el misterio pascual de cristo (introducción a la semana santa)

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1 El Misterio Pascual de Cristo (La semana santa) 1. Introducción a la semana santa Entre todas las semanas del año, la más importante para los cristianos es la semana santa, que ha sido santificada precisamente por los acontecimientos que conmemoramos en la liturgia y consagrada a Dios de manera muy especial. La Iglesia, al conmemorar la pasión, muerte y resurrección de Cristo, se santifica y renueva a sí misma. Esta semana se conoció también antiguamente como "la semana grande", título que conservó hasta hace poco en el breviario romano 1. Es, en efecto, una semana grande, puesto que constituye el centro y el corazón de la liturgia de todo el año. En ella se celebra el misterio de la redención. Los cristianos de la antigüedad estaban bien persuadidos de su grandeza; un escritor de los primeros siglos la resumió en esta frase lapidaria: "Pascua es la cumbre". Uno de los más penetrantes comentarios a la semana santa es el de la monja benedictina alemana Aemiliana Lóhr, titulado precisamente The Great Week. Rebosa dicho comentario de contenido revelador y de pensamientos impresionantes, uno de los cuales puede servirnos particularmente de ayuda en esta sección introductoria. Se trata de que debemos entrar en la semana santa con un espíritu de paz interior y recogimiento. Sabemos por experiencia que los días precedentes a la pascua pueden ser un tiempo de actividad frenética; a menudo nos sentimos absorbidos con los últimos preparativos para la fiesta de pascua y dejamos el cumplimiento de nuestras obligaciones espirituales para un gran esfuerzo final.

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que sentido tiene el misterio pascual

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Page 1: El Misterio Pascual de Cristo (Introducción a La Semana Santa)

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El Misterio Pascual de Cristo

(La semana santa)

1.Introducción a la semana santa

Entre todas las semanas del año, la más importante para los cristianos es la

semana santa, que ha sido santificada precisamente por los acontecimientos que

conmemoramos en la liturgia y consagrada a Dios de manera muy especial. La

Iglesia, al conmemorar la pasión, muerte y resurrección de Cristo, se santifica y

renueva a sí misma.

Esta semana se conoció también antiguamente como "la semana grande",

título que conservó hasta hace poco en el breviario romano 1. Es, en efecto, una

semana grande, puesto que constituye el centro y el corazón de la liturgia de todo

el año. En ella se celebra el misterio de la redención. Los cristianos de la

antigüedad estaban bien persuadidos de su grandeza; un escritor de los primeros

siglos la resumió en esta frase lapidaria: "Pascua es la cumbre".

Uno de los más penetrantes comentarios a la semana santa es el de la monja

benedictina alemana Aemiliana Lóhr, titulado precisamente The Great

Week. Rebosa dicho comentario de contenido revelador y de pensamientos

impresionantes, uno de los cuales puede servirnos particularmente de ayuda en

esta sección introductoria. Se trata de que debemos entrar en la semana santa con

un espíritu de paz interior y recogimiento. Sabemos por experiencia que los días

precedentes a la pascua pueden ser un tiempo de actividad frenética; a menudo

nos sentimos absorbidos con los últimos preparativos para la fiesta de pascua y

dejamos el cumplimiento de nuestras obligaciones espirituales para un gran

esfuerzo final.

En su primer capítulo, Aemiliana Lóhr usa el hermoso ejemplo de un navío

entrando en el puerto después de un largo viaje. Es una imagen de paz; las

semanas de esfuerzo y tensión han concluido. La Iglesia es como esa embarcación.

La cuaresma ha sido un largo viaje, un tiempo de trabajo y disciplina; pero ahora,

en la semana santa, el barco entra en el puerto; ha llegado el momento de

descansar en la pasión de Cristo. Puede que no sea fácil sacar tiempo para dedicar

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a Dios, pero esta idea de descansar en la pasión sugiere la actitud mental que

conviene tener al acercarse la semana santa.

Podemos descansar en el pensamiento del amor de Dios, que está en el

origen de todos los acontecimientos que conmemoramos en esta semana: "Porque

tanto ha amado Dios al mundo, que le ha dado a su Hijo unigénito" (Jn 3,16). Toda

la pasión fue motivada por amor, el amor de Dios hecho visible en Cristo. Una vez

más es Juan quien nos lo afirma: "Habiendo amado a los suyos que estaban en el

mundo, los amó hasta el fin" (Jn 13,1).

Durante la semana santa, la Iglesia sigue las huellas de su Maestro. Las

narraciones de la pasión cobran nueva vida, como si los hechos se repitieran

efectivamente ante nuestros ojos. Todos los acontecimientos que conducen al

arresto, al proceso y a la ejecución de Jesús son recordados y celebrados. Paso a

paso, escena por escena, seguimos el camino que Jesús holló con sus pies durante

los últimos días de su vida mortal.

