carpentier_alejo__-_el_arpa_y_la_sombra

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  • 8/6/2019 Carpentier_Alejo__-_El_arpa_y_la_sombra

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    el arpay

    la sombra

    por alejo carpentier

    siglo XXI editores, s. a.

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    edicin al cuidado de mart soler portada de anhelo hernndez

    primera edicin, 1979 siglo XXI editores, s. a. ISBN 968-23-0382-6

    derechos reservados conforme a la ley

    impreso y hecho en mxico/printed and made in mexico

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    ndice

    I EL ARPA.................................6II LA MANO............................23III LA SOMBRA ......................75

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    PARA LILIA

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    En el arpa, cuando resuena, hay tres cosas:

    el arte, la mano y la cuerda.

    En el hombre: el cuerpo, el alma y la sombra.

    (LA LEYENDA UREA)

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    I

    EL ARPA

    Loado sea con los cmbalos triunfantes! Loado sea con el arpa!...

    SALMO 150

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    Atrs quedaron las ochenta y siete lmparas del Altar de la Confesin, cuyasllamas se haban estremecido ms de una vez, aquella maana, entre sus cristaleraspuestas a vibrar de concierto con los triunfales acentos del Tedeum cantado por lasfornidas voces de la cantora pontifical; levemente fueron cerradas las monumentalespuertas y, en la capilla del Santo Sacramento, que pareca sumida en penumbrascrepusculares para quienes salan de las esplendorosas luces de la baslica, la sillagestatoria, pasada de hombros a manos, qued a tres palmos del suelo. Los flabelliplantaron las astas de sus altos abanicos de plumas en el astillero, y empez el lentoviaje de Su Santidad a travs de las innumerables estancias que an la separaban de susapartamentos privados, al paso de los porteadores, vestidos de encarnado, queflexionaban las rodillas cuando hubiese de pasarse bajo una puerta de bajo dintel. Aambos lados del largo, largusimo camino, seguido entre paredes de salas y galeras,pasaban leos oscuros, retablos ensombrecidos por el tiempo, tapiceras apagadas en sustintes, que mostraban acaso, para quien los mirara con curiosidad de forasteros

    visitantes, alegoras mitolgicas, sonadas victorias de la fe, orantes rostros debienaventurados o episodios de ejemplares hagiografas. Algo fatigado, el SumoPontfice se adormeci levemente, en tanto que se desprendan, por rango y categoras,los dignatarios del squito, invitados a no seguir adelante, ms all de este u otroumbral, en observancia del estricto protocolo de las ceremonias. Primero, de dos en dos,fueron desapareciendo los cardenales, de cappa magna, con sus solcitos caudatarios;luego, los obispes, aliviados de sus mitras resplandecientes; despus, los cannigos, loscapellanes, los protonotarios apostlicos, los jefes de congregaciones, los prelados de larecmara secreta, los oficiales de la casa militar, el Monseor mayordomo y elMonseor camarlengo, hasta que, faltando poco ya para llegar a las habitaciones cuyasventanas daban al patio de San Dmaso, las pompas del oro, el violado y el granate, el

    moar, la seda y el encaje, fueron sustituidos por los atuendos, menos vistosos, dedomsticos, ujieres y bussolanti. Al fin, la silla descans en el piso, junto a la modestamesa de trabajo de Su Santidad y los porteadores la levantaron de nuevo, aligerada de suaugusta carga, retirndose con recurrentes reverencias. Sentado ahora en una butaca quele daba una sosegada sensacin de estabilidad, el Papa pidi un refresco de horchata aSor Crescencia, encargada de sus colaciones y, luego de despedirla con un gesto quetambin se diriga a sus camareros, oy cmo se cerraba la puerta la ltima puertaque lo separaba del rutilante y pululante mundo de los Prncipes de la Iglesia, Preladospalatinos, dignidades y patriarcas, cuyos bculos y capas pluviales se confundan, enhumos de incienso y diligencia de turiferarios, con los uniformes de los Camaristas decapa y espada, Guardias nobles y Guardias suizos, magnficos, estos ltimos, con sus

    corazas de plata, partesanas antiguas, morriones a lo condottiero, y trajes listados enanaranjado y azul colores a ellos asignados, de una vez y para siempre, por el pincelde Miguel ngel, tan ligado en obras y recuerdo a la suntuosa existencia de la baslica.

    Haca calor. Como las ventanas del patio de San Dmaso estaban tapiadas menos las suyas, desde luego para evitar que miradas indiscretas fisgonearan en lasntimas estancias pontificales, reinaba un silencio tan ignorante de todo trfago urbano,paso de carruajes o ruidos de artesana que, cuando aqu llegaba el eco de algunacampana lejana, sonaba como msica evocadora de una Roma tan distante que parecacosa de otro mundo. El Vicario del Seor sola identificar algunos bronces por lostimbres que le traa la brisa. ste, leve, de repique apretado, era de la barroca iglesia deGes; aqul, majestuoso y pausado, ms cercano, de Santa Maria Maggiore; aquel otro,clido y grave, de Santa Maria sopra Minerva, en cuya selva interior de mrmolesencarnados se inscriba el humano rastro de Catalina de Siena, la ardiente y enrgica

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    dominica, apasionada defensora de su antecesor Urbano VI, el irascible protagonista delCisma de Occidente, a quien veneraba, por combativo, l, que, cinco aos antes, hubiesepublicado aquel Syllabus sin que en l figurara su firma, aunque todo el mundosupiese que el texto se alimentaba de sus alocuciones, homilas, encclicas y cartaspastorales donde se condenaba las pestes que eran, modernamente, el socialismo y el

    comunismo, tan speramente combatidas por su rigurosa y clara prosa latina, como lassociedades clandestinas (era decir: todos los francmasones), las sociedades bblicas(aviso a los Estados Unidos de Amrica), y, en general, los muchos ncleos clrico-liberales que harto asomaban la oreja en aquellos das. El escndalo promovido por elSyllabus haba sido de tal magnitud que el mismo Napolen III, poco sospechoso deliberalismo, haba hecho lo imposible por impedir su difusin en Francia, donde medioclero, asombrado de tanta intransigencia, condenaba la encclica preparatoria, QuantaCura, por excesivamente intolerante y radical Oh, bien plida en su condena de todoliberalismo religioso, si se la comparaba con los casi bblicos improperios del PapaUrbano, tan fieramente apoyados por la dominica de Siena, cuya figura le evocaba hoy,por segunda vez, el bordn de Santa Mara sopra Minerva! El Syllabus haba madurado

    lentamente en su espritu desde que, en sus andanzas por tierras americanas, hubiesepodido comprobar el poder proliferante de ciertas ideas filosficas y polticas para lascuales no existan fronteras de mar ni de montaas. Lo haba visto en Buenos Aires, y lohaba visto, tras de la cordillera andina, durante aquel viaje, ya lejano, tan rico enprovechosas enseanzas, que con suave y dolorida tenacidad le hubiese desaconsejado,sin embargo, su santa madre, la condesa Antonia Cattarina Solazzi, esposa ejemplar deaquel padre altivo, recto y austero, conde Girolamo Masta-Ferretti, a quien el niodebilucho y endeble que l hubiese sido vea an, imponente y severo, luciendo susenvidiadas galas de gonfalonero de Senigallia... En la paz recobrada de aquel dainiciado en pompas y esplendor de ceremonias, el cristalino nombre de Senigallia venaa armonizarse con el muy lejano coro de los esquilones romanos, trayndole recuerdosde las ruedas entre toques de campanas que, asidas de la mano, bailaban en el traspatiode la vasta casa solariega sus hermanas mayores, de tan lindos nombres: Maria Virginia,Mara Isabella, Maria Tecla, Maria Olimpia, Cattarina Juditta, todas con voces frescas yalborotosas cuyo timbre, guardado en la memoria del odo, le hicieron presentes, depronto, aquellas otras voces, tambin voces nias, unidas en el villancico ingenuo,escuchado al inicio de unas borrascosas navidades, en la tan distante, tan distante y sinembargo tan recordada ciudad de Santiago de Chile:

    Esta noche es Nochebuena

    Y no es noche de dormir,Que la Virgen est de parto

    Y a las doce ha de parir.

    Pero, de pronto, la gran voz de Santa Maria sopra Minerva lo apart deevocaciones acaso demasiado frvolas para un da en que, algo descansado de laprolongada ceremonia que haba encendido los soles de la Ctedra de San Pedro, habrade resolverse a tomar una importante determinacin. Entre un orfebrado portapazatribuido a Benvenuto Cellini y la naveta de cristal de roca, muy antigua en su factura,cuya forma era la del Ictus de los primitivos cristianos, estaba el legajo el famosoexpediente! en espera desde el ao anterior. Nadie haba tenido la desconsideracin

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    de apremiarlo, pero era evidente que el muy venerable Cardenal de Burdeos,Metropolitano de las Dicesis de las Antillas, su Eminencia el Cardenal Arzobispo deBurgos, el Muy Ilustre Arzobispo de Mxico, as como los seiscientos y tantos obisposque haban estampado sus firmas en el documento, deban estar impacientes por conocerSu Resolucin. Abri la carpeta llena de anchas hojas cubiertas de sellos lacrados, con

    cintas de raso encarnado para unirlas en folio, y, por vigsima vez, ley la propuesta dePostulacin ante la Sacra Congregacin de Ritos que se iniciaba con la bien articuladafrase: Post hominum salutem, ab Incarnato Dei Verbo, Domino Nostro Jesu Christo,

    feliciter instauratam, nullum profecto eventum extitit ant praeclarius, aut utiliusincredibili ausu Januensis nautae Christophori Columbi, qui omnium primusinexplorata horrentiaque Oceani aequora pertransiens, ignotum Mundum detexit, et ita

    porro terrarum mariumque tractus Evangelicae fidei propagationi duplicavit. .. .Bienlo deca el Primado de Burdeos: el descubrimiento del Nuevo Mundo por CristbalColn era el mximo acontecimiento contemplado por el hombre desde que en elmundo se hubiese instaurado una fe cristiana y, gracias a la Proeza Impar, se habadoblado el espacio de las tierras y mares conocidos a donde llevar la palabra del

