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J. DRAGUNS PROBLEMAS DE LA DEFINICIÓN Y COMPARACIÓN DE LA CONDUCTA ANORMAL ENTRE CULTURAS DIFERENTES * Hace veinte años, Devereux [1] señaló a la distinción entre conducta nor- mal y anormal como el problema fundamental que tiene el intento de aplicar el conocimiento psiquiátrico más allá de nuestras fronteras culturales. Desde entonces, el interés, la investigación y las formulaciones teóricas relativas a la psicopatología comparada entre culturas han tenido una tremenda expan- sión. Es sorprendente que este crecimiento del trabajo empírico y teórico no haya estado acompañado de una atención equivalente hacia el problema de delimitar en culturas distintas a aquellas en las que solemos trabajar qué seg- mento de población es el afectado y cuál hay que tomar como unidad com- parativa transcultural. Parece que hay tres soluciones, expuestas de forma implícita, al problema de definir operativamente la anormalidad dentro de un contexto cultural determinado. La primera es típica de las investigaciones comparadas de psicopatología que versan sobre las culturas. Suele ser característico de estos estudios que se hagan basándose en un conjunto reducido de sujetos y que se ponga énfa- sis, al menos en las versiones modernas de este tipo de investigación, en equi- parar al máximo a los sujetos de dos o más culturas utilizando varios pará- metros sociales y de diagnóstico relevantes [2,4] , o bien restringiendo la comparación a una categoría homogénea de diagnóstico [5,6] , o bien buscando la contrapartida exacta, en términos sociales y demográficos, del conjunto de * En in Cross-cultural Research, N.Y., The N.Y. Academy of sciences, 1977, pp. 664-675. Traducción de VELASCO, M. H. En VELASCO, M. H. (Comp.). 1993. Lecturas de Antropología Social y cultural. La cultura y las culturas. Cuadernos UNED. Madrid.

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J. DRAGUNS

PROBLEMAS DE LA DEFINICIÓN Y COMPARACIÓN DELA CONDUCTA ANORMAL ENTRE CULTURAS DIFERENTES*

Hace veinte años, Devereux[1] señaló a la distinción entre conducta nor-mal y anormal como el problema fundamental que tiene el intento de aplicarel conocimiento psiquiátrico más allá de nuestras fronteras culturales. Desdeentonces, el interés, la investigación y las formulaciones teóricas relativas ala psicopatología comparada entre culturas han tenido una tremenda expan-sión. Es sorprendente que este crecimiento del trabajo empírico y teórico nohaya estado acompañado de una atención equivalente hacia el problema dedelimitar en culturas distintas a aquellas en las que solemos trabajar qué seg-mento de población es el afectado y cuál hay que tomar como unidad com-parativa transcultural. Parece que hay tres soluciones, expuestas de formaimplícita, al problema de definir operativamente la anormalidad dentro deun contexto cultural determinado.

La primera es típica de las investigaciones comparadas de psicopatologíaque versan sobre las culturas. Suele ser característico de estos estudios quese hagan basándose en un conjunto reducido de sujetos y que se ponga énfa-sis, al menos en las versiones modernas de este tipo de investigación, en equi-parar al máximo a los sujetos de dos o más culturas utilizando varios pará-metros sociales y de diagnóstico relevantes[2,4], o bien restringiendo lacomparación a una categoría homogénea de diagnóstico[5,6], o bien buscandola contrapartida exacta, en términos sociales y demográficos, del conjunto de

* En in Cross-cultural Research, N.Y., The N.Y. Academy of sciences, 1977, pp. 664-675.Traducción de VELASCO, M. H. En VELASCO, M. H. (Comp.). 1993. Lecturas de AntropologíaSocial y cultural. La cultura y las culturas. Cuadernos UNED. Madrid.

