a a a b a l a g a a a · como un mar insistente, incansable, nervioso, ... denuncia, para cantar al...

28
Academia de Buenas Letras de Granada DISCURSO PRONUNCIADO POR EL ILMO. SR. D. JOSÉ LUPIÁÑEZ EN LA INAUGURACIÓN DEL CURSO ACADÉMICO 2009-2010 ACTO CELEBRADO EN EL PARANINFO DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA EL DÍA 19 DE OCTUBRE DE 2009 GRANADA MMIX

Upload: voxuyen

Post on 21-Jan-2019

217 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Academia de Buenas Letras de Granada

DISCURSOPRONUNCIADO POR EL

ILMO. SR. D. JOSÉ LUPIÁÑEZ

EN LA INAUGURACIÓN

DEL CURSO ACADÉMICO 2009-2010

ACTO CELEBRADO EN EL PARANINFO

DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA

EL DÍA 19 DE OCTUBRE DE 2009

GRANADA

MMIX

Edita: © Academia de Buenas Letras de Granadac/ Almona del Campillo, 2 - 3º18009 Granadawww.academiadebuenasletrasdegranada.orgImprime: La Gráfica S.C.And. - GranadaDepósito Legal: Gr-2968/2009I.S.B.N.: 978-84-691-6286-6

DISCURSODEL

ILMO. SR. D. JOSÉ LUPIÁÑEZ

Juan Jesús León: ingenio y verdad

9

Excmo. Sr. Presidente,Excmos. e Ilmos. Sras. y Sres. Académicos,

Señoras y señores, amigos todos:

PRONTO va a cumplirse un año de la pérdida de un miem-bro insigne de esta Academia, insigne y muy querido portodos sus componentes: el Ilmo. poeta, profesor y escritorJuan Jesús León, cuya muerte nos consternaba a todos tam-bién, la pasada y triste madrugada del nueve al diez dediciembre. Pronto va a cumplirse un año y siguen muy vivasen nosotros las imágenes de lo compartido con él; suscomentarios, el timbre de su voz, su risa, su ciencia, su con-ciencia, su ingenio, la nobleza de su corazón… Es por ello,para dejar constancia de la permanencia tanto de su recuerdocomo de su lección, por lo que quisiera que estas palabrasfueran entendidas a modo de sencillo homenaje a su memo-ria y como un testimonio de aprecio a su obra, a su legado, asu poética, de incalculable valor para cuantos le estimábamosy admirábamos sin recato. Creo, al hacerlo así, recoger elsentir general de los componentes de esta Academia deBuenas Letras que, estoy convencido, no han de cejar en laconservación y difusión de la obra de uno de los autores mássingulares y necesarios para entender el panorama de la lite-ratura granadina y andaluza de las últimas décadas.

Y es que Juan J. León no tenía enemigos, nunca hubierasabido tenerlos; era hombre de natural noble y franco y sabíagranjearse muy pronto el afecto de cuantos le conocían y letrataban; los mismos que, al poco de intercambiar con élalgunas frases, quedaban irremisiblemente atrapados tanto

10

por su ironía y por el ingenio de su plática como por la bon-dad de su carácter. Ingenio es, precisamente, una de las pala-bras que yo he venido asociando desde siempre a su personay a su obra y que define, a mi modo de ver, un aspecto impor-tante de su perfil intelectual. Si el ingenio tuviera patria, elsuyo sería hijo de varias, porque su ingenio me parece roma-no, latino, mediterráneo, muy a lo Marcial, por no salir deltodo de la península; al tiempo que muy hispánico, a vecesconceptista y quevedesco, y otras muy granadino y fronteri-zo… Hay, además, otra palabra que también va unida para mía su trayectoria y a su ejercicio creador y que completaría elperfil esencialísimo al que me refiero, una palabra necesariapara componer la moneda de su recuerdo y no es otra que lapalabra verdad. Si a algo ha estado aferrada su vida de escri-tor, de una manera permanente y sin claudicaciones, ha sidoa su particular compromiso con la verdad; un compromisoque le ha conferido cierta dimensión ética a su poesía y aveces, un acento moral. De ahí quizás su rebeldía, el origeny la razón de su crítica o de su inconformismo, cuando eseamor a la verdad suyo, a la verdad solidaria y compartida,chocaba con cualquier panorama de hipocresía, de abuso ode exceso, especialmente visible en las clases dominantes yen las jerarquías del poder; es entonces cuando mejor afloraen Juan J. León esa especie de auctoritas que ejercía a travésde su obra, como de poeta civil, de conciencia en permanen-te estado de alerta y muy poco dada a transigir o a escondersu reparo.

