#0.4. el traidor - veronica roth

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EL TRAIDOR

Otro año, otro Día de Visita.

Hace dos años, cuando era un iniciado, fingía que mi propio Día de Visita

no existía, encerrado en la sala de entrenamiento con un saco de boxeo.

Estaba allí durante tanto tiempo que olía el sudor polvoriento durante

varios días. El año pasado, el primer año que entrené iniciados, hice lo

mismo, a pesar de que Zeke y Shauna me invitaron a pasar el día con sus

familias en su lugar.

Este año tengo cosas más importantes que hacer que golpear un saco y

estar deprimido sobre mi disfuncional familia. Me voy a la sala de control.

Camino por el Pozo, esquivando reencuentros llenos de lágrimas y

carcajadas. Las familias siempre pueden reunirse en el Día de Visita,

incluso si son de diferentes facciones, pero con el tiempo, por lo general

dejan de venir. Después de todo es “Facción antes que la sangre”. La

mayor parte de ropa mezclada que veo pertenece a familias de transferidos:

la hermana de Erudición de Will está vestida de azul claro, los padres de

Verdad de Peter están en blanco y negro. Por un momento miro a sus

padres, y me pregunto si ellos lo convirtieron en la persona que es. Pero la

mayoría de las veces, supongo que las personas no son tan fáciles de

explicar.

Se supone que debo estar en una misión, pero me detengo junto al

abismo, presionándome en la barandilla. Trozos de papel flotan en el agua.

Ahora que sé dónde están los escalones tallados en la piedra en la pared

de enfrente, puedo verlos de inmediato, y la puerta oculta que conduce a

ellos. Sonrío un poco, pensando en las noches que he pasado en esas

rocas con Zeke o Shauna, a veces hablando y a veces simplemente

sentándonos y escuchando el movimiento del agua.

Oigo pasos que se acercan, y miro por encima del hombro. Tris está

caminando hacia mí, escondida bajo el brazo vestido de gris de una mujer

de Abnegación. Natalie Prior. Me pongo rígido, de repente desesperado por

escapar… ¿Y si Natalie sabe quién soy, de dónde vengo? ¿Qué pasa si se le

escapa, aquí, rodeados de toda esta gente?

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No es posible que me reconozca. No luzco para nada como el chico que

conocía, larguirucho, encorvado y enterrado en tela.

Cuando está lo suficientemente cerca, extiende su mano.

—Hola, mi nombre es Natalie. Soy la madre de Beatrice.

Beatrice. Ese nombre es tan equivocado para ella.

Estrecho la mano de Natalie y la sacudo. Nunca he sido aficionado a la

sacudida de manos de Osadía. Es demasiado impredecible: nunca sabes

cuán fuerte apretar, cuántas veces sacudir.

—Cuatro —le digo—. Encantado de conocerle.

—Cuatro —dice Natalie, y sonríe—. ¿Es un apodo?

—Sí —le digo. Cambio de tema—. Su hija está haciéndolo bien aquí. He

estado supervisando su formación.

—Eso es bueno de escuchar —dice ella—. Sé algunas cosas acerca de la

iniciación de Osadía, y estaba preocupada por ella.

Echo un vistazo a Tris. Hay color en sus mejillas, se ve feliz, como si ver a

su madre le está haciendo algo de bien. Por primera vez, comprendo muy

bien lo mucho que ha cambiado desde la primera vez que la vi,

tambaleándose sobre la plataforma de madera, de aspecto frágil, como si el

impacto de la red deberían haberla destrozado. Ya no se ve frágil, con las

sombras de moretones en su cara y una nueva estabilidad en su forma de

permanecer de pie, como si estuviera lista para cualquier cosa.

—No debe preocuparse —le digo a Natalie.

Tris mira hacia otro lado. Creo que todavía está enojada conmigo por la

forma en que rocé su oreja con ese cuchillo. Supongo que en realidad no la

culpo.

—Luces familiar por alguna razón, Cuatro —dice Natalie. Me gustaría

pensar que su comentario fue animado si no fuera por la forma en que me

mira, como si me examinara.

—No puedo imaginar por qué —le digo, con tanta frialdad que puedo

manejar—. No hago un hábito el asociarme con Abnegación.

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Ella no reacciona de la manera en que esperaba, con sorpresa, miedo o ira.

Solo se ríe.

—Pocas personas lo hacen, en estos días. No lo tomo como algo personal.

Si ella me reconoce, no parece muy dispuesta a decirlo. Intento relajarme.