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sujetos estudiados de otra cultura[7]. En todos estos casos, se obvia la obliga-ción de definir qué es lo normal y lo anormal en un contexto cultural deter-minado y se deja al arbitrio de aquellos que viven con los pacientes, losmiembros de sus comunidades y familias que han tachado su conducta comoaberrante y que se ven en la necesidad de acudir a la intervención de unexperto. Dicho de otro modo, este tipo de estudio parte de una definición deanormalidad que ya ha sido aplicada en un contexto determinado. Es asícomo llegamos a lo que en otro lugar se ha llamado «una comparación trans-cultural que parte de los miembros más perturbados de una cultura»[2].Hablando claro, tal estrategia de investigación también puede ser denomi-nada la del criterio de último recurso. Desde un punto de vista práctico, si noya conceptual y metodológico, este tipo de estudio trata de estimular y encierto modo de facilitar que se siga ese criterio. Después de todo, los sujetosson o pacientes psiquiátricos hospitalizados o miembros de poblaciones clí-nicas identificadas que suelen vivir, aunque no siempre sea así, en peceraspsiquiátricas, sometidos a observación continuada y a numerosos registrosde conducta como parte de la rutina de trabajo de tales instituciones. Ade-más, mi propia experiencia me indica que los sujetos proclives a una com-paración transcultural de psicopatología suelen ser más fáciles de obtenerque su contrapartida normal. Las investigaciones tratan con una poblacióncautiva, en varios de los sentidos de la palabra, cuya conducta viene siendomaterial bruto de medidas no obtrusivas, según la terminología de Webb yotros[8], es decir, conductas que ocurren espontáneamente sin haber sido esti-muladas por el experimentador. Existen en la actualidad varios tipos de esca-las sofisticadas de síntomas[9] que únicamente hay que aplicar, y es posiblesuperar objetiva y transparentemente el vacío que se da entre las observa-ciones de síntomas y los juicios de diagnóstico utilizando diversos procedi-mientos computerizados recientemente desarrollados[10,12].

Estas ventajas, sin embargo, no llegan a compensar las complejidadesmetodológicas y conceptuales que tiene el interpretar los resultados de talescomparaciones. Muchos autores reconocen que las diferencias transcultura-les de síntomas, que constituyen comúnmente las variables dependientes detal estudio, pueden ser atribuibles a varias fuentes, entre las que destacan: elpaciente, el experto, la situación en la que se hicieron las observaciones y lacomunidad en general[13]. Hay numerosos datos, resumidos en otro lugar[13,14]

que apuntan a la influencia de estas cuatro variables tanto en las manifesta-ciones discretas de los síntomas como en las pautas que siguen. Se conocebien el peso relativo, el modo o el grado de interacción de estas variables,intra e interculturalmente. Ya pasó el tiempo en el que se escribían fórmulasmatemáticas que especificaran y delimitaran la contribución de cada uno deestos factores al producto final de la manifestación de los síntomas. En cual-quier caso, los estudios comparativos de este tipo se basan en una definiciónmínima de anormalidad o de psicopatología, predeterminada por considera-ciones que llevan a la hospitalización psiquiátrica voluntaria o involuntaria,

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o a la decisión, tomada por el cliente o por otros, de solicitar ayuda psiquiá-trica o psicológica. Es un hecho bien documentado en la literatura (p.e. en lareferencia 15) que sólo parte de la población total de individuos perturbados—aunque estén definidos como tales— está bajo el cuidado de profesionalesde la salud mental. Todos los resultados que emergen del tipo de compara-ciones descrito se refieren sólo a esa parte del espectro total de la perturba-ción psicológica. Aumenta la ambigüedad de interpretar estos tipos de datostransculturales el hecho de que las líneas entre las pautas de conducta nor-mal y anormal, lo mismo que las líneas entre la conducta perturbada públi-ca e individual, no escapan a la variación y a la conformación cultural. Ade-más, la aplicación de este mínimo criterio de anormalidad descansa sobre laexistencia de instituciones y servicios psiquiátricos comparables en uno y enotro lugar de la comparación transcultural, un criterio que probablementeno pueda ser empleado en referencia a lugares de contraste cultural marca-do o extremo. No existen tales instituciones en muchas culturas tradiciona-les no occidentales, aun cuando en la literatura sobre psicología transcultu-ral (ver referencias 16-18) hay consenso en cuanto a que todas, o casi todaslas sociedades humanas están provistas explícitamente de formas de segre-gar, influir socialmente e intentar cambiar a aquellos de sus miembros másirremediablemente desviados. En muchas otras culturas con diferentes tra-diciones sociales e históricas, puede haber instituciones terapéuticas o decustodia, pero son más limitadas en la atención, la función y el significadoque sus prototipos occidentales[13,14]. Suele ocurrir que el hospital psiquiátri-co funcione como institución de último recurso, reservada para aquelloscasos de perturbación cuando fallan los modos indígenas de tratamiento. Enconsecuencia, la comparación entre individuos hospitalizados y psiquiátri-camente identificados queda como única opción práctica para grados decontraste cultural moderado o medio, pero, incluso mantenida en esos nive-les, los resultados obtenidos son más útiles por las preguntas que suscitanque por las respuestas que proporcionan.

