andrÉs laguna, medic o .•,:segoviano, cuatro siglo s …

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ANDRÉS LAGUNA, MEDIC O .•,:SEGOVIANO, CUATRO SIGLO S DESPUE S PO R LEOPOLDO CORTEJOS' O Parece que sus ojos miran todavía . Están ahí, en el retrat o que un pintor desconocido le hiciera cuando contaba cincuent a y cinco años, fresca aún la tinta de su «Dioscórides» magistral , y se diría que su mirada profunda se encara con nosotros, hom- bres del siglo xx, para lanzarnos 1 e,mismos acerbos reproche s que hubo de dirigir a sus contemporáneos . Y es que no hay qu e darle vueltas : los años pasan, parecen otros, pero la historia s e repite . Una vez, innumerables veces . Desde Caín y Abel, en e l hombre—en el alma del hombre—no deja de haber un viver o de malas pasiones . Por eso, entonces corno ahora, en el siglo xv z y en el siglo xx, los pueblos luchan sin descanso, y sin discans o corre la sangre de los inocentes . Y bien, ¿quién fué este Andrés Laguna, médico segoviano , que nos mira severamente desde el otro mundo?, se preguntar á el hombre de la calle . Porque cuatro siglos de distancia parece n muchos años para tenerle presente, y sin embargo son cuatr o siglos justos que nos acercan a su figura de tal modo, que si é l pudiera resucitar entre nosotros y echar una mirada inteligent e en derredor, le parecería estar viviendo su propia época . ¿Por qué?, seguirá interrogando el hombre de la calle . ¿Hasta tal punto se parecen la Europa de 1540 y la de 1959 ? ¿Tan adelantado iba él por el camino de la Medicina o tan tor- pemente va nuestra andadura?, protestará algún incrédulo . Pongamos las cosas en razón . Por lo que se refiere a los pro- gresos de su arte médica, hemos pasado, evidentemente, de l a oscuridad a la luz ; en cuanto al porvenir de Europa, acaso n o sería excesivo decir que nos estamos dejando ganar otra ve z por las tinieblas . Otra vez y muchas veces, al compás de las guerras, de lo s odios, de los resentimientos . Por eso, en una de estas mañanas 249

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ANDRÉS LAGUNA, MEDIC O.•,:SEGOVIANO, CUATRO SIGLO S

DESPUE SPO R

LEOPOLDO CORTEJOS'O

Parece que sus ojos miran todavía . Están ahí, en el retrat oque un pintor desconocido le hiciera cuando contaba cincuent ay cinco años, fresca aún la tinta de su «Dioscórides» magistral ,y se diría que su mirada profunda se encara con nosotros, hom-bres del siglo xx, para lanzarnos 1 e,mismos acerbos reproche sque hubo de dirigir a sus contemporáneos . Y es que no hay quedarle vueltas : los años pasan, parecen otros, pero la historia s erepite . Una vez, innumerables veces . Desde Caín y Abel, en elhombre—en el alma del hombre—no deja de haber un viver ode malas pasiones. Por eso, entonces corno ahora, en el siglo xv zy en el siglo xx, los pueblos luchan sin descanso, y sin discans ocorre la sangre de los inocentes.

Y bien, ¿quién fué este Andrés Laguna, médico segoviano ,que nos mira severamente desde el otro mundo?, se preguntaráel hombre de la calle . Porque cuatro siglos de distancia parece nmuchos años para tenerle presente, y sin embargo son cuatrosiglos justos que nos acercan a su figura de tal modo, que si é lpudiera resucitar entre nosotros y echar una mirada inteligenteen derredor, le parecería estar viviendo su propia época .

¿Por qué?, seguirá interrogando el hombre de la calle .¿Hasta tal punto se parecen la Europa de 1540 y la de 1959 ?¿Tan adelantado iba él por el camino de la Medicina o tan tor-pemente va nuestra andadura?, protestará algún incrédulo .Pongamos las cosas en razón . Por lo que se refiere a los pro-gresos de su arte médica, hemos pasado, evidentemente, de l aoscuridad a la luz; en cuanto al porvenir de Europa, acaso nosería excesivo decir que nos estamos dejando ganar otra ve zpor las tinieblas .

Otra vez y muchas veces, al compás de las guerras, de losodios, de los resentimientos. Por eso, en una de estas mañanas

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soleadas del buen octubre vendimiador, yo he vuelto a detener-me ante el retrato del doctor Andrés Laguna—el retrato de s u«I)ioscórides», en el que aparece tocado con gorra de nobl ealavés—y he creído percibir en su mirada, en su apostura seve-ra, en el dedo índice de su mano que señala un Grueso libro ,símbolo de la sabiduría, el oculto mensaje de su corazón dolo-rido. ¿Cómo es posible que los hombres seamos así todavía ?De vivir entre notros, Andrés Laguna no lo eompreíd ría .

