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Tulio Febres Cordero

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A N T O L O G Í A B O L I V A R I A N A

Antología Bolivariana

Tulio Febres Cordero

Selección y prólogo:Lubio Cardozo y Carlos Chalbaud Zerpa

Mérida República Bolivariana de Venezuela / Mayo de 2013

Biblioteca de Temas y Autores Merideños

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T U L I O F E B R E S C O R D E R O

Antología Bolivariana© Tulio Febres Cordero© FUNDECEMSelección y prólogo:Lubio Cardozo / Carlos Chalbaud Zerpa

Gobierno Socialista de MéridaGobernador Alexis Ramírez

Fundación para el Desarrollo Cultural del Estado Mérida - FUNDECEMPresidente Pausides Reyes

Unidad de Literatura y Diseño FUNDECEMEver Delgado / Angela Márquez

Editor Gonzalo Fragui

PortadaTítulo: Tulio Febres CorderoAutor: Guillermo BesembelTécnica: Óleo sobre telaMedidas: 163 cm x 115 cmAño: 1989Procedencia: Mérida – VenezuelaColección: Fundación para el Desarrollo Cultural del Estado Mérida

Fotografía Néstor Tarazona

HECHO EL DEPÓSITO DE LEYDepósito Legal: LF4912013900627

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Introito

Por estos días, hace exactamente doscientos años, un hombre de menuda complexión física, pero de gi�gantesca estatura revolucionaria estaba haciendo su entrada triunfal en territorio venezolano. Andaba con las ansias de libertad en permanente ebullición irreve�rente. Venía de reflexionar, desde las profundidades de su amor patrio, lo andado y desandado. Estaban aún frescas las reflexiones del Manifiesto de Cartagena. Necesitaba romper, a como diera lugar, el cerco con�servador de los Castillos al acecho. Volaba alto como el águila para evitar las miserias de la carroña. Miraba lejos, el hombre, desde los primeros días de la Socie�dad Patriótica. Llevaba como chamarra una bandera, la tricolor de la primera vez en Coro, la misma del otro gigante, aquel que apenas siete años atrás había osado desafiar los poderes imperiales coloniales con igual amor, convicción y coraje.

Atreverse a desafiar las adversidades naturales para batirse en combate militar contra el poder impe�tirse en combate militar contra el poder impe�rial�colonial del momento no es un episodio que pueda encontrar lugar en los inventarios de las crónicas apa�cibles. El espíritu rebelde comienza más allá del límite que impone la lógica de la razón, la osadía es hija de los corazones inquietos y la calma jamás fue compañera de viaje de los revolucionarios convictos y confesos.

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Pero allí están las cumbres de los Andes de la patria esperando por él, dispuestas a brindarle la cobertura necesaria para la maniobra militar, conspirando para conjugar las bajas temperaturas de la sierra con las al�tas que emanan de los cuerpos de los soldados que en la marcha parecen simplificarse en uno solo. Allí está el pueblo de Mérida velando un parto, con la comadrona de la dignidad atrincherada esperando el 23 del naci�miento y la memoria oral convertida en rumor cons�pirativo para que no olvidáramos jamás que aquel 23 de hace doscientos años nació, por primera vez, sin la formalidad del protocolo del paradigma colonial, pero con la informalidad de la multitud popular, El Liber�tador de una patria más grande que la chica del 24 de julio.

Aquella hazaña la conocimos en la escuela por in�termedio de unos custodios del saber histórico que ja�más se preocuparon de trascender el relato. El carácter admirable de la campaña se transformó en simple estu�dio contemplativo. Admirar para celebrar parecía ser la consigna, celebrar para adormecer era el propósito. El país se sembró de estatuas y la historia contemporánea se emborronó con los discursos de unos demagogos encumbrados al baldaquín de los próceres de la demo�cracia, legitimados por el santo oficio de los adulantes ilustrados. Hacer una lectura diferente era exponerse a ser calificado de “anticientífico y subjetivo”. Buscar en la lucha anticolonial de ayer el hilo conductor de la lu�cha contra el neocolonialismo de hoy era considerado un disparate. Reivindicar con José Martí que Bolívar tenía mucho que hacer en América todavía era un atre�era un atre�

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vimiento. Con pocas palabras, por mucho tiempo Bo�lívar estuvo reducido a la inmovilidad y frialdad del mármol, en ícono legitimador de la dialéctica del escla�vo y el amo.

En estos tiempos de efervescencia bicentenaria el corazón de la muchedumbre está henchido de amor nacional. Por todos los recovecos de la patria, desafian�do al Imperio, Bolívar palpita de esperan�a� “�o cono�alpita de esperan�a� “�o cono�a� “�o cono�cí a Bolívar una mañana larga, en Madrid, en la boca del Quinto Regimiento. Padre, le dije, ¿eres o no eres, o quién eres? � mirando el Cuartel de la Montaña, dijo� Despierto cada cien años cuando despierta el pueblo”(*) Mejor ocasión no pudimos tener para conmemorar desde las trincheras del compromiso militante. Rendi�mos merecido homenaje al Libertador con la reedición, enriquecida, de esta Antología Bolivariana, del ilustre merideño Tulio Febres Cordero. Ella formará parte de un proyecto más ambicioso� “La Biblioteca de Autores y Temas Merideños”.

Pausides ReyesPresidente de FUNDECEM

Mérida, 2 de febrero del año 2013

(*) Pablo Neruda.

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Una pedagogía patriótica elemental o la enseñanza del amor a Bolívar

Bolívar simboliza hoy, entre otros valores, una actitud ética positiva frente a la sociedad, la nación y Latinoamérica. La divulgación de su pensamiento y de su ejemplo significan el desarrollo, en la conciencia, del amor y el esfuerzo por una Patria grande y fuerte, absoluta y verdaderamente independiente; la moral y las luces para el pueblo, generadoras de conciencia crítica y de libertad social; la democracia igualitaria, legal, realista; la dignidad del hombre.

Pocos años después de la muerte del Libertador los mejores intelectuales venezolanos �mejores a la par en su cabal formación y patriotismo� comprendieron la necesidad de divulgar entre la juventud el pensamiento y el ejemplo de Bolívar como una manera de fortalecer el espíritu nacional, la venezolanidad y la hermandad latinoamericana. Pocas cosas se le escaparon a Bolívar en el señalamiento, en su obra y en su ejemplo, de la ruta a seguir en el desenvolvimiento de una Patria armónica, digna, llena de bienestar para todos, no vasalla ni avasallante, hermanada en la solidez de la lengua común y en los mismos intereses sociales y económicos con las naciones del Continente. Pero la complejidad y riqueza de sus ideas y hechos era necesaria pedagogizarlas, sistematizarlas, hacerlas más asequibles, de manera de transformarlas en alimento

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del espíritu patriótico para las capas de la población más necesitadas de la bolivarianidad.

Entre estos varones exégetas, divulgadores, prego�neros de la obra del Libertador destácanse, entre otros, Felipe Larra�ábal, Arístides Rojas, Rufino Blanco Fom�bona, Santiago Key�Ayala, Augusto Mijares, Antonio Arráiz, Tulio Febres Cordero.

Poeta de la prosa, Tulio Febres Cordero entendió bien su papel y su deber como maestro de bolivariani�dad y por eso dedicó lo mejor de su talento en transmi�tir bajo el encanto de su maravilloso don narrativo el más acendrado espíritu de cuanto significó Bolívar, y el escribir la serie de amenos episodios en torno al hé�roe logra envolver al lector en el hechizo y ganarlo así definitivamente para las más nobles causas de la Patria. � no hay mejores textos para introducirse en el mundo bolivariano, así como para la expansión del sano espíri�tu nacional y latinoamericanista, sobre todo cuando se posee la frescura de la juventud, como leer a los buenos exégetas del Libertador quienes, limpiándole del fango del malagradecimiento, de la envidia, de las falseda�des, de las deformaciones perversas, lo levantaron en su más pura diafanidad para presentarlo tal cual fue el gran conductor de su pueblo, el padre de la Patria y creador de la libertad en el Nuevo Mundo hispanoha�blante. � entre estos estudiosos Tulio Febres Cordero ocupa un lugar destacadísimo.

Mérida, ciudad bolivariana, lo fue más aún a partir de Don Tulio. Gracias a él la ciudad recuperará su me�moria del héroe, estrechará sus recuerdos de los impor�tantes encuentros entre el guerrero de la libertad y la

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urbe benefactora, sepultando para siempre en la fosa de los tiempos aciagos aquellos incomprensibles años de la reacción antibolivariana, los cuales, desgraciadamente, también dejáronse sentir en la ciudad de María Rosa�rio Navas, de María Simona, fundidora de campanas para refundir cañones, ubre de centenares de valientes guerreros por la Independencia. Don Tulio con la poe�tización de la historia trajo el júbilo de la reconciliación de la ciudad con Bolívar para ser hoy una de sus pobla�ciones más fervorosas.

Para lograr su pedagogía de la bolivarianidad Tulio Febres Cordero usó el vehículo expresivo más apropia�do, el artículo de tradición. Ricardo Palma define este género literario menor de la siguiente manera:

(…) “la tradición no es sino una de las formas que puede revestir la historia, pero sin los escollos de ésta. Cumple a la historia narrar los hechos secamente, sin recurrir a las galas de la fantasía… El tradicionalista tiene que ser poeta y soñador”. (*)

� no podía ser de otro modo si el objetivo de Febres Cordero buscaba la frescura de la juventud para mejor dejar impresa la huella perenne de la bolivarianidad. El tradicionismo en Venezuela �del cual fue Don Tulio uno de sus más altos exponentes al lado de Arístides Rojas� es la escritura de la historia menuda, del hecho menor, emotivo, anecdótico, del correr de la vida del país; pero no un acontecimiento cualquiera sino aquél cardinal en la formación de la personalidad patriótica del venezolano. Rescata el tradicionismo el suceso histórico dramático, vital, emocionante, el cual al expresarse con un lenguaje literario al alcance del lector común refresca y reclama el

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amor por la Patria. Los artículos de tradiciones de Tulio Febres Cordero, y en especial aquellos conformados en torno a Bolívar, significan lecciones a los vene�olanos de su historia afectiva, menuda pero substancial por su carga dramática y vital, por constituir sillares de la formación de la personalidad autóctona del pueblo.

� ese es el objetivo, también, de la presente antología. En estos tiempos cuando se lucha por fortalecer y hasta desarrollar la identidad nacional, y también en el año Bicentenario de El Libertador, resulta de utilidad conformar un texto donde se encuentran, donde confluyen la vida ejemplar y el pensamiento liberador del héroe con uno de sus escritores más conspicuos a través de un tradicionismo escrito en una fina prosa, sencilla y amena, dedicada a aquellos jóvenes lectores, futuros militantes en las filas de la bolivarianidad.

Lubio Cardozo y Carlos Chalbaud Zerpa

(*) Angélica Palma, Ricardo Palma. Buenos Aires, 1933. p. 121.

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Criterio de esta edición

La presente edición de Antología Bolivariana, de don Tulio Febres Cordero, tiene como base el libro publicado por el Concejo Municipal del Distrito Li�bertador del Estado Mérida, en 1983, con motivo del Bicentenario del Libertador, libro que fue preparado y prologado por los escritores Lubio Cardozo y Carlos Chalbaud Zerpa.

En 2006 hubo una segunda edición, idéntica a la pri�mera, publicada por el Instituto Municipal de la Cultura (INMUCU), de la Alcaldía Bolivariana del Municipio Li�bertador del Estado Mérida.

Esta tercera edición es publicada por Fundecem y se realiza con motivo del Bicentenario de la Campaña Admirable. Doscientos años del paso y estadía de Bolí�var por primera ve� en Mérida, (23 de mayo de 1813 � 23 mayo de 2013). Sin embargo, ésta es una edición corregi�da y aumentada porque contiene varios cambios impor�tantes en relación con las ediciones anteriores.

En primer lugar, se realiza una corrección: la cróni�ca LA CASA DE LA PATRIA tenía al final un fragmento de la crónica LA SILLA DE SUELA, sin duda, un error involuntario. En esta edición publicamos las dos cróni�cas completas.

Se incorporan varios textos, ya publicados en libro, pero que no aparecen en las anteriores ediciones, inde�

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pendientemente de que tenían que ver con Bolívar y con Mérida. Son ellos los fragmentos de LA IMAGOTIPIA y RESISTENCIA DE SANTA CLARA A SALIR DE MÉ�RIDA, así como el texto LOS TUBOS DE ÓRGANO, que va completo.

Entre los textos, prácticamente inéditos en libro, se encuentran los siguientes� SIMÓN BOLÍVAR, (firma�do con el seudónimo de Amaury, un texto de 1877, de don Tulio cuando apenas contaba con 17 años), VIDA � MUERTE DE COLOMBIA, LA INDEPENDENCIA (Don Tulio lo nombra con el género de Fantasía), dos textos sobre el Centenario de Bolívar: CENTENARIO DE BO�LÍVAR I y CENTENARIO DE BOLÍVAR II, PALABRAS EN UNA ASAMBLEA DE LA JUNTA DIRECTIVA DE LA CELEBRACIÓN DEL CENTENARIO DE BOLÍ�VAR y finalmente DISCURSO PRONUNCIADO EN LA UNIVERSIDAD DE LOS ANDES CON MOTIVO DEL CENTENARIO DE LA ENTRADA � PERMANENCIA DE BOLÍVAR EN MÉRIDA. Estos textos fueron toma�dos del Álbum Primeros Ensayos Literarios de Tulio Febres Cordero, (Recortes de periódicos donde se publicaron los artículos en la época) y se encuentran en la Biblioteca Febres Cordero de Mérida.

En esta edición se mantiene el prólogo de los com�piladores originales, y se incorpora un introito del Presi�dente de Fundecem, el historiador Pausides Reyes.

Nuestro agradecimiento a los escritores Lubio Car�dozo y Carlos Chalbaud Zerpa, por permitirnos esta ree�dición de la Antología Bolivariana, y a la profesora Belis Araque, quien nos facilitó los documentos inéditos en libro que se publican ahora.

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Esperamos que los cambios realizados, las correc�ciones y ampliaciones, sirvan para hacer más completa esta antología de textos de don Tulio sobre Bolívar, lo cual permitirá un acercamiento más cálido y humano al Padre de la Patria.

Los Editores.

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ILos pañales de Bolívar

Cuenta la Fábula que el día en que nació Hércules, resonó con doble estrépito el trueno de Tebas, y que otros sucesos extraordinarios anunciaron la venida del hijo de Júpiter, el cual había de herir con la terrible clava al león de Nemea.

Calla la Fábula, y oiga cómo anuncia también la naturaleza al Héroe de Sur América, al Numen de los Prodigios.

En 1783 una niebla seca y fosforescente, que resistía al huracán y a las más fuertes lluvias, apareció sobre las altas montañas en varios puntos del globo, según lo dice Arago en sus lecciones elementales de Astronomía. Se ha creído que esta niebla fenomenal era la cola de un cometa que tocaba la Tierra.

Ese mismo año salieron del mar nuevos volcanes, se sacudió el planeta y hubo erupciones volcánicas de inusitada magnitud. Todos estos fenómenos, motivo de universal admiración, coincidieron con el nacimiento en Caracas de Simón el Magno, “el hombre de un designio providencial”, a quien hasta la espada le cayó del cielo, pues, según Boussingault, estaba hecha con acero de origen extraterrestre, con metal aerolítico, arma digna del nuevo Hércules, que había de cerrar la entrada de los jardines de América al león de Castilla, su poderoso guardián.

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Los fastos mitológicos no presentan cuna más honrada con las gracias del cielo, aunque es cierto que tampoco nacieron libertadores de mundos en aquellos días.

¡La cola de un cometa!, esa ráfaga misteriosa, gasa de luz, manto de las estrellas, bien pudo servir de pañal al hijo predilecto de la gloria, a Simón Bolívar, “la cabe�a de los milagros y la lengua de las maravillas”, según el mágico decir de Cecilio Acosta.

1886.

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IIUna descripción profética

Día de gran fatiga fue el 2 de noviembre de 1810 para el pobre sacristán de la Iglesia de N.S. de Altagracia de Caracas: multitud de personas de ambos sexos discurrían por el espacioso templo, como trabajadores unos y como simples curiosos los más. Los golpes de martillo y el ruido de tablas y escaleras que se llevaban de un sitio para otro, unidos al cuchicheo de los grupos de espectadores, producían un rumor sordo y confuso, que lo sagrado del recinto hacía más grave e imponente.

Al caer la tarde, el templo empezó a oscurecerse con más rapidez que de costumbre, porque las ventanas, veladas con negras cortinas, solo dejaban pasar una débil claridad, una luz triste, muy triste, que venía de fuera acompañada del lúgubre plañido de las campanas.

Después del toque del Ángelus, que todos rezaron a media voz con piadoso recogimiento, las campanas si�guieron tocando a muerto. El Sacristán fue encendiendo entonces con una cerilla, aquí y allá, varios cirios rígi�dos y amarillentos, que difundieron una luz en extremo fúnebre por las naves ya silenciosas y casi desiertas del templo. Los trabajadores y los curiosos después del to�que del Ángelus, habían desaparecido casi simultánea�mente.

El último que salió fue D. Francisco Isnardi, quien dijo al Sacristán en la puerta:

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� Deje apenas ajustado el postigo, porque volveré después de comer a concluir el trabajo que falta.

El Sacristán así lo hizo, y tomó a su vez la dirección de su casa quedando templo, campanario y calles adya�centes solitarios y en silencio.

Pero decimos mal: el bulto de un hombre, deslizán�dose como una sombra, pegado al muro, se acerca mis�teriosamente, empuja el postigo, lo cierra detrás de sí y salva sin ruido los umbrales del templo. Solo dos cirios continuaban ardiendo sobre negros candelabros.

“En el crucero de la Iglesia (dice un escrito de aquel tiempo, firmado por D. José de Sata y Bussi) y bajo un majestuoso baldaquino formado por cortinas negras pendientes de los cuatro arcos, tachonadas de lágrimas de plata y airosamente apabellonadas, se elevaba un catafalco, cuya forma arquitectónica era la siguiente:

“Sobre un �ócalo de ocho varas de frente y tres de alto, estaba colocada una urna cineraria de jaspe viola�do, como el de todo el monumento de tres varas de alto, cuyo almohadillado era de jaspe cenizoso; de su cúpula salía una repisa de jaspe negro, y sobre ella se elevaba una pirámide, de la misma piedra de la urna, de ocho varas de alto, y terminada por un vaso etrusco, en el que ardía una antorcha sepulcral compuesta de aromas, igual a las cuatro que adornaban los ángulos del monu�mento, elevadas sobre el almohadillado de los ángulos del �ócalo principal”.

“Del frente de la urna salía un cartelón maci�o que terminaba a plomo en su base, y delante de él sobresalía una lápida que servía de apoyo al Genio de la humani�dad doliente, representado en dos figuras abandonadas

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al dolor más acerbo. En el centro del cartelón se leía, entre un airoso festón de laureles de oro, la siguiente inscripción, de la misma materia�.”

“Para aplicar al AltísimoIrritado

por los crímenes cometidos en Quitocontra la inocencia americana,

ofrece este holocaustoel Gobierno y el pueblo de Caracas”.

El misterioso personaje se detiene un momento delante del magnífico catafalco, recorre con la vista las sombrías naves del templo, rápidamente se dirige a una de las escaleras que habían dejado los trabajado�res. La levanta en peso con vigorosa mano, y la apoya sobre uno de los arcos, casi en la mitad del templo, resonando, en seguida, varios golpes precipitados de martillo.

En sitio de los más visibles había quedado colga�do un gran cartel inscrito, que era imposible de leer a la escasa luz de los cirios. Ni D. Francisco Isnardi, in�ventor del catafalco y director de la decoración general del templo, ni el Sacristán se fijaron aquella noche en que había una inscripción más en la iglesia.

Pero al día siguiente, en medio del solemnísimo acto de los funerales, la concurrencia detuvo su aten�ción sobre aquel cartel de origen desconocido: entre las inscripciones que adornaban el templo, aquella era la más significativa, pues en su fondo se adelantaba a más de lo que declaraba el acta revolucionaria del

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19 de abril. Dejaba entrever, de una manera profética, una cruzada redentora desde el Ávila hasta el Coto�paxi. Decía así:

“El reino de la muerte es más largo que el de la vida.Víctimas de la libertad de Quito,

Descansad por los siglos en el fondo del sepulcro!Ruiz de Castilla perecerá bien pronto:

Santa Fe os vengará:Caracas enjugará las lágrimas de vuestros padres,

hijos y esposas”.

Esto sucedía en noviembre de 1810, y años después, primero en Pichincha y luego en Junín y Ayacucho, las víctimas de aquella horrorosa matanza fueron venga�das, y la profecía quedó cumplida.

Por la mano del más grande de sus hijos, de aquel de quien dijo el poeta de Guayas, que era su voz un trueno y su mirada un rayo, Caracas enjugó las lágri�mas de los padres, hijos y esposas de los patriotas sacri�ficados en Quito el 2 de agosto de 1810.

¿Quién había sido el autor de semejante inscrip�ción? ¿Sería el mismo Bolívar? No, él estaba en Londres por aquellos días. Pero quienquiera que fuese el desco�nocido personaje, tuvo la visión cierta de lo porvenir y la sobrenatural iluminación del profeta.

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IIIBolívar en la frontera del Táchira. 1813

Una de las campañas más sorprendentes de Bolívar es sin duda la de la reconquista de Venezuela en 1813, iniciada con un puñado de valientes después de triunfo decisivo alcanzado contra Correa en la ciudad de Cúcuta.

Este memorable combate fue el 28 de febrero, y a la mañana siguiente, Bolívar en persona se adelanta en persecución de los restos del enemigo, pasa el río Táchira, y al pisar de nuevo tierra venezolana, dirige a los habitantes de San Antonio una proclama significativa y hermosa, como sabía dictarlas su numen privilegiado. Es el saludo a la Patria y la promesa de su redención, al propio tiempo que el estrecho abrazo a los primeros y esforzados compatriotas que lo reciben con entusiasmo en el seno de aquella villa fronteriza, donde había sido proclamada con heroica resolución la causa de la Independencia desde 1810.

Dice el notable documento:

“SIMON BOLÍVAR”Comandante en Jefe del Ejército combinado de Cartagena y de la Unión, a los ciudadanos venezolanosde la Villa de San Antonio.Ciudadanos:

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�o soy uno de vuestros hermanos de Caracas, que arrancado prodigiosamente por el Dios de las miseri�cordias de las manos de los tiranos, que agobian a Ve�nezuela, vuestra Patria, he venido a redimiros del duro cautiverio en que yacíais bajo el feroz despotismo de los bandidos españoles que infestan nuestras comarcas. He venido, digo, a traeros la libertad, la independencia y el reino de la justicia, protegido generosamente por las gloriosas armas de Cartagena y de la Unión, que han arrojado ya de su seno a los indignos enemigos que pre�tendían subyugarlas, y han tomado a su cargo el heroi�co empeño de romper las cadenas que arrastra todavía una gran porción de los pueblos de Venezuela.

Vosotros tenéis la dicha de ser los primeros que le�vantáis la cerviz, sacudiendo el yugo que os abrumaba con mayor crueldad, porque defendisteis en vuestros propios hogares vuestros sagrados derechos. En este día ha resucitado la República de Venezuela, tomando el primer aliento en la patriótica y valerosa villa de San Antonio, primera en respirar la libertad, como lo es en el orden local de nuestro sagrado territorio.

Venezolanos: vuestro júbilo es igual a la grandeza del bien que acabáis de recibir; y aunque superior a to�dos los sentimientos que puede inspirar la naturaleza, solo le iguala el que experimenta mi alma, siendo el ins�trumento de vuestra redención recibiéndola yo también como hijo de Venezuela, de mis compañeros de armas, los ínclitos soldados de Cartagena y de la Unión.

Prosternáos delante del Dios Omnipotente, y ele�vad vuestros cánticos de alabanzas hasta su trono, por�que os ha restituido al augusto carácter de hombres.

Simón Bolívar.

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Cuartel General de la villa redimida de San Anto�nio de Vene�uela, a 1º de mar�o de 1813, tercero”.

Harto conocidas son las amarguras y contrarieda�des de todo orden que padeció Bolívar antes de em�prender la campaña de 1813 en el territorio patrio. Su ejército dependía del Congreso de la Unión Granadina y no tenía orden de pasar más allá de La Grita. No obs�tante esta limitación, anticipadamente se anuncia a los venezolanos como encargado de restaurar la libertad de su Patria.

* * *

Cuando recibe al fin el anhelado permiso de ocu�par militarmente las provincias de Mérida y Trujillo, merced a la magnanimidad de su ilustre amigo Cami�lo Torres, los celos e insubordinación del segundo jefe Castillo se manifiestan de modo grave, sirviendo de ré�mora a los movimientos de la expedición y aumentando el desaliento en los soldados, de antemano prevenidos contra una campaña arriesgadísima, pues los elementos de guerra eran escasos, y la tropa reducida para ir con�tra el implacable Monteverde y sus famosos tenientes que disponían de más de seis mil hombres y de todos los recursos del país subyugado.

Así y todo, a partir del 7 de mayo en que recibe la orden de pasar adelante, Bolívar se multiplica y agi�ganta, para lanzarse como un rayo en la cruzada de sus sueños de gloria, en la reconquista de su amada y cau�tiva Jerusalén, la valerosa y espiritual Caracas. ¡Con�

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trastes de la vida! Si sus palabras son llamas vivas de entusiasmo y esperanza, para arengar a los soldados, señalándoles el camino de la victoria, allí donde todos ven dificultades y peligros, en cambio rebosan triste�a profunda al descubrir en la intimidad los sentimientos recónditos de su alma.

“Solo la confian�a que V.E. me inspira, dice a su noble amigo el Presidente Torres, sería capaz de sos�tenerme en medio de las amarguras que experimenta mi corazón, al ver que mis esfuerzos por el bien de la Patria, lejos de ser apoyados, lejos de ser aplaudidos, son tenidos como errores, y aun reputados como vicios; pero el tiempo lo descubre todo, y la justicia ju�ga al fin con imparcialidad”.

La campaña de 1813 es la guerra a muerte, la tre�menda ley de exterminio para ambas partes, con su cortejo de hechos trágicos, mitológicos y sublimes. Es la tiniebla pasmosa del desastre, lanzando a intervalos resplandores de gloria; pero es también la gran jornada que levanta a Bolívar sobre el nivel de sus conmilitones, para presentarle al mundo como un hombre extraordi�nario, adornado con los atributos del Genio.

* * *Es digno de observar, al hacer estas reminiscencias

históricas, que Bolívar, cinco días antes de su entrada a Mérida, donde fue proclamado Libertador en la pla�za pública, se diese a sí mismo este merecido título, en oficio dirigido al ya citado Camilo Torres. “Es bien do�loroso, le dice, que aquellos mismos que debían verme como su Libertador, y como en efecto lo he sido, se es�

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meren en perjudicarme, perjudicando a su propia pa�tria”. Se refiere a las órdenes dadas por el Gobernador y por el Comandante General de la Provincia de Pamplo�na para privarle del 5º Batallón con que contaba para la campaña de Venezuela.

Es un hecho que el autor de la idea de honrar a Bolívar con el título de Libertador fue el célebre patricio Don Cristóbal Mendoza, quien se hallaba a la cabeza del pueblo de Mérida como gobernador político el 23 de mayo, a la entrada triunfal de Bolívar en dicha ciudad, y quien, así mismo, era gobernador político, y como tal presidente y alma del Ayuntamiento de Caracas para el 14 de octubre, cuando este ilustre Cuerpo confirió oficialmente a Bolívar el alto y glorioso título de Libertador de Venezuela.

* * *Plausible es la coincidencia de que el Centenario de

la entrada de Bolívar a Venezuela, por la villa fronteriza de San Antonio del Táchira, pórtico occidental de la República, se realice rigiendo los destinos de la Patria el General Juan Vicente Gómez, hijo benemérito de aquel histórico pueblo, cuyo patriotismo aparece enaltecido por el mismo Libertador desde los albores de la Magna Guerra.

1913.

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IVApuntes históricos.

¿Con qué bandera invadió Bolívar a Venezuela e hizo la Campaña de 1813?

Persiguiendo a Correa, derrotado en Cúcuta el 28 de febrero de 1813, Bolívar pasa la frontera el día si�guiente, 1º de marzo, y saluda a los hijos de San Anto�nio del Táchira con una hermosa proclama, en que se titula� “Comandante en jefe del Ejército combinado de Cartagena y de la Unión”. Invadió, pues, con la bandera granadina.

Sobreviene después la desavenencia entre Bolívar y su segundo Castillo, y las instancias del primero al Congreso de la Unión Granadina para emprender la campaña de Venezuela, pues no tenía orden de ade�lantarse sino hasta La Grita. Llegado el permiso el 7 de mayo, Bolívar se mueve definitivamente de Cúcuta el día 14 del propio mes, y en La Grita y Mérida acaba de organizar el Ejército Libertador.

En el discurso oficial que pronuncia ante la Muni�cipalidad de Mérida se expresa así� “El augusto Con�greso de la Nueva Granada, tocado de compasión al contemplar el doloroso espectáculo que presenta el buen pueblo de Caracas, aún gimiendo en cadenas, y conmovido de indignación por el grito de la justicia, que está clamando vindicta contra los usurpadores de los derechos de la América, ha enviado su Ejército Libertador a restablecer en su antigua soberanía a las

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provincias que componen la República de Vene�uela”. � más adelante agrega� “Aceptad, ilustres merideños, las congratulaciones que, a nombre del Congreso de la Nueva Granada, tengo el honor de haceros, reponién�doos en el uso de vuestra autoridad, que sin duda será ejercida con la dignidad que corresponde a un gobier�no independiente”.

Por todo lo cual se deduce que hasta Mérida, como Jefe militar expedicionario del Congreso de la Unión Granadina, la bandera del Ejército Libertador era sin duda la decretada por aquel Cuerpo de patriotas, la misma que Bolívar traía victoriosa desde Cúcuta.

Debe recordarse, sin embargo, al estudiar esta ma�teria, que desde el 16 de septiembre de 1811, Mérida tenía sus banderas republicanas solemnemente bende�cidas en el antiguo templo de San Francisco, banderas que flamearon al pie de la Sierra Nevada hasta la reac�ción española de 1812; pero hallándose Bolívar todavía en Cúcuta, Mérida recupera su libertad el 18 de abril de 1813, y a raíz de este suceso, Campo Elías reúne un cuerpo de tropas que pone a las órdenes de Bolívar, enarbolando de nuevo la bandera republicana de Ve�nezuela de 1811, tropas que pelearon bizarramente en Niquitao bajo el mando inmediato del mismo Campo Elías.

No creo, pues, aventurado suponer que, en la glo�riosa campaña de 1813, Bolívar llevara en triunfo, desde los Andes hasta Caracas, entrelazadas las dos banderas, a saber: la del Congreso de la Unión Granadina y la tri�color de Miranda, adoptada por el Congreso de Vene�zuela en 1811, de la misma manera que iban confudidos

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en las filas de su ejército los héroes vene�olanos y los héroes granadinos, guiados por su genio y alentados por unos mismos sentimientos de libertad e indepen�dencia.

1916.

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VBolívar en Mérida

La historia justifica el título medioeval de “Ciudad de los Caballeros”, que desde su origen lleva Mérida, granadina hasta 1777, y venezolana desde entonces. Es ciudad de leyenda, ciudad romántica, intensamente es�piritual y caballeresca.

En 1561, cuando los nacientes pueblos de Venezue�la, poseídos de espanto, se vieron invadidos por el Atila vizcaíno, el tremendo Aguirre, los caballeros de Mérida toman a su solo cargo la empresa de impedirle el paso para el nuevo Reino de Granada, y en número de vein�ticinco, con Bravo de Molina por capitán, se van en son de guerra, aun contra las órdenes de la Real Audiencia de Bogotá, ligeros y gallardos sobre los caballos de la conquista, hasta la ciudad de Barquisimeto; y allí toman parte principal en la derrota del famoso Tirano, trayen�do a Mérida como trofeo una de las banderas por ellos ganada al tomar el Fuerte enemigo.

� en 1766, en la época de los piratas, cuando eran saqueadas y puestas a rescate nuestras ciudades, los ca�balleros de Mérida se cubren de nuevo con los brillantes arreos del combate, y bajo las órdenes de su gobernador Don Gabriel Guerrero de Sandoval, que sucumbe biza�rramente en la demanda, van a teñir con su sangre las costas del Lago, en defensa de Gibraltar, contra el des�piadado Olonés, que la toma a sangre y fuego.

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� en 1781, al grito de insurrección de los comune�ros del Socorro, los caballeros de Mérida responden prontamente, privando del mando a las autoridades del Rey, y dándose un gobierno propio, emanado del común, que es el pueblo. Fueron necesarias dos expe�diciones militares, una de Maracaibo y otra de Caracas, mandadas por Alburquerque y Casas, respectivamente, para someter a los merideños sublevados.

�a sabían, pues, que no era temeraria empresa echar por tierra el régimen colonial, y de nuevo lo hicie�ron en 1810, siguiendo la revolución de Caracas, inicio de la gran cruzada redentora del Nuevo Mundo.

* * *

En una hermosa mañana de mayo, el mes de las flores por excelencia, la ciudad melancólica se alegra, sus desiertas calles se llenan de gente, las campanas se echan a vuelo, y en los balcones y ventanas de sus ca�sas semiarábigas, brillan ardientes y seductores entre dulces sonrisas, los negros ojos de recatadas doncellas, que esperan anhelantes el desfile de la vistosa comitiva, donde viene el guerrero afortunado, el caballero de la Torre de Plata y de la Celeste Espada.

Es Bolívar que llega. En la Casa Consistorial lo reci�ben en asamblea pública los patricios, los togados y los sacerdotes, revestidos de imponente gravedad y con los corazones henchidos de gratitud y simpatía.

� Permitidme, señores� les dice Bolívar al iniciar su breve y elocuente discurso� expresaros los sentimien�tos de júbilo que experimenta mi corazón al verme ro�

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deado de tan esclarecidos y virtuosos ciudadanos, los que formáis la representación popular de esta patrió�tica ciudad, que por sus propios esfuerzos ha tenido la dicha de arrojar de su seno a los tiranos que la opri�mían…

� entonces el más anciano le contesta, terminando con estas palabras proféticas:

� ¡Gloria al Ejército Libertador, y gloria a Venezuela, que os dio el ser a vos, ciudadano General! Que vuestra mano incansable siga victoriosa destrozando cadenas: que vuestra presencia sea el terror de los tiranos y que toda la tierra de Colombia diga un día: Bolívar vengó nuestros agravios.

Así habló el viejo Rivas, padre de Rivas Dávila, y enseguida aquella asamblea de próceres y todo el pue�blo, agolpado frente a la Casa Consistorial, gritaron a una� “¡Viva Bolívar! ¡Viva El Libertador!”, quedando así ungido con este sobrenombre el futuro fundador de cinco naciones soberanas.

Diez y ocho días permaneció en la ciudad de la Sie�rra Nevada, y en este tiempo pudo apreciar la abnega�ción y patriotismo de sus hijos, hombres y mujeres.

María Simona Corredor le regala una casa, la pri�mera que adquiere la Patria por especial donación.

Una hermana del Canónigo Uzcátegui le ofrece un cañón, que lleva grabado en el mismo bronce el nombre de la donante.

Otra mujer, María Rosario Nava, le suplica con lá�grimas en los ojos que reciba en el Ejército al hijo que le han tachado por inválido, prometiendo ir ella a su lado, llevándole el fusil mientras sana del brazo enfermo.

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� la intrépida Anastasia, la criada del Convento de Clarisas, le relata satisfecha y sonreída el gran alboroto de las tropas de Correa la noche del 17 de abril, cuando sigilosamente ella les invade el campamento, les dispa�ra un trabuco y les toca a fuego en un tambor de guerra, victoreando la Patria.

Pero no es esto todo, Bolívar necesitaba bogajes, y Mérida le da ochocientas caballerías que transportan el Ejército a través de la Cordillera.

Bolívar necesitaba armas, y Mérida le da cañones, ollas de campaña y pólvora, todo fabricado en su recin�to, mediante la actividad y entusiasmo del célebre Ca�nónigo Uzcátegui, que en ello se ocupaba desde 1810.

Bolívar necesitaba dinero, y Mérida, destruida re�cientemente por el terremoto, y saqueada por los realis�tas, abre sin embargo sus arcas, y le da treinta mil pesos en oro para raciones del Ejército Libertador.

Bolívar necesitaba algo más valioso todavía, nece�sitaba soldados, y Mérida le da quinientos voluntarios, organizados por el bravo Campo Elías, entre los cuales se cuentan oficiales distinguidos� los Rivas Dávila, Ran�gel, Picón, Ponce, Paredes, Maldonado, Briceño, Uzcá�tegui, Nucete, Pacheco, Fernández Peña, Ovalle, Pino, Marquina, Quintero, Sánchez Espinoza, Gutiérrez, To�rres y otros más.

Son los mismos caballeros de capa y espada de la ciudad romántica, que han velado sus armas en el tem�plo de la Libertad, y salen a pelear por ella, hasta morir sobre el escudo, lejos del nativo suelo.

¡De aquellos quinientos solamente quince volvieron al seno de sus familias!

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Estos, son, en verdad, ejemplos de patriotismo su�blime, como los calificó el mismo Bolívar, que siempre hizo en Mérida los más gratos y honrosos recuerdos.

1913.