La segunda solución al problema de definir operativamente la anormali-dad en la investigación transcultural encuentra sus mejores ejemplos en losestudios de los censos epidemiológicos o psiquiátricos del país (referencia n.19) o de fuera[20,21]. Los estudios del tipo anterior implicaban una aceptaciónimplícita de un criterio limitado y restrictivo de anormalidad, pero la inves-tigación epidemiológica en psiquiatría tiene como objetivo básico sacar a laluz los casos de desorden psiquiátrico que aún no han sido identificados.Una vez más la cuestión está en dónde trazar la línea. En la práctica, losinvestigadores epidemiológicos suelen echar sus redes a voleo. La conse-cuencia es que se identifica perturbación con presencia del síntoma, o que seemite un juicio acerca de la severidad de la perturbación basada en los sín-tomas registrados. Estos procedimientos nos han permitido saber que sólo el18 por ciento de la población de Manhattan está libre de perturbación psi-cológica.[19]

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Tales datos y otros tales en muchas otras partes del mundo pueden llegara ser útiles e incluso pueden constituir la única información de la que se dis-pone. Sin embargo, esta información versa sobre algo que es cualitativa-mente distinto de lo que se entiende por «desorden psicológico», «enferme-dad mental» y sus equivalentes semánticos cuando son socialmenteaplicados y comprendidos. No sólo es que las definiciones operativas deanormalidad sean amplias e inclusivas en tales estudios sino que tambiénvarían de un proyecto a otro y es extraordinariamente difícil interpretarlasdentro de algún tipo de esquema universal y comparativo. Dohrenwend yDohrenwed[2] han revisado este cuerpo de investigación y han aclarado lasdificultades que presenta el intento de sintetizar principios generales a par-tir de los datos acumulados. Mariátegui y otros[23] llegaron a conclusionescautelosas y exploratorias similares al revisar el trasfondo de estas investiga-ciones relativas a una parte más homogénea y limitada del mundo, las repú-blicas de América Latina. Es claro que falta hoy día un criterio transcultu-ralmente aceptable y universal de anormalidad, aunque las diversasinvestigaciones epidemiológicas parecen partir de la asunción implícita deque los conceptos de equivalencia psiquiátrica y de los variados síndromesde diagnóstico tienen realidad substantiva y constancia transcultural. Elrechazo, o al menos el desafío a este supuesto proviene de las enormes dis-crepancias en los resultados obtenidos. Nadie se inclina por referir todasestas diferencias a las poblaciones estudiadas. La única cuestión que quedaconcierne qué proporción de estas diferencias se debe a los sujetos y cuál alinvestigador o a la interacción entre ambos. Así, los estudios epidemiológi-cos son un buen ejemplo del uso de criterios máximos, superinclusivos depsicopatología, y muestran el alto potencial que tiene el sobreestimar eldesorden psicológico.

Habría que mencionar un tercer tipo de criterio de anormalidad, aunqueno sea paralelo a los dos anteriores ni conceptual, ni metodológicamente.Tiene sobrados merecimientos para ser incluido dada su importancia histó-rica en la empresa de la investigación transcultural sobre psicopatología. Esuna aproximación que implica la descripción, el análisis clínico e incluso, enalgunos estudios recientes[24], la investigación epidemiológica de pautas cul-turalmente distintivas de desajustes adaptativos de síndromes ligados a con-textos culturales específicos[25,26]. Bajo este título caen las extrañas psicopa-tologías de tierras remotas y exóticas: Amok y Latah en el Sudeste de Asia,Wiitiko en los Indios Ojibwa, Susto en los Andes sudamericanos y muchosotros. En lugares geográficamente más reducidos y más vinculados con fac-tores culturales hay otros casos, como el mal de ojo[27]. Yap[28], que es uno delos investigadores más generales y más persistentes sobre esta materia, llegaa sugerir que en vez de ser identificados con algunos de los desórdenes queaparecen en el Manual de Diagnóstico y de Estadística (DSM-II), basándonosen el análisis transcultural habrían de ser tomados como síndromes muydifundidos ligados a determinantes culturales occidentales. Ninguno de los

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investigadores de estas manifestaciones psicopatológicas pautadas cultural-mente concluye que sean variantes psicopatológicas exclusivas de sus res-pectivos medios culturales. Sin embargo, la gran atención que han suscitadoestos síndromes y que se refleja en la bibliografía puede haber sesgado deforma inadvertida (aunque inevitable) la visión de la psicopatología de susrespectivos lugares de ocurrencia en una línea de exotismo. Así, a diferenciade los sesgos que se aprecian en las dos aproximaciones anteriores, la inves-tigación de los síndromes ligados a contextos culturales empuja a los crite-rios de anormalidad hacia lo no familiar y lo extraño.

