el misterio pascual de cristo (introducción a la semana santa)
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El Misterio Pascual de Cristo
(La semana santa)
1.Introducción a la semana santa
Entre todas las semanas del año, la más importante para los cristianos es la
semana santa, que ha sido santificada precisamente por los acontecimientos que
conmemoramos en la liturgia y consagrada a Dios de manera muy especial. La
Iglesia, al conmemorar la pasión, muerte y resurrección de Cristo, se santifica y
renueva a sí misma.
Esta semana se conoció también antiguamente como "la semana grande",
título que conservó hasta hace poco en el breviario romano 1. Es, en efecto, una
semana grande, puesto que constituye el centro y el corazón de la liturgia de todo
el año. En ella se celebra el misterio de la redención. Los cristianos de la
antigüedad estaban bien persuadidos de su grandeza; un escritor de los primeros
siglos la resumió en esta frase lapidaria: "Pascua es la cumbre".
Uno de los más penetrantes comentarios a la semana santa es el de la monja
benedictina alemana Aemiliana Lóhr, titulado precisamente The Great
Week. Rebosa dicho comentario de contenido revelador y de pensamientos
impresionantes, uno de los cuales puede servirnos particularmente de ayuda en
esta sección introductoria. Se trata de que debemos entrar en la semana santa con
un espíritu de paz interior y recogimiento. Sabemos por experiencia que los días
precedentes a la pascua pueden ser un tiempo de actividad frenética; a menudo
nos sentimos absorbidos con los últimos preparativos para la fiesta de pascua y
dejamos el cumplimiento de nuestras obligaciones espirituales para un gran
esfuerzo final.
En su primer capítulo, Aemiliana Lóhr usa el hermoso ejemplo de un navío
entrando en el puerto después de un largo viaje. Es una imagen de paz; las
semanas de esfuerzo y tensión han concluido. La Iglesia es como esa embarcación.
La cuaresma ha sido un largo viaje, un tiempo de trabajo y disciplina; pero ahora,
en la semana santa, el barco entra en el puerto; ha llegado el momento de
descansar en la pasión de Cristo. Puede que no sea fácil sacar tiempo para dedicar
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a Dios, pero esta idea de descansar en la pasión sugiere la actitud mental que
conviene tener al acercarse la semana santa.
Podemos descansar en el pensamiento del amor de Dios, que está en el
origen de todos los acontecimientos que conmemoramos en esta semana: "Porque
tanto ha amado Dios al mundo, que le ha dado a su Hijo unigénito" (Jn 3,16). Toda
la pasión fue motivada por amor, el amor de Dios hecho visible en Cristo. Una vez
más es Juan quien nos lo afirma: "Habiendo amado a los suyos que estaban en el
mundo, los amó hasta el fin" (Jn 13,1).
Durante la semana santa, la Iglesia sigue las huellas de su Maestro. Las
narraciones de la pasión cobran nueva vida, como si los hechos se repitieran
efectivamente ante nuestros ojos. Todos los acontecimientos que conducen al
arresto, al proceso y a la ejecución de Jesús son recordados y celebrados. Paso a
paso, escena por escena, seguimos el camino que Jesús holló con sus pies durante
los últimos días de su vida mortal.
La liturgia de la semana santa surgió de la devoción de los primeros
cristianos en Jerusalén, donde Jesús sufrió su pasión. Desde los albores de la
cristiandad, Jerusalén fue meta de peregrinaciones; y los peregrinos, entonces
como ahora, gustaban de visitar los lugares de la pasión: Getsemaní, el pretorio, el
Gólgota, el santo sepulcro. Entre los más interesantes documentos de los primeros
tiempos que han llegado hasta nosotros destaca el diario de viaje de la peregrina
española Egeria. En él se contiene una descripción gráfica de la liturgia de semana
santa tal como se celebraba en Jerusalén alrededor del año 400 de nuestra era.
Tenemos mucho que aprender de la devoción de la Iglesia antigua según nos
la presentan los escritos que de ella se conservan. Es verdad que los cristianos de
Jerusalén tenían la ventaja de estar más cerca del Señor en el tiempo y en el
espacio; pero no por eso nuestra devoción ha de ser menor. Después de todo,
nosotros participamos en los misterios de Cristo no mediante imaginación o
sentimiento, aunque también éstos tienen su cometido, sino por la fe. En la liturgia
de semana santa, la Iglesia revive en la fe el misterio salvador de la pasión, muerte
y resurrección del Señor.
Vincent Ryan
Cuaresma-Semana Santa
Paulinas.Madrid-1986.Págs. 69ss.
