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Boleto de regreso NUMERO CINCO / OCTUBR E DE 1 991 • 7 000 PESOS Emilio Carballido y Sergio González Rodríguez sobre Noyo Birkerts Blanco Foumel Deltoro Zai'tzeff Dibujos

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Boleto de regreso

NUMERO CINCO / OCTUBRE DE 1991 • 7 000 PESOS

Emilio Carballido y Sergio González Rodríguez sobre Noyo

Birkerts • Blanco • Foumel • Deltoro • Zai'tzeff

Dibujos

z.. o

BIBlIOII(A de c5';f(éxico·

NÚMERO CINCO / OCTUBRE DE 1991

Plaza de la Ciudadela 4, Centro Histórico de la Ciudad de México Tel. 51209 27 FAX 510 41 85

Gabriel Zald Últimas noticias 2

Sven Blrkerts Confesiones de un lector

Paul Fournel Estación Guadalupe 8

Antonio Deltoro Los cielos territoriales 12

Salvadar Novo Una felicidad escrita con S 14

Julio Prieto y Salvador Novo Acta sobre piñatas 34

Sergio González Rodriguez Nuestro corazón se huelga 17

Emilio Carballldo Salvador Novo 23

Augusto Monterroso Escritores, otros animales de pluma . .. y un dinosau rio 28

Alberto Blanco Líneas paralelas 38

A Pepe Gorostiza en su cumpleaños 16

Cartas a bordo 21 Serge l. Zai'tzeff Tres cartas de Manuel Toussaint a Genaro Estrada 42 Leños, libros y amigos - los más viejos,

preferidos 25

El arte popular mexicano 36

Si el famoso Pitágoms no miente 33

México en la medicina 40

Gerardo Denlz Mester de maxmordonía III 46

Salvador Novo El rincón del bibliómano 47

Presidente Víctor Flores Olea

BIBLIOTECA DE MÉXICO Director General Jaime Carcía Terrés

Revista Biblioteca de México Director: Ja ime Carcía Terrés

Coordinación Editorial: Jaim e Moreno Villarreal y Juan Villoro Consejo de Redacción: Fernando Á lvarez. del Castillo, Cera/do Deniz

Julio Hubard, Manuel Porras, Bernardo Ruiz, Rafael Vargas

Diseño: Cermán Montalvo T ipografía . Redacta

Últimas noticias ¿Habías vuelto a ver pájaros? Desenjaulados, libres del piterío infernal, unos cuantos burócratas vuelven a ser gorriones, 01 vidados de ti, en la eternidad.

Buscan migas de tiempo y lo suspenden. Hacen migas, y con cuánta razón, si todo pasa y no pasa nada. Así·crece la yerba, lenta como un reloj.

El oasis se extiende. Embotellados para siempre, por fin hemos llegado. ¿ y a viste el fin del mundo?

Salían de millones de automóviles a bailar un danzón, desenjaulados, mientras subían al cielo de fiesta por las nubes.

Biblioteca de México

Confesiones de un lector Como lo afirma en estas páginas, Sven Birkerts ha pasado buena parte de su vida trabajando como bibliote­cario. En el desempeño de esa activi­dad leyó a muchos autores a quienes ha dedicado algunos de los ensayos más estimulantes que hay¡m salido del m edio académico norteam erica­no recientemente.

La escena primaria. Tarde de sá­bado , ve rano, clima templado. Es­toy acostado en la cama de mi cuar­to, leyendo una novela. Tengo diez, doce o quince años -da lo mismo. Una vez más, absorto en la lectura, no escucho a mi padre que llega de la oficina. Se para en la puerta de mi cuarto. No hemos cruzado una sola palabra pero ya he escondido el libro y fingido un gesto de impa­sibilidad. "A cortar el pasto", dice mi padre con estilo taquigráfico, pues los dos estamos. hartos de di scutir una y otra vez. Ni siquiera se trata de discutir. Pu esto que no soy de una pieza, ni estoy comprometido de m anera conspicua con el llama­do "mundo real" , estoy equivocado. Lo sé. No tiene caso que alegue el valor de la lectura. "Bastante tiene uno para pensar con los problemas reales," diría , "¿para qué añadir los de gente ficti cia?" A esa edad aún no se me ha ocurrido una respues­ta. Mi única respuesta es mi persis­te ncia . Tan pronto como él sale de la casa vuelvo a la cama.

Mea culpa . Confesión. General­m ente uno se confiesa para quitar­se un peso del corazón , para poner bajo la luz algún e rror o un delito . ¿Leer? Bueno, sí: de trás de todo , a pesar de cualquier declaración pom­posa que pudiese hacer, aún tengo el sentimiento de que mi hábito no es del todo elogiable. ¿Es por la ac­t·ividad en sí, o se trata más bien de mis razones, mis embrollos? ¿Cómo explicarlo?

Hace muy poco, vi en la televi­sión Days of wine and roses . Jack Lemmon y Lee Remick interpretan a una pareja alcohólica. Finalmen­te , Le mmon intenta curarse. A Re­mick nadie la puede convencer de que se detenga. En la última esce­na, Lemmon discute con ella: ¿Por qué no quieres salvarte? Remick mi­ra angustiada alrededor del cuarto como si mirara el mundo m ismo a través de las paredes. "Cuando no bebo -dice por fin- todo me pare­ce tan sucio." Esto me llama la aten­ción, pero ni siquiera sé bien por qué . No creo tener esa misma sen-

sación de repugnancia. Pero , ¿por qué no pude dormir? ¿Y por qué re­cuerdo ese episodio justamente ahora?

Hay de lecturas a lecturas. La lec­tura como medio para conseguir un fin , para obtener información , para culti vamos; y la lectura como un fin en sí misma, como una necesidad, una compulsión .

Me imagino en una situación co­mo ésta: estoy aprisionado en un cuarto durante una semana . Hay una cama, un a silla y un lihro: la más trivial de las novelas . ¿Cuántas horas pasarán antes de que la devo­re? ¿Cuántas veces releeré la cosa antes de que mis carceleros me libe­ren ? ¿Debería ave rgonzarme·) Por­que no tengo la menor duda de que leena el libro . ¿Se trata de una situa­ción análoga a la del alcohólico que se bebe una botella de loción ?

y hay otras in terrogantes. ¿De qué m anera leería esta nove la: de manera sencilla, u oblicuamente, como sociología? ¿Qué me daría m ás placer: el relato o la imagen de mí mismo leyendo un libro seme­jante?

En primer lugar, ¿por qué lee r­la? Porque la lectura es un fin en sí misma, y porque la novela ti ene su lugar -por ignominioso que sea-

Biblioteca de México 3

en el orden de la palabra impresa, que es un orden en sí mismo. An­na Karenina y La tierna furia del amor tienen más parecido una con otra que con cualquier cosa del ám­bito material.

Psycopathia librorum . Debo librar­m e de ella .

Inmersiones frecuentes e indis­criminadas. En mi departam ento, en mi vida, m e rodeo de la palabra impresa. No es casual que haya pa­sado casi un te rcio de mi vida en bi­bliotecas, explotado y mal pagado , y que sólo con cie rta reticencia haya aceptado cambiar de profesión -pa­ra convertirme en maestro. Si no es­toy mirando palabras, lo más proba­ble es que las esté produciendo .

¿Podría ser que los orígenes de la escritura se encuentren en la lectu­ra , e n el deseo de gobernar la fu en­te de una sensación tan placentera? Rola nd Barthes ha identificado ese place r como jouissance, confiriéndo­le así una naturaleza sexual.

El mundo está cubierto de pala­bras, y yo voy por é l leyéndolas. La supe rficie citadina : anuncios, sig­nos , graffi ti . Leo y releo los mismos lemas idiotizantes en las cajas de ce­real cada mañana. Si quiero una lec­tura más diversificada , estudio los frascos de mermelada, separando y

reagrupando las letras de las listas de los ingredientes.

¿De dónde proviene este cons­tante impulso de perturbar las cal­madas aguas de las palabras? Gana de anagramas. Mientras manejo, por ejemplo, invento juegos con los letreros de la carretera. Leo las pa­labras al revés, revuelvo las letras. No basta escuchar palabras en el ra­dio del coche. El ojo siente hambre. ¿En dónde se origina? ¿Se le puede controlar? ¿Es correcto mirar los lo­mos de los libros mientras se está abrazando a alguien?

No puedo pasar ante un puesto de periódicos sin detenerme. ¿Qué es 10 que busco?

Si tengo que hacer un viaje de dos horas en autobús, antes pasaré una hora tratando de discernir exac­tamente qué quiero leer. ¿Una re­vista, un cuento, poemas? ¿Y por qué no simplemente me siento y pienso? En realidad, con frecuencia eso es 10 que termino haciendo. Pe­ro necesito saber que tengo algo que quiero leer para sentirme seguro. Al saberlo, puedo dar rienda suelta a mis ideas. De hecho, al resistir la tentación de abrir el libro de algu­na manera afilo mi pensamiento.

También existe esa clase de lec­tura que consiste en tan sólo ojear libros de vez en cuando -no sabría decir qué motivo conduce a ello; ja­lo la silla frente a uno de los libre­ros de mi biblioteca. Una expectan­te calma se apodera de mí. Paseo la mirada lentamente, leyendo los lo­mos, o identificando el título por su color y posición. El sólo mirar mis libros, advertir su presencia, su pro­ximidad con otros libros, me llena de una sensación de porvenir. "Los libros -escribí alguna vez grandilo­cuentemente- encaman el anhelo de la juventud eterna." A estas al­turas lo que importa no es el conte­nido de los libros sino la idea de su existencia. No los he leído todos, ni es probable que lo haga, ¡pero sé que podría! Donjuanismo.

Al contemplar de esta forma una sección entera de mi biblioteca, entro en un juego de libre asociación. Por ejemplo, cuando veo La educación sentimental, no pienso en el argu­mento sino que recuerdo una sema­na que pasé en Corfú, y la sombreada cabaña en la que me sentaba a des­cansar durante los atardeceres . . .

Converso con T .F. Estamos de acuerdo en que la mera proximidad con los libros es civilizadora. Habla­mos, medio en broma, de emana­ciones.

Compulsividad, exhaustividad. Tengo manía por terminar las lec­turas, aun si el libro no vale la pe­na. No es que siempre lo haga, pe­ro si abandono un libro me Tepro­cho mi falta de voluntad.

Cuando tengo que dejar de leer por algún motivo, trato de cerrar el

libro en una página que tenga un número redondo -250 o 400-, a manera de cierre provisional.

El placer que se experimenta al terminar, al ser capaces de poner una marca mental junto al título. La revisión obsesiva -especialmente en los días de la juventud, pero tam­bién ahora- de las listas de Otros tí­tulos disponibles . Impresas en las contraportadas de los libros de bol­sillo de Vintage y Anchor. La deca­dencia y caída del Imperio Romano, los Ensayos de Montaigne. .. Por mucho que haya leído, siempre ten­go la sensación que de acuerdo con cierto rasero -el de la hipotética in­teligencia que ha formulado esas listas- no sé nada y nunca lo sabré. Terminé de leer la obra de Thomas Mann y me puse a pensar cuánto te­rreno le había ganado a la ignoran­cia. Pero la lista parecía haberse acrecentado otra vez. ¿Cómo es que aún no había leído The World's Body, de John Crowe Ransom ?

La necesidad de ser exhaustivo siempre me ha acechado. Ahora mismo me veo vagando entre la es­tantería de la Biblioteca Pública de Birmingham cuando niño. Carecía de instrumentos para discriminar entre lo excelente, lo bueno y lo me­diocre; asumía con naturalidad que todos los libros eran iguales. Y con una precocidad matemática que combatía amargamente contra mi deseo, pronto me di cuenta de que

Biblioteca de México

jamás tendría suficiente tiempo pa­ra leerlos todos.

Me sentaba en una mesa de la bi­blioteca con una énorme pila de li­bros, ya no emocionado -como me sentía al elegirlos- sino lleno de unaentumecedora desesperación. ¿Cuántas veces en mi vida he hecho listas de todo aquello que debería haber leído para educarme? ¿Cuán­to han variado esas listas? El que ha~ ya dejado de hacerlas, ¿debe consi­derarse una victoria o una derrota?

Fetichismo. Traigo a casa un li­bro que sé que terminaré pronto. La expectativa de esa lectura altera el sentir de mi vida por un tiempo. De­bo prolongar la sensación, pero no de manera indefinida. Dejo el libro en su bolsa de plástico y lo pongo junto al sillón. Voy a la cocina y me preparo algo de comer. Trato de no pensar en el libro ni en el placer que habrá de brindarme. Pongo atención en otras cosas, preparo un poco de café, lavo los trastes, me de­moro . Finalmente, con una peque­ña cafetera en la mano, vuelvo al si­llón. A un lado, mis pertrechos: una taza, cigarros, cenicero. Enciendo el cigarrillo y saco el libro de la bolsa. Pero aún hay una serie de actos ri­tuales que debo cumplir antes de comenzar a leer. Contemplo la por­tada, vuelvo el libro y examino la contratapa. Si hay una fotografia del autor, la examino. Leo cuid.adosa­mente las solapas, paso las hojas pa-

ra sentir su grosor, reviso la porta­dilla, la página legal, salto hasta las últimas páginas para buscar infor­mación sobre el autor, la bibliogra­tia, el índice. Aun entonces, antes de tirarme un clavado, chapoteo. Abro el libro y leo una frase, vuel­vo la página y leo otra. Aquí y allá una que otra palabra.

Hay un cierto temor de comen­zar, así como existe un temor de ter­minar. Se trata, en realidad, de una emoción compleja. Pues tanto como quiero leer, a la vez quisiera no leer. En ese momento, en mi espera, el libro es pura posibilidad. Cualquier lectura 10 menguaría. Con la primera palabra pasaré de la libertad a la contingencia. He aquí una parado­ja; el mundo del libro representa li­bertad cuando se le sitúa junto a la contingencia de la vida cotidiana. Languidezco entre la sumisión y la resistencia. La primera frase está ahí como la distante orilla de un abismo: tengo que obliganne a saltar

y tengo que tocar tierra de ma­nera adecuada. La transición de las vacilaciones del pensamiento a la disciplina de la lectura siempre es abrupta, una desaceleración forzada.

Leo la primera frase una y otra vez, midiendo su profundidad. La leo cuantas veces haga falta . Y sólo cuando siento que la he "pescado", procedo. Física de la lectura: de qué manera cobra velocidad el ojo, có­mo se allanan los aguzados enjam­bres de palabras una vez que se es­tablecen los primeros planos de sentido.

Lectores de novelas. A veces pienso que, si me abocara a ello, po­dría elegir de entre una multitud a los auténticos lectores de novelas. Tienen algo extraño en los ojos, co­mo si tuvieran un pedacito extra de lente en la córnea. También conoz­co su forma de mirar: un íntimo des­apego, una serenidad transida de pasión abstracta. La mirada de un lector me muestra un alma con un sentido del tiempo diferente, un sentido que no se encuentra en' el ojo de quien frecuenta bares, del afi­cionado entretenido en su tarea, o de ese personaje reclinado en su so-

. fá con el aparato de control remoto en la mano.

Mi padre: "Bastante tiene uno pa­ra pensar con los problemas reales, ¿para qué añadir los de gente ficti­cia?" En cierto sentido, tiene razón. La vida no sólo es suficiente, sino que excede todo criterio de suficien­cia. ¿O hay algo que él ignora?

Hay realidades y realidades. No creo que exista ningún tipo de com­promiso con el mundo que me ha­ga abandonar mis inmersiones en la ficción. No podría dar una defini­ción adecuada de la realidad, pero sé que siento de la manera más real, más apegada al mundo, cuando 10- . gro obtener una doble visión. En

otras palabras, cuando soy capaz de combinar compromiso y desapego. Oh, mezcla exquisita: estar absorto en una determinada actividad y per­cibir, simultáneamente, el sitio de esa actividad dentro de una pers­pectiva máS amplia. Al leer registro todo de e'sa manera. No obstante, cuando me aparto del libro siento cómo se restablecen los firmes'con­tomos de mi vida. Durante un bre­ve momento ambos términos for­man una ecuación: si la ficción se asemeja a la vida, también la vida se asemeja a la ficción. Me tomo a mí mismo desde el punto de vista de un autor que escribe el destino del personaje que soy yo. ilusoria o no, esa sensación nutre mi alma, la cual prolonga tanto como puede.

Leo Madame Bovary por tercera, o quizás por cuarta vez. Sé comple­tamente bien 10 que habrá de pasar­le a la pobre mujer -el motivo no puede ser la curiosidad. Tampoco la leo para obtener un beneficio mo­ralo para comprender mejor la vi­da provinciana del siglo XIX. Enton­ces, ¿por qué? Leo el libro por 10 que me ocurre cuando lo leo, por­que me hace sentir de cierta mane­ra respecto de mi vida. Me permite concentranne en aspectos de lo real que de otra manera me eluden.

Flaubert, Graham Greene, Henry James, Virginia Woolf, Robertson Davies, Thomas Hardy -cada autor me permite experimentar sensacio­nes que no encuentro en ninguna otra parte. Cada novela es una lente cortada y entintada de distinta ma­nera que vuelvo sobre mí mismo.

Hardy me brinda un sentido de la distancia y del panorama - veo las vidas de Jude y de Tess como si las mirase desde las alturas: Obser­vo sus acciones, participo de sus pensamientos, pero también veo có­mo se extiende el campo hasta el horizonte. Aun mientras sigo las pa­labras de Hardy, voy comprendien­do algo acerca de mi propia vida sub specie aetemitatis. Por otra parte, cuando leo Al faro siento como si mirara el mundo a través de una lente de aumento. Veo a la Sra. Ramsay arreglando los delicados adornos de su mantel, advierto el destello de luz en la superficie de un bronce bruñido, y cuando doy vuel­ta a la página -no, incluso antes­estoy consciente de la I vida como una corriente de pequeños movi­mientos, un estudio de los detalles en cámara lenta. Cuando levanto la vista parece que la luz de mis ven­tanas cae con especial intensidad sobre el polvo de la alfombra.

¿Cómo describir la extraordinaria emoción que a veces me embarga en mitad de una página? Como ha dicho Henry Miller a propósito de Blaise Cendrars: "Había· veces en que al leer a Cendrars tenía que apartar el1ibro para estrujarme las

Biblioteca de México

El ratón de nuestra Biblioteca, francófilo y francófono, eleva su indignada protesta porque el Didionnaire des hisfoires dr6-les (Le Livre de Poche # 6462), de Her­vé Negre, libro recientemente adquirido por la Biblioteca de México, en su capI­tulo dedicado a los rotones no induye nin­gún cuento que valga la pena, ni siquie­ra un poquitito chistoso. Hemos tratado de consolarlo argumentando que tampo­co en los dem6s capltulos, que por orden alfabético van de absurdo hasta zool6-gico, hemos encontrado cuentos memo­rables ni dr6les. Aunque el editor se cu­ra en salud pretendiendo que "10 noción de diccionario contradice la noci6n de his­toire dr6le" o cuento gracioso. De cual­quier modo ya hemos recomendado al encargado de este género de adquisicio­nes que sea m6s cuidadoso o m6s exigen­te al practicarlas.

Por su parte, el rat6n replicó pregunt6n­donas que si por tratarse de un libro in­servible puede comérselo. Nos vimos obligados, a nuestro pesar, a contestar­le que no, por no crear un precedente riesgoso.

Adem6s, le explicamos que, con bue­na voluntad y constancia en la búsque­da, no es del todo imposible, al recorrer el susodicho Didionnaire, toparse con uno o dos di610gos m6s o menos relativa y modestamente dr6les:

Primer ejemplo: -Ando muy preocupado. Desde ha­

ce varios días no hago m6s que ver pun­titos negros.

-. y ya viste a un oculista' -No, s610 puntitos negros.

Segundo ejemplo: -Pap6, iqué son esos frutos arriba

del 6rbol este' -Ciruelas negras. -Pero si son blancas. -Es que est6n verdes. y perdonen nuestros lectores, pero a

tamañas vergüenzas nos orilla a veces nuestro no por culto menos terco ratón.

manos con angustia o con alegría, con tristeza o con desesperación ."

El encendedor interno. Cuando tomo una novela, 10 hago a sabien­das de que depondré esa abomina­ble autoconsciencia que me acom­paña a 10 largo de la mayor parte de mi vida. Y en cuanto comienzo a lee r , me pesco deslizándome por la superficie de las palabras, dejando atrás una manera de medir el tiem­po e ingresando en otra (que , mien­tras dura, en realidad carece de me­dida), y una poderos-a agitación ha­ce presa de mí. En realidad, no es porque me preocupe si Laura se ca­sa con Nick -aunque, para seguir leyendo, debe preocuparme- , sino porque , al leer acerca de Laura y Nick, acerca de los enredos emocio­nales y psicológicos de su relación, mi psique comienza a experimentar extrañas oscilaciones. Estoy leyen­do acerca de ellos, y pongo tal aten­ción , pero al mismo tiempo estoy re procesando, en micromilésimas de segundo , mi propia historia, los avatares de mis propias relaciones.

Esto es algo distinto del mecanismo de identificación. La identificación requiere una pérdida de la distan­cia crítica; este proceso depende de . mantenerla. Vivo episodios de mi propia vida desde el punto de vista de otra mente, la del autor. Me veo desde una posición que no puedo recuperar cuando cierro los ojos y pienso en el pasado. Cuando inten-to hacerlo me encuentro demasia­do presente y no puedo evitar el re­flejo de darle una cierta forma pro­pia del dramaturgo .

¿Qué tanto se asemejan los vis­lumbres de la memoria puestos en marcha por la lectura de un libro a los contenidos de la memoria invo­luntaria según la definió Proust?

Este recordar y reprocesar expli­ca por qué el cine no puede rempla­zar a la novela, por más refinado que sea su registro o su proceso psi­cológico. Pues cuando vemos una película estamos obligados a man­tener el mismo paso que los acon­tecimientos en la pantalla. No pode­mos detenernos o suspender nues-

Biblioteca de México

tra atención, no podemos dar lugar a las esenciales pausas, ni volver atrás para confirmar una sensación. La inmersión en la ficción, como la cinematográfica, pertenece al reino de la duración, pero sólo cuando leemos podemos experimentar esas extraordinarias colisiones entre el tiempo como secuencia (vida coti­diana) y el tiempo como duración. Levanto la vista: me quedo embo­tado contemplando la planta junto a la ventana, exaltado todavía por el angustioso miedo de Emma.

