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Catequesis y fantasía: el teatro asuncionista del siglo XVI. Jornadas de Teatro del Siglo de
Oro In Memoriam Ricard Salvat, ed., Elisa García-Lara y Antonio Serrano. Almería,
Instituto de Estudios Almerienses, 2011, pp. 397-410. Edición digital.
CATEQUESIS Y FANTASÍA : EL TEATRO
ASUNCIONISTA DEL SIGLO XVI
Alfredo HERMENEGILDO
Université de Montreal
Desde las experiencias litúrgicas, sacras o profanas, presentes en la
vida comunitaria de la Edad Media, hasta la efervescencia de las comedias
de santos y de los autos sacramentales, llegado ya el siglo barroco, la escena
espanola, la que se expresa en lengua castellana, pasa durante su etapa del
Quinientos por un largo camino, algunas de cuyas etapas vamos a tratar de
describir en las páginas que siguen. La cosecha fue abundante. La actividad
intensa. Y los resultados, a veces poco o mal conocidos, formaron parte de
la gran aventura religiosa y teatral del siglo XVI. Los dos ejercicios que, de
modo más general, llenan la actividad religioso/escénica de la centuria son
el catequístico, concebido en tanto que proyecto universal y propagandístico
de unas afirmaciones consideradas como verdades de fe, como ilustraciones
de la tradición judeo-cristiana o como norma de costumbres, y el que se
manifiesta cual gran icono del triunfo de la fe católica sobre la secesión
protestante, es decir, el auto sacramental. El primer ejercicio engloba al
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segundo, que no llega a triunfar de modo rotundo hasta el siglo XVII. Hay
en el XVI una clara preocupación por el tema sacramental, eucarístico,
preocupación que conduce en sucesivas etapas a su realización plena en
manos de Calderón de la Barca llegado ya el siglo siguiente.
Queremos acercarnos al teatro religioso del XVI desde la perspectiva
de quien lo ve como un magno corpus integrado dentro de dos formas de
teatralización: la que se hace pensando en la presencia de un público
cautivo, cerrado (cortesano, colegial o catequizable1), y la que se dirige a un
espectador no estrictamente libre, pero mucho más abierto, puesto que asiste
con relativa espontaneidad a los grandes espectáculos públicos de los autos
sacramentales, en sus distintas manifestaciones. El espectador de los autos
sacramentales es cada vez más libre de hacer frente a la escena como
vehículo de propaganda. El control del magisterio es más fuerte que en el
siglo XVI. Pero la capacidad de ejercer una libertad de adhesión personal al
mensaje es mayor, porque más que ante un ejercicio catequístico, de
ensenanza, el espectador se enfrenta con un alarde propagandístico. El teatro
religioso del XVI, en cambio, es fundamentalmente un producto de encargo
hecho para ser representado, con fines catequísticos y pedagógicos, ante un
público cerrado, cautivo y desprovisto de la libertad de enfrentarse de modo
dialéctico con el mensaje recibido. La obra encierra en sí la pregunta y la
respuesta, la duda religiosa y la solución fijada por el magisterio
eclesiástico.
1 Las nociones de público cautivo o cerrado y de público abierto quedan expuestas en nuestro estudio El teatro del siglo XVI, Madrid, Júcar, 1994, pp. 17-18.
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La intensa actividad dramático-religiosa de la segunda mitad del siglo
XVI, una vez tomada en consideración la existencia del gran trabajo
catequístico-teatral que suponen los textos de la Recopilación en metro de
Sánchez de Badajoz, queda reflejada en algunas colecciones de obras
teatrales de tipo religioso pertenecientes a los finales de ese segundo medio
siglo2. Pero la colección que destaca por encima de las demás es el llamado
Códice de Autos Viejos. Wardropper considera el conjunto como «obra de
transición situada entre la Edad Media y el Barroco»3, pero es algo más que
una recopilación nostálgica del pasado medieval que no tiene más virtud que
la de servir de pasillo y de puente para llegar al siglo XVII. El Códice es una
gran manifestación de las experiencias dramático-religiosas llevadas a cabo
en las calles, plazas y tablados espanoles del XVI.
Con la excepción del Auto de Caín y Abel, obra de un autor conocido,
el valenciano Jaime Ferruz, el resto de la producción recogida en el Códice
es anónima. Se han hecho suposiciones, alguna de ellas bien fundada, sobre
la posible pertenencia de ciertas piezas a Micael de Carvajal, Alonso de
Torres, Vasco Díaz Tanco de Fregenal o Lope de Rueda. Salvo el caso de
2.- Véase Four Autos Sacramentales of 1590: Sacramento de la Eucaristía, La Conversión de Sant Pablo, El Castillo de la Fee, El Testamento de Christo. Ed. Vera Helen Buck, Iowa, University of Iowa, 1937. También es importante Three Autos Sacramentales of 1590: La Degollación de Sant Jhoan, El Rescate del Alma, Los Amores del Alma con el Príncipe de la Luz. Ed. Alice Bowdoin Kemp, Toronto, Toronto University Press, 1936. 3 .-Bruce Wardropper. Introducción al teatro religioso del siglo de oro, Salamanca, Anaya, 1967, p. 214.