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1. Majoris Hebdomadae. Egeria comienza su relación de la semana santa en
Jerusalén con estas palabras: "El día siguiente, domingo, es el comienzo de la semana de
pascua o,semana mayor, como la llaman aquí". Egeria's Travels 30, 1.
2.La semana santa
Por su venerable origen y por su actual condición de días dedicados al ocio,
la Semana Santa es una de las semanas más destacadas del año. Su llegada es
advertida en esta sociedad secularizada, no tanto por la Cuaresma como tiempo
propicio de preparación para la Pascua, cuanto por la publicidad turística y el
calendario académico, que nos recuerdan que es «tiempo de vacaciones». No
obstante, los medios de comunicación se hacen eco de la dimensión religiosa de
esta semana. Como el jueves y el viernes son festivos, conservan un cierto tono
religioso tradicional. Poseen casi tanto relieve como el domingo anterior,
visibilizado por los «ramos»; pero eclipsan la magnitud del Domingo de
Resurrección, apenas festejado entre nosotros como tal.
Estructura y elementos
Desde el punto de vista cristiano, la Semana Santa, denominada
antiguamente «semana mayor» o «semana grande», es la semana que conmemora
la Pasión de Cristo. Se compone de dos partes: el final de la Cuaresma (del
Domingo de Ramos al Miércoles Santo) y el Triduo Pascual (Jueves, Viernes y
Sábado-Domingo). Es el tiempo de más intensidad litúrgica de todo el año, y por
eso ha calado tan hondamente en el catolicismo popular.
En la Semana Santa se pueden descubrir cuatro estratos, correspondientes a
diferentes épocas. En primer lugar, está el estrato sacramental, que corresponde a
la celebración de la Noche Pascual. El Triduo-Pascual nació en torno a la
celebración gozosa del «día en que actuó el Señor», mediante el memorial de la
gran liberación realizada por Dios en Jesucristo. Pronto precedió a la celebración
eucarística un prolongado ayuno de uno o dos días, en señal de duelo por la
crucifixión del Salvador. Un segundo paso fue el de la incorporación bautismal. Los
nuevos cristianos pertenecían a la comunidad creyente cuando por el baño de
regeneración asimilaban la muerte y resurrección del Señor en la Vigilia Pascual.
La Pascua era plenitud bautismal y eucarística, a la que precedía una Cuaresma de
corte estrictamente catecumenal.
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En segundo lugar, descubrimos el estrato psicológico, constituido por las
representaciones de los hechos históricos, como la «procesión de ramos» del
Domingo de Pasión, el lavatorio de pies del Jueves y la adoración de la cruz del
Viernes Santo. Son quizá las únicas dramatizaciones litúrgicas oficiales con sello
popular. En tercer lugar, se observa el estrato funcional, o de los ritos
preparatorios de algunas celebraciones, como la bendición de los ramos, el
monumento del jueves o la consagración de los óleos, que terminaron por
ensombrecer las acciones hacia las cuales se ordenaban. La misma Vigilia,
desprovista del bautismo de adultos, se redujo a un abigarrado ceremonial, en la
mañana del sábado, sin asistencia de fieles.
En cuarto y último lugar, es muy visible el estrato de la religiosidad popular,
constituido por la superposición de actos piadosos populares, como visitas a los
«monumentos», hora santa, sermón de las siete palabras, viacrucis, procesiones,
representaciones teatrales y actos de hermandades. Cuando la liturgia se
clericalizó y pasó a celebrarse en latín, lengua muerta, el pueblo abandonó el culto
oficial y construyó su propia liturgia. De este modo, la celebración pascual popular
salió de los templos a las plazas, calles y campos enarbolando símbolos más
accesibles, como han sido y siguen siendo los «pasos» de las procesiones.
El Domingo de Ramos
La Semana Santa es inaugurada por el Domingo de Ramos, en el que se
celebran las dos caras centrales del misterio pascual: la vida o el triunfo, mediante
la procesión de ramos en honor de Cristo Rey, y la muerte o el fracaso, con la
lectura de la Pasión correspondiente a los evangelios sinópticos (la de Juan se lee
el viernes). Desde el siglo V se celebraba en Jerusalén con una procesión la
entrada de Jesús en la ciudad santa, poco antes de ser crucificado. Debido a las
dos caras que tiene este día, se denomina «Domingo de Ramos» (cara victoriosa) o
«Domingo de Pasión» (cara dolorosa). Por esta razón, el Domingo de Ramos -
pregón del misterio pascual- comprende dos celebraciones: la procesión de ramos
y la eucaristía. Lo que importa en la primera parte no es el ramo bendito, sino la
celebración del triunfo de Jesús. A ser posible, debe comenzar el acto en una
iglesia secundaria, para dar lugar al simbolismo de la entrada en Jerusalén,
representada por el templo principal. Si no hay iglesia secundaria, se hace una
entrada solemne desde el fondo del templo. El rito comienza con la bendición de
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los ramos, que deben ser lo bastante grandes como para que el acto resulte vistoso
y el pueblo pueda percibirlo sin dificultad.
