20160506- la causa de las virtudes (sto. tomás)

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CUESTIÓN 63: LA CAUSA DE LAS VIRTUDES Santo Tomás de Aquino 06 DE MAYO DE 2016 UNIVERSIDAD SERGIO ARBOLEDA Seminario de Santo Tomás de Aquino

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Cuestión 63: la causa de las virtudes

Santo Tomás de Aquino

06 DE MAYO DE 2016Universidad sergio arboleda

Seminario de Santo Tomás de Aquino

Bibliografía

Astorquiza Fierro, P. (2006). El hombre, la virtud y la educación. Santiago de Chile: Universidad Santo Tomás.

Cófreces, E., & García de Haro , R. (1998). Teología Fundamental (Fundamentos de la vida cristiana). Pamplona: EUNSA.

De Aquino, T. (1954). Suma Teológica Tomo VI 1-2 q. 1 - 48. Madrid: B.A.C.

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Irizar, L. (2007). Apuntes de Introducción a la Filosofía. Bogotá: Universidad Sergio Arboleda.

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Jolivet, R. (1959). Tratado de Filosofía - IV - Moral. Buenos Aires: Carlos Lohlé.

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Millán - Puelles, A. (1984). Léxico Filosófico. Madrid: RIALP, S. A.

Royo Marín, A. (1986). Teología Moral para Seglares I (Moral Fundamental y Especial). Madrid: B.A.C.

«LA CAUSA DE LAS VIRTUDES»

Suma de Teología, parte 1-2, cuestión 63, artículos 1, 2, 3 y 4

(Síntesis)

Por: Miguel Ángel Zambrano Zambrano1

De Aquino, T. (1954). Suma Teológica Tomo VI 1-2 q. 1 – 48. Madrid: B.A.C., 336 - 357 A continuación la presente síntesis es tomada de la Suma Teológica prima pars question 63, en

la cual, Santo Tomás de Aquino estudia la causa2 eficiente de las virtudes, es decir, el origen de las mismas.

Para su respectivo desarrollo, se sigue el orden propuesto en la cuestión. En primer lugar, se estudia si la virtud es causa sólo por la naturaleza. Seguidamente, si esta es causada por la costumbre. Después, si hay en nosotros virtudes morales que estén en nosotros por infusión. Finalmente, si la virtud adquirida por la costumbre es de la misma especie que la virtud infusa.

Artículo 1: Si la virtud existe en nosotros por naturaleza

En primer lugar, hay que tener en cuenta las formas de pensamiento ante las cuales el Aquinate confronta su forma de pensar acerca de la naturaleza de la virtud. Primero, encontramos el pensamiento platónico, el cual, señala que todas las virtudes y ciencias preexisten naturalmente en el alma (ab intrinseco), pero que los obstáculos de la ciencia y la virtud (que se presentan al alma por la materialidad del cuerpo), son vencidos con la disciplina y el ejercicio, así como el hierro se abrillanta al ser pulido3. En esta primera exposición, encontramos que Platón señala que en nosotros las ciencias y las virtudes se dan de manera innata en nosotros, es decir, que el alma al caer en el la materia ya viene, por decirlo coloquialmente, con el paquete de virtudes y de ciencias incluidas. Por otro lado, se encuentra la postura de Avicena, el cual sostiene que poseemos las virtudes gracias a la influencia del entendimiento agente (ab extrinseco), es decir, que las virtudes son dadas por un agente externo a nosotros, que con todo certeza se puede comprender en el pensamiento de Avicena que es Dios quien las pone en nuestro ser. Finalmente, Aristóteles indica que las virtudes y las ciencias están en nosotros por naturaleza en cuanto que poseemos la capacidad de adquirirlas, no en cuanto que las poseemos perfectamente y así dando por obsoleta las posiciones anteriores.

Seguidamente, santo Tomás pasa a refutar la postura de Platón y de Avicena y a explicar la del Estagirita, la cual para el Aquinate es la más acorde a su pensamiento. Primero, ante estas tres posturas discurre ampliamente la teoría, atribuida por Aristóteles a Anaxágoras, sobre la preexistencia latente de las formas en la materia, la teoría platónica de la participación y el sistema neoplatónico y de Avicena sobre la creación de los seres corporales por la Inteligencia. Por ello, santo Tomás rechaza rotundamente el innatismo puro, o teoría platónica de la preexistencia de las ciencias y virtudes, así como el extrinsecismo puro de Avicena, de que solo se encuentren en el entendimiento agente. Por tal motivo, es de gran importancia la respuesta Aristotélica porque

1 Alumno del tercer semestre de Filosofía y Humanidades de la Universidad Sergio Arboleda. Trabajo para la asignatura de Seminario de Santo Tomás de Aquino, con la Dra. Patricia Astorquiza.

2 Es un principio real que con su influjo determina la existencia de una nueva cosa. Por otro lado, dentro de esta podemos hablar de causa eficiente, la cual se refiere al “origen o movimiento, cambio o acontecimiento”. Se la conoce como causa agente, eficiente o productiva.