    Evangelio. .. Y, junto a la respetuosa solicitud, haba, en foja separada, un brevemensaje dirigido a la Sacra Congregacin de Ritos que, al recibir el aval de la firmapontificia, echara a andar, de inmediato, el intricado proceso de la beatificacin delGran Almirante de Fernando e Isabel. Su Santidad tom la pluma, pero la mano empeza sobrevolar la pgina, como dubitativa, desmenuzando una vez ms las implicacionesde cada palabra. Siempre ocurra as cuando se senta ms resuelto a trazar la rbricadecisiva al pie de aquel documento. Y era porque en un prrafo del texto apareca unafrase, especialmente subrayada, que siempre detena su gesto: . . .pro introductioneillius causae exceptionali ordine. Esto de introducir la postulacin por vaexcepcional haca vacilar, una vez ms, al Sumo Pontfice. Era evidente que labeatificacin camino previo para la canonizacin del Descubridor de Amricaconstituira un caso sin precedente en los anales del Vaticano porque su expedientecareca de ciertos respaldos biogrficos que, segn el canon, eran necesarios alotorgamiento de una aureola. Esto, confirmado por los sabios e imparciales bolandistasinvitados a opinar, sera utilizado, sin duda alguna, por el Abogado del Diablo, sutil ytemible Fiscal de la Repblica de los Infiernos... En 1851, cuando l, Po IX, despus dehaber pasado por el arzobispado de Espoleto, el obispado de Imola, y de haberse tocadocon el capelo cardenalicio, no llevaba ms de cinco aos elevado al Trono de San Pedro,haba encargado a un historiador francs, el conde Roselly de Lorgues, una Historia deCristbal Coln, varias veces leda y meditada por l, que le pareca de un valordecisivo para determinar la canonizacin del Descubridor del Nuevo Mundo. Ferviente

    admirador de su hroe, el historiador catlico haba magnificado las virtudes queagigantaban la figura del insigne marino genovs, sealndolo como merecedor de unlugar destacado en el santoral, y hasta en las iglesias cien, mil iglesias... , donde sevenerara su imagen (imagen harto imprecisa hasta ahora, ya que no se tenan retratossuyos y con cuntos santos no pasaba lo mismo? pero que pronto cobraracorporeidad y carcter gracias a las investigaciones guiadoras de algn pincel inspiradoque diese al personaje la fuerza y expresin que el Bronzino, retratista de Csar Borgia,haba conseguido al ilustrar la figura del insigne marino Andrea Doria en leo de unaexcepcional belleza). Esta posibilidad haba obsesionado al joven cannigo Mastadesde su regreso de Amrica, cuando estaba muy lejos todava de barruntarse que seraentronizado algn da en la baslica de San Pedro. Hacer un santo de Cristbal Coln era

    una necesidad, por muchsimos motivos, tanto en el terreno de la fe como en el mismoterreno poltico y bien se haba visto, desde la publicacin del Syllabus, que l, Po

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    IX, no desdeaba la accin poltica, accin poltica que no poda inspirarse sino en laPoltica de Dios, bien conocida por quien tanto haba estudiado a San Agustn. Firmar elDecreto que tena delante era gesto que quedara como una de las decisiones capitalesde su pontificado... Volvi a mojar la pluma en el tintero, y, sin embargo, qued lapluma otra vez en suspenso. Vacilaba nuevamente, esta tarde de verano en que no

    tardaran las campanas de Roma a concertar sus resonancias al toque del ngelus.

    Ya en la niez de Masta haba dejado Senigallia de ser la ciudad de bulliciosasferias, a cuyo puerto se arrimaban barcos procedentes de todas las riberas mediterrneasy adriticas ahora sorbidos por la prspera, engreda y viciosa Trieste, cuya riquezaestaba en trance de arruinar a su menguada vecina, tan favorecida otrora por losnavegantes griegos. Adems, los tiempos eran duros: con su devastadora Campaa deItalia, Bonaparte lo haba revuelto todo, ocupando Ferrara y Boloa, apoderndose de laRomana y de Ancona, humillando la Iglesia, expoliando los Estados Pontificios,

    encarcelando cardenales, ocupando la misma Roma, llevando la insolencia hasta arrestaral Papa y apoderarse de venerables esculturas, orgullo de monasterios cristianos, paraexhibirlas en Pars colmo del escarnio! entre los Osiris y Anubis, halcones ycocodrilos, de un museo de antigedades egipcias... Los tiempos eran malos. Y, conello, la casa solariega de los condes Masta-Ferretti haba venido a menos. Malocultaban los retratos de familia, las marchitas tapiceras, los grabados algo cagados demoscas, los altos aparadores y desvadas cortinas, el creciente deterioro de paredes quela humedad, debida a las muchas goteras, cubra de feas manchas pardas que seensanchaban, implacablemente, con el correr de los das. Hasta crujan ya los viejospisos de madera cuyos primores de ebanistera empezaban a largar taraceasdesincrustadas por las intemperies. Cada semana se le reventaban dos o tres cuerdas ms

    al aejo pianoforte, de amarillento teclado, donde Maria Virginia y Maria Olimpia seempeaban todava en tocar, a dos o cuatro manos, sonatinas de Muzio Clementi, piezasdel Padre Martini o unos Nocturnos hermosa novedad del ingles Field, fingiendoque no advertan el silencio de ciertas notas que, por ausentes del instrumento, habandejado de responder al tacto desde haca varios meses. Las galas del gonfalonero eranlas nicas que an daban empaque de gran seor al conde Masta-Ferretti, pues, cuandoregresaba, tras de presidir una ceremonia, al hogar de poca vianda en puchero, seenvolva en levitas ya muy zurcidas y rezurcidas por las dos abnegadas fmulas que anquedaban en la casa, cobrando sueldos que les eran pagados un ao s y otro no. Por lodems, la condesa pona buena cara a los vientos adversos con la dignidad y cuidado delas apariencias que siempre la haban caracterizado, observando lutos de parientes

    imaginarios, muertos en ciudades siempre distantes, pura justificar el uso persistente deun par de vestidos negros, ya muy pasados de moda, y, por mostrarse lo menos posibleal exterior, iba de madrugada a la iglesia de los Servitas, en compaa de su hijo menor,Giovanni Mara, para rogar a la Madonna Addolorata que aliviara estos atribuladosestados del norte de sus agobios y calamidades. En suma: se llevaba la existencia demiseria altiva en palacios ruinosos, que era la de tantas familias italianas de la poca.Existencia de miseria altiva escudos en puerta y chimeneas sin lumbre, cruz de Maltaen el hombro pero vientre harto ayuno que el joven Masta volvera a encontrar, alestudiar el idioma castellano, en las novelas de la picaresca espaola lectura esta,pronto dejada por frvola, para internarse en los meandros conceptistas de Gracin, antesde llegar a la meditacin y prctica, ms provechosa para su espritu, de los Ejerciciosespirituales de San Ignacio, que le ensearon a centrar la meditacin o la oracinen una imagen previamente elegida, a fin de evitar, mediante la composicin de lugar,

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    las fugas imprevistas de la imaginacin, eterna loca de la casa, hacia temas ajenos a losde nuestra reflexin principal. El mundo andaba revuelto. La francemasonera se colabaen todas partes. Haca cuarenta aos apenas y qu son cuarenta aos para el decursode la Historia? que haban muerto Voltaire y Rousseau, maestros de impiedad y delibertinaje. Menos de treinta aos antes, un muy cristiano rey haba sido guillotinado as,

    como quien no dice nada, a la vista de una multitud atea y republicana, al comps detambores pintados con los mismos azules y rojos de las escarapelas revolucionarias...Indeciso en cuanto a su porvenir, despus de desordenados estudios que incluan lateologa, el derecho civil, el castellano, el francs, y un latn muy llevado hacia la poesade Virgilio, Horacio y hasta de Ovidio nada que fuese de gran utilidad, en aquellosdas, para el sustento cotidiano, despus de frecuentar una brillante sociedad romanaque lo acoga calurosamente por su apellido, aunque ignorante de que, muy a menudo,falto de moneda para comer en fonda, lo que ms apreciaba el joven en las recepcionesms que el escote de las hermosas damas, ms que los bailes donde apareca ya lalicenciosa novedad de la valse, ms que los conciertos dados por msicos famosos enricas mansiones era el llamado del mayordomo al comedor donde, a la luz de

    candelabros, sobre bandejas de plata entraran las abundantes viandas que apetecan sushambres atrasadas. Pero, un da, tras de un desafortunado escarceo amoroso, el jovenGiovanni Mara troc el vino trado en garrafas de cristal orfebrado por el agua de lospozos claustrales, y las bien aderezadas volateras de cocinas palaciegas por loschcharos, berzas y polentas de los refectorios. Estaba resuelto a servir a la iglesia,ingresando muy pronto en la tercera orden de San Francisco. Ordenado sacerdote, sedistingue por el ardor y la elocuencia de sus prdicas. Pero sabe que lo espera uncamino largo y difcil, sin esperabas de ascender hacia las altas jerarquas eclesisticaspor el aislamiento en que vive su familia, sus pocas relaciones, y, ms que nada, por lapoca levantisca y trastocada que se est viviendo, en el seno de una cristiandaddividida, desmembrada, vulnerable como pocas veces lo ha estado en su historia, ante lacreciente y casi universal arremetida de ideas nuevas, de teoras y doctrinas, tendientestodas, de alguna manera, a la elaboracin de peligrosas utopas desde que el equilibriosocial de otros das equilibrio no siempre satisfactorio, pero equilibrio al fin ha sidoroto por las peligrosas iconoclasias de la revolucin francesa... Y todo es oscuridad,humildad y resignacin en su vida, cuando se produce el milagro: Monseor GiovanniMuzi, arzobispo de Filippolis, la de Macedonia, cuna de Alejandro e) Magno,nombrado Delegado Apostlico en Chile, ruega a Masta que lo asesore en una muydelicada misin. Jams ha visto el prelado a quien as elige por recomendacin de unabate amigo. Pero piensa que el joven cannigo puede serle de suma utilidad, por sucultura general, y, en particular, por su conocimiento del idioma castellano. Y as, el

    futuro Papa pasa de un hospicio donde desempeaba un modestsimo cargo de mentorde hurfanos, a la envidiable condicin de Enviado al Nuevo Mundo ese NuevoMundo cuyo solo nombre pone en su olfato un estupendo olor de aventuras. Por lomismo, considerando su hbito talar, se siente con vocacin misionera vocacindebida, acaso, a su conocimiento de las actividades misioneras de los discpulos de SanIgnacio en China, el extremo Oriente, Filipinas y Paraguay. Y, de repente, se ve a smismo en papel misionero, pero no a la manera de los jesuitas que haba caricaturizadoVoltaire en la novela harto difundida, y hasta traducida al castellano por un renegadoAbate Marchena, sino que, consciente de que los tiempos han cambiado y que lopoltico habr de cobrar una creciente importancia en el siglo que ahora empieza, seaplica a estudiar, reuniendo un cmulo de informaciones, el ambiente donde habr de

    actuar con tacto, discernimiento y astucia.