Después de la aspersión de los ramos se proclama el evangelio, es decir, se
lee lo que a continuación se va a realizar. Por ser creyentes, por estar convertidos
y por haber sido iniciados sacramentalmente a la vida cristiana, pertenecemos de
tal modo al Señor que, al celebrar litúrgicamente su entrada en Jerusalén, nos
asociamos a su seguimiento. La Semana Santa empieza y acaba con la entrada
triunfal de los redimidos en la Jerusalén celestial, recinto iluminado por la
antorcha del Cordero.
A la procesión sigue inmediatamente la eucaristía. Del aspecto glorioso de
los ramos pasamos al doloroso de la pasión. Esta transición no se deduce sólo del
modo histórico en que transcurrieron los hechos, sino porque el triunfo de Jesús en
el Domingo de Ramos es signo de su triunfo definitivo. Los ramos nos muestran
que Jesús va a sufrir, pero como vencedor; va a morir, mas para resucitar. En
resumen, el domingo de Ramos es inauguración de la Pascua, o paso de las
tinieblas a la luz, de la humillación a la gloria, del pecado a la gracia y de la
muerte a la vida.
La segunda parte de la Semana Santa está constituida por el Triduo Pascual,
que conmemora, paso a paso, los últimos acontecimientos de la vida de Jesús,
desarrollados en tres días.
a) La Pasión de Cristo
Según los tres sinópticos, Jesús sube a Jerusalén una sola vez, y entra en ella
triunfalmente (Domingo de Ramos), despliega su última actividad durante cinco
días y, finalmente, es arrestado (Jueves Santo) y crucificado (Viernes Santo). Jesús
no rehuye la muerte, pero tampoco la busca directamente. De hecho, es Judas
quien lo delata. La pasión comienza bíblicamente con el prendimiento de Jesús;
litúrgicamente, con la entrada en Jerusalén.
La misión de Jesús se comprende en referencia al Dios de la gracia y de la
exigencia. Jesús no viene a predicar verdades generales, religiosas o morales, sino
a proclamar la inminencia del reino y la buena noticia del Evangelio. El
advenimiento del reino de Dios es el tema central del mensaje y de la praxis de
Jesús, precisamente en unos momentos de exacerbado nacionalismo judío frente al
pagano dominador, con la creencia extendida de que la intervención final y
definitiva de Dios, por medio de un Mesías entendido políticamente, está a punto
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de producirse. El rechazo de Jesús como Mesías es evidente: es escándalo para las
clases dirigentes religiosas, necedad y locura para el poder ocupante, decepción
para el pueblo y desconcierto para los discípulos. Ahí radican los sufrimientos
profundos de Jesús en la cruz, unidos a sus dolores físicos.
En la actual sociedad secular, crítica con la tradición religiosa mágica o
demasiado identificada con ciertas éticas de poder, la Semana Santa ha perdido
esa aura de misterio tremendo e inefable de que le había rodeado la cristiandad.
En cambio, crece en comunidades y grupos de creyentes la fuerza del Evangelio de
Jesús, revelador de la justicia del reino y del perdón de Dios. La lectura e
interpretación de los relatos de la Pasión en relación a las celebraciones en las que
se proclaman nos revela que la vida es camino de cruz -vía crucis-, a partir de una
entrega al servicio de los hermanos que coincide con el servicio a Dios. Al menos
esto es lo que puede deducirse de la lectura y celebración de la Pasión de Cristo en
la Semana Santa.
b) La muerte del Señor
Los cuatro relatos de la Pasión siguen una sucesión parecida de
acontecimientos, con cinco secuencias: arresto, proceso judío, proceso romano,
ejecución y sepultura. A partir de un relato previo y breve sobre la crucifixión de
Jesús, las pasiones evangélicas están redactadas con más atención y detalle que
las otras narraciones. Su estilo difiere del de cualquier otra literatura que narre la
batalla final y la muerte de un héroe. Son, además final y comienzo de la vida y
destino de Jesús, al que los discípulos llaman «Cristo» y «Señor» después de la
resurrección. Según como se interprete y se viva la muerte y resurrección de
Jesús, así se configurará el modo de ser cristiano.