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este último, que según Mercedes de los Reyes, parece muy probable autor
de alguna obra del Códice4, el resto de la producción no puede atribuirse de
modo medianamente seguro a ningún autor dramático preciso. Los 96 autos,
farsas y coloquios que recoge la colección han sido editados por Léo
Rouanet5 y, en parte, por Miguel Ángel Pérez Priego6, pero todo el conjunto
necesitaría una buena revisión y una puesta al día con criterios modernos de
edición. El estudio exhaustivo de Mercedes de los Reyes es un cúmulo de
noticias, clasificaciones, análisis y perspectivas que facilitaría grandemente
la publicación que reclamamos.
La anonimia casi generalizada que caracteriza, con mínimas
excepciones, las piezas del Códice, puede deberse, según De Los Reyes7, a
«la escasa celebridad de sus autores, vecinos probablemente de la ciudad
donde se ponían en escena; y la consideración de las piezas como obras para
ser representadas, razón por la que no se imprimían y triunfaba en ellas el
nombre del representante sobre el del autor, ya que aquél era en definitiva el
responsable y con quien el municipio hacía el concierto». En otras palabras,
los textos conservados son, verosímilmente, una colección de autos cuya
4 .- Mercedes de los Reyes Pena, El «Códice de Autos Viejos». Un estudio de historia literaria, Sevilla, Alfar, 1988. 5.- Colección de autos, farsas y coloquios del siglo XVI. Ed. Léo Rouanet. Barcelona-Madrid, Macon Protat Hermanos, 1901, 4 vols. Lo citaremos usando las siglas CAV. 6 .- Códice de autos viejos. Selección. Ed. Miguel Ángel Pérez Priego. Madrid, Castalia, 1988. 7 .- De los Reyes, El Códice, p. 150.
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finalidad primera, y casi exclusiva, era su puesta en escena en ámbitos
populares y con fines catequísticos. Las dos coordenadas, representación y
propaganda religiosa, hacen que el Códice aparezca como un conjunto
reunido por quien tenía la intención de llevar a cabo su escenificación en los
momentos adecuados de las fiestas religiosas o, incluso, simplemente
cívicas. Digamos inmediatamente que la línea divisoria entre lo religioso y
lo cívico no es, ni mucho menos, nada claro y distinguible. Incluso en una
sociedad moderna y laica, como es la espanola de hoy. El caso de las
representaciones del Misteri d’Elx es un ejemplo muy convincente.
Los temas tratados en la coleccioÅLn salen en muchos casos de las
narraciones bíblicas, de la historia del pueblo de Israel y de las numerosas
anécdotas inscritas en la tradición cristiana, desde la circuncisión de Cristo
hasta la degollación de Juan el Bautista, desde la resurrección del Nazareno
hasta la asunción de María a los cielos, etc. Sin dejar de lado los referentes
salidos de la hagiografía cristiana –San Pedro, San Pablo, San Francisco,
San Antonio, la Magdalena, etc.-, ni las obras basadas en parábolas
evangélicas –el hijo pródigo- o las construidas con figuras morales.
Respecto a la representación posible de las piezas, el Códice incluye,
en sus numerosas didascalias explícitas e implícitas, una serie de signos que
condicionan la puesta en escena: movimientos, gestos, utilización de la
música como vehículo de comunicación, utilería, vestuario, distribución y
atribución del espacio escénico a los personajes que ocupan los
correspondientes lugares dramáticos, etc. Sin entrar en muchos detalles ya
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que el espacio disponible resulta limitado, es preciso mencionar que ciertas
piezas del Códice no requieren el empleo de la técnica de la escena múltiple
en la representación. Son aquellas cuya acción se realiza en un solo lugar (el
Aucto del rey Asuero, por ejemplo). Hay otras obras cuya anécdota se
desarrolla en más de un lugar, pero de forma consecutiva (el Auto del
sacrificio de Jeté), lo que requiere una concepción particular de la
representación, aunque no exige la existencia de un escenario múltiple. Sin
embargo, dicha escena múltiple aparece, con estructura vertical u horizontal,
en una serie de piezas perfectamente estudiadas por De los Reyes8. Aunque
no hay documentos precisos que lo confirmen –sólo se pueden hacer
conjeturas sobre los modelos de representación del Códice a partir de los
textos mismos- sí se puede suponer, con alto grado de probabilidad, que
muchas de estas piezas se pusieron en escena utilizando los carros como
soporte, carros menos voluminosos y complejos que los del siglo XVII, pero
muy semejantes a los que utilizó Diego Sánchez de Badajoz.