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    Para empezar, algo le intriga sobremanera. Quien ha solicitado del Papa Po VII elenvo de una misin apostlica a Chile, es Bernardo O'Higgins, que est al frente de sugobierno, con el ttulo de Director General. Sabe ya cmo O'Higgins liber a Chile delColoniaje espaol, pero lo que se explica menos es que acuda a las luces del Vaticanopara reorganizar la Iglesia Chilena. Roma, en estos tiempos tumultuosos y revueltos, es

    albergue y providencia de intrigantes de toda ndole, conspiradores y sacripantes,embozados carbonarios, sacerdotes exclaustrados, renegados y sacerdotes arrepentidos,ex curas voltairianos vueltos al redil, informadores y soplones, y fcil es hallarlostrnsfugas de Logias, siempre dispuestos a vender los secretos de la Francmasonera portreinta denarios. Entre stos, se topa Masta con un ex caballero Kadosh de la LogiaLautaro de Cdiz, hija de la Gran Reunin Americana de Londres, fundada porFrancisco de Miranda, y que ya tiene filiales en Buenos Aires, Mendoza y Santiago. YO'Higgins fue muy amigo dice el informador del extraordinario venezolano,maestro de Simn Bolvar, general de la Revolucin Francesa, cuyas andanzas por elmundo constituyen la ms fabulosa novela de aventuras, y hasta se dice lbremeDios de culpables imaginaciones, piensa Masta que se acost con Catalina de Rusia

    porque, como su amante Potemkine estaba cansado de los excesivos ardores de susoberana, pens que el guapo criollo, de sangre caliente, podra saciar los desaforadosapetitos de la rusa que, aunque ms que jamona, usted me entiende, era tremendamenteaficionada a que le... y basta, basta, basta, dice Masta a su informador: hablemosde cosas ms serias y le ofrezco otra botella de vino. El renegado se refresca elgaznate, alabando la calidad de un psimo morapio que slo su perenne sed le hacehallar bueno, y prosigue su relato. En su jerga secreta, los francmasones llamaban aEspaa Las Columnas de Hrcules. Y la Logia de Cdiz tena una Comisin de losReservados que se ocupaba, casi exclusivamente, en promover agitaciones polticas enel mundo hispnico. Y en el seno de esa comisin se sabia que en Londres habaredactado Miranda un cuaderno de Consejos de un viejo sudamericano a un jovenpatriota al regresar de Inglaterra a su pas que contena frases tales como: Desconfiadde todo hombre que haya pasado la edad de cuarenta aos a menos de que os consteque sea amigo de la lectura. La juventud es la edad de los ardientes y generosossentimientos. Entre los de vuestra edad encontraris pronto muchos a escuchar y fcilesde convencer. (Se ve que ese Miranda, como Gracin, receloso de los horrores yhorrores de la Vejeca, pona su confianza en el palacio encantado de la juventud piensa Masta. . .). Tambin haba escrito el destacado francmasn: Es un error creerque todo hombre, porque tiene tonsura en la cabeza o se sienta en la poltrona de uncannigo, es un fantico intolerante y un enemigo decidido de los derechos de loshombres. Ya estoy entendiendo mejor a ese Bernardo O'Higgins dijo Masta,

    haciendo repetir el prrafo tres veces al trnsfuga de la Logia gaditana. Estaba claro:fuesen cuales fuesen sus ideas, O'Higgins saba que Espaa soaba con restablecer enAmrica la autoridad de su ya muy menguado imperio Colnial, luchandodenodadamente por ganar batallas decisivas en la banda occidental del continente, antesde ahogar en otras partes, mediante una autntica guerra de reconquista y para ello noescatimara los medios las recin conseguidas independencias. Y sabiendo que la feno puede extirparse de sbito como se acaba, en una maana, con un gobierno virreinalo una capitana general, y que las iglesias hispanoamericanas dependan, hasta ahora,del episcopado espaol, sin tener que rendir obediencia a Roma, el libertador de Chilequera sustraer sus iglesias a la influencia de la ex metrpoli cada cura espaol seramaana un aliado de posibles invasores, encomendndolas a la autoridad suprema del

    Vaticano, ms dbil que nunca en lo poltico, y que bien poco poda hacer en tierras deultramar fuera de lo que correspondera a una jurisdiccin de tipo meramente

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    eclesistico. As se neutralizaba un clero adverso, conservador y revanchista,ponindosele sin embargo y no podra quejarse de ello! bajo la custodia directa delVicario del Seor sobre la Tierra. Jugada maestra, que era posible aprovechar en todossentidos!... Al joven Masta se le haca simptico, ahora, Bernardo O'Higgins. Estabaimpaciente ya por cruzar el Ocano, a pesar de los temores de su santa madre la

    Condesa que, desde su descalabrada mansin de Senigallia, lo instaba a que buscaseexcusas en su precaria salud para ser eximido de una agotante travesa por el procelosomar de los muy frecuentes naufragios el mismo mar de Cristbal Coln, pensaba elcannigo, aorando, en vsperas del gran viaje, la quietud del mbito familiar, yrecordando con especial ternura a Mara Tecla, su hermana preferida, a quien habasorprendido cierta vez, en ausencia de sus padres, cantando a media voz, como ensueos (oh levsimo, inocentsimo pecado!) una romanza francesa del Padre Martini,que haba aparecido en un lbum de obras del gran franciscano, autor de tantas misas yoratorios:

    Plaisir d'amour

    ne dure qu'un moment.

    Chagrin d'amour

    dure toute la vie

    A pesar de los llamados a la cautela, a la prudencia, el joven cannigo esperabaansiosamente la fecha de la partida. Y tanto ms ahora que todo pareca oponerobstculos a la empresa: muerte del Papa, ese papa tan humillado por el insolente Corsoque lo haba obligado a sancionar la bojiganga de su imperial investidura con coronapuesta, solemnemente, en la testa de una mulata martiniquea; eleccin de Len XII,

    tras de un inacabable cnclave de veintisis das; intrigas del Cnsul de Espaa,enterado por sus espas del objeto de la misin apostlica; vientos contrarios, intrigas,chismorreos, cartas van, cartas vienen, respuestas que harto se hacen desear. Pero al fin,al fin, el 5 de octubre de 1823, leva las anclas el navo Eloisa (prefiero la deAbelardo a la de Rousseau piensa Masta) con destino al Nuevo Mundo. Con lnavegaban: el Delegado Giovanni Muzi, su secretario particular Don Salustio, eldominico Raimundo Arce, y el archidicono Cienfuegos, ministro plenipotenciario deChile por reciente promocin de O'Higgins ante la Santa Sede.

    De Gnova haba partido el barco. Genovs haba sido quien, un da, emprendierala prodigiosa empresa que habra de dar al hombre una cabal visin del mundo en queviva, abriendo a Coprnico las puertas que le dieron acceso a una incipienteexploracin del Infinito. Camino de Amrica, Camino de Santiago, Campos Stellae en realidad camino hacia otras estrellas: inicial acceso del ser humano a la pluralidad delas inmensidades siderales.

    Harto prolongada, exasperante a veces, la demora en Gnova haba sido fructferaen descubrimientos para el joven cannigo, maravillado, a cada paso, por el esplendorde la soberbia ciudad de los Doria, apellido de urea sonoridad, toda llena del recuerdode Andrea, el almirante insigne, representado en laudatorias pinturas alegricas, de torsodesnudo, barbas encrespadas, y emblemtico tridente en mano, como viva, posible y

    presente imagen de Poseidn. Largamente haba meditado el joven ante la casa deBranca Doria, aquel muy magnfico asesino, de estirpe genovesa, a quien Dante hall en

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    el noveno crculo infernal, padeciendo su castigo en alma mientras su cuerpo, movidopor un demonio, se mostraba an viviente sobre la tierra. Frente a la iglesia de SanMateo la mansin de Lamba Doria, edificada por Martino Doria, tan slida como ellinaje de sus dueos, resista el paso de los siglos, como tambin pervivan, hermosas yaltivas, las de Domenicaccio Doria y la de Constantino Doria, habitada finalmente por

    Andrea todo el mundo aqu pareca llamarse Doria!, el prodigioso marino de lascien victorias sobre el Turco... Y ahora que el Heloisa entraba en las ondas terrosasdel Ro de la Plata, evocaba an Masta la suntuosa escenografa portuaria dejada atrs,en el fasto de la urbe de palacios rojos y palacios blancos, cristaleras, balaustradas,glorias rostrales y esbeltos campanilos. Una escala en Montevideo le dio, por contraste,la impresin de hallarse en un enorme establo, porque all no haba edificio importanteni hermoso, todo era rstico, como de cortijo, y los caballos y las reses recobraban, en lavida cotidiana, una importancia olvidada en Europa desde los tiempos merovingios.Buenos Aires ni siquiera tena puerto, sino una mala baha, de donde haba dealcanzarse la ciudad en una carreta tirada por caballos, escoltada por hombres a caballo,en hedor de caballos, olores de cuero bruto y trompetera de relinchos obsesionante

    presencia del caballo que habra de imponerse al viajero, mientras permaneciera en elcontinente cuyo suelo hollaba por vez primera. A la luz de faroles trados por losvecinos, fue recibida la misin apostlica en la ciudad hurfana de obispo desde hacamucho tiempo. La primera impresin de Masta fue desastrosa. Las calles, ciertamente,eran rectas, como tiradas a cordel, pero demasiado llenas de un barro revuelto,chapaleado, apisonado y vuelto a apisonar, amasado y revuelto otra vez, por los cascosde los muchos caballos que por ellas pasaban y las ruedas de las carretas boyeras debestias azuzadas por la picana. Haba negros, muchos negros, entregados a anularesoficios y modestas artesanas, o bien de vendedores ambulantes, pregoneros de la buenacol y la zanahoria nueva, bajo sus toldos esquineros, o bien sirvientes de casasacomodadas, identificables stos por un decente atuendo que contrastaba con losvestidos salpicados de sangre de las negras que traan achuras del matadero esematadero de tal importancia, al parecer, en la vida de Buenos Aires, que llegaba Mastaa preguntarse si, con el culto del Asado, el Filete, el Lomo, el Solomillo, el Costillar olo que algunos, educados a la inglesa, empezaban a llamar el Bife el Matadero noresultara, en la vida urbana, un edificio ms importante que la misma Catedral, o lasparroquias de San Nicols, La Concepcin, Montserrat o La Piedad. Demasiado ola atalabartera, a curtido de pieles, a pellejo de res, a ganado, a saladura de tasajo, dececina, a sudor de ijares y sudor de jinetes, a boiga y estircol, en aquella urbeultramarina donde, en conventillos, pulperas y quilombos, se bailaba La Refalosa y elCundo, mi vida, cundo?, intencionada danza que sonaba, en aquellos das, a todo lo

    largo y ancho del continente americano, a no ser que, tras de paredes, se armara labrbara algaraba de tambores aporreados en tangos como aqu los llamaban porpardos y morenos. Pero, al lado de esto, floreca una autntica aristocracia, de vidaabundosa y refinada, vestida a la ltima de Pars o de Londres, afecta a brillantes saraosdonde se escuchaban las ms recientes msicas que se hubiesen odo en los baileseuropeos, y, en das de festividades religiosas, para halagar al joven cannigo nuncafaltaban voces de lindas criollas que le cantaran el Stabat Materde Pergolesi. Pero, pordesgracia, las modas ultramarinas, de adorno, entretenimiento o civilidad, nunca viajansolas. Y con ellas haba llegado aqu la peligrosa mana de pensar y saba Masta loque deca, al calificar de peligrosa mana el afn de mucho buscar verdades ycertezas, o posibilidades nuevas, donde slo haba cenizas y tinieblas, noche del alma.