Jesús fue condenado a muerte y crucificado por blasfemo religioso y
alterador del orden público. Es lógico pensar que Jesús contó con una muerte
violenta, a juzgar por su comportamiento y las acusaciones que recibió de mago,
blasfemo, falso profeta, hijo rebelde, quebrantador del sábado y purificador del
Templo. La muerte de Jesús se descubre fundamentalmente por la lógica de su
vida. Para entender la muerte de Jesús no basta relacionarla con el sanedrín judío
o el gobernador romano; es preciso conectarla con su Dios y Padre, cuya cercanía
y presencia proclamó. El cómo y el porqué de la muerte de Jesús tienen una
estrecha relación con el cómo y el porqué de toda su vida. La interpretación última
-o, si se quiere, primera- de la muerte de Jesús es teológica.
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La comunidad creyente postpascual, a la luz de la resurrección, denominó
«Cristo» y «Señor» a Jesús de Nazaret. Desde entonces, con una nueva lectura de
la muerte de Jesús, proclamó la Iglesia el señorío de Cristo, traducción actualizada
del reino de Dios. Este paso no equivale a un silenciamiento del profetismo de
Jesús, de su opción privilegiada por los pobres, de la justicia que entraña el reino y
de las exigencias evangélicas que comporta la fe como conversión. El reino de Dios
se hizo presente, de un modo nuevo, con la actividad de Jesús, aunque se
concentró de una manera definitiva en el cuerpo resucitado del Señor. Quedarse
con el Resucitado sólo de un modo piadoso o sacramental, sin abarcar con la
misma fe al Jesús histórico, es reducir la entraña misma de la fe. Y para entender
el comportamiento y las actitudes de Jesús en su ministerio público es preciso
tener en cuenta las claves del itinerario que sigue hasta la crucifixión. La muerte
de Jesús es consecuencia de su obrar. Pero, una vez aceptado que la cruz es
consecuencia del proceder de Jesús, la resurrección debe entenderse como toma
de posición de Dios en favor de Jesús y, por tanto, como iluminación de la cruz.
Jesús no queda en poder de la muerte, sino fuera de la misma. La cruz de Jesús no
se entiende si no es desde la totalidad de su vida; pero, a su vez, su muerte no
tiene sentido si no es por la resurrección, clave de lectura de todo lo previo, a
saber, el condicionamiento del vivir de Jesús y de nuestro propio vivir.
El pueblo se ha identificado y se identifica a su modo con el Crucificado, más
que con el Resucitado, quizá porque su historia es una historia de sufrimientos. La
teología pascual de la resurrección no le hace mella; intuye en lo profundo una
teología de la cruz. Pacientemente ha aceptado la interpretación teológica de la
resignación o de la oblación de Cristo como víctima inocente que paga el rescate
por todos los pecados. El pueblo venera a Cristo como «varón de dolores» sufriente
y moribundo, con el que se identifica a través del llanto, como pueblo de oprimidos
y desheredados. Por esta razón es el Viernes Santo, no la Pascua, la fiesta cristiana
popular por antonomasia. La muerte de Cristo es símbolo de todo sufrimiento,
tanto del natural como del provocado. Muy en segundo plano queda la cruz como
imagen del «Rey de la gloria» o del Cristo resucitado. En ese Dios desamparado y
cercano, no en el Todopoderoso distante, encuentra alivio el pueblo al buscar la
cura de sus sufrimientos por medio de un sufrimiento divino. Naturalmente una
cosa es el uso y abuso de la cruz como apaciguamiento de esclavos, y otra la
aceptación popular del dolor y la muerte de Cristo, expoliado y crucificado por
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hacerse hermano y amigo de publicanos deshonestos, mujeres de mala vida,
leprosos y extranjeros que no respetaban las leyes judías.
CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993, pág. 54-60
3.Sentido del Triduo Pascual
La segunda parte de la Semana Santa está constituida por el Triduo Pascual,
que conmemora, paso a paso, los últimos acontecimientos de la vida de Jesús,
desarrollados en tres días. El triduo surge como celebración de la fiesta grande de
la Pascua, a partir de su vigilia, e incluye la totalidad del misterio pascual.
Recordemos que la celebración anual de la Pascua es del siglo II.
