bitácora danza colombia rio magdalena

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  • 8/18/2019 Bitácora Danza Colombia Rio Magdalena

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     Bitácora de Viaje

     Danza Colombia Trayecto Río Magdalena

    Texto y Fotografías:

     Andrés Arias García

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    Nuestro viaje empieza en las alturas, allí donde las nubes pierden la

    batalla y se estrellan ante altísimas murallas montañosas que forjan

    los andes colombianos. Queríamos filmar y grabar el sonido del río

    Magdalena cuando su caudal aún es pequeño y es posible cruzarloen un solo salto. Para ello, viajamos muchas horas por el Huila has

    ta encontrar el viejo pueblo de San Agustín, que es mucho más pe

    queño que el extenso valle de monolitos que rodean el pueblo y que

    conforman la necrópolis precolombina más extensa de toda Améri

    ca. Muy cerca de allí, descendiendo en una espiral vertiginosa, entre

    fincas campesinas, llegamos al estrecho del Río Magdalena y reco

    nocimos en la potencia y velocidad de su paso y en el rugido vibran

    te que hace cuando choca con las piedras, su prometedor futuro.

    Sentarse a verlo y escucharlo por minutos te hace sentir en

    la gloria. La mirada se pierde al verlo serenarse luego de pa

    sar furibundo e incómodo por un angosto túnel de rocas.

    Desde allí él se sabe grande y no se deja apaciguar. Sus

    aguas, arremolinadas y burbujeantes, exhaustas del estrecho

    paso, tienen un aspecto mágico, dorado intenso y cristalino.

    1

    Donde nace elgran Río

    Paisaje en Fortaleci  !  as, Huila

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    Pero así como el río no se detiene, avanzamos con él, así que lo

    fuimos viendo atravesar el Huila y pasar ya joven por la primera

     gran ciudad, Neiva. Allí encontramos el SanJuanero, esa danza mo!

    derna que se forjó hace menos de cien años pero que enamora al

     verlo bailar, no solo por su cuidadosa coreografía, por su esbeltez

     y galantería adornada de preciosas faldas bordadas; sino porque

    sublima los cortejos y ambiciones carnales que emanan del inte!

    rior de todo hombre ante una mujer.

    Siguiendo nuestro camino encontramos una pareja de jóvenes

    que ha dedicado casi una década a bailar uno de los ritmos nacio!

    nales más antiguos danzado incluso desde la época de la indepen!dencia. Se trata del pasillo, un baile de pareja suave y de salón que

    decidimos filmarlo con el imponente background del desierto de

    la Tatacoa, un paraje fabuloso y único, que rompe con el verdor

    que trae el río y que proporciona hermosas formas erosionadas tí !

    picas de un paisaje árido, pero contradictoriamente rodeado por

    las aguas del Magdalena.

     A lo largo de este territorio se respira un aire caliente y denso

    pues la temperatura oscila en 38 o 40 grados centígrados en un

    medio día convencional. Tal calor sofocante hace que las aguas de

    las represas circundantes y del mismo Magdalena se evaporen for!

    mando una bruma que emparama la piel y debilita hasta el más re!

    cio. Luego de divisar los apacibles campos de arroz de distancias

    kilométricas que se pierden en el horizonte hasta toparse con las

    cordilleras, encontramos un grupo de natagaimunos que alcanzanla felicidad en la Rajaleña. Varios de ellos, de rostros híbridos, con

    ojos indios pero labios europeos, no solo han recogido la tradi!

    ción de la chicha, que hidrató y embriagó a sus ancestros Pijao,

    sino también de la tambora, instrumento que transita a lo largo

    del río y es tocada por los caribeños y los andinos. Don Eliecer y

    su grupo de amigos, en el confín de una vereda polvorienta y es!

     Desde allí él se

     sabe grande y no

     se deja

     apaciguar. Sus

     aguas,

     arremolinadas y

     burbujeantes,

    exhaustas del

    estrecho paso,

    tienen un aspecto

     mágico, dorado

     intenso y

    cristalino.