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VIRectificaciones históricas

Tránsito de Bolívar por Los Andes en 1813

El 1º de marzo invade a Venezuela, entrando a la villa de San Antonio del Táchira en persecución de Correa, derrotado el día anterior en Cúcuta. Retrocede a dicha ciudad el mismo día, estableciendo en ella su Cuartel General.

El 16 de abril, Bolívar se dirige nuevamente al Tá�chira, y llega a San Cristóbal en la misma fecha, a las cinco de la tarde. En el camino recibe de su segundo, el coronel Manuel Castillo, el parte del triunfo de la An�gostura de La Grita, a inspeccionar el teatro de opera�ciones, temiendo que el enemigo hubiera recibido re�fuerzo y estuviese atrincherado en la ciudad nombrada.

De La Grita, vuelve otra vez a Cúcuta, donde se hallaba para el 26 del mismo abril. Allí permanece en su Cuartel General hasta mediados de mayo. El 7 de este mes recibe la anhelada autorización del Congreso Granadino para continuar la guerra en las provincias de Mérida y Trujillo. Hasta entonces no tenía orden de adelantarse más allá de La Grita.

El 14 de mayo se mueve definitivamente de Cúcuta, y llega a San Cristóbal al medio día. El 15 sale de esta ciudad hacia La Grita, donde permanece hasta el 19, acabando de organizar el Ejército.

El 19 de mayo continuó la marcha hacia Mérida. De paso por Bailadores, dicta una Proclama que no se ha

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publicado, en la cual prometía generosa acogida a los vecinos emigrados con Correa y a los que se hallaban ocultos.

El 23 de mayo, a las nueve de la mañana, hizo su entrada a Mérida, hospedándose, una cuadra debajo de la Iglesia del Llano, en casa que habitó después don Agustín Albornoz, marcada desde 1883 con una piedra conmemorativa.

En Mérida recibe del pueblo el título de Libertador, sabiendo el fracaso de la temeraria expedición de El Diablo, en Guasdualito, y el fusilamiento de patriotas que se hacía en Barinas, autoriza a Girardot, el 7 de junio, para que se use de la represalia, y anuncia en una Proclama que la guerra sería a muerte. Desde Mérida, pues, la tremenda resolución estaba tomada.

El 10 de junio, por la mañana, después de diez y ocho días de permanencia en Mérida, continúa su marcha hacia Trujillo, dejando a retaguardia trescientos hombres, al mando de José Félix Ribas. Pernoctó en Mucuchíes, y del 11 al 12, debió pasar el gran páramo de Timotes.

El 13, a las dos de la tarde, estaba en Mendoza, y el 14, al medio día o un poco después, llegó a la ciudad de Trujillo, donde dictó el decreto de Guerra a Muerte, que tiene fecha 15 de junio. Permaneció en Trujillo hasta el 25; y allí recibió de Girardot el parte del combate de Agua de Obispos contra las tropas realistas de Carache, mandadas por Cañas, combate que se libró el 18, según lo declara el parte oficial.

Salió de Trujillo el 25, vía de Boconó, a donde llegó el 26. En Boconó permaneció hasta el 28 de junio, en que

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emprendió marcha hacia Guanare, lugar que ocupó el 1º de julio.

Se estuvo en Guanare hasta el 3, por la mañana, en que marchó sobre Barinas, y tres leguas antes de llegar a ella, recibió el día 6 noticia del gran triunfo de Niquitao, alcanzado por Ribas el 2 de julio. El corazón de Bolívar se expande al ver abierto el horizonte y casi segura la reconquista de la República y su capital Caracas. Niquitao fue la llave del templo de la Victoria en 1813.

* * *

No es nuestro intento pasar adelante, haciendo las gloriosas efemérides de esta campaña admirable, sino apuntar de manera fidedigna, previa consulta de los documentos necesarios, las fechas más notables relacio�nadas con Bolívar en este su primer paso por los Andes Venezolanos.

Nos ha movido a ello el hecho de haber observado gran discrepancia en los historiadores al fijar algunas de dichas fechas, sobre todo la de la entrada de El Li�bertador a Mérida.

Mosquera y Larrazábal, en sus respectivas obras sobre Bolívar, dicen que fue el 30 de mayo, y el mismo error se encuentra en los Apuntes Estadísticos del Esta�do Mérida de 1877, en el Catecismo de Historia de Ve�nezuela, de la señorita Esteller, texto de enseñanza, y en otras obras que al presente no recordamos. De aquí que El Pueblo, importante periódico de la misma ciudad de Mérida, señalase también, no ha mucho, aquella fecha, como la de la llegada de Bolívar a la ciudad expresada.

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Creemos que tal error se halla en la ambigüedad de este pasaje de Restrepo� “Esta desagradable noticia (la derrota de Antonio Nicolás Briceño) se recibió en San Cristóbal a los siete días de haber acaecido el suceso, y no alcanzó el parte a Bolívar hasta Mérida, a donde llegara el 30 de mayo”. Lo que llegó el 30 fue la ingrata noticia, y no Bolívar, que ya tenía una semana de estar en la ciudad de la Sierra.

Montenegro, en sus Apuntes Históricos, y también el Marqués de Rojas, en su biografía de Bolívar, dicen que éste entró a Mérida el 1º de junio.

A pesar de estas versiones, no hay la menor duda en que fue el 23 de mayo, pues el mismo Bolívar, en oficio fechado el 24 en la ciudad de Mérida, dice al Presidente de la Unión Granadina� “Ayer he tenido la satisfacción de entrar a esta ciudad, capital de la Provincia de Mérida”.

El importante oficio que Bolívar dirigió desde La Grita al mismo Presidente de la Unión, con fecha 18 de mayo, documento que publica O´Leary tomándolo del original del archivo, aparece con muchas variantes en la Colección de Blanco y Azpúrua, entre ellas la del lugar de la data, cambiado erradamente por Cúcuta. Para el 18 de mayo, Bolívar hacía cinco días que había abando�nado a Cúcuta, y se hallaba en La Grita, lugar verdade�ro de la data de aquel oficio.

Entre otras fechas erradas, está la siguiente de Montenegro� “El 10 del presente mes (junio), antes de dicha acción (Agua de Obispos), había quedado Bolívar en la enunciada Trujillo”. Como se ha visto, el 10 de ju�nio salió Bolívar de Mérida, y no llegó a Trujillo sino el 14 del propio mes.

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Otra fecha equivocada es la de la conocida Proclama de Bolívar a los Españoles y Canarios, fechada en San Carlos el 28 de julio, al otro día de su llegada a aquella importante Villa. En los documentos de O´Leary, y en los citados de Blanco y Azpúrua, aparece dicha Proclama fechada el 28 de junio, lo que es completamente anacrónico, porque Bolívar en esa fecha salía de Boconó de Trujillo hacia Guanare. � como tales colecciones son fuentes autorizadas, este error se ha copiado por otros autores.

También la fecha del combate de Niquitao aparece errada en Montenegro y en la Biografía de Ribas por Juan Vicente González, pues ambos autores dicen que fue el 23 de junio; y Milá de la Roca, en las Efemérides de su Cronología, le fija el 18 de julio, siendo así que fue el 2 del expresado julio tan renombrado combate.

Próximo el centenario de estas fechas, hemos considerado oportuna la publicación de este estudio, en obsequio del mayor esclarecimiento de la historia, y para que cada pueblo de los Andes pueda, con entera certeza, consagrar el recuerdo del día en que por primera vez recibiera en su seno al Libertador y Padre de la Patria.

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VIIBolívar Mariscal

Nunca usó el título.En los encabezamientos de sus proclamas y decre�

tos, en 1813 y 1814, el Libertador usó sucesivamente los títulos militares de Coronel, Comandante y Jefe del Ejér�cito combinado de Cartagena y de la Unión, Brigadier de la Unión, y últimamente General en Jefe del Ejército Libertador de Venezuela.

Con fecha 25 de septiembre de 1813, el Presidente del Supremo Congreso de la Unión Granadina envió a Bolívar el despacho de Mariscal de Campo de la Unión. Sin duda por la crudeza de la guerra a muerte y consi�guientes dificultades de comunicaciones, tal despacho no llegó a sus manos sino el 1º de febrero de 1814, fecha en que lo contestó desde Puerto Cabello. “Lo acepto, dice, por el deber que me impone sacrificar mi vida, el primero, por la defensa de la América, y por recibir de ese ilustre Congreso tan sagrada obligación”.

En aquellos días Bolívar ya se titulaba Libertador de Venezuela y General en Jefe de sus Ejércitos. Aceptó el título de Mariscal, pero no llegó a usarlo, que sepa�mos, en ningún acto. � la ra�ón es obvia. Desde el 17 de octubre de 1813, el Libertador había dictado un Regla�mento Militar, con el fin de que el Ejército de la Repúbli�ca se distinguiese de las tropas españolas en uniformes, divisas y orden de grados. En dicho reglamento se su�

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primían terminantemente los títulos de Capitán Gene�ral y Mariscal de Campo, quedando sustituidos los de General en Jefe y General de División. No podía, pues, el Libertador infringir su propio decreto.

� llama la atención que aún fuera de Vene�uela, a donde no alcanzaba el vigor de tal decreto, cuando a fines de 1814, militaba en Nueva Granada, al servicio del Supremo Congreso que le había conferido el Ma�riscalato, en la proclama dirigida desde Techo, el 10 de diciembre a los habitantes de Bogotá, no usó tampoco el título de Mariscal, sino el de Brigadier, que era infe�rior en grado, porque equivalía a General de Brigada. Parece por esto que no era muy del agrado de Bolívar el título de Mariscal.

Es del caso observar que Bolívar recibió dos veces el título de Capitán General: primero, de la Municipali�dad de Caracas el 10 de octubre de 1813; y un año des�pués, el 15 de octubre de 1814, lo recibió también del Gobierno Supremo de Nueva Granada, título que para entonces era el más alto que se confería en la carrera militar, y que no obstante haber sido suprimido por él en 1813, sí lo usó hasta 1819.

En fin, esto de títulos militares y políticos, como el mismo Bolívar lo declaró más de una vez, ninguno por eminente que fuese, sin excluir el de Presidente, Rey o Emperador, era comparable al que espontáneamente le dieron los pueblos redimidos por su genio y por su es�pada, tanto en el vasto territorio de la Gran Colombia como en los dominios del Perú, título glorioso que usó hasta su muerte: Bolívar Libertador.

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Con este nombre bautizamos el nuevo arte de di�bujar con tipos de imprenta, invención que tuvo el si�guiente origen: No existiendo en la ciudad de Mérida li�tografía y artes de grabado por otros medios, y desean�do publicar un retrato del Libertador para conmemorar la fecha del 5 de julio de 1885, concebimos la idea de bordarlo, digámoslo así, con tipos sobre una plancha, a semejan�a de las figuras que hacen las bordadoras so�bre las telas.

Tal fue el primer imagotipo, hecho en dicho año, que representaba el busto de Bolívar, entre dos palmas de laurel, formados con las letras de su última proclama a los colombianos y los nombres de los principales com�bates de la Independencia. Vio la luz este trabajo en el conocido periódico del inteligente y antiguo impresor D. Juan de Dios Grillet, titulado La Semana, y fue aco�gido, por la novedad del caso, con extraordinario éxito por la prensa hispanoamericana.

La Nación de Bogotá publicó esta noticia� “Mara�villa Tipográfica. Con este título ha aparecido en las es�quinas un cartel en que se anuncia a la venta el busto del Libertador en tipografía, trabajado en Mérida por el señor Tulio Febres Cordero y reproducido aquí en la imprenta de Medardo Rivas. A la verdad que es eviden�temente ingenioso el pensamiento del autor. Además

VIIILa imagotipia

(Fragmento)

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del mérito artístico, el recuerdo del Libertador hace es�perar que ningún colombiano deje de comprarlo, aten�dido también el módico precio de 20 centavos”.

Los célebres impresores caraqueños Echeverría hermanos, fundadores de la tipografía artística en Bogotá, calificaron dicha obra como “una joya preciosa del arte, de gran mérito en Europa mismo”.

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El Convento de Clarisas de Mérida fundóse en 1651 mediante trabajos que venían desde principios de aquel siglo, y últimamente, con esfuer�os y efica� ayuda del Pbro. Lcdo. Juan de Vedoya. Damas muy linajudas, no sólo de Mérida, sino de otros lugares del Occidente de Venezuela, tomaron el hábito, llevando al Monasterio, fuera de la dote, valiosas donaciones.

Pero el terremoto de 1812 y la guerra de Indepen�dencia fueron para las Clarisas causa de grandes pérdi�das materiales y hondas tribulaciones en el orden espi�ritual.

Los bandos políticos de patriotas y realistas sen�taron también sus reales en el apacible y poético asilo, pues había monjas muy allegadas a principales actores en la gran lucha. De aquí nació el versito popular:

Las monjas están rezandoEn abierta oposición:

Unas piden por Fernando,Otras ruegan por Simón.

El hecho que más influyó para definir los bandos entre las religiosas, fue la disposición realista de trasla�dar el Convento de Mérida a Maracaibo, solicitada por el Deán y Vicario Capitular Irastorza y por el Preben�dado Dr. Mateo Mas y Rubí, so pretexto de la ruina ge�neral producida por el terremoto de 1812 en la ciudad

IXResistencia de Santa Clara

a salir de Mérida(Fragmento)

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de la Sierra, aunque el verdadero motivo era castigarla como revolucionaria, privándola de las instituciones y preeminencias que más la enaltecían.

Obtuvieron para ello real provisión de la Audien�cia de Caracas en 1813, la que fue revocada el mismo año, hasta que vino de la Península una real orden para efectuar la traslación, de modo interino; pero las circunstancias políticas no permitieron a los realistas llevarla a cabo sino en 1815. Con el apoyo del Capitán General D. Juan Manuel Cajigal, del famoso Calzada, y del Coronel Correa, comandante militar de Maracaibo, el Deán Irastorza dio plenos poderes al Prebendado Dr. Mas y Rubí, quien se presentó en Mérida, acompañado del Pbro. D. José Antonio Luzardo, a efecto de ejecutar la tiránica disposición.

Los comisionados organizaron todo lo necesario en materia de peonaje, bestias de silla y de carga, y otras prevenciones del caso, entre ellas alguna tropa bien armada para su seguridad, pues temían en el tránsito cualquier acto hostil de parte de los patriotas meride�ños y trujillanos, enemigos declarados de la traslación.

Notificada oficialmente la Abadesa, que era patrio�ta, contestó con gran diplomacia, cohibida por el voto de obediencia, que el viaje de toda la comunidad era imposible, porque a más de que había religiosas impe�didas, unas por ancianas y otras por enfermas, no pocas se negaban a salir por causas que no se escapaban al Superior.

De treinta que eran las monjas, trece optaron por trasladarse a Maracaibo, siguiendo la voluntad de las autoridades realistas. Entre ellas podemos mencionar

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a tres de familias muy conspicuas de aquella ciudad: Sebastiana Mas y Rubí, que las presidía, Josefa de Jesús Monsant y Josefa Carmona y Jugo, siendo la primera hermana, y la segunda prima del prebendado Dr. Mas y Rubí.

Diez y siete religiosas manifestaron, al contrario, que estaban dispuestas a no salir de su antiguo claus�tro emeritense. Entre estas se contaban las siguientes: Gertrudis, Ángela Regina y María Manuela, madre la primera y hermanas las otras dos del Dr. D. Cristóbal Mendoza; Carmen, hermana del Coronel Rivas Dávila; María Joaquina, hermana del Arzobispo Méndez; Pe�tronila, hermana del Arzobispo Fernández Peña; y otras ligadas muy estrechamente por la sangre a los próceres merideños y trujillanos, como Encarnación Briceño, Jo�sefa Rangel y la misma Abadesa, que era Clara Rivas y Paredes.

Desde la víspera del día señalado, todo quedó listo para la salida, que parece fue en la mañana del 3 o del 4 de mayo del año arriba indicado de 1815. Sacáronse a la portería del Convento, que era un amplio salón, los muchos baúles, petacas y almofreces que constituían el equipaje. Entre los objetos del culto que debían también transportarse de orden superior, estaba la antigua ima�gen de Santa Clara, fundadora de la Regla, acomodada en larga y angosta caja, debidamente clavada y forrada en encerados.

La discrepancia en opiniones políticas que dividía a las monjas no era poderosa para extinguir en ellas los afectos cultivados en el claustro al calor de los senti�mientos fraternales y prácticas religiosas. La despedida

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fue triste y conmovedora de ambas partes. Hubo mu�chas lágrimas y lamentos cuando crujió la maciza puer�ta del hermético asilo para dar salida a las trece monjas viajeras con las criadas de su servicio.

Oportunamente habían ido los arrieros a levantar el gran equipaje; y cuando le llegó el turno al bulto que contenía la imagen fue grande la sorpresa de todos los presentes al ver que pesaba como si contuviera barras de plomo. Se necesitaba la fuerza de dos hombres para moverlo apenas del suelo. Era del todo imposible con�ducirlo a lomo de mula.

�a las monjas estaban a caballo en la calle, frente al Convento, cada una con su palafrenero, en actitud de marcha, cuando fue avisado el Dr. Mas y Rubí de lo que ocurría con el bulto de la imagen; y considerando que al divulgarse aquella extraña novedad podía sobrevenir cualquier alboroto por parte del pueblo e interrumpir la salida, dio orden de dejar la caja y emprender la mar�cha, recomendando reservadamente al Capellán del Convento y a las autoridades realistas que allí estaban, la averiguación del caso, por si se trataba de alguna su�perchería.

Pero tal sospecha resultó infundada, porque en alejándose el numeroso grupo de viajeros, escoltados por fuerte piquete de tropas, procedióse a abrir el pe�sado bulto como estaba mandado. La imagen apareció con su vestido de costumbre y algunas flores artificiales que las monjas habían puesto a su lado, aprovechando los vacíos que quedaban. Sólo el busto y brazos de la Santa eran de madera sólida, montados sobre armazón de forma casi cónica, hecha con listones de tabla, ar�

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tefacto usado en las imágenes de bulto que deben ser vestidas.

Viendo que allí nada había que fuese de gran peso, volvieron a tantear el bulto, notando con nueva sorpre�sa que ya no pesaba como antes.

Poseídos de santo temor ante este hecho evidente, inexplicable de tejas abajo, resolvieron allí mismo que la imagen fuese devuelta a las monjas que habían que�dado; e impuesta de ello la Abadesa por el torno de la portería, abrióse de nuevo la maciza puerta del claustro, y dos criadas salieron en el acto por la interesante caja.

�, según la tradición, subió de punto el asombro de los circunstantes al ver que aquellas dos débiles muje�res, sin mayor esfuerzo, hicieron lo que no habían podi�do los dos forzudos arrieros, que fue levantar fácilmen�te la caja del suelo, con todo su contenido, e introducir�la con gran prontitud en el sagrado recinto, donde fue recibida con indecibles transportes de admiración por toda la Comunidad.

Al punto le improvisaron un altar en el interior del claustro, mientras podía volver la imagen a su nicho de honor en el templo; la circundaron de flores frescas, encendiéronle multitud de cirios, le quemaron mirra e incienso y, trémulas de gozo por el milagroso hecho, cayeron de rodillas ante Santa Clara, desahogando su agradecimiento por medio de fervientes y entrecorta�das oraciones.

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El segundo Obispo de Mérida, D. Dr. Manuel Cán�dido de Torrijos, no obstante el corto tiempo de su pon�tificado, se ha hecho célebre por los muchos y valiosos regalos que le hi�o a la Catedral y al Seminario. Se refie�re que su equipaje constaba de cuatrocientas cargas, y que en ellas venían treinta mil libros para la Biblioteca del seminario, además de los instrumentos necesarios para montar en dicho Instituto el Gabinete de Física, entre ellos una máquina eléctrica, la primera, sin duda, que se introdujo en Venezuela, pues el Obispo Torrijos vino en 1794.

Para la Catedral trajo el cuerpo de San Clemente Mártir, santa reliquia, que aún se venera allí y que está colocada en el altar del Crucificado; y trajo también ri�cos ornamentos, un reloj muy fino para la Sacristía y un famoso órgano, cuyas flautas eran de plomo y pesaban por sí solas más de seis arrobas.

El terremoto de 1812 acabó con este órgano; y en la traslación que se hizo a diversos lugares de las alhajas y objetos salvados del cataclismo, los tubos y restos del órgano fueron a parar a la vecina ciudad de Ejido, don�de se depositaron en casa de D. Jaime Fornés que, a fuer de español, era consumado realista, aunque su esposa, doña Isabel Briceño, tanto por vínculos de sangre como por propia inclinación, era por el contrario partidaria fervorosa de los patriotas.

XLos tubos del órgano

(Tradición)

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Así las cosas, sobreviene la aproximación de Bolí�var a Venezuela, procedente de Nueva Granada, en su brillante campaña de 1813. Antes del combate de Cúcu�ta, desastroso para los realistas, el jefe español Correa se había dirigido al Vicario Capitular y Deán Dr. D. Fran�cisco Javier de Irastorza, que residía en Lagunillas, pi�diéndole auxilios de toda clase para las tropas del Rey. Muy bien sabía Correa que su exigencia sería atendida, pues no ignoraba que el Deán Irastorza era realista has�ta la médula de los huesos.

Desde luego pidió éste donativos al Clero y fieles, que muy poco le dieron porque casi todos eran patrio�tas. Entonces apeló a los Diezmos, a la Fábrica de la Ca�tedral, a su propio peculio y a otras fuentes, juntando por todo tres mil pesos que en dinero sonante entregó a los comisionados realistas. Pero como Correa pedía también armas y pertrechos, si los había, el Deán Iras�torza dispuso que, a falta de otra cosa, le fueran remi�tidos los tubos del órgano para que los convirtiese en balas.

� aquí viene lo peregrino del caso. La orden de en�trega fue comunicada a D. Jaime Fornés, depositario de los tubos en Ejido, como se ha dicho. En la casa de éste los recibieron los comisionados realistas y allí mismo los enfardelaron, distribuidos en dos bultos, bien envueltos en tela y encerados, a fin de que nadie en el tránsito pudiera descubrirlos. Esta operación se hizo en la tarde, dejando todo listo para levantar la carga al amanecer el día siguiente, como en efecto lo hicieron, emprendien�do viaje hacia Cúcuta con el dinero y las seis arrobas de plomo que pesaban las flautas del órgano de la Catedral de Mérida.

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* * *Pocos personajes en la historia de Mérida han go�

�ado de un prestigio y popularidad tan manifiestos y merecidos como el canónigo Dr. Francisco Antonio Uzcátegui. El pueblo lo quería y respetaba de todo co�ra�ón. A él debía multitud de beneficios. En Mérida y Ejido fue el fundador de la instrucción pública gratuita. Su peculio particular estaba siempre al servicio de toda obra de interés general. Esta prontitud y eficacia para atender a las necesidades públicas, unida a su carácter sacerdotal y a las dotes de hombre caballeroso e insi�nuante en el trato social, le dieron tal ascendiente desde los tiempos de la Colonia que, siendo Vicario de Mérida para 1781, fue el mediador escogido por las autoridades de Caracas y Maracaibo para contener la insurrección de los Comuneros proclamada en los pueblos de la pro�vincia.

Desde 1810 hasta poco después del terremoto de 1812 dominaron en Mérida los patriotas, llegando el ca�nónigo Uzcátegui a ejercer el poder ejecutivo como Pre�sidente de turno; pero a consecuencia de aquel desastre, vinieron tropas de Maracaibo y Coro, y la ciudad quedó sometida a los realistas. El canónigo se vio en la nece�sidad de emigrar para la Nueva Granada con muchos otros patriotas.

A su paso por la entonces villa de Ejido, llegóse a la casa de D. Jaime Fornés, el cual estaba ausente a la sazón, pero se hallaba allí su esposa, cuyas simpatías por la Patria no se ocultaban al canónigo.

� Vengo expresamente, le dijo, a recomendarle la ocultación de los tubos del órgano, para que no lle�

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guen a caer en poder de los realistas. Entiérrelos, si es posible.

La señora, que era amiga y admiradora del canó�nigo, prometióle de su parte salvar a todo trance el sa�grado depósito de manos de los realistas; pero no llegó ella nunca a imaginarse que el mismo Deán y Vicario daría a D. Jaime la orden de entrega. La buena señora se consternó en extremo al ver llegar los comisionados con la orden escrita. No era prudente aconsejar a su esposo que se negase a cumplirla, porque sería tanto como ha�cerse reos de rebelión contra el Rey. No había caso: los temores del canónigo se iban a cumplir.

D. Jaime Fornés entregó los tubos y partió en segui�da para un campo, donde asistía de ordinario los días de trabajo. Doña Isabel quedóse pensando en la manera de salvarlos. Al fin concibió una idea atrevida, cuya eje�cución exigía prontitud y destreza. Los tubos estaban allí todavía, en los corredores de su casa, enfardelados y listos para ponerlos en el lomo de una mula y llevarlos a Correa.

En el silencio de la medianoche, la distinguida dama, que no había pegado los ojos, se levanta caute�losa, a fin de no despertar a las criadas de su servicio. En puntillas se dirige a un cuarto retirado en el fondo de la casa y llama muy quedo. Una voz varonil le con�testa al punto. Era un esclavo de su entera confian�a, a quien impone del plan secretísimo que ha combinado para salvar los tubos. El esclavo lo comprende al instan�te y, sin entrar en explicaciones ni proferir palabra, se arma de un cuchillo de monte y se interna en la huerta de la casa, plantada de caña de azúcar, cosa no rara en

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Ejido, donde hay huertas urbanas que son verdaderas haciendas.

En resumen, entre doña Isabel y el esclavo desen�fardelaron los tubos y los sustituyeron con cañas de peso igual, volviendo a envolver y liar los bultos de la misma manera que antes estaban.

* * *

Es de suponerse la sorpresa, el enojo y el despecho de Correa al abrir los bultos y ver que no había tales tubos sino cañas mondas y lirondas. Los comisionados se quedaron sin resuello, y el castigo de la burla habría sido ruidoso si las armas de Bolívar no hubieran apaga�do en Cúcuta los bríos del ejército realista.

Demás estará decir que a la aproximación de Co�rrea a Mérida, doña Isabel tembló de pies a cabeza y se puso en oraciones, temerosa de que fuesen a perseguir a su esposo, no obstante su decisión por el Rey, suponién�dolo autor o cómplice de la peregrina sustitución. Pero Correa, a su paso por Ejido y Mérida, en todo pensó menos en averiguar el caso. Todos sus cuidados estaban en salvarse de otro desastre. Bolívar victorioso seguía sus pasos.

Libertada de nuevo la provincia de Mérida en mayo de 1813, pudo el Canónigo regresar del destie�rro, y secretamente fue impuesto por doña Isabel de la salvación de los tubos y del lugar de escondite. En 1814 se dispuso traer de Ejido los restos del órgano para ver si podía reconstruirse; pero las vicisitudes de la guerra lo impidieron. La ciudad cayó en poder de Calzada, y

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el canónigo y los principales patriotas con sus familias se incorporaron en la emigración que desde el centro de Venezuela venía al amparo del ejército de Urdaneta, en la heroica retirada de aquel año tan aciago para la Patria.

A su paso por Ejido, el Canónigo se allegó otra vez a la casa de su amiga y copartidaria doña Isabel Briceño para decirle rápidamente estas palabras:

� Ahora sí se van los tubos del órgano para Cúcuta.� ¿Los lleva Usía consigo?, exclamó sorprendida

doña Isabel.� No, señora, pero van más seguros todavía: van en

los cañones de los fusiles convertidos en balas.¡Caprichos del destino!. Las flautas de aquel mag�

nífico instrumento de música sagrada, que habían reso�nado dulcemente bajo las bóvedas del augusto templo, fueron a resonar también, pero de muy distinto modo, en los campos de batalla bajo las banderas de la nacien�te república.

* * *

Esta tradición tiene una nota final muy triste.A fines de 1817 hubo en Mérida un movimiento

a favor de la Patria que prontamente fue develado, pues de Maracaibo, Barinas y San Cristóbal, lugares dominados por los realistas, vinieron fuerzas superiores que obligaron a los patriotas a dispersarse antes de ser aniquilados por semejante coalisión.

Los que se retiraron por la vía de El Morro, para salir a Pedraza, a su paso por Ejido, hicieron presos a

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varios realistas que fusilaron en el páramo solitario de El Quinó, entre ellos a D. Jaime Fornés, esposo de la decidida patriota doña Isabel Briceño. ¡Desastres de la guerra a muerte!

El hombre que hubiera podido contener tamaños excesos ya no existía: el canónigo Uzcátegui había muerto desde 1815, lejos, muy lejos de la ciudad nativa, en la amarga soledad del destierro.

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XIEl perro Nevado

(Leyenda histórica)

El silencio de los páramos es completo. No hay aves que canten, ni árboles que luchen con el viento, ni ríos estrepitosos que atruenen el espacio. Es una natu�raleza grandiosa, pero llena de gravedad y de tristeza. Aquellos cerros desnudos y altísimos, acumulados al capricho, parecen las ruinas de un mundo en otro tiem�po habitado por cíclopes y gigantes.

Lo que pasa en alta mar, lo que pasa en la llanura inmensa, eso mismo sucede en medio de los páramos andinos. El hombre se siente humillado ante la natu�raleza y se recoge en sí mismo. Por eso la ascensión a las alturas de la cordillera venezolano no solamente es fatigosa para el cuerpo, sino abrumadora y triste para el espíritu. Bajo las mantas y abrigos que son necesarios al viajero para soportar un frío que acalambra los miem�bros, el alma también se recoge y busca el calor de los recuerdos, de los pensamientos y de los efectos que le son más caros en la vida.

En una brumosa tarde de junio del año 1813, se de�tuvo una escolta de caballería frente a la casa de Moco�noque, sitio distante una legua de la villa de Mucuchíes, para entonces el lugar más elevado de Venezuela. La casa parecía desierta, pero apenas habrían dado dos o tres toques en la puerta, cuando instintivamente los ca�ballos que estaban más cerca retrocedieron espantados.

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Un enorme perro salió a la mitad del camino dando furiosos aullidos. Era un animal corpulento y lanudo como un carnero, de la raza especial de los páramos an�dinos, que en nada cede a la muy afamada de los perros del monte de San Bernardo.

Ante la actitud resuelta y amenazadora del perro brillaron de súbito diez o doce lanzas enristradas con�tra él, pero en el mismo instante se oyó a espaldas de los dragones una voz de mando que en el acto fue obe�decida:

� ¡No hagáis daño a ese animal! ¡Oh, es uno de los perros más hermosos que he conocido!

Era la voz del Brigadier Simón Bolívar, que cruzaba los ventisqueros de los Andes con un reducido ejército. Por algunos momentos estuvo admirando al perro que parecía dispuesto a defender por sí solo el paso contra toda la escolta de caballería, hasta que el dueño de la casa, Don Vicente Pino, salió a la puerta y lo llamó con instancia.

� ¡Nevado!... ¡Nevado! ¿Qué es eso?El fiel animal obedeció en el acto y se volvió para

el patio de la casa gruñendo sordamente. Su pinta era en extremo rara y a ella debía el nombre de Nevado, porque siendo negro como un azabache, tenía las orejas, el lomo y la cola blancos, muy blancos, como los copos de nieve. Era una viva representación de la cresta nevada de sus nativos montes.

El señor Pino, que era un respetable propietario, se puso inmediatamente a las órdenes de Bolívar y sus oficiales, y obtenidos de él los informes que necesitaban referentes a la marcha que hacían, la continuaron hasta

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Mucuchíes, donde iban a pernoctar. Bolívar miró por última vez a Nevado con ojos de admiración y profunda simpatía, y al despedirse, preguntó al señor Pino si sería fácil conseguir un cachorro de aquella raza.

� Muy fácil me parece, le contestó, y desde luego me permito ofrecer a S.E. que esta misma tarde lo recibirá en Mucuchíes, como un recuerdo de su paso por estas alturas.

Media hora después de haber llegado el Brigadier a la citada villa, le avisaron que un niño preguntaba por él en la puerta de su alojamiento. Era un chico de once a doce años, hijo del señor Pino, que iba de parte de éste, con el perro ofrecido.

� ¡El mismo perro Nevado!, exclamó Bolívar. ¿Es este el cachorro que me envía su padre?

� Sí, señor, este mismo, que es todavía cachorro y puede acompañarle mucho tiempo.

� ¡Oh, es una preciosa adquisición! Dígale al señor Pino que agrade�co en lo que vale su generoso sacrifi�cio, porque debe ser un verdadero sacrificio despren�derse de un perro tan hermoso.

El chico regresó a Moconoque aquella misma tarde satisfecho de los agasajos y muestras de cariño que re�cibió de Bolívar. Este niño fue Don Juan José Pino, que llegó a ser padre de una numerosa y honorable fami�lia de Mérida y alcanzó la avanzada edad de noventa y cuatro años.

Bolívar quedó contentísimo con el espléndido rega�lo, y no cesaba de acariciar a Nevado, que por su parte no tardó en corresponderle las caricias, haciéndolo en ocasiones con tanta brusquedad que más de una vez

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hizo tambalear al Libertador al echársele encima para ponerle las manos en el pecho.

Averiguando con varios señores de Mucuchíes si habría en la tropa algún recluta del lugar conocedor del perro, para confiarle su cuidado y vigilancia, se le in�formó que en el destacamento que comandaba Campo Elías, había un indio que era vaquero de la finca del se�ñor Pino, y por consiguiente conocedor del perro y de sus costumbres.

No fue menester más. Inmediatamente despachó Bolívar una orden a Campo Elías, que estaba acampa�do fuera del pueblo, para que le mandase al consabi�do indio, llamado Tinjacá. Era este un indígena de raza pura, como de treinta años, leal servidor y de carácter muy sencillo. La orden, despachada a secas sin ningu�na explicación, fue militarmente obedecida. El indio se encomendó a Dios, confuso y aterrado, al verse sacado de las filas, desarmado y conducido a Mucuchíes con la mayor seguridad y sin dilación alguna. El pobre creyó que lo iban a fusilar.

Era ya de noche, y Bolívar, envuelto en su capa por el frío intenso del lugar, revisaba el campamento acom�pañado de algunos oficiales, cuando se le presentaron con el recluta.

� ¿Eres tú el indio Tinjacá?� Sí, señor.� ¿Conoces el perro Nevado del señor Pino?� Sí, señor, se ha criado conmigo.� ¿Estás seguro de que te seguirá a donde quiera

que vayas sin necesidad de cadena?� Sí, siempre me ha seguido, contestó el indio vol�

viendo en sí de su estupor.

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� Pues te tomo a mi servicio con el único encargo de cuidar del perro.

El indio estaba tan turbado por la brusca transición efectuada en su ánimo, que no acertó a decir palabra al�guna de agradecimiento. Al cabo se atrevió a preguntar tímidamente dónde estaba el perro.

� Está amarrado en mi alojamiento, le contestó Bolívar.

� Pues si su merced quiere una prueba del cariño que me tiene Nevado, mande que lo suelten y le res�pondo que al punto se vendrá para acá, a pesar de la distancia y de la oscuridad de la noche.

Bolívar clavó sus ojos en el indio y se sonrió, ma�nifestando de este modo su incredulidad; pero después de reflexionar un poco dio la orden y se quedó en el mismo sitio, advirtiendo a Tinjacá que si la prueba re�sultaba adversa lo castigaría severamente.

Las calles de la villa se hallaban a aquella hora cru�zadas por muchos jinetes e infantes ocupados en procu�rar a las tropas el rancho y las comodidades necesarias. Bolívar empezó a temer que el perro, al verse suelto se volviera como un rayo para Moconoque, pero en este momento Tinjacá se llevó la mano derecha a la boca y acomodándose los dedos entre los labios de un modo particular, lanzó un silbido extraño y penetrante, distin�to de los demás silbidos que hasta allí habían oído Bo�lívar y sus compañeros. Algo de salvaje y de guerrero había en aquel silbido que dominó todos los ruidos y al�gazara de los vivac y debió de resonar hasta muy lejos.

� El perro debe ya estar suelto, dijo Bolívar con inquietud, volviéndose a Tinjacá.

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� Sí, señor, respondió éste, y muy pronto estará aquí.

� seguidamente lan�ó al viento otro agudo silbido que hizo vibrar el tímpano a todos los presentes. Hubo un momento de ansiedad. Todos los corazones palpi�taban aceleradamente, menos el del indio, que lleno de confian�a, esperaba tranquilamente el resultado, son�deando la oscuridad con sus miradas en la dirección del alojamiento del Brigadier, que distaba de allí tres o cuatro cuadras. Un grito de contento se escapó de sus labios.

� ¡Allí viene!, exclamó, echando con ligereza un pie atrás para recibir sobre el pecho el pesado cuerpo del perro, que se le tiró encima dando saltos de alegría.

� �a ve su merced como el perro si me quiere, dijo respetuosamente Tinjacá dirigiéndose a su jefe.

Todos quedaron admirados del hecho, que vino a aumentar, si cabe, la estimación y afecto que ya Bolívar tenía por su perro. Él mismo le daba de comer, porque decía que el perro debe recibir siempre la ración direc�tamente de las manos del amo. El resultado de estas contemplaciones fue que a los pocos días ya Nevado te�nía por su nuevo amo el mismo cariño que demostraba por Tinjacá, y que Bolívar aprendió a llamarle de muy lejos con el mismo silbido cuasi salvaje que le enseñó el indio.

Del ingenio festivo y picaresco de algunos oficiales del Estado Mayor salió la especie de bautizar a Tinjacá con el nombre del Edecán del Perro, especie que celebró, Bolívar, pero no sus edecanes, a quienes nunca les cayó en gracia el tal nombre.