Pero en este encuentro almeriense, queremos centrar nuestra reflexión
y recoger algunos ejemplos de lo que fue el teatro asuncionista en el ámbito
castellanohablante peninsular, tan extenso y fecundo en la escena de lengua
catalana. Y la primera constatación es su notable escasez. Los estudios de
Eduardo Juliá Martínez9, Luis Quirante10 y Francesc Massip11 hacen alguna
8.- De los Reyes, El Códice, pp. 1027 y siguientes.. 9.- 9 Eduardo Juliá Martínez, «La Asunción de la Virgen y el teatro primitivo español», Boletín de la Real Academia Española, 41, 1961, pp. 179-334. 10.- 10 Luis Quirante Santacruz, Teatro asuncionista valenciano de los siglos
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referencia muy somera al asunto. Y nos pareció útil describir y analizar las
pocas obras dramáticas que en el ámbito español de lengua castellana se han
dedicado al tema de la Asunción de María.
Dentro del corpus recogido en el CAV, vamos a poner de relieve unos
cuantos autos consagrados al asunto citado. El tema y su teatralización sigue
socialmente vivo en Elche, aunque en lengua catalana. Y por ello me parece
atractivo ver cómo abordan la catequesis sobre tal cuestión algunas de estas
piezas, que son la vertiente castellana del ejercicio didáctico tan rica y
profusamente tratado en el oriente peninsular. Pero empezaremos, antes de
llegar a ellos, describiendo el contenido y características de algunos otros
ejemplos ajenos al CAV.
Una simple cita de García Soriano –desconocemos la obra en cuestión-
nos permite inscribir aquí una comedia hispanolatina en cinco actos,
representada dentro del ciclo de las experiencias teatrales de los colegios
jesuíticos. Se trata de Ad gloriam sacratissimae Virginis in cuius
Asumptione per vigilio huic comoedia imposita est suprema manu. Creemos
que es el único ejemplo de teatro asuncionista surgido en la experiencia
escénica colegial, a pesar de ser el día 15 de agosto una gran fiesta que,
frecuentemente, coincidía con el fin de curso.
Entre las obras conservadas y publicadas modernamente, hay cinco
XV y XVI, Valencia, Generalitat Valenciana, 1987, pp. 23-24. 11.- Francesc Massip i Bonet, La Festa d’Elx. I. Els misteris medievals
europeus, Alicante, Diputació d’Alacant-Ajuntament d’Elx, 1991, p. 49.
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que tratan del misterio asuncionista. La primera es la Farsa del mundo y
moral, de Fernán López de Yanguas12. En una especie de prólogo inscrito al
principio de la pieza, se dice así: «Relátase, en fin, la Assumpción de
Nuestra Senora, en la cual hay bien que ver y que no ver, porque no
alcançan los ojos. Acaba con su música concertadamente» (p. 33). En una
obra de carácter simbólico, poblada de figuras morales, es la Fe quien
describe con muchos detalles (vv. 617-812) el misterio asuncionista. No
hay, pues, una representación del asunto, sino una simple y detallada
narración de los hechos, utilizando una mezcla pintoresca de los contenidos
de la fe cristiana con los conocimientos “científicos” que de la astronomía
poseía la tradición astrológica, es decir, la acumulación sucesiva de las
esferas celestes, hasta llegar al empíreo o lugar divinal13. El punto de partida
y la justificación de la Asunción es evitar el «tormento» del proceso de
deterioración característico de la vejez y de la muerte, propio de los seres
humanos. A la Virgen se le evita el envejecimiento. Así dice la Fe:
«Mas porque la Madre de Dios infinito, sancta en la vida y en su nascimiento,
12.- Citamos según Fernán López de Yanguas. Obras dramáticas. Ed. Fernando González Ollé, Madrid, Espasa Calpe, 1967. Damos el número de la página o de los versos al lado del texto correspondiente.
13.- Javier Espejo apunta la posibilidad de que se hiciera algún gesto concreto que implicase una cierta actividad representacional (Javier Espejo Surós, «Teatro religioso y dimensión afectiva: ensayo de interpretación», Teatro religioso y corrientes de espiritualidad en tiempos de Hernán López de Yanguas. Ed. Javier Espejo Surós y Jesús Maestro, Vigo, Editorial Academia del Hispanismo, 2007, p. 105.
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no padesciesse tamaño tormento en su cuerpo sancto, precioso, bendito, y para libralla de todo conflito y ya coronalla por Reina del Cielo, subió la su Hijo del mísero suelo con músicas dulces» (vv. 633-640).
La ascensión a los cielos es un recorrido por las sucesivas esferas
celestes. La Virgen, rodeada de innumerables ángeles músicos, precedidos
por David «tañendo su sancto y divino salterio» (v. 651), subía «en trono
imperial» (v. 662) y «miraba los cuerpos que acá bajo son» (v. 669). En su
peregrinación por los espacios siderales, María llega a la primera esfera
«y vio que la Luna, con clara lumbrera,
salió a rescebilla de muy buena gana» (vv. 683-684).
