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ENSEÑANZAS DE LA HUERTA Provisión para el presente y para el futuro Oportunidades y oposición Por qué son necesarios los problemas Dolor bienhechor Mi mundo se vino abajo CAMBIA TU MUNDO CAMBIANDO TU VIDA

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Dolor bienhechor Por qué son necesarios los problemas Provisión para el presente y para el futuro Mi mundo se vino abajo CAMBIA TU MUNDO CAMBIANDO TU VIDA

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ENSEÑANZAS DE LA HUERTAProvisión para el presente y para el futuro

Oportunidades y oposiciónPor qué son necesarios los problemas

Dolor bienhechorMi mundo se vino abajo

C A M B I A T U M U N D O C A M B I A N D O T U V I DA

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Año 13, número 3

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Director GabrielSarmientoDiseño GentianSuçiProducción SamuelKeating

© Aurora Production AG, 2011

http://es.auroraproduction.com

Es propiedad. Impreso en Taiwán por Ji Yi Co., Ltd.

A menos que se indique otra cosa, los versículos citados

provienen de la versión Reina-Valera, revisión de 1960,

© 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado

1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizados con permiso.

A N U E S T ROS A M IG OS

Uno de los versículos más reconfortantes y a la vez intrigantes para mí del Nuevo Testamento, uno que va a contrapelo de todo raciocinio, es Romanos 8:28. La versión Reina-Valera dice: «Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien». Otras versiones

lo aclaran un poquito más y dicen que Dios dispone todas las cosas para nuestro bien o que hace que redunden en nuestro bien. El concepto probablemente se ha conocido desde los albores de la humanidad, y se ha expresado de muy diversos modos en distintas culturas y períodos históricos. Por ejemplo, numerosos refranes españoles lo reiteran: «Hay males que no son tales», «No hay mal que por bien no venga», y otros.

Ahora bien, se necesita una buena dosis de confianza en Dios para creer esas palabras con la fe del carbonero cuando nos enfrentamos a adversidades, cuando la vida nos hace una mala jugada, cuando enfermamos o cuando pasamos por alguna circunstancia difícil. ¿Todo realmente coopera para el bien de los que aman a Dios? ¿Hasta una tragedia o un mal aparentemente sin sentido? Yo creo que sí. Es que hasta las cenizas de un devastador volcán con el tiempo renuevan y tornan más fértil la tierra.

Creo firmemente en un Dios amoroso que se preocupa de nuestro bienestar y desea lo mejor para nosotros. Por otra parte, ese «redundar en bien» no es algo automático, instantáneo. Sería muy simplista pensar que ese bien siempre se produce a corto plazo o que nosotros no tengamos que poner a veces de nuestra parte para que se materialice. Analizando el texto griego, un autor aventura que el pasaje podría traducirse también: «En todo lo que ocurre, Dios obra para bien juntamente con los que lo aman».

Mi propia experiencia me ha demostrado la veracidad de ese versículo. Nunca me ha defraudado Dios, y Su amor siempre se me ha hecho manifiesto a pesar de los pesares que he sufrido. En toda circunstancia de mi vida siempre ha estado presente esa constante, ese Dios dispuesto a obrar conmigo y a través de mí para producir buenos resultados. Obvio que yo también tengo que poner de mi parte, amándolo y cooperando con Él para que las cosas sucedan. Pero eso es lo de menos, lo poquito que yo puedo hacer. La parte más grande —la ilógica y milagrosa— la hace Él.

Para que todo redunde en bien para ti debes dejar a Dios obrar en tu vida y, como bien dice ese versículo, debes amarlo. Recuerda que el poder de Dios es infinito y capaz de cambiarlo todo en bien, aun las circunstancias más adversas.

GabrielEn nombre de Conéctate

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El año pasado mi esposo y yo hicimos averiguaciones para instalar un pabellón en el jardín de nuestra casa. En Inglaterra esos pabellones suelen ser cabañitas o cobertizos de madera con puertas y ventanas de vidrio. Brindan la protección justa y necesaria para sentarse en el jardín los muchos días en que no hace sol ni calor en este país, y está todo mojado. Estuvimos mirando en tien-das y comparando precios hasta que decidimos aceptar la propuesta de una pequeña empresa que se ofreció a hacer un somero estudio de nuestro jardín y darnos algunos consejos.

El representante que nos visitó era un señor muy agradable, sin preten-siones, que dijo llamarse Richard. Una vez que terminó su inspección del terreno, nos sentamos juntos en la sala a examinar el folleto y hablar de precios. Entonces le expliqué por qué queríamos un pabellón: había-mos perdido a nuestra hija poco

antes y queríamos crear un rincón apacible en el jardín donde sentarnos a meditar.

Richard había visto fotos de ella y las tarjetas de pésame que cubrían la mesa del comedor. Me preguntó si yo era creyente, y cuando le dije que sí, se ofreció a orar por mí. Acepté con gusto.