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Nevado compartió los azares y la gloria de aque�lla épica campaña de 1813. Sus furibundos latidos se mezclaban sobre los campos de batalla al redoble de los tambores y estruendo de las armas. Era un perro de continente fiero, semejante a un Terranova, pero singu�larmente hermoso, que se atraía las miradas de todos en las ciudades y villas por donde pasaban.

El siete de Agosto, en la entrada triunfal a Caracas, Nevado, acezando de fatiga, seguía a su amo bajo los arcos de triunfo y las banderas que adornaban las calles de la gentil ciudad. Más de una flor perfumada, de las muchas que arrojaban de los balcones sobre la cabeza olímpica del Libertador, vino a quedar prendida en los níveos vellones del perro.

El hermoso Nevado era digno de aquellas flores.

* * *

Dice la historia que cuando Nerón vino al mundo se vieron en el cielo nubes color de sangre y otras seña�les espantosas, lo mismo que al moverse contra Roma el formidable Atila. Tal así debieron verse en Venezue�la en el cielo y en la tierra presagios siniestros cuando compareció en el escenario de la guerra a muerte el te�rrible Boves. Humillada su vandálica fiere�a en el com�bate de Mosquiteros por el intrépido Campo Elías, vino a levantarse como un dragón infernal en la triste bata�lla de La Puerta, donde todo se perdió para la Patria, menos la fe republicana y la perseverancia heroica de Bolívar, que logró salvarse de las garras de su feroz ene�migo, acompañado de algunos de sus bravos tenientes,

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tomando la vía de Caracas con el alma desolada ante aquél inmenso desastre.

Meses antes, sobre el campo de Carabobo, donde habían sido derrotadas por completo las armas realistas, Nevado estuvo a punto de ser lanceado al precipitarse furioso sobre los caballos enemigos. El perro parecía perder el juicio a vista del humo de la pólvora, del cho�que de las armas y las sangrientas escenas del combate.

Para prevenir este mal, ordenó Bolívar a Tinjacá que tuviese amarrado el perro en las acciones de armas; y esta orden, estrictamente obedecida, fue acaso su per�dición en La Puerta, porque sus fuertes latidos, escu�chados desde muy lejos, orientaron a los perseguido�res, y de pronto descubrieron éstos a Tinjacá, que huía siguiendo los pasos de Bolívar, pero entorpecido por el perro que iba amarrado a la cola del caballo.

El perro y su guardián fueron presentados a Boves como una presa inestimable. Hasta las filas realistas ha�bía llegado la fama del noble animal. En los labios de Boves apareció una sonrisa siniestra, y con la refinada malicia que lo caracterizaba se dirigió al atribulado in�dio diciéndole:

� Has cambiado de amo, pero no de oficio. Te nece�sito para que me cuides el perro, y por eso te perdono la vida. �o sé que no te atreverás a huir, porque él sería el primero en descubrirte hasta en las entrañas de la tierra.

Boves acarició a Nevado, seducido por su tamaño y rarísima pinta, pensando desde luego aprovecharse de su finísimo olfato para descubrir algún día el paradero de Bolívar y sus más allegados tenientes, a quienes el perro no podría olvidar en mucho tiempo.

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Nevado asistió cautivo al sitio de Valencia que Bo�ves dirigía personalmente. Bolívar había ordenado a Escalona que defendiese la ciudad a todo trance; y Es�calona y su puñado de héroes así lo hicieron, hasta que reducidos al escaso número de noventa soldados, sin pertrechos ni víveres y constreñidos por los clamores del vecindario se vieron en la dura necesidad de aceptar la capitulación propuesta por Boves, quien se adueñó de la plaza por este medio.

Pero antes, este sanguinario jefe realista hizo cele�brar una misa en su campamento, y adelantándose has�ta el altar en el momento solemnísimo de la elevación, juró en alta voz ante Hostia consagrada que cumpliría y haría cumplir los artículos de la capitulación, los cuales garantizaban la vida y hacienda al vecindario y guarni�ción de la ciudad heroica. Lo que después sucedió, no habrá historiador que lo relate sin llamar la cólera del cielo sobre aquel insigne malvado.

Tinjacá y el perro fueron incorporados en la guar�dia personal del feroz caudillo, alojándose con él en la casa del Suizo, recinto lleno de familias patriotas, asila�das allí por temor a los ultrajes de la soldadesca desen�frenada.

Muchas damas patriotas, temerosas de provocar las iras del vencedor, asistieron, llenas de angustia y de sobresalto, al baile que la oficialidad realista organi�ó en la propia casa del Suizo, residencia de Boves, para obsequiar a éste por el triunfo de sus armas: y cuando este hombre infernal agasajaba con pérfidas sonrisas a las matronas y señoritas allí reunidas, en los hogares de éstas, en las prisiones y en las calles corría despiadada�mente la sangre de los patriotas.

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Aquel sombrío personaje de la leyenda arábiga, el jefe de los Abasidas, que hi�o sacrificar a más de ochen�ta individuos de la ilustre familia de los Omniades, pri�sioneros que descansaban en la fe de su palabra, y que sobre sus cuerpos todavía agonizantes hizo tender ta�pices y servir un banquete a los oficiales de su ejército; este califa pérfido fue sin embargo menos cruel e inhu�mano que Boves en aquella Sambartolomé valenciana. Este monstruo llevó su refinamiento hasta hacer que las madres, esposas e hijas de las víctimas danzasen entre música y flores en medio del esplendor de las bujías, a la misma hora en que, allá entre las sombras, se retor�cían sus deudos más queridos, villanamente sacrifica�dos a lanzazos por una turba de asesinos.

Antes de que llegase a conocimiento de aquellas mártires la tremenda verdad de su infortunio y la inau�dita perversidad de Boves, ya esto se sabía y se comen�taba en los corredores de la casa, en los cuales reinaba un extraño movimiento. Entrada y salida de oficiales, órdenes secretas, sonrisas diabólicas en unos, caras de espanto en otros. Todo lo advirtió Tinjacá y tembló de pies a cabeza. ¡La hora se la matanza había llegado!.

Los distinguidos patriotas Peña y Espejo, que es�taban bailando desaparecieron sin saberse cómo de las manos de sus verdugos, cuando dentro de la mis�ma sala uno de los oficiales tenía ocultas debajo de la chaqueta las cuerdas para amarrarlos. Al día siguiente, descubierto el doctor Espejo en su escondite, fue fusila�do en la plaza pública.

El indio concibió al punto la idea de fugarse con el perro, su fiel e inseparable compañero, pero lo detuvo la

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consideración de que Nevado lo comprometía, porque a pesar de la mucha gente y gran animación que había en la casa, sería muy notable su salida acompañado del perro, el cual estaba encadenado en el interior de la casa por orden expresa de Boves.

¿Qué hacer en momentos tan críticos? Empezaban ya a oírse en labios de la soldadesca los nombres de los patriotas asesinados aquella misma noche, y multitud de partidas armadas cruzaban descaradamente las ca�lles en busca de víctimas. Tinjacá corrió al interior de la casa, y so pretexto de que iba a partir pan para darle al perro, pidió en la cocina un cuchillo del servicio. Segui�damente se dirigió al lugar donde estaba el perro, que se hallaba inquieto y gruñendo de cuando en cuando por el ruido inusitado que llegaba a sus oídos. Con suma rapidez se allegó a él, lo acarició con más extremos que nunca y disimuladamente le cortó el collar de cuero de donde pendía la cadena, dejándolo unido apenas por un hilo, de suerte que Nevado con poco esfuerzo se vie�se libre; y repitiéndole sus extremas caricias, hasta de�jarlo sosegado, se alejó de allí, escurriéndose por entre la mucha gente que llenaba la casa.

Al verse en la calle, consultó la dirección del viento y se alejó de aquella mansión diabólica. Más de una vez se detuvo y vaciló. El paso que daba podía costarle la vida. Tenía muy presentes las palabras de Boves cuan�do cayó prisionero en La Puerta. Huir solo era menos expuesto pero no podía resignarse a abandonar el pe�rro, por el cual sentía un cariño entrañable, un cariño que rayaba en culto, al que se unía el orgullo de ser el único guardián, el único responsable de aquel animal

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que era para Bolívar una joya de gran valor. El pobre indio de los páramos veía en Nevado el talismán de su fortuna; a él debía su posición al lado del Libertador, y el cariño sincero que éste le profesaba. Abandonar�lo, era sacrificar su carrera, su porvenir, era sacrificarlo todo.

La música del baile aún llegaba vagamente a sus oídos. Era necesario detenerse un momento y esperar. Por fortuna la calle en aquel paraje estaba solitaria, a la inversa de los alrededores de la casa del Suizo, donde hervía el concurso de soldados y curiosos.

Cesó la música, y repentinamente en los grupos de militares y otras personas que llenaban los corredores y pórticos de la casa se notó un movimiento simultáneo de sorpresa y de terror.

� ¡Se ha soltado el perro!�exclamaron muchas voces.Efectivamente, Nevado atravesaba como una fle�

cha los corredores de la casa y rompiendo por el api�ñado grupo que obstruía la puerta, derribando a unos y haciendo tambalear a otros, se lanzó a la calle, atro�nando con sus latidos a todo el vecindario. �a fuera, se detuvo algunos instantes, volviendo a todas partes la cabeza, con la nariz hinchada, en alto las velludas orejas y batiendo su hermosísima cola, que a la luz que despe�dían las ventanas del Suizo semejaba un gran plumaje, blanco, muy blanco, como la nieve de los Andes.

Oyóse un silbido lejano que pasó inadvertido para los presentes, pero no para el perro, que partió, como tocado por un resorte eléctrico, desapareciendo a la vis�ta de los circunstantes, a tiempo que el mismo Boves sa�lía a la puerta y lo llamaba con instancia. Cuando éste se

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convenció, por el examen de la cadena, que la fuga del perro era premeditada, se colmó en su ánimo la medida del odio y de la venganza.

Allá, en oscura bocacalle, el indio postrado en tie�rra, sujetó rápidamente al perro por el cuello con una correa que se quitó del cinto, y rasgando una tira de la falda de su camisa, empezó a amordazarle, ingrata operación que el inteligente animal soportó dócilmen�te, aunque manifestando su contrariedad y sufrimiento con lastimeros quejidos.

Hecho esto, el indio tomó un rumbo opuesto para desorientar a los que saliesen a perseguirlos, que natu�ralmente seguirían la dirección que el perro había to�mado en la calle. Ora avanzando cautelosamente, ora retrocediendo al sentir los pasos de alguna escolta, con mil rodeos y angustias caminaba en la dirección de los Corrales, para tomar allí la vía de Barquisimeto.

De pronto, a la mitad de una cuadra, sintió pasos acelerados que venían a su encuentro. Retroceder era imposible. Los pasos se acercaban más y más, hasta que sus ojos espantados vieron dibujarse entre las sombras un bulto informe. Era, por fortuna una persona inofen�siva, un padre que pasó de largo por la acera opuesta, llamado, sin duda para auxiliar algún herido, según creyó Tinjacá. Pero, no, aquel aparente religioso, como después se supo era el bravo Escalona, que en hábito de fraile, se escapaba también de la matanza.

La situación del indio, que caminó toda aquella no�che sin descanso, era doblemente crítica porque el pe�rro era demasiado conocido en las villas y lugares por donde había pasado El Libertador, lo que le obligaba

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a una marcha sumamente penosa por parajes extravia�dos; pero si Nevado era para él una amenaza constante y causa de mil zozobras por los campos y vecindarios que recorría, todos enemigos, en cambio era también un compañero fiel y cariñoso que velaba su sueño y sabía esgrimir sus poderosas garras y agudos colmillos para defenderle en cualquier lance personal.

Al cabo de algunos días logró incorporarse a la gen�te de Rodríguez, el jefe patriota de la guarnición de San Carlos, llamado por Escalona cuando supo la aproxi�mación de Boves. Sabido es que Rodríguez llegó a los alrededores de Valencia con su tropa, que no pasaba de cien hombres, y tuvo que replegarse, porque el ejército sitiador le impidió la entrada. Unido, pues, a este pu�ñado de valientes, corrió la suerte de ellos, atravesando lugares llenos de guerrillas enemigas, ora combatiendo día y noche, ora pereciendo todos, esto es, cuarenta o cincuenta que sobrevivieron, al no menos heroico ejér�cito de Urdaneta, que alcanzaron en el Tocuyo, para emprender juntos aquella célebre retirada que salvó del pavoroso naufragio de 1814 la emigración y las reli�quias de la Patria.

A su paso por Mucuchíes, Urdaneta dejó de reta�guardia en este lugar trescientos hombres al mando de Linares, y con el resto de sus tropas ocupó a Mérida. El valor temerario de Linares lo obligó a combatir con Cal�zada, que los seguía y que casi inesperadamente des�cendió del páramo de Timotes y los atacó con todo su ejército en la propia villa de Mucuchíes.

Tinjacá y Nevado, como era natural, estaban allí con la fuerza de Linares en su tierra nativa, y se vieron

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envueltos en aquel combate heroico que fue desastro�so para los patriotas. El pronto auxilio despachado de Mérida al mando de Rangel y Páez, que volaron con un cuerpo de caballería al socorro de Linares, llegó tarde, pues se encontraron con los primeros derrotados una legua antes de llegar a la villa.

El pánico y la consternación se adueñaron de Mérida, cuyo vecindario vino a aumentar la gran emigración de familias que venían desde el centro de la República al amparo de Urdaneta quien continuó su marcha hacia la Nueva Granada.

¿Qué había sido de Tinjacá y de Nevado? Tratán�dose del perro del Libertador, Urdaneta y su oficiali�dad averiguaron inmediatamente con los derrotados por su paradero, pero nadie dio razón y se temió que hubiese caído otra vez en manos de los españoles. Pero esto no era cierto, porque sabedor Calzada de que el perro se hallaba en el combate de Mucuchíes hizo las más escrupulosas pesquisas para descubrirlo, allanan�do al intento la casa y hacienda del señor Pino su pri�mitivo dueño; pero todo fue en vano: Tinjacá y Nevado no se volvieron a ver. Parecía que se los había tragado la tierra.

Meses después, cuando Bolívar y Urdaneta se vieron en Pamplona por primera vez después de estos desastres, aquél supo con tristeza la historia del perro, y admirando la fidelidad y valentía del indio, exclamó con entera seguridad.

� ¿Sabe usted, Urdaneta, que abrigo una esperanza?� Espero conocerla, general.� Pues creo que mi perro vive y que lo hallaré cuando

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atravesemos de nuevo los páramos de los Andes para libertar a Venezuela.

No era la primera vez que Bolívar hablaba en tono profético.

* * *

Han transcurrido seis años. Por lo alto de los pára�mos de Mérida marchan con dirección a Trujillo varios batallones del ejército patriota; y nuevamente se detie�ne frente a la casa de Moconoque un considerable nú�mero de jinetes. Es Bolívar y su brillante Estado Mayor.

� Llamad en esta casa, dijo el Libertador a uno de sus edecanes.

El estrecho camino apenas podía contener a los jefes y oficiales que habían hecho alto en aquel sitio.

La casa estaba cerrada, y sólo después de fuertes y repetidos golpes crujieron los cerrojos de la puerta, y apareció en el umbral una india anciana, trémula y vacilante, que era la casera, la cual miró con ojos asombrados a la brillante comitiva.

� ¿Vive todavía aquí D. Vicente Pino o alguno de su familia?, le preguntó Bolívar.

� No señor. Todos emigraron para la Nueva Granada, hace algunos años.

� ¿Puede usted, entonces, informarme algo sobre el paradero del perro Nevado y el indio Tinjacá, después del combate de Mucuchíes?

� He oído contar muchas veces la historia del indio y del perro, pero ni aquí han vuelto, ni nadie sabe qué ha sido de ellos.

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Cuando Bolívar y el Estado Mayor continuaron la marcha, la india, deslumbrada todavía por el brillo y bi�arría de tantos jefes y oficiales volvió a correr los ce�rrojos de la puerta, y se entró a comentar el suceso con los otros habitantes de la casa.

� ¡Jesús credo!, les dijo, esto es para confundir a cualquiera. Otra vez el perro, otra vez la misma pre�gunta. Si pasan los españoles, averiguan por el perro, y si pasan los patriotas, la misma cosa. ¡Este animal debe valer mucho dinero!

Pero no solamente en Moconoque, sino en la villa de Mucuchíes, a cada paso de tropas eran interrogados los vecinos sobre el perro, cuyo desaparecimiento esta�ba envuelto en el misterio. Bolívar también averiguó allí por Nevado y su guardián sin resultado alguno, y con esto perdió la esperanza que había abrigado de hallarlo a su paso por los páramos de Mérida.

Al día siguiente emprendieron la gran ascensión del páramo de Timotes. Pronto pasaron el límite de las últimas viviendas humanas y entraron en la sole�dad temible, donde la marcha es lenta y silenciosa, ora cortando la falda de un cerro, ora subiendo por algún plano rápidamente inclinado, con harta fatiga de las bestias de silla. �a hemos dicho que el silencio es allí completo, y absoluta la desnudez del suelo. Hasta la menuda gramínea y la reluciente espelia, que consti�tuyen la única vegetación de estas elevadas regiones, desaparecen en aquella espantosa soledad de varias leguas.

Los caracteres más alegres y festivos allí se apocan y entristecen. Una fuerza oculta nos obliga a callar, rin�

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diendo así culto al dios fabuloso, que según los aborí�genes vivía de pie sobre el risco más empinado de los Andes, con la frente inclinada sobre el pecho y el dedo apoyado en los labios: era el dios de la meditación y del silencio.

El Estado Mayor de Bolívar marchaba con una len�titud imponente. Sólo se oían las pisadas y fuertes re�soplidos de los caballos acezantes. El panorama en lo general uniforme, ofrecía sin embargo rápidos cambia�mientos debido al viento helado que sopla en aquellas cumbres, el cual tan pronto acumula las nieblas en tor�no del viajero, envolviéndolo por completo, como las aleja, ensanchándose el horizonte, para dejarle ver aquí y allí riscos y peñones atrevidos, que asoman sus cabe�zas monstruosas por entre las nubes de un modo tan caprichoso como fantástico.

Los hilos de agua que vienen de lo alto, acrecidos por las lluvias y los deshielos, forman zanjones profun�dos que cortan el camino de trecho en trecho.

Abismado cada cual en sus propios pensamientos caminaban todos, cuando de repente se oyó un grito de guerra.

� ¡Viva la Patria! ¡Viva Bolívar!Grito inesperado que rompió el silencio augusto

del Gran Páramo y que, por un fenómeno propio de la comarca, fue repetido al punto por bocas misteriosas que se abrieron en el fondo de los valles y cañadas, al conjuro del dios Eco; de suerte que las voces Patria y Bolívar fueron retumbando de cerro en cerro hasta mo�rir débilmente en lontananza como el vago rumor de un trueno.

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Antes de que el eco se extinguiese, Bolívar vio salir de uno de aquellos zanjones un personaje extraño, que parecía estar allí acechándole el paso y que corrió hacia él con la ligereza de un gamo. Una larga y oscura manta rayada de colores muy vivos cubría casi todo el cuerpo de aquel hombre, que tomaron por un loco en vista del modo tan brusco e inusitado con que se presentaba.

� ¿No me conoce ya S.E.? dijo dirigiéndose al Libertador con el sombrero en la mano.

� Tinjacá! exclamó Bolívar lleno de asombro.� Siempre a sus órdenes, mi General. Ayer supe en

mi retiro del páramo que S. E. pasaba…� ¿� el perro? ¿Dónde está Nevado?, le preguntó

Bolívar sin dejarlo proseguir.� Está por aquí mismo con una persona de confian�a,

pero no lo traje porque todavía dudaba, y quise ver antes por mis propios ojos si era verdad que S.E. iba con el ejército.

� Pues ve a traérmelo en el acto.� No hay necesidad. Él vendrá solo, le contestó el

indio a tiempo que hacía un movimiento para llamarlo, pero al instante Bolívar lo detuvo, diciéndole:

� ¡Espera!, que yo lo llamaré.� con la excitación de su alegría, que era indescrip�

tible como la sorpresa de sus tenientes, zafóse un guan�te y llevándose a los labios sus dedos acalambrados por el frío, lanzó al viento aquel silbido extraño, cuasi sal�vaje, que en otro tiempo había aprendido del indio, el mismo que oyó por primera vez en la helada villa de Mucuchíes y que más tarde salvó a Nevado, en la noche tétrica de Valencia. El eco se encargó de repetir y pro�

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longar el silbido, que fue a extinguirse como un débil lamento en el confín lejano.

Entre tanto, Tinjacá sonreía de contento, los jefes y oficiales esperaban sorprendidos el desenlace de aque�lla inesperada escena; y Bolívar, pálido de gozo, rasga�ba la niebla con sus miradas de águila.

Un grito unánime se escapó de todos los pechos.� ¡El perro! ¡El perro!...Sobre el borde de un barranco próximo había apa�

recido Nevado, el mismo Nevado, más hermoso y alti�vo que nunca batiendo al aire su abundosa cola, que se�mejaba un plumaje blanco, muy blanco como los copos de nieve. Momentos después, la cabeza del perro desa�parecía bajo los pliegues de la capa del Libertador, que se inclinó desde su caballo para recibirlo en sus brazos.

Si con el Estado Mayor hubiese ido la banda mar�cial, él habría ordenado que en aquel mismo sitio, so�bre una de las cumbres más elevadas de los Andes, re�sonasen los clarines y tambores en alegres dianas por el hallazgo de su perro.

A partir de esta fecha, Nevado siguió a Bolívar por todas partes, ora jadeando detrás de su caballo en las ciudades y campamentos, ora dentro de un cesto, cargado por una mula, a través de largas distancias y en las marchas forzadas. Él estuvo echado junto a la Piedra Histórica de Santa Ana de Trujillo en la célebre entrevista de Bolívar con Morillo, provocando las mi�radas curiosas y la admiración de los oficiales españo�les que conocían su historia; y durante el Armisticio, visitó el extinguido Virreinato de Santafé y durmió al�gunas siestas en la mansión de sus virreyes, sobre las

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ricas alfombras del palacio capitalino de San Carlos, en Bogotá.

Atravesando Bolívar con sus edecanes por un hato de los Llanos, salieron de un caney multitud de perros de todos tamaños, y se arrojaron sobre los caballos, la�drándoles con tanta algarabía y obstinación que los ofi�ciales iban ya a valerse de las espadas para libertarse de aquel tormento, cuando les llegó el remedio, porque en oyendo Nevado, que venía un poco atrás adormitado dentro del cesto, los descompasados aullidos de aque�lla jauría, se botó al suelo de un salto, con espanto de la bestia que lo cargaba, y a todo correr y dando descomu�nales ladridos, arremetió de lleno contra la ruidosa tro�pa de podencos, los cuales huyeron al punto poseídos de terror.

� ¡Bravo, bravo! ¡Lo has hecho muy bien, Nevado!, exclamaron los oficiales, agradecidos al potente animal que les quitaba de encima aquella insoportable moles�tia, a lo que agregó Bolívar, riéndose de la derrota de los galgos:

� Esos pobres perros jamás habían visto un gigante de su especie.

* * *

El 24 de junio de 1821, en la célebre llanura de Ca�rabobo, enardecido el perro en medio de la batalla, se lan�ó como una fiera sobre los caballos españoles, no obstante su edad de nueve años que empezaba a privar�le de rapidez en la carrera y a hacerle más fatigosas las marchas sorprendentes de su perínclito amo. En vano

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se le llamó repetidas veces. Ni él ni Tinjacá, que lo se�guía, volvieron a presentarse a los ojos de Bolívar ni de su Estado Mayor.

�a habían sonado en el glorioso campo las dianas del triunfo y sólo se oían a lo lejos las descargas de fusi�lería que daba el Valencey en su heroica retirada cuan�do Bolívar, vuelto en sí del frenético entusiasmo de la victoria, pregunta de nuevo por su perro, en momentos en que recorría el campo, cuando se presenta un Ayu�dante y le dice:

� Tengo la pena de informar a S.E. que Tinjacá, el indio de su servicio, está gravemente herido.

� ¿� el perro?, le preguntó al punto.� El perro…. dijo titubeando el Ayudante, el perro

también está herido.Bolívar puso al galope su fogoso caballo de batalla

en la dirección indicada.Un cirujano hacía la primera cura al pobre indio,

quien al divisar al Libertador hizo un gran esfuerzo para incorporarse, diciéndole con voz torpe y exte�nuada:

� ¡Ah, mi General, nos han matado el perro!...Bolívar miró en torno con la rapidez del rayo y des�

cubrió allí mismo, a pocos pasos de Tinjacá, el cuerpo exánime de su querido perro, atravesado de un lanzazo. El espeso vellón de su lomo blanco, muy blanco como la nieve de los Andes, estaba tinto en sangre roja, muy roja como las banderas y divisas que yacían humilladas en la inmortal llanura.

Contempló en silencio el tristísimo cuadro, inmóvil como una estatua, y torciendo de pronto las riendas de

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su caballo con un movimiento de doloroso despecho, se alejó velozmente de aquel sitio. En sus ojos de fuego había brillado una lágrima, una lágrima de pesar pro�fundo.

El hermoso perro Nevado era digno de aquella lá�grima.

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XIILa casa de la Patria

(Leyenda histórica)

Doña María Simona Corredor de Pico, viuda, vivía en Mérida, para el año de 1813, enfrente del Alcalde D. Ignacio de Rivas, por la calle donde estuvo el conven�to de San Francisco, derruido por el terremoto de 1812, que hoy es calle de Lora.

Era Doña María Simona de genio muy vivo e insi�nuante, y aunque ya de unos cuarenta años de edad, el clima delicioso de las Sierras Nevadas mantenía fresco y lozano su rostro, iluminado por dos ojos brillantes y expresivos: era una morena que honraba el tipo de la mujer criolla.

Su difunto esposo le había dejado algunas econo�mías, de que ella disfrutaba con el recato y moderación de una dama virtuosa a carta cabal, entregada sólo a las faenas de la casa y sin cuidados de familia porque no le dio el cielo ningún hijo ni tampoco tenía parientes cercanos. Únicamente las inquietudes políticas, a partir del 19 de abril de 1810, turbaban de cuando en cuando el sosiego de su vida.

El célebre canónigo Dr. Francisco A. Uzcátegui, alma del movimiento revolucionario en la ciudad de Mérida, era amigo y consultor de Doña María Simona, quien lo imitó desde luego en el ardoroso sentimiento del amor a la naciente Patria.

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En los preparativos para el recibimiento del Ejér�cito de la Unión, que comandaba el entonces Brigadier Simón Bolívar, su tocaya Doña Simona prestó en aso�cio de otras distinguidas damas merideñas sus espon�táneos y patrióticos servicios. El Ayuntamiento tenía preparado un acto, en que su Presidente, D. Ignacio de Rivas, padre del famoso Rivas Dávila, saludó a Bolívar y al Ejército de la Unión a nombre de la nueva Provin�cia independiente.

El entusiasmo de los merideños fue grande en aquella ocasión. En la plaza pública, al recibir a Bolívar, le aclamaron por primera vez con el título de Liberta�dor. Campo Elías, los Picones y Paredes, el viejo Ponce, los Maldonados, Rangel, Rivas Dávila y muchos otros oficiales se hallaban al frente de los voluntarios que se alistaron en el Ejército Patriota; y fue entonces cuando se vieron en Mérida hechos dignos de la heroicidad de Esparta.

Entre las mujeres, una hermana del canónigo Uzcá�tegui costea un cañón y lo regala a la Patria; la varonil Anastasia, criada del Convento de Monjas Clarisas, es�panta a Correa, en altas horas de la noche, con el sonido de una caja de guerra y el disparo de un trabuco; otra merideña, la célebre Nava, se sale a campaña, llevando un fusil, mientras el hijo, que iba a su lado, sanaba de un brazo enfermo.

Doña María Simona se sentía desde lo íntimo movi�da a cosas semejantes y esperaba el momento oportuno para manifestarse. Como era vecina de D. Ignacio de Rivas, Presidente de la Municipalidad, y éste conocía mejor que cualquier otro los quilates de su patriotismo,

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al abrirse el empréstito a favor del Ejército de Bolívar, inscribió desde luego a Doña Simona en la suma de qui�nientos pesos.

� Vecina, vaya contando el dinero.� ¿Qué ocurre D. Ignacio?� Pues que urge equipar al Ejército que seguirá

de un momento a otro y el Ayuntamiento acordó un empréstito forzoso.

� ¿De suerte que el Brigadier Bolívar está necesitado de fondos?

� Ni más ni menos: y ud. de seguro, no le negará su auxilio.

� Cincuenta pesos tengo en dinero a la disposición.D. Ignacio hizo un gesto de sorpresa y le contestó

sonriendo:� Pues yo la hacía más rica y por eso la inscribí en

quinientos pesos.� ¡Quinientos! Pocas veces los he visto juntos; pero,

en fin, D. Ignacio, si todos tuvieran la voluntad de dar que yo tengo, pronto estaría listo el Ejército. Llévese los cincuenta y después hablaremos.

Doña Simona pensó en vender su vajilla de plata y sus gargantillas de oro para cubrir el empréstito, pero no halló quien le diese por todo ello el dinero que necesitaba; y en idas y venidas, en vueltas y revueltas, corría un tiempo precioso, pues aunque nadie la compelía por la fuerza, ella deseaba dar una prueba de su ardiente patriotismo en ocasión tan importante.

�a las tropas estaban formadas en la pla�a, ya las cajas tocaban a marcha, ya se oían los sollozos y brillaban las lágrimas de despedida en torno de los voluntarios;

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todo era agitación y movimiento por la calle donde estaba alojado el Brigadier Bolívar.

Cuando se vio venir acompañada por el noble anciano D. Ignacio de Rivas, una dama vestida de negro, que fue introducida en la sala de recibo del Brigadier y presentada a éste por el mismo Rivas:

� Doña María Simona Corredor de Pico, viuda, desea hablar con el ciudadano Jefe del Ejército de la Unión.

� Señora, dijo Bolívar, ya había oído su nombre de Ud. como el de una distinguida compañera de causa.

� Sí, señor, soy patriota y vengo a ofreceros mi casa, que podéis vender aquí mismo en mil doscientos pesos, donativo que hago a la Patria del modo más espontáneo, ya que no puedo servirla de otro modo.

� Pero, señora, acaso esta generosa acción pueda perjudicar a su familia y dejarla a Ud. misma sin abrigo.

� Soy sola en el mundo, sin hijos ni familia próxima; y por lo que a mí toca, no tema arruinarme con esta donación que os ruego aceptéis en nombre del Ejército y de la causa que defendéis.

� Pues, señora, jamás olvidaré este noble rasgo de vuestra generosidad que proporciona recursos para la campaña y que me da a conocer el entusiasmo de la mujer merideña por la libertad de nuestra Patria.

En el archivo público de Mérida se conserva para perpetua memoria la escritura de donación de dicha finca que Doña Simona otorgó a favor de la Patria el 22 de junio de 1813, días después de haber partido Bolívar, ante el Escribano D. Rafael de Almarza y los testigos D. Juan José Rangel y D. Antonio Ignacio Aponte.

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La antigua casa de D. Ignacio de Rivas, padre de Rivas Dávila en que vino a vivir después D. José Fran�cisco Jiménez, Comisario de Guerra del Ejército Liber�tador, está señalada en Mérida con una piedra con�memorativa. En frente de esta casa, calle por medio, quedaba la de Doña Simona, que se llamó de la Patria, y que era de tapia y teja con agua corriente para su ser�vicio.

La primera finca propia, obtenida por donación directa, digámoslo así, de que disfrutó la Patria Vene�zolana, fue esta casa, regalo de una patriota merideña. No puede negarse que Doña Simona supo ponerse a la altura de su consultor y respetable amigo el canónigo Uzcátegui, quien en 1811 había hecho también su rega�lo a la Patria, consistente en diez y seis cañones monta�dos sobre sus cureñas!

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XIIILa silla de suela

Entre las diversas clases de sillas, inventadas y por inventar, ninguna puede disputarle la palma en solidez, comodidad y conveniencia a la tradicional silla de suela que tan importante papel desempeña en la economía doméstica.

¿Quién no ha traqueado, de aquí para allá, una silla de estas, lustrosas por el uso inmemorial, pero fuertes y resistentes como un yunque?

No hay exageración en afirmar que es el mueble más durable. ¡Conocemos algunas que cuentan más de un siglo de servicio!

La silla de suela, que dicho sea de paso, no debe faltar en ninguna casa, es el todo en las faenas domésticas.

Sirve de escalera y de andamio para subirse en todas partes, a clavar, tapizar, componer las tejas de la barda, podar los árboles, etc.

Tendida a lo largo en el suelo, sirve de banco para montar cajas, baúles, bultos, tablas y cualquiera otra cosa.

La silla de suela no tiene punto fijo� recorre toda la casa, sufriendo golpes y empellones, siempre inconmovible como una pieza de hierro.

Es el asiento clásico en los colegios y comunidades ; la cama, el baúl y la silla de suela han sido el mobiliario de todo estudiante interno.

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Si en las ciudades, la silla de suela es tan útil y be�nemérita, en el campo no se diga: allí es la reina de los asientos. A su lado parecen figuras de alfeñique esas sillas de juncos y esterilla, que el arte moderno ofrece, tan efímeras como los celajes, como las brisas, como el perfume de tiernas flores; mientras que las sillas de sue�la, negras y abrillantadas por el uso, son perdurables y firmes, como los cedros, como los bronces, como las rocas de la montaña.

Es, por antonomasia, la silla del pueblo, la silla del pobre, que en las horas apacibles de descanso, se huelga en ella, recostándola a la pared, para entregarse a los dulces coloquios de la familia, en el seno del hogar, sin envidiar, por cierto, la suerte del rico, que a las mismas horas se despereza con hastío sobre los cojines de seda y las doradas poltronas.

* * *

Las sillas de suela tienen, entre nosotros, su faz his�tórica. Sin hacer cuenta de que en Hispanoamérica no las había de otra clase, en los siglos pasados y principios del XIX, relataremos lo sucedido a Bolívar en marzo de 1824, en la ciudad de Trujillo (Perú), según el testimo�nio de O´Leary.

Cierto día, al levantarse Bolívar del asiento en que escribía, se le rasgó el pantalón de una manera visible. Volvió prontamente El Libertador sus ojos al objeto que le había ocasionado tal percance y descubrió que era un clavo sobresaliente de la silla de suela donde estaba sentado. Con sorpresa de los oficiales que lo rodeaban,

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Bolívar se inclinó sobre la silla y se puso a examinar el clavo con detenimiento, sin decir una palabra.

De repente se yergue, y da esta orden a secas:� Que venga inmediatamente el Alcalde de la

ciudad.Creyóse que el Libertador iba a tomar venganza de

la rasgadura del pantalón con alguna alcaldada de padre y muy señor mío; y efectivamente, el Alcalde, que llegó en seguida, oyó con asombro esta orden terminante y perentoria:

� Haga usted recoger cuantas sillas de suela existan en la ciudad, y mándelas a la Comisaría.

Pocas horas después, ya no cabían las sillas en la Comisaría General; y los vecinos se devanaban los sesos pensando en la causa de aquella contribución de guerra tan rara e inexplicable.

� ¿Si será que el Libertador ha combinado algún plan de batalla en que el ejército debe combatir sentado?

� No, decían otros, es que van a utilizar la madera para leña, y la suela para cartucheras y correaje.

� Pues lo más racional es creer, dijo uno de los ede�canes, que se trata de armar barricadas para la defensa de la ciudad.

En tanto zumbaban las crónicas por todas partes, y se removían las sillas nuevas y viejas, desde la sala hasta la cocina en todas las casas, Bolívar sonreía de contento pues había hecho un descubrimiento de importancia.

Se estaba equipando el ejército; y desde hacía días se había agotado por completo el estaño, que era indis�pensable para soldar las cantinas y otros útiles de cam�paña, de suerte que estaban paralizados los trabajos

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indefinidamente, porque no se esperaba conseguir tan pronto dicho material.

Bolívar, que sabía herrar un caballo y cortar un ves�tido, como el mejor herrero y el mejor sastre, conoció al punto que el clavo saliente era de estaño. Se cercioró de ello, y por medio de la contribución ya dicha, ob�tuvo el metal necesario para soldar las cantinas y ollas de campaña del gran Ejército que, meses después, iba a victorear a la América libre en los campos de Ayacucho.

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XIVUn trabucazo a tiempo

(Episodio histórico)

Anastasia era su nombre de pila. Del apellido no hablan las crónicas. Mujer varonil que servía a las reverendas monjas del Convento de Santa Clara como criada en las diligencias de calle. Era ella la que todas las tardes cerraba la portería por fuera y anudaba luego la llave de la cuerda que al efecto era arrojada por una de las altas rejas del Convento que daban a la calle, costumbre que todavía recordarán muchos vecinos de Mérida.

Desde que se supo que un gato había arañado a Barreiro, cuando éste disciplinaba un batallón en Mérida, vino a ser proverbial entre los españoles el dicho de que “en Mérida hasta los gatos eran patriotas”. Muy lógico es, pues, que Anastasia, como buena merideña, lo fuese hasta la médula de los huesos.

En las pulperías y en el mercado, a donde iba con frecuencia por ra�ón de su oficio, podía ella apreciar los rumbos de la política y de la guerra. Supo al dedillo en 1813 cómo el Brigadier Bolívar había derrotado a Correa en Cúcuta y que éste, después de otra derrota en La Grita, venía de raspas cuando se adueñó de Mérida y acampó en la plaza con todas sus tropas.