    Ciertas ideas haban cruzado el ancho ocano, con los escritos de Voltaire y deRousseau a quienes el joven cannigo combata por caminos oblicuos, calificndolos

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    de esclerticos y rebasados, negando toda vigencia a libros que tenan ya ms de mediosiglo de edad. Pero esos libros haban marcado muchos espritus, para quienes la mismaRevolucin Francesa, contemplada en la distancia, no resultaba un fracaso. Y buenaprueba de ello era que Bernardino Rivadavia, Ministro del Gobierno, consideraba consuma antipata la estancia en Buenos Aires de la misin apostlica. Liberal y

    seguramente francmasn, hizo saber al Arzobispo Muzi que le estaba prohibidoproceder a confirmaciones en la ciudad, invitndosele a proseguir el viaje cuanto antesviaje que, adems, trat de amargarle de antemano, insinuando que acaso losemisarios de la curia romana no seran recibidos en Chile con tantos honores comoesperaban.

    As, a mediados de enero de 1824, los clrigos salieron al camino, en dos anchascarrozas, seguidas de una tarda carreta donde se amontonaban los bales, fardos ypertrechos a ms de camas y enseres de primera necesidad que difcilmente sehallaran en los tambos de las remudas de bestias, donde harto a menudo les seraforzoso dormir, a falta de alguna hacienda hospitalaria. Bien aconsejados porcompadecidas personas que mucho criticaban la impa incivilidad de Rivadavia quienno haba ofrecido ayuda oficial alguna a la misin los viajeros llevaban abundantesprovisiones de boca: granos, patatas, chalona, tocino, cebollas y ajos, limones parasuplir el vinagre que era infecto en las fondas del pas, y varias bombonas de vino,aguardiente y mistela. Y dicen que los prelados slo se nutren de finas truchas ypasteles de alondras! observaba Giovanni Muzi, riendo. Pero Masta poco hablaba ymucho miraba. El paisaje era de una agobiante monotona, pero acababa por imponersea su atencin por una razn de escalas. Crea saber lo que era una llanura, pero la visinde la pampa infinita donde, por ms que se anduviese, se estaba siempre al centro de unredondo horizonte de tierra monocorde; la pampa, dando al viajero la impresin de queno se mova, ni adelantaba en su rumbo, por mucho que arreara los brutos del tiro; la

    pampa, por su vastedad, por su cabal imagen de infinito que situaba al Hombre ante unapresente figuracin de lo Ilimitado, le haca pensar en la alegrica visin del mstico,para quien el ser humano, metido en un corredor sin comienzo ni fin conocido, trata dealejar de s, mediante la ciencia y el estudio, las dos murallas que, a derecha e izquierda,limitan su campo de visin, logrando, con los aos, hacer retroceder las paredes, aunquesin destruirlas jams, ni llegar nunca, por mucho que las aparte de s, a modificar suaspecto ni a saber lo que hay detrs de ellas... Masta cruz la pampa, sumido en unsueo lcido roto de tarde en tarde por los gritos de una tropilla galopando enalboroto de boleada del que fue sacado, despus de das y das de rodar en lo mismopor la reaparicin de cosas conocidas: ciertos accidentes del terreno, arroyos, junqueras,semejantes a los de all; casas de una arquitectura parecida, vegetaciones, animales,

    menos menguados por la vastedad de una naturaleza de nunca acabar. Pero pronto elinfinito horizontal se transform en un infinito vertical, que era el de los Andes. Al ladode esos increbles farallones erguidos sobre la tierra, de cimas extraviadas en las nubescomo inaccesibles los Montes Dolomitas, por l conocidos, le parecieron montaasde paseo y adorno (era cierto que slo haba hollado sus primeras estribaciones),revelndosele, de pronto, la desmesura de esta Amrica que ya empezaba a hallarfabulosa a pesar de que sus hombres, a menudo, le parecieran incultos, brutales yapocados, dentro del mbito que poblaban. Pero una naturaleza as no poda sinoengendrar hombres distintos pensaba y dira el futuro qu razas, qu empeos, quideas, saldran de aqu cuando todo esto madurara un poco ms y el continente cobrarauna conciencia plena de sus propias posibilidades. Pero, por ahora, le pareca que a

    cuanto haba visto hasta ahora faltaba solera emplendose aqu una expresinpropia de buenos catadores de vinos aejos. Y empez luego el lento y trabajoso

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    ascenso a las cumbres que, engendrando y repartiendo ros, dividan el mapa, porcaminos en orillas de precipicios y quebradas donde se arrojaban fragorosos torrentescados de las cimas de algn invisible pico nevado, entre ventiscas silbantes y ululantesrespiros de simas, para conocer, arriba, la desolacin de los pramos, y la aridez de laspunas, y el pnico de las alturas, y la hondura de las hoyas, y el estupor ante los

    alocamientos granticos, la pluralidad de riscos y peascales, las lajas negras alineadascomo penitentes en procesin, las escalinatas de esquistos, y la mentirosa visin deciudades arruinadas, creada por rocas muy viejas, de tan larga historia que, largandoandrajos minerales, acababan por mostrar, desnudas y lisas, sus osamentas planetarias.Y fue el pasar de un primer cielo a un segundo cielo, y a un tercer cielo, y a un cuartocielo, hasta llegarse al filo de la cordillera, en sptimo cielo era el caso de decirlo,para empezar a descender hacia los valles de Chile, donde las vegetaciones recobraranun verdor ignorado por los lquenes nacidos de brumas. Los caminos eran casiintransitables. Un terremoto reciente haba atropellado los pedregales, tirandoescombros sobre la esculida yerba paramera... Y fue el contento de regresar al mundode los rboles y de las tierras aradas, y, al fin, despus de un viaje de nueve meses, a

    contar desde la partida de Gnova, lleg la misin apostlica a Santiago de Chile. Qu parto! dijo Masta, aliviado.

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    Tantos eran los templos y conventos que podan verse en Santiago de Chile, que el joven cannigo compar la ciudad, de entrada, con ciertas pequeas poblacionesitalianas, de las de veinte espadaas para cien tejados. Si Buenos Aires ola a cuero,tenera, arneses y a menudo a qu negarlo? a cagajn de caballo, aqu se viva ensahumerios de incienso, entre los edificios y clausuras de Santo Domingo, San Antonio,

    San Francisco, las Recoletas, las Clarisas, los Agustinos, la Compaa, San Diego, laVeracruz, sin olvidar el convento de muchas monjas que se alzaba en la Plaza Mayor. Yya se felicitaba Masta de poder empezar a desempear su flamante cargo de Auditor entierra tan propicia, cuando una funesta nueva puso el desasosiego en el nimo de losviajeros: Bernardo O'Higgins, Director de Chile, que haba solicitado el envo deMonseor Muzi, por intermedio de su embajador Cienfuegos; O'Higgins, el hroe deuna dura y noble guerra de independencia, haba sido derrocado, dos meses antes, por suhombre de mayor confianza: Ramn Freir, Teniente General de los Ejrcitos de Chile.Y ste se encontraba ausente, entregado a blicos quehaceres en la lejana isla deChilo... (An no han muerto los autnticos generales de espada y ya aparecen losgenerales de vaina pens el joven eclesistico.) Todo lo acordado hasta ahoraquedaba en entredicho. Se ignoraba cul podra ser la disposicin de nimo de Freir. Y,por ello, abrise un exasperante comps de espera, durante el cual escribi Masta unacarta que reflejaba su desazn: Los actuales gobiernos americanos son gobiernosconvulsivos a causa de los cambios continuos a los cuales estn sujetos. (Sindesearlo fui el Plido ngel de los Funestos Vaticinios murmuraba Su Santidad PoIX cuando relea una copia de esa carta anunciadora de tantos acontecimientosdramticos como se veran en el futuro, conservada hasta ahora por quien hubiese sidoel oscuro cannigo de entonces...) Pero no tena Masta un nimo vulnerable al primercontratiempo grave que se opusiese a sus designios. En espera de poder trabajar, se dioa cultivar las amistades que, desde el primer da, le brind la gente acomodada y culta

    de Santiago. Asiduamente visit a unas seoritas Cotapos, muy aficionadas a la buenamsica, que, como era de esperarse, y en consideracin a la tonsura del visitante, lehicieron escuchar ms de una vez el Stabat Mater de Pergolesi. (Es curioso pensaba Masta: Con una sola partitura, un compositor muerto a los veintisis aos halogrado una fama ms universal que el viejo Palestrina con su obra enorme, escritadurante el transcurso de una larga vida.) Famossima es tambin aqu su pera de

    La Serva Padrona decan las seoritas Cotapos y conocemos algunos trozos deella. Pero su argumento chocara a Vuestra Reverencia por lo atrevido. Mastaagradeca el escrpulo con sonrisa indulgente aunque un tanto hipcrita, pues bien seacordaba que l y su hermana Mara Tecla se haban divertido de lo lindo, en Senigallia,una tarde, canturreando las partes de los dos nicos personajes un tercero era mudo

    de esa amable bufonada puesta en el atril del maltrecho piano hogareo. Por lasmuchachas chilenas conoci algunos de los villancicos que cada ao, en Navidades,alegraban la ciudad bastante gris y melanclica, decan ellas, a todo lo largo del ao.Uno, de meloda muy popular, le encant por su fresca aunque ripiosa candidez:

    Seora Doa Mara,

    Yo vengo de muy lejos,

    y a su niito le traigo

    Un parcito de conejos.

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    En eso lleg la Semana Santa, y pudo asombrarse el flamante auditor ante elcarcter sombro, dramtico, casi medieval, que aqu cobraba, el viernes, la procesin depenitentes que iba en la tarde de agona por las calles cntricas: hombres descalzos,vestidos de una larga tnica blanca, con coronas de espinas, una pesada cruz de maderaen el hombro izquierdo, y un ltigo en la diestra, con el cual se azotaban furiosamente

    las espaldas... Masta pens que el vigor de la fe, en este pas, no poda ser sino propicioa los fines de la misin. Pero, a la vez, comprobaba que aqu, como en Buenos Aires, sehaban colado las llamadas ideas nuevas. Mientras los flagelantes se ensangrentabanel lomo en su cortejo expiatorio, unos jvenes elegantes y descredos, a quienesllamaban pipilos, con el nimo de inquietarlo, le daban a entender que pronto seestablecera la libertad de prensa forzosamente restringida por la dura guerra queacababa de vivirse y que, en la mente de Freire, estaba el secreto propsito desecularizar el clero chileno. En espera de los acontecimientos, Masta adopt una tcticanueva ante quienes presuman de liberales en su presencia: tctica consistente enpresumir de ms liberal que los mismos liberales. Y, usando de estrategias aprendidascon los jesuitas, proclamaba que Voltaire y Rousseau haban sido hombres de un