—Bueno, las dejaré para su reunión —les digo.

En mi pantalla, los vídeos de seguridad cambian desde el vestíbulo de la

Espira al agujero cercado por cuatro edificios, la entrada inicial a Osadía.

Una multitud está reunida alrededor del agujero, escalando dentro y fuera

de él, supongo que para probar la red.

—¿No involucrado en el Día de Visita? —Mi supervisor, Gus, se sitúa en mi

hombro, bebiendo de una taza de café. No es tan viejo, pero hay una calva

en la coronilla de su cabeza. Mantiene el resto de su cabello corto, incluso

más corto que el mío. Sus lóbulos están estirados con discos anchos—. No

pensé que te vería de nuevo hasta que la iniciación hubiera terminado.

—Supuse que también podría hacer algo productivo.

En mi pantalla, todo el mundo se arrastra fuera del agujero y se mantiene

al margen, sus espaldas contra uno de los edificios. Una figura oscura se

mueve lentamente hacia el borde del techo alto por encima del agujero,

corre unos pasos y salta. Mi estómago cae como si yo fuera el que saltó, y

la figura desaparece bajo el pavimento. Nunca me acostumbraré a ver eso.

—Parecen estar teniendo un buen momento —dice Gus, sorbiendo su

café—. Bueno, siempre eres bienvenido a trabajar cuando no estés de

turno, pero no es un crimen tener un poco de diversión sin sentido,

Cuatro.

Él se aleja, y murmuro:

—Así me han dicho.

Miro por encima de la sala de control. Está casi vacía, en el Día de Visita,

solo unas pocas personas tienen la obligación de trabajar, y por lo general

son los más antiguos. Gus se encorva sobre su pantalla. Otros dos lo

flanquean, escaneando a través de imágenes con sus auriculares medio

puestos. Y luego estoy yo.

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Escribo un comando, evocando la imagen que guardé la semana pasada.

Ésta muestra a Max en su oficina, sentado en su ordenador. Él presiona

las teclas con el dedo índice, buscando las adecuadas durante varios

segundos entre golpeteos. No muchos en Osadía saben cómo escribir

correctamente, especialmente Max, de quien me han dicho ha pasado la

mayor parte de su tiempo en Osadía patrullando el sector Sin Facción con

un arma a su lado, él no debe haber previsto que iba a necesitar usar una

computadora. Me inclino cerca de la pantalla para asegurarme de que los

números que anoté antes son los adecuados. Si los son, tengo la

contraseña de la cuenta de Max escrita en un pedazo de papel en mi

bolsillo.

Desde que me di cuenta que Max estaba trabajando estrechamente con

Jeanine Matthews, y comencé a sospechar que tenían algo que ver con la

muerte de Amar, he estado buscando una manera de investigar más a

fondo. Cuando lo vi digitar su contraseña el otro día, encontré una.

084628. Sí, los números parecen correctos. Evoco la grabación de

seguridad en vivo una vez más, y la ciclo a través de la cámara hasta que

encuentro las que muestran la oficina de Max y el pasillo más allá de ella.

Luego escribo el comando para poner las imágenes de la oficina de Max

fuera de rotación, de modo que Gus y los otros no las verán; solo se

reproducirá en mi pantalla. Las imágenes de toda la ciudad están siempre

divididas por cuántas personas estén en la sala de control, por lo que no

todos están mirando las mismas al mismo tiempo. Se supone que solo

debemos poner las imágenes en la rotación general durante unos segundos

a la vez, si necesitamos un vistazo más de cerca a algo, pero con suerte

esto no me llevará mucho tiempo. Me deslizo fuera de la habitación y

camino hacia los ascensores.

Este nivel de la Espira está casi vacío; todo el mundo se ha ido. Eso hará

que sea más fácil para mí hacer lo que tengo que hacer. Viajo en el

ascensor hasta el décimo piso, y camino resueltamente hacia la oficina de

Max. He descubierto que cuando vas a escondidas, lo mejor es no parecer

como si estuvieras yendo a escondidas. Escribo en el dispositivo en mi

bolsillo mientras camino, y doy vuelta a la esquina hacia la oficina de Max.

Empujo la puerta con mi zapato, hoy más temprano, después de que me

asegurara que había ido al Pozo para empezar los preparativos del Día de

Visita, me arrastré hasta aquí y tapé la cerradura. Cierro la puerta tras de

mí, no enciendo las luces, y me pongo en cuclillas al lado de su escritorio.

