dolencias físicas a las que menospreciara al abandonar sus estudios médicos, pero ni los unos ni las otras pudieron doblegar su espíritu de combate hasta el momento de su muerte. Por su vida de constante lucha y sacrificio por la revolución, el presidente Mao lo ha considerado, a pesar de no haber sido nunca un comunista, como un verdadero ejemplo del bolchevique.

Cuando el escritor terminó su relato, observé con más emoción al grupo de jóvenes actores que, gracias a la lucha sostenida por escritores como Lu-Hsun, entonces podían disfrutar de todos los bienes que la sociedad ponía al servicio de sus vocaciones de artistas. Lo que mis ojos veían era el comienzo de los frutos con que había soñado y combatido el novelista. Y cuando tuvimos que despedirnos de su compañía tan llena de fervorosa plenitud y las lágrimas saltaron a mis ojos al dar la espalda a Hang Chow, donde los antiguos palacios de los emperadores a orillas de los lagos se habían convertido en jardines de reposo para los mejores trabajadores de China, yo al igual que los delegados exclamaba que aquel rincón era el más bello del mundo, pero no pensaba tanto en los encantos que la naturaleza caprichosa supo reunir allí, sino en el escritor que, renunciando a la holgura de una vida regalada y de un paisaje que debieron asombrar sus ojos prefirió hacer de sí mismo un ejemplo de renuncias y heroísmo, hiciera aún más hermoso el recuerdo de Hang Chow.

Page 129: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

129

LOS SOLDADOS DEL IDIOMA

Al evocar al grandioso pueblo chino, el primer pensamiento es para mis amigos los intérpretes. Razones muy especiales obligan al extranjero a entablar vínculos de simpatía con quienes se convierten en cicerones de una lengua extraña. Pero independientemente de estos hechos, cuando recuerdo a los jóvenes chinos que han hecho de las lenguas extranjeras no solo un medio de comunicarse con el extraño, sino un instrumento político puesto al servicio de la paz y la fraternidad de los pueblos, su ejemplar conducta que raya en el heroísmo reafirma mi agradecimiento y mi admiración hacia ellos. ¡Cómo olvidar a la pequeña Ho Chi Ling con sus ojos grandes, su cuerpecito ágil y gracioso, con sus dedos cortos apretando el lápiz para apuntar cada una de las palabras que nos oía y cuyo significado ignoraba! ¡Cómo no pensar en primer lugar en Juanito, nombre que le dábamos por onomatopeya de su verdadero apellido en chino, infatigable compañero que se lanzaba veloz a la comprensión de nuestros idiomas casi adivinando en nuestros ojos el significado de cuanto queríamos decirle! ¡Y qué decir del compañero Mon Fu que a todo lo largo de nuestro viaje por China nunca estuvo un solo momento lejos de nosotros cuando necesitábamos conocer el más mínimo vocablo que nos dirigían los cientos de obreros o campesinos que apretaban nuestras manos!

En un comienzo tratamos a estos amigos con cierto desapego, influidos por nuestra mentalidad occidental de colocar a cada quien según el oficio que desempeñaba, pero no tardamos en comprender que en cada intérprete chino se escondía el hombre culto, el estudiante modelo, el profundo conocedor de los problemas políticos por que atravesaba su patria, en fin, el representante de ella que debía responder por los deseos de 600 millones de chinos para quienes los delegados a la Conferencia de Paz de los Pueblos del Asia y del Pacífico éramos los huéspedes más queridos que visitaban a China desde remotos tiempos. Y ellos nos fueron dejando ver su calidad de dignos representantes de su pueblo sin decirnos una sola palabra de sí mismos, sin la menor alusión a su vida privada, sin revelarnos el más insignificante detalle de su pasado. Cuando insistíamos

Page 130: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

130

en conocer sus actuaciones en la vieja sociedad semifeudal, respondían a nuestras preguntas muy lacónicamente, —sin que mediara ninguna prohibición expresa puesto que era ostensible que el Gobierno Popular estaba interesado en que nosotros conociéramos la abyección del pasado para que la confrontáramos con la esplendorosa realidad presente—, sino porque su modestia innata, heredada en tantos milenios de sabia humildad, les llevaba a considerar que su vida era poco importante para hacer recaer sobre ellos nuestra atención de delegados: «¡Allí están las grandes obras realizadas, por el pueblo!», parecían decirnos con sus corteses evasivas y, con su modesta actitud, centuplicaban en nosotros la admiración hacia ellos y a su pueblo.

Al día siguiente de llegar a Pekín todos comentábamos asombrados la gran hazaña de los intérpretes que solo dos semanas antes, cuando se dieron cuenta de la gran cantidad de delegados de habla española que no conocían otra lengua y que iban a llegar a su país, habían empezado a estudiar nuestro idioma y ya hablaban el suficiente castellano para satisfacer nuestras demandas.

—Es nuestra mejor ofrenda al éxito de la conferencia —nos expresaban cuando queríamos hacerles ver que admirábamos su proeza.