En su oración, Richard aludió al conocido relato Huellas en la arena, una alegoría en la que se compara la vida con una caminata por unas dunas. La mayor parte del tiempo van quedando en la arena dos líneas de huellas, una al lado de otra. Una es la que dejamos nosotros; y la otra, la que deja Jesús que va caminando al lado nuestro. Pero en ciertos tramos solo se observa una línea de huellas, que resultan ser las de Jesús, no las nuestras. Son los trechos en que el recorrido se hizo tan difícil que nos llevó en brazos.

El relato me hizo evocar el íntimo cariño e interés con que

Seguiré siendo el mismo cuando sean viejos; cuando tengan canas, todavía los sostendré. Yo los hice, y seguiré cargando con ustedes; Yo los sostendré y los salvaré. Isaías 46:4 (DHH)

En BRAZOS del SEÑORAbi May

nos trata Dios en las horas más sombrías. Fue un consuelo enorme para mí. La tragedia me había desgarrado interiormente y había remecido de tal manera mi vida que por largo tiempo no había sido capaz de seguir cultivando mi faceta espiritual. Durante los primeros meses de angustia y trauma apenas si podía hablar con Jesús. Era tal el dolor que me afligía que no acertaba a expresarlo. Pero en ese tiempo en que me sentía incapaz de dar un paso más, Él me llevó en Sus brazos.

No puedo decir que siempre tuviera la impresión de que Él me llevaba en brazos; pero cuando miro a mi alrededor, las señales son evidentes. Por ejemplo, envió a un extraño a orar por mí.

A bi M ay es educador a y escr i-tor a. Vive en el R eino Unido y for ma parte de la r edacción de Conéctate . ■

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Tengo un amigo que hace poco compró una parcela y plantó unos cien árboles frutales. Antes de plantarlos tuvo que despejar el terreno. Ahora para regarlos tiene que ir con frecuencia en su auto a la parcela. Esos árboles demorarán unos siete años en dar los primeros frutos, pero a partir de ese momento seguirán produciendo durante decenios. Por ejemplo, un manzano da fruto como por treinta y cinco años; y un peral puede llegar a dar fruto durante más de cien.

Yo nunca he plantado árboles frutales, pero en una ocasión cultivé bastantes hortalizas. El primer año estuve más que nada aprendiendo: era la primera vez que me dedicaba a eso. El segundo año, sin embargo, mi huerta produjo casi quinientos kilos de papas, cientos de kilos de calabaza italiana (calabacín) y grandes cantidades de alcachofas (alcauciles), maíz (choclo), lechugas, frijoles, tomates, zanahorias, cebollas, ajos, rabanitos y otras verduras. Dio trabajo, pero fue entretenido y gratificante. Además, comimos muy sano.

ENSEÑANZAS DE LA HUERTAPeter Amsterdam

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Comparada con los árboles frutales de mi amigo, mi huerta dio resultados más rápidos y a corto plazo. Por otra parte, yo tenía que volver a plantarlo todo cada año; en cambio, mientras él viva sus árboles no dejarán de dar fruto. Admiro el compromiso de mi amigo, que está dispuesto a trabajar siete años sin obtener resultados tangibles a fin de lograr su meta a largo plazo.

Cuando tuve mi huerta yo vivía en la Colombia Británica, la provincia más occidental de Canadá, y leí algo sobre los canadienses que sentaron las bases de la industria de la manzana en esa región. Resulta que sem-braban los manzanos bastante separados unos de otros, de manera que tuvieran espacio para crecer. Y durante los siete años previos a los primeros frutos aprovechaban los espacios entre los árboles para sembrar verduras, que consumían o vendían. Una vez que los árboles comenza-ban a producir, iban abandonando el cultivo de verduras, y de ahí en más pasaban a vivir de las ganancias que les dejaban los manzanos.

Descubrieron un medio de armonizar el trabajo para sobrevivir a corto plazo con el que dedicaban a su meta a largo plazo. Es una dificultad con que se topan la mayo-ría de las nuevas empresas: cómo hacer lo necesario para sobrevivir en el presente al tiempo que se va progresando hacia metas más distantes. Es preciso tener planes y metas de ambos tipos, a corto y a largo plazo. Requiere tiempo y esfuerzo administrar un negocio pensando en

el corto plazo al tiempo que se trabaja para asegurar un futuro productivo; pero bien vale la pena.

Otra cosa que aprendí cuando cultivé aquella huerta en Canadá es que uno tiene que saber adecuar su trabajo y sus objetivos a las condiciones de la zona en que se encuentra y a los propios cultivos. El clima y el tipo de terreno eran factores que estaban fuera de mi control, y en parte determinaban lo que se podía cultivar. Por mucho que me empeñara en plantar verduras que no eran apropiadas para esa región, no iban a prosperar.

Tuve que tomar también en consideración los perío-dos de siembra y crecimiento de cada especie. Algunas verduras se podían plantar cuando todavía hacía bastante frío. En el caso de otras, había que esperar a que la tierra estuviera un poco más tibia. Algunas crecían rápido, como los rabanitos, que se podían sembrar y cosechar en un lapso de tres semanas, pero una vez cosechados había que volver a sembrarlos. Otras plantas, como las tomate-ras o las habichuelas, demoraban meses en madurar, pero después seguían produciendo hasta el final del verano o principios de otoño. En el caso de las lechugas, aprendí que había que escalonar la siembra para disponer siempre de algunas. A ciertas plantas las atacaban parásitos y otras plagas; otras eran resistentes a prácticamente todo. Es decir, que para sacar buenas cosechas tuve que aprender a lidiar con toda una serie de factores.

