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LA ÚLTIMA SINGLADURA

Memorias apócrifas de un marino nacido a orillas del Isuela

Por Félix Generelo Gil

A Juan José Generelo Lanaspa, director del Archivo Provincial de Burgos, (1990 - 2002), que rescató del olvido al personaje protagonista de este libro, y a Viti, su madre, mi esposa y secretaria.

Introducción

Vemos en la historia que cuando la Casa Real ha apoyado a la Armada, España ha sido un imperio, y cuando le ha dado la espalda ha sido su decadencia.

Gonzalo R. González-Aller

(Almirante Director del Museo Naval)

Entrevista ABC 2/06/11

Esta es la historia de un marino, que nacido en tierra adentro, en la capital de Alto Aragón, sintió la llanada de la gloria y salió a buscarla en la Armada española, señora de todos los mares. Encontró lo que buscaba, pero pagando el oneroso precio de ser testigo y protagonista del mayor declive de la historia de su patria, cuando a partir de Trafalgar se cedía la supremacía marinera a la ambición británica y España se veía incapaz de defender, ni por mar, ni por tierra, el sagrado legado del mayor imperio que los tiempos conocieron. Y si capitanes como Blas de Lezo, Churruca, Gravina, Ruiz de Apodaca y tantos otros de su época, pudieron ser enterrados envueltos en la bandera a la que habían dado esplendor y sus nombres recogidos en los cuadernos de la Historia, nuestro héroe, el marino de Huesca, descansaría en el sarcófago del olvido, incluso de sus mismos paisanos.

*****

Hace unos años, el Director del Archivo Provincial de Burgos me pidió que buscara entre los libros parroquiales de las iglesias de Huesca el acta de bautismo de un antiguo marino de Huesca, llamado Juan de Latre y Ayssa. En los anaqueles del archivo existía un legajo, con abundante documentación, incluida su hoja de servicios, sin que figurara su fecha de nacimiento. Las referencias situaban su llegada a este mundo en el último tercio del siglo XVIII. Tras algunos tanteos, en los libros del Archivo Diocesano, concretamente en los antiguos de la parroquia de la Catedral, apareció la signatura firmada por el Vicario D. Ramón Ruiz, con fecha de 24 de junio de 1769, según la cual había bautizado a “…un niño hijo legítimo y natural de dn. Joseph Latre y de dª Antonia Ayssa Connigels, pusele Nombres Juan, Antonio, Benito Joseph: fue padrino, que le tuvo Dn. Pedro Latre a quien advertí el parentesco”.

Al hacerme con una copia de los documentos referentes a dicho Juan Latre, por amabilidad del director del archivo de Burgos, me cautivó de tal manera la trayectoria vital de mi paisano que empecé a estudiarla con verdadero interés, encajándola en la apasionante época que le tocó vivir. Además de una curiosidad histórica, me movía el hecho de que fuera su existencia completamente desconocida, incluso en su tierra natal. Parecidos motivos, impulsaron al mismo Director del Archivo, D. Juan José, al profesor burgalés D. Juan Carlos Maestro Castañeda y al Director del Instituto de Estudios Borjanos, Coronel Médico, escritor e investigador, D. Manuel Gracia Rivas, que hicieron sendos trabajos sobre el tema[footnoteRef:1]. Estos trabajos motivaron el que el personaje en cuestión fuera recogido por la Enciclopedia Aragonesa. [1: El fondo Latre y Aísa (1767 – 1828): documentos para la historia de la Marina. Juan José Generelo Lanaspa, director del Archivo Provincial de Burgos. VII Congreso Internacional de Historia de Amérixa (Zaeagoza. 2 al 6 de junio de 1996); Rasgos biográficos del Capitán de navío D. Juan Latre y Aísa.Juan Carlos Maestro Castañeda. Actas del VII Congreso Internacional de Historia de América. pp 433-331, Zaragoza 1998; Juan de Latre y Aísa,(Un marino ilustrado) Manuel Gracia Rivas, Actas del IV Congreso de Historia Militar, pp 205-244, Zaragoza 1998. ]

Por mi parte, además de escribir algún artículo para darlo a conocer[footnoteRef:2], fui promotor de una conferencia que impartió en el Centro Cultural “Genaro Poza”, de Ibercaja en Huesca, el Coronel Médico y Director del Instituto de Estudios Borjanos D. Manuel Gracia Rivas. Más recientemente, en noviembre de 2010, publiqué un libro con el título de “Panorámicas de la Historia con mi Ciudad al fondo”, en el que dedicaba un capítulo a bosquejar la apasionante biografía del marino de Huesca. En la presentación, que tuvo lugar en el Instituto de Estudios Altoaragoneses, el profesor D. Agustín Ubieto Arteta, autor del prólogo de dicho libro, se preguntaba cómo era posible que Juan Latre fuera desconocido en su tierra natal. Esa pregunta que se hacía el eminente historiador fue el acicate que espoleó mi intención soterrada de dar a conocer su vida a los oscenses en particular y a los amantes de la historia en general. Para más abundamiento, esa misma inquietud era reflejada por el profesor, escritor y conferenciante de Burgos, D. Juan Carlos Maestro Castañeda, en su trabajo anteriormente citado, en el que puede ñeerse un párrafo con el que me identifido plenamente, por lo que no dudo en insertarlo aquí. Dice así: [2: Un marino de Huesca. Diario del Altoaragón - Extra de San Lorenzo (10-08-97).]

“Parece llegado el momento de desbrozar silencios y corregir el olvido en el que hasta nuestros días se ha visto sometido este aragonés merecedor de aventajado concepto como marino, gran cartógrafo y patriota convencido, que ingresó en la Armada con Carlos III cuando aquélla intentaba reeditar alarifes de pasados siglos, pero que en el transcurso de muy pocos años observaría impotente no sólo el ocaso de nuestra escuadra sino la emancipación de las posesiones ultramarinas, por las que él había dado su vida, al redoble de los tambores de la invasión napoleónica que dejaban a España sin rey y sin dinastía”.

Este párrafo de Maestro Castañeda describe, con toda la fidelidad que se puede esperar de una sinopsis, lo que fue la vida de Juan Latre. Marino de guerra por vocación, su espacio vital, el escenario de todas sus venturas y desventuras, que en realidad toda una gran aventura fue su vida, es el de una España que de primera potencia marítima y cabeza de un imperio va a encontrar su punto de inflexión en la derrota de Trafalgar y a ver cómo se van descolgando trozo a trozo, esos pedazos de España que eran las provincias ultramarinas.

Con estas premisas, recogí el que para mí fue un reto del profesor Ubieto y me propuse ofrecer a mis paisanos y aún a la historia de la Marina española, la aventura oculta de este marino de rara vocación. Y ha sido para mí chocante que, siendo ignorado en los libros españoles, encontré sus rastros y tuve que confirmar su existencia real en ediciones argentinas y uruguayas sobre las historias de su nacimiento como naciones.

La idea de ayudar a los lectores a recoger con imaginación y amenidad lo que fue y tuvo de interesante la vida de nuestro marino, me ha impulsado a huir de la exposición academicista de los datos suministrado por los documentos emergentes de las profundidades de un archivo, y he elegido el estilo autobiográfico, en el que un supuesto Juan Latre narra su vida y aventuras. Está claro que por mucho que se estudie al personaje, el estilo de la narración, ni por razón de la época, ni por la imposible captación de la personalidad del presunto narrador, se acercará al que hubiera empleado el protagonista de la historia. Quizás sea más fácil para el lector avisado encontrar rasgos del autor que del biografiado, pero he creído que no dejaba de ser un método válido para, sin engañar a nadie, con toda la amenidad posible o que alcance mi modesta capacidad, presentar la lectura como si de una novela de aventuras se tratara. La verdadera biografía daba para ello y la tarea ha sido tan laboriosa como gratificante y aún relativamente fácil. Cabe añadir que empleada la imaginación para coser espacios de tiempo o suponer reacciones y emociones de los personajes, ninguno de estos ha sido incluido en la narración sin que se haya probado la relación con el protagonista principal, ni ninguna de las historias ha sido inventada: por más que de haberlo hecho, ninguna fantasía hubiera añadido un ápice de interés a la fantástica aventura que la narración describe.

La historia recoge las memorias que un retirado capitán de Navío, escribe al calor de su hogar, con la badila del brasero en la mano, para calentar el frío acumulado por sus huesos en largos años de servicio, abocado a la que ha de ser su última singladura, la que ha de llevarle a la costa sin retorno a la que todos estamos destinados.

Se inicia la narración exponiendo al lector la ilusión de los años jóvenes del protagonista, que madura rápidamente en la cubierta de los primeros barcos en los que inicia su carrera de marino. En una segunda parte el narrador nos presenta un Latre pagado con la contemplación de las maravillas que se abren a su vista en la exploración de las aguas y tierras del Atlántico Sur, donde es destinado con base en las Malvinas. En ellas tiene ocasión de desarrollar sus dotes de geólogo y ejercitarse con éxito como marino de guerra, defendiendo la titularidad española de las islas. Una época posterior le llevará a las Filipinas, donde carga con la responsabilidad de embarcar a dos niños con destino a España, inicio de una increíble historia, si no estuviera documentada, que durará más de diez años. Después de profundizar en el mar de China comerciando con Cantón, la guerra con Inglaterra le impide regresar a España y recalando en el Río de la Plata será testigo y protagonista de los nacientes movimientos emancipadores de las provincias americanas. Pero antes lo veremos inmerso en los episodios de la defensa de Buenos Aires contra la invasión de la armada de la Gran Bretaña, a las órdenes de Sobremonte, primero, y de Liniers al año siguiente. La narración de estos sucesos, de estas decisivas batallas, tienen un valor testimonial y un lujo de detalles tal que, en estas memorias apócrifas, no han sido necesarias más adherencias que las justas para su mayor comprensión, con datos complementarios rigurosamente históricos.

La guerra de la Independencia española sumerge al continente hispanoamericano en una peligrosa confusión que terminará resquebrajando los pilares de nuestro imperio. La situación de ilegitimidad en que se encuentra la Monarquía desde la invasión napoleónica produce una tremenda perturbación. La confusión es grande y las noticias llegan al continente americano, con retraso, desfiguradas y contradictorias. Fernando VII está cautivo y no se sabe si llegará a reinar algún día. Los españoles son gobernados por un rey impuesto, José Bonaparte, al que muchos acatan, mientras otros forman Juntas de Gobierno en rebeldía contra el usurpador. Andalucía cae en manos francesas como la mayor parte de la península y la Junta Suprema actuante en Sevilla desaparece. La derrota del Ejército español en la batalla de Ocaña hace perder la esperanza a muchos pusilánimes, mientras en América se contempla como acicate para buscar un autogobierno que irá madurando y transformándose en independentismo total. Sin embargo Cádiz levanta la bandera de la independencia española, creando otra junta salvadora de la Nación. En América, los ecos de esta iniciativa patriótica se traducen en la creación mimética de sus propias juntas, que invocan a Fernando VII, pero no reconocen autoridad a la Suprema de España y como consecuencia del desgobierno tampoco reconocen la jerarquía del Virreinato. Las Capitanías Generales se quedan en una trágica orfandad y la administración carece de autoridad.