    extraordinario talento aunque l, eclesistico, no pudiese compartir sus criterios,recordando sin embargo, con sutil perfidia, que esos filsofos pertenecan ageneraciones muy superadas por las actuales en sus ideas, y que, por lo mismo, era horaya de ponerse al ritmo de la poca, desechando textos apolillados, llenos de conceptoshistricos desmentidos por la realidad, hacindose urgente la adopcin de una nuevafilosofa. Igual pasaba con la Revolucin Francesa, acontecimiento dejado atrs,malogrado en sus ideales primeros, de la cual demasiado se hablaba an en estecontinente, cuando nadie la recordaba ya en Europa. Esclerosis, caducidad,inactualidad, gente de otro siglo deca, hablando del Contrato social y de losEnciclopedistas. Utpico afn que a nada haba llevado, promesas incumplidas,ideales traicionados. Algo que pudo ser muy grande, pero que nunca lleg a realizar loque sus forjadores haban soado deca, hablando de la Revolucin Francesa: y esolo afirmo yo, que soy eclesistico y que ustedes deben considerar como un hombreencerrado en los lmites de un pensamiento dogmtico y anticuado. Pero no, no, no. Elliberalismo no era ya lo que esos jvenes elegantes crean. Haba, hoy, un liberalismo denuevo gnero: un liberalismo cmo diramos? situado ms a la izquierda que lamisma izquierda recordndose que, en la sala de la Convencin, los jacobinosocupaban siempre los bancos situados a la izquierda de la asamblea. Habremos,pues, de ser ms jacobinos que los jacobinos? le preguntaban. Hay, acaso, enestos momentos, una nueva manera de ser jacobino responda el futuro inspiradordel Syllabus que, por su grande habilidad en manejarse con el pensamiento adverso,

    ascendera al pontificado con la reputacin de hombre sumamente liberal y amigo delprogreso. Los meses siguientes fueron de espera, angustias, desconcierto, inquietudes,impaciencia, irritacin, desaliento, ante la solapada hostilidad de Freir, izado al podersupremo, que saba, para gran desazn de los eclesisticos, mostrarse a la vez corts einasible, acogedor a ratos y a ratos brutal, ceremonioso cuando se topaba con elarzobispo Muzi, aparentemente prometedor y abierto, para hacer, en fin de cuentas, locontrario de lo ofrecido. La vieja aristocracia de Santiago se iba compactando en torno ala misin apostlica. Pero, entre tanto, el aria de la calumnia se hinchaba en torno a losforasteros. Se acusaba a Muzi de haber aplicado una ley evocadora de tiemposColoniales, al negarse a casar a un viudo con su hijastra. Se dijo que el joven Mastahaba cobrado una suma excesiva por desempear su ministerio religioso en la mansin

    de una adinerada familia. Chismes, patraas, habladuras, dimes y diretes, intrigas einfundios que, cada da, eran ms duros de soportar para los egregios mandatarios. Para

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    colmo a pesar de que Freir hubiese asegurado al Arzobispo romano que jamsincurrira en tal exceso de liberalismo sucedi lo que los pipilos haban anunciado:fue decretada la libertad de prensa. Desde ese da, la vida se hizo imposible a losdelegados apostlicos.

    Se afirm, en letras de molde, que el mantenimiento de su inoperante misin vena

    a costar 50 000 pesos al erario pblico. Se les calific de espas de la Santa Alianza. Y,para colmo, se anunci, ya en firme, la secularizacin inminente del clero chileno, conla cual se nacionalizara la iglesia de aqu, eximindosela de toda obediencia a Roma.. .Ante tales realidades, Muzi hizo saber al gobierno que regresara inmediatamente aItalia, considerando que su confianza y buena voluntad haban sido defraudadas. Y, alcabo de nueve meses y medio de una vana actividad, el prelado, su joven auditor y DonSalustio, tomaron el camino de Valparaso, que era entonces un destartalado villorrio depescadores, situado en el regazo de un circo de montaas donde tanto se hablaba elingls como el espaol, por haber all prsperos almacenes britnicos que comerciabancon las naves fondeadas tras de largas y difciles navegaciones por el Pacficomeridional, y, sobre todo, con los esbeltos y veloces clippers norteamericanos, cada vezms numerosos y que, para pasmo de las gentes, ostentaban ya arboladuras de cuatropalos. Masta, algo afligido por el fracaso de la misin, conoci los estremecimientostelricos de dos terremotos que, sin causarle daos, le hicieron padecer la indecibleangustia de sentir perdida su estabilidad como atolondrado el equilibrio de sucuerpo admirndose ante la ecuanimidad de unos msicos ciegos que, durante losbreves sesmos, no dejaron de tocar alegres danzas ms atentos a sus limosnas que afurias volcnicas y en una fonda portuaria fue invitado a apreciar los gloriosossabores del piure, el loco, el cocha-yuyo y el monumental centollo de la Tierra deFuego. Y, por fin, se hicieron a la mar los eclesisticos, a bordo del Colombia, velerode buena andana y slido casco, acostumbrado a afrontar las furias ocenicas de la

    siempre ardua circunnavegacin del cono sur de Amrica. Con el creciente fro,aparecieron dos ballenas al paso del paralelo de Valdivia. El 10 de noviembre, se estabaen la latitud de la isla de Chilo. Y, el 17, se prepararon los navegantes a arrostrar latemible prueba de pasar el Cabo de Hornos.

    Y all, ocurri un milagro: el mar, frente a la ms famosa fragua de tempestades,frente a los monumentos de granito negro, barridos por mugientes vientos australes, quemarcan el trmino del continente, estaba quieto como las ondas de un lago italiano. Elcapitn y los marinos del Colombia se asombraron ante una paz que jams habanconocido en tal lugar del globo tanto que los ms acolmillados cabo-horneros de latripulacin no recordaban portento igual. Una noche clara y propicia descendi sobre lafeliz navegacin, ritmada tan slo por el acompasado crujido de los cordajes y el quieto

    mecimiento de los fanales. Acodado en la borda de babor, adivinando ms que viendo latierra que hacia all le quedaba, evocaba Masta las aventureras peripecias de aquelaccidentado viaje al que no haban faltado episodios dignos de amenizar las mejoresnovelas inspiradas en tribulaciones ocenicas, muy gustadas ahora por las gentes,despus del escalofriante caso de la balsa del Medusa: tormentas, vientos contrarios,calmas desesperantes, encuentros con peces raros, y hasta un abordaje de filibusteros en las islas Canarias, al venir, quienes, despus de irrumpir en la nave contremebundos gritos y cuchilladas al aire, se haban retirado contritos al ver que, a bordodel Heloisa, no haba ms objetos valiosos que una custodia, un relicario, unostensorio y un cliz que, por ser buenos catlicos y no protestantes de mierda, dejaronrespetuosamente en manos del Arzobispo Muzi. Y luego haba sido la revelacin de

    Amrica, de una Amrica ms inquieta, profunda y original de lo que el cannigohubiese esperado, donde haba ms, mucho ms, que huasos y gauderios, indios

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    malones, portentosos boleadores, jinetes de un magnifico empaque, inspiradospayadores que, rasgando la guitarra, cantaban la inmensidad, el amor, el desafo, lamacheza y la muerte. Por encima de todo ello, haba una humanidad en efervescencia,inteligente y voluntariosa, siempre inventiva aunque a veces desnortada, generadora deun futuro que, segn pensaba Masta, seria preciso aparear con el de Europa y ms

    ahora que las guerras de independencia propendan a cavar un foso cada vez ms anchoy profundo entre el viejo y el nuevo continente. El elemento unificador podra ser el dela fe y recordaba el joven los muchos conventos e iglesias de Chile, las humildescapillas pampeanas, las misiones fronterizas y los calvarios andinos. Pero la fe, aqu,para mayor diferencia entre lo de aquy lo de all, se centraba en cultos locales y en unsantoral especfico que, para decir verdad, era bastante ignorado en Europa. En efecto:repasando mentalmente la hagiografa americana, bien estudiada por l cuando sepreparaba para el presente viaje, se asombraba el cannigo de lo exticos, por asdecirlo, que le resultaban sus beatos y santos. Fuera de Rosa de Lima, de inefableestampa mstica, cuya fama alcanzaba lejanas regiones, no hallaba sino figuras ligadas auna imaginera local. Junto a Rosa y mucho menos conocidos se erguan, como

    complementos de una triloga andina, las figuras de Toribio de Lima, nacido enMallorca, inquisidor de Felipe II que, durante siete aos, despus de haber sido elevadoa la categora de arzobispo, haba recorrido su vasta dicesis peruana, bautizando unnmero incalculable de indios, y Mariana de Paredes, el Lirio de Quito, mula deRosa en cuanto a las mortificaciones impuestas a su carne, que, cierta vez, durante elterrible terremoto de 1645, ofreci a Dios su propia vida, para que, a cambio de ella,salieran indemnes los habitantes de la ciudad. Muy cerca de Toribio de Lima estabaFrancisco Solano, poco mentado en el viejo mundo, que, viajando a bordo de un buquenegrero salv a los esclavos de un naufragio, cuando la marinera los abandonabacobardemente, entregndolos, desamparados y sin barcas ni balsas, a las furias delAtlntico. Despus vena el discutido catequizador Luis Beltrn, que en Colombia yPanam haba convertido a muchos indios, canonizado a pesar de que se dijese que esasconversiones eran de escaso valor, pues haban sido hechas por voz de intrpretes, acausa de la ignorancia del santo varn en materia de idiomas locales. Ms destacadaresultaba la personalidad de Pedro Claver, protector de negros esclavos, enrgicoadversario del Santo Oficio de Cartagena de Indias, que, segn afirmaban suscontemporneos, haba bautizado a ms de trescientos mil africanos en su prolongado yejemplar ministerio catequizador. Venan luego algunos beatos y santos menores, objetode un culto meramente local, como Francisco Colmenario, predicador en Guatemala, ybienaventurado de poca historia; Gregorio Lpez, antiguo paje del Rey Felipe, cuyacanonizacin no haba progresado en Roma, aunque se le siguiese reverenciando en

    Zacatecas; Martn de Porres, barbero y cirujano limeo, primer mestizo en serbeatificado; Sebastin Aparicio objeto de un culto local en Puebla de los ngeles,beato gallego, constructor de carreteras y director del servicio postal entre Mxico yZacatecas, iluminado por la fe a los sesenta aos, al cabo de una vida descreda ymundana, durante la cual haba enterrado a dos esposas. En cuanto a SebastinMontaol, muerto por los indios de Zacatecas (decididamente Zacatecas, como Lima,era lugar electo para la manifestacin de trascendentales vocaciones!...), as comoAlfonso Rodrguez, Juan del Castillo y Roque Gonzlez de Santacruz, mrtires delParaguay, quedaban inscritos en una historia muy regional y remota, siendo probableque no tuviesen un solo fiel en el mundo al cual regresaba ahora el joven Masta.