Anastasia tenía vara alta con todos los patriotas no�tables, que conocían la fidelidad y su entusiasmo por la causa. So pretexto de vender granjerías del Convento,

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se introdujo un día en la casa del viejo patriota D. Lo�renzo Maldonado; y allí supo los planes de alzamiento en que andaban los insurgentes, apoyados en la aproxi�mación de Bolívar, con quien estaban en comunicación directa, y las comisiones que en los mismo ojos de Co�rrea enviaban ya a los campos y pueblos vecinos para mover la gente.

Anastasia bailaba en un pie de contenta por todo ello, y no veía las santas horas de oír ya por la ciudad el grito entusiasmador de ¡Viva la Patria!, sobre todo cuando Correa cerró su campamento, circunscribién�dolo a la plaza, en vista de los movimientos alarman�tes que notaba en la ciudad y las noticias cada vez más apremiantes de que Bolívar llegaba. La vanguardia de su ejército estaba ya en Bailadores.

Sintió Anastasia que le palpitaba el corazón con fuerza y dominada por un pensamiento súbito, se dijo interiormente.

� ¡Es una corazonada! ¿qué puede ser que no sea? Manos a la obra.

Después del terremoto de 1812 y las tristes vicisi�tudes por las que pasó la Patria, nadie pensó en Mérida en reedificar formalmente los edificios. Para 1813, por el mes de abril un año después de la catástrofe, había muchas casas ruinosas de pavoroso aspecto, comple�tamente abandonadas. A cada paso tropezaba la vista con escombros, de suerte que aún en torno de la plaza principal el aspecto era tristísimo, contribuyendo a ello principalmente la ruina del antiguo templo, que ame�nazaba venirse al suelo aún antes del terremoto; por lo que estaba iniciada la fábrica de una gran Catedral so�

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bre los planos de la de Toledo, en cuyas cepas todavía visibles, se gastaron cerca de ochenta mil fuertes. Tal era Mérida en 1813.

Viose a Anastasia sacar un lío de su pobre casucha, y echar a caminar por las ruinosas calles, cruzando por aquí y por más allá, como sin rumbo fijo, hasta perderse entre los escombros de un caserón mitad derruido y mi�tad en pie, que distaba pocas cuadras de la plaza.

� Perdóneme su merced, dijo a la madre Portera, al acto de despedirse por la tarde, pero voy a hacerle un encargo. Aquí traigo una vela para que se la encienda esta noche a Nuestra Señora de las Mercedes, para que me saque de un apuro.

� ¿� qué te pasa Anastasia?� Mañana lo sabrá su merced, si Dios nos da vida.� Cuidado, Anastasia, mira que los tiempos son

muy críticos, y hemos sabido que te ocupas mucho en las cosas de la guerra.

� Pierda cuidado, su merced, que no es nada.La monja Portera se retiró cavilosa, porque no se

les ocultaba el carácter políticamente inquieto de la cria�da, en tanto que ésta exclamaba a media voz:

� ¡Si ella supiera!La noche se echó encima. La ciudad, pasadas las

nueve, quedó sin un farol siquiera. Oíanse de cuando en cuando los alertas de las avanzadas de Correa, apos�tados en los ángulos de la plaza.

Un bulto informe se adelanta en medio de las ti�nieblas por detrás de los escombros que rodeaban en mucha parte la plaza. Detiénese en un paredón, resto de antigua sala, y allí quédase inmóvil por algunos instan�

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tes. De pronto una voz vibrante y robusta rompe el se�pulcral silencio con el grito de ¡Viva la Patria! Seguido de una detonación de arma de fuego y el redoble de un tambor. El primer pensamiento de los realistas fue que Bolívar caía de sorpresa sobre la plaza.

Fácil es comprender la alarma que cundió en el campo de Correa. Sonaron muchos tiros y gritos de combate en las avanzadas que unas con otras se cre�yeron enemigas. En medio de aquella gran confusión quién creía que en el seno mismo del campamento ha�bía algún traidor, quién que era obra de algún espíritu maligno. Sea lo cierto que en la madrugada, y aún ig�norante de la verdad del caso, Correa juzgó como más acertado abandonar a Mérida y emprender marcha ha�cia Betijoque.

Al amanecer del día 18 de abril se oyó un toque de diana en la plaza. Asomáronse con cautela los patriotas, a quienes tenían en vela y con suma ansiedad los tiros y gritos de la noche y el movimiento de tropas sentido en la madrugada; y vieron llenos de sorpresa que no había en la plaza más alma viviente que Anastasia, con un trabuco terciado y dándole el parche con más bríos que un tambor mayor.

La fiel insurgente era secreta depositaria de algu�nos elementos de guerra escondidos por los patriotas en su humilde vivienda después del desastre de 1812; y si a eso se agrega que era ella la que tocaba el tambo�ril en los inocentes regocijos del Convento, compren�deremos por qué tuvo tan a la mano armas y tambor, y por qué también sabía tocar de lo lindo este instru�mento bélico.

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Muy lejos estamos de atribuir sólo a este incidente la marcha de Correa, cuyo ejército no era una bicoca, pues pasaba de mil hombres. Él se fue porque después de los hechos de armas de Cúcuta y la Angostura de La Grita y las noticias ciertas de que Bolívar avanzaba no podía, por ningún respecto, permanecer en Mérida, ciudad enemiga en cuyos alrededores organizaba ya el bravo Campo Elías tropas de voluntarios con qué auxi�liar al Ejército Libertador. Pero es lo cierto que Correa precipitó su retirada por el heroísmo de la criada del Convento, la varonil Anastasia, que infundió por aquel medio en el ánimo de las tropas derrotadas cierto terror pánico inevitable; pues no faltó quien atribuyese a es�panto tan descomunal alboroto.

Cuando el sol apareció brillante sobre la nevada cima de la ciudad, la plaza hervía, no diremos en sol�dados, porque carecían de armas, sino en ciudadanos prontos a sacrificarse por la Patria. Bolívar, desde Cú�cuta, donde supo lo ocurrido y la actitud patriótica de Mérida, envió a D. Cristóbal Mendoza con el carácter de Gobernador de la Provincia para organizarla; y el 23 de mayo llegó él mismo, por primera vez, a la ciudad de la Sierra. Quinientos merideños salieron con él a campaña y puede decirse también que quinientos merideños die�ron entonces su sangre por la Patria, pues dice la tradi�ción que sólo quince regresaron a sus hogares.

De Anastasia, la pobre, nada más se dice. El heroís�mo la sacó un día de la oscuridad en que vivía; la ex�hibió grande después de una feliz aventura y todos la vieron en la pla�a pública transfigurada por el inmenso regocijo de su alma, gritando ¡Viva la Patria! al sonoro

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redoble de la caja de guerra y con el arma cruzada so�bre el pecho. Pero la tradición no dice más. Habla sólo de un hijo, a quien mandó a la guerra a ejemplo de las matronas de Esparta, el cual fue a morir fusilado en Bogotá.

Tal es la leyenda de la varonil Anastasia y la historia de un trabucazo a tiempo.

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XVEl sombrero del padre Gamboa

(Episodio histórico)

Días después del terrible decreto de guerra a muer�te, el 30 de junio de 1813, se hallaba acampado en la Boca del Monte, cerca de Boconó de Trujillo, el Gene�ral José Félix Ribas, Comandante de la retaguardia del Ejército Libertador de Venezuela, cuando se presentó en el campamento un emisario que manifestó en segui�da el deseo de hablarle con la mayor reserva.

Era un paisano de Niquitao que llegaba jadeante, con el rostro demudado y cubierto de barro de pies a cabeza, después de haber atravesado con riesgo de la vida los ríos Burate y Boconó que estaban crecidos por efecto de las lluvias torrenciales.

Ribas le prestó desde luego vivísima atención, sos�pechando que se trataba de un asunto grave.

� Señor Comandante, le dijo el desconocido emisa�rio, no hay tiempo que perder. Los enemigos están casi a dos leguas de Niquitao en el sitio de La Vega.

� ¿Qué dice usted?...� Han salido de Barinas, por la vía de Calderas,

como mil hombres despachados por Tizcar, al mando del Comandante Martí. El señor Alcalde D. Pedro José Briceño, que es patriota decidido, me envía con este parte verbal, porque no hubo tiempo de hacerlo por escrito.

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Ribas sólo tenía trescientos hombres, la mayor par�te de reclutas. No obstante esto, resuelve contramar�char, de acuerdo con Urdaneta, que acaba de unírsele con cincuenta, pero antes de ponerlo en práctica hace preso al emisario, que era D. Juan Guillén, diciéndole a secas y de una manera perentoria:

� Voy a hacer que venga el Cura de Boconó para que lo confiese a usted ahora mismo, porque si la noti�cia que me comunica resulta falsa, lo fusilo a usted en el acto.

Antes que inmutarse, Guillén se sonrió con perfecta tranquilidad de ánimo, lo que decidió a Ribas a salir en el mismo instante al encuentro del enemigo.

En la noche del 1º de julio llega a Niquitao; y a las nueve de la mañana del siguiente día 2 rompe los fuegos sobre las tropas de Martí que ocupaba alturas inexpug�nables en el sitio de las Mesitas, en tanto que el Cura del lugar, Pbro. Ricardo Gamboa, gran patriota desde 1810, sacaba una rogativa con los ancianos y mujeres que qui�sieron acompañarlo en tan críticas circunstancias, a fin de interponer sus plegarias para salvar al pueblo del azote de las tropas del Tizcar, cuyo solo nombre inspi�raba horror después de la reciente matanza de patriotas que había ejecutado en Barinas.

Bien conocidos son los detalles del combate de Niquitao, combate desigual en extremo, en que lanza�ba centellas la valiente espada de Ribas, y donde Ur�daneta, Campo Elías, Ortega, Planas y muchos otros pelearon durante nueve horas con épica desespera�ción, hasta desalojar al enemigo de sus formidables posiciones.

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El último baluarte de los realistas fue una peña alta e inaccesible hasta la cual subieron los soldados de Campo Elías, indios de Mucuchíes en su mayor parte, mostrando un valor increíble, pues sin hacer caso de la granizada de balas que caía sobre ellos, trepaban más como gatos que como hombres, desprovistos de fusiles, que allí eran un estorbo, llevando tan sólo el desnudo acero cogido con los dientes.

Asombrado Martí de semejante arrojo dirige sus miradas a una y otra parte del campo de batalla, angustiado y perplejo, y descubre a través del humo, en la dirección del pueblo, la gente y estandarte de la rogativa del P. Gamboa, lo que toma por el grueso del ejército de Bolívar.

La derrota ya iniciada, se declara entonces de una manera rápida y general. Casi toda la tropa realista, con sus armas, pertrechos y equipajes vinieron a manos de los vencedores en pocas horas.

* * *

Durante el combate, un viento impetuoso barría los desnudos riscos y bramaba en la profundidad de los valles, viento que desde el principio hizo volar como plumas los sombreros de los patriotas, quienes ganaron el triunfo con la cabeza descubierta bajo los rigores de un páramo inclemente.

Al pasar revista al ejército después de la activa persecución del enemigo. Ribas observó que una de las más urgentes necesidades de la tropa era la de sombreros.

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� En el botín de guerra hay quinientas gorras de cuero con sus chapas metálicas, informóle el Comisario de Guerra, creyendo que podrían utilizarse.

� Que se arrojen al fuego en el acto, exclamó Ribas. Jamás vestiré mis soldados con los despojos del enemi�go.

� en efecto, se hi�o al punto una gran hoguera en la plaza, y las quinientas gorras realistas, en las cuales se leía el mote de España Triunfante, fueron consumidas por el fuego.

Ribas ordenó en seguida que se llamase al Alcalde, y D. Pedro José Briceño se presentó al momento.

� Dentro de una hora debe usted entregarme dos�cientos sombreros para la tropa.

� ¡Doscientos sombreros, señor! En este pueblo no se fabrican de ninguna clase; y aunque se recogiesen los de uso, no alcanza el vecindario a doscientas almas.

� El caso no admite excusa. Proceda usted sin de�mora a buscar los sombreros donde haya lugar.

D. Pedro se echó a la calle con las manos en la cabe�za pensando en el modo de cumplir tan estrecha orden. Acompañado de dos alguaciles empieza a recorrer el pueblo, registrando una a una todas las casas, sin ex�cepciones de ningún género.

Donde no hallaba sombrero a la vista, hacía abrir los baúles, alacenas y escaparates, sin pararse en oír los reclamos y quejas que en cada casa provocaban seme�jantes actos de allanamiento y expropiación.

Es lo cierto que a la hora precisa del plazo, el vecin�dario entero se hallaba con la cabeza descubierta, pues estaban en poder del celoso Alcalde todos los sombre�

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ros existentes en Niquitao. Pero aún así, no llegaba el número sino a ciento cincuenta, los cuales presentó a Ribas con la disculpa del caso.

� Muy bien, señor Alcalde. Aplaudo su actividad en servicio de la Patria. Tanto Ribas como los oficia�les que lo acompañaban no pudieron contener la risa al ver aquella extravagante mezcolanza de sombreros de todas hechuras, clases y tamaños. Los había de mu�jer, con velos y toquillas unos, de grandes alas y visto�so plumaje otros, restos de la moda vigente en Francia para la época del Directorio. Hasta papalinas y gorros de dormir habían caído en manos del inflexible Alcalde.

� ¿� esto qué contiene?, preguntóle Ribas al ver una gran caja de cartón forrada en cuero.

� Es el sombrero del señor Cura, contestóle el Alcalde.

� No, no, devuélvale usted al P. Gamboa su sombrero. Con él no reza la orden.

* * *

El venerable y patriota Cura se había captada las simpatías y respeto de la tropa republicana, y se ha�llaba a la sazón en muy graves y tristes quehaceres. Se ocupaba en dar sepultura a los muertos y comodidad a los heridos, y lo que es más triste aún, en auxiliar de las oficiales prisioneros que iban a ser fusilados, cumplién�dose por vez primera el tremendo decreto de guerra a muerte.

Por este motivo no supo lo ocurrido con su som�brero sino en los momentos de partir las fuerzas vence�

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doras. Prontamente toma en sus manos aquel preciado objeto de su traje eclesiástico, reservado para las gran�des solemnidades. Sale a la plaza, y en presencia de la tropa, provoca a su sombrero de la forma característica de teja, cortándole al efecto los cordones que sujetaban de la copa las grandes alas; le pone la divisa de la Pa�tria, y lo entrega allí mismo al Tambor del Ejército, que sólo tenía en la cabeza un pañuelo amarrado en forma turbante.

El Tambor se llena de gozo con tan oportuno obsequio y al momento se cubre con el gran sombrero del Cura.

Ribas, que recorría las filas en su caballo de batalla, divisa desde lejos la acción del Tambor, y como un rayo se dirige a él y le dice:

� �o mismo lo he presentado con mucho gusto, contestóle el P. Gamboa. Pero ya he dicho que con vos no reza la orden, porque os debemos muchos y valiosos servicios. Lleváos, pues, vuestro sombrero que os haría gran falta.

� Oh, no señor Comandante por grande que fuese este sacrificio, sería nada comparado con la inmensa sa�tisfacción que me proporciona al saber que las dianas de nuestros triunfos, van a resonar ahora bajo las alas de mi sombrero.

Ribas dio un estrecho abrazo al generoso levita, y los oficiales y tropa aplaudieron con un hurra atrona�dor tan oportuno ejemplo de desprendimiento a favor de la Patria.

De esta suerte, los vencedores de Niquitao, a me�dio disfraz en fuerza de las circunstancias, partieron a

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tambor batiente y banderas desplegadas a segar nuevos laureles bajo las inmediatas órdenes de Bolívar.

¿� el P. Gamboa? Los realistas no lo perdonaron. Desde la invasión de Calzada en 1814, fue perseguido y procesado como rebelde! He aquí uno de los mártires ignorados de la Patria.

Nota. Los hechos relatados son rigurosamente his�tóricos. En 1880 D. José María Baptista Briceño publicó interesantes detalles sobre el combate de Niquitao, apo�yado en el dicho de testigos presenciales y en el testimo�nio autorizado de su padre el venerable D. José María Baptista, sobrino político del célebre Doctor y Coronel Antonio Nicolás Briceño, apellidado el Diablo. De esos apuntamientos y de otras fuentes fidedignas se han to�mado los datos necesarios para escribir este episodio.

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XVISegundo paso de Bolívar

por Los Andes venezolanos

El 23 de septiembre de 1820 movióse el coronel Ambrosio Plaza, de San Cristóbal hacia Mérida, por orden de Bolívar, con las dos primeras Brigadas de la Guardia del mismo Libertador. En Mérida se hallaba a la sazón la División española de La Torre, quien la había dejado al mando del coronel Don Juan Tello, y partido para Calabozo. Tello se situó en la Parroquia de Bai�ladores, hoy Tovar, con los batallones Navarra, Barinas y el Tambo, que sumaban más de mil soldados, según algunos autores.

El General Pedro Briceño Méndez, secretario del Libertador, relata oficialmente los movimientos de gue�rra habidos en los Andes en septiembre y octubre de 1820. De oficio dirigido al Jefe de Estado Mayor Gene�ral, fechado en Mérida en 1º de octubre, tomamos los párrafos siguientes:

“La Guardia acampó el 29 en Estánquez; se había adelantado el 28 el coronel Rangel, con los cazadores del Vencedor y 30 carabineros, a reconocer el puente de Chama, que siendo el único tránsito, estaba fortifi�cado por el enemigo, aprovechando su situación natu�ralmente formidable. Aunque este puente era suficiente a impedir el paso, los españoles lo hicieron absoluta�mente inaccesible, atricherándose a media legua de él en un desfiladero que, cubierto con 100 hombres, debía

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ser impracticable. El coronel Rangel, luego que examinó esta posición la tarde del 29, mandó 25 cazadores que divirtiesen por el frente al enemigo, mientras que con el resto de la compañía, a las órdenes del capitán Morillo, la for�aba por un flanco� en efecto, bastó una carga fir�me para que fuese vergonzosamente abandonada, per�diendo los nuestros un soldado.

“Parecía que aunque perseguido el enemigo, se sostendría en el puente, a favor de un puesto que per�mite la oposición de 100 hombres al ejército más nume�roso; pero los españoles, llenos de terror, lo desocupa�ron también a pesar de las órdenes de defenderlo, no deteniéndose ni aún a cortarlo; apenas para facilitar su fuga, lo inutilizaron por el momento, pero de manera que pudo repararse en el día 30.

“Como el Libertador había for�ado sus marchas desde que fue instruido de los obstáculos que debía en�contrar la Guardia, pudo reunirse a ella a la orilla del Chama en la tarde de ayer. A la madrugada de hoy (1º de octubre) previno que los cuerpos pasasen el puente, y él se adelantó rápidamente con los cazadores del Ven-cedor y el batallón Tiradores, por si lograba alcanzar al enemigo. Informado S.E. en San Juan de la marcha de éstos, ganando ya dos jornadas, dispuso venir sólo con su Estado Mayor a esta ciudad (Mérida); y ha entrado a las once del día, entre las aclamaciones y aplausos de un pueblo que ha justificado siempre sus sentimientos patrióticos. Mañana llegará la Guardia y continuará sus operaciones”.

Desde el 21 de septiembre había llegado Bolívar a San Cristóbal, de donde salió para Mérida en seguida

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de Plaza, según parece el 26 del propio mes, llegando a la ciudad de la Sierra el 1º de octubre, a las 11 de la ma�ñana, como queda dicho. Tello y su tropa habían deso�cupado la ciudad el día antes, 30 de septiembre. El Li�bertador se alojó en Mérida en la casa del coronel Rangel a la cual se dirigió algunas horas después de su llegada, pues aunque se le tenía otra casa preparada, informado de que ella había sido objeto de reciente embargo, se�cuestro o cosa parecida, excusóse de aceptarla. Era esta la casa del emigrado José Fernández y pesaba sobre ella un gravamen a favor del Rectorado del Seminario. La del coronel Rangel, lo mismo que la que ocupó Bolívar en 1813, están señaladas con piedras conmemorativas.

Bolívar permaneció en Mérida hasta el día 4, en que siguió para Trujillo, a donde llegó el 7 en la tarde. Dos leguas antes de llegar a Trujillo, encontrase, según O´Leary, con una comitiva de frailes, que venían a re�cibirlo en muy buenas mulas; y como las bestias en que iban Bolívar y sus compañeros estaban rendidas de can�sancio, los religiosos, a exigencias del Libertador, hu�bieron de consentir en una permuta temporal de cabal�gaduras, ciertamente inesperada y desventajosa para ellos, pero que permitió a Bolívar rendir su jornada en bestias muy frescas y briosas. Es claro que no debió ser muy grata a los reverendos frailes la ocurrencia, por más que fuesen patriotas, pues para colmo de su infor�tunio caía a la sazón una fuerte lluvia.

Briceño Méndez comunicó a los vicepresidentes de Venezuela y Colombia, con fecha 8 de octubre, desde Trujillo, la rápida y feliz reconquista de las dos provin�cias andinas por las armas libertadoras.

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En este oficio les dice� “El 2 entró la Guardia del Li�bertador en Mérida. Destacados de allí 40 hombres de caballería a las órdenes del señor coronel Rangel, pa�saron por la noche el Páramo de Mucuchíes, y el 3, al amanecer, dieron con el todo del enemigo. Sólo aquel Jefe con los coroneles Gómez, Infante y Mayor Segarra, y siete dragones, bastaron para atacar la retaguardia de la 3ª División española y tomarles todo su parque de víveres y municiones, 14 fusileros armados, matándo�les 4 oficiales y 6 soldados. �a antes había tomado el equipaje del Obispo de Mérida, que hace de caudillo y proveedor de esta División; el equipaje se envió a la Catedral de aquella ciudad”.

Respecto a la actitud realista del Obispo Lasso, es de justicia recordar que cinco meses después, el 1º de marzo de 1821, tuvo ocasión el mismo Obispo de en�tenderse personalmente con Bolívar, a quien recibió por primera vez a la puerta de la iglesia de Trujillo, revesti�do de Pontifical. El Libertador hincó una rodilla ante el venerable Pontífice, y éste le dio a besar la cru� entran�do luego al templo, donde se efectuó un acto religioso de acción de gracias según lo ha relatado el mismo Ilus�trísimo señor Lasso, quien a las cinco de la tarde fue a visitar a Bolívar en su alojamiento, que era la casa del General Urdaneta, según Groot.

Fue recibido por el Héroe con las mayores demos�traciones de aprecio. Desde entonces el Obispo Lasso fue un poderoso auxiliar de la Patria, pues entró desde luego en correspondencia con la Silla Apostólica a favor de la Gran Colombia y fue allí mismo uno de los constituyen�tes en el Rosario de Cúcuta, diputado por Maracaibo.

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El mismo Briceño Méndez, ocho días después de la entrevista de Bolívar con el Obispo Lasso, le dice a éste en un oficio fechado en la ciudad de Trujillo� “Su excelencia, animado de los sentimientos de piedad religiosa de que se gloria, tiene por uno de los primeros y más importantes deberes proteger y sostener a la Iglesia y a sus dignos Prelados. Nada es más satisfactorio para su Excelencia que ratificar estas disposiciones de parte del Gobierno de la República a un Pastor virtuoso, que mostrándose digno sucesor de los Apóstoles, sólo se ocupa de conservar en su esplendor las sabias máximas del Evangelio, dejando ilesos y respetados los derechos del pueblo”.

En el tercer viaje de Bolívar por la Cordillera, su marcha fue muy rápida. El 19 de febrero de 1821 anuncia al Gobernador de Maracaibo, desde Cúcuta, su marcha para Trujillo. El 21 estaba en Táriba: el 24, en Bailadores; el 25 y 26 en Mérida; el 28 en el Cucharito; y el 1º de marzo en Trujillo, según lo comunica Briceño Méndez, su Secretario, al Presidente de Cundinamarca con fecha 3 marzo, desde la misma ciudad de Trujillo.

Tres veces, pues, estuvo Bolívar al pie de la Sierra Nevada: en mayo de 1813, en octubre de 1820 y en febrero de 1821, siempre victorioso y a vanguardia del Ejército Libertador.

1920

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XVIIValor a toda prueba

(Hecho histórico)

El 25 de mayo de 1828, día domingo, la iglesia de Bucaramanga fue teatro de un suceso poco conocido en la historia. Cualquiera que hubiese visto el templo de diez a once de la mañana, habría creído que se efec�tuaba alguna gran solemnidad religiosa, a juzgar por el concurso extraordinario que llenaba las naves.

� sin embargo, no había música, ni canto, ni más clero que un solo sacerdote oficiando en el altar. Era una simple misa rezada. Pero a pesar de que el Coro estaba silencioso, los caballeros, las damas y el pueblo todo dirigía sus miradas hacia aquella parte de una manera persistente y tenaz, aunque no todos del mismo modo, pues unos lo hacían sin rebozo alguno, desatendiendo por completo la misa, mientras que los más discretos compartían la atención entre el Coro y el Altar.

El mismo sacerdote, al volverse al pueblo durante el santo sacrificio, no podía sustraerse de la curiosidad general y echaba una rápida mirada al Coro.

¿Qué poderoso imán aquel que así se atraía a los fieles, sin dejarlos oír la misa con la atención debida?

Había en el Coro ciertamente algo raro, excepcio�nal; había allí un gran personaje, uno de esos genios ex�traordinarios que deben ser vistos y tocados para con�vencerse de que son realmente hombres, como decían los Griegos del gran Alejandro.

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Bolívar estaba allí, a la vista de todos, oyendo misa como cualquier católico.

El cura, por indicación del mismo Libertador, le ha�bía hecho colocar asientos especiales en el Coro para él y los jefes de su comitiva, que aquel día eran Soublette, O´Leary, Fergunson, Wilson y Lacroix, que registra el hecho en su Diario de Bucaramanga.

Era, pues, explicable la curiosidad de los vecinos. De los más remotos campos y pueblos vecinos venían gentes anhelosas de aprovechar la permanencia de Bo�lívar en dicha ciudad para conocerlo y saber si era chico o grande de tamaño, de qué color tenía los ojos, el pelo y la tez, cómo era su porte y su andar, y en una palabra, si su figura correspondía a la idea grandiosa que se ha�bían formado del Fundador de cinco naciones.

En los momentos solemnes de la elevación de la Sagrada Hostia, hubo en el centro de la iglesia cierto movimiento de alarma entre las mujeres motivado por la caída de una de ellas con un accidente, cosa que no se supo sino mucho después. A este primer movimiento siguieron allí mismo voces, gritos y confusión general en el pueblo.

� ¡Temblor!....� ¡Incendio!...� ¡Misericordia, misericordia señor!Tales eran los clamores que se oían por todas par�

tes, a tiempo que el concurso en masa se dirigía como una ola humana hacia las puertas del templo. En pocos instantes la Iglesia quedó desierta. Sólo dos personas se quedaron inmóviles en sus puestos: Bolívar en el Coro y el Sacerdote en el Altar.

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Los capitanes más renombrados del mundo han tenido algún lado flaco en materia de valor personal. De Alejandro se cuenta tenía terrores supersticiosos; de Napoleón, que sabía dominar el miedo, pero que lo sentía al entrar en batalla; y del Aquiles Americano, del mismo Páez, que asombró por su rara valentía, se dice que temblaba como un niño a vista de una culebra!.

Solo de Bolívar no se cuenta flaque�a alguna en punto a valor. Siempre sereno e impávido ante todo género de peligros. Ni la furia de los elementos en la tierra y en el mar; ni la presencia de los animales más feroces ponían espanto en su corazón de héroe. Dícese que cierta vez se lanzó al Orinoco con las manos atadas para probar que era buen nadador; y demasiado cono�cido es su atrevimiento al borde del abismo cuando fue a visitar el famoso Salto de Tequendama.

Por eso no temía tampoco a terremotos ni incendios; y cuando en la iglesia de Bucaramanga todos huían de un peligro inminente, hasta los bravos militares de su comitiva, él se mantenía sereno, con la serenidad olím�pica del valiente a toda prueba.

Fue Bolívar como el Cid, que no conoció el miedo de oídas.

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XVIIIPiadoso rasgo de Bolívar.

Defiende a la Virgen María contra un blasfemo

De España hemos heredado la fervorosa devoción a la Virgen María. La intensidad de esta devoción en los pueblos de la Península está elocuentemente pintada en los siguientes versos del tiempo de la religiosa resistencia contra la dominación napoleónica:

Subió Napoleón a cielo De Cristo a solicitar Imperio que dominar De Europa en el fértil suelo. El señor colma su anhelo, Dándole cuanto le cuadre; � al pedir la España al Padre, Jesucristo respondió:

“En eso no mando yo, Que es la dote de mi madre”.

� la América surgió de la mar ignota predestinada para que en ella imperase la Virgen María de un modo especial.

La nave almirante del descubrimiento llamábase La Santa María; los marinos, presididos por Colón, oyeron misa antes de partir en la capilla de la Madre de Dios de

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la Rábida, poniendo la aventurada expedición bajo su patrocinio; y en día de los más notables consagrados a la Virgen María, hízose el famoso descubrimiento: el 12 de octubre, día N.S. del Pilar de Zaragoza.

El Rey de España, D. Felipe IV, por ley de 6 de mayo de 1643 reconoció a la Santísima Virgen por Patrona y Protectora de todos sus reinos, y mandó que en sus colonias de América la venerasen como tal y le hiciesen gran fiesta todos los años el segundo domingo del mes de noviembre.

� de antiguo, para armar caballero, al que obtenía este honor, o iba a usar de un título nobilario o a profesar en alguna orden de caballería, después de la ceremonia de darle un golpe con la espada en los hombros y en la cabeza, el dignatario que lo armaba, decíale con voz solemne entregándole el acero: Dios y la Santísima Virgen María, el Apóstol Santiago y el glorioso San Jorge os hagan un buen caballero.

� en las Universidades de España y América, antes de la colación de cualquier grado, los aspirantes juraban defender la Inmaculada Concepción de María e igual juramento prestaban los Abogados en los colegios para poder ejercer su oficio; y desde el rico hombre hasta el ínfimo proletario, todos los vecinos ponían en la puerta de sus casas, impresa o manuscrita, alguna pisadora advertencia, semejante a la que todavía alcanzamos a ver en el pórtico de muchos hogares de cristianos viejos, que dice así:

Nadie pase este portal Sin que diga, por su vida,

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Que María es concebida Sin pecado original.

Muy natural es que Bolívar, de espíritu caballe�resco y corazón sensible en grado excelso, conservase siempre en el fondo de su alma, en sugestivo consorcio con los afectos entrañables de familia y los recuerdos de la casa solariega, la dulce y tradicional devoción a la Virgen Inmaculada, con doble motivo siendo Ma�ría Concepción el hombre de pila de su santa e ilustre madre.

* * *

Con estos antecedentes, no sorprenderá el piadoso rasgo del Libertador de que dio noticia el célebre escri�tor colombiano D. José Joaquín Ortiz, en su revista La Caridad, el año 1876, en un artículo titulado “Tiempos Heroicos”, del cual extractamos los siguientes párrafos, que contienen la interesante e histórica escena:

“El señor Manuel Pubiano, que era dueño de la ha�cienda de Pacho y al mismo tiempo amigo, y más que amigo, admirador de Bolívar, lo convidó a su campo. Vino en ello El Libertador, y después de breves días pa�sados en la confian�a de la amistad, llegó a Zipaquirá de regreso a la capital. Hallábase a la sazón de Jefe mi�litar en aquella villa el doctor Tomás Barriga y Brito, quien lo recibió en su casa y lo obsequió con un esplén�dido banquete.

“Sentáronse a la mesa, con ellos, los notables del lugar y también, sin ser invitado, un frailecito de Santo

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Domingo, prófugo de su convento a causa de las vicisi�tudes del tiempo”.

“Parece que el tal religioso era atolondrado, porque a poco rato, sin guardar el respecto debido a Bolívar y a los circunstantes, tomó la palabra, y de una en otra cosa vino a parar en lanzar una multitud de propósitos o más bien despropósitos, sobre la inmortalidad del alma y el infierno, creyendo complacer a Bolívar, a quien se�guramente ju�gaba impío”.

“Todos callaban, y el mismo Libertador, soltando el cubierto se cru�ó de bra�os y fijó sus ojos de águila, atento a lo que decía el fraile y maravillado no de la persona que hablaba, pues no tiene nada de raro que un religioso se revolucione contra la Iglesia, pero sí de que tuviera el atrevimiento de proferir tamañas herejías en un festín y delante de semejantes personajes, agregan�do al insulto contra las creencias de las circunstantes la falta de cortesanía”.

“El perorador, animado al notar la atención que le prestaban y juzgando que sus ideas eran aceptadas, no paró de una en otra herejía hasta llegar a blasfemar de la Santísima Virgen María.

“Oír esto Bolívar, levantarse de su asiento como un rayo, acercarse al religioso, dar un golpe terrible en la mesa y decirle� “!Calle el insolente”, fue en un solo pun�to.

�“¿Cómo se atreve usted a proferir semejantes blas�femias? agregó: Oí pacientemente que usted negara los dogmas de la inmortalidad del alma y el infierno; pero esto ya no lo puedo tolerar. Ni a mi mismo padre sufri�ría que blasfemase de Nuestra Señora.

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�“Señor Barriga, agregó, dirigiéndose al Jefe militar de la plaza, vea usted cuatro lanceros y que lleven a este insolente y mal educado a Bogotá, y lo entreguen allí al Padre Provincial para que le enseñe la doctrina cristiana y algunos elementos de urbanidad”.

El respetable señor Ortiz, muy bien informado sobre el caso, movido sin duda por un sentimiento de caridad, se abstuvo de dar el nombre del extraviado religioso, quien debió de quedar curado radicalmente de proferir blasfemias contra la Virgen María ante un grupo de católicos, y muchos menos en presencia de Don Simón el Magnífico.

1926.

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XIXImpensada travesura de Bolívar

en un baile

Para 1904 aún existía en la villa de Torondoy, ya centenario, un anciano llamado Juan Briceño, natural del Estado Trujillo, quien vivió muchos años con Don Lucio Paredes, rico propietario que fue de aquel lugar.

Briceño, muy joven, había formado parte de la ban�da de música que tocó en los festejos de la celebración del Armisticio y Regularización de la Guerra en 1820. Como una reliquia conservaba todavía el uniforme; y entre las particularidades que contaba de aquel tiempo, hay una por extremo interesante, de que tuvimos cono�cimiento el mismo año de 1904 por información escrita de nuestro hermano Dr. Fabio E. Febres Cordero, resi�dente para entonces en la ciudad de Mucuchíes.

Relataba Briceño lo ocurrido al Libertador con una señorita Labastida en un baile que le dieron en Mendo��a, del Estado Trujillo. � fue el caso, muy factible por cierto, que en medio del torbellino de un vals, Bolívar hubo de rasgar el traje a la aristocrática dama con el espolín de gala.

¿Qué diría El Libertador ante esta impensada tra�vesura? No lo sabía el humilde músico, testigo presen�cial del hecho, pero es de suponer que, a fuerza de ga�lante como el que más, debió de salir del paso con algún rasgo oportuno de su gran talento.

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El caso en sí no tiene nada de extraño, si se tiene en cuenta el modo de bailar Bolívar. El Mariscal Sucre dice que lo hacía muy ligero, lo que personalmente sa�bemos también por tradiciones de familia, pues Doña Isabel Morlás, esposa del General León Febres Cordero, y Doña Teresa Gogorza, hermana del coronel Manuel Gogorza, retías ambas del suscrito, que fueron parejas del Libertador en el Ecuador y en Venezuela, respecti�vamente, afirmaban contestes que bailaba con extrema ligereza, casi brincando, sin asentar los pies.

Volviendo al baile de Mendoza, para la distinguida señorita no era caso de zurcir el roto, sino de conservar su traje con el desperfecto como una gran joya. La rasgadura valía un Potosí: era un recuerdo personal y auténtico del Gran Capitán del siglo.

1929.

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XXHumorada de Bolívar en Trujillo

“La tierra de los Briceños”

El sabio abogado Dr. Caracciolo Parra, oriundo de Trujillo (1819�1908), digno Rector de la Universidad de Los Andes en largo período, nos refirió un hecho que bien puede figurar entre los rasgos humorísticos del Li�bertador. Citaba, como fuente muy autorizada, al Padre Vicario D. José Ignacio Briceño, prócer trujillano, encau�sado por los realistas en 1812, quien alcanzó larga vida y conservaba entre sus recuerdos el de la especie que nos ocupa, relativa a su propio apellido.

Es el caso que en la temporada que pasó Bolívar en la ciudad de Trujillo, de octubre a noviembre de 1920, con motivo del Armisticio, cierta mañana en que esta�ba de muy buen humor, hubo de invitar a su secretario Briceño Méndez para dar un corto paseo a pie por las calles.

No habían caminado mucho, cuando El Libertador divisó a un campesino, conductor de dos cargas de pas�to, que iba delante de ellos a alguna distancia. Siendo el forraje una de las necesidades más apremiantes del momento, con la prontitud y nerviosidad que lo carac�terizaban, Bolívar llama al hombre en alta voz:

� ¡Señor Briceño, señor Briceño, el del pasto”El campesino volteó al instante; y en viendo que el

movimiento de las manos confirmaba el llamado, retro�cedió con las cargas, tímido y confuso, pero con presteza.

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� Me admira que S.E. conozca a ese labriego por su nombre� díjole Briceño Méndez.

� No lo conozco, pero lo he llamado por el apellido de usted que aquí predomina en todas las clases socia�les. Pregúntele al llegar cómo se llama, y sabremos si he acertado, contestóle El Libertador en tono festivo, de�seoso de saber el resultado de la broma.