La liturgia de la semana santa surgió de la devoción de los primeros

cristianos en Jerusalén, donde Jesús sufrió su pasión. Desde los albores de la

cristiandad, Jerusalén fue meta de peregrinaciones; y los peregrinos, entonces

como ahora, gustaban de visitar los lugares de la pasión: Getsemaní, el pretorio, el

Gólgota, el santo sepulcro. Entre los más interesantes documentos de los primeros

tiempos que han llegado hasta nosotros destaca el diario de viaje de la peregrina

española Egeria. En él se contiene una descripción gráfica de la liturgia de semana

santa tal como se celebraba en Jerusalén alrededor del año 400 de nuestra era.

Tenemos mucho que aprender de la devoción de la Iglesia antigua según nos

la presentan los escritos que de ella se conservan. Es verdad que los cristianos de

Jerusalén tenían la ventaja de estar más cerca del Señor en el tiempo y en el

espacio; pero no por eso nuestra devoción ha de ser menor. Después de todo,

nosotros participamos en los misterios de Cristo no mediante imaginación o

sentimiento, aunque también éstos tienen su cometido, sino por la fe. En la liturgia

de semana santa, la Iglesia revive en la fe el misterio salvador de la pasión, muerte

y resurrección del Señor.

Vincent Ryan

Cuaresma-Semana Santa

Paulinas.Madrid-1986.Págs. 69ss.

....................

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1. Majoris Hebdomadae. Egeria comienza su relación de la semana santa en

Jerusalén con estas palabras: "El día siguiente, domingo, es el comienzo de la semana de

pascua o,semana mayor, como la llaman aquí". Egeria's Travels 30, 1.

2.La semana santa

Por su venerable origen y por su actual condición de días dedicados al ocio,

la Semana Santa es una de las semanas más destacadas del año. Su llegada es

advertida en esta sociedad secularizada, no tanto por la Cuaresma como tiempo

propicio de preparación para la Pascua, cuanto por la publicidad turística y el

calendario académico, que nos recuerdan que es «tiempo de vacaciones». No

obstante, los medios de comunicación se hacen eco de la dimensión religiosa de

esta semana. Como el jueves y el viernes son festivos, conservan un cierto tono

religioso tradicional. Poseen casi tanto relieve como el domingo anterior,

visibilizado por los «ramos»; pero eclipsan la magnitud del Domingo de

Resurrección, apenas festejado entre nosotros como tal.

Estructura y elementos

Desde el punto de vista cristiano, la Semana Santa, denominada

antiguamente «semana mayor» o «semana grande», es la semana que conmemora

la Pasión de Cristo. Se compone de dos partes: el final de la Cuaresma (del

Domingo de Ramos al Miércoles Santo) y el Triduo Pascual (Jueves, Viernes y

Sábado-Domingo). Es el tiempo de más intensidad litúrgica de todo el año, y por

eso ha calado tan hondamente en el catolicismo popular.

En la Semana Santa se pueden descubrir cuatro estratos, correspondientes a

diferentes épocas. En primer lugar, está el estrato sacramental, que corresponde a

la celebración de la Noche Pascual. El Triduo-Pascual nació en torno a la

celebración gozosa del «día en que actuó el Señor», mediante el memorial de la

gran liberación realizada por Dios en Jesucristo. Pronto precedió a la celebración

eucarística un prolongado ayuno de uno o dos días, en señal de duelo por la

crucifixión del Salvador. Un segundo paso fue el de la incorporación bautismal. Los

nuevos cristianos pertenecían a la comunidad creyente cuando por el baño de

regeneración asimilaban la muerte y resurrección del Señor en la Vigilia Pascual.

La Pascua era plenitud bautismal y eucarística, a la que precedía una Cuaresma de

corte estrictamente catecumenal.

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En segundo lugar, descubrimos el estrato psicológico, constituido por las

representaciones de los hechos históricos, como la «procesión de ramos» del

Domingo de Pasión, el lavatorio de pies del Jueves y la adoración de la cruz del

Viernes Santo. Son quizá las únicas dramatizaciones litúrgicas oficiales con sello

popular. En tercer lugar, se observa el estrato funcional, o de los ritos

preparatorios de algunas celebraciones, como la bendición de los ramos, el

monumento del jueves o la consagración de los óleos, que terminaron por

ensombrecer las acciones hacia las cuales se ordenaban. La misma Vigilia,

desprovista del bautismo de adultos, se redujo a un abigarrado ceremonial, en la

mañana del sábado, sin asistencia de fieles.

