carta literaria no 14

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  • Carta Literaria 03

    DATOS DEL ENSAYISTA:

    Erick Aguirre Aragn, Naci en Managua, Nicaragua en 1961. Poeta, narrador, crtico y periodista. Graduado en Filologa y Comunicacin por la UNAN-Managua, con Maestra en Literatura Hispanoamericana por la UCA. Editor del suplemento cultural de El Nuevo Diario. Miembro del consejo editorial de la Revista Virtual de Estudios Literarios Centroamericanos, Istmo. Miembro permanente del Programa Internacional de Investigacin Hacia una historia de las literaturas centroamericanas. Miembro de nmero de la Academia Nicaragense de la Lengua y miembro correspondiente de la Real Academia de la Lengua Espaola. Premio Internacional de Poesa Rubn Daro 2009, convocado por el Instituto Nicaragense de Cultura. Segundo lugar en el Tercer Concurso Internacional de Ensayo de la Revista Encuentro, de la Universidad Centroamericana (UCA). Ha sido redactor y editor en algunos de los ms importantes peridicos de Nicaragua. Tambin ha sido docente de Periodismo y Escritura creativa en la Universidad Centroamericana, en la Universidad Nacional Autnoma de Nicaragua (UNAN) y en la Universidad Hispanoamericana de Managua (UHISPAM).

    Obras literarias publicadas: Pasado meridiano. Poesa. 1995; Un sol sobre Managua. Novela. 1998, 2000, 2003; Conversacin con las sombras. Poesa. 2000; Con sangre de hermanos. Novela. 2002, 2011; Juez y parte. Artculos y ensayos. 1999 (Sobre literatura y escritores nicaragenses contemporneos); La espuma sucia del ro. Artculos y ensayos. 2000. (Sandinismo y transicin poltica en Nicaragua); Subversin de la memoria. Ensayos. 2005. (Tendencias en la narrativa centroamericana de postguerra); Las mscaras del texto. Ensayos. 2006. (Proceso histrico y dominacin cultural en Centroamrica); La vida que se ama. Poesa. 2011. Premio Rubn Daro; Dilogo nfimo. Ensayos. 2012. (La poesa nicaragense y sus prolongados coloquios en el tiempo).

    Amiga de la docencia

    CRTICA LITERARIA Y PERIODISMO CULTURAL EN NICARAGUA

    En memoria de lvaro Urtecho

    Por: Erick Aguirre

  • 1 UN LECTOR PRIVILEGIADO

    En el intento mnimamente bsico e inevitablemente vago de clasificar el pensamiento contemporneo y el trabajo de la crtica en Nicaragua, algunos colegas han juzgado como una contribucin ms a la perpetua-cin de la tradicin cannica el doble papel de creador y crti-co que sistemticamente haba venido asumiendo el escritor lvaro Urtecho desde haca ms de dos dcadas antes de su fa-llecimiento; generalmente des-de publicaciones peridicas y revistas literarias a las que enri-queci con sus colaboraciones o con su trabajo de editor, lo cual no nos haba permitido hasta ahora apreciar en su conjunto su obra crtica como un todo armnico lleno de contradiccio-nes y coincidencias. En efecto, Urtecho podra ser considerado (como crtico y aun como poeta) un continuador de las ideas cannicas de Harold Bloom, especialmente por esa

    encomiable reivindicacin bloo-meana de la lectura como pla-cer y por su, a la larga discuti-ble, defensa de la autonoma del arte literario como objeto de goce intelectual puro. Sin em-bargo, como ensayista y/o arti-culista, Urtecho dio muestras de una heterodoxia que demanda apreciaciones y asimilaciones mucho ms detenidas y comple-jas que aquellas que puedan llevarnos a clasificarlo o etiquetarlo a partir de apenas un paradigma visible. Los ensayos de Urtecho, cuya actividad intelectual creadora incluy no slo la poesa, sino tambin la crtica literaria, el periodismo cultural, la crtica de arte y el ensayo de reflexin fi-losfica; no podran ser inter-pretados adecuadamente sin una consideracin paralela, in-separable de sus propias con-cepciones acerca de la creacin literaria misma, es decir, de la p a r t i c u l a r c o n v i c c i n (compartida ntimamente con Mallarm o Paul Valry) de que aun la crtica literaria constituye

