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CuPAUAM 37-38, 2011-12, pp. 223-239 Análisis morfoestructural de la arquitectura defensiva en el ámbito indígena y colonial de la protohistoria antigua peninsular (ca. 1000 – 600 A.C.) Víctor RODERO OLIVARES Luis BERROCAL-RANGEL Universidad Autónoma de Madrid (UAM) Resumen Este artículo presenta un avance de los resultados de nuestras investigaciones 1 sobre el poblamiento amurallado en el cuadrante suroccidental de la Península Ibérica en el tránsito del II al I milenio antes de nuestra era. Los sistemas defensivos se configuran no sólo como un reflejo de las complejidades y vicisitudes socioeconómicas de una pobla- ción sino también en un referente simbólico comunitario en el que se vuelcan las técnicas edilicias más novedosas. A este respecto el estudio de la Arquitectura defensiva protohistórica constituye un “artefacto” con el que poder dilu- cidar de modo indirecto patrones y pautas de interacción social. Palabras clave: Fortificaciones, Bronce Final, Edad del Hierro, poblamiento, muralla. Summary This paper shows a preview from our investigations on fortified settlement in the Southwestern Iberian Peninsula at the end of the Final Bronze Age and the beginnings of the Early Iron Age (X-VII cent. B.C.). In this context defensive architecture works as an useful tool for archaeologists looking for socio-economic changes and symbolic communal signs so its uses to incorporate quickly new techniques but also adapt them to theirs owns customs and singular envi- ronments. Keywords: Fortifications, Final Bronze, Iron Age, settlement, rampart. 1 En 1994 uno de nosotros publicó un primer estudio sobre la Poliorcética antigua en Europa en el, por entonces, presti- gioso medio de difusión que era la Revista de Arqueología. Dicho trabajo, pionero por entonces en el panorama penin- sular, antecedió a nuevas publicaciones sobre el tema, inclu- yendo monográficos como el que recoge las actas del colo- quio “Paisajes fortificados de la Edad del Hierro” que coor- dinamos en 2006 junto al Dr. Pierre Moret dentro del pro- yecto de I+D+I Las murallas protohistóricas de la Península Ibérica (BHA 2003-02199). Fruto de la misma línea de investigación fue el proyecto internacional de excavaciones “Castro dos Ratinhos, Moura-Alqueva, Portugal”, cuya parte española fue dirigida por los autores de este trabajo y cuyos resultados se exponen en una reciente monografía publicada por el Museu Nacional José Leite do Vasconcelos de Lisboa en 2010. Todos estos resultados parten del interés suscitado en nosotros por una de esas clases magistrales que caracteri- zaron la labor docente del profesor Manuel Bendala. Tuvimos la fortuna de recibirla años antes durante los estu- dios de licenciatura, con el entusiasmo de quien siempre tuvo una predilección especial por la poliorcética antigua, y por la helénica en particular. A él queremos dedicar con toda nuestra gratitud estas líneas.

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Page 1: Análisis morfoestructural de la arquitectura defensiva en

CuPAUAM 37-38, 2011-12, pp. 223-239

Análisis morfoestructural de la arquitectura defensiva en elámbito indígena y colonial de la protohistoria antigua peninsular(ca. 1000 – 600 A.C.)

Víctor RODERO OLIVARESLuis BERROCAL-RANGELUniversidad Autónoma de Madrid (UAM)

Resumen

Este artículo presenta un avance de los resultados de nuestras investigaciones1 sobre el poblamiento amurallado enel cuadrante suroccidental de la Península Ibérica en el tránsito del II al I milenio antes de nuestra era. Los sistemasdefensivos se configuran no sólo como un reflejo de las complejidades y vicisitudes socioeconómicas de una pobla-ción sino también en un referente simbólico comunitario en el que se vuelcan las técnicas edilicias más novedosas.A este respecto el estudio de la Arquitectura defensiva protohistórica constituye un “artefacto” con el que poder dilu-cidar de modo indirecto patrones y pautas de interacción social.

Palabras clave: Fortificaciones, Bronce Final, Edad del Hierro, poblamiento, muralla.

Summary

This paper shows a preview from our investigations on fortified settlement in the Southwestern Iberian Peninsula atthe end of the Final Bronze Age and the beginnings of the Early Iron Age (X-VII cent. B.C.). In this context defensivearchitecture works as an useful tool for archaeologists looking for socio-economic changes and symbolic communalsigns so its uses to incorporate quickly new techniques but also adapt them to theirs owns customs and singular envi-ronments.

Keywords: Fortifications, Final Bronze, Iron Age, settlement, rampart.

1 En 1994 uno de nosotros publicó un primer estudio sobre laPoliorcética antigua en Europa en el, por entonces, presti-gioso medio de difusión que era la Revista de Arqueología.Dicho trabajo, pionero por entonces en el panorama penin-sular, antecedió a nuevas publicaciones sobre el tema, inclu-yendo monográficos como el que recoge las actas del colo-quio “Paisajes fortificados de la Edad del Hierro” que coor-dinamos en 2006 junto al Dr. Pierre Moret dentro del pro-yecto de I+D+I Las murallas protohistóricas de la PenínsulaIbérica (BHA 2003-02199). Fruto de la misma línea deinvestigación fue el proyecto internacional de excavaciones“Castro dos Ratinhos, Moura-Alqueva, Portugal”, cuya parte

española fue dirigida por los autores de este trabajo y cuyosresultados se exponen en una reciente monografía publicadapor el Museu Nacional José Leite do Vasconcelos de Lisboaen 2010. Todos estos resultados parten del interés suscitadoen nosotros por una de esas clases magistrales que caracteri-zaron la labor docente del profesor Manuel Bendala.Tuvimos la fortuna de recibirla años antes durante los estu-dios de licenciatura, con el entusiasmo de quien siempretuvo una predilección especial por la poliorcética antigua, ypor la helénica en particular. A él queremos dedicar con todanuestra gratitud estas líneas.

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I. INTRODUCCIÓN

A inicios del I Milenio A.C., la aventuracomercial fenicia se constituyó en una estrategiaexpansionista polifacética que transformó desdeuna óptica estructuralista las comunidades penin-sulares. Su presencia condujo a la aculturación delas sociedades del Bronce, definida como un pro-ceso de transformación y de cambio cultural basa-do en la adopción y adaptación de pautas y patro-nes de raigambre oriental (Aubet, 2009; Celestinoet alii, 2008; Díes Cusí, 2001; Wagner, 1995 y2003). De este modo, se imprimió un nuevo des-arrollo en la evolución histórica de las poblacio-nes indígenas, incentivando y originando nuevasdinámicas socioeconómicas, sociales, ideológicasy políticas.