El triduo estaba formado originariamente por el Viernes y el Sábado santos
como días de ayuno, lectura de la pasión y vigilia, junto al Domingo de
Resurrección. Posteriormente, entre los siglos III y VIII se añadió el Jueves, que en
realidad era el último día de cuaresma y tiempo para preparar el triduo. Estos tres
días santos son culminación celebrativa de todo el año litúrgico, retiro espiritual
de los creyentes en comunidad y momento principal de decisiones cristianas.
Entendido el triduo como un tiempo vital comunitario, debe ser preparado con
antelación. Mejor dicho, la Cuaresma es en realidad un retiro de cuarenta días de
preparación a la celebración de la Pascua. Recordemos que las celebraciones
pascuales no sólo son venerables por su antigüedad (siglo II), sino también porque
se centran en el núcleo básico del cristianismo. Son casi seguidas, tienen amplitud,
están relacionadas entre sí y manifiestan el sentido de la vida cristiana en
comunidad.
En la Pascua celebramos el memorial de la liberación salvadora (tránsito de
Jesucristo de la muerte a la vida), mediante el cual recordamos el pasado,
confesamos la presencia de Dios en el presente y anticipamos el futuro. En estricto
rigor, la Pascua de Cristo es el paso «de este mundo al Padre» (Jn 13,1). Toda la
vida de Cristo es una Pascua: «Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo
otra vez el mundo y voy al Padre» (Jn 16,28). Jesús se encarna en el mundo sin
perder su condición divina. El retorno al Padre, a través de la resurrección,
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constituye un abandono de la existencia en la carne para entrar en una nueva
existencia en el Espíritu. Esto es, en definitiva, la liberación radical, que es
pascual. Por consiguiente, la Pascua implica un proceso de transformación social y
de cambio personal. Es proceso de liberación de toda servidumbre y opresión.
La Pascua, o Triduo Pascual, es algo más que un mero recuerdo psicológico
de los últimos días de Jesús o un aniversario de su muerte; es la celebración
cristiana -sacramental y comunitaria- de la esencia del cristianismo (persona,
acciones y palabras de Cristo en su tránsito); la asamblea más importante de las
reuniones cristianas; la conexión de nuestro tiempo con el suceso pascual
liberador; el redescubrimiento (siempre dominical y especialmente anual) de la
identidad cristiana, del ser y misión de la Iglesia en el mundo.
En definitiva, este «memorial» pascual es memoria subversiva, ya que Cristo
subvierte los falsos valores que circulan en la sociedad -sobre todo, la que idolatra
el poder, las armas y el dinero-, creando una alianza, un corazón y un pueblo
nuevos. Es compromiso actual desde la raíz de la justicia del reino, causa por la
que murió Cristo para la salvación de todos; esta justicia es radicalmente distinta
de la que, desgraciadamente, tiene vigencia en el mundo. Es esperanza de vida
plena, de amor total y de verdad completa, basados en el triunfo de Cristo sobre
los «infiernos» de la naturaleza humana, sobre el pecado como muerte y sobre los
ídolos de este mundo.
El Jueves Santo
El Triduo Pascual comienza con la misa vespertina de la Cena del Señor del
Jueves Santo, día de reconciliación, memoria de la eucaristía y pórtico de la
pasión. Se celebra lo que Jesús vivió en la cena de despedida: «Cada vez que
coméis de este pan y bebéis de esta copa, proclamáis la muerte del Señor, hasta
que él vuelva» (1 Cor 11,26). En uno de los tres días anteriores al jueves puede
celebrarse comunitariamente la penitencia. Después de una introducción al
sentido de la reconciliación previa al triduo, se canta algo apropiado y se hace
oración. Dos o tres lecturas bíblicas ayudan a tomar conciencia mediante un
examen concreto comunitario, hecho eventualmente entre varias personas, según
el tema elegido para la revisión. Se puede introducir un gesto penitencial, como es
el encendido o apagado de algunas velas, la quema de papeles en un brasero,
romper una vasija de barro, etc. Si la comunidad es grande -y en tanto sea posible-,
se divide en grupos para tomar conciencia de los pecados. Luego se pide perdón
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por medio de unas peticiones preparadas; si es posible, se hace también de manera
espontánea y se invita a la reconciliación con un silencio prolongado. Después,
individual o comunitariamente, se da la absolución. El abrazo de paz y un canto
sellan el final.