Mas no era cierto que ello constituyera su mejor ofrenda a la causa de la paz. Más que esa increíble hazaña para quien no conozca de cerca la capacidad del pueblo chino para vencer cualquier obstáculo, constituyó un verdadero aporte de superación la devoción con que en todo momento de nuestra permanencia en China esos amigos supieron estar presentes en cada una de las necesidades de los delegados en su trabajo por muy minúsculas que fueran. Desde la hoja de papel que accidentalmente caía al suelo hasta la tos ocasional tuvieron presente un intérprete que al instante tomara cuenta de ello. Podría decirse que exageraban sus desvelos, si no hubieran sido tan sabios en mantenerse en los límites exactos de la cortesía. Cuando un delegado momentos después de descender del avión, tal vez deseoso de presumir mucho interés por el grave problema de la guerra coreana, preguntara sobre los últimos acontecimientos en el frente de batalla, uno de nuestros intérpretes le respondió:

—¡Le rogamos tomar un justo descanso!

Page 131: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

131

Una mañana, mientras uno de estos amigos me ayudaba a ponerme el abrigo, en virtud de la intimidad que ya nos teníamos, lo obligué a que me hiciera algunas revelaciones sobre el concepto que él tenía de sus deberes para con nosotros los delegados. Con un semblante de orgullo y satisfacción el joven me preguntó:

—¿Cree usted sinceramente que hemos cumplido a cabalidad con una siquiera de nuestras obligaciones para con ustedes que luchan en sus respectivos países sin medir la fatiga ni el peligro por la causa de la paz?

—Sí, creo que han sobrepasado sus deberes —le respondí con seriedad.

Entonces me expresó con honda vergüenza:

—Habríamos querido hacer mucho más, el triunfo de la paz significa para nosotros la vida misma de nuestra patria y nosotros que la amamos tanto, que estamos dispuestos a sacrificar por ella nuestras vidas, no podemos sino entristecernos de no asegurarles a ustedes, abnegados defensores de la paz, no solo de vuestros países, sino de toda la humanidad, las posibilidades de éxito en vuestras deliberaciones.

Desde aquel instante comprendí que para nuestros amigos intérpretes su labor de traducir era apenas una parte insignificante de lo que hubieran querido hacer por la causa de la paz y lo que realmente estaban realizando.

Cada momento a nuestro lado constituía una oportunidad de agregar un nuevo aporte a su victoria. En Shanghái supimos de una intérprete que, por atendemos, solo vio a los padres que vivían en esa ciudad cuatro días después de haber llegado a ella, aun cuando tenía varios años de no visitarlos, y solo porque otro compañero vino a ocupar su puesto. Al día siguiente se incorporó de nuevo al equipo de intérpretes y no cesaba de deplorar el que hubiera tenido que ausentarse de nuestro lado tantas horas.

—¿Como podré reparar las molestias que les habré causado con mi deserción? —nos preguntó varias veces, multiplicando su actividad que ya venía rindiendo el máximun desde el primer día de nuestra llegada.

Cuando dos delegados fueron hospitalizados en una clínica en Mukden, dos de nuestros intérpretes se situaron al pie de sus camas atendiendo la menor solicitud de los enfermos como no lo hubieran hecho sus propios hijos. Día y noche, cada suspiro, cada palabra pronunciada entre sueño

Page 132: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

132

era recogida por aquellos amigos en vigilia como centinelas en un puesto de avanzada. El mismo día que fueron señalados los dos intérpretes para acompañar a los enfermos, dos nuevas caras sonrientes se incorporaron a nuestro equipo. Por ningún motivo debía empeorar sus servicios. «¿Cómo podremos mejorar nuestro trabajo?», era la pregunta cotidiana de aquellos soldados que no querían dejar resquicios por donde flaqueara la causa de la paz.

Al despedirnos en el aeropuerto no nos atrevíamos a mirar sus caras. Sabíamos que las sonrisas estaban allí en sus labios porque el chino parece que no sabe ser solemne a pesar de su excesiva seriedad, pero ¿cómo podíamos nosotros dejar de llorar cuando solo nos restaban pocos minutos para separarnos de quienes se habían convertido en algo más íntimo que nuestros propios corazones?

Page 133: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

133

En 1958, MZO fue por segunda vez a China, esta vez en compañía de su hermana Delia y su grupo de danzas folclóricas como parte de una gira mundial. Aquí se saluda con Peng Zhen,

alcalde de Pekín.

Page 134: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

134

Page 135: CHINA, 6 a. m

China, 6 a.m.

135

Manuel Zapata Olivella: génesis, aventura, literatura José Luis Garcés González

DE LA OBRA Y

DEL AUTOR

Page 136: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

136

Page 137: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

137

MANUEL ZAPATA OLIVELLA: GÉNESIS, AVENTURA, LITERATURA

José Luis Garcés González1

1

Manuel Zapata Olivella surge de una genealogía mágica. Procede de personajes de leyenda. Su abuelo materno, Juan Francisco Olivella, era blanco de pelo encendido y era posible encontrarlo en las orillas de los ríos, en los mercados, en ranchos distintos, pero siempre rodeado de motores, imanes y sierras circundado por los vestigios de muchas empresas fallidas. Dice su nieto Manuel que, en una de sus casas, durante mucho tiempo, permanecieron los saldos de un aeroplano que jamás levantó vuelo. Así

1 Escritor, conferenciante y catedrático universitario. Director del periódico cultural El Túnel, de Montería, Colombia. Cuentos suyos han sido traducidos al alemán, francés, eslovaco e inglés. Sus libros más recientes son: Los trabajos del insomnio (Cuentos reunidos) y la analecta erótica Banquete sagrado.