En cuarto y último lugar, es muy visible el estrato de la religiosidad popular,

constituido por la superposición de actos piadosos populares, como visitas a los

«monumentos», hora santa, sermón de las siete palabras, viacrucis, procesiones,

representaciones teatrales y actos de hermandades. Cuando la liturgia se

clericalizó y pasó a celebrarse en latín, lengua muerta, el pueblo abandonó el culto

oficial y construyó su propia liturgia. De este modo, la celebración pascual popular

salió de los templos a las plazas, calles y campos enarbolando símbolos más

accesibles, como han sido y siguen siendo los «pasos» de las procesiones.

El Domingo de Ramos

La Semana Santa es inaugurada por el Domingo de Ramos, en el que se

celebran las dos caras centrales del misterio pascual: la vida o el triunfo, mediante

la procesión de ramos en honor de Cristo Rey, y la muerte o el fracaso, con la

lectura de la Pasión correspondiente a los evangelios sinópticos (la de Juan se lee

el viernes). Desde el siglo V se celebraba en Jerusalén con una procesión la

entrada de Jesús en la ciudad santa, poco antes de ser crucificado. Debido a las

dos caras que tiene este día, se denomina «Domingo de Ramos» (cara victoriosa) o

«Domingo de Pasión» (cara dolorosa). Por esta razón, el Domingo de Ramos -

pregón del misterio pascual- comprende dos celebraciones: la procesión de ramos

y la eucaristía. Lo que importa en la primera parte no es el ramo bendito, sino la

celebración del triunfo de Jesús. A ser posible, debe comenzar el acto en una

iglesia secundaria, para dar lugar al simbolismo de la entrada en Jerusalén,

representada por el templo principal. Si no hay iglesia secundaria, se hace una

entrada solemne desde el fondo del templo. El rito comienza con la bendición de

Page 5: El Misterio Pascual de Cristo (Introducción a La Semana Santa)

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los ramos, que deben ser lo bastante grandes como para que el acto resulte vistoso

y el pueblo pueda percibirlo sin dificultad.

Después de la aspersión de los ramos se proclama el evangelio, es decir, se

lee lo que a continuación se va a realizar. Por ser creyentes, por estar convertidos

y por haber sido iniciados sacramentalmente a la vida cristiana, pertenecemos de

tal modo al Señor que, al celebrar litúrgicamente su entrada en Jerusalén, nos

asociamos a su seguimiento. La Semana Santa empieza y acaba con la entrada

triunfal de los redimidos en la Jerusalén celestial, recinto iluminado por la

antorcha del Cordero.

A la procesión sigue inmediatamente la eucaristía. Del aspecto glorioso de

los ramos pasamos al doloroso de la pasión. Esta transición no se deduce sólo del

modo histórico en que transcurrieron los hechos, sino porque el triunfo de Jesús en

el Domingo de Ramos es signo de su triunfo definitivo. Los ramos nos muestran

que Jesús va a sufrir, pero como vencedor; va a morir, mas para resucitar. En

resumen, el domingo de Ramos es inauguración de la Pascua, o paso de las

tinieblas a la luz, de la humillación a la gloria, del pecado a la gracia y de la

muerte a la vida.

La segunda parte de la Semana Santa está constituida por el Triduo Pascual,

que conmemora, paso a paso, los últimos acontecimientos de la vida de Jesús,

desarrollados en tres días.

a) La Pasión de Cristo

Según los tres sinópticos, Jesús sube a Jerusalén una sola vez, y entra en ella

triunfalmente (Domingo de Ramos), despliega su última actividad durante cinco

días y, finalmente, es arrestado (Jueves Santo) y crucificado (Viernes Santo). Jesús

no rehuye la muerte, pero tampoco la busca directamente. De hecho, es Judas

quien lo delata. La pasión comienza bíblicamente con el prendimiento de Jesús;

litúrgicamente, con la entrada en Jerusalén.

La misión de Jesús se comprende en referencia al Dios de la gracia y de la

exigencia. Jesús no viene a predicar verdades generales, religiosas o morales, sino

a proclamar la inminencia del reino y la buena noticia del Evangelio. El

advenimiento del reino de Dios es el tema central del mensaje y de la praxis de

Jesús, precisamente en unos momentos de exacerbado nacionalismo judío frente al

pagano dominador, con la creencia extendida de que la intervención final y

definitiva de Dios, por medio de un Mesías entendido políticamente, está a punto

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de producirse. El rechazo de Jesús como Mesías es evidente: es escándalo para las

clases dirigentes religiosas, necedad y locura para el poder ocupante, decepción

para el pueblo y desconcierto para los discípulos. Ahí radican los sufrimientos

profundos de Jesús en la cruz, unidos a sus dolores físicos.

En la actual sociedad secular, crítica con la tradición religiosa mágica o

demasiado identificada con ciertas éticas de poder, la Semana Santa ha perdido

esa aura de misterio tremendo e inefable de que le había rodeado la cristiandad.