Así nacieron sus primeros libros, esos que él considerabatextos de iniciación –“intuitivos y de aprendizaje”, nos dirá–,marcados por un profundo desgarro existencial; libros de

búsqueda de la voz propia y que solía dejar atrás a la hora delrecuento de lo escrito, pero que ahora conviene recordar parailustrar sobre todo esa disidencia suya, esa protesta de la quenace su lírica, que le lleva a titular En desacuerdo (1969) unade sus obras iniciales. La proclama de su rebeldía no seesconde para nada, como vemos, sino que se airea desde losprimeros compases de su escritura. La sobria edición, conportada en negro riguroso, perseguía la connotación fúnebrede la desesperanza y del luto, y llevaba como viñeta en laparte superior una mariposa seccionada como anticipo ale-górico del contenido, muy a tono con ese “pesimismo atrozy sin ventanas” que es, a juicio del propio poeta, el rasgodominante y caracterizador de esa etapa inicial de su poesía.También uno de sus primeros libros del periodo de madurez,que comienza con Espero la caída del pájaro más triste(1974), se titula Conciencia puesta en pie, lo que muestra alas claras la voluntad de permanecer alerta a la que aludíamás arriba. Aunque publicado en 1986, en él se incluyen poe-mas de toda la década precedente y alguno se remonta inclu-so a 1975. Conciencia puesta en pie ejemplifica ese estadode vigilancia, sí, y también alude, por extensión, al compro-miso con la verdad que antes subrayaba; a esa voluntad dereafirmarse en ella y no sucumbir, como deja entrever en susversos; sobre todo cuando los sentimientos van en sintoníacon los pensamientos y emociona dejar constancia de ello:

Cuando nada sucede, cuando todo es lo mismo,entonces la esperanza se diluye en la sangre,el tedio se apodera de las piernas y el hombreinclina la cabeza como un sauce humillado.Pero entonces, también, algo brota de nuevo

11

12

y empuja hacia delante como un mar sin orillas,como un mar insistente, incansable, nervioso,porque el pecho reafirma la verdad de la frente.

Hombre comprometido con su época y con su tiempo enuna triple faceta: como profesor, como poeta y como perso-na; como ciudadano de a pie que observa y no consiente. Suvocación didáctica le llevó a ejercer la enseñanza en Málaga,Jaén y Granada, fundamentalmente, y ello en unas décadasdifíciles que demandaban modelos más estables y menosimprovisados, justo como nos ocurre ahora, que todavíaseguimos demandándolos, y también modelos menos amné-sicos con el pasado y la tradición clásica y humanística.Luchó, a pesar de todo, contra las adversidades y continuoscambios y contradicciones del sistema educativo (Ahí quedasu artículo combativo “Hay que abolir la LOGSE”, por ejem-plo, publicado en El Faro en mayo de 2002) y fue queridopor sus alumnos, que lo recuerdan con emoción y con verda-dero afecto, como he tenido la oportunidad de comprobarpersonalmente en más de una ocasión. A este respecto es unabuena prueba de ese cariño el que la Biblioteca del Institutode Antequera en donde impartió clases lleve su nombre, enhomenaje a su recuerdo y a su implicación cultural y docen-te con la ciudad. En ese mismo capítulo del profesor activoque siempre fue, hay que anotar su voluntad pedagógica ydivulgativa que le llevó a escribir el volumen LiteraturaUniversal. Teoría y textos (1998), un manual muy celebradopor su eficacia didáctica, de referencia obligada para losestudiantes de esta disciplina en muchos centros de enseñan-za secundaria de nuestro país; o su ensayo Formas de expre-sión poética en el lenguaje popular (2000), revisión y

13

ampliación del anterior Expresión poética y expresión popu-lar, publicado once años antes. Ediciones éstas de especialinterés para quien quiera comprender muchas de las clavesde la propia poética culta del creador, que guardan conexióncon el gracejo del pueblo en el manejo del idioma, con el tipode imágenes o metáforas que emplea o con los juegos de con-ceptos y palabras que vemos tan a menudo en sus propiosversos.

