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8/16/2019 Arqueología biográfica I.pdf
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Existe un elemento común que denota la cotidianidad y la espera, un
tiempo vacío que quiere llenarse, y que realmente lo hace, a la
incertidumbre de un acontecimiento, de algo importante y repetitivo.
Poseedor de nuestros gustos o inconformidades, algo que por rutina
está establecido y a un trasfondo por temas culturales, morales, éticos
(o como se le quiera llamar a aquellos que nos “forjan”) hacen que re
aparezcan en nuestras vidas aquellos momentos de festejo… Pero qué
se puede considerar como una fiesta?
Aquellos días en los que los “seres más queridos” (e hipócritas también)
se reúnen para festejar simultáneamente la vida y la muerte. O tal vez,
esas semanas donde los días se llenan de nuevas experiencias
generadas por lugares, personas y culturas. Muy seguramente, lo
primero que consideramos como fiestas son aquellos días que marcan
una pauta en el año y que han sido catalogadas culturalmente como
espacios de reunión. Pero qué simbología guardan?
Tantas como objetos, comidas, palabras, vestidos, agüeros,
decoraciones y sobre todo fotografías. De cada año, en el momento
adecuado, en el instante decisivo -tal cual como lo manifiesta Cartier
Bresson-, o sólo como la captura de algún momento general para ser
archivado en plásticos transparentes. Fotografías en las que re
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aparecen los recuerdos de momentos, detalles, palabras y emociones
que le dieron carácter a aquella festividad, y aún lo siguen haciendo…
Momentos que suelen marcar una parte de nuestra memoria, que la
mayoría terminan siendo, en mi, aquellos catalogados como buenos;
pues afortunadamente inundan a los malos como lagunas que no dejan
que retroceda en ellos.
Detalles, tales como objetos, tradiciones, regalos, colores,
decoraciones, combinaciones, etc… Que son parte de la festividad pero
que a su vez reflejan la parte humana, sensible y característica de los
protagonistas de ese tiempo en específico.
Palabras repetidas que van madurando cotidianamente, que se van
extendiendo hacia las frases y los párrafos para hacernos ver un tanto
más cariñosos, más “conscientes” del tiempo festejado, más cultos y
amables.
Emociones, como el último tema que sale a flote, pero no precisamente
por algún tipo de carencia, sino por aquel valor tan grande que conlleva.
Al cual considero como uno de los motores principales del ser humano,
como aquello que nos hace revivir tantos momentos, que nos
encuentran con personas y también nos alejan de ellas. Una palabra
con un significado que apenas puedo pensar…
La fiesta, como una combinación de simbologías, personas,
acontecimientos y fechas, que muchas veces trascienden su tiempo
propio para dejar huella.
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Es un concepto que acompaña a las personas, no sólo en momentos
determinados de su vida, sino a lo largo de esta, pero que se manifiesta
de distintas maneras dependiendo del tiempo que se este viviendo.
Todo comienza por un juguete: “un elemento que sirve para pasar un
tiempo de ocio [o tal vez, solo el tiempo]”, el primero, el que todos
guardan como su tesoro más valioso después de aquella cobija con la
que fueron arropados por primera vez. Después, se ve encerrado en un
ciclo en el que tiene que ser tanto un objeto, como una actividad ó la
combinación de éstas. Claro está, cambiando sus características físicas
y funcionales a medida del tiempo, pero nunca, dejando a un lado
aquellas reglas (implícitas en unos casos) que permiten su uso o su
desarrollo.
En medio de la reflexión, mi primer juguete no es de lo más valioso e
importante (aún cuando lo tengo hasta este momento), considero que
aquellos que no tuve fueron mucho más importante, por el deseo que
involucraba el tenerlos. Con eso, hago referencia en las palabras de mi
madre, quien decía que siempre creyó que al nacer sería un niño… Si,
jugaba con Barbies, Polly Pocket, bebés de felpa.. También eran mis
objetos predilectos en la lista a “Papá Noel” pero no antes de esos
juguetes platónicos ( soñados) que todos alguna vez quisimos; los míos
constaban de un carro a control remoto y una pista de carros… Nunca
los tuve, pero que buen presentimiento el de mi madre.
Por otro lado, es importante aclarar antes de mi siguiente punto que los
juegos no siempre tienen que ser jugados, valga la redundancia; sino
que también pueden ser observados y admirados… A mis 11 años,
fulgurosamente despertó en mi esa pasión de admirar el fútbol… Sí,
volví a tener algo de niño, según mi mamá… Al día de hoy, soy una
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aficionada, que colecciona camisetas, objetos, recuerdos, de sus
equipos favoritos y que ahorra para ir a los estadios y tener ese placer
de admirar un juego tan histórico como el fútbol. ¿Acaso el juego y los
juguetes no tienen como objetivo una finalidad didáctica? Todos
tenemos que aprender las técnicas del futbol, la fotografía, el patinaje,
las cabalgatas, las atracciones mecánicas y hasta de las “montoneras”.
Y como todos tenemos derecho a aprender, también es increíble la
capacidad que tienen los juegos de transformarse o ser transformados
por el mismo tiempo o los vivientes de este. No es lo mismo jugar “Uno”
a los 11-12 años que a los 19 o 20, dónde ese castigo de “+2 cartas”generado por las reglas del juego, se ve llevado a un “+2 shots” o cosas
similares. Por otro lado, es extraño el sentimiento de ver a un niño
embelesado por una pantalla con juegos mientras nosotros podíamos
durar horas jugando a las escondidas, a la lleva, a los ponchados;
donde la única regla que marcaba el final era la puesta del sol. Tal vez,
no es extraño el sentimiento, sólo es nostalgia de ver alguien
imposibilitado a socializar por la “magia” de una pantalla full HD. Hemos
transformado el funcionamiento de los juegos, pero hicimos que
muchos perdieran la esencia, la magia de emocionarse por salir a jugar,
por compartir en familia un tablero de mesa.