¿En dónde estoy cuando leo? ¿Có­mo es posible que esté mucho más presente en el ático de Emma que en mi propia silla?'y cuando consi­de ro que tal vez ese ático nunca existió salvo en la imaginación de Flaubert.

Una posibilidad: que acaso lea, a final de cuentas, justamente para encontrarme en ese punto de sus­pensión entre ambos estados. A me- . dio camino entre la novela y las rea­lidades de la vida hay un horizonte y un punto de fuga: en él desapare-

ce el sentimiento de contingencia. Madame Bovary. He releído y ate­

sorado este libro porque me permi­te, mientras lo leo -y por un buen rato luego de que lo he dejado a un lado-, percibir mi vida no como una azarosa secuencia de aconteci­mientos, o un accidente, sino como un destino.

Nunca me canso de los relatos porque nunca me canso de conside­rar mi propia vida como un relato. No siento tanta avidez por sus argu­mentos como por los niveles de dis­tanciamiento que me permiten.

Mi madre posee un inagotable acervo de anécdotas. "Es una histo­ria interesante," dice. "Estaban fe­lizmente casados -o al menos así 10 creía la gente- y tenían un her­moso niño . Pero entonces, por al­gún motivo, nadie sabe por qué, él comenzó a beber. y a partir de eso las cosas comenzaron a derrumbar­se . .. " El más simple de los relatos me cautivaba. ¿Por qué? La historia no era tan interesante, especial­mente si la contaban sin detalles ni tensión narrativa. No, me emocio­naba porque el relato me ponía en presencia de otro marco de tiempo. En la medida en que podía contem­plar activamente l·a vida como una condensación ilu~oria de aconteci­mientos, me liberaba de mi perma­nente e inseparable conciencia.

La novela es significativa [ ... ] no porque nos muestre el destino de otra persona de manera aca­so didáctica, sino porque el des­tino de ese extraño, por virtud de la flama que 10 consume, nos brinda el calor que nunca extrae­mos de nuestro propio destino. Lo que lleva al lector a la novela es la esperanza de entibiar su friolenta existencia con la muer­te sobre la cual lee.

Walter Benjamin

Leo acerca de Emma. La veo avanzar hacia su destino. Al mismo tiempo, en cierto sentido, estoy en el interior de Emma, mirando la vi-

.da tal cual se le presenta a ella. Sus actos no están teñidos por la pres­ciencia de su destino. La tensión en­tre ambas perspectivas es casi into­lerable. ¿Por qué la procuro? Porque por un momento puedo ser tanto Dios -para Flaubert el autor era una suerte de Dios- como crea­ción. Poseo conciencia más allá de la página. Y yo, ¿lucho también en un mundo de visiones chatas, pro­yectando mis sueños sobre un opaco futuro, totalmente ajeno al patrón en que se inscriben mis hechos? De­cir que Dios es un novelista y nues­tras vidas ficciones sugiere que a) o bien Él conoce completamente lo que percibimos como tiempo, o b) que Él crea cada instante en pleno

dominio de su inmensa inspiración. Algo que siempre me ha pareci­

do claro es que mi agitación mien­tras leo tiene que ver más con el misterio de mi propio ser que con la peculiar velocidad de cualquier personaje.

Miedo de terminar. Disminu­ción, regreso a un contorno fijo . He participado en una serie de posibi­lidades artísticamente angostadas en un destino . Al volver a mi pro­pia vida llevo conmigo esa sensa­ción de angostamiento.

También los autores deben en­frentar esta terminación. Advierto cuán frecuentemente se despiden de sus personajes antes del último capítulo. El tiempo se comprime re­pentinamente, pasan años: tácticas de estrangulamiento. Como si el no­velista hubiese estado permitiendo que sus creaciones se consumieran lentamente en las vidas que él les posibilitó.

George Steiner ha lamentado que nuestra época esté dejando atrás el hábito de los libros. Acusa de ello a la multiplicación de distracciones, a la pérdida del ti empo privado, y a la competencia de los m edios de difusión. ¿Por qué m e llena de tan­ta tristeza esa idea? Después de to­do, la gente debería estar en condi­ciones de hacer 10 que quiera. Yo siempre tendré mis libros; no por­que las bibliotecas desaparezcan pronto, sino porque para mí los li­bros no son solamente obje tos o me­dios para alcanzar un fin: son el símbolo y la encarnación de la vida del espíritu. Temo que la introspec­ción y la ensoñación y los ideales de discriminación de nuestra cultura se desvanecerán gradualmente. Te­mo que el refinamiento lingüístico (su densidad y dificultad), y con él nuestro acceso a la verdadera com­plejidad de la vida interior, sean des­plazados por las comunes y simplis­tas idioteces de la jerga televisiva. El verdadero temor es que ése sea el destino de la raza para hablar de la evolución a grandes rasgos -que los ideales de la Ilustración hayan sido probados, como un rasgo mor­fológico, y hayan sido descartados; que el Horno sapiens esté decidien­do, colectivamente, librarse de la sa­piencia porque de nada sirve pon­derar para qué existe o a dónde con­duce; que la evolución demostrará exactamente lo contrario de los ideales de la Ilustración . Esta es la pesadilla de un lector. Me abruma cada vez que camino a través de un centro comercial en los suburbios o al encender la televisión. Entonces busco mis libros para reconfortar­me. Aunque a veces me siento más cerca de la extinción que de la tran­quilidad.

Traducción de Rafael Vargas y Lauro Zavala

Biblioteca de México

Julio Hubard, quien CUIIIIIIiwa CICIII .. ..... el aqo ele Subdirector ele ella ....., .. IIa hecho c:arao d ...... Coordinad6n d. Asesores en el CONA­CULTA. Le ... 1IIOI buena ...... En el lugar d. Hubard queda Fernando ÁIva­rez ele! CCIIIiIIo.

Alianza Editorial llega a ., libro de bol­sIIolÚllerO 1 500. Los puristas que abo­minaban de los .¡.mpIares port6IiIes, ca­paces d. convivir con 16pices labial .. en los mundanal bolsos d. lal secretarias, han tenido que acostumbrane a estos ubicuol .. pecrmen ... A propósito d. e .. te festejo escribe Fernando Savater: "Soy d ••• a raza d.lectores que se han visto obligados a conocer alguna de los libros m6s inolvldabl .. durante los tra­yectos de diversos transportes p6bli­cos . .. no imaginaba la hilera de misli­bros como un augusto desfile de voI6me­n .. en cuarto con lomos de becerro y letras estampadas en oro: yo lo imagi­naba, lo q,uerfa como un enjambre de pe­queños y flexibles pode., bóob zumban­do triunfalmente en todos los autobuses del mundo y despertando con sus agui­jonazos las conciendas adormecidas y ti­moratas."

Los tiempos modernos han hecho de la lectura una adividad n6mada. Aunque la B. de M. se precie de ser un oasis pa­ra los sedentarios, no podemos menos que calebrar la existencia de .. as biblio­tecas ambulantes que, como quiere So­vater, drculan sobre ruedas, y aun sobre alas. A prop6sito de esto 6ltimo, .. en­comiable el gusto de Iberia, que entre sus "Ubros de a bordo" cuenta con tltulos de Álvaro Cunqueiro y Francisco Ayala. En 1984, con motivo de su dncuentena­rio, Aereméxico lanzó al aire una colee­d6n d.literatura¡ entre otras "bit6coras de vuelo" figuraban las antologras 23 cuentos de la Revolud6n Meximna, de Edmundo Valadés, y Lo fugitivo permq­nece, de Carlos Monsiv6is, que acaba de reeditar con éxito Cal y Arena.

Nuestro ratón padece la muy justifi­cable acrofobia de los animal .. sin alas. Esto nos lleva a pensar que las bibliote­cal del aire seguramente estar6n libres de raton ... Pero no de murdélagos.

PAUL FOURNEL

Estación Guadalupe Recientemente, Paul Foumel vi­sitó México en su calidad de se­cretario del OULIPO, el Taller de Literatura Potencial que fundara en 1960 Raymond Queneau, y que contaría entre sus miembros a Georges Perec e !talo Calvino. Foumel, quien dirige además la editorial Seghers, nos dejó este mexicano cuento fragmentario.

La estación La Buena Idea era construir la es­

tación, y fue él quien la tuvo. Des­pués de que la estación fue construi­da, de que se trabajó durante dieci­séis noches y tres días, de que se quitaron los magueyes, de que se le­vantaron nubes de arena, de que se subieron los bloques, de que se hi­zo crecer este edificio en el desier­to, lejos, en el camino a Puebla y, sobre todo, después de que se colo­caron las letras que decían EST A­CIÓN sobre el gran portal, las cosas siguieron el curso ordinario de por aquí.

El Jefe de la Estación Los albañiles se fueron mirándo­

nos como si estuviéramos locos, pe­ro como acababan de cobrar buenos pesos, se subieron contentos al ca­mión . Sobre todo uno que se rasca­ba las nalgas pensando en el tequi­la. Nosotros en cambio nos senta­mos sobre la escalera de la estación para retomar el aliento y mirar la planicie, la arena, las espinas y to­do ese terreno que se había tenido que apisonar. En medio de la noche le expliqué que a la izquierda se es­cuchaba el silencio del volcán y que a la derecha se podría adivinar el ru­mor de la gran ciudad, cuando hi­ciera viento.

Dijo que eso tal vez jamás suce­dería . Enseguida me explicó en po­cas palabras que como él había te­nido la idea de la estación, sería el Jefe de la Estación. No el jefe de la estación sino el Jefe de la Estación, 10 que dejaba ver que quería ser también el jefe de otras cosas. Él fue, pues, el Jefe de la Estación y yo fui su segundo. No decidimos mi título: ni subjefe , ni lugarteniente, ni capitán, ni siquiera segundo .

Después nos dormimos.

La espera Alrededor de la estación no ha­

bía nada. La arena era gris como la mañana. Los granitos que se habían quedado un momento en el aire caían como polvo en el borde de su sombrero negro . Los coyotes se mantenían a distancia de la obra y los magueyes dudaban en reverde­cer. Tan lejos como alcanzaba la vis­ta no había una mula, ni un solo hombre. Más allá del lugar más le­jano que se alcanzaba a simple vis­ta, no había ni la idea de mula ni de hombre.

Eso no 10 aterraba. Se mantenía sentado sobre la escalera, con el sombrero un poco echado sobre los ojos que tenía cerrados y yo podía ver por la punta de sus dedos, por sus botas y sus orejas que las fuer­zas le volvían.

Su siesta era invencible porque ya te nía la estación y ahora era el Jefe de la Estación.

Los retoques Insistió en que me trepara sobre

sus hombros y que yo mismo fuese quien colgara los letreros "Sala de espera" y "Boletos", sí, sí, insisto.

Después puso los focos neón aunque no hubiera electricidad.

y como ya había una sala de es­pera que un día podría iluminarse, llegaron.

La carrera Sin gestos, la vieja indígena que

llevaba cuatro cañas de maíz y tres bolsitas de magia aceleró el paso pa­ra llegar antes que el cargador de papayas y ser la primera en la taqui­lla. El que llevaba los rábanos rosas aún con tierra en sacos de yute, lle­gó mucho después.

Al mediodía, más o menos, un hombre pasó a caballo delante de la estación pero no levantó la vista.

Al terminar el día tuve que ir a saludar personalmente al primero que debió esperar en la escalera ex­terior pues nuestra sala de los pa­sos perdidos desbordaba gente .

En el interior la gente iba, venía, comerciaba y salía con gusto a la plataforma de madera, tras la cual empezaba, inmediatamente después, la arena.

Biblioteca de México

Nadie jamás exigió la llegada del tren.

El Jefe de la Estación se acerca El Jefe de la Estación miraba, sin

moverse, desde hacía tres horas a la vieja, cuando se dio cuenta de que ella tenía hambre . Las arrugas le surcaban el rostro y un hambre atroz le apretaba las narices.

Él se le acercó y tomó el billete de 1 000 pesos que ella guardaba en­tre los dedos para comprar su bole­to, lo tendió al hombre de los rába­nos rosas quien de inmediato pre­paró para la vieja unos manojos rosas muy regulares .

Otros inmediatamente tuvieron hambre.

No pude darme cuenta cómo lle­gó el taquero. Fue sin duda en un momento en que volteaba la cabe­za, pero el aceite brincaba ya en la cavidad de la lámina.

La indígena joven se sentó y de abajo de su jorongo sacó unas mu­ñecas que colocó a su alrededor. Ce­rró su rostro como un guijarro para dormir mejor.

Hubo una primera canción Hubo una primera canción y fue

la del Jefe de la Estación.

La primera lluvia La primera lluvia que cayó hizo

que cayera el polvo. Arrugó los ros­tros de negro. La primera lluvia que cayó hizo levantar la primera cho­za: el Jefe de la Estación vio al más friolento que se levantaba el cuello, y le asignó un lugar donde podía construirse un abrigo. Todos los que sabían construir hicieron sus cho­zas, y como la noche se había aca­bado y la lluvia continuaba, el Jefe de la Estación asignó otros lugares. Era el comienzo de una calle.

Caprice 66 La lluvia también hizo crecer jar­

dines y al término de una mañana, la vida se detuvo. Todo el mundo volteó la cabeza al mismo lado en la lejanía -incluso la indígena con rostro de guijarro- para ver llegar el Caprice 66. Bailaba entre los agu­jeros de lo que todavía no era nin­gún camino y el sol regresó al mis-

mo tiempo que su pintura amarilla. Los limpiadores desprendían el lo­do y sobre sus puertas pudo leerse muy rápidamente la tarifa de las de­jadas. Había servido de taxi veinte años en Nueva York y llegaba por sus propios medios. Se convirtió en el coche del Jefe de la Estación.

La asociación guacamole Tacos y Papaya tuvieron la idea

de ponerse juntos y juntos inventa­ron, a fuerza de nunca estar de acuerdo en la receta, un guacamo­le que no tenía rival más allá del volcán y hasta el fondo de la ciudad.

La noticia se extendió por los gra-

..... raffu ele Maria T_ .. 101ll1re, el. Uro.

nos de arena y por los pájaros ne­gros y regresó con procesiones de tragones que hicieron otra calle, donde el J efe de la Estación les or­denó hacerla . Tenían su casa pero se quedaban seguido hasta muy tar­de en la taquería y el J efe de la Es­tación me pidió que me quedara por ahí para echar una mirada. Así fue como le tomé el gusto al guacamo­le de mi tierra . Todavía hoy, cuan­do estoy lejos por negocios, me con­formo con olerme la punta de los dedos.

Los de Tepito Detrás de los tragones, detrás de

los mariachis que vienen detrás de los tragones, detrás de los boleros 'que vienen detrás de los mariachis, llegaron los muchachos malos de Tepito, los atacantes-por-la-espalda. Quisieron organizar su policía y ro­bar boletos. También empezaron a construir su propia calle y el J efe de la Estación se sumió el sombrero . Para alimentar la guerra iniciamos la venta de boletos de tren y la gen­te tranquila vino a comprarlos para encontrar la paz otra vez. Y el J efe de la Estación hizo la guerra como un jefe. Perdió un dedo y una ore­ja, yo perdí la punta de la nariz pe­ro la calle nueva ardió por no haber­se instalado donde había decidido el Jefe de la Estación.

Los atacantes-por-la-espalda re-

gresaron a pie, dejando detrás de sí un Volkswagen con una cadena pa­ra cerrar la cajuela de adelante y un Renault 12 cuyos asientos hay que sujetarlos con los brazos pues saltan a cada rato con los baches.

El VoJkswagen es m ío y el Re­nault 12 es del restaurante . Lo pin­taron de verde guacamole por ne­cesidades comerciales.

En la esquina de las calles Los tragones construyeron, así,

otra calle, donde el Jefe de la Esta­ción les había dicho que la constru­yeran y con la calle anterior se hi­zo el primer cruce. La primera vez

que los dos coches se encontraron, el J efe de la Estación ordenó que el Chevrolet Caprice 1966 que venía por la derecha tuviera siempre la preferencia.

En el cruce se desarrollaron los com ercios de un cruce. Los niños se peleaban por lavar los tres parabri­sas y el J e fe de la Estación m andó cavar un pozo para que pudieran te­ner agua. Un gran. hombre delgado vendía tom as m últiples para que nadie se impacientara, mientras lle­gaba la electricidad. El hijo de la in­dígena vendía también muñecas y se quedaba tan inmóvil en medio del cruce que todos temían pasar encima de él. Dimos los primeros claxonazos.

En el cruce , también se instaló un traga-fuego, desde que caía la no­che, y fue nuestro primer artista .

Gringo Sostenía una pequeña bola blan­

ca en la mano y la elevaba por arri­ba de su cabeza, exactam ente en la esquina de la calle . No se acercaba mucho al cruce, com o si su m ercan­cía fuera demasiado preciosa. La bo­la blanca era el prim er ser vivo na­cido en la estación , e ra un perrito . Bajé el vidrio del VW y regateamos el precio. Al J efe de la Estación se lo habría regalado, pero a mí m e lo rebajó a la mitad del precio.

Era un perrito cazador color are-

Biblioteca de México

Según Borges, en cierta ocasi6n Bioy Ca­sares se declar6 enemigo de la c6pula y los espejos, pues ambos reproducen el número de los hombres. Sin embargo, na­da le satisface tanto como la multiplica­ci6n de los libros. A prop6sito de los 1 500 títulos de "El libro de Bolsillo", Bioy escribe: "Sin renegar de nada ni de nadie, me atrevería a decir que los libros son mi origen, mi patria, mis interlocuto­res y mis guías en esta excursi6n por la existencia." Entre los volúmenes que "salvo el diploma ... darón todo lo bue­no que usted puede recibir de la Univer­sidad", Bioy recomienda algunos de Conrad, Svevo, Rostand, Hume, G6mez de la Serna, Graves y Buzzati. A estas recomendaciones, añadimos cuatro "li­bros de bolsillo": La invenci6n de Morel, Historias fantásticas, Historias de amor y La trama celeste, de Adolfo Bioy Ca­sares.

Desde que en 19661anz6 su primer "li­bro de bolsillo", Unas lecciones de me­taffsica, de Ortega y Gasset, Alianza Editorial ha publicado 40 millones de ejemplares. Las cifras, cuando se refieren al comportamiento del cosmos o a las deudas públicas, suelen ser intimidantes. Sin embargo, en relaci6n con el enjam­bre literario desatado por Alianza hay gratas sorpresas. aCuól es el libro mós vendido? aUn western aguerrido, una no­vela porno, las confesiones de una cele­bridad? Mientras estos temas triunfan en otras casas editoras, Alianza ha logra­do vender mós de 1 450 000 ejemplares de El principito, de Saint-Exupéry, mós de 750 mil ejemplares de El árbol de la ciencia, de Baraja, y mós de 450 mil ejemplares de La metamorfosis, de Kaf­ka. Induso en la poesía hay ventas no­tables: mós de 150 mil ejemplares de Poemas y canciones de Bertol! Brecht (al ver los saldos de Alianza quizó se hubie­se ahorrado la frase de "malos tiempos para la lírica").

Germón Montalvo, diseñador de nuestra revista, obtuvo el primer lugar en el con­curso de carteles para el Festival de la Ciudad de México. Su Diana Cazadora en monocido adorna los rincones de la capital. No es de extrañar que en la ciu­dad mós poblada del mundo, la mitolo­gía busque nuevos vehículos. Enhora­buena.

na con grandes patas y le puse el nombre de Gringo . Se acurrucó al­rededor de la palanca de velocida­des, lo que significaba que pronto iba a ser bueno para cazar ser­pientes.

Conversaciones de café En el café se comenzó a decir

que el Jefe de la Estación trabajaba tanto que el tren vendria. Lo espe­raban . Ahora ya había un hombre en la ventanilla que llevaba una ca­chucha. Había tres pozos de agua y, yendo a pie a mantener el fuego en los hoyos de basura, podía contar­se hasta diez coches.

La cola de espera se alargaba ca­da día delante de la ventanilla y yo rechazaba el título de jefe de la es­tación. No tuve ninguno. Sin embar­go, cada mañana era yo quien se trepaba a la escalera para sacudir la arena de las letras de ESTACIÓN. Era necesario que se pudieran ver desde lejos.

Guadalupe Recuerdo la mañana en que lle­

gó Guadalupe . Salió de la arena, exactamente detrás del gran ma­guey que habíamos dejado para se­ñalar el medio del cruce . Llevaba a su niño, aún más negro que ella, en­rollado sobre su espalda. Su cabeza se mecía y él dormía.

Ni siquiera echó una ojeada a nuestras calles que valía la pena ver. Siguió con sus grandes pasos para llegar a la estación y todo el mundo pudo ver que era una gacela.

La mano sobre los ojos El Jefe de la Estación se pasaba

cada vez más seguido la mano so­bre los ojos. Se echaba el sombrero sobre la nuca, se ponía la palma de la mano bien extendida sobre la frente, la dejaba caer por cansancio y se frotaba los ojos. Había perdido la cuenta de los días y las noches y el rumor de la estación le producía un dolor de espalda hasta donde le llegaba el cuchillo. No se le veía más en las noches en Tacos y Papaya y dos veces me había dicho "haz lo que quieras".

En la noche, la indígena anciana le había llevado una bolsita de ma­gia que había rechazado con la ma­no. Se había quedado sentado sobre la escalera.

Se robaron el sombrero del Jefe de la Estación

Guadalupe no se dirigió a la ven­tanilla, tampoco fue a la sala de es­pera. Arregló a su bebé que colga­ba de su espalda, ajustó el rebozo con que 10 tenía apretado y, hacien­do el gesto de subir distraídmente

Biblioteca de México 10

la escalera, se robó el sombrero del Jefe de la Estación.

Se lo puso en la cabeza y todo el mundo pudo ver que le quedaba bien .

y todo el mundo pudo ver ense­guida que sabía correr rápido, aun con su niño sobre la espalda y una mano puesta sobre el sombrero.

El Maguey Mayor En Tacos-Papaya se dice que en

la noche Guadalupe grita cosas ho­rribles que, sin embargo, no des­piertan al bebé.

Después de haberse tropezado veinte veces en la oscuridad, el Je­fe de la Estación, agotado, se golpeó la nuca con la mano como querien­do agarrar su sombrero. Entraron a la cabaña y era él quien apoyaba su hombro sobre el de ella, y era el pe­cho de él el que batía más rápido.