La poesía, que resultó vocación temprana en su vida, ven-drá a ser otra muestra más de ese compromiso. Porque, sinlugar a dudas, fue la poesía el medio del que mejor se sirvióJuan J. León para hacer sus preguntas, para conformar sudenuncia, para cantar al amor o a la amistad y esbozar depaso tímidas certezas y pocas esperanzas, pero, eso sí, siem-pre desde lo más hondo y verdadero de su sensibilidad, desdela más noble y limpia convicción, aquella que le impele adecirnos lo que nos dice, seguro de que puede defenderloante todos; o mejor, de que puede compartirlo con todos, yaque a todos afecta. Este otro trabajo también lo llevó a cabocon desprendimiento y entrega, pues a fin de cuentas, comodice con razón Salvador Espríu, “escribir poesía es trabajarpara el hombre”, y no otra cosa que desarrollar ese especialtrabajo para el hombre, para los hombres, los cercanos y loslejanos, es lo que supo hacer con maestría desde su hetero-doxia militante. Acaso su obra no sea muy extensa, porque élescribía cuando se le imponía la escritura y, además, habíadesarrollado un alto nivel de autoexigencia, que le hacía serespecialmente severo con cuanto creaba. Esa meticulosidadde quien cifra diligentemente la fecha de composición de sustextos –gracias a lo cual podemos entender mejor su evolu-

14

ción cronológica, dicho sea de paso–, es la misma que aplicaa la hora de cribar cuanto salía de su pluma. Acaso, digo, suobra no sea tan copiosa y extensa, pero sí intensa y necesariay nos ofrece un cumplido ciclo en el que el autor va pasandode las iniciales inquietudes revolucionarias a posiciones másdesencantadas en los últimos años, cuando la experiencia delmundo es ya más amplia y fecunda y los desengaños pesanen el corazón. En efecto, si en la nota previa a la edición deDel corazón y la experiencia. Poesía 1970-1988, que recogelas casi dos primeras décadas de su escritura –nota de la queme hace “culpable”, por cuanto le insistí en que la escribieraexprofeso para presidir esa recopilación–, venía a decirnoscon cierto aire inflexible y tajante: “creo que la poesía es untrabajo intelectual en el que la forma debe de estar sometidaal contenido y éste al servicio de unos valores ideológicosclaros. Aquí no valen medias tintas”; más adelante, en elpapel de Juan, en las Églogas de Tiena confesará con otraserenidad la trayectoria de una especie de naufragio espiri-tual, de un naufragio de las ideas, cuando estas se enfrentancon la dura realidad que las vuelve insostenibles. Así en suÉgloga del Invierno en Tiena, nos abrirá la puerta de su pen-samiento más íntimo y cifrará para nosotros las consecuen-cias y circunstancias de esa decepción, sin dejar de aplicarsesu propia ración de autocrítica:

Yo fui cantor de libertades cojas,fustigador del sueño y la paciencia,amante iluso de banderas rojasancladas en la luz de la concienciay todo naufragó como las hojasque el viento arranca y mece en su indolencia

15

dejando el corazón como un senderodesnudo y pobre bajo el sol de enero.

La mejor prueba de su compromiso como persona lahallamos en su Memorial de artimañas y secuencias sincuento, las memorias que redactó pocos años antes de sumuerte, en el 2004, para ser exactos, y que aparecieron publi-cadas en 2006. En ellas trata de poner su vida en claro y derecoger, casi siempre con registros jocosos que le permiten eldistanciamiento y la ironía, los pasajes, las secuencias, de sutrayectoria vital. La mejor prenda y muestra de ese compro-miso, digo, es su coherencia; la coherencia que mantuvo a lolargo de su vida consigo mismo y con los demás. Porque enestas memorias, como expresa el autor en los primeros tra-mos de las mismas citando a Julián Marías, él ha querido par-tir de una órbita convivencial. “La vida es, –nos apunta elfilósofo– ya de por sí convivencia: la experiencia que de ellase alcanza es también convivencial; y esto hace que su pro-pio contenido incluya a los demás”. Juan J. León, haciéndo-se eco de estos planteamientos, no podía privarnos de esadimensión coral y comunitaria, por eso convoca en su retabloa familiares, amigos, poetas y escritores, profesores y artis-tas, bebedores empedernidos y rebeldes sin causa, soñadoresy desencantados de los sueños y a un sinfín de personajespintorescos y disparatados, muchos de ellos héroes o antihé-roes de su poesía satírica, a los que siempre trató con cariño,por muy afilado que fuera el aguijón de sus burlas. Es más,el que Juan J. León se burlara un poco de nosotros, era unmodo particular y muy suyo de demostrarnos el afecto y elinterés con el que nos reconocía y nos regalaba. Nadie podíasentirse herido en su amor propio, porque sus dardos eran