No obstante esta complejidad cultural deberíaser comprendida dentro de un proceso endógenoprevio a la colonización fenicia, cuyos iniciosdeben situarse en el tránsito del II milenio al Imilenio A.C., que se desencadena en ciertas áreaspeninsulares y tiene su reflejo en el registroarqueológico. Durante el Bronce Final II-III seagudizó esta dinámica que convergió a principiosdel primer milenio a.C. con la presencia colonial(Celestino et alii, 2008). Nuevas relaciones socia-les y de poder se entremezclaron con las redes tra-dicionales existentes de tipo comunal o local. Deeste modo, a principios del milenio, las poblacio-nes locales experimentaron una jerarquizacióncada vez mayor, que en términos holísticos, sedefine como sociedad estratificada (Kristiansen,1998, 75-77; Almagro-Gorbea, 1998).

A propósito de la colonización fenicia, éstadebe entenderse como un reflejo en directa rela-ción con el desarrollo de una empresa comercialque se materializa en unos nuevos marcos pobla-cionales y nuevas relaciones socioeconómicasde interacción. En este sentido, el registroarqueológico constata cómo grupos de poblaciónfenicia se asentaron gradualmente, pero en unbreve período de tiempo, en el litoral peninsular.La presencia colonial semita y sus redes comer-ciales afectaron no sólo a las zonas limítrofescon sus establecimientos comerciales, la zonaonubense, Bajo Guadalquivir y la costa mala-gueña, sino que alcanzaron desde el siglo VIIIA.C., e incluso antes, la costa mediterránea y ellitoral atlántico portugués, si bien los recientes

descubrimientos e investigaciones enArqueología confirman que estas fechas debenrebajarse hasta el siglo IX A.C. e incluso las pos-trimerías de la centuria anterior (Soares yMartins, 2010; Serrano, Llompart y González deCanales, 2004). La llegada de los colonos orien-tales supuso un proceso de interacción culturalcon las sociedades indígenas, que a su vez, con-llevó el cambio cultural de éstas.

Dicho cambio se manifestó al mismo tiempoen una jerarquización basada en la concentracióny apropiación de los recursos y en la redistribu-ción de los mismos por parte de las elites diri-gentes, que van a acumular riqueza y símbolosde prestigio en los intercambios con las pobla-ciones fenicias.

La llegada colonial oriental, indudablemente,debió suponer un elemento clave en la construc-ción del paisaje protohistórico conformando unaarticulación urbana y definiendo un paisajehumanizado a partir de las pautas y patrones pre-vios de las colonias fenicias en Occidente (Helasy Marzoli, 2009; Riva y Vella, 2006; Acquaro yFerrari, 2004; Costa y Fernández, 2002;Gras,Rouillard y Teixido, 2000; Aubet, 1994…). Asímismo el establecimiento de comunidades semi-tas en la Península Ibérica condujo a una rápidaincorporación de novedades tecnológicas en lassociedades indígenas. Estos cambios se materia-lizaron tanto en la arquitectura civil como mili-tar de una forma técnica y formal. La aceptaciónde estas novedades técnicas, aisladas o en con-juntos, facilitó la asimilación de los nuevosmodelos importados desde el Levante mediterrá-neo, no sin aplicar los cambios adaptivosimpuestos por las tradiciones o los ecosistemaspeninsulares (Vives-Ferrándis, 2005; Prados2003; Dies Cusí, 2001…)

Sea como fuere, esta evolución hacia unamayor segmentación social, pero también haciauna concentración de poder y una centralización yapropiación de los recursos económicos por partede las elites dirigentes, tendrá su reflejo en elpapel cada vez más destacado que proporcionó elcontrol territorial, la articulación de los sistemasde poblamiento y la aparición de núcleos rectores,con sistemas defensivos cuya importancia radicaen configurarse como vértices del tejido espacialy social, como ejes de un proceso de humaniza-

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ción del paisaje cada vez más creciente y acelera-do en la protohistoria peninsular (p.e., en:Bendala Galán, 2000, 107ss.).

El papel de los asentamientos fortificadosejerce no sólo una funcionalidad práctica. Másallá de la finalidad pragmática de las defensasprotohistóricas como elementos fácticos dedefensa, estas construcciones fueron manifesta-ciones explícitas de la nueva concepción social eideológica traída por los colonizadores (Prados yBlánquez, 2007, 64ss). El análisis de las fortifi-caciones pre y protohistóricas en la historiogra-fía arqueológica ha sido abundante y prolífico enlas últimos años (Berrocal-Rangel y Moret, eds.2007; Oliver Foix, ed. 2006…). Más allá deenfoques descriptivos, la Arqueología actual haintentado discernir su valor integral, trascen-diendo del carácter físico-funcional como únicajustificación de su presencia (Berrocal-Rangel,2004). Dejando, un tanto, a un lado el incuestio-nable carácter militar, en las últimas décadas elpanorama científico ha identificado que el signi-ficado de una muralla adquiere cada vez más tin-tes polivalentes. En este sentido, se ha experi-mentado un auge de las investigaciones centra-das en los diversos matices de la interpretaciónde la edilicia defensiva desviando su interés encuestiones simbólicas, sociales o culturales(Blánquez, 2008; Berrocal-Rangel y Moret,2007; Escacena, 2002).

II. EL BRONCE FINAL: UN “ENGRANAJE EN

EL CÍRCULO DE COMERCIO ATLÁNTICO.

A finales del II milenio el registro arqueoló-gico apunta a que la Península se sitúa integradaen las vías de intercambio comercial que seintensifican en esos momentos y que conectaronla fachada atlántica europea, incluyendo el lito-ral mediterráneo peninsular, con los circuitoscomerciales del Mediterráneo central (Celestinoet alii 2008; Kristiansen y Larson, 2006;Harrison 2004; Ruiz-Gálvez 1998; Coffyn1985…).