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    condida de Natagaima, le roban la calma a una tarde y con el señuelo de

    una chicha bien fría, amansan y reúnen a sus vecinos, para glosarles la coti!

    dianidad en acordes de tiple, tambora y guitarra y transmitir hasta a los

    más chicos la alegría de la Rajaleña.

    Continuamos el curso que lleva el río Magdalena hacia el norte del país y

    descubrimos entre frondosos guamos a Carlos Alberto Díaz, uno de los

     gestores culturales más inquietos y apasionados de la región y líder delfolclor dancístico en la abrasadora Purificación; y que con su pequeño ejer!

    cito familiar cose, diseña, estudia, y prepara la coreografía y la vestimenta

    de los 20 bailarines de su propio grupo de danza Cacique Catufa, con el

    que interpretan la danza madre de la zona: el Contrabandista, un baile de

    pareja similar al Sanjuanero que refleja el cortejo de enamoramiento entre

    el hombre campesino y su mujer.

     Bailarina de Contrabandista, Purificación, Tolima.

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    En ese punto el río Magdalena ya ha asumido su porte impe!

    tuoso y amenazador, y sus aguas se rehúsan a dejarse penetrar

    por la mirada del viajero, escondiendo su inquietante hondura

    bajo la epidermis de tono marrón oscuro que lo caracterizará

    en adelante. Cruzamos el puente sin perder de vista las corrien!tes arremolinadas que ya acechan en el río y nos dirigimos al

     vecino municipio de Prado, para deleitarnos con el apacible

    paisaje que luce su represa, semejante espejo de aguas cristali!

    nas que reflejan los silentes cerros que la circundan. Territorio

    de origen de criaturas exuberantes vestidas de mil hilachas y

    rostros demoniacos conocidos como “matachines”, que nacie!

    ron en estas tierras antes que la patria, y que mueven sus cuer!

    pos bajo el toque de la tambora recordando el eterno triunfo

    del bien sobre el mal, como bien lo enseña don Adonaél Gar!

    cía, el encargado de garantizar la pervivencia de esta danza, lue!

     go de 234 años de su creación.

    Don Eliecer y su

    grupo de amigos,

    en el confín de una

    vereda polvorienta

     y escondida de

    Natagaima, leroban la calma a

    una tarde y con el

    señuelo de una

    chicha bien fría,

    amansan y reúnen

    a sus vecinos,

    para glosarles la

    cotidianidad en

    acordes de tiple,

    tambora y guitarra

     y transmitir hasta

    a los más chicos

    la alegría de la

    Rajaleña.

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    la tarde en la carretera que conduce a El Espinal, un municipio que

    celebra el solsticio de verano con la fiesta de San Pedro, bailando el

    sonsonete que se conoce con el nombre de San Pedro en el Espinal

     y al que se le atribuye la gracia de hinchar el espíritu de quien lo

    oye sonar.

    Cualquier aflicción por más profunda y azarosa que sea, se olvida

    cuando se presencia un Bambuco fiestero de San Pedro en el Espi!

    nal. Cuanta energía irradia tal baile. Las mujeres enarbolan sus pesa !

    dos faldones y suspenden por segundos sus pies del ardiente suelo,

    simulando mariposas multicolores que revolotean por la plaza; y de!

    trás, sus parejos impecables ondeando con reverencia sus raboegal!

    los tan colorados como el más ardiente de sus deseos. Ellas giran

    sus cuerpos 360 grados alrededor de su parejo, con sus torsos dobla !

    dos hacia atrás poniendo las espaldas perpendiculares al suelo, gi!

    rando continuamente como lo hace la luna sobre nuestro mundo,

    pero ataviadas con faldas brocadas que pueden pesar hasta 10 kilos

     y que al final del baile las deja tan agotadas que es costumbre tener

    una bala de oxígeno para animar alguna cuyo cuerpo no resista los

    embates de esta briosa danza. Acuarelas Folclóricas, la compañía

    de danza de Cristina Moreno hace lo propio exhibiendo un talento

    juvenil en la plaza mayor y deleita a paseantes y locales con sus casi

    25 años de entrega al arte de enseñar los pasos y coreografía del

    bambuco fiestero.