Dicho y hecho. En llegando el aldeano, desconoci�do también para Briceño Méndez, éste le interroga, con�teniendo la risa:

� ¿Cómo se llama usted?� Marcos Briceño, humilde servidor de sus merce�

des.Bolívar palmoteó de contento exclamando:� ¡No podía equivocarme! Esta es la tierra de los

Briceños.La donosa especie fue un soplo de fortuna para el

tímido aldeano, porque negociado el pasto allí mismo, El Libertador se lo pagó con regia liberalidad.

1930

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XXIDocumento interesante.

Diálogos de Bolívar en Puerto Príncipe y Guayaquil

Entre los papeles raros que poseemos, figura un impreso en forma de pliego, de cuatro páginas en 8º, publicado en Guayaquil el 1º de agosto de 1864 en la Empresa Tipográfica de Calvo y Cía., firmado con las iniciales J.V., que son las del nombre del notable patrio�ta luisianés Don José de Villamil, uno de los principales actores de la Revolución de Guayaquil en 1820, ciudad que le ha consagrado ya una estatua al pie de la magní�fica Columna conmemorativa de aquel gran movimien�to, con el cual se inició la Independencia del Ecuador. He aquí el texto del interesante impreso, respetando su ortografía:

Recuerdos de medio siglo atrás

He dicho en el cuadernito titulado Reseña, que si quisiera fabricar un libro, que muchos leerían con in�terés, no tendría que hacer otra cosa que publicar las varias conversaciones privadas que he tenido con el Je�neral Bolívar. Ahora voi a probar que así sería, publi�cando una de esas conversaciones del año 16: en ella se verá que el Grande Hombre se ha retratado a sí propio, sin pensar en ello, tal como llegaría a ser después; i que ha escrito la historia futura de un mundo, sin necesitar, para uno i otro, mas que seis palabras bien contadas.

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Como preliminar diré que mi hermano Don Mar�tín, asaz conocido en el mundo comercial de su época y en su círculo social, i el Jeneral Bolívar, eran amigos íntimos; mi hermano le había dicho:

�“¿Sabes, Simón, que estás loco? ¡No puedo con�cebir cómo es que un hombre tan espiritual, tan medi�tabundo como tú i con tanta fortuna, te hayas precipi�tado de cabeza en esa atrevida i peligrosa empresa que tanto te ha costado ya! Con sólo que me permitieras obrar, yo te reconciliaría con la España de una manera que no te sería desfavorable”.

El Jeneral le había dicho� “Aquí tienes, Martín, lo que somos los hombres: hace tiempo que se me ha ocu�rrido que te estás volviendo loco a toda prisa; no puedo concebir cómo es que un hombre de talento, juicioso, previsivo como tú i con tanta fortuna estés aventurando valiosos cargamentos en estos mares cubiertos de bu�ques, armados por la revolución; i esto para aumentar aquello que te sobra. Con que sólo me permitieras obrar, yo colocaría tu fortuna en buenos bancos i te mandaría a París a vivir, no como allá hemos vivido en nuestra juventud, sino como nos corresponde vivir ahora”.

No sé si Don Martín se acordaría después del epí�teto que había obsequiado i que le había sido devuelto; pero sí me consta que el Jeneral Bolívar no lo olvidó, como se verá ahora mismo.

Poco tiempo después de este coloquio, mi hermano principió a recibir grandes golpes, i el Jeneral Bolívar a darlos.

A fines de 1816 fui apresado en una hermosa goleta llamada la Perthshyre, ricamente cargada i con algunas

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pesetas mías, i desembarcado en los Cayos de San Luis, República de Haití. En Puerto Príncipe fui invitado a la mesa del señor Southerland, Cónsul de S.M.B. Este caballero me presentó al Jeneral Bolívar, quien con sólo saber que yo era hermano de su antiguo amigo, me col�mó de aquellas atenciones que, sin derogar al que las concede, enaltecen al que las recibe.

Al siguiente día lo visité en su alojamiento. Se com�placía hablándome de mi hermano; me dijo que los re�publicanos acababan de sufrir grandes golpes en Vene�zuela i Nueva Granada, pero que esto nada importaba a la causa, supuesto que invencibles republicanos la defendían todavía en ambos países; que su amigo Pe�tión le auxiliaba con unos 400 hombres i los transportes necesarios, i que pronto volvería al continente; agregó con visible pena� “Muy resentido debe U. estar contra la revolución”. Me encontré sin esperarlo, en embara�osa posición, pero mi sangre me sacó de ella de una manera que le fue agradable.

�¿Jeneral, le dice, soi americano, i unas pesetas más o menos no pueden hacer peso en la balanza.

�¿Cómo es que un buque tan andador como la Per-thshyre haya sido apresada por la Jeneral Arismendi?

� Desde que le clavé el anteojo, dije al capitán� “Esa goleta es enemiga”. “Mi bandera me proteje”, dijo, y esto es todo.

En otra visita me dijo con aquel delicado tacto que el hombre de buena sociedad maneja siempre a su antojo:

�“No sea U. reservado conmigo� mi antigua amistad a su hermano me da derecho a su confian�a. No puede

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U. dejar de ser insurgente: luisianés por nacimiento i carácter; frívolo y duelista, según Chateaubriand califi�ca a todos los de su valerosa raza, es imposible que no sea U. insurgente. El Coronel Beluche, un Hércules en el momento del combate, i otros paisanos de U. figuran en las filas de la revolución”.

Pregunté sin vacilar:� Jeneral, ¿ha pensado U. en el Istmo?“Basta, dijo con prontitud, la revolución cuenta con

U. El Istmo es mi pensamiento dominante, pero nada puedo hacer de pronto a su favor, bien que los pana�meños, como ningún hombre de corazón como ellos, no necesitan de mí para operar; aquello vendrá pronto de por sí; a la primera ocasión que se le presente, el Istmo hará saber quién es”.

�o conocía mui bien los numerosos, inmensos obs�táculos que la revolución tendría que vencer para llegar otra vez a Quito; sabía que el auxilio que el Jeneral Bo�lívar llevaba a sus valientes compañeros era bien pe�queña cosa aunque hubiese sido diez veces mayor; con todo me reanimé después de haberle conocido perso�nalmente i por él a todos sus colaboradores.

A mi vista de despedida, me dijo en tono mui gra�ve, en actitud imponente:

“Adiós, pronto nos veremos en Guayaquil”.Le miré varias veces de pies a cabeza sin poder

abrir la boca; buscaba en él algo de sobrenatural. En�contré en esas seis proféticas palabras, grabada la his�toria futura de un mundo, por el inspirado artista; el colosal republicano que vuela en busca de la muerte para encontrar la victoria; el profundo matemático que

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mide la marcha de los futuros acontecimientos políti�cos. En suma encontré en esas seis palabras, la gigan�tesca estatua del Grande Hombre, esculpida por su propia mano.

A los seis años, no cumplidos, una hermosa falúa, gobernada por el comandante Juan Francisco Elizalde, uno de los jefes de la gran revolución de Guayaquil, es�taba atracada al embarcadero de Babahoyo, i cien botes gobernados por otros tantos patriotas distinguidos, en pie, con los cordeles del timón en las manos, ascendían el río Guayas, trazando dos líneas paralelas a cincuenta pasos una de otra.

Habiendo llegado el inostentoso carro triunfal a treinta pasos de la boca�calle, su más inostentoso ocu�pante preguntó al comandante Elizalde:

� ¿Quién es ese que viene gobernando el primer bote de la línea izquierda?

� Es el comandante Villamil”, contestó Eli�alde.No esperó más. Salió de la carrosa, se afirmó en la

mano derecha, inclinó el cuerpo para fuera, i ajitando la mano izquierda dijo en alta voz:

� !Qué de cambios, Villlamil, desde que nos hemos visto!

� Muy grandes, mi Jeneral, i todos por lo mejor.� ¿Ha sabido U. de su hermano?� Está en París descansando sobre los laureles co�

merciales.� Cuando U. le escriba dígale que el loco ha realiza�

do su tema.Repetidos gritos de “Viva El Libertador de Colom�

bia” ahogaron mi contestación.

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Veinte i nueve meses después se oían en todo el antiguo Perú, los gritos de “Viva El Libertador de Colombia, Perú i Bolivia”.

En su jénero, esta es una profecía orijinal de una larga serie de grandes acontecimientos políticos; profecía concebida por una imaginación ardorosa; organizada por una inteligencia superior; demostrada con anticipación por el cálculo; i corroborada, en seguida, por los triunfos del mismo profeta”.

J.V.

Guayaquil, 1º de agosto de 1864.Empresa tipográfica i encuadernación de Calvo i Cª.

* * *

La Reseña a que se refiere Don José de Villamil al principio, fue un trabajo histórico publicado en Lima en 1863, en forma de folleto.

Villamil estuvo en Maracaibo en 1810, con la secreta comisión de fomentar allí la insurrección. Descubiertos sus trabajos en tal sentido, fue desterrado por el Gobernador Miyares. En Guayaquil fundó su hogar uniéndose a la distinguida dama Doña Ana Garaicoa. Fue siempre un ardoroso partidario de la Independencia sur�americana.

1930.

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XXIIEl Libertador en Maracaibo

por primera vezDiario de sus trabajos

Siete meses después de la transformación política del Zulia, tuvo Maracaibo la dicha de ver en su seno, por espacio de veinte días, al egregio Padre de la Patria.

Con fecha 18 de agosto de 1821, había anunciado desde Carora su viaje al Gobernador de Maracaibo. Sa�lió, en efecto, de Trujillo el 27 del propio mes, según consta de documento oficial, y pasando por Betijoque, embarcóse el 28 en Moporo e hizo la navegación en una goleta.

Creemos que debió llegar a Maracaibo en el curso del día 29 o en la mañana del 30. O´Leary dice que arri�bó el 28, pero esto debe ser confusión con la fecha del embarco en Moporo. La constancia oficial es que para el jueves 30 de agosto ya Bolívar estaba en Maracaibo.

Véase en seguida un diario sintético de los trabajos oficiales de El Libertador en la ciudad del lago, sirvién�donos de guía para formarlo la correspondencia de la Secretaría, a cargo de Briceño Méndez, publicada por O´Leary.

Jueves 30 (agosto)Uno de los primeros asuntos que ocuparon la aten�

ción de Bolívar al llegar a Maracaibo, fue la incorpora�ción del comandante Francisco María Farías al servicio

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de la República. En la noche de este día recibió tres ofi�cios del Teniente Coronel José María Delgado, que tra�taban sobre este y otros puntos de actualidad.

Viernes 21Oficio del mismo Bolívar al Teniente Coronel Del�

gado, antes citado, sobre incorporación de Farías y ca�pitulación del Coronel Inchauspe. Incluye además una contestación para el mismo Farías.

Orden al Comandante en Jefe de la Costa de Cun�dinamarca en el Atlántico, General M. Montilla, sobre reunión de buques en Santa Marta, a donde irán los ba�tallones “Rifles” y “Tiradores de la Guardia”, que llega�ban ese día a Maracaibo, fuertes de 1.200 hombres, más 800 que saldrían de La Guaira a principios de octubre, otros 800 que saldrían del mismo Maracaibo a media�dos de Septiembre y 400 de Coro, con destino todos a la concentración de fuerzas en Santa Marta, donde debían prevenirse y tener listas trescientas mil raciones de pan y carne, lo que se comunicaba también al General Cle�mente y al Gobernador General de aquella Provincia. El objeto principal de esta expedición era libertar el Istmo de Panamá, auxiliar a Guayaquil y proteger y fomentar, si fuere posible, las insurrecciones de México.

Sábado 1º (septiembre)Al Ministro de Relaciones Exteriores y Hacienda.

Sobre las desacertadas operaciones de Zea en el Exterior, como Enviado de Colombia, en la negociación con el Duque de Frías y la contrata con el doctor Bollemann. En este oficio se trata también como materia grave, que

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debe esclarecerse, sobre cargos muy fuertes hechos por Zea a López Méndez y Vergara.

Domingo 2Al Gobernador de Santa Marta. Se le avisa que

el Vicepresidente de Venezuela, conforme a órdenes anteriores que tenía, adelantó la expedición de los 800 hombres anunciados para principios de octubre.

Al Ministro de Interior y Justicia. Sobre militares licenciados en La Grita, Mérida y Trujillo, por causas extraordinarias disponiendo que habiendo cesado és�tas, ninguna licencia debe emanar sino del Ministerio de Guerra o del Estado Mayor General.

Al mismo Ministro. Sobre no ser posible aceptar los servicios en el Ejército de la República al señor Barón Eben, por no haber llegado la solicitud en tiempo hábil, no obstante el ofrecimiento hecho a éste en Londres por el señor López Méndez.

Lunes 3Orden al Teniente Coronel León Ferrer para situar�

se con su columna en los Puertos de Altagracia y com�pletar la recolección de 500 reses para subsistencia de las tropas.

Oficio al Teniente Coronel Francisco María Farías, congratulándose con él, confirmándole en su empleo y nombrándole Comandante Militar del Departamento de Casicure, con las instrucciones del caso.

Al Ministro del Interior y Justicia. Informándole so�bre las operaciones de guerra, después de reducido el enemigo a la plaza de Puerto Cabello.

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Martes 4Al Teniente Coronel Juan José Flórez. Orden e ins�

trucciones para pasar a Coro con cuatro buques, a fin de embarcar en ellos, con destino a Santa Marta, el escua�drón “Ca�adores” y 200 hombres más bien escogidos.

Al Vicepresidente de Vene�uela. Oficio en que se aprueba la erogación de $ 425 hecha por el General Lino de Clemente para repatriar de Trinidad a las costas de Cumaná a emigrados de Colombia, tomando esto de los fondos del Almirantazgo.

Miércoles 5Al Vicepresidente de Venezuela. Resolución a una

consulta sobre la parte de sueldo que deba pagarse a los empleados del Departamento de Venezuela.

Al mismo. Oficio congratulatorio y de gracias por el buen suceso de las operaciones del Ejército de Oriente en la última campaña, extensivo al General Bermúdez, oficiales y tropa que se distinguieron. (El Presidente de Vene�uela era el General Soublette).

Al mismo. Sobre aprobación del hecho de haber tomado por la tropa, en circunstancias de necesidad ex�trema, los frutos de las haciendas de Barlovento y Va�lles del Tuy cuando se ocuparon aquellos territorios.

Al mismo. Se le faculta para conceder ascensos has�ta Capitán inclusive, expedir diplomas profesionales y poner en posesión a los agraciados, reservándose el Li�bertador la aprobación definitiva.

Jueves 6Al Teniente Coronel José Ignacio Pulido. Dándo�

le en seis artículos Instrucciones sobre conducción de

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fuerzas de Guanare a Maracaibo, embarcándose en Mo�poro.

Al Gobernador Comandante de Trujillo. Órdenes e instrucciones para facilitar la marcha de las tropas que conduce el Coronel Pulido; y una recomendación a fa�vor del Coronel Inchauspe.

Al Gobernador de Coro. Recomendando al Coronel Inchauspe, destinado a emplear su influjo en pacificar la Provincia de Coro.

Al Coronel Pedro Luis Inchauspe. Incluyéndole el despacho en que se le admite al servicio de la Repúbli�ca, en la clase de Coronel de Caballería, destinándole a servir en la Provincia de Coro.

Viernes 7Al Gobernador de Trujillo. Adicionando y modifi�

cando el oficio del día anterior, por ser probable, según últimas noticias, que el Coronel Pulido haya partido para Barquisimeto.

Al Coronel Diego Ibarra. Se le comunican instruc�ciones importantes respecto a haberse sabido la cele�bración de un armisticio entre el General San Martín y el español La Serna, sobre la base de fundar una mo�narquía en el Perú, poniendo por Rey a un Infante de España, a fin de que si fuere cierto y no se desistiere de semejante plan, proteste contra él en nombre de Colom�bia de manera terminante.

Al Vicepresidente de Cundinamarca. Sobre can�je de prisioneros y referencia a negocios importantes del Sur, incluyéndole abierto el pliego para el Coronel Ibarra.

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Al General en Jefe Rafael Urdaneta. Pidiéndole in�forme sobre queja del Coronel Inchauspe, relativa a no habérsele permitido llevar la familia a su lado, cuando era enemigo, no obstante el ofrecimiento hecho y haber cumplido por su parte la condición de envias $ 3.000 impuesta por Urdaneta.

Al Ministro del Interior y Justicia. Remitiéndole cuatro oficios del Vicepresidente de Vene�uela sobre el motín ocurrido en la Isla de Margarita, para que los considere y los eleve a conocimiento del Congreso.

Sábado 8Al Ministro de Relaciones Exteriores y Hacienda.

Enviándole una documentación venida de los Enviados a Madrid, señores Revenga y Echeverría. En este día lle�gó a Maracaibo el archivo de la Secretaría del Liberta�dor, que se hallaba en Mérida.

Domingo 9Al Teniente Coronel Farías. Contestándole dos ofi�

cios y dándole algunas instrucciones.

Lunes 10Al Gobernador de Coro. Instrucciones sobre ciertos

puntos referentes a la completa pacificación de la pro�vincia de su mando.

Al Teniente Coronel Manuel Manrique. Acusándo�le recibo de siete oficios y aplaudiendo el feli� resultado de sus operaciones en la línea de Puerto Cabello.

Al Gobernador de Coro. Reiterándole, adicionan�do, un oficio de 4 de septiembre referente a la comisión

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encomendada al Teniente Coronel Flórez, por haber vuelto de arribada a Maracaibo uno de los buques que éste llevaba para Coro.

Al Ministro del Interior y Justicia. Recomendando al Señor Guillermo Merino; de la expedición de Mur�geón, que se restituye a Guayaquil a servir a la Repú�blica.

Al Gobernador de Trujillo. Encargándole el envío de un pliego importante para el Ministro de Relaciones Exteriores: que debe a su vez recomendar al Goberna�dor de Mérida; y reiterándole la recomendación a favor de Inchauspe.

Martes 11Al Teniente Coronel León Ferrer. Dándole instruc�

ciones en siete artículos para que marche con su columna a perseguir las guerrillas enemigas en el Departamento de Casicure, incorporando a Farías como segundo.

Al Gobernador de Maracaibo. Respondiendo en tres artículos a consulta que hace sobre bloqueo de los puertos y costas de la República que posee el enemigo.

Miércoles 12A los Enviados señores Revenga y Echeverría acer�

ca del Gobierno Español. Haciéndoles por vía de ins�trucción, ligera reseña de las operaciones militares des�pués de terminado el armisticio.

Al Vicepresidente de Venezuela. Aprobando, con algunas reservas, las consideraciones con que se ha tra�tado al General D’Evereux en su arresto por causa de juicio que se le sigue.

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Al mismo. Órdenes sobre operaciones de guerra, en relación con los batallones “Carabobo”, “Caracas” y “Apure”.

Jueves 13Al Vicepresidente de Venezuela. Sobre esclareci�

miento del destino dado a un fondo de tabaco proce�dente de Ospino.

Al mismo. Sobre que continúen en sus empleos los nombrados para las plantaciones de tabaco de Guaruto y Turmero.

Al mismo. Sobre depósito de prisioneros en La Guaira y envío a Cundinamarca de los que sean pedi�dos de allá para el canje.

Al mismo. Enviándole 25 patentes de Corzo, para que se extiendan a los naturales y extranjeros que quie�ran hacer tal servicio.

Viernes 14Al Gobernador de Coro. Acción de gracias por la

ocupación del puerto de La Vela y ciudad de Coro, ex�tensiva a la división. Se le instruye, además, de varias particulares sobre la pacificación de la Provincia.

Al Teniente Coronel Farías. Comunicándole los triunfos sobre Coro para que obre en consecuencia.

Al Vicepresidente de Venezuela. Remitiéndole co�pia de un oficio de Sucre sobre los brillantes resultados de las conferencias entre San Martín y La Serna.

Al mismo. Ordenando que se remitan noticias y gacetas de la República a los Enviados a Madrid, por conducto de don Leandro Palacio o de T. Molonny, en San Thomas.

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A don Fernando Peñalver, Director de las Rentas de Venezuela. Autorizándole para tener y nombrar un Secretario.

Al General Páez. Sobre operaciones militares en el Llano; e informándole sobre el llamado del batallón “Vencedor” y el escuadrón “Llaneros de la Guardia”.

Al Coronel Manuel Manrique. Sobre operaciones militares en la línea de Puerto Cabello, y diciéndole que en ausencia del Libertador, se entienda directamente con el General Páez y con el Vicepresidente de Venezuela.

Al Teniente Coronel Juan Padrón. Relevándolo del mando de la Provincia de Mérida en vista de sus repe�tidas solicitudes, y ordenándole entregarlo al Teniente Coronel Vicente Bremont.

Al Teniente Coronel Vicente Bremont. Nombrán�dolo Comandante General del 2º Departamento de los Valles de Aragua.

Al Comandante General del Occidente de Caracas. Ordenándole trasladar el hospital militar de Carora a Barquisimeto o al Tocuyo.

Al Gobernador de Maracaibo. Comunicándole lo resuelto sobre oficiales del ejército y milicias que se ha�llan agregados al Depósito por cansados e inútiles.

Sábado 15Al Ministro del Interior y Justicia. Memorial sobre

formación de nuevo juicio a Montebrune o su expulsión del país.

Al mismo. Manifestándole que, pasadas las cir�cunstancias que hicieron necesaria la reunión de los po�deres político y militar en algunas provincias, puede ya

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el Vicepresidente de la República separarlos, guardán�dose la debida armonía entre ambos poderes. (Todos los Gobernadores mencionados en este diario ejercían a la vez el cargo de Comandantes Militares de las respec�tivas jurisdicciones).

Al Ministro de Relaciones Exteriores y Hacienda. Se le avisa recibo de $ 7.202 traídos por el edecán An�drés Alvarez, con destino a la Comisaría de Guerra; y se le participa que los créditos contraídos en Maracaibo para la expedición de Santa Marta, ascienden a $ 18.000.

Domingo 16Al Vicepresidente de la República. Proponiendo

el ascenso a Coroneles de los Tenientes Sandes, Heras, Carbajal, Maza, Ortega y Mantilla por sus méritos en las últimas campañas.

Al General Rafael Urdaneta. Se le participa la crea�ción del Departamento Militar compuesto de las pro�vincias de Coro, Maracaibo, Trujillo y Mérida; y se le nombra para que las mande en jefe, transmitiéndole al�gunas instrucciones.

Al Comandante General de los Valles de Cúcuta. Remitiéndole con el Coronel Juan Antonio Barbosa seis cajones forrados en cuero que contienen el archivo de la Secretaría del Libertador, para ser depositados provi�sionalmente en dicha Comandancia.

Lunes 17Al Teniente Coronel Farías. Remitiéndole ocho

despachos para individuos que había indicado; y se le recomienda que observe en la pacificación el tratado de

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la Regularización de la Guerra, economizando sangre cuanto sea posible, no obstante la conducta asesina de las guerrillas enemigas.

Al Coronel Mariano Montilla, al General Lino de Clemente y a los Gobernadores de Santa Marta y Río Hacha. Comunicándoles que al marchar en este día El Libertador para la expedición a Santa Marta, ha sido llamado por el Congreso General de Cúcuta para que tome allí posesión de la Presidencia de la República, a virtud de la elección que se le comunica. Por esta causa confía al General Salom el mando de la indicada expe�dición.

Al General Bartolomé Salom. Se le nombra para el mando en jefe de la importante expedición a Santa Mar�ta y se le remiten instrucciones escritas en 21 artículos, distribuidos en once capítulos.

Martes 18Al Coronel Gabriel M. Piar. Nombrándole interina�

mente Administrador de la Renta de Tabaco en Mérida.Al Teniente Coronel Cruz Paredes. Comunicándo�

le órdenes sobre marchar a Maracaibo, por Trujillo y Moporo, con el batallón “Vencedor” a incorporarse con el Coronel Heras.

* * *Tales fueron, el resumen, los asuntos oficiales des�

pachados por El Libertador en Maracaibo, sin tomar en cuenta los tratados en las muchas cartas particulares que escribiera en estos veinte días para dentro y fuera de la República.

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El mismo día 18 de septiembre debió de embarcar�se con rumbo a San Carlos del Zulia, en donde ofició a Urdaneta el día 22, manifestándole haberse cruzado con él en la travesía del Lago, sin tener ocasión de verse para hablarle personalmente, pues Urdaneta venía de Cúcuta por el río Zulia, lo que supo Bolívar el segundo día de su navegación.

Desde Trujillo había pensado poner la expedición del Istmo de Panamá, en que tan activamente se ocupa�ba, a las órdenes de Urdaneta, pero se abstuvo a hacer�lo por la enfermedad que entonces afligía a este ilustre General, contratiempo a que se refiere Bolívar en este pasaje de una carta para el mismo Urdaneta:

“Lo convido a usted a que venga a Maracaibo a ayudarme efica�mente y a ganar nueva gloria, si su for�tuna es tal que no se lo impida su salud: si usted pier�de la ocasión de conducir nuestra bella “Guardia” a los hermosos campos de la gloria, debe usted darse un pis�toletazo, porque la mala suerte le impide a usted lo que más desea su corazón y la sola cosa que es digna de hacerle soportar las miserias humanas”.

A las once de la noche del día 29 de septiembre lle�gó Bolívar al Rosario de Cúcuta, según lo vemos en el número 8 de la “Gaceta de Colombia”, correspondiente al 30 del propio mes. Debe rectificarse esta fecha en la Narración de O´Leary, donde aparece que llegó el 22, acaso por yerro de imprenta.

� el miércoles, 3 de octubre, a las once de la mañana, Bolívar presta el juramento como Presidente de la República, ante el venerable Areópago de la Gran Colombia.

1921

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XXIIIDos versos de Bolívar

Con el título de Bolívar Poeta, ha publicado Don Manuel Uribe A. una interesante leyenda, sirviéndole de tema un verso que cree dicho escritor sea el único que hizo Bolívar, verso que estampó en broma al pie de una carta que le dirigiera en San José de Cúcuta uno de sus amigos y conmilitones, que Uribe menciona solo con el nombre de Coronel Marcial, en que éste pedía al Libertador, con mucho encarecimiento, el permiso ne�cesario para vender cinco mulas de la Brigada, como recurso extremo para atender a los cuidados especiales de su esposa, que se hallaba en vísperas de dar a luz un hijo, invocando al intento los acendrados y tiernos afectos de padre y madre. El verso, según Uribe, estaba concebido en estos términos:

“Tantas ra�ones son nulas Para el que no tiene madre, � no ha sido nunca padre, Pero vende cinco mulas”.

� como quiera que no es este el único verso escrito por Bolívar, por más que él mirase con horror la poesía rimada, según se afirma, vamos a producir en seguida, a modo de rectificación histórica, lo que hace algunos años se escribió sobre el particular.

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En El Lápiz, del 31 de octubre de 1895, publicamos con el título de Un verso de Bolívar la siguiente noticia:

“De El Libertador sólo se conoce un verso que es�cribió en Araure el 25 de julio de 1813, en carta dirigi�da al Comandante de Armas de Mérida, Don Antonio Ignacio Rodríguez Picón, con motivo de la herida re�cibida en “Los Horcones” por un hijo de éste, el joven adolescente Gabriel Picón. El verso dice así:

“� tú, padre, que exhalas suspiros Al perder el objeto más tierno, Interrumpe tu llanto y recuerda Que el amor a la Patria es primero”.

“Más tarde aquel niño�héroe, como ha sido llama�do, siendo Gobernador de Mérida en 1842, tuvo la dicha de erigir una hermosa columna en honor del Liberta�dor, primer monumento de este género que se dedica�ra en Venezuela, el cual es conocido en Mérida con el nombre de Columna Bolívar”.

El Progreso, periódico que entonces existía en Ca�racas, publicó a su vez, con el título de Otros versos del Libertador, la siguiente rectificación�

“Ha pocos días publicamos unos versos escritos por el Libertador, que tomamos de El Lápiz de Mérida, y que han sido reproducidos por muchos colegas de la República. Al estamparlos el colega merideño, advierte que son los únicos que escribiera Bolívar:

“Nosotros vamos a tener la gloria de dar a la estam�pa otros, del género festivo, y que debemos a la bondad del señor Manuel Martel Carrión, contenidos en la si�

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guiente carta dirigida a él por el señor Manuel Jacinto Martel.

“Caracas, julio 13 de 1890. Señor M. Martel Carrión. Mi querido tocayo y pariente: En retribución al obsequio que me acabas de hacer hoy, día de gran celebridad por el Centenario del Héroe de las Pampas, consistente en una hoja del naranjo que Bolívar regaba en San Pedro Alejandrino, y que tú tomaste con tus propias manos, te copio a continuación unos versos de aquel Genio con motivo de una licencia que mi padre le pidió, en verso también, para vender unas mulas, y que con ese dinero hacer el bautismo de tu tocayo y pariente, pues que él iba a ser su padrino. Helos aquí:

“Tantas ra�ones son nulas Para quien no tiene madre Ni jamás ha sido padre.. Pero venda usted las mulas”

Tu afmo, tocayo y pariente. M. J. Martel

No cabe duda en que este verso, conservado por la distinguida familia Martel, es el mismo que, con algu�nas variantes, ha servido de tema al Señor Uribe para su leyenda Bolívar Poeta.

El otro verso del Libertador, transmitido en carta al Comandante Rodríguez Picón, más notable por su es�píritu y oportunidad, figura hoy en la letra del Himno Patriótico del Estado Mérida.

El Comandante Rodríguez Picón fue un gran pa�triota. Con la serenidad de un espartano envió a la gue�

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rra en 1813 a sus hijos Francisco, Jaime y Gabriel, y tam�bién a Campo Elías, que era su hijo político.

Digno fue, pues, el notable patricio merideño de la muestra singular de cariño con que lo honrara el Libertador.

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XXIVBolívar en los talleres de artes

y oficios

Hay ciertos rasgos, al parecer de poca significación, que sirven, sin embargo, para dar una idea del carácter y virtudes de los hombres célebres acaso con mayor elo�cuencia que la relación de sus principales y más renom�brados hechos; rasgos que a veces se popularizan, pero que de ordinario se ven eclipsados por esos triunfos pú�blicos y de alta trascendencia que llenan de admiración al mundo entero.

El que vamos a transcribir, tomado de las Memorias del General O´Leary, merece popularizarse, porque pone de relieve la multiplicidad de conocimiento del Liber�tador y su asombrosa actividad en servicio de la Patria, no entibiada siquiera en medio de los mayores desenga�ños y vicisitudes.

Es el caso que durante la campaña del Sur, en mar��o de 1824, la ciudad de Trujillo (Perú) se vio conver�tida en un gran taller, donde se trabajaban con prodi�gioso esfuerzo los elementos de guerra indispensables para equipar el ejército patriota, falto de recursos y muy inferior en número al realista, que, dueño del Pacífico y de casi todo el país, señoreaba la tierra de los Incas con 18.000 hombres bien pertrechados y abastecidos; épo�ca azarosa para las armas de la República, en que una serie de deplorables acontecimientos puso a prueba la perseverancia del Libertador y en inminente peligro la independencia del Perú.

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Pero Bolívar, cuya fe en la libertad de Sur�América se fortalecía en presencia de las dificultades, hi�o de aquella ciudad peruana un verdadero arsenal, y de allí sacó lo necesario para organizar el ejército. Él estaba en todas partes y los trabajos se hacían bajo su inmedia�ta dirección; era la palanca, la fuerza motriz en aquella gran fábrica de armas, municiones, correajes, vestuarios y toda suerte de útiles de guerra. Su ejemplo daba po�deroso estímulo y hacía renacer la esperanza en todos los corazones.

“Parecerán increíbles, dice O´Leary, los arbitrios de que se valía para suplir la falta de materiales que se necesitaban en la construcción de algunos objetos: para hacer las cantinas, por ejemplo, hizo recoger to�dos los artículos de hoja de lata y las jaulas de alambre en muchas leguas a la redonda; faltaba el estaño para soldarlas, pero aconteció que un día al levantarse de su asiento, se rasgó el pantalón con un clavo, examinólo al instante y resultó ser del metal de que había menes�ter. De más está decir que al día siguiente no quedó en ninguna casa de Trujillo, ni en las iglesias, una sola si�lla con clavos de estaño. Él mismo enseñaba a hacer las herraduras y los clavos y a mezclar las diferentes clases de hierro”.

Oigamos, ahora, al mismo Bolívar dando una lec�ción de herrería en toda forma:

“Para las herraduras españolas, escribía a Sucre, debe tener el clavo, fuera de la cabeza, dos pulgadas por lo menos; ésta debe ser muy fuerte para que sufra en lugar de la herradura todo el uso exterior, pues es�tando más elevada debe chocar más con las piedras y el

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terreno. Para las herraduras inglesas, debe ser el clavo de dos pulgadas, pero más fino en todo, porque que�da embutida la mayor parte de la cabeza dentro de la herradura en una pequeña canal que tiene ésta. Debe ser de hierro dulce de Vizcaya, y para experimentarlo, deben torcerlo y doblarlo, y si se rompe no vale nada”.

Pero no solamente era entendido El Libertador en el arte de Vulcano: en obsequio de la Patria, fue también sastre y hasta tintorero, pues él mismo daba los moldes para el corte de las chaquetas e instrucciones para teñir la tela.

De este modo equipaba Bolívar a los soldados que habían de inmortalizar los campos de Junín y de Aya�cucho. ¡Héroe incomparable, de quien había dicho Solís que era de aquellos que producen tarde los siglos y tie�nen raros ejemplos en la historia!

1891

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XXVLa gran noticia

Notas curiosas sobre el nombre Ayacucho. Fechas en que se supo el gran triunfo en varias capitales de América y Europa.

La victoria de Ayacucho repercutió como un trueno en ambos mundos. Pocas noticias en la historia moder�na han producido una sensación tan profunda e imbo�rrable, de loca alegría en unos y de aplastante descon�suelo en otros. Desde el primer momento, fue conside�rada como total naufragio, gran terremoto y juicio final de la dominación española en América.

Es curioso observar que en las primeras nuevas lle�gadas a Buenos Aires y a Londres que se sepa, no sona�se todavía el nombre de Ayacucho, sino Guamanguilla, lugar próximo a la celebérrima llanura, el cual ocupa�ron los realistas en vísperas de la batalla, según lo dice el historiador Cevallos.

Muy pocos días después de la gloriosa jornada, ya el General Heres comunicaba a Santander, desde Lima, la significación y origen del nombre del histórico sitio� “Ayacucho, le dice, en la lengua del país, quiere decir rincón de muertos, cuyo nombre tomó desde la conquis�ta, porque en él quedaron muchos de resultas de una batalla que dieron allí los dos partidos que se disputa�ban el mando del Perú”.

Al clásico cantor de Junín no le sonó bien el nom�bre de Ayacucho cuando supo la noticia, y con fecha 6 de enero de 1825 escribió a Bolívar, desde Guayaquil,

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diciéndole que cambiaba poéticamente el nombre de Ayacucho, que le parecía feo, por Ayax-cuco, que, a la verdad, y con perdón de Olmedo, no nos parece ni más sonoro ni más elegante.

* * *

Con datos recogidos aquí y allá hemos formulado los siguientes ligeros apuntes sobre el tiempo en que llegó la noticia del triunfo de Ayacucho a varias capi�tales de América y Europa, y efectos inmediatos que produjo, información incompleta, que publicamos sólo por considerarla de oportunidad en estos días, en que se rememoran todas las circunstancias de la gran bata�lla, con motivo de su centenario.

Bogotá. La noticia llegó a la capital de Colombia en los últimos días de enero de 1825, según Groot. Del 4 al 6 de febrero se dirigieron a Bolívar, felicitándolo los ge�nerales Santander, Briceño Méndez y París. También le escribió don Joaquín Mosquera, quien le dice que el feliz mensajero había sido Santa María. Según la correspon�dencia del Vicepresidente Santander, los festejos de tan señalada victoria se hicieron en los días de Carnaval; y el 12 de febrero dio el Congreso de Colombia su decreto de honores a los vencedores en Junín y Ayacucho.

Caracas. Según el acta oficial del Ayuntamiento, parece que la noticia llegó a la capital de Venezuela el primero de marzo de 1825, fecha en la cual el expresa�do Cuerpo, después de consignar un alto elogio al Li�bertador, acordó lo siguiente� “Colocar en el centro de la plaza de San Jacinto, que se denominará en adelante

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la plaza Bolívar, como que se halla al frente de la casa del nacimiento del Héroe, sobre una columna de már�mol, una estatua ecuestre de bronce representativa del ínclito Simón Bolívar”. Firman todos los miembros del Cabildo, encabezados por don José Ignacio Díaz y don Felipe Fermín Paúl.

Guayaquil. En esta importante plaza del Ecuador, túvose la noticia en los primeros días de enero, según se colige por las cartas del Intendente General Paz del Cas�tillo; y produjo allí un incidente inesperado, que moti�vó la deposición del Vicealmirante Martín Jorge Guisse, jefe de la Escuadra unida de Colombia y el Perú. Según Paz del Castillo, este notable marino venía cometiendo ciertos abusos de autoridad, y cuando supo la noticia de Ayacucho, no recibió bien las capitulaciones aprobadas por Sucre, en lo que se referían a la Escuadra, ni tampo�co recibió con agrado la proclama de Bolívar en la par�te que dice que “la marina no obedecía al gobierno del Perú”, por todo lo cual se montó en cólera. “Por fin, dice el Intendente a Bolívar, con fecha 15 de enero, quiso que yo le pagase su rabia, mandándome a decir que si no le entregaba treinta mil pesos, cometería mil excesos, pero se estrelló”. En efecto, Pa� del Castillo envió al Coro�nel León de Febres Cordero con cincuenta hombres a prender al Vicealmirante Guisse, quien fue arrestado y sometido a una Junta de Guerra, que lo depuso, nom�brando en su lugar al Coronel Juan Illingworth, quien después de hacer serios reparos en la Escuadra, partió de Guayaquil para ir a tomar parte muy importante en el sitio del Callao contra Rodil. No obstante esta seria emergencia, Paz del Castillo organizó una asamblea pú�

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blica para el 9 de enero en celebridad del gran triunfo de Ayacucho.