María abandona el «orbe lunar»( v. 689) y entra en la segunda esfera,
la de Mercurio:
« Sintiólo Mercurio, segundo planeta, oyó las canciones del sancto profeta y los menestriles de lejos sonar» (vv. 690-692).
La Virgen continúa su «sancta carrera» (v. 698) y llega a la esfera de
Venus, la tercera, pero no se detiene en ella. La propia Venus
« de mucha vergüenca su gesto ascondió,
que no conformaban sus obras con Ella.
No hizo la Virgen ningún caso de ella
y al círculo cuarto derecha pasó» (vv. 701-704).
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Venus, la diosa del amor, está ausente de la vida de la Virgen y siente
vergüenza de verla. La obsesiva y dogmática afirmación del discurso oficial
cristiano aparece bien marcada en el texto de Yanguas.
La Virgen y su compañía se detienen para mirar el Zodiaco con sus
doze signos» (v. 710). Sigue después hasta el «cerco de Mares» (v. 715), es
decir, Marte, que, al verla, «hincó las rodillas» (v. 722). De allí vuela María
hasta «la casa de Júpiter» (v. 726), quien, al contemplar «la gente y la fiesta,
/ como un personaje sin son se quedó» (vv. 727-728). El peso de la
metateatralidad apuntada en Júpiter, transformado en personaje mudo ante
tanta maravilla, es digna de senalarse en un pasaje puramente narrativo, pero
integrado en la estructura teatral del conjunto de la pieza. Después Júpiter se
postra ante María y le dice:
«Reposad un poco en mi habitación, que, puesto que sea muy pobre el mesón para tan alta y real majestad, tomad lo vivo de mi voluntad. Si falta hay en casa, merezco perdón» (vv. 732-736).
María pasa por el espacio de Saturno, el séptimo planeta, llega al
«octavo polo, que es cielo estrellado» (v. 748), y ve el Carnero (v. 753), el
Toro (v. 754), Cástor y Pólux (v. 755), el Cáncer, «que estaba delante el
León» (v. 756), Virgo y Escorpión (v. 757), Libra, Centauro y Capricornio
(v. 758), Acuario y los Peces (v. 759). Es decir, todos los componentes
zodiacales. Miró las Híadas o Híades, las Siete Cabrillas, los Canes, el Cisne
y Dragones, la Lira de Orfeo y las Osas (vv. 761-767).
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Acompañada por las «mil músicas dulces [que] los ángeles cantan» (v.
776), llega al noveno cielo, «que suelen llamar cristalino» (v. 780), para
acceder al décimo «que llaman empirio» (v. 782), « más fresca que rosas ni
flores de lirio, / do estaba su Hijo, precioso, divino» (vv. 783-784). Al
despliegue del conocimiento astral, se une la descripción propia del discurso
religioso cristiano, es decir, aparecen, para recibir a la Virgen, los Coros con
sus Procesiones, Virtudes, Poderes, Principados, Arcángeles, Tronos,
Dominaciones, Serafines y Querubines (vv. 785-792).
En la última etapa de la celeste peregrinación, María es recibida por la
Trinidad. El Hijo le da la bienvenida para que goce «de la gloria que ansí
merecistes» (v. 799). María se inclina ante la «Majestad real» (v. 804). Y
siguiendo claramente el modelo monárquico y cortesano,
«El Padre infinito sentar la mandó en silla imperial, según su persona; el Hijo le puso de reina corona; el Espíritu Sancto el cetro le dio» (vv. 805-808).
Y la Fe termina su relato con estas palabras:
«Veis aquí, hermanos, en qué me he ocupado todo este día solene hasta agora, en ir con aquesta sagrada Senora fasta el lugar que os he recontado» (vv. 809-812).
La larga y detallada narración que hace la Fe es una predicación, un
relato de las afirmaciones que hace la Iglesia, mezcladas dentro del discurso
« científico» frecuente en la época. Desde un punto de vista dramático y
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teatral, el parlamento de la Fe es una explicación, una declaración de lo que
ocurre mientras suben lentamente al Cielo el cuerpo y el alma de María,
como sucede en la escenificación del Misteri d’Elx. Yanguas describe lo que
el Misteri deja envuelto en la música, el canto y la visión grandiosa de la
Asunción de María cuando llega el encuentro final de Dios Padre en las
alturas del espacio vertical organizado en la Iglesia ilicitana. En Yanguas no
hay subida y bajada del alma para recuperar el cuerpo mariano y elevarlo
hasta las alturas. No se habla de la muerte de la Virgen, porque quiere
evitarse el deterioro de la vejez.