Page 138: CHINA, 6 a. m

José Luis Garcés González

138

mismo en una de las barrancas del río, en Montería, durante largos años estuvieron encallados los flotadores de una bicicleta acuática que jamás pudo deslizarse por la corriente del Sinú.

A Juan Francisco, a quien por su estampa seductora le decían Primor, le fascinaba detectar y explotar minas. Era su delirio. En todas partes tenía piedras misteriosas que en el día se mantenían dormidas y sin atributos, pero que apenas anochecía, cubiertas de oscuridad, empezaban a despedir luces azules, rojas, o verdes y continuaban ardiendo toda la noche, estimuladas por los duendes de la sombra.

Desde muy temprana edad a Manuel Zapata Olivella se le asignó a que llevara en su alma, el alma de un muerto, otro Manuel, su abuelo paterno, Manuel Zapata Granados. Ese fue trabajo de Ángela Vásquez, su abuela, y ella lo decía por la similitud de gestos entre el difunto y el joven nieto, sin saber que, efectivamente, es rito africano reconocer en cada recién nacido la existencia de un ancestro protector. Por ello, casi todos en la casa lo miraban como depositario del alma del abuelo fallecido, el mismo que era múltiple propietario de canoas y de mujeres y practicante del comercio.

La tía Estebana le aplicaba emplastos sobre las rodillas y lo bendecía, lo mismo que a sus otros hermanos, contra el mal de ojo. Una noche la tía amarró una patica disecada de ñeque en la baranda de la cuna con el objetivo de que el niño heredara la afición marinera y comerciante del abuelo Zapata Granados. Otro día enterró en el suelo de la puerta un pañuelo negro con tres clavos y una pequeña cerradura con llave. Cuando le preguntaron para qué hacía eso, respondió: para que el sobrino no sufra y se le abran todas las puertas.

El padre de Manuel, maestro Antonio María Zapata Vásquez, era diferente: amante de lo racional, de lo científico, divulgador del conocimiento, en su mente no cabía la superchería o lo sobrenatural. Lector de Víctor Hugo, Darwin, Renan, Voltaire, Rousseau, Rojas Garrido y Vargas Vila, entre otros. Su escuela, de acuerdo con los postulados de la revolución francesa, se llamaba “Fraternidad”, y la tuvo en Moñitos, Lorica y Cartagena.

Antonio María, en su juventud, había empezado a estudiar abogacía. Pero por razones familiares abandonó a Cartagena y se marchó a Moñitos

Page 139: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

139

con su esposa. Su primer hijo nacido en ese pueblo de la costa cordobesa, murió a los ocho días, atacado por un “mal de ojos”, según aseguraron las ancianas del lugar.

De inmediato decidió emigrar a Lorica. Allí nacerían sus otros hijos. Manuel, el 17 de marzo de 1920. De los 12 hermanos, murieron 5. Sólo sobrevivieron los negros. En la casona de Lorica, que era hogar y sede de “Fraternidad”, vivieron los hijos del maestro Antonio María y muchos de los campesinos pobres que iban a estudiar y de hecho se quedaban a vivir, a los que cada mes sus padres pagaban en especie los estudios y el internado: traían gallinas, gajos de plátanos, sacos de arroz y cerdos para el sacrificio.

De esa escuela, que era laica y de cátedra libre, salieron a estudiar a Cartagena muchos jóvenes que luego regresaban graduados de abogados, médicos, maestros de normales. Los de menos suerte terminaban de contabilistas, notarios, mensajeros, maestros. En “Fraternidad” se preparaban para la vida, acorde con la orientación de su dueño y director cuando afirmaba que él “educaba hombres para el suelo y no ángeles para el cielo”.

Zapata Vásquez era, pues, era un libre pensador de acento materialista que pidió que lo enterraran sin cura y con música. Apenas llegó a Lorica entabló refriega con su opuesto, el cura Lácides C. Bersal. Don Antonio María le criticaba a Bersal la imposición que hacía del sacramento del matrimonio, la negación del bautismo a los niños que no llevaban nombres de santos o de patriarcas religiosos, y la prohibición de leer periódicos liberales, que en esos años eran considerados ateos o masones.

La madre de Manuel se llamó Edelmira Olivella y era el opuesto existencial del padre. Religiosa y creyente. Atenta a su prole. Enseñaba a sus hijos que no se debía transgredir “la palabra de los mayores, la memoria de los difuntos, ni la ley de la tribu”. Era una mezcla de lo indígena y lo hispánico. Fiel a la tradición, era la depositaria de la cultura ancestral y afrontó la tarea de transmitírsela a sus hijos.

De esta mezcla que aunaba la rebeldía y la brujería, la razón y el desafuero, la ternura y la discriminación, de estas sangres múltiples, sol y ceniza ardiendo, nace un 17 de marzo de 1920 en Lorica, Manuel Zapata Olivella.