     A unos cuantos kilómetros está la ciudad nueva, Girardot; que no

    alcanza a tener más de tres generaciones de fundada, pero que gra !

    cias a emprendedores culturales como Mónica Vargas y Diego Chá !

     vez, le habla a sus habitantes de arraigo e identidad trayendo a nues!

    tros tiempos el viejo Torbellino, por medio de una puesta en escena

    novedosa y creativa, que pone los pelos de punta del público con su

    danza de la botella.

    Cualquier aflicción

     por más profunda y

     azarosa que sea, se

    olvida cuando se

     presencia un

     Bambuco fiestero

    de San Pedro en el

     Espinal. Cuanta

    energía irradia tal

     baile. Las mujeres

    enarbolan sus

     pesados faldones y

     suspenden por

     segundos sus pies

    del ardiente suelo,

     simulando

     mariposas

     multicolores que revolotean por la

     plaza; y detrás, sus

     parejos impecables

    ondeando con

     reverencia sus

     raboegallos tan

    colorados como el

     más ardiente de

     sus deseos.

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    Poco a poco el Magdalena se nutre de otros ríos que se entregan a su señorío. Vi !

     goroso, se abre paso entre colinas verdes y rocosas, encrespándose como si le die!

    ra rabia que la naturaleza osara detenerlo, y no hay árbol o roca, por más grandes

    que sean o bien fijadas en el suelo que parezca, que las crestas espumosas del

    Magdalena no se lleven. En Honda, un pueblo sempiterno cuyo centro urbano

    evidencia la opulencia de un puerto clave en la época colonial, se escucha bramar

    el río, y sus remolinos alcanzan formas tenebrosas. Es precisamente allí donde hu!

    bo que hacer dos puertos, porque ningún champán, boga o barco de vapor pudo

    dominar al río en este punto. Fueron necesarios un puerto antes de las hondona !

    das y otro más abajo, cuando el río ya ha calmado su genio.

    Ni siquiera los bagres se salvan allí, los pescadores aprovechan la revuelta para

    atraparles con sus cóngolos y dejarlos cocer en su propio jugo bajo la paciente téc!

    nica del hervido al vapor. Los viudos de capaz son el mejor consorte de una tarde

    soleada, que luce encantadora cuando se puede apreciar el baile típico de la re!

     gión, que nació en 1920 y que puso a bailar a campesinos y familias ilustres que

    habitaban los poblados ribereños del Magdalena desde Honda hasta Puerto Boya !

    7

     Detrás de Cámaras. Honda, Tolima

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    cá. Se trata de la Rumba Criolla, una danza que empezó bailándo!

    se en parejas, pero que luego se convirtió en un baile que parecía

    un juego, un espacio donde se armaban coreografías espontáneas

    que comprometían a 2, 3, 4 y hasta 6 parejas y que les ofrecía un

    legítimo regocijo de grupo. Qué mejor que conocer su historia ysaber un poco más de la Rumba Criolla que en voz de Edison

    Franco, investigador y maestro de danza de la región quién se ha

    preocupado por motivar a los jóvenes de Fresno para que se apro!

    pien de este cándido baile.

    8

    Poco a poco el

    Magdalena se

    nutre de otros ríos

    que se entregan a

    su señorío.

     Vigoroso, se abre

    paso entre colinas

    verdes y rocosas,

    encrespándose

    como si le diera

    rabia que la

    naturaleza osara

    detenerlo..

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    ser, ser de acá; para sentirse parte del mundo, pero al tiem!

    po, sentirse diferentes del resto del mismo. La danza y la mú!

    sica en el magdalena medio es como un alimento intangible,

    es la sabia de la identidad de pueblos como Barrancaberme!

    ja, Puerto Wilches, Cantagallo, Gamarra o Tamalameque.Es y ha sido desde hace 400 años la vianda que nutre y forta !

    lece el espíritu de quienes se arriesgan a transitar estos lares.