Dos áreas, la zona onubense y el eje del BajoGuadiana, son llamativas en lo que respecta a laevidencia del registro arqueológico sobre losrecintos amurallados de este momento, pese aque la emergencia de centros fortificados a fina-

les del II milenio no se circunscribe sólo a estasregiones. El mismo fenómeno se observa tam-bién en otras zonas peninsulares en momentosprevios a la colonización fenicia, como en el hin-terland malagueño, en las Beiras y AltoAlentejo portugueses o la cuenca media delGuadiana (García Alfonso, 2007, 378-380;Rodríguez Díaz y Enriquez, 2001; Calado,Barradas y Mataloto, 1999).

Las investigaciones arqueológicas en el áreaonubense han evidenciado un patrón de ocupacióncada vez más amplio que abarcaba desde el litoralatlántico con la ciudad de Huelva hasta las estriba-ciones de los Picos de Aroche y Sierra Morena,pasando por la Tierra Llana (Fig.: 1).

En Niebla [nº 1], los trabajos en la década delos 90 y principios de este siglo en la cerca islá-mica en la Puerta de Sevilla y la delDesembarcadero han sacado a la luz una super-posición estratigráfica de los distintos murosdefensivos del asentamiento (Bedia y Borja,1992; Bedia y Pérez Macías, 1993; PérezMacías, Campos y Gómez Toscano, 2000). Enuna etapa previa al impacto colonial, Niebla sehabría dotado ya de una estructura defensivacompuesta de una muralla de mampostería conun paramento exterior en talud así como de bas-tiones o torres de planta semicircular distribui-das a intervalos irregulares. A esta fortificaciónle sucederá tras un hiato temporal, otra cercadefensiva de características arquitectónicas biendistintas y fechada ya en el períodoOrientalizante (Campos, Gómez Toscano yPérez Macías, 2006).

Al interior, en el territorio en torno aAznalcóllar (Sevilla) [nº 2] se conocen dosyacimientos protohistóricos – Los Castrejones yel Castillo – separados por un curso fluvial ydistante entre sí por medio kilómetro. En 1995en Los Castrejones se realizaron unos sondeosque tenían como objetivo principal la delimita-ción espacial del yacimiento. En el corte 4 selocalizó un lienzo de muralla compuesto por unmuro en talud sobre el que se situaba un para-mento recto. Así mismo, en la acrópolis sedocumentó un recinto defensivo en talud (Hunt,1995; 2003). A esta estructura se le adosó poste-riormente por la cara externa una torre macizade planta cuadrangular.

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Figura 1: Localización de los yacimientos estudiados y numeración según el texto; 1. Plano de Ratinhos [nº 3], Moura(según Berrocal y Silva 2010); 2. Tejada la Vieja, Huelva [nº 9] (según Fernández Jurado 1987);

3. Los Castillejos de Alcorrín, Málaga [nº 8] (según Marzoli et alii 2009), todos a la misma escala.

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Ambas obras se levantaron a partir de murosparalelos que dejaban un espacio intermedio quefue rellenado con barro y piedras más pequeñas(Hunt, 1995, 509-510).

En el asentamiento de Huelva, a pesar de nohaberse localizado ninguna construcción defensi-va, se ha planteado su existencia a partir de suimportancia en las redes locales y en las posterio-res relaciones con los fenicios, así como por elanálisis de la deposición de los sedimentos y elmuro del Cabezo de San Pedro (Gómez Toscano,2006, 36-38), ampliados por los espectacularesmateriales procedentes de la plaza de las Monjas,en Huelva (González de Canales et alii 2004).

Estos núcleos fortificados se articularían enuna red dirigida a la explotación de los recursosmetalíferos y minerales de la zona. A su vez,entorno a estos centros hegemónicos se localiza-rían poblados en llano con estructuras de cabañasvinculados y dependientes de estos centros(Gómez Toscano, 2006, 40).

Fuera de esta zona, los recientes descubri-mientos arqueológicos en el centro y sur dePortugal han puesto de manifiesto la importanciade esta área en los momentos previos a la presen-cia fenicia. La evidencia arqueológica sugiere quelas élites locales, ubicadas en poblados centralesdotadas de cercos defensivos, no sólo controlabane interactuaban con otras zonas peninsulares,como indican los materiales que les vinculan conel Bajo Guadalquivir y la Meseta, sino tambiéncon el comercio marítimo a larga distancia conotras regiones atlánticas europeas. Estos pobladosen altura ubicados en la confluencia de vías decomunicación o junto a recursos estratégicos con-trolan la producción de su territorio donde des-pliegan una red de poblamiento en sus proximida-des a corta y media distancia (Monge Soares,2005; Mataloto, 2005).

El mayor volumen de datos corresponde alyacimiento del castro de Ratinhos (Moura) [nº 3]- (Figs.: 1.1 y 2.1) al ser objeto de un intenso pro-yecto de investigación y gestión. Éste se sitúa enel margen derecho del Guadiana sobre en un cerroaplanado que domina el territorio circundante y laconfluencia del Guadiana con el río Degebe yArdila. Recientemente las excavaciones lusoespa-ñolas han identificado un poblado amurallado contres recintos defensivos que delimitaban un áreacercana a las dos hectáreas (Berrocal-Rangel y

Silva, 2010, 235). En las áreas intervenidas selocalizaron varias líneas defensivas, en la acrópo-lis y en el flanco norte, estableciendo dos grandesetapas, cuyas dataciones se insertan en el BronceFinal (fases 2: siglos XIII - IX A.C.) y en el HierroAntiguo (fases 1a y 1b: siglos IX - VIII A.C.), res-pectivamente (Berrocal-Rangel y Silva, 2010,135ss.). La línea defensiva de la vertiente norte,exterior, presenta una técnica de construcción sin-gular en tanto que la técnica edilicia se basó en lanivelación del sustrato rocoso en fuerte pendien-te, y la cimentación con grandes lajas de esquisto.Apoyándose en este nivel se levantó una zapatacomo pared de contención. Encima de esta basese erigió un paramento exterior en talud reforzadopor una orla, mientras que el espacio intermediofue rellenado mediante capas de tierra y piedramás o menos compactas que se contenían al inte-rior por grandes losas de pizarra dispuestas verti-calmente y acuñadas con otras bajas en forma dezarpa interior. Este sistema defensivo se comple-mentó con la excavación de un foso con perfil en“V” en la base del talud (Berrocal-Rangel y Silva,2010, 240-241; Silva, Berrocal y Rodero, 2012).Mientras en la acrópolis, se identificó un sistemadefensivo cuya datación se ha situado en el HierroAntiguo, sin que se niegue la presencia de unafase anterior mínimamente conservada. A rasgosgenerales el recinto más moderno mantuvo lascaracterísticas esenciales del período anteriorpero la excavación en los sondeos de la acrópolispermitió atestiguar la existencia de grandes aguje-ros de poste regulares y peñas de barro cocido,con huellas de postes menores, lo que evidencia elempleo de madera en el cerco defensivo comorefuerzo de los mampuestos (Berrocal-Rangel ySilva, 2010, 235-236). Todo ello nos lleva a pro-poner un sistema de construcción más complejodonde, al menos el paramento interior, se constru-yó con mampuestos irregulares dispuestos verti-calmente y fortalecidos con una estructura depostes de madera. Esta fase, destruida en su acce-so hacia el 760 A.C. con la quema de los postesmayores y la vitrificación de algunas de sus pie-dras, sería contemporánea en construcción y usocon el santuario oriental documentado en el inte-rior de la acrópolis (Silva, Berrocal y Rodero,2012) – (Fig.: 2).