16

literarios y divertidos y no amargos y emponzoñados por elrencor o la envidia como ocurre frecuentemente con algunosotros escribas más cínicos y aviesos. Por otra parte, no dudacomo autor en ser el primero en reírse de sí mismo, y endesacreditarse y convertirse en caricatura si es preciso, con loque cualquier cosa que pudiera afectar a otros ya él la habíaexperimentado en sí mismo, y no por aquello de la captatiobenevolentiae, que podríamos pensar, sino más bien como elmédico que se receta su propia medicina para curarse ensalud y no ser menos.

Por eso no duda en presentarse de manera poco ejemplar,es decir, como víctima también del ímpetu de su propia iro-nía. Y así comienza por referir como contrariedad funesta sunacimiento y, al hablarnos de su tardía venida al mundocomo diezmesino, lo hace en términos de fatal advenimiento,o necrológico nacimiento o nos dice haber nacido difunto,para seguir, ya permanentemente, hasta el final, haciendobromas acerca de su resurrección casi milagrosa; o tambiénnos habla de su sexo, al que convierte en todo un personajecasi con vida propia; en una suerte de referente simbólico,contra el que arremete sin empacho, justo con idéntica desen-voltura a la empleada contra el dueño del mismo; referente,digo, a veces egregio y otras no tanto en los lances del amoro de la vida, que él utiliza en ocasiones con gracejo similar ydesinhibición alegre, al modo del Arcipreste de Hita, inspira-dor de sus mejores simpatías. Quizá las ganas de reírse delmundo y hasta de su propia sombra le vengan de su infanciafeliz, en libertad, en medio de la naturaleza, ajena a las con-tingencias de otras vidas más precarias que él observaba.Siempre confesó esta circunstancia y a mí me da que esa

17

experiencia sí que fue un elemento determinante en la con-formación de su carácter y en su manera de enfrentarse almundo. Aunque en muchos momentos lo refiere en su obra,especialmente en las memorias, también nos lo dice demanera expresa en varios poemas, prueba de ello son, entreotros, los cuatro alejandrinos de uno titulado “Infancia”,recogido en el apartado de “Poemas dispersos”, de la segun-da entrega de su poesía reunida, en el que define aquellaetapa infantil y despreocupada como época privilegiada desu vida:

He regresado tanto al pasado que pareceque piso la distancia donde tuve la suertede vivir unas fechas alejadas del trece,ajenas a la envidia y a espaldas de la muerte.

La perífrasis “fechas alejadas del trece”, alude con clari-dad a un tiempo inmune a los malos augurios y a las desgra-cias, a un tiempo de felicidad en pleno contacto con los árbo-les, los animales y las gentes sencillas de los pueblos, enquienes siempre acababa por descubrir alguna complejidadjocosa. Esta era, sin duda, como decía más arriba, la manerapeculiar de demostrarles su afición y su apego y de rendirleshomenaje.

Hombre bueno, profesor ejemplar y entregado a la causay escritor excelente, tanto en prosa como en verso; en las tresfacetas supo destacar, con la seguridad y la tranquilidad dequien se ha impuesto como lema en la vida el amor a la obrabien hecha, que tanto comentaba de los novecentistas; y ade-más ha sabido cumplir con ese objetivo y hacerlo realidad,