     Antaño, las playas del Magdalena medio vivían atestadas de

    caimán aguja, lo que impedía que bogas, exploradores y viaje!

    ros que pretendían Honda o Santafé pudiesen detenerse, pe!

    ro siendo obligado el descanso conseguían pequeñas islas pa !

    ra enterrarse entre sus arenas o abrigarse bajo mallas anticua !das que les prevenían de la verdadera amenaza del río: los

    mosquitos. Humboldt, en su viaje por el Magdalena en 1802

    narraba cómo en una noche, uno de sus brazos quedó expues!

    to fuera de la malla y al día siguiente amaneció tan hinchado

    por las picaduras que durante el resto de la mañana perdió

    sensibilidad en su brazo. Así que hacer sonar el tambor y mo!

     ver el cuerpo se hizo un asunto de supervivencia, para exorci!

    zarlo de los avatares del viaje, mientras se navegaba por el

    Magdalena penetrando el país.

    Hoy sus maravillosas y alegres gentes celebran el milagro de

    la vida alrededor del fuego, llevando a cabo las espontáneas

    ruedas de bailes cantaos, que adornan sus calles polvorientas

     y que hacen lucir el cortejo del enamoramiento como una

    eterna coreografía sincopada. Maestros como Carlos Vás!quez, Mildred Pasos e Irene Celis piensan su región a través

    de la danza, conciben su futuro por medio de coreografías y

    nuevas creaciones, y jóvenes y talentosos bailarines y cantao!

    ras como Damaris Sayas, Oti Ramos, Fernel Chávez o Kateri!

    ne Gómez entregan su último aliento danzando como “Dios

     ...es la tierra donde

     muchos escudriñan en

     su pasado y toman

     pistas en el paisaje

     ribereño para construir

     su identidad, para ser,

     ser de acá; para

     sentirse parte del mundo, pero al tiempo,

     sentirse diferentes del

     resto del mismo. La

    danza y la música en el

     magdalena medio es

    como un alimento

     intangible, es la sabia

    de la identidad de

     pueblos como

     Barrancabermeja,

     Puerto Wilches,

    Cantagallo, Gamarra o

    Tamalameque.

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    manda” en famosos duelos sobre tarima donde se disputa el título del mejor can!

    taor y bailador de la región.

    Es difícil contener en este escrito todos aquellos que conceden sus vidas a la mú!

    sica y la danza en este extraordinario magdalena medio, como todos los días ha !

    cen Aleida Saavedra, Cesar Sánchez o Einstein Salazar. Como lo dice el maestro

    Vásquez, todos ellos pertenecen al río y su historia está construida con él, así

    que la danza para estos pueblos es el espejo en el cual constantemente se están

    mirando y referenciando, como lo haría cualquiera que se asome a las aguas cal!

    madas de una ciénaga al no tener con qué darle un vistazo a su propio aspecto.

    Es difícil abandonar rápido el magdalena medio, quizá más difícil que transitar

    por los recovecos que conducen a pueblos olvidados. No importa, si había que

    poner el auto sobre una plataforma y llevarlo de un lado al otro del río, había que

    hacerlo. Encontrar experiencias como la de Omar Alvear o Dolly Macea en el ate!

    Casa campesina. Canaletal, Bolívar 

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    morizado y violentado pueblo de San Pablo Bolívar, impulsaba nues!

    tra voluntad y el río jamás se oponía a nuestras arriesgadas empre!

    sas. Alguna vez, bajo el tórrido medio día nuestro auto se enterró

    en una aislada carretera fangosa, pero cual grito de bogas halando

    un champán, logramos sacarlo del hoyo y conseguimos llegar a pre!

    senciar el baile cantao del bolo bolo, tan escondido como las tropas

     guerrilleras que se ocultan en la vecina y espesa Serranía de San Lu!

    cas.