Page 140: CHINA, 6 a. m

José Luis Garcés González

140

2

Cuando el alma empezaba a no caberle en el cuerpo, Manuel, de Cartagena, da el salto a Bogotá. Ya había terminado el bachillerato en un colegio privado, para disgusto de su padre. Ya había demostrado su profundo interés por arañas, libélulas, moscas, serpientes, avispas, abejas salvajes, anémonas, caracoles, anguilas, cangrejos, grillos, alacranes, palomas, pájaros de diversas clases, batracios, quelonios, en fin, por todo un amplio espectro de la zoología caribe, lo cual hizo creer a don Antonio María que el hijo encaminaría sus estudios hacia la biología animal. Ya había escuchado el yunque madrugador de Sofonías Zambrano, cabeza de esa familia del Getsemaní, ubicada en la calle de San Antonio, que vivía en una casamata de esclavos, en la cual las mujeres eran respetadas por la ferocidad de su lengua, la sapiencia para el baile y la calentura de sus entrañas, lo que Manuel llama “la placenta pecadora de la familia”. Ya había mirado las estrellas por un viejo telescopio situado en el observatorio de la Universidad de Cartagena, estaba familiarizado con las constelaciones de la Osa Mayor, la Cruz del Sur, el Gran Orión, las Cabrillas, Pólux y Castor, y a la medianoche bajaba de la torre con una tormenta de astros inundándole el corazón y los bolsillos.

Con la solidaridad del tío Gabriel, un radical que por defender a los campesinos de Montería había tenido que exiliarse en la capital de la república, Manuel se instaló en Bogotá. Se matriculó en la Escuela de Medicina de la Universidad Nacional, que a la sazón quedaba en la ya famosa calle 10, zona caracterizada por ser epicentro de bares, prenderías, guarida de hampones, casas de prostitución y sitio de cambalaches. Allí estudiaba por el día, pues por la noche le tocaba hacer de administrador de billares, escucha de gritos y querellas y asesor sentimental de muchas de esas gentes sometidas al vaivén de los afectos y a las explosiones terribles de la vida.

Afirma el escritor que su proceso de concientización fue lento. Un negro en la Escuela de Medicina era algo raro. En la calle, los niños, cuando lo veían, agarraban con fuerza las manos de sus papás. El negro era comparado con el Diablo, así lo pintaban en las hojas de los libros y en

Page 141: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

141

las láminas y cuadros religiosos. Era tan extraño que a veces, en las visitas, debía soportar que la niña inquieta de la casa (una verdadera diablita ella) se dedicara a desenredar, con un dale y dale tenaz, la crespura de sus cabellos.

En todas partes, ya fuera en el medio académico, intelectual o callejero, Zapata Olivella era “el negro”. Había en el vocablo un tanto de simpatía o de desdén, de misericordia o de agresión. Así, esa palabra, se fue convirtiendo en un muro que le impedía lograr un estatus. ¡Ah, ese es negro! La discriminación, con gruesas manos, tocaba a la puerta. La tarea básica consistía en ser consciente de esa situación. Olvidar eso del blanqueamiento de la piel y del pelo estirado, que tanto acosaba (y acosa) a la juventud negra de la época cartagenera. Era negro. Era mulato. Y qué.

La medicina empezó a ser vista por Manuel con nuevos ojos. Su profesor Alfonso Uribe Uribe le sembraría la espina. Ya el paciente no era sólo una víctima de las bacterias o los accidentes. Era una víctima social. Y la causa de esas patologías estaba más allá del hospital, de la universidad o del laboratorio. Estaba en una estructura de poder. En un andamiaje social que posibilitaba las epidemias y las enfermedades. Asistido por esta convicción tomó una decisión mayor: abandonar la universidad y salir a recorrer a pie gran parte de América, conocer la sociedad que gestaba enfermos. Para afirmarse en esta opción lo asistieron grandes y famosos vagabundos: Máximo Gorki, Jack London, el rumano Panaït Istrati, y don Quijote de la Mancha.

Cuando sus condiscípulos y amigos lo supieron, dijeron: ¡está listo, está loco!

3

Era una fiebre. Era un delirio. Caminar. Meterse a la aventura. Graduarse primero en la vida. En una especie de calentamiento, sin decir nada a nadie, inició la ruta que emprendió Arturo Cova en La vorágine. Era ya un vagabundo aunque no lo parecía. Iba con ropa de ciudad, ropa de frío. Llevaba sombrero hongo. En el pasado dejaba su quinto año de medicina. Contra el pecho llevaba la novela de José Eustasio Rivera. Los buses le

Page 142: CHINA, 6 a. m

José Luis Garcés González

142

paraban. Lo creían un pasajero extraviado. Pero no, él no se subía. Lo de él era andar a pie. Iba hacia Villavicencio. Llegó, pero el destino lo obligó al retorno. Debía cargar baterías para empresas más audaces. Sus amigos lo vieron: triturados los pantalones, barbado, y sin corbata. Se equivocaron si creyeron que estaba derrotado. Ya en su consultorio el doctor Alfonso Uribe Uribe, su profesor de clínica médica, al interrogarle Manuel por la causa de sus delirios y rebeldías, le dictaminaría: “no, usted no está loco, usted lo que tiene es afán de ser”.

Al otro día echó todos sus libros en un saco y se fue a la compra-venta de libros de segunda de la calle 10. Luego, en una empresa naviera le dijeron que en las próximas 48 horas partía desde el puerto de Buenaventura el barco Río de la Plata. No importaba adónde fuera, él se embarcaría. Ya comenzaba a sentirse en lejanas tierras.

