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Prof. José Antonio García Fernández DPTO. LENGUA Y LITERATURA- IES Avempace

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Arthur Miller (1915-2005) y Muerte de un viajante

Biografía: Arthur Miller, la conciencia de América

Dramaturgo y guionista estadounidense, Arthur Assen Miller

escribió también ficción, ensayo y crítica. Hijo de inmigrantes

judíos austriacos con un negocio textil (abrigos) que fue bien

hasta la Gran Depresión, por lo que los Miller vivieron primero

en Manhattan, junto a Central Park, con varios empleados

domésticos a su servicio y una casa de verano en Queens, y

después en un modesto apartamento de Brooklyn que sirvió

de modelo a Arthur para la vivienda del protagonista de

Muerte de un viajante. Nació en Nueva York en 1915.

Acabó el bachillerato, trabajó en un almacén de

repuestos para automóviles, estudió periodismo en la

Universidad de Michigan, donde ganó el primer premio de su

vida, el Avery Hopwood, dotado con 250 dólares, gracias a su trabajo Honor at Dawn, Honor al

alba. Se graduó en 1938, volvió a Nueva York y se ganó la vida escribiendo guiones

radiofónicos. De su paso por el periodismo, ha quedado esta célebre frase:

“Un buen periódico es una nación hablándose a sí misma”.

A los 28 años estrenó su primera obra en Broadway, la comedia Un hombre con mucha

suerte, que sólo tuvo cuatro representaciones. En 1947 estrena Todos eran mis hijos, All My

Sons, obra de denuncia del armamentismo por la que recibió en 1948 el Premio de la Crítica de

Nueva York.

El elemento fundamental de toda su obra es la crítica de los valores conservadores

americanos. Su consagración definitiva se produce en 1949, con Death of a salesman, Muerte

de un viajante, en la que denuncia el carácter ilusorio del sueño americano y con la que gana el

Pulitzer, tres Premios Tony y de nuevo el de la Crítica de Nueva York. En 1988 Miller declaraba:

"Jamás imaginé que adquiriría las proporciones que ha tenido. Era una obra

literal sobre un vendedor, pero luego se convirtió en un mito, no sólo aquí, sino en

muchas otras partes del mundo".

En la década de 1950 fue víctima de la caza de brujas. Acusado de simpatías comunistas

por Elia Kazan (director de cine y teatro que había dirigido la primera versión de Muerte de un

viajante), rehusó revelar los nombres de los componentes de un círculo literario sospechoso de

tener vínculos con el Partido Comunista ante la Comisión de Actividades Antiamericanas en

1956, acogiéndose a la protección constitucional. A pesar de las presiones que sufrió (le fue

retirado el pasaporte, no pudiendo viajar a Bruselas para asistir al estreno de una de sus obras),

Miller no dio ningún nombre, declarando que, aunque había asistido a reuniones en 1947 y

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firmado algunos manifiestos, no era comunista. En mayo de 1957 se le declaró culpable de

desacato al Congreso por haberse negado a revelar nombres de supuestos comunistas. Sin

embargo, en agosto de 1958, el Tribunal de Apelación de los Estados Unidos anuló la sentencia,

de forma que no tuvo que ingresar en la cárcel.

La atmósfera de aquel tiempo la plasmó en

Las brujas de Salem (The crucible, 1953). En esta

obra se sirve de un acontecimiento real del siglo XVII

para atacar la caza de brujas dirigida por el senador

McCarthy de la que él mismo fue víctima. También en

la década de cincuenta publicó Recuerdo de dos

lunes (1955) y Panorama desde el puente (1955),

sobre la llegada de inmigrantes a los Estados Unidos,

obra llevada al cine y al teatro con la que Miller

obtuvo su segundo Pulitzer. El 29 de junio de 1956 se

casó con Marilyn Monroe, matrimonio que duraría

hasta 1961. Para muchos, la boda entre el espíritu y

el cuerpo, entre el intelecto y la carne.

Ese año, 1961, escribe para Marilyn el guión de Vidas rebeldes (The Misfits, Los

inadaptados en la traducción argentina), llevada al cine por John Huston, contando con

Montgomery Clift y Clark Gable como protagonistas. Fue la última película de Marilyn y Gable,

fallecidos ambos poco después del rodaje. Las infidelidades de la Monroe con el actor y músico

francés Yves Montand, sus problemas con el alcohol y las tensiones durante el rodaje, acabaron

primero con el matrimonio y finalmente condujeron a la actriz al suicidio. Miller se mantuvo un

tiempo alejado de los escenarios y no volvió a estrenar hasta 1964.

Ese año reflejó los cinco atormentados años de relación con Marilyn en su controvertida

Después de la caída, donde destaca el carácter autodestructivo de la protagonista, Maggie.

Otras obras de este periodo son: Incidente en Vichy (1964), El precio (1968), su último éxito de

crítica y público, En el punto de mira (novela), Ya no te necesito (1967, relatos), Presencia

(relatos), En Rusia (1969).

Los setenta y primeros ochenta fueron el comienzo de una etapa de oscuridad en la que

fue etiquetado de anticuado, moralista o sermoneador: La creación del mundo (1972), En el

paraíso (1974), La colcha de Marta (1977), El arzobispo (1977), El viajante en Beijing (1984). No

saldrá de su postergación hasta 1987, con su novela autobiográfica Timebends: A Life, Vueltas

al tiempo. En 1991, triunfa con El descenso del monte Morgan1 (teatro). En 1994, con Cristales

1 El descenso del monte Morgan es la historia de un hombre maduro y encantador, Lyman Felt, imagen del

triunfador americano, que tiene un accidente de automóvil bajando de aquella montaña y está a punto de

perder la vida. Se despierta en un hospital y por su habitación de enfermo van pasando su abogado y

amigo, Tom Wilson; su mujer, Theodora Felt; su hija, Bessie Felt y… su otra esposa, Leah Felt. Felt parecía

tenerlo todo: dinero, encanto, salud, amor... Era un empresario de éxito, un hombre jovial y respetado.