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No quiero mover la silla para sentarme en ella; no quiero que él vea que

algo de esta sala ha cambiado cuando regrese.

La pantalla me pide una contraseña. Mi boca se siente seca. Tomo el papel

de mi bolsillo y lo desdoblo contra el escritorio mientras escribo: 084628.

La pantalla cambia. No puedo creer que funcionó.

De prisa. Si Gus descubre que no estoy, que estoy aquí, no sé lo que voy a

decir, qué excusa podría darle que suene razonable. Inserto la unidad

flash y transfiero el programa que puse allí antes. Le pregunté a Lauren,

una de los técnicos en Osadía y mi compañera instructora de iniciación,

por un programa que hiciera a una computadora un espejo de otra, bajo el

pretexto de que quería jugarle una broma a Zeke cuando estuviéramos en

el trabajo. Ella estaba feliz de ayudar, otra cosa que he descubierto es que

en Osadía siempre están dispuestos a una broma, y rara vez en busca de

una mentira.

Con unas pocas pulsaciones de teclas, el programa está instalado y

enterrado en algún lugar de la computadora de Max al que estoy seguro

que nunca se molestaría en acceder. Pongo la unidad flash en mi bolsillo,

junto con el trozo de papel con su contraseña en él, y salgo de la oficina

sin dejar mis huellas dactilares en el cristal de la puerta.

Eso fue fácil, pienso, mientras camino hacia los ascensores de nuevo.

Según mi reloj, solo me tomó cinco minutos. Puedo afirmar que estaba en

un descanso en el baño si alguien pregunta.

Pero cuando vuelvo a la sala de control, Gus está de pie frente a mi

computadora, mirando a mi pantalla.

Me congelo. ¿Cuánto tiempo ha estado allí? ¿Me vio irrumpir en la oficina

de Max?

—Cuatro —dice Gus, sonando serio—. ¿Por qué aislaste esta grabación?

No se supone que saques imágenes de la rotación, lo sabes.

—Yo… —¡Miente! ¡Miente ahora!—. Me pareció ver algo —término sin

convicción—. Se nos permite aislar secuencias si vemos algo fuera de lo

común.

Gus se mueve hacia mí.

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—Entonces —dice—, ¿por qué te acabo de ver en esta pantalla saliendo de

ese mismo pasillo?

Señala el pasillo en mi pantalla. Mi garganta se aprieta.

—Me pareció ver algo, y subí a investigarlo —le digo—. Lo siento, solo

quería moverme.

Me mira fijamente, mordiendo el interior de su mejilla. No me muevo. No

miro hacia otro lado.

—Si alguna vez ves algo fuera de lo normal de nuevo, sigue el protocolo.

Informa a tu supervisor, quien es… ¿quién, una vez más?

—Tú —le digo, suspirando un poco. No me gusta ser tratado con

condescendencia.

—Correcto. Veo que puedes mantenerte al día —dice—. Honestamente,

Cuatro, después de más de un año de trabajar aquí no debería haber

tantas irregularidades en tu desempeño laboral. Tenemos reglas muy

claras, y todo lo que tienes que hacer es seguirlas. Esta es la última

advertencia. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —le digo. Me han castigado varias veces por sacar

secuencias de la rotación para ver encuentros con Jeanine Matthews y

Max, o con Max y Eric. Nunca me dieron ninguna información útil, y casi

siempre me atraparon.

—Bueno. —Su voz se aligera un poco—. Buena suerte con los iniciados.

¿Tienes a los transferidos de nuevo este año?

—Sí —le digo—. Lauren se quedó con los nacidos en Osadía.

—Ah, qué pena. Tenía la esperanza de que llegaras a conocer a mi

hermana menor —dice Gus—. Si fuera tú, iría a hacer algo para relajarme.

Estamos bien aquí. Simplemente deja correr esas secuencias antes de irte.

Él regresa a su computadora, y yo aflojo mi mandíbula. Ni siquiera estaba

consciente de que lo estaba haciendo. Con mi rostro palpitante, apago el

ordenador y salgo de la sala de control. No puedo creer que me salí con la

mía.

Ahora, con este programa instalado en el equipo de Max, puedo ir a través

de todos y cada uno de sus archivos de relativa intimidad desde la sala de

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control. Puedo averiguar exactamente lo que él y Jeanine Matthews se

traen entre manos.