Cuando Manuel llegó a Buenaventura el cielo tenía abierto sus sifones. Se bajó del camión que lo transportó. No halló muchas monedas en sus bolsillos y por pago le dejó al chofer su chaqueta de tierra fría. En una mesa de cantina encontró a un marino que tenía en su pecho un corazón tatuado por un chino de San Francisco. Habló con él. Sacó las exiguas monedas y lo invitó a una cerveza. El lobo de mar se la tragó de inmediato. Manuel le confesó su plan y le pidió su colaboración para subir a bordo. A los pocos minutos cuando sonó la sirena de embarque, el posible cómplice lo delató y gritó: “Tengan cuidado con ese negro que piensa colarse de polizón”.

En la costa pacífica el joven Zapata Olivella visitó varios pueblos, aprendió de la cultura popular y ejerció de médico. Concluido ese ciclo, regresó a Cartagena. El primero que lo recibió fue su padre. Lo había creído asesinado, desaparecido, entregado al ejército, volado con una mujer o suicidado en el Salto de Tequendama, común usanza de la época. Le recalcó a su familia: “soy un vagabundo”. Trataron de persuadirlo, pero fue inútil. Su vocación era andar, salir, caminar, ya fuera “afán de ser” o sicopatía.

Decidió emprenderla por la libre. Cualquiera fuera el camino, siempre debía partir desde la puerta de su casa, la misma en que su padre había fracasado pocos días atrás en su tarea de iluminarle la razón. Una noche un capitán de piel oscura y cabellos cenizos, que salía para Obaldía, Panamá,

Page 143: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

143

le ofreció embarcarlo. A las carreras, Manuel logró que el gobernador de Bolívar le diera en una hoja una constancia de que él era un estudiante en viaje de buena voluntad por las tierras de América.

Con un sombrero de boy scout, un vestido de dril que le había regalado un amigo ingeniero y un morral que le habían hecho las manos de su madre, reemprendió su aventura. Muy pronto le entró la preguntadera y los tripulantes principiaron a llamarlo “el loco de a bordo”.

A las pocas horas cuando despertaba de un sueño plagado de ballenas, lo detuvieron en una playa frente al mar Caribe varios marineros norteamericanos. Estaba en apogeo la Segunda Guerra Mundial y los gringos temían un ataque alemán contra el canal de Panamá. Lo creyeron espía, fue capturado a punta de fusil y llevado a un campamento militar. Un oficial le habló a Manuel en lo que él cree que fue chino, japonés o marciano. Al final le hablaron en español y él dijo que era colombiano. El hoy escritor creyó que lo iban a fusilar sin fórmula de juicio. En la madrugada oyó varias ráfagas de metralleta. Al amanecer, una patrulla se paró frente a la celda donde lo habían encerrado. Manuel creyó que llegaba la hora del ajusticiamiento.

El centinela le hizo señal de que avanzara. Atrás marchaba lo que él creía era el pelotón de fusilamiento. A lo mejor lo sometían a Consejo de Guerra. Metros adelante, para su sorpresa, le entregaron un sánduche de jamón, mantequilla y queso, y con un movimiento amenazante del fusil se lo obligaron a comer. La patrulla, con él, salió de la base militar y tomó el camino de la selva. Manuel pensó que allí sería el sitio del sacrificio. De pronto se detuvieron y uno de los guardias le entregó el morral y el sombrero de scout. El joven Zapata Olivella no podía creerlo. Lo dejaban libre. Desconfiado de que fueran a dispararle por la espalda, aplicándole la ya conocida ley de fuga, Manuel caminaba y miraba para atrás. Después echó a correr a lo largo de la playa. Había salido victorioso de su primer embate contra los diablos de la mala suerte.

De allí en adelante su periplo por Centro América estuvo marcado por hechos y anécdotas que le concedieron consistencia a su vagabundaje. Dolor, reconocimiento, paradoja y humor, Manuel abrevó en la diversidad existencial de lagos, quebradas y lagunas.

Page 144: CHINA, 6 a. m

José Luis Garcés González

144

Una madrugada, en Costa Rica, durmiendo en el vagón suelto de un tren, no se percató de que el tren llegó y enganchó al vagón. Cuando despertó estaba en una plantación de banano. Para su extrañeza, en la pequeña población de Liberia, encontró una biblioteca filosófica. En Puerto Limón fue estibador y en Cartago recolector de café.

En Nicaragua para poder cruzar un latifundio tuvo que pagarle al capataz un impuesto de diez centavos. Días después durmió en el portal de la casa, ya en ruinas, donde había nacido el poeta Rubén Darío: en Metapa (hoy Ciudad Darío), en 1867. Ese era su homenaje al bardo nicaragüense.

En la frontera hondureña los policías no se mostraron muy amigables. Sin embargo, cuando le vieron el sombrero de oficial que le habían regalado y llevaba puesto, un grupo se cuadró y saludó al supuesto superior. De inmediato el joven andariego asumió su papel. Preguntó por las novedades, los agentes le rindieron el informe, recomendó atención y vigilancia y continuó su marcha.

En Guatemala recordó los tiempos en que, en Getsemaní, se subió a un ring con el menor de los Zambrano, calzando guantes hechos con lona de vela de barco. En Chinaltenango, con el nombre de Kid Chambacú, pactó una pelea a 10 rounds por la suma de veinte quetzales. Manuel, que pasaba por cubano, fue noqueado técnicamente en el segundo asalto; con ese dinero y con esos golpes pasó a México por la provincia de Tapachula, atravesando a nado el río Suchiate.