Según cuentan las crónicas, nuestro hombre vino 1 mand ocon una ambición chiquita, la de curar. La de curar a secas ,o al menos aliviar el infortunio de sis semejantes . Nada má sni nada menos. Mas he aquí que Dios dispone, y la noble ambi -ción le fué creciendo, co- ) crecen los altos cholos que da n

• guardia de honor a los ríos de su tierra nativa, y cuando quis odarse cuenta, se encontró con que en vez de médico de hombre sla divina Providencia le había hecho médico de pueblos y (l emultitudes . A decir verdad, nadie lo habría sospechado aquell aclara mañana en que cl hijo de don Diego Fernández Lagunay . doña Catalina Velázquez fué bautizado en la segoviana pa-rroquia de San Miguel .

Unos nacen para reyes y se quedan, cuando más, en corte-sanos, mientras que otros vienen al mundo con vuelo de palo-ma y alcanzan, como el águila, las más altas cumbres . ¿Puedensaber un Oteo y un Víllaveses, profesores de latín de André sLaguna, lo que será un día el hijo de don Diego? ¿Y cómo pre-decir este buen padre, en sus correrías de médico por las calle stortuosas y llenas de misterio, que el hijo cuidará un día nad amenos que la salud de emperadores y de Papas? La vida es unaincógnita . Aprenderla, descifrarla, penetrar en sus más intimo ssecretos, es justamente lo que este mozo segoviano va a intenta ra lo largo de su vida.

Cuando los años se van quedando a la espalda, el saber n ole cabe en el cuerpo y entonces advertimos que todos los nom-bres gloriosos de la cultura de su tiempo, todas las ciudade smemorables en las que la ciencia se destila como si fuera .unlicor exquisito, están unidas de un modo o de otro a la figur ade Andrés Laguna, Bachiller en Artes por Salamanca, graduad ode doctor en Toledo, profesor en Alcalá, se diría que todo est o

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colma la medida de sus posibilidades . Y sin embargo el docto rAndrés Laguna traspone la barrera de Ios Pirineos y enseña e nParís, en Bolonia, en Gante, en bfetz ., . Hasta que llega un mo-mento en que puede decirse que el segoviano se ha hecho tanuniversal, que ya no le llaman Andrés Laguna, sino el Galen oespañol .

Se comprende sin esfuerzo . Ya casi mediado el siglo xviy en el juego de las naciones que se dicen civilizadas, Españ atiene siempre los triunfos en la mano. Da igual que pinten oro so que se lleven espadas . Como es lo mismo que suene la horade la poesía, de la Medicina o del Derecho Internacional . An-drés Laguna es un hombre de ojos serenos, inteligentes, d elabios finos y apretados, al que en un famoso soneto cant adon Luis de la Cerda :

Tú, que ganando eterno nombre y

espíritu gentil, claro y divino, «espíritu gentil)) al que España ,que entonces es tan grande, se le hace chiquita; de ahí a pisarcon aire resuelto las cátedras universitarias de esta vieja Europa ,ya no hay más que un paso . Un paso que Andrés Laguna da sinarrogancia, convertido en filósofo, en anatómico, en clínico .Convertido sobre todo en humanista, y aun podemos admiti rque en personaje todavía más importante, en médico de l ahumanidad .

Porque esto es lo triste : el mundo, Europa especialmente ,se presenta a los ojos del historiador como un ser enfermo ,

- como un organismo roído por la peste y la gangrena . En elacontecer de la humanidad no son solo los hombres los que s edesangran y sucumben, sino también los pueblos, sin que val-gan fronteras 'para atajar el mal . Y Europa entera, la viejaEuropa, que sirvió de cuna a la civilización cristiana, está enesos años de Andrés Laguna en peligro de muerte . He • aquí po rque decía antes que 1540 y 1959 tienen un cierto parecida .¿No corre peligro, una vez más, la vida de nuestra Europa d ehoy y no está clamando la angustia de las gentes por un físic oque sepa tomarla el pulso sacándola de su crisis' ?

La Europa de 1540 le tuvo y este físico—por el que clama-

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ban las gentes de entonces—fué nuestro Andrés Laguna . Porprimera vez en la historia se da el caso de que la palabra de u nmédico vuelve a los hombres a la razón y a la paz . Cierto quela medicina no ha dejado de ser, desde sus orígenes, una activi -dad social, y que la palabra del médico puede ser tan curativ acomo la droga más potente, pero jamás el papel de piedra clav edel médico se vió tan claramente puesto de relieve . La anécdo-ta, por lo que tiene de aleccionadora, de conducta, de ejemplo ,merece ser narrada por menudo .

