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CARRETERA ABIERTA

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Ruskin Bond

CARRETERA ABIERTARelatos

traducción de Dora Sales

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Título original: Tales of the Open Road

© Ruskin Bond, 2006© De la traducción: Dora Sales, 2011© De la fotografía de cubierta Albert Padrol.De todas las fotografías del interior de Ruskin Bond, salvo las de las páginas 75 y 107.

© De esta edición: Revista Altaïr, S. L.Eduard Maristany, 372-37408918 Badalonawww.altair.es

Impresión: Romanyà Valls

Depósito legal: B-18637-2011ISBN: 978-84-937555-7-7

Esta obra está protegida en su totalidad por el copyright.Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de este libro.

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El precio impagado de la nostalgia. Prefacio de Òscar Pujol 11

Introducción 15

Carretera abierta 21

Relatos de las llanuras 55

En casa, en las colinas 109

En el corazón de las montañas 141

Glosario 177

Nota de la traductora 187

Sumario

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CARRETERA ABIERTA

Más allá de la ciudad y sobre la colina,en los espacios donde el Tiempo permanece en calma,bajo los árboles altos, toco madera vieja,por el camino donde una vez permanecieron en pie los guerreros;cruzo el pequeño puente, perdiéndome,encuentro un lugar agradable donde me podría quedar.En aquellos días, amigo mío, éramos fuertesy descendíamos a zancadas la carretera al ritmo de una antigua marcha,cuando el rocío estaba fresco cada mañana, sobre la hierba,y nos despertábamos con la llamada de una paloma torcaz al amanecer.Han pasado los años, y en ocasiones flaqueo,pero aún salgo a dar un paseo o una vuelta,porque el viento es tan fresco como lo era en nuestra juventud,y el melocotón y la pera todavía son las frutas más dulces.Por eso, deja que la preocupación naufrague y ven a vagar conmigo,y sabrás lo que es ser totalmente libre.

Ruskin Bond

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PrefacioEl precio impagado de la nostalgia

Ruskin Bond, escritor reconocido ya a los veintiún años, escogió serun caminante solitario de la literatura contemporánea y abandonó lasociedad literaria de Londres para refugiarse en las tranquilas mon-tañas del Garhwal. Su prosa es conocida por su economía y precisión,una prosa cristalina, descriptiva, sintética, sin alardes ni ostentaciones,pero con la emoción imperceptiblemente pegada a la palabra como siel significado tuviese en su texto una segunda piel.Se ha dicho muchas veces y con justeza que Ruskin Bond sabe

cómo convertir un suceso trivial en una anécdota inolvidable o ha-cer que el paisaje le hable al lector y le revele pequeños detalles es-condidos. Una de las mejores cualidades de cualquier prosa viajeraes su invitación al viaje. Su prosa, ciertamente, nos hace recorrer conél los caminos de la India, preferentemente las regiones montañesasdel Garhwal, pero también muchos otros rincones del país: las lla-nuras, las pequeñas ciudades, la urbana Delhi.El libro que el lector tiene entre sus manos contiene una invita-

ción, pero también un homenaje a los paisajes, a las gentes, a lascarreteras abiertas de la India: desde la gran ruta troncal que atra-

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viesa el subcontinente hasta los pequeños senderos de montaña. Unhomenaje también a los caballeros errantes que recorren la Vía Apiade la India (la Grand Trunk Road), los camioneros o conductores.Contiene también un namasté respetuoso a los grandes caminantescomo los peregrinos o las gentes simples de montaña para quienesandar es la forma natural de viajar. Si su prosa es ajustada, su miradaes penetrante, capaz de desmenuzar una imagen, un personaje o unsuceso y presentarlo en cuatro trazos en su significativa desnudez.Un ojo penetrante, pero al mismo tiempo empapado de ternura,humedecido por un cariño profundo hacia las cosas y personas quedescribe.Para entender esta ternura es preciso entender la relación pecu-

liar que tras la independencia Ruskin Bond tuvo con su país por elhecho de ser angloindio. Nacido en la India de padres británicos, aligual que muchos otros angloindios, Bond cedió a la tentación y mar-chó a Inglaterra cuando tenía diecisiete años. En noviembre de 1951,se embarca en el muelle de Bombay en el transatlántico Strathnaver dela mítica compañía p & o (Peninsular and Oriental Steam NavigationCompany) rumbo a la isla de Jersey en el canal de la Mancha. Segúnél, era un joven confundido que quería apasionadamente labrarse unacarrera como escritor.