Esa noche sueño que estoy caminando por los pasillos de la Espira, y

estoy solo, pero los pasillos no terminan, y la vista desde las ventanas no

cambia, las galerías de las vías del tren se curvan en edificios altos, el sol

enterrado en las nubes. Siento que estoy caminando durante horas, y

cuando me despierto con un sobresalto, es como si nunca dormí en

absoluto.

Entonces oigo un golpe y una voz gritando:

—¡Abre!

Esto se siente más como una pesadilla que el hastío del que acabo de

escapar; estoy seguro que son soldados de Osadía que vienen a mi puerta

porque se enteraron de que soy Divergente, o que estoy espiando a Max, o

que me he puesto en contacto con mi madre Sin Facción el pasado año.

Todas las cosas que dicen “traidor a la facción”.

Los soldados de Osadía vienen a matarme, pero mientras camino hacia la

puerta, me doy cuenta que si iban a hacer eso, no harían tanto ruido en el

pasillo. Y además, esa es la voz de Zeke.

—Zeke —digo cuando abro la puerta—. ¿Cuál es tu problema? Estamos a

mitad de la noche.

Hay una línea de sudor en su frente, y está sin aliento. Debe haber corrido

hasta aquí.

—Estaba trabajando el turno nocturno en la sala de control —dice Zeke—.

Algo pasó en el dormitorio de los transferidos.

Por alguna razón, mi primer pensamiento es ella, sus grandes ojos

mirándome desde lo más recóndito de mi memoria.

—¿Qué? —digo—. ¿A quién?

—Caminamos y hablamos —dice Zeke.

Me pongo los zapatos y me cubro con mi chaqueta y lo sigo por el pasillo.

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—El chico de Erudición. El rubio —dice Zeke.

Tengo que reprimir un suspiro de alivio. No es ella. Nada le pasó a ella.

—¿Will?

—No, el otro.

—Edward.

—Sí, Edward. Fue atacado. Apuñalado.

—¿Está muerto?

—Vive. Recibió el golpe en el ojo.

Me detengo.

—¿En el ojo?

Zeke asiente.

—¿A quién le dijiste?

—Al supervisor nocturno. Él fue a decirle a Eric, Eric dijo que lo resolvería.

—Claro que lo hará. —Giro a la derecha, lejos del dormitorio de los

transferidos.

—¿A dónde vas? —dice Zeke.

—¿Edward ya está en la enfermería? —Camino hacia atrás mientras hablo.

Zeke asiente.

—Entonces voy a ver a Max —le digo.

La sede de Osadía no es tan grande como para no saber dónde vive la

gente. El apartamento de Max está enterrado profundamente en los

pasillos subterráneos de la sede, cerca de una puerta trasera que se abre

justo al lado de las vías del tren. Marcho hacia ella, siguiendo las lámparas

de emergencia funcionando por nuestro generador solar.

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Golpeo en la puerta de metal con mi puño, despertando a Max del mismo

modo que Zeke me despertó. Él abre la puerta unos segundos más tarde,

sus pies desnudos y sus ojos salvajes.

—¿Qué pasó? —dice.

—Uno de mis iniciados fue apuñalado en el ojo —digo.

—¿Y has venido aquí? ¿Alguien informó a Eric?

—Sí. De eso es lo que quiero hablar contigo. ¿Te importa si entro?

No espero por su respuesta, lo rozo al pasar a su lado y entro en su sala de

estar. Él enciende la luz, mostrando el espacio más desordenado que

jamás he visto, tazas usadas y platos esparcidos a través de la mesita de

café, todos los cojines del sofá en medio del desorden, el suelo gris con

polvo.

—Quiero que la iniciación vuelva a lo que era antes de que Eric lo hiciera

más competitivo —digo—, y lo quiero fuera de mi sala de entrenamiento.

—No creerás que es culpa de Eric que un iniciado resultara herido —dice

Max, cruzando sus brazos—. O que estás en posición de hacer exigencias.

—Sí, es su culpa, ¡por supuesto que es su culpa! —digo, más fuerte de lo

que quería—. ¡Si todos ellos no estuvieran luchando por uno de los diez

puestos, no estarían tan desesperados como para estar listos para

atacarse el uno al otro! ¡Los tiene tan tensos, por supuesto que al final van

a explotar!

Max está callado. Parece molesto, pero no me llama ridículo, lo cual es un

comienzo.

—¿No crees que el iniciado que hizo el ataque debería ser responsable? —

dice Max—. ¿No crees que él o ella sea el único culpable, en lugar de Eric?