Un poblado similar parece haber sido el cerca-no Outerio do Circo (Beja) [nº 4], que se ubicaen un cerro amesetado elevado sobre el territorio

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circundante, algo más al interior del Alentejo. Setrata de un yacimiento conocido desde la décadade los 70 pero solo recientemente se ha desarro-llado una investigación centrada en él. Los traba-jos de prospección apuntaron la existencia de undoble recinto defensivo cuyo rango cronológicose situó en la Edad del Bronce a partir de losmateriales recogidos en superficie aunque seconstato una presencia posterior de época romana(Parreira, 1977; Parreira y Soares, 1982, 112). Lasexcavaciones más recientes han confirmado doslíneas de muralla ya conocidas, mientras que semantiene una posible entrada flanqueada por bas-tiones. Así mismo, la intervención en el “Área 1”documentó uno de los taludes del sistema defen-sivo. El registro arqueológico manifiesta una ocu-pación dilatada en el tiempo con materiales quedatarían la construcción en el Bronce Final. A suvez, se documentaron fragmentos de barro coci-do, interpretados como parte de una empalizadasuperpuesta a la muralla y un nivel compacto debarro cocido cuya posible función radicaría en serun refuerzo de la estructura (Serra y Porfírio, enprensa).

Más al norte, en Corôa do Frade (Évora) [nº5], yacimiento conocido desde la década de lossesenta, se documento un sistema defensivo con-temporáneo a los dos anteriores. La ocupación deeste núcleo se ha interpretado unida a Castelo doGiraldo como un punto de control territorial (Paçoy Ventura, 1961). En 1971 se realizaron dos son-deos sobre la supuesta muralla, cuyos materialespermitieron a José M. Arnaud proponer una data-ción entre el 900 y 600 a. C. (Arnaud, 1979, 90),sin embargo, posteriormente amplió su ocupacióna un rango de edad entre 1000 a.C. hasta el 700a.C. (ibídem, 1995, 43).

En la planimetría publicada se puede identifi-car la existencia de un acceso en la zona orientaldel yacimiento. Este acceso, a tenor por los datosdeducibles de la planimetría, se caracteriza porpresentar una entrada reforzada a cada flanco porun bastión/torre (Arnaud, 1979, 60, fig. 2). Sinembargo, las prospecciones que se realizaron afinales de la década de los noventa generaron otraplanimetría del recinto defensivo en el que no seaprecian ni las obras de flanqueo ni la entrada alasentamiento (Burgess et alii, 1999, 139, fig. 6).

En el margen derecho del Guadiana se locali-za el yacimiento de Passo Alto (Ficalho) [nº 6],

conocido a partir de los trabajos de A. M. Soares(1984, 2003..). Se ubica sobre un espigón fluvialaprovechando las pronunciadas pendientes delChanza y del Vidigâo y donde la muralla refuerzala inaccesibilidad natural cerrando el único acce-so fácil al yacimiento. Las intervenciones de1984, 1987 y 2005 permitieron constatar la técni-ca de construcción de la muralla. Ésta estabaconstituida por dos paramentos. El interior estabaconstruido por grandes lajas y bloques de pizarray la cara exterior por piedras sobrepuestas. Elespacio intermedio entre ambas obras fue rellena-do de tierra y piedras pequeñas (Soares, 2003,307). Al interior de la muralla se observaronnumerosos bloques informes de piedra que pre-sentaban vitrificaciones como consecuencia delsometimiento de éstas a altas temperaturas provo-cadas por un incendio de la muralla al incorporarelementos lígneos en la cortina amurallada(Correia, 1995, 251; Soares, 1996, 103). Junto atales defensas se constató la presencia de uncampo de piedras hincadas cuya datación, tras serdebatida en los últimos años, se dató finalmentepor C14 en el siglo VIII a. C. (Soares, 2007,173).

Más allá de los centros fortificados alentejanosanteriormente descritos, el registro arqueológicoofrece varios yacimientos donde se han documen-tado materiales que apuntan a una ocupación pro-tohistórica durante el tránsito del II al I milenio. Apesar de que los datos corresponden a recogidasde materiales en superficie, las evidencias arqueo-lógicas apuntan indican un proceso creciente decontrol del territorio y de complejidad socio-polí-tica.

II. EL IMPACTO COLONIZADOR Y LA ACUL-TURACIÓN: LAS MURALLAS ORIENTALI-ZANTES

La información disponible sobre la arquitectu-ra militar en la zona es reducida a causa de losdiversos factores que han sido apuntados recien-temente (Blánquez, 2008, 147) junto a la ausenciade excavaciones en extensión. Solo en los últimosaños el panorama científico ha cambiado y poco apoco comienzan a desarrollarse proyectos deinvestigación que intentan paliar estas carencias.

La llegada de poblaciones orientales a laPenínsula supuso no solamente la fundación deestablecimientos comerciales de diversa entidad alo largo de la costa mediterránea y atlántica sino

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que también condujo a un proceso de interacciónentre las poblaciones coloniales y autóctonas. Lanaturaleza y cronología de ambos procesos hasido ampliamente debatida en la historiografíapeninsular (Mederos 2005; González Wagner,2005; Aubet, 1999; López Castro, 2000;González Wagner y Alvar, 1989…) abordando lacuestión desde diversos paradigmas y construc-ciones teórico-metodológicas. Este debate junto anuevos hallazgos contribuyen a reconstruir esteperíodo protohistórico.