Pronto se da cuenta de que Inglaterra no es su lugar. No podíaimaginarse a sí mismo viviendo en la pequeña isla de Jersey, aunquefuese considerada como el lugar más soleado de las Islas Británicas. Sehabía criado en las estribaciones de los Himalayas y no podía resig-narse a quedarse encerrado en una isla de 72 kilómetros cuadradosen el frío canal de la Mancha.La nostalgia invadió a Bond en la isla de Jersey y un peculiar

sentimiento de desarraigo, propio de aquellos que navegan entredos mundos. Extranjero en la India por su origen británico, cuandohace el esfuerzo de volver a «casa» se topa con una doble extrañeza:la frialdad del paisaje y la alienación de no ser plenamente aceptadocomo inglés por su origen angloindio. Es el estado o la condición deTrishanku, un sabio de la antigüedad que quedó colgado en un lim-bo entre el Cielo y la Tierra, un estado de suspensión identitaria que

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Carretera abierta

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puede derivar hacia la asunción de una identidad ilusoria. No es elcaso de Ruskin Bond.La nostalgia salva a Bond del efecto corrosivo del desarraigo. En

lugar de reencontrarse con sus raíces británicas, reafirma sus lazos conla India. Como él mismo ha manifestado, descubrió de pronto queno pertenecía a las luces brillantes de Piccadilly o a los manzanaresde Kent. Los campos de fresas de Berkshire le dejaban indiferente. Encambio, surgió en él un sentimiento de pertenencia a la higuera sagra -da y a los bosques de mangos, a las ciudades somnolientas, al sol ar-diente, al olor de las especies y la caléndula, a la tierra mojada despuésde la lluvia monzónica, a las risotadas de las caras morenas y sobretodo a la intimidad del contacto humano en la India: la interacciónhumana como forma de vida.El aluvión de nostalgia se convierte en literatura. Tras estrenar su

pluma con una serie de relatos cortos, algunos de ellos publicados enla India, Bond da cuerpo a sus recuerdos con una novela The RoomOn the Roof, fruto de su soledad, como él mismo ha dicho; una nove- la inmadura, ingenua, imperfecta pero rebosante de vida, alegría yverdad, la verdad recién descubierta de su doble condición de indioy escritor.El joven e impaciente Ruskin no espera la llegada del éxito, y

antes de su publicación, emprende el viaje de regreso a la India. Mu-chos críticos se han preguntado qué hubiese sido de Bond, si se hu-biese quedado en Inglaterra aprovechando el tirón del éxito para in-crustarse mejor en el mundo literario de Londres. Sin duda alguna,los contactos le hubiesen ayudado en su carrera literaria, pero ¿hu-biese faltado algo en su obra? ¿Cuál es el precio de la nostalgia? Rus-kin prefirió no pagarlo y abandonó el glamour de Londres como unhombre simple que se conforma con vivir una vida de exaltacionesmoderadas.En Ruskin Bond, el terror a perder la India se convierte en el te-

rror a perder el contacto humano. Este terror le hace escribir, perotambién coger el barco y enfilar el camino de regreso. Su literaturaestá impregnada de este reconocimiento: reconocimiento de sí mis-mo como indio y de la India como un lugar mágico, una confluencia

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Prefacio

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milagrosa donde se produce una extraña intersección entre la natu-raleza y el hombre, entre la frialdad de los hechos y la comprensiónde los mismos.

