ayudante de laboratorio, por juan marsé elmundolibro anticuario

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Domingo, 13 de Agosto de 2000 Actualizado a las 13:50 BUSCAR EN BUSCAR SECCIONES Portada Protagonistas El Cibercafé de Pombo Narrativa en Español Narrativa extranjera No Ficción Historia Poesía Letras Jóvenes Lujos de Papel Internacional El Libro del Día El Criticón Panorama Letras en la red TIENDA Inicio Recomendados Libros de la semana Novedades Oportunidades Más vendidos Índice temas EL PEOR VERANO DE MI VIDA Ayudante de laboratorio, por Juan Marsé ELMUNDOLIBRO Cierro los ojos. Intento rescatar, entre la vorágine de 66 veranos vividos, el peor verano de mi vida. Casi no conservo recuerdos de los cuatro o cinco primeros, lamentablemente. Pero estoy totalmente seguro de que mi peor verano no se cuenta entre ellos. Cierro los ojos para ver si entre ese cegador laberinto de veranos distingo el más penoso, el que se torció, y para mi sorpresa, la primera pulsión de aquel negrísimo estío me llega a través de los sentidos. De repente, me invade una ola de calor sofocante y pegajoso, un calor más próximo y real que cualquiera de los recuerdos que arrastra el sofoco reconocido. Sin ninguna duda estoy en París, en julio de 1961. Vivo en un hotelucho de pomposo nombre, en el 19 de la rue du PontNeuf, Hotel Duc de Bourgogne, enfrente de Les Halles, el vientre de París hoy convertido en delirante galimatías comercial. Todos los días cruzo el legendario puente y almuerzo en algún restaurante barato del barrio latino o en el selfservice del Foyer des Etudiants, o simplemente me compro un cucurucho de patatas fritas. El verano en París está resultando una pesadilla a ambos lados del Sena, pero estoy dispuesto a aguantar como sea en espera de un golpe de suerte. Malvivo con algunos francos que me gano dando clases de español a la bellísima Teresa Casadesus, hija del pianista Robert Casadesus (ella me inspirará el título de la novela que ya tengo en mente, 'Ultimas tardes con Teresa') y también al poeta Pierre Emmanuel, que gentilmente se deja enseñar para echarme una mano: Emmanuel habla español casi a la perfección. El poeta preside el llamado Congrès pour la Liberté de la Culture en el 104 del Boulevard Haussmann, organismo que, por recomendación de Josep Mª Castellet y Carlos Barral, me otorgó una «bolsa de viaje» de 1.000 Nuevos Francos para visitar París. Pero la bolsa se vació enseguida. Ahora busco un trabajo con horario regular que me deje tiempo libre para escribir. Busco y busco, pero no encuentro. Frecuento la Librería Española de Soriano, en rue de la Seine, donde a menudo contertulian Tuñón de Lara, Juan Goytisolo, los pintores Díaz y Ortega, Corrales Egea, Manolo Ballesteros, mi amigo Antonio Pérez, etc. Algunas noches ceno en casa de Monique Lange y Juan Goytisolo, pero más frecuentemente me dejo caer por casa de María y Alejo Lluhansí, un joven y animoso matrimonio de Girona, casi siempre en compañía de Antonio Pérez y Enric Marqués, el pintor, también de Girona. Rue des Canettes 16, entre Saint Germain des Près y la Place Saint Sulpice. Formidable su ayuda y su compañía, pero el tiempo pasa y sigo sin encontrar trabajo. Me angustia la idea de verme obligado a rendirme y tener que regresar a Barcelona. Alejo o Antonio, no recuerdo cuál de los dos, me aconseja acercarme al Institut Pasteur, 25 rue du Docteur Roux. Al parecer, allí siempre hay trabajo para desesperados como yo. En efecto, necesitan un garçon de laboratoire. Me recibe el jefe de personal y seguidamente me envía al mismísimo Jacques Monod, el eminente biólogo, para que me examine y apruebe mi ingreso, o no lo apruebe... Entro en su despacho de la planta baja LOS MUNDOS elmundo.es elmundodinero elmundoviajes elmundodeporte elmundosalud elmundovino medscape elmundomotor Emisión Digital Metrópoli Expansión &Empleo Navegante mundofree elmundopersonal juegos: level51 elmundomóvil

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Domingo, 13 de Agosto de 2000 Actualizado a las 13:50

