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    TEXTOSLITERARIOS

    ANTOLOGA

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    MINISTERIO DE EDUCACION,CIENCIAY TECNOLOGIA

    NAP

    NUCLEOS DEAPRENDIZAJES PRIORITARIOS

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    Gilgamesh busca el secreto de la inmortalidad

    Annimo, en: El cuento popular, Buenos Aires, CEAL, 1977.

    En una isla situada en los connes de la tierra viva segn se comentaba el ni-co mortal del mundo que haba podido escapar a la muerte: un hombre muy, muyviejo, cuyo nombre era Utnapishtim. Gilgamesh decidi buscarlo y aprender de lel secreto de la vida eterna.

    Se puso en viaje al amanecer, y nalmente, luego de haber caminado muchotiempo, recorriendo una gran distancia, lleg hasta los connes de la tierra, y vioante s una inmensa montaa, cuyos picos gemelos tocaban el rmamento, y cuyasraces llegaban hasta los ms proundos inernos. Delante de la montaa haba unenorme portn, guardado por terribles y peligrosas criaturas, mitad hombre y mitadescorpin.

    Gilgamesh vacil un momento, y se llev las manos a los ojos para protegerlos detan horrible visin. Pero luego se recobr y avanz resueltamente hacia los mons-truos. Cuando estos vieron que no se asustaba, y cuando contemplaron la belleza desu cuerpo, advirtieron de inmediato que no tenan ante s a un mortal comn. Pese aello, le cortaron el paso y le preguntaron cul era el objeto de su viaje.

    Gilgamesh les dijo que se haba puesto en camino para encontrar a Utnapishtim,a n de conocer el secreto de la vida eterna.

    Eso le respondi el capitn de los monstruos es algo que nadie alcanz asaber, ni hubo jams mortal alguno que haya podido llegar hasta ese sabio inmune altiempo. Pues el camino que nosotros guardamos es el camino del sol, sombro tnelde doce leguas: un camino que no puede ser hollado por la planta humana.

    Por largo y oscuro que sea contest el hroe, por grandes que sean lasatigas y los peligros, por ms trrido que sea el calor y por ms glacial que sea elro, yo estoy rmemente resuelto a llevar a cabo el viaje.

    Al or estas palabras, los centinelas tuvieron por cierto que se las haban con algoms que un mortal, y en seguida le abrieron el portn y le ranquearon el paso.

    Audaz e intrpidamente penetr Gilgamesh en el tnel, pero a cada paso quedaba el camino se volva ms oscuro, de modo que muy pronto se vio privado dela visin, tanto hacia delante como hacia atrs. Sin embargo, continu avanzando

    y cuando ya le pareca que su ruta era interminable, un soplo de viento acarici surostro, y un tenue rayo de luz atraves las tinieblas.

    Cuando sali a la luz, un maravilloso espectculo se oreci a su vista, pues seencontr en medio de un jardn encantado, cuyos rboles estaban cuajados depedrera. Y cuando todava estaba absorto en la contemplacin de tanta belleza, lavos del Dios-Sol baj hasta l desde el cielo.

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    ANTOLOGA TEXTOS LITERARIOS 11

    Gilgamesh le dijo- no avances ms. Este es el jardn de las delicias. Qudateen l un tiempo y disrtalo. Nunca antes haban los dioses concedido tal gracia aun mortal, y no debes esperar nada ms grande. La vida eterna que buscas, nuncala podrs encontrar.

    Pero ni siquiera estas palabras pudieron desviar al hroe de su rumbo, y dejandodetrs de s el paraso terrenal, sigui adelante en su camino.

    Al n, atigado y con los pies doloridos, lleg a un gran edicio con apariencia deposada. Arrastrndose hasta l lentamente, pidi que se le permitiera la entrada.

    Pero la posadera, cuyo nombre era Siduri, lo haba visto venir desde lejos, y juz-gando por su desastrada apariencia que no era sino un vagabundo, orden que lapuerta uera atrancada ante sus propias narices.

    En un primer momento, Gilgamesh se enureci y amenaz con quebrantar lapuerta, pero cuando la seora le habl desde la ventana y le explic la causa de sualarma, su clera se enri; le dijo quin era, la naturaleza de su viaje, y por qu ra-zn estaba tan desgreado. Entonces ella abri los cerrojos y le dio la bienvenida.

    Al caer la noche se hallaban en ranca conversacin, y la posadera trat de di-suadirlo de su empresa:

    Gilgamesh le dijo, nunca encontrars lo que buscas. Pues cuando los dio-ses crearon al hombre, le dieron la muerte por destino y ellos se quedaron con lavida. Delitate, pues, con lo que se te concede. Come, bebe y divirtete, que paraeso has nacido!

    Pero ni aun as se inmut el hroe, sino que, por el contrario, se puso a preguntara la posadera por el camino a Utnapishtim.

    Vive en una isla lejana, y para llegar debers cruzar un ocano. Pero ese oca-no es el ocano de la muerte y ningn hombre viviente ha navegado por l. Sinembargo, se encuentra ahora en esta posada un hombre llamado Urshanabi. Es elbotero del anciano sabio, y ha venido aqu por un mandado. Tal vez puedas persua-dirlo para que te cruce.

    De modo que la posadera present a Gilgamesh al botero, y este accedi aconducirlo hasta la isla.

    Pero con una condicin le dijo: No debers permitir que tus manos toquenlas aguas de la muerte, y una vez que la prtiga que utilices se haya sumergido enellas, debers soltarla de inmediato y usar otra, para que ninguna gota moje tus de-

    dos. De manera que toma tu hacha y corta ciento veinte prtigas, pues es un largoviaje, y las necesitars todas.

    Gilgamesh hizo lo que se le aconsejaba, y poco despus, ambos se hacan a lamar en el bote.

    Pero al cabo de algunos das de navegacin las prtigas se acabaron, y prontohubieran quedado a la deriva y hubieran ondeado, si Gilgamesh no se hubieraarrancado su camisa para mantenerla en alto como su uera una vela.

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    NUCLEOS DEAPRENDIZAJES PRIORITARIOS

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    Entretanto, Utnapishtim estaba sentado en la ribera de la isla, contemplando lasolas, cuando de pronto sus ojos percibieron a la amiliar embarcacin balancen-dose precariamente sobre las aguas.

    Algo anda mal murmur. Me parece que se ha roto el aparejo.Pero cuando el bote se aproxim, vio la extraa gura de Gilgamesh mantenien-

    do alzada su camisa contra el viento.Este no es mi botero murmur. Con seguridad que algo anda mal.Cuando tocaron tierra, Urshanabi llev de inmediato a su pasajero ante Utnapis-

    htim, y Gilgamesh le dijo por qu haba venido, y lo que buscaba.Ay, joven! le dijo el sabio nunca encontrars lo que buscas! Pues nada hay

    eterno en la tierra. Cuando los hombres rman un contrato, le jan trmino. Lo quehoy adquieren, tendrn que dejrselo maana a otros. Las viejas rencillas terminanpor extinguirse. Los ros crecen y se desbordan, pero al n vuelven a bajar susaguas. Cuando la mariposa sale de su capullo no vive sino un da. Todo tiene sutiempo y su poca.

    Cierto le contest el hroe. Pero t mismo no eres sino un mortal, en nadadierente de m; y sin embargo, vives perennemente. Dime cmo has encontrado elsecreto de la vida, para llegar a ser semejante a los dioses.

    Los ojos del anciano adquirieron un matiz de lejana. Pareci como si todos losdas de todos los aos estuvieran pasando en precesin ante l. Finalmente, alcabo de una larga pausa, levant la cabeza y sonri.

    Gilgamesh dijo lentamente, te dir el secreto, un secreto noble y sagrado,que nadie conoce uera de los dioses y de m mismo. Y le relat la historia del grandiluvio que los dioses haban enviado sobre la tierra en poca remota, y cmo Ea,el benvolo dios de la sabidura, le haba advertido de antemano por medio del sil-bido del viento que gema entre los juncos de su cabaa. Obedeciendo las rdenesde Ea haba construido un arca, la haba calaateado con alquitrn y asalto, habaembarcado en ella a su amilia y su ganado, y haba navegado durante siete das ysiete noches mientras las aguas crecan, las tormentas rugan desencadenadas, ylos relmpagos centelleaban. Al sptimo da, el arca haba encallado en una monta-a en los connes del mundo, y l haba abierto una ventana del arca, soltando unapaloma, para ver si las aguas haban descendido. Pero la paloma haba regresado,por alta de un lugar donde posarse. Luego haba soltado una golondrina, y ella

    tambin haba retornado. Por ltimo, haba soltado un cuervo, y este no regres.Entonces haba desembarcado a su amilia y a su ganado, y haba hecho oren-das a los dioses. Pero repentinamente el dios de los vientos descendi de cielo,lo volvi a conducir al arca, junto con su esposa, y lo hizo navegar sobre las aguasnuevamente, hasta llegar a la isla del lejano horizonte, donde los dioses lo habancolocado para morar en ella eternamente.

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    ANTOLOGA TEXTOS LITERARIOS 13

    Cuando Gilgamesh oy este relato, se dio cuenta en seguida de que su bsque-da haba sido vana, pues ahora era evidente que el anciano no tena rmula algunaque darle. Se haba vuelto inmortal, como acababa de comprenderlo, por graciaespecial de los dioses, y no, como Gilgamesh haba imaginado, por la posesin dealgn conocimiento oculto. El Dios-Sol tena razn, y tambin la tenan los hom-bres-escorpiones, al igual que la posadera. Lo que buscaba, nunca lo encontrara;al menos, no de este lado de la tumba.

    Cuando el viejo hubo terminado su historia, mir jamente el rostro ajado y losojos atigados del hroe.

    Gilgamesh le dijo bondadosamente debes descansar un poco. Acustate,y duerme durante seis das y siete noches. Y no bien hubo pronunciado estaspalabras, Gilgamesh se durmi proundamente.

    Entonces Utnapishtim se volvi hacia su mujer: vivir eternamente, si ni siquie-ra puede estarse sin dormir! Cuando despierte, por supuesto que lo negar loshombres siempre han sido mentirosos de modo que quiero que le des una pruebade su sueo. Por cada da que duerma, cuece una hogaza de pan y colcala juntoa l. Da tras da esas hogazas se pondrn duras y se enmohecern, y al sptimoda, cuando las vea en hilera ante s, comprobar, por su estado, cunto tiempo hapasado durmiendo.

    As ue como todas las maanas la esposa de Utnapishtim coci una hogaza,e hizo una marca en la pared para llevar cuenta de que otro da haba pasado; y,naturalmente, al cabo de seis das, la primera hogaza se haba secado, la segundaestaba como cuero, la tercera estaba empapada, la cuarta tena manchas, la quintaestaba llena de moho, y solo la sexta pareca resca.

    Cuando Gilgamesh se despert pretendi por supuesto que nunca haba dormido:Qu es esto? le dijo a Utnapishtim. En el momento en que voy a echarme

    una siestita me empujas el codo, y me despiertas! Pero Utnapishtim le mostrlos panes, y entonces Gilgamesh comprendi que haba dormido durante seis dasy siete noches.

    Entonces Utnapishtim le orden lavarse y limpiarse, y prepararse para el viajede regreso. Pero cuando el hroe suba a su bote, listo para partir, la esposa deUtnapishtim se acerc.