Las ambiciones locales y personales, los intereses dispares de las distintas clases, españoles y criollos y las promesas de mejora a indios, negros y mestizos, aderezado todo ello por las ideas revolucionarias importadas, con la masonería por medio, el ejemplo de la América del Norte y las intrigas extranjeras, forman una mezcla imposible de digerir, en la que los más avispados imponen su política de hechos consumados, disfrazándola en sus comienzos de lealtad a la monarquía, pero abriendo pronto las alas en un vuelo hacia la independencia total, y aprovechándose de la falta de atención de España hacia los problemas de ultramar.

En ese ambiento, nuestro marino, atrapado por el destino, se debate en una lucha por sus lealtades. Ello le permitirá, al final de sus días, en lo que él llama su última singladura, hacer un relato y examen próximo y crítico de un pedazo crucial de nuestra historia, que ha estado quizás velado por los humos de la hoguera que ardía en nuestro suelo peninsular.

Con estos mimbres he pretendido construir el cesto que someto a la benevolencia de los lectores. En una época en que la información se nos sirve por entregas, en hojas sueltas, a través de la prensa y por los medios más modernos electrónicos, la labor de ir cosiendo los retazos es un apasionante ejercicio de recomponer la historia. A la manera del sastre que de unos retazos de diversa procedencia es capaz de crear un modelo o un pret a porter, así he querido reconstruir la historia de nuestro marino “contada por él mismo”. Espero que el lector sepa perdonar el atrevimiento de imaginar y hacer suyos mis propios sentimientos. Es como vestir un esqueleto con musculatura ajena, pero puedo certificar que la osamenta es auténtica. Por otra parte va a ser fácil al lector separar la carne del hueso si se le dice que todas las actividades desarrolladas en la narración por nuestro marino son auténticas, sacadas de su hoja de servicios y de sus propios informes.

Acostumbramos medir el esfuerzo español por los hechos memorables realizados en tierra. Sin embargo, la comparación de esfuerzos hace meditar acerca de lo que pudo suceder si España, en ciertos momentos de su historia, hubiese contado con bases estratégicas, con naves bien marineras, con armamento potente y con oficialidad y tripulación avezadas y valientes.

Capítulo I

Tertulias de viejos marinos

He vivido mucho. Dicen que la vida es semejante a una balanza, en uno de cuyos platillos se van depositando los recuerdos mientras el otro recoge las esperanzas y planes de futuro y que la vejez empieza cuando aquél adquiere un peso superior a éste. El fiel de mi balanza hace tiempo que está peligrosamente inclinado a favor de los recuerdos. Y pesan. Pesan los recuerdos de tal forma que sospecho que el encorvarse de los cuerpos al llegar la vejez no es tanto por el declive físico como por el amontonamiento de aquéllos. Los míos, mis recuerdos, van ligados a una vida consagrada al servicio de mi rey y de mi patria, Sé que es vanidad, ofensa a la modestia, hacer ostentación de los propios hechos, pero mi hoja de servicios va tan paralela a la triste historia de la nación en este largo medio centenar de años, a caballo de los siglos XVIII y XIX, esplendorosos, ilusionados en sus comienzos y tristes en el ocaso, que me parece que al exhibir mis propias glorias y miserias en unos pliegos de papel estoy también contando la vida de la nación a la que amé en sus desgracias. Si ello contribuye a que los que algún día en el futuro puedan leer estas memorias comprendan mejor por qué vale la pena, pese a todo, luchar por ella, habrá sido éste mi último servicio.

Estamos entrando en el otoño de 1827, pero mi cuerpo y mi espíritu acusan ya los rigores del invierno. Han pasado doce años, ¡qué rápido se mueve el péndulo del reloj cuando el río de la vida se acerca al sumidero!, de aquel 28 de agosto de 1815, en el que una Real Orden me concedía el alto honor de ser promovido al empleo de Capitán de Navío. Llegaba tarde. Cuando ya no era más que un marino viejo y estropeado, minado por la enfermedad. Se me dijo que el nombramiento que Su Graciosa Majestad D. Fernando VII se dignó concederme era un reconocimiento a mis servicios y a la contribución con mi salario a la causa de su restitución en el trono, mérito que comparto con otros muchos compañeros. ¿Qué otra cosa podía hacer? A fe mía, lo que no se puede discutir es mi fidelidad al Rey y a la Patria. A uno y a otra serví con absoluta lealtad, sin importarme penalidades, que las hubo sin cuento, aun prisiones y el dolor de aquella insensata lucha entre hermanos por la independencia de las tierras americanas, empapadas de tanta sangre española derramada con generosidad a lo largo de los siglos. Lo que sí tengo en gran estima es la concesión de la Cruz de San Hermenegildo[footnoteRef:3], como certificado y recompensa de la prestación de servicios sin tacha durante un periodo largo de tiempo. Toda una vida en mi caso. [3: La cruz, hoy vigente, que honra los pechos de numerosos caballeros de la Real Orden de San Hermenegildo, fue creada en 1814 por Fernando VII.]

Pero, a pesar de mis dolencias, vivo bien en esta aseada casa, en la capital de las Españas, bajo los inestimables cuidados del ama doña Josefa Quirós, viuda de Cachero y las gracias de su hija María. Las rentas de mis bienes, fruto de los ahorros de una vida dedicada a la mar, sin demasiadas ocasiones para derrochar ni mi soldada ni mi herencia paterna, consistentes en alguna finca en distintas localidades y el capricho de una tienda de vinos en la calle del Príncipe, me permiten una vejez sosegada, libre de preocupaciones, si no fuera por la contemplación de los males de la Patria, que ya se encargan de realzar en las frecuentes tertulias caseras mis más adictos camaradas don Alonso de la Riva[footnoteRef:4] y don Francisco de Paula Topete[footnoteRef:5], ambos viejos lobos de mar, también con el rango de capitanes de navío. Especialmente Topete, de exaltado amor a España, que sería capaz, si tuviera los arrestos y vigor de antaño, de levantar a la Armada por combatir cualquier injusticia de las muchas que ensombrecen el panorama de nuestra pobre España y que repudiamos con, a veces, indignado y alto tono de voces. [4: En el ESTADO MILITAR de la Real Armada, año 1834, figura como vocal de la Real Junta Superior del Gobierno de la Armada.] [5: Francisco de Paula Topete Viaña y Fuentes, natural de Puerto de Santa María (Cádiz), Capitán de Navío y Caballero de Carlos III en 1828, era tío de Juan Bautista Topete y Carballo, que fue Vicealmirante, Ministro de Marina, político y gobernante de gran relieve en la etapa comprendida entre 1850 y 1885, año en que falleció en Madrid. Juan Bautista Topete Carballo es especialmente conocido en la Historia por haber encabezado la sublevación de la Armada en el puerto de Cádiz que dio origen a la revolución de 1868 y a la expulsión de Isabel II. Juan Bautista Topete Carballo era hijo de su homónimo don Juan Bautista, hermano de Francisco de Paula y de doña Clara Carballo. Otros miembros de esta gran familia de marinos han continuado manteniendo el lustre de sus antepasados hasta los actuales tiempos, entre ellos se encuentra el coronel de Infantería D. Juan Bautista Topete de Grassa, ilustrador y colaborador del autor de este libro.]

Y hablamos. ¡Ya lo creo que hablamos! De lo divino y de lo humano pero sobre todo de política, aunque, a veces, inevitablemente, dejemos correr el grifo de la nostalgia con el recuerdo de las noches infinitas de las guardias en cubierta contemplando el rilar de la luna sobre la superficie en calma de cualquiera de los mares recorridos, o la lucha a brazo partido contra la enfurecida galerna. Largas horas de conversaciones alrededor del brasero, que se prolongan hasta que mi dueña, la buena de doña Josefa, nos recuerda, a mí que es hora de tomar el brebaje de cada tardada, ¡dichoso escorbuto, maldición del marinero!, y a mis amigos de volver a sus casas.

Conscientes de que no podemos solucionar nada, estudiamos y repasamos mil veces los acontecimientos que ensombrecen y resquebrajan el solar de la patria. En nuestras discusiones contemplamos con más indiferencia que dolor, pues el espíritu se encallece con la acumulación de reveses, de qué manera se suceden las desgracias nacionales cuando desaparece un ideal común. La unión contra los franceses y la ilusión de la restauración de la grandeza patria, aderezada por los aires de progreso que trajera una Constitución redactada por varones preclaros, ha devenido, una vez conseguida la paz y restablecida la monarquía de Fernando, en este estado de continuos enfrentamientos que no pueden llevarnos a otra parte que al desastre nacional.

Al desembarcar en Cádiz el año 15, con las imágenes, todavía impresas en la retina, de la lucha contra los insurgentes americanos, encontramos una España en quiebra, arruinada, con las cicatrices de la guerra contra los franceses y con heridas todavía sangrando, sin cauterizar, pero veníamos abiertos a la esperanza. Pese a que intuíamos que la única garantía de recuperación y de esquivar la bancarrota era la plata americana que se nos disputaba. Para nosotros fue altamente confortante la noticia del envío a las colonias de 10.000 hombres al mando del general Morillo[footnoteRef:6], un general de gran valor y capacidad, pese a que nuestra cabeza, en pugna con el corazón, nos hacía sospechar que el problema americano era una fruta demasiado madura, lista para caer del árbol. La noticia de la suerte de Morillo en Boyacá, derrotado por Bolívar, fue recibida en nuestra minúscula tertulia con la frialdad con que se recibe una nueva de antemano anunciada. [6: Pablo Morillo (Fuentesecas, España, 1775 - Barèges, Francia, 1837). Militar español, conde de Cartagena y marqués de la Puerta, recorrió toda la escala de empleos partiendo de su ingreso desde su servicio en las tropas de la Marina Real. Fue llamado el Pacificador por cumplir el encargo de Fernando VII de poner orden en las colonias españolas de América. En 1819 fue vencido por Simón Bolívar en Bocayá, derrota que tuvo como consecuencia la declaración de independencia de la Gran Colombia y la firma del armisticio de Trujillo (1820).]