—Por supuesto que él, ella, quién sea, debería ser responsable —digo—.

Pero esto nunca habría ocurrido si Eric…

—No puedes decir eso con certeza —dice Max.

—Puedo decirlo con la certeza de una persona razonable.

—¿Yo no soy razonable? —Su voz es baja, peligrosa, y de repente recuerdo

que Max no es solo el líder de Osadía a quien le agrado por alguna razón

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inexplicable, es el líder de Osadía que está trabajando estrechamente con

Jeanine Matthews, aquella que designó a Eric, aquella que probablemente

tuvo algo que ver con la muerte de Amar.

—Eso no es lo quería decir —digo, tratando de mantener la calma.

—Deberías tener más cuidado al comunicar exactamente lo que quieres

decir —dice Max, acercándose a mí—. O alguien comenzará a pensar que

insultas a tus superiores.

No respondo. Él se mueve aún más cerca.

—O cuestionando los valores de tu facción —dice, y sus ojos inyectados en

sangre se desvían hacia mi hombro, donde las llamas de Osadía de mi

tatuaje sobresalen por el cuello de mi camisa. Desde que los tengo, he

escondido los símbolos de las cinco facciones que cubren mi espalda, pero

por alguna razón, en este momento, me aterra que Max sepa sobre ellos.

Que sepa lo que significan, que no soy un miembro perfecto de Osadía; soy

alguien que cree que más de una virtud debe ser apreciada; soy

Divergente.

—Tuviste la oportunidad de convertirte en un líder de Osadía —dice Max—

. Tal vez podrías haber evitado este incidente si no te hubieras echado

atrás como un cobarde. Pero lo hiciste. Ahora tienes que lidiar con las

consecuencias.

Su rostro está mostrando su edad. Tiene líneas que no tenía el año

pasado, o el año anterior, y su piel es de un marrón grisáceo, como si

hubiera sido espolvoreado con ceniza.

—Eric está tan implicado en la iniciación como lo está porque tú te negaste

a seguir las órdenes el año pasado… —El año pasado, en la sala de

entrenamiento, detuve todas las peleas antes de que las lesiones se

convirtieran en demasiado graves, en contra de las órdenes de Eric que las

luchas solo se detendrían cuando una persona fuera incapaz de continuar.

Como resultado, casi pierdo mi posición como instructor de iniciación; lo

hubiera hecho, si Max no se hubiera involucrado—… y yo quise darte otra

oportunidad para hacerlo bien, con una supervisión más estricta —dice

Max—. Estás fallando en hacerlo. Has ido demasiado lejos.

El sudor que había hecho camino hacia aquí se había vuelto frío. Él

retrocede y abre sus puertas otra vez.

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—Sal de mi apartamento y lidia con tus iniciados —dice Max—. No me

dejes ver que te salgas de la línea otra vez.

—Sí, señor —digo reservadamente, y salgo.

Voy a ver a Edward en la enfermería temprano en la mañana, cuando el

sol está saliendo, brillando a través del techo de vidrio del Pozo. Su cabeza

está envuelta en vendas blancas, y no se mueve, no habla. No le digo nada,

solo me siento junto a su cabeza y veo los minutos hacer tic tac en el reloj

de pared.

He sido un idiota. Pensé que era invencible, que el deseo de Max de

tenerme como un compañero líder nunca vacilaría, que en algún nivel

confiaba en mí. Debería haberlo sabido mejor. Todo lo que Max quería era

un peón… eso es lo que dijo mi madre.

No puedo ser un peón. Pero no estoy seguro de lo que debería ser en su

lugar.

El escenario que Tris Prior inventa es inquietante y casi hermoso, el cielo

de color hiel, la hierba seca extendiéndose kilómetros en cada dirección.

Ver la simulación de miedo de otros es extraño. Íntimo. No me siento bien

obligando a otras personas a ser vulnerable, aunque no me agraden. Cada

ser humano tiene derecho a sus secretos. Ver los temores de mis iniciados,

uno tras otro, me hace sentir que mi piel ha sido raspada crudamente con

lija.

En la simulación de Tris, la hierba seca está perfectamente inmóvil. Si el

aire no estuviera estancado, diría que esto era un sueño, no una pesadilla;

pero el aire estancando significa solo una cosa para mí, y eso es una

tormenta que se avecina.

Una sombra se mueve a través de la hierba, y un gran pájaro negro

aterriza en su hombro, curvando sus garras en su camisa. Mis dedos

pican, recordando cómo toqué su hombro cuando ingresó en la sala de

simulación, cómo aparté su cabello suavemente de su cuello para

inyectarla. Estúpido. Descuidado.