En cambio, crece en comunidades y grupos de creyentes la fuerza del Evangelio de

Jesús, revelador de la justicia del reino y del perdón de Dios. La lectura e

interpretación de los relatos de la Pasión en relación a las celebraciones en las que

se proclaman nos revela que la vida es camino de cruz -vía crucis-, a partir de una

entrega al servicio de los hermanos que coincide con el servicio a Dios. Al menos

esto es lo que puede deducirse de la lectura y celebración de la Pasión de Cristo en

la Semana Santa.

b) La muerte del Señor

Los cuatro relatos de la Pasión siguen una sucesión parecida de

acontecimientos, con cinco secuencias: arresto, proceso judío, proceso romano,

ejecución y sepultura. A partir de un relato previo y breve sobre la crucifixión de

Jesús, las pasiones evangélicas están redactadas con más atención y detalle que

las otras narraciones. Su estilo difiere del de cualquier otra literatura que narre la

batalla final y la muerte de un héroe. Son, además final y comienzo de la vida y

destino de Jesús, al que los discípulos llaman «Cristo» y «Señor» después de la

resurrección. Según como se interprete y se viva la muerte y resurrección de

Jesús, así se configurará el modo de ser cristiano.

Jesús fue condenado a muerte y crucificado por blasfemo religioso y

alterador del orden público. Es lógico pensar que Jesús contó con una muerte

violenta, a juzgar por su comportamiento y las acusaciones que recibió de mago,

blasfemo, falso profeta, hijo rebelde, quebrantador del sábado y purificador del

Templo. La muerte de Jesús se descubre fundamentalmente por la lógica de su

vida. Para entender la muerte de Jesús no basta relacionarla con el sanedrín judío

o el gobernador romano; es preciso conectarla con su Dios y Padre, cuya cercanía

y presencia proclamó. El cómo y el porqué de la muerte de Jesús tienen una

estrecha relación con el cómo y el porqué de toda su vida. La interpretación última

-o, si se quiere, primera- de la muerte de Jesús es teológica.

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La comunidad creyente postpascual, a la luz de la resurrección, denominó

«Cristo» y «Señor» a Jesús de Nazaret. Desde entonces, con una nueva lectura de

la muerte de Jesús, proclamó la Iglesia el señorío de Cristo, traducción actualizada

del reino de Dios. Este paso no equivale a un silenciamiento del profetismo de

Jesús, de su opción privilegiada por los pobres, de la justicia que entraña el reino y

de las exigencias evangélicas que comporta la fe como conversión. El reino de Dios

se hizo presente, de un modo nuevo, con la actividad de Jesús, aunque se

concentró de una manera definitiva en el cuerpo resucitado del Señor. Quedarse

con el Resucitado sólo de un modo piadoso o sacramental, sin abarcar con la

misma fe al Jesús histórico, es reducir la entraña misma de la fe. Y para entender

el comportamiento y las actitudes de Jesús en su ministerio público es preciso

tener en cuenta las claves del itinerario que sigue hasta la crucifixión. La muerte

de Jesús es consecuencia de su obrar. Pero, una vez aceptado que la cruz es

consecuencia del proceder de Jesús, la resurrección debe entenderse como toma

de posición de Dios en favor de Jesús y, por tanto, como iluminación de la cruz.

Jesús no queda en poder de la muerte, sino fuera de la misma. La cruz de Jesús no

se entiende si no es desde la totalidad de su vida; pero, a su vez, su muerte no

tiene sentido si no es por la resurrección, clave de lectura de todo lo previo, a

saber, el condicionamiento del vivir de Jesús y de nuestro propio vivir.

El pueblo se ha identificado y se identifica a su modo con el Crucificado, más

que con el Resucitado, quizá porque su historia es una historia de sufrimientos. La

teología pascual de la resurrección no le hace mella; intuye en lo profundo una

teología de la cruz. Pacientemente ha aceptado la interpretación teológica de la

resignación o de la oblación de Cristo como víctima inocente que paga el rescate

por todos los pecados. El pueblo venera a Cristo como «varón de dolores» sufriente

y moribundo, con el que se identifica a través del llanto, como pueblo de oprimidos

y desheredados. Por esta razón es el Viernes Santo, no la Pascua, la fiesta cristiana

popular por antonomasia. La muerte de Cristo es símbolo de todo sufrimiento,

tanto del natural como del provocado. Muy en segundo plano queda la cruz como

imagen del «Rey de la gloria» o del Cristo resucitado. En ese Dios desamparado y

cercano, no en el Todopoderoso distante, encuentra alivio el pueblo al buscar la

cura de sus sufrimientos por medio de un sufrimiento divino. Naturalmente una

cosa es el uso y abuso de la cruz como apaciguamiento de esclavos, y otra la

aceptación popular del dolor y la muerte de Cristo, expoliado y crucificado por

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hacerse hermano y amigo de publicanos deshonestos, mujeres de mala vida,

leprosos y extranjeros que no respetaban las leyes judías.