Sea como fuere, en lo que se refiere a los prin-cipales núcleos rectores semitas, el establecimien-to inicial fenicio estuvo marcado tanto por la anti-gua isla de Cádiz como por la desembocadura delrío Guadalete, sedes de la antigua Gadir.

En esta última, el paradigmático yacimientodel Castillo de Doña Blanca [nº 7] ha permitidoidentificar un recinto defensivo datado en los pri-meros momentos de la colonización. La muralla,del siglo VIII a.C., se ha constatado especialmen-te bien en la zona norte del yacimiento con unparamento correspondiente al lienzo exterior de lamuralla y otro de un bastión, junto a parte de suplanta circular (Ruiz Mata, 2001, 263). Ambasconstrucciones se han datado a mediados del sigloVIII a.C. y su final hacia principios del siglo VIa.C. a partir de los restos hallados al exterior delas construcciones. El paramento está construidosobre un zócalo de mampostería de aproximada-mente un metro de altura que sobresale de su caraexterna unos 80 centímetros y apoya sobre unaplataforma de tierra rojiza. A su vez toda la caraexterna debió estar enlucida con un revoco dearcilla blanquecina que daba al conjunto unaspecto homogéneo (Barrionuevo; Ruiz Mata yPérez Pérez, 1997, 117; Ruiz Mata, 2001, 264).La obra defensiva debía rematarse con una alzadode a juzgar por la existencia de gruesos estratos debarro con nódulos de cal junto a la muralla(Escacena, 2001, 110; Escacena, 2002).

Anterior en el tiempo se fecha, incluso, la pri-mera fase de ocupación del importante yacimien-to de Los Castillejos de Alcorrín (Manilva,Málaga) - [nº 8] - (Fig.: 1.3 y 2.3), donde el regis-tro radiocarbónico demuestra una fecha de parti-da de finales del siglo IX A.C. (Mielke en Marzoliet alii, 2009, 133ss.). Y quizá en este momentopionero deba fecharse una muralla de grandesbloques pétreos irregulares que, con doble para-

mento, constituye un zócalo de 1,70 m. de alturasobre los que los excavadores suponen un lienzode adobes (Marzoli et alii 2010:154). Nuevetorres o bastiones de planta semiesférica, y equi-distantemente emplazados, refuerzan la capacidaddefensiva del tramo más accesible de esta murallay al carácter poco indígena de su construcción pormás que la cerámica procedente de este pobladosea aplastantemente de factura peninsular (ibí-dem, 167ss., esp.170). Quizá la localización deuna segunda línea de muralla, rodeando la zonamás alta del asentamiento precedida de un foso(ibídem, 158; Lám. 2) recuerde en mucho la dis-posición documentada en Ratinhos, pero estructu-ralmente parece claro que son construccionestotalmente distintas. Quizá si hay algún paraleloes con la segunda fase de las murallas interioresde ambos yacimientos –las dos rodeando susacrópolis- , donde la presencia de agujeros estábien constatada en el caso portugués y parecehaber sido localizada en el malagueño. La presen-cia de abudante madera en la construcción deambas también parece confirmada (Berrocal ySilva 2007:181; Silva, Berrocal y Rodero 2011;Marzoli et alii 2010:159 y 174). Y también lasfechas radiocarbónicas de ambas construccionesson sorprendentemente similares, cir. 830 A.C.para el castro portugués y cir. 814 A.C. para elpoblado malagueño (ibídem). Parece claro queambas construcciones, pese a la lejanía espacialentre ambas, son ejemplos de las más antiguasfortificaciones de clara adscripción fenicia penin-sular, ambas fuertemente condicionadas por losambientes indígenas del Bronce Final.

Al interior, en el área onubense, Tejada laVieja [nº 9] - (Fig.: 1.2 y 2.2) es el poblado amu-rallado mejor conocido, tanto en sus defensascomo en el urbanismo. Sus inicios se fechanentorno al siglo VIII A.C. y desde el principio sedotó de un recinto defensivo con unas caracterís-ticas bien conocidas en la historiografía. La forti-ficación en su primera fase estuvo formada pordos lienzos, cuyo paramento exterior presenta unaligera inclinación hacia el interior formando unaestructura en talud, y cuyo espacio interno serellenó con tierra y piedras. El recinto defensivose complementó con torres de planta circular(García Sanz 1987; Ruiz Mata 1998,202;Fernández Jurado y García Sanz 2001; FernándezJurado 2003). Posteriormente, en torno al siglo VIa.C., se reforzó mediante un segundo lienzo y con

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contrafuertes de planta rectangular, al mismotiempo que se configuraba la reordenación delurbanismo (Fernández Jurado 2003, 44)

Si bien el origen del recinto defensivo deNiebla (Huelva) se ha situado con una cronolo-gía pre-fenicia, será en el período orientalizantecuando se dote de una nueva fortificación. Eneste sentido, la construcción de la segunda fasese realizó mediante una estructura compartimen-tada mediante tres paramentos paralelos entre síunidos por muros a perpiaños o riostras perpen-diculares a ellos. El espacio interior no fue exca-vado por lo que no es posible dilucidar si esta-mos ante una muralla de cajones.

La Arqueología también ha identificado unaocupación de época proto-orientalizante enCarmona (Sevilla) - [nº 10]. En este asenta-miento ubicado sobre una meseta que domina lacampiña, los últimos descubrimientos en laPuerta de Sevilla y en la calle José Arpa nº 3 (Gilet alii, 1987a; 1987b) han documentado un siste-ma defensivo compuesto por una muralla con elparamento exterior en talud y dotado de bastio-nes circulares. Este recinto defensivo fue datadoen el Hierro I y destruido en un episodio violen-to en la segunda mitad del siglo VI a.C.(Jiménez, 1989; Escacena, 2001; 2002; VázquezPaz, 2001, 179).