Desde entonces ella grita cosas horribles como "rájame", "chorréa­me en la cabeza". Otras veces ella le ordena ser el Maguey Mayor. Ella quiere los dedos, quiere la lengua, quiere la guerra, quiere ser abierta. y en la mañana, ella sube por la ca­lle con una sonrisa, la cabeza deba­jo del sombrero que le queda muy bien.

El Jefe de la Estación se compró un chicote que lleva colgado del pu-

ño derecho y nunca utiliza. Se pasa los dedos entre su cabello negro que le volvió a brillar.

¡Tope! Tuve que arreglar sólo el espino­

so problema del primer cafre que por poco atropella a Gringo y que pasó sobre el maguey del cruce. Era demasiado joven para tener licen­cia y en consecuencia no pude qui­társela. Lo puse a barrer la calle y me ayudó a construir dos topes en cada bocacalle. Los idiotas van a deshacer su coche pero los demás adoptaron la costumbre de gritar alegremente "¡Tope!" cuando saltan al enfrenarse ante la joroba.

También yo resolví, con un fusil, el problema de los niños pordio­seros.

Época de sequía Al principio de la época de se­

quía, una tarde, hacia la caída del día, todo el mundo sintió pasar el amor. Era una muchacha que tenía deseos y se alzaba la falda . Y toda la calle tuvo deseos. Ella esperaba un enamorado y la calle esperaba un enamorado.

Reía demasiado fuerte para una muchacha y cuando saltaba de go­zo, sus senos y su cabello se le su­bían hasta arriba.

Ella cantaba al atardecer la can­ción del Señor que vendría por su corazón. Tejía una trenza de flores . La indígena con rostro de guijarro volvió los ojos a ella y los hombres bajaron por la calle arqueando la es­palda. Algunos llevaban guitarras.

Los boleros hicieron fortuna .

Un puñado de arroz Tuvo lugar el primer matrimo­

nio. El Jefe de la Estación se había puesto su vestimenta negra y anu­dado una corbata de plata y turque­sas. Se puso una cruz sobre la esta­ción y la ceremonia se realizó en la escalera. El Jefe de la Estación dijo cosas importantes porque era el pri­mer matrimonio y de él nacería el primer bebé. Añadió que la novia era hermosa yeso era cierto. Fue el matrimonio de la muchacha ena­morada.

y el mío también.

El amor da alas a quienes ya tienen

El fotógrafo de la boda decidió quedarse, pero como todavía no ha­bía muchas bodas, trabajaba mien­tras tanto de preceptor. Hice sacar agua por todas partes para que mi bebé tuviera un poco y emprendí junto con todos los viejos la cons­trucción de las aceras para nuestra seguridad. Ordené que las barrieran cada mañana.

Después de la reflexión madura El Jefe de la Estación paseaba se-

guido al niño de Guadalupe, aga­rrándolo de la mano, y el pequeño arrastraba el chicote por la arena.

Puesto que ambos tenían las pier­nas ligeramente separadas, se podía ver que orinaban, plantados sobre sus botas, al otro lado de la estación.

El Jefe le decía al muchacho: "pronto haremos pipí en casa" y el muchacho 10 miraba con grandes ojos negros, meneando la cabeza in­crédulo.

Finalmente, el Jefe le enseñó có­mo sacudirse las últimas gotas.

Urbanismo En los bailes, Guadalupe dejaba

que se le subiese el vestido de hola­nes. Pero por más alto que se le su­biera, no se le subía 10 suficiente, así eran de largas sus piernas.

El Jefe cantaba para ella y ella 10 miraba con cara seria.

En la mañana, antes de irse a acostar, hacía la cuenta de los nue­vos que habían llegado en la noche y dibujaba sobre la arena, con la punta de su bota, el emplazamien­to para la nueva calle .

Toda la gente que se 10 encontra­ba le decía "buenos días, Jefe", y se metía a acostarse.

Gasolinera Guadalupe quería un vestido

nuevo que nadie sabía tejer. El Jefe me llamó aparte y me pla­

ticó de su decepción. Pensaba que la gran calle era demasiado estrecha y lamentaba no haberla trazado más amplia que la Estación, por 10 m e­nos cuatro pasos grandes.

Me dijo también que había una cosa que buscaba y que no la encon­traría ahí. Yo sentía que él estaba bastante bien . Además, yo solo ha­bía arreglado el problema de la eco­nomía y el problema de los barriles de gasolina.

Tres vueltas completas El día en que el hijo de Guadalu­

pe pudo dar tres vueltas a la ciudad, corriendo, sin lamentarse al regresar y con sed normal, el Jefe de la Es­tación vino a Tacos-Papaya a anun­ciamos que debía hacer un viaje con su familia, para buscar la idea que todavía le faltaba. En ese mo­mento sabía que el viento no barre­ría nada antes de su regreso y nos recomendó que todo creciera y que nada cambiara.

Estación Guadalupe Después vino la idea de las para­

das de autobús, la idea de la esta­ción para camiones, la idea de la es­tación anexa del ferrocarril , ideas de segunda. Fui yo quien las tuvo. Él , desde muy lejos, acercaba el tren hacia nosotros.

Traducción de Eduardo Pérez Fem ández

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ANTONIO DELTORO

Los cielos territoriales

Los cielos territoriales de esta casa se mueven sobre la azotea y el patio, van al parque cercano con las nubes y las nubes se forman de las aguas del mar que está muy lejos. Yo vengo del tiempo; de mis padres, de mis abuelos, de las primeras células; ¿por qué ahora y no antes? ¿por qué aquÍ, mi amor? ¿por qué tú y no otra? ¿por qué este trozo de cielo que aparentemente es idéntico a otro cielo? Si trazo una vertical pasa por el piso de abajo hasta llegar al sótano, donde están las bombas y las cisternas y s~ clava en la tierra llena de restos de hombres que vivieron aquÍ en otros tiempos. Cuando dormimos el tiempo se lleva el cielo que conocemos, el tiempo se lleva todo, incluso el cielo.

Biblioteca de México

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J

Salvador Novo, por Diego Rivera. ,

/

" Biblioteca de México

desea agradecer a quienes, con el solo interés de promover el conocimiento

de la obra literaria de Salvador Novo, pusieron a su disposición papeles

inéditos y raros que aquí quedan recogidos. Al Estudio de Salvador Novo, A .C.,

a su presidenta, la señora Gloria Pérez Jácome, a su tesorero, el maestro Antonio López Mancera, y a su secretario, el doctor Salvador López Antuñano,

va nuestro cálido reconocimiento. Asimismo, agradecemos a Sergio González Rodríguez

su colaboración amistosa en la localización y selección del material publicado.

DOR NOVO

Una felicidad escrita con s

Salvador Novo (1970).

Este discurso fu e pronunciado e n el fes tival de clau­sura del Ins titu to Técnico Industri al -anteceso r di­recto del Ins ti tuto Politécni co Nacional-, e n don­de Novo impa rtía la clase de gra m át ica , e l :30 de: no­viembre de 1926.

Ante todo, debo consignar una e rrata de im pren­ta que he notado en las in vitaciones a esta clausura de cu rsos. Se anteponen en ellas a mi nombre los t(;rminos solemnes discurso por. Más exacto habría sido escribir palabras , ya qu e la fac ilidad de discu­rrir parece haberme sido ya vedada por la Naturale­za y que, aunque e n este propio edifi cio, tres veces por sem ana ense ño gramáti ca, no sé a cuál conju­gación pe rte nezca e l verbo ·d iscursear. Para di scu­rrir es m eneste r trascendencia de finiti va en e l ju i­cio, ra.zonamiento lógico, re fl exión si logística, de que por comple to ca rezco . Pa ra discursear, ha de echar­se mano de la Mitología , como he visto hacer , y me parece qu e aq uí mismo, no ha mucho tiempo. Y yo creo que definitivamente los dioses griegos, qu e fue­ron siempre (a n útil es pa ra estas cosas, han pasado de m oda para nosotros . Ni "Doña Venus,", ni "Don Jú pite r," como se les decía tan graciosam e nte e n la Edad Media, son ya ca paces de in spira rnos, aq uéll a amor, éste tem eroso respeto . Ya quisie ra yo ten er a Don Vulcano en e l Tall er de fundi ción de este Ins­tituto. Y estoy completame nte seguro de que el jo­ven Mercurio no sabría ll evar los libros de Almacérr de ventas "Etic" . Si antes de ponerse las fatales a las de cera Ícaro, hubiese estudiado en una escuela Téc­nica la resistencia de los m ateriales, no se habría de­cidido a la ridícula aventura.

De aquella griega pe rsonificación de las ideas _ ¡cuán largos so n los siglos de evolución qu e nos se­paran! ¡qué profundo signifi cado tiene y qu é alto ha­bla de nosotros el paso que va del centauro al caba­llero y que llega al hombre que maneja un autom ó­vil' ¡Cuánto más noble qu e el elegido de los dioses que cabalga una nube es e l hombre que arranca de esta tierra suya el hierro indomable y hace ai1icos el cielo con su aeroplano ' I

Poco a poco todos los dioses han recogido su atrez­zo y se han ido a correr la legua, quié n sabe a qué rincones de ignorancia e n que todavía les gusta la ópera. Nos han dejado sus re tratos en unas casas ló­bregas que se llaman Museos de Arte. Pero tampo­co sus re tratos nos satisface5 ya . Se nos parecen de­masiado , y no nos gusta vernos en esos trajes tan incómodos.

Os preguntaré is si proscribo el arte de nuestra vi­da moderna, de máquinas y de contratos . No tal. El arte es condición de la vida, pe ro, por supuesto , la

Biblioteca de México 14

sigue y a ella pliega sus modos de manifestarse . No proscribo tampoco a Grecia. Nosotros somos gri egos a nuestra manera. El arte es divertimiento, ocio, mo­mento en e l día , juego, dice Schill e r, en el trabajo. Pero para no se rlo de pega, ha de se r tan natural y espontáneo, qu e re fl eje la vida actual, que sea el mo­mento, pe ro e n el día, el jue go , pe ro en el trabajo. Así fu e en los griegos. Huelga citar ejemplos de obras máximas del arte que no son sino re flejos de activi­dades de orde n no artístico, sino pe rfectamente uti ­litario , en todos los ti empos. Si la investigación va descorriendo velos y presentando realidades a nues­tra fantasía, no hay por qué indignarse, como Keats, a l desvanece rse en un simple espectro solar el arco iris. Al contrario, cedamos gustosos a la cie ncia lo que por e rror ignorante hacíamos pertenecer a la ma­ravill a, y que nuestros ideales, nuestras cosas sagra­das, nuestros respetos, nuestras admiraciones, sean cada vez más altos y más puros.

Pe ro creo que estoy hablando de masiado de cien­c ia. Podría pe nsarse, al escucharme , que hablo en un laboratorio de Química, de Biología, de todas esas cosas tan difíci les en que Fausto hinche retortas con sal es de esperanzas. Y no es así. Nos encontramos en un a Escuela Industrial que no ti ene laboratorios, sin o tall e res. En sus salones, ampli os.y cordiales, no se ex prime e l ce rebro de los jóven es. En armoniosa labor ej e rcitan sus manos en la divina labor de crear materialmente , miran un horizonte que no es el cir­cunsc rito de la ciudad, e imitan con sus ágil es brin­cos a los chapulines que viven, boquiabiertos y al e­gres, en los te rrenos todavía un poco salvajes de es­te establecimien to.

Yo he estado con e llos durante un año . Y su com­pañía, breve, esporádica y todo, ha. sido para mí, al propio tiempo que una provechosa lección de en er­gía, y un estímulo, algo así como el asomarme a rum­bos de vida nunca antes sospechados ni entrevistos . He pensado frente a estos muchachos: yo pude ser uno de ellos. Ser fuerte, ser alegre , saber construir una mesa, echar a andar un automóvil, ajustar un re loj, captár las ondas de un lejano mensaje , o for­jar una ll ave milagrosa. Estas manos mías pudieron encallece r en la creación de un útil. Mi obra les se r­·viría a mis semejantes: Silla, yo habría aliviado una fatiga o albergado el ocio fecundo del sabio. Mesa, se partiría sobre mi obra la dádiva cordial de l pan, o se escribiría sobre ella un gran poema que dijese la verdad o la bell eza perfectas. Chasis, balatas, ace­le rador ¡ni siquiera sé que son estas cosas! - yo le habría dado al hombre el dominio del Tiempo y del Espacio. ¡Quién sabe si además no m e fu era dado el privilegio de inventar un procedimiento para des­componer sin remedio todas las armas de fuego! Una vida así vale vivirla . Sin que él la busque, la Inmor­talidad, que consiste en el mudo recuerdo grato , se­guirá al hombre que haya creado, que haya fabrica­do, construido, engendrado .

Ya debemos ir transformando aquella triple fór­mula de la vida perfecta: Un hijo: un libro , un árbol. Un hijo, por supuesto, todos los que se pueda man-

tener; pero en cuanto a los árbol es, ellos solos se en­cargan de plantarse, y en cuanto a los libros , no dan la verdadera inmortalidad, que es la persistencia en­tre los hombres Los libros , cuando son inmortales, lo son para otros libros, nunca para la humanidad e n su total. Tomemos como ejemplo Lo. cárcel de am or . Para los e ruditos, este libro es inmortal. En­cue ntran que influye en todas las fi cciones contem­poráneas o inmediatamente poste riores a su apari­ción, en esta forma y en la otra , y escribe n otros li­bros e n que inmortalizan a su autor. Fuera de ellos , nadi e se divie rte con esa novela , ni la conoce, ni le hace falta, y mientras el bachille r Diego de San Pe­dro sigue vivie ndo en la estrecha cárcel de unos cuantos estantes y de unos cuantos cerebros, el hom­bre anónimo de las cavernas que in ve ntó la prime­ra escudilla en qué beber agua, la primera manera de encender lumbre, la primera arma de defensa o de abrigo, carece de estatuas y no se le cita en los libros, pero ti ene un altar de mudo agradecimiento en el corazón de todos los hombres.

Yo pude se r útil, me digo con un poquito de amar­gura . En lugar de ello, sé muchos nombres y muchas fechas; vivo con los muertos. Sé declinar nombres y pronombres. COI;lOZCO las conjugaciones de la Real Acade mia Española y de don Andrés Bello, que di­fi eren sin que a nadie le importe . De vez en cuando escribo 10 que ya antes de mí han escrito otras mil personas, cosas de la luna, del viento y de las rosas. Y en tanto, las victrolas ortofónicas resultan de me­jor sonido que las ante riores, s in qu e los e ruditos se expliquen el motivo ..

y es qüe soy e l último supe rviviente de la edad de oro del profesionalismo. En mi tiempo, no había más rem edio que ser licenciado, ingeni e ro o doctor. Cua ndo iba yo ya, mal de mi grado, a la mitad de uno de estos tres solemnes caminos, la Revolución abrió otros muchos: eran las escuelas Industriales , rutas amplias, cla ras y no trilladas, en que el fruto se alcanzaba rápidam ente . Y aunque me aparté de la turba que se apeñuscaba hacia el título, no era ya tiempo de volver atrás y m e he quedado por ahí sen­tado en una piedra un tanto filosofal , mientras llega la noche que da el descanso. A todo el que miro ve­nir , le advierto a gri tos que se vaya po.r esas otras rutas pequeñas. Algunos me hacen caso, otros inter­ponen amparos o disecan muertos. Pero los mejo­res toman esas pequeñas rutas . Yo, entonces, desde mi distancia, les corrijo la ortografía . Pero sé bien que van a la felicidad, fin superior de la vida, y me digo que nada importa que sea la suya, y la del mun­do futuro , una felicidad escri ta con s

Para te rminar, debo repetir que , como ya se ha­brá notado, no es esto un discurso . No traté de ex­plicar al ciudadano Secretario, que nos honra con su prese ncia, e l ade lanto de este Instituto , ni 10 conve­niente que sería terminar su construcción. De una y otra cosa le ha conven cjdo ya, estoy seguro, la vi­sita que hizo a sus talle res y dependen cias. Os anun­cié solamente palabras. Me parece que ya he dicho bastantes.

BibliottXa tk México 15

Con Jo .. Gorolttla.

S L ADOR i~OJO

A Pepe Gorostiza en su cumpleaños 1 968

Nuestro corazón se huelga

- ¡sujetos a tántos dai1os!-

al Cl' lebrar tu cumpleaños

y dclrte modesta cuelga"

ll 1irtos":' (" Laureles? ¿Acelga?

l" Mailanitas con violin

dI ' drcangcl o serafín?

No; sino el gusto de verte

seguros de que tu MUERTE

nos será VIDA - SIN FIN!

Biblioteca de México 16

SERGIO GONZÁLEZ RODRíGUEZ

En 1917 Salvador Novo (1904-1974) llegó a la ciudad de México; delaba Torreón, Coahuila. José Gorostiza (1901-1973) vino a la capital también en ese año, procedente de Aguas­calientes, donde había terminado su prepa­ratoria.

Novo se inscribió de inmediato en la Escue­la Nacional Preparatoria de San IIdefonso y cursó un primer año de asistencias irregula­res. Con su primer amigo David Niño Arce em­pezó a "faltar a la escuela, seguro de que en unos cuantos días de mayor aplicación podría alcanzar a los puntuales, para 'irnos de pin­ta' a Chapultepec, a la Alameda, al Museo, a conocer el Centro, admirar escaparates y gas­tar en los dulces que en Torreón no se cono­cfan".1 Luego aprobó todas las materias en exámenes extraordinarios y se inscribió en el segundo año. Ahí mostró mayores aptitudes para el francés y la gramática que para el ál­gebra, y descubrió el placer del cine:

En la pugna, por entonces iniciada, entre las películas norteamericanas de episo­dios y de cowboys, y los "films de arte" europeos, éstos parecían haber triunfa­do. Las familias comentaban, discutían, aguardaban estrenos tan sensacionales como la serie "Los siete pecados" que fueron otras tantas cintas borrosas de Francesca Bertini con el rollizo Gustavo Serena, con el romántico Tulio Carmina­ti. Pina Menichelli dictaba desde sus close­ups el fatal parpadeo, la boca ladeante de pasión, que las muchachas de la épo­ca imitaban en sus actitudes. Pero este mundo de sueños, del que la moda había desterrado a mi héroe audaz y musculo­so, para sustituirlo por un Febo Mari con cara de borrego, equivalía por mi mime­tismo de sus muieres a la admiración que regateaba a sus hombres. Me hallaba hermosa; me sonreía, me contemplaba, y empecé a depilar mis celas. Presentía, es­peraba, que alguien descubriera, arroba­do, mis aptitudes para traba¡ar en el ci­ne; y muchas veces, en camino a la escuela, estuve a punto de entrar a pro­ponerme, en los que suponía estudios de Germán Camus, por la calle de Mina.2

En el cine Vicente Guerrero o en el Briseño, Navo debió aprender a posar para las foto­graffas, como aparece en las me¡ores tomas

1 Salvador Noyo, '" e""tu" de '"/. Memorill'. (Inédito). 2/bItI.

de Manuel Álvarez Bravo o de Tina Modotti, donde el luego de la mirada es dominante: re­fleia soltura y convicción de poseer una pre­coz, "rápida y voluble inteligencia" que reta a la cámara. Era un gesto que quizá ensaya­ría en sus rondas sentimentales.

José Gorostiza era circunspecto como un no­tario de provincia. Su hermano Celestino, dos años menor, escribiría que José "se desenvol­vió rápidamente"3 en el medio literario: se hizo amigo de su paisano Carlos Pellicer, de Jaime Torres Bodet, de Bernardo Ortiz de Montellano, de Enrique González Ro¡o, y acu­dió a las tertulias del Café Selecty, en que se reunían aquellos ióvenes, prehistoria de Con­temporáneos. Más tarde, Torres Bodet invitará a Xavier Villaurrutia y éste a Novo a reunir­se con ellos. Gorostlza, por su temperamento retraído, nunca se sintió del todo bien en las tertulias. En un texto de 1949 consignó la im­presión que le causaba aquel medio, al hablar de la "metamorfosis" de su amigo "Ernesto":

No recuerdo haberlo visto en la escuela. Las primeras imágenes que conservo de él2 me lo muestran en las oficinas de la Universidad y en las tertulias literarias de hace quince años, empeñado como yo mismo en abrirse paso a través de las rencillas, las complicidades y los subter­fugios de nuestro mundo intelectual.4

El texto reflexiona sobre el cambio registra­do por un hombre que deió atrás la generosi­dad de la iuventud y se entregó al endureci­miento y el egoísmo del éxito político y finan­ciero. En comparación con la vida de aquel amigo, Gorostiza veía la suya "menos cam­biante", incluso tras el paso de mucho tiem­po. Cuando recibe en 1968 el Premio Nacio­nal de Letras, afirmará: "De los 67 años de mi vida, 20 los consagré a mi preparación por de­más deficiente, y 47, que cumplí este año, al servicio de la República." Añadió: "la mayor satisfacción de mi vida ha sido la de escribir en los ratos vacíos que le de¡an a uno".5 En efecto, Gorostiza publicó sólo dos libros bre­ves y un puñado de poemas dispersos, pero ¡amás vio en esto un signo de esterilidad sino de "cohesión e individualidad", como se pue­de inferir de su autopresentación para la an­tología Galería de poetas nuevos de México de 1928, que expresa también un celo ab­negado:

3 Celestino Gorostlzo, E/ '''''0 con lI,trllore" 11. 4 José Gorostlzo, 'ro'II. s/bld.

No condeno mi obra sin embargo. Es bien pobre como poesfa, lo sé. Pero dentro de su debilidad arquitectónica, sus numero­sos toques de mal gusto, su temperatura de emoción directa, tiene no sé qué de co­hesión e Individualidad que ha de ser el esqueleto de mi obra futura.6

En esos años Salvador Novo pierde a su pa­dre; poco después, José Gorostlza perderá al suyo. Novo crecerfa rodeado de familiares y balo los privilegios maternos de ser hilo úni­co; Gorostlza, como primogénito, quedó a car­go de su familia, y mientras estudiaba Leyes debió trabalar también. Novo dispuso de su tiempo, que compartió entre los estudios y el descubrimiento de encuentros clandestinos y "casas pecaminosas" de homosexuales:

Los cursos en la Preparatoria terminaron y quedé en posibilidad de inscribirme en Leyes. Torres Bodet era ya secretario de Vasconcelos y yo lo vefa raras veces, ro­deado ya desde entonces de la atmósfe­ra en que vocacional mente desenvolve­ría, forlaría su personale a costa de su persona. Xavier (Villaurrutia) se inscribió conmigo en Leyes; pero en la escuela nos veíamos menos que en otras más agrada­bles partes nocturnas.7

Novo y Gorostiza manifestaron, por lo vis­to, la misma renuencia ante los empeños pro­fesionales en la burocracia de sus compañe­ros de generación. Y no es tanto que pusieran en entredicho el trabaio en las instituciones públicas, en el México postrevoluclonario la burocracia y la diplomacia representaron pa­ra los intelectuales lo que las universidades y los organismos de enseñanza superior repre­sentan ahora para muchos: acceso a un sala­rio y a un grupo de pertenencia; incluso am­bos escritores se beneficiaron de ello. Lo que Novo y Gorostiza parecen cuestionar es la de­gradación íntima de sus compañeros, su olvi­do de la ligereza y el desinterés que cobiiaron en otros años.