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  • una aventura y un ejercicio de lenguaje, una experiencia en la que, de la misma forma que ocurre en el proceso de crea-cin literaria, el ser y los lengua-jes interactan e intentan ago-tar los ms inusitados resulta-dos de sus propias potencialida-des. Eso es claramente perceptible en los trabajos reunidos en el volumen an indito que Urte-cho titul La figuracin de-monaca y otros ensayos, cuya compilacin responde sin duda a la intencin de mostrar en abanico ciertos ejercicios de crtica del mundo, acerca-mientos intuitivos y eruditos a estructuras cannicas del len-guaje, que van desde el pensa-miento escrito de Nietzche, Ma-ritegui y Camus, hasta la obra literaria de Antonio Machado, Luis Cernuda, Vicente Aleixan-dre, Jos Mart, Pablo Neruda, Carlos Pellicer y Carlos Martnez Rivas; sin menoscabo de que sus trabajos de crtica de arte, as como sus abundantes, agu-dos y exhaustivos ensayos crti-

    cos acerca de casi todos los poe-tas nicaragenses posteriores a Rubn Daro, han sido ya reuni-dos en dos densos volmenes que lamentablemente an per-manecen inditos. Un examen sistemtico de la obra ensaystica de Urtecho per-mite ver claramente la imposibi-lidad de una clasificacin mani-quea de su quehacer como crti-co. La compilacin y publicacin de sus textos crticos en vol-menes permitir ver tambin la muestra amplia de una obra marginal de creacin, puesto que, como Octavio Paz, lvaro asumi la crtica literaria como una actividad tambin creadora, paralela en un sentido mnima-mente inferior o marginal a su propia obra meramente creati-va. Sus ensayos se constituyen en secuelas vivas de las obras exa-minadas. Las ideas y conceptos, las hiptesis y contradicciones (as como tambin las felices coincidencias que lo conducen al animoso discurrir apologti-

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  • co), entrevistas en la obra de los autores criticados, son ex-puestas por Urtecho con sagaci-dad y entusiasmo, con cierta gozosa agudeza que se incre-menta a medida que va escudri-ando en los textos, fraguando sucesivamente nuevas pregun-tas, aproximaciones inquisitivas a los problemas interpuestos a su lectura por las estructuras de lenguaje construidas por los autores; rondas dubitativas en-tre los bordes o intersticios de las obras o textos que son obje-to de su crtica. Lejos de cualquier encasilla-miento acadmico, formalista o sociolgico, los ensayos de Ur-techo nos llevan por caminos llenos de interrogaciones, con-jeturas y elucubraciones racio-nalmente fundamentadas acer-ca de la obra o el talante inte-lectual de los autores criticados, que adems constituyen verda-deras claves, pistas de enorme valor, no slo para el especialis-ta o el diletante aventajado que por determinadas razones se ha interesado en el tema, el autor

    o la obra (o si se quiere en un dato especfico, una mnima idea), sino tambin para el lec-tor comn aventurado en la bsqueda del conocimiento humanstico o sobre el desarro-llo de la cultura, el pensamiento o el arte en general. Con intuicin de artista y olfato de filsofo, desde el primer y fundamental ensayo de La figu-racin demonaca (al cual tam-bin debe su ttulo el libro), Ur-techo escudria con minuciosi-dad y ahnco en la poesa de Carlos Martnez Rivas para ex-plicar al lector, con emocionada claridad y contundente entu-siasmo, las claves del irreducti-ble humanismo en la poesa car-losmartiniana; la inteligente y solitaria rebelda de sus pro-puestas desmitificadoras, que lejos de apoyarse en la retrica contestataria de lo que frecuen-temente se nos muestra como literatura social y que a veces no es ms que el afn de algu-nos autores por exhibir la apli-cacin disciplinada de lo polticamente correcto en su

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  • literatura, parten ms bien de la experiencia personal y de la cir-cunstancia especfica en que la sociedad alienada nos muestra su poder de induccin y someti-miento. Los ensayos de La figuracin demonaca constituyen la bit-cora abierta de toda una aven-tura interior que como lector privilegiado, Urtecho ha em-prendido por las obras seleccio-nadas para ser objeto de crtica. Llegando a transformar sus pro-pios textos crticos en dilogos intersubjetivos con las obras de autores como Rilke, Vallejo y Alberti (o con la poesa, no s si artificiosamente mstica, de Ka-rol Wojtila, ese hombre cuya influyente personalidad siem-pre me pareci una mezcla de mrtir cristiano y prncipe ma-quiavlico), Urtecho logra reco-ger y depurar, con intensidad y maestra, las ms hondas im-presiones que esas lecturas marcaron en su sensibilidad de crtico-creador. Los misterios aparentemente inextricables que generaron algunas de esas