18

puesto que no conocía otra manera de ser ni de estar; su libe-ralidad no le eximía nunca de ese prurito, de esa concienciaen permanente estado de vigilia. La lectura del Memorial deartimañas y secuencias sin cuento, sus memorias, nos revelaque de haber podido insistir algo más en ese registro, hubié-ramos disfrutado de otras muchas páginas inolvidables, ajuzgar por las que nos ha dejado, jugosas, divertidas, llenasde brillantes razonamientos, de hilarantes anécdotas y de sor-prendentes hallazgos. Lo mismo podríamos decir de sus crí-ticas literarias, género que cultivó ocasionalmente y del queson buena muestra sus ensayos citados o su libro Jardinescercanos, en donde se comprueba esa especial devoción porla obra de su gran amigo y compañero de aventuras en lo lite-rario y en lo vital, Enrique Morón, a quien dedica varios estu-dios y comentarios de notable calado y de obligada lectura.Pero lo que lo singulariza, por encima de todas estas vertien-tes en las que vengo reparando de forma sucinta, es su con-dición de poeta, su pasión vocacional por la poesía, algo delo que fue consciente a edad tempranísima y que venía asu-miendo sin grandilocuencias ni artificios, como elementodefinidor de su personalidad y de su condición. Y aunque nosconfiesa que sus primeros ensayos y experiencias en el terre-no creativo fueron lo que él llamaba “cuentos caseros contítulos rimbombantes como Cocoliso y Aprisco que –refiere–le vendía a mis abuelos por la módica moneda de dos reales”,y nos recuerda el invento de “una revista manuscrita, de unsolo ejemplar por número, en la que tergiversaba los chis-morreos familiares para incitar polémicas”, y en la que inser-taba una simpática “Lista de queridos”, con la relación de susparientes por orden de preferencia afectiva; lo cierto es que,a raíz del eco que entre los más cercanos tuvo aquella publi-

19

cación, se inició en la poesía (el nos dice “me desvirgué depoeta”) con un romancillo dedicado a un amor infantil querespondía al nombre de Anita, porque quod tentabam scribe-re versus erat. A esa tentación se entregó abiertamente y enella cayó sin mucho esfuerzo y más bien de forma placente-ra, escribiendo con provecho, con lucidez, con maestría, pararegocijo de cuantos hemos seguido su voz de forma incondi-cional y apasionada.

Estas son las razones que me llevan a detenerme algo másen el poeta que fue y que sigue siendo cada vez que sus ver-sos cobran vida en la sensibilidad de cualquier lector. Porquees como poeta como más se le conoce y se le reconoce, aun-que –ya lo hemos dicho– no dejara de ser un prosista de altu-ra, que enseña deleitando al modo horaciano y deleitándose;un prosista nada desdeñable. Pero quiso despedirse comopoeta, con una antología de sus versos muy singular, en laque tuve, humildemente, algo de parte. En efecto, entre losasuntos que más le ilusionaban en sus últimos meses de viday, a pesar de sentirse muy delicado de salud y muy mermadopor la enfermedad, estaba esa antología que él quería fuerauna antología de coincidencias. Por eso nos convocó a variosamigos y lectores de su obra para que estableciéramos algoasí como el canon particular de cada cual, pero referido a suobra. Y por eso la llamó Antología poética de la amistad,porque coincidíamos, en lo que a él le gustaba llamar elinvento, varios amigos incondicionales de su causa, comolectores y como electores de los frutos más jugosos de suvariado jardín; un jardín cercano siempre. Desgraciadamenteno alcanzó a verla impresa, lo que hubiera sido, al menos,una pequeña conquista, un lenitivo en aquel trance tan difí-

20

cil. La obra aparecería pocos meses después de su muerte, enla colección Mirto Academia, la serie de Esta Casa, que contanto gusto ideó Enrique Martín Pardo, y que cuidan conmino Pedro Gómez y Antonio Jiménez, sus responsables edi-toriales. Y es bueno decirlo porque con Alhulia y con DauroJuan J. León ha publicado últimamente una parte importantede su obra, en ediciones de calidad y acertado diseño, comoantes lo hiciera con Antonio Ubago y Ángel Moyano, en laetapa de los primeros recuentos. Todos grupos editoriales,afortunadamente granadinos, que han contribuido a la difu-sión de la obra del poeta y esa apuesta, que a veces no se pon-dera, hay que reconocerla como se merece… Antología poé-tica de la amistad, todo un gesto, todo un proyecto que vamás allá de lo literario para mostrarnos su vertiente máshumana, y su lado más emocional y sensible, en la que serecogen muestras de su obra escritas entre 1970 y 2007.