Novo pronto descubrió que su temperamen­to se avenía con las ideas modernas, con los cambios urbanos que anunciaban las noticias cosmopolitas, como lo consignará en Elloven, que publicó en 1928 pero que resumía impre­siones que empezó a anotar desde principios de los años veinte, cuando hizo de sus paseos urbanos el escenario de un viaie sentimental y certeza autoidentificatoria:

Por emplear el tiempo, y todavía persua­dido (a pesar de las constantes, caudalo­sas comprobaciones en contrario) de la singularidad excepcional de mi carácter, empecé a escribir una minuciosa y román­tica autobiografía novelada que titularía "Yo".'

Entonces Novo despunta como ensayista y poeta extraordinario, un dandy erudito y provocador, apasionado de los libros y de las renovaciones culturales, entre las que incluye la apuesta a su propia actitud e inteligencia po­ra inquietar los prestigios literarios a la sa-

6 ¡bid. 7 Novo, Lo ."otuo d. '0/. a/bld.

Noyo MI el ,ltudlo fotot¡ráfIco de Stmo.

zón. Balo el seudónimo de Radiador llega a colaborar en un periódico para choferes: El Ch,,"ra,..9 En esos años también adquiere un gusto que:erdurará toda su vida: para él lo fntimo ser un Ingrediente de su vida pública. Cada aventura amorosa, cada vlale, cada chisme, será tan decisivo como las lecturas y la curiosidad Intelectual; cada escándalo con­tra "Ias buenas costumbres" formará un blln­dale adicional contra la animadversión de un medio hipócrita.

Gorostlza, discreto y laborioso, estaba en las antfpodas de Novo, sin embargo, a lo lar­go de los años, Novo se referirá a Gorostlza en buenos términos. Cuarenta y cinco años después, Novo lo recordaba como debió ver­lo la primera vez: "tlene una sonrisa y unas cuantas débiles palabras" .10 Novo se extra­ñaba de tanto apego al silencio; conversador pródigo, quizá entendfa el silencio como una barrera Inaceptable entre la palabra y el mundo. Cuando Novo publica Ileturn tlclcet en 1928, Gorostlza escribe una reseña generosa del libro. Ahf afirma:

Yo creo que elespfrltu del ensayista, y en particular el de Novo, asume una incorre­gible tendencia a definir y nombrar nue­vamente las (osas; más que a definirlas, a modelarlas, a irles dando forma, peso y expresión en la elástica arcilla que es todo lengua le. Novo procede como si las

9 Javier Aranda Luna, "Nuevo Novo", El Notlono/, 10 dw septiembre de 1990.

10 Emmanuel Carballo, 'ro"',onlsto' _lo Ilt.roturo m.x/cono.

palabras no tuviesen sentido alguno. A sus olos, los nombres representan a los obletos, en s610 dos dimensiones y son co­mo su fotografia. Les falta espesor, es de­cir, sentido. Por eso su primer movimien­to es de repugnancia hacia los nombres y prefiere examinar directamente las co­sas, que mide, prueba, analiza, reco­rriendo todos los grados de gestacl6n del nombre, hasta que al fin lo pronuncia, pe­ro cargado de aquella profundidad que haría caber un poco de agua, por elem­plo, entre las paredes de la palabra vaso. 11

Oorostlza se esmeraba en descifrar el dis­pendio, ese reino para él distante; Novo veía en la parquedad de Oorostlza una defeccl6n afortunada. Era el diálogo entre lo múltiple y la exactitud. En 1944 Novo del6 constancia de una visita que recibi6 de Oilberto Owen, ahí habla de la dispersi6n del grupo Contempo­ráneos:

De repente aparecl6 Owen en México, fantasma de sí mismo. Ha vagado uno o dos años no sé por d6nde, amigo sobre todo del embalador Zalamea, pero ya in­capaz de pr'esenciar el milagro de la re-

11 Gorosllza, Prosa.

surreccl6n de un grupo en el que falta Jor­ge y que las divergentes trayectorias de Xavier, de Pepe Oorostlza, mias, han aca­bado por dispersar del todo y por hacer Imposible el regreso de otra cosa que un Hilo Pr6dlao en cuya paternidad yo no participo. 1'1

Novo, que en 1926 ante un público de estudlantes13 prescrlbia elegir las "rutas pe­queñas" que " van a la fellcldad", y Oorostl­za que casi se hacia perdonar por publicar sus Canciones, vivieron lo suficiente para evocar su iuventud a la luz de los homenales. ¿Se ve­rian victlmas de una "velez aborreclda"? En 1969 pudieron reunirse Salvador Novo, José Oorostlza y Jaime Torres Bodet en casa de Laura y Eduardo Villaseñor. "-¡Nuestro co­raz6n se huelga I suietos a tantos dañosl-", había escrito Novo meses antes en un poema dedicado a Oorostlza en su cumpleaños. 14 En aquella ironía quizá Novo quiso Incluir tam­bién los daños amistosos, pero como se sabe, la amistad es hermana de los caprichos, y a su vez este:.. condenada a durar más que una pasi6n eterna.

12 Novo, La vida en M.xlto en el periodo presldent/a/de Manuel Aylla Camatlra.

13 Novo, DlMunG, 30 de noviembre de 1926. ("Una felicidad escrita can S" es el nombre can el que aparece aquf. l .)

14 Novo, "A Pepe Gorosllza en su cumpleaños, 1968".

Cartas a bordo En su libro Continente vacío (1935), Salvador No­vo recoge algunos apuntes de su diario . El jueves 9 de noviembre de 1933, a bordo del M.S. Northem Prince, con rumbo a Río de Janeiro y Montevideo, había escrito: "Yo quiero a México hoy como no lo ha querido nadie nunca antes -de un modo total-, apasionado y fisico que me hace desear con amar­gura el abrazo de su tierra misma, el azote de su viento en mi rostro, su sol en mi carne [ ... ) No pue­do olvidarme de México en ningún instante ." Segu­ramente, Novo tuvo ante sí abierta esa página del diario unos días más tarde, en el mismo navío, cuan­do escribió a Narciso Bassols la carta que aquí pre­sentamos, antecedida por otra que remite a su ma­dre. Ambas bordan el malestar del viajero, quien no duda en afirmar que no volverá a viajar, cosa que por supuesto no habría de cumplir.

Mamá:

A bordo del Northern Prince, lunes 13 de noviembre de 1933

Faltan cuatro días para que lleguemos al primer puerto, Rio de Janeiro, y desde ahí pueda hacerle enviar esta carta. Desde ahí creo que tardan siete días más, y como yo tardaré cuatro más, cuando la esté leyendo ya tendré tres días de estar en Buenos Aires, si Dios quiere . No quiero darle impresiones tristes, pero la verdad es que ya ansío no sólo llegar al tér­mino del viaje, sino regresar a mi casa. He hereda­do quizás de usted una aversión fundamental al mo­vimiento que convierte en tortura lo que para mil otros sería un envidiable placer, el viaje, el barco, el hotel, el tren, en una palabra la ausencia y cuan­to ella implica. Es horrible tener que llevar la cuen­ta de las camisetas y de los calcetines, y acostarse en una cama estrecha de hospicio, y tratar con gen­·tes absurdas como todas las que van en esta jaula infernal de desterrados. Este viaje es largo, pero le prometo que será el último, y que no me volverán a tentar las sirenas ni siquiera de una Europa que maldita la falta que me hace visitar.

La comida a bordo es horrible, naturalmente. Lo entenderá si considera que toda es refrigerada, que hemos atravesado el trópico, y ayer el Ecuador, que es la cintura de la Tierra, y que todo lo que come­mos, carnes, legumbres o pescados, lleva ya casi dos semanas en la bodega. Ayer me sentí mal del estó­mago y una señora gorda muy buena, Margarita Ro­bles de Mendoza, me dio sal de frutas, no comí todo el día y ya estoy bien, pero voy a mantenerme a ba­se de jamón, mermelada y té, que es lo único que no puede hacerme daño. Naturalmente que con es­to voy a adelgazar bastante y dígale a María que al

regreso necesita hacerme unas comidas que me com­pensen todo esto . Agréguele a esto que no voy solo en el camarote, sino que va un viejo alemán muy antipático, y comprenderá mi desesperación, ¡pero no lo vuelvo a hacer!

Ya es cerca de la una y tengo que terminar esta carta, pues han irrumpido en donde escribo para to­mar el cocktail e irse a comer. Espero tener muchas cartas suyas en Montevideo. No tengo recomenda­ciones que hacerle sino que a mi regreso -y rece mucho porque sea muy pronto- mi casa sea un des­canso que merezco.

Salude a mamá y a todos. Su hijo

Salvador Novo

M.S. "NORTHERN

PRINCEtt

Biblioteca de México

A bordo del Northern Prince, 14 de noviembre de 1933

Sr. Lic. D. Narciso Bassols Secretario de Educación Pública Presen'te.

Muy querido Licenciado: al entrar en esta jaula en la que todavía he de pennanecer ocho inmensos días le escribí una pequeña carta que al releer he resuel­to no enviarle y sustituir por ésta, que le irá desde Río de Janeiro, adonde llegaremos dentro de tres días. Le comunicaba en aquella una impresión de dolorosa angustia que se ha purificado sin abando­narme. Solo entre matrimonios pintorescos, el mis­mo viejo "fardo animado" que usted conoce bien, no sé a punto fijo si mi desesperación proviene de que estoy lejos de las cosas valiosas de un México insus­tituible, o si el tener que cuidar de mi ropa sucia me torna romántico y el hecho de compartir un cama­rote con un señor alemán igual a Hitler contribuye en alguna grave medida a mi desesperación. Es la verdad que siento ahora como nunca antes un acen­drado cariño por México, total, íntegro, fisico, que me hace desear el contacto de su tierra misma, el abra­zo de su sol y no otro. ¡Cómo cambiaría este estúpi­do viaje por uno con usted, rápido y fructuoso, por esos pueblos nuestros! Le juro que al regreso - ¡que veo tan remoto!- se me habrá quitado lo poltrón y lo snob y que habré de dedicarme en cuerpo y alma a trabajar en algo que sirva.

No tenemos derecho de abandonar a México ni por un instante. Pienso que pertenecemos por entero a un solq y mínimo pedazo de la Tierra; fuimos ahí sembrados, ahí echamos raíces, y ahí hemos de flo­recer y morir, por más que el viento arrastre nues­tro polen. Cuanto es viajar, desplazarse, ir a otros países, nos diluye y nos debilita y ya luego no servi­mos para nada, unos porque se han adaptado a los medios extraños, otros porque al volver su tierra ya los desconoce y rechaza. Como todo purgatorio, es­te viaje me llenará, por contraste, de ideas estimu­lantes sobre el valor enorme de México, país tan fe­lizmente ignorado en los otros y en el que todo, a la distancia o a la meditación, tiene un claro senti­do y una valiosa integridad. El iberoamericanismo, el internacionalismo ¡parecen tan absurdos y tan le­janos! Tenemos demasiado qué hacer en México y sólo nosotros podemos hacerlo de un modo armo­nioso y legítimo.

He abandonado, por supuesto, la idea de regresar por Europa, como originalmente se había proyecta­do un poco. Que Europa vaya (con perdón) al cara­ja, y todos los países; yo lo único que quiero es que muera el Tiempo que falta para el regreso, que vue­le raudo, que no lo sienta palpitar minuto a minuto, como hasta hoy, cuando los honorables Delegados se dedican al poker o al chisme y yo recorro tacitur­no o furioso el puente , frente a un mar inacabable que ha perdido toda la belleza que sólo la imagina­ción le confiere .

Me sentí horriblemente solo en Nueva York; me perdía en los subways, no sabía adónde ir, me fati­gaba de caminar. Vi un poco de teatro bueno, The -Green Bay Tree y Three and One, y cine en Radio City, Henry VIII (por Charles Laughton, mediocre) y Ber­keley Square, buena. No pude ver la última obra de O'Neill, Ah, Wildemess, que me traje para leer. La víspera de embarcanne descubrí un saloncito snob

y simpático, el 5th Avenue Playhouse, y en él vi una película surrealista de Cocteau, Le Sang du Poéte, y una pequeña de Eisenstein, Romance Sentimentale, que consiste en puros paisajes y naturalezas muer­tas maravillosamente montados, con sólo una mu­jer cuyos estados de ánimo traducen los paisajes; pre­dosa. La de Cocteau tiene música de Milhaud y es completamente ridícula. El saloncito es menor que el Orientación y tiene anexa una biblioteca y una li­brería muy selecta; no se anuncia en los periódicos.

¿ Y qué más podría referirle? Si hago, como se te­me, un libro de este viaje, en él irán pintados todos estos señores que ya conoce usted, y sus caras mita­des que a veces, como en los casos de Sánchez Pon­tón y de Salvador Mendoza, son sus dobles caras. Sie­rra, plenipotenciario, se va echando a la bolsa de un modo suave a Romeo y a ese "profesor distraído" que es Eduardo Suárez, cenicero ambulante; Tato Espi­nosa canta todo el día a voz en cuello, su mujer ga­na dinero en el juego, Emma Cosía y yo conversa­mos (¿sabía usted que hace catorce años yo estuve enamorado de ella ... y le hice un poema que natu­ralmente ella no conocía?), las respuestas de Daniel lo enemistán con todo el mundo, Pérez Duarte se pasea en camiseta ... ¡Y todavía faltan ocho días de todo esto! Tengo la irrazonada esperanza de que la Conferencia no se prolongue por más de tres sema­nas, hasta el 23 de diciembre; me ayuda, como úni­ca base para pensarlo así, la consideración de que hay tres ministros de Relaciones, o 4, en las delega­ciones, y que querrán volver pronto a sus ínsulas; y además me parece que la transacción entre no ce­lebrar la Conferencia y celebrarla al fin, será la de acortarla lo más posible, caso en el cual estaré lle­gando a México a fines de enero.

¿Será mucho pedirle alguna breve carta entre sus ocupaciones?, ¡me haría tanto bien! Me lo imagino a usted, tan a gusto, trabajando duro·y luego salien­do a comer con algún amigo que podría ser yo, si no anduviera en las empresas de atravesar el Ecua­dor y de realizar todas estas hazañas desusadas e in­congruentes.

Lo saluda, lo quiere y lo extraña mucho su amigo

Salvador Novo ·

Registro de cheques de vlalero de Salvador Novo, tres de ello. cambiado. en el Northern Pr/nee.

El Nm-tlt¡:r11 l'rinu; zarpó d~ Nu~va York el '4 de novit'lnbre de 1931 rumho a Montevideo, a c]onJe arribaTla el dla 21 . Sillvador Novo viajo formando parte (k la Jelt ga( iOt;lIl1CX1Cana a la Sép­tima ContercnclJ [ntcrnacÍlmal Amencana que ~e celebró- en la (apltal uruguaya. -:

U Jla 1 S dt, noviembre. (omo lffid de la~ aUlvidades socia­les de a bordo. se celebró una "C( remonla de Neptuno" en la que se ini! IO.a los n('()fito~ <.n alta mar. Novo -quien ya' habla viajado años atrM, a HawaJ- aparece en el reparto como la HI­ja dI' NI pruno. En COl1nncnt, [lC ('l() solo menclon,1 de paso aquel "dommgo en que se cel~bro la desdbnda cpremomd de Neptuno".

Biblioteca de México

EMILIO CARBALLIDO

Salvador Novo N ombre curioso, de poeta. Uno de esos nombres que es imposible inventar y que suenan a pseudó­nimos.

Muy alto, fuerte y casi corpulen­to, pe ro más bien delgado (00 1948, 49, 50 ... ). Manos muy grandes, bien cuidadas, como de pianista. Ojos también grandes, muy expre­sivos. La inteligencia enorme esta­ba allí, sobre todo. Ojos y gestos de la boca dejaban caer frases de hu­mor feroz, con una frecuencia alar­mante. Era el rasgo de su genera­ción: el culto al ingenio. Él, VilIau­rrutia, Celestino Gorostiza, tenían la facultad y el gozo del epigrama, la ironía, el chiste despiadado, la len­gua maligna y hábil como tijereta­zo, martillazo, puñalada o simple al­fil erazo, según.

La personalidad es algo que la vo­luntad forma a través de modelos. Salvo que la gente no siempre se da cuenta de que ella mismo eligió su disfraz. Celestino Gorostiza era así de natural, como si no hubiera es­cogido sino simplemente heredado. Pellicer era como un soldado de Bo­lívar, un soldado con muchos ascen­sos ganados en hazañas. Villaurru­tia era amable, gracioso, misterioso como gato. Torres Bodet era un po­co estatua en gesto público, pero se le podía romper la coraza y era en­tonces el anfitrión encantador de una gran sala de recepciones. Ortiz de Montellano, don Bernardo, era un mago algo hermético, bondado­so, que sabía otorgar las palabras c;:lave. El maestro Novo recordaba a Oscar Wilde, indudablemente. Con ese mismo arrojo y ese mismo his­trionismo para vivir.

Sin pelo en la tapa del cráneo, se dejaba crecer el lado izquierdo de su corona capilar y lo lanzaba, en len­güetazo ralo, sobre el lado derecho. Un peinado, la verdad, horrible.

¿En qué año estrenó sus pelucas? 51,52. Manolo Fábregas lo conven­ció de que eran maravillosas (él las usa y no son maravillosas) y lo lle­vó con el que las fabricaba, alguno de los muchos Horcasitas de nues­tra escena.

El maestro preparó todo como un acontecimiento teatral. Se plantó la nueva peluca y se presentó en un

palco de Bellas Artes, donde pudie­ran verlo todos los ojos. Se escribió a sí mismo un artículo donde agotó cuantos chistes y bromas era posi­ble hacerle . ¿Quién iba ya a poder inventar ingeniosidades? Las de­sarmó.

Esa imagen ha quedado de él, en fotos hermosas que se mandó ha­cer, con sus magnífIcas manos lle­nas de anillos gigantescos, sus cha­lecos de seda china y la peluca dan­do un complemento más o menos armónico a la intensidad del rostro .

Le teníamos algún miedo. Y no estoy seguro por qué exactamente . Creo que por sus humores cam­biantes.

Llegaba uno a visitarlo y mostra­ba un gusto enorme, mandaba pre­parar comida especial, nos leía lo que estaba escribiendo, con su mag­nífica voz, tan bien matizada y bien timbrada. Y costaria trabajo decirle adiós, si estaba a gusto con la visita.

Pero podía, de pronto, cansarse y cerrarse, como quien apaga una luz. Y dejar de platicar, y contestar monosílabos, y uno huía como m e­jor podía.

Biblioteca de México 23

O estaba así al l1 egar uno, con esa luz apagada. Y uno se iba muy pron­to , a los 10 minutos.

¿Cómo hablaría Cenicienta con su Hada Madrina? ¿Cómo se senti­ría al visitarla? Pienso que de un modo muy se mejante.

El maestro Novo, así lo pienso y así lo digo , nunca "Salvador", a ve­ces "Novo" cuando hablo del poeta. y sin embargo, no había distancia con él, y la había inmensa.

Dejaba, a menudo, que viéramos panoramas culturales de los que ni idea teníamos. O descubría horizon­tes y se precipitaba a comunicárnos­los. Era un tremendo políglota. Aca­bando de conocerlo, al fin, cara a ca­ra y no de lejos, al ir a verlo a su oficina podía cruzarme con su pe­luquero, o con su bolero, a con su maestro de italiano. Aprendió e l idioma en tres meses, en 1950, y se puso a traducir, feliz. Nos leía sus traducciones. Por alguna razón le encantó la obra de un autor menor, Guido Cantini, y lo puso en español y le montó tres piezas. Inmenso éxito de taquilla la segunda, Vita mea, que rebautizó astutamente El presidente

hereda: era un cambio de sexenio. Un día Fernando Wagner le ha­

bló en alemán, y en alemán habla­ron un rato. "Salvador habla el ale­mán más perfecto", m e aclaró Fe r­nando ante mi atónito:

-Maestro, ¿habla usted alemán ? Francés e inglés, los hablaba y los

escribía como nativo. Luego vino el delirio del náhuatl. Lo aprendió, lo leyó, se arrebató con las culturas in­dígenas, perfeccionó su conocimien­to e n todas direcciones. Creo que sabía bastante latín y algún griego, pero tal como con el alemán, no mostraba sus campos de conocimien­to , sólo si se ofrecía. Eran sus pla­ceres privados.

Así un día descubrí que sabía ar­monía, composición y contrapunto.

Fue viendo un ballet de Doris Hum­phrey, que le pareció atroz.

Yo, escandalizado: - i¿Pero, por qué? ' y procedió a analizar la forma

musical de la obra de Bach, que la Humphrey había pscogido, y cómo no tenía ni idea de lo que bailaban. Comparación objetiva de las dos for­mas, la musical y la dancística, ver­dadera crítica de danza com o no he visto aquí a NADIE que sepa hacer­la. Resultó obvio que el maestro se entre tenía no pocas veces leyendo y estudiando textos musicales y que éste lo conocía muy bien. Otro idio­ma en su poliglotismo.

Nos educaba. Hacía comidas de­liciosas para nosotros; ahí nos ense­ñaba a manejar cubiertos y a saber

Biblioteca de México

qué se bebía con qué . Ya entender que la alimentación no es llenar el buche , sino también cultura y esté­tica. Le divertía mucho cocinar, lo estudió también, era cocinero gra­duado, cordonbleu

Nos invitaba a sus fiestas, nos m ezclaba con sus amigos: celebrida­des, grandes artistas, millonarios, políticos, dándonos la misma aten­ción, igual rango. Claro, otra mane­ra de educarnos.