CASIANO FLORISTAN

DE DOMINGO A DOMINGO

EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS

SAL TERRAE.SANTANDER 1993, pág. 54-60

3.Sentido del Triduo Pascual

La segunda parte de la Semana Santa está constituida por el Triduo Pascual,

que conmemora, paso a paso, los últimos acontecimientos de la vida de Jesús,

desarrollados en tres días. El triduo surge como celebración de la fiesta grande de

la Pascua, a partir de su vigilia, e incluye la totalidad del misterio pascual.

Recordemos que la celebración anual de la Pascua es del siglo II.

El triduo estaba formado originariamente por el Viernes y el Sábado santos

como días de ayuno, lectura de la pasión y vigilia, junto al Domingo de

Resurrección. Posteriormente, entre los siglos III y VIII se añadió el Jueves, que en

realidad era el último día de cuaresma y tiempo para preparar el triduo. Estos tres

días santos son culminación celebrativa de todo el año litúrgico, retiro espiritual

de los creyentes en comunidad y momento principal de decisiones cristianas.

Entendido el triduo como un tiempo vital comunitario, debe ser preparado con

antelación. Mejor dicho, la Cuaresma es en realidad un retiro de cuarenta días de

preparación a la celebración de la Pascua. Recordemos que las celebraciones

pascuales no sólo son venerables por su antigüedad (siglo II), sino también porque

se centran en el núcleo básico del cristianismo. Son casi seguidas, tienen amplitud,

están relacionadas entre sí y manifiestan el sentido de la vida cristiana en

comunidad.

En la Pascua celebramos el memorial de la liberación salvadora (tránsito de

Jesucristo de la muerte a la vida), mediante el cual recordamos el pasado,

confesamos la presencia de Dios en el presente y anticipamos el futuro. En estricto

rigor, la Pascua de Cristo es el paso «de este mundo al Padre» (Jn 13,1). Toda la

vida de Cristo es una Pascua: «Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo

otra vez el mundo y voy al Padre» (Jn 16,28). Jesús se encarna en el mundo sin

perder su condición divina. El retorno al Padre, a través de la resurrección,

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constituye un abandono de la existencia en la carne para entrar en una nueva

existencia en el Espíritu. Esto es, en definitiva, la liberación radical, que es

pascual. Por consiguiente, la Pascua implica un proceso de transformación social y

de cambio personal. Es proceso de liberación de toda servidumbre y opresión.

La Pascua, o Triduo Pascual, es algo más que un mero recuerdo psicológico

de los últimos días de Jesús o un aniversario de su muerte; es la celebración

cristiana -sacramental y comunitaria- de la esencia del cristianismo (persona,

acciones y palabras de Cristo en su tránsito); la asamblea más importante de las

reuniones cristianas; la conexión de nuestro tiempo con el suceso pascual

liberador; el redescubrimiento (siempre dominical y especialmente anual) de la

identidad cristiana, del ser y misión de la Iglesia en el mundo.

En definitiva, este «memorial» pascual es memoria subversiva, ya que Cristo

subvierte los falsos valores que circulan en la sociedad -sobre todo, la que idolatra

el poder, las armas y el dinero-, creando una alianza, un corazón y un pueblo

nuevos. Es compromiso actual desde la raíz de la justicia del reino, causa por la

que murió Cristo para la salvación de todos; esta justicia es radicalmente distinta

de la que, desgraciadamente, tiene vigencia en el mundo. Es esperanza de vida

plena, de amor total y de verdad completa, basados en el triunfo de Cristo sobre

los «infiernos» de la naturaleza humana, sobre el pecado como muerte y sobre los

ídolos de este mundo.

El Jueves Santo

El Triduo Pascual comienza con la misa vespertina de la Cena del Señor del

Jueves Santo, día de reconciliación, memoria de la eucaristía y pórtico de la

pasión. Se celebra lo que Jesús vivió en la cena de despedida: «Cada vez que

coméis de este pan y bebéis de esta copa, proclamáis la muerte del Señor, hasta

que él vuelva» (1 Cor 11,26). En uno de los tres días anteriores al jueves puede

celebrarse comunitariamente la penitencia. Después de una introducción al

sentido de la reconciliación previa al triduo, se canta algo apropiado y se hace

oración. Dos o tres lecturas bíblicas ayudan a tomar conciencia mediante un

examen concreto comunitario, hecho eventualmente entre varias personas, según

el tema elegido para la revisión. Se puede introducir un gesto penitencial, como es

el encendido o apagado de algunas velas, la quema de papeles en un brasero,

romper una vasija de barro, etc. Si la comunidad es grande -y en tanto sea posible-,

se divide en grupos para tomar conciencia de los pecados. Luego se pide perdón

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por medio de unas peticiones preparadas; si es posible, se hace también de manera

espontánea y se invita a la reconciliación con un silencio prolongado. Después,

individual o comunitariamente, se da la absolución. El abrazo de paz y un canto

sellan el final.