    Utnapishtim dijo-, no puedes enviarlo de vuelta con las manos vacas. Ha cum-

    plido un largo viaje, con gran esuerzo y atiga, y debes hacerle un regalo al partir.El anciano alz la mirada, y contempl detenidamente al hroe:Gilgamesh le dijo-, te dir un secreto. En las proundidades del mar hay una

    planta que parece una estrellamar y tiene espinas como una rosa. El hombre quede ella se apodere y la saboree recuperar su juventud!

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    Cuando Gilgamesh oy estas palabras at pesadas piedras a sus pies y se sumer-gi en las proundidades del mar, y all, en el lecho del ocano, encontr a la espinosaplanta. Sin cuidarse de sus pinchazos la asi con sus dedos, cort los lazos que suje-taban las piedras a sus pies, y esper que la marea lo llevara hasta la costa.

    Entonces mostr la planta a Urshanabi el botero:Mira le dijo-, esta es la amosa planta llamada Rejuvenece-barba-gris!

    Aquel que la prueba renueva su plazo de vida! La llevar conmigo a Erech y harque el pueblo la coma. Al menos as tendr alguna recompensa por mis atigas!

    Luego de haber cruzado las peligrosas aguas y de tocar la tierra, Gilgamesh y sucompaero iniciaron el largo viaje a pie hasta la ciudad de Erech. Cuando hubieronrecorrido cincuenta leguas el sol comenz a ponerse, y buscaron entonces un lu-gar donde pasar la noche. De sbito dieron con un resco arroyuelo.

    Descansaremos aqu dijo el hroe-. Yo voy a baarme.Se quit en seguida sus ropas, deposit la planta en el suelo, y se sumergi en

    las rescas aguas del arroyo. Pero en cuanto volvi sus espaldas, una serpientesali del agua, y al olatear la ragancia de la planta se la llev consigo. Y apenas la

    prob, se desprendi de su vieja piel y recuper su juventud.Cuando Gilgamesh vio que la preciosa planta haba escapado de sus manos

    para siempre, se sent y llor con amargura. Pero pronto volvi a levantarse, y re-signado nalmente a compartir la suerte de toda la humanidad, volvi a la ciudadde Erech, retornando a la tierra de donde haba venido.

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    El malentendido

    Annimo, en: El cuento popular, Buenos Aires, CEAL, 1977.

    Saben ustedes lo que ha sucedido en Moral ahora poco? Cosa horrible. Hay unaamilia compuesta de la madre y dos hijas; la una casada vive en un paraje nodistante, y un hermano que sali nio para Amrica volva con una buena ortunaen doblones. Llega a casa de la hermana casada, se hace reconocer y le cuentala buena nueva, anuncindole que va a casa de su madre de quien no se harreconocer para darle un chasco. Al da siguiente la hermana va a la casa paterna,y signo ninguno exterior le indica la presencia de su hermano. Y el viajero?,pregunta. Qu viajero? le contestan madre e hija despavoridas. El viajeroque vino a alojarse. No ha venido nadie contesta la madre plida. Se ue estamaana contesta al mismo tiempo la hija. Pero, madre, era Antonio que vena deAmrica, rico. Antonio, mi hijo! Mi hermano! -exclaman mesndose los cabellos-,y el corazn no me haba dicho nada!... Madre y hermana lo haban asesinado enla noche por apoderarse del saco de onzas...!

    El sombrero metamrfco

    Silvina Ocampo, en: Cuentos completos II, Buenos Aires, Emec, 1999.

    Los sombreros se usan para precaverse del sol o del ro. Los campesinos no puedenprescindir de ellos; los alpinistas, tampoco. No son meros objetos rvolos, decorativoso ridculos. Se usan tambin o se usaron para saludar, para halagar, para molestar.

    No conocen la historia del sombrero metamrco?Existi en el sur de Inglaterra, en 1890. Cuentan que era de terciopelo verde y tan

    apropiado para los hombres como para las mujeres. Una plumita engarzada en unanillo de ncar era su nico adorno. Este sobrero apareci por primera vez en la casade un seor ingls, a las ocho de la noche de un mes de marzo. Nadie reconoci nireclam el sombrero. Al da siguiente, cuando lo buscaron para examinarlo, no estabaen ningn rincn de la casa. Otra vez, apareci en la casa de un mdico, a la mismahora. El mdico, creyendo que era de la paciente que acababa de irse, lo guard en

    su ropero, cosa que molest a su mujer. La disputa dur hasta el alba, en que habla-ron de divorcio. Otra vez provoc un duelo entre dos jvenes, amantes de una mismaseora. La aparicin del sombrero, que llevaba de adorno un anillo, haba provocadoen ambos la sospecha de una activa indelidad. El sombrero ue a dar al Tmesis,pues no haba orma de deshacerse de l; quien lo arroj ue castigado con veintelatigazos. El sombrero se haba oscurecido; algo humano tena en el lado derecho delala, sobre el ojo de quien lo probaba, dndole ganas de acariciarlo.

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    NUCLEOS DEAPRENDIZAJES PRIORITARIOS

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    No lo toquen, nios exclamaban las personas mayores, cuando los jvenesse lo probaban.

    Trae mala suerte. Habr pertenecido a algn brujo o bruja, que se dedica ahacer malas jugadas. Entra en las casas sin que nadie lo lleve. Es un intruso. Losobjetos son como las personas, malas o buenas. Este es malo.

    No es malo le asegur un nio a una nia. Si me lo pongo, soy Juana deArco, oigo voces.

    Y yo Enrique Octavo dijo la nia, tratando de arrebatrselo.Por increble que parezca, la nia se pareca a Enrique Octavo.Tanto y tanto hicieron que el sombrero ue a dar otra vez al Tmesis, y el que lo

    rescat, un transente cualquiera, se lo llev a su casa. No lo guard, le agreg unasforcitas de seda y lo llev a la eria para venderlo, con un conjunto de blusa y alda.

    En algn diario sali la noticia del sombrero. Adquiri una ama extraa; ue adar a una sombrerera, que venda sombreros masculinos y emeninos. Frente aldesmesurado espejo del probador, ocurran transormaciones mgicas. Duranteesas transormaciones, el espejo perda su claridad por un instante y se llenabade raras lneas negras y sombras de animales. Probarse aquel sombrero bastabapara que un hombre se volviera mujer y una mujer hombre. Las madres de algunosnios no dejaban que sus hijos pasaran rente a la puerta de la sombrerera pormiedo a que surieran una indebida metamorosis. Muchas clientas orecan todasu ortuna con tal de comprar el sombrero, pero el precio estaba por encima de susposibilidades; adems, la moda ya haba cambiado.

    El sombrero segua colocado en el escaparate ms visible y lujoso de la casa. Sedijo que bastaba probarse una vez el sombrero para lograr la cura de una sinusitis, deuna angina o de un glaucoma. Tambin se dijo que curaba los males de amor; conse-gua enamorar a quien se lo probara, si miraba en el espejo una otograa del elegido.Estas curas resultaban costosas. El sombrero, de tan manoseado, no se destea nise marchitaba. Dijeron los clientes que lo haban alsicado, con also terciopelo, queya no era de ese verde tan delicado, sino de un verdinegro que engaaba a los ojos.

    Tal vez se dedique a la maldad dijeron ciertos malvados.Es un sombrero que se parece a las personas.No s si tuvieron razn, pero el mal se apoder de los nimos.Trae mala suerte, irradia veneno dijo un sabio, no por maldad sino por sabi-

    dura-. Hay que matarlo.Lo mataron. Cmo? Nunca se sabr. Pero dicen que se agit cuando le arran-

    caron el ala y que dio un imperceptible grito.En el espejo qued por un tiempo un refejo verde, como el de algunas piedras.

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    Poemas de las islas, y el ro de la Muerte

    Ral Gonzlez Tun, en:Antologa potica, Buenos Aires, Losada, 1980.

    En el pas en donde el viento cambia de nombre cada cien lenguas.En el pas en donde nacen las grandes crecientes y nauragan las veletas.En el pas donde los ros cambian de nombre cada cien leguas.Donde las orqudeas son devoradas por lianas.En la cuenca del Amazonas y del Plata,Poblada de gatos monteses, caimanes, jabales, basiliscos,Multicolores moscardones, grandes pjaros asesinos.En el pas donde la selva atrapa con el sutil venenode la terrible ebre verde.All donde se encuentran los imponentes ros, vecinos del dolor y del espanto delos caucheros y los leadores.Y ms all, donde yacen extraas ciudades enterradas desde hace miles de aos;sus muertos, sus hazaas y sus ritos.En el pas donde disputan vientos y soles, lluvias y sequas,olores excitantes, grillos mgicos, sapos gigantescos.All donde hay algo ms que el oro y los diamantes,ms que el bosque compacto, las selvas vrgenes y los ros tremendos:hay, en el corazn misterioso de este mundo,la total, ascinante atraccin de la selva.Y pregntenle a Fawcet, explorador ingls, si es que retornade la isla que navega en el Ro de la Muerte,rumbo a un destino inexorable, hacia el Ocano.Hacia el inconmensurable cementerioDe aventureros, de islas y de barcos.

    El viajero contemplando un mar

    de nubes, leo sobre lienzo 98, 4x 74,8 cm. Caspar David Friedrich,1817-18 (detalle).

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    Blues del barco abandonado

    Ral Gonzlez Tun, en:Antologa potica, Buenos Aires, Losada, 1980.

    A Evita Botana

    Aqu estoy desde el da en que var la rosa.Nadie podr saber quin distrajo su rumbo.Aqu ui destruyndome y hoy, casi vuelto al rbol,slo la el madera permanece en su orma.La tempestad me trajo del pedrusco y el limoQue arrebat al secreto de las aguas atroces.Los nuragos partieron y el capitn, sin novia,Qued en los arrecies lejanos del olvido.

    Cuando la luna saca mi mascarn a fotela aventura vaca se puebla de recuerdos,donde en el remolino de las ondas amargasuna paloma besa la rente de la noche.

    Vuelvo a ver hondos puertos de carbn y de sal,tiestos en la ventana del aduanero triste,y oigo los acordeones que en los barcos de sombradicen dulces Italias en nostalgia de mar.Vuelvo a ver marineros que cantan en las ondas,deliciosos tatuajes con nombres de mujeres,la cajita de msica y el pontn atigadoen donde el ngel vela su sueo de gaviota.

    Vuelvo a ver horizontes de aldeas sumergidas,lavanderas que lloran a los maridos muertos,callejones con ondos de silueta de ahorcadoy el muelle, cuando atracan las ratas perseguidas.

    He bordeado la isla de forida raganciala tarde en que me vieron pasar los pescadores.Yo iba a recoger a sus hijos perdidosen el eroz remanso que devor la balsa.Vencedor de la niebla, timonel de ojo astuto,por los ros amosos cargu placer y pena,alegres contrabandos de amores ugitivos,

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    el jugador ullero y el leador oscuro.Ni los soles tremendos ni la bruma enervanteconsiguen abatir mi esqueleto solemne.Slo turban la paz de mi prisin mecidalos asaltos urtivos de los nios salvajes.