Como un mal agüero recibimos la noticia del cambio de titulación de Virrey de Nueva España por el de “Jefe político” que tomaría Juan D`Onoju[footnoteRef:7], y las tristes novedades del tratado de Córdoba de 1821 y finalmente de la batalla de Ayacucho el 9 de diciembre de 1824. Con ellas se aguaron todas nuestras esperanzas de conservación de los queridos territorios de allende los mares. Apenas en el Caribe y en el lejano Pacífico, Cuba y Puerto Rico y las Filipinas quedarían como muestras de un imperio en el que no se ponía el sol. Me parece oportuno, si es que alguien en el futuro leyera estas memorias, sacar de mi biblioteca la copia de la real cédula, dada en Barcelona el 14 de septiembre de 1519 por el emperador Carlos, en la que desde mi juventud creí con fe de catecúmeno y cuyo contenido pierde hoy todo sentido. Así decía el gran César de la Cristiandad: [7: Juan José Rafael Teodomiro O`Donujú O`Ryan, (1762 – 1821), sevillano aunque de familia oriunda de Irlanda está considerado como el último Virrey de la Nueva España, peleó en los sitios de Zaragoza y fue prisionero de los franceses, escapando en 1811. Las Cortes de Cádiz lo nombraron Ministro de Guerra. En 1820 fue Capitán General de Andalucía. En 1821 sustituyó al Virrey Apodaca en Nueva España con el título de Jefe Político Superior y Capitán General de Nueva España. Le cupo el triste honor de firmar los Tratados de Córdoba que independizaban los territorios de Nueva España. Murió ese mismo año.]

“Y considerando la fidelidad de nuestros vasallos y los trabajos que los descubridores y pobladores pasaron en su descubrimiento y población, para que tenga mayor certeza y confianza de que siempre estarán y permanecerán unidas a nuestra real corona , prometemos y damos fe y palabra real por Nos y los reyes nuestros sucesores que para siempre jamás no serán enajenadas ni apartadas o en todo o en parte, ni sus ciudadanos ni poblaciones, por ninguna causa o razón o a favor de ninguna persona; y si Nos o nuestros sucesores hiciéramos donación o enajenación contra lo susodicho, sea nula y por tal fin declaramos”

Las conversaciones sobre la política militar son verdaderas disecciones mentales de la situación de nuestro Ejército, hipertrofiado por la guerra napoleónica en contraste con una economía en bancarrota. Las medidas del Gobierno de S. M. encaminadas a hacer un ejército reducido y más barato, chocan con una oficialidad formada en muchos casos en la guerrilla y con ascensos rápidos durante la Guerra de la Independencia. Muchos de ellos abrazarían las ideas liberales en colisión con las de otra minoría que apoyaba el absolutismo del antiguo Régimen, alcanzando, ambos bandos exaltados extremismos.

Héroes y villanos de nuestra guerra de la Independencia, elevados a las más altas magistraturas del ejército combatiendo la legitimidad real, desde las mismas campiñas que los alzaron a la fama o desde el exilio. “El Deseado”, D. Fernando avivando las llamaradas con su volubilidad. Y un pueblo capaz de luchar con la saña de un lobo hambriento, desentendiéndose en 1823 de la vuelta de los franchutes, los “cien mil hijos de San Luis” que fueron recibidos con sorprendente indiferencia bovina. De los famosos guerrilleros Empecinado y Mina, el primero fue ahorcado por los Voluntarios Realistas en Roa, ahora ha hecho dos años, mientras que Mina, el Teniente General D. Francisco Espoz y Mina, condecorado con la Cruz de San Fernando, se encuentra exiliado en París. En el mismo año de la muerte de “El Empecinado”, Rafael de Riego[footnoteRef:8] es ejecutado e insultado por los mismos que anteriormente le aclamaran y le regalaran una espada de honor. Al año siguiente es el coronel D. Francisco Valdés[footnoteRef:9], el que, después de ser derrotado por O`Donell y condenado a muerte, sería pasado por las armas. Bessieres, el general Jorge Bessieres[footnoteRef:10], morirá igualmente en 1825 y el año siguiente, el próximo pasado 1826, empezaba con la muerte del coronel D. Antonio Fernández Bazán[footnoteRef:11]. Es demasiado larga la lista de descontentos que pagan con su vida una rebeldía que no es sino síntoma de un cuerpo enfermo de gravedad. Anuncios de un futuro que no veremos, pero que adivinamos funesto para nuestra patria. [8: Rafael de Riego y Núñez; Santa María de Tuñas, Asturias, 1785 - Madrid, 1823. Militar español. Miembro de los Guardias de Corps, luchó contra los franceses en la Guerra de la Independencia (1808-14). Estuvo prisionero en Francia, en donde recibió la influencia ideológica del liberalismo revolucionario.] [9: El coronel don Francisco Valdés se había apoderado de Tarifa al grito de “Viva la Constitución de 1812” el 3 de agosto de 1824, al frente de 200 hombres. El general O`Donell sitió la plaza con una brigada y tres barcos franceses y obtuvo su rendición. Hª de España de Gallach. Tom V. pp 241.] [10: Sirvió en los ejércitos napoleónicos durante la Guerra de la Independencia Española y se pasó en los últimos momentos a las filas españolas, donde alcanzó el grado de teniente coronel. Durante el Trienio Constitucional, en julio de 1821, participó en un intento de sublevación republicana en Barcelona junto con el mexicano Oronoz y Francisco Brotóns; condenado a garrote vil, se suspendió la ejecución gracias a la enérgica protesta del pueblo. Capitaneó en 1825, con el grado de general de división, un pronunciamiento ultrarrealista, pero el Conde de España lo hizo fusilar en Molina de Aragón el 26 de agosto de 1825 y quemó sus papeles, entre los cuales figuraba un salvoconducto del rey que se negó a acatar. Wikipedia.] [11: El coronel don Antonio Fernández Bazán desembarco en las costas de Alicante (18 y 19 de febrero de 1826) y fue sorprendido por voluntarios realistas que fusilaron a los 29 hombres que componían la expedición. Hª de España de Gallach. Tom V. pp 242.]

Ese es el panorama que nos es dado contemplar y que ensombrece nuestras veladas, largas en los atardeceres invernales, y nuestros cortos paseos, cada vez más cortos, de los días de temperatura amable, en un Madrid espléndido, escenario indiferente a los dramas que en él se representan.

Especialmente duros fueron los días en que Rafael de Riego, aprovechando la natural aprensión de la tropa a embarcar para América, prendió la mecha que encendería las llamas de la sublevación liberal. Fue el primer día de enero de 1820. La hoguera se extendió rápidamente por toda España. El Rey tuvo que jurar la Constitución de 1812 en un solemne acto que tendría lugar el día 7 de marzo de ese año de 1820 y el 22 del mismo mes firmaba el decreto convocando Cortes ordinarias para 1820 y 1821, junto con la instrucción para las elecciones de diputados a Cortes. Cuento esto porque en aquellos días me interesé por los elegidos de mi tierra, entre los que se encontraba mi sobrino Manuel Latre[footnoteRef:12] que había elegido la carrera de las armas y que yo creía felizmente casado en Galicia. Obtuvo la plaza de Primer diputado en las segundas elecciones de 1822 – 1823. En las anteriores pude encontrar los nombres conocidos de Valentín Solanot, que había sido suplente de la Junta Superior Gubernativa interina de Aragón y el párroco de Lierta D. Vicente Cabrero. Solanot, además de aragonés, era sobrino de marino, unos años mayor que yo, pero a quien no conocí por haber él muerto muy joven [12: Manuel Latre, de una biografía interesante, fue Virrey de Navarra en 1837 y en 1838 ocuparía la cartera de Ministro de la Guerra en el Gabinete que presidiría Bernardino Fernández de Velasco.]

El sueño liberal duraría tres años. Tres años en los que las espadas estuvieron en alto y las guerrillas, esta vez de absolutistas, contra la imposición de los liberales, volvieron a poblar los montes, especialmente en Vascongadas, Navarra y Cataluña. De Huesca, mi ciudad natal, me llegaron noticias de revueltas callejeras y más tarde, a principios de 1823, de su ocupación por parte de la guerrilla realista mandada por el coronel D. Santos Ladrón de Cegama y del sitio que sufrió un convento de las afueras de la ciudad, el convento de Santa Clara, en el que Felipe de Perena, fiel al Gobierno, había tenido que refugiarse y hacerse fuerte.

Quizás el movimiento revolucionario hubiera podido introducirnos a una era de mayor progreso si no fuera porque los mismos liberales estaban divididos en facciones irreconciliables de progresistas y moderados. Ello facilitó el intento de involución perpetrado por la Guardia Real, en 1822. Sus regimientos, estaban formados por tropas veteranas mandadas por oficiales salidos de la aristocracia y mimadas por el Rey. El 7 de julio, día y noche que vivimos con gran desasosiego, yo calmando los nervios de las mujeres de mi casa, los batallones del Pardo marcharon sobre Madrid. ¡Cuántas veces hemos especulado sobre lo que hubiera pasado si el Rey se hubiera unido a los mejores regimientos del ejército! Pero la indecisión del monarca devolvió el poder, en la calle, a la Milicia, “Batallón de Patriotas”, que en aquella jornada estaba dirigida por el comandante de San Miguel[footnoteRef:13], quien como premio a su éxito sería nombrado Ministro de Estado, puesto desde el que haría que el Gobierno tomara tintes de dictadura militar. Pero el triunfo de la causa liberal propiciado por De Miguel apenas duraría un año más. El 7 de abril de 1823, un ejército francés bautizado por el pueblo con el nombre de los “Cien Mil Hijos de San Luis”, y encabezado por el duque de Angulema, hijo del futuro Carlos X de Francia hacía su entrada en España restableciendo la monarquía absoluta. [13: Evaristo San Miguel (1785-1862)Nacido en Gijón, ingresó como cadete voluntario el 17 de abril de 1805 en el Rgto. 1º de Voluntarios de Aragón. Hecho prisionero de los franceses pasó casi toda la guerra en Francia. Buen militar y elocuente orador, participa en la sublevación de Cabezas de San Juan en 1820, secundando a Riego. Murió en Madrid en 1862 habiendo alcanzado el grado de Capitán General. Prsidió las Cortes Constituyentes, después de la revolución de 1854 “Vicalvarada”. Destacó como buen historiador.]