Hasta el siglo VII, el Jueves Santo fue día de reconciliación de pecadores

públicos, sin vestigios de eucaristía vespertina. A partir del siglo VII se introducen

en este día dos eucaristías: la matutina, para consagrar los óleos (necesarios en la

vigilia), y la vespertina, conmemoración de la cena del Señor. Todo el misterio del

Jueves Santo y del Triduo Pascual se contiene en estas palabras de Juan (13,1):

«Era antes de pascua (judía). Sabía Jesús que había llegado para él la hora de

pasar de este mundo al Padre (Pascua de Cristo); había amado a los suyos

(entrega, Jueves Santo) que vivían en medio del mundo y los amó hasta el extremo

(muerte, Viernes Santo). Estaban cenando (eucaristía, pascua cristiana)»... En la

eucaristía del Jueves Santo, la Iglesia revive la última cena de despedida de Jesús y

celebra la caridad fraterna por medio de dos gestos: uno, testimonial (el lavatorio);

el otro, sacramental (la eucaristía). Con la misa vespertina del jueves comienza

actualmente el triduo. Por eso se afirma que el Jueves Santo es «conmemoración

de la cena del Señor». Todas las lecturas de este día evocan la entrega de Jesús,

que cumple con el viejo rito de la antigua pascua (la lectura), ofrece su cuerpo en

lugar del cordero (2ª lectura) y proclama el mandamiento del servicio (evangelio).

Pero, al mismo tiempo, Jesús es entregado por Judas y abandonado por los demás

discípulos.

Actualmente, al haber declarado Caritas el Jueves Santo como «día del amor

fraterno», tanto la institución de la eucaristía como la del sacerdocio han pasado,

por así decirlo, a un segundo plano. Sólo quienes participan en los oficios

litúrgicos se dan cuenta del misterio que entraña este día.

La celebración vespertina exige una preparación de la capilla o iglesia.

Conviene dar un realce especial a la mesa, que, a ser posible, debería ser grande y

estar bellamente adornada. El monumento puede hacerse en una mesa sencilla,

con vajilla adecuada, de tipo rústico. Se sitúan en el centro del presbiterio los

utensilios necesarios para el lavatorio: jarra con agua, jofaina y toalla. Cabe

empezar esta celebración fuera, en un patio -si es posible-, con una preparación

especial para disponernos a comenzar. Entramos cantando. Transcurre la

celebración según el ritual oficial. Después de la primera lectura (Ex 12) se

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prepara con cierta solemnidad la mesa. Un símbolo importante del Jueves Santo es

el lavatorio de los pies, en el que sería bueno que participara el mayor número

posible de fieles, y que se hiciera en silencio. Un canto de caridad puede preceder

o seguir a este gesto. Después podemos darnos la paz. Se hace una catequesis

adaptada a los niños presentes, sobre el sentido del lavatorio en el que participan.

En general, puede oírse en estos momentos música clásica, polifonía o canto

gregoriano. Ciertamente, el lavatorio de los pies es un gesto extraño a nuestra

cultura, pero ha sido transmitido por los oficios de este día y significa un servicio

que exige y requiere humildad. El «monumento» podría situarse en un sitio

apropiado del templo, donde se celebrará la «hora santa» Termina el jueves con

una oración prolongada personal en silencio.

La hora santa puede hacerse, bien el Jueves Santo por la noche, bien el

Viernes por la mañana. Se preparan textos bíblicos, cantos o música para ser oída,

fragmentos religiosos literarios, noticias sucintas del mundo, oraciones de petición

o de acción de gracias y breves revisiones personales de vida. Recuérdese que el

lenguaje religioso o litúrgico es en forma directa, dirigido a Dios. Como texto

bíblico, puede utilizarse el discurso de despedida de Juan (caps. 13-17), las «siete

palabras» o el itinerario del «via crucis». La experiencia nos dice que esta oración

personal es una de las más importantes del año. Podemos contar también con la

oración oficial de las Horas.

El Viernes Santo

El Viernes se centra en el misterio de la cruz, instrumento de suplicio y de

muerte (madero), pero sinónimo de redención (árbol). En el hecho de la cruz se

refleja el sufrimiento de Cristo, como el amor que se anonada, y el juicio de Dios,

junto al pecado de la humanidad, presente en el anonadamiento de Jesús por Dios.