Buenos Aires. El 24 de enero de 1825 súpose el triun�fo de Ayacucho en la capital de las Provincias Unidas del Río de la Plata. El doctor Gregorio Funes, al feli�citar a Bolívar desde Buenos Aires, da el nombre de Guamanguilla al célebre campo de la victoria, y en car�ta para O´Leary, de 25 de enero, le dice a éste� “Aquí se hacen a competencia muchas funciones de regocijo. Los patriotas del año 10, esto es los que primero fueron autores de la revolución, han hecho la suya, sacando en un carro triunfal el busto del Libertador Bolívar. Me han hecho el honor de señalar mi casa como punto de reunión”. � el descendiente de los Incas, don Juan Bau�tista Tupac�Amaru, de ochenta y seis años, hermano del infortunado don José Gabriel, sacrificado en 1781, escribió a Bolívar desde Buenos Aires, lugar de su re�sidencia, dándole las gracias, a nombre de sus regios antepasados, por haber libertado el Imperio del Sol.

México. La noticia llegó a esta capital a fines de ene�ro. El Presidente de la Federación Mexicana, Guadalu�pe Victoria, dirigió expresiva felicitación al Libertador por órgano del Secretario de Estado, con fecha 1º de fe�brero, felicitación que luego le reiteró directamente en importante comunicación sobre el Congreso Americano de Panamá, prometiéndole despachar cuanto antes los Plenipotenciarios de México.

Londres. La primera noticia llegó a esta gran me�trópoli con relativa prontitud y alguna vaguedad el 12 de marzo de 1825; y el 19 del propio mes llegó la con�firmación, refiriéndose a Guamanguilla, como sitio de

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la batalla, según la carta de felicitación de Don Vicente Rocafuerte para Bolívar. En nuestra colección de edi�ciones raras, guardamos varios números de la revista trimestral titulada Variedades o El Mensajero de Londres, publicada por R. Ackermann. En el número VII, corres�pondiente a abril de 1825, aparece al final, bajo el título Triunfo del General Bolívar en el Perú, una noticia sobre la batalla de Ayacucho. Dice así lo sustancial� “El navío Lión, perteneciente a los señores Goldschmidt, de este comercio de Londres, trajo pocos días ha, la agradable noticia de que el Ejército Libertador del Perú derrotó a los defensores del despotismo antiguo en Guamangui�lla”. En seguida hace un alto elogio de Bolívar y los de�más militares que han asegurado la libertad del Nuevo Continente.

París. No conocemos la fecha en que llegase la no�ticia a la capital francesa, pero es de suponerse que fuese también a mediados de marzo. Según carta del doctor Funes, para el 26 de mayo ya habían llegado a Buenos Aires papeles de Europa que registraban el triunfo de Ayacucho, entre ellos El Constitucional de París. El historiador Cevallos copia parte de lo que dijo este periódico francés� “Una batalla de Farsalia o de Actium acaba de darse en América. Un gran hombre se levanta en aquellas tierras alma de la revolución americana: hace diez años que Bolívar, en el gabinete y en los combates, se presenta en el primer puesto”. � el abate De Pradt, antiguo arzobispo de Malinas, escri�bió a Bolívar desde París, con fecha 10 de abril de 1825, haciéndose eco de las impresiones producidas por la gran batalla.

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“Al ruido de las victorias de Vuestra Excelencia, que llena la Europa, le dice, vengo a presentar el tributo de mi admiración por las grandes acciones de Vuestra Excelencia y por el ejemplo de moderación que Vuestra Excelencia acaba de dar al mundo. A la gloria de haber libertado a su patria y de haber vuelto la libertad fugitiva al Perú, ha unido Vuestra Excelencia la gloria de dar enseñanza a Europa con la entrega voluntaria del poder. Vuestra Excelencia se ha colocado en el primer puesto entre los que mejor han servido a la humanidad, y el mismo Washington envidiaría los destinos de Vuestra Excelencia. Me anticipo a lo que hará el universo, saludando a Vuestra Excelencia con el título de Grande Hombre”.

Al difundirse por América y Europa el parte oficial de la gran batalla, la admiración tributó también desde el principio los más altos elogios a Sucre, el afortunado guerrero que comandaba el Ejército, inmortalizado en la historia con el hermoso título de Gran Mariscal de Ayacucho.

1924

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XXVILas medallas de Ayacucho

La primera fue creada por Bolívar en Lima, con fe�cha 27 de diciembre de 1824, en el Decreto de honores y recompensas al Ejército vencedor en Ayacucho. El artí�culo relativo dice así:

Artículo 7º. Los individuos del Ejército vencedor llevarán una medalla al pecho, pendiente de una cinta blanca y roja, con esta inscripción: Ayacucho. Los Ge�nerales, esmaltada en brillantes, los Jefes y Oficiales de oro, y la tropa de plata”.

El Congreso de la Gran Colombia, en la Ley aproba�da el 11 de febrero de 1825 y sancionada al día siguien�te, sobre honores a los vencedores en Junín y Ayacucho, creó una medalla en honor del Libertador, cuya forma y condiciones se expresan en los artículos siguientes:

“Artículo 2º El Poder Ejecutivo, a nombre de la Na�ción, presentará al Libertador Presidente Simón Bolívar una medalla de platino, de veintiocho líneas de diáme�tro, que contendrá en el anverso a la Victoria, coronan�do al genio de la Libertad con una corona de laureles; éste llevará en la mano izquierda las fases colombianas, y en derredor de este emblema, la siguiente inscripción: Junín y Ayacucho. 6 de agosto y 9 de diciembre de 1924; en el reverso, una guirnalda formada por una rama de olivo y otra de laurel; y en el centro, la siguiente inscripción: A Simón Bolívar, Libertador de Colombia y del Perú, el Con-greso de Colombia, año 1825”.

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“Artículo 3º El Poder Ejecutivo hará acuñar la mis�ma medalla en plata para distribuirla a las municipali�dades de la República, al museo y a las Universidades y Colegios con el objeto de que se conserve siempre este testimonio auténtico de la gratitud nacional”.

De esta interesante medalla se publicó un facsímile en la página 393 del Papel Periódico Ilustrado de Bogotá, correspondiente al 24 de julio de 1883.

Por la misma Ley, el Congreso de Colombia dis�puso regalar al General Sucre una espada preciosa con esta inscripción: El Congreso de Colombia al General Anto-nio José Sucre, vencedor en Ayacucho el año 1824. También creó para el Ejército colombiano vencedor la siguiente condecoración:

“Todos los individuos del Ejército de Colombia que han hecho la Campaña del Perú, serán condecorados con un escudo bordado sobre fondo rojo, de oro para los oficiales y de seda amarilla desde Sargento abajo, con esta inscripción: Junín y Ayacucho en el Perú”.

Debemos recordar que el mismo Sucre, a quien nada se escapaba en el campo de la justicia y del honor, escribió a Bolívar al día siguiente de la inmortal jorna�da, sobre condecorar al Ejército� “Creo, mi general, le decía, que Usted dará una medalla o premio al Ejército por esta batalla; yo quisiera que el Ejército de Colombia tuviera una particular, pues la merece”, lo que le rei�teró en carta del 16 del propio mes y año, en el mismo decreto en que daba a Sucre el merecido título de Gran Mariscal.

Más todavía: con fecha 19 de diciembre del mismo año de 1824, Sucre había dictado en Huamanga un De�

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creto de recompensa al Ejército colombiano, sujeto a la superior aprobación del Gobierno, que ignoramos si la tuvo, en el cual creaba una medalla, cuya forma y con�diciones eran las siguientes:

“1º El Ejército de Colombia, libertador del Perú y vencedor en Ayacucho, llevará una medalla al pecho izquierdo, pendiente de un cordón de los colores na�cionales.

“2º Esta medalla será una corona de laureles, en cuya parte interior tendrá esta inscripción: Colombia a sus bravos en el Perú, y en el reverso, el nombre del agra�ciado. En medio, se figurará la llanura de Ayacucho, atravesada de un fusil y una espada, y la inscripción: Vencedor en Ayacucho, 9 de diciembre año 24ª”.

“3º Los Jefes y Oficiales tendrán esta medalla de oro, y la tropa de plata, costeándosela a ésta por la caja del ejército. Los Generales no usarán de esta medalla hasta tener la aprobación del Gobierno Supremo, y en�tonces la llevarán de piedras preciosas”.

El Congreso Constituyente del Perú, coincidiendo en la fecha con el Congreso de Colombia, dictó un De�creto el 12 de Febrero de 1825 sobre honores a Bolívar, a Sucre y a todos los individuos que habían servido en la campaña de aquella naciente República, a partir del 6 de febrero de 1824 hasta la batalla de Ayacucho. El artículo 1º de este Decreto dice así:

“Se abrirá una medalla de honor del Libertador, que lleve por el anverso su busto con este mote: A su Libertador Simón Bolívar, y por el reverso, las armas de la República con este otro: El Perú restaurado en Ayacucho, año de 1824”.

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Bolívar expresó su agradecimiento al Congreso en estos términos� “La medalla que ha mandado grabar con mi busto es tan superior a mis servicios, que ella sola colma la medida de mis más ilimitados deseos. �o acepto este galardón del Congreso con una efusión de gratitud que ningún sentimiento puede dignamente ex�presar”.

Don Alberto Urdaneta describe esta medalla en el Papel Periódico Ilustrado de Bogotá, antes citado, en un interesante estudio titulado Esjematología o Ensayo Icono-gráfico de Bolívar. Dice el notable artista neocolombiano:

“La medalla dada a los libertadores del Perú en 1824, con las armas de esta Nación por el reverso y el busto del Libertador por el anverso, presenta varias variantes del perfil del Libertador, siendo una la que recuerda el tipo de bigote de aquella época, y otras más lujosamente ejecutadas con el perfil de David� son de forma ovalada, 0 m 03 en su mayor diámetro. Dice alre�dedor de las armas: El Perú restaurado en Ayacucho, año de 1824, y en el anverso, alrededor del busto: A su Liber-tador Simón Bolívar”.

Respecto a la forma, nos permitimos observar que no es ovalada sino circular. En el mismo número del Papel Periódico Ilustrado aparece el modelo o facsímile de dicha medalla en forma circular, lo que podemos afirmar, además, por tener a la vista dos ejemplares de esta joya histórica, ambas de plata; una con un copete sobrepuesto con posterioridad para sostener la argolla destinada a la cinta; y la otra, sin ningún aditamento, perforada apenas en la parte superior del busto. La me�dalla, al golpe de vista, tiene la apariencia de una anti�

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gua moneda de plata de ocho reales; y como tal hubi�mos este último ejemplar hace muchos años, ignorando el que la poseía que fuese medalla de tal mérito.

El otro ejemplar, o sea el adicionado con el sostén para la argolla, vino a nuestro poder en 1891, como fino y valioso obsequio del apreciable caballero Don Alejan�dro Villasmil, Redactor que fue de El Progresista de Bo�conó de Trujillo.

Informado el suscrito de que en la velada solem�ne con la ilustre Universidad de Los Andes celebrará el Centenario de la Batalla de Ayacucho, se exhibirían en puesto de honor, como reliquias históricas, una preciosa caja de oro para rapé, que fue del Gran Mariscal Sucre, conservada por la distinguida familia Paredes Méndez, y también una corneta de las que tocaron la victoria en el campo de Ayacucho, perteneciente al Museo Arqui�diocesano de Mérida, gustosamente ofrecimos al señor doctor Gonzalo Bernal, digno Rector de aquel Instituto, con el mismo oportuno y patriótico objeto, la medalla decretada por el Congreso del Perú a que nos hemos referido en el párrafo anterior.

Tratándose de las medallas de la Independencia Sur Americana, ciertamente es lamentable que sean ya pocos los ejemplares que se conservan, porque la ma�yor parte de ellas naufragaron en el general descon�cierto producido por las perturbaciones políticas que las nacientes Repúblicas sufrieron en épocas anteriores, vicisitudes que obligaban a muchas familias de Próce�res, privadas de sus pensiones, a sacrificar esta clase de prendas en casos de extrema necesidad, joyas que, en definitiva, y por ignorancia de los nuevos adquirentes,

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iban a parar a manos de algún fundidor como simple metal precioso. La rareza misma de estas joyas, viene hoy, pues, a aumentar su gran valor histórico.

1924.

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XXVIIEl último sombrero de Bolívar

Son de interés las dos cartas que en seguida publi�camos tomadas de la Gaceta de Venezuela del 25 de di�ciembre de 1842, por el objeto a que se refieren y por la calidad de sus autores.

Bogotá, junio 27 de 1842. Al Excelentísimo señor Ge-neral Juan José Flores, Presidente de la República del Ecua-dor, &, & Mi buen amigo. Cuando estuve en Santa Mar�ta me fue presentado el último sombrero que usó el Li�bertador Simón Bolívar, y yo he determinado enviarlo a Vuestra Excelencia para que lo haga colocar en el museo público, o en donde Vuestra Excelencia tenga por con�veniente. El honorable señor J. María Ortega, es quien entregará a Vuestra Excelencia de mi parte, este pre�cioso recuerdo del Héroe Colombiano. Sírvase Vuestra Excelencia aceptarlo, como el más expresivo testimonio del sincero afecto que conservo y siempre tendré por el pueblo ecuatoriano, y de amistad que profeso a Vuestra Excelencia. Con sentimiento de alta consideración ten�go el honor de ser de Vuestra Excelencia antiguo com�pañero y fiel amigo. P.A. Herrán.

Quito, 11 de octubre de 1842. Al Excelentísimo señor General Pedro Alcántara Herrán, Presidente de la Nueva Granada. Mi buen amigo. Pocas cosas han podido serme tan satisfactorias y avivado tanto mi entusiasmo, como el inapreciable obsequio con que Vuestra Excelencia se

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ha dignado darme una nueva prueba de distinguida consideración. �o lo agrade�co a Vuestra Excelencia muy sinceramente y le ofrezco conservarlo como pren�da de amistad, y como una reliquia que legaré a la Na�ción, o a mi familia, para perpetuar a un mismo tiempo el nombre de Vuestra Excelencia y la memoria siempre viva y respetable del Héroe Sud�Americano que me honró con su confian�a, y cuyos grandes servicios a la patria están grabados en mi corazón con indeleble gra�titud. Soy de Vuestra Excelencia con profundo respeto y distinguida consideración muy obediente servidor. Juan José Flores.

¿Dónde existe este interesante sombrero? ¿Estará en poder de la estimable familia Flores o en algún Mu�seo público del Ecuador?

1921.

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XXVIIILas bolas políticas en la Historia

Hay motivos fundados para creer que la circulación de noticias falsas, ora sean inventadas de propósito, ora nacidas al acaso, viene desde los tiempos antidiluvianos, costumbre que continuó en torno de la Torre de Babel y que los descendientes de Noé extendieron por todo el mundo.

La materia se presta para escribir un libro, pero sólo la tocaremos muy por encima, citando algunos casos relativos a la América, y particularmente a Venezuela.

A la cabeza debe ir la bola más célebre del siglo XVI, que tuvo origen en el Nuevo Mundo, que cruzó luego los mares y se dilató por el orbe entonces conocido: la famosa noticia del Dorado, brillantísima bola política inventada por los indios para alejar a los conquistadores de sus pueblos, excitando su codicia y espíritu aventurero con la noticia de ese país de fabulosas riquezas, que siempre estaba más adelante, en lugares remotos.

* * *

Viniendo a bolas de otro orden, o sea casos particulares en tiempos de guerra, que es cuando más corren, nos hallamos con la inventada en 1561 por el capitán Pedro Bravo de Molina, gobernador de Mérida,

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cuando llegó al Tocuyo a prestar auxilio al gobernador Collado contra el Tirano Aguirre. Se presentó diciendo que llevaba doscientos hombres bien pertrechados, como vanguardia de quinientos más que quedaban en Mérida a los órdenes de un Oidor de la Real Audiencia de Bogotá. Bravo de Molina no llevaba sino veinticinco soldados, y en Mérida apenas habían quedado otros veinticinco, pero la falsa noticia del notable refuerzo, alentó a los soldados del Rey y desconcertó a los del Tirano, que ya había llegado a Barquisimeto.

* * *

En 1808, cuando los sucesos de Bayona, circularon en Venezuela noticias son las siguientes, que se decía que eran traídas por la goleta inglesa que llegó a La Guaira en la tarde del 15 de julio: Que el duque del in�fantado, acompañante de los Reyes de España, al ver que Napoleón despojaba de la corona a su legítimo So�berano, hubo de protestar con gran energía, protesta a que contestó el Emperador con sumo desprecio, lo que motivó que el duque se lanzase sobre él, sable en mano, y lo hiriese por la ingle y en un brazo, recibiendo allí mismo el bravo español un pistoletazo a quema ropa por la espalda.

Otra noticia circuló entonces mucho más sorpren�dente: Que el pueblo de París había proclamado a Fer�nando VII por su Emperador y reducido a prisión al famoso Bonaparte!

* * *

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De la época de la Independencia hemos recogido algunos casos que pueden servir de muestra. En 1817 circuló por el oriente de Venezuela la sensacional noti�cia de que Bolívar había sido asesinado por una guerri�lla realista. Esta bola política indujo a Brión a adherirse al Congreso de Cariaco, pero pronto volvió sobre sus pasos al quedar convencido de tal falsedad.

* * *

Cuando la campaña de Boyacá, las bolas políticas llegadas a Maracaibo dieron por derrotado a Bolívar a su entrada en el Nuevo Reino. El Ilmo. Sr. Lasso de la Vega, obispo de Mérida, haciéndose eco de estas bo�las, decía desde aquella ciudad al Juez de Diezmos de Barinas, lo siguiente� “Bolívar comen�ó a entrar en el Reino, y ha comen�ado también a sufrir descalabros”. Esta carta inédita es de 27 de julio, y diez días después, estos descalabros produjeron la completa derrota de los realistas.

Pero no es de admirar que en Maracaibo corriesen tales bolas, sino que en Bogotá las celebrasen con bom�bo y platillos. “Mientras más feas se iban poniendo las cosas para los españoles, dice Groot, más noticias de triunfos sobre los insurgentes publicaban en Santafé, con cohetes y repiques. En uno de estos alegrones, entró un sujeto a casa de ciertas señoras, contando la última derrota dada a Bolívar. El canónigo Guerra, que esta�ba allí, dijo: No permita Dios que le den otra, porque se nos mete a Bogotá”. �, efectivamente, a no ser por�que se adelantaron los derrotados Aparicio y Barrera,

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el mismo Bolívar les había llevado la noticia de la gran derrota de Boyacá.

* * *

En 1820, cuando Bolívar llegó a Mérida el 1º de octubre, a las once de la mañana, con sólo su Estado Mayor, a las pocas horas circuló la noticia de que el jefe realista Tello, con su tropa, que habían desocupado la ciudad el día antes, se devolvían de Mucurubá, que está a media jornada de Mérida. Bolívar no se corrió con la bola, a pesar de no tener ni un cuerpo de guardia. Por lo que pudiera suceder, envió volando dos edecanes a llamar a Rangel, con su cuerpo de caballería, que habían quedado en Ejido, los que llegaron a Mérida a las diez de la noche; y en seguida continuaron marcha hacia Trujillo, Rangel alcanzó a los enemigos en Chachopo, donde con sólo siete jinetes desbarató la retaguardia del ejército realista.

* * *

En 1821, según lo dijo la Gaceta de Colombia, en el número 5, “El Universal” de Madrid, al anunciar la próxima llegada a la Corte de los Comisionados del Libertador Revenga y Echeverría, echó a rodar la bola de que dichos señores propondrían un tratado sobre estas bases� “Que la provincia de Caracas quedaría enteramente sujeta la Madre Patria, haciendo parte del territorio español; y que Bolívar, nombrado Capitán General, juraría desde luego la Constitución Española”.

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Sí juró Bolívar por aquellos días una Constitución: la de la Gran Colombia en el Rosario de Cúcuta.

* * *

En 1822 rodaron tres grandes bolas políticas desde Bogotá hasta el Sur, inventadas por el mismo Bolívar en Popayán el 29 de enero, a efecto de ahorrar sangre y nuevos sacrificios en la campaña que emprendía hacia el Ecuador. Estas bolas eran en síntesis las siguientes: que Portugal, Francia e Inglaterra se habían coaligado para mediar a mano armada contra España a favor de la independencia de América; la llegada a Venezuela de unos Comisionados de España para concluir un tra�tado de paz con Colombia, según lo había comunicado a Páez el general La Torre, quien pedía pasaportes para que dichos comisionados pudieran acercarse a Bolívar; y la caída del Ministerio, sublevación de tropas y gran�des disturbios en Madrid proclamando la República en España. El encargado de hacer rodar estas bolas desde Bogotá hasta el Sur, era Medina, edecán del Libertador, que debía partir de la expresada capital. “Este ruido, decía Bolívar a Santander, se propagará, correrá, se acabará y Medina quedará por embustero”. Pero estas bolas no dieron el resultado que se deseaba. Fue nece�sario el empuje de las armas en Bomboná y Pichincha para sellar por completo la independencia de la Gran Colombia.

* * *

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El 11 de marzo de 1828 decía Sucre a Bolívar desde La Pa� lo siguiente� “No acabaré esta carta sin decirle que, desde una gran altura de nieve, he echado a rodar una bola: no sé ni la dirección que tome ni la magnitud con que acabe su carrera. Pienso que será difícil que de revés me tome. Esta pasa�bola o enigma tendrá su ex�plicación más tarde”. ¿Cuál fue esta bola? Nosotros lo ignoramos.

* * *

Según comunicación de Mariño al Gobierno de Co�lombia, fechada en su Cuartel General del Táchira el 8 de mayo de 1830, había corrido por aquellos días en Ve�nezuela la bola de que Bolívar se había ido de Colombia, a virtud de una revolución ocurrida en Bogotá. Tantos visos de verdad tuvo la especie, que el mismo Mariño confiesa que ya se preparaba para desocupar con sus tropas la provincia fronteriza de Mérida, desde luego que la ausencia de Bolívar hacía fracasar los planes de los enemigos de la revolución separatista para invadir a Venezuela.

* * *

Fue Mérida de las primeras provincias del occiden�te que desconocieron el gobierno de Monagas en segui�da del asesinato del Congreso el 24 de enero de 1848. Hallándose tan alejada del centro de la República e inte�rrumpidas las comunicaciones, la ciudad estaba ansiosa de saber el estado en que se hallase la causa de la Re�

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volución. En tales circunstancias, atinó a llegar el 16 de marzo el comandante Juan Macpherson, en momentos en que se imprimía un boletín de guerra, e inmediata�mente fue éste adicionado en esta forma textual:

“A última hora. Acaba de llegar del cuartel general el Sr. Comandante Macpherson, trayendo la plausible noticia del pronunciamiento de la belicosa provincia de Apure, capitaneada por el bravo general Cornelio Mu�ñoz, quien ha atacado con sus invictas tropas a la pro�vincia de Barinas. Se restablece, pues, sobre la heroica Venezuela el celestial reinado de la Libertad y de las Leyes”.

El boletín se publicó en seguida por bando con apa�rato militar; pero he aquí que, cuando se le dio lectura ante gran concurso en una de las esquinas más centrales de la ciudad, en la ventana de una de las casas situadas en la misma esquina, apareció la figura de un militar, lleno de polvo y con botas de viaje, el cual se dirigió al concurso en alta voz y de modo enérgico:

� “Señores� yo soy el comandante Macpherson, y es cierto que acabo de llegar, pero declaro que no he traído semejante noticia. Es aquí donde la oigo por primera ve�”.

Dicho se está que el gozo de los revolucionarios se fue al pozo; cuando supieron después que, seis días an�tes de haber corrido la anterior bola, Páez había sido derrotado en los Araguatos por el mismísimo general Muñoz.

* * *

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Para terminar, y ya que del insigne Páez se ha tra�tado, incluiremos en estos apuntes un pasaje de la carta que le escribiera desde Pernambuco el General José Ig�nacio de Abreu y Lima, con fecha 18 de septiembre de 1868:

“Vive al fin el general Páe�, que yo creía muerto desde que leí en un diario que usted había sido víctima en Cumaná de un terremoto, que había desplomado el Cuartel sobre usted. ¿De dónde partió esta noticia? ¿O seria uno de tantos embustes con que los odios políticos acostumbran alimentarse? ¡El diablo se lleve la guerra civil”.

1931.

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XXIXEl Libertador indulta a una dama realista

Desde 1797 se trasladó a Barinas el Pbro. Rafael Díaz Viana, natural de Casigua en Coro, por haber sido nombrado Sacristán Mayor de la Iglesia Matriz de dicha ciudad de Barinas. En 1804, fueron a vivir a su lado, ya huérfanas, sus hermanas solteras María del Carmen y Josefa, radicándose desde entonces los tres en la rica metrópoli de los Llanos.

Sirvió también el P. Díaz Viana el Curato y la Vica�ría de Barinas en varios períodos; y desde 1807 fue Juez de Diezmos, cargo que vino a causarle graves disgustos en los días críticos de la guerra de la Independencia, porque realistas y patriotas acudían a él por medios di�versos en pos de los dineros de la renta decimal.

De sus dos hermanas, distinguíase doña Carmen por su ánimo resuelto y carácter varonil. Antes que ocultarse en las visitas domiciliarias que a la entrada de tropas hacían al Vicario en solicitud de fondos, ella salía a responder, para redimir a su hermano de disgus�tos; teniéndoselas en ocasiones con los comisionados y oficiales, en particular con los patriotas, a quienes no podía legalmente el Juez de Diezmos hacer ninguna en�trega, siendo como era empleado dependiente del Su�perior Eclesiástico y de las autoridades del Rey.

Cuando la reconquista de Venezuela por las armas republicanas, en la gloriosa campaña de Bolívar el año

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de 1813, ocupada Barinas por los patriotas, después del triunfo de Niquitao, mediaron dimes y diretes entre los jefes patriotas y el P. Díaz por los consabidos diezmos; y en definitiva, el Gobernador D. Manuel A. Pulido ofició al P. Díaz, con fecha 7 de agosto de 1813, pidiéndole las cuentas y fondos de la renta decimal y prohibiéndole hacer erogación alguna sin orden del gobierno revolu�cionario.

La resistencia del P. Díaz, atribuida a realismo re�calcitrante, fue motivo de contrariedades y violencias, que acabaron con la destitución del cargo y con la pri�sión y el extrañamiento. Sustituyólo el Pbro. Ramón Ignacio Briceño a virtud de nombramiento hecho por el Dr. Ramón Ignacio Méndez, encargado de la Vicaría Foránea.

Fue conducido el P. Díaz a Caracas, pero obtuvo gracias, por motivos de enfermedad comprobada, que�dó confinado en Valencia, sirviéndole de alojamiento el que tenía por entonces en esta última ciudad su amigo el conocido patriota D. José Francisco Jiménez, a la sa�zón empleado de la Comisaría de Guerra del Ejército Libertador.

Como era de esperarse, la actitud de doña Carmen en estas críticas circunstancias fue del todo enérgica ante los oficiales e individuos de tropa que repetidas veces iban a la casa, algunos de mal talante y con mani�fiesto desenfado, en lo que influía mucho la creencia en que estaban los patriotas de que el P. Díaz era realista de tuerca y tornillo.

Hay tradición en la familia de que en uno de estos ingratos allanamientos, un oficial hubo de excederse en

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amenazas con palabras mal sonantes, lo que motivó que doña Carmen, armada al instante con una silla de suela que había a la mano, lo pusiese en la calle a silletazos, trancando en seguida la puerta.

La orden de destierro de Barinas comprendió tam�bién a doña Carmen, la que permaneció en Valencia algunos meses al lado de su venerable hermano; pero siendo necesaria su presencia en Barinas, por el aban�dono en que habían quedado la casa e intereses del Pa�dre, y confiada en la caballerosidad de Bolívar, hubo de ocurrir a este, exponiéndole sus deseos de que le alzase el destierro. Condescendió el Libertador, pero bajo la condición que se verá en la orden comunicada por la Secretaría al P. Díaz. He aquí el documento autógrafo inédito:

“En consecuencia de una representación de la Ciudª María del Carmen Díaz Viana, hermana de V., el Libertador Gral. en Jefe de sus Extos., ha tenido a bien concederle su regreso a la ciudad de Barinas, bajo las más serias prevenciones que se le hacen para que no dé lugar a nuevos procedimientos, señaladamente sobre opiniones políticas, y espera continuará acreditándole como aquí lo ha hecho su decidido interés por la sa�grada causa de Vene�uela. � lo comunicó a V. para su cumplimiento y satisfacción. –Dios guarde a V.� m. a. Cuartel Gral. de Sn. Esteban, 24 de enero de 1814, 4º y 2º Rafael D. Mérida� Sor. D. Matías Día� Viana, Presbº”.

En el anterior documento, cuyo original tenemos a la vista, se advierte un error de secretaría en la direc�ción, pues el P. Díaz Viana no se llamaba Matías sino José Rafael, como al principio lo hemos nombrado. Los

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Díaz Viana, nativos de Casigua, en la provincia de Coro hijos de don José Andrés Díaz Viana y doña Florencia Reldiris, fueron tres varones, a saber: el P. José Rafael, nacido en 1769, Francisco Miguel y José Aniceto; y las cinco hembras siguientes; Isabel, casada con Jerónimo Acuña Mariana; Claudia y Josefa, casadas respectiva�mente con don Gregorio, don Diego y don Antonio Febres Cordero; y María del Carmen, que fue esposa de don Felipe Ménde�, a la cual se refiere el anterior indulto.

Para el 24 de enero de 1814, fecha del documento preinserto, ya Barinas había caído de nuevo en poder de los realistas, desocupada como fue el 18 de dicho mes por las tropas de García de Sena que la defendían. Por abril o mayo del propio año, volvió el P. Díaz a Barinas y nuevamente se posesionó del cargo de Juez de Diez�mos. � entonces se las tuvo con los realistas, quienes militarmente lo urgían por dinero, sin tomar en consi�deración que la crudeza de la guerra tenía exhaustas las arcas, pues nada habían dejado en ellas los revoluciona�rios, a tiempo que era imposible efectuar remates y co�bros, andando los contribuyentes unos en armas, otros a salto de manta y todos con los negocios en bancarrota.

Tan graves motivos en nada influyeron en los jefes realistas Puy y Becerra, para que lo persiguiesen, ni en el famoso Calzada, para que lo encausara y redujese a prisión ya en el año de 1818, impuntándole connivencia con los patriotas, sin tener en cuenta su carácter sacer�dotal ni las pruebas que había dado de ser partidario del Rey. De suerte que el P. Díaz, perseguido con la misma violencia por patriotas y realistas, puede decir�

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se que siempre anduvo de Herodes a Pilatos, vejado y martirizado por causa de los codiciados Diezmos.

Doña Carmen, que lo acompañaba varonilmente en estas desventuras, hubo de modificar sus ideas en política bajo los golpes de dolorosa experiencia, haciéndose partidaria de la emancipación, pero no de la forma de gobierno adoptada. �a de alguna edad, en pleno régimen constitucional de Venezuela, solía decir sin rebozo alguno, en los círculos de sociedad, cada vez que se alteraba la paz:

Bolívar lo habría hecho mejor si nos hubiera dejado una monarquía tranquila, en vez de esta República tan borrascosa.

Si es errónea tal opinión, el error no fue sólo de doña Carmen Díaz Viana, sino también de muchos próceres y patricios eminentes, que llegaron a pensar lo mismo desde el Ávila hasta el Potosí; pero el mal no estaba ciertamente en la forma de gobierno, sino en el choque continuo de las ambiciones y en el espíritu levantisco de los pueblos redimidos.

Después de la magna guerra, quedaron en cada país, rodeados de prestigio, hazañosos militares de gran renombre, que se habrían disputado el derecho de encabezar las nuevas dinastías para cambiar la espada libertadora por el cetro monárquico. � mayores habrían sido el encrudecimiento y la tenacidad de las luchas por perpetuarse en un trono, que por ocupar transitoriamente el sillón de una magistratura.

1931

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XXXLos combates de la Independencia

y los días de la semanaEl día jueves y el mes de junio,

propicios a la Libertad.

Con el título de “Semana Patriótica”, publicamos en 1886, en nuestro periodiquito El Lápiz, como artícu�lo editorial, el escrito que, con algunas adiciones, dice así:

Con la cooperación de inteligentes colaboradores hemos podido formar una lista que da a conocer el nú�mero de combates librados en cada día de la semana, valiéndonos para ello de la lista general hecha por el notable colombiano don Manuel Briceño con este enca�be�amiento� “472 combates sirven de pedestal a la glo�ria de Bolívar y constituyen la epopeya de la libertad en un mundo”.

En las acciones que ha durado más de un día se ha elegido el último para fijar la fecha. El resultado es el siguiente:

Lunes 59Martes 63Miércoles 55Jueves 89Viernes 74Sábado 61Domingo 71 472

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La distribución de estos combates en los meses del año, es la siguiente:

Enero 35Febrero 32Marzo 46Abril 29Mayo 45Junio 62Julio 40Agosto 37Septiembre 41Octubre 30Noviembre 41Diciembre 33 472

El mayor número corresponde al mes de junio.El día jueves ha sido favorable a los destinos de

Sur América. Nótanse ciertas coincidencias con ese día dignas de mención.

Un jueves (11 de octubre de 1492) “el resplandor del fogón de un salvaje descubrió a Colón un nuevo universo”, según la expresión de Chateaubriand.

Bolívar nació en jueves.El primer grito de libertad, 19 de abril de 1810, se

dio en jueves.En día jueves se libra el mayor número de

combates (89), figurando entre ellos la gloriosa batalla de Ayacucho que selló la emancipación del Continente el jueves 9 de diciembre de 1824.

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Bolívar se salvó providencialmente de la muerte en Rincón de los Toros el 16 de abril de 1818 y en Bogotá el 25 de septiembre de 1828; ambos días fueron jueves, y nadie muere la víspera. El Libertador debía morir viernes, 17 de diciembre de 1830, 11º aniversario de la creación de Colombia, que, para mayor coincidencia, fue también en viernes.

1885

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XXXIVersos e historia

Según noticia publicada por el diario caraqueño El Tiempo, el Excelentísimo señor don Guillermo Bi�llinghurst, Presidente del Perú, ha declarado intangible la letra del Himno Nacional, que data de 1821. Fue es�crito por don José de la Torre Ugarte, en presencia de la obra de San Martín, a quien exclusivamente atribuye la libertad peruana.

“�a el estruendo de broncas cadenas que escucharon tres siglos de horror de los libres el grito sagrado que oyó atónito el mundo, cesó. Por doquier San Martín inflamado, libertad, libertad, pronunció, y meciendo su base los Andes, la anunciaron también, a una vo�”.

Muy bien para 1821, pero los acontecimientos pos�teriores son de tal magnitud, que vale la pena de hacer una reforma justiciera en el Himno Nacional vigente, donde no hay la menor huella de lo que pasara en la tierra de los Incas en el año de gracia de 1824. Con razón dijo Bolívar: ¡Hemos arado en el mar!

Cabe preguntar con el épico poeta, ya que de ver�sos se trata:

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¿Quién es aquél que el paso lento mueve sobre el collado que a Junín domina, que el campo desde allí mide, y el sitio del combatir y del vencer designa?

�a cabe recordar también lo que se cantaba en el Perú, aún en el recinto de los templos, después de Junín y Ayacucho.

De ti viene todo lo bueno, Señor: nos diste a Bolívar, gloria a ti, gran Dios.

¿Qué hombre es este, cielos, que con tal primor de tan altos dones tu mano adornó?

Lo futuro anuncia con tal previsión, que parece el tiempo ceñido a su voz.

� pasando de los versos a las leyes, ¿ha sido dero�gado acaso aquel famoso y sustancial decreto del Con�greso Constituyente del Perú, de 12 de febrero de 1825? Ese documento histórico encabeza así:

“Considerando� que el Perú debe al Libertador Si�món Bolívar, con su invencible ejército, la existencia po�lítica que hoy go�a, y la feli� cesación de la guerra, etc”.

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� el artículo 7º del mismo decreto dice textualmen�te� “Será reconocido en adelante el general en jefe del Ejército Unido, Antonio José de Sucre, con el dictado de Gran Mariscal de Ayacucho, por la memorable victoria obtenida en los campos de este nombre”.

� pasando de las leyes a los archivos y bibliotecas, ¿dónde están los millares de documentos y la multitud de libros escritos durante ochenta años, por americanos y europeos, que, sin privar de gloria a San Martín, dan a Bolívar y a Sucre la que les corresponde, como defini�tivos Libertadores del Antiguo Virreinato del Perú?

Esta inconsecuencia poético�oficial, declarada in-tangible por el Gobierno peruano, corre parejas con la peregrina especie ocurrida en 1862, año en que apareció en Lima un libro titulado El Álbum de Ayacucho, escrito por el capitán José Hipólito Herrera, de que nos habla el historiador don José Manuel Groot. En dicho libro el héroe de Junín no es aquél de quien dice Olmedo que era su voz un trueno y su mirada un rayo, no es Bolí�var, sino el Teniente Coronel Suárez, jefe del escuadrón peruano; y aquí viene lo más gordo, al enumerar los héroes de Ayacucho, encabeza con Lamar y Gamarra, y no menciona, ni en segundo término, a Sucre, jefe del Ejército, ni a Córdova, ni a Lara, ni a Silva ni a tantos otros adalides del Ejército colombiano. Risum teneatis amici. ¡El capitán Herrera se olvidó de Sucre al hablar de Ayacucho...!