¿Y la marina? ¿Acaso se parece algo la actual situación de nuestra Armada a la poderosa escuadra que nos legaron Patiño[footnoteRef:14], el marqués de la Ensenada[footnoteRef:15] y hasta don Antonio Valdés[footnoteRef:16]? Nos queda el recuerdo de Bonifaz, Roger de Lauria, Roger de Flor, Alonso Enríquez Almirante de Castilla, los Pinzón, Elcano, Juan de la Cosa, Los Álvaro de Bazán, Oquendo, Alcalá Galiano por nombrar alguno de nuestros gloriosos antecesores, sin olvidar, porque todavía nos duelen en el alma sus muertes, sus heridas y la humillación de su derrota, nuestra derrota, a los héroes de Trafalgar. [14: Don José Patiño y Rosales (1666 – 1736) Secretario de Marina e Indias, de la Guerra y de la Hacienda e Intendente General de la Armada quién dedicó la práctica totalidad de su vida al servicio de la Administración del Estado y a quién la Armada debe la organización de sus arsenales. El lema de su vida, inscrito en su escudo de armas reza en latín: "Vine a servir y no para ser servido".] [15: Zenón de Somodevilla y Bengoechea, marqués de la Ensenada (1702-1781 Gracias al decisivo impulso de Ensenada se construyen también los tres grandes arsenales clásicos en que quedarán apoyadas para siempre la Marina y la flota de guerra españolas: Ferrol, Cartagena y La Carraca. Compitiendo en el mar contra la poderosa flota británica, el marqués aconseja en 1748 que el experto marino Jorge Juan y Santacilia vaya de visita a Gran Bretaña para informarse y conocer a fondo a los mejores técnicos navales del momento. Será así como proyecte y haga realidad la construcción para España de una flota digna en calidad a la británica, con un aumento de por lo menos 60 navíos de línea y 65 fragatas listas para operar. Asimismo, Ensenada eleva el Ejército de tierra a 186.000 soldados y la Marina a 80.000.] [16: Antonio Valdés y Fernández Bazán (1744-1816) Continuador de la obra de sus antecesores en 1787 inauguró el dique de La Carraca, entrando el “Santa Ana” uno de los mayores de la época, de tres puentes y 112 cañones, y al año siguiente otro de tres puentes el navío “Conde de Regla”; se ampliaron los parques de artillería; se atendió al personal, aumentándosele los sueldos y se creó el montepío de la marina. Presentó a Carlos III el proyecto de bandera para la marina de guerra, que se convertiría luego en la enseña nacional de España.]

Pasaron los tiempos que conocieron nuestros padres y cuyas resonancias heroicas alumbraron nuestra juventud, en los que el inglés era derrotado en la batalla de Cartagena en 1741 por Blas de Lezo[footnoteRef:17]. Una enorme flota de 186 buques ingleses con 23.000 hombres a bordo y dos mil cañones, que atacaron el puerto español de Cartagena de Indias hubieron de batirse en retirada tras perder 50 navíos y 18.000 hombres. Esta acción supuso la prolongación de la supremacía de la marina española. Siempre tuve presente como guía de acción la frase que se atribuye al gran marino, que influyó para que siendo tan múltiple mutilado que llegaron a llamarle medio-hombre yo lo tuviera por un gigante: [17: Blas de Lezo y Olavarrieta (1689 – 1741). Con apenas 12 años (1701), se enrola como guardiamarina al servicio del conde de Toulouse, Luis Alejandro de Borbón, hijo de Luis XIV. Se integró en la armada francesa, en ese momento aliada de España en la Guerra de Sucesión, que acaba de empezar, al morir Carlos II sin descendencia.  conocido como Patapalo, o más tarde como Mediohombre, por las muchas heridas sufridas a lo largo de su vida militar, fue uno de los mejores estrategas de la historia de la Armada Española, y al mismo tiempo, uno de los mayores desconocidos.Murió en septiembre de 1741, el mismo año de su última batalla en Cartegena de Indias a causa de la peste desarrollada por la enorme cantidad de muertos. La noticia de esta batalla fue censurada en Inglaterra y todavía hoy es difícil encontrar historias que la narren en contraposición con lo que ocurre con las de Trafalgar o la Invencible de Felipe II.]

«Para venir a Cartagena es necesario que el rey de Inglaterra construya otra escuadra mayor, porque ésta sólo ha quedado para conducir carbón de Irlanda a Londres, lo cual les hubiera sido mejor que emprender una conquista que no pueden conseguir.»

Hoy, analizándola desde la perspectiva de la edad y de la historia vivida, me parece más bien una fanfarronada, quizás atribuida falsamente por algún admirador. Sin embargo, es hecho cierto que en tiempos pasados la armada española era respetada en todos los mares. En la maniobra ofensiva los españoles eran temidos por su pericia y audacia. Los navíos españoles cañoneaban de cerca listos para lanzar garfios y abordar el navío contrario buscando el cuerpo a cuerpo. No era infrecuente que barcos de mucho mayor porte y dotación fueran apresados por los nuestros.

Jornadas parecidas a la de Cartagena tuvieron lugar en Cádiz, Tenerife, Puerto Rico y Galicia. Todavía más cerca de nuestros desdichados tiempos está otra gloriosa acción de la que recuerdo las noticias que llegaban a mis infantiles entendederas cuando en 1779, con motivo de la Guerra de Independencia de las colonias inglesas del norte de América, una flota mandada por D. Luis de Córdova y Córdova[footnoteRef:18] inmovilizó en sus puertos a la Royal Navy, cuyos buques no se atrevieron a salir a alta mar. Ello ocasionó un colapso del comercio británico. Desgraciadamente, esta acción en la que también se apresó al navío inglés de 74 cañones, “Ardent”, se frustró y hubo que levantar el cerco por desavenencias con nuestros aliados franceses. Al menos se pudo apreciar la excelencia del mando español, en contraste con la posterior actitud del almirante francés en la transcendental batalla de Trafalgar, que sería el principio de nuestra carrera descendente. [18: Luis de Córdova y Córdova (1706 – 1796). Fue 2º Capitán General de la Armada Española. Guardiamarina en la compañía del departamento de Cádiz en 1721. Ascendió a teniente general a los 68 años. En la operación de bloqueo del canal de la Mancha portaba su insignia el navío español Santísima Trinidad. Por esta acción recibió del try Luis XVI de Francia el obsequio de una caja de oro guarnecida de diamantes y el rey de España le concedió la Gran Cruz de Carlos III. Extrañaba a los franceses que Córdova tomara precauciones contra las tormentas cuando hacía buen tiempo pues desconocían los barómetros que ya usaba la escuadra española. Mandó las fuerzas que tomaron parte en el bloqueo a Gibraltar en 1782. Al firmarse la paz con Inglaterra en 1783 el rey premió los servicios de Córdoba nombrándole director general de la Armada.]

Los historiadores podrán explicar en el futuro de qué triste manera la herencia naval de Carlos III menguó en los reinados de su hijo Carlos IV y de su nieto nuestro actual soberano Fernando VII. Hoy tan sólo podemos dolernos de ello, confortarnos con la conciencia de haber cumplido con nuestro deber, sin menoscabo del honor y rendir culto a la memoria de nuestros héroes. En treinta años, desde 1795 a 1825 se perdieron 22 navíos de combate, 10 en naufragios, ocho que se entregan a Francia y 39 que tienen que ser dados de baja por su mal estado. De los 58 navíos, 21 fragatas, 7 corbetas y medio centenar de buques menores, que surcaban la mar con pabellón español en 1775, apenas cuenta nuestra Armada con 3 navíos, cuatro fragatas, cinco corbetas y algunas naves menores[footnoteRef:19]. [19: En 1775 el despliegue de la Armada Española es el siguiente: Ferrol: 32 navíos, 3 fragatas, 3 corbetas y 3 buques menores. - .Cádiz: 6 navíos y 5 buques menores. – Cartagena: 11 navíos, 4 fragatas y 8 buques menores. - La Habana: 4 fragatas y 17 buques menores. - Cartagena de Indias: 2 fragatas y 2 buques menores. – Veracruz: 2 navíos y 2 buques menores. – Lima: 2 navíos, 3 fragatas y 1 buque menor. - Puerto Rico: 1 navío. - Buenos Aires: 3 fragatas y 2 corbetas. – Cumaná: 2 buques menores. – Filipinas: 2 fragatas, 2 corbetas y 10 buques menores. – Reserva: 4 navíos.]

El declive de una Armada que con tanto esfuerzo, pero tan brillantemente había sido levantada gracias a las reformas militares de Felipe V y el genio de Carlos III, que había devuelto la supremacía naval española, manteniendo seguras las comunicaciones con América, corre paralelo a la desgraciada acción política de unos gobiernos incompetentes de un Carlos IV rendido ante Napoleón. Y tiene su culminación cuando la parte más flamante de nuestra flota es puesta, por complacer al amo del país vecino del norte, bajo el mando de un almirante francés, Villeneuve, cuya incompetencia manifiesta condujo a la escuadra aliada a una trampa en la que no sirvió de nada el heroico comportamiento de nuestros más ilustres marinos.

Capítulo II

Huesca, mi nacencia

El libro de mi vida empieza a llenar de trazos negros sus blancas páginas con la caligrafía de D. Ramón Ruiz, vicario de la parroquia de la Catedral, al inscribir el acta de mi bautismo en el correspondiente libro parroquial. Fue justo con la inauguración del verano de 1769.

Mejor que mi memoria dará fe la transcripción literal de lo que en él se lee, que obra en mi poder desde que la solicité por asuntos administrativos. Dice así:

“Libro de bautizados de la Catedral de Huesca

Secc 7 – 1

137/1

Juan Antonio

Benito Sph.

Latre y Aysa

Día veinticuatro de junio de mil setecientos sesenta y nueve, bauticé yo el infrascrito Vicario de la Cathedral de Huesca â un niño hijo legítimo y natural d dn. Joseph Latre y de dª Antonia Ayssa Connigels, pusele Nombres Juan, Antonio, Benito Joseph: fue padrino, que le tuvo Dn. Pedro Latre a quien advertí el parentesco.

Ramón Ruiz, Vicario”

Era mi padre, D. Joseph Latre y Lacueva[footnoteRef:20], abogado de los Reales Consejos y mi madre, doña María Antonia Ayssa y Laguna. Mi madre venía de familia de infanzones y había aportado al matrimonio la casa de la calle de Forment, que fue nuestro domicilio familiar y donde nacieron mis hermanos, pues después de mi alumbramiento, que supongo sería recibido con alborozo como suele ocurrir con el nacimiento de un primogénito, sobre todo en las familias acomodadas como a D. g. era la mía, el Señor bendijo a mis padres con dos hijos más: Pedro, que se doctoraría en la Universidad Sertoriana y llegaría a ser en ella catedrático de “Prima” además de ejercer como nuestro padre de abogado de los Reales Consejos, y Juana, que hoy sigue en Huesca como religiosa clarisa en el convento de Santa Clara. [20: De José Latre hemos encontrado referencia del AHSIC, citado por José Antonio Ferrer Benimeli El Colegio de la Compañía de Jesús en Huesca (1605 – 1905). Según documento de 2 de abril de 1767, el ccorregidor juez de comisión, acompañado de los doctores don José Latre y don José Ricafort, abogado de los Reales Consejos y del escribano del consejo …pasó al Colegio de la Compañía de esta ciudad y aposento del Hermano Prior donde existe el archivo, y estando en él con su asistencia en cumplimiento delo mandado en el auto antecedente se abrió el armario que sirve de tal y se dio principio al inventario de las escrituras y documentos y papeles que en és se hallan…pp. 213. Ferrer Benimeli transcribe esta cita en el capítulo de si obra dedicado a la expulsión de los jesuitas por Carlos III.El citado José Ricafort fue el padre de Mariano Ricafort y Palacín ilustre militar que da nombre a la actual calle que sube de la plaza de Lizana a la Catedral, nacido en 1776, que participó en las guerras de la Convención y de la Independencia y llegaría a teniente general y ministro de Tribunal Supremos de Guerra y Marina. Julio Brioso, Las calles de Huesca pp. 212 1ªed.]