Òscar Pujol,director del Instituto Cervantes de Nueva Delhi

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1. En ocasiones, abreviada como GT Road, la Grand Trunk Road es una mítica carretera, la

más antigua y larga del sudeste asiático. Se extiende desde Calcuta, en el estado indio de

Bengala Occidental, hasta Peshawar, en Pakistán, cruzando el norte de la India. (N. de la T.)

Introducción

Que yo sepa, el único miembro de mi familia que caminó muchofue mi abuelo, Henry William Bond, y lo hizo porque era soldadode infantería y no tenía demasiada elección a ese respecto.Sin embargo, es posible que haya heredado su habilidad para cubrir

largas distancias, a paso firme, pausado, recorriendo más de veinticua-tro kilómetros al día… como debió de haber hecho él antes de levan-tar el campamento cerca de la Grand Trunk Road1 o, tiempo después,en uno de los muchos acantonamientos que surgieron en el siglo xix.Mi abuelo siempre sabía a qué lugar necesitaba llegar, y, por lo

general, tomaba la ruta más corta para alcanzarlo. Pero yo he llegadoa pensar que el mejor paseo, o viaje, es aquel que se inicia sin un des-tino concreto.Esto es particularmente útil en una ciudad o pueblo que te resul-

ta nuevo. Lo ideal para llegar a conocerlo es pasear por sus calles, y eso

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es lo que hice durante mis estancias en Londres, Delhi, Dehra Dun,Saharanpur y otros lugares. Cuando tenía veinte años, y vivía en Londres, pasaba los fines de

semana paseando por East End, Mile End Road, Dockland —elLondres de Dickens— o los muchos parques que salpicaban esa «ciu-dad verde»… Hampstead Heath, Primrose Hill, Hyde Park, Ken-sington Gardens, que por supuesto asociaba con Peter Pan, el primerpersonaje literario de mis lecturas infantiles. Vivía en el barrio deHampstead, trabajaba en unas oficinas en Tottenham Court Road,y en ocasiones caminaba hasta el trabajo (mucho más agradable queel metro), pasando Primrose Hill y bajando por Baker Street. Tardabapoco más de una hora, si recuerdo bien. El abuelo se habría sentidoorgulloso de mí.De regreso a Dehra Dun en 1955, paseaba por todas partes. Mi ca-

sera, que también era la primera mujer de mi padrastro, me llamaba«inspector de caminos». Pero entonces aquella era una ciudad pe-queña, y media hora de paseo me llevaba más allá del lecho seco delrío, y me adentraba en los jardines de té o el bosque de árboles sal. Eraun caminante solitario. No hay mucha gente a la que le apetezca pa-sear todo el día, ni entonces ni ahora. Parecía tener mucho mástiempo al alcance de mis manos cuando era joven. ¿Cómo es posibleque tenga que trabajar más duro a los setenta? Ahora, si quiero darun paseo, tengo que levantarme a las cinco de la mañana, para poderestar de regreso a mi mesa de trabajo a las siete. Y después, el desayu-no me llama… no hay nada como un buen desayuno al volver de unpaseo temprano. Huevos revueltos, algo de mermelada sobre una tos-tada, y solo un poco de beicon, por favor.Cuando viví en Delhi durante unos años, en los cincuenta y se-

senta, continué con la costumbre de dar largos paseos. En las tardesde invierno de vez en cuando paseaba desde Connaught Place hastaPatel Nagar, o incluso seguía hasta Rajouri Garden (atravesando losjardines del Pusa Institute); eso me ocupaba un par de horas o más.En el trayecto pasaba junto a vendedores callejeros de huevos duros.Comía muchos huevos. En aquellos tiempos no habíamos oído ha-blar del colesterol.