En cierto sentido, la vida también es así. Algunas cosas que probamos dan fruto; otras no. Algunas ideas no llegan a prosperar en determinadas circunstancias, pero en otras sí. A veces es preciso olvidarse tempo-ralmente de los objetivos a largo plazo hasta haber satisfecho las necesidades inmediatas.

En la vida nosotros también pasamos por distintas estaciones, lo equivalente a la primavera, el verano, el otoño y el invierno. Hay épocas en que sembramos,

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regamos y cuidamos lo sembrado, períodos en que inverti-mos mucho tiempo y trabajo sin resultados visibles, hasta que vemos asomar los primeros frutos. Luego llega la época de la cosecha, seguida de un tiempo en que se deja reposar la tierra y no crece nada. Las estaciones vienen y van. Son parte de la vida, y a nosotros nos toca adaptar-nos y cambiar con ellas como buenamente podamos.

Hace poco conversé con una señora que tiene tres hijos y ha decidido hacerse enfermera. Una vez que termine sus estudios y sus prácticas, tendrá una profesión que le permitirá ayudar a otras personas. Podrá dedicarse a algo que, aparte reportarle buenos ingresos, será gratifi-cante para ella. No obstante, mientras tanto es probable que ella y su familia pasen ciertos aprietos para cubrir los gastos con el sueldo del esposo nada más. El cambio de rumbo por el que ha optado supondrá un sacrificio, pero más adelante le proporcionará dividendos, como los frutales de mi amigo.

Sé de personas que han aceptado empleos mal remu-nerados para sobrevivir mientras adquieren experiencia que más adelante les permitirá conseguir un trabajo más rentable y gratificante. Es como sembrar plantas de rápido crecimiento para sacar provecho de ellas a corto plazo mientras se espera a que las de fructificación más lenta empiecen a producir.

Bien si has comenzado hace poco o bien si llevas años trabajando en lo mismo, de tanto en tanto vale la

pena detenerse a ponderar la situación. ¿Cuáles son tus objetivos en la vida? ¿Tiene el trabajo que realizas para tu subsistencia algún nexo, alguna afinidad con lo que más quieres en la vida? ¿Están tus objetivos en sintonía con tus dotes, tu personalidad y tu experiencia? ¿Te sientes realizado luchando para alcanzar esos objetivos, o no esperas hallar satisfacción sino una vez que logres lo que te has propuesto? ¿Qué papel juega Dios en todo ello?

Jesús nos reveló el secreto para llevar una vida plena y feliz, que nos dé satisfacción. Dijo: «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en Mí y Yo en él, ese da mucho fruto»1. Dijo también: «Yo le pediré al Padre que os envíe a alguien que podrá ayudaros y que nunca os abandonará: el Espíritu Santo, que es el Espíritu que conduce a la verdad»2.

Si en ti mora Jesús, llevarás fruto. Si sigues la guía del Espíritu Santo, darás fruto. Dios te ayudará a encontrar tu lugar. Te brindará orientación personalizada. Dios sabe lo que hace, y te conducirá por buen camino, siempre que estés dispuesto a seguirlo. Si estás atento a Sus indicaciones, el fruto irá apareciendo. No siempre enseguida, pero ya vendrá.

Si Dios te lleva a tomar un nuevo rumbo en la vida, puede que pases por un período que se asemeje a los primeros años de un huerto de frutales: aunque vayan a rendir abundante fruto en el futuro, hay una larga fase de preparación y desarrollo. O a lo mejor el Señor te indica que inviertas tu tiempo y energías en varias cosas, unas que rindan fruto enseguida por una temporada y otras que den fruto más tarde pero por mucho tiempo. Quizás haya temporadas que requieran mucho trabajo sin que se obtenga ningún fruto, seguidas de otras de gran productividad.

Algunos elementos vitales para hacer lo que Dios te indique son la fe, la confianza y la paciencia. Fe para perseverar en el rumbo que Él te señale; confianza en que, cuando lo hagas, Él no te fallará; y paciencia para esperar hasta que llegue la temporada de cosecha.

Permanece en Él, y tu fruto llegará.

Peter A mster da m y su esposa, M ar ía Fontaine, dir igen el movimiento cr istiano La Fa milia Inter nacional. Esta es una adaptación de un artículo dir igido a los afiliados a LFI. ■

1. Juan 15:5 (BJ)

2. Juan 14:16,17 (CST)

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En épocas de pruebas supre-mas, Dios se me ha manifestado. He comprobado que Él es tan real que podría exclamar con plena confianza: «Sé en quién he creído»1.

Dios ha prometido: «Cuando pases por las aguas, Yo estaré con-tigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás ni la llama arderá en ti»2. «De manera que podemos decir confiadamente: “El Señor es mi ayu-dador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre”»3. «Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?»4

Tanto en emergencias como en prolongadas dificultades, Dios cum-ple hoy Sus promesas con la misma seguridad con que lo hacía antigua-mente. En esencia nos dice: «No te

defraudaré. Cuando te halles en una situación de apuro o bajo intensa presión, cobra valor. En ninguna circunstancia te desampararé». Y eso te lo dice a ti.