Este día, denominado antiguamente al modo judío parasceve (preparación), es hoy

«celebración de la Pasión del Señor». Conmemoramos la victoria sobre el pecado y

la muerte. Jesús murió el 14 de Nisán judío, que aquel año fue viernes. La Iglesia

decidió conmemorar la muerte de Cristo en viernes, y su resurrección en domingo.

La actual celebración del Viernes Santo responde a la antigua liturgia cristiana de

la palabra, tal como la describe Justino hacia el año 150: proclamación de la

palabra de Dios, seguida de aclamaciones, oración de la asamblea por las

intenciones de la comunidad y bendición de despedida. La liturgia de la palabra,

sin eucaristía, era común en Roma los miércoles y viernes, a la hora de nona, hasta

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el siglo Vl. En el Viernes Santo se celebraba, desde el siglo IV, un oficio de la

palabra propio del día, con los elementos actuales: lecturas, oraciones solemnes,

adoración de la cruz y comunión.

La actual celebración del Viernes Santo es austera: gira en torno a la

inmolación del Señor. Se introduce la celebración mediante una catequesis

apropiada sobre el relato de la Pasión. Comienza por un rito inicial antiguo, la

postración del celebrante y de sus ayudantes en silencio. La primera lectura,

denominada «Pasión según Isaías», es el cuarto canto del siervo de Yahvé,

aplicado proféticamente a Jesús. En la segunda lectura, el siervo es el sumo

sacerdote que se entrega por los demás. El evangelio es el relato de la Pasión de

San Juan, donde la cruz es la suprema revelación del amor de Dios. Puede leerse la

Pasión entre varios, dividida en cinco escenas: huerto de los olivos, interrogatorio

religioso, interrogatorio político, crucifixión y sepultura. Se intercalan entre

escena y escena momentos de oración, canto o música y reflexión. Un texto largo,

como el de la Pasión, se sigue mejor con el mismo en la mano y, por supuesto, en

posición sedente. A la hora de la crucifixión se pueden clavar dos tablas grandes

que formen luego una cruz. Al final de la lectura evangélica, las personas que se

han identificado con los personajes principales de la Pasión expresan en voz alta y

de forma directa una reflexión actualizada. Se comienza diciendo, por ejemplo, «yo

soy Pedro», «soy la Magdalena», etc. Sigue la oración universal, formulario

romano del siglo v. Las oraciones solemnes y los improperios caben ser revisados

cada año. Después es adorada la cruz (una sola, no varias) por el pueblo, precedida

de su ostentación ante la asamblea: «Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo

clavada la salvación del mundo». A la adoración de la cruz le precede una monición

adecuada y la lectura de la «Pasión según Isaías». El gesto de adoración se hace

espontáneamente, como cada persona lo desee, mediante un beso, abrazo,

inclinación, de rodillas, tocando el madero, etc. Los matrimonios pueden ir juntos a

adorar la cruz, a ser posible con sus hijos. Los improperios evocan el misterio de la

glorificación de Jesús, que muere herido de amor y de ternura hacia su pueblo. La

celebración concluye con la comunión precedida y seguida de una oración

comunitaria y personal.

Para nuestro pueblo, el Viernes Santo es un día de dolor, manifestado por

dos figuras: el Nazareno y la Dolorosa. Los oficios de este día son desplazados casi

totalmente por las procesiones del catolicismo popular. Han decaído las

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devociones de las «siete palabras» y del «via crucis», actos típicos de la noche del

jueves ante el monumento.

La Vigilia-Pascual

La Vigilia Pascual es la celebración más importante del año, la culminación

de la Semana Santa y el eje de toda la vida cristiana, hasta el punto de haber sido

denominada «madre de todas las vigilias». Sin embargo, todavía está lejos de

significar algo importante para nuestro pueblo, que se hace presente, sobre todo,

en las procesiones del viernes. Para muchos de nuestros fieles sigue siendo el

Viernes Santo el día decisivo. Con todo, la resurrección de Jesús es dato básico de

la confesión de fe, comunicación de nueva vida e inauguración de nuevas

relaciones con Dios. Según la actual liturgia, el sábado es día de meditación y de

reposo, de paz y de descanso, sin misa ni comunión, con el altar desnudo. La

Vigilia Pascual más antigua que se conoce es del siglo III. Hacia el año 215, según

la Tradición de Hipólito, el bautismo era celebrado, con la eucaristía, en la Vigilia

Pascual. Esto se generalizó en el siglo IV. A finales de este siglo algunas Iglesias

introdujeron el lucernario pascual, que finalmente se extendió a todas partes. A

partir del siglo Xll se comenzó a bendecir el fuego.