Tomadas en conjunto, y en síntesis, las tres aproximaciones minimizan,maximizan y dramatizan los criterios de psicopatología en otras culturas.Históricamente cada una de estas aproximaciones ha tenido un papel impor-tante y valioso que jugar enriqueciendo nuestro conocimiento de la psicopa-tología en relación con la cultura. Si bien, la relatividad y ambigüedad deestos criterios no nos permite contestar a una pregunta que es básica en lainvestigación psicopatológica comparada: ¿Difieren las culturas en cuanto ala incidencia y prevalencia de los desórdenes psiquiátricos y en cuanto a larepresentación de categorías específicas dentro de estos desórdenes? Haydemasiadas discrepancias en los índices de hospitalización y en la propor-ción de diversas categorías prominentes de diagnóstico, tal y como se pre-sentan en países cultural e históricamente relacionados, como para estarseguros de ello[28]. Al repasar la investigación, sin embargo, se ha demostra-do que algunas de estas diferencias dependen más de las actuaciones de lospsiquiatras que de la conducta de los pacientes[29,30].

Las tres aproximaciones descritas sólo nos proporcionan una visión par-cial de las vicisitudes culturales de los desajustes adaptativos. Necesitan serapoyadas con tipos de investigación diseñados para trascender las limitacio-nes. Quien escribe esto se ha dedicado a intentar señalar algunos de los ras-gos y de los requisitos de tales investigaciones.

Necesitamos:

1. un criterio claro, no ambiguo, de perturbación que sea aceptable trans-culturalmente, al menos para poder hacer investigación comparativa;

2. medidas operativas que incorporen este concepto y que puedan seraplicables en las diversas culturas;

3. demostraciones de equivalencia de estas medidas en los diferenteslugares.

El primer requisito es más fácil de enunciar que de forjar. Incluso en unmedio culturalmente unitario, la anormalidad es un concepto flexible y elu-sivo, convertido en enigmático a base de excepciones, fácil presa de explica-ciones múltiples y responsable de desacuerdos irremediables. Las dificulta-des se multiplican al hablar de medios culturalmente diversos. Los criterios

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de salud mental elaborados por Jahoda[31] bien conocidos por todos, incluyenla autoaceptación, la capacidad de crecimiento, desarrollo y autorrealiza-ción, la capacidad de integración, el sentido de autonomía, la percepción dela realidad y el dominio del medio. Todos estos criterios parecen indispensa-bles y aplicables a nuestro propio contexto cultural occidental, pero, ¿cuán-tos siguen siendo válidos tras un análisis transcultural? En otra situaciónalgo diferente, un psiquiatra indio, Chakroborty[30], ha expuesto su criticahacia unos criterios similares de enfermedad o de salud mental advirtiendoque dependen encubiertamente de visiones de la naturaleza y de la condiciónhumana, propias de los occidentales y culturalmente limitadas a ellos.

Ante esto caben dos posibles reacciones. Una, la ha propuesto Misra[33]

que aboga por dejar a un lado los criterios de salud y enfermedad mentalrelativos a investigación transcultural para concentrarse en cambio en lacomparación entre los factores que inducen a frustración o a satisfacciónmediadas por la cultura, ya sean reales o percibidas. La otra, representadapor las recientes contribuciones de Fabrega[34,35] y Yap[36], consiste en buscarlos rasgos transculturales constantes en los conceptos de enfermedad. Estosanálisis han llevado de forma independiente a sus respectivos autores adeterminar el equilibrio entre el individuo y su entorno social y físico comoelemento central en la experiencia y conceptualización de la enfermedad.Este elemento básico tiene aún que ser incorporado a medidas concretas,aplicables individualmente.

La aplicación de este criterio, sin embargo, requiere solventar las dos dis-tinciones subsidiarias, aunque importantes, que tanto han complicado la deli-mitación de la anormalidad y la perturbación en la comparación transcultu-ral. Nos estamos refiriendo a la demarcación de la perturbación personalfrente al desajuste adaptativo social, una distinción que asoma ampliamenteen los escritos de Kluckhohn[36] y de DeVos[37] y nos referimos también a lalocalización exacta de la línea que separa a los desórdenes físicos y psíquicos.Respecto a la primera distinción, los juicios sobre la adecuación e inadecua-ción del ajuste personal están basados en absolutos o en ideales, el estableci-miento de la cualidad de la adaptación social es relativa e inextricablementedependiente de las consideraciones de tiempo, lugar y circunstancia. SegúnDeVos[37], se solapan, pero no hay correspondencia entre estos dos criterios. Sise acepta esta distinción, podrían diferenciarse cuatro grupos de individuos:

1. los que están libres tanto de desajuste personal como social;

2. los que sufren desajuste social, pero no personal;

3. los que sufren desajuste personal, pero no social;

4. los que sufren desajuste tanto social como personal.