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Ella le pega al pájaro negro, duro, y luego todo sucede a la vez. El trueno

retumba; el cielo se oscurece, no con nubes de tormenta, sino con pájaros,

un increíblemente enorme enjambre de ellos, moviéndose al unísono como

muchas partes de una misma mente.

El sonido de su grito es el peor sonido del mundo, desesperado, ella está

desesperada por ayuda y yo estoy desesperado por ayudarla, aunque sé

que lo que estoy viendo no es real, lo sé. Los cuervos siguen llegando,

implacables, rodeándola, enterrándola viva con plumas oscuras. Ella grita

pidiendo ayuda y yo no puedo ayudarla, y no quiero ver esto, no quiero ver

otro segundo.

Pero entonces, ella empieza a moverse, cambiando de posición para así

estar tumbada en la hierba, cediendo, relajándose. Si está sufriendo ahora

no lo demuestra; solo cierra los ojos y se rinde, y de alguna manera, eso es

peor que sus gritos pidiendo ayuda.

Entonces termina.

Se alza de golpe en la silla metálica, se sacude su cuerpo para deshacerse

de las aves, aunque se han ido. Luego se hace un ovillo y esconde su

rostro.

Extiendo la mano para tocar su hombro, para tranquilizarla, y ella golpea

mi brazo, con fuerza.

—¡No me toques!

—Ya terminó —digo, encogiéndome; ella pega más fuerte de lo que se da

cuenta. Ignoro el dolor y recorro una mano sobre su cabello, porque soy

estúpido, e inoportuno y estúpido…

—Tris.

Ella solo se balancea de adelante hacia atrás, calmándose a sí misma.

—Tris, voy a llevarte de vuelta a los dormitorios, ¿de acuerdo?

—¡No! No pueden verme… no así…

Esto es lo que ha creado el nuevo sistema de Eric: un ser humano valiente

acaba de derrotar a uno de sus peores temores en menos de cinco

minutos, un calvario que le lleva a la mayoría de la gente por lo menos dos

veces ese tiempo, pero ella está aterrorizada de volver al pasillo, de ser

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vista como una persona débil o vulnerable de cualquier modo. Tris es de

Osadía, simple y llanamente, pero esta facción ya no es realmente Osadía.

—Oh, cálmate —digo, más irritable de lo que quiero ser—. Te sacaré por la

puerta de atrás.

—No necesito que lo hagas… —Puedo ver sus manos temblando mientras

se encoge de hombros ante mi oferta.

—Tonterías —digo. Tomo su brazo y la ayudo a pararse. Ella limpia sus

ojos mientras me muevo hacia la puerta de atrás. Amar una vez me llevó a

través de esta puerta, trató de regresarme al dormitorio incluso cuando no

quería que lo hiciera, de la manera que ella probablemente no quiere que

yo lo haga ahora. ¿Cómo es posible vivir la misma historia dos veces,

desde diferentes puntos de vista?

Ella aparta su brazo del mío y se vuelve hacia mí.

—¿Por qué me hiciste eso? ¿Cuál fue el punto de eso, eh? ¡No sabía que al

elegir Osadía, estaba firmando para semanas de tortura!

Si ella fuera alguien más, cualquiera de los otros iniciados, le habría

gritado por insubordinación una docena de veces. Me hubiera sentido

amenazado por sus constantes ataques contra mi persona, y trataría de

aplastar sus sublevación con crueldad, de la manera en que le hice a

Christina en el primer día de su iniciación. Pero Tris se ganó mi respeto

cuando saltó en primer lugar, en la red; cuando me retó en su primera

comida; cuando no fue disuadida por mis desagradables respuestas a las

preguntas; cuando levantó su voz por Al y me miró fijamente a los ojos

mientras le lanzaba cuchillos. Ella no es mi subordinada, no podría serlo.

—¿Creías que la superación de la cobardía sería fácil? —digo.

—¡Eso no es superar la cobardía! ¡La cobardía es cómo decides ser en la

vida real, y en la vida real, no estoy siendo picoteada a muerte por cuervos,

Cuatro!

Ella comienza a llorar, pero estoy tan sorprendido por lo que dijo como

para sentirme incómodo con sus lágrimas. No está aprendiendo las

lecciones que Eric quiere que aprenda. Está aprendiendo cosas diferentes,

cosas más sabias.