En cuanto al resto de mi familia daré noticia de mi señor tío D. Pedro Latre, que me apadrinó, y su esposa, mi tía doña Manuela Huarte, y mi otro tío, Eusebio, también hermano de mi padre, que fue prior de la iglesia colegial de San Pedro el Viejo. Sin hijos en quienes volcar mi cariño he disfrutado de mis sobrinos, hijos de mi hermano Pedro. El mayor, sacerdote, del mismo nombre que su padre y Manuel, que eligió la carrera de las armas. De éste, con toda seguridad se ocupará la historia por la brillantez de su carrera. Nacido el año 1789 en Caspe, donde a la sazón vivía mi hermano, ha alcanzado ya el grado de brigadier. No será de extrañar que en lo por venir la suerte le reserve para mayores menesteres. Desde su mando de comandante en los Voluntarios de Aragón ha sido partícipe de todos los hitos históricos de nuestro tiempo. Jefe político superior en Galicia sustituyó a Mina en 1821 cuando éste cayó en desgracia ante el Gobierno[footnoteRef:21]. [21: Manuel Latre (1789 - 1840) Nació en Caspe. Fue comandante del batallón de Voluntarios de Aragón y como teniente coronel tomó parte en el levantamiento de Riego en 1820. Fue Jefe político superior de Galicia en 1821, virrey de Navarra en 1837 y ministro de la Guerra en el Gobierno presidido por el conde de Ofalia de marzo a septiembre de 1838. Murió en Ciudad Rodrigo. Su tío Juan Latra Aisa le hizo heredero de gran parte de sus bienes., diputado por Huesca Biografía:]

De Huesca, de la que siempre he guardado la memoria y sentido el orgullo de tenerla por mi cuna, pese a que, desde los dieciochos años me alejé de ella para lanzarme a la aventura de mi vida, tengo los amables recuerdos de una niñez y juventud felices. Conservo grabado en la memoria el rostro de alguna de las jovencitas con las que pasé buenos ratos en los saraos que se organizaban en las casas de las familias notables o en las fiestas campestres junto alguna fuente de las que abundaban en los alrededores de la ciudad. Bellos rostros de mujeres con las que nos hacíamos el encontradizo en los paseos por la alameda junto al río Isuela, buscando el inocente premio de poder cambiar algunas frases galantes. Eran tiempos bucólicos los de mi despertar a la vida. El paraíso perdido que tantas veces recordaría, del que salí con la inconsciencia del ave que salta del nido y extiende sus alas creyendo dominar el viento y el espacio hasta que se topa con la primera tormenta o experimenta por vez primera el miedo ante el ataque de otra ave de presa.

Huesca en aquellos años era un remanso de paz. Los hombres de guerra, los soldados de las distintas unidades que de paso se alojaban en la ciudad, en los cuarteles alto y bajo[footnoteRef:22] o en las casas de los vecinos – a la nuestra le tocó alguna vez dar posada a oficiales – alegraban las calles con sus vistosos uniformes. Todavía recuerdo el paso de la Caballería del Regimiento de Calatrava[footnoteRef:23]. Su estancia no provocaba más que, si acaso, las clásicas riñas entre mozos civiles y militares, generalmente disputándose la atención de alguna damisela. No tardaría, sin embargo, en oscurecerse el panorama y desde la Guerra de la Convención de 1793 en la que Huesca se convertiría en Cuartel General de Ricardos, la tranquilidad, la paz, huyeron de sus murallas. A partir de la Guerra de la Independencia en que fue ocupada por el ejército francés y liberada por los hombres de Espoz y Mina, la vida en aquella pequeña ciudad ha sido reflejo de todas los pronunciamientos, revueltas y guerras de mayor o menos identidad que este desdichado siglo XIX nos ha traído. [22: Véase “Huesca plaza militar. Historia de los cuarteles, siglos XVIII – XX” de Félix Generelo.] [23: En los años a que hace referencia la narración, se tiene noticia del paso del Regimiento de Dragones del Rey que llegó a Huesca el 26 de marzo de 1773, seis compañías de un Rgto. cuyo nombre se ignora, 28 de junio de 1774 y el Rgto. de Calatrava de Caballería en octubre de 1777. La tropa se alojaba en el cuartel alto, que en el siglo XIX se convertiría en el cuartel de San Juan o, como era uso de la época, en casas de vecinos que estaban obligados a dar esa prestación.]

Cercada por las murallas medievales, algún paño dicen que tiene origen romano, Huesca, aupada sobre un promontorio alargado, me recordaba, vista desde el cerro de San Jorge, un barco con su proa rumbo al NNO, navegando sobre las olas verdes de sus huertas, a no ser por los apéndices extramuros de los antiguos barrios moro y judío con sus laberintos de calles y muros de mampostería. En la proa, se avistaba la Zuda, despidiendo a la puesta del sol reflejos de atardeceres musulmanes y pegada a su vieja torre la Universidad con ecos muy lejanos de la Osca de Sertorio. A guisa de palo mayor la torre de la catedral reafirma el carácter cristiano de la ciudad desde que Pedro I la poblara con sus huestes a partir de 1096. Y a manera de palo de mesana la de San Pedro el Viejo, iglesia que gaurdó el relicario de la fe aun en tiempos de moros. Ya extramuros, en el barrio moro, la torre de la iglesia de San Lorenzo, proclamaba y proclama que allí vivió el más ilustre hijo de Huesca.

Todavía en este siglo que me vio nacer, Huesca podía cerrar sus puertas. La puerta de San Miguel o Sircata, la del Carmen, la de Remián, puerta de San Vicente, puerta de San Francisco, puerta de la Alquibla o de la Correría, de Tablas, del Alpargán, puerta chica del Mercado de la Cebada, puerta de Santo Domingo, puerta de Montearagón o “Porteta”.

Si continuamos con el símil del barco podremos seguir la línea de crujía, de proa a popa entrando por la puerta Sircata o de San Miguel, junto al puente románico del mismo nombre. Una empinada cuesta lleva a la plaza de la Universidad. Frente a frente están el famoso templo de la sabiduría y el hospital de Nuestra Señora de la Esperanza. Siguiendo la fachada de éste por la calle a la que da nombre, calle del Hospital o también de La Limosna, se llega al centro más noble de la ciudad donde se encuentran, formando plaza, la catedral, la casa de los canónigos, el colegio de Santiago y las casas consistoriales. Continuando por la línea descriptiva que nos hemos formado, es decir la crujía del imaginario barco, eje de la que fue Osca romana, ya en cuesta descendente, seguiremos por la calle de los Caballeros[footnoteRef:24], donde han estado las casas más nobles de la ciudad hasta que durante el Renacimiento se puso de moda construir al exterior de la muralla, en lo que sería la parte de babor, que tal hicieron los Climent, Oña, Mirón, Lastanosa, Claver, a la vez que apoyados en la misma muralla o a caballo de ella se construían igualmente casas que iban conformando la calle del Coso o edificios notables como la iglesia de los jesuitas y su residencia adjunta, que flanquean la puerta de San Vicente. El itinerario que contemplamos lleva a la iglesia de San Pedro el Viejo, vestigio más antiguo de la ciudad, cenobio que fue residencia y sepultura de Ramiro II el de la leyenda de la Campana de Huesca, y antes iglesia mozárabe donde tenían su refugio los cristianos que permanecieron en la ciudad, sometidos al poder de la media luna. De aquí, el que hubiera elegido el recorrido propuesto podrá alcanzar la salida del barco por su popa, bien por la puerta de la Alquibla, donde suele estar la guardia de principal de la guarnición o por la del Alpargán. [24: Actual calle de Las Cortes. ]

No haré descripción más extensa, pero sí diré algo del centro donde se imparte el saber, la Universidad. Cuantas veces he oído a mi padre citar Lucio Marineo Sículo[footnoteRef:25], quien en su Crónica de España, habla de Huesca como muy nombrada por los estudios de letras que en ella se enseñan. La Universidad Sertoriana, aunque en su estatus actual se dice fundada por Pedro IV en 1354, se remonta, según la tradición, a unos estudios que fundara Quinto Sertorio, los más antiguos, públicos y generales que hubo en España. Esta teoría, que no negaré ha sido discutida, la oí defender con gran peso argumental a un sabio y santo varón, fraile capuchino en el convento de San Francisco, fray Ramón de Huesca[footnoteRef:26], compañero de mi padre, profesor de la Universidad Sertoriana en las Facultades de Filosofía, Teología y en la Escuela de Gramática. La defensa de los orígenes sertorianos está también en la obra de Diego de Aynsa, del cronista del Reino Uztarroz y Albiniano de Rojas. [25: Lucio Marineo Sículo (1460 - 1533). Humanista e historiador siciliano, vino a España y enseñó durante doce años en la Universidad de Salamanca. Su actividad docente y sus libros influyeron en el desarrollo del Renacimiento español. El rey Fernando el Católico lo llamó a la Corte y le nombró capellán suyo y cronista.] [26: Ramón Pérez Ubico (1739 – 1813), ilustre capuchino conocido en la orden como Padre Huesca, nació en Pompién (Huesca), famoso historiador escribió “Teatro histórico de las iglesias del Reino de Aragón”. Está enterrado en los claustros de San Pedro el Viejo de Huesca. ]

La Universidad Sertoriana es en definitiva ese lugar, templo de la sabiduría, donde tanto a mi señor padre como a mi tío Pedro les hubiera gustado que su hijo y sobrino hubiera recogido la antorcha, dando continuidad a su excelsa labor docente. Pero el joven Juan Latre tenía oras ideas en la cabeza, pájaros que diría mi madre y chifladura mi hermano Juan. Juana me tenía tal admiración y cariño que todo lo que yo hiciera le parecía bien. La verdad es que todavía no sé exactamente cuál fue el impulso que me llevó a elegir la carrera de marino de guerra. Y aún pienso que muchos se preguntarán qué rara ventolera le dio a un muchacho de tierra adentro, nacido a orillas del Isuela, para lanzarse a la conquista de los mares océanos. Bien pudieron ser los relatos de las hazañas marineras que nos llegaban con ecos retardados y que hacían vibrar las fibras patrióticas de los viejos y desbocarse la imaginación de los jóvenes. Riesgo, aventura, fama… y servicio a la Patria, que esto sí que se me había inculcado en el seno familiar.