     Al igual que los meandros caprichosos del magdalena, voy a quedar!

    me por un párrafo más en un hermoso pueblito de casas coloniales

    que cual visión mágica, reposa sobre una península mientras una

    ciénaga color esmeralda la rodea. Me atrevería a quitar otro poqui!

    to de su atención describiendo las faenas de pesca grupales en las

    que ejércitos de canoas formadas en fila, de repente forman una

    rueda como verídico asunto coreográfico y envisten al unísono con

    sus grandes atarrayas los peces que han quedado en el corralito ima !

     ginario. Y si fuera poco, traería a colación la sorprendente historia

    de la imagen milagrosa de la virgen de la Original; pero como nues!

    tro foco es la danza, vale situarse un segundo más en este paraje pa !

    ra reconocer la valentía de un grupo de hombres de Simití, que ba !

    jo la batuta de Einstein Salazar, y a riesgo de la burla de un pueblo,

    se pusieron las faldas, tacones, blusas y rímel que dejaron de poner!

    se las mujeres cuando la bailaban y en contra de la tradición " que

    dicta que solo la mujer podía vestir de mojiganga  #, encubrieron su

    aspecto varonil para reavivar la comparsa de Las Mojigangas que

    despierta más orgullo simiteño que su himno municipal.

    12

    Como lo dice el

     maestro Vásquez,

    todos ellos

     pertenecen al río y su

     historia está

    construida con él, así

    que la danza paraestos pueblos es el

    espejo en el cual

    constantemente se

    están mirando y

     referenciando, como

     lo haría cualquiera

    que se asome a las

     aguas calmadas de

    una ciénaga al no

    tener con qué darle un

    vistazo a su propio

     aspecto.

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    De repente el Magdalena da una curva, abandona la aburri!

    da silueta de un río común y tomando posesión de las tie!

    rras bajas circundantes, abre sus brazos y se ensancha atomi!zándose como los cúmulos de estrellas en el cosmos, pero

    formando un complejo de cientos de ciénagas y ecosistemas

    lacustres denominada la depresión momposina. Este paisaje

    anegado que desde el cielo parece un panal de aguas, se vuel!

     ve cuna de seres especiales que se autoproclaman hombres y

    mujeres anfibios del caribe colombiano. Es tan bajo el nivel

    de la tierra en este gran territorio que comprende los depar!

    tamentos de Sucre, Bolívar, Cesar y Magdalena, que hasta el

    mismo río teme ahogarse y no salir completo de este embro!

    llo. Pero la naturaleza indulgente le entrega los ríos San Jor!

     ge, Cauca y Cesar, para que por más vericuetos que tenga

    que atravesar, se llene de impulsos y tome su forma tradicio!

    nal presto a atender el llamado que le hacen las sirenas des!

    de el mar caribe.13

    Serpenteando por las tierrasinundadas

     Fatoras de Talaigua. Talaigua, Bolívar 

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    El Banco, un municipio de 60 mil habitantes, levita milagrosa !

    mente sobre un complejo acuático que contempla grandes ciéna !

     gas, el río Cesar y el río Magdalena. Se sostiene económicamen!

    te gracias a la pesca y pervive en nuestra memoria gracias a quesus tierras vieron parir la Cumbia, el género musical y dancístico

    más atávico y querido de Colombia.

    Se dicen muchas cosas sobre la Cumbia, pero lo cierto es que en

    este lugar no solo confluyen las aguas, sino también en épocas

    precolombinas circularon pueblos como los Malibúes, Chimilas

     y Pocabuyes, quienes tenían como hábito hacer sonar sus flautas

    de caña " hoy cañae´ millo # para rendirle un homenaje póstumo a

    los caciques y personajes emblemáticos de sus comunidades en

    el momento de su muerte. Tal ritmo fúnebre fue la génesis de la

    cumbia, que aún después de seiscientos años de viaje por el tiem!

    po, conserva el espíritu nostálgico de su origen. Hoy día, este rit!

    mo musical y su danza conforman una expresión cultural que

    suena a Latinoamérica, sin que ello le quite el lugar de ser la más

    endémica de nuestra patria. Y todo esto, gracias a personas co!mo Verushka Barros, Martín Galezo, Alexander Loaiza y Yuri

     Arango quienes no dejan pasar un día sin pensar, investigar,

    crear coreografías, organizar festivales, promover encuentros de

    cumbia y bailarla apasionadamente; así como también gracias a

    compositores como José Barros y Lucho Bermúdez que con sus

    cumbias contagiaron el país entero y por poco toda Latinoaméri!

    ca.