    Quisiera ser un puente, un andamio, un reugioen la lluvia o el retro de los exploradores.No estar aqu tumbado, deshabitado, eterno.Quisiera ser el arca del ltimo diluvio.

    A veces desde el tiempo, por la playa desnudaviene Mary Celeste. Su adolescencia errantebajo la Cruz del Sur se tie extraamentey me contempla, solo, desierto de la espuma.

    Su clara aparicin me hace amar esta orilla,el otoo mojado y mi antigua congoja.Entonces un albatros nace en alguna parte,y se torna dorada mi magnica ruina.

    La mujer que gastaba las escobas

    Annimo, en www.imaginaria.com.ar(traduccin de Mximo Damin Morales)

    Haba una vez un joven matrimonio muy eliz. El hombre se llamaba Jos y la mu-jer tena por nombre Alba. Los dos eran personas muy trabajadoras y gozaban demuy buena salud.

    El marido trabajaba como empleado en una tienda de telas, cuyo dueo le habatomado mucho cario. De a poco haba ido ganndose su aecto y respeto hastaconvertirse en el encargado general, y aspiraba a que, algn da, cuando el dueoalleciera, le legara la tienda, ya que este no tena hijos.

    La mujer era uerte y de penetrante mirada, su cabello tena unos pocos rizos

    colorados y su nariz estaba moteada por algunas pecas. Trabajaba todo el da enla casa, limpiando, dndole de comer a los animales y cuidando la pequea huerta.An no tenan hijos pero deseaban tenerlos.

    Todos los lunes, cuando el marido se preparaba para ir a trabajar, ella le pedadinero para comprar una nueva escoba. Jos no poda entender cmo haca paragastar una escoba por semana.

    Pero qu es lo que haces con las escobas, mujer?

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    NUCLEOS DEAPRENDIZAJES PRIORITARIOS

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    Querido esposo responda ella con su ms dulce voz, entra mucho polvillo,barro y hojas de auera, y sabes que yo soy muy limpia. Es mi deso que nuestrohogar sea un lugar libre de suciedad. Adems, dime: en qu clase de casa te gus-tara que criara a tus hijos?

    El marido no tena ganas de discutir por una escoba, as es que le dej una mo-neda ms sobre la mesa y parti a su trabajo.

    Todos los lunes Jos le dejaba dinero para que su esposa comprara una escobanueva y hasta un par de veces, llevado por la curiosidad, l mismo revis la usadaantes de arrojarla al ogn como lea. Todas se encontraban en un estado deplo-rable, algunas estaban tan gastadas que casi no les quedaba paja.

    Un domingo en la misa, Jos qued impresionado por el sermn que dio elsacerdote. Habl de brujera y de los poderes oscuros que el Diablo utilizaba paraatraer a sus vctimas y conseguir adeptos que daaran, por medio de hechizos te-rribles, a los pobres y eles cristianos.

    La mujer deca el cura con el dedo ndice levantado como dando una senten-cia es especialmente dbil rente a las artimaas del Diablo. Recuerden que ueuna mujer, Eva, la que mordi la manzana y se la oreci a Adn y por ese motivoueron expulsados del Paraso, que Dios haba hecho para ellos, para que vivieranen la total y absoluta elicidad.

    La gente asenta los dictmenes del sacerdote y guardaban el ms inquebran-table silencio, prestando especial atencin a sus palabras. Muchas de las personasde ese pueblo, por primera vez, estaban oyendo un sermn interesante, algo queverdaderamente vala la pena escuchar.

    Hacer brujera es lo mismo que hacer un pacto con el Demonio conti-nuaba el sacerdote. Hay que prestar atencin a las pequeas pruebas, losdetalles que nos demuestran, con la luz de la verdad, que la oscuridad moraentre nosotros.

    Toda la gente del pueblo regres a sus casas con las palabras del cura en sumemoria; el miedo atenazaba sus almas y las dudas morticaban su mente.

    A la maana siguiente, Jos se prepar para ir a trabajar. Desayun con su es-posa y luego, antes de marcharse, ella le dijo:

    Djame una moneda para una escoba nueva.Jos se estremeci porque sinti que en esas palabras resonaba la voz del

    Diablo. Sera su mujer una bruja? Qu clase de brujeras hara con las escobasque l le pagaba? Cuando lleg a ese pensamiento, su corazn dio un vuelco: eltambin sera atrapado por las garras del Demonio por contribuir a los hechizoscon escobas que l mismo compraba?

    La mujer haba dejado sus tareas y lo miraba jamente. Podra leerle el pensa-miento? Era su mujer o el Demonio quien lo estaba mirando de esa orma?

    Aqu tienes, mujer, una moneda ganada con el sudor de mi rente como Diosmanda.

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    ANTOLOGA TEXTOS LITERARIOS 21

    Alba, sorprendida, tom la moneda y luego sonri.Que te vaya bien, querido.El da de trabajo ue terrible, y Jos calcul mal varias veces la longitud que

    deba cortar y desperdici varios metros de preciosa tela. Las cuentas no le salan,la tijera no cortaba, le dola la cabeza y no poda pensar en otra cosa que no uerasu mujer, el Diablo y las escobas. Camin lentamente de regreso a su casa, uerezando y tratando de tranquilizarse.

    Tal vez se deca a s mismo yo estoy asustado y mi pobre mujer no esms que una trabajadora de Dios que cumple con la tarea de mantener limpio elhogar.

    Pero decidi que, a partir de ese momento, le prestara atencin al estado delas escobas.

    Su mujer lo esperaba con una suculenta cena caliente, y a pesar de que Josdescon en un primer momento, comi toda la comida que le sirvi. Ella se uea acostar y, antes de hacerlo l, busc la escoba y la encontr casi como nueva.Suspir y se ue a dormir.

    A la maana siguiente se levant y ue a vericar cmo estaba la escoba: seencontraba en el mismo estado y lugar en que la haba visto a la noche.

    Ms tranquilo, desayun con su amada y parti al trabajo.La jornada result buena y Jos regres a su casa como siempre. Cen con su

    esposa, quien le dijo que estaba cansada, y le propuso irse a dormir ms temprano.Jos tambin senta sueo, pero antes de acompaarla ue a ver la escoba: seencontraba en el mismo estado que el da anterior. Regres con su mujer, se su-mergi entre las mantas y se durmi inmediatamente.

    A la maana siguiente se levant, desayun y estaba por irse a trabajar cuandovio que la escoba, apoyada contra el umbral de la puerta que daba hacia la calle,estaba casi deshecha, como si alguien la hubiera usado toda la noche.

    Su corazn dio un vuelco. Mir a su mujer y, an ponindose el chaleco, partirpidamente sin saludar.

    No puede ser! se quejaba mientras caminaba hacia la tienda. Mi mujer nopuede ser una bruja!

    Otra vez volvi a tener un mal da de trabajo: la gente que entraba en la tiendase iba sin comprar y los gneros que cortaba siempre eran demasiado cortos o

    demasiado largos.Regres a su casa con el semblante serio, pensando que no se dejara engaar

    por las argucias del Diablo. Decidi que, a partir de ese momento, no comera nadade lo que ella le preparara.

    Alba not el cambio de actitud de su marido: l casi no le hablaba, no coma y, ala noche, se levantaba a cada rato.

    Jos se levantaba todas las noches para vericar el estado de la escoba, que

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    se encontraba igual de estropeada que la ltima vez que la haba visto. Tambinespiaba a su esposa y la observaba dormir.

    La alta de buena comida y de sueo lo estaban morticando demasiado, no eralo habitual para alguien que llevaba una vida cmoda. Iba a desistir de sus espiadasnocturnas, hasta que lleg la noche del viernes.

    Jos luchaba interiormente para mantenerse despierto pero aparentando quedorma. Como si se tratara de un juego, acompas su respiracin e, incluso, emitialgunos ronquidos.

    De pronto, su mujer se volvi en la cama y lo observ detenidamente. Jos lapoda ver entre las pestaas de los prpados que mantena casi cerrados.

    La mujer se levant suavemente, casi sin mover la cama. Entorn la puerta y ca-min hasta la cocina sin encender ninguna luz. Jos, a su vez, se levant despacioy, sin hacer ruido, se acerc a la rendija para espiarla.

    Vio que su mujer se quitaba toda la ropa, quedndose completamente desnuda.El refejo de la luna brillaba sobre su cuerpo pecaminoso. Nunca la haba visto as,tan radiante, tan libre, tan atractiva y tan... desnuda!

    La lujuria se apoder de su alma, la pasin le golpeaba cada centmetro de sucuerpo, pero rez a Dios para que le alejara esas sensaciones lujuriosas.

    Mientras luchaba con sus emociones, segua espiando. Ahora su mujer tomabaun rasco con un lquido espeso de color verdoso, y metiendo dos dedos dentro del, comenzaba a untarse todo el cuerpo.

    Sentimientos encontrados de odio, miedo, pasin y vergenza se sucedan en elinterior del alma de Jos. Qu deba hacer?

    Finalmente decidi esperar y ver lo que haca su esposa.Alba tap el rasco y lo guard cuidadosamente en el armario, luego camin

    hasta el umbral de la puerta donde estaba apoyada su escoba, la puso entre suspiernas y fexionando las rodillas se sent sobre ella. Mencion unas palabras m-gicas, se elev en el aire y desapareci por la chimenea.

    Jos estaba atnito, su cuerpo temblaba. Rpidamente se calz los zapatos ysali corriendo en busca del sacerdote.

    Al llegar a la parroquia golpe desesperadamente las puertas.El cura le abri y le pregunt:Qu sucede, Jos?

    Algo terrible, he visto algo terrible, padre.El sacerdote lo hizo pasar y, luego de sentarlo y orecerle un vaso de agua, por

    n, Jos le cont todo lo que haba visto.El cura lo mir con semblante serio y nalmente habl:Pues, por lo que me dices, tu mujer es una bruja, hizo un pacto con el Diablo y

    deber pagar las consecuencias. Has hecho bien en venir y contarme, as estarslibre de pecado y expiars tus culpas.

    Jos estaba destruido y se aerraba con ambas manos su cabeza desgreada.

    he Ingoldsby Legends,thur Rackham (detalle).

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    El cura lo tom de un hombro y le dijo:No te preocupes, hijo, has hecho lo correcto.El sacerdote mand a su ayudante a buscar a los guardias que llegaron pronto.Rpido, debemos hacerlo rpido antes de que se d cuenta la bruja dijo.Los hombres partieron en la noche, armados con espadas, dagas y antorchas. El

    sacerdote iba a la cabeza con un ejemplar de las Sagradas Escrituras.Llegaron a la casa de Jos y sorprendieron a la mujer en la cama.No nos engaas, Diablo dijo el cura sarcsticamente.Alba se despert sobresaltada, pareca no saber lo que ocurra.Jos? Eres t? Qu pasa? Qu hacen todos estos guardias en nuestra casa?No es tu casa respondi rpidamente el sacerdote, el Diablo no tiene ca-

    bida en este lugar.Pero yo soy su mujer!No, eres una bruja! repuso el cura con nasis.Los guardias la destaparon y la arrancaron de la cama, luego, le amarraron las

    manos a la espalda.Crtenle el cabello para que no pueda hacer su magia demonaca! orden

    el hombre del clero.Uno de los guardias sac una daga y comenz a cortar tanto pelo como piel de

    la cabeza de la mujer, que se debata con todas sus uerzas.Arrojen su escoba del demonio al uego, que arda ahora como ella arder en

    un uturo cercano!Los guardias tomaron la escoba desgarbada y la arrojaron al uego con temor.Jos! gritaba Alba, aydame por avor!Te vi volar dijo Jos, casi como en un susurro.Ella cerr los ojos y baj la cabeza, presa del mayor dolor: su esposo la haba

    denunciado.El juicio ue rpido, varios testigos aseveraron haberla visto cruzar el cielo mon-

    tada en su escoba y algunos ms aseguraron haber sido vctimas de malecios queella misma haba elaborado.

