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Alexis Cordero C. mirar vigilar velar

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Una meditación al iniciar el Adviento Alexis Cordero C. blépo (βλέπω): mirar, ver, ver con el espíritu, buscar con la vista, vigilar; agrupneo (άγρυπνέω): vigilar, velar; - - - -

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Alexis Cordero C.

mirar vigilar velar

Una meditaciónal iniciar el Adviento

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La Iglesia, santa y madre como es, al iniciar el Adviento nos pone ante una lectura muy bella que requiere ser “deshuesada” para que pueda revelarnos algo de su sabiduría y podamos, en-tonces, suplicar al Santo Espíritu de Dios, la convierta en carne de nuestra carne.

La lectura está tomada del Evangelio de Marcos (13, 33-37) y dice así:

«Estén atentos y vigilen, porque ignoran cuándo será el momento. Al igual que un hombre que se ausenta de su casa, da atri-buciones a sus siervos, a cada uno su traba-jo, y orden al portero que vele; velen, por tanto, ya que no saben cuándo viene el due-ño de la casa, si al atardecer, o a mediano-che, o al cantar del gallo, o de madrugada. No sea que llegue de improviso y les en-cuentre dormidos. Lo que a ustedes les digo, a todos lo digo: ¡Velen!»

El texto mencionado nos pone en contacto con tres verbos: ‘estar atentos’, ‘vigilar’ y ‘velar’, que son una traducción bastante cercana de los

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que ocupan el mismo lugar en el texto griego. Los verbos griegos son:- blépo (βλέπω): mirar, ver, ver con el es-

píritu, buscar con la vista, vigilar;- agrupneo (άγρυπνέω): vigilar, velar;- gregoreo (γρηγορέω): velar, vigilar Para ser lo más fieles a lo que quisiéramos des-entrañar del texto –sin pretender agotarlo–, va-mos a recurrir a tres verbos del español, que pa-ra nuestros propósitos son, quizás, los que me-jor se acercan tanto a la significación original del texto griego como a la intención de la Igle-sia al proponerlo en el inicio de este tiempo es-pecial de gracia. Los verbos son: mirar, vigilar y velar.Como bien se ve, los tres están estrechamente vinculados a la facultad de ver y “ver” –en sen-tido bíblico– tiene una connotación espiritual de hondas implicaciones.Antes que nada cabe preguntarnos quiénes son los destinatarios de esta palabras, a quiénes va dirigida. Es necesario precisarlo y decir que no se dirige a toda la gente; idealmente, cualquier persona puede escucharla, pero no es a cual-quier persona que está dirigida, sino a los discí-

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pulos, a quienes le siguen, a los que están de-seosos de vivir como vive el Maestro; no es un llamado a todos los que asisten a misa o a quie-nes van a un grupo de oración, sino a quienes están atentos a la palabra y desean ponerla en práctica; a aquellos que, viviéndola, saldrán a anunciarla con el corazón y con la boca… A los discípulos a quienes se les ha concedido el pri-vilegio de conocer los misterios del Reino y se les explica el sentido de las parábolas (Mt 13,11).Pasemos, entonces, a familiarizarnos un poco más con cada uno de los verbos.Mirar: Mirar tiene el sentido que tiene el verbo blepo en griego. Incluso, ese sentido es más fiel a lo que el verbo mirar tiene en la Escritura. Mirar está relacionado con ‘conocer’ y, bíblica-mente, ‘conocer’ tiene un trasfondo de intimi-dad; va mucho más allá del mero conocimiento intelectual; significa ‘tener experiencia de’.Por eso, ‘conocer’ a Dios no es capturarlo como un objeto de comprensión intelectual; es experi-mentarlo como alguien vivo que entra en con-tacto con nuestra propia vida.A Dios nadie lo conoce, dice el evangelio de