    obras se nos muestran en estos ensayos como una serie de sucesos ntimos percibidos en los cuerpos de lenguaje, y que en cierta forma libremente pedaggica Urtecho es capaz de comprender, condensar y comunicar a travs de una pro-funda intuicin receptiva y una potente capacidad expresiva. Rehuyendo lo que posiblemen-te l consentira en llamar fac-tualismo o historicismo en de-terminadas tendencias de la crtica literaria, y quizs tam-bin coincidiendo en la conti-nuidad de un discurso histo-riogrfico cuya epistemologa es an objeto de necesarias des-construcciones, en La figura-cin demonaca Urtecho tam-bin analiza las particulares y an muy discutibles perspecti-vas de la cultura nicaragense y universal en los ms impor-tantes ensayos de Jos Coronel, o los escritos filosficos de Ale-jandro Serrano Caldera, unidos por la temtica comn del hom-bre enfrentado a sus propios lmites, as como la necesidad

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  • del arte como forma de tras-cendencia y la posibilidad inevi-table de la utopa. Sin contar con que en este libro, Urtecho tambin honra el mrito (slo antecedido por Beltrn Morales y Erwin Silva) de sopesar en su merecida dimensin los ensa-yos humansticos de Jaime Pe-rezalonso, que pocos crticos en Nicaragua han sabido apreciar. De la misma forma es capaz de detenerse en el examen, a ve-ces simplemente a sobrevuelo, y no por ello sin la suficiente agudeza y capacidad percepti-va, de aspectos medulares y puntos de referencia neurlgi-cos en la obra potica del hon-dureo Jos Luis Quesada, por ejemplo, o en la tradicin y la simpleza de la msica (llamada Son) nicaragense, a travs de esa constante rtmica a lomo de la cual ha pergeado Camilo Zapata sus canciones; o en las rivalidades ocultas del cientismo y la religin como uno de los fundamentos sub-terrneos de la cultura popular nicaragense y que dan cierto

    sentido a la primera y nica no-vela de Mara Gallo; o en los juegos siniestros y caprichosos que el Destino y la Historia hacen padecer a los individuos en circunstancias especficas, y que constituyen una de las constantes narrativas de Sergio Ramrez Mercado. La lectura reflexiva de este libro de lvaro me ha recordado una ancdota relativamente popular entre escritores, la cual nos muestra al crtico literario como una persona que ha perdido su reloj, pero a quien todos se acercan a preguntar la hora. Y sus respuestas, vagas e ilumina-doras al mismo tiempo (o al contrario: precisas y al mismo tiempo crpticas), siempre sern como el grito del viga en el mstil de un barco perdido en el ocano. Un grito de descubri-miento siempre lleno de emo-cin o alegra. Ese es precisa-mente el tono y la tesitura ge-neral en el ejercicio crtico de lvaro Urtecho. Las suyas son, sin duda, las respuestas de un seor de leontina que ha perdi-

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  • do su reloj, es decir, los com-pendiosos y amables consejos de un lector nada comn, cuya misin eventualmente consiste en comunicar a otros lectores las imgenes y expresiones reci-bidas durante la lectura de un texto. Invariablemente, de su esfuerzo crtico obtendremos las visiones, las revelaciones y los siempre generosos acopios de un lector privilegiado.

    2 EL DEFENSOR DEL LECTOR

    Reflexionando acerca de este oficio paralelo que ejerci tan bien lvaro Urtecho, he pensa-do en las difusas fronteras que delimitan el campo de un escri-tor de crtica literaria y el de un periodista cultural. Y he recor-dado que el escritor y periodis-ta colombiano Gabriel Garca Mrquez siempre ha sostenido, con absoluta seriedad, que se nace siendo escritor. Tambin ha dicho que se nace con la vo-cacin para ser periodista, y que para ejercer felizmente el periodismo escrito, entendido

    como un gnero literario, se de-be haber nacido con un talento propicio. Para sustentar esa alegre supo-sicin, el Premio Nobel de Lite-ratura no recurra a otro funda-mento ms que a su propia ex-periencia, es decir, al difcil propsito de aprender, por su propia voluntad y contra un me-dio adverso, los ardides y secre-tos del oficio. Y no slo al mar-gen de la educacin formal, sino contra ella, pero a partir de dos condiciones ineludibles: una ap-titud bien definida y una voca-cin arrasadora. Nada me complacera ms si esa aventura solitaria pudiera tener alguna utilidad no slo para el aprendizaje de este ofi-cio de las letras, sino para el de todos los oficios de las artes, dice el escritor en su conocido Manual para ser nio. Preocupado desde siempre por la calidad del periodismo, Garca Mrquez confes alguna vez estar en total desacuerdo con la