Pero tras el accidente se descubre su verdadera identidad y se queda solo, viejo, enfrentado al inevitable

destino de todos los seres humanos. La bajada del monte Morgan recuerda vagamente el descenso a los

infiernos de Dante, pero en este caso ninguna de las Beatrices querrá acompañarlo, y el peregrino se dará

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rotos. En 1997, con Una mujer normal, novela corta de línea psicológica. Viaja por todo el

mundo y es aclamado como un clásico vivo, pero cada vez tiene más dificultades para estrenar

en su país.

Fue un gran admirador del teatro griego y de Ibsen. Recibió el Premio Príncipe de

Asturias de las Letras en 2002. [Ya tenía importantes galardones como la Medalla de Oro de las

Artes y las Letras (1959), el premio Angloamericano de teatro (1966) y el Lawrence Olivier

Theatre Award (1995) y entre 1965 y 1969 había sido presidente del PEN Club, el colectivo de

escritores que vela por la libertad de expresión.]

Entre sus aportaciones a otros géneros sobresalen el guión

de la película El reloj americano (1980), las recopilaciones Ensayos

teatrales de Arthur Miller (1978) y Al correr de los años. Ensayos

reunidos (1944-2001). Además, intervino en películas y

documentales, como El edén (2001).

Se casó en tres ocasiones:

En 1940 con su novia del colegio, Mary Slattery, la hija católica de un vendedor de seguros. La pareja tuvo dos hijos, Jane y Robert (director, escritor y productor, rodó Las brujas de Salem, película basada en la obra de su padre). El matrimonio se divorció en 1956.

Entre 1956 y 1961 estuvo casado con Marilyn Monroe.

En 1962 se casó con la fotógrafa austriaca de prensa Inge Morath, pionera del fotoperiodismo y a la que había conocido durante el rodaje de Vidas rebeldes, donde ella era la fotógrafa de rodaje. El matrimonio duró cuarenta años, hasta 2002, año en que ella muere. Con Inge tuvo dos hijos, Rebecca y Daniel; el segundo, Daniel, con síndrome de Down, fue internado en cuestión de días en una institución pública. Miller jamás hablaba de este hijo y mostraba escaso o nulo interés por él. Solo lo reconoció en su testamento, haciéndole heredero a partes iguales con sus tres hermanos.

Desde 2002 vivía con Agnes Barley, una joven pintora y artista más de cincuenta años menor que él, con la que anunció públicamente que tenía intención de casarse (por cuarta vez), aunque no pudo llegar a hacerlo, pues enfermo de cáncer, neumonía y con problemas cardíacos, murió poco después, el 10 de febrero de 2005. Un año antes, en 2004, había estrenado su última obra, Finishing the Picture. A pesar de que se le critica por su egolatría, su frialdad y su orgullo, Miller también es

conocido por su activismo político y social. Arremetió contra la deshumanización de la vida

estadounidense; se aproximó al marxismo, criticándolo más tarde; se opuso a la caza de brujas

del senador Joseph McCarthy y denunció la intervención de Estados Unidos en Corea y

Vietnam. Es un hombre de convicciones fuertemente éticas que tiene conciencia social y

compasión hacia los que sufren. Fue delegado en la convención demócrata de 1968, pero

terminó en una posición escéptica respecto de la política. Antes de morir, en sus últimos días,

cuenta de que no son otros los condenados infernales, sino que es el mismo quien merece la caída en los

abismos del Hades.

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aún tuvo tiempo de criticar con dureza la política del

presidente americano de entonces, George W. Bush. Cuando

murió, la prensa lo ensalzó como “la conciencia de Estados

Unidos”. Estas eran algunas de sus frases:

“Creo que no es posible vivir sin ideal, ni

religión ni sensación de porvenir. Los hospitales

estarían llenos de locos”.

“El teatro no puede desaparecer porque es el único arte donde la humanidad se

enfrenta a sí misma”.

Muerte de un viajante, Death of a salesman (1949)

“-¡Ay, Dios! –díjose entonces-. ¡Qué cansada es la profesión que he elegido! Un día sí y otro también de viaje. La preocupación de los negocios es mucho mayor cuando se trabaja fuera que cuando se trabaja en el mismo almacén, y no hablemos de esta plaga de los viajes: cuidarse de los enlaces de los trenes; la comida mala, irregular; relaciones que no llegan nunca a ser verdaderamente cordiales, y en que el corazón nunca puede tener parte. ¡Al diablo con todo!” (Frank Kafka, La metamorfosis, Madrid, Alianza Editorial, 2009, p. 9).

El texto íntegro de Muerte de un viajante puede verse en el siguiente enlace: http://www.avempace.com/file_download/2592/Arthur+Miller-Muerte+De+Un+Viajante.pdf El estreno fue un éxito de inmediato y hoy se ha convertido en un clásico del teatro

norteamericano y occidental del siglo XX que es llevada a las tablas innumerables veces, y

también a la pantalla. La pieza ha pasado a ser un símbolo de la inutilidad del sacrificio y de la

tragedia del hombre corriente en una sociedad que lo aniquila. Fue la primera obra en

cuestionar el sueño americano. En cierta forma, Miller es el anti-Whitman, el hombre que

demuestra que el sueño se puede convertir en pesadilla y que también hay razones para el

pesimismo.

La tragedia se subtitula “Algunas conversaciones privadas en dos actos y un réquiem”. El

primer acto, a su vez, se subtitula “Obertura”, lo que da un aire sinfónico al texto teatral.

Su protagonista, Willy Loman, un vendedor neoyorquino de

sesenta y tres años que vive de falsas esperanzas y de las míseras

comisiones que consigue tras recorrer un montón de kilómetros, es

el arquetipo de la inseguridad, de lo pasado de moda, de la

capacidad de autoengaño y, a través de las constantes disputas en

familia, de cómo los defectos pasan de una generación a la siguiente.