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Índice temas

EL PEOR VERANO DE MI VIDA

Ayudante de laboratorio, por JuanMarséELMUNDOLIBRO

Cierro los ojos. Intento rescatar, entre lavorágine de 66 veranos vividos, el peorverano de mi vida. Casi no conservorecuerdos de los cuatro o cinco primeros,lamentablemente. Pero estoy totalmenteseguro de que mi peor verano no secuenta entre ellos. Cierro los ojos paraver si entre ese cegador laberinto deveranos distingo el más penoso, el que setorció, y para mi sorpresa, la primerapulsión de aquel negrísimo estío me llega a través de los sentidos. Derepente, me invade una ola de calor sofocante y pegajoso, un calor máspróximo y real que cualquiera de los recuerdos que arrastra el sofocoreconocido. Sin ninguna duda estoy en París, en julio de 1961. Vivo enun hotelucho de pomposo nombre, en el 19 de la rue du PontNeuf,Hotel Duc de Bourgogne, enfrente de Les Halles, el vientre de París hoyconvertido en delirante galimatías comercial. Todos los días cruzo ellegendario puente y almuerzo en algún restaurante barato del barriolatino o en el selfservice del Foyer des Etudiants, o simplemente mecompro un cucurucho de patatas fritas. El verano en París estáresultando una pesadilla a ambos lados del Sena, pero estoy dispuestoa aguantar como sea en espera de un golpe de suerte. Malvivo conalgunos francos que me gano dando clases de español a la bellísimaTeresa Casadesus, hija del pianista Robert Casadesus (ella me inspiraráel título de la novela que ya tengo en mente, 'Ultimas tardes conTeresa') y también al poeta Pierre Emmanuel, que gentilmente se dejaenseñar para echarme una mano: Emmanuel habla español casi a laperfección. El poeta preside el llamado Congrès pour la Liberté de laCulture en el 104 del Boulevard Haussmann, organismo que, porrecomendación de Josep Mª Castellet y Carlos Barral, me otorgó una«bolsa de viaje» de 1.000 Nuevos Francos para visitar París. Pero labolsa se vació enseguida. Ahora busco un trabajo con horario regularque me deje tiempo libre para escribir. Busco y busco, pero noencuentro. Frecuento la Librería Española de Soriano, en rue de laSeine, donde a menudo contertulian Tuñón de Lara, Juan Goytisolo, lospintores Díaz y Ortega, Corrales Egea, Manolo Ballesteros, mi amigoAntonio Pérez, etc. Algunas noches ceno en casa de Monique Lange yJuan Goytisolo, pero más frecuentemente me dejo caer por casa deMaría y Alejo Lluhansí, un joven y animoso matrimonio de Girona, casisiempre en compañía de Antonio Pérez y Enric Marqués, el pintor,también de Girona. Rue des Canettes 16, entre Saint Germain des Prèsy la Place Saint Sulpice. Formidable su ayuda y su compañía, pero eltiempo pasa y sigo sin encontrar trabajo. Me angustia la idea de vermeobligado a rendirme y tener que regresar a Barcelona. Alejo o Antonio,no recuerdo cuál de los dos, me aconseja acercarme al Institut Pasteur,25 rue du Docteur Roux. Al parecer, allí siempre hay trabajo paradesesperados como yo. En efecto, necesitan un garçon de laboratoire.Me recibe el jefe de personal y seguidamente me envía al mismísimoJacques Monod, el eminente biólogo, para que me examine y apruebemi ingreso, o no lo apruebe... Entro en su despacho de la planta baja

LOS MUNDOSelmundo.eselmundodineroelmundoviajeselmundodeporteelmundosaludelmundovinomedscapeelmundomotorEmisión DigitalMetrópoliExpansión &EmpleoNavegantemundofreeelmundopersonaljuegos: level51elmundomóvil