    No. Lo ideal, lo perfecto, para compactar la fe cristiana en el viejo y nuevo

    mundo, hallndose en ello un antdoto contra las venenosas ideas filosficas quedemasiados adeptos tenan en Amrica, sera un santo de ecumnico culto, un santo de

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    renombre ilimitado, un santo de una envergadura planetaria, incontrovertible, tanenorme que, mucho ms gigante que el legendario Coloso de Rodas, tuviese un pieasentado en esta orilla del Continente y el otro en los finisterres europeos, abarcandocon la mirada, por sobre el Atlntico, la extensin de ambos hemisferios. Un SanCristbal, Christophoros, Porteador de Cristo, conocido por todos, admirado por los

    pueblos, universal en sus obras, universal en su prestigio. Y, de repente, comoalumbrado por una iluminacin interior, pens Masta en el Gran Almirante deFernando e Isabel. Con los ojos fijos en el cielo prodigiosamente estregado, esper unarespuesta a la pregunta que de sus labios se haba alzado. Y crey or el verso de Dante:

    Nada te digo, para que busques en ti mismo.

    Pero al punto se sinti agobiado por la conciencia de su propia pequeez: parapromover la canonizacin del Gran Almirante, para presentar su postulacin a la SacraCongregacin de Ritos, hubiese sido necesario tener la autoridad de un Sumo Pontfice,

    o, al menos, de un Prncipe de la Iglesia pues mucho tiempo haba transcurrido desdela muerte del Descubridor de Amrica, y su caso, francamente, no era de los msordinarios... y l, modestsimo subordinado de la Curia, slo era el oscuro cannigoMasta, integrante derrotado de una fracasada misin apostlica. Se cubri el rostro conlas manos, en esa noche tendida sobre la inmensidad del Cabo de Hornos, paraahuyentar de su mente una idea que, por lo enorme, rebasaba sus posibilidades deaccin... S. Aquella noche memorable, se cubri el rostro con las manos, pero esasmanos eran las mismas que ahora vacilaban entre el tintero y una pluma, manos estasque eran hoy las de Su Santidad el Papa Po Nono. Por qu esperar ms? Llevaba aosacariciando ese sueo, sueo que en el momento se hara realidad, mostrndose almundo la canonizacin de Cristbal Coln como una de las obras mximas de su ya

    largo pontificado. Reley lentamente un prrafo del texto propuesto a su atencin por elPrimado de Burdeos: Eminentissimus quippe Princeps Cardinalis Donnel,

    Archiepiscopus Burdigalensis, quatuor ab hinc annis exposuitSANCTITATI TUAEvenerationem fidelium erga servum Dei Christophorum Columbum, enixe deprecans

    pro introductione illius causae exceptionali ordine.

    Y, pasando a la hoja que acompaaba la solicitud, su mano rubric firmemente eldecreto por el cual se autorizaba la apertura de la instruccin y proceso. Y Su Santidadcerr el cartapacio encarnado de los documentos, con un suspiro de alivio y laimpresin de haber culminado una gran tarea. Abriendo quedamente la puerta, SorCrescencia trajo la lmpara de suave luz, atemperada por una pantalla verde, que cada

    tarde le anunciaba un prximo crepsculo. Entreg el legajo a la monja, rogndole quelo hiciese llegar, maana, por la va reglamentaria, a manos del jefe de la SacraCongregacin de Ritos. El Papa qued solo. Desde haca muchos aos, a causa de suviaje, era considerado, en el mbito vaticano, como el mximo conocedor de losproblemas de Amrica y, por ello, haba sido consultado en cada caso espinoso,

    "El Muy Eminente Principe Cardenal Donnet, arzobispo de Burdeos, hizoconocer, hace cuatro aos, a Vuestra Santidad, la veneracin de los fieles hacia eltrvidor de Dios Cristbal Coln, solicitando insistentemente la introduccin de lacausa del ilustre personaje por va extraordinaria." (Apndice "C" del Postulatum,

    publicado al final de Le Rvlateur du Clobe de Lon Bloy.)

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    escuchndosele con la mayor atencin. l mismo se haba jactado ms de una vez deser el Primer Papa Americano y hasta chileno (Porque nada de lo que puedeocurrir en los pases de allende el mar puede serme ya indiferente deca). Y sinembargo, ahora que echaba a andar el intricado mecanismo de una beatificacin,teniendo, l mismo, desde ahora, que nombrar un Postulador, un Cardenal Ponente, un

    Promotor General de la Fe, un Protonotario, un Canciller, que hubiesen de actuar en elproceso paso previo para la canonizacin de Christo-phoros le preocupaba, una vezms, que para ello fuese indispensable solicitar un procedimiento por va excepcional: pro introductione illius causae exceptionali ordine. Roma prefera siempre que losprocesos de beatificacin se iniciaran lo ms pronto posible, despus de la muerte delpostulado. Cuando transcurra demasiado tiempo, haba siempre el peligro de que unadevocin local hubiese magnificado en demasa lo que no pasaba de ser una piadosatrayectoria humana, obtenindose tan slo, de la Congregacin de Ritos, unabeatificacin equipolente menguada en alcance y relumbre, lo cual, en el caso deColn, hubiese contrariado los designios del Sumo Pontfice que la quera universal ymuy sonada y pregonada. La cuestin de tiempo, desde luego, justificaba la va

    excepcional. Pero... por lo dems? No haba dudas. Trece aos antes haba pedido alConde Roselly de Lorgues, escritor catlico francs, que escribiese una verdica historiade Cristbal Coln, a la luz de los ms modernos documentos e investigaciones hechasacerca de su vida. Y en esa historia la haba ledo y reledo veinte veces aparecaclaramente que el Descubridor de Amrica era merecedor, en todo, de un lugar entre lossantos mayores. El Conde Roselly de Lorgues no poda haberse equivocado. Era unhistoriador acucioso, riguroso, ferviente, digno de todo crdito, para quien el granmarino haba vivido siempre con una invisible aureola sobre la cabeza. Era tiempo ya dehacerla visible ad majorem Dei gloriara. Record el Papa que Coln haba pertenecido,como l, a la orden tercera de San Francisco, y que franciscano era el confesor que,cierta tarde, en Valladolid... Oh, haber sido l, ese oscuro fraile que, aquella tarde, enValladolid, tuvo la inmensa ventura de recibir la confesin general del Revelador delPlaneta! Qu deslumbramiento! Y cmo debi poblarse de imgenes csmicas, latarde aquella, una pobre estancia de posada vallisoletana, transformada, por el verbo deQuien hablaba, en un prodigioso Palacio de Maravillas!... Jams relato de Ulises en lacorte de los feacios debi aproximarse, siquiera de lejos, en esplendor y peripecias, alque hubiese salido, aquella tarde, de la boca de Quien, al caer la noche, conocera losmisterios de la muerte, como haba conocido, en vida, los misterios de un ms allgeogrfico, ignorado aunque presentido por los hombres desde la dichosa edad y siglosdichosos a quien los antiguos pusieron el nombre de dorados dichosa edad y siglosdichosos, evocados por Don Quijote en su discurso a los cabreros...

    Segn documento publicado por la Nunciatura Apostlica de Chile

    (1952).

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    II

    LA MANO

    Extendi su mano sobre el mar para trastornar los reinos...

    ISAAS, 23, 11

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    ...Ya fueron por el confesor. Pero tardar en llegar, pues despacioso es el paso demi mula cuando se la lleva por malos caminos (que mula, al fin, es montura de mujeresy de clrigos), y ms si, como ahora, habrse de buscar al muy inteligente franciscano,curado de perplejidades, donde asiste a un pariente suyo, requerido de santos leos, acuatro leguas de la ciudad. Como yacente en lpida de piedra espero a quien habr dehablar muy largo, ahorrando nimos para hablar tan largo como habr de hablar, msvencido, acaso, por los muchos trabajos padecidos que por la enfermedad... Y habr quedecirlo todo. Todo, pero todo. Entregarme en palabras y decir mucho ms de lo quequisiera decir porque (y esto no s si podr entenderlo bien un fraile. . .) a menudo elhacer necesita de impulsos, de arrestos, de excesos (admito la palabra) que mal seavienen, hecho lo hecho, conseguido lo que haba de conseguirse, con las palabras que,a la postre, adornadas en el giro, deslastradas de negruras, inscriben un nombre en elmrmol de los siglos. Casi inocente llega, ante el Trono de Dios, el labrador que havareado en olivar ajeno, como casi inocente comparece la puta (perdneseme el vocablo

    pero lo us sin ambages en epstola dirigida a muy cimeras Altezas), que, a falta deoficio mejor, se pone bocarriba para obrar un marinero en puerto, acogindose alamparo de la Magdalena cuya santa efigie ilumina, en Pars, el pendn de la Cofrada delas Ribaldas, reconocida como de pblica utilidad y eso, en acta rubricada y selladapor el Rey San Luis de Francia. A sos, la confesin postrera habr menester de pocaspalabras. Pero los que, como yo, cargan con el peso de imgenes jams contempladaspor hombres anteriores a los de su propia aventura; los que, como yo, tomaron losrumbos de lo ignoto (y otros se me adelantaron en eso, s, lo dir, tendr que decirlo,aunque para que se me entienda mejor llam Clquida lo que jams fue Clquida) ; losque, como yo, penetraron en el reino de los monstruos, rasgaron el velo de lo arcano,desafiaron furias de elementos y furias de hombres, tienen harto que decir. Decir cosas

    que sern de escndalo, desconcierto, trastrueque de evidencias y revelacin de engaospara el fraile oidor, aun en secreto de confesin. Pero, en este momento, cuando vivo aun vivo en espera del oidor postrero, somos dos en uno. El yacente, de manos yapuestas en estampa de oracin, resignado no tanto! a que la muerte le entre por esapuerta, y el otro, el de adentro, que trata de librarse de m, el mi que lo envuelve yencarcela, y trata de ahogarlo, clamando, en voz de Agustn: No puede ya mi cuerpocon el peso de mi alma ensangrentada. Mirndome con los ojos de otro que junto a milecho pasara, me veo como aquella rareza que en la isla de Chloe exhibiera un feriantede zodiaco pintado en la cinta del sombrero, diz que como trada de la tierra deTolomeo: era como una caja, de forma humana, dentro de la cual haba una segundacaja, semejante a la primera, que a su vez encerraba un cuerpo al que los egipcios,

    mediante sus artes de embalsamadores, haban conservado el aspecto de la vida. Y talenerga le perduraba en el semblante reseco y como curtido, que a cada instante parecaque fuese a volver a la vida... Yerta me siento ya la envoltura de estamea que, como laprimera caja, envuelve mi vencido cuerpo; pero, dentro de ese cuerpo derribado por lasfatigas y los achaques, est el yo de lo hondo, an claro de mente, lcido, memoriado ycompendioso, testigo de portentos, sucio de flaquezas, promotor de escarmientos,arrepentido hoy de lo hecho ayer, angustiado ante s mismo, sosegado ante los dems, ala vez medroso y rebelde, pecador por Divina Voluntad, actor y espectador, juez y parte,abogado de s mismo ante el Tribunal de Suprema Instancia donde tambin quiereocupar sitial de Magistrado para orse los argumentos y mirarse a la cara, cara a cara. Yalzar las manos y clamar; y alegar y responder, y defenderme ante el dedo tenso que seme clava en el pecho, y sentenciar y apelar, alcanzar las ltimas instancias de un juiciodonde, en fin de cuentas, estoy solo, solo con mi conciencia que mucho me acusa y

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    mucho me absuelve solo ante el Ordenador de lo que jams acabaremos deexplicarnos, cuya forma nunca conoceremos, cuyo mismo nombre no pronunciaron,durante siglos y siglos, los que, como mis padres y abuelos, fueron fieles observantes desu Ley, y que, aunque dicen los textos que nos hizo a su imagen y semejanza, fue hartocondescendiente al permitir que tal cosa se dijera en su Libro, entendiendo, acaso, que

    el imperfecto ser nacido de su Infinita Perfeccin necesitaba de una analoga, de unaimagen, para materializar, en su limitada mente, la energa universal y ubicua de Quien,cada da, con infalible puntualidad, se ocupa en accionar y regular la prodigiosamecnica de los planetas.