Willy se ha hecho mayor, poca gente lo recuerda o lo aprecia. En su

trabajo es relegado, le disminuyen el sueldo, le impiden conseguir

una plaza en una oficina, obligándole a su edad a seguir haciendo

miles de kilómetros. Finalmente, tras una discusión con su jefe, lo

despiden “por su propio bien”. Humillado, todo se derrumba a su

alrededor y se pregunta qué errores ha cometido. Tiene que pedirle

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ayuda a su vecino, Charley, que le presta dinero alguna vez. Debido a una infidelidad con una

mujer en Boston en el pasado, en la que es sorprendido por su hijo Biff (con quien desde

entonces llevará pésima relación) tiene que mentir a su esposa. Su vida es una mentira y un

fracaso, a pesar de lo cual intenta inculcar a sus hijos el espíritu de superación que los elevará.

Pero su acción ilusoria acaba por demostrar la falacia del sueño americano. La única solución

parece ser cobrar el seguro a costa de su muerte. Esto debería dejar suficiente dinero (veinte mil

dólares) a sus hijos como para empezar con una base sólida y progresar. Cuando muere, sólo su

familia asiste al funeral. Happy, uno de sus hijos, se empecina en seguir el sueño donde su

padre lo dejó, mientras Biff decide que el sueño es equivocado y no quiere seguirlo.

La obra se narra desde el punto de vista de Willy, con varios saltos atrás (flashbacks) en

escena, de manera que personajes del pasado aparecen en acción y la obra adquiere una

dimensión de sueño donde el pasado explica el presente. La muerte de Willy en una noche

asesina es el símbolo de un sistema económico que elimina a quienes no rinden lo suficiente, sin

atender a su historia anterior de esfuerzo y cumplimiento. Los hijos treintañeros de Willy son

altos y atléticos, bien parecidos, según el canon de belleza norteamericano, pero eso no impide

que sus vidas sean fracasos, que traten a su padre con poco respeto, que no puedan ayudarle,

pues su personal situación económica es también muy precaria.

"La tragedia de Willy Loman está en que dio su vida, o la vendió, para justificar

que la había desperdiciado".

"El que siga habiendo tantos Willy en el mundo se debe a que el hombre se

supedita a las imperiosas necesidades de la sociedad o de la tecnología y se anula como

individuo... Pero la obra trata de algo aún más primitivo. Como muchos mitos y dramas

clásicos, es una historia sobre la violencia en el seno de las familias" (Arthur Miller).

Quien mejor expresa todo el significado de la obra es Linda, la esposa de Willy, con sus

tremendas palabras dirigidas a Happy y Biff:

"[Willy] No es la persona más agradable que jamás haya existido, pero es un ser

humano, y le está ocurriendo algo terrible. Por eso debemos prestarle atención, evitar

que acabe en la tumba como un perro viejo"

El sistema, inhumano, nos arroja a la basura cuando ya no

podemos rendir como solíamos. Tal es la tragedia de nuestro

tiempo. “Trabajas durante toda la vida para pagar una casa,

y cuando por fin es tuya no queda nadie para vivir en ella”, dice

Willy de manera premonitoria en el primer acto. Y tal es la queja

final de Linda, en el réquiem final: han terminado de pagar la

hipoteca tras veinticinco años de esfuerzo y, cuando por fin son

libres, Willy ya no está para disfrutar con ella de lo conseguido.

En la obra se critica también la especulación inmobiliaria, la

depredación del medioambiente (la tala de árboles, la urbanización

salvaje, la casa de los Loman se ve rodeada por edificios de pisos

que Willy odia). Se cita a los mitos americanos (Thomas Edison,

Benjamin Franklyn, el béisbol y el fútbol). Se refleja la mentalidad

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de la clase media americana (el hombre aficionado al bricolaje, la buena ama de casa, marcas

como los coches Chevrolet o Studebaker, la vida acomodada con neveras, casa con jardín,

cuarto de herramientas…).

En la cita que hemos puesto al principio de este apartado, recordamos que también

Gregor Samsa, el protagonista de La metamorfosis, de Kafka, también era viajante de comercio.

Él también se quejaba de la dureza de la vida que llevaba.

Los personajes de Muerte de un viajante

El protagonista, William Loman, Willy, es un hombre de sesenta y tres años, de la clase

media-baja, que lleva trabajando desde los 18 años para su empresa, recorriendo miles de

kilómetros a la semana. Ha trabajado duro, ha abierto mercados para su compañía, se ha

hecho conocer y ha tenido alguna temporada buena, ganando buenas comisiones. Pero

ahora está muy cansado, enfermo, piensa en la muerte y tiene

sensación de fracaso, lo que le lleva al borde del suicidio. Intenta

matarse para que su familia cobre la prima del seguro (veinte

mil dólares) y tenga un buen dinero con el que seguir adelante.

Habla solo frecuentemente y mezcla imágenes del presente y

del pasado en su cabeza, haciendo un repaso a lo que ha sido su

vida, sus ilusiones y fracasos.