Ese es el Dios que yo conozco. Su infalibilidad me ha quedado demos-trada año tras año, en todo tipo de situaciones. Ese mismo Dios está en este momento dispuesto a apoyarte en cualquier dificultad que tengas. Te está hablando ahora. Si te sientes incapaz de dar un paso más a menos que alguien te aligere la carga, este mensaje es para ti.

Dios es fiel. No importa cuántos años tengas ni por qué trance estés pasando. Dios está muy pendiente de ti en este preciso instante. Es a ti a quien desea ayudar. «Vengan a Mí, todos los que están cansados y cargados, y Yo los haré descansar»5.

Virginia Brandt Berg (1886–1968) fue madre de David Brandt Berg (1914–1994), fundador de La Familia Internacional. ■

TO DOS M IS C AM INOS TE SO N CO NOCIDOSOración de gratitud

Oh Señor, Tú formaste mis entrañas; Tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son Tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien. No fue encubierto de Ti mi cuerpo, bien que en oculto fui formado, y entretejido en lo más profundo de la tierra. Mi embrión vieron Tus ojos, y en Tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas. ¡Cuán preciosos me son, oh Dios, Tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos!6 ■

1. 2 Timoteo 1:12 (NBLH)

2. Isaías 43:2 (RVR 95)

3. Hebreos 13:6

4. Romanos 8:31

5. Mateo 11:28 (NBLH)

6. Salmo 139:13–17

Virginia Brandt Berg

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Un amigo me envió por correo electrónico un breve estudio temático con versículos de la Biblia. Mientras lo leía, uno de ellos me llamó la atención: «Se me ha abierto puerta grande y eficaz, y muchos son los adversarios»1. Me quedé pensando en ello: la Biblia establece una conexión entre las puertas abiertas y los adversarios, y a veces esa conexión es ineludible.

Poco después estuve meditando sobre un pasaje de Apocalipsis 3: «Al que venciere —para lo cual tiene que haber un contrincante al cual vencer— Yo lo haré columna en el templo de Mi Dios»2. Hacia el final del capítulo se encuentra otra promesa, una de mis preferidas: «Al

que venciere, le daré que se siente conmigo en Mi trono, así como Yo he vencido, y me he sentado con Mi Padre en Su trono»3.

Esos versículos parecen indicar algo bien hermoso. Primero aparece una puerta abierta, abierta expre-samente para la persona que debe pasar por ella. Enseguida surgen los adversarios y las pruebas, que por el contexto sabemos que pueden superarse. En tercer lugar, se nos enseña que Jesús tuvo que atravesar Su propia puerta abierta —sin duda una muy singular— y hacer frente a un grado de adversidad que no me considero del todo capaz de concebir en su verdadera dimensión y mucho menos de soportar y vencer. Pero el caso es que Él venció.

Eso me infunde ánimo, pues me demuestra que cualesquiera que sean las oportunidades que se me presen-ten y el adversario que me salga al paso, yo también puedo vencer. Es más, «todo lo puedo en Cristo que me fortalece»4. Infiero además que,

como puedo vencer, un día podré sentarme junto a Dios en Su trono. Si bien las leyendas de mozas pobres que terminan de princesas nunca me han interesado mucho, la idea me parece atractiva.

Hablando de leyendas y de historias fantásticas, me viene a la memoria el típico argumento de casi todas las novelas de aventuras, lo que yo llamo la trama del «tesoro detrás del ogro». ¿Qué héroe o heroína que se precie alcanza su objetivo sin antes combatir a algún monstruo?

Esa indudablemente fue la expe-riencia que vivió el apóstol Pablo. Primero se topó con unas puertas abiertas: «Cuando llegué a Troas para predicar el evangelio de Cristo […] se me abrió puerta en el Señor»5, relató en cierto momento. «Oren […] por nosotros, para que Dios nos abra una puerta para la palabra —escribió en otra ocasión—, a fin de dar a conocer el misterio de Cristo, por el cual también he sido encarcelado»6.

1. 1 Corintios 16:9

2. Apocalipsis 3:12

3. Apocalipsis 3:21

4. Filipenses 4:13

5. 2 Corintios 2:12

6. Colosenses 4:3 (NBLH)

OPORTUNIDADES Y OPOSICIÓN

Jessie Richards

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Pablo tenía muy claro que con las puertas abiertas vendrían adver-sarios; de todos modos, no cejaba en su empeño de franquearlas y no ocultaba su agradecimiento cuando se abrían. Entiendo muy bien por qué. El éxito y el esfuerzo no vienen necesariamente en paquetes separa-dos. No suele haber oportunidades sin oposición, ni tesoros sin ogros. Las más de las veces se presentan en pareja y se contrapesan.

La próxima vez que le pida al Señor que me abra una puerta tendré en cuenta que muy probablemente irá acompañada de algunos retos y adversidades. Así, cuando se me pre-senten, los identificaré como señales de que tengo delante una verdadera oportunidad. Y agarraré ese tesoro aunque para conseguirlo tenga que enfrentarme a algunos ogros.