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  • idea, desde hace buen tiempo predominante en muchas uni-versidades, de que el oficio pe-riodstico no necesita pruebas de aptitud o vocacin. Por el contrario, dijo tener la plena certidumbre de que el periodis-mo escrito es definitivamente un gnero literario, y piensa que la excesiva dependencia de la tecnologa en las modernas redacciones de los diarios del mundo, a la postre est resul-tando perjudicial en la forma-cin de los nuevos oficiantes. El periodista Juan Arias se en-carg despus de subrayar a los lectores del diario espaol El Pas, la validez de esta adver-tencia, agregando como com-plemento paradjico unas fra-ses provocadoras del escritor argentino Jorge Lus Borges, di-rigidas hace ya mucho tiempo a un grupo de periodistas con quienes se reuni para charlar sobre las afinidades o contras-tes entre sus respectivos ofi-cios:

    "Yo no he ledo un peridico en mi vida, les dijo Borges, y des-pus agreg: En un diario por lo general se escriben noticias, desde luego tontas. Qu im-porta que un ministro viaje o no? De las cosas realmente im-portantes uno se entera de igual modo. Por ejemplo, cuando el hombre lleg a la luna lo supe sin necesidad de leer un diario. En pocas importantes para la humanidad no haba peridicos. Y no creo que Platn fuera infe-rior a un vespertino. No se pue-de saber de antemano cules son los hechos trascendentales de cada da. La crucifixin de Cristo fue importante despus, no cuando ocurri". S que con frecuencia resulta difcil dispensar a Borges tanta arrogancia, pero igualmente difcil es dejar de encontrarle razn y coherencia a la mayora de sus sentencias. Independien-temente de lo simblico o es-trictamente provocador en es-tas frases del argentino, sospe-cho que terminan corroborando mi impresin de que el periodis-

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  • mo escrito desperdicia sus es-fuerzos al competir con los me-dios audiovisuales por lograr una extremada brevedad, rapi-dez, impacto, esmero grfico o sntesis. Me resisto a considerar que un artculo de tres o cuatro cuartillas, conciso, con un buen tema bien tratado, es decir, con cierto magnetismo y poder de conviccin, resulte demasiado extenso para "el pobre lector". Octavio Paz dijo que algunos artculos -los mejores-, como los buenos poemas, estn hechos para durar. Tambin dijo que para comprender un poco la historia (con minscula, es decir, lo que pasa hoy) tene-mos que leer los peridicos, pe-ro eso no quita saber que deba-jo de la informacin operan rea-lidades y fuerzas invisibles que apenas logramos vislumbrar. Paz cita ejemplos de numerosos y perdurables artculos periods-ticos de Ortega y Gasset, Una-muno, Bergamn y Ramn Gmez de la Cerna, quienes hicieron reverdecer las pginas de diarios y revistas "con una

    prodigiosa lluvia de semillas semnticas". Yo por mi parte agregara muchos textos pe-riodsticos de Rubn Daro, y tambin del mismo Borges, quien no s si a su propio pesar fue un asiduo colaborador de diarios y revistas. Cuntas veces, ahora, un ejem-plar de peridico se salva del tedio por un buen artculo de un buen periodista o de un escritor de renombre? Aqu, en la remo-ta Nicaragua centroamericana, donde el periodismo debe car-gar con el lastre de una extre-mada politizacin, a veces es necesario remitirse a los gran-des diarios de otros pases para leer buenos artculos, que tam-bin pueden ser considerados ensayos literarios. El diario espaol El Pas, por ejemplo, cuenta desde hace bastantes aos con un "Ombudsman" o "Defensor del Lector". El primero en ejercer ese papel fue precisamente el periodista Juan Arias, hace ya ms de una dcada, y todas las