Willy es un hombre que tiene gran habilidad manual y ha

reparado muchas veces cuantas cosas funcionaban mal en su casa:

nevera, coche, lavadora, puertas y ventanas... Es capaz incluso de levantar un techo nuevo o

hacer una ampliación de su casa. Cree que un hombre no es nada si no sabe manejar las

herramientas, se ríe de su vecino Charley y del hijo de este, Bernard, porque ambos son

torpes con las manos. Sus ideas son sencillas, propias de la clase trabajadora americana: la

nación está llena de oportunidades, hay mucha gente honrada, tenemos que trabajar duro y

saber agradar a los demás, debemos admirar a los grandes hombres, las chicas tienen que

ser bonitas y los hombres, mañosos y fuertes, sanos y deportistas… Es trabajador y positivo,

sigue esforzándose cada día, a pesar de que las cosas no le han ido muy bien. Su trabajo se

le hace insufrible, le cuesta cada vez más física y espiritualmente: se siente solo, inseguro,

viejo, sin recursos para vender… Quiere a su esposa, Linda, y a su familia, aunque no ha

podido evitar la infidelidad con una mujer de Boston en una ocasión y no acaba de llevarse

bien con sus hijos, que lo han desilusionado porque no han cumplido sus esperanzas de

éxito social a la americana. Cuando eran adolescentes, estaba muy orgulloso de ellos, de su

musculatura, de su éxito deportivo en los Campeonatos Escolares Nacionales de fútbol

americano. En el caso de Biff, su relación es especialmente tensa. Willy piensa que lo odia

desde que supo su infidelidad con una mujer de Boston, se siente culpable, pero al final,

cuando decide suicidarse con su coche, se ha reconciliado con su hijo y piensa que con el

dinero que les den los del seguro podrá empezar una nueva vida.

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Linda, la esposa fiel y madre de familia, se da cuenta de todo, quiere a su marido por encima

de cualquier cosa, incluso le perdona que le grite. No sabe que ha tenido una aventura, pero

aunque lo supiera... Es consciente de que Willy no es el mejor hombre del mundo, pero pide

a sus hijos Happy y Biff que lo ayuden porque lo está pasando muy mal últimamente:

“No digo que sea un gran hombre. Willy Loman nunca ha ganado mucho dinero.

Su nombre no ha salido nunca en los periódicos. No es la persona más agradable que

jamás haya existido, pero es un ser humano, y le está ocurriendo algo terrible. Por eso

debemos prestarle atención, evitar que acabe en la tumba como un perro viejo. (…) En

marzo hará treinta y seis años que trabaja para la empresa, ha introducido sus productos

en zonas desconocidas, y ahora que empieza a envejecer, le retiran el salario”.

Critica a sus hijos, les pide que cuiden de su padre, que lo ayuden, los riñen cuando lo

han abandonado en el restaurante, los llama golfos y sinvergüenzas. Actúa siempre en

beneficio de la familia, más que de sí misma.

Happy es un treintañero alto y fuerte, golfo y mujeriego, atractivo, sexy con las chicas, más

bien machista, considera que las mujeres son unas golfas, aunque desearía encontrar una

que no lo fuera y que se pareciera a su madre (“¡Qué mujer! Después de hacerla rompieron el

molde, ¿lo sabías, Biff?”). En cierta forma, venga con ellas su insatisfacción personal. Tiene un

trabajo de poca monta –es ayudante de un ayudante- y no acaba de irse de casa, aunque

duerme en su propio apartamento. Es un vividor, no respeta demasiado a su padre, aunque

promete sentar la cabeza, casarse y ser emprendedor, pero quizás lo diga solo por no

disgustar a su madre o por seguir gorroneando en casa de sus padres. Él también está

desorientado, como su hermano Biff. Se finge satisfecho, pero también está inseguro. Al

final de la obra, quiere continuar el sueño de su padre y salir adelante. No acepta la derrota,

no se irá de la ciudad, él es como su padre un soñador, incluso imagina negocios solo o con

su hermano Biff.

“BIFF- Había muchos momentos agradables. Cuando volvía de un viaje, o los domingos, y trabajaba en el nuevo porche, o terminaba el sótano, construía el baño adicional y el garaje… ¿Sabes, Charley? Puso más cariño en ese porche que en todas las ventas que hizo. CHARLEY- Sí, era un hombre feliz cuando preparaba el cemento. LINDA- Tenía una habilidad manual extraordinaria. BIFF- Pero sus sueños estaban equivocados. Completamente equivocados. HAPPY (casi dispuesto a pelearse con Biff)- ¡No digas eso! BIFF- Nunca supo quién era. (…) HAPPY- Muy bien, muchacho. Voy a demostrarte a ti y a todo el mundo que Willy Loman no ha muerto en vano. Tuvo un buen sueño. Es el único sueño que puedes tener: ser el número uno. Se esforzó por que nosotros lo fuéramos, y yo voy a serlo”.

Biff está muy enfrentado a su padre, se llevan fatal, pues Biff lo considera un farsante. Se

había marchado de casa y ahora ha vuelto con treinta y cuatro años. Estuvo preso tres

meses por robar un traje en Kansas City, aunque solo se lo confiesa a sus padres al final de la

obra. Tenía desde niño tendencia a la cleptomanía, robaba material de construcción en la

obra de al lado de su casa, robaba balones en el instituto; por eso de mayor roba también la

pluma estilográfica a Oliver, al que ha ido a pedir dinero para un negocio. De joven ya era

indisciplinado, trataba mal a las chicas, conducía coches sin carné, confiaba en su físico de

Hércules, en su masculinidad deportiva... Ahora intenta salir adelante, ha perdido la

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seguridad en sí mismo desde que descubrió que su héroe, su padre, no era más que un

farsante. La perspectiva de ser como su progenitor, de pasar toda su vida sujeto a un

horario, a un trabajo extenuante y un sueldo miserable no le llena en

absoluto:

“Mira, al dejar el instituto pasé seis o siete años

tratando de prepararme. Empleado en un departamento de

envíos, vendedor… una u otra clase de empres. Y es una vida

miserable. Tomar el metro en las calurosas mañanas de verano,

dedicar tu vida entera a llevar el control de las existencias, hacer

llamadas telefónicas, vender o comprar. Padeces durante

cincuenta semana al año, para tener dos de vacaciones, cuando

lo que realmente deseas es estar al aire libre y sin camisa. Y

tener siempre que superar a otros. Sin embargo…, así es como

uno prepara su futuro”.

A él le va la vida libre, ha sido peón de granja, le gusta el contacto con la naturaleza, más

que la vida en la ciudad. Por eso rompe con lo que ha sido la vida de su padre al final de la

obra, no acepta falsedades e hipocresías, quiere vivir de otra manera.