Pero me gustaría hablar del poeta, me gustaría tratar deexpresar de forma muy sucinta y poco académica los rasgosque, a mi modo de ver, pudieran servir para definir algunosde los aspectos más característicos de su poética. En este sen-tido, lo primero que llama la atención en su poesía es su amorpor el lenguaje, su pasión por las palabras. Siempre nosmanifestó, a este respecto, su convicción de que son arte ytécnica los que concurren en el proceso creador, por ello, secuidaba mucho de ejercitar las posibilidades expresivas queel lenguaje le brindaba, que son inagotables. La gran mayo-ría de sus textos dan prueba de esa curiosidad, de ese gustosuyo por la exploración, por casar realidades insólitas, porconstruir la hipérbole más contundente o idear la metáforamás inquietante… Utiliza distintos metros, diferentes estro-

21

fas, cambia de registro, va de lo popular a lo culto, y de loculto a lo popular, para desandar el camino. Se convierte enpastor al modo renacentista, que canta al invierno en Tiena,o a la luz compartida del verano en Salobreña, o del otoño enGranada. Llega, incluso, a componer algunos poemas expe-rimentales y visuales de auténtica calidad, llevado de esainquietud indagadora, que de manera primordial centraba, yadigo, en las palabras. Se ve en él, en fin, al autor que juegacon las palabras, y trata de extraer de ellas, a través de ese ejer-cicio creador, el máximo poder comunicativo, sin escondernunca la vertiente artística, ni renunciar a un léxico selecto.

También constante destacable, que se percibe con facili-dad en su obra apenas nos adentramos en ella, es la presen-cia activa de la Literatura, como elemento definidor demuchos de sus paisajes espirituales, como contrapunto a lamodernidad, como reclamo cómplice al lector, como destino,como pasión permanente; quiero decir que la Literatura y susmejores autores de cabecera están ahí, presentes en sus ver-sos, aunque no se refieran expresamente los nombres, pero sepercibe esa atmósfera de libros, de argumentos, de autoresclásicos y modernos, etc., como un trasfondo no muy ajeno alos propios versos del poeta. El hecho de haber impartidoclases de esta disciplina a lo largo de su vida, ha debido con-tribuir a ese fervor, constantemente actualizado y renovadopor el continuo frecuentar de textos. A veces la declaraciónabierta de ese entusiasmo le lleva a manifestarlo sin reparos,y así una lectura detenida de Canción debida, el primer libroque abre la segunda entrega de su obra completa) nos ayudaa ver en los poemas que lo integran, el itinerario de sus pre-ferencias literarias, y de sus clásicos favoritos, que glosa en

22

composiciones de indudable grandeza, incluyendo un versofinal de los mismos, como homenaje. De Berceo aAleixandre, de Juan Ruiz a Elena Martín Vivaldi, de PeroLópez de Ayala a Antonio Enrique, pasando por Fray Luis,Góngora, Baudelaire, Machado o Vallejo, se trata de un libroen el que se puede comprobar su buen oído musical y susdotes para evocar y emular los mundos de los escritores quele eran más queridos. Así, por ejemplo, rinde tributo de admi-ración a Francisco de Quevedo, autor muy de su gusto, en unpoema escrito en Carmona en 1984:

Tartamudo traspié cruza la vidacon paso firme de impaciencia airada,con peso neto de experiencia andada,conciencia erecta donde el viento anida.

En el pecho, la rosa de una heridamuestra el estigma rojo de una espaday el hueco que ha dejado una mirada:razón de ser y estar, verdad suicida.

Cerrada a cal y canto está la puertaque da a la mar, donde la luz cansadalimita el sueño que en la luz se esconde.

Frente a los ojos de una frente alertael negro aldabonazo da en la nada:¡Ah de la vida! ¿Nadie me responde?