En la tierra de los aztecas, Manuel Zapata Olivella fue de todo. Atendió a un moribundo, y fue mensajero, lavaplatos, picapedrero, modelo de pintores, vendedor de pomadas, arriero en Michoacán, pescador en Pátzcuaro, periodista, ayudante de mecánico, peregrino. Para evadir problemas legales se declaró, por su apellido, sobrino de Emiliano Zapata, revolucionario y agrarista, héroe de ese país.

Un día se encontró en Ciudad de México, con un viejo condiscípulo de Bogotá. Armando Álvarez, como se llamaba el paisano, lo invitó a su casa, y allí, junto con otros estudiantes colombianos, le preparó comida y le dio descanso. En esa situación demoró algunas semanas. Pero el vagabundaje acosaba. Cualquier tarde dejó una nota y se marchó.

Page 145: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

145

El escenógrafo Luis Moya le aseguró que en México sólo había una persona que lo entendería y lo ayudaría. Médico de profesión y generoso de corazón. Se llamaba Alfonso Ortiz Tirado, compositor y cantante de envergadura continental.

A la clínica de ortopedia de Ortiz Tirado, un edificio blanco de dos pisos, llegó Manuel. Lo primero que le impresionó fue el texto de la placa colocada en la fachada: “Con mi canto elevé este templo al dolor”. Indeciso al principio, al fin optó por preguntar por el director. “Está operando”, le dijo la recepcionista. En el lugar más distante esperó Manuel: agachada la cabeza, oculta su hambre y su vergüenza.

Una hora después, el joven Zapata Olivella estaba frente a un hombre alto, fornido, de cabellos canosos y ojos claro-oscuros. Le habló directo: “Soy colombiano, estudiante de último año de medicina y tengo hambre”.

Sin mirar su harapiento vestido y su lamentable presentación, Ortiz Tirado abrazó a Manuel y exclamó: “Hijo mío”. Estas palabras hicieron humedecer los ojos del joven errabundo.

En esa clínica, Manuel encontró amistad, trabajo y casa. Allí avanzó en la escritura de su novela Tierra mojada. Las relaciones del médico y cantante le permitieron entrar en contacto con los novelistas Mariano Azuela, José Revueltas y Agustín Yáñez. Durante una semana, cada dos horas, estuvo inyectando al muralista Diego Rivera, quien padecía de una neumonía. Cuando el artista le preguntó al aventurero colombiano cómo hacía para pagarle, Manuel le pidió que lo tomara como modelo para un rostro olmeca, indígena de la cultura primitiva de México, que debía pintar en uno de los murales del palacio donde funcionaba la Secretaría de Educación. Así fue. Allí quedó la cara mulata del escritor loriquero.

Pero el huracán del vagabundaje no le dejaba el alma tranquila. Aprovechó un viaje que hizo el maestro Ortiz Tirado y dejó las almohadas de plumas y las sábanas blancas para volver a la calle, a la incertidumbre del andariego. Le dejó una nota de agradecimiento al galeno. No podía evitarlo, eran exigencias de la sangre.

Varios días después se enrumbó hacia el sanatorio de los toxicómanos del doctor Alfonso Millán, a quien había conocido por intermedio del ortopedista cantante. Allí fue asistente. El escritor peruano Ciro Alegría

Page 146: CHINA, 6 a. m

José Luis Garcés González

146

sostiene que Manuel tuvo suerte, pues por su catadura y convicciones poco debió faltar para que lo dejaran como enfermo mental en ese manicomio. No obstante, el ambiente de disciplina y encierro iba contra la esencia quijotesca de su espíritu. Otros molinos de viento esperaban los embates de su lanza.

Entonces se vinculó al periodismo mexicano y, además de colaborar en El Excélsior, hizo reportajes para las revistas América, Hoy, Sucesos para todos, Mañana y Cinema Repórter.

4

Pero Manuel quería avanzar. Los pies le picaban. Luego de un intento fallido, consiguió que la revista Mañana lo certificara como reportero ambulante de la publicación. Con ese documento y con 200 dólares ingresó a los Estados Unidos. Tenía pensado escribir grandes reportajes sobre el trato inhumano que los trabajadores mexicanos recibían por parte de los empresarios californianos de las extensas plantaciones de naranjas, tomates y uvas.

La primera experiencia en los Estados Unidos fue traumática. Viajaba Zapata Olivella en un omnibús hacia Los Ángeles cuando el chofer le exigió que se levantara del puesto donde estaba sentado y se fuera para el lugar que le correspondía a los negros, la parrilla caliente del fondo del vehículo. Se sintió estigmatizado, pero tuvo que obedecer, pasó por la tablilla que decía “Línea de color” y se fue a ubicar al lado de la gente de su raza. Allí viajaban los negros unidos por la misma opresión, mermados por el mismo opresor.

Al respecto escribe Manuel en su libro ¡Levántate, mulato!: En aquel instante alcancé a comprender que el vagabundo había muerto y nacía el combatiente por la igualdad de los hombres cualquiera que fuera el color de su piel. Como se dice en la moderna sociología, pasó a ser hombre de conciencia en sí a ser hombre de conciencia para sí. Fue este, en verdad, un momento histórico para el joven escritor.