Jessie Richards es directora del Departamento de Servicios para la Misión de LFI, que produce Conéctate. Vive en EE.UU. ■

Es interesante constatar que algunas mentes casi parecen crearse a sí mismas, levan-tándose como movidas por un resorte de debajo de cada desventaja y avanzando de manera solitaria e irresistible a través de mil obstáculos. […] Las mentes pequeñas son domadas y subyugadas por el infortunio; las grandes, en cambio, se sobreponen a él.Washington Irving

Estamos hechos para persistir. Es así como descubrimos quiénes somos. Tobias Wolff

No es lo mismo felicidad que placer. La felicidad tiene que ver con el esfuerzo, la persistencia y la satisfacción de alcanzar objetivos.George Sheehan

Para tener éxito es preciso entender la diferencia entre creer que se triunfará y creer que será fácil triunfar.

Entender que el camino que lleva al éxito será arduo conduce a un éxito aún mayor, pues lo obliga a uno a actuar. Los que tienen la confianza de que triunfarán y están igualmente

persuadidos de que no será fácil se esfuerzan más, piensan en los problemas que pueden surgir y en cómo los resolverán, y son más persistentes ante las dificultades.

Cultiva un optimismo realista combinando una actitud posi-tiva con un análisis franco de las dificultades que te aguardan. No basta con visualizar el éxito; hay que prever los pasos que habrá que dar para conseguirlo.Heidi Grant Halvorson, «Sea optimista sin ser tonto»

El esculpido de nuestra vida requiere a veces distintas pruebas y tribulaciones para enseñarnos a solicitar la ayuda de Dios. Así aprendemos que en ocasiones para coronar montes precisamos también atravesar valles. El camino hacia el éxito no siempre discurre en línea recta hacia la cumbre; a veces desciende a grandes profundidades por las que nos toca peregrinar por un tiempo. Si en un momento nos topamos con una hondonada, conviene recordar que hay algo en ese tramo que nos fortalecerá y nos hará mejores personas.Peter Amsterdam ■

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Dios previó nuestras debilidades y defectos humanos y los entre-tejió en el plan que nos trazó. Nada escapa a Su control, y si colaboramos con Él, es capaz de sacarle provecho a cualquier situa-ción, por negativa que parezca. De hecho, en lugar de constituir obs-táculos en el camino de la vida, las dificultades a menudo se convierten en trampolines hacia cosas mayores y mejores.

A continuación, algunos ejemplos bíblicos:

José confió en Dios, tanto en los buenos como en los malos momen-tos; a su tiempo, las dificultades que tuvo lo pusieron en condi-ciones de ayudar a su familia y su país (Génesis 37–47).

Los hermanos de José lo vendieron como esclavo a unos extranjeros sin decir nada a su padre. A la postre acabó como propiedad de Potifar, funcionario del Faraón y capitán de la guardia. Aunque se destacó en su nuevo puesto, cuando la esposa de Potifar lo acusó falsamente de intentar abusar de ella, terminó en la cárcel.

Allí también adquirió notoriedad. Al interpretar con acierto un sueño que tuvo el copero del Faraón, este accedió a interceder ante el rey para que lo liberaran. Desafortunadamente, el copero se olvidó de su promesa, y el pobre José tuvo que sufrir otros dos años de cárcel. Todo parecía ir de mal en peor para él.

Sin embargo, cuando el Faraón tuvo dos inquietantes sueños que ninguno de sus sabios atinó a interpretar, el copero se acordó de José y se lo recomendó al rey. Después que José interpretó correctamente los sueños, el Faraón no solo lo sacó de la cárcel, sino que lo nombró primer ministro, convirtiéndolo en la segunda

autoridad de todo Egipto. Como tal, más adelante estuvo en situación de salvar a Egipto, a su familia y a gran parte de la región de una hambruna de siete años. Finalmente se reencontró con su familia.

José afirmó que Dios tornó en bien la maldad cometida contra él por sus hermanos, pese a las numerosas dificultades a las que se enfrentó en el ínterin, como las falsas acusaciones de la esposa de Potifar, la ingratitud y mala memoria del copero y la hambruna.

LECTURAS ENRIQUECEDORAS

No hay mal que por bien no vengaSamuel Keating

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«Es verdad que ustedes [los hermanos de José] pensaron hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien para lograr lo que hoy estamos viendo: salvar la vida de mucha gente» (Génesis 50:20, NVI).

Con Su muerte en la cruz, Jesús expió nuestros pecados, posibili-

tando que

disfrutá-ramos de vida

eterna con Él.Los dirigentes religiosos y

civiles de los judíos acusaron a Jesús de blasfemia, decidieron que debía ser condenado a muerte y lo llevaron ante Poncio Pilato, gober-nador romano de Judea. Pilato no encontró motivos para condenarlo;

pero por temor a la multitud hostil que se había reunido, dejó

que el pueblo decidiera el destino de Jesús. Incitada

por sus dirigentes, la gente exigió:

«¡Crucifíquenlo!»