Evoquemos por un instante el escenario de la época, la vi-sión de aquella Europa desgarrada, convertida en un inmens ocementerio . Cadáveres franceses fecundando tierra italiana ,ejércitos de Carlos V invadiendo Alemania, luchas de noblescontra campesinos, de católicos contra protestantes, de herma-nos contra hermanos en una palabra. La eterna historia de Caíny Abel. Sangre, barro y lágrimas como en cualquier cuadroapocalíptico . Y en medio de este caos, corno buitres, el hambrey la peste. Andrés Laguna se encuentra en Metz, curando a su sapestados con amor y diligencia, ensayando remedios heroicos ,porque él no es como «esos médicos que veréis andar por la scalles, muy entonados y llenos todos de anillos como de trofeo sy despojos de los tristes que derribaron» . Acaso por eso, l aUniversidad de Colonia le reclama angustiosamente . Y despuésde prometer a las pobres gentes de Metz que regresará a su lado ,nuestro físico acude a la cabecera de la vieja Europa que semuere.

Príncipes de la Iglesia, doctores, hombres de letras y pue-blo fiel llenan el gran aula de la Universidad de Colonia par aoirle. Se ha hecho recubrir las paredes con severos paños ne-gros y en el centro se alza un túmulo rodeado de hachones queesparcen una luz amarillenta . Y a las siete en punto de la tarde ,Andrés Laguna, con capuz y capirote de bayeta negra, hace s uaparición.

Acaso la teatralidad del ambiente sea excesiva, mas no de-bemos olvidar que estamos en un siglo donde la magia y l asuperstición imperan todavía . Fuera, la catedral alza sus aguja sde piedra afiligranada y el Rhin discurre mansamente con su saguas oscuras . Y el médico español comienza a hablar. Va a di-

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seriar, parodiando a Terencio, acerca de «Europa que se ator-menta» .

«Poco ha, respetable concurso—dice—que yendo a misnegocios particulares, se me presentó una mujer (tal me pare-ció) miserabilisima, triste, llorosa, pálida, mutilada, con los ojo shundidos como enferma de tisis confirmada» . . . Detrás del sím-bolo está la realidad, una realidad que se llama Europa y qu eal preguntarla por la razón de su estado, responde : «A los prín-cipes cristianos se la debo)) .

El momento es impresionante . Todos se estremecen com-prendiendo su culpa. La Europa-símbolo sufre y clama desespe-rada: «¿Podré vivir entre los escombros de lo que fueron misbellas ciudades y las tumbas de los que fueron mis hijos?» .

La historia nos dice que las palabras del segoviano univer-sal dieron en el blanco y que la paz se hizo . El hombre que le shablaba así ¿era un visionario, un ser del otro mundo? Acas olas palabras venían de muy lejos y por boca de Andrés Lagun ael mismo Dios que clama en los desiertos removía la entrañ ade los hombres . Lo cierto es que Europa se moría hundida e nlas negruras de la noche y un médico español la puso de nuevoen pie.

Lo demás de este hombre ¿qué importa? Por muchos ho-nores, por muchos trabajos, nada de su vida tendrá esta lumi-nosidad, esta transcendencia . ¿Qué valor tiene un descubrimien-to anatómico, como el de la válvula ileocecal, su importanci acomo clínico, como botánico, como filósofo, al lado de su papelde médico de la humanidad? Y no es que haya en su obra uncontenido vulgar sino todo lo contrario . Cuando al español denuestros días se le antoje escudriñar la tarea de estos grande santepasados, habrá de maravillarse al encontrar en ella no po-cas sugerencias que modernamente han sido objeto de descu-brimientos sin par . Andrés Laguna, por ejemplo, trató en unpequeño libro de las artritis supuradas y sostuvo que se curabancon un emplasto hecho de queso fermentado y manteca de cer-do, ¿Y qué es lo que interviene en la fermentación del quesosino los mohos? ¿Y qué es la penicilina sino un moho que se h ademostrado curativo? Mas nuestros hombres del siglo de or osembraban ideas con tanta generosidad, que no se detenían

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a recoger el fruto . El premio, como el castigo, había de venirle sde la mano de Dios .

Tal Andrés Laguna, el Galeno español . Cuando los año sempiezan a morder en su carne tornándola enfermiza, se reco-ge en una antigua residencia de Cicerón y escribe la biografíade Galeno, Más tarde, desde Flandes, regresa a su Segovia nata ly en el sepulcro de su buen padre hace grabar un escudo : e lmotivo es un barco con las velas desplegadas navegando sobr euna laguna, encima de él campea una leyenda que, traducida ,dice: «Tu espíritu me encaminará» .

Este es el hombre que un lejano día fué bautizado en l asegoviana parroquia de San Miguel. «Tu espíritu me encamina-rá» . El espíritu del padre, que es también el de su tierra, el d esu tierra, el de su patria . El barco, con todas sus velas desple-gadas, nos habla todavía de una voluntad firme, de un deseo d econquista . ¡Quién nos diera, hoy otro barco como aquél par acargar sobre nuestros hombros la tarea de levantar, una ve zmás, a esta triste Europa!