El área principal de ambigüedad y de controversia estaría en la clasifica-ción de los individuos en las categorías 2 y 3. Para establecer distinciones

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prácticas entre los individuos simplemente en relación a su estado de insatis-facción con su sociedad y los personalmente perturbados, habría que resolvercuestiones conceptuales y de definición. Lo que aquí se aborda es la plastici-dad de los roles sociales en relación a la psicopatología. ¿Pueden ser los enfer-mos de una sociedad profetas en otra? Una pregunta de importancia históri-ca en relación con el problema general del relativismo cultural[1,38,] que ha sidoclarificada recientemente por los cuidadosos estudios empíricos de los sha-manes en relación a la adecuación de su ajuste[39,40]. Los resultados de estosestudios sugieren en términos amplios que, teniendo en cuenta los indicado-res directos e indirectos de su ajuste, estos individuos no son la contrapartidade los psicóticos del patio trasero de nuestras instituciones psiquiátricaspúblicas. La idea de la plasticidad infinita de roles sociales y de un relativis-mo cultural no vinculado ha sido disipada con estos datos, a pesar de que lasnegativas son notoriamente difíciles de probar de forma concluyente. Así,aunque puede haber un grupo en el que esquizofrénicos crónicos estén desa-rrollando funciones curativas, tal grupo aún no ha sido hallado.

La distinción entre disfunción psicológica y disfunción física a primeravista parece ser menos importante y menos obtrusiva. También ha recibidomenos atención en la literatura transcultural. Tiene la complicación, sinembargo, de que en muchas culturas no occidentales la dicotomización de lomental y lo físico no existe[41]. Pero hay una categoría de enfermedad queconcierne a lo físico, lo psicológico y lo social. Por el contrario, las investi-gaciones occidentales han sido criticadas recientemente por su «sesgo cultu-ral» mostrado al asimilar fácilmente a factores psicológicos cualquier mani-festación de trastornos desconocida, ligada a la cultura[35], y por dicotomizarfalsamente las influencias culturales frente a las biológicas[42]. La culturapuede influir en la biología y a su vez ser influida por ella, como Leighton yHughes[43] han indicado en su temprana, pero aún valida, revisión de losmecanismos por los cuales la psicopatología y la cultura interactúan. Se tratael mismo punto con mayor extensión en el cuidadoso análisis de Wallace[42]

sobre los aspectos biológicos y culturales del desorden psicológico ligado ala cultura de los Esquimales, el pibloktoq. Recientemente, las formulacionesteóricas de Dawson[44], Diaz Guerrero[45] y Berry[46], son lo suficientementepoderosas como para desenredar estas interacciones y convertirlas ensecuencias universales ordenadas etapa por etapa. Habría que repetir ahoraque las diferentes sociedades trazan las líneas entre el desorden físico y psi-cológico en puntos diferentes y con diferentes grados de precisión.

Incluso en sociedades tan comparables como Japón y Estados Unidos, lacuestión genera problemas. En nuestra propia investigación, mis colegas y yo[2]

nos quedamos sorprendidos al descubrir en un amplio conjunto de pacientesde cuatro hospitales psiquiátricos del área de Tokio un número considerablede individuos con diagnósticos psicofisiológicos. Estábamos comprometidoscon los requisitos metodológicos de equiparación de diagnóstico y de biogra-fías en una línea transcultural, con lo que quedamos más irritados que fasci-

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nados con tan adventicio descubrimiento. Ahora que nos podemos beneficiartanto de una mayor claridad como de una mayor flexibilidad metodológica,me impresiona más la posible significación de esta observación, especialmen-te al no haber encontrado ni un solo ejemplo de diagnosis psicofisiológica enla cohorte disponible de pacientes psiquiátricos americanos.

Los investigadores transculturales de psicopatología deberían tomar notay analizar estas distinciones de categorías antes de intentar desarrollar crite-rios universalmente aceptables de la conducta anormal que pudieran ser usa-dos para distinguirla de la conducta psicológicamente normal y del desajus-te social y aquellos aspectos de desorden físico a los que suele darse escasa oninguna relevancia respecto al stress y al conflicto psicológico. Una vezresueltos estos temas en el plano conceptual, podrían engancharse en lacuestión del desarrollo de medidas. La discusión de estos temas es notoria-mente parca en la literatura transcultural sobre psicopatología[47,48]. De losvariados escritos metodológicos recientes sobre las áreas «en boga» de la psi-cología transcultural pertinentes a la variación de la conducta humana en surango normal entre las culturas puede tomarse algo[49,51]. Sin intención derecapitular toda esta literatura, las medidas desarrolladas deberían ser cons-picuas en significatividad, aceptabilidad y equivalencia, tres criterios que tie-nen formas de ejercer presión en direcciones diferentes, incluso opuestas. Elestudio piloto de la Organización Mundial de la Salud sobre esquizofrenia ennueve países y el proyecto anglo-americano sobre diagnosis de las psicosisafectivas y esquizofrénicas en algunos de los principales centros psiquiátri-cos de ambos países prueba que se puede lograr alta precisión en todas estascaracterísticas simultáneamente[52,67]. Se necesita un criterio pancultural oetic de anormalidad. Si bien, cualesquiera que sean sus detalles, deberíaestar abierto a recibir una carga condicional y relativa. Es el destino de cual-quier intento de romper un contínuum en segmentos cualitativamente dis-tintos. Si a primera vista la naturaleza condicional de tales distinciones pare-ce un retroceso, puede tornarse en ser una ventaja.