En el Códice de autos viejos hay tres piezas sobre la Asunción de
María, las que llevan los números 31 (Aucto de la Asunción de Nuestra
Señora), 32 (Aucto de la Asunción de Nuestra Señora) y 62 (Auto de la
Asumption de Nuestra Señora). Con la mínima variante gráfica en el tercero,
los tres tienen el mismo título y tratan el tema de modos semejantes, aunque
se distinguen por su longitud, número de personajes y ciertos detalles de las
respectivas fábulas.
Mercedes de los Reyes14 hace un estudio completo de los tres autos. El
que lleva el número 31 parece inacabado. No se presenta en él, a pesar del
título que lo identifica, la Asunción de María. Termina con la procesión del
entierro del cuerpo de la Virgen, llevado a hombros por los discípulos. En el
14.- De los Reyes, El Códice, pp. 452 y siguientes, hace un análisis detalladísimo de las coincidencias y diferencias existentes entre los tres autos. No vamos a repetir lo allí dicho con gran precisión y pertinencia.
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auto 62 sí se representa la Asunción, tras el sepelio. El cuerpo sube a los
Cielos mientras los apóstoles entonan un villancico. Mercedes de los
Reyes15 piensa que los dos autos son tal vez fruto de una misma mano y que
el 62 es una corrección y mejora del 31.
El auto 32 es muy semejante a los dos primeros16, pero se diferencia
de ellos en varios detalles importantes, como la escena en que los judíos
intentan apoderarse del cuerpo de María y el milagro que sigue con la
conversión consecuente de dichos personajes. Es un episodio frecuente en la
dramaturgia asuncionista –el caso del Misteri d’Elx no es el único que lo
integra en sus escenas-, pero falta en los autos 31 y 62 del Códice. En el
auto 32 el Cielo se abre tres veces: una para recibir el espíritu de María; en
la segunda desciende el alma acompañada de un coro de ángeles y se une al
cuerpo, para volver a subir y ser coronada por la Santísima Trinidad; la
tercera es el momento en que se arroja la cinta que María envía al apóstol
incrédulo, a Tomás.
Hay un problema fundamental en estos tres autos y, en general, en
toda la literatura religiosa. Es la necesidad de presentar en forma verosímil
lo que aparece a primera vista como algo carente de conexión con la
realidad sensible, como elemento propio de la fantasía. Por surgir así un
problema al que tiene que hacer frente, por diversos medios, la literatura
catequística, especialmente la dramática, es este el punto central de nuestra 15.- De los Reyes, El Códice, pp. 460-461. 16.- 16 De los Reyes, El Códice, pp. 461-463.
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reflexión sobre los tres autos asuncionistas del Códice de autos viejos.
En toda representación religiosa hay siempre una oposición entre lo
que se intuye como real y lo que se manifiesta con rasgos salidos de un
mundo ajeno a lo descodificable por la vía de los sentidos. El espectador y
su racionalidad hacen frente, a veces, a unos signos dramáticos que la
experiencia personal y colectiva califican de irracionales, de fantásticos, de
inaprehensibles por medio de la percepción sensorial en la vida cotidiana.
Cuando el público de los autos ve en escena a la Trinidad coronando a la
Virgen, a un ángel alado, a uno o varios judíos convertidos milagrosamente
después de recuperar el uso perdido de manos y pies, a unos apóstoles que,
desde regiones lejanas, llegan ante la Virgen de modo espectacular y en un
tiempo mínimo coincidente con el presente dramático, constata, echando
mano de su experiencia personal, que no ve ni percibe a diario figuras ni
situaciones semejantes. Tiende a considerarlas como signos fantásticos,
como formas salidas del mundo de lo inverosímil, como acontecimientos de
un orden extranatural. Y sin embargo, detrás de esas «fantasías» de los autos
y farsas, hay algo que obliga, algo que incita al espectador a no considerarlo
como tal «fantasía». Ese enfrentamiento entre lo que el público asistente
tiene la tentación de identificar como «fantasía» y lo que venera como
«realidad verosímil» es una de las preocupaciones mayores latentes en todo
texto catequístico llevado a las tablas.
Para hacer frente al problema que supone el ejercicio catequístico, hay
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que tener en cuenta la diferencia establecida por Risco17 entre literatura
maravillosa y literatura fantástica, la diferencia existente entre un texto que
sitúa al lector en un espacio donde los fenómenos extranaturales no se
problematizan y son percibidos como naturales en el medio en cuestión -
literatura maravillosa-, y otro texto que sitúa al receptor ante un mundo en
que dichos fenómenos se ponen constantemente en tela de juicio -literatura
fantástica-. La variedad maravillosa es isotópica desde el punto de vista
semiótico, ya que sus datos tienen coherencia dentro de un solo código, el
interno, el de la diégesis, pero es anisotópica desde la perspectiva semántica
o intersemiótica, en su relación con el espacio externo, el del
lector/espectador. En la variedad fantástica, las manifestaciones prodigiosas
crean la anisotopía semiótica, o sea la incoherencia del código que rige el
mundo interno de la fábula; también descubren una anisotopía semántica o
intersemiótica, o sea la falta de homogeneidad y de coherencia con la
isotopía vigente en el mundo del lector. El conflicto que plantea la literatura
fantástica aparece así como un choque entre el espacio de la diégesis y la
visión del mundo que el lector tiene -la vigente en su medio, ha de
entenderse-, y como enfrentamiento entre la concepción de la realidad que
poseen los personajes mismos que viven dentro de la diégesis y la alimentan
con sus acciones y discursos.