    La quemaron en la plaza pblica, rente a los ojos de cientos de personas queconcurrieron al macabro espectculo. Todos los hombres, mujeres y nios del pue-blo contemplaron la ejecucin de la bruja llamada Alba. Todos menos su marido,

    Jos, que a partir de ese da ya no volvi a sentir alegra y, poco a poco, se uesumergiendo en una angustia cada vez ms prounda hasta que muri. Algunosdicen que muri de pena, debido a su remordimiento por lo que haba hecho, peromuchos ms dicen que muri hechizado por el ltimo deseo de la bruja llama Alba,la mujer que gastaba las escobas.

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    El miedo

    Eduardo Galeano, en: Mujeres, Buenos Aires, Biblioteca Pgina/12, s/r.

    Esos cuerpos nunca vistos los llamaban, pero los hombres nivakle no se atrevana entrar. Haban visto comer a las mujeres: ellas traban la carne de los peces conla boca de arriba, pero antes la mascaban con la boca de abajo. Entre las piernas,tenan dientes.

    Entonces los hombres encendieron hogueras, llamaron a la msica y cantarony danzaron para las mujeres.

    Ellas se sentaron alrededor, con las piernas cruzadas.Los hombres bailaron durante toda la noche. Ondularon, giraron y volaron como

    el humo y los pjaros.Cuando lleg el amanecer, cayeron desvanecidos. Las mujeres los alzaron sua-

    vemente y les dieron agua para beber.Donde ellas haban estado sentadas, qued la tierra toda regada de dientes.

    Aparicin

    Guy de Maupassant, en: Magnetismo,Buenos Aires, Biblioteca Pgina/12, s/r.

    Se hablaba de secuestros a propsito de un reciente proceso. Era al nal de unavelada ntima, en la calle de Grenelle, en una antigua mansin, y cada cual tena suhistoria, una historia cuya autenticidad armaba.

    Entonces el viejo marqus de La Tour-Samuel, de 82 aos de edad, se levanty ue a apoyarse en la chimenea. Dijo con su voz algo temblona:

    Tambin yo s una cosa extraa, tan extraa que ha sido la obsesin de mi vida.Hace ya 56 aos que me ocurri esa aventura, y no pasa un mes sin que la vuelvaa ver en sueos. De ese da me ha quedado una marca, una impronta de miedo,entienden ustedes? S, padec un horrible espanto, durante diez minutos, y contal intensidad que a partir de esa hora perdura en mi alma una especie de terror

    constante. Los ruidos inesperados me hacen estremecerme hasta la mdula; losobjetos que distingo mal en las sombras del atardecer me dan unas ganas locasde escapar. En n, tengo miedo de noche.

    Oh! No habra conesado esto antes de llegar a la edad que tengo. Ahora puedodecirlo todo. Cuando uno tiene 82 aos, est permitido no ser valiente ante peli-gros imaginarios. Ante los peligros reales no he retrocedido nunca, seoras.

    Esta historia trastorn tanto mi espritu, me inundi una turbacin tan honda, tanmisteriosa, tan horrible, que ni siquiera la cont nunca. La guard en el ntimo ondo

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    de m, en ese ondo donde se guardan los secretos penosos, los secretos vergonzo-sos, todas las inconesables debilidades que tenemos en nuestra existencia.

    Voy a contarles la aventura tal cual, sin tratar de explicarla. Con toda seguridad esexplicable, a menos que haya tenido yo una hora de locura. Pero no, no he estadoloco, y les dar una prueba. Imagnense lo que quieran. He aqu los simples hechos.

    Era en 1827, en el mes de julio. Yo me encontraba de guarnicin en Run.Un da, cuando me paseaba por el muelle, tropec con un hombre al que cre re-

    conocer, aunque sin recordar exactamente quin era. Hice, instintivamente, ademnde detenerme. El extrao se dio cuenta del gesto, me mir y cay en mis brazos.

    Era un amigo de la juventud a quien haba querido mucho. Durante los cincoaos que no lo haba visto, pareca haber envejecido medio siglo. Su pelo era com-pletamente blanco; y andaba encorvado, como agotado. Comprendi mi sorpresa yme cont su vida. Una horrible desgracia lo haba destrozado.

    Locamente enamorado de una joven, se cas con ella entre una especie dextasis de elicidad. Tras un ao de dicha sobrehumana y de pasin inextinguible,ella haba muerto repentinamente de una enermedad del corazn, matada por elpropio amor, sin duda.

    El abandon su quinta el mismo da del entierro, y haba venido a habitar en sumansin de Run. Y all viva, solitario y desesperado, rodo por el dolor, tan inelizque slo pensaba en el suicidio.

    Ya que te encuentro as, me dijo, te pedira que me hicieras un gran avor, y esir a buscar en el escritorio de mi habitacin, de nuestra habitacin, unos papelesque necesito con urgencia. No puedo encargar esa diligencia a un subalterno o aun hombre de negocios, pues es menester una impenetrable discrecin y un silen-cio absoluto. Por mi parte, por nada del mundo entrara en esa casa.

    Te dar la llave de esa habitacin, que cerr yo mismo a marcharme, y la llave delescritorio. Le entregars adems, una nota ma al jardinero, que te abrir la quinta.

    Pero ven a almorzar conmigo maana, y hablaremos de ello concluy mi amigo.Promet hacerle aquel pequeo avor. Por lo dems, para m era un simple pa-

    seo, pues su posesin estaba situada a unas cinco leguas de Run. Tardara unahora a caballo.

    A las diez, al da siguiente, estaba en su casa. Almorzamos los dos solos; pero lno pronunci ni veinte palabras. Me rog que lo disculpase; la idea de la visita que

    yo iba a hacer a aquella habitacin, donde yaca su elicidad, le trastornaba, me dijo.Y, en eecto, me pareci singularmente agitado, preocupado, como si en su almase librase un misterioso combate.

    Por ltimo me explic exactamente lo que deba hacer. Era muy sencillo. Debacoger dos paquetes de cartas y un ajo de papeles guardados en el primer cajn dela derecha del mueble cuya llave tena. Agreg: No necesito rogarte que no paseslos ojos por ellos.

    Casi mi hiri esa rase, y se lo dije un poco vivamente. Balbuci:

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    Perdname, suro demasiado. Y se ech a llorar.Lo dej hacia la una para cumplir mi misin.Haca un tiempo radiante, y yo marchaba a trote largo a travs de las praderas,

    escuchando cantos de alondras y el rtmico ruido del sable sobre mi bota.Despus entr en el bosque y puse mi caballo al paso. Las ramas de los rboles

    me acariciaban el rostro, y a veces atrapaba una hoja con los dientes y la masticabavidamente, con una de esas alegras de vivir que nos llenan sin saber por qu, de unaelicidad tumultuosa y como inaprensible, una especie de embriaguez de uerza.

    Al aproximarme a la quinta, busqu en el bolsillo la carta que llevaba para eljardinero, y advert con extraeza que estaba lacrada. Me sorprend e irrit tantoque a punto estuve de regresar sin realizar el encargo. Despus pens que iba ademostrar con eso una susceptibilidad de mal gusto. Mi amigo haba podido, ade-ms, cerrar la nota sin jarse, turbado como estaba.

    La morada pareca abandonada desde haca veinte aos. La barrera, abierta ypodrida, se mantena en pie no se sabe cmo. La hierba llenaba las avenidas; losarriates se conundan ya con el csped.

    Al ruido que hice dando patadas contra un postigo sali un viejo por una puertalateral y pareci estupeacto al verme. Salt a tierra y le entregu mi carta. La ley,la reley, le dio vueltas, me examin de soslayo, se meti el papel en el bolsillo ypronunci:

    Bueno! Y qu desea?Respond bruscamente:Usted debe saberlo, puesto que ha recibido en ese papel las rdenes de su

    amo; quiero entrar a la casa.Pareca aterrado. Declar:Entonces, va usted a... a su habitacin?Yo empezaba a impacientarme.Pardiez! Es que tiene usted la intencin de interrogarme, por casualidad?Balbuci:No... seor..., pero es que... es que no se ha abierto desde... desde la... muerte.

    Si quiere usted esperar cinco minutos, voy a ir... ir a ver si...Le interrump con clera:Ah! Vamos, se burla de m? No puede usted entrar, tengo yo la llave.

    Ya no saba qu decir.Entonces, seor, le ensear el camino.Enseme la escalera y djeme solo. La encontrar sin usted.Pero... seor... sin embargo...Esta vez me enurec de veras:Y ahora, cllese, no? O tendr que vrselas conmigo.Lo apart violentamente y penetr en la casa.

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    Atraves primero la cocina, despus dos pequeas piezas donde el hombre vivacon su mujer. Salv a continuacin un gran vestbulo, sub la escalera y reconoc lapuerta indicada por mi amigo.

    La abr sin dicultad y entr.El aposento estaba tan oscuro que al principio no distingu nada. Me detuve,

    asaltado por ese insulso olor a moho de las piezas deshabitadas y condenadas,de las habitaciones muertas. Despus, poco a poco, mis ojos se habituaron a laoscuridad, y vi con bastante nitidez una gran pieza desordenada, con una cama sinsbanas, pero con colchones y almohadas, una de las cuales tena la huella proun-da de un codo o de una cabeza, como si alguien acabara de apoyarse.

    Las sillas parecan en desorden. Observ que una puerta, la de un armario sinduda, se haba quedado entreabierta.

    Me dirig ante todo a la ventana para dar luz y la abr; pero los herrajes de lascontraventanas estaban tan herrumbrosos que no pude hacerlas ceder.

    Intent incluso romperlos con el sable, sin conseguirlo. Como me irritaban estosesuerzos intiles, y como mis ojos al nal se haban acostumbrado perectamente a lapenumbra, renunci a la esperanza de ver con ms claridad y ui hacia el escritorio.

    Me sent en un silln, baj la tapa, abr el cajn indicado. Estaba lleno hasta los topes.Slo necesitaba tres paquetes, que saba cmo reconocer, y me puse a buscarlos.

    Abra desmesuradamente los ojos para descirar los sobrescritos, cuando creor o mejor dicho sentir un roce a mis espaldas. No le di importancia, pensando queuna corriente de aire haba movido alguna tela. Pero al cabo de un minuto, otromovimiento, casi indistinto, hizo correr por mi piel un singular estremecimiento dedesagrado. Era tan idiota alterarse, aunque uera un poco, que no quise volverme,por pudor de m mismo. Acababa entonces de descubrir el segundo de los ajosque necesitaba; y en el mismo momento en que encontraba el tercero, un grandey penoso suspiro, lanzado contra mi espalda, me hizo dar un salto a dos metros deall. En mi impulso me haba vuelto, con la mano en el puo del sable, y con seguri-dad, de no haberlo sentido a mi costado, habra huido como un cobarde.