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INTRODUCCIÓN

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Por supuesto, los mejores paseos se disfrutan en las montañas, pre-ferentemente en compañía de un amigo silencioso. A veces me esca-paba de Delhi y hacía senderismo hasta el glaciar Pindari, en Kumaon,o hasta las montañas más allá de Landsdowne, o Deoban, sobreChakrata. No me interesaba escalar montañas… prefería rodearlas:de esa manera las veías más. Por la montaña, en cualquier ángulo delcamino hay una vista nueva, un paisaje diferente, gente interesante,pájaros desconocidos, árboles, flores.Algunas de estas excursiones podían ser bastante cómicas. En

una ocasión, hace muchos años, un amigo bengalí y yo decidimos daruna caminata desde Mussoorie hasta Chamba (cerca de Tehri), unadistancia de casi cincuenta kilómetros. Eso fue antes de que el cami-no estuviese listo para que pasasen vehículos.

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Carretera abierta

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Sabía que no encontraríamos nada para comer durante el trayecto,así que me metí dos latas de sardinas en la mochila y nos dispusimosa iniciar todo un día de paseo. A mediodía estábamos los dos bastan-te hambrientos, de modo que nos sentamos a la sombra susurrante deun pino, y saciamos la sed con nuestras botellas de agua. Después, ha-ciendo una floritura, saqué las latas de sardinas.Descubrí, horrorizado, que me había dejado el abrelatas. Hicimos

todo lo posible para abrirlas con piedras e incluso con el clavo deuna herradura, pero fue en vano.—¿Por qué no me recordaste que trajese el abrelatas? —le solté con

brusquedad a mi compañero—. Eres bengalí, se supone que te gustael pescado.—Solo hilsa de agua dulce —replicó con desdén—. No nos va la

comida enlatada. Frustrado, lancé las dos latas a un barranco profundo, y por lo que

sé todavía siguen ahí, a menos que hayan logrado abrirlas unos extra- terrestres del espacio sideral.En Chamba encontramos una dhaba en la que vendían unos pa-

necillos antiguos, duros como una piedra, probablemente abando-nados por los Pandavas errantes. Los ablandamos poniéndolos a re-mojo en tazas de té caliente, y de ese modo calmamos el hambre hastacierto punto.Dos días después, al regresar a Dehra, lo primero que vi fue el abre-

latas sobre mi escritorio.Estos son viajes que aún recuerdo por la gracia y la belleza del

paisaje, el aire limpio, cortante, y las aguas claras. Pero hubo otros,a lugares mucho menos inspiradores, que no olvidaré nunca. Losseres humanos y los mundos que construyen para sí mismos son tanfascinantes como las maravillas de la naturaleza. Incluso en los lu-gares más apagados encuentras algo que te sorprende o te divierte,como me sucedió en varias ciudades pequeñas alrededor de Delhiy Dehra. Shahjahanpur, Chhutmalpur, Shamli, Kotdwar… A muchas de

ellas había poco que las diferenciase. Todos sus bazares eran caóti-cos, gran parte de los caminos estrechos y polvorientos, y la mayoría

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INTRODUCCIÓN

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de sus habitantes eran pobres y estaban cansados. Pero alguna escenaen una carretera desierta, un encuentro azaroso, una comida memo-rable o un monumento abandonado le daban a cada una de ellas uncarácter especial.

* * *Ahora han transcurrido casi tres décadas desde los tiempos en losque emprendía un largo viaje por las montañas o por la carretera sinun destino fijo en mente. Viajo solo cuando tengo que hacerlo, y,cuando lo hago, me doy cuenta de cuánto han cambiado las cosas. Aquel viejo camino de mulas que conducía a Tehri es ahora una

carretera muy transitada, y no pasas hambre por el camino. Hay pues-tos de comida rápida por todas partes.