De este modo las oposiciones [maravilloso / realista] y [fantástico /
17.- Antonio Risco, Literatura fantástica de lengua española. Teoría y aplicaciones. Madrid: Taurus, 1987, pp. 25-26.
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realista] vienen a significar, en suma, las actualizaciones históricas de la
oposición lógica [isotopía (o principio de coherencia) / anisotopía (o
principio de incoherencia)]. Por otra parte, la diferencia entre lo realista y lo
maravilloso/fantástico queda condicionada por la intencionalidad latente en
la obra literaria y por la percepción global que del objeto tiene el
destinatario. En general puede afirmarse que, en lo que toca al realismo o, al
menos, a la verosimilitud, el creyente cristiano -el de tradición
cristianoromana o católica, en concreto- acepta la representación de un
hecho milagroso como la figuración de algo «real», a condición de que el
magisterio eclesiástico lo haya consagrado o permitido, con lo que se estaría
identificando lo real fingido, lo maravilloso, con lo canónicamente aceptado,
y lo fantástico, lo legendario, con lo no-canónico. La anisotopía semántica o
intersemiótica de lo maravilloso queda corregida y reducida por el discurso
del magisterio eclesiástico
A pesar de la percepción como algo real de los hechos dramatizados y
escenificados, los autos que estudiamos tienden a reforzar la dimensión
maravillosa, porque el riesgo de percepción como fantástico de lo que
aparece en escena es siempre grande. Y la catequesis no puede permitirse el
lujo de asumir el riesgo de dejar cabos sueltos. Veamos algunos de los casos
más significativos.
Hay apariciones sobrenaturales que no impresionan ni extrañan a los
personajes de la diégesis. Cuando el ángel se aparece a la Virgen, esta no se
sorprende. Acepta la verosimilitud de su presencia y la apoya con una clara
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afirmación:
«O mensajero del cielo,
quanto tiempo a que bivia
mi anima en agonia,
esperando este consuelo.» (Auto 31, vv. 17-20)18
Uno de los problemas de verosimilitud que plantean los tres autos es el
de la aceleración del tiempo, reduciendo su longitud y profundidad hasta los
límites del hic et nunc. Es decir, aunque los personajes estén en un espacio
geográfico muy alejado del espacio dramatizado, se presentan en escena de
forma inmediata. El tiempo dramático aparece totalmente desconectado del
tiempo real, el del espectador. Es un tiempo metafórico, metonímico, que
permite la reducción de la representación de la fábula. Cuando el ángel
anuncia a María que llegarán los apóstoles, entra inmediatamente Juan, el
primero, el más cercano a Jesús, el discípulo amado. Él mismo se extraña
del «milagro»:
«Que milagro es, me dezi,
Virgen, qu’estando en Arlentes
predicando a muchas gentes
fuy tomado y puesto aqui?» (Auto 31, vv. 57-60)
María, con quien el espectador ya ha establecido contacto y a la que ve
18.- Citamos por la edición de Léo Rouanet (1901), ya mencionada más arriba.
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como figura situada dentro del espacio de lo real y de lo verosímil, no se
sorprende de la presencia de Juan y le entrega la palma que a ella le ha dado
el ángel. La extrañeza de Juan -fantasía- es neutralizada por la no extrañeza
de la Virgen, lo que reduce lo inverosímil del viaje a la condición de
maravilloso, propia de la aceptación prevista en la catequesis.
La entrada en escena del resto de los apóstoles se lleva a cabo por
medio del mismo programa dramático. Juan expresa su deseo de ver llegar a
«mis hermanos amados» (Auto 31, v. 78) antes de que muera la Virgen. El
tiempo real es suplantado por el tiempo dramático y los discípulos aparecen
en escena, según reza la didascalia explícita [Entran San Pedro y Santiago y
S, Andres y los otros apostoles] (Auto 31, p. 4). Pedro, Andrés y Santiago se
extrañan de lo que ha ocurrido:
«S. Pedro: No sin grande admiraçion es aqueste ayuntamiento. S. Andres: En verdad, que yo no siento que pueda ser la ocasion. […] Santiago: Por çierto, nuestra llegada por milagro de Dios es.Å»(Auto 31, vv. 89-96)
La intervención de los dos primeros sitúa el hecho dentro del marco de
lo fantástico, de lo anisotópico e inverosímil. Los personajes se extrañan de
lo que ocurre en el espacio interior, en el de la fábula. Pero al reducir
Santiago todo a la condición de milagro, el conjunto queda integrado en las
coordenadas de lo verosímil, de lo isotópico y, en consecuencia, de lo
maravilloso, de lo que acepta como real el creyente/público espectador.