    Una mujer alta, vestida de blanco, me miraba, de pie tras el silln donde estabasentado un segundo antes.

    Corri por mis miembros una sacudida tal que apunto estuve de caerme de es-paldas! Oh! Nadie puede entender, a menos que los haya sentido, esos espantosos

    y estpidos terrores. El alma se unde; ya no se nota el corazn; el cuerpo entero sevuelve blando como una esponja; dirase que todo nuestro interior se derrumba.

    No creo en antasmas; pues bien: desallec con el horrible miedo a los muer-tos!, y sur, oh!, sur en unos instantes ms que en todo el resto de mi vida, con laangustia irresistible de los espantos sobrenaturales.

    Si ella no hubiera hablado, tal vez yo habra muerto! Pero habl; habl con unavoz dulce y dolorida que haca vibrar los nervios. No me atrever a decir que reco-

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    br el dominio de m y que recuper la razn. No. Estaba tan enloquecido que nosaba lo que haca; pero esa especie de ntimo orgullo que hay en m, y en partetambin el orgullo de mi ocio, me hacan conservar, casi a mi pesar, una compos-tura honorable. Finga ante m, y ante ella sin duda, ante ella, uese quien uese,mujer o espectro. Me di cuenta de esto ms adelante, pues les aseguro que, en elinstante de la aparicin, no pensaba en nada. Tena miedo. Ella dijo:

    Oh!, caballero, puede usted hacerme un avor muy grande!Quise responder, pero me ue imposible pronunciar una palabra. Un vago ruido

    sali de mi garganta.Ella prosigui:Quiere usted? Puede salvarme, curarme, suro atrozmente. Suro, oh!, cun-

    to suro!Y se sent suavemente en mi silln. Me miraba:Quiere usted?Dije que s con la cabeza, pues an tena la voz paralizada.Entonces ella me tendi un peine de carey y murmur:Pineme, oh!, pineme, eso me curar; es precioso que me peine. Fjese en mi

    cabeza... Cmo suro! Y qu dao me hace el pelo!Sus cabellos sueltos, muy largos, muy negros, me pareca, colgaban sobre el

    respaldo del silln y llegaban al suelo.Por qu lo hice? Por qu recib temblando aquel peine y por qu cog en mis

    manos sus largos cabellos que me dieron en la piel una sensacin de ro atroz,como si hubiese manejado serpientes? No lo s.

    Esa sensacin se me ha quedado en los dedos y me estremezco al pensar en ella.La pein. Manejaba no s cmo aquella cabellera de hielo. La retorc, la at y la

    desat, la trenc como se trenzan las crines de un caballo. Ella suspiraba, inclinabala cabeza, pareca eliz.

    De pronto me dijo: Gracias!, me arrebat el peine de las manos y escap porla puerta que yo haba visto entreabierta.

    Al quedarme solo sent, durante unos segundos, esa conusa turbacin de quiendespierta tras una pesadilla. Despus recobr por n mis sentidos; corr a la venta-na y romp las contraventanas de un urioso empujn.

    Una oleada de luz entr. Me lanc hacia la puerta por donde aquel ser se haba

    marchado. La encontr cerrada e inquebrantable.Entonces me invadi una ebre de huir, un pnico, el verdadero pnico de las

    batallas. Aerr bruscamente los tres paquetes de cartas sobre el escritorio abierto;cruc el aposento corriendo, salt los peldaos de la escalera de cuatro en cuatro,me encontr uera sin saber por dnde, y viendo mi caballo a diez pasos, lo montde un brinco y part al galope.

    Slo me detuve en Run y ante mi casa. Tras haber arrojado las bridas a mi or-denanza, me reugi en mi cuarto, donde me encerr para refexionar.

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    Entonces, durante una hora, me pregunt ansiosamente si no habra sido ju-guete de una alucinacin. Seguramente haba tenido una de esas incomprensiblesconmociones nerviosas, uno de esos trastornos cerebrales que engendran los mi-lagros, y a los que debe su podero lo sobrenatural.

    Y ya iba a creer en una visin, en un error de mis sentidos, cuando me acerqu ala ventana. Mis ojos, por casualidad, descendieron sobre mi pecho. Mi dormn es-taba lleno de largos cabellos emeninos que se haban enredado en los botones!

    Los cog uno por uno y los tir con dedos temblorosos.Despus llam a mi ordenanza. Me senta demasiado emocionado, demasiado

    turbado para ir ese mismo da a casa de mi amigo. Y adems deseaba refexionardetenidamente sobre lo que deba decirle.

    Mand que le llevaran sus cartas, de las que entreg recibo al soldado. Seinteres mucho por m. Le dijeron que estaba indispuesto, que haba cogido unainsolacin, no s qu. Pareci inquieto.

    Me dirig a su casa al da siguiente, en cuanto amaneci, resuelto a decirle laverdad. Haba salido la noche anterior y no haba regresado. Regres durante elda, no lo haban vuelto a ver. Esper una semana. No reapareci. Entonces avisa la justicia. Lo buscaron por todas partes, sin descubrir un rastro de su paso o desu retiro. Se hizo una minuciosa visita a la quinta abandonada. No se descubrinada sospechoso.

    Ningn indicio revel que all hubiese estado escondida una mujer.Como la investigacin no desembocaba en nada, se interrumpieron las pesquisas.Y, al cabo de 56 aos, nada he averiguado. No s nada ms.

    Apparition, Le Gaulois, 4 de abril de 1883.

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    El hombre sin cabeza

    Ricardo Mario, en: www.imaginaria.com.ar

    El hombre, el escritor, sola trabajar hasta muy avanzada la noche. Inmerso en elclima inquietante de sus propias antasas escriba cuentos de terror. La vieja caso-na de aspecto antasmal en la que viva le inspiraba historias en las que inocentespersonas, distradas en sus quehaceres, de pronto conocan el horror de enrentarlo sobrenatural.

    Los cuentos de terror suelen tener dos protagonistas: uno que es vctima y testi-go, y otro que encarna el mal. El malo puede ser un muerto que regresa a la vida,un antasma capaz de apoderarse de la mente de un pobre mortal, alguna criaturade otro mundo que trata de ocupar un cuerpo que no es el suyo, un hechicero conpoderes diablicos...

    Un escritor sentado en su silln, rente a una computadora, a medianoche, en unenorme casern que slo l habita, se parece bastante a las indeensas personasque de pronto se ven envueltas en esas situaciones de horror. Absorto en su traba-

    jo, de espaldas a la gran sala de techos altos, con muebles sombros y una lgubreiluminacin, bien podra resultar l tambin una de esas vctimas que no adviertena su atacante sino hasta un segundo antes de la atalidad.

    El cuento que aquella noche intentaba crear Luis Lotman, que as se llamaba el es-critor, trataba sobre un muerto que, al cumplirse cien aos de su allecimiento, regre-saba a la antigua casa donde haba vivido o, mejor dicho, donde lo haban asesinado.

    El muerto regresaba con un cometido: vengarse de quien lo haba matado.Cmo poda vengarse de quien tambin estaba muerto? El muerto del cuento seiba a vengar de un descendiente de su asesino.

    Para dotar al cuento de detalles realistas, al escritor se le ocurri describir supropia casa. Tom un cuaderno, apag las luces y recorri el casern llevando unasvelas encendidas. Quera experimentar las impresiones del personaje-vctima, vercon sus ojos, percibir e inquietarse como l. Los detalles precisos dan a los cuentoscierto eecto de verosimilitud: una historia increble puede parecer verdad debidoa la lgica atinada de los eslabones con que se va armando y a los vvidos detallesque crean el escenario en que ocurre.

    La casa del escritor era un antiqusimo casern heredado de un to hermanode su padre muerto de un modo macabro haca muchos aos. Los parientes msviejos no se ponan de acuerdo en cmo haba ocurrido el crimen, pero coincidanen un detalle: el cuerpo haba sido encontrado en el stano, sin la cabeza.

    De chico, el escritor haba escuchado esa historia decenas de veces. Muchasnoches de su inancia las haba pasado despierto, aterrorizado, atento a los insigni-cantes ruidos de la casa. Sin duda, esa remota impresin infuy en el ocio queLotman termin adoptando de adulto.

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    Proyectada por la luz de las velas, la sombra de Lotman refejada en las altasparedes pareca un monstruo inorme que se moviera al lento comps de una dan-za antasmal. Cuando Lotman se acercaba a las velas, su sombra se agrandabaocupando la pared y el techo; cuando se alejaba unos centmetros, su silueta seproyectaba en la pared... sin la cabeza.

    Ese detalle lo sobrecogi. Cmo poda aparecer su sombra sin la cabeza?Tard un instante en darse cuenta de que slo se trataba de un eecto de la

    proyeccin de la sombra: su cuerpo apareca en la pared y la cabeza en el techo,pero la primera impresin era la de un cuerpo sin cabeza.

    Anot en su cuaderno ese incidente, que le pareci interesante: el protagonis-ta camina alumbrndose con velas y, como algo premonitorio, observa que en susombra alta la cabeza. El personaje no se asusta, es solo un hecho curioso. Nose asusta porque l desconoce que en minutos su destino tendr relacin conun hombre sin cabeza. Y no se asusta -pens Lotman-, porque as se asustarms al lector.

    Termin de anotar esa idea, cerr el cuaderno y decidi bajar al stano.Los apolillados encastres de la escalera emitan aullidos a cada pie que l

    apoyaba. En un ao de vivir all solo una vez se haba asomado al stano, y nohaba permanecido en l ms de dos minutos debido al soocante olor a hu-medad, las telas de araa, la cantidad de objetos uniormados por una capa depolvo y la desagradable sensacin de encierro que le provocaba el conjunto.Cien veces se haba dicho: Tengo que bajar al stano a poner orden. Pero

    jams lo haca.Se detuvo en el medio del stano y alz el candelabro para distinguir mejor. En-

    seguida percibi el olor a humedad y decidi regresar a la escalera. Al girar, pateinvoluntariamente el pie de un maniqu y, en su an de tomarlo antes de que caye-ra, derrib una pila de cajones que le cerraron el paso hacia la escalera.

    Ahogado, con una mueca de desesperacin, intent caminar por encima de lascosas, pero termin trastabillando. Cay sobre el silln desondado y con l se vol-te el candelabro y las velas se apagaron.

    Mientras trataba de orientarse, Lotman experiment, como a menudo les ocurraa los protagonistas de sus cuentos, la ms pura desesperacin. Estaba a oscuras,nerviossimo, y no encontraba la salida. Sacudi las manos con violencia tratando de

    apartar telas de araa, pero estas quedaban adheridas a sus dedos y a su cara. Ter-min gritando, pero el eco de su propio grito tuvo el eecto de asustarlo ms an.

    Quin sabe cunto tiempo le llev dar con la escalera y con la puerta. Cuandoal n lleg a la salida, chorreando transpiracin, temblando de miedo, atin a ce-rrar con llave la puerta que conduca al stano. Pero su nerviosismo no le permitaacertar en la cerradura.

    Corri entonces hasta cada uno de los interruptores y encendi a manotazostodas las luces. Basta de clima inquietante para inspirarse en los cuentos, se dijo.