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Algunos lugares han cambiado de forma bastante espectacular alo largo del tiempo. Hace cuarenta años, cuando visité Bangalorepor primera vez, paseé por la zona de la alberca de Sampingi, dondelos muchachos nadaban alrededor de una pequeña isla y lavaban a susbúfalos. En una visita reciente traté de localizar la alberca, recorrien-do con dificultad carreteras repletas de atascos, pero parecía habersedesvanecido. Edificios altos se elevan ahora donde viejos bungalowsy jardines caracterizaban antes la ciudad.Delhi también se ha extendido en todas las direcciones, y la jun-

gla que fueron Tughlaqabad o Suraj Kund es ahora parte de GreaterDelhi.Pero algunos lugares se han resistido al cambio. Recorrí Atul

Grove Road dando un paseo, en el corazón de Nueva Delhi, y mesorprendió agradablemente al darme cuenta que no parecía distintaa como era en 1943, cuando viví allí con mi padre. Uno de esos rin-cones tranquilos que han escapado del frenesí del crecimiento de laciudad.El mundo sigue cambiando, pero siempre hay algo, en algún lugar,

que permanece igual.Noviembre de 2005

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EN LA CARRETERA

Durante cuarenta años me he conformado con vivir una vida de exal-taciones moderadas en Mussoorie. El mundo viene en coche hastaaquí en temporada alta, de vacaciones o luna de miel, de modo querara vez siento la necesidad de bajar a las llanuras concurridas. Perouna o dos veces al año, cuando me siento con el ánimo indulgenteconmigo mismo, o cuando mis editores me convencen, me doy el«gusto», si se puede llamar así: siete horas en coche hasta Delhi, enun sólido y resistente taxi Ambassador. El invierno es la mejor épocapara hacer una visita de ese tipo. Es preferible evitar los vientos calu-rosos del verano, porque cuando bajas de las montañas, el camino sevuelve polvoriento, y, en ciertos lugares, algo parecido a una carrerade obstáculos.Conozco esta carretera desde hace años y la he visto cambiar im-

perceptiblemente. No había demasiado tráfico en ella en la década de1940, aparte de las conocidas carretas de bueyes cargadas con mon-tones altos de caña de azúcar. Las carretas se usan todavía, aunque las

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ruedas de madera han dado paso a neumáticos pesados, y los bueyesa los búfalos. Sin embargo, gran parte de la caña de azúcar ahora setransporta en camiones, y estos «reyes de la carretera» hacen difícil queotros conduzcan con facilidad durante el día o con seguridad por lanoche. Pero me cuentan que los camiones y la caña de azúcar man-tienen en marcha la economía de la región, así que no deberíamosrefunfuñar demasiado.Me cuentan lo mismo respecto a todos los coches y autobuses

de turistas sobre los que me quejo: ¿qué pasaría con la economía deUttaranchal si dejasen de venir? Entonces me tranquilizo, pero measombra la gran velocidad a la que se mueven. La gente viene en bus- ca de la naturaleza y nuevas experiencias, pero no siente interés porel mundo que hay fuera.Para mí, el mundo de fuera es la recompensa de un viaje por ca-

rretera. Me gusta mirar el campo, los escenarios que vamos pasando,a la gente que hay por la carretera (así que es estupendo no saberconducir). E incluso en el siglo xxi, cuando las cadenas de televisiónreivindican mostrarnos todo lo que hay que ver, puede ser una reve-lación. Hace poco, en un viaje a Delhi, tuvimos que salir de la carre-tera principal a causa de unos disturbios cerca de Meerut. A cambio,atravesamos en coche alrededor de una docena de pueblos en el cin-turón de caña de azúcar que domina esta región. Fue un contraste ma-ravilloso, dejar el camino principal con sus cafeterías, surtidores degasolina, fábricas e institutos de gestión económica, y adentrarse enel interior rural donde las cosas han cambiado muy poco en cien años.Mujeres con el rostro cubierto por un velo trabajaban en los campos,los ancianos fumaban narguiles en sus patios, ¡y unos pocos niñosjugaban al guli-danda en vez de al críquet! Aquello hizo que me lle-vase a casa la realidad de la India… la vida urbana y la vida rural to-davía son polos opuestos.Como no conduzco, soy la persona ideal para ir en el asiento de-

lantero; deposito una confianza total en el hombre que se coloca alvolante. Sentado ahí enfrente, también observo más el camino y la es-cena que pasa a nuestro lado. SardarManmohan Singh comparteeste interés, pero tiene, con diferencia, una mirada más aguda. Man-