La verdad es que apenas conocía nada, ni relación alguna tenía con la milicia y menos con el mar a no ser el conocimiento que me llegaba a través de mi tío Eusebio de los viajes de un hermano de su compañero de ministerio, el deán del cabildo de Huesca, D. Lorenzo de Azara, sobre un hermano suyo, D. Félix[footnoteRef:27] que, como ingeniero militar, se encontraba desde el año 1781 en el Virreinato de la Plata estableciendo los límites con las tierras portuguesas. El caso es que esa ventolera, llegó a plasmarse sobre los papeles en forma de solicitud de ingreso en la escuela de Guardias Marinas de El Ferrol. [27: Félix de Azara (1742 – 1821), marino e ingeniero militar que sobresalió como naturalista y hombre colonizador del Río de la Plata, nacido en Barbuñales tuvo varios hermano: José Nicolás quizá, el más valioso diplomático de Carlos III y Carlos IV. Amigo de tres papas, del emperador José II, de Catalina de Rusia, de Federico de Prusia, admirado por Napoleón, noble con título italiano; Eustaquio que fue obispo de Barcelona; Lorenzo, deán del cabildo de Huesca y maestre escuela de la Universidad Sertoriana; Mateo, oidor en la Audiencia Barcelonesa; y Mariana. Es muy verosímil que Lorenzo hablara con sus compañeros Eusebio y Joseph Latre de su hermano, el militar y marino y de sus viajes.]

Capítulo III

El Ferrol

Y un buen día del año del Señor de 1787, fechado el 20 de junio, se recibió un escrito del ministro de Marina y capitán general de la Armada, don Antonio Valdés y Fernández[footnoteRef:28] que respondía a mi solicitud, comunicándome la admisión en tan noble Cuerpo. La noticia fue recibida por mi familia con la alegría un tanto dulce y un tanto amarga de saber que yo había conseguido el sueño tan ansiado, pero que a la vez iba a suponer mi alejamiento del hogar. Recuerdo los saltos de gozo que mi hermanita dio, en consonancia con mi propia alegría, y la seriedad con que mi padre notificó la noticia a toda la familia. Inevitable fue igualmente el emocionado recuerdo a mi madre fallecida ya en esas fechas, que de seguro hubiera derramado también sus lágrimas viendo la felicidad de su hijo. Dios la tenga en su Gloria. [28: Antonio Valdés y Fernández Bazán (1744 – 1816) fue un marino y militar español, 4º capitán general de la Real Armada, ministro de Marina, secretario de Estado, del despacho universal de Indias y caballero del Toisón de Oro.  A su muerte que fue muy sentida, a los 72 años, Fernando VII mandó que se le hiciesen los honores de capitán general de la Real Armada con mando, los más altos entonces.]

En cuanto a mí, he de decir que el comunicado, pese a los muchos que he recibido en la vida, nombramientos, ascensos, condecoraciones etc. éste ha sido siempre el más preciado y lo tengo guardado entre mis escritos más personales y transcendentes. Decía así:

“El Rey ha concedido plaza de Guardia Marina a D. Juan de Latre Ayssa Lacueva y Laguna, lo que participo a Vm para que presentándose ahí este sujeto dentro del término de cuatro meses y concurriendo en él las circunstancias que previenen las Ordenanzas se le admita en esa compañía, y tome el asiento correspondiente en la Contaduría de Marina de ese Departamiento , abonándosele el prest y la gran masa. Dios guarde a Vm muchos años. Aranjuez, jueves 20 de junio de 1787”

Los cuatro meses que se me otorgaron para presentarme en la Escuela de Guardias Marinas de El Ferrol pasaron con la lentitud aparente con que llegan las fechas esperadas con ilusión, a pesar de la actividad inherente a los preparativos de un viaje que iba a ser el comienzo de una nueva vida. Mi padre y mi tío Eusebio, se personaron ante el notario y con motivo de mi toma de estado extendieron documento, como fideicomisarios del testamento de mi madre y por sí mismos y con arreglo al fuero de Aragón, al objeto de dotarme para atender a mi carrera. Firmaba la escritura Anselmo Romera, Escribano Público del Colegio de Zaragoza. No es necesario describir la emoción que me produjo este acto, prueba del cariño que mis padres y tíos me habían profesado. La asignación establecida y condicionada a la toma de estado, que en mi caso se justificaba con mi ingreso en la Marina, ascendía, “según la posibilidad del otorgante y el haber de la madre ya fallecida, a 800 libras jaquesas además del equipaje, uniforme y gastos de desplazamiento hasta su destino”.

La Academia de Guardias Marinas a la que en breve había de incorporarme tenía su emplazamiento en El Ferrol desde el 13 de agosto de 1776, junto con otra que se ubicó en Cartagena. O sea que yo iba a ser de la undécima promoción. Con el tiempo me daría cuenta de la calidad del centro, crisol de lo más granado de la oficialidad de la Marina española, del que salieron hombres que la historia a nimbado como héroes y forja de la más bella virtud del compañerismo. El Gobierno de la Nación, consecuente con los tiempos de decadencia que nos es dado vivir en la actualidad la cerró hace tres años, en 1824, trasladándola en 1825 al Arsenal de la Carraca[footnoteRef:29] en Cádiz. [29: El Arsenal de la Carraca  se encuentra en el término municipal de San Fernando, en la provincia de Cádiz y fue el primer establecimiento militar de su género creado en España a impulsos de la política naval de Patiño y del marqués de la Ensenada.. La Escuela Naval Militar se encuentra hoy en Marín (Pontevedra, Galicia) desde 1943, fecha en que fue trasladada desde su anterior ubicación en la Población naval de San Carlos, San Fernando, Cádiz. ]

Y llegó el día de la despedida y de mi salida de Huesca, dejando atrás el cascarón, el nido, el lugar de mis sueños, de la paz y del sosiego, para lanzarme a un mundo lleno de incógnitas pero que me atraía con una fuerza que la imaginación convertía en irresistible. Haré gracia de los detalles pues todas las despedidas son iguales. Lloros, abrazos y recomendaciones que se olvidan. Me acompañó en el viaje mi padre. Las casi doscientas leguas que tuvimos que recorrer fueron para mí la más larga e ilusionante aventura que jamás había soñado, pasando sobre todas las incomodidades de un viaje de tal envergadura con las alas de la imaginación poderosa de los dieciocho años. Las varias semanas de agotadoras jornadas que empezaban con el amanecer y terminaban cuando las acababa el sol, los pésimos caminos carreteros, la sordidez de las posadas carentes de toda comodidad e higiene, no eran más que alimento nutriente de mi fantasía.

No nos fue difícil encontrar la Escuela, que se convirtió en mi hogar tan pronto como mi padre emprendió el viaje de vuelta, una vez que me vio perfectamente alojado. Durante unos días, me acompañó en las gestiones necesarias para mi perfecto acomodo como guardiamarina. Entre ellas la de acompañarme al sastre que había de confeccionarme los uniformes. Algún paseo por la ciudad también dimos, admirando los astilleros y la bahía por ser la zona que más se separaba de nuestros conceptos de hombres de tierra adentro. Admiramos el monumento que tan sólo un año antes se había levantado en honor de Carlos III, un obelisco coronado por la estatua de una “Fama” tocando el clarín.

Estaba la Escuela situada en el barrio del Esteiro en el llamado Cuartel de Batallones, edificio colocado en una atalaya cuyas vistas abarcaban toda la bahía. Había sido construido en 1766 para dar respuesta a la necesidad de alojamiento de la tropa de guarnición, con especial cuidado a la defensa de los astilleros. Tenía el edificio capacidad para 4.000 hombres. Nuestro alojamiento en él habría de tener carácter provisional, según decían y, efectivamente, el año 1788 vimos cómo se iniciaban las obras para un nuevo cuartel en el campo de San Roque, pero lo cierto es que no llegó a concluirse nunca. Después de muchas paralizaciones una orden de 1795 firmada en San Lorenzo del Escorial dispondría su supresión “por no ser un gasto necesario”.

La puerta principal de entrada al enorme edificio estaba adornada por una amplia balaustrada y sobre ella una inscripción en bronce daba nombre al “Quartel de N. S. de los Dolores”. Al traspasarla me invadió un raro sentimiento, amalgama de satisfacción y temor a lo desconocido, que desapareció pronto al mezclarme, en abigarrada charla con mis compañeros, en la que todos queríamos saberlo todo de los demás. -¿De dónde vienes?. ¿De qué región de España eres? ¿Hay marinos en tu familia? …. Era bien cierto que una buena mayoría procedía de familias de estirpe marinera o de ciudades costeras, pero no era yo el único que viniera de secano, ni era de los más jóvenes. Las edades de mis compañeros oscilaban entre los 9 y los 25, aunque la media estaba entre los 15 y 18. El número reducido de alumnos de la promoción de guardias marinas, poco más de medio centenar en la escuela de El Ferrol, hizo que pronto nos conociéramos e intimáramos todos y que con el paso del tiempo hayamos conservado el recuerdo de cada uno unido a un sentimiento de verdadera hermandad y de culto a la memoria de los muertos, en combate o no. Recuerdo también, cómo no, las bromas de los alumnos más veteranos que, según decían debían servir para forjar y fortalecer el carácter del nuevo, pero que en alguna ocasión rozaban el puntilloso concepto del honor del agraviado y terminaban en desafíos en los que nunca llegaba la sangre al río, en este caso a la bahía. Debo confesar que, más tarde, algunos de estos provocadores llegaron a ser buenos amigos míos.

La vista de la dársena, el mismo edificio escuela y sobre todo el mar salpicado de velas blancas como promesa de un futuro lleno de aventuras me fascinaba. Recuerdo con sentida precisión y emoción, siempre actualizada, la vista por primera vez de la bandera de guerra de los barcos con sus llamativos colores rojo y amarillo[footnoteRef:30] y el escudo con los cuarteles de Castilla y León. Más tarde me enteraría de que tal combinación de colores estaba inspirada en las barras aragonesas, lo que me supuso un cierto sentido de orgullo de mi patria menor. Ahora, cuando contemplo la enseña enarbolada en los buques de la Armada no puedo menos de imaginar el rojo teñido con la sangre de nuestros héroes como si sus pliegues la hubieran amorosamente recogido de la cubierta de nuestros barcos inmolados en la defensa del honor patrio. [30: Un Real Decreto de Carlos III, dado en Aranjuez el 28 de mayo de 1785, adjudicó para los buques de guerra la bandera "dividida a lo largo de tres listas, de las que la alta y la baxa sean encarnadas, y del ancho cada una de la cuarta parte del total, y la de enmedio amarilla, colocándose en esta el escudo de mis Reales Armas, reducido a dos quarteles de Castilla y León, con la Corona Real encima...".

]

Una emoción pareja a la que debían sentir los antiguos guerreros en el momento de ser armados caballeros fue el que experimenté al vestir por primera vez el uniforme de guardia marina con toda la simbología de la Armada española, y la ceremonia de recepción del sable que habría desde entonces vestiría el tahalí de la cintura. El uniforme, que tenía los colores característicos de la Armada española, es decir rojo sobre azul (azul con vueltas, solapas y forros rojos) se componía de la casaca de color azul oscuro, chupa en rojo, calzas hasta debajo de la rodilla, medias blancas y zapatos negros de charol con hebilla dorada. El sombrero de fieltro, que inicialmente fue tricornio y luego se convertiría en bicornio, llevaba una cucarda de color rojo. Era el uniforme de paseo con el que, como caballeros guardiamarinas, pretendíamos deslumbrar a las damiselas de la buena sociedad ferrolana. No en vano, para asistir con decoro y apostura a los saraos a los que en ocasiones se nos invitaba, teníamos nuestro profesor de bailes de salón, cuyas clases figuraban en el programa de estudios de la Escuela.