Volviendo al Himno Peruano, la declaratoria ofi�cial de que es intangible, viene a establecer una contra�dicción permanente, pues una cosa dirán los versos del Himno y otra la historia de América.

1913.

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XXXIIBolívar y Fultón

El Primer Buque de Vapor en el Lago de Maracaibo

En la colección de leyes de la Gran Colombia co�rrespondiente a los años de 1825 y 1826, regístrase con fecha 29 de marzo de este último año, el privilegio ex�clusivo concedido por el Congreso a Jorge Suckley, re�presentado por Cristiano Luis Manchardt, para hacer la navegación en uno o más botes de vapor o de vacío en el Lago de Maracaibo, río Zulia y los que desaguan en él, comprometiéndose el empresario, en cambio de varias concesiones que se le hacían, entre otras cosas, a transportar gratis la correspondencia ordinaria o pos�tal, siempre que estuviese lista a la salida del bote y no excediese de dos cargas, incluyendo en ellas las enco�miendas de efectos y dinero.

No aparece en dichos años otro privilegio; pero hay motivo para suponer que aunque sin efecto el obtenido por Suckley, siempre hubo de establecerse la navega�ción de vapor en el Lago de Maracaibo a fines de 1826. He aquí lo que a este respecto dice don Eduardo López Rivas en “El Zulia Ilustrado”, notable publicación de que fue director de 1888 a 1891.

“El Steamboat”, buque de ruedas, traído en 1826 por el norteamericano Samuel Glwer, fue destinado a la navegación del río Zulia, y lo mandaba el teniente de fragata de la armada colombiana don Tomás Vega. El Libertador bajó el río en este vapor, cuando vino a Cú�

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cuta en diciembre de aquel año. Se perdió en La Ceiba el año de 1828. Hacía viajes al puerto de La Horqueta y a El Pilar”.

�a las aguas vene�olanas por el golfo de Paria habían sido surcadas por un buque de vapor en 1818, según lo refiere don Arístides Rojas en una de sus in�teresantes “Leyendas Históricas”. Dicho buque hacía la navegación entre Trinidad y las bocas del Orinoco, caminando seis y media millas por hora, y fue propicio a los intereses de la naciente República.

Corresponde, sin embargo, al “Estimbote”, llamán�dolo por el nombre popular con que fue conocido, la primacía de la navegación de vapor por el lago de Ma�racaibo y río Zulia, con la gloriosa circunstancia de ha�ber conducido a bordo al Padre de la Patria, quien arri�bó a Maracaibo el día 16 de diciembre de 1826, cuando marchaba hacia el Centro de la República a conjurar con su presencia, como lo efectuó, la primera revolución se�paratista encabeza por Páez, conocida en la historia con el nombre popular de “La Cosiata”.

Espléndido aguinaldo daba a los hijos de la próspe�ra ciudad del Lago el primer buque de vapor, llevándo�les sobre sus ruedas prodigiosas al Genio de la Libertad Sur Americana; y sería esta fecha �16 de diciembre� la más propia para hacer la conmemoración centenaria del fausto suceso, batiendo hermosas palmas de triunfo tanto a Bolívar como a Fultón, en medio de un gran tor�neo naval, llevado a efecto con el patriótico entusiasmo y espíritu de progreso que sabe lucir el pueblo zuliano en ocasiones semejantes.

1926.

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XXXIIILas bóvedas sepulcrales de Bolívar

en Santa Marta“Hundimiento de la primera en 1837.

Traslación de la urna a otra bóveda en 1839. Aspecto que presentaban los restos en 1842.

La gran apoteosis en Caracas”.

La Bandera Nacional, periódico de Caracas, en su número 29, el 13 de febrero de 1838, y bajo el título de “La Tumba del Libertador”, publicó el párrafo de una carta de persona respetable, dice, fechada en Santa Mar�ta el 30 de diciembre de 1837, párrafo que contiene esta interesante información:

“En meses pasados se hundió la bóveda del Liber�tador, y algunos miserables mandaron llenarla de tierra y pisarla de firme, como lo ejecutaron. Al instante que lo supo el señor Manuel Ujueta corrió a la Catedral; ca�sualmente no habían embaldosado; mandó a suspender la obra; dio pasos reclamando contra la falta de respe�to a aquellos restos sagrados; y tuvo la fortuna de no hallar oposición; le contestaron que, porque no había dinero para componer la bóveda, la habían mandado cerrar de firme, y como dijo que lo haría de su bolsillo, se lo concedieron; hizo limpiarla muy bien toda, y la fortuna que, como usted sabe, tiene los restos caja de madera y caja de plomo, la tierra ni el pisón no pudie�ron romper la caja de plomo, aunque la otra está ya po�drida y sólo lo magullaron, pero la hizo componer el

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señor Ujueta, y el esqueleto tal como estaba así quedó, volviéndolo a colocar en la bóveda limpia, y regada con las lágrimas de aquel buen patriota y de muchos otros que lo acompañaron”.

No creemos que en la inconsulta disposición de ce�rrar de firme la hundida bóveda, mediante propósito alguno de irrespeto hacia los sagrados despojos, sino la triste circunstancia alegada de falta de recursos para re�pararla inmediatamente con el decoro y las formalida�des que el caso exigía, pues la sociedad de Santa Marta dio siempre testimonios inequívocos del justo orgullo y veneración con que guardaba el valiosísimo depósito; y prueba de ello es la digna traslación que se hizo de los venerados restos a otra bóveda el 24 de julio de 1839, dos años después del hecho a que se refiere la carta an�tes citada, según se verá en el documento público que sigue, a la verdad poco conocido:

“�o, el infrascripto escribano público del número y del Ju�gado de Hacienda de la provincia & Certifico� que a invitación del señor Joaquín Anastasio Márquez me presenté en la Santa Iglesia Catedral entre doce y una del día veinticuatro del corriente, con el objeto de que diese fe y verdadero testimonio de la traslación de los últimos restos del Libertador de Colombia Simón Bolívar, y en efecto, presentes los señores Canónigo Pe�nitenciario de la misma Santa Iglesia Catedral Santiago Paeres Masanet, el Sargento Mayor de Artillería Gabriel de Vega, Juan y Andrés Obregón, que manifestaron concurrían al acto por su tío legítimo el señor Manuel Ujueta, y la concurrencia de otras muchas personas, se destapó una bóveda situada en la nave del lado del

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Evangelio y al pie del altar de San José, en la cual se en�contraron dos féretros, uno grande y otro pequeño, con�teniendo un forro de madera y otro de plomo; los que se sacaron de allí y se trasladaron a otra bóveda a inme�diaciones del altar mayor de la dicha Iglesia, fabricada a expensas del señor Márquez, la que fue cubierta con una lápida de mármol que contiene el siguiente epígra�fe� “Bolívar Libertador de Colombia y Perú, y fundador de Bolivia. Dedícale este pequeño tributo un oficial del batallón Rifles primero de la Guardia, J.A.M.” y asegu�rando por cierto lo referido y que en el lugar citado exis�ten hoy los restos del Benemérito Libertador, existiendo la presente que signo y firmo en Santa Marta a veinte y seis de julio de mil ochocientos treinta y nueve. Hay un signo. Francisco J. de Osuna”.

El féretro o caja pequeña a que se refiere el acta anterior contenía el corazón y otras vísceras del Libertador, separadas en 1830 con motivo de la autopsia y embalsamiento del cadáver. Esta parte de los restos quedó en la misma bóveda cuando fue abierta en 1842, por haber exigido, por oficio, los comisionados de Nueva Granada a los de Venezuela, que les dejasen esta pequeña urna, porque querían conservar algo de tan preciosos despojos. � tan justa exigencia fue concedida en el acto, también por documento público.

Con carta de 5 de agosto de 1842, el señor Márquez envió el acta preinserta de 1839 al General Páez, Presi�dente de Venezuela, quien le contestó, expresándole las gracias a nombre de la República y en el suyo propio, por su desinteresada consagración a custodiar de un modo digno tan inestimable depósito. Esto se publicó

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en la Gaceta de Venezuela, número 618, de 13 de noviem�bre de 1842, de donde hemos copiado dicho documento.

En la segunda bóveda permanecieron los restos de Bolívar tres años y cuatro meses, hasta el día 20 de noviembre del citado año de 1842, en que se hizo la solemne exhumación de ellos, en presencia de los Comisionados de los Gobiernos de Nueva Granada y Venezuela, a que nos hemos referido y de gran concurso de personas conspicuas de uno y otro país con el objeto de trasladarlos a Caracas. Del acta respectiva, inserta en la “Gaceta de Vene�uela” de 21 de diciembre de dicho año, copiamos el siguiente pasaje, donde se pinta el estado en que se encontró el esqueleto del insigne Capitán:

“El cráneo estaba aserrado hori�ontalmente y las costillas por ambos lados cortadas con oblicuidad como para examinar el pecho: los huesos de las piernas y pies estaban cubiertos con botas de campaña, la derecha todavía entera, la izquierda despedazada y sólo conservaba en su parte inferior: pedazos de galón decaído se hallaban a los lados de los muslos, y listas de color verde de cobre oxidado formaban líneas paralelas a estos huesos”. En este estado, sin hacer alteración alguna, fueron encerrados en la preciosa urna cineraria enviada por el Gobierno de Nueva Granada, y conducidos a Caracas, donde fueron triunfalmente recibidos, con pompa y majestad realmente extraordinarias, el día 17 de diciembre de 1842, colocados el 24 del mismo mes en la Capilla de la Trinidad de la Iglesia Metropolitana.

Aquel grandioso homenaje a Bolívar, por la clásica magnificación y el intenso fervor patriótico con que se

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efectuó, tuvo honorífica resonancia para Vene�uela en uno y otro continente. Fue la verdadera Apoteosis del Genio de la Libertad, presidida por Páez el Coloso del Heroísmo Americano, con el concurso de un venerable Areópago de ilustres próceres, eminentes patricios y brillantes pensadores, en que descollaba Vargas como pontífice de la Virtud y del Saber; magna apoteosis que inspiró a Fermín Toro páginas descriptivas de ática belleza, y que el cincel romano, en manos de Tenerani, ha perpetuado con una maravilla de arte.

1925.

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XXXIVSimón Bolívar

IRetumba el cañón de Ayacucho. Su eco se repercu�

te en los ámbitos de la América del Sur, y en ráfaga de esperanza, parece que va diciendo: ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad! Es que le anuncia a sus comarcas, al mundo de Colón, que las cadenas de un poder despótico van a ser rotas, y que el tirano huirá, aunque dejando tras de sí una huella de sangre… Mientras tanto crujen las ar�mas; millares de hombres con el corazón henchido, pal�pitante, combaten con ardor frenético, no como el héroe que, espada en mano, se precipita sobre sus hermanos y airado forcejea en un mar de sangre inocente; no, sino ilustres campeones que lidian bajo la bandera de una causa sublime y sacrosanta: La causa de la LIBERTAD.

IIAl estruendo de la devastadora artillería, a los res�

plandores del luciente acero, entre los esfuerzos de un combate crudo y encarnizado, donde se percibe el gri�to doloroso del herido que, con fisonomía radiante de melancólica alegría y pidiendo agua, exclama. “Muero, pero mi patria es ya libre…”, ¡invicto héroe corona la batalla! La hueste americana, atónita le admira agra�decida. Tiembla el hispano guerrero; vacila sobre sus mismos pies…; escapándose de sus manos el acero y, humillado, póstrase a sus plantas rendido.

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III¡Acabó la lucha…! La naturale�a, adornada con sus

más ricas galas, parece entretejer con sus palmas más hermosas, la corona que debe ceñir las sienes del Liber�tador y del modesto Sucre, su perínclito teniente. Les buscan agitados para rendirles un culto de gratitud; mas ya el soplo de la fama, el más certero historiador de los sucesos magnos, había escrito sobre las páginas de oro del tiempo y rodeado con la aureola de la inmorta�lidad, los nombres de

¡¡SIMÓN BOLÍVAR!!¡Antonio José de Sucre!

Mérida, octubre 26 de 1877.Amaury

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XXXVVida y muerte de Colombia

El 11 de Diciembre de 1819, Bolívar se presenta inesperadamente ante el Congreso de Angostura, fres�cos aún sobre su frente los laureles de Boyacá, y con frases llenas de entusiasmo y de elocuencia, reseña sus operaciones militares y habla de la creación de Colom�bia, concluyendo con estas palabras:

“Legisladores, el tiempo de dar una base fija y eter�na a nuestra república ha llegado. A vuestra sabiduría pertenece decretar este grande acto social y establecer los principios del pacto sobre el cual va a fundarse esta vasta república. Proclamadla a la faz del mundo, y mis servicios quedarán recompensados”.

Pocos días después su deseo estaba satisfecho: Co�lombia había nacido al mundo, grande y poderosa; allí “en medio de las antiguas selvas y vastas soledades del Orinoco, con un pie sobre el Atlántico y otro sobre el Pacífico”, según la magnífica expresión de Zea.

Era el 17 de Diciembre de 1819.Once años después, Bolívar, ya moribundo, sellaba

el glorioso proceso de su vida pública con este sentido adiós:

“Colombianos� Mis últimos votos son por la felici�dad de la Patria. Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”.

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� pocos días después, el Insigne Capitán de Sur�América moría en Santa Marta, desapareciendo con él para siempre la integridad de Colombia, ¡la Gran República!.

Era el 17 de Diciembre de 1830.

¡Admirable coincidencia de fechas!

Mérida, 1884.

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XXXVILa Independencia

(Fantasía)

Ora sentada sobre las piedras de caudaloso río, ora adormecida en el hueco de algún peñón solitario y tris�te, así, perdida en la montaña o errante por las pampas, vivía la Libertad, llena el alma de melancólicos pensa�mientos y pálido el rostro por el dolor, cuando, cierta vez, a la caída de un sol hermosísimo, sorprendióla en sus tristezas la lejana armonía de un clarín.

Era la Fama.� ¡Partamos! ¡Partamos! amiga mía, dijo el melodio�

so Genio a la Libertad, sí, presto, volemos que una gran claridad nacida acá en la tierra ha causado en las alturas divina alarma; y enviada soy a inquirir la causa de tan extraño suceso. ¡Al Ávila! ¡Al Ávila!, presto, volemos, que ya diviso allá en el confín los resplandores de tan misteriosa luz.

� juntos los Genios partieron.� ya remontándose en vertiginosos giros hasta to�

car las estrellas de la hermosa noche, ya rozándose con las copas de los árboles o con los pelados riscos, fueron por el espacio la Libertad y la Fama, hasta caer, como flechas de lu�, disparadas desde el cielo, sobre la falda del encendido Ávila.

� ¡Aquí es!, exclamó la Fama deteniéndose súbita�mente.

� ¡Adelante!, replicó la Libertad.

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¿Llegaban a algún palacio?¡No!, entraron a la casa de un hombre.En el santuario del hogar hallaron una cuna, y

dentro de la cuna un niño. Los enviados de la Gloria contemplaron en silencio el sencillo cuadro; y luego la música imperceptible de un ósculo ardiente, exhalación del alma, hizo estremecer la cuna, llenando al mismo tiempo de exquisita fragancia los ámbitos del recinto.

Los Genios habían besado en la frente al niño y desaparecido.

El alarma de los Dioses era justísimo: había na�cido El Libertador de Sur�América; y en la lógica de los hechos magnos estaba que reviviría Troya con su Aquiles glorioso y sus proezas sublimes; y que de nuevo veríase el Olimpo lanzado en esa guerra por�tentosa de dioses contra dioses, referida por el inmor�tal Homero.

En efecto, pasado algún tiempo, furiosa tempestad se desata sobre la vastísima comarca, brama el hijo de la altiva Iberia como el Dragón de la fábula, tiembla la tierra con inaudito estrago y el fuego del incendio, cual gigantesca tea, alumbra los valles y los montes; los caballos del Aquiles americano batallan en el agua, y por la llanura vuelan, agitando sus crines en el hu�racán del combate, como manojos de luz, que semejan a lo lejos rayos deslumbradores del sol de la Victoria. El carro de la revolución va en triunfo por todas par�tes, repasando las nieves y los encendidos volcanes, la dilatada pampa y el angosto precipicio. Cada detalle del inmenso cuadro es como el conjunto grande, muy grande, estupendo.

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De pronto, conmuévese la mitad del mundo al eco de un gran trueno tan grave y solemne como el trueno de Tebas, la noche del nacimiento de Hércules, ruido semejante a la caída de una montaña. ¡Era el cañón de Ayacucho!

La libertad de Sur�América estaba consumada.El niño del Ávila, ya hombre, había devuelto sus

tierras a la Libertad. La Fama pregonó la grandeza del suceso a los cuatro vientos del cielo, y el nombre de SIMÓN BOLÍVAR quedó inscrito en el rol de los Inmortales.

Sereno el espíritu de las gentes, claro el cielo, brillantes las nieves con nueva luz y abiertas ya las selvas de América al aire purísimo de la Libertad, del nido de un ruiseñor salió Andrés Bello, templada el arpa de los cantares y ungida la frente con el óleo bendecido de la inspiración. Suspendieron su curso las aguas, y el viento, las aves, la naturaleza toda guardó silencio.

� oyóse entonces el comien�o de un canto sublime�

“¡Salve fecunda �ona,Que al sol enamorado circunscribes!”

A vivir los griegos, tal vez sería –en resumen� la historia de nuestra Independencia.

Mérida, 1885.

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XXXVIICentenario de Bolívar I

Anímese el PatriotismoHoy se inician los trabajos preparatorios para el

Centenario de Bolívar, ¡el genio redentor de cien pue�blos!. ¡A la plaza pública ciudadanos! Bolívar es de to�dos y todos debemos propender a

¡LA GLORIA DEL HÉROE!A las 5 de la tarde de hoy se celebrará la primera

reunión en la “Pla�a Bolívar”.Mérida, julio 24 de 1882.

Este cartel circuló con profusión después del me�diodía del Lunes 24.

* * *

¡Honra para Mérida! Los ciudadanos todos han correspondido al llamamiento de la Junta preparatoria del “Centenario de Bolívar”. Allí, en la pla�a que lleva el nombre del Héroe, estaba la generación que pasa, y que hace un alto para transmitir, con el enternecimiento gozoso de los gloriosos recuerdos, la tradición de los hechos casi increíbles de la Magna Independencia: allí estaban los hombres en la fuerza de la virilidad que re�verencian al genio, por quien son ciudadanos de una República independiente; allí, la juventud con la faz ra�diante por el fulgor de la inteligencia, con el corazón

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ardiendo en entusiasmo, y levantando en alto con mano firme el lábaro del porvenir.

Reunida la ciudadanía a las cinco de la tarde del día 24 �natalicio de Bolívar� en la esquina oeste de la plaza, bajo los muros de la nueva Casa Municipal, �que recuerda aquella antigua en donde fue obsequiado El Libertador, y desde cuyos balcones entusiasmó a los merideños con su palabra eléctrica, verbo de la libertad� se leyó el acta de la Junta preparatoria, documento que publicamos en nuestro número anterior. A la lectura del acta, precedió la exposición del Director de la Junta respecto del motivo de la reunión; y enseguida el Sr. Dr. Foción Febres Cordero, que une a su decisión por todo acto de progreso la cordura y tino en el consejo, formuló las siguientes proposiciones, acogidas y adoptadas ca�lurosamente por el concurso:

“1.� La “Sociedad Bolívar” se compone de toda la ciudadanía de Mérida, y está en consecuencia abierta para la incorporación de todos los que quieran concu�rrir a ella.

2.� El núcleo de ciudadanos, que se reunió el 17 del corriente para promover la formación de esta Sociedad, se constituirá en Junta Directiva del Centenario y nom�brará sus Empleados, que lo serán también de aquella.

3.� Esta Junta participará oficialmente su instala�ción al Gobierno Nacional y a los del E. de los Andes y de las Secciones Guzmán, Táchira y Trujillo.

4.� Se dirigirá también a las Municipalidades de los Distritos, especialmente de la Sección Guzmán, en solicitud de su patriótica cooperación para levantar un monumento que conmemore las glorias de Bolívar”.

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Desbordaba el entusiasmo, y la Junta Directiva, con aplauso del concurso, dispuso recorrer, llevando por guía el pabellón tricolor que presenció, erguido, tantos desastres; que presidió flameante a tantos y tan mag�nos triunfos, y que jamás se abatió, sino ante la Majes�tad de Dios, los lugares consagrados por algún hecho notable de la Independencia o por la presencia del Li�bertador. De este modo fue la ciudadanía, pasando por ante el despacho del Gobierno Seccional, al templo de San Francisco, antiguo Convento agustino; y allí el Sr. Tulio Febres Cordero –iniciador de esta noble idea del Centenario� recordó a unos, enseñó a otros, que bajo la humilde bóveda de aquel templo había sido bende�cida la primera bandera republicana, a cuya sombra las huestes patriotas de Mérida salieron a luchar por la libertad: allí el Sr. Febres Cordero, con rasgos de su�blime elocuencia que electrizaron de entusiasmo a los oyentes, bosquejó el magnífico monumento digno de la alteza de Bolívar quien, rompiendo la tradición de los guerreros, quiso, en vez de Conquistador, ser El Liber�tador y Ciudadano.

“El monumento a Bolívar �dijo, pero con más be�llas y brillantes frases� no debe ser una columna que no podría resistir el peso de tanta gloria; su forma debe imitarse de la gigante mole de los Andes; que asiente la planta robusta y anchurosa de sobre la tierra, como la idea tenaz de la redención de un mundo; que sus aristas corten el aire, rectas y severas, como el eco de aquella voz de mando que subyugó a la victoria y su cúspide se eleve majestuosa, como se levantaron cinco Repúblicas, de la abyección de Colonias al rango de Naciones”.

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De allí el concurso, a cada instante más numero�so, entusiasta siempre, pero con orden admirable, dejó la “calle de la Independencia”, enfiló la de “Bolívar” y, pasando al frente del Palacio de Gobierno del Estado, a cuyo jefe saludó, fue hasta la casa en que habitó, hués�ped preclaro, el Macabeo de América. En ese sitio el jo�ven A. Justo Silva, infatigable en el estudio y aventajado ya, habló con patriótica animación de las glorias de Bo�lívar; y se conmemoró la estadía del Libertador, hecho que hace hoy expectable la sencilla casa.

La reunión se disolvió en la plaza principal, vito�reando a la “Junta Patriótica de 1810”, y a todos los he�roicos adalides de la Independencia en los nombres de Rangel y Campo Elías.

La obra del Centenario se realizará; no bajará un punto el entusiasmo: tiene a la juventud, tiene al pue�blo; es decir, el fuego vivificante de la idea y el vigor del brazo que ejecuta. Un año más y el grandioso monu�mento a Bolívar dirá que Mérida �que sabe honrar a los Libertadores� es digna de la libertad.

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XXXVIIICentenario de Bolívar II

El 24 de los corrientes, gran número de los habitan�tes de Mérida se reunió en la “Pla�a Bolívar” a las cinco y media de la tarde.

Todos los semblantes se veían iluminados por una aureola que revelaba la alegría del alma y todas las mi�radas brillaban con el fuego penetrante del entusiasmo.

De pronto la banda de música dejó oír uno de sus tradicionales valses, pero ejecutado con tal maestría que supo elevarse a la altura de nuestros ánimos.

Esta reunión fue el acto de instalación de la “Socie�dad Bolívar”.

Al frente de la Casa Municipal, donde en 1810 se reunió la Junta Patriótica de Mérida, y desde cuyos bal�cones arengó El Libertador a la multitud depositando en sus corazones el germen de la libertad, el señor José Vicente Nucete tomó la palabra y con patriótico acento transportó nuestro espíritu a esa época de honor y glo�ria para Mérida.

Percibimos en sus labios así “el ruido grande e in�mortal de las pisadas del caballo de Bolívar que, a dife�rencia del de Atila, hacía brotar héroes a su paso, como el toque armonioso de las dianas de la libertad”.

El señor Nucete supo interpretar el sentimiento que dominaba todas las almas.

En ese instante nuestro pensamiento se agitaba en la atmósfera serena de la libertad, y las pulsaciones de

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nuestra alma eran impelidas por un sentimiento de gra�titud hacia el Grande Hombre que supo hacernos ciu�dadanos libres.

Luego el Dr. Foción Febres Cordero dejó oír su acento republicano, y bajó de la tribuna en medio de las aclamaciones de un pueblo que sentía bullir en su cerebro las patrióticas ideas del orador.

De allí, abriéndose campo por en medio de la mu�chedumbre, partió el pabellón tricolor con dirección al templo de San Francisco, al compás de la música y de los vítores al LIBERTADOR, donde el joven Tulio Fe�bres Cordero, autor del noble pensamiento de fundar la “Sociedad Bolívar” y gala de nuestra oratoria, dijo estas entre otras palabras:

“En este templo, señores, se bendijo la primera ban�dera de la Independencia, y no sé cómo hayan podido resistir sus columnas al peso de tanta gloria.

El objeto de estos comicios es grande: no alcanzo siquiera a medirlo, porque BOLÍVAR está fuera de las dimensiones humanas.

Bolívar es tan grande como Colón. Éste realizó un sueño de la antigüedad al descubrir la tierra que pisa�mos; y BOLÍVAR ha realizado en América el ideal de todos los tiempos y de todos los hombres: La Libertad, que es el más hermoso continente del espíritu humano.

Con mano firme, Bolívar selló los labios de Castilla, para que el universo entero percibiera mejor el estrépito inmortal del Amazonas.

El día del Centenario será apocalíptico para el nue�vo mundo, porque al sonido de sus heráldicas trompas resucitarán las generaciones de América, para que así el

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indio salvaje como el civilizado entonen ese gran himno de gratitud que llenará de armonías hasta las últimas ensenadas del globo.

Bolívar reclama monumentos de la Edad Ciclópea configurados según el modelo de nuestras montañas.

Dentro de un año la América aparecerá a los ojos del mundo como un astro inmenso, que encendido al fuego del patriotismo, gira sobre la tumba de Bolívar, alumbrándola con los fulgores de la justicia y del agra�decimiento.

Mérida, que ha sido comparada con Atenas, debe en esta oportunidad dar muestra de tan glorioso tim�bre. Venid, pues, atenienses de los Andes, a celebrar a los márgenes del Chama, juegos Olímpicos en honor del Libertador de América”.

El joven Cordero fue en esta ocasión un sacerdote de la democracia en el altar de la República; un eco de la In�dependencia vagando por nuestras vírgenes montañas.

La comitiva recorrió luego las calles de la pobla�ción hasta la casa que habitó El Libertador; allí el joven Antonio J. Silva habló con entusiasmo y también el Sr. Nucete con elevadas y robustas frases habló de nuestra peregrinación a ese sitio y lo sagrada que era esa man�sión para los hijos de Mérida.

El nombre de Bolívar salía de todos los pechos por�que todos los corazones son santuarios de tan sagrada memoria, y porque esa debe ser la voz de entusiasmo de la juventud Merideña, la armonía de Venezuela y el concierto del continente americano.

Otros han llamado a Napoleón I el coloso de la gue�rra; para nosotros es Bolívar el coloso de las virtudes.

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Napoleón ostentó sobre su frente la corona de trece imperios; Bolívar puso sobre la suya la diadema de la libertad de todo el mundo.

Napoleón, desde la cumbre de los Alpes, contem�plaba sonriendo los despojos sangrientos que lo lleva�ban a la gloria y su halagado pensamiento volaba en pos de nuevos triunfos. Bolívar, desde la cima de los Andes, vertía una lágrima sobre el cadáver de sus com�pañeros mártires; lágrima que sólo era enjugada por la idea de redención que bullía en su cerebro.

Bolívar jamás pensó en su gloria ni en su libertad, porque él nació grande y era la libertad misma. Su úni�co pensamiento era el rescate de su madre –la patria� que languidecía entre cadenas.

Él consolaba los pueblos dándoles un girón de su bandera para enjugar sus lágrimas, una chispa de sus ideas para despertar su esperanza y una sensación de ese hermoso sueño de la Emancipación.

A las ocho de la noche, Mérida se hallaba en com�pleta calma, pero todos los corazones rebosaban la dul�ce satisfacción de un deber cumplido.

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XXXIXPalabras en una asamblea de la Junta

Directiva de la Celebración del Centenario de Bolívar

Ciudadanos:En este día de supremo gozo para el espíritu pa�

triótico, saludo en vosotros a la América redimida. Re�cono�co con nuestras fisonomías ese entusiasmo divino que sólo sabe inspirar el recuerdo de la libertad en días como el de hoy, en que se conmemora el nombre de nuestro Libertador Simón Bolívar. Estas dos palabras encierran la fórmula del porvenir de un mundo. Este nombre irá siempre inscrito en la fachada de los siglos venideros como lema de civilización y de progreso para nuestra América.

Cuando trato de comparar a Bolívar, no sé a dónde recurrir: la historia me parece un desierto; los hombres célebres de otros tiempos desaparecen a mi vista; sólo escucho por todas partes el ruido inmortal de la mag�na guerra; el carro de la revolución se ofrece a mis ojos atravesando pampas y valles, y ora desaparece en la lla�nura con pomposo estruendo, ora sube a las crestas del monte tirado por las águilas del genio para encender en las cumbres del continente la luminaria de la libertad y del derecho. Todo esto se viene a mi mente al tratar de Bolívar. Si la América toda, me parece un mundo aparte con venas de oro, que gira dentro del planeta sobre dos polos visibles. Cristóbal Colón de pie sobre el Atlántico es un polo; Bolívar victorioso sobre el Pacífico el otro.

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�o miro al labrador dejar los instrumentos del tra�bajo para hacerse soldado porque el clarín de la guerra llama a los ciudadanos, en todas partes, en la plaza pú�blica, en la aldea, en el caserío, en los cerros escarpados y en el seno mismo de las montañas. El padre, el esposo, el hijo, todos siguen tras el brioso corcel del Libertador, entonando el himno de los combates y tejiendo coronas con los laureles de las victorias. La madre, la esposa, la hija esperan angustiados el reguero de los Libertadores; ya suena de uno a otro extremo de la América el canto de los libres, la trompa sonora que anuncia el triunfo de los patriotas. La mayor parte de los héroes perecen en las batallas; pero, en cambio, el ángel de la libertad extiende sus alas sobre las familias y, junto con las lágri�mas que se vierten a la memoria del soldado, de todos los labios se escapa el canto patriótico de gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó.

La Junta Directiva de la Sociedad Bolívar os ha con�vocado a todos para así, en gran Asamblea popular, con�memoremos esta fecha clásica.

�a el Centenario se nos viene encima como una mole de gloria. � toca a Vene�uela, como patria del Héroe, empuñar el guión de la apoteosis en ese acto solemne de la gratitud americana. Ciudadanos, que sea el latido de nuestros corazones la fuerza motriz de toda empresa, considerad que la Junta Directiva siente como base de sus trabajos nuestro entusiasmo y pa�triotismo.

Debemos sustraernos a la influencia del clima, para emprender con calor la celebración del Centenario en Mérida, debemos hacerlo así por amor a nuestra patria,

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por gratitud a Bolívar y por respeto también a la memo�ria de nuestros antepasados.

¿Os habéis fijado en el retrato de Bolívar?. Hay en las entradas de su frente la majestad del Océano cuando entra en los golfos y bahías del continente, por eso sus pensamientos fueron grandes y profundos como el mar, y sus ojos alumbraron el hemisferio como astros desprendidos del firmamento.

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XLDiscurso pronunciado

en la Universidad de Los Andes con motivo del Centenario

de la entrada y permanencia de Bolívar en Mérida

Señores:Por legítimo impedimento de los ciudadanos Rec�

tor Dr. Ramón Parra Picón y del ciudadano Vicerrector Gonzalo Bernal, cábeme la honra de presidir este acto en mi carácter de Profesor más antiguo del Instituto, acto de merecido homenaje que la Universidad de Los Andes dedica a Bolívar en el Centenario de su entrada y permanencia en Mérida, pues fue en aquella ocasión cuando, revestido con la alta autoridad de Jefe Supremo de las Provincias libertadas, vino El Libertador a confi�gurar la creación de este Plantel, hecha por los patriotas enseguida del grito revolucionario de 1810.

La Universidad se ha vestido de gala y abierto sus puertas para que todos vengan a cantar en ella las ala�banzas del día, y a quemar los delicados perfumes del Arte y del saber ante la imagen venerada del padre de la Patria.

Cumplo el grato deber de manifestar, a nombre de la Universidad, el más sincero agradecimiento por el valioso presente que se le ha hecho, dedicándole el gran cuadro al óleo que tenéis a la vista, obra de doble mérito porque, además de su oportuna y acertada re�presentación artística, demuestra un noble sentimiento

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de patriotismo y de cultura, tanto en su inteligente au�tor como en la gallarda juventud, hija de este claustro que idea y reali�a un acto tan significativo en honor del egregio Capitán.

Con especial complacencia doy, asimismo, las más expresivas gracias a todos los que han contribuido con el brillo de sus talentos y con sus personales esfuerzos al mayor lucimiento de esta velada, no menos que los dignos representantes del poder civil y de las Autori�dades Eclesiásticas, a los demás empleados públicos, y en general a la muy honorable y escogida concurrencia, pues de labor colectiva viene a ser el resultado obte�nido, satisfactorio en extremo, para la Universidad de Los Andes, porque con ello acredita una vez más su ar�doroso entusiasmo por la gloria del gran Bolívar, que tanto fue hijo de Marte como ilustre favorito de Apolo, sin que pueda saberse qué sea más de admirar en este hombre extraordinario, si los relámpagos de su espada libertadora o la luz perenne y deslumbrante de su rara inteligencia.

Al hojear sus escritos y su vasta correspondencia, el crítico más severo no podría menos que lanzar un grito de admiración al ver allí, en aparente desorden, como están en el cielo las estrellas, todo un caudal de pen�samientos soberbios, de máximas sublimes y de rasgos de brillantísima elocuencia, producción milagrosa de un ingenio que trabaja en los azares de la guerra, lejos, muy lejos, de las academias y liceos. Para demostrarlo, basta citar dos hechos apenas: en plena campaña, Bolí�var escribe para el Congreso de Angostura, un tratado admirable sobre ciencia Constitucional; y más allá, a la

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luz del vivac en un campamento del Perú, critica y co�rrige los versos del clásico Olmedo, el gran poeta de la epopeya americana.

Debemos, pues, gloriarnos de poder presenta a Bolívar ante las naciones, ceñido con triple corona de inmortales: como Libertador de medio Continente, como pensador sapientísimo, y como poeta máximo, que pulsa la lira en lo alto del Chimborazo para que la música de sus cantos resuene por todos los confines del mundo.

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XLIApuntes Históricos.

El Primer Monumento a BolívarLa “Columna” de Mérida

Según el historiador Josefo, citado por Moreri, los primeros monumentos que hubo en el mundo fueron dos columnas erigidas por los descendientes de Seth. Real o fabulosa esta noticia, sirve para probar la remon�tísima antigüedad de esta clase de construcciones con�memorativas, en que se incluyen los célebres obeliscos rematados en punta, llamados dedos del Sol y también agujas de Faraón. En el simbolismo helénico, las colum�nas significan fortale�a y grande�a de alma. Por eso los egipcios, los asirios y los griegos las consagraban casi siempre a los dioses.

Es muy significativo que el primer monumento a Bolívar fuese un dedo del Sol, una elegante columna, levantada, por feliz coincidencia, frente al punto más elevado de su Patria en la Sierra Nevada de Mérida, al�tura que desde mediados del siglo XIX fue dominada “La Columna” por esta notable circunstancia.

* * *

La “Columna Bolívar” fue mandada a erigir en 1840 por el Gobierno de la antigua Provincia de Mérida, según consta en una sus inscripciones. Era Gobernador, desde el 15 de noviembre de 1939, don Gabriel Picón,

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héroe de la Independencia, de quien se conserva el dis�curso que pronunció ante dicho monumento en 1842, con motivo de la traslación de los restos del Libertador de Santa Marta a Caracas.

Por desdicha, no se conoce la ordenanza de erec�ción de la histórica “Columna”, no obstante haber sido solicitada en los archivos públicos existentes desde el siglo pasado.

El 27 de septiembre de 1852, la Diputación Provin�cial, deseando conservar y mejorar el monumento, dic�tó una ordenanza, por la cual aplicaba a este objeto la patente del establecimiento industrial que existía frente a la “Columna”, perteneciente al señor Julián Duplat, francés, disponiendo, además, que se fuese formando una Alameda en el área destinada al monumento, para entonces más extensa que hoy, pues llegaba hasta la ca�lle Bolívar. Por esta ordenanza, sábese que ya desde 9 de diciembre de 1850, la misma Diputación Provincial había dado disposiciones en la materia.

En 1856, bajo el gobierno del Coronel Pascual Lu�ces, dispúsose la formal reparación del monumento; y al efecto, el señor Domingo Trejo, Jefe Político del Cantón capital, autorizado por el Gobernador y la Junta Princi�pal de Hacienda, celebró, el 29 de abril, contrata con el señor Domingo Manrique, quien fue el que construyó la Columna, según la tradición, para que este maestro albañil hiciese los trabajos que exigía el monumento conforme al presupuesto que el mismo Manrique ha�bía presentado, cuyo gasto alcanzaba a 793 pesos, que fueron rebajados a 773 pesos, pagaderos en mineral de urao.