El criterio «ético» de psicopatología puede usarse con total conciencia desu naturaleza condicional y puede yuxtaponerse al criterio acostumbrado deanormalidad propio de una cultura determinada. Es así como el curso futu-ro de la investigación sobre psicopatología puede quedar establecido porreferencia a las distinciones entre criterios de anormalidad emic, ligados auna determinada cultura, y criterios etic, universalmente aceptables. Losindicadores del desajuste personal y del desajuste social podrían ser incor-porados a este esquema y las discrepancias entre ellos quedarían explícitas.Las variaciones entre estos dos índices no sólo se convertirían en fuentes adi-cionales de información, sino que proporcionarían medios potencialmentevaliosos de caracterizar a la cultura.

Un artículo publicado hace algún tiempo, el de Arsenian y Arsenian[52],proponía que se clasificaran las culturas en un contínuum de dureza a faci-

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lidad, refiriéndose con estos términos a grados de presión de las demandasde la sociedad sobre los individuos. Tanto el grado de stress social impues-to como la rigidez de la respuesta social permitida o tolerada caracterizana una sociedad dura. Su opuesto está marcado por un bajo grado de pre-sión y un amplio margen de conducta socialmente tolerada. Dentro de esteesquema uno puede esperar un alto grado de contraste entre los criteriosemic y etic de anormalidad en culturas duras, siendo los primeros muchomás amplios que los segundos. E invirtiendo la relación, tal contraste seríaun indicador de la dureza de la cultura, en el sentido en que Arsenian yArsenian formularon el concepto.

Otro problema que podría ser clarificado por la aplicación de este crite-rio dual es el de la «sociedad enferma». Hace tiempo que se usa este térmi-no y sus variados equivalentes para caracterizar a las culturas. Fue Bene-dict[38] quien inauguró la tradición de aplicar etiquetas de diagnóstico a losgrupos culturales reales, aunque ella era muy consciente de las limitacionesy pifias de esta práctica. Otros (ver, por ejemplo. las referencias 53-55) conmenos cautelas, lo blandieron para referirse a grupos y a diagnósticos cul-turales con el calor emocional de la Segunda Guerra Mundial y sus postri-merías, olvidando a menudo la diferencia que hay entre un uso descriptivoy un uso metafórico de estos conceptos de diagnóstico. Abusos que acaba-ron dando mala reputación al concepto de una sociedad enferma, con lo queganó amplia aceptación en las ciencias de la cultura y del comportamientola idea de que una sociedad compuesta por neuróticos era imposible (ver,por ejemplo, la referencia 16). Jacoby[56] ha, intentado rescatar el conceptode una sociedad enferma proponiendo criterios concretos para especificartanto la disfunción individual como social en una perspectiva transcultural.Dentro de este esquema, se diagnostica la anormalidad de un grupo socialcuando todo el grupo social muestra una aberración según los criterios uni-versales de salud mental y de adaptación. Jacoby se apresuró a admitir quetales criterios no habían sido desarrollados en la época en la que escribía yno puede decirse que la situación haya cambiado desde entonces. Vayamosmás allá de la propuesta de Jacoby y distingamos cuatro usos del término«sociedad enferma»:

1) La sociedad en cuestión muestra conflictos y contradicciones insolu-bles, se involucra en elaborados mecanismos de autoengaño y, generalmen-te, maneja sus problemas reales de una manera no realista e irracional querecuerda las operaciones de individuos psicóticos, neuróticos, o perturbadospsicológicamente de alguna otra forma. Así usado, el concepto es controver-tido y su utilidad cuestionable. Ya se sabe que el modelo médico incluso ensu aplicación a la perturbación psicológica, ha sido poderosamente vapulea-do. Al extenderlo de los individuos a las unidades sociales acarrea más pro-blemas sobre su espalda. La especificación de los criterios objetivos de talenfermedad social no es el menor de estos dilemas. Además, el evaluador sesitúa fuera y por encima de la sociedad que está evaluando, una posición que