La razón de que odie a su padre es que un día lo descubre en un hotel de Boston con

una amante. Willy se justifica diciéndole que estaba muy solo y que la aventura no significa

nada para él, pero a Biff se le cae la venda de los ojos y empieza a ver a su padre de otra

manera desde entonces, sustituyendo por el rencor la veneración que hasta aquel momento

había sentido por él. Cuando era un estudiante de instituto, vivió una época dorada: jugaba

al fútbol americano, era el capitán del equipo, todas las chicas se fijaban en él, prometía

muchísimo, parecería el perfecto joven de Norteamérica que iba a triunfar (tres

universidades se interesaban en él, para sus equipos de fútbol). Pero todo cambió tras

descubrir la falsa vida de su padre, el sueño americano dejó de interesarle. No pudo

graduarse, porque suspendió Matemáticas. Hizo algunos cursos por correspondencia, pero

no se capacitó en nada. Se dedicó a vagar de un lado a otro. Tiene 34 años, intenta cambiar,

quiere llegar a algo en la vida, pero no puede alterar su rumbo. Se siente roto, le dice a su

padre que es un Don Nadie, que nunca ganará más de medio dólar a la hora.

Su madre considera que está desorientado. Su padre, sin embargo, cree que es “un

gorrón perezoso”, aunque finalmente se reconcilian, Biff besa a su padre y Willy se da

cuenta de que su hijo no lo odia.

Charley, el buen vecino, ha conseguido salir adelante, es un pequeño empresario, le ofrece

trabajo a Willy cuando ve cómo se desmorona, pero Willy no accede porque no quiere

reconocer su fracaso en la vida y necesita sentirse superior a su vecino, aunque reconoce

que Charley es “el único amigo que tengo”. Charley y él representaban formas opuestas de

ver la vida. Charley se burlaba un poco de la afición deportiva de Willy y de sus hijos y

orientaba a su hijo Bernard hacia el estudio; además considera a Willy un niño grande y le

dice que aprenda a ser adulto. Willy se reía de Charley y de su hijo, Bernard, de su aspecto

poco varonil y de su inutilidad manual, pues no eran aficionados al bricolaje. Charley le

recuerda a Willy que “nadie vale un centavo muerto”, cuando intuye lo que va a hacer. Y en

el réquiem final acude al entierro de su amigo y vecino.

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Bernard, hijo de Charley, es un chico tímido, con gafas, estudioso; en la época de estudiante

no le hacían caso, no ligaba con las chicas y se reían de él porque era un empollón flaco y

debilucho, nada deportista. Ahora ha hecho su doctorado, es abogado del Tribunal Supremo

y ha cumplido el sueño americano. Está esperando su segundo hijo, ya está situado en la

vida, no como su antiguo amigo Biff, que aún seguía vagando sin rumbo fijo. Willy quiere

hablar con él y Bernard le hace entender que lo que ocurrió en Boston, cuando Biff fue allí a

verle, tuvo mucho que ver con el comportamiento posterior de su amigo. Al volver de

Boston, fue cuando Biff quemó sus zapatillas deportivas y renunció a ir a la universidad.

Ben, el hermano de Willy, es un fantasma del pasado, pues en realidad ya ha muerto. Iba a

emigrar a Alaska, para a buscar a su padre, que había ido allí a hacer fortuna, pero al final

acabó en África donde se hizo rico con los diamantes, fortuna que legó a su muerte a sus

siete hijos. Fue un aventurero, emprendedor, un triunfador que se hizo millonario. Willy lo

admira, pues representa lo que él no ha logrado. Y no indaga mucho en la manera en que su

hermano se ha enriquecido, aunque podría pensarse de algún modo que no ha sido de

manera demasiado escrupulosa.

Howard Wagner, el jefe de la empresa donde trabaja Willy, hijo del fundador, ha recibido su

riqueza por herencia. Es despiadado, despide a Willy sin pensar en su antigüedad, a pesar de

que se conocen desde que Howard era un bebé. Representa el capitalismo puro y duro. Se

opone a Charley, que también es empresario, pero un pequeño empresario. Él es, además

de un buen vecino, un empresario bueno y comprensivo. Le deja dinero a Willy, incluso le

ofrece un empleo, lo aconseja y le dice que deje de ser un niño, elogia las buenas manos que

tiene, lo acompaña en su entierro y comprende su desgraciada vida. Por eso quizá Carley no

ha prosperado más como empresario, porque el capitalismo pide tiburones como Howard,

seres fríos y sin piedad.

La mujer de Boston. Es la amante ocasional de Willy, él le regala unas medias de su mujer,

ella se entretiene con él. Biff los sorprende una vez en la habitación de un hotel, y desde

entonces no perdona a su padre, a quien antes adoraba.

“CHARLEY- Nadie puede culparle. Vosotros no lo entendéis. Willy era un

viajante, y para un viajante la vida no tiene fondo. Es un hombre que no pone tuercas en

los tornillos, que no te informa sobre las leyes ni te receta medicinas. Es un hombre que

va solo por la vida, sin más recursos que una sonrisa y unos zapatos bien limpios. Y

cuando empieza a fallar la reacción a sus sonrisas…, sobreviene un terremoto. Entonces

le aparecen un par de manchas en el sombrero, y está acabado. Nadie puede culpar a

ese hombre. Un viajante tiene que soñar, muchacho. Es un gaje del oficio.

Otros personajes: Jenny, Letta, la señorita Forsythe y Stanley el camarero (aparecen en la escena del restaurante); la secretaria de Charley está en la oficina cuando va por allí Willy.