Tenía fama de reaccionario y conse rvador, y casi la cultivaba. Pe­ro véase su furia contra Estados Unidos y los imperialismos. Y: un día leyó una obra mía, que le llevé. ( Le daba a lee r todo lo mío y e ra un rayo leyendo, qué velocidad increí­ble y qué perfecta asimilación.) Le­yó pues Un pequeño dú;¡ de ira, que fue premio Casa de las Américas. Obra de un enfoque social muy ex­plícito, de protesta y casi de mitin.

La amó. La amó con un arrebato que sólo le había visto con mi Me­dusCl . Hizo una cena para MIS ami­gos, todos los que yo quisie ra, y unos cuantos de él. Toda mi chama­gasa pandilla y otros compañeros y yo tuvimos un super festín en La Cap;]]a. Él, en el escenario, leyó el te xto para su placer y e l mío, lo le­yó con toda la emoción, todos los matices, toda la perfección . Me que­dan los timbres en la oreja, en mi muy privada oreja: mi pendejo ami­go que fue con la grabadora salió co­mo araña, enredado en la cinta y no quedó ni rastro audible.

En su penúltima enfermedad m e lo encontré sin su peluca puesta y, claro, sin esos pelos tan feos que an­tes se pegosteaba sobre el cráneo. Re llo como busto romano, más es­culpido por la enfermedad .

-Maestro, está guapísimo. No se vuelva a pone r nunca esas pelucas.

Torció la boca, su signo de pro~ funda desaprobación, un signo que a veces e ra de broma ya veces muy en serio.

Insistí y torció más la boca. Y no me hizo caso. Se las volvió a poner, y ahora eran anaranjadas.

No tardó ni dos años en volver al sa natorio.

Ahí, la última vez que lo vi, vol­vía yo de un viaje. Él no podía ha­blar: tenía oxígeno, tubos en la na­ri z, tubos en las venas. Le dije:

-No hable, le voy a platicar. En el más difícil monólogo de mi

vida, le conté cosas que podían in­te resarl e , sin parar. Él jadeaba un poco y m e veía intensamente. Me callé por fin. Ya no podía hablar, m ás bien que ría llorar. Le dij e:

- Ya me voy, maestro . Vuelvo pronto a verlo.

Se quitó el oxígeno, me dijo: -Sí. En el Panteón Jardín. Dijo su chiste, hizo seña para que

le volvieran a poner la mascarilla. Fue la última frase que le oí.

SALVADOR NOVO

Leños, libros y amIgos los más VIeJOS,

preferidos

Este ensayo dedicado a la lectura fue publicado en la revista El Libro y el Pueblo en marzo de 1933, y halla hoy un lugar natural en las páginas de esta Bi­blioteca de México.

a don Ramón P de Negri

N O hace mucho que la categórica declaración de un sabio norteamericano, que aseguró que nuestro pretendido carácter bélico (que la reciente historia de Sudamérica y de España ha demostrado no ser primitivo nuestro) debe atribuirse al inmoderado consumo que hacemos de chile, me hizo pensar en que este método deductivo: "dime 10 que comes y te diré por qué te peleas," quizás no sea tan malo, si se aplica correctamente a otras premisas espiri­tuales de nuestro pueblo.

Un consumo físico puede sin duda determinar ca­racterísticas generalmente fisicas, y sólo de modo ocasional actitudes espirituales . Los sabios norte­americanos lo saben bien, ellos que prescriben pin­torescas dietas de lechuga a las esbeltas actrices de Hollywood, cuya silueta -resultado fisico de la dieta- les granjea un contrato largo -resultado pe­cuniario-, durante todo el cual han de suspirar ar­tísticamente -resultado espiritual de la dieta- an­te la cámara.

Pero a mi ver es más divertido explorar los con­sumos espirituales de un pueblo en busca del ori­·gen o de la explicación de sus actitudes característi­cas, de sus reacciones ante los varios aspectos de la vida, de sus sueños, de sus ideales, y de sus place­res. Esto me parece tan divertido como un psicoa­nálisis colectivo y puede acaso resultar más intere­sante.

El cine y la lectura

El común denominador de la gente no tiene otro "modo de empleo" para las horas de ocio que ir al cine o leer un libro. Muy desgraciadamente los apa­ratos de radio -ese intruso-, enemigo de la priva­cía y del silencio, están siendo ya tan asequibles que todo el mundo los adquiere como el viejo Fausto ad­quirió la juventud: a cambio de su alma, y los pone

a funcionar a todas horas, con lo cual se di vierte , no gasta en cines y no lee . Pero el radio no ofrece satis­facciones espirituales completas. Ni despierta, ni col­ma la curiosidad, ni ofrece un modelo, ni una aspi­ración al espectador. El cine sí, en parte . Muchas y muchos lectores asiduos de novelas van ahora al ci­ne. Pero tampoco éstos son los lectores auténticos ni pueden las películas llenar todas las condiciones de un libro seleccionado personalme nte por el con­sumidor, abierto con delectación, frugalme nte ho­jeado y luego, en la postura m ejor, con la ropa más cómoda y el cigarrillo a mano, recorrido línea por línea con ojos nunca duros, ni distraídos.

He aquí sí al hombre . Nadie le ha escogido un "pro­grama doble sonoro." No sino él mismo fue el otro día a buscar esa obra que le re comendó su amigo, la encontró y ahora que tiene tiempo va a lee rla. Una característica de los libros es que en lo general no los descubre uno, sino que se los recomienda un ami­go, el más amigo, el que tiene espíritu más a tono con el nuestro . Y como a este amigo nadie nos lo ha recomendado -por muy recomendable que sea, por supuesto-, sino que es la casualidad quien lo ha uni­do a uno, resulta que el libro que él nos recomienda es siempre el que más nos gustará .

Los libros prohibidos

Dicen los historiadores de México que España, du­rante nuestro coloniaje, prohibió que llegaran a Mé­xico las obras de imaginación que, a su juicio, po­dían exaltar la de los indios. Si la prohibición fue -co­mo lo fue seguramente- burlada cuanto a la importación y lectura de novelas, dio en cambio un fruto deplorable : no se escribieron novelas en Mé­xico durante la Colonia . Tenemos que llegar hasta 1816 para encontrar, en las fatigosas obras del Pen­sador Mexicano, las primeras novelas y la primera mención del Quijote en América. De ahí en adelan­te hallaremos nutrida producción novelesca en Mé­xico, durante todo el siglo XIX. Nutrida relativamen·· te , pero de todas suertes no superada en el actual , ni en calidad ni en volumen .

Ante esta absoluta falta de producción novelesca

Biblioteca de México

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cabe preguntar: ¿es que a los mexicanos no nos gus­ta leer? ¿Y que tampoco sabemos escribir? Hemos tenido siempre poetas. El lugar común de la histo­ria de nuestras letras ya nos enseña que en la Colo­nia, según mordaz observación, "había más poetas que estiércol." Los ulteriores siglos han podido siem­pre florecer en antologías de grupo que cuentan ya numerosísimos volúmenes. Todos los chicos de las escuelas se sienten poetas. Pero lo que nos ha falta­do siempre es la prosa. No hay en ella una sola an­tología digna de ese nombre y las novelas mexica­nas, es triste decirlo, se desenvolvieron siempre du­rante el siglo pasado en ambientes europeos que muchas veces no conocía ni el propio autor.

Novelas por entregas o poetas

Si miramos nuestro reciente pasado, advertiremos que las grandes novelas extranjeras tuvieron siem­pre consumo entre nosotros. Fuera de las que los pe­riódicos ofrecían "por entregas" y de las que en esta forma episódica se suscribían en casi todos los ho­gares, aquellas queridas colecciones mal impresas, con una truculenta tricromía en la portada en que estaba todo Dumas y todo Hugo, ocasionalmente todo Balzélc, Zola y Eugenio Sue, y junto a ellos, El sol de moyo, El Cerro de las Campanas, y tres o cuatro no­velas mexicanas más, eran vorazmente consumidas por nuestros padres, que también habían leído El Pe­riquillo Sarniento en la lujosa para aquellos tiempos edición de Ballescá, y que lo traían a cuento y men­ción a propósito de las situaciones en que soliera en­contrarse alguna persona de su amistad, y que re­producían las del héroe de Lizardi. Así, "el ajuar de Periquillo" tomó carta de naturalización entre nues­tros refranes cuando se trataba de describir la pobre­za de mobiliario de alguien .

A este mismo pasado pertenecen nuestros gran­des poetas Manuel M. Flores, Manuel Acuña, Manuel Gutiérrez Nájera, Salvador Díaz Mirón, Luis G. Ur­bina,Nervo y González Martínez más tarde, para no

mencionar a los ídolos, a quienes analizaremos en particular más adelante, que son Antonio ,Plaza pa­ra el pueblo y Juan de Dios Peza para la burguesía. Estos poetas eran figuras prominentes en la vida na­cional; en las fechas históricas, decían versos o dis­c~:rsos aplaudidos y comentados; interesaban a la gente y la aparición de sus libros constituía un su­ceso social. Pero en tanto que esto ocurría con los poetas, los novelistas nacionales seguían escasean­do, y cuando los había y lograban una relativa difu­sión, sus libros hablan de otros países, como los ver­sos de los afrancesados poetas modernos en 1895.

El pueblo leía novelas de Miguel Zévaco y versos de Antonio Plaza; la clase media, novelas de Dumas y versos de Juan de Dios Peza; la más atrevida aris­tocracia, novelas de Zola o de su doble femenino la Pardo Bazán, y versos .. . en francés. Cuando la ro­mántica clase media descubrió y adoró la Maria de Jorge Isaacs, la aristocracia desdeñó, calificándolo de cursi, ese ingenuo brote de americanismo en la novela.

Revolució,n y literatura

En este punto maduró, floreció y rindió sus frutos la Revolución de 1910. Sin relación alguna de origen con la literatura, cuyos precursores, si los tuvo, per­manecen en la oscuridad, la Revolución, al reajus­tar los valores de la vida mexicana, hubo forzosamen­te de tocar sus manifestaciones de producción y de consumo literario. Los poetas supervivientes fueron enviados a representarnos al extranjero, y este he­cho mismo no hace sino comprobar el respeto, el fe­tichismo casi, que se ha tenido siempre en México por la poesía y sus albaceas. México se quedaba sin poetas, pero con la costumbre de tenerlos, y, al pro­pio tiempo, las hazañas revolucionarias, los comba­tes y la marcialidad de una empresa en que se ha­llaba empeñado el país entero, parecía ofrecer el me­jor estímulo a una nueva manifestación de las letras: la poesía y la novela revolucionarias. Dentro del as­pecto revolucionario, parecía lógico esperar que las letras mexicanas encontrasen al fin un carácter propio.

Este carácter "mexicano" de nuestra literatura se ha buscado siempre, desde nuestra independencia. Ignacio Rodríguez Galván quiso hallarlo al versifi­car La profecía de Guatimoc; su contemporáneo Fer­nando Calderón, en dramas de capa y espada que, extraños en asuntos a nuestro país, eran sin embar­go coloniales en el matiz, como lo eran francamen­te los de Rodríguez Galván. Años más tarde, Los cha­rros contrabandistas, Los bandidos de Río Fria, Calva­rio y Tabor, se servían de una técnica entonces en boga universalmente para encajar en molde extran­jero episodios nacionalizados que constituyen nues­tra primera novelística autóctona. Infortunadamente, el molde, más fuerte que el contenido, se ha roto con­tra el afinado gusto moderno, y esas truculentas no­velas ya no nos llaman, muertas sin sucesión.

Buscar lo "mexicano" dentro de la forzada litera­tura inspirada en la Revolución, que hasta ahora se ha producido, parece tarea tan inútil como preten­der que en la literatura de Ya Revolución Francesa, y sólo en ella, puede hallarse "lo francés" genuino. Si lo mexicano existe, será anterior y posterior a la Revolución de 1910, que representa tan sólo una fa­se, importantísima y todo, de nuestra vida. Los fru­tos de la Revolución no deben buscarse en la litera-

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Con Jo .. Lull Morfln", Arthur Mlller y IU espolO.

tura, como tampoco contiene ésta los antecedentes de aquélla. La Revolución va más allá de las letras: su fin es social y sus medios tuvie ron que ser mate­riales en el medio apático y lánguido en que dormi­taba la conciencia de nuestro país e n 1910. El resul­tado literario , libresco más bien, de la Revolución, fue indirecto , y consistió en que, al borrar las ficti­cias "clases" sociales que una tradición aristocráti­ca colonial conservaba en nuestro país, nulificara, desnudándolos, a muchos valores literarios tenidos hasta entonces por indiscutibles y sagrados en nues­tro Olimpo Local.

La furia de adquisición

En La chose littéraire explica el editor Bernard Gras­set el origen de las ediciones numeradas, limitadas, en diversos papeles, que constituye hoy día la más apasionada moda de los libros y su comercio en Euro­pa, y la atribuye a la Guerra Europea. Quizás pudié­ramos nosotros alegar con igual derecho, aunque por difere ntes razones, que nuestra Revolución dio na­cimiento a un asombroso renacimiento del com er­cio de los libros en nuestro país . Nunca en efecto , como en los últimos años, se vio en México tan gran­de cantidad de expendios de libros nuevos y viejos. Fuera de las casas que ya conocemos y cuya pros­peridad deriva del inteligente comercio de las vie­jas ediciones mexicanas, no hay casi un zaguán en el primer cuadro de la ciudad en que no se halle ins­talado un expendio de libros viejos . Derruido el Vo­lador, los antiguos puestos todavía anteriormente si­tuados alrededor de la Catedral, se han refugiado en los otros mercados, en la Lagunilla, en Tepito . Allá va toda clase de personas a hojearlos y a adquirir-

los: unos con la esperanza de tropezar con un incu­nable que adquirir en un peso, otros por curi osidad y los más . por espíritu de acumulación. Así exis­te hoy e n el mundo una clasificación de personas que compran libros para revenderlos , para leerlos y. para ense ñarlos.

No es, pues, desgraciadam ente, que hoy se lea más, sino mucho m e nos que antes . Ocurre que se compra más porque la presencia de los libros pare­ce justificar la ausencia de la cultura, o la posibili­dad más inmediata de adqu irirla en un mome nto dado.

Balance de lecturas

He visitado toda clase de expendios de libros, desde los más lujosos hasta los más humildes, a fin de ex­plorar, como era mi propósito, las lecturas actuales de nuestro pueblo, para cotejarlas con sus condiciones espirituales. De mi rápida investigación resulta que:

La "élite" adquiere libros fran ceses, particularmen­te novelas . Como son libros ca ros y escasos. los en­carga fu era, en corto número de ejemplares.

El común de los mortales lee ávidame nte, y con­sume cualquie r número de ejemplares que ll egue, de libros rusos y sobre Rusia . En este núme ro se in­cluye n los estudiantes y los obreros.

Las señoritas ya no leen. Van al cine e n cambio . y e l pueblo sigue leyendo a Antonio Plaza, sabo­

reándolo , sintiendo dentro de su alma que su frase amargada y rebelde, de protesta contra la "sociedad" -a la cual se le da , qui zás con mayor razón de la que parece, el significado que le atribuye n los pe­riódicos en sus "notas de sociedad"-, no ha dejado de ser la frase justa.

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Augusto Monterroso acostum-

bra escrib ir en coches, trenes

y aun e n e levadores; 'aprove-

cha ulla sa la de espera o una

calle congestionada para apun-

tar frases. Un urbanista de San

BIa1>, S B., demo~tro que sus

textos son reJactados por lo

menos en sIete colon ias. ¿Que

ocurre cuando el mas móvil de

nucstros autores ll ega J su es-

(1 itorio' Saca e l cuaderno y

descubre con feliz estupor que

e l cuento ya esta escrito . En-

'ton ces se pone a dibujar. Lo

m1Sll10 \(' sucedl' a l compartir

la mesa y las copas con los

amigos. La servilleta de pape l

,\ l'l bollgrato son los instru-

llwntos predi lectos (k l artista

gregano, para LjuJ('1l 'Oll\CT-

Sd r, h,'h,'}' v clibuldr SOIl d( tivi-

c1dl!t-s, SI 110 idelllil.as, por lo

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I\lolltcrroso sahe qUl' la '!i-

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so lo se acordaban ele que

tres, v grandes, pero no

sus nombres. Co m o suele

pdsa r en San Bias, e l asun to se

resolvió con un afo n smo:

"Los tre8 grcll1des son dos:

Augusto Montcrroso."

Juan Villoro

Escritores, AUGUSTO

MONTERROSO

otros animales de pluma.

Ave;

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f3 u h () / . '-

y un dinosaurio

SALVADOR NOVO

Si el famoso Pitágoras no miente

A D. José Antonio Pérez POITÚa Con cheque por $13 500.00 para la Librería de Porrúa Hnos. y Cía. S.A. por las razones que inspirada y claramente expone el siguiente

s o n e t o

Si el famoso Pitágoras no miente (quiero decir: que si no le háce al cuento), el autor aprovecha del descuento que al librero se da generalmente.

y si éste es del cuarenta o del cuarente, si es de ciento cincuenta al azotento, en libros aplicado a medio y ciento, menos cuarenta, quedará ennovente.

Aquí va pues bancario documento por trece mil quinientos, en patente pago de libros ciento más cincuento.

Recibidos, cuarenta. Y acentúas que -cual dijo Pitágoras- ¡portento! ¡del mismo cuero salen las Porrúas!

(Porque las dudas, si las hay, disipe, corramos estrambote a don Felipe).

14 de diciembre de 1973

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JULIO PRIETO Y SALVADOR NOVO

Este diálogo, publicado original­mente en la revista México en el Arte, además de nutrir el riquísimo expediente sobre cultura popular mexicana reunido por Novo, echa una luz cálida y para nada exen­ta de ironía sobre un aspecto ca­racterístico de su carrera: el del funcionario.

En la Ciudad de México a los vein­ticuatro días del mes de noviembre de mil novecientos cuarenta y ocho se reunieron en la oficina del Jefe del Departamento de Teatro del Ins­tituto Nacional de Bellas Artes los señores Julio Prieto y Salvador No­vo para cumplir la conminación im-

índice alfabético en busca de la pa­labra "piñatas". No estaba. Las piña­tas se le escondieron a Paca en pá­ginas que no registraba en el índice alfabético, -pero que son las 392 a 394 en que reproduce la música de tres cánticos entonados al quebrar la piñata, y en su mención ocasio­nal al referirse, muy superficial­mente y sin documentación sobre ellas, a las posadas.

Pero ayer pasé a visitar a don Ar­temio y le pregunté sobre el origen de las piñatas.

Me satisfizo mucho comprobar que él también lo ignoraba; que to­do lo que sabe es que en España se rompen piñatas el que se llama "Do­mingo de Piñata", y que es el si-

núm. 1174, págs. 698 a 700, apare­cen los siguientes datos:

"D. Josef Juan de Fagoaga, alcal­de ordinario de primero voto de es­ta N. C. y presidente de su junta de policía.

"Hago saber al público de esta ca­pital que el Exmo. Sr. D. Pedro Ga­ribay, Mariscal de Campo de los rea­les exércitos, Virrey gobernador y capitán general de esta N. E. con su­perior oficio de nueve del presente, me ha dirigido para que se publique por rotulones y tenga su cumpli­miento la minuta que a la letra di­ce así:

"El Ilmo. Sr. Arzobispo encarga que se eviten los coloquios, y las jor­nadas o funciones que en estos días

tasobre piñatas plícita que en comisión conjunta les reiteró la víspera el C. Director Ge­neral del INBA, con el apremio de entregar antes del veintisiete de los corrientes un diálogo en el cual se esclareciera el origen, la significa­ción y la belleza de las piñatas me­xicanas.

Ocurre que el susodicho Director General profesa la idea de que sus Jefes de Departamento no deben ceñir las doce horas mínimo de su día de trabajo al desempeño de las labores técnicas que tienen enco­mendadas; sino que por añadidura, han de colaborar con artículos fir­mados en la revista México en el Arte.

Item más, ocurre que llevada al Consejo Técnico Consultivo esta idea del C. Director General, halló en su seno una abrumadora mayo­ría aprobatoria que los infrascritos Julio Prieto y Salvador Novo prefi­rieron calificar en su fuero interno de montonera. Y que rendidos a la inminencia de la fecha que se les se­ñaló para cumplir tal encargo pro­cedieron a dialogar en la siguiente forma:

/. P. -¿Qué sabe usted, Salvador, acerca de las piñatas?

S. N. -Cuando usted me indicó hace días el rumbo documental de nuestra amiga Frances Toar, extra­je su gordo volumen del estante en que lo tenía congelado, y recorrí su

guiente al Miércoles de Ceniza; y que supone que algún español ha­brá traído la costumbre que aquí se implantó, transfiriéndola de la Se­mana Santa a otra celebración reli­giosa, que es la de las posadas.

Don Artemio me prestó su Vetus­teces de don Luisito González Obre­gón, y en él encontré dos artículos, uno sobre las posadas y otro sobre la Navidad de otros tiempos. En ellos se reproducen documentos que explican el origen y los comien­zos de las posadas en México no más allá de 1808. Y se anota el dato interesante de que la costumbre de hacer en estas nueve noches las fiestas caseras llamadas posadas es esencialmente nacional, pues si existe ahora en alguna provincia de España, será porque allá la impor­tó un trasnochado indiano o un me­xicano expatriado; tan sólo allá de antaño existen las misas de aguinal­do en los templos y los coloquios o pastorelas; y aquí no se celebraron posadas sino hasta principios del pa­sado siglo, pues de ellas no hablan nuestras crónicas, ni los vecinos que llevaban diarios de los sucesos notables de su época, ni las gacetas de la centuria décimoctava, ni los autores dramáticos, ni los poetas, ni los novelistas del coloniaje; y no es sino hasta el sábado 17 de diciem­bre del año del Señor de 1808, cuan­do en el Diario de México, tomo IX,

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se tienen por las noches en casas particulares: con cuyo pretexto hay desórdenes, bayles y otras diversio­nes incompatibles con la venera­ción que exigen los santos misterios del presente tiempo.

"En debida execución de esta su­perior orden y para que tenga todo el verificativo que exige su justifica­ción, se publica por el presente. Mé­xico y diciembre 13 de 1808. -Josef Juan de Fagoaga.- Por su manda­do, Francisco Xavier de Benitez."