    Luego de El banco, el Magdalena se abre en dos brazos. Parecie!

    se que aquí el río en verdad se sintiera incómodo. Así que igual

    que un parroquiano, el Magdalena viene cambiando su posición

    mientras dormita siestas centenarias. Hace trescientos años, la

    dirección del río por estos lares lucía diferente. El brazo de

    Mompós era portentoso y permitió que creciera la honorable

     El Banco, un

     municipio de 60 mil

     habitantes, levita

     milagrosamente sobre

    un complejo acuático

    que contempla

     grandes ciénagas, el

     río Cesar y el río

     Magdalena. Se

     sostiene

    económicamente

     gracias a la pesca y

     pervive en nuestra

     memoria gracias a

    que sus tierras vieron

     parir la Cumbia, el género musical y

    dancístico más

     atávico y querido de

    Colombia.

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    ciudad de Santa Cruz de Mompós, convirtiéndola en punto clave para almacenar

    el oro que venía del interior del reino, así como también para darle a los viajeros

    cuadrillas de bogas y un champán para navegar hacia Santafé. Pero hace 100años, el Magdalena cambió su posición, y se inclinó por aumentar el caudal por el

    brazo de Loba, así que el brazo del Magdalena que pasaba frente a la ciudad per!

    dió su caudal, se hizo difícil su tránsito y dejó a Mompós confinada al recuerdo

    de sus mejores tiempos.

    Sin embargo, el pueblo de las casas con balcones primaverales sigue vivo; gracias

    a sus gentes, que continúan habitando moradas patrimoniales y restaurándolas

    del moho y la hojarasca; resucitando preciosas fachadas ornamentadas con quien

    sabe cuantos acertijos anagramáticos. Personas como Luis Alfredo Domínguez y

    Cruz Campo nos condujeron por la historia y la actualidad de este pueblo y bajo

    los gustillos del trópico " el bollo limpio, el queso de mil capas y los crocantes casa !

    bitos # ahondamos en la importancia de Mompós en el folclore colombiano.

     Danza de negros. Cacería del Tigre, Santa Cruz de Mompós, Bolívar 

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    jan de la tierra preciosas ocarinas de barro hechas por manos Malibú durante la

    cuna de nuestra historia. Jean Carlos Mancera, Cástulo Acuña, entre otros em!

    prendedores culturales y sabedores locales se rehúsan a dejar atrás estas profanas

    costumbres y bajo los secretos heredados de una cosmogonía mitad indígena mi!

    tad africana, chocan las palmas, rascan sus pies sobre la tierra, clavan sus agudosojos negros en la humanidad de sus parejas y conjuran el milagro de la vida en co!

    ros sempiternos en un tránsito delicioso por el berroche, la guacherna, la tambo!

    ra tambora y el chandé que caracterizan el baile de tambora.

    Ocarina Malibú. Talaigua Viejo, Bolívar 

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    Cuando el río Magdalena cierra sus brazos y recupera su figu!

    ra tradicional, uno reconoce su vejez. Sus corrientes ya vie!

    nen cansadas y silenciosas y su vertiginoso andar es sustitui!

    do por una silueta ancha y descomunal sobre la que pasan

    largos puentes y en la que transitan los barcos cargados de

    las maravillas de otras tierras, bautizados con nombres cos!

    mopolitas o de algún santo que aplaque la ira de Neptuno.

    En un instante, a la altura del municipio de Calamar, el río

    acepta un trato con el hombre y presta un poco de su co!

    rriente para que empuje al mar las aguas estancadas de las

    ciénagas que circundan por el sur a Cartagena. En este com!

    plejo acuático que recibe el nombre de Canal del Dique,

    existen antiguos asentamientos que fueron cimarronajes co!

    mo San Basilio de Palenque o María la baja, pero también

    pueblos como Santa Lucía, cuyos habitantes de estirpe afro!

    descendiente se aferran a la epopeya de sus viejos.