Jesús fue objeto de escarnio, golpes y escupitajos. Fue azotado, y las puntas de hierro y hueso que había en las terminaciones de las correas del látigo molieron y desgarraron su carne. Le colocaron una corona de espinas sobre la cabeza. Después de todos aquellos tormentos, terminó desnudo y demasiado débil para llevar a cuestas Su cruz hasta el lugar donde lo iban a ejecutar. Un transeúnte se vio obligado a cargar la cruz por Él.

En el Gólgota lo sujetaron a la cruz clavándole estacas en las muñecas y tobillos, y lo dejaron entre dos delincuentes comunes hasta que muriera. Jesús permaneció colgado de la cruz seis horas, período durante el cual los soldados echaron suertes sobre Su ropa y los espec-tadores le espetaron insultos. Casi todos Sus amigos y seguidores lo abandonaron. Sumido en la más absoluta soledad, clamó a Su Padre: «Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has desamparado?» Sin embargo, al morir afirmó: «¡Consumado es!» Nuestros pecados habían sido

expiados. Había logrado nuestra

salvación.

«Herodes y Poncio Pilato se juntaron aquí, en esta ciudad, con

los extranjeros y los israelitas, contra Tu santo siervo Jesús, a quien escogiste como Mesías. De esta manera, ellos

hicieron todo lo que Tú en Tus planes ya habías dispuesto que tenía que suceder» (Hechos 4:27,28, DHH).

Parecía que todo les había ido fatal a Pablo y Silas en Filipos (Hechos 16:16–40).

Al liberar Pablo a una adivina del demonio que la poseía, los iracundos amos de la mujer azuzaron a una turba en contra de los maestros cristianos, los llevaron ante las autoridades de la ciudad y presentaron falsos cargos contra ellos. Los funcionarios manda-ron que los despojaran de sus ropas, los golpearan y luego los encadenaran y echaran en la cárcel, desestimando sus derechos como ciudadanos romanos. Esa noche hubo un gran terremoto. La cárcel se sacudió con tal violencia que las paredes se derrumba-ron y las puertas se abrieron.

Sin embargo, después que Pablo y Silas le salvaron la vida al carcelero al no huir del lugar, este los llevó a su casa, les dio de comer, curó sus heridas y escuchó lo que le dijeron. Esa misma noche, él y toda su familia abrazaron la fe en Jesús. A

la mañana siguiente Pablo y Silas fueron pues-

tos en libertad, con las disculpas del tribunal.

«El carcelero […] y su familia estaban muy felices de haber creído en Dios» (Hechos 16:34, TLA).

Sa muel K eating es coor dinador de producción de Conéctate . Vive en Milán (Italia). ■

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Cuando alguien me recomendó que tratase de mostrarme agradecida hasta en situaciones adversas, me pareció que sería imposible. Sabía que la Biblia nos manda dar gracias en toda circunstancia1, pero nunca se me había ocurrido tomármelo al pie de la letra. ¿Era posible tener una actitud agradecida y actuar en consecuencia, expresando mi gratitud con palabras aun cuando la situación no pudiera ser peor?

Empecé a entender el principio de dar gracias por todo cuando leí El poder de la alabanza, de Merlin Carothers. Él des-cubrió que ese principio libera el milagroso poder de Dios, el cual actúa no solo en las circunstancias que nos rodean, sino también en nuestro corazón, ya que nos infunde la paz y la fe que necesitamos para atravesar las tormentas de la vida.

Yo quería que el poder divino se manifestara más en mi vida, así que decidí esforzarme por darle gracias por todo. Ni me imaginaba lo difícil que llegaría a ser.

Cuando nuestro segundo hijo tenía cuatro meses, mi marido sufrió un accidente espantoso. Camino del hospital me informaron que ya le estaban practicando cirugía de urgencia. Se me saltaron las lágrimas. Me di cuenta de que tal vez nunca volvería a verlo en esta vida.

Me pasé las horas siguientes tratando de rezar por él y por los cirujanos, pero apenas podía concentrarme. Entonces Jesús me habló al corazón y me recordó que debía darle gracias hasta en aquella situación. Me obligué a pronunciar

un «¡Gracias, Jesús», aunque sabía que en el fondo no me salía del alma. ¿Cómo podía salirme eso del alma?

Después de cuatro horas insufribles, me dijeron que mi marido estaba en coma, en estado crítico. Había sufrido múltiples fracturas del cráneo que podían dejarlo con daño cerebral, así como una fractura de la cadera, de un brazo y de la mandíbula, y pro-fundas heridas en la espalda. Habían sido capaces de salvar la mayor parte de la mano derecha, que había resultado destrozada, pero había perdido un dedo. Me dijeron que habían hecho todo lo posible. Solo el tiempo diría cómo respondería su organismo. Traté de ser fuerte y de tener fe, pero estaba deshecha, en estado de shock.