El conflicto generacional Willy-Biff: Happy representa la continuidad, quiere seguir el sueño de su padre. Pero Biff representa la ruptura: él no quiere seguir en la ciudad, no se encuentra a gusto con los valores del capitalismo: la competitividad, el trabajo duro, el egoísmo, la insolidaridad…. Entre las causas de las difíciles relaciones entre el padre y el hijo, básicamente encontraremos la confrontación entre la ensoñación paterna sobre el brillante futuro del hijo y la realidad de la vida de este. Además, el episodio, descubierto por Biff, de

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la infidelidad de su padre; el rencor y el amor van de la mano en una relación paternofilial en la que el padre se niega a admitir ese fracaso que es la vida del hijo y que supone, de algún modo, su propio fracaso. Entre ambos hay dificultades de comunicación y también de ubicación en el tiempo, ya que la ensoñación del padre se sitúa en un pasado en el que ambos eran amigos y todo estaba abierto, y en un futuro ilusorio, en tanto que el hijo se sitúa en el presente.

El espacio en Muerte de un viajante

La acción transcurre en la casa de los Loman (cocina, salón, habitación de los padres, habitación de los hijos, sótano-cuarto de herramientas). En el sótano, Willy ha pensado en suicidarse, pasa horas con sus herramientas y habla con sus fantasmas del pasado. El patio se ve libre de torres de piso cuando Willy recuerda el pasado y rodeado de edificios cuando la acción se sitúa en el presente. La casa es el lugar adecuado para una tragedia que se presenta como drama de la vida corriente, lo que le ocurre a una familia normal.

También en los diversos lugares que Willy recorre entre Nueva York y Boston. E igualmente hay escenas en:

La oficina de Howard, donde el jefe despide al viajante.

La oficina de Charley, donde le ofrecen empleo y comprensión.

El restaurante, donde está Stanley el camarero y las dos chicas con las que se van Happy y Biff, dejando “olvidado” a su padre.

El cementerio, donde transcurre el réquiem final, cuando ya han enterrado a Willy.

Temas de Muerte de un viajante

En Muerte se un viajante se ofrece una visión crítica de la vida americana. Sus temas principales son:

El consumismo.

Una visión crítica del capitalismo

El fracaso: una visión crítica del “sueño americano”, del “american way of life”.

La importancia de la educación, las consecuencias de una educación equivocada.

El culto al aspecto físico, a la belleza, a la estética.

El enfrentamiento generacional padres-hijos.

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Después de la caída, After the Fall: la relación con Marilyn

“[...] Cada vez me doy más cuenta de que, desde hace muchos años, yo veo la vida como un juicio al que aportas una serie de pruebas. Cuando eres joven, pruebas que eres valiente, o listo; luego, que estás sinceramente enamorado; enseguida, que eres un buen padre y, por último, que eres sabio, poderoso, etcétera, etcétera. Pero detrás de todo eso, ahora lo veo, había una suposición previa: que yo caminaba, no en un círculo cerrado sino por un sendero ascendente, que subía y subía hacia una cima en la que… ¡Dios sabe qué!… Encontraría mi justificación o mi condena. En fin, una sentencia. Creo que todo comenzó a derrumbarse un día en que alcé los ojos…. Y el banco del tribunal estaba vacío. No se veía a ningún juez. Lo único que quedaba era ese interminable discutir consigo mismo, ese inútil pleito de la existencia ante un sitial vacío… Y, eso por supuesto, dicho en otras palabras, es la desesperación. Y no es que con la desesperación no se pueda vivir, pero es preciso creer en ella, amarla, avanzar con ella… Mas yo sigo aquí inmóvil, como en suspenso… Esperando que aparezca un signo en el que poder creer… Y así huyen los días, los meses y los años. [...]“ (Después de la caída, trad. José Méndez-Herrera. AYMÁ. Barcelona. 1965.) “Esta no es una obra sobre algo; he querido que sea algo en sí misma. En primer lugar, es una manera de mirar al hombre y a su naturaleza humana como la única fuente de violencia que se acerca cada vez más a la destrucción de la raza. Es éste un concepto que no toma en cuenta ideas sociales ni políticas como creadoras de violencia, sino la naturaleza del propio ser humano. Ya debemos convencernos de que ninguna persona ni ningún sistema político tiene el monopolio de la violencia. Es también evidente que el común denominador de todos los actos violentos es el ser humano. El primer “relato” real de la Biblia es el del asesinato de Abel. Antes de este drama sólo hay un paraíso sin rasgos característicos. Pero en ese Edén hubo paz porque el hombre no tuvo conciencia de sí mismo. Es probable que se nos diga que el ser humano se convierte en “sí mismo” en el acto de adquirir conciencia de su cualidad de pecador. Él “es” eso de que se avergüenza. Después de todo, la infracción de Eva consistió en hacer accesible el conocimiento del bien y del mal. Puso ante Adán la posibilidad de una elección. Por lo tanto, donde la elección empieza, el Paraíso termina y la inocencia concluye, pues ¿qué es el Paraíso sino la ausencia de toda necesidad de optar por determinada acción? Saliendo del Edén se abren dos caminos. Para Caín, o, si se prefiere, para Oswald [presunto asesino de JF Kennedy], hay una sola alternativa, un solo camino: dar rienda suelta al interno determinismo que conduce en este caso al crimen, o alegar desconocimiento como virtud y defensa. El otro camino es el que ruge por todo el resto de la Biblia y la historia; la lucha de la raza humana a través de miles y miles de años por calmar los impulsos destructores del hombre, por expresar sus ansias de grandeza, de riqueza, de realización y de amor, pero sin convertir en un caos la ley y la paz. La cuestión que finalmente aflora en esta obra es: ¿cómo se debe conseguir esa calma? Quentin, el personaje central, llega a la escena abatido y bajo la sensación de la falta de sentido de sí mismo y del mundo. Su triunfo como abogado se le ha desmenuzado en las manos al no ver en él más que su propio egoísmo. Ha soportado la ruina de dos experiencias matrimoniales. Su desesperación no le permite el lujo de echar la culpa a otros. Busca desesperadamente una visión clara de su propia responsabilidad por lo que es su vida, y lo hace porque poco antes ha conocido a una mujer a la cual cree que podrá amar y que lo ama; atormentado como está por sus dudas, no puede cargar con la responsabilidad de otra vida. En resumen, se ve frente a lo que Eva trajo a Adán: la terrible realidad de la elección. Para optar o elegir es forzoso conocerse; pero el hombre que se conozca no deberá cerrar los ojos al impulso criminal que anida en él, la eterna y solapada complicidad con las fuerzas de la destrucción. No es posible volver a colgar la manzana en el árbol del bien y del mal; en cuanto empezamos a ver, estamos condenados a armarnos de la fuerza necesaria para ver más, no para