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  • semanas criticaba, desde todos los ngulos, las ediciones del peridico, apoyado seguramen-te en una vasta experiencia co-mo informador y fundamental-mente en las miles de cartas, e-mails y llamadas telefnicas que el diario reciba de sus lectores. La columna, que precisamente se llamaba "El Defensor del Lec-tor", apareca semanalmente, despus sigui saliendo bajo otras autoras, en la seccin de opiniones del diario, y cada una de ellas era prcticamente una leccin de periodismo y de crti-ca literaria en s misma. Arias se despidi hace ya mucho tiempo de sus lectores, y pas a coordinar el suplemento cultu-ral Babelia, del mismo diario El Pas. Pero antes de despedirse de su tribuna de Ombudsman, Arias alent a los lectores a con-tinuar el mismo afn crtico con quien pasaba a relevarlo en la responsabilidad de la columna. Personalmente fui un ferviente admirador del trabajo de Arias, y desde hace muchos aos leo con fervor a los buenos crticos

    y articulistas del suplemento Babelia. De ellos he aprendido lo que Arias, apoyndose en Borges, Garca Mrquez y en el requerimiento insistente de sus lectores, sentenci en su despe-dida: lo ms importante en un artculo o crtica publicada en un peridico, aparte de su obje-tividad, es lograr un enfoque interesante que, por sobre to-das las cosas, est bien escrito.

    3 EN BUSCA DE OTRA COSA EN LOS

    PERIDICOS Llegado a este punto se nos im-pone una pregunta: Tiene el artculo periodstico lo que algu-nos llaman rango de literatura o de crtica literaria? Tratar de responder a esa pregunta impli-ca involucrarse en una vieja e interminable discusin, en me-dio de la cual, alternativamente, se le despoja y se le concede al periodismo el beneficio de cum-plir los requisitos mnimos para al menos situarlo en una posi-cin privilegiadamente cercana a la literatura.

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  • Durante una ctedra abierta de la Facultad de Humanidades y Comunicacin en la Universidad Centroamericana, UCA, de Ma-nagua, escuch a un escritor citar a Alejo Carpentier, en el afn de encontrar argumentos conciliatorios para dilucidar se-mejante dicotoma. Segn Car-pentier, el periodista y el escri-tor se integran en una sola per-sonalidad; el periodista trabaja en caliente, rastrea el da a da sobre lo vivo. En tanto, el es-critor trabaja retrospectiva-mente, contemplando, anali-zando el acontecimiento cuan-do su trayectoria ha llegado a su trmino. Sentado entre periodistas y es-tudiantes de periodismo, aque-llas palabras de Carpentier hicieron que me revolviera in-quieto en mi puesto. Pens que su argumento no terminaba de zanjar el asunto y ms bien con-tinuaba subrayando ciertas apa-rentes diferencias. Se me ocu-rri entonces que, quizs, la tan anhelada conciliacin genrica estaba precisamente en saber

    apreciar la calidad con que se ejercen ciertos gneros pe-riodsticos como la crnica, el reportaje y el artculo de opi-nin, que como toda literatura apelan al principio del placer que nos procuran el don de sntesis, la eficacia descriptiva, la pasin y la irona. Es entonces el artculo pe-riodstico un ensayo literario? Periodistas y estudiantes de pe-riodismo saben bien que la crnica y el reportaje son consi-derados gneros periodsticos hbridos, es decir, fronterizos entre la informacin y la opi-nin. Lo mismo el artculo, que pese a ser parte de los gneros de opinin es tambin hbrido. Todos ellos de alguna manera nos remontan a lo literario: por un lado, el carcter interpretati-vo de los dos primeros nos re-mite al mundo del relato. Por otro, el artculo de opinin fre-cuentemente nos hace dudar si estamos ante una modalidad de periodismo mayor o literatura menor.

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  • Dado que los tres gneros men-cionados son hbridos, muchas veces me he preguntado qu ventajas podra obtener aqu un periodista al ofrecer al lector una visin de las cosas simult-neamente subjetiva y metdica; personal y objetiva; documen-tada en el registro de los hechos y sustentada en la infor-macin verdica; pero que adems lo anime con inquisicio-nes, disquisiciones, reflexiones y muchas preguntas. Desde la poca de don Enrique Guzmn Selva hasta hoy da, el periodismo nicaragense ha respondido satisfactoriamente a esta pregunta. Me refiero a textos que reflejan los mismos hechos sociales, polticos, econmicos y culturales que cotidianamente aborda el pe-riodismo, pero desde otra di-mensin genrica, desde un punto de vista de narrador lite-rario cuya perspectiva puede ampliarse, abrirse o estrecharse de acuerdo a las circunstancias o al objeto de comentarios, aunque siempre condicionada