En el otro artículo ("La Navidad de otros tiempos") nos habla de que en las confiterías colgaban del techo por la época de posadas "sabrosos panales, cubiertas piñas, zanaho­rias, higos, tunas y otras muchas frutas, que también halagan la vis­ta, como lisonjean el gusto". Puede ser que estas delicias colgantes guarden alguna relación con las pi­ñatas. Me parece interesante y curio­so que en México hayan asumido formas humanas, como los judas, las piñatas españolas transferidas de la misma temporada religiosa de los judas, y que esos elementos juntos se hayan transformado para dar ori­gen a la mexicanísima idea de las pi­ñatas.

/. P. -Sí, porque en cuanto a la forma, no cabe duda que nuestras piñatas corresponden a la produc­ción plástica popular mexicana. Yo les noto una cierta influencia orien-

tal en cuanto al manejo del papel de china. Recuerdan mucho a los faro­les y sobre todo a los juguetes de pa­pel doblado que se cuelgan (drago­nes, peces, etcétera) en las fiestas japonesas y chinas. Si hace algunos años todavía, llegaban precisamen­te para Navidad estos curiosos ju­guetes de papel a México, es muy posible que años atrás hayan sido más frecuentes y más baratos.

S. N. -¿No le parece, Julio, que el manejo de la piñata por una per­sona que tira de la cuerda que la sostiene para alejarla lo más posible de sus perseguidores, tenga un po­co del papalote mexicano?

J. P. -Probablemente, pero hay una liga sin duda entre los judas y las piñatas y 10 que los cronistas nos dicen de que las esculturas prehis­pánicas se adornaban siempre con tiras de papel y con plumas. Tam­bién en las fiestas de las iglesias ha habido siempre la costumbre de or­namentar los altares con frutas y ti­ras de papel picado y con las formas más complicadas de papel doblado y pintado, las flores de papel para adornar en los días de difuntos; han hecho una técnica de la que ahora no vacilaremos en llamar escultura de papel, para adornar objetos en toda clase de celebraciones religio­sas. Por 10 demás las formas de nuestras piñatas tienen una fuerza, un poder tan grande de expresión, como los mejores ejemplares escul­tóricos prehispánicos; claro está, ayudados por los colores del papel con que están revestidas. Pero en fin, esto es el exterior de la piñata y creo que 10 que más nos emocio­na es su contenido de colaciones y la variedad de obsequios y sorpre­sas que irrumpen al quebrarlas.

S. N. - Me referia anoche mi ma­dre que ella recuerda cómo en su infancia las piñatas se llenaban con huevos de Pascua pintados de vivos colores y llenos de papel de oro y plata menudísimamente picado, o bien con agua florida. Y esto me lle­va a que consideremos la relación que efectivamente tienen las piñatas españolas ejecutadas durante la Pas­cua o las fiestas de Pascua. Trans­pOrtadas a México y dotadas aquí de ese nuevo sentido escultórico que usted señala, y de ese barroquismo de su revestimiento que les da auto­nomía con respecto a sus modelos castellanos, las hemos vuelto más prácticas y apetecibles por su con­tenido, y no como en España y an­tes en México, cuando simplemen­te las rellenaban de confetti.

Pero ése es, diríamos, el "conte­nido aparente" de las piñatas. Creo que es más importante su conteni­do latente ...

J. P. -¿Freud? S. N. -Si desnudamos una piña­

ta, veremos que el ceremonial de su goce se realiza con la admiración y

la codicia de los invitados, y entre todos sus solicitantes se disputa el privilegio de su violenta destruc­ción. Los candidatos son vendados, y en la posada extraviados y aleja­dos de la posibilidad de hacerlo de­masiado pronto. Los demás ríen y se divierten con su torpeza, y tiran­do de ella la alejan de su puntería. y cuando al fin la estrella, son los demás quienes se apresuran a ob­tener el fruto de su acierto.

J. P. -Bueno, Salvador, yo creo que ya tendremos que dejarlo aquí, primero porque es hora de celebrar lajunta para organizar la gira de su Departamento a Monterrey, y se-

Biblioteca de México

gundo porque si seguimos tratando sobre esto, se me hace que Carlos no va a querer publicar nuestro diálogo.

S. N. -En efecto. El psicoanáli­sis de las piñatas nos llevaría dema­siado lejos. Y en resumen la última palabra sobre su aspecto artístico (que es el que incumbe a la revista para la cual nos hemos puesto a dia­logar) no pueden expresarlo ade­cuadamente las palabras. Si acaso, los pinceles, y ése es el ramo de usted.

Quede en sus aptas manos ilus­trar con piñatas esta nota sobre ellas, y darle así valor.

SALVADOR NOVO

El arte popular mexicano

Texto para una "Exposición de objetos diversos des­tinados a la formación de un Museo de Arte Popu­lar Mexicano", en la Sala de Arte del Depto. de Be­llas Artes, S.E.P., 1932.

Por siglos hemos gozado de la reputación de ser un país pintoresco. Nuestras costumbres, nuestros ritos, nuestras habitaciones en el campo y en los pue­blos atraen la atención de los turistas, que vienen fatigados de las grandes ciudades y admiran un po­co compasivamente la choza del camino, en tanto que mientras el tren se detiene a tomar agua en una estación, compran, a sus reiterados ruegos, unjarro decorado, un pequeño sarape, un muñeco de peta­te, una máscara o cualquiera otra "curiosidad" que les ofrece un hombre mal cubierto con harapos. El tren llega a la ciudad de México. El turista se instala en un cómodo hotel, cuyo cuarto de baño y cuyo te­léfono, cuyos huevos con jamón y café con crema, pan tostado y mermelada de naranja, previa toron­ja, le invitan a sentirse en su casa. Sale a conocer la ciudad, pregunta cuánto pesa el Ángel de la Inde­pendencia y por qué le ponen coronas todos los días, pues este extraño adorno le ha hecho pensar que se trata de un céntrico panteón subterráneo; toma un automóvil, va a Taxco, cena en Sanborn's y para su extrañeza, pero también para su comodidad, encuen­tra que aquellos objetos que viera en las diversas es­taciones de su tránsito' se exhiben ahora, en una at­mósfera norteamericana que le place aspirar, con el título "Mexican Cunous" -sólo que a precios exa­geradamente mayores.

Unos días después, el turista toma un avión y se rompe la crisma o llega sano y salvo a su lugar de origen. Puede hacer cualquiera de las dos cosas. Ya no me interesa lo que haga.

Pero el hombre mal cubierto con harapos que se acercó al tren a suplicar, casi con lágrimas en los ojos, que le compraran el muñeco de barro o el candele­ro de vidrio, el jarro o el sarape, regresa, una vez partido el tren, a su pintoresca choza. Trae en la ma­no unos cuantos centavos que le ha producido la ven­ta de los objetos cuya manufactura significa días en­teros de laboriosidad y de privación. Se come unas tortillas y vuelve a ponerse a trabajar. Su pequeño hijo ya está aprendiendo y le ayuda. Cuando el pa­dre muera, el hijo hará 10 mismo que hacía aquél.

De manera que los pequeños objetos que el pa­dre produce y enseña a producir a su hijo, son, a la vez que su único medio de vida, su único medio de expresión. De ser útiles han pasado a ser bellos por­que expresan las ansias no satisfechas de comodi-

dad, de elevación, de armonía, de gratificación de los sentidos de la vista o el tacto que compensa y equilibra, haciendo posible, si no la vida, la existen­cia, la falta absoluta de confort y la total carencia de otros medios de derivación activa de la dinamia es­piritual inherente a cada poblador de la tierra.

Durante los años que precedieron a la Guerra Mundial en Etlropa ya la Revolución de 1910 entre nosotros, ¿no fue la tendencia en todas las casas la de contar, si no con un ajuar Luis XV legítimo, al menos con un austríaco y bustos de Trianón, lunas venecianas, dragones chinos, cristal de bacará para la mesa? Alfombras persas y reproducciones en las paredes de la Gioconda y de su tía. Todo 10 más cul­to, todo 10 más extranjero, remoto y ultramarino po­sible . De ahí vino, fatal y espantoso acaecimiento, que los alfareros de TIaquepaque, al ver que sus mo­delos no tenían éxito ni venta, y que en cambio to­do el mundo quería cabezas de moro para los corre­dores, tibores de un modelo exótico y señoritas lánguidas para la consola de la sala, Dante en el des­tierro y Mefistófeles embozados, se pusieron a co­meterlos y que todavía los miremos en esa escoria citadina de las casas en que hay perico, piano, cria­da, deudas y un hijo que está estudiando para li­cenciado.

Si el ambiente hace al hombre, también 10 expre­sa y representa. Así como las viejas familias de la llamada aristocracia mexicana detestan cuanto huela a mezcla con los de abajo y se destierran dentro de sus casas coloniales, rodeándose de objetos exóticos y viejos como ellas mismas, y están así alejadas y ajenas por completo en cuerpo y en espíritu, de la realidad mexicana, las de la llamada clase media, sin el dinero de las otras, hacen, sin embargo, todo 10 posible por imitarlas en la actitud espiritual y en la costumbre de la vida; la Venus de Milo, de mármol en una residencia y de yeso en una vivienda, es en ambos lugares símbolo perfecto de reaccionarismo, de intento de evasión a la nueva vibración de la be­lleza y al nuevo concepto de la vida.

Frente a estas actitudes legítimas o imitativas, de pseudo neoclasicismo, el mundo europeo, conmo­vido hasta sus bases por la Gran Guerra, ávido de renovación, volvió sus ojos a la pureza vigorosa de las razas primitivas; a la ingenuidad no mancillada ni mitificada de los negros, cuya producción artísti­ca -escultórica, musical- vino a apreciarse enton­ces, y se echó a un lado el fardo de las reglas acadé­micas para producir belleza con moldes, volviendo a hallarla, no en la perfección de la reproducción me­cánica, sino en la expresión comunicable de senti­mientos, que no pueden ceñirse a reglas, porque no tienen otra obligación que la de satisfacer el gusto,

Biblioteca de México 36

ente indomable que escapa, y ha escapado siempre, , a toda coacción, pero que es susceptible, bajo con­

diciones dadas de civilización y de organización so­cial, de torcerse y echarse a perder, como lo es tam­bién de renovarse saludablemente si esas trabas de­saparecen.

y esta rectificación universal de lo hasta enton­ces considerado como bello, dio al mundo la mara­villosa sorpresa de que en nuestro país no había de­saparecido nunca el buen gusto; de que la capaci­dad artística, en el sentido eterno de la expresión, había adquirido entre nuestra inmensa población in­dia y mestiza un intenso vigor que la Revolución vi­no a poner de manifiesto, como lo había hecho la Guerra Mundial con las artes populares de otros pue­blos, pero en una medida mucho mayor.

La estupenda tradición artística de los toltecas, fi­nos y civilizados, de los mayas, de los demás pue­blos que habitaban este continente hasta que no se le ocurrió a doña Isabel la Católica ese chanchullito de las joyas, y al tátaratatarabuelo del Príncipe de Pignatelli prenderles un cerillo a los fordcitos trasa­tlánticos en que vino a civilizarnos, parece haberse conservado intacta y en germinación, bajo el suda­rio doloroso de los siglos de opresión económica. Y he aquí que ahora descubrimos que los muñecos de petate, las jícaras, los juguetes de barro, los sarapes policromos, no sólo nos gustan a nosotros porque nos ofrecen una afin comunicación espiritual y estética que nos da un sentido elevado racial y una concien­cia de nacionalidad de que antes carecíamos, disper­sos en imitaciones y en importaciones artísticas y de hábitos, sino que aun los pueblos más lejanos en la geógrafia encuentran estos productos artísticos po­pulares, y los aprecian, dadas las altas calidades de belleza expresiva que encierran.

Pero el turista se los lleva por veinte centavos, si los compra directamente, y nosotros los adquirimos por la misma irrisoria suma. El indio viene a pie des­de su montaña, cargado de petates que ha estado pro­duciendo por varias semanas; a veces cargando sim­plemente tres o cuatro petates que vende a un peso cada uno y que le han costado tres o cuatro sema­nas de diaria labor, desde arrancar el tule, prepararlo y trenzarlo, hasta traerlo a ofrecer, con voz geme­bunda, por las calles en que cualquier fordcito pue­de dejarlo con el petate del muerto. Por otra parte, si un comerciante listo de la ciudad hace su ramo de expender "curiosidades mexicanas", puede estar seguro de muitiplicar su capital en número infinito, adquiriendo en los diversos estados de la Repúbli­ca, directamente de los productores, a precios risi­ble's, la mercadería de que hará su fortuna en la ciu­dad. Naturalmente que en ninguno de estos casos hallará el productor ningún beneficio para sí mismo, ni ninguna oportunidad de mejoramiento en las con­diciones de la vida, que girará toda ella por largas generaciones al través de esta actividad, doble resorte económico y expresivo único de su existencia. Y es aquí donde la atención de los revolucionarios debe detenerse a considerar las posibilidades de realizar y de cristalizar en hechos las promesas de la Re vo- . lución, aprovechando la capacidad artística del pue­blo, su habilidad manual y la pureza de su produc­ción, implantando o ayudando a implantar en ella métodos económicos, científicos, que rindan al pro­ductor el beneficio justo de su esfuerzo.

Por dicha, y como suele ocurrir en los pueblos que no han perdido su integridad espiritual, en los pue-

bIas que son nuevos y, en el mejor sentido de la pa­labra, primitivos, la producción artística popular me­xicana consiste principalmente en objetos útiles; en objetos que tienen aplicación inmediata para el ser­vicio humano y que a esta condición primordial de los objetos comerciables adunan una belleza que no se encuentra en otros y que debe, por lo mismo, aumentar su precio como aumenta su valor intrín­seco. La homogeneidad estética, evidente en múlti­ples rasgos de la producción artística popular nacio­nal, es buena prueba de que existe una coherencia espiritual en México que urge transformar en una coherencia social más sólida para fines económicos. Urge organizar a los productores de arte popular para su propio beneficio; para que el turista y nosotros,

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todos paguemos el precio justo por los objetos cuya manufactura ha costado un esfuerzo equivalente a varios días de la vida de un hombre. Y para que si estamos, el turista y nosotros, dispuestos a pagarle el dueño de la elegante tienda de "Mexican Cunous" los tres pesos que nos cobra por una hermosa más­cara, por la 'que ha pagado quince centavos, le pa­guemos un peso cincuenta centavos al que la hizo y ayudemos a morir de inanición a un bandido y a salvar de la muerte por hambre a un artista y a un hombre honrado, en tanto contribuimos, sin sentir­lo, a conservar ya fomentar la sagrada antorcha del nacionalismo espiritual y cooperamos al estableci­miento de una industria nacional y revolucionaria.

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A Luis Filcer

Biblioteca de México 3

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La vía del tren vidas paralelas

Corren juntas pero no se tocan

Cambia la escenografia mas no cambia la trama

Cambian los actores mas no cambia el autor

Primero se le escucha después se ve su forma

El tren en medio de la noche como un perro bajo la luna

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El testarudo tren como un poema golpeando un yunque en la oscuridad

Más allá del laberinto de palabras más allá del sueño y la vigilia

Más allá de los cristales empañados que borran con su aliento la ciudad

El ulular de una rauda sirena hace un dibujo de rayas nerviosas

En el breve espacio de una vida no hemos conseguido mancharlo todo

¿Pero cuánta tinta se necesita para manchar un solo poema?

Cuando no sabemos de dónde viene ni sabemos a dónde va a llegar

En este viaje donde la mano de gracia lanzó los .dados, y asignó las partes

Los versos son testigos: pasillos con eco para los últimos pasajeros en abordar

B L A N

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La inmensidad desierta del andén: el tren que rueda como una lágrima eñ el viento

Como una línea entre el mundo y la belleza el drama del viajero y sus contradicciones

La luna se balancea pendiente de un hilo el vaso de lágrimas amenaza con desbordarse

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Está haciendo agua la nave de la razón ardiente se agitan con el viento los pañuelos mojados

Porque el hombre se fue pero el niño volverá tal vez por esto negamos las distancias

Porque podemos viajar hacia adelante pero podemos viajar también hacia atrás

Bajo la pesada luz de las cortinas grises y en las lámparas habitadas por una esperanza

Mientras corren los trenes cual perlas de sudor a todo 10 largo de nuestra columna vertebral

Miles de seres aparecen y desaparecen en el acto destellan los anuncios: señas de identificación

De los puentes y las chimeneas surge un anhelo las antenas captan ondas que no se quieren borrar

Signos de admiración y signos de interrogación al final de la vía todo es tan solo un punto

y no nos conformamos con cualquier respuesta para llegar hasta nuestro destino anticipado

Soltamos la pluma y nos aferramos a la vista vamos de regreso en el camino de la ambigüedad

Hacia el punto de un nuevo nacimiento o de una muerte repetida hasta el vacío

Una intuición muy poderosa nos impulsa a formar parte del viaje: ¿no es natural?

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Después de todo es preciso guardar silencio siguiendo el ritmo que marcan los durmientes

Para dejar atrás la sobrecarga que dificulta nuestro paso en este camino cubierto de niebla

Hay mucha pasión y poca claridad en el grafiti humo en los ojos y restos de luz en las palabras

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Pero de aquí no nos movemos: ni pestañear siquiera porque esta pobreza de espíritu nos puede salvar

El tiempo pasa de largo por las ventanillas y nosotros permanecemos aquí en el claroscuro

¡Qué velocidad en la corriente de los cambios! ¡las luces se prenden y se apagan sin cesar!

¿Pero a dónde va el tren con tanta prisa? ¿será posible que no vaya a ningún lugar?

Porque los relojes caminan pero el tiempo no queda la ceniza en la estación del texto

Porque los trenes avanzan pero el espacio no despierta un nuevo paisaje en la ventana

Poco a poco se esfuma la película del sueño y todo es más extraño de 10 que imaginamos

La belleza nunca será más de lo que ya es cualquier día de éstos nos vamos a acordar

El que avanza contra el viento lo sabe en medio de la vía 10 espera su visión

Allí donde se juntan las líneas allí donde nace el equilibrio

El silencio nos sostiene no hay nada que agregar

Biblioteca de México 39

SALVADOR NOVO

México en la medicina

Con motivo del IV Congreso Mun­dial de Cardiología que se celebró en la ciudad de México, en 1962, el Dr. Ignacio Chávez encomen­dó a Salvador Novo la redacción de un breve libro, Visión de Méxi­co, que presentara al país ante los miembros extranjeros del congre­so, un "libro escrito no para el tu­rista miope ... sino para el viaje­ro de tipo universitario", que constaría de tres capítulos: Méxi­co en la historia, México en el ar­te y México en la medicina.

Biblioteca de México presenta a continuación un fragmento de es­te libro que circuló en una hermo­sa edición dedicada a los congre­sistas, diseñada por Vicente Rojo: Hemos escogido la sección que abarca la historia de la medicina en México, de sus orígenes a 1921, e ilustra la versatilidad narrativa de Salvador Novo.

Los nahuas -dueños del Anáhuac a la llegada de los españoles- dis­tinguían ya con sutileza entre la res­petabilidad inherente a la profesión del médico y las actividades nocivas y despreciables del charlatán. El Có­dice Matritense de la Real Academia de la Historia (ed. facsimilar del Pa­so y Troncoso: vol. VIII, fol. 19r.) nos transmite esta hermosa y justa definición del médico verdadero y del médico falso:

El médico verdadero: un sabio (tla­matini), da vida.

Conoce por experiencia las cosas; conoce las hierbas, las piedras, los árboles, las raíces.

Tiene ensayados sus remedios, exa­mina, experimenta, alivia las en­fermedades .

Da masaje, concierta los huesos. Purga a la gente, la hace sentirse

bien, le da brebajes; la sangra, corta, cose, hace reaccionar, cu­bre con ceniza [las heridas) .

Por contraste:

El médico falso : se burla de la gen­te, hace su burla, mata a la gen­te con sus medicinas, provoca in­digestión, empeora las enfe¡:me­dades y la gente.

Tiene sus secretos, los guarda, es un hechicero (nahuallt), posee semi­llas y conoce hierbas maléficas; brujo, adivina con cordeles. Ma­ta con sus remedios, empeora, ensemilla, enyerba.

En su Segunda Relación (la más larga y dramática, y documento que contiene la primera descripción que se haya hecho de las maravillas de México), Cortés informa a Carlos V que en "Temixtitán" (sabido es que el capitán lo hacía mejor conquis­tando ciudades que escribiendo co­rrectamente sus nombres). "Hay ca­lle de herbolarios, donde hay todas las raíces y yerbas medicinales que en la tierra se hallan. Hay casas co­mo de boticarios, donde se venden las medicinas hechas, así potables como ungüentos y emplastos".

Apenas 50 años después de la Conquista, Francisco Hernández, m édico de Felipe n, pudo catalogar 1 300 hierbas cuyas virtudes cura­tivas conocían y utilizaban los indí­genas. En otro capítulo ("México en la Historia") mencionamos las con­tribuciones mexicanas a la dieta europea. A la medicina, el Nuevo Mundo (yen máxima parte, Méxi­co) aportaria la jalapa, el guayacán, el ruibarbo, la ipeca, la coca, la qui­na, la zarzaparrilla, el ricino, la va­leriana, el toloache, la papaya, el ta­marindo, el árnica, el yoloxóchitl (flor del corazón) . El tabaco (yetl, pi­cietl y cuauhyetl: tres especies) se empleaba en México por sus virtu­des curativas; y el hule (ulli) como tópico, aplicándolo en las quemadu­ras como hoy mismo se hace con ciertos plásticos y para el mismo ob­jeto. "Bien puede afirmarse -dice el Dr. Ignacio Chávez- que nunca la farmacología recibió un aporte, ni volverá a recibirlo jamás, tan gran­de, tan rico y tan insustituible co­mo el que vació la flora americana sobre la medicina europea del siglo XVI".

Induzcamos por último en el Mé­xico precortesiano una destreza qui­rúrgica congruente con la delicade­za de su orfebrería -y de la que son testimonios desconcertantes las in­crustaciones dentarias y los cráneos trepanados descubiertos en Monte Albán, Oaxaca- como una compro-

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bación del adelanto a que en el or­den de la medicina habían llegado aquellas razas.

Consumada la conquista, la me­dicina española (que en los xv y XVI

vivió sus siglos de oro al enriquecer con la de Avicena, absorbida en su contacto de ocho siglos con los ára­bes, las escuelas de Hipócrates y de Galeno) se dio a la Nueva España generosamente. A la urgencia de afrontar las epidemias desatadas en la vencida Tenochtitlan se debió en gran parte que el primer siglo de la Colonia, al lado de palacios, tem­plos, conventos, los españoles eri­gieriln más de diez hospitales en la capital , y más de 20 en la provincia durante el siglo XVI. El primero en el tiempo, que aún perdura con su nombre definitivo de Hospital de Jesús, fue establecido por Hernán Cortés apenas consumada la Con­quista , en 1524.