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mohan es uno de los mejores taxistas de Mussoorie. También es unentusiasta de la flora y la fauna. Siempre me sorprende la manera enque es capaz de conducir por las Siwaliks, en una carretera de mon-taña llena de curvas, y todavía ser capaz de mantener los ojos abier-tos para observar a los moradores del bosque que hay alrededor. «¡Mira ese chital!», puede exclamar, o «¡Qué sambar tan hermo-

so!», o «¡No te pierdas ese elefante!»Todo eso a gran velocidad. Y antes de que haya tenido tiempo de

captar algo más que un vislumbre fugaz de alguna de estas criaturas,ya las hemos pasado de largo. Manmohan jura que ha visto un tigre cruzar la carretera cerca de

Mohand Pass, y como es una persona muy íntegra, tengo que creerle.Creo que el tigre aparece especialmente para Manmohan. Otro entusiasta de la flora y la fauna es mi gerente bancario y vie-

jo amigo Vishal Ohri, con quien he compartido algunos trayectos me-morables en coche. A diferencia de nuestros conductores, él no tieneprisa por llegar al destino y se detiene de vez en cuando para exami-nar las huellas de un elefante o un leopardo. También disfruta enor-memente señalando grandes pedazos de estiércol fresco de elefante,como prueba de que hay elefantes salvajes en los alrededores. La po-sibilidad de ser embestido por un elefante molesto nunca le ha preo-cupado, y es capaz de soltarte una larga perorata sobre los beneficiosdel estiércol de elefante… cómo puede utilizarse para reforzar pare-des de adobe, por ejemplo… hasta que le pido con insistencia queavancemos antes de que anochezca. En una ocasión, Vishal decidió complacerme tomando un atajo

desde Hardwar a través del santuario de Rajaji para salir a MohandPass. Vishal disfruta conduciendo, especialmente en escenarios agres-tes; por desgracia, su viejo Fiat estaba en malas condiciones y, a mi-tad de camino hacia el santuario, mientras estábamos atravesando unrao (el lecho de un río medio seco) de rocas desparramadas, la puertade mi lado se desprendió y estuve a punto de irme con ella. Duranteel resto del viaje, gocé de una vista ininterrumpida de la flora y lafauna del santuario… dos pavas reales, un puercoespín asustado, yuna manada de búfalos mansos.

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* * *Conducir de noche no es siempre tan hilarante. La mayoría de losaccidentes en la carretera principal ocurren a primeras horas, cuan-do los conductores se quedan dormidos al volante: sus vehículosdan vueltas de campana, o chocan contra árboles y cunetas, o coli-sionan con otros vehículos. Antes de que rompa el alba, la carreterase ha cobrado su peaje de vidas.Fue a última hora de la Nochebuena de 1970 cuando mi medio

hermano Harold, de treinta años, salió de Dehra en el coche de su pa-dre para intentar llegar a Delhi a tiempo para una fiesta en el ClubAngloindio. Aunque era un buen conductor, que había participadoen rallies y otras pruebas de velocidad y resistencia, se había conver-tido en un bebedor empedernido y no estaba en condiciones de em-prender un viaje en coche largo y difícil, ya tarde por la noche. Ibasolo, y murió en el acto (o eso nos dijeron), nunca conocimos todaslas circunstancias de su muerte. Al parecer, su coche quedó atrapadoy aplastado entre dos camiones, que desaparecieron a toda velocidaden la noche. Harold siempre fue un poco gamberro. Resultaba atractivo para

las mujeres, pero lo tenían difícil para vigilarle. Y les destrozó la vida,además de destrozarse la suya propia. Hubo lecciones sobre la vida ylas carreteras que nunca aprendió.Pero quizá no hay lecciones que aprender. Pocos meses después

de Harold, mi segundo medio hermano murió en un accidente demoto. Era el prudente, quien rara vez corría riesgos. Aquella nocheestaba sobrio, como todas las demás, y era consciente de las normas,pero otra persona en la carretera no lo era.

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