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Juan (1,18), sino aquel a quien el hijo se lo ha dado a conocer. No se trata, por tanto, de hacer un recorrido por las pruebas de la existencia de Dios, porque no necesariamente alguien que las conoce (intelectualmente) a plenitud puede ha-ber tenido esa vivencia que, aún en mínimo gra-do, es superior a cuantos libros hayamos leído para tratar de convencernos y argumentar que Dios existe. Este saber es importante y, como lo escribe Pablo y la Iglesia lo ha sostenido siem-pre, la creación es un libro que puede guiarnos al conocimiento de su Autor (Rom 1,20). Sin embargo, quién ‘conoce’ a Dios –no por una aplicación de su intelecto, sino por gracia– sabe que Dios existe y está por encima de cualquier discurso que pretenda explicarlo y encajonarlo; quien conoce a Dios sabe que solo tiene que adorar. Por eso, el Señor nos dice “miren” el misterio que llevan en ustedes, conózcanlo.Por otro lado, la mirada de Dios sobre cada uno de nosotros no es algo que se queda meramente en sus ojos –por decirlo de alguna manera–, sino que nos penetra, se hunde hasta lo más ín-timo de nuestro ser para sostenerlo y cobijarlo; la mirada de Dios cubre la totalidad de nuestra existencia: Señor, Tú me sondeas y me conoces

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… mi embrión veían tus ojos… Sondéame, oh Dios, conoce mi corazón (S 139,1.16.23). Y de la misma forma hemos de procurar mirar noso-tros.En nuestra lengua, este verbo tiene su importan-cia y revela la profundidad que tiene cuando lo analizamos desde esta perspectiva. Solemos de-cir normalmente que a las personas se les cono-ce por la mirada; que los ojos son reveladores de nuestras profundidades. En carne propia he-mos experimentado el hecho de que cuando hay algo que no está bien en nuestra vida, no nos atrevemos a mirar a cualquiera que busque en nuestros ojos una respuesta; pero, asimismo, cuando no tenemos nada que ocultar, cuando queremos decirle a alguien lo importante que es para nosotros, cuando queremos revelarle nues-tro amor, no tememos mirar de frente y directo a sus ojos. Querámoslo o no, sea verdad o no, la mirada nos dice mucho del otro y de nosotros mismos y muchas frases se han acuñado hacien-do alusión a esta realidad: Dime cómo miras y te diré quién eres, dime cómo miras y te diré en qué piensas, dime cómo miras y te diré en qué crees, dime cómo miras y te diré cómo te sien-tes, dime cómo miras y te diré qué compras…

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Damos a conocer la mala actitud o intención de alguien cuando decimos “no me gusta como mi-ra”; decimos que no es confiable alguien que no mira a los ojos; sentimos el desprecio cuando alguien mira por encima de los hombros o mira de lado, sospechamos de alguien cuando mira o le miramos de reojo… La mirada dice mucho y el modo de mirar nos habla de alguna manera del corazón, de la profundidad de cualquier per-sona.Ahora bien, ¿qué hemos de mirar? ¿Hay algo que debamos mirar en este Adviento? Nuestra mirada ¿debe fijarse en algo o en alguien en concreto? La Escritura misma nos da la res-puesta: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento…, sediento…, forastero…, desnudo…, enfermo…, en la cárcel? (Mt 25, 31-46). Miren las aves del cielo, las flores del campo… (Mt 6,26). Un levita que pasaba… le vio y dio un rodeo… (Lc 10,32). Cuando vean que suceden estas cosas…(Lc 21,31). El que me ve, ve al que me envió… (Jn 12,45). Nuestra mirada de cristianos tiene que aprender a ver las huellas de Dios en todas las cosas, aprender a mirar al Señor en todos los rostros, y ese es un don que debemos suplicar.Y ese también es el sentido del Adviento: bus-

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car con la vista, en toda circunstancia, a quien está por venir; nuestra mirada debe vivir en un ad ventum permanente hasta que se manifieste nuevamente el Señor. Como dice la carta a los Hebreos (12,2): fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe.Que nuestros ojos, pues, sean también un testi-monio ante el mundo en la medida en que reve-lan nuestra esperanza. Que la mirada esperanza-da sea comunicadora de vida y alegría.San Ignacio de Loyola decía que en todo hemos de tener “el ojo de la intención recto” y para él eso significaba “en todo amar y servir a Dios, nuestro Señor”. Nuestra mirada debe, por consi-guiente, ser comunicadora del amor que Dios nos tiene y acompañar el gesto de nuestras ma-nos en el servicio. Eso fue lo que caracterizó a la madre Teresa de Calcuta y caracteriza a to-dos los santos y santas de Dios, reconocidos y no reconocidos.Dichosos aquellos que saben ver, mirar, pues muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven, pero no lo vieron (Mt 13,17). Ojalá podamos ser parte de esos dichosos.Vigilar: el verbo vigilar tiene una significación