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    Estaba visto que en la vida real l toleraba muchsimo menos que alguno de suspersonajes capaces de explorar catacumbas en un cementerio.

    Cuando por n lleg al acogedor estudio donde escriba, se ech a llorar comoun chico.

    Una gran taza de ca hizo el milagro de reconortarlo. Se sent ante la compu-tadora y escribi el cuento de un tirn.

    Un muerto sin cabeza sala del cementerio en una espantosa noche de tormen-ta. Haba despertado de su muerte gracias a una proeca que le permita llevar acabo la deseada venganza pensada en los ltimos instantes de su agona: asesinar,cortndole la cabeza, a la descendencia, al hijo de quien haba sido su asesino: supropio hermano.

    Cuando el escritor puso el punto nal a su cuento sinti el alivio tpico de esoscasos. Se dej resbalar unos centmetros en el silln, apoy la cabeza en el respal-do y cerr los ojos. Ya haba escrito el cuento que se haba propuesto hacer. De-dicara el da siguiente a pasear y a encontrarse con algn amigo a tomar un ca.

    Sin embargo, de pronto tuvo un extrao presentimiento...Era una estupidez, una antasa casi inantil, la tontera ms absurda que pudiera

    pensarse... Estaba seguro de que haba alguien detrs de l.Cobarda o deseperacin, no se animaba a abrir los ojos y volverse para mirar.

    Todava con los ojos cerrados, lleg a pensar que en realidad no necesitaba darsevuelta: delante tena una ventana cuyo vidrio, con esa noche cerrada, uncionabacomo un espejo perecto. Pens con terror que, si haba alguien detrs de l, lovera no bien abriera los ojos.

    Demor una eternidad en abrirlos. Cuando lo hizo, en cierta orma vio lo queesperaba, aunque hubo un instante durante el cual se dijo que no poda ser cierto.Pero era indiscutible: eso que estaba refejado en el vidrio de la ventana, lo queestaba detrs de l, era un hombre sin cabeza. Y lo que tena en la mano era unlargo y loso cuchillo...

    En un pas lejano

    Jack London, en: El hombre de la cicatriz,

    Buenos Aires, Biblioteca Pgina/12, s/f.

    Cuando un hombre viaja a un pas lejano debe prepararse para olvidar muchas delas cosas que ha aprendido, y adquirir las costumbres propias de la vida en el nuevopas. Debe abandonar los viejos ideales y dioses y, a menudo, revertir los propioscdigos que delinearon hasta entonces su conducta. Para quienes tienen la acul-tad proteica de adaptacin, la novedad de semejante cambio puede ser inclusiveuna uente de placer. Pero, para aquellos que se anquilosaron en los carriles en losque ueron creados, la presin de un entorno as modicado resulta insoportable, y

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    se irritan en cuerpo y alma bajo las nuevas restricciones, que no comprenden. Estairritacin est llamada a actuar y reaccionar, produce males diversos y conduce ams de una desgracia. El hombre que no sepa adaptarse a la nueva rutina haramejor en volver a su pas. Si dilata demasiado el regreso, es seguro que morir.

    El hombre que vuelve la espalda a las comodidades de una vieja civilizacinpara enrentarse a la salvaje juventud, a la simplicidad primordial del Norte, puedeevaluar su triuno en proporcin inversa a la cantidad y calidad de sus hbitos msdesesperadamente enraizados. Si es el candidato justo, pronto descubrir que loshbitos materiales son los menos importantes. El cambio de cosas tales como undelicado men por una comida cruda; los duros zapatos de cuero por el blando ydeorme mocasn; la cama de colchn de plumas por una manta en la nieve... eso,despus de todo, es cil. Pero sus apuros vendrn al aprender a modelar su ac-titud mental ante todas las cosas, y especialmente ante su prjimo. Debe sustituirlas meras cortesas de la vida corriente por el desinters, la indulgencia y la toleran-cia. As, y solo as, puede ganar la perla ms cotizada: la verdadera camaradera. Nodebe decir gracias, sino demostrarlo sin abrir la boca, y correspondiendo del mis-mo modo. En suma, debe sustituir la palabra por el hecho, la letra por el espritu.

    Cuando el mundo se sacudi con la historia del oro rtico y el seuelo del Nortese apoder de todos los corazones, Carter Weatherbee abandon su conortabletrabajo de ocinista, entreg a su mujer la mitad de los ahorros y con el remanen-te compr un equipo. Nada haba de romntico en su naturaleza, las cadenas delcomercio lo haban destruido todo; simplemente, estaba cansado de la incesanterutina y deseaba correr grandes riesgos con vista a las debidas recompensas. Aligual que otros muchos insensatos que desdean los viejos caminos utilizados du-rante muchos aos por los pioneros del Norte, se apur para llegar a Edmonton enprimavera. Y all, desaortunadamente para su alma, se uni a una cuadrilla.

    Nada de inusual haba en ella, salvo sus planes. Su meta, como la de todas lasdems, era el Klondike. Pero la ruta que haban escogido para alcanzarla dejarasin aliento al nativo ms uerte, nacido y criado en las vicisitudes del Noroeste.El mismo Jacques Baptiste, hijo de una mujer chippewa y de un renegado voya-geury que berreara su primer llanto en una tienda de piel de ciervo, al nortedel paralelo sesenta y cinco, para ser acallado con dichosos chupetes de sebocrudo, se qued sorprendido. Aunque acept alquilarles sus servicios y guiarlos

    hasta los hielos permanentes, sacuda la cabeza en orma ominosa toda vez quese peda su consejo.

    La estrella diablica de Percy deba estar en el cenit, pues tambin l se uni aesta compaa de argonautas. Era un hombre ordinario, con una cuenta bancariatan prounda como su cultura, que ya es decir. No tena motivo ninguno para em-barcarse en una aventura semejante, ninguno en el mundo, excepto que sura undesarrollo anormal de los sentimientos, sensiblera que conundi con un autnticoespritu de romanticismo y aventura. Muchos hombres han hecho lo mismo, y hancometido el mismo trgico error.

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    Los primeros deshielos primaverales vieron al grupo seguir el curso helado delro Elk. Era una fota imponente, pues el equipo era grande e iban acompaadospor un desordenado contingente de voyageurs mestizos con sus mujeres y nios.

    Da tras da trabajaban con sus bateauxy canoas, luchando contra mosquitos yotras plagas emparentadas, o sudando y maldiciendo durante los acarreos. Un tra-bajo duro como este desnuda las races mismas del alma de un hombre, y antes deque el lago Athabasca se perdiera en el Sur, cada miembro de la expedicin habarevelado su verdadera ndole.

    Los dos gandules, y gruones crnicos, eran Carter Weatherbee y Percy Cu-thert. La expedicin completa se quejaba menos que cada uno de ellos de sus do-lores y surimientos. Ni una sola vez se orecieron como voluntarios para alguna delas mil y una pequeas labores del campamento. Acarrear un cubo de agua, cortaruna brazada extra de madera, lavar y secar los platos, buscar entre el equipo algnartculo imprescindible para la ocasin... y estos dos decadentes retoos de la civili-zacin se las ingeniaban siempre para descubrir torceduras y ampollas que exiganatencin inmediata. Eran los primeros en acostarse por la noche, con una serie detareas an incumplidas; los ltimos en saltar por la maana, cuando la partida tenaque estar preparada antes de que empezara el desayuno. Eran los primeros en caera la hora de comer, los ltimos en dar una mano en la cocina; los primeros en lan-zarse sobre una pequea golosina, los ltimos en descubrir que haban aadido a lasuya la racin de algn otro. Si remaban, cortaban hbilmente el agua a cada golpearreglndoselas para que la fotacin de la barca eludiera el remo. Crean que nadiese daba cuenta, pero sus compaeros los maldecan por lo bajo y llegaron a odiarloscada vez ms; a su vez, Jacques Baptiste los despreciaba abiertamente y los abo-rreca desde la maana hasta la noche. Pero Jacques Baptiste no era un caballero.

    En Great Slave compraron perros de la Hudson Bay y la fota se hundi hasta lalnea de seguridad con su carga adicional de pescado seco ypemmican. Canoas ybateauxobedecieron a la rpida corriente del Mackenzie y penetraron en las Gran-des Tierras Yermas. No qued afuente de buen aspecto sin explorar, pero la huidizatierra aurera saltaba cada vez ms hacia el Norte. En el Gran Oso, obsedidos porel terror normal de las Tierras desconocidas, sus voyageurs empezaron a desertar,y el Fuerte de Buena Esperanza vio a los ltimos y ms valientes doblarse bajo lassirgas, resistindose tenazmente a la corriente traidora por la que se deslizaban.

    Consultaban a cada paso los mapas mentirosos, trazados en su mayor parte so-bre la base de habladuras. Y sintieron la necesidad de apurarse, pues el sol habapasado ya del solsticio del Norte y empujaba el invierno otra vez hacia el Sur. Bor-deando las costas de la baha, donde el Mackenzie desemboca en el ocano Arti-co, entraron en la boca del ro Little Peel. Entonces comenz la ardua navegacincorriente arriba, y los dos intiles se las vieron peores que nunca. Sirgas y prtigas,remos y correas, rpidos y porteos: semejantes torturas sirvieron para producirlea uno de ellos un hondo rechazo a los grandes riesgos, y para imprimir en el otrouna dura leccin sobre el verdadero romanticismo de la aventura. Un da se amo-

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    tinaron y, habiendo sido insultados en orma humillante por Jacques Baptiste, serevolvieron contra l como gusanos. Pero el mestizo los azot y los envi, contusosy sangrantes, a hacer su trabajo. Era la primera vez que se los trataba con dureza.

    Abandonando su barca en las uentes del Little Peel, se les ue el resto del ve-rano en el largo acarreo que los llev por la cuenca del Mackenzie hasta West Rat.Esta pequea corriente alimentaba el Porcupine que, a su vez, se una al Yuknen donde esa poderosa autova del Norte desemboca en el Crculo rtico. Perohaban perdido la carrera contra el invierno, y un buen da amarraron sus balsas alespeso hielo arremolinado y desembarcaron a toda prisa sus bienes. Esa noche elro se atasc y se desatasc por el hielo varias veces, y, a la maana siguiente, yase haba dormido por largo rato.

    No podemos estar a ms de seiscientos kilmetros del Yukn concluy el viejoSloper, mientras recorra ebrilmente la escala del mapa con las uas de los pulgares.

    El consejo, en el que los dos intiles se haban quejado sin xito de sus desven-tajas, se acercaba a su nal.

    Eso ue la Factora de la Hudson Bay, hace mucho tiempo. Ya no la utilizan.El padre de Jacques Baptiste haba hecho el viaje para la Compaa de Pieles en

    los viejos tiempos, y haba recorrido buena parte del camino con dos dedos de unpie congelados. Santo Dios! grit uno de la partida. No hay blancos? Ningnblanco dijo Sloper con tono sentencioso. Pero solo hay setecientos kilmetrosms por el Yukn hasta Dawson. Digamos que unos mil quinientos desde aqu. Wea-therbee y Cuthert grueron a coro: Cunto crees que tardaremos, Baptiste?