El profesorado, competente, supo inculcarnos el espíritu de la marina dentro de una disciplina rigurosa y un puntilloso sentido del honor. Junto a las clases de bailes, una de las que acogíamos con más agrado y que colmaba nuestros sentimientos vocacionales era la de esgrima impartida por buenos maestros de armas.

El acuartelamiento disponía, desde 1785, de un observatorio que, aunque carente de muchos instrumentos, nos sirvió para instruirnos en los principios de la astronomía práctica que tanta ayuda nos iba a prestar para la navegación.

Las matemáticas, mecánica y astronomía, cartografía, administración y contabilidad eran otras tantas asignaturas que ocupaban nuestros estudios.

Una asignatura que por lo entretenida captó mi atención fue la de construcción de barcos o arquitectura naval. En la sala o aula dispuesta al efecto y en la que podíamos admirar las maquetas de muchos de los barcos de nuestra escuadra, nos eran presentadas las distintas piezas de un buque, cortadas a escala. En cada clase encontrábamos preparadas para estudio tan sólo las que habían de ser objeto de la enseñanza que correspondía a ese día. Aprendíamos así a distinguirlas y para el mejor conocimiento de ellas y de los buques en los que habríamos de pasar gran parte de nuestras vidas, armábamos distintas clases de barcos en miniatura. Conocimos que las cuadernas o costillares de la nave recibían distintos nombres según la colocación y función que desempeñaban. Y así nos íbamos enterando, por ejemplo, de que la cuaderna maestra era la más saliente del centro y que las de cuadratura eran las que se situaban a proa y a popa en la armazón, y que armar o escorar las cuadernas era colocarlas en sus respectivos lugares para envararlas y posteriormente macizarlas o rellenar los huecos entre ellas.

Pero las clases que esperábamos con más interés eran las que se daban a bordo. Aprendíamos prácticamente que el comandante del bajel o el oficial de guardia dirigía las maniobras generalmente sobre el alcázar, y el segundo iba a proa para repetir las órdenes y disponer su cumplimiento; y que el comandante era asistido por el primer contramaestre, que debía permanecer a su lado.

Hacíamos servicios de marinería, que nos instruían sobre la forma de organizar las guardias en las que cada brigada de marinería tenía asignada la maniobra de los diferentes palos de la arboladura y que Los carpinteros y calafates se distribuían con sus herramientas al pie o inmediaciones de cada palo para acudir rápidamente donde fuese necesario, mientras que bajo cubierta permanecían el capellán, el cirujano, el sangrador. Para la organización interna se dividía la compañía de alumnos en brigadas, cada una con un brigadier y un sub-brigadier al frente, que se ocupaban de mantener el buen orden en el servicio y la limpieza y aseo. y los despenseros, para ejercer sus obligaciones específicas en caso necesario. Eran cuatro las brigadas en las que para la organización interna se dividía la compañía de alumnos. Para un aspirante a oficial, como yo, que no había conocido el mar hasta entonces, fue enormemente gratificante que se me diera el cargo de brigadier, por elección entre los alumnos..

Hacíamos indistintamente de gavieros o juaneteros, y pronto nos familiarizamos con la jerga marinera, sirviendo al bauprés y al trinquete, ocupando sitio en las vergas para tomar rizos, aferrar el velamen y largarlo al marear las velas o para que se oreasen.

Y así transcurrieron los días, combinando el trabajo con el asueto en una proporción claramente ventajosa a favor de aquél, y así consumíamos el tiempo, que se alargaba desmesuradamente, por nuestra impaciencia, esperando el momento de echarnos a la mar. Y llegó, por fin, el día en que debíamos de embarcar para una temporada relativamente larga. Iba a empezar una campaña de evoluciones, con una duración prevista que estuvo a cargo del Excmo. Sr. D. Félix de Tejada[footnoteRef:31], jefe de escuadra, conocido por sus reformas, que aumentaron la eficacia de la Armada. Estábamos ya en 1789 y la zona elegida para operar fue el Mediterráneo y el buque en el que la suerte me hizo embarcar, el navío San Telmo. [31: Félix Ignacio de Tejada (1737 – 1817).- Guardiamarina en 1753 inició su carrera navegando en acciones de corso, hasta diecisiete: fue caballero y encomienda de Villafranca de la Orden de Santiago. Ascendido a jefe de escuadra en 1782 fue inspector general de la Marina en Madrid. Las inspecciones que realizó por los arsenales permitieron llevar a cabo grandes reformas que aumentaron la eficacia de la Armada. Llegó a adquirir la más alta dignidad de Capitán General de la Armada con el cargo de director de la misma. En 1815 fue el primer ministro del Almirantazgo al crearse este cargo en 1815.]

Capítulo IV

Campaña de evoluciones

El año 1789 fue clave en la historia universal. En Francia, se inicia el movimiento burgués que ha de conocerse como la Revolución francesa. En América, el Congreso de los Estados Unidos elige a George Washington como su primer presidente. En España, es elevado al trono Carlos IV. Sin embargo, ninguno de estos acontecimientos habría de dejar tanta huella en mi memoria como el hecho de embarcar en el navío San Telmo, en marzo de 1789, en calidad de brigadier propietario de Guardias marinas. Era el “San Telmo” el buque insignia de la escuadra que, al mando del teniente general D. Félix de Tejada, iba a emprender una campaña de evoluciones[footnoteRef:32]. Las “escuadras de evoluciones” se establecieron en el reinado de Carlos III para remediar la falta de entrenamiento de la marinería y de los mismos oficiales de guerra[footnoteRef:33]. Se había dispuesto que las campañas fueran anuales y participara una armada de suficientes bajeles. [32: La escuadra de evoluciones de 1789 al mando del teniente general D. Félix de Tejada, estaba compuesta además por los navíos "San Lorenzo", "San Fulgencio", "San Francisco de Paula" y "San Telmo" (insignia), las fragatas "Perpetua", "Soledad", "Guadalupe", "Santa Clara", "Carmen" y "Leocadia", los bergantines "Santa Natalia" y "Flecha" y el lugre "San León". Posteriormente se incorporaron otras unidades. En septiembre de 1789 esta escuadra llegó a Cartagena desde Nápoles, donde había a cumplimentar al rey de las Dos Sicilias.] [33: La primera “campaña de evoluciones” tuvo lugar frente a Argel en 1787, duró cinco meses y estuvo mandada por Lángara. Participaron tres mil hombres. La segunda, mandada por Córdoba tuvo una duración de seis meses en el Maditerráneo occidental. Después de la tercera, que queda interrumpida por los sucesos de Nootka, ya en el reinado de Carlos IV, no volvieron a realizarse. ]

Mi embarco en el San Telmo sería una referencia en mi vida, tanto por lo que suponía como espaldarazo a mi vocación marinera, como por la propia historia del barco de la que hice devoto seguimiento hasta su trágico naufragio en 1819 con todos sus tripulantes en las aguas del Océano Antártico, sin que nadie pudiera describir su historia final. Había sido construido en los arsenales de El Ferrol y botado el 20 de junio de 1788. Marinero, rápido y maniobrable, era el San Telmo un navío de dos puentes con 74 cañones, tenía una eslora de 190 pies, una manga de 52 y 25 de puntal, y desplazaba 2.750 toneladas. Su tripulación de 640 hombres le acompañaría hasta el fondo de los mares en su última derrota.

En los casi seis meses que duró la campaña, desde el 7 de abril hasta el 26 de septiembre, la escuadra, compuesta de cuatro navíos, seis fragatas, dos bergantines y un lugre y en la que el “San Telmo”, mandado por el capitán de navío D. José Lorenzo Goicoechea, era el buque insignia, estuvo inspeccionando arsenales, haciendo pruebas comparativas con otros sistemas de construcción y visitando Nápoles, Liorna, Cartagena, Cádiz y recalando finalmente en Ferrol. Al fondear la escuadra, más que por el fin de la misión por urgencias estratégicas relacionadas con los enfrentamientos diplomáticos que España sostenía con Inglaterra, nuestro tradicional enemigo, terminó mi primer servicio importante. Servicios que sólo la enfermedad ha conseguido interrumpir a lo largo de mi azarosa vida.

Si las fechas de aquellos hechos históricos de transcendencia universal a que hago referencia anteriormente y que figuran ya en los libros de historia, quedaron borradas de mi memoria y apenas alcanzo a recordar detalles, no ocurre así con dos acontecimientos relacionados directamente con la Armada, que tuvieron lugar en aquella época. Tanto me apasionaban a mis 20 años las noticias que protagonizaban los hombres de la mar. Es curioso que de las fiestas de la proclamación de D. Carlos IV como rey de España y de las Indias, lo que más grabado tengo fue la suspensión del luto por la muerte de su padre en virtud del cual los oficiales de la Armada debían vestir calzón y medias negras y cruzar el pecho con una banda de gasa o tafetán también negro.