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que, podríamos decir, es negativa: vigilan los pillos por si viene la policía y vigila la policía por si asoman los pillos; vigilar tiene algo que ver con asechar y acechar. Sin embargo, en cualquiera de los casos, lo que se percibe –y eso es positivo– es un “prestar mucha atención”; es-te es el sentido que queremos rescatar.Vigilar es, entonces, mirar atentamente, poner los cinco sentidos, como se suele decir. ¿En qué? ¿A qué?Los tiempos que vivimos, impregnados de rapi-dez y novelería, solo nos hacen navegar en las superficialidades sin permitirnos ir a lo profun-do; nos tiene bailoteando por encima de las olas en un mar de imágenes y sensaciones que no nos deja concentrar y atrapa nuestros sentidos haciéndonos fantasear y creer ilusiones que nos confunden y engañan robándonos la posibilidad de ver la realidad como es.Más aún, de una manera explícita hoy se huye, en la generalidad de los casos, de todo aquello que pretenda provocar en nosotros la reflexión, el cuestionamiento. El marketing, la propagan-da, la publicidad que nos circundan, lejos de ser considerados como una invasión a la intimidad, como polución, son valorados por su capacidad

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de “atrapar la atención”, un eufemismo que no hace sino esconder la pretensión de negarnos toda posible deliberación.Distraernos, divertirnos, dividirnos, son tres pa-labras que nos dicen mucho acerca de todo lo que significa ir en sentido contrario al poner atención. La partícula “di” nos sugiere fragmen-tación, ambigüedad, enajenamiento.No poner atención significa retirar la mirada de aquello que realmente importa. La palabra de Dios que estamos meditando nos habla de “es-tar atentos” precisamente a lo que importa y no a las veleidades y a las sombras que seducen y atrapan los sentidos y la emotividad y los man-tienen embobados sin la posibilidad de ir más allá de la superficie, de remar más adentro.Debemos estar atentos a esas realidades que nos convierten en más humanos y que nos permiten identificarnos más con esa vocación a la que hemos sido llamados y que necesitamos vivirla para tomar conciencia de lo que somos verdade-ramente: hijos de la luz, hijos del día (1Tes 5, 5), peregrinos y herederos de un Reino sin fin y al que tenemos acceso por Jesucristo.Lastimosamente, el Adviento se ha convertido en un tiempo de comercio y ha perdido (para

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una gran mayoría de cristianos) la significación espiritual que posee; es una época de compra-venta en la que se pone, figurativamente, al al-cance (sobre todo) de cualquier bolsillo sueños y deseos que, supuestamente, nos traerán la feli-cidad y, entonces, la Navidad –que es la cele-bración mayor que sirve de pretexto– será como debe ser.Por eso, el Adviento, más que un tiempo de re-flexión y preparación para vivir la Navidad, ha pasado a ser un tiempo de endeudamiento y re-galos que se ponen a los pies de un árbol sin na-cimiento, con lucesitas sin Luz, con novenas sin compromisos, con fiesta sin Invitado; es decir, una navidad sin Cristo.- A diferencia de lo que resulta importan-

te para muchas personas (aunque digan que no), el Señor nos dice que fijemos nuestra atención en aquellos bienes que no perecen (Mt 6,20), en aquellas realidades que no enga-ñan, para que no siga sucediendo lo que día a día, de una u otra manera, acontece entre no-sotros:

- Cuántos resentimientos se mantienen porque alguien “ha herido mi orgullo”, “me ha dicho una grosería”, “ha jugado con mi ho-

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nor”…- Cuántas lágrimas se derraman por no

saber hablar, por no querer perdonar, por ra-bia, por despecho, porque “me ha dicho fea”, “tonto”, “irresponsable”…

- Cuántas rupturas matrimoniales porque se ha perdido el orden de las prioridades, por-que han importando más las apariencias que el compromiso, porque se ha descuidado el ali-mento de la relación, porque se ha entregado el tiempo al trabajo, por tantas formas de infi-delidad…

- Cuántos fracasos familiares, cuántos hi-jos abandonados, cuántos dolores…

- Cuántos desengaños personales porque no quisimos escuchar la sagrada voz de la conciencia ni nos dimos el tiempo para for-marla y nutrirla adecuadamente.

- Cuántas personas que dan más impor-tancia a cómo está puesta la mesa que a con-versar en ella; a arreglarse según la moda del día que a embellecerse con adornos espiritua-les.