    El mestizo calcul por un momento:Trabajando como el inerno, sin que nadie escurra el bulto, diez, veinte, cua-

    renta, cincuenta das. Si vienen esos bebs seal a los intiles, no se sabe. Talvez cuando se congele el inerno, o tal vez ni siquiera entonces.

    Se detuvo la coneccin de raquetas de nieve y de mocasines. Alguien llam aun miembro ausente, que sali de una vieja cabaa, al borde de la hoguera, y sereuni con ellos. La cabaa era uno de los muchos enigmas que acechaban en losvastos y ms apartados parajes del Norte. Nadie poda decir cundo ni quin lahaba construido. Dos tumbas cavadas al aire libre, cubiertas por un montculo depiedras, encerraban quizs el secreto de esos primeros exploradores. Pero qumanos haban apilado las piedras?

    El momento haba llegado. Jacques Baptiste se detuvo en el arreglo de un arnsy sujet al perro ms indcil. El cocinero protest en silencio por el retraso, tir unpuado de tocino en una ruidosa olla de rijoles, y luego puso atencin. Sloper selevant. Su cuerpo haca un absurdo contraste con el saludable sico de los intiles.Amarillo y dbil, huyendo de unas ebres sudamericanas, no haba interrumpido surampante travesa por las distintas regiones y todava era capaz de trabajar con losotros hombres. Tal vez llegara apenas a los cuarenta y cinco kilos, incluyendo su pe-sado cuchillo de monte, y su pelo canoso hablaba de una plenitud viril ya inexistente.Los msculos rescos y jvenes de Weatherbee o Cuthert podan desarrollar diez

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    veces la uerza de los suyos. Sin embargo, l poda tumbarlos en el suelo con solo lacaminata de un da. Y durante todo el da haba estado animando a sus camaradasms uertes a aventurarse en una travesa de mil quinientos kilmetros, colmada delas peores dicultades que se pudieran imaginar. Era la encarnacin de las inquietu-des de su raza y de la vieja obstinacin teutnica, matizadas con la rpida compren-sin y el an de accin del yanqui: en l, la carne se someta al espritu.

    Todos los que estn a avor de seguir adelante con los perros tan pronto comoendurezca el hielo, digan que s.

    S! -exclamaron ocho voces, voces destinadas a ensartar una ristra de maldi-ciones a lo largo de cientos de kilmetros de penurias.

    En contra, digan no.No!Por primera vez, los intiles se identicaron sin ninguna clase de inters personal.Y qu piensan hacer al respecto? agreg Weatherbee en tono belicoso.La mayora decide! La mayora decide! clam el resto de la cuadrilla.S que la expedicin puede ir al racaso, si ustedes no vienen replic Sloper

    con suavidad; pero supongo que, si ponemos todo el empeo, podemos arreglr-nosla sin ustedes. Qu dicen, muchachos?

    Los dems se hicieron eco de este sentimiento.Pero... yo digo, ustedes saben se atrevi a decir Cuthert con aprensin.

    Qu va a hacer un tipo como yo...? No vienes con nosotros? No.Entonces haz lo que maldito te plazca. No tenemos ms que decir.Calculo que podrs arreglrtela con ese compaero tuyo sugiri un hombre

    grueso del Oeste, de Dakota, sealando a Weatherbee. Seguro que te preguntarqu piensas hacer a la hora de cocinar y de recoger la madera.

    Entonces, todo est arreglado concluy Sloper. Partiremos maana y acam-paremos a unos siete kilmetros, solo para poner cada cosa en orden y ver si senos olvid algo.

    Los trineos crujieron en sus patines de acero, y los perros tensaron los arneses enlos que haban de morir, segn su destino. Jacques Baptiste se detuvo junto a Sloperpara echar un ltimo vistazo a la cabaa. El humo se rizaba hacia arriba en volutas pat-ticas por el tubo de la estua del Yukn. Los dos intiles los miraban desde la puerta.

    Sloper apoy una mano en el hombro del otro.

    Jacques Baptiste, has odo hablar alguna vez de los gatos de Kilkenny?El mestizo neg con la cabeza.Bueno, mi amigo y buen camarada, los gatos de Kilkenny lucharon hasta que

    no qued ni pellejo ni pelo ni maullido. Entiendes? Hasta que no qued nada. Muybien. Ahora, a estos dos no les gusta trabajar. Estarn solos en esa cabaa todo elinvierno; un duro, largo y oscuro invierno. Gatos de Kilkenny, entiendes?

    El rancs que Baptiste llevaba dentro se encogi de hombros, pero el indioque tambin lata en l guard silencio. Sin embargo era un gesto elocuente, pre-ado de presagios.

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    * * *Al principio las cosas prosperaron en la pequea cabaa. Las toscas bromas desus compaeros haban hecho que Weatherbee y Cuthert tomasen conciencia desu mutua responsabilidad. Adems, despus de todo, para dos hombres saludablesel trabajo no era excesivo. Y la ausencia del cruel ltigo, o en otras palabras, deesa topadora que era el mestizo, haba producido en ellos una reaccin jocosa. Alprincipio cada uno se esorzaba por superar al otro en la ejecucin de pequeastareas, con una uncin que hubiera hecho abrir los ojos a sus compaeros, quienesempeaban ahora cuerpos y almas en la Larga Ruta.

    Toda preocupacin ue desterrada. El bosque, que los cobijaba por tres lados,constitua una inagotable uente de lea. A unos metros de su puerta dorma el roPorcupine, y un agujero en su manto invernal creaba una uente de agua burbu-

    jeante, cristalina y dolorosamente ra. Pero pronto se las arreglaron para encontrarallas incluso en eso. El agujero insista en congelarse, lo que les haca invertirmuchas miserables horas en picar hielo. Los desconocidos constructores de la ca-baa haban extendido los troncos laterales para soportar, en la parte posterior, uncobertizo donde se haba almacenado el grueso de las provisiones de la cuadrilla.Haba comida sin restricciones, para tres veces los hombres que iban a vivir de ella.Pero la mayor parte era de la clase que brindaba uerza muscular y resistencia peroque no regalaba el paladar. Es verdad que haba azcar abundante para dos hom-bres normales, pero estos dos eran poco menos que nios. Pronto descubrieron lasvirtudes del agua caliente saturada de azcar, y sumergan en ella con prodigalidadlos bizcochuelos o mojaban las cortezas en el sabroso y blanco almbar. Luego vi-nieron los calamitosos saqueos al ca, al t y, en especial, a los rutos secos. Lasprimeras dierencias ueron por la cuestin del azcar. Y es algo realmente graveque dos hombres, dependientes por entero uno del otro, empiecen a reir.

    Weatherbee amaba lanzar vocingleros discursos polticos mientras que Cuthert,quien era acionado a cortar sus cupones y dejar que la Mancomunidad se abrie-se paso a los codazos lo mejor posible, ignoraba el asunto o se enrascaba ensorprendentes epigramas. El dependiente era demasiado obtuso para apreciar lainteligente ormulacin de los pensamientos, y a Cuthert lo irritaba este despila-rro de municin. Estaba acostumbrado a ouscar a la gente con su brillantez y leresultaba dicil aceptar esta prdida de pblico. Se senta personalmente oendido,

    e inconscientemente haca responsable de ello al cabeza-cuadrada de su com-paero. Salvo su existencia, no tenan nada en comn, no coincidan en un solopunto. Weatherbee era un empleado que no haba conocido otra cosa en toda suvida; Cuthert era un licenciado en artes, acionado a la pintura y haba escrito nopoco. Uno era un hombre de clase baja que se consideraba caballero, y el otro uncaballero que se saba tal. Aqu se puede remarcar que es posible ser caballero sintener el primitivo instinto de la verdadera camaradera. El dependiente era tan sen-sual como el otro era esteticista, y sus aventuras amorosas, contadas con lujo dedetalles y en su mayora acuadas por su imaginacin, aectaban al ultrasensible

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    licenciado de la misma manera que otras tantas bocanadas de gases de cloaca.Consideraba al dependiente un obsceno, un bruto ignorante, cuyo lugar estaba enel barro con los cerdos, y as se lo dijo. l, a su vez, recibi la inormacin de queera un blandengue aeminado y un sinvergenza. Weatherbee no hubiera podidodenir sinvergenza en toda su vida, pero le bastaba para sus propsitos, lo cual,en ltima instancia, parece ser lo principal en la vida.

    Weatherbee desanaba una nota cada tres, y a veces, durante horas enterascantaba canciones como El ladrn de Boston y El bello joven de la cabaa,mientras Cuthert lloraba de rabia hasta que ya no poda aguantar ms y hua al roexterior. Pero no haba escapatoria. El intenso ro no poda soportarse por muchotiempo, y la pequea cabaa los amontonaba camas, estua, mesa, y todo en unespacio de 10 por 12. La presencia misma de cada uno se convirti en una arentapersonal para el otro, y se sumergan en silencios taciturnos que aumentaban, alpasar los das, en duracin e intensidad. De vez en cuando, una mirada urtiva o unlabio que se levantaba era lo mejor de ellos, aunque se esorzaban por ignorarsepor completo durante estos perodos de silencio. Y se alz en sus pechos un enor-me asombro: cmo haba podido Dios crear jams al otro.

    Como haba poco que hacer, el tiempo les resultaba una carga intolerable. Esto,naturalmente, los hizo an ms perezosos. Se hundieron en un letargo sico delque no haba escape posible y que los haca rebelarse ante la mnima tarea. Unamaana en que le tocaba preparar el desayuno comn, Weatherbee sali de entrelas mantas y, entre los ronquidos de su compaero, encendi primero el candil yluego la lumbre. Las ollas estaban muy heladas y no haba agua con qu lavarlas.Pero esto no le import. Mientras esperaba a que se deshelaran, cort el tocino yse volc a la odiosa tarea de hacer pan. Cuthert lo haba estado observando astu-tamente con los ojos entornados. Como consecuencia de ello tuvieron una disputa,en la que se bendijeron ervientemente el uno al otro y se pusieron de acuerdo enque desde ese momento cada uno cocinara para s. Una semana ms tarde Cu-thert se olvid de hacer su lavado matutino, pero comi complaciente la comidaque haba preparado. Weatherbee se sonri. Despus de eso, la tonta costumbrede lavarse se desvaneci de sus vidas.

    A medida que menguaban el azcar y otros lujos, empezaron a temer que norecibiran las raciones debidas, y, para que no los robasen, empezaron a atracarse.

    Los placeres surieron con esta competicin glotona, y tambin los hombres. Laalta de verduras rescas y ejercicio les empobreci la sangre, y una odiosa erup-cin morada les cubri el cuerpo. Sin embargo, no hicieron caso de la advertencia.Luego de eso, se les empezaron a hinchar los msculos y articulaciones, la carnese les ennegreci mientras que sus bocas, encas y labios tomaron un color crema.En vez de unirse en su miseria, cada uno se recreaba con los sntomas del otro amedida que avanzaba el escorbuto.

    Se despreocuparon por completo de su aspecto personal y, en pocas palabras,hasta de la decencia. La cabaa se convirti en una pocilga y nunca ms volvieron

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    a hacerse las camas ni a colocar debajo de ellas ramas rescas de pino. Sin em-bargo, no podan permanecer entre las mantas como les hubiera gustado, pues lahelada era inexorable y la lumbre consuma demasiada lea. El pelo de sus cabe-zas y caras era largo y desaliado, mientras que sus ropas habran repugnado a untrapero. Pero eso no les preocupaba. Estaban enermos y nadie los vea; adems,moverse era muy doloroso.