—Quiero volver a casa —dice.

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Sé dónde están las cámaras en este pasillo. Espero que ninguna de ellas

haya captado lo que dijo.

—Aprender a pensar en un ambiente de miedo es una lección que todos,

incluso tu Estirada familia, tiene que aprender —digo. Dudo de un montón

de cosas acerca de la iniciación de Osadía, pero las simulaciones de miedo

no son una de ellas; son la forma más sencilla para que una persona

atraiga sus propios temores y los conquiste, mucho más sencillo que las

dagas o la lucha—. Eso es lo que estamos tratando de enseñarles. Si no

puedes aprenderlo, deberás irte de aquí de inmediato, porque no te

querremos.

Soy duro con ella porque sé que puede manejarlo. Y también porque no sé

de qué otra manera ser.

—Estoy tratando. Pero fallé. Estoy fallando.

Casi siento ganas de reír.

—¿Cuánto tiempo crees que pasaste en esa alucinación, Tris?

—No lo sé. ¿Media hora?

—Tres minutos —digo—. Lo hiciste tres veces más rápido que cualquiera

de los otros iniciados. Quienquiera que seas, no eres un fracaso.

Podrías ser Divergente, pienso. Pero ella no hizo nada para cambiar la

simulación, así que, tal vez no lo es. Tal vez solo es valiente.

Le sonrío.

—Mañana vas a ser mejor en esto. Ya lo verás.

—¿Mañana?

Está más tranquila ahora. Le toco la espalda, justo debajo de los hombros.

—¿Cuál fue tu primera alucinación? —me pregunta.

—No fue un “cuál” sino más bien un “quién”. —Mientras lo estoy diciendo,

creo que solo debería decirle el primer obstáculo en mi pasaje de miedo, el

miedo a las alturas, aunque no es exactamente lo que está preguntando.

Cuando estoy con ella no puedo controlar lo que digo como lo hago con

otras personas. Digo cosas vagas, porque eso es lo más cerca que puedo

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llegar a evitar de decir cualquier cosa, mi mente alterada por la sensación

de su cuerpo a través de su camisa—. No es importante.

—¿Y has superado ese miedo ahora?

—Todavía no. —Estamos en la puerta del dormitorio. El paseo nunca ha

sido tan rápido. Pongo mis manos en los bolsillos, así no hago nada

estúpido con ellas de nuevo—. Tal vez nunca pueda.

—¿Así que no se van?

—A veces lo hacen. Y a veces nuevos temores los reemplazan. Pero perder

el miedo no es el punto. Eso es imposible. Se trata de aprender a controlar

tu miedo, y cómo ser libre de él, ese es el punto.

Ella asiente. No sé por qué aquí, pero si tuviera que suponer, diría que

eligió Osadía por su libertad. Abnegación habría ahogado la chispa en ella

hasta extinguirla. Osadía, con todos sus defectos, ha encendido la chispa

en una llama.

—De todos modos —le digo—. Tus temores son raramente lo que parecen

ser en la simulación.

—¿Qué quieres decir?

—Bueno, ¿tienes realmente miedo de los cuervos? —Sonrío—. ¿Cuando

ves uno, escapas gritando?

—No, creo que no.

Ella se acerca a mí. Me sentía más seguro cuando había más espacio entre

nosotros. Al estar aún más cerca, pienso en tocarla, y mi boca se seca.

Casi nunca pienso en la gente de esa manera, acerca de chicas de esa

manera.

—Entonces, ¿a qué le tengo miedo realmente? —dice.

—No lo sé —le digo—. Solo tú puedes saber.

—No sabía que Osadía sería tan difícil.

Me alegro de tener algo más en qué pensar, aparte de lo fácil que sería

poner mi mano en el arco de su espalda.

—Me han dicho que no siempre fue así. Ser de Osadía, quiero decir.

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—¿Qué ha cambiado?

—El liderazgo. La persona que controla la formación marca la pauta de la

conducta en Osadía. Hace seis años Max y los otros líderes cambiaron los

métodos de entrenamiento para hacerlos más competitivos y más brutales.

—Hace seis años, la parte de la formación de combate era breve y no

incluía el combate con los nudillos al desnudo. Los Iniciados llevaban

guantes. Se hacía hincapié en ser fuerte y capaz, y en el desarrollo de la

camaradería con los otros iniciados. E incluso cuando yo era un iniciado,

era mejor que esto, un potencial ilimitado para los iniciados a convertirse

en miembros, las peleas que se detenían cuando una persona cedía—.