El primer empleo en Norteamérica fue de cargador de un viejo telescopio, con el cual se rebuscaba otro vagabundo, amante del espacio, quien cobraba diez céntimos a quien quisiera mirar la luna. A los pocos días el avión del

Page 147: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

147

millonario Howard Hughes, tratando de imponer un récord alrededor del mundo, cayó destrozado en una playa cercana a Los Ángeles. El cargador del telescopio y secretario del astrónomo ambulante le propuso a su patrón instalar el aparato en una elevación desde la cual se podían ver los restos del avión. El negocio fue excelente. Los bolsillos del jefe se llenaron como nunca. Lastimosamente al poco tiempo una grúa cargó con los hierros retorcidos y el dinero cesó de llegar. ¡Carajo, qué vaina!

Entusiasmado con el joven negro, el dueño del telescopio le propuso que se fueran a explotar una mina de oro que él conocía en Alaska. Pero Manuel no aceptó. Decidió quedarse. Otros designios lo llamaban. Pese a que se hallaba, otra vez, en la calle.

Después consiguió trabajo como ayudante de servicio en una sala de ortopedia en el Hospital General de Los Ángeles. Un día, olvidando que era un simple aseador, interrumpió a un profesor que explicaba un caso de gigantismo. El profesor lo interrogó y Manuel le contestó certeramente con el inglés que estaba al alcance de su lengua. El médico se sorprendió, no por la respuesta, sino por su condición de barrendero y de negro. Al otro día, como castigo a su insolencia, lo mandaron al cuarto donde se lavaban las bacinillas sucias de excrementos.

Cuando sus otros compañeros negros se enteraron del suceso, la ofensa inferida lo convirtió en héroe. Durante varios días lo aclamaron como un bravo opositor a la discriminación racial.

Sintiéndose ofendido en su dignidad de estudiante de último año de medicina, Manuel se marchó del hospital cuando recibió el primer sueldo. Por tierra viajó desde Los Ángeles, deseando llegar a Nueva York.

Pero no pudo arribar a la ciudad de los rascacielos. Se quedó en Chicago. Padeció hambre y angustia. «En el barrio negro encontré el calor de mis hermanos de piel. Una amiga que en México participó en varias reuniones del Centro “Francisco Antonio Lisboa”, me brindó amorosamente su casa. Ella y Leonel, un excombatiente de las fuerzas aéreas norteamericanas en Europa, contribuyeron a hacer menos angustiosa mi situación en la populosa urbe». A Leonel, pintor, también lo había conocido en México en el mismo Centro Lisboa que Manuel fundó allí con otros artistas e intelectuales. Un tal Peter, vagabundo y veterano

Page 148: CHINA, 6 a. m

José Luis Garcés González

148

de la Segunda Guerra, se ofreció llevarlo a Columbus. Luego penetró a Nueva York. Sabía que la situación le sería difícil y entonces trató de ser vendedor de periódicos: no lo aceptaron, desconocía la ciudad. Al fin logró enganche de mesero en un lugar donde concurrían intelectuales. Era una pequeña cafetería en el Bowery y allí conoció al novelista Ciro Alegría, quien más tarde le prologaría su ópera prima Tierra mojada.

En Harlem llegó a la casa del poeta negro Langston Hughes, el cual, después de escucharlo y oírle decir que tenía hambre, le dio de comer y de dormir, cediéndole su cama. Más tarde conoció al jazzista Duke Ellington, a Cab Calloway y Kenneth Spencer. Vendió un cuento a la revista Norte y con el importe partió en un furgón reservado a los negros a presenciar la huelga de los tabacaleros de Virginia. Después fue expulsado a bolillo limpio de las estaciones de buses de Atlanta y Nueva Orleans. Así pendulaba su vida en Norteamérica: de la fraternidad al desprecio.

Apertrechado de experiencia y de conciencia, escribió Manuel una serie de reportajes que vendió a la revista mexicana Mañana, la misma que le había entregado el certificado de periodista que le permitió entrar a Estados Unidos. Con ese dinero compró un pasaje por vía aérea hacia Colombia. Lo que había comenzado a pie terminaba en avión. Cuatro años había demorado la errancia.

5

Quizá no hay en la literatura colombiana una vida más rica en osadías, en experiencias, en aventuras que la de ese mulato que respondió y responde al nombre de Manuel Zapata Olivella. Caminó por las carreteras y los espíritus. Por despeñaderos y selvas. Por dentro y por fuera de la discutible condición humana. Acumuló vida. Después escribió. Su literatura procede de la sangre, como quería Nietzsche.

Además, Manuel tuvo un vínculo muy estrecho con la música. Es conocido su periplo por Europa con los Gaiteros de San Jacinto; acompañado de su hermana Delia, exquisita danzarina, recorrió el Viejo Continente hasta llegar a la Unión Soviética. A esa experiencia, hay que recordar, se sumó en