Hasta el siglo VII, el Jueves Santo fue día de reconciliación de pecadores
públicos, sin vestigios de eucaristía vespertina. A partir del siglo VII se introducen
en este día dos eucaristías: la matutina, para consagrar los óleos (necesarios en la
vigilia), y la vespertina, conmemoración de la cena del Señor. Todo el misterio del
Jueves Santo y del Triduo Pascual se contiene en estas palabras de Juan (13,1):
«Era antes de pascua (judía). Sabía Jesús que había llegado para él la hora de
pasar de este mundo al Padre (Pascua de Cristo); había amado a los suyos
(entrega, Jueves Santo) que vivían en medio del mundo y los amó hasta el extremo
(muerte, Viernes Santo). Estaban cenando (eucaristía, pascua cristiana)»... En la
eucaristía del Jueves Santo, la Iglesia revive la última cena de despedida de Jesús y
celebra la caridad fraterna por medio de dos gestos: uno, testimonial (el lavatorio);
el otro, sacramental (la eucaristía). Con la misa vespertina del jueves comienza
actualmente el triduo. Por eso se afirma que el Jueves Santo es «conmemoración
de la cena del Señor». Todas las lecturas de este día evocan la entrega de Jesús,
que cumple con el viejo rito de la antigua pascua (la lectura), ofrece su cuerpo en
lugar del cordero (2ª lectura) y proclama el mandamiento del servicio (evangelio).
Pero, al mismo tiempo, Jesús es entregado por Judas y abandonado por los demás
discípulos.
Actualmente, al haber declarado Caritas el Jueves Santo como «día del amor
fraterno», tanto la institución de la eucaristía como la del sacerdocio han pasado,
por así decirlo, a un segundo plano. Sólo quienes participan en los oficios
litúrgicos se dan cuenta del misterio que entraña este día.
La celebración vespertina exige una preparación de la capilla o iglesia.
Conviene dar un realce especial a la mesa, que, a ser posible, debería ser grande y
estar bellamente adornada. El monumento puede hacerse en una mesa sencilla,
con vajilla adecuada, de tipo rústico. Se sitúan en el centro del presbiterio los
utensilios necesarios para el lavatorio: jarra con agua, jofaina y toalla. Cabe
empezar esta celebración fuera, en un patio -si es posible-, con una preparación
especial para disponernos a comenzar. Entramos cantando. Transcurre la
celebración según el ritual oficial. Después de la primera lectura (Ex 12) se
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prepara con cierta solemnidad la mesa. Un símbolo importante del Jueves Santo es
el lavatorio de los pies, en el que sería bueno que participara el mayor número
posible de fieles, y que se hiciera en silencio. Un canto de caridad puede preceder
o seguir a este gesto. Después podemos darnos la paz. Se hace una catequesis
adaptada a los niños presentes, sobre el sentido del lavatorio en el que participan.
En general, puede oírse en estos momentos música clásica, polifonía o canto
gregoriano. Ciertamente, el lavatorio de los pies es un gesto extraño a nuestra
cultura, pero ha sido transmitido por los oficios de este día y significa un servicio
que exige y requiere humildad. El «monumento» podría situarse en un sitio
apropiado del templo, donde se celebrará la «hora santa» Termina el jueves con
una oración prolongada personal en silencio.
La hora santa puede hacerse, bien el Jueves Santo por la noche, bien el
Viernes por la mañana. Se preparan textos bíblicos, cantos o música para ser oída,
fragmentos religiosos literarios, noticias sucintas del mundo, oraciones de petición
o de acción de gracias y breves revisiones personales de vida. Recuérdese que el
lenguaje religioso o litúrgico es en forma directa, dirigido a Dios. Como texto
bíblico, puede utilizarse el discurso de despedida de Juan (caps. 13-17), las «siete
palabras» o el itinerario del «via crucis». La experiencia nos dice que esta oración
personal es una de las más importantes del año. Podemos contar también con la
oración oficial de las Horas.
El Viernes Santo
El Viernes se centra en el misterio de la cruz, instrumento de suplicio y de
muerte (madero), pero sinónimo de redención (árbol). En el hecho de la cruz se
refleja el sufrimiento de Cristo, como el amor que se anonada, y el juicio de Dios,
junto al pecado de la humanidad, presente en el anonadamiento de Jesús por Dios.
Este día, denominado antiguamente al modo judío parasceve (preparación), es hoy
«celebración de la Pasión del Señor». Conmemoramos la victoria sobre el pecado y
la muerte. Jesús murió el 14 de Nisán judío, que aquel año fue viernes. La Iglesia
decidió conmemorar la muerte de Cristo en viernes, y su resurrección en domingo.