- Cuántos que gastan más tiempo en con-versaciones y chismes de novelas y revistas

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que en cuestiones que fortalecen relaciones y alimentan corazones…

El Señor nos dice: Estén atentos, no se distrai-gan en banalidades, en futilidades; estén aten-tos, no pierdan el tiempo en niñerías; estén atentos, no desperdicien la oportunidad de cre-cer como personas; estén atentos, y no se pier-dan la posibilidad de sentir el amor que El Pa-dre les tiene; estén atentos, y no desprecien los dones y bendiciones que se les ha entregado pa-ra que hagan el bien a los demás…Velar: Uno de los significados que este verbo tiene es “cuidar solícitamente de algo”. Normal-mente se lo ha usado –porque también significa esto– en el sentido de “estar despierto el tiempo destinado al sueño”. Nosotros podemos combi-nar ambas acepciones y utilizarlo como “estar despierto y cuidar” de algo o de alguien.Pues bien, ¿qué debemos cuidar? Nada más que aquello que Dios nos ha confiado; es decir, todo lo que, si sabemos mirar bien, si hemos puesto la suficiente atención, tenemos y poseemos: fa-milia, hogar, amigos, salud, bienes materiales, trabajo, fe, dones, habilidades, sueños, esperan-za… y la lista sería innumerable.En el habla cotidiana se nos dice que “debemos

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estar despiertos” cuando se nos llama la aten-ción para que no seamos ingenuos, incautos, crédulos. Estar despiertos pone delante de noso-tros la imagen del centinela, del vigía, de aquel a quien se le ha encomendado un puesto para que, desde allí, notifique cualquier novedad, pa-ra que informe si el enemigo se acerca o anda rondando. Esa es su manera de cuidar.Pero, además, velar implica una actitud de dis-posición plena porque, de alguna manera, se nos pone al frente y eso, obviamente, nos colo-ca en una situación de vulnerabilidad. Podría-mos ser presa fácil ante un movimiento repen-tino y sorpresivo del enemigo. Por eso, es el mismo Señor quien nos pone en alerta al adver-tirnos que debemos ser astutos como serpientes (Mt 10,16).Y ¿qué quiere decir eso? Velar nos convierte en guerreros, pero también –y quizás sea una ma-nera más cercana de verlo– en médicos. En uno y otro caso, a modo de especialistas, ambos tie-nen que cuidar algo que se les encomienda. Po-demos pensar en los talentos (Mt 25,15), en los dones y carismas particulares, en los servicios y ministerios para el beneficio del pueblo de Dios, pero también en todas esas capacidades y

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regalos que hemos mencionado más arriba y otros más: la vida, los hijos, la educación, las virtudes (generosidad, compasión, benevolen-cia…) y aunque, ciertamente, una de nuestras tareas debe ser la de cuidar aquello que se nos encomienda a fin de prevenir cualquier mal, otra –a veces inevitable– será la de luchar contra ese o esos males con todos los recursos disponibles. Está por demás decir que pedirle al Señor que no nos deje caer en tentación ha de ser la consigna para esta lucha, pero también que debemos estar cubiertos con la armadura (Ef 6,14-18; 1Tes 5,8) de combate pues hay una batalla que debemos librar contra el maligno y otros poderes espirituales (Ef 6,12), contra el mundo y sus seducciones y contra nuestra pro-pia concupiscencia y pecado. No está demás decir que la versión latina del mismo texto añade al inicio el imperativo “ora-te” (oren) después de videte (miren) y vigilate (vigilen) para darnos a entender la importancia de esta acción espiritual..Pues bien, ¿qué podemos concluir de todo esto? Que si sabemos mirar los ojos del Dios que ya ha posado primero su mirada sobre nosotros, si sabemos estar atentos a su paso en nuestras vi-

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das y damos prioridad a lo que realmente im-porta, si sabemos cuidar aquella sobreabundan-cia de gracia que Él tan generosamente ha de-rramado sobre nosotros, ¿cómo no vamos a es-tar preparados para recibirlo?, ¿cómo no vamos a vivir un adviento auténtico?, ¿cómo no vamos a hacer nuestra la súplica del Salmo (80,3): ¡Despierta tu poder, ven en nuestro auxilio! sa-biendo que Él no faltará a su palabra?

Entonces, confiadamente podemos pedirle que venga a visitar su viña, la viña que somos noso-tros mismos, cada uno y como cuerpo –Iglesia– trabajada por su mano, y que vuelva sus ojos sobre ella, ya que Él mismo ha hecho posible que podamos mirarle.

A. M. D. G

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