El primero de aquellos dos acontecimientos a que hago referencia proporciona gloria a la Marina española. Se trata de la que sería conocida como expedición de Malaspina, en honor del mando que realizó la empresa, pero que fue un símbolo o muestra del momento espléndido por el que en aquel entonces pasaba nuestra Marina. El éxito se debe a Alejandro Malaspina[footnoteRef:34] y su compañero José de Bustamante y Guerra[footnoteRef:35], pero la gloria alcanza igualmente a otros muchos, desde el ministro Floridablanca y D. Antonio Valdés y Bazán[footnoteRef:36], como encargado del despacho de la Marina e Indias, hasta el último marinero. La expedición que había de dar la vuelta al mundo salió en septiembre de 1788, pero llevaba todo un año de preparativos. En aquellos días los hombres de mar lamentaban la desaparición, en las islas Salomón, de la expedición del francés La Perouse, que con 220 hombres, había pretendido completar los descubrimientos que James Cook hiciera en sus tres famosos viajes de 1768, 1772 y 1776. Pero en la mente de los protagonistas de la expedición española no estaba la idea de emular las hazañas ajenas sino de contribuir al desarrollo de la ciencia y al enriquecimiento del caudal común, así como añadir al Atlas español el mapa de la costa de América, desde el estrecho de Magallanes hasta las alturas de California, completando lo ya realizado por la expedición de Córdoba, y de paso establecer la determinación astronómica de los archipiélagos de Marianas y Filipinas y otras islas del Pacífico. Completaría el estudio la aportación de datos etnográficos, zoológicos y botánicos. El tiempo de duración se había calculado en tres años. Fue concebida como una vuelta al mundo y así llegó a titularse “Viaje científico y político alrededor del mundo” y conocerse como “Expedición vuelta al mundo”, aunque no llegara a atravesar el Océano Índico, por tener que regresar en 1794 a causa de la sobrevenida guerra con Francia. [34: Alejandro Malaspina (1754 – 1809). Marino italiano al servicio de España, formó parte de las expediciones armadas al norte de África y contra los piratas berberiscos, años 1775 – 1776. Teniente de fragata en 1778 combatió contra los británicos y tomó parte en el gran asedio a Gibraltar. En 1782 fue ascendido a teniente de navío. Era favorable a la concesión de una amplia autonomía a las colonias españolas americanas y del Pacífico dentro de una confederación de estados relacionados mediante el comercio, Sus escritos fueron desestimados por el Gobierno. Participó en un tomó parte en una conspiración para derribar a Manuel Godoy, lo que condujo a su arresto el 23 de noviembre. Tras un juicio dudoso, el 20 de abril de 1796 fue condenado a diez años de prisión en el castillo de San Antón de La Coruña. Durante su encarcelamiento, Malaspina escribió ensayos sobre estética, economía y literatura. Amnistiado en 1802 volvió a Italia donde colaboró con Napoleón. Murió en Pontremoli en 1809 por un infarto.] [35: José Joaquín de Bustamante y Guerra (1759 – 1825). Guardiamarina de Cádiz a los 11 años era ya alférez de fragata en junio de 1771 y llega a capitán de fragata en 1784. Peleó con los piratas, y un año prisionero de los ingleses en Irlanda (1784). Preparó la toma de Jamaica sin que llegara a realizarse por la Paz de París de 1783. Mandó la corbeta Descubierta en la expedición de Malaspina (éste navegó en la Atrevida). Asciende a capitán de navío en 1791, en pleno viaje. Entrega, junto con Malaspina el informe de la expedición al rey, que lo asciende a brigadier. Es nombrado Gobernador de Montevideo en 1796 y Comandante General de los bajeles del Río de la Plata. En viaje a España al mando de una flotilla de cuatro fragatas, estando en paz, es sorprendido y atacado ante las costas del Algarve (Portugal) por la escuadra inglesa del comodoro Graham Moore (5 de octubre de 1804) entablándose combate con resultado adverso. Prisionero de los ingleses, una vez liberado es sometido a un consejo de guerra y es absuelto. En 1805 toma parte en la batalla de Trafalgar. En 1808 abandona Madrid por no querer prestar juramento a José Bonaparte. En 1810 es Capitán General de Guatemala. En 1820 se le nombra director general de la Armada. Muere en 1825 con el cargo de teniente general. ] [36: Antonio Valdés y Fernández Bazán ( 1744 -  1816). Guardiamarina en 1757, navega sin interrupción en nuestros navíos participando destacadamente en la defensa de la Habana contra los ingleses y en otras acciones de guerra. Con dotes de gran inteligencia fue el 4º capitán general de la Real Armada, ministro de Marina, secretario de Estado, del Despacho Universal de Indias y caballero del Toisón de Oro.]

El otro sonado acontecimiento a que hacemos alusión estuvo a punto de llevarnos a una nueva guerra. Apenas habían pasado cinco años desde la firma de la Paz de París de 1783 por la que se le concedía la independencia a los Estados Unido. En dicho tratado, en el que intervino mi paisano de Siétamo, el Conde de Aranda, España, que ayudó de forma decidida a los nuevos estados emergentes, recibía algunas compensaciones. No sé si en el futuro será reconocido por parte de los Estados Unidos el esfuerzo de nuestra nación en esa guerra, ni siquiera si la misma España guardará memoria de los hechos, lo que sí parece evidente es que Inglaterra tiene un motivo más para alimentar su inquina contra la nación a la que, desde siglos, pretendió disputar el dominio marítimo. Mi vida es ya lo suficientemente larga para haber comprobado hasta qué punto las insurrecciones de nuestras colonias fueron ayudadas, al menos, por las arcas del tesoro de la Gran Bretaña.

Sucedió que, ante la proliferación de colonos rusos que pasaban por el estrecho de Behering y el establecimiento de factorías, el Virrey de Méjico comisionó a D. Esteban Martínez y D. Esteban López de Haro para que con la fragata Princesa y el paquebote San Carlos, visitaran los establecimientos rusos y ocuparan el puerto de San Lorenzo o Nutka, Nootka para los ingleses. Con anterioridad había respondido Inglaterra a las reclamaciones diplomáticas españolas dando órdenes a los que comerciaban en Kamchatska de no establecerse en terrenos pertenecientes a otras potencias. Martínez al tomar posesión del establecimiento español se vio obligado a hacer salir de él a una fragata y una balandra de los Estados Unidos y un paquebote portugués, todo ello dentro de los más correctos modos, que fueron respondidos por los capitanes de los barcos intrusos en el mismo estilo caballeresco. Los españoles siguieron permitiendo las recaladas para aprovisionarse o reparar las embarcaciones, pero no para traficar, como estaba establecido por los acuerdos internacionales. Hasta que el 2 de julio de 1789, procedente de Macao, llegó el paquebote inglés “Argonauta” con el encargo de la Compañía inglesa del Sur, y con autorización del Rey de la Gran Bretaña para tomar posesión de aquel puerto, fortificarlo y establecer el comercio exclusivo de pieles de nutria. La insolencia del inglés, pese a los razonamientos comedidos de los españoles, llegó a tal extremo que Martínez se vio obligado a hacer presa del paquebote y de la balandra “Princesa Real”, que llegó después, enviándolos a San Blas a disposición del virrey D. Manuel Flores[footnoteRef:37]. El 10 de febrero de 1790, España hizo las reclamaciones pertinentes ante el Gobierno de la Gran Bretaña, exigiendo que en lo sucesivo de abstuvieren de levantar asentamientos y comerciar en los territorios de soberanía española. La posición de firmeza de los españoles se convirtió en un clamor de indignación en el Reino Unido y el Gobierno de Londres respondió, el 26 del mismo mes, afirmando que la Corona española había cometido un “acto de violación” y exigía la inmediata restitución de los navíos, además de pedir una satisfacción justa y proporcionada. [37: Manuel Antonio Florez Maldonado (1722 – 1799). Sentó plaza de guardiamarina en la compañía del departamento de Cádiz en 1736. Ascendió a alférez de fragata en el año de 1740, a alférez de navío en 1747, a teniente de fragata en el año de 1749 y a teniente de navío en el año de 1751, a capitán de fragata en el año de 1753, a capitán de navío en el año de 1760, a jefe de escuadra en el año de 1769. En 1771, se le otorgó la comandancia general del departamento de Ferrol. En 1774 asciende a teniente general. Con este cargo es nombrado virrey de Nueva Granada y presidente de la Audiencia de Santa Fe. En 1787 fue designado virrey de Nueva España, donde permaneció tres años. Escribió el tratado: “Prevenciones para los correos que se dirigen al Río de la Plata y su regreso a España; Relación de los trabajos hechos por los comisarios de la tercera partida de límites entre España y Portugal en América”. Fue ascendiso a capitan general de la Real Armada, por Real título del tres de marzo de 1798.]

Los tambores de guerra sonaron por todo el Mediterráneo y los buques que formaran la escuadra de evoluciones en la que yo había realizado mis prácticas de verdadero marino, fueron requeridos para formar las nuevas unidades que habrían de hacer frente a la amenaza surgida. Se mandó armar buques en los tres departamentos, Cádiz, Cartagena y Ferrol para componer la escuadra que quedó compuesta por 26 navíos 12 fragatas y tres buques menores. Se dio el mando al Teniente General Marqués del Socorro. Por supuesto el “San Telmo” sería uno de los navíos con los que se contaba.

El Conde de Floridablanca preparó un detallado plan en el que no se olvidaba, ni la defensa de nuestros arsenales y plazas marítimas ni la posibilidad de reanudar el bloqueo de Gibraltar, además de ganar el favor de otras potencias, especialmente Francia. Otro tanto hicieron los ingleses bajo la dirección de su Primer Ministro William Pitt "el Joven" y se supo que el 28 de junio se habían hecho a la vela en Portsmouth la escuadra de la gran Bretaña y una holandesa que respondía a un tratado entre ambas potencias.

El potencial de la Armada española era claramente inferior al de la inglesa por lo que se pretendió hacer uso del pacto de familia solicitando el apoyo de la Francia de Luis XVI, gobernada en realidad por la Asamblea Nacional. Ante la actitud reticente de Francia, España se vio obligada a negociar.

El Gobierno portugués interpuso sus buenos oficios para buscar el entendimiento entre los Gobiernos de ambas potencias litigantes y encontrar un arreglo amistoso. Después del rechazo por parte de Londres de algunos primeros borradores, la consideración por parte española, además de la inferioridad de su Armada, de la situación de su Real Hacienda, resentida por las malas cosechas y con la sospecha de no poder obtener el crédito necesario para cubrir los imprevisibles gastos de una nueva guerra, hizo que en las condiciones que se estaban tramitando en el Tratado o Convenio de Nootka Sound, se incluyeran concesiones con mengua de los derechos de la Corona, admitiendo el comercio inglés en el Norte de América y autorizando la pesca en el Sur, además de la restitución de edificios y terrenos a los súbditos ingleses que los habían perdido en el Noroeste de la América Septentrional e islas adyacentes, con las correspondientes indemnizaciones por los daños causados por actos de violencia u hostilidad. Por su parte los ingleses se comprometían a vigilar y no consentir el comercio ilícito.

Ciertamente que la plaza no valía una guerra. Todavía durante unos años la guarnición de Nutka estuvo cubierta por una unidad de Voluntarios Catalanes, que luego fueron relevados por un pelotón de diecinueve hombres al mando de un sargento de la Compañía Fija de San Blas, que se retiraron definitivamente el 23 de marzo de 1795. Después de desmontar los cañones, embarcaron dejando todo en manos de los aborígenes.

Ahora, con la perspectiva de los años y la serenidad del que está ya al margen de la historia, me atrevo a decir que con esta renuncia se iniciaba un periodo de degradación en el que nuestra patria parece estar abocada a ocupar un lugar secundario en la historia universal. Dios quiera que esta apreciación mía no sea más que pesimismo infundado de un viejo marino que compara su propio declinar con el de la patria a la que con amor e ilusión sirvió durante toda su vida.

Capítulo V

Rumbo al Atlántico Sur

Al terminar la campaña de evoluciones hube de abandonar el “San Telmo” con gran pesar, pues las perspectivas de quedarse en tierra y no participar en una campaña, esta vez de guerra de verdad, como la que parecía estarse fraguando, eran para la ilusionada y apasionada imaginación de un joven guardiamarina de veinte años poco menos que una humillación, a mi juicio no merecida. La impaciencia inconsciente, propia de la juventud, no me permitía pensar que a lo largo de la vida iba a experimentar verdadero hartazgo de guerras y maldecir mil veces las miserias y calamidades que el servicio lleva consigo, hasta que la vejez o la enfermedad te dejan varado a la orilla, con las olas de los recuerdos lamiéndote las heridas. Eso si no te han otorgado antes los honores que reciben los marinos muertos al ser arrojados por la borda, en el a