La actual celebración del Viernes Santo responde a la antigua liturgia cristiana de
la palabra, tal como la describe Justino hacia el año 150: proclamación de la
palabra de Dios, seguida de aclamaciones, oración de la asamblea por las
intenciones de la comunidad y bendición de despedida. La liturgia de la palabra,
sin eucaristía, era común en Roma los miércoles y viernes, a la hora de nona, hasta
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el siglo Vl. En el Viernes Santo se celebraba, desde el siglo IV, un oficio de la
palabra propio del día, con los elementos actuales: lecturas, oraciones solemnes,
adoración de la cruz y comunión.
La actual celebración del Viernes Santo es austera: gira en torno a la
inmolación del Señor. Se introduce la celebración mediante una catequesis
apropiada sobre el relato de la Pasión. Comienza por un rito inicial antiguo, la
postración del celebrante y de sus ayudantes en silencio. La primera lectura,
denominada «Pasión según Isaías», es el cuarto canto del siervo de Yahvé,
aplicado proféticamente a Jesús. En la segunda lectura, el siervo es el sumo
sacerdote que se entrega por los demás. El evangelio es el relato de la Pasión de
San Juan, donde la cruz es la suprema revelación del amor de Dios. Puede leerse la
Pasión entre varios, dividida en cinco escenas: huerto de los olivos, interrogatorio
religioso, interrogatorio político, crucifixión y sepultura. Se intercalan entre
escena y escena momentos de oración, canto o música y reflexión. Un texto largo,
como el de la Pasión, se sigue mejor con el mismo en la mano y, por supuesto, en
posición sedente. A la hora de la crucifixión se pueden clavar dos tablas grandes
que formen luego una cruz. Al final de la lectura evangélica, las personas que se
han identificado con los personajes principales de la Pasión expresan en voz alta y
de forma directa una reflexión actualizada. Se comienza diciendo, por ejemplo, «yo
soy Pedro», «soy la Magdalena», etc. Sigue la oración universal, formulario
romano del siglo v. Las oraciones solemnes y los improperios caben ser revisados
cada año. Después es adorada la cruz (una sola, no varias) por el pueblo, precedida
de su ostentación ante la asamblea: «Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo
clavada la salvación del mundo». A la adoración de la cruz le precede una monición
adecuada y la lectura de la «Pasión según Isaías». El gesto de adoración se hace
espontáneamente, como cada persona lo desee, mediante un beso, abrazo,
inclinación, de rodillas, tocando el madero, etc. Los matrimonios pueden ir juntos a
adorar la cruz, a ser posible con sus hijos. Los improperios evocan el misterio de la
glorificación de Jesús, que muere herido de amor y de ternura hacia su pueblo. La
celebración concluye con la comunión precedida y seguida de una oración
comunitaria y personal.
Para nuestro pueblo, el Viernes Santo es un día de dolor, manifestado por
dos figuras: el Nazareno y la Dolorosa. Los oficios de este día son desplazados casi
totalmente por las procesiones del catolicismo popular. Han decaído las
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devociones de las «siete palabras» y del «via crucis», actos típicos de la noche del
jueves ante el monumento.
La Vigilia-Pascual
La Vigilia Pascual es la celebración más importante del año, la culminación
de la Semana Santa y el eje de toda la vida cristiana, hasta el punto de haber sido
denominada «madre de todas las vigilias». Sin embargo, todavía está lejos de
significar algo importante para nuestro pueblo, que se hace presente, sobre todo,
en las procesiones del viernes. Para muchos de nuestros fieles sigue siendo el
Viernes Santo el día decisivo. Con todo, la resurrección de Jesús es dato básico de
la confesión de fe, comunicación de nueva vida e inauguración de nuevas
relaciones con Dios. Según la actual liturgia, el sábado es día de meditación y de
reposo, de paz y de descanso, sin misa ni comunión, con el altar desnudo. La
Vigilia Pascual más antigua que se conoce es del siglo III. Hacia el año 215, según
la Tradición de Hipólito, el bautismo era celebrado, con la eucaristía, en la Vigilia
Pascual. Esto se generalizó en el siglo IV. A finales de este siglo algunas Iglesias
introdujeron el lucernario pascual, que finalmente se extendió a todas partes. A
partir del siglo Xll se comenzó a bendecir el fuego.