Otros después, y sin interrup­ción: el de la Tlaxpana, destinado a leprosos; el de Santa Fe de Tacuba­ya, con la primera Casa de Cuna, en 1532. El venerable, seráfico Fray Bernardino Álvarez funda en San Hipólito, en 1567, el primer mani­comio del continente. Y el doctor Pedro López, el primer leprocomio en el Hospital de San Lázaro (1571).

Desde 1527, el virreinato expidió la primera Ordenanza de Médicos, y con ella, la prohibición del ejerci­cio a los que careciesen de título. La enseñanza de la medicina, sin em­bargo, se ceñía por aquellos años a la impartida en el Imperial Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, desti­nado a los indios y fundado en 1536. Dos de sus estudiantes -Martín de la Cruz, autor: y Juan Badiano, su traductor en pulquérrimo latín­son los primeros médicos mexica­nos cuyos nombres conservamos. y su obra: conocida en tardía edición inglesa de 1940 por el Códice Badia­no, el libro de farmacología más an­tiguo del continente, fechado en 1552.

La Universidad -primero Real y luego Pontificia: ancestro ilustre de la que hoy se asienta en el Pedregal de lava vomitada en siglos prehis­tóricos por el volcán Xitli (y bajo la cual una pirámide descubierta, la de Copilco, prueba la existencia de una

cultura extinta)- se fundó en 1553, y es en consecuencia la más antigua de América. Pero no incluía los es­tudios de medicina. Fue preciso aguardar 22 años, hasta 1575, para que el claustro votara la creación de la "Prima de Medicina". Al abrirse la cátedra el 7 de enero de 1579, se iniciaba la enseñanza oficial de la medicina en el Continente Ameri­cano. A lentos pasos se integró, por la agregación gradual de asignatu­ras: "Vísperas de Medicina"(1598), "Anatomía y Cirugía" y "Método y

, Práctica de la Medicina" (1620), una carrera estrictamente fiel a las doc­trinas de Hipócrates y de Galeno.

El siglo XVIII registra unas cuan­tas aportaciones: en 1719, la dispo­sición del virrey Valero, que estable­ce las prácticas de internado por dos años en el Hospital de Jesús; en 1772, la publicación de la primera revista médica del continente: el Mercurio Volante, del Dr. José An­tonio Bartolache; en 1779, la prime­ra operación cesárea practicada en Santa Clara, California; y en 1784, la primera sinfisiotomía, practicada en Veracruz por el Dr. Francisco Hcrnández, y con curación a los 32 días.

La bibliografia médica debe a la Nueva España tempranas y estima-

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bIes contribuciones. Aparte el ya ci­tado Codex Badianus (1552); la cuan­tiosa información, aún en parte iné­dita, recogida por Sahagún de sus informantes indígenas hasta 1569; y los volúmenes de De Historia Plan­tarum Novae Hispaniae del Dr. Fran­cisco Hernández, iniciados en 1571, y que hoy edita, en forma monu­mental, la Universidad de México. En 1570 se edita en México el pri­mer libro de medicina del continen­te: la Opera Medicinalia del Dr. Fran­cisco Bravo; en 1578, el primer tra­tado de cirugía escrito en América: Suma y Recopilación de Chirugia, por el Dr. Alfonso López; en 1618 el pri­mer tratado de higiene y climatolo­gía impreso en América: Sitio, Na­turaleza y Propiedades de la Ciudad de México (recientemente reimpre­sa por Bibliófilos Mexicanos, 1962); y finalmente, el Cursus Medicus Me­xicanus del Dr. Marcos José Salga­do, primer tratado de fisiología es­crito en el continente, en 1727.

Como en todos los órdenes la In­dependencia propició en la medici­na un anhelo de renovación y un voraz apetito de información, libre ya de las prohibiciones del Santo Oficio. Clausurada la agónica Uni­versidad Pontificia en 1883 por don Valentín Gómez Farías, se creó un

establecimiento de Ciencias Médi­cas que fundía las carreras de mé­dico y de cirujano -hasta entonces divorciadas- y se formó un progra­ma avanzado con 12 cátedras, ser­vidas por profesores jóvenes. Al frente de este esfuerzo renovador, y a lo largo de un viacrucis que no habría de concluir sino en 1856, al alojarse la Escuela de Medicina en el que fuera Tribunal de la Inquisi­ción, luce el espléndido desempeño de su director el Dr. Casimiro Li­ceaga.

De la época porfiriana, mencio­nemos a quien mejor encarnó el es­fue rzo de renovación de la medici­na, al introducir el método científi­co en el estudio de los enfermos, y la disciplina mental en el espíritu de los médicos: el doctor José Terrés.

Al asomamos a la historia del ar­te en México, señalamos una fecha, 1921, como la del inicio de la gran pintura mural. Una coincidencia -explicable por los factores cultu­rales y políticos acarreados ya en madurez por la Revolución de 1910 a toda la vida mexicana- sitúa en los mismos años el punto de parti­da de la medicina contemporánea mexicana, que vive la época de las especialidades.

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SE GE l. ZAITZEFF

Tres cartas de Manuel Toussaint a Genaro Estrada

El amor por .el arte, la afición a las letras, el interés por la investigación y las empresas editoriales son algu­nas de las múltiples afinidades que unen a Manuel Toussaint (1890-1955) Y Genaro Estrada (1887-1937). Por lo tanto no es sorprendente des­cubrir a través de las contadas car­tas que se dan a conocer a continua­ción que los dos cultivaron una sin­cera e íntima amistad, la cual debe haberse iniciado allá por 1914 cuan­do coincidieron en la Escuela Nacio­nal Preparatoria. Estrada era secre­tario de esa institución y profesor de gramática española1 mientras que Toussaint impartía clases de caste­llano. Éste es el año de la publica­ción de Las cien mejores poesías (lí­ricas) mexicanas, antología que estu­vo a cargo de los llamados "Castros", es decir, Antonio Castro Leal, Alberto Vázquez del Mercado y Manuel Toussaint. Dos años más tarde Genaro Estrada se lanzaría a su vez como investigador literario con su fundamental Poetas nuevos de México. En 1917 Toussaint y Es­trada se encuentran juntos no sola­mente en Pegaso como redactores sino que figuran entre los miembros de la Sociedad Hispánica de Méxi­co y, gracias a Alfonso Reyes, llegan a ser corresponsales bibliográficos de la Revista de Filología Española de Madrid.

Igual que Pedro Henríquez Ure­ña, Genaro Estrada sentía una hon­da admiración por el joven escritor de quien le dice a Alfonso Reyes el 15 de octubre de 1917: "Manuel Toussaint, que tiene del erudito y del artista, y es una de las más fun­dadas promesas de nuestra literatu­ra contemporánea".2 También Es-

1 Según Luis Mario Schneider en su edi­ción de Genaro Estrada, Obras (México: Fon­do de Cultura Económica, 1983), p. 10.

2 Esta cita y las siguientes proceden de los epistolarios de Alfonso Reyes con Gena­ro Estrada y Manuel Toussaint guardados en la Capilla Alfonsina (México, D.F.). Damos las gracias a su directora, Alicia Reyes, por habemos proporcionado fotocopias efe ese material.

trada aprueba sus proyectos edito­riales, especialmente el de fundar la Colección México Moderno. Al res­pecto Estrada le escribe a Reyes el 17 de noviembre de 1919:' "La ma­nejan exclusivamente Loera y Chá­vez y Manuel Toussaint. Trabajan con fe y entusiasmo. Creo que esta empresa llegará a prender". Cabe recordar que el primer libro de crea­ción de Estrada, Visionario de la Nue­va España, aparecerá en 1921 en esas ediciones. En esos mismos años Toussaint y Estrada colaboran activamente en las páginas de Revis­ta Nueva, México Moderno y en los célebres cuadernos de Cvltvra que publicaban Julio Torri y Agustín Loera y Chávez.

El 9 de febrero de 1921 Toussaint le anuncia a Reyes que quizás irá a Madrid con el fin de sustituir a Ar­temio de Valle-Arizpe en la Comi­sión Del Paso y Troncoso que diri­gía Francisco A. de Icaza. De hecho, ya para principios del mes de abril Toussaint se encuentra en España. Por su parte, Estrada también había llegado a Europa desde marzo y se quedaría hasta julio. Había sido co­misionado para organizar la partici­pación mexicana en la feria comer­cial de Milán. Luego de varios me­ses en Italia, pasa a Madrid donde vuelve a ver a Manuel Toussaint y a Alfonso Reyes, quien había sido ascendido a primer secretario de la Legación de México (con Artemio de Valle-Arizpe como segundo se­cretario). En la segunda mitad del mes de junio Toussaint, Estrada y Reyes viajan a París, donde disfru­tarán de unos días memorables. Pa­ra Reyes este regreso a la capital francesa después de una prolonga­da ausencia (desde 1914) resulta particularmente emotivo. Así re­cuerda Artemio de Valle-Arizpe ese momento:

Mire, Genaro, le dijo [Reyes], ten­go la Ópera dentro de mi cuarto, y abrió una ventana que caía so­bre la magnífica plaza. Anoche vine a abrir esta puerta y me en-

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contré con que estaba aquí den­tro la Ópera. ¡Ay, Genaro, esta­mos en París! ¡Fíjese, en París! Pero déjeme llorar un poco. Y di­cho y hecho, se fue a poner la ca­ra contra un rincón, en tanto que Genaro Estrada, con avidez nos­tálgica, se pegó intensamente a la lectura del "Demócrata", como siempre lleno de sangre y puña­les; pero de tiempo en tiempo sa­caba la mirada por encima de la redonda eminencia de sus anteo­jos, para ver los movimientos es­pasmódicos de Alfonso, quien se­guía dándole fuerte al sollozo. Por fin, Genaro le fue a dar, con mucha cortesía, golpecitos en la espalda, diciéndole con acento consolador: "¡ya! ¡ya! ¡ya!"3

La primera carta que se reprodu­ce aquÍ, escrita en membrete del Hotel Bayard de París un mes des­pués del suceso anterior, evoca con nostalgia la presencia de Reyes y Es­trada. Éste ya se había embarcado en Southampton el 6 de julio rum­bo a Nueva York y no tardaría en llegar a México. El tono íntimo e in­formal de esta carta atestigua que Estrada y Toussaint eran buenos amigos y que compartían el mismo gusto por las mujeres, el arte y París.

Después de viajar por diversas ciudades del norte de España, por fin regresa Toussaint a Madrid en septiembre de 1921 antes de prose­guir hacia Italia. La segunda epístola que se da aquí procede de esa bre­ve estancia madrileña de Toussaint cuando pudo gozar ampliamente de la compañia de su querido Alfonso Reyes. Juntos se divertían y sobre todo se dedicaban a su gran pasión: la compra de libros. Toussaint per­manecería unos meses más en

3 Artemio de Valle-Arizpe, "Alfonso Re­yes, íntimo", Digesto sobre Alfonso Reyes (pen Club, 31 de mayo de 1924). Citado por Pau­lette Patout en su Alfonso Reyes et la France (Lille: Service de reproduction des theses, Université de Lille, m, 1981), p. 182.

.............. Europa y secretario ya para abril de 1922 estaría de vuelta en la ciudad de México como particular de José Vasconcelos en la Secretaría de Educación Pública. Por su lado, Ge­naro Estrada, poco después de su "entrada triunfal en México"4, ha­bía ingresado a la Secretaría de Re­laciones Exteriores como oficial mayor.

Ya reintegrado a la vida mexica­na, Estrada le confia a Reyes (agos­to de 1921) que espera de Toussaint "muchas cosas buenas después del regreso europeo" y efectivamente éste realizará una valiosa obra lite­raria y en particular se dedicará con fervor al estudio del arte colonial de México. En la capital mexicana Es­trada y Toussaint seguirán partici­pando en algunos de los mismos ór­ganos culturales tales como México Moderno, La Falange, La Antorcha, Contemporáneos, Nuestro México y Letras de México. Además, los textos titulados "N.Y." de Estrada y "Por­tafolio funambulesco: tallas dulces del camino" de Toussaint aparece­rán en La Pajarita de Papel, publica­ción del PEN Club de México, el cual estuvo inicialmente a cargo de Estrada en 1924.

Con la excepción del periodo que Estrada pasa en España como em­bajador de su país (1932-34), ambos amigos desempeñan sus diversas actiYidades diplomáticas, burocráti­cas o académicas en la ciudad de México hasta 1937. En ese año Ma­nuel Toussaint, invitado por el go­bierno de Argentina para participar en un Congreso de Historia de Amé­rica, permanecerá fuera de México durante unos meses. Ya el 10 de marzo de 1937 su "fraternal y viejo amigo" Alfonso Reyes le había es­crito para darle esa noticia e instar­lo a aceptar la invitación por el gus­to de verlo y "por el bien de Méxi­ca". El 14 de abril Toussaint le contesta que ya aceptó ir a Buenos Aires sobre todo porque Reyes se

4 En carta de Manuel Toussaint a Alfon­so Reyes fechada el4 de septiembre de 1921.

.....'oullClhlt.

encontraba allá. Al mismo tiempo, aprovechando esa ocasión, se pro­pone conocer la riqúeza arquitectó­nica de Bolivia, Perú y Ecuador. La tercera carta que tenemos corres­ponde al viaje que hace Toussaint con su esposa a bordo del Santa Ma­ria camino de Sudamérica. El gran conocedor que fue Toussaint del ar­te colonial no deja de verse en sus impresiones poco favorables de 10 que alcanzó a ver en Panamá. Ha­cia principios de julio ya está alIa­do de Reyes, quien le comunica a Estrada el 21 de ese mismo mes: "Ya supondrá Ud. lo mucho que lo he recordado aquí en conversaciones con Manuel Toussaint. La visi­ta de éste ha sido provechosísima para nosotros. Conferencias sobre arte mexicano han causado enorme impacto, y su persona dejará aquí el mejor recuerdo. Ojalá muchas ve­ces se repitieran visitas de esa cali­dad". Unas semanas más tarde Toussaint está de vuelta en Méxi'co pero su amigo Estrada, quien ado­lecía de ciertos problemas de salud, muere el 29 de septiembre de 1937 a los 50 años de edad. En la prime­ra carta enviada a Reyes después de su viaje a Sudamérica, Toussaint ex­presa su dolor de la siguiente ma­nera: "La muerte de Genaro me conmovió profundamente y ahora, desaparecido él, nos damos cuenta de la falta que hace. Para usted y pa­ra míla pérdida fue doble: era nues­tro amigo". (20 de noviembre de 1937).

En el homenaje que rindió Letras de México a Estrada elide noviem­bre de 1937 con la participación de destacados escritores mexicanos (Zavala, Ortiz de Montellano, Vi­llaurrutia, Abreu Gómez y Valle­Arizpe, entre otros), Manuel Tous­saint escribe un breve artículo so­bre "Genaro Estrada, bibliófilo y co­leccionista". Reconoce que con la desaparición de ese polifacético "hombre de acción" la cultura me­xicana ha perdido a uno de sus gran­des valores. En particular llama la atención sobre la intensa actividad

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editorial de Estrada y su amor des­interesado al libro como objeto de arte . Además, se insiste en la valio­sa y reveladora colección artística que logró reunir ese "hombre que gastó su vida en beneficio de su país, engrandeciendo su nombre y dando a conocer su cultura". La ad­miración de Toussaint es sincera y por eso lamentará la publicación póstuma de su Bibliografia de Goya (Casa de España en México, 1940). En una reseña escrita para el pri­mer número de la Revista de Litera­tura Mexicana, de su compañero de juventud Antonio Castro Leal, Ma­nuel Toussaint vuelve a recordar la vasta contribución de "nuestro nun­ca bien llorado Genaro Estrada" y su ejemplar trabajo de investigación. Aunque .esa bibliografia agota el te­ma, se recalca el hecho de que Es­trada no tuvo la oportunidad de or­ganizar el material y que por lo tan­to esa guía resulta algo limitada y de dificil consulta. Conociendo la seve­ra autocrítica de su amigo, Tous­saint se pregunta qué habría pensa­do aquél de ese volumen no cuida­do meticulosamente por él.

Sin duda la admirable obra de Ge­naro Estrada siguió siendo un mo­delo para Manuel Toussaint, quien llevaría a cabo hasta 1955 algunos de sus proyectos de mayor enver­gadura, los cuales lo consagrarían como uno de los maestros indiscu­tibles de la investigación y la críti­ca del arte colonial en México.

,&Jj' _. París, coin Rue Richer et Conser­vatorie, 23 de julio. [1921]

Mi querido Genaro: Le escribo desde nuestro VIeJO

hotel, cuarto número 4, frente al ca­fé de los píforos que tiene corridas en las ventanas telas blancas, como un sudario a la piforería masculina, y unos carteles que dicen: "Clóture annuelle." "Réouverture 17 septem­bre." También los píforos sienten

calor en París y buscan para sus me­nesteres la amplia frescura de las playas. Allí andarán desnudos, pe­ro con botones. Pero, ¡las píforas! Genaro las píforas! A toda hora del día tan frescas! Cada vez que me en­cuentro a una resplandeciente, me acuerdo de usted. En los trances bé­licos mientras no llega el momento de perder la memoria, también me acuerdo de usted y hago como una especie de brindis. He ido a nues­tros "arrets" de la Ópera a las 12 en punto del día, pero no estaban ni us­ted, ni Alfonso, ni Canedo.5 Sólo estaban mil chicas maravillosas to­mando sus autobuses, ¿se acuerda? ¿Se acuerda de la mía? No la he vuelto a ver; además, ahora todas son mías: usted ya se fue y Sáyago estará gozando del producto de sus collares; bien ganado se 10 tiene con su incesante murmullo internacio­nal y políglota.

y ¿la chica de las medallas? Tran­quilícese, Genaro; no la he visto porque, como de costumbre, no ten­go un céntimo; Alfonso no me ha mandado el dinero que tiene que mandarme aquí, de modo que vivo del amparo de Bayardo; pero el di­nero llegará, e iré, y la veré, y la amaré, y ella lo sentirá y se pondrá divinamente roja, y la abrazaré, y la besaré, y me la llevaré. ¡Que te crees tú eso, chico! "Para amantes, París; para esposas, nuestro país. "6

Bueno. Después de escrito lo an­terior salí a dar una vuelta. Dios mío, qué asoleadero! Regresé a las 7, me cambié, me lavé y bajé a ce­nar. Hoy se fueron muchos brasile­ros de modo que casi se vació el ho­tel. Le escribo a usted en pyjamas, fumando en mi larga boquilla y ha­ciendo ruedas de humo, de esas que cuando las hacía yo en un restau­rant de Bruselas, un camarero ser­vicial acudía, creyendo que yo lo amaba, ¿se acuerda?

Tengo que confesarle que París está menos bueno que cuando us­ted 10 dejó. Nuestros amados boule­vards están convertidos todos en un verdadero volador: a la orilla de las aceras, en infinidad de puestos ho­rribles, venden las cosas más estra­falarias, casi como en el Rastro de Madrid. Se nota que la gente va más mal vestida; los ricos han salido a las playas y los que quedan tienen calor, sudan y esto es enemigo de la elegancia. Las ellas siempre están bien, cIaro; el calor les sienta por­que las pone en carácter; además, tiene drogas para no sudar o para sudar agua de colonia por 10 menos. Ya se ríe, son sus majestades, las pí­foras de París.

5 Se trata de Alfonso Reyes (1889-1959) y del escritor español Enrique Díez-Canedo (1879-1944).

6 Rubén DalÍo había escrito en "Palabras liminares" a Prosas profanas (1986): "mi es­posa es de mi tierra, mi querida, de PalÍs".

Chacón 7 piensa ir a Londres (¡qué mal gusto!) antes de regresar a México; yo no sé si volver a Bélgi­ca o irme directamente a San Sebas­tián donde la legación8 vive ya; probablemente haré 10 segundo por­que, además de estétr muy pobre por ese maldito Londres, no queda sino una semana de este mes. Con la vida tranquila que llevo ahora, París es delicioso, si se puede. En el primer empuje gasté cuanto me quedaba y ahora, tengo que hacer vida pacífica, mientras me llegan re­fuerzos. Y aspiro con más pureza to­do, y veo París porque cierro los ojos frente a cada escaparate de chá­charas. Ya salgo sin plano y el me­tro no guarda secretos para mí. Ade­más, he descubierto una ocupación maravillosa. Seguir chicas lindas en el metro. Eso cuesta poco. Y dan las vueltas más fantásticas como si de­searan siempre llegar a un punto trazando una espiral alrededor. Cuando la cosa parece que va a for­malizarse, veo en perspectiva la in­vitación que hay que hacer, tiemblo de mi pobreza, y me bajo en la pri­mera estación de correspondencia para volver a algún punto cercano al hotel. A propósito de eso, hay una estación a dos calles (Esquina Rue de Lafayette y Rue Cadet) .

Ya fui al Museo Gustave Moreau; L,Jeda muy cerca, un poco más allá uel consulado . Se pasa uno la tarde muy agradable, pues es uno el úni­co visitante y puede ver a sus an­chas dibujo por dibujo, o acuarela por acuarela. Éstas están muy bien instaladas, en muebles giratorios y ellas dentro en marcos con bisagras que permiten ir viendo cada lado e impiden que la luz las destruya. La cantidad de obras, como de costum­bre es enorme; pero encontré 10 que buscaba: algo que indicase más ín­timamente el espíritu del pintor que sus obras publicadas: eso existe en sus obras sin terminar y en algunos de sus dibujos. Aunque se le estima algo, no se le comprende del todo . Me confirmé en mi opinión de que él solo vale más yue los prerrafae­listas ingleses juntos.

Por sus largas dimensiones, esta carta ha tenido que ser escrita en entregas, como los folletines o folle­tones que dicen en Madrid. Esta "ciudad luz" se achicharra con 36 grados a la sombra, y un sol más ca­nicular que el del trópico. La Plaza de la Concordia parece una parodia del Desierto y el obelisco se regodea sintiéndose en su tierra. Dicen que esto es extraordinario, único en la historia, ¡qué sé yo! Lo que digo es que prefiero la monotonía de nues­tro viejo París, de horizontes grises,

7 Tal vez se trata de José MalÍa Chacón y Calvo (1892-1969), escritor cubano.

8 Se refiere a la Legación de México en Madrid.

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y de torres y arcos y columnas que "azulean" a 10 lejos, que no esta pla­za de toros por el lado de sol y sin toros!