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En este mismo pasaje del auto 31, Juan pide silencio para que «no
seamos barruntados / del pueblo de los Judios» (Auto 31, vv. 103-104). Es
curioso que, incluso si la escena de «la Judiada», por usar los términos del
Misteri d’Elx, no se representa, como ocurre en el Auto 32, el Auto 31 sigue
la tradición de la Iglesia, que establece el paralelo exacto de la Asunción de
la Virgen con la Resurrección y Ascensión de Cristo. Si, según la tradición
evangélica, los judíos dijeron que los apóstoles habían robado el cuerpo de
Cristo para proclamar su resurrección, en el caso de la Virgen quiere la
comunidad apostólica evitar que nadie pueda invocar tal robo. A pesar de la
extremada simplicidad del auto, hay una nota importante que enlaza la
Asunción con la Resurrección y Ascensión de Cristo, «verdades»
proclamadas por la Iglesia y aceptadas por los fieles como elementos
perfectamente coherentes con la fe del creyente. Y para que la Asunción de
María entre dentro de la percepción de lo maravilloso isotópico, se les dice a
los apóstoles, por boca de Cristo, que entierren el cuerpo de la Virgen en «el
val de Josafad» (Auto 31, v. 150) y que no se aparten de donde la pongan
«ni quiteis / dentro de tercero dia» (Auto 31, vv. 153-154). Es decir, el tercer
día, el de la resurrección de Cristo, ya aceptado por la predicación y por la
creencia de los fieles como algo «real» e isotópico, prolonga su sombra
sobre los hechos relativos a la Asunción. Lo que viene a ser la afirmación
implícita, aunque poco evidente al margen de la doctrina de la Iglesia, de
que pasado el tercer día, el cuerpo ya no estará presente porque habrá
resucitado y subido al Cielo. De este modo neutraliza el texto la fantasía de
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los hechos, superponiéndoles el modelo cristiano, ya percibido como
maravilloso y, por lo tanto, como isotópico y no extraño. Lo que asegura la
eficacia de la catequesis.
El Auto 62, el más largo de los tres –434 versos-, despliega en la loa la
serie de alabanzas a María (estrella, vergel, seráfico dechado, vara de Aarón,
torre de David, etc..). Y termina dicha loa con una curiosa instrucción en la
que se pide silencio al público, un silencio mecánicamente reclamado para
que la representación se haga con facilidad. Hasta ahí el auto entra dentro de
la norma. Pero añade algo más significativo. El silencio reclamado implica
que sólo deben y pueden hablar los que saben, es decir, la jerarquía, la
Iglesia docente: «Quien no entendiese calle, porque entienda / que hablar y
no entender no tiene enmienda» (Auto 62, vv. 55-56). Es decir, se protege la
descodificación y comprensión del mensaje, su recta interpretación, como
algo que implica «realidades» religiosas, por la autoridad de los que poseen
el magisterio eclesiástico, con lo que se envuelve todo lo que se va a
representar con la condición maravillosa, isotópica desde el punto de vista
semántico. Su significado, a pesar de ciertos rasgos que pueden aparecer
como extraños, irreales y anisotópicos, queda bien anclado en la «autoridad
del magisterio» y es percibido por el espectador como algo maravilloso y,
por tanto, «real».
El contenido del Auto 62, más elaborado que el del 31, recoge los
elementos fundamentales aparecidos en este último, aunque añade
segmentos nuevos, tales como la Asunción misma del cuerpo de la Virgen:
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llegada del ángel, entrega de la palma, anuncio de la muerte de María,
llegada de Juan «espantado y sin sentido» (Auto 62, v. 192), entrada del
resto de los apóstoles, también admirados y confusos por el rápido y extraño
viaje que han hecho desde regiones lejanas, muerte de María y bendición de
los discípulos, encargo angélico para que lleven el cuerpo al valle de Josafat,
procesión del entierro, elevación del cuerpo («Aquí se cahee la tapa del
ataud y enpieca a subir el cuerpo» - Rouanet, vol. III, p. 33). La caída de la
tapa, muy impresionante en sí, no produce extrañeza en los apóstoles. La
isotopía semiótica se mantiene; la semántica está asegurada por el discurso
envolvente del magisterio eclesiástico.