    ...Pero no estoy en hora de alzar telones sobre misterios que sobrepasan miinteligencia, sino en la hora de humildad que reclama la cercana del desenlace de esedesenlace en que el emplazado, el puesto en lista, se pregunta si pronto serencandilado, ardido, por la tremebunda visin del Semblante Jams Visto, o habr deesperar, por milenios, en tinieblas, la hora de ser sentado en el banquillo de los infames,llamado a la barra de los acusados, o acomodado en morada de larga paciencia poralgn ujier alado, ngel de escribana, con plumas en alas y plumas tras de la oreja,tenedor del registro de almas. Pero recuerda que, con tales cavilaciones, ests faltandogravemente a las reglas espirituales de tu orden, adversas a toda pregunta huera, a todainmodesta conjetura. Recuerda, marinero, las palabras que se enmarcan en una losahollada a diario por los fieles en el mximo santuario toledano:

    AQU YACE:

    POLVO

    CENIZA

    NADA

    Como aquella vez, un da de enero, en el fragor de una tormenta, una voz suena clara y grande, lejana y prxima, a la vez en tus odos: Oh, estulto y tardo en creer

    y en servir a tu Dios, dios de todos. Desque naciste, l tuvo de ti muy grande cargo. Notemas, confa: todas tus tribulaciones estn escritas en piedra mrmol y no sin causa.

    Hablar, pues. Lo dir todo.

    De los pecados capitales, uno solo me fue siempre ajeno: el de pereza. Porque, encuanto a la lujuria, en lujuria viv, hasta que de ella me libraran afanes mayores, y el

    solo nombre de Madrigal de las Altas Torres palabras que se me juntan en imagen delinaje, hermosura, regia epifana, supremo objeto del desear llevara mi nimo a talobcecacin que hasta en la forma de montaas que los cristianos contemplaban por vezprimera encontraba yo un parecido con otras formas que se me pintaban, con plpito ysaudade, en lo ms secreto de mi memoria... Desde que mi padre, sin dejar por ello decardar la lana, abriese un negocio de quesos y vinos en Savona con trastienda dondepodan los parroquianos llevar sus vasos a la boca de las canillas para entrechocarlosluego por sobre una mesa de espeso nogal me goc en escuchar lo que de susandanzas contaba la gente marinera, vaciando uno que otro fondo de tintazo que mepasaban a escondidas gustndome tanto el vino, desde entonces, que muchos seextraaron, en el futuro, de que en mis empresas propias pensara siempre en llevar unaenorme cantidad de toneles en los barcos y que, cuando me tocara pensar en cosas delabranza, reservara siempre las mejores tierras que me fuesen dadas por la Divina

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    Providencia en sembrar y cultivar la vid. No, antecesor de todos los navegantes, fue elprimero en dar el mal ejemplo, y como el vino enardece la sangre e incita a culposasapetencias, no hubo lupanar mediterrneo que no conociese de mis ardores mozoscuando, para gran pesadumbre de mi padre, me dio por irme a la mar... Cat las hembrasde Sicilia, Cho, Chipre, Lesbos, y otras islas ms o menos amulatadas, mixtas de moros

    mal conversos, cristianos nuevos que siguen sin probar carne de cerdo, sirios que sepersignan ante todas las iglesias sin que acabe de saberse a qu parroquia se arriman;griegos que venden la hermana, por unas horas, a llamada de campanilla, traficantes detodo, sodomitas o bujarrones cuando les viene en cuenta; cal las hembras que, antes deltrato, taan la sambuca y el pandero; las ginovesas que, venidas de alguna judera,me hacan un guio cmplice al tentarme el rejo; las de ojos alcoholados que, bailando,hacan volar mariposas tatuadas sobre sus vientres; las otras moras, casi siempreque se guardan en la boca las monedas dadas para defender la lengua propia de lenguasintrusas; y las que juran y perjuran que, vistas de espaldas, siguen siendo mozuelas, amenos de que alguna generosidad apreciable las lleve a entregar, insigne favor, aquelloque jams entregaron a nadie; y las alejandrinas, encaladas, arreboladas y repintadas

    como mascarones de proa como las difuntas retratadas en las tapas de los sarcfagosde aparato que an se usan en su pas; y las de todas partes que, de tanto gemir que sedesmayan, y que las matas, y que ya estn muertas, y que como t nadie, te acaban entres respingos y tres culebreadas, mientras se curan del aburrimiento ensartando lascuentas de un collar por encima de tu lomo atareado en promover un gozo tan bienpregonado que se pagara por slo orlo... De todo eso supe, y mucho ms supe estandoen la spera Cerdea y en Marsella, ciudad de mucho vicio, y eso que an faltaban aospara que, perlongando las costas del frica, conociera a las hembras de tez obscura cada vez ms obscura, hasta alcanzar las obscursimas da la Guinea, de la Costa delOro, con sus mejillas marcadas a cuchillo, adorno de perlas en las ocho trenzas, vellnhuidizo y grupas abundosas, a que tan justamente se muestran aficionados losportugueses y los gallegos y digo justamente, porque creo recordar que si el ReySalomn fue sabio por sus salomnicas sentencias y muy avisado gobierno, fue sabiotambin en allegarse con aquella nigra sum... cuyos pechos eran como racimos deuva de las negras e hinchadas uvas que, nacidas a flanco de montaa, en aires de mar,dan el vino fragante y espeso que, despus de bebido, deja su huella sabrosamentepintada en los labios relamidos... Pero de carne sola no vive el hombre, y de misnavegaciones sacaba gran provecho en aprender las artes de marear aunque, paradecir verdad, ms me fiaba en mi particular acierto en repertoriar el olor de las brisas,descifrar el lenguaje de las nubes e interpretar los tornasoles del agua, que en guiarmepor clculos y aparatos. Mucho me interesaba observar el vuelo de las aves de la tierra y

    del mar, pues stas suelen ser ms avisadas que el hombre en escoger los rumbos queles convienen. Entenda el buen juicio de los hiperbreos que segn me habancontado llevaban dos cuervos en sus naves para soltarlos cuando en alguna azarosanavegacin se extraviaban sabiendo que, si las aves no regresaban a bordo, bastaba conponer la proa hacia donde haban desaparecido en su vuelo, para hallar la tierra a pocasmillas. Esta sabidura de las aves me llev a estudiar las particularidades y costumbresde algunos animales que, para asombro de nuestro humoso entendimiento, viven y seajuntan y procrean en el universo. As, supe que el rinoceronte in nare cornus slopuede ser amansado en sus furores si le ponen delante una joven que descubre su seno alverlo venir, y de esta manera (nos dice San Isidoro de Sevilla) el animal depone sufiereza y descansa la cabeza en la joven. Sin haber visto tan espantable engendro de la

    naturaleza, saba cmo el basilisco, reina de las serpientes, mata con la vista a todas sussemejantes, no habiendo pjaro que pase ileso en su proximidad. Conoca el saura,

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    lagartija que, cuando ya es vieja y se ciegan sus ojos, entra en el agujero de una paredque mira al Oriente, y al salir el sol mira hacia l, se esfuerza en ver y recobra la vista.Tambin me interesaba la salamandra que, como es sabido, vive en medio de las llamassin dolor y sin consumirse; el uranoscopus, pez as llamado porque tiene un ojo en lacabeza, con el cual siempre mira al cielo; el pez-rmora que, en gran nmero, puede

    detener una nave de tal modo que parece haber echado races en fondo de rocas; y,como criatura del mar, me interesaba particularmente el alcin que en invierno hace sunido en las aguas del ocano, y all saca sus pollos y dice tambin San Isidoro quecuando est sacando sus polluelos se calman los elementos y callan los vientos porespacio de siete das, como obsequio de la naturaleza a esta ave y a sus hijos. Cada dahallaba yo mayor gusto en estudiar el mundo y sus maravillas y de tanto estudiarlotena como la impresin de que el mundo me abra poco a poco las puertas arcanas trasde las cuales se ocultaban portentos y misterios an tenidos en secreto para el comn delos mortales. Tena ansias de saberlo todo. Envidiaba al Rey Salomn ms sabio queHernn, Kalkol y Darda quien era capaz de hablar de todos los rboles, desde elcedro que es del Lbano hasta el hisopo que nace de las murallas, y tambin conoca las

    costumbres de todos los cuadrpedos, pjaros, reptiles y peces del universo. Y cmono iba a saber de todo, si de todo era informado por sus mensajeros, embajadores,mercaderes y nautas? De Ofir y de Tarsis le llegaban cargamentos de oro. En el Egiptocompraba sus carros y de Cilicia le venan sus caballos, y sus cuadras, a su vez,provean en corceles a los reyes de los hititas y a los reyes de Aram. Adems, erainformado de infinitas cosas virtudes de las plantas, acoplamientos de las bestias,torpezas, impudicias, confusiones, lascivias y sodomas de distintos pueblos por susmujeres, moabitas, amonitas, edomitas, sidonias, sin hablar de las egipcias y biendichoso era l, sabio varn, bragado varn, que en su portentoso palacio poda tirarse,segn el color de los das y los rumbos de su antojo, setecientas esposas principales ytrescientas concubinas, sin hablar de las forasteras, de las itinerantes, de las inesperadas,como la de Saba, que hasta le pagaban por hacerlo. (Secreto sueo de todo hombreverdadero!) Y sin embargo, si vasto y diverso hubiese sido el mundo conocido por elRey Salomn, tena yo la impresin de que sus flotas, en fin de cuentas, slo iban a loseguro. Porque, de no haber sido as, hubiesen trado noticias de monstruosmencionados por viajeros y navegantes que haban transpuesto los umbrales decomarcas an mal conocidas. Segn testigos de incuestionable autoridad, hay, enExtremo Oriente, razas de hombres sin narices, teniendo todo el semblante plano; otros,con el labio inferior tan prominente que, para dormir y defenderse de los ardores del sol,se cubren con l toda la cara; otros tienen la boca tan pequea que ingieren la comidaslo con una caa de avena; otros, sin lengua, usando slo de seas o movimientos para

    comunicarse con los dems. En Escitia existen los Panotios, con orejas tan grandes quese envuelven en ellas, como en una capa, para resistir el fro. En Etiopa viven losScipodas, admirables por sus piernas y la celeridad de su carrera, y que, en verano,acostados sobre la tierra en posicin supina, se dan sombra con las plantas de los pies,tan largas y anchas que pueden usarlas como quitasoles. En tales pases, hay hombresque slo se alimentan de perfumes, otros que tienen seis manos, y, lo ms maravilloso,mujeres que paren ancianos ancianos que rejuvenecen y acaban volvindose nios enla edad adulta. Y, sin tener que ir tan lejos, recordemos lo que nos cuenta San Jernimo,supremo doctor, al describirnos un fauno o caprpedo que fue exhibido en Alejandra, yresult ser un excelente cristiano, contra todo lo que pensaban las gentes, acostumbradasa asimilar tales seres a las fbulas del paganismo. .. Y si muchos se jactan ya de conocer

    la Libia, lo cierto es que ignoran todava la existencia de hombres tremebundos quenacen all sin cabeza, con los ojos y la boca colocados donde nosotros tenemos las