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La primera partida de este presupuesto dice tex�tualmente así� “Por concluir la Columna, haciéndole el correspondiente capitel, y sobre este el cuadrado donde debe colocarse el busto del Libertador, repicarla de nue�vo y revivir las inscripciones de la misma manera que las tenía, $ 60”.

Entre otras obras principales, el contratista debía levantar la portada y ponerle el portón correspondien�te, reparar los asientos existentes en forma de canapé y construir otros que faltaban, enladrillar el recinto y exornar y pintar todas las obras del monumento.

No todos estos trabajos se llevaron a cabo, pues quedó por hacer el enladrillado, para lo cual se habían calculado once mil ladrillos, ni tampoco se levantó la portada.

Fue probablemente entonces cuando el señor Pe�dro Celestino Guerra, movido sólo por interés patrió�tico, pues no era escultor, hizo de arcilla quemada el primer busto de Bolívar que debía coronar la Columna, construyendo el cuerpo y la cabeza en piezas separa�das. Pero es el caso que, en el momento preciso de le�vantar la parte más pesada, que era el cuerpo, hubo de romperse una vara, tabla o cuerda del andamio, causan�do el fracaso de venirse al suelo dicha pieza y volverse pedazos. Salvóse la cabeza, conservada desde entonces como reliquia histórica por la distinguida familia del se�ñor Guerra, según testimonio de su única hija supervi�viente, la honorable señorita Inés Josefa Guerra Campo�Elías.

El 24 de julio de 1882, un año antes del Centenario del natalicio del Libertador, constituyóse la “Sociedad

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Bolívar” por medio de una gran asamblea popular de más de trescientos ciudadanos, reunidos en la plaza mayor de Mérida, a iniciativa del que esto escribe. El objeto de esa Sociedad, cuyo primer presidente fue el ilustrado patricio don José Vicente Nucete, era prepa�rarse con la debida antelación para celebrar dignamente aquella gran fecha patriótica.

Entre los trabajos emprendidos por la expresada Sociedad, el más notable fue la reparación de la “Co�lumna Bolívar” que había sufrido años antes un serio desperfecto en su área, a causa de la destrucción de gran parte de la muralla del lado de la barranca del Mu�cujún por el trazo de la fracasada carretera de Mérida al Lago que decretó el General Guzmán Blanco. También se imponía la construcción de la portada, porque era provisional y de pobre apariencia.

Empezóse por arbitrar fondos. El Gobierno de los Andes contribuyó con Bs. 200, el de la Sección Mérida con Bs. 100, y la Municipalidad con Bs. 200; se creó una estampilla especial llamada “Estrella del Centenario” y se estableció una Lotería patriótica. Con estos recursos, más las dádivas de materiales y servicios personales gratuitos, la Sociedad logró hacer las dos obras princi�pales: restablecer la muralla y levantar la portada, que es la misma que hoy existe, trabajos que hizo por con�trata el maestro albañil Carlos Guerra, cubano, con un costo de mil doscientos bolívares.

Como detalle interesante, debemos hacer constar, en obsequio y honor del pueblo de Mérida, que en un solo día, el 5 de julio de 1883, trabajaron gratuita y si�multáneamente más de quinientos hombres, convoca�

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dos al efecto, acarreando materiales para completar el área destruida por la carretera.

También se coronó entonces la Columna con un hermoso busto de Bolívar, contribución del Conce�jo Municipal y obra de los artistas merideños Gabriel Parra Picón, Vicente Rubio y Juan de D. Picón Grillet, quienes lo hicieron de arcilla y lo quemaron en la casa situada en la esquina oriental del crucero de las calles Rodríguez Suárez y Sucre, y del cual poseemos una fo�tografía ya muy desvanecida. Este busto estuvo coloca�do en la Columna diez y siete años, hasta 1900, como se dirá más adelante.

* * *Con fecha 25 de septiembre de 1889, el Gobierno de

Los Andes, bajo la Presidencia del doctor Carlos Rangel Garbiras, ordenó la reparación y embellecimiento de la “Columna Bolívar”, confiando la dirección de los traba�jos a los señores don Atilio R. Sardi y Coronel Braulio Rangel, quienes llenaron a satisfacción su patriótico co�metido. El 22 de noviembre del mismo año, el Gobierno fijó para la inauguración de la obra el 15 de diciembre, que se cumplía el centenario del natalicio del eminen�te prócer General Carlos Soublette, como se verificó, en efecto, revistiendo el acto la mayor solemnidad.

Una de las mejoras que entonces se hicieron, fue gra�bar en mármol las inscripciones correspondientes, pues las que antes había tenido el monumento no eran escul�pidas en piedra. Estas inscripciones son las siguientes:

En el frente: A Bolívar Libertador y Padre de la Pa-tria. Aere perennius. En el costado noroeste: Nació en Ca-

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racas el 24 de julio de 1783. En el costado sudeste: Murió en Santa Marta el 17 de diciembre de 1830. � por el lado opuesto al frente: El Gobierno de la Provincia de Mérida erigió este Monumento en 1840 y el del Estado de Los Andes lo repara en 1889.

* * *

La última reparación notable del monumento co�rresponde al año de 1900. El terremoto de 1894, que respetó la Columna y Portada, causó sin embargo el derrumbe de la muralla rehecha en 1883, de que antes se ha hablado, quedando por consiguiente desperfec�cionado el recinto del monumento. Por decreto de 16 de octubre del año indicado de 1900, el Gobierno del Esta�do Mérida, bajo la Presidencia del General Esteban Ch. Cardona, ordenó la completa reparación de la Columna y su glorieta, confiando la obra al maestro albañil Eulo�gio Iriarte.

Los principales trabajos hechos en esta ocasión fue�ron restablecer la muralla y completar el área destruida; estriar al fuste de la Columna, que antes era liso; y sus�tituir el busto de arcilla levantado en 1883, que estaba muy deteriorado, por uno de bronce, que es el que hoy la corona, el cual había sido adquirido años antes por la Municipalidad y existía en la Casa de Gobierno. El costo de estas obras alcanzó a Bs. 1.752, sin incluir el importe del busto que fue de Bs. 208, según dato oficial de 1898.

A las inscripciones existentes se agregó en el frente esta otra, grabada en mármol� “El Presidente del Estado

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Gral. Esteban Chalbaud Cardona, a nombre de Mérida, restaura este monumento y erige el busto en bronce a la memoria de Simón Bolívar. Enero 1º de 1901”. En este día notable, por ser el de la entrada del siglo XX, se hizo, en efecto, la bendición e inauguración de la obra con extraordinaria pompa.

En 1911 fueron enterrados en la base de la Colum�na algunos documentos, indicando el sitio con esta ins�cripción en piedra� “Documentos relativos al 1er Cente�nario de la Independencia en Mérida. 1911”.

1930

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XLIIRecuerdos Patrióticos

sobre la Apoteosis de Bolívar en 1883

Tomados de “La Semana” de Mérida, incorpora�mos en esta compilación dos escritos relativos a la gran Apoteosis del Libertador celebrada en el centenario de su natalicio: uno sobre la idea que propusimos de re�unir en Caracas en aquella oportunidad una Asamblea de Próceres, idea que fue acogida con fervor patriótico en toda la República, pero que por desdicha no llegó a realizarse.

El otro escrito, más extenso, es una descripción de los actos de la Apoteosis en Mérida, hecha con el autor de este libro, y que llena hoy un vacío, pues, no se hizo entonces ninguna publicación formal sobre la materia, como se efectuó después respecto a los Centenarios de Rangel, en 1888, en Sucre, en 1895, y de la Independen�cia, en 1911. De los de Bolívar, en 1883, y de Páez, en 1890, no quedó libro que contenga los documentos y descripciones.

La misma crónica que ahora reproducimos es muy poco conocida, porque es la rarísima la colección de “La Semana”, periódico en que publicó. Creemos, por ello, que el lector hallará justificada dicha reproducción, ya que así se perpetuará en libro, aunque de manera muy imperfecta, la noticia de los actos con que la ciudad de la Sierra Nevada supo honrar a Bolívar en aquella oca�sión tan memorable.

1931

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CENTENARIO DE BOLÍVARUno de nuestros ilustrados colaboradores, patrio�

ta y entusiasta siempre por las glorias de la patria, nos ha dado para “La Semana” el artículo que con el título “Asamblea de Próceres” publicamos a continuación. Es una patriótica idea, y ojalá que el ilustrado Gobierno de Venezuela la adopte y la ponga en práctica.

ASAMBLEA DE PRÓCERESQuiero consignar en pocas líneas una idea que será

sin duda grata a los corazones amantes de las glorias patrias y del Libertador de Sur América.

Aún viven retirados a la vida del hogar y bajo el peso de la vejez en distintos lugares de la República, al�gunos soldados de la Independencia, reliquias sagradas de la magna guerra, que guardan en sus pechos, como en tabernáculo cerrado, la idea redentora de la libertad, tal como la predicó Bolívar y cantaron sus legiones. Se�res rodeados por la clara luz del merecimiento, que es�peran la muerte con la tranquilidad que infunden una vida gloriosa y el éxito feliz de grandes y arriesgadas empresas.

Pues bien, esos hombres venerados, que conservan aún con vigorosa energía el sable de la Independencia y la escarapela de la República, deben concurrir en el día del Centenario a Caracas, la ciudad privilegiada de América, cuna de la revolución y del guerrero�magno, para que allí constituidos en asamblea de próceres, tré�mulas las manos por su edad avanzada y rejuvenecido el espíritu por el recuerdo de sus proe�as, firmen a la

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faz del mundo entero el acta de la apoteosis de su Jefe y compañero distinguido Simón Bolívar.

Sorprendente espectáculo! Cincuenta o más solda�dos, resto inmortal de los ejércitos libertadores, reuni�dos después de medio siglo de separación en la ciudad de los libres y al lado de las cenizas de Bolívar, para re�petir no ya el himno de los combates, sino las alabanzas del Héroe y la tradición gloriosa de sus victorias.

Dentro de diez o menos años el tiempo habrá con�cluido con estas figuras que Dios ha conservado hasta hoy. Débese, pues, aprovechar tan valiosas existencias, y ninguna ocasión más propicia que el primer centena�rio del Libertador, para congregarles en Caracas y que vivan allí siempre en la testera de la República, que es el puesto que les corresponde en justicia.

1883

EL CENTENARIO DEL LIBERTADOR EN MÉRIDAMérida ha cumplido con su deber: la ciudad que

ha quedado satisfecha del resultado de sus esfuerzos en la celebración de la magna fiesta del espíritu patrió�tico, porque supo darle a todos los actos con que honró la memoria esclarecida del Libertador ese carácter ex�traordinario que debía distinguir la Apoteosis de Bolí�var, de las fiestas comunes.

A medida que se acercaba el 24 de Julio crecía de una manera sorprendente el entusiasmo de los meri�deños. Los preparativos se hacían con prodigiosa ac�tividad: nadie reparaba en obstáculos, se iba adelante

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siempre con el corazón henchido de júbilo y de espe�ranzas.

Ocho días antes del Centenario ya se habían agota�do en la plaza los materiales para banderas y gallarde�tes, en términos que hubo que apelar al comercio de los pueblos inmediatos. � a pesar de ser Mérida la patria de las flores por la abundancia de sus jardines, fue necesa�rio traer flores y ramas aromáticas de lugares distantes muchas leguas de la población. Tal era la preocupación general por el lucimiento de las fiestas.

Llegó, por último, esa semana de luz, collar de so�les que alumbró la Apoteosis en Mérida. El domingo 22 de Julio, en medio de música y fuegos se publicó solem�nemente el programa general de fiestas en los puntos principales de la población. Amaneció el 23, dedicado a los festejos religiosos; todo el cuerpo de empleados con�currió al templo a la hora señalada, donde se cantó misa solemne y Te Deum en acción de gracias. La sociedad “Hijas de María” asistió en cuerpo a este acto, lo cual fue mucha parte al mayor lucimiento de la función. El Pbro. Dr. José de J. Carrero llevó con bastante propie�dad la palabra sagrada en este acto.

El golpe de las doce de este día se esperaba con an�siedad: era precisamente el momento de echar a la calle todos los preparativos de la fiesta. En efecto, la vo� de nueve campanarios llenó el espacio; siguieron ruidosas descargas en la plaza pública, luego se oyó la música, y por último, vino la completa transformación de la ciudad. En puertas y ventanas aparecieron banderas y festones, ramos de laurel y coronas hermosísimas. Mé�rida quedó decorada como nunca; parecía en medio de

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nuestras montañas como una virgen hermosa, vestida de colores nacionales y coronada de flores. Aseadas con esmero las calles y pla�as y pintados todos los edificios así públicos como particulares, el aspecto general de la población era realmente bellísimo.

En la tarde de este día hubo cabalgata presidida por el General Juan Bta. Araujo, Presidente del Estado. En la noche se verificó en la pla�a pública la quema del árbol simbólico del Centenario, ante una concurrencia numerosísima. El primer efecto de dicho árbol fue la representación de la guerra de la Independencia, el se�gundo, la victoria de Carabobo y el tercero la Apoteo�sis del Héroe, festejada por las erupciones majestuosas del Cotopaxi. Pero resta hacer mención muy especial de la iluminación de la ciudad desde el 23 en adelante. A una voz se ha dicho por todos que por primera vez Mé�rida, desde que la fundó Juan Rodríguez Suárez hace 324 años, se había visto iluminada con tanta profusión y gusto como en las noches del 23, 24 y 25 de julio último.

Concluido el acto de la plaza pública con la eleva�ción de multitud de globos, la concurrencia se dispersó por las calles con el objeto de pasear la ciudad a la luz de millares de luces de todos colores que adornaban los frentes de las casas.

Casi nadie durmió esta noche, que fue, por decirlo así, la noche�buena del patriotismo. En todas las casas se trabajaba, porque aún faltaba mucho que exhibir. Los arcos de las esquinas debían amanecer puestos, y ninguno estaba concluido. Se oía por todas partes la al�ga�ara de la fiesta� los cohetes de aquí y de allá anun�ciaban el progreso de algún arco de triunfo. Los carpin�

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teros y pintores estaban en alza: la música recorría las calles dando ánimo a los trabajadores e interrumpiendo el sueño a lo menos patriotas. Dieron las doce de la no�che y una lluvia de cohetes iluminó el espacio, tronó la fusilería de la plaza, continuando las descargas de cuarto en cuarto de hora hasta la aurora, en que la mú�sica recorrió de nuevo las calles saludando el glorioso día de los Apoteosis. A medida que surgía por sobre la cima de la Sierra Nevada el sol del Centenario en todas las esquinas se concluían los arcos en medio de hurras y patrióticas manifestaciones. A las siete y media de la mañana empe�ó a afluir la concurrencia hacia la esqui�na de la Casa de Gobierno, punto desde el cual debía partir el gran paseo de triunfo a la Columna Bolívar, con el objeto de inaugurar dicho monumento y el Bus�to del Libertador, obras llevadas a feliz término por la “Sociedad Bolívar” y el I. Concejo Municipal respecti�vamente. Largo rato se empleó en ordenar la procesión cívica conforma al programa del Gobierno del Estado.

A las nueve empezó la marcha con extraordina�ria pompa, en columna cerrada por el centro y por la derecha e izquierda –caminando con riguroso orden– todos los empleados y corporaciones, los cuerpos de milicias, la Guardia del Estado, las bandas de música, las escuelas federales y la ciudadanía de Mérida. En la Columna se verificó la inauguración, en la cual llevaron la palabra respectivamente, el Presidente de la Sociedad Bolívar, que entregó la obra, el Presidente del Concejo Municipal que la dio por recibida y el Secretario Gene�ral del Estado que declaró inaugurado el monumento. Luego se verificó el desfile de la procesión ante el Busto

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del Libertador, acto imponente por el orden y venera�ción con que se hizo. La bandera italiana conducida por un grupo respetable de sus hijos, saludó a Bolívar en el momento de pasar ante el monumento.

El concurso regresó en el mismo orden trayendo en triunfo el retrato del Libertador, que pasaba de mano en mano entre los empleados, hasta la plaza pública, donde el Presidente del Estado lo colocó en un altar pa�triótico, preparado al efecto.

En esta oportunidad recibió las ofrendas de los em�pleados, de las escuelas y demás corporaciones de la ciudadanía. La Colonia Italiana y las “Hijas de María” ofrendaron también sus coronas a la memoria del Hé�roe. La Junta Superior de Instrucción Popular dedicó en este acto un cuadro formado de estampillas de escuelas inutili�adas con pensamientos patrióticos y las firmas de todos los miembros de dicha Junta. Merece especial mención la ofrenda que el Distrito Campo Elías hizo por órgano de su jefe señor Antonio Mª Febres Cordero, y la cual fue nada menos que el camino de los Guáimaros, obra importantísima en cuya realización ha agotado sus esfuerzos dicho Distrito, con el patriótico propósito de ofrendarla a Bolívar el día de su centenario.

Concluido el acto de las ofrendas el Sr. Tulio Fe�bres Cordero llevó la palabra como orador de orden. Siguióle en la tribuna el señor Constantino Valeri quien, a nombre de la Colonia Italiana, manifestó en lucidos conceptos los sentimientos de fraternidad para con los venezolanos que animan a sus compatriotas y su admi�ración por las glorias del Libertador de Sur América. El discurso del Sr. Valeri fue justamente aplaudido por

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el tino con que supo hermanar las dos patrias, Italia y Venezuela.

Discurrió también en la oportunidad de colocar sus ofrendas las escuelas Federales, un alumno de la que regenta el Br. Cosme Valbuena.

Finalizó este acto solemne con la presentación al Gobierno del Estado de la ofrenda que la Sección Guz�mán dedicó en el centenario, la cual consiste en una me�moria impresa que contiene los documentos relativos a los servicios prestados por Mérida en la época de la Independencia. Esta ceremonia se verificó en el salón de la casa de Gobierno, el cual estaba elegantemente decorado. De conformidad con el programa se le dio lectura al decreto que otorgó a Bolívar el glorioso título de Libertador, el que acuerda la traslación de sus res�tos venerandos a la capital de Venezuela y al del Ilustre Americano, Presidente de la República, que consagra la Apoteosis del Héroe. En el acto de la presentación de la mencionada ofrenda discurrieron el Secretario del Go�bierno Seccional y el del Estado. También llevó la pala�bra en este acto el Sr. José Ignacio Lares, quien pronun�ció un corto discurso lleno de entusiasmo patriótico por los heroicos esfuerzos de Mérida en pro de su libertad, aún antes de la guerra de Independencia. Dicho discur�so ha circulado ya en hoja volante.

A las 4 pm empezó el acto de la inauguración del Palacio Municipal, obra importantísima concebida y ejecutada artísticamente con extraordinaria rapidez. In�dudablemente convino el retardo en la construcción de dicho edificio, porque la ciudad entera ha visto con qué actividad y fervor patriótico se trabaja, cuando se tiene

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en mira un propósito levantado, como el que animaba a la I. Municipalidad de Mérida en la realización de dicha empresa.

Son acreedores a mención honorífica en este lugar el señor José Vicente Nucete, Administrador de las Ren�tas Municipales, por el celo y constante empeño con que ha atendido a la construcción del palacio, y el encar�gado de la obra Sr. Concepción Guerrero, quien puso patriótico interés en llevarla a cabo para el Centenario. A la luz de grandes fogatas en la plaza pública y de lu�minarias colgantes de los andamios, se trabajó en los últimos días, hasta altas horas de la noche en medio del entusiasmo general por la proximidad del gran día.

En el acto de la inauguración, la cual se verificó ante numeroso concurso en el salón principal del edi�ficio, discurrieron el Presidente del Concejo Municipal Gral. Candelario Paz, el Secretario de Gobierno del Es�tado Doctor Foción Febres Cordero, el Jefe del Distri�to Campo Elías Sr. Antonio Mª Febres Cordero y el Sr. José Vicente Nucete, orador de orden. El señor Nucete, como siempre, estuvo feliz en su discurso: exhibió, con patriótico entusiasmo, levantadas ideas en períodos bri�llantes, exornados con las joyas más ricas de la oratoria.

En la noche de este día la iluminación subió de pun�to, debido a la luz que despedían 39 arcos triunfales, le�vantados en las esquinas principales de la ciudad. Hubo fuegos artificiales en la pla�a pública, globos y música por todas partes. Así concluyó este día inmortal en Mé�rida, sol de gloria que no debió extinguirse sobre el ho�rizonte, porque son pocas doce horas de luz para alum�brar la Apoteosis de un héroe como SIMÓN BOLÍVAR.

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En la mañana del día veinticinco las autoridades del Estado, de la Sección y del Municipio y la Socie�dad “Siglo XX”, concurrieron al Llano Grande de esta ciudad, en paseo cívico con el objeto de colocar el ár�bol del Centenario en el sitio preparado de antemano por la expresada Sociedad “Siglo XX”. Allí, en medio de un octágono de paredes, se sembró el árbol sim�bólico, monumento pequeño hoy, pero que la savia fecundante de la naturaleza se encargará de levantar a considerable altura, con ese vigor y pompa bastante comunes en la vegetación de la zona tórrida. En este acto se oyó la palabra simpática del Presidente de la sociedad expresada, señor Atilio R. Sardi, quien en bellos y sentidos conceptos, hizo presente al público la importancia de ese monumento, dedicado a perpe�tuar en Mérida el recuerdo del Centenario. El Sr. Dr. Cordero, Secretario de Gobierno del Estado, declaró a nombre del Presidente, colocado dicho árbol y dio al mismo tiempo las gracias a los jóvenes que componen la Sociedad “Siglo XX” por su patriótica decisión en aceptar el encargo de colocar convenientemente el ár�bol mencionado.

A medio día se verificó el acto con que la I. Univer�sidad contribuyó por su parte a la mayor solemnización de estos días de gala para Mérida. Hubo Te Deum en la capilla universitaria y lectura de composiciones por los estudiantes. Después del discurso pronunciado por el señor Rector Dr. Gabriel Picón Febres para inaugurar el salón y demás embellecimientos del edificio, se oyó la voz autorizada del Decano de la Universidad Sr. Dr. Caracciolo Parra, quien hizo prodigios de su ilustración

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en un discurso altamente científico y muy digno del acto académico.

Es la oportunidad de reconocer públicamente los méritos, del señor Félix Antonio Pino, quien va siempre adelante con abnegación y desinterés envidiables pres�tando sus servicios a la causa del progreso.

En la noche de este día tuvo lugar la repartición de premios del Colegio Nacional de Niñas de esta ciudad, acto lucidísimo por la diversidad que hubo de entrete�nimientos propios del acto y la numerosa concurrencia que llenaba el salón de dicho instituto. Hubo una repre�sentación de las cinco Repúblicas por medio de niñas, adornadas con los respectivos pabellones: también se representó por varias alumnas un diálogo –argumento bíblico con feliz éxito. Llevó la palabra de orden en este acto el Sr. Dr. Foción Febres Cordero.

Al día siguiente, 26, se verificó por la mañana el paseo popular, acordado por el Ciudadano Goberna�dor de la Sección, hacia el Puente del Centenario, con el objeto de inaugurarlo. El torrentoso Chama no dejó oír casi las entusiasmadoras palabras que en dicho acto pronunció el señor Juan de Dios Picón Grillet, quien en representación de la Junta hi�o entrega oficial del Puente. Discurrieron también en esta oportunidad el Secretario de Gobierno de la Sección y el Dr. Foción Febres Cordero que a nombre del Gobierno declaró inaugurado el puente. Inmediatamente se verificó el acto de la bendición, que con solemnidad hizo el Sr. Pbro. Rafael Antonio González. La concurrencia fue obsequiada en una de las casas contiguas por el Gober�nador de la Sección. Este puede decirse fue uno de los

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actos en que reinó más entusiasmo y cordialidad entre los concurrentes. Al regreso, el Ciudadano Presidente del Estado, al llegar a la Columna echó pie a tierra y tomando el pabellón nacional, caminó con él largo rato delante de la comitiva. Igual cosa fueron haciendo to�dos los empleados de mayor categoría hasta recogerse el concurso en medio de patrióticas manifestaciones.

A las 3 p.m. fueron las carreras de hombres a pie, divertimiento muy lucido por cierto y enteramente nue�vo para nosotros. Obtuvieron los premios acordados por el Concejo Municipal Rafael Rivas, Saturnino N. (de Milla) y José Vicente Suáre�, quienes ganaron respecti�vamente las tres carreras.

Por la noche fue la distribución de premios a los alumnos de las escuelas municipales en el salón princi�pal del nuevo y elegante edificio inaugurado el día 24. Discurrió en este acto solemne como orador de orden el concejal Antonio Justo Silva.

El 27 en la mañana fue la colocación de la piedra conmemorativa en la casa que ocupó el Libertador el año de 1813. La lápida la llevaban cinco niñitas, ves�tidas convenientemente, en representación de las cin�co Repúblicas libertadas. Verificado el acto de la colo�cación, la concurrencia se instaló dentro de la casa en la sala principal, la cual estaba decorada con gusto y elegancia. Discurrieron el Dr. Juan Ramón Chaparro, a quien se debe en gran parte esta manifestación de gra�titud, el Secretario del Gobierno del Estado, y el Pbro. Hugo Zambelli.

También las niñitas que cargaron la piedra pronun�ciaron, cada una a nombre de la República que repre�sentaba, versos análogos al acto.

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A medio día hubo toros y refresco, diversión que continuó verificándose en los días siguientes hasta el 30 inclusive. En todos los días de toros hubo la mayor animación posible. Multitud de señores y señoritas, a caballo, contribuyeron en mucho a dar cabal lucimiento a los regocijos populares.

Las sociedades literarias de jóvenes de esta ciudad, festejaron también el Centenario con la celebración de sesiones solemnes en honor a Bolívar de conformidad con los respectivos programas.

La fábrica de cigarrillos de “El Cojito” distribuyó multitud de banderas impresas a sus expendedores, contribuyendo también a la fiesta.

En el frente de las casas, en los arcos, en las coronas de flores, en las banderolas de los alumnos de las es�cuelas federales y en todas partes se leían pensamientos patrióticos, análogos unos a las glorias del Libertador y otros en honor del Ilustre Americano, Presidente de la República, digno promotor de la gran fiesta.

En esta manifestación de gratitud y reconocimiento eterno al Libertador, debemos hacer honrosa mención del señor Vicente Rubio, quien hizo el busto que se co�locó en la Columna Bolívar y que como hemos anuncia�do se inauguró el 24. La obra es superior relativamente, y el señor Rubio ha demostrado una vez más su genio artístico.

Así se cumplió y con demasía el programa general de fiestas. Por lo demás hubo música a todas horas y en�tusiasmo ferviente en los habitantes de Mérida, desde el Gral. Juan Bautista Araujo, Presidente del Estado, hasta el último ciudadano.

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La banda de música de esta ciudad y la de Ejido, que acompañó a los italianos en sus patrióticas manifes�taciones en honor a Bolívar, tocaron con gusto y entu�siasmó todas las piezas de sus respectivos repertorios. También asistió a las fiestas la banda de Tabay, que ha hecho notables progresos en el divino arte.

Hubo amagos de mal tiempo en medio de las fies�tas; pero no se crea que la lluvia tratara de oponerse a los regocijos del Centenario, no, era rocío que el cielo enviaba sobre la tierra para conservar frescos los laure�les ofrendados a la memoria del Libertador, y ese rumor lejano del trueno que se oyó en esos días no fue otra cosa que el eco inmortal de los cañones de Carabobo, que despertaba grave y solemne para hacer de orquesta en las fiestas de la Apoteosis.

No hemos hecho la crónica de las fiestas, sino lige�ros apuntamientos sobre lo ocurrido, porque crónicas de esta magnitud merecen un libro entero: cada deta�lle es interesantísimo, cada día merece un canto apar�te, y las fiestas todas constituyen un poema glorioso de amor, abnegación y patriotismo.

La fama inmortalizará nuestros esfuerzos por la celebración del Centenario: a una voz se dice que es la fiesta más grande y solemne que ha presenciado la Ciudad de la Sierra. El eco, pues, de la música de la Apoteosis, vivirá eternamente en el corazón de nues�tras vírgenes selvas, para decir a las generaciones que vengan cuanto fue nuestro entusiasmo en la celebración del primer centenario de Bolívar, Padre de las Naciones Sur Americanas.

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XLIIIOrígenes del Señorío de Aroa,

propiedad de Bolívar(Documento inédito)

La primera parte de la cláusula 4ª del presente testamento del Libertador, dice así� “Declaro que no poseo otros bienes más que las tierras y minas de Aroa, situadas en la provincia de Carabobo”.

Estas tierras y minas constituían en la Colonia un Señorío fundado por D. Francisco Marín de Narváez, ascendiente de Bolívar y quedaron de la exclusiva propiedad de éste, por el convenio que personalmente celebró con su hermana D. María Antonia en Caracas el 25 de enero de 1827, convenio que publica D. Vicente Lecuna en su erudita obra Papeles de Bolívar.

En seguida publicamos una carta autógrafa inédita, de D. Juan José Camejo, en que informa sobre los orígenes del expresado Señorío en la familia Bolívar, documento que hallamos entre los papeles del archivo de nuestro abuelo D. Antonio Febres Cordero. Dice así la carta, respetando su ortografía:

“Sor, Cura D. Juan Bapta. Ardila –Mi mui venerado Sor: el informe qe Vmd. se a servido pedirme acerca del Rl. Ejecutorial sobre la Posecn. � Señorío del Sor. Dn Juan Vicente Bolívar en este Pueblo, como que fui acompañado del Sor Juez Comdo, qe vino a posesionar dho. Sr. Bolívar, en su apoderado Dn Manl. De Jaén, es verdad qe bi todos los Autos qe, hai criados en este particular, pero qdo pencé qe. se me ofreciera este caso,

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y que era imposible tenerlo todo a la Memoria. Pero en fin� Hay tres Rs. Ejecutoriales en dho. Auto, por la causa que la ciudad de Sn. Felipe fue comprendida en algo en dho. Señorío; y esta dha. ciudad siguió su recurso qe ha durado muchos años hasta que al fin el último Rl. ejecutorial quedó libre por haberse fundado la dha. ciudad en tierras propias compuestas con su Magd. quedando las costas causadas según el Rl. contrato por cuenta de su Magd. El principio de esta gracia biene, en que pr. Cuenta de su Magd. se trabajaron once años las Minas de cobre de Sn Franco, de Cocorote en el Valle de Aroa y abiendo informado los Sres. Ministros de Caracas a su Magd. qe. eran más los gastos que la utilidad qe. resultaba, se mandó suspender la Admon. de dhas. Minas; y estando el Erario empeñado en cuarenta mil pesos, y se hallaba en la Corte el Sr. Dn. Franco. Marín de Navaes, Caballero pudiente de Caracas, Contador Gral. qe abicido a onor, Visaguelo del presente Dn. Juan Vicente Bolívar, a quien se le dieron las dhas. Minas en calidad de empeño con todos sus utensilios, y con todos sus términos y límites como las gozaba su Magd., por el término de ocho años en los cuarenta mil ps., resiviendo en la Corte treinta mil, y los diez restantes en Caracas, pero en el Rl. contrato, pidió su Magd. diez años más de plazo a dho. Navaes, y quye si en este tiempo de los 18 años no se le desempeñaban las dhas. Minas, desde entonces, para siempre, le daba la posecn. y Propiedad, para él y todos su ascendientes y dependientes, de las dhas. Minas de cobre, y cuantas más de oro, plata, y otras riquezas se descubrieren en sus límites y señorío, con las más suertes particulares de diversas gracias, como

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de un Rey agradecido, que así lo significa, diciendo qe. le merece, así de sus muchos servicios, como pr. Aquel rehelebante favor que le hizo en el tiempo en que se hallaba su Herario empeñado.

Hai 51 años que se cumplió el contrato del dho. Empeño, y desde entonces tomó la Pesecn. el dho. Sr. Navaes, y se la dio el Sr. Govr. Aponte: que a sido lo que le a balido haora a el Sor Bolívar: entre los varios capítulos qe. se comprehenden en el Rl. contrato, tengo presente el octavo, en el qe. dice qe. el Sr. Navaes, o a quien pertene�ca de sus ascendientes (sic), sea el Thente. Justª Mayor en Propiedad, de todo su señorío, y que no queriendo este serlo puede poner a quien tenga a bien, y que el Sr. Govr. Confirme a quien este le presente, quedando siempre reservada a su Magd. la jurisdicn. Rl., pero pudiendo el Sor Navaes, quitar el Thte. Con causa o sin ella, cada y cuando le convenga. En el capitulo nono o désimo, dice: que los indios del Pueblo de Sn. Nicolas, de calidad libre que no los tiene sujetos a encomda., le sirva a dho. Navaes en las minas lo mismo que lo asían a su Magd., y que la congrua sustentación del Cura pa. Qe. les administre los Stos. Sacramentos sea de cuenta del Sr. Navaes, y que sece de pagarse de su Rl. Erario.� Sobre deste Pueblo no trata desta materia en particular, pero en lo Gral. si lo comprehende con los demás Pueblos de su señorío.� Los límites y término qe, comprenhende la dha. pocecn. y señorío: son en las dhas. Minas tres leguas a los tres vientos, comprehendido el Pueblo Principal del Valle de Aroa, y des allí pa. Aquí comprehendido el Pueblo dho. De Sn Nicolas, el de Mapuvares, cortando por derecho hasta la costa de la

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Mar a donde está el Pueblo del Río Tocuyo que es de indios Caquiteos de la Rl. Corona, comprendiendo este, sus términos, costa arriba de la Mar hasta la Boca del Río de �aracui.� Esto es quanto tengo presente en certe�a, y qto. me he ju�gado será suficiente para lo qe. solicita� y entre tanto mande Vmd. qto. guste a ete su más atento servidor qe. B.S.M.� Juan José Camejo.

Es particular que el señor Camejo olvidase ponerle data a esta interesante carta, y omitiese también el lugar en la dirección. Al estilo de la época, la carta está escrita en medio pliego del tamaño del papel florete común, doblado en forma de esquela, y ocupa tres caras completas. En la última, que está en blanco, hay escrito en letra muy distinta y al parecer con posterioridad, el nombre del Tocuyito, a secas.

Por el contexto se deduce que la carta fue escrita viviendo D. Juan Vicente Bolívar, padre de D. Simón, o sea antes del 19 de enero de 1786, fecha en que aquel falleció. Acaso algún investigador, con más datos en la materia, logre precisar mejor la fecha de este documento que contiene tantos datos sobre los orígenes del histórico Señorío de Aroa, última propiedad territorial que tuvo el Libertador.

1930.

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T U L I O F E B R E S C O R D E R O

IntroitoUna pedagogía patriótica elemental

o la enseñanza del amor a BolívarCriterio de esta edición

ILos pañales de Bolívar

IIUna descripción profética

IIIBolívar en la frontera del Táchira. 1813

IVApuntes históricos

¿Con qué bandera invadió Bolívar a Venezuela e hizo la Campaña de 1813?

VBolívar en Mérida

VIRectificaciones históricas

Tránsito de Bolívar por Los Andes en 1813

VIIBolívar Mariscal

VIIILa imagotipia

IXResistencia de Santa Clara

a salir de Mérida

XLos tubos del órgano

XIEl perro Nevado

XIILa casa de la Patria

XIIILa silla de suela

XIVUn trabucazo a tiempo

ÍndicePágs.

5

913

17

19

23

28

31

36

41

43

45

50

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85

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A N T O L O G Í A B O L I V A R I A N A

XVEl sombrero del padre Gamboa

XVISegundo paso de Bolívar

por Los Andes venezolanos

XVIIValor a toda prueba

XVIIIPiadoso rasgo de Bolívar.

Defiende a la Virgen María contra un blasfemo

XIXImpensada travesura de Bolívar en un baile

XXHumorada de Bolívar en Trujillo

“La tierra de los Briceños”

XXIDocumento interesante.

Diálogos de Bolívar en Puerto Príncipe y Guayaquil

XXIIEl Libertador en Maracaibo

por primera vez

XXIIIDos versos de Bolívar

XXIVBolívar en los talleres de artes y oficios

XXVLa gran noticia

XXVILas medallas de Ayacucho

XXVIIEl último sombrero de Bolívar

XXVIIILas bolas políticas en la Historia

XXIXEl Libertador indulta a una dama realista

95

102

107

110

115

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141

144

150

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158

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T U L I O F E B R E S C O R D E R O

XXXLos combates de la Independencia

y los días de la semana

XXXIVersos e historia

XXXIIBolívar y Fultón

XXXIIILas bóvedas sepulcrales

de Bolívar en Santa Marta

XXXIVSimón Bolívar

XXXVVida y muerte de Colombia

XXXVILa Independencia

XXXVICentenario de Bolívar I

XXXVIICentenario de Bolívar II

XXXVIIIPalabras en una asamblea

de la Junta Directiva de la Celebración del Centenario de Bolívar

XXXIXDiscurso pronunciado

en la Universidad de Los Andes con motivo del Centenario de la entrada

y permanencia de Bolívar en Mérida

XLApuntes Históricos

El primer monumento a Bolívar

XLIRecuerdos Patrióticos

sobre la Apoteosis de Bolívar en 1883

XLIIOrígenes del señorío de Aroa,

propiedad de Bolívar

171

174

177

179

184

186

188

191

195

199

202

205

212

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A N T O L O G Í A B O L I V A R I A N A

Este libroAntología Bolivariana

se diseñó en la Unidad de Literatura y Diseño de FUNDECEM

en abril de 2013en su composición se utilizó papel bond gramaje 20

y la fuente Book Antigua en 11,5 y 15 puntos.

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