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le convierte en un polemista social, pero que cualquiera que la haya experi-mentado puede darse cuenta de que es especialmente incómoda para cientí-ficos sociales de orientación empírica. En el plano individual, poner etique-tas psiquiátricas es uno de los abusos de la empresa legítima de la diagnosispsiquiátrica. Su ocurrencia se hace virtualmente inevitable cuando las eti-quetas de diagnóstico se elevan hasta las entidades sociales supraindividua-les. Quizás el recurso a la metáfora de la sociedad enferma sea justificablecomo rasgo retórico en la critica social, pero es una caracterización dema-siado subjetiva y lastrada con valores como para ser de utilidad en la cienciasocial empírica.

2) La sociedad consta de individuos a quienes, si fueran sometidos a loscriterios de nuestra propia categorización de diagnóstico occidental, se lesdiagnosticaría con propiedad que sufren un desorden psicológico, aún cuan-do en su propio dominio cultural ocupen adecuadamente sus respectivosnichos sociales y lo hagan, aparentemente, sin un grado indebido de inefica-cia funcional o de trastorno personal. Viene al caso la aplicación que hizoBenedict[38] de los términos megalomaníaco y paranoide a los Kwakiutl. Haydos casos recientes de descripciones etnográficas y psicológicas de gruposculturales que se desvían notablemente de nuestros conceptos de relacionesinterpersonales adecuadas y de lo que consideramos «vivir bien», que, engeneral, pueden servir para ilustrar las potencialidades y limitaciones del usode este concepto. Uno es el informe de Turnbull[57] sobre la fábrica social delos Ik de Uganda, una sociedad con un mínimo de empatía, confianza y soli-daridad social, donde la hostilidad y la sospecha son moneda común en lainteracción social. El otro es el informe del equipo psicoanalítico-antropoló-gico suizo compuesto por Parin, Morgenthaler y Parin-Mathey[58] sobre losAgni de Costa de Marfil. Subraya la ubicuidad del miedo social, la anticipa-ción del daño y la pervasividad de la desconfianza. Cabe la tentación decaracterizar a los miembros típicos de estas sociedades como ejemplos deperturbación paranoide de la personalidad, pero, si hemos de creer a estosautores, ellos se han resistido a la tentación. El informe de Turnbull carecede referencia o de interpretación psicopatológica, aunque incluye una des-cripción detallada y específica de las tramas subjetivas de referencia, carac-terísticas de los Ik, sus formas de ver el mundo.

Parin y otros incluyen en su monografía un número de estudios de casode individuos que, según criterios intraculturales, se encontrarían psicoló-gicamente perturbados. Desgraciadamente, no continúan hasta poder arti-cular las distinciones entre esta minoría de individuos con el modo culturalde los Agni. Según el esquema que ellos proponen, es objeto de debate queel miembro típico de estas sociedades pueda ser o no legítimamente diag-nosticado como desajustado personalmente o anormal. Los autores deambas monografías subrayan que la personalidad modal de los Agni y de losIk está en gran medida en equilibrio con la situación social en la que debefuncionar.