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ver menos. Al ser interrogado Caín, se sintió sorprendido y dijo: “¿Es que soy yo el custodio de mi hermano?”. Las primeras palabras de Oswald al ser detenido fueron: “Yo no hice nada”. ¿Qué país ha entrado alguna vez en una guerra que no se apresurase a proclamar ofendido su inocencia? El crimen y la violencia exigen inocencia, sea real o cultivada. Y a través de toda la agonía de Quentin circula la sempiterna tentación de la inocencia, esa ansia profunda por volver al momento en que, según parece, estaba libre en realidad de toda mancha. A esa época fugaz, cuando algo era parte de nosotros y nosotros nos sentíamos a gusto con los demás, y todo simplemente “nos pasaba”. Pero cuanto más de cerca examina el hombre esos años aparentemente unificados, más claramente advierte que su Paraíso retrocede sin cesar. Pues siempre existieron su conocimiento consciente, siempre la elección, el conflicto entre sus propias necesidades y deseos, los impedimentos que otros ponen en su camino. Siempre existió el panorama de seres humanos que estimulan en sí y en todos los demás la tentación a solucionar el problema de ser un yo real; y con eso destruir además lo que es amado. Esta obra, pues, es su juicio; el juicio de un hombre llamado a rendir cuentas, ante su propia conciencia, de sus valores y sus actos propios. El “oyente”, que para algunos será un psicoanalista y para otros Dios, es Quentin mismo, que se vuelve en el borde del abismo para contemplar su experiencia, su naturaleza y su tiempo con el fin de sacar a la luz, sopesar y..., fuera de toda inocencia, prevenirse por siempre contra su propia complicidad con Caín y contra la del mundo. Pero es inevitable que una obra de imaginación dé pábulo a muchas versiones distintas. Algunos la calificarán de obra “acerca” del puritanismo, “acerca” del incesto, o “acerca” de la transformación de la culpa en responsabilidad. Para mí es un hecho tan real como un puente nuevo. Y al decir esto sólo intento expresar lo que tantos escritores norteamericanos están procurando que llegue: el día en que nuestras novelas, obras de teatro, cuadros y poemas entren realmente en las cosas del momento, la inconsciente escapatoria de los dominios de nuestra experiencia real, una fuga que vacía el alma.” (Prólogo)

Presencia: el último libro de relatos de Miller

Antes de morir, escribió el libro de relatos Presencia, que analizamos detalladamente en el documento: http://www.avempace.com/file_download/2422/Presencia%2C+relatos+de+Arthur+Miller.pdf

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Panorama desde el puente: el drama de la inmigración ilegal visto

desde el puente de Brooklyn

Panorama desde el puente, escrita en 1955, después de haber sufrido Miller la delación de su examigo Elia Kazan ante el Comité de Actividades Antiamericanas del senador McCarthy, transcurre en los años cincuenta del siglo XX, en los suburbios portuarios de Nueva York. En ese decorado, dominado por la imponente presencia del puente de Brooklyn, aborda Miller el drama de los inmigrantes ilegales, sobre cuya existencia precaria y clandestina se cierne la amenaza de los funcionarios de Inmigración y la posible expulsión del país. Tal es el caso de Marco y Rodolpho, dos jóvenes hermanos sicilianos, huidos de la miseria de su tierra natal, que se refugian en la humilde casa del estibador Eddie Carbone. Éste, un ser impulsivo, de instintos tan bienintencionados como primarios, vive con su esposa Beatrice y una sobrina, Catherine, una muchacha a la que Eddie quiere proteger obsesivamente del hostil mundo exterior. Entre Catherine y Rodolpho no tarda en surgir una mutua atracción, pero los celos y las sospechas comienzan a atormentar a Eddie y le impulsan a tomar un camino sin retorno… La obra plantea, como siempre en el teatro de Miller, un problema ético, moral, un drama que transcurre dentro de la familia, como en Muerte de un viajante; una lucha entre distintas concepciones de vida, representadas en dos generaciones: la de Eddie, basada en la desconfianza y que solo aspira al éxito social; y la de Catherine, que actúa como una joven enamorada, abierta al futuro. En Miller suele haber siempre conflicto generacional padres-hijos, lucha entre los jóvenes y los adultos. El texto íntegro de la obra puede verse en el siguiente enlace: http://www.avempace.com/file_download/2591/Arthur+Miller-Panorama+Desde+El+Puente.pdf

Miller y compañía: comparativa entre autores

A lo largo del curso, hemos estudiado autores tan diferentes como Goethe, Flaubert, Poe,

Baudelaire, Whitman, Kafka, Hemingway y Miller. Goethe, de finales del XVIII, representa el

nacimiento del Romanticismo. Flaubert, Poe, Baudelaire y Whitman se ubican en el siglo XIX. Y

del XX, tenemos a Kafka, Hemingway y Miller. Dos norteamericanos y un checo-alemán. A

continuación, haremos una rápida comparativa entre ellos.

Whitman y Miller Los dos son norteamericanos, uno poeta, el otro dramaturgo. El primero cantó el Nuevo Mundo, al hombre americano libre y fuerte. El segundo cambió el optimismo en pesimismo y criticó el “sueño americano”. Fue “la conciencia moral de América”, como le ha llamado la crítica. En cierta forma, Miller es el anti-Whitman: nada de optimismo existencial.