3 Cfr. Summa Theol., I-II, q. 63, a. 1.

señala que las virtudes tienen su germen e incoación4 en la misma naturaleza del ser racional; pero su perfección o acabamiento, como tales virtudes, debe ser algo nuevo, añadido a la naturaleza, bien por la propia actividad, bien por un don de Dios.

Del párrafo anterior se desprende que el Aquinate procede a demostrar cómo se encuentran en la naturaleza esas primeras disposiciones o semillas de virtud. En primer lugar, señala que en la naturaleza del hombre, se encuentran tendencias innatas a la virtud, es decir, en el entendimiento, por la luz de los primeros principios; y en la voluntad, por la natural inclinación al bien según la razón. Con lo anterior, cabe señalar que las diferencias naturales de mayor o menor aptitud para la virtud o la ciencia se encuentran en la naturaleza individual, que es la diferente complexión orgánica, raíz de varios modos de temperamento y sensibilidad. Por ejemplo, algunos hombres poseen viveza para la imaginación y pronta intuición sensible, con grandes aptitudes para las ciencias y artes; en cambio otros, poseen disposiciones naturales para la virtud, sea un temperamento compasivo, sea un ánimo vigoroso y valiente, o morigerado o apto para la templanza, etc.

Por tal motivo, algunos tomistas que comparten en este punto las ideas del Aquinate, sostienen que estas buenas disposiciones nunca son la virtud, sino solo el germen de ella. Tal es el caso, que la virtud debe conquistarse por el ejercicio duradero y constante, o bien es un regalo divino, como las virtudes infusas. De lo anterior acontece que en las virtudes infusas o sobrenaturales, de manera especial en las Teologales, no hay en la naturaleza propias disposiciones innatas, debido a que la naturaleza no tiene inclinación positiva a los bienes sobrenaturales. Por ello, la virtud infundida por Dios solo encuentra en las facultades una aptitud radical o potencia obediencial específica para ser elevadas a una actuación sobrenatural, si bien las buenas disposiciones naturales, sobreelevadas por la gracia, podrán colaborar mucho al ejercicio de la misma virtud infusa.

En conclusión, es evidente que las virtudes existen en nosotros por naturaleza, es decir, que en nosotros existen esas disposiciones innatas las cuales ayudan o facilitan esa disposición para que en nosotros se desarrolle la virtud ya sea de manera aptitudinal (disposición a las ciencias) o incoativamente (hábito de los primeros principios). Por ello, estas no se encuentran de manera perfecta en nosotros sino en semillas, las cuales necesitan cultivarse para que puedan dar frutos y así se pueda sostener que en un sujeto especifico tal virtud natural se encuentra consumada en él. Por otro lado, las virtudes Teologales se encuentran en el sujeto de manera perfecta ya que estas son infundidas directamente por Dios.

Artículo 2: Si alguna virtud es causada en nosotros por la costumbre de las obras

En este artículo santo Tomás nos invita a realizar una diferenciación de las virtudes las cual es clave para comprender los artículos siguientes.

En primer lugar, convendría señalar valiéndonos del artículo anterior que en el sujeto racional, de manera especial, en el hombre se encuentran disposiciones naturales a la virtud, las cuales podemos llamar virtudes adquiridas y por otro lado, las que nos vienen por actuación del entendimiento agente, es decir, Dios que actúa de manera directa en el hombre, estas se llaman virtudes infusas.

Primero, las virtudes adquiridas (actividad humana), como su mismo nombre lo indica, se llaman así debido a que los hábitos operativos buenos [hábitos especulativos5 (virtudes

4 Iniciación

intelectuales6) y hábitos prácticos7 (virtudes morales)8] que el hombre puede adquirir con sus solas fuerzas naturales9. De lo anterior puede surgir una interrogante, la cual es la siguiente: ¿Cómo adquiero estas virtudes? La Dra. Liliana Irizar en sus apuntes de Introducción a la Filosofía, señala que para adquirir un hábito virtuoso – y cualquier hábito- es necesaria la repetición de actos de la misma naturaleza, es decir, actos humanos semejantes pertenecientes a una virtud determinada 10. Aquí hay que tener presente que esta adquisición no se da de forma a forma, es decir, como quien en granero va apilando granos de maíz y llegamos a tener al final un gran bulto de maíz, sino por una mayor radicación o arraigo en el sujeto, en virtud de actos cada vez más intensos que los fortalecen más y más. De aquí se desprende, para que un acto de una virtud cualquiera que sea, debe realizarse, como sostiene Aristóteles, bajo las siguientes condiciones, para ello, primero lo escenifico con un ejemplo:

Pepito Chávez, desea llegar a ser humilde en el trato para con los demás.

El agente debe saber lo que hace: es decir, debe conocer que lo que está realizando es un acto de humildad.