    18

     La majestuosa

    entrega al Mar Caribe

     Río Magdalena en Plato, Magdalena

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    En Santa lucía, gracias a emprendedores culturales como Eliud

     y Gaspar, los niños y jóvenes aceitan sus cuerpos en brea y bai!

    lan semidesnudos la danza de los negritos, motivados por las

    palmas y los trepidantes toques del cuero del tambor que los

    ancianos de la comunidad ocasionan para llevar al éxtasis a los

    danzantes. Estos últimos, contagiados de una alegría incon!

    mensurable, dejan que sus caras se desfiguren bajo una cascada

    de muecas, entre las que se admite el blanqueamiento de los

    ojos y los embrollos de maromas con la lengua y llevan sus mús!

    culos a que tiemblen tanto, que parecieran estar exorcizando

    la remembranza de su pasado.

    En el último tránsito de su vida, el río Magdalena viene más ri!

    co que nunca. Como el más sabio de los viejos, se ha cargado

    de creencias, sentires y experiencias que solo puede tener este

     viajero que atraviesa la patria todos los días sin descanso. El

    río Magdalena en este punto es un canasto de vida, cargado de

    todas las frutas que han entregado hombres y mujeres habitan!

    tes del río como agradecimiento por su paso; y que finalmente

    el río, antes de morir en el caribe, entrega contento a la última

    ciudad en su camino, Barranquilla.

    La “ciudad puerto”, cúmulo de culturas locales pero a la vez re!

    ceptáculo de pueblos extranjeros, ha crecido forjando una

    identidad colorida y fiestera, recogiendo en una cosecha festi!

     va decenas de danzas y músicas tradicionales que trae el río a

    lo largo de su recorrido. Gracias a decenas de grupos, escuelas

    folclóricas, investigadores, corporaciones, emprendedores cul!

    turales, amantes de la danza como el grupo barrial del Congo

     grande de Barranquilla coordinado por Adolfo Mauri o cum!

    biambas numerosas como la que por tradición familiar dirige

    Eveth Pacheco, existe y seguirá existiendo el Carnaval de Ba !

     En el último tránsito

    de su vida, el río

     Magdalena viene

     más rico que nunca.

    Como el más sabio

    de los viejos, se ha

    cargado de

    creencias, sentires y

    experiencias que

     solo puede tener

    este viajero que

     atraviesa la patria

    todos los días sin

    descanso

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    rranquilla. Tal acontecimiento folclórico, quizá el más rico en formas dancísticas

     y musicales de toda América, como bien lo señala una de sus más serias investiga !

    doras y estudiosas, Mónica Lindo, contiene el pensamiento y memoria de gran

    parte de los colombianos.

     A pocos kilómetros de la cuna de las marimondas, congos y monocucos; de las

    calles que una vez al año le son arrebatadas al tedio de la cotidianidad para vol!

     verse pasarela de Carnaval, el Río Magdalena llega a su fin y muere exhausto, con

    el suspiro sosegado que encarna la cúspide de un gran viaje.

    En este punto de nuestra aventura, viendo cómo el río Magdalena se entrega al

    mar y renuncia a su existencia fundiéndose entre los abrazos azules del litoral Ca !

    ribe, me asalta el pensamiento de que en Colombia, sus gentes aman enamorar!

    se, y es tanta su pasión por atraer y cortejar a la mujer que el sanjuanero, el con!

    trabandista, el pasillo, el bambuco fiestero, el baile de tambora y la cumbia " por

    nombrar solo las danzas que se dan sobre el río Magdalena  # personifican el mani!

    fiesto artístico más completo y diverso de las diferentes formas que hay de expre!

    sar quienes somos.

    Ta ! er de máscaras de Carnaval. Soledad, Atlántico

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     Y si uno lo mira con detenimiento, o más bien lo baila, le halla sentido a la mane!

    ra en que el colombiano experimenta el amor, porque la sensación más parecida

    que hay en el cuerpo cuando se termina de bailar bien algo como una cumbia, esla de haber hecho verdaderamente el amor.

     Desembocadura del Río Magdalena en el Mar Caribe. Bocas de Ceniza, Atlántico