Otra singularidad de su obra consiste en recurrir a su pro-pia vida, a su propia biografía para convertirla en materia

poética. Vida y Literatura se funden y confunden en el resul-tado final de muchos poemas. Me refiero a que es conscien-te del maridaje que establece entre vida y escritura, hasta talpunto, que resulta difícil a veces establecer los límites de unay de otra. En ello implica además a sus seres más cercanos,a familia y a amigos, que acaban por formar una galería depersonajes con los que va familiarizándose el lector. Ya loanticipaba antes, cuando me refería a este mismo proceso,que lleva a cabo en sus memorias, a ese sesgo convivencialque quería imprimirles, siguiendo a Julián Marías. En ellas,por ejemplo, interviene como personaje su esposa Maribel,que juega un papel trascendente en su universo vital y poéti-co. Ella lo llama al orden, le avisa del exceso, o lo alerta delos peligros en el camino, con sus comentarios y reconven-ciones en estilo directo. Es una especie de conciencia afecti-va, a cuyo amparo se sentía especialmente seguro y protegi-do. Por eso le reconoce que ejerza su “derecho conyugal” yla llama, con gracia, su contraria o su santa, a la hora detener muy en cuenta lo que le sugiere. Yo no entiendo la vidade Juan J. León sin Maribel muy cerca, siempre muy cerca.Y Maribel lo estuvo siempre en su vida y lo estará siempreen su obra, puesto que le inspiró los versos más sentidos yverdaderos. Y sus amigos también, especialmente, EnriqueMorón, por el que sentía una debilidad intraducible, y a quienadmiraba en todo lo que hacía. Una vez me reconocía en tonomuy serio y sincero que no había nada de lo que leyera deEnrique que no le gustara. Le interesaba todo, le fascinaba todo.

No puede faltarnos el humor en este recuento, porqueJuan J. León es acaso junto con José García Ladrón deGuevara el único poeta granadino de estas últimas décadas

23

24

que lo ha cultivado de forma más brillante y eficaz en casitodos sus registros y variantes, y no sólo en el apartado de supoesía satírica, aunque lógicamente con más profusión enesta. Es el suyo un humor muy latino, por cuanto se concibepara censurar o burlarse de personajes concretos, próximos asu círculo de relaciones; amigos las más de las veces a losque nombra por sus nombres reales o por sus motes ya con-sagrados como alternativa burlesca, para recriminarlos o cen-surarlos, pero siempre desde el afecto. Y un humor un tantogoliardesco y jocundo. En este sentido el vino y su trasiegose convertirán en asuntos recurrentes a lo largo de toda suobra, así como esa especial persecución del clero y de lo cle-rical, que siempre despertó sus recelos. El humor, por lodemás, le brinda la posibilidad de seguir jugando con laspalabras y le abre posibilidades de demostrar ese ingenio delque estaba investido para ensayar hipérboles desmesuradas oconstruir comparaciones o metáforas descendentes y deva-luadoras de indudable eficacia lírica. En “Ferviente evoca-ción”, un soneto de su última hornada, así nos lo deja vercuando, tras una enumeración caótica de palabras dispares alas que convoca en los cuartetos, concluye en los tercetosinvocando:

Pespunte, turco, tumefacto, lila,candongo, chuzo, socarrón, pesquisa,mormón, testigo de Jehová, Wojtyla...

Palabras que enunciáis el disparateponiendo entre los labios la sonrisa,¡Jamás abandonéis a vuestro vate!

25

Un humor socarrón, a veces muy granadino en la elecciónde términos y expresiones autóctonas, que se recrea en loescatológico o se demora con delectación festiva en lo eróti-co y en lo carnal, dando especial protagonismo a lo genitalcuando aborda con picardía el terreno de las relaciones amo-rosas.

Y, en fin, el desencanto, ese sentimiento de raíz tan barro-ca y que señalaba muy bien Enrique Morón, en suContestación al inolvidable Discurso pronunciado por elpoeta en su recepción pública de Esta Academia, que titula-ba Disquisiciones sobre la poesía satírica. En esa contesta-ción el autor de La brisa de noviembre afirma que “hay unpunto de unión entre lo lírico y lo satírico: el desengaño”.Para Enrique Morón, ambos mundos se nutren de las mismasfuentes, las quevedescas, siendo la dimensión satírica algoasí como el negativo, la “versión esperpéntica” de las reali-dades que se cantan en el plano lírico. Aunque Juan J. Leónno era nada proclive al victimismo, ni a repasar las penas o arecontar heridas por muy difícil que hubiera sido la batalla,no cabe duda de que hay una raíz pesimista en su poética yde que no le animan grandes ilusiones, a la vista del panora-ma de injusticias, vicios y desmesuras que denuncia; detodos modos, y aun en medio de ese desencanto, todavíatiene la serenidad y la lucidez de enviarnos un recado penúl-timo y esperanzador, un “Último deseo” a través de estaantología que comento, que nacía en medio de gran incerti-dumbre, y que es algo así como su despedida amistosa, tran-quila y admirable, en medio del dolor y del asedio al que laenfermedad lo tenía sometido. Aun así, con toda la enterezadel mundo alcanza a decirnos:

Cuando me mueraquisiera yo dejaren los estratos de la Historiarecuerdos tan alegres que al nombrarlosse enciendan risas en los labiosde todos los que tengohoy a mi lado.