Debe querer y elegir ese acto de virtud por la virtud misma y no por otra cosa: El que busca la humildad, lo debería buscar por su mismo valor, es decir, descubrir lo bueno y lo bello que hay en ser humilde. Ya que si busca la humildad por quedar bien con los demás o para ganar una buena reputación, eso ya no es virtud sino un interés que hay de por medio.

Debe practicar esos actos con constancia y de manera inamovible: Al principio costará, como todo, pero a la medida en que el sujeto se va arraigando y entrenando en dicha virtud (humildad), comienza a sentir placer, empieza a gustarle los actos de ella, hasta que llega a ser virtuoso y, entonces, encuentra satisfacción en esos actos y rechazo y disgusto en los actos viciosos contrarios – en los que antes se deleitaba-11.

Luego, las virtudes infusas (actividad divina) son hábitos operativos infundidos por Dios en las potencias del alma para disponerlas a obrar sobrenaturalmente según el dictamen de la razón

5 Intuición de los primeros principios, ciencia y sabiduría.6 Perfeccionan el entendimiento en orden a sus propias operaciones. Por ejemplo: Entendimiento (Disposición para

percibir los primeros principios especulativos o sindéresis); Ciencia (Dispone al entendimiento especulativo para conocer con facilidad y prontitud); Sabiduría (Tiene por objeto el conocimiento de las cosas por sus últimas y supremas causas. Por medio de ella juzga las conclusiones y los mismos principios); Prudencia (Es la recta razón en el obrar, o sea, en las acciones individuales y concretas que se pueden realizar) y Arte (Es la razón de lo factible, o sea, de las cosas exteriores que se han de ejecutar. Por ejemplo, la arquitectura, la pintura, etc.)

7 Estas residen en el apetito (racional y sensitivo) y se ordenan a las buenas costumbres.8 Estas tienen por objeto inmediato y directo la honestidad de los actos humanos. Regulan toda la vida moral de la

persona, poniendo en orden en su entendimiento, voluntad y a las pasiones del concupiscible e irascible. Por ejemplo, podemos señalas las cuatro principales o también llamadas virtudes cardinales: Prudencia (Dirige al entendimiento práctico en sus determinaciones); Justicia (Perfecciona la voluntad para dar a cada uno lo que le corresponde por derecho); Fortaleza (Refuerza el apetito irascible para tolerar lo desagradable y acometer lo que debe hacerse a pesar de las dificultades, y la Templanza (Pone orden en el recto uso de las cosas placenteras y agradables). Santo Tomás en este punto hace mención a muchas más, pero dentro de estas se encuentran las más esenciales y las otras guardan relación con cada una de estas cuatro como lo veremos más adelante.

9 (Royo Marín, págs. 214-215)10 (Irizar, pág. 17)11 Ibíd. Pág. 18

iluminada por la fe12. De aquí hay que tener presente que estas virtudes se diferencian de manera esencial con las adquiridas por las siguientes características:

Infundidos por Dios: Estas solo pueden adquirirse por divina infusión. Por ejemplo, Dios puede disponer en un hombre el arraigarle una virtud. Ese es el caso de los Apóstoles que eran hombres ignorantes y cuando el Espíritu Santo descendió sobre ellos, les fue dado a todos el don de lenguas (ciencia).

En las potencias del alma: Tiene por objeto perfeccionar y elevar sus actos al orden sobrenatural y divino. De aquí que el acto virtuoso sobrenatural brota de la unión conjunta de la potencia natural (entendimiento y la voluntad) y de la virtud infusa que viene a perfeccionarla. Por ejemplo, los Mártires para padecer el sufrimiento del martirio Dios puede infundir en ellos la virtud de la fortaleza.

Para disponerlas a obrar sobrenaturalmente: Esta es una de las principales diferencias con las adquiridas debido a que su objeto formal es que estas obran con un fin natural (dictamen de la razón natural), mientras que las infusas es un obrar por un fin sobrenatural (dictamen de la razón iluminada por la fe). Por ejemplo, un muchacho que desea ser templado con la bebida, con la comida, etc. Por otro lado, los Mártires les fue dado por Dios la templanza ante los placeres carnales que les ofrecía el mundo.

Según el dictamen de la razón iluminada por la fe: Lo llevan a actuar por un fin sobrenatural, el cual permite alcanzar la bienaventuranza tan anhelada.

Dentro de estas virtudes se encuentra una división, la cual, se estudiará con más profundidad en los siguientes apartados. Estas se encuentran en dos grandes grupos: teologales y morales. Las morales se subdividen en cardinales y morales, en perfecta analogía y paralelismo con sus correspondientes adquiridas. Las teologales no tienen ninguna virtud correspondiente en el orden natural o adquirido.

Por otro lado, viendo la importancia de la respuesta del Santo a la objeción dos, de este apartado, es necesaria tenerla en cuenta debido a que señala que el pecado mortal es incompatible con la virtud divinamente infundida, sobre todo si esta virtud se considera en su estado perfecto.

12 (Royo Marín, págs. 219-221)