    (valga la redundancia) a esa perspectiva individual de narra-dor-protagonista. Se trata de una dimensin genrica que hasta hace algu-nos aos haba dejado de ser frecuentada por nuestra prensa escrita; una forma amena de acercamiento a la realidad des-de una perspectiva personal: vietas y especulaciones sobre hechos y personajes que no siempre son objeto de este tipo de enfoque por la prensa coti-diana. Un tipo de periodismo que contribuya a resituar la im-portancia del factor humano de la escritura y su incidencia en los procesos histricos, a ve-ces mucho ms influidos por la proyeccin de las individualida-des que por las grandes motiva-ciones polticas, que son su-puestamente las que siempre han moldeado la realidad. Independientemente del tema que aborde, el periodismo cul-tural o literario intenta enten-der la sustancia medular de to-dos sus elementos. Trata de

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  • comprenderla y al mismo tiem-po explicar al lector el proceso de su razonamiento, de su acer-camiento a ella. As, el lector acompaa al articulista en atis-bar, deducir la frmula ntima de las cosas que rodean al tema abordado. Y en ese afn de comprender y saber, el perio-dista de opinin es casi como el novelista que, al desarrollar su trama y moldear sus persona-jes, explora tambin los extre-mos del ser e intenta desentra-ar el secreto del mundo. Evidentemente, el periodismo latinoamericano, y en especial el nicaragense, tienen en ese aspecto una extraordinaria nu-triente en el periodismo moder-nista de finales del siglo XIX, desarrollado como pocos por Rubn Daro. Pero desde la in-fluencia, a mediados del siglo XX, del llamado Nuevo Periodis-mo Norteamericano, el perio-dismo latinoamericano le dio un nuevo impulso a la hibridez genrica en el ejercicio del ofi-cio, agregndole a la crnica, al reportaje, al artculo de opinin

    o a la mezcla de todos ellos, di-versas y novedosas tcnicas que implican, por ejemplo, una fuer-te y a veces agresiva intromi-sin del Yo; o el culto por apo-yarse en pequeas historias pa-ra acercarse a los grandes te-mas; o la documentacin narra-tiva de hechos que sustentan o ejemplifican los temas o proble-mas sujetos de opinin o inter-pretacin; o la bsqueda de personajes o figuras arquetpi-cas como puntos de partida pa-ra un buen texto de opinin. Sin embargo, es un hecho inne-gable que el periodismo investi-gativo al estilo Watergate, co-mo un fenmeno inmediata-mente posterior, en Estados Unidos, al llamado Nuevo Perio-dismo, ha ejercido una influen-cia en el periodismo latinoame-ricano de las ltimas dcadas. Pero esa influencia obedece no slo a su relativa novedad, sino tambin a las circunstancias poltico-sociales en que nues-tras sociedades se han visto in-mersas en los ltimos tiempos. El atraso social y la casi perma-

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  • nente inestabilidad poltica de nuestros pases no han permiti-do el surgimiento o la suficiente presencia de una bien desarro-llada crtica literaria, menos aun de tipo de periodismo de re-flexin capaz de distanciarse de la inmediatez circunstancial y abordar, a partir de lo nacional, los grandes temas que preocu-pan al mundo. Muchos lectores, por ejemplo, se preguntan desde hace tiem-po: por qu algunos editores o dueos de medios escritos prestan tan poca atencin al periodismo reflexivo, a la vir-tuosa mezcla de gneros pe-riodsticos y de ejercicio litera-rio para mostrar el amplio perfil cultural de nuestra sociedad, hasta el punto de deshacerse de sus propios suplementos cul-turales? La respuesta de algu-nos colegas experimentados es contundente: nuestra sociedad est acostumbrada al escnda-lo, al impacto inmediato de una noticia, y los medios no pueden olvidar que son empresas, y si no venden se ahogan. Pero me

    parece a m que eso es sucum-bir a la banalidad, al escuetismo y a la superficialidad que desde hace ya algunos aos es carac-terstica de los grandes diarios centroamericanos. El caso es que los peridicos --como ha dicho Umberto Eco--, en el afn de competir con el vrtigo impactante de imgenes visuales de la TV o del vertigino-so mundo digital, y convencidos de que eso es lo que prefieren las mayoras; olvidan que tal vez los lectores, seguramente en algn momento de su coti-dianidad, se sienten abrumados por tanta imagen sin reflexin y buscan otra cosa en los peri-dicos: profundizacin de la in-formacin y de los distintos te-mas; investigacin, anlisis se-rio y sereno. En otras palabras: saber ms y mejor. (Ponencia leda en el Segundo Foro de Crtica Literaria: Hacia una metodologa de la escritura de la crtica literaria, efectuado el 30 de septiembre del 2011 en la UNAN-Len).

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