Page 149: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

149

Francia el joven Gabriel García Márquez. Unos años antes, Manuel llevó a Bogotá el primer conjunto vallenato que llegó a la capital de la república, convirtiéndose en el impulsor primigenio de esa expresión musical, hecho que aún la Colombia injusta y olvidadiza no le reconoce. Antes que López Michelsen, Consuelo Araújo o García Márquez aparecieran en el panorama de la música vallenata, y se llevaran los aplausos, ya Manuel Zapata Olivella estaba divulgando y estimulando ese ritmo caribeño. Es más, fue Manuel, cuando ejercía de médico en La Paz (hoy Cesar), quien introdujo a Gabo al vallenato e inclusive le presentó al compositor Rafael Escalona. En artículo aparecido el 6 de mayo de 2019 en el diario El Tiempo, p. 2.5, Rafael Rivas Posada, exrector de la Universidad de los Andes, afirma: Creo que la primera vez que vino un acordeonero a Bogotá lo trajo Manuel Zapata Olivella. Se llamaba Germán Pitre, en 1953. Ellos se metieron en San Victorino, y nosotros los buscábamos por las noches. Apenas se dormía Manuel Zapata, nos llevábamos al acordeonero para parrandear con los amigos. Esto significa que catorce años antes de que se hiciera el primer Festival Vallenato, ya Zapata Olivella había asumido la tarea de divulgar esta música por todo el país. ¿Por qué la inmensa mayoría de los historiadores no dicen nada al respecto?

Retornando a la literatura, en un rápido e incompleto paneo, puede señalarse que Manuel, después de Tierra mojada (1947), publicó, entre otros, los siguientes libros: Pasión vagabunda, He visto la noche, Hotel de vagabundos (teatro), China 6 a. m. producto de un viaje a Pekín como invitado a la Primera Conferencia de Paz de los Pueblos de Asia y África, el cual, a su vez, le produjo un carcelazo en los calabozos del SIC (la policía política del régimen), al considerar las autoridades de turno que las declaraciones de Zapata Olivella contrariaban la política internacional del gobierno del presidente conservador Laureano Gómez.

Luego, publica La calle 10. Idea y funda la revista Letras Nacionales. Edita Chambacú, corral de negros (Premio Casa de las Américas, 1962). Más tarde, con En Chimá nace un santo es finalista en 1963 en el premio Seix Barral de Barcelona, después de luchar a brazo partido durante varias votaciones con la novela La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa.

Por otra parte, su novela Detrás del rostro obtiene el premio Literario Esso (1963). Publica también tres historias: Cuentos de muerte y libertad, El galeón sumergido y ¿Quién dio el fusil a Oswald?. Publica dramas y comedias: Los

Page 150: CHINA, 6 a. m

José Luis Garcés González

150

pasos del indio, Las tres monedas de oro, El retorno de Caín, Caronte liberado, Mangalonga el liberto. Su argumento El siete mujeres fue llevado a la televisión.

Más tarde, El fusilamiento del diablo (que antes se llamaba Viva el putas), Changó, el gran putas, ¡Levántate, mulato!, y, la más reciente, Hemingway, el cazador de la muerte.

Vale decir que Changó, el gran putas, su libro más trabajado y más ambicioso, obtiene en 1985 en Sao Paulo, Brasil, el premio Francisco Mattarazzo Sobrinho; y por ¡Levántate, mulato!: por mi raza hablará el espíritu, la Asamblea Nacional de Francia le concede en 1988 el Premio Literario Nuevos Derechos Humanos.

Viajero incansable, Manuel Zapata Olivella realizó periplos por distintas regiones del mundo. Su actividad se asemejaba al rayo que no cesa. Para algunos de sus amigos era difícil ubicarlo. Hoy estaba en Nigeria. Luego en la antigua Cayena Francesa, o en Kenia, o en África del Sur; un mes después en Harlem recitando aquellos memorables versos de Langston Hughes:

He contemplado ríos,viejos, oscuros, con la edad del mundo,y con ellos tan viejos y sombríos,el corazón se me volvió profundo”.

Por motivos de salud, Manuel tuvo que someterse a varias intervenciones quirúrgicas. Soportó momentos críticos. Permaneció sin hablar y sin moverse durante muchos meses. Fijo y silencioso, él, que era palabra y movimiento. En forma estoica aguantó su situación. Pero no se amilanó. Poco a poco fue recuperándose. El cuerpo, de abajo hacia arriba, se le fue despertando. Luego, fue recuperando la movilidad y el habla. Aunque con secuelas de este doloroso proceso, Manuel reinició sus viajes, estuvo de profesor invitado en varias universidades de Estados Unidos, dictó conferencias y reinició su escritura. Comenzó y terminó Dios y el descreído, una novela de más de 300 páginas. Continuó asistiendo a seminarios en Colombia y en el exterior, dio entrevistas y sufrió en silencio el fallecimiento de su hermana Delia.

Hasta que el 19 de noviembre de 2004, de aguas y de ingrata recordación, por orden de Changó y de Yemayá, partió hacia la eternidad. Por deseo

Page 151: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

151

expreso suyo, sus cenizas fueron lanzadas al rio Sinú, para que este las llevara al mar Caribe y el Caribe las condujera a África, madre de todos los ancestros. Queda su obra, su temperamento, su ejemplo. Su forma digna y erguida de asumir los problemas del arte y de la vida. Su acción incesante. Porque para él, como para el viejo Vargas, un formidable sinuano de los tiempos idos, la vida es actividad total. Pues para descansar basta y sobra el tiempo de la muerte.

Page 152: CHINA, 6 a. m

José Luis Garcés González

152

Page 153: CHINA, 6 a. m

Manuel Zapata Olivella

153

esta publicación se compuso en caracteres minion pro, y compassejunio del 2020❦

Obras MZO