Con la noche del sábado se inicia el tercer día del triduo. Según el misal, es

noche de vela. Está constituida por una larga celebración de la palabra que acaba

con la eucaristía. Se inicia el acto con una hoguera. En un primer momento, puede

prenderse un «fuego de campamento», con cantos jubilosos, danza de niños y

mayores alrededor del fuego, y quema de cosas que rechazamos: juguetes bélicos,

prensa mentirosa, jeringuillas de droga, etc. e empieza la celebración con una

monición para dar sentido a todo el acto, que tiene cuatro partes:

a) La liturgia de la luz

Se desarrolla de noche, fuera del templo, en torno al cirio, símbolo de Cristo,

al que siguen los bautizados con sus luminarias encendidas. El lucernario, o rito

del fuego y de la luz, tiene su origen en la práctica judía y cristiana primitivas de

encender una lámpara a la llegada de la noche, junto con una bendición. Los fieles,

con los cirios apagados en la mano, son los «exiliados». Con el fuego se enciende el

cirio pascual, y con éste se encienden las velas que portan los fieles; de este modo,

se entra en procesión en la iglesia, ya preparada y adornada profusamente. El cirio

encendido evoca la resurrección de Cristo. Dentro del templo se proclama el

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pregón pascual, canto de esperanza y de triunfo; su texto debiera ser propio cada

año. Dentro del Exultet caben aclamaciones festivas de la asamblea.

b) La liturgia de la palabra

En esta segunda parte se describe la historia de la salvación. Son

fundamentales las lecturas del Génesis (creación), Éxodo (liberación de Egipto),

Profetas (habrá una nueva liberación) y Evangelio (proclama de la resurrección).

Esta parte consta de una introducción catequética y de varias lecturas que narran

la historia de la salvación, hasta llegar al evangelio. Se intercalan las lecturas con

cantos, oraciones o noticias breves. Proclamada la resurrección, aplaudimos,

cantamos festivamente e incluso puede hacerse una danza, repartirse flores y

hasta encender bengalas. Todo gravita en torno a la Pascua del Señor.

c) La liturgia del agua

La tercera parte celebra el nuevo nacimiento. Se desarrolla especialmente

cuando hay bautismos, sobre todo de adultos. En el caso del bautismo de niños, los

padres hacen la petición, el presidente de la comunidad responde, se convoca a los

santos en las letanías, se bendice el agua, se exhorta a la profesión de fe y a los

compromisos cristianos y se procede al bautismo. Las promesas bautismales se

renuevan estando todos de pie, con los cirios encendidos, mediante un diálogo que

concluye con la aspersión. Un gran aplauso rubrica el acto sacramental.

d) La liturgia eucarística

La eucaristía es la cumbre de la vigilia. Los recién bautizados participan

activamente en la oración universal, procesión de ofrendas y comunión. Tras una

monición adecuada, se procede a preparar solemnemente la mesa con flores, cirios

y toda clase de ofrendas, en un «ofertorio» en el que pueden intervenir también los

niños (cabe incluso una danza a la hora de llevar los dones). La anáfora también

debiera ser nueva cada año. Al final de la fiesta, después de la comunión, se acaba

con un encuentro festivo, en el que no debe faltar un sencillo ágape en el que

participen todos los asistentes. La eucaristía pascual anuncia solemnemente la

muerte del Señor y proclama su resurrección en la espera de su venida.

La Eucaristía Pascual

En la eucaristía del Domingo de Resurrección se comenta la experiencia del

triduo, y varios participantes del mismo dan testimonio al reconocer que su vida

cristiana se ha visto robustecida por estas celebraciones regeneradoras, al modo

de unos «ejercicios espirituales» litúrgicos. El acontecimiento pascual,

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sacramentalmente celebrado en la eucaristía, no se reduce sólo a Cristo y a la

Iglesia, sino que tiene relación con el mundo y con la historia. La Eucaristía

Pascual es promesa de la Pascua del universo, una vez cumplida la totalidad de la

justicia que exige el reino. Todo está llamado a compartir la Pascua del Señor, que,

celebrada en comunidad, anticipa la reconciliación con Dios y la fraternidad

universal. El día pascual de la resurrección, Jesús comió con los discípulos de

Emaús y con los Once en el cenáculo. Son comidas transitorias entre la

resurrección y la venida del Espíritu. Estas comidas expresan el perdón a los

discípulos y la fe en la resurrección. Enlazan las comidas prepascuales de Jesús

con la eucaristía. Denominada «fracción del pan» por Lucas y «cena del Señor»

por Pablo, se celebraba al atardecer, a la hora de la comida principal. Había desde

el principio un servicio eucarístico (mesa del Señor) y un servicio caritativo (mesa

de los pobres). Se festejaba el «primer día de la semana», con un ritmo

celosamente guardado. Surge así la celebración del día del Señor (pascua

semanal), y poco después la celebración anual de la Pascua.

CASIANO FLORISTAN

DE DOMINGO A DOMINGO

EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS

SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 61-73