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3) También se usa el concepto de sociedad enferma en referencia alfenómeno que describe a un grupo o sección social compuesto por indivi-duos que muestran claramente conductas que normalmente se tienen comosintomáticas por parte de la sociedad en general, pero que se aceptan comorazonables por parte de los miembros del subgrupo. Uno de los casos[59] loconstituyó el rechazo de una considerable sección de la comunidad de emi-grantes japoneses lingüística y socialmente aislados en Sao Paulo, Brasil, acreer las noticias que llegaron sobre la rendición del Japón al final de laSegunda Guerra Mundial. Una convicción que sobrevivió una década o más,reforzada por la creencia igualmente indestructible de que los japoneses enrealidad habían salido victoriosos en el conflicto. Parece ser un caso deengaño colectivo y, en efecto, es presentado así por los autores del artículoen cuestión. Es verdad que, a diferencia de muchos individuos no colectiva-mente engañados, las personas que alimentaban esta creencia continuaronganándose la vida y manteniendo sus relaciones sociales, limitando laexpresión de su engaño a la comunidad de compatriotas comprometidosigualmente con convicción. Es una pena que este informe, que emplea libre-mente nomenclatura y conceptos psiquiátricos, se detenga poco en la carac-terización específica del estado psiquiátrico de los miembros de este gruposocialmente aberrante. Por inferencia, se admite un sentido de la encapsu-lación de la creencia engañosa socialmente compartida en el contexto de unfuncionamiento por otra parte normal y adecuado social e individualmente.El otro ejemplo está mejor estudiado[60]. Cae dentro del interesante estudiode observación participante de la comprobación de una profecía sobre lainminente destrucción del mundo en la que estaba basado el lazo común delos miembros de una emergente secta religiosa. Este estudio se llevó a caboen el contexto de una prueba sobre planteamientos de la teoría de la diso-nancia cognitiva. Por esta razón, todo detalle descriptivo individual es esca-so en este estudio y arroja poca luz sobre las características de estas gentes,tan poco inclinadas a aceptar o tener experiencias no realistas. Otro infor-me de France[61] sugiere, sin embargo, que, a la luz de los inventarios de per-sonalidad y de los datos de entrevista psiquiátrica, los miembros de unasecta similar, comprometidos con creencias socialmente desviantes y apa-rentemente peregrinas, tienen un funcionamiento psicológico no destacabley no patológico. Los datos de estos tres informes son pertinentes para dosconsideraciones. Primera, el hecho de que los miembros de estos gruposdesviantes no fueran automáticamente clasificados como locos, enfermos,legalmente insanos o patológicamente perturbados es prueba de la amplitudde los límites de la desviación permisible de las tres culturas en cuestión yde su tolerancia hacia variadas expresiones de excentricidad. Segunda, estosfenómenos también pueden ser puestos en relación con el establecimientode áreas sensibles o vulnerables. Tradicionalmente, la religión en el occi-dente moderno ha sido un dominio en que se ha tolerado un amplio rangode desacuerdo y en el que el techo de lo peregrino y lo inaceptable ha esta-do muy alto. Algo más sorprendente es la tolerancia a la creencia desviada

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socialmente no compartida en el área de la comunicación de masas. ¿Noson los medios de comunicación de masas los proveedores y árbitros de larealidad mas allá del limitado rango de experiencia individual? Observacio-nes sobre estos temas vienen de Brasil y hay que preguntarse si los resulta-dos habrían sido idénticos en una sociedad aún más saturada de medioscomo la de Estados Unidos.

4) Finalmente, la sociedad enferma en un sentido concreto se refiere aun agregado de individuos que tiene una proporción inusualmente elevadade perturbación psicológica real. Cawte[62,63] ha usado este término en estesentido operativo, y sus equipos interdisciplinares de campo han localizadovarios grupos que presentan un porcentaje desproporcionado de individuospsiquiátricamente singulares e incapacitados entre los aborígenes australia-nos. Un grupo que habita en una de las islas del norte de Australia[ó3], losKaiadlit de la isla Mornington, geográficamente desplazados, socialmentemarginales en relación con sus vecinos, muestran una tasa inusualmentealta de perturbación moderada o más severa que alcanza, casi al 20 porciento de su número total, bastante magro. Es importante notar que, en estecaso, para ponerse a salvo de la posible critica de imposición de normasextrañas, occidentales, los juicios de perturbación fueron emitidos basán-dose en un consenso entre opiniones externas e indígenas, una salvaguardatambién adoptada en algunos otros estudios epidemiológicos modernos(ver, por ejemplo, la referencia 64). Estos datos plantean la cuestión de cuálsea el límite superior de perturbación psicológica que una sociedad, grandeo pequeña, puede tolerar sin desintegrarse. Cawte piensa, en consonanciacon la bien conocida posición de Leighton[65], que la psicopatología hace flo-recer la desintegración social y la nutre. La desintegración social engendrapsicopatología, que a su vez engendra más desintegración. Este sentido desociedad enferma es el que parece más defendible y real y puede benefi-ciarse de la aplicación de los dos criterios de anormalidad propuestos, encondiciones de aislamiento.

La formulación y la aplicación de estos dos criterios de conducta anor-mal aparecerían entonces como el vehículo apropiado para trascender laslimitaciones de las perspectivas mínimas, máximas y exóticas de la psicopa-tología que han caracterizado desde hace tiempo gran parte de la investiga-ción sobre psicopatología transcultural. En otro lugar[66] se ha apuntado que,aún habiéndose realizado grandes adelantos en nuestro conocimiento de lapatoplasticidad —el modo y manera en el que los factores culturales confor-man la expresión psicopatológica— la información de la que disponemossigue siendo fragmentaria en lo relativo a la patogénesis, es decir, a la con-tribución de la cultura como causa del desorden psicológico. El estableci-miento de criterios operativos conceptualmente sólidos de lo que es normaly lo que no lo es constituye un prerrequisito para rellenar esta importantelaguna que aún tiene la forma como comprendemos la interrelación entrecultura y psicopatología.

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