Recibí su taIjeta que ya había yo contestado en el primer capítulo de esta carta. ¿Cree usted realmente que nada urge en N.Y.? ¿No es el centro del capitalismo que tanto mal hace al mundo? Yo pienso que allí urge lo principal y que por allí es por donde ha de comenzar la co­sa. Estas partes ya están ganadas.

Lo he extrañado hoy sobre todo, (25 de julio) al hacer el reglamen­tario trottoir, como las píforas. Al pa­sar por la bocacalle de la Rue Lafit­te no dejé de mirar el pórtico de nuestra Señora de Loreto en el fon­do y arriba, en el mismo cielo, las torrecillas de azúcar del Sagrado Co­razón de Monmartre! Tan azules y tan sonoras!

Bueno, Genaro, ¡bueno! Voy a acostarme porque tengo mucho sueño y mañana tengo qué hacer: Ir del hotel a la Legación, en metro, cosa que usted no sabría, ver si ten­go correo en el maldito consulado, ver a mi no menos maldito encua­dernador Moscovitz que me va a de­jar sin un cuarto y mil cosas más.

Supongo que a estas fechas usted estará en México, o cerca de él. Le reexpedí dos cartas que había para usted en Rue Bourdaloue, a México.

Salude mucho a los amigos y cuénteles nuestras aventuras. Re­cuerdos.

Manuel

Genaro: No he podido mandarle 10 que le debo, y es un remordimien­to que pesa más que mi equipaje: 10 haré llegando a España. (En secre­to le digo que los de España se han seguido portando mal en mis cosas. En fin .)

Ya hemos visto a Graiños, Art . y YO .9

Madrid, 25 de septiembre de 1921

Mi querido Genaro :

Contesto su carta del sábado ofi­cinesco. Por aquí hemos tenido un tiempo muy lluvioso que no impi­de se divierta uno bastante; acaso sí eche a perder una gran corrida es­tupefante que han preparado para mañana. Yo que soy enemigo de los toros por naturaleza voy porque van todos y porque será tan extraordi­naria, que casi es indispensable pa­ra mi archivo de viajes sin rumbo

9 Artemio de Valle-Arizpe (1888-1961), escritor colonialista mexicano.

ya veces con tedio. El billete de un miserable tendido cuesta 60 pese­tas, como oferta mínima, pues la co­sa es de caridad, África, + roja, etc. Los de la Lega, por diplómatas, pa­gan más, naturalmente. Pasado ma­ñana, martes, es el té oficial de la J"egación, con motivo de la Inde­pendencia; ya hubo anoche una fiesta cursi en que hablaron Miguel Alessio lO , Erro, II y oradores espa­ñoles del mismo molde. Natural­mente se dijeron muchas tonterías y nosotros, Alf., Art.12 Y yo, tuvi­mos la pequeña ventaja de haber llegado tarde y permanecer en el vestlbulo del salón, de pie, pero sin oír. La distancia favorecía a veces nuestra "vigilante espera", cambian­do las frases de los oradores antes de que llegaran a nosotros. Lo que más nos gustó fue algo recogido por Alf. : me parece que decía "el coro ingenuo de Oceanía."

El té es en su querido Palace, se­ñor don Genaro, aunque la lega es­tá ya tan elegante que dificilmente la conocería usted. Han comprado cosas magníficas a precios baratísi­mos, y siquiera hay ya un cuarto de­coroso en qué recibir a un extran­jero: usted recordará cómo estaba.

Esta mañana lo recordamos a us­ted Alfonso y yo, recorriendo la fe­ria de los libros que se ha inaugura­do en el paseo del Prado. No porque hubierll grandes cosas, sino porque usted no habría dejado de ir a ella con nosotros. Alfonso compró un Alamán completo, primera edición más el tomo de Adiciones y Rectifi­caciones de Licéaga, que aquí han inventado forma parte de la obra, en 130 pesetas. Es muy barato: yo, an­tes de irme con usted a París, había adquirido un ejemplar. Yo compré un Dionisia de Halicamaso, edición de Venecia de 1545 y un Fr. Anto­nio de Guevara, Vidas de los Empe­radores Romanos, Madrid, 1669, en 15 pesetas los dos.

A principios de octubre nos va­mos Alfonso y yo a Italia, aunque por rumbos distintos y acaso sin coincidir, pues él tiene que ir con la manada sociológica, a Turín y después a Venecia y Florencia úni­camente, por disponer sólo de 20 días. Yo tengo que ver más, y con más calma. A pesar de todo procu­raré estar con él en una de las dos ciudades. ¡Ah, mi querido Genaro, Italia, Italia, Italia! El gusto de nues­tro corazón que encuentra su patria artística. Las anotaciones margina­les de mi Baedeker las leeremos am­bos con lágrimas en los ojos cuan-

10 Miguel Alessio Robles (1884-1951), abogado mexicano. Fue Ministro de México en España en 1921.

II Luis Enrique Erro (1897-1955), inge­niero y político mexicano.

12 Alfonso Reyes y Artemio de Valle­Arizpe.

do comentemos estas cosas que vi­mos y estos corrugamientos que pasamos. Le ofrezco taIjetearle des­de cada ciudad para que recuerde y si algo necesita, o algo quiere que compre o haga, escnbame al consu­lado en Génova que será mi centro de correo en Italia como la Lega lo es en España.

He pedido mis viáticos para e131 de diciembre, en una carta a Pe­pe. 13 Le agradeceré mucho si se lo recuerda a tiempo.

Lo abraza su amigo y colega en viajes.

Manuel

Sta. María, 22 jun. 1937.

Sr. D. Genaro Estrada

México.

Mi querido Genaro: Por fin, voy camino de Buenos

Aires. Supongo sabrá usted que tu­ve que salir sin arreglar nada en Ha­cienda. Qué le vamos a hacer!

Hemos tenido buen tiempo, un poco de lluvia, pero no mucho mo­vimiento. La vida de a bordo, mo­nótona y perezosa, sólo se conmue­ve un poco a la llegada a los puer­tos: ayer Guayaquil, mañana Callao. Los mismos rostros, diversa indu­mentaria, idénticas conversaciones. Nuestro yo viajero se sobrepone al resto de nuestra personalidad y lle­gamos a ser otros seres, diversos de los sedentarios que éramos antes y que sólo saben viajar. Así toleramos todas las molestias sin sentirlas.

Para mi profesión de viajante en catedrales este viaje aúJi no me da

13 José Vasconcelos (1882-1959), encar­gado de la nueva Secretaría de Educación Pú­blica a partir de 1921.

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nada. Panamá es interesante como población cosmopolita, como bazar de sedas y perfumes, de marfiles de la India y chucherías italianas. Jun­to a la zona que es un pedazo de Norte América, de paisaje muy bien peinado y casas con el cuello abo­tonado por detrás, la ciudad vieja de calles estrechas, mugre latina, poli­fonía lingüística, forma duro con­traste .

Pero la parte colonial es tan po­bre que da lástima o risa. Muestran un altar barroco, del XVII, columni­llas salomónicas revestidas de vid , de esos que en México tenemos a montones, como una joya incompa­rable. Viene de la antigua Panamá y Morgan14 no lo vio, que si lo ve, también se lo lleva.

La catedral, pequeña, de cinco naves mal techadas, no tiene más que un buen Murillo que no creo es­té registrado en los catálogos: Ntra. Sra. del Rosario . Los angelillos in­confundibles, el tono plateado, el ambiente tibio lo identifican. Por desgracia está muy deteriorado. Las otras iglesias, Santa Ana, el arco chato de San José, La Merced, son insignificantes.

En un bello paseo, a la orilla del mar, hay un museo pequeñito, casi abandonado. Sin embargo, allí se ven joyas arqueológicas de gran in­terés, piedra, cerámica y oro de la provincia de Chiriquí, barro sólo de la de Coclé.

Lo admirable de Panamá es el ca­nal. Es de una belleza matemática. La ingeniería ha vencido a los ele­mentos naturales y al arte. Es pro­digioso.

Muchos saludos a los señores Po­ITÚa y un abrazo de su amigo.

M. Toussaint

14 Sir Hemy Morgan (¿1635?-1688), pira­ta inglés.

GERARDO DENIZ Mester de maxmordonía 111

Se recordará (tal vez) que la definición académica de "max­mordón" decía, en su segunda acepción, "hombre taimado y solapado". Ahora, ¿tiene por fuerza el maxmordón de edito­rial -el nuestro- que satisfa­cer ambas acepciones y que ser taimado y solapado a más de "tardo, sin discurso", etc.7

Pues bien, sí. Ya conté cómo le aplicamos el nombre a aquel maxmordón primigenio -el Ur-Maxmordón, diríamos-; sólo que , en su caso, no cabía vacilación, pues era taimado y solapado por naturaleza y lo habria sido aunque se hubiera dedicado a pediatra o a pesca­dor de caña, en vez de sabihon­do de editorial. Otros maxmor­dones tal vez no sean particu­lannente taimados y solapados en su comercio humano extra­profesional, pero tendrán que se rlo, por fuerza, en la m edi­da en que sean genuinos max­mordones editoriales.

Tocamos con esto las cuer­das más íntimas de la maxmor­don ez. Veamos. ¿En qué se apoya un maxmordón para persuadirse de que su labor es útil, de que su nicho ecológi­co no es parasitario, o aun pa­tógeno? La respuesta parece sencilla: el maxmordón se sen­tirá, lógicamente, un hombre de bien -y la maxmordona una mujer de ídem- porque lo es, en efecto, ya que contri­buye, de manera modesta pe­ro decisiva, a que lo que se im­prime en el mundo sublunar esté bien, bien escrito.

Si se interroga al respecto a un maxmordón, contestará, aproximadamente , lo anterior. Imposible objetarle nada, ade­más. Sin embargo, a quien haya disfrutado del discutible privile­gio de convivir con maxmordo­nes, la susodicha explicación le parecerá sumamente mal orien­tada. Si bien el maxmordón se encarga, modesto, de corregir las e rratas que empuercan las pruebas tipográficas (o ciber­néticas), es preciso reconocer, para ser sinceros, que esta res­pe tabl e y necesaria actividad no basta, diga él lo que quiera, para que el maxmordón se sien­ta . . . ¿cómo decimos hoy? "realizado". Corregir errores es, al fin y al cabo, una tarea de corrector, y un corrector no

es automáticamente -¡qué más quisiera!- un maxmordón.

Abreviando: el maxmordón considera que corregir para que no diga "digo" donde de­be decir "diego", es apenas un incidente nimio de su oficio. En realidad, en lo hondo, el maxmordón está convencido de que su mérito alcanza pro­fundidad mucho mayor, ya que, aparte de tristes correc­ciones de letras, él, hombre múltiple , hombre extraordina­rio, está autorizado para modi­ficar cualquier cosa que consi­dere errónea. Él, que no en va­no es un maxmordón, nada m enos.

Es taimado y solapado el maxmordón; mucho. Pues, ba­jo su piel ovina de cazador de erratas, bullen siempre los qui­mos y las bilis de un carnívo­ro fallido, de alguien dispues­to a trocar el orgasmo por e l vértigo de cambiar "bizcocho" por "biscocho" y "biscocho" por "bizcocho" . Ambas formas son equivalentes, y el max­mordón lo sabe; pero su impu­nidad para introducir cambios, para sobar textos, a m enudo estropeándolos, es lo que ha­ce que se sienta persona de provecho.

Los ritos maxmordonosos se consuman sin darle cuentas al autor, al traductor, a nadie. Es casi inconcebible que un maxmordón consulte nada con otro individuo (y casi siempre será con la espe ranza de dejar a éste en ridículo). Impunidad, decíamos. Impunidad que, in­terrogada, se pretende limpia, simple, buena. Farsa pura.

Escuchemos al maxmordón a la hora del coffee break. Meli­fluo y malaleche o altanero y perdonavidas, narrará cómo hace un rato salvó al mundo de tales o cuales barbaridades de Fulánez, autor afamado. Por desgracia -y éste es el mejor parapeto de la maxmordone­ría-, es imposible establecer fronteras , siquiera aproxima­das. Hay que enfrentarse a la repelente complejidad de lo real.

Número uno. A veces -mu­chas- el maxmordón enmien­da descuidos, inevitables erro­res humanos del autor o traduc­tor. Reconozcámoslo gustosos. Otras veces -numerosas tam-

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bién- el maxmordón empren­de una campaña por el desier­to de un autor o traductor que no es ya descuidado o falible, sino estúpido. Surge entonces la posibilidad, siempre curiosa, de presenciar un choque de es­tupideces.

Número dos. En ocasiones -demasiadas- el maxmordón se ceba en lo que está perfec­tamente escrito, pero puede ser maltratado por él. En lo que puede serlo -ya que no siempre se da este caso: hay también vacas sagradas, auto­res (y hasta traductores) into­cables, por causas externas, an­tipáticas. Qué le vamos a hacer. El maxmordón callará, rezon­gando más o menos -cuestión de carácter-; sin embargo, ja­más renunciará por entero a lo suyo, a lo según é l imprescin­dible . En cualquier caso, sea de quien sea -Alfonso Reyes- el texto cuyas pruebas esté leyen­do, el maxmordón, taimado y solapado (y miserable y otras varias cosas), sonreirá enigmá­ticamente y, a solas, cambiará "pezuña" por "pesuña". Ambas grafias dan lo mismo, sólo que un maxmordón .. . ¡es un max­mordón, qué caramba l

(Hablábamos hace un mo­mento de "la repelente com­plejidad de lo real". ¿No se ma­nifestará asimismo entre los maxmordones7 Creo -provi­sionalmente - que si: los hay malos y peores. )

SALVADOR NOVO

El Rincón del Bibliómano

La era bibliofílica

Tres libros franceses ocúpan­se en sendos aspectos de este divertido y apasionante juego moderno que es la bibliofilia, juego francés en cuanto se re­fiere a eso genérico y discuti­ble que es el libro "de luxe", pero, sin duda, antiguo, uni­versal y eterno, y cuyas recom­pensas, peligros y artimañas narra tan deliciosamente Ed­ward Newton en "This Book­Collecting Game", obra de 1928. Son ellos, por orden de aparición: "Du Commerce des Livres", por André Delpeuch, París, 1928; "Le Livre d'Aprés Guerre et les Sacié tés de Bi­bliophiles", por Raymond Hes­se, Grasset, París, MCMXXIX (acabado de imprimir en 1928), y "La Chose Littéraire", por Bernard Grasset, impreso por Gallimard en marzo del año 1929.

El libro de M. Delpeuch es amable, delicado, breve, ro­mántico. Lo envuelve aquel papel transparente cuyo fru­frú, como solían decir las seño­ras de sus vestidos, pide el tra­to discreto de una plegadera de marfil. M. Delpeuch, obscuro editor, autor y librero, se con­fiesa amante del libro y nos re­seña sobre el tiempo que hu­bo de emplear en madurar y afirmar su gusto por la lectura.

El de M. Rayrnond Hesse es libro robusto y documental, apto a revelar por sí solo, si la bibliografia anterior de M. Hes­se no fuera tan copiosa como conocida, estudios previos de importancia sobre el mismo te­ma, abordado por él en la co­lección "Historia del Arte Francés" (La Renaissance du Livre), bajo el título "Histoire du Livre d'Art du XIXe Siéc1e a nos Jours", en 1927. Divíde­se en tres partes: aborda en la primera, que denomina "La post-guerra y el libro", tras de discutir las orientaciones nue­vas de la edición, las causas de su desarrollo y la psicología particular del bibliófilo, una clasificación de los ilustradores modernos de libros, a quienes concede singular importancia. Contiene la segunda una utilisi­ma tabla de ediciones originales de algunos autores contempo­ráneos, y da en la última lista detallada de las principales So­

cia, sus anuarios, su composi­ción, su obra, sus miembros.

M. Bernard Grasset aborda el tema desde un punto de vis­ta totalmente diverso. Gran editor él mismo desde hace 25 años, no ha podido documen­tarse, como M. Hesse, acerca de las colecciones que su pro­pia casa contribuye a aumen­tar, y la lectura de los infinitos originales que ha debido exa­minar día con día, el trato co­tidiano con genios inéditos o conocidos, con críticos, con fa­bricantes de reputación, las concesiones que su gusto se ha visto precisado a hacer a la conveniencia de su empresa; el haber asistido durante la guerra, como parte interesada, al súbito y desusado interés por "las cosas de la literatura" que la guerra trajo consigo, y que antes de ella los diarios ne­gaban sistemáticamente al pú­blico, a quien creían alimentar suficientemente con folletines; el descubrimiento, hecho por su casa, de aquel niño genial que fue Raymond Radiguet; el haber publicado, sin esperan­za alguna de éxito pecunario, el primer tomo de la obra de Proust, a tres francos cincuen­ta, edición "introuvable" hoy , por la que ha llegado a pagar­se, después de diez años, la su­ma de 10 000 francos, y que el mismo Grasset no ti ene acaso en su biblioteca, todo ello y la actitud primordialmente litera­ria de su espíritu, condición que él señala como ineludible en todo verdadero editor, le ha comunicado un rico caudal de experiencias que hoy nos brin-

ciedades de Bibliófilos de Fran- Novo con IU macI ... (1961).

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da en este libro impreso, en el colmo del pudor profesional, fuera de su casa.

"La bibliofilia es, en su esencia, dice Grasse t, el gusto y la búsqueda de los más pre­ciosos especímenes de la cosa escrita." Como tal ha existido desde antes de Gutenberg. Pe­ro a partir de la guerra, ha ad­quirido, principalmente en Francia, un nuevo aspecto de "especulación", de que carecía; de una especulación con lo contemporáneo que no siem­pre se basa en la calidad de lo escrito, sino en otras tres con­diciones: el nombre del autor, la clase del papel y el número del ejemplar. Cuando La Ro­chefoucauld publicó sus Máxi­mas, cuando Racine publicó Andromaque, no se cumplió si­no una de estas tres condicio­nes, el valor del nombre , por­que no se soñaba aún con im­poner las otras dos, y ningún contemporáneo suyo pensó en atribuir a estas dos obras maes­tras un valor mercantil supe­rior al de tal cual mamarracho aparecido el mismo año. Fór­mula artificial la de nuestra bi­bliofilia moderna, porque sus reglas no obedecen a las de la lógica, pues que basta el deta­lle de un número romano o arábigo al dorso de la falsa por­tada para que el ejemplar que lo lleva, y que por lo demás en nada se distingue de sus her­manos, emitidos por la misma prensa y en todo iguales, val­ga doscientos francos, en tan­to que los otros, marcados a doce francos, se quedan en los escaparates.

SalYador Novo con Salvador Novo con ...

¿Pero basta la especulación mercantil del libro a explicar la bibliofilia de nuestra edad? "A Dios gracias, dice Grasset, no solamente se compran hoy libws para revenderlos; algu­nos los compran para enseñar­los ."

Nótase en ello un rasgo esencial a nuestra época, en to­dos los órdenes: el esnobismo; que si, por su parte, ha existi­do siempre, si ha habido en otras épocas "Preciosas Ridícu­las" y "Eruditos a la Violeta" , el hecho mismo de que se les haya señalado como grupo, implica la escasez de su núme­ro . Era antaño dificil hacerse de una biblioteca. Sigue sien­do inútil para el verdadero es­tudiante, para el "scholar", en

los países en que los hay jun­tamente con buenas bibliote­cas públicas. Pero es cada vez más frecuente el caso de que vayáis a visitar a una persona cualquiera y no salgáis de su domicilio sin que os muestre, llena de orgullo , "sus libros". Que en este caso no constitu­yen, porque la constituyeron ya, en el momento de su ad­quisición por el snob, una es­peculación directamente mer­cantil ; pero que asumen el pa­pel de disfraces de alguna otra clase de especulación .

De ahí las tiradas de cien mil ejemplares que hoy suele alcanzar cualquier autor, aun los buenos. Es necesario "tener al día" miles de bibliotecas. Y de ahí también que m ediante

una publicidad imponente , digna del mejor chicle, y que hace a los autores comparables con los chalecos cruzados o con los más eficaces dentífri­cos, los críticos más respetados hayan logrado edificar un am­plio y fi cticio gusto por la lec­tura, no sólo ya por la venta del último libro del más re­ciente y celebrado autor, cual­quie ra que éste sea. Así ha si­do posible que tropeza ra el nuestro, durante unas vacacio­nes , en una playa vulgar , con una resignada y conmovedora señora que leía el "Disraeli" de Maurois porque su esposo se lo había enviado de París, e n vis­ta de que la prensa aseguraba que e ra aquél un libro "que es necesario haber leído ."

Contiene el de Grasset su­tiles observaciones sobre la conducta de los autores inédi­tos que le someten manuscri­tos. Los hombres se los llevan lisos, en un sobre, en una car­peta. Las mujeres los enrollan. Grasset no comenta esta con­ducta; no debo hacerlo yo tam­poco. Descubre también el sis­tema que sigue su casa para la revisión de originales; él mis­mo lee la primera página de to­dos ellos. Si esa página le inte­resa, los hace llevar a su hogar par'l leerlos todos; de esta lec­tura depende su admiración o desprecio, porque él no usa de términos medios. Si admira, publica. Si desprecia, devuelve o da a releer a sus empleados el manuscrito impuro, porque estos lectores de editor encar­nan el gusto del público, son , según su expresión, "abogados de la mediocridad aceptable", y proporcionarán inmediata­mente galeras de composición a los formadores y "nuevas" obras de "nuevos" autores a la infinita y ansiosa caterva de los snobs, de los que están al día en la producción literaria, lla­mémosle así, como estaban an­tes de que ésta fuera tan nutri­da, al tanto de todas las colum­nas de todos los periódicos de escándalo, como están todavía, y con la misma clase de inte­rés, atentos a la última forma de las solapas .

A nuestros lectores La Biblioteca de México hace un atento llamado a todas

aquellas personas que posean o tengan acceso a documen­

tos raros o inéditos de intelectuales, artistas y científicos

mexicanos, para que colaboren con nuestra revista.

La Biblioteca evaluará la calidad y pertinencia del ma­

terial que se someta a consideración, y en todos los ca-

sos entablará correspondencia al respecto. Las colabora­

ciones aceptadas serán remuneradas.

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