El Auto 32 recoge también los elementos esenciales de la dramaturgia
asuncionista. Desde el punto de vista escenográfico es más espectacular que
el auto anterior. Cuando María muere, el texto pone en su boca las mismas
palabras pronunciadas por Cristo al final de su agonía en la cruz: «y en tus
manos encomiendo / aqueste spiritu mio» (Auto 32, vv. 140-141). La muerte
de María es presentada de forma simple, casi ritualizada, litúrgica, pero la
didascalia que sigue [Aqui se abre el cielo y parescen las tres personas de la
Trenidad cantando con el anima] (Rouanet, vol. II, p. 13) ordena una
innovación escénica mucho más cercana a las teatralizaciones aparecidas en
el ámbito peninsular catalanohablante que a las usadas en el espacio
castellano. El Auto 32 se distingue de los otros dos por su condición más
espectacular, por su escenografía más exigente. Ya en los compases finales
de la obra, vuelve a abrirse el Cielo, baja el alma con un coro de ángeles
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para subir de nuevo con el cuerpo resucitado mientras cantan las personas de
la Trinidad. Cuando llega arriba, es coronada por las tres divinas personas.
Añadamos dos observaciones necesarias para poner de relieve la
originalidad de este auto con respecto a los dos anteriores. En primer lugar,
recordemos la escena del intento de robo del cuerpo de María, hecho por
unos judíos, que llegan a tocar las andas donde yace el cadáver y son
castigados con la paralización de sus manos pegadas a dichas andas. El Rabí
pide ayuda a Pedro, quien le exige un acto de fe. La resistencia del jefe
religioso se quiebra. En dos versos acepta y expresa su conversión: «Juro a
Dio, sin faltar nada / creo qu’es Dios soberano» (Auto 32, vv. 205-206). En
el primero se menciona a Dio, usando el singular antietimológico empleado
por los hispano-judíos para evitar la apariencia plural de la forma [Dios]. Y
el segundo verso ya recoge la conversión por medio del icono léxico [Dios],
etimológicamente correcto y característico de la tradición hispano-cristiana.
El problema de la conversión de los judíos ocupa un espacio importante en
este auto, mientras está ausente de los anteriores, salvo una mínima alusión
estrictamente textual y no escénica.
La escenificación de las dudas del espectador, del riesgo de fantasía
implícito en todos los hechos dramatizados, aparece hecha icono en la
persona del apóstol Tomás, encarnación tradicional de la duda y figura
emblemática de la necesidad de percibir por los sentidos –tocar las heridas
de Cristo resucitado, según el relato evangélico- lo que aparece como
afirmación de fe. Tomás llega a escena en nuestro auto cuando María ya ha
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subido al Cielo y ha sido coronada por la Trinidad. El apóstol trae ante el
espectador el problema de la fantasía, de la irrealidad de los hechos
representados, de las dudas que alimentan la racionalidad de ese mismo
espectador. Y lo plantea con los términos propios de quien necesita integrar
lo visto dentro de la isotopía de la revelación cristiana:
«Hermanos, que maravillas el Senor nos a oy mostrado! que, çierto, vengo espantado, sin alcançar a sentillas, y estoy muy maravillado; porque e venido tan presto desde las Yndias aqui, que no creo ser ansi, ni alcanco a saber qu’es esto; lo que sepais me dezi.» (Auto 32, vv. 248-257)
Es decir, toda la representación del misterio ha terminado, pero queda
por aclarar su dimensión catequística. El auto no se cierra con el esplendor
de la coronación, como en el Misteri ilicitano, sino que va a intentar romper
la anisotopía y extrañeza que ha podido provocar en el espectador una
reacción semejante a la que se ha producido en Tomás. Pedro le dice a
Tomás lo que ha pasado y la respuesta de este último es clara y rotunda:
«Por cierto, por ynposible tengo tan estraña cosa, y la terne por dudosa si no la viese visible por señal maravillosa.Å»(Auto 32, vv. 268-272)
Las dudas del icono [Tomás] son neutralizadas por la presencia de otro
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icono, la cinta de Nuestra Senora que le llega al discípulo desde el Cielo. La
cinta tiene un gran efectismo escénico, porque une el cielo y la tierra,
porque rompe la extrañeza y la anisotopía en que vivía Tomás, porque
reduce la fantasía a la condición de maravilla, con la que todos los
espectadores pueden apropiarse el misterio. Sentirán así que, dentro de lo
predicado por la Iglesia, hay algo sobrehumano, maravilloso, pero
perfectamente isotópico dentro de la escena y, consagrado por el magisterio,
también fuera de la escena, en su significado, en su semántica.
La presencia de lo religioso en el teatro espanol del siglo XVI, en el de
lengua castellana, ocupa un vasto espacio y es el resultado de una evidente
voluntad de hacer catequesis. Bien sea el destinatario un público reducido,
el cortesano o el colegial, o mucho más amplio, el que asistía a las
representaciones hechas en calles y plazas, el hecho es que la experiencia
colectiva dejó un corpus amplísimo y variado, cargado de enseñanzas
religiosas y morales, y construido previendo unas normas escénicas que
evolucionarían hasta llegar a las comedias de santos o a los autos
sacramentales del XVII. El camino fue largo y los medios utilizados
variados, según las diferentes categorías de espectador con que los textos
dramáticos se fueron enfrentando.
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