    A todo esto se sum un nuevo problema: el Miedo del Norte. Este miedo era hijodel Gran Fro y del Gran Silencio y naci en la oscuridad de diciembre, cuando elsol se hunde para siempre bajo el horizonte. A cada uno le aect segn su natura-leza. Weatherbee cay vctima de groseras supersticiones e hizo cuanto pudo porresucitar a los espritus que dorman en las tumbas olvidadas. Era algo ascinante.En sus sueos se le acercaban desde el ro y se le metan entre las mantas y lecontaban los trabajos y surimientos que les haba causado la muerte. Se encogapara escapar a su contacto viscoso mientras enredaban en l sus miembros hela-dos, y cuando le susurraban al odo las cosas que todava haban de venir, la cabaase estremeca con sus gritos de horror. Cuthert no entenda, pues haca tiempoque no se hablaban y, cuando se despertaba, aerraba invariablemente el revlver.Luego se sentaba en la cama, nervioso, tiritando y apuntando el arma hacia el so-ador inconsciente. Juzg que el hombre se estaba volviendo loco, y lo invadi eltemor por su vida.

    Su propia enermedad adopt una orma menos concreta. El misterioso artesa-no que haba construido la cabaa tronco a tronco haba clavado una veleta a laviga maestra. Cuthert advirti que apuntaba siempre al Sur, y un da, irritado por suinmovilidad, la gir hacia el Este. Observ atento, sin que la moviera un solo soplo.Luego gir la veleta hacia el Norte, jurando no volver a tocarla hasta que soplase elviento. Pero la calma sobrenatural del aire lo atemoriz, y se levantaba con recuen-cia en mitad de la noche para ver si la veleta haba girado: se habra contentadocon diez grados. Pero no, se cerna sobre l, tan invariable como el destino. Se ledesat la imaginacin, hasta que la veleta se convirti en un etiche. A veces seguala direccin que marcaba por los sombros dominios y dejaba que su espritu sesaturase por el Miedo. Meditaba acerca de lo invisible y lo desconocido, hasta queel peso de la eternidad pareca aplastarlo. Todas las cosas en el Norte parecanposeer ese eecto aplastante: la ausencia de vida y movimiento, la oscuridad, la paz

    innita de la tierra triste, el espantoso silencio, que converta en sacrilegio el eco decada latido del corazn, el bosque solemne que aparentaba esconder algo horriblee inexpresable que ni la palabra ni el pensamiento podan comprender.

    El mundo que haba dejado no haca mucho tiempo, con sus naciones laboriosasy sus grandes empresas, pareca muy lejano. Los recuerdos se entremezclaban devez en cuando, recuerdos de centros comerciales, y galeras y calles llenas de gen-te, de trajes de noche y actos sociales, de hombres buenos y mujeres queridas quehaba conocido. Pero eran recuerdos conusos de una vida que haba vivido hacamuchos siglos, en algn otro planeta. Este antasma era la realidad. De pie bajo la

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    veleta, con los ojos jos en los cielos polares, l no poda convencerse de que elSur existiera realmente y que en ese mismo instante bullera de vida y de accin.No exista el Sur, ni hombres nacidos de mujeres, ni gente que se daba y recibaen matrimonio. Ms all de ese horizonte inhspito se extendan vastas soledades,y ms all de ellas, soledades todava ms vastas. No haba tierras baadas porel sol, pesadas por el perume de las fores. Esas cosas no eran ms que viejossueos del paraso. Las tierras soleadas del Oeste, las de las especias del Este, lassonrientes Arcadias, las elices islas de los bienaventurados.

    Ja, ja! su risa desgarr el vaco y lo sorprendi con su sonido inusitado. Nohaba sol. Este era el universo, muerto, ro y oscuro, y l, su nico habitante. Wea-therbee? En tales momentos Weatherbee no contaba. Era un Calibn, un mons-truoso antasma encadenado a l para toda una eternidad, castigo de algn crimenolvidado.

    Viva con la muerte entre los muertos, mutilado por el sentimiento de su propiainsignicancia, aplastado por el dominio pasivo de las edades dormidas. La magni-tud de todo lo espantaba. Todo era superlativo, menos l: la perecta ausencia deviento y de movimiento, la inmensidad de la desolacin cubierta de nieve, la altituddel cielo y la proundidad del silencio. Esa veleta: si solo se moviera! Si cayera unrayo, o si el bosque ardiera en llamas. Si los cielos se enrollaran como un perga-mino, el estallido del Juicio Final... cualquier cosa, cualquier cosa! Pero no, nadase mova. El Silencio lo acorralaba y el Miedo del Norte pos sus dedos heladossobre su corazn.

    Una vez, como otro Crusoe, encontr unas huellas a la orilla del ro: una dbilhuella de la liebre de las nieves sobre la delicada corteza nevada. Fue una revela-cin. Exista vida en el Norte. La seguira, la contemplara, se recreara en ella. Seolvid de sus msculos hinchados al lanzarse por la honda nieve en un xtasis deanticipacin. El bosque se lo trag y el breve crepsculo del medioda desapareci,pero l persisti en su bsqueda hasta que su naturaleza exhausta se agot y lotumb indeenso en la nieve. All se quej, y maldijo su locura. Entonces supo quela huella haba sido una antasa de su cerebro. Y esa noche, ya tarde, se arrastrgateando hasta la cabaa, sobre las manos y las rodillas, con las mejillas heladasy un extrao entumecimiento en los pies. Weatherbee le sonri malvolamente,pero no se oreci a ayudarlo. Se introdujo agujas en los dedos de los pies y se los

    descongel junto a la estua. Una semana ms tarde vino la gangrena.Pero el dependiente tena sus propios problemas. Los muertos salan ahora de

    sus tumbas con mayor recuencia y rara vez lo abandonaban, estuviera despiertoo dormido. Se descubri esperando y temiendo que vinieran y no poda pasarcerca de los dos tmulos de piedras sin sentir un escaloro. Una noche se leacercaron en sueos y le asignaron una tarea. Sobrecogido por un horror mudo,se despert entre los montculos de piedra y huy alocadamente hacia la cabaa.Pero haba estado all bastante tiempo, ya que tambin se le haban congeladolos pies y las mejillas.

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    A veces se pona rentico ante su insistente presencia, y bailaba alrededor dela cabaa cortando el aire con un hacha.

    Y rompiendo todo lo que estaba a su alcance. Durante estos encuentros antas-magricos, Cuthert se acurrucaba entre las mantas y segua al hombre enloque-cido con el revlver amartillado, dispuesto a dispararle si se acercaba demasiado.Al recobrarse una vez de estos ataques, el dependiente descubri el arma que loencaonaba. Sus sospechas despertaron, y desde entonces tambin l empez atemer por su vida. Despus de eso se observaban de cerca, se miraban de rente yse sobrecogan cada vez que uno se pona a las espaldas del otro. Esta aprensinse convirti en una mana que los dominaba hasta en sueos. Por miedo recproco,dejaron tcitamente que el candil ardiera toda la noche y comprobaban si habauna abundante reserva de grasa de tocino antes de retirarse. El menor movimientode uno bastaba para despertar al otro, y, durante muchas vigilias, sus miradas secruzaron mientras temblaban bajo las mantas con el dedo en el gatillo.

    Con el Miedo del Norte, la tensin mental y los estragos de la enermedad, per-dieron toda semejanza humana adoptando la apariencia de bestias salvajes, cazadasy desesperadas. Como consecuencia del congelamiento se les haban ennegrecidolas mejillas y las narices. Se les empezaron a caer los dedos congelados, a la alturade las primeras y segundas articulaciones. Cada movimiento les produca dolor, perola estua era insaciable y arrancaba a sus cuerpos miserables toda una serie detorturas. Da tras da ella exiga su alimento, una verdadera libra de carne, y ellos searrastraban de rodillas hasta el bosque para cortar lea. Una vez, gateando de estamanera en busca de ramas secas, sin saberlo ninguno de ellos, rodearon el mismoarbusto por lados opuestos. De repente, sin previo aviso, se enrentaron dos cabezascadavricas. A tal punto los surimientos los haban transormado, que les ue impo-sible reconocerse. Se levantaron de un salto, gritando aterrorizados, corriendo consus mutilados muones y, cayendo a la puerta de la cabaa, se araaron y clavaronlas uas como demonios, hasta que descubrieron su equivocacin.

    De vez en cuando tenan momentos de lucidez y, durante uno de estos interva-los, dividieron equitativamente la manzana de la discordia: el azcar. Vigilaban susrespectivos sacos, guardados en el depsito, con verdadero celo, pues solo que-daban unas cuantas tazas y no se aban en absoluto el uno del otro. Pero un da,Cuthert se equivoc. Casi sin poder moverse, enermo de dolor, la cabeza dndole

    vueltas y los ojos enceguecidos, se desliz hacia el depsito con el bote del azcaren la mano, y conundi el saco de Weatherbee con el suyo.

    Enero haba empezado haca solo unos das, cuando esto ocurri. Desde algntiempo antes el sol haba remontado su punto ms bajo por el Sur y ahora, desdeel meridiano, lanzaba ostentosos rayos de luz amarilla contra el cielo del Norte. Alda siguiente de su equivocacin con el saco del azcar, Cuthert se sinti mejortanto sica como espiritualmente. Al aproximarse la tarde e iluminarse el da, searrastr auera para regalarse el brillo evanescente, que para l era un anticipo delas uturas intenciones del sol. Weatherbee tambin se senta un poco mejor y se

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    NAP

    NUCLEOS DEAPRENDIZAJES PRIORITARIOS

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    arrastr a su lado. Se sentaron en la nieve, bajo la inmvil veleta, y esperaron.La quietud de la muerte rondaba a su alrededor. En otros climas, cuando la

    naturaleza cae en tales estados de nimo, hay un suave aire de expectacin, unaesperanza de que alguna pequea voz rompa la tensin. No ocurre as en el Nor-te. Los dos hombres haban vivido aparentes eternidades en esta paz antasmal.No recordaban ninguna cancin del pasado, ni podan conjurar ninguna cancindel uturo. Siempre haba existido esta calma extraterrena, el tranquilo silenciode la eternidad.

    Sus ojos estaban jos en el Norte. Invisible, a sus espaldas, tras las imponen-tes montaas del Sur, el sol marchaba hacia el cenit de otro cielo distinto al suyo.Espectadores nicos del poderoso lienzo, contemplaban el also crepsculo cre-cer lentamente. Una dbil llama empez a arder sin calor. Aument en intensidad,cambiando enrgicamente del amarillo rojizo al morado y al azaranado. Se volvitan brillante, que Cuthert crey que el sol deba estar tras ella. Un milagro, elsol amaneca en el Norte! De repente, sin avisar y sin fuctuar gradualmente, elteln ue borrado. No hubo ningn color en el cielo. El da se haba quedado sinluz. Retuvieron la respiracin en un medio sollozo. Y he aqu el resultado! El airebrillaba con partculas de hielo centelleante, y all, al Norte, la veleta trazaba unvago perl en la nieve. Una sombra, una sombra! Era exactamente medioda. Gi-raron apresuradamente las cabezas hacia el S

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