No podía dejar de preguntarme cómo era posible que un Dios amoroso permitiera una calamidad así. Procuré confiar en que mi marido estaba en manos de Dios y repetirme que Dios nos amaba, se preocupaba por nosotros y sabía lo que estaba haciendo. Al mismo tiempo, sin embargo, me parecía que aceptar eso significaba que tendría que estar agradecida cualquiera

DOLOR BIENHECHOR

1. 1 Tesalonicenses 5:18

2. Lucas 22:42

3. Filipenses 4:7

Estrela Marques

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que fuera el desenlace que Él dispusiera. Batallé con eso toda la noche. ¿Cómo podía mostrarme agradecida si mi marido moría? ¿O si sobrevivía pero quedaba incapa-citado para caminar, para hablar o para llevar una vida normal? ¿Cómo podía decir que aceptaría las consecuencias cualesquiera que fueran? ¡No me resultaría tan fácil!

Mientras observaba el amane-cer, Jesús me recordó Su propia lucha interior en Getsemaní. Él le pidió a Su padre que lo librara de la crucifixión, cuya inminencia no ignoraba; no obstante, finalizó Su oración declarando: «No se haga Mi voluntad, sino la Tuya»2. Jesús no me estaba pidiendo que recorriera un camino por el que Él mismo no hubiera transitado. Yo estaba a punto de experimentar lo que un sinnú-mero de seguidores Suyos a lo largo de los siglos han descubierto: que Dios se puede valer de todas las pruebas que afrontamos para hacer-nos mejores personas.

Tan pronto como me aferré a ese pensamiento, una increíble paz me inundó la mente y el espíritu. Los cinco días siguientes fui sin falta a la unidad de cuidados

intensivos para hablarle a mi marido, leerle cosas y orar por él, a pesar de que todavía estaba en coma y los partes que emitían los médicos no eran esperanzadores.

Después de cinco días, se despertó y comenzó a recuperarse rápidamente. Sufría pérdida de memoria a corto plazo, pero podía mover todas sus extremidades y hablar. Un coágulo de sangre que tenía en el cerebro des-apareció sin necesidad de cirugía. No se quedó en la UCI sino 10 días, a pesar de que los médicos habían previsto que tendría que pasar allí un mes.

Cuando recuperó el habla, al principio mucho de lo que decía no tenía sentido. Aun así no dejé de confiar en que Dios tenía un plan que nos había trazado con mucho amor, y se lo agradecí. Y Dios cumplió. Mi marido recu-peró totalmente la movilidad en la mano derecha, y su raciocinio y expresión volvieron a la normalidad. Los médicos estaban asombrados.

He adquirido una nueva perspectiva de la vida, como la que describió Albert Camus cuando escribió: «En las profundidades del invierno finalmente aprendí que en mi interior se daba un verano invencible».

En mi angustia me sentí cobijada por un amor que no me abandonó ni por un instante. Cuando opté por cambiar mi tristeza y mi desesperanza por alabanzas y expresiones de gratitud, descubrí una fuerza sustentadora muy superior a nada que me hubiera podido imaginar, «la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento»3.

Estrela Marques vive en Brasil y está afiliada a LFI. ■

Estrela Marques

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Hoy fue un día per-fecto. No de esos en que uno no hace más que holgazanear (aunque también he disfrutado esos días en que uno se levanta tarde y no hace gran cosa). Tampoco fue perfecto en términos de lo que logré ni estuvo totalmente exento de dificultades. En todo caso, fue tan perfecto desde el principio hasta el final que ahora me siento impulsada a volver sobre mis pasos para tratar de descubrir qué fue lo que hizo que resultara así. Tal vez pueda conseguir que se repita.

Me desperté temprano y empecé la jornada con una caminata de 3 kilómetros en la que di gracias a Dios por mis seres queridos. Mientras ponía en marcha el cuerpo y el espíritu, recé por ellos. Después me tomé un rato para leer detenidamente un texto devocional, reflexionar y orar para que aquellas palabras me transformaran. Escuché unas canciones hermosas, cuya letra de alabanza a Dios me llenó

Un día perfectoJoyce Suttin

el alma. Pasé unos momentos más disfrutando de la amorosa presencia de Jesús y observando unos arcos iris etéreos que flotaban en la habitación, producto de un prisma que había colgado y que descomponía la luz del sol.

Después de desayunar, planifiqué el año lectivo e hice un pedido de material didáctico para los alumnos a los que doy clase en casa. Luego los ayudé con sus estudios de primero, séptimo y noveno grado. Aunque fue una mañana de mucha actividad, me sorprendió que estuviera libre de presiones. El tiempo que pasé con Jesús sin duda valió la pena.

Mientras cortaba las verduras para el almuerzo, empecé a des-animarme un poco; pero entonces me puse a dar gracias a Dios por la abundancia de alimentos saludables que nos provee y por mis familiares y la buena salud de la que gozan. Aunque tenía las manos ocupadas, mi corazón y mi mente estaban lejos, en presencia de Jesús, disfrutando de dulce comunión con Él. Era la inyección de ánimo que necesitaba.

Mientras hacía un mandado en el auto, me puse a escuchar unas composiciones para piano

francamente inspiradoras. Avanzaba con el tráfico, pero sin la tensión en los hombros que suelo sentir.