del Institut con el alma en vilo. Monod, que dirige el departamento deBiochimie Celulaire, es futuro premio Nobel y autor de un libro, 'El azary la necesidad', que años después la casualidad querrá que en España lopublique mi propio editor, Carlos Barral. Secretamente esperanzado,confiando en que Jacques Monod –un hombre con un gran encantopersonal, muy culto y de mirada inteligente, muy atractivo y seductor–me acepte sin exigir demasiados requisitos como garçon de laboratoire,una especie de chico de los recados en los laboratorios, me prestoencantado a contestar a sus preguntas: ¿De dónde vengo? DeBarcelona. ¿A qué me dedicaba en Barcelona? Fui operario de joyería,ahora soy, o mejor, quiero ser, escritor... He publicado mi primeranovela en España hace muy poco (aquí, el ilustre biólogo empieza amirarme con verdadera curiosidad, y yo diría que también con ciertaadmiración, o eso me parece) y Maurice Edgar Coindreau, el famosointroductor de William Faulkner y de John Dos Passos en Francia, me laestá traduciendo al francés y se publicará en Chez Gallimard y bla blabla. Tan asombrado e interesante se muestra Monod, que me digo: «Yaes mío. Soy el nuevo garçon de laboratoire». Sigue una larga entrevistaque no hace más que aumentar mi confianza y mi euforia: el puesto esmío. Monod, por su parte, no acaba de entender que un joven novelistaque acaba de publicar su primer libro esté tan firmemente dispuesto atrabajar de garçon. Le explico que, bueno, yo no vivo precisamente derentas, monsieur, aquí en París no tengo trabajo, ni dinero, y miintención es quedarme a vivir un par de años en la ciudad y aprenderbien el idioma, etc. Le hablo del famoso pianista Robert Casadesus ydel poeta Pierre Emmanuel, del hispanista Jean Cassou y de su hijaIsabel, todos ellos buenos amigos (su asombro va en aumento, tambiénmi convicción de que el puesto ya es mío) que me han ayudadoamablemente hasta hoy, le digo, pero ahora quiero ganarme la vida pormi cuenta. Monsieur Monod lo comprende, es más, le parece muy bien.Finalmente decide dar por terminada la entrevista y me anuncia que vaa presentarme al personal de su departamento. En el pasillo noscruzamos con el biólogo François Jacob, que andando el tiempo serátambién premio Nobel y director del Pasteur. Monod me introduce en loque parece una cocina muy amplia y llena de vapor, donde unas 30muchachas vestidas con uniforme blanco impoluto esterilizan toda clasede cachivaches de cristal, sobre todo probetas y tubos y tubos deensayo y jeringuillas metidas en grandes cazuelas donde hierve el agua.Nada más entrar el gran jefe Monod, las mujeres suspenden en el actosus labores y se alinean hombro con hombro al lado de las calderas.Monod, muy ceremonioso y circunspecto, con ese ritual tanexquisitamente francés, las saluda con una elegante inclinación decabeza. «Va a presentarme, ya está hecho», me digo. Pero lo que salede los labios de Monod no es exactamente lo que yo espero. Dice consu bella y parsimoniosa dicción: «Madame, je vous presente le candidata garçon de laboratoire».

¡¿He oído bien?! ¡¿Ha dicho le candidat?! ¡El candidato! ¡De modo quedespués de todo, no soy más que un candidato! ¿O no es más que otracortesía verbal típicamente francesa, una, digamos, licencia poética?Me hundo en una depresión que me dura hasta el día que me llamanpara informarme que, finalmente, el candidato catalán ha sidoaceptado. Han sido siete días de pesadilla, pero al octavo ya estoytrabajando en el Pasteur con Jacques Monod y François Jacob; melevanto temprano y trabajo duro, pero antes de las cinco de la tarde yaestoy libre y de vuelta al barrio latino. Me pagan 640 Nuevos Francoscon 17 céntimos al mes, y tengo tiempo libre para leer y escribir elprimer esbozo de lo que será 'Ultimas tardes con Teresa'. Es septiembrey ya no siento calor. Creo que ha terminado el peor verano de mi vida.

–Obras de Juan Marsé en elmundolibro –Crítica de 'Rabos de lagartija' –Entrevista al escritor –Perfil de Rosa Regàs

Relatos anteriores: 'Los amigos del verano', por Espido Freire 'Buscando ballenas', por Juan Bonilla 'Primer amor', por Gustavo Martín Garzo

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'Naufragios', por Luis Mateo Díez 'La soledad del verano en Cuba', por Zoé Valdés 'Divorcio y aquelarres', por Javier Tomeo 'Manolete (1947)', por Francisco Umbral 'Las calenturas de Elena', por Eduardo Mendicutti 'Vestido de azul', por Lorenzo Silva ’Pelo panocha’, por Rosa Regàs 'El maldito sitio', por Luis Antonio de Villena 'La primera vez', por Manuel Hidalgo

Próxima entrega: Javier García Sánchez

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