Cerca de esta localidad se ubica la Mesa deSetefilla (Lora del Río) [nº 11] que controla elpaso desde las últimas estribaciones de SierraMorena al valle del Guadalquivir (Aubet, 1989,311) y posee un claro dominio sobre los territo-rios circundantes (Aubet, 1989, 298). La ads-cripción cronológica de esta edificación defensi-va se situó a mediados del II milenio debido a ladificultad estratigráfica y lo reducido de la inter-vención (Aubet, Serna, Escacena y RuizDelgado, 1983). Sin embargo, las recientes apor-taciones de El Carambolo y el replanteamientoque conllevan sobre la datación relativa de cier-tos materiales, como la cerámica pintada, obligaa reconsiderar la fecha de la fortificación deSetefilla bajando su rango varios siglos. A estose añade a que los rasgos edilicios parecen guar-dar muchas similitudes con otros recintos proto-históricos del área. Los datos disponibles de lamuralla pertenecen a las estructuras documenta-das en los Cortes 1. La construcción se constitu-ye a partir de dos muros paralelos, realizados a

base de mampostería. Estos paramentos se halla-ban separados entre sí aproximadamente 2metros, espacio que quedaba relleno de piedrasde gran tamaño. Los excavadores interpretarondicha construcción como una potente muralla ocontrafuerte con un espesor de 5 metros que sehabía reforzado mediante los paramentos parale-los (Aubet et alii, 1983, 22; Aubet, 1989, 301).Sobre ella se documentó un piso grueso de barrococido amarillento que a intervalos presentabauna especie de alineación horizontal de adobes.Dicha capa cegó la estructura de carácter defen-sivo anteriormente descrita. De naturaleza simi-lar es el nivel V y VI del Corte 2. En dicha zona,se documento un estrato (nivel V) formado porarcillas de color anaranjado uniformes mezcla-das con adobes caídos. El nivel VI lo constituyeuna estructura de adobes que presenta una aline-ación uniforme y que se constató en la base delnivel V.

En torno a la paleo-desembocadura delGuadalquivir y dentro del área más inmediata deDoña Blanca, la Arqueología también ha consta-tado otros núcleos posiblemente con edificacio-nes defensivas – Mesa de Gandul, Lebrija(Sevilla) [nº 12 y 13] – cuyo conocimiento esreducido ya que los datos proceden de prospec-ciones de superficie y pequeños sondeos estrati-gráficos que confirmarían la ocupación de estoscentros de época tartésica; o Cerro San Cristóbaly Chiclana de la Frontera, cuyos recintos defen-sivos compartirían similitudes arquitectónicascon otros núcleos del área tartésica (Juárez etalii, 1998; Escacena, 2001; Bueno y Cerpa,2008).

Siguiendo el eje del Guadalquivir, en el yaci-miento de Ategua (Córdoba) -[nº 14] en unacampaña puntual en 2004, se localizaron los res-tos constructivos de un recinto defensivo que sedató en el siglo VIII a.C. Según sus excavadores,la estructura a pesar de lo exiguo de los datospresentaría unas características similares a laslocalizadas en el área del Bajo Guadalquivir.Este lienzo murario del que sólo se ha documen-tado el paramento exterior coincidiría con losrestos de otro ya localizado por Blanco en ladécada de los ochenta (López Palomo, 2008).

No sólo Doña Blanca se configura como unfoco de aculturación hacia el área tartésica, lasfactorías semitas de la costa mediterránea cons-

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tituyen otros puntos de interacción hacia el hin-terland malagueño, el Alto Guadalquivir y las víasque los conectan a través de las Béticas con lassociedades indígenas. Los recientes descubri-mientos evidencian una implantación más seguray firme (Schubart, 2003; García Alfonso, 2007).

En el interior malagueño el poblamiento indí-gena presenta signos de núcleos amurallados enla transición del II al I milenio en momentos pre-vios a la colonización semita. No obstante, elconocimiento de su construcción como de suestructura, así como de su cronología concreta,aún quedan pendientes. Se percibe al mismotiempo tanto una continuación en el poblamien-to amurallado de etapas previas (Cerro de laEncina, Peñón de la Reina o el Llano de laVirgen) como la ocupación de nuevos lugarescomo Capellanía (García Alfonso, 2007, 241).

En el litoral atlántico portugués, el impacto dela colonización semita es cada vez más evidenteen la cultura material y en la edilicia (VarelaGomes, 2001). A este respecto los intercambiosfenicios con los indígenas alcanzaron las costasdel centro y norte de Portugal, fundando algunosestablecimientos o enclaves próximos a las gran-des vías de penetración hacia el interior.

Bajo el actual casco urbano de Tavira (Faro)[nº 15] en la desembocadura del río Gilão selocalizó un asentamiento con una gran influenciafenicia. Se ubica en la colina de Santa María a 8metros sobre el nivel del mar. En los trabajosarqueológicos se distinguieron dos fases (MF 1 yMF2). En la primera edificación se levantó unrecinto defensivo de 4 metros de espesor que secomplementó con una obra de flanqueo cuyaplanta no se registró al quedar inmersa en la uniónde ambas fases constructivas. Posteriormente,esta cortina amurallada se reforzó mediante laconstrucción de la segunda edificación. Se tratade una muralla formada por dos muros paralelosy perpiaños perpendiculares con un espesorvariable debido al trazado del recinto (Maia2001,124). A esta estructura se le adosó un ter-cer paramento al exterior en talud, siguiendo unángulo de 70-80º. Dicha obra fue revestida desdela roca hasta la altura de 1,10-1,20 metros con unrevoco de barro amarillo-verdoso (Maia 2001,125).

Más al este se situaba el Cerro de RochaBranca (Silves) [nº 16] donde se atestiguó unamuralla en la que se han podido discernir dos

fases constructivas. La primera, con espesor de1,50 metros, definía un espacio trapezoidal apartir del cual se adosaban unos muros perpendi-culares delimitando habitaciones de planta rec-tangular (Correia, 2001, 60; Varela Gomes,1993, 76-77).

Mientras, por otra parte, la remodelacióncorrespondiente a la segunda supone un cambioen el estrategia defensiva al incorporarse nuevosrecursos poliorcéticos. Esta reforma se ha datadoen el siglo a finales del siglo VI a. C. El trazadono solo quedaba retranqueado respecto a la pri-mera sino que su trazado describía un segmentode círculo reforzado por las torres (VarelaGomes, 1993, 77). Además, también en el lito-ral del Algarve, se ubica Castro Marim donde lasactuaciones arqueológicas han registrado unrecinto defensivo orientalizante datado en elsiglo VIII a.C., pero cuyos detalles constructivosson escasos por el momento (Arruda, 1983-84,1996; 1999-2000).