De vuelta en casa, entre mensajes electrónicos, llamados telefónicos y una breve visita de una vecina, preparé la cena, hice el aseo y pasé un rato con mi hijo adolescente. A veces me preocupo por él. Sin embargo, mientras conversábamos y me contaba sus opiniones, inquietu-des y sueños, Jesús me ayudó a ver en él una dulzura y profundidad que a veces se me pasa inadvertida.

Al atardecer, salí a pasear con mi marido. Tomados de la mano, obser-vamos el sol, que teñía las nubes de azul lavanda y rosado, y dimos gracias por la vida tan afortunada que llevamos.

Aunque tengo claro que no puedo pretender que todos los días sean así de perfectos, sé qué hacer para aumentar las posibilidades de que lo sean: me tomaré tiempo para conectarme con Jesús y para renovar esa conexión a lo largo del día meditando en Él y en Su bondad.

Joyce Suttin es maestr a y escr itor a. Vive en San A ntonio (Tex as). ■

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Sonó la alarma de mi reloj para recordarme que me pusiera el colirio que me había recetado el médico. Por pura costumbre me tapé el ojo bueno para comprobar qué tal veía con el infectado. Me di cuenta de que veía muy borroso, mucho más que el día anterior, y me preocupé.

Me invadió el recuerdo del doloroso tratamiento al que me había sometido en el hospital un día antes. ¿Qué otros exámenes y tratamientos me tocaría hacerme? ¿Cómo podía haberse puesto tan mal algo que en un principio daba la impresión de ser insignificante?

No lograba volver a conciliar el sueño. Me quedé acostada, tratando de plantar cara a los temores que amenazaban con desbordarme.

—Pon la mirada en Mí —me dijo Jesús mentalmente—. No dejes de poner la mirada en Mí.

Cerré los ojos y me hice una imagen mental de Él. Me sentí atraída por Su mirada, transportada

LA SALA DE PASATIEMPOSAnita Healey

a otro lugar. Vi entonces una gran sala con muchas paredes y pantallas.

—¿Qué sitio es este? —le pregunté curiosa.

—Es Mi sala de pasatiempos.Parecía entusiasmado.Dirigió mi atención hacia una de

las pantallas, en la que se veía a un niño entretenido apilando y uniendo las piezas de un juego educativo, cada una con una forma diferente. En ese momento tomó una que parecía un ladrillo de oro y que al parecer le gustaba mucho. Estaba bastante empecinado en colocarla en lo que estaba armando, pero aunque pro-baba de una y otra forma, el ladrillo simplemente no encajaba. Observé su exasperación, que iba en aumento, hasta que Jesús extendió la mano y retiró el ladrillo de oro. Acto seguido le enseñó al niño que esa pieza no hacía falta, y que las demás encajaban perfectamente, formando un modelo bellísimo.

Aquello se parecía mucho a mi vida. Muchas veces deseo algo o quiero que suceda algo.

Generalmente tengo mi propia idea de cuándo quiero que ocurra, y a veces trato de forzar la situación en vez de pedir a Dios que intervenga cuando Él lo considere oportuno, si sabe que eso será beneficioso para mí y para todas las demás personas afectadas. Por mucho que intento acoplar ciertas cosas en mi vida, si no forman parte de Su designio, no encajan. Solo consigo irritarme y sentirme infeliz y abatida. Eso fue lo que ocurrió cuando esperaba que el ojo se me curara instantáneamente. Quería que ocurriera conforme a mi cronograma, no el Suyo.

Ahora, cuando me siento inclinada a preocuparme, recuerdo la visión que me dio de aquella sala de pasatiempos. Él está al tanto de cada aspecto de mi vida y me ayudará a juntar todas las piezas espléndida-mente, a Su manera y a Su tiempo.

A nita Healey es asistente de producción de un estudio cinematogr áfico. Vive en Flor ida (EE .UU.). ■

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Aunque no puedo prometerte que te guardaré de las tormentas de la vida, sí te aseguro que te acompañaré cuando las atravieses. Mi ayuda se hace patente de múltiples formas. Puede que no siempre se manifieste tal y como esperabas, pero se hará sentir. Nunca te abandonaré a tu suerte, para que bregues por tu cuenta.

Cuando me pidas ayuda, responderé tus oraciones. Cuando tengas miedo, te infundiré fe para confiar en Mí, paz interior y valor para seguir adelante. Cuando estés débil y te invada el agotamiento, apóyate en Mí: te transmitiré una energía que no has conocido jamás. Cuando tengas el corazón hecho pedazos, Yo te lo recompondré.

No puedo impedir que sufras contrariedades y pesares, pero sí puedo tornarlos más llevaderos y hacer que al final redunden en bien tuyo. Puedo hacer que tu espíritu se eleve por encima de las borrascas de la vida. Detrás de las nubes —aquí arriba en los lugares celestiales, en Mi presencia— el sol siempre brilla. En un día gris, Yo soy un rayo de sol; soy el arco iris que aparece tras la tempestad. Soy el refulgente rayo de esperanza que devuelve el brillo a tu mirada.

Esta tormenta pasará. Mientras tanto, permíteme que te guarde en medio de ella.

DE JESÚS, CON CARIÑO

En medio de la tormenta