Con la noche del sábado se inicia el tercer día del triduo. Según el misal, es
noche de vela. Está constituida por una larga celebración de la palabra que acaba
con la eucaristía. Se inicia el acto con una hoguera. En un primer momento, puede
prenderse un «fuego de campamento», con cantos jubilosos, danza de niños y
mayores alrededor del fuego, y quema de cosas que rechazamos: juguetes bélicos,
prensa mentirosa, jeringuillas de droga, etc. e empieza la celebración con una
monición para dar sentido a todo el acto, que tiene cuatro partes:
a) La liturgia de la luz
Se desarrolla de noche, fuera del templo, en torno al cirio, símbolo de Cristo,
al que siguen los bautizados con sus luminarias encendidas. El lucernario, o rito
del fuego y de la luz, tiene su origen en la práctica judía y cristiana primitivas de
encender una lámpara a la llegada de la noche, junto con una bendición. Los fieles,
con los cirios apagados en la mano, son los «exiliados». Con el fuego se enciende el
cirio pascual, y con éste se encienden las velas que portan los fieles; de este modo,
se entra en procesión en la iglesia, ya preparada y adornada profusamente. El cirio
encendido evoca la resurrección de Cristo. Dentro del templo se proclama el
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pregón pascual, canto de esperanza y de triunfo; su texto debiera ser propio cada
año. Dentro del Exultet caben aclamaciones festivas de la asamblea.
b) La liturgia de la palabra
En esta segunda parte se describe la historia de la salvación. Son
fundamentales las lecturas del Génesis (creación), Éxodo (liberación de Egipto),
Profetas (habrá una nueva liberación) y Evangelio (proclama de la resurrección).
Esta parte consta de una introducción catequética y de varias lecturas que narran
la historia de la salvación, hasta llegar al evangelio. Se intercalan las lecturas con
cantos, oraciones o noticias breves. Proclamada la resurrección, aplaudimos,
cantamos festivamente e incluso puede hacerse una danza, repartirse flores y
hasta encender bengalas. Todo gravita en torno a la Pascua del Señor.
c) La liturgia del agua
La tercera parte celebra el nuevo nacimiento. Se desarrolla especialmente
cuando hay bautismos, sobre todo de adultos. En el caso del bautismo de niños, los
padres hacen la petición, el presidente de la comunidad responde, se convoca a los
santos en las letanías, se bendice el agua, se exhorta a la profesión de fe y a los
compromisos cristianos y se procede al bautismo. Las promesas bautismales se
renuevan estando todos de pie, con los cirios encendidos, mediante un diálogo que
concluye con la aspersión. Un gran aplauso rubrica el acto sacramental.
d) La liturgia eucarística
La eucaristía es la cumbre de la vigilia. Los recién bautizados participan
activamente en la oración universal, procesión de ofrendas y comunión. Tras una
monición adecuada, se procede a preparar solemnemente la mesa con flores, cirios
y toda clase de ofrendas, en un «ofertorio» en el que pueden intervenir también los
niños (cabe incluso una danza a la hora de llevar los dones). La anáfora también
debiera ser nueva cada año. Al final de la fiesta, después de la comunión, se acaba
con un encuentro festivo, en el que no debe faltar un sencillo ágape en el que
participen todos los asistentes. La eucaristía pascual anuncia solemnemente la
muerte del Señor y proclama su resurrección en la espera de su venida.
La Eucaristía Pascual
En la eucaristía del Domingo de Resurrección se comenta la experiencia del
triduo, y varios participantes del mismo dan testimonio al reconocer que su vida
cristiana se ha visto robustecida por estas celebraciones regeneradoras, al modo
de unos «ejercicios espirituales» litúrgicos. El acontecimiento pascual,
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sacramentalmente celebrado en la eucaristía, no se reduce sólo a Cristo y a la
Iglesia, sino que tiene relación con el mundo y con la historia. La Eucaristía
Pascual es promesa de la Pascua del universo, una vez cumplida la totalidad de la
justicia que exige el reino. Todo está llamado a compartir la Pascua del Señor, que,
celebrada en comunidad, anticipa la reconciliación con Dios y la fraternidad
universal. El día pascual de la resurrección, Jesús comió con los discípulos de
Emaús y con los Once en el cenáculo. Son comidas transitorias entre la
resurrección y la venida del Espíritu. Estas comidas expresan el perdón a los
discípulos y la fe en la resurrección. Enlazan las comidas prepascuales de Jesús
con la eucaristía. Denominada «fracción del pan» por Lucas y «cena del Señor»
por Pablo, se celebraba al atardecer, a la hora de la comida principal. Había desde
el principio un servicio eucarístico (mesa del Señor) y un servicio caritativo (mesa
de los pobres). Se festejaba el «primer día de la semana», con un ritmo
celosamente guardado. Surge así la celebración del día del Señor (pascua
semanal), y poco después la celebración anual de la Pascua.
CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 61-73
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