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    tetillas y el ombligo. Y en la Libia parece que viven tambin unos antpodas que tienenlas plantas de los pies vueltas y ocho dedos en cada planta. Pero, en eso de losantpodas, las opiniones estn divididas, porque algunos viajeros afirman que esepueblo se nos presenta en una desagradable diversidad de cinocfalos, cclopes,trogloditas, hombres-hormigas y hombres acfalos, amn de hombres con dos caras,

    como el dios Jano de los antiguos... En cuanto a m, no creo que tales sean las trazas delos antpodas. Estoy convencido aunque este criterio me sea muy personal que losantpodas son de muy distinta naturaleza: se trata, sencillamente, de los que mencionaSan Agustn, aunque el Obispo de Hipona, obligado a hablar de ellos porque mucho sehablaba de ellos, negara su realidad. Si los murcilagos pueden dormir colgados de suspatas; si muchos insectos transitan muy naturalmente en el cielorraso de esta habitacinde putas donde ahora reflexiono mientras la mujer ha ido por vino a la tabernacercana puede haber seres humanos capaces de andar con la cabeza para abajo, digalo que diga el venerado autor del Enchiridion. Volatineros hay que se pasan media vidacaminando con las manos, sin que los humores sanguneos les revienten las sienes;tambin me contaron de santones que, en las Indias, se paran en los codos y, teniendo el

    cuerpo tieso, inmvil, pueden pasarse meses con las piernas en alto. Menos portento hayen ello que haber permanecido, como Jons, tres das y tres noches en las entraas de laballena, con la frente ceida de algas y respirando como si se hallase en su ambientenatural. Negamos muchas cosas, porque nuestro limitado entendimiento nos hace creerque son imposibles. Pero, mientras ms leo y me instruyo, ms veo que lo tenido porimposible en el pensamiento se hace posible en la realidad. Para cerciorarse de ellobasta con leer los relatos y crnicas de animosos mercaderes, de grandes navegantes de grandes navegantes, sobre todo, como aquel Piteas, nauchero de Marsella, adiestradoen los modos fenicios de bogar, que, llevando su nao hacia el norte, y cada vez mshacia el norte, en su insaciable afn de descubrir, lleg a un lugar donde el mar seendureca como el hielo de los picos montaosos. Ms pienso que an he ledo poco.Debo conseguirme ms libros. Libros que traten de viajes, sobre todo. Me dicen que enuna tragedia de Sneca se habla de aquel Jasn que, yendo al este del Ponto Euxino, alfrente de sus argonautas, hall la Clquida del vellocino de oro. Debo conocer esatragedia de Sneca, que enseanzas de mucho provecho debe encerrar, como todo loque escribieron los antiguos.

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    Broncas, mugientes, tenidas en larga nota cada de la cofa, casi lgubres, suenanlas trompas de la nave que boga despacio, en tal cendal de neblina que del castillo depopa no se le divisa la proa. El mar, en derredor, parece un lago de agua plomiza, cuyasquietas olas se dibujan en diminutas crestas que ablandan el filo sin nervarse deespumas. Lanza su aviso el viga y no le responden. Vuelve a preguntar, y su

    interrogacin se pierde en el mecido silencio de una bruma que se me cierra a veintevaras de los ojos, dejndome a solas a solas entre fantasmas de marineros con mitensa espera. Porque la emocin de lo anunciado, la ansiedad de ver, me tienen asomadoa las bordas desde que son la campana de la sexta. Y es que si bastante he navegadohasta ahora, hoy me hallo fuera de todo rumbo conocido en viaje que todava acarreaperfume de hazaa no pudiendo decirse lo mismo, cuando se piensa en las trajinadassingladuras mediterrneas. Estoy impaciente por divisar la extraa tierra y bienextraa dicen que es!... que marca el lmite de la Tierra. Desde que salimos de Brstoltuvimos viento bueno y buena mar, y no pareci que hubiese de repetirse para m laenojosa tribulacin del Cabo San Vicente donde, por divino amparo del Seor, mesalv, asido de un remo, del espantable naufragio de una urca incendiada. En Gallwayrecogimos al Maestre Jacobo, experto como nadie en llevar por estos caminos azarososlas naves de Spnola y Di Negro, con sus cargamentos de maderas y de vinos. Porqueparece que, no habiendo bosques ni vias en esta isla que pronto avistaremos, la maderay el vino son las cosas que en mayor estima tienen sus habitantes: la madera paralevantar sus viviendas; el vino, para alegrar sus nimos en el inacabable invierno dondeel ocano endurecido, las olas esculpidas en hielo, las montaas a la deriva que vieraPiteas el marsells, los tiene aislados del mundo. Al menos, as me contaron, aunque elMaestre Jacobo afirma, en buen conocedor de estos cielos, que este ao no habra deendurecerse el mar y ocurre otras veces porque ciertas corrientes, venidas delOeste, suelen atemperar los rigores de la estacinJovial y de buena compaa es este

    Maestre Jacobo que ha venido a parar a la remota Gallway, donde se amanceb con unagarrida escocesa, moza de muchas pecas y grandes tetas, poco preocupada por lascuestiones de limpieza de sangre que, en estos das, tienen envenenados los reinos deCastilla. Se rumora all, desde largo tiempo, que pronto el mes prximo, un da destos, no se sabe cundo empezarn los Tribunales de la Inquisicin a remover yregistrar el pasado, la prosapia, la ascendencia, de los cristianos nuevos. Que no bastarya con la abjuracin, sino que a cada converso se llevar cuenta de observancias, concarcter retroactivo, lo cual expone al sospechoso de fraude, disimulo, desapego ofingimiento, a la delacin de cualquier deudor, de cualquier codicioso de bienes ajenos,de cualquier enemigo solapado de cualquiera cosedora de virgos o echadora de malde ojo, interesada en desviar las miradas de su propio negocio de ensalmos y medicinas

    de buen querer. Pero hay ms: nacida no se sabe dnde, una changoneta corre de bocaen boca, como anuncio de das aciagos. Aquella la he odo que dice: Ea, judos, aenfardelar..., entonada acaso en son de burla, pero burla que, de endurecerse, podraser el anuncio de la proximidad de un nuevo xodo que el Seor no quiera, porquemucha riqueza mana de las juderas, y los Santngel, grandes financistas, pasaron a lareal hacienda, a ttulo de prstamo, millares y millares de monedas marcadas al troquelde sus circuncisiones. Por ello, el Maestre Jacobo piensa que hombre precavido vale pordos, que mal se vive en dispora, y, por lo mismo, ha querido poner casa en Gallway, alamparo de la firma Spnola y Di Negro, cuyas mercancas almacena al lado de su mozarolliza, pecosa y de grandes tetas, que le hace grata la vida aunque demasiado huela, aveces, a sobaquina de pelirroja. Adems, sabe que algo lo hace indispensable: su

    prodigiosa inteligencia para aprender lenguas en pocos das, Tanto se maneja con elportugus como con el provenzal, con el habla de Gnova o el picardo, entendindose

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    igualmente con el ingls de Londres, la jerga de Britania, y hasta con el abrupto idioma,erizado de consonantes, rocalloso y roncador idioma de estornudar para dentro, lollama que se usa en la tenebrosa isla a donde vamos isla que, entre brumas que sepintan, ahora, de un raro color de tierra de alfarero, empieza e dibujarse en el horizonte,en este da, a poco de pasada la hora nona. Hemos llegado al lmite de la Tierra!...

    Y no s por qu el Maestre Jacobo me ha mirado con sorna cada vez que he dichoeso de lmite de la Tierra. Y ahora que en tierra estamos, en casa hecha con tablas debuen pino conquense, pasndonos la bota de vino resinado, se mofa el Maestre Jacobo,algo alzado de tono por lo bebido, de que alguien crea que aqu se ha llegado a losconfines de lo conocido. Dice que hasta los infantes, sos, que con caperuzas de piel ylos culeros meados, andan por las calles de este puerto cuyo nombre jams llegar apronunciar, se reiran de m si dijera que la tierra que aqu pisamos es el trmino o fin dealgo. Y, llevndome de asombro en asombro, me dice que estos hombres del Norte(normns parece que por eso se llaman), antes de que nosotros empezramos a salir delmbito natal, buscando, a tientas, nuevos caminos por donde andar, haban llegado, porel Este, a las comarcas de los rus, y, llevando sus asaetadas y ligeras naves a los ros delSur, alcanzado los reinos de Gog y Magog y los sultanatos de la Arabia, de donde sehaban trado monedas que aqu se mostraban con orgullo, cual trofeos conseguidos enalgn Quersoneso... Y para demostrarme que no miente, me muestra el Maestre Jacobounos denarios y dirames que, por venir de comarcas por donde anduvieron sus remotosantepasados de las Tribus, conserva como talismanes en su pauelo marinero aunquesu religin, que bien conozco, prohbe la prctica de tales supersticiones. Traga elMaestre un largo hilo de vino que le baja de la bota al gaznate, y vuelve ahora los ojoshacia el Oeste. Me dice que, hace ya tantos aos que suman varios siglos, un hidalgopelirrojo, de aqu, al ser condenado a destierro por delito de homicidio, habaemprendido una navegacin fuera de los rumbos usuales, que lo condujo a una enorme

    tierra a la que llam Tierra Verde por lo verdes que all estaban los rboles. Nopuede ser dije al Maestre Jacobo, apoyndome en la autoridad de los ms grandescartgrafos de la poca, ignorantes de esa verde tierra jams montada por nuestrosmejores naucheros. El Maestre Jacobo me mira socarronamente, hacindome saber quehace ya ms de doscientos aos haba ciento noventa granjas en la Tierra Verde, dosconventos de monjes, y hasta doce iglesias una de ellas casi tan grande como lamayor que, en sus reinos, hubiesen edificado los normns. Pero eso no era todo.Perdidos en la bruma, llevando sus naves fantasmales a las noches sin albas de lesmundos hiperbreos, estos hombres cubiertos de pieles, rompiendo las nieblas a toquede buxines, haban navegado ms al Oeste y ms al Oeste an, descubriendo islas,tierras ignoradas, mencionadas ya en un tratado que desconozco, titulado Inventio

    fortunata, qu