III. CONCLUSIONES

Los inicios de una red compleja de pobla-miento en el Mediodía peninsular se sitúan enlas postrimerías del Bronce Final, donde secomprueba la emergencia de jefaturas y dondepoblados amurallados actúan como ejes y encla-ves de dicho entramado. El registro material conpresencia de cerámica bruñida así como laausencia de importaciones apunta a que estosrecintos son erigidos en un momento anterior ala presencia fenicia, suposición actualmenteconfirmada por numerosas dataciones radicar-bónicas.

La ubicación topográfica de estos asentamien-tos desvela que se emplazan en lugares destaca-dos, con un elevado índice de pendiente sobre elentorno que dificulta el acceso y con un grandominio visual sobre el territorio inmediato. A lasventajas naturales se suman las construccionesdefensivas que responden a técnicas edilicias ori-ginales. En este sentido esta arquitectura se confi-gura como un recurso sencillo dentro de un con-cepto de poliorcética basado en la utilización delos condicionantes del relieve. Esta inaccesibili-dad natural se complementa con la construcciónde una cerca defensiva de una singularidadestructural sorprendente.

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Figura 2: Secciones de murallas y defensas del Hierro Antiguo (Ss. IX-VIII A.C.); 1. Ratinhos, Moura (según Silva,Berrocal y Rodero 2012); 2. Tejada la Vieja (modificado a partir de Fernández Jurado 1987); 3. Los Castillejos de

Alcorrín, (Modificado a partir de Marzoli et alii 2009), todos a la misma escala.

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Los registros arqueológicos de Ratinhos y deOuterio do Circo, ambos en el Alentejo meridio-nal portugués, se configuran como paradigmas deestos emplazamientos precoloniales, con el uso demampostería en paramentos exteriores en talud,junto al empleo de grandes losas y rellenos de tie-rra y piedra. De igual forma en éstos y otros con-temporáneos es llamativa la carencia de obras deflanqueo salvo, quizá, si tenemos en cuenta losdatos procedentes de las prospecciones, en lospuntos de mejor acceso donde bastiones sobresa-lientes reforzarían la entrada. También estosejemplos muestran varios recintos bien adosados,como Corôa do Frade, o bien concéntricos comoRatinhos, Castelo do Giraldo y Alto do Castelinhoda Serra. Sin embargo, debe concretarse en lamayor parte de ellos la datación de los distintosrecintos para establecer su sincronía o diacronía.

Las prospecciones sistemáticas en la cuencadel Guadiana evidencian una gran concentraciónde núcleos amurallados en esta área. Los datos delos que disponemos apuntan a una cronologíaamplia dentro del Bronce Final y en algunos casoscon perduraciones durante la Edad del Hierro y yaen época romana.

Localmente se observa que debió existir unaestrategia de control del territorio vertebrada porasentamientos amurallados de cierta entidad delos que dependerían otros de menor tamaño. Ensuma, es factible defender la existencia de estra-tegias de defensa complejas del territorio al igualque una evolución socioeconómica y políticamayor de lo que se ha pensado y de lo que se hapropuesto a partir de las sencillas construccionesdomésticas en el curso del Guadiana, zona onu-bense o el interior malagueño en momentos pre-vios a la colonización fenicia.

Este desarrollo de los sistemas defensivos pro-pios de cada núcleo, junto a un control efectivo delentorno más inmediato, debe explicarse a partir deun proceso de creciente complejidad social desdeel Bronce Final I hasta los inicios de la coloniza-ción, a pesar de que se entienda como un procesopaulatino con ritmos diferenciales. El impactocolonizador vino a amplificar esta dinámica cuyoreflejo se plasma en una intensificación y transfor-mación de los modos económicos vigentes dentrode una jerarquización y monopolización del poderpolítico y social, las cuales se hacen patentes en elanálisis espacial de estas áreas.

A partir de mediados del siglo IX A.C., elpanorama de la arquitectura defensiva en el Surpeninsular se transforma por la influencia de lastécnicas edilicias coloniales. El registro arqueoló-gico parece apuntar a la instalación de un modelode fortificación que ya ha sido advertida por dis-tintos investigadores (Escacena 2002; Escacena yTroncoso 2001). Se trata de un tipo de construc-ción que tiene sus manifestaciones más antiguasen los emporios fenicios – Alcorrín, Castillo deDoña Blanca, Carmona y posiblemente enToscanos – a principios del siglo VIII e inclusoinicios de la centuria anterior (Marzoli et alii2010; Arnold y Marzoli 2009; Schubart 2006…).Rápidamente se implantó en las zonas más próxi-mas a los centros semitas, como evidencia Niebla,Tejada la Vieja, San Cristóbal,…, aunque no res-ponde completamente a los modelos próximo-orientales sino parece ser más una adaptaciónestructural al espacio peninsular, siguiendo unaeconomía técnica con pautas orientales. De igualmanera su influencia temprana se constata en lospoblados indígenas del Guadiana, con el uso deestructuras interiores de madera que sirven paraelevar las cortinas amuralladas verticalmentecomo se comprueba en la fase moderna de lamuralla de la acrópolis de Ratinhos con sus agu-jeros de poste y pellas de barro con huellas deéstos. Además el hallazgo de asentamientos enllano con vocaciones agropecuarias, como el cer-cano Rocha de Vigio 2, debieron complementaruna estrategia de explotación y control del territo-rio novedosa entre estas comunidades indígenas(Calado, Mataloto y Rocha, 2007), con un incre-mento de su entidad y número a partir del sigloVII a.C. favorecido por la demanda de los centroscoloniales.

Respecto a las murallas de los primeras colo-nias peninsulares, el estudio de los niveles de ocu-pación de Cartago apunta a construcciones penin-sulares de similares caracteres en niveles feniciosarcaicos de los siglos VIII-VII a.C. (Rakob, 1998,26-27; Dorcet et alii, 2003). En este sentido, lasincronía de estas construcciones en los inicios delas factorías semitas en el Mediterráneo occiden-tal indican una confluencia no sólo en los lugareselegidos sino también la erección de los primerosrecintos defensivos como respuesta a una mismapreocupación geoestratégica.