Ojalá se cumpla ese deseo y apreciemos hoy más quenunca esos recuerdos tan alegres que nos trae su memoria yse enciendan risas en los labios de todos los que nos senti-mos siempre tan cerca de su persona y de su obra y que, trashaberlo perdido, no sabemos hacer otra cosa que echarlomucho en falta y añorarlo de veras.

Muchas gracias.

26

27

JOSÉ LUPIÁÑEZLa Línea (Cádiz) 1955.

Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad deGranada, en 1975 funda junto al poeta José Ortega la colec-ción Silene, que se inicia con su primer libro Ladrón de fuego(Universidad de Granada, 1975), obra de la que se han publi-cado otras dos ediciones: una en la colección Cuadernos delCaballo Verde de la Universidad de Xalapa (México, 1975)y otra en la colección Ánade, que dirigió desde su creaciónen 1978.

Su obra ha sido incluida en importantes recuentos y anto-logías, y traducida a varios idiomas. Ha participado en nume-rosos libros colectivos y ha sido reconocido con diversos pre-mios, tales como: el “Antonio Machado”, el “Juan RamónJiménez”, el “Luis de Góngora” o el I Premio Nacional dePoesía “Emilio Prados”, entre otros.

Hasta la fecha ha publicado (además del citado Ladrón defuego): Río solar (Ánade, Granada, 1978), El jardín de ópalo(Edascal, Madrid, 1979), Amante de gacela (Zumaya,Universidad de Granada, 1980), Música de esferas (Genil,Diputación Provincial de Granada, 1982), Arcanos(Diputación Provincial de Córdoba, 1984) y la antologíaLaurel de la costumbre (Ánade, Granada, 1988), en donde serecoge una selección de su obra publicada hasta esa fecha,con algunos inéditos finales. En 1989 recibió una Beca deCreación del Ministerio de Cultura para escribir su libroNúmero de Venus, publicado en la granadina colecciónCampo de Plata, (Granada, 1996). En ese mismo año tam-

28

bién se edita la Égloga de la estación segunda: El verano,(Colec. Ánade, Granada). En 1997 apareció La luna hiena,en la colección Provincia, (Excma. Diputación Provincial deLeón). Con posterioridad han visto la luz: Puerto escondido,publicado por el Centro de la Generación del 27, en su colec-ción Ibn Gabirol (Excma. Diputación Provincial de Málaga,1998), La verde senda (Colec. Fenice, Huerga y Fierro,Madrid, 1999); y más recientemente: El sueño de Estambul(Colec. Granada Literaria, Ayuntamiento de Granada,2004), Petra (Ediciones Port Royal, Granada, 2004) y Laedad ligera (Colec. Hojas de Bohemia, EH Editores, Jerez dela Frontera, 2007). En prosa ha publicado entre otros títulosLas tardes literarias (Granada, 2005) y Poetas del Sur(Granada, 2008), ambos en la colección Mirto Academia.

Es miembro fundador de la Asociación Andaluza deCríticos Literarios y director de publicaciones de Port Royal,Ediciones. Fue presidente de la Asociación CulturalGuadalfeo, Instituto de Estudios de la Costa granadina y delas Alpujarras y, en la actualidad, coordina el suplemento cul-tural Pliegos de Alborán, es Consejero de Honor del Institutode Estudios Campogibraltareños y es miembro de laAcademia de Buenas Letras de Granada.

29

30

31

Este discurso, editado por la

Academia de Buenas Letras de Granada,

se acabó de imprimir en Granada,

el 19 de octubre de 2009,

día de la inauguración oficial

del nuevo curso académico

en los Talleres de La Gráfica S.C. And.,

estando al cuidado de la edición

el Ilmo. Sr. D. José Rienda,

Bibliotecario de la Academia.

Granada,

MMIX

32