Kafka y Miller El praguense, pusilánime, débil, enfermizo, estuvo dominado por un padre autoritario que tenía éxito social y quería que su hijo transitara su misma senda. Miller vio como el negocio familiar se arruinaba y cómo su familia pasaba de la riqueza a la pobreza. Tuvo que trabajar duro

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para salir adelante. Kafka reflexionó sobre el absurdo de la existencia: era un inadaptado social, se sentía mal, fracasado. Miller tuvo grandes reconocimientos y premios, se casó varias veces, gozó del amor de Marilyn. Pero también habla de la inadaptación: Willy Loman, en Muerte de un viajante, es un hombre que no puede alcanzar el “sueño americano”, aunque cree en él e intenta estar a la altura de las circunstancias. Miller usa una perspectiva más realista, la tragedia de la vida corriente. Kafka es más simbólico, usa la metáfora: Gregor Samsa se convierte en un insecto. Tanto Samsa como Loman son viajantes, el viaje es el hilo umbilical que une sus vidas (tópico del homo viator).

Hemingway y Arhtur Miller Ambos son escritores de compromiso, ambos norteamericanos, si bien Miller era judío. Hemingway busca una manera no convencional de vivir, no quiere aburguesarse: libertad, aventura, lucha, dignidad, cosmopolitismo, amores… Miller fue la conciencia crítica de América, como se puede comprobar en sus obras (Todos eran mis hijos, Muerte de un viajante, Las brujas de Salem). Él muestra que no basta con ser trabajador, voluntarioso, para encarnar el “american way of life”, con sus promesas de éxito y bienestar. A veces, las circunstancias pueden llevarnos cuesta abajo, a un mal final. Estuvo casado con Marilyn Monroe, de la que se divorció finalmente. Hemingway admiró mucho a Joe DiMaggio, jugador de béisbol, primer marido de Marilyn. Hemingway inventa una manera americana de estar en el mundo: el vitalismo, la autoconfianza. Miller también busca la suya: la eticidad, el compromiso moral. Hemingway era hombre de acción. Miller prefiere la reflexión. Para Hemingway, la narración, el periodismo, la agilidad en la forma de contar. Para Miller, el teatro, la representación escénica, las tablas como forma de representación del transcurrir humano en esta vida. En realidad, Muerte de un viajante está más cerca de La metamorfosis, de Kafka, que de El viejo y el mar, de Hemingway.

CUADRO-RESUMEN DE LOS AUTORES VISTOS EN EL CURSO

JOHANN W. GOETHE GUSTAVE FLAUBERT EDGAR ALLAN POE CHARLES BAUDELAIRE

Del s. XVIII, introduce el romanticismo con Werther.

Erudito, intelectual. Novela, poesía, teatro, ensayo.

Participa en política, moralista, reformador.

Vida burguesa, cortesana.

El autor, ser inspirado.

Reflexión más que acción.

Odia el romanticismo.

Teoría de la impasibilidad.

Realismo, documentación. “Le mot juste”, corrige mucho, rigor expresivo.

Vida burguesa, ermitaña.

Producción lenta. Ritmo pausado.

El escritor, obrero de la palabra.

Parte del romanticismo, deriva hacia lo gótico y lo psicológico.

Malditismo, alcoholismo, opio.

Problemas de dinero, marginalidad.

Periodismo, se gana la vida con la escritura.

Relato corto, rapidez.

Norteamericano.

Malditismo, paraísos artificiales, alcoholismo, drogas.

Satanismo, sacrilegio.

Dandismo, origen burgués.

Sífilis, vida lupanaria.

Formación clásica

Tradujo a Poe, al que admiraba.

El poeta como visionario.

WALT WHITMAN FRANZ KAFKA ERNEST HEMINGWAY ARTHUR MILLER Verso libre, casi prosa.

Hombre nuevo americano.

Sentimiento de la naturaleza.

Homo-, bi-sexualidad.

Obra rehecha y ampliada: Hojas de hierba, sucesivas

Existencialismo, dudas.

Técnica realista.

Absurdo de la existencia, angustia, dolor, hastío.

Soltería, no se decidió a casarse.

El insecto: interpretación simbólica.

Periodismo y literatura.

Aventura, caza, pesca, boxeo, béisbol, ambulancias, guerras.

Premio Nobel.

Teoría del iceberg, antirretoricismo, ocultación, sugerencia,

Conciencia crítica de América, americanismo crítico.

Contra el “sueño americano”.

Intelectualismo, contestación, reflexión.

Teatro, guión.

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ediciones (9).

Poesía como himno, exaltación, optimismo.

Americanismo.

El poeta como respondedor.

Gregor Samsa es un viajante.

Pesimismo.

El Estado contra el individuo, la burocracia.

antiintelectualismo.

Frase corta, rapidez.

El pez: valor simbólico.

DiMaggio-Marilyn Monroe.

Americanismo.

Vitalismo, acción.

El Willy de Muerte de un viajante tiene la misma profesión que Samsa.

Casado con Marilyn Monroe, luego divorciado.

Es el anti-Whitman.

Inadaptación, como en La metamorfosis.

Bibliografía

Wikipedia, voces "Arthur Miller" y "Muerte de un viajante". http://es.wikipedia.org/wiki/Wikipedia:Portada

http://www.epdlp.com/escritor.php?id=2043

Fundación Príncipe de Asturias, http://www.fundacionprincipedeasturias.org/multimedia/17

Google, voces "Arthur Miller" y "Muerte de un viajante", http://www.google.es.

Arthur Miller, Muerte de un viajante. Trad. Jodi Fibla, 3ª ed. Barcelona, Tusquets, 2009.

Arthur Miller, El descenso del monte Morgan. Trad. Carlos Milla Soler. Barcelona, Tusquets, 2006.

Arthur Miller, Panorama desde el puente. Adapt. José L. Alonso, Madrid, Ediciones MK, 1980.