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Estructuralmente estas obras defensivas secomponen de un lienzo amurallado formado pordos paramentos paralelos, cuyo espacio interme-dio es rellenado de piedras y tierras, ahorrandoesfuerzo en la construcción y material. En ocasio-nes, a esta estructura se le incorporan unos tiran-tes transversales o perpiaños que configuran unamuralla compartimentada cuyos espacios inter-medios son rellenados de tierra y piedra. De estemodo, se genera un tipo de muralla denominada“de cajones” (Moret, 1996, 83-84), cuya docu-mentación arqueológica muestra un relleno des-crito como una mezcla de tierra y piedra que noaporta ningún suelo de ocupación o habitación(García Alfonso, 1993-1994, 56-57; GarcíaAlfonso et alii, 1995, 36-37; Barrionuevo; RuizMata y Pérez Pérez, 1997, 116; Juárez et alii,1998, 20; Maia, 2001, 124).

En la Península ibérica a este núcleo sueleadosarse un tercer paramento al exterior. Éste seedifica en talud aportando el marcado carácterinclinado de los sistemas defensivos orientalizan-tes. Sin embargo, en la costa sirio-palestina, estetipo de estructuras no presentan las característicaspropias de las técnicas peninsulares. En ellas seconstata el glacis como una rampa al pie de lamuralla, con una inclinación media de 30-40º,construida para evitar la erosión y también paraimpedir el acercamiento de torres de asedio yarietes (Burke, 2008, 31 y ss.).

Materialmente, el registro arqueológico evi-dencia el empleo generalizado de la piedra comomaterial de construcción. El aparejo de la ediliciamilitar se limita entre el siglo IX y el siglo VIA.C. a la utilización de formas simples, pero ren-tables por su economía, con el empleo de mam-postería careada o sin carear, aglutinadas con arci-lla, o a hueso (Rodero, 2005).

El aprovechamiento de las posibilidades delentorno inmediato se manifiesta como una carac-terística no sólo de los sistemas constructivosindígenas sino también de la edilicia colonial entodos sus aspectos, lo cual le otorga uno de susrasgos definitorios a la arquitectura fenicio-púni-ca (Barreca, 1989, Prados, 2003). En la partesuperior se elevaría un alzado de tapial o adobes,a juzgar por las grandes concentraciones de arci-lla y barro que constituyen verdaderos estratos enlas estratigrafías de los yacimientos de Castillo deDoña Blanca, Tejada la Vieja (García Sanz, 1987,

99-100; Escacena, 2002, 73) y posiblemente en laMesa de Setefilla.

Analíticamente las obras de flanqueo suponenuno de los primeros síntomas que permiten iden-tificar una muralla construida para una defensapolifacética y tácticamente compleja. Los datosextraídos de los asentamientos orientalizantes yfenicios nos permiten confirmar la evolución enlas plantas de estas estructuras que anteriormenteya habían sido postuladas por diversos investiga-dores en otros ámbitos (Moret, 1991, 37-38;1996, 204-205; Berrocal-Rangel, 2005, 51-52).Se ha propuesto un proceso evolutivo en la plani-metría de las plantas de torres y bastiones desdeunos inicios curvilíneos hacia el ángulo recto oagudo, y las estructuras cuadrangulares-trapezoi-dales, quizás parejo al desarrollo en la arquitectu-ra doméstica de las plantas ortogonales (Moret,1996:205).

En este sentido, tanto en las fortificacionescoloniales como en las indígenas parece materia-lizarse esta pauta evolutiva de las defensas. En losprimeros ejemplos de obras de flanqueo, quecorresponden a cronologías iniciales (circa 800-700), se percibe un desarrollo en planta de ten-dencia curvilínea. De este modo se documentanestructuras curvilíneas en Castillo de DoñaBlanca (s. VIII A.C.), Carmona (s. IX-VIII A.C.),Tejada la Vieja (s. VIII A.C.), Setefilla (mediadosdel II milenio), aunque éste último con reservasen cuanto a su cronología, frente a las trapezoida-les del recinto exterior de Alcorrín (s. VIII A.C.).

No obstante, algunos de los casos no ofrecenestructuras fiables documentadas aunque existenindicios que hacen pensar en su posible existen-cia. En los Castillejos de Teba y los Castrejonesde Aznalcóllar se defiende esta posibilidad, mien-tras que en el Cerro de San Cristóbal no permiteestablecer la existencia o carencia de obras deflanqueo a tenor de los datos disponibles. Enambos casos mantendrían una planta curvilínea.

Sin embargo posteriormente, ya en el sigloVII-VI A.C., se produce una transformación alincorporarse al repertorio de los recursos defensi-vos las plantas cuadrangulares como evidencianlos sistemas defensivos de Tejada la Vieja(Huelva) y Castro Marim (Algarve), cuyos rangosde uso se sitúan entre el siglo 600 y 400 A.C., oen las cuenca media y alta del Guadalquivir, uni-dos a nuevos recintos amurallados cuyas caracte-

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rísticas se sitúan próximas al área onubense yBajo Guadalquivir, a partir del siglo VI A.C.(poblados de Torreparedones, las Atalayuelas,Puente Tablas…: Castro et alii, 1987; Cunliffe yFernández Castro, 1987 y 1999; Ruiz, Molinos yChoclán, 1991, 115-116).

Este modelo colonial peninsular se expandiódesde el área nuclear hacia la periferia desde losinicios de su presencia a finales del siglo IX A.C.primero en la forma de técnicas constructivasconcretas y adaptadas a la tradición indígena, des-pués, durante el siglo VIII A.C., manifestando laadopción de ideas y conceptos defensivos que setraducen en las “copias” de los modelos colonia-les partir del siglo VII a.C. En este sentido, elregistro arqueológico evidencia que en este rangotemporal emergen núcleos amurallados quesiguen el prototipo colonial, tanto en el vallemedio-alto del Guadalquivir – Puente Tablas(Jaén), Torreparedones (Córdoba), LasAtalayuelas (Jaén), y el Cerro de las Norias (Jaén)(Castro et alii, 1987; Cunliffe y Fernández Castro,1987, 1999; Ruiz, Molinos y Choclán, 1991, 115-116), como en el sureste peninsular – losAlmadenes (Sala Sellés y López Precioso, 1995).

AGRADECIMIENTOS:

Queremos mostrar aquí nuestro más sinceroagradecimiento a Rafael Caso, Fernando Prados,Miguel Serra y a todos aquellos cuyos comenta-rios y revisiones han brindado a este artículo.

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