Dijeron que eran para probar la fuerza de las personas. Y eso cambió las

prioridades de Osadía en su conjunto. Te apuesto a que no adivinas quién

es el nuevo protegido de los líderes.

Por supuesto, lo hace de inmediato.

—Entonces, si fuiste clasificado de primero en tu clase de iniciados, ¿cuál

fue el rango de Eric?

—Segundo.

—Así que, él fue su segunda elección para el liderazgo. Y tú fuiste su

primera opción.

Perceptiva. No sé si yo fui la primera opción, pero era sin duda una opción

mejor que Eric.

—¿Por qué dices eso?

—La forma en que Eric estaba actuando en la cena la primera noche.

Celoso, a pesar de que tiene lo que quiere.

Nunca he pensado en Eric de esa manera. ¿Celoso? ¿De qué? Nunca he

tomado nada de él, nunca he supuesto una amenaza real para él. Él es el

que vino tras Amar, quien vino tras de mí. Pero tal vez tenga razón, quizás

nunca vi lo frustrado que estaba al ser el segundo de un transferido de

Abnegación, después de todo su gran esfuerzo, o que me vi favorecido por

Max para el liderazgo, incluso cuando él fue colocado aquí específicamente

para tomar el papel de líder.

Ella se seca su cara.

—¿Me veo como si hubiera estado llorando?

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La pregunta parece casi divertida para mí. Sus lágrimas se desvanecieron

casi tan rápido como llegaron, y ahora su rostro está normal otra vez, sus

ojos secos, su cabello alisado. Como si nada hubiera ocurrido, como si no

acabara de pasar tres minutos abrumada por el terror. Es más fuerte que

yo.

—Hmm. —Me inclino más cerca, haciendo de examinarla una broma, pero

entonces no es una broma, y estoy tan cerca, y estamos compartiendo un

respiro.

—No, Tris —digo—. Te ves… —Trato con una expresión de Osadía—. Dura

como un clavo.

Ella sonríe un poco. Así que yo también.

—Oye —dice Zeke adormilado, con la cabeza apoyada en su puño—.

¿Quieres terminar esto por mí? Prácticamente necesito poner cinta en mis

ojos para mantenerlos abiertos.

—Lo siento —le digo—. Solo tengo que utilizar un ordenador. Sabes son

solo las nueve en punto, ¿no?

Bosteza.

—Me canso cuando mi mente está aburrida. Sin embargo, el turno casi

termina.

Me encanta la sala de control en la noche. Solo hay tres personas que

supervisan la sala, así que la habitación está en silencio excepto por el

zumbido de las computadoras. A través de las ventanas no veo más que

una rendija de la luna; todo lo demás está oscuro. Es difícil encontrar la

paz en la sede de Osadía, y este es el lugar donde la encuentro más a

menudo.

Zeke da la espalda a su pantalla. Yo me siento en una computadora a

unos asientos más allá de él, y muevo la pantalla lejos de la habitación.

Entonces abro una sesión, utilizando el nombre de la cuenta falsa que

configuré hace varios meses, así nadie sería capaz de rastrearla hasta mí.

Una vez que estoy conectado, abro el programa reflejo que me permite

utilizar el ordenador de Max de forma remota. Se tarda un segundo en

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arrancar, pero cuando lo hace, es como si estuviera sentado en la oficina

de Max, usando la misma máquina que él utiliza.

Trabajo de forma rápida, sistemáticamente. Él ordena sus carpetas con

números, así que no sé lo que cada una va a contener. La mayoría son

benignas, listas de miembros de Osadía o los horarios de los eventos. Abro

y cierro en cuestión de segundos.

Voy más profundo en los archivos, carpeta tras carpeta, y luego encuentro

algo extraño. Una lista de suministros, pero los suministros no incluyen

alimentos o tela o cualquier otra cosa que me esperaba para la mundana

vida en Osadía; la lista es para armas. Jeringas. Y algo marcado como

Suero D2.

Solo me puedo imaginar una cosa para que Osadía requiera tener tantas

armas: un ataque. ¿Pero de quién?

Compruebo la sala de control de nuevo, mis latidos golpeando en mi

cabeza. Zeke está jugando un juego en el ordenador que él mismo escribió.

El segundo operador de sala de control se desplomó hacia un lado, con los

ojos medio cerrados. El tercero está agitando su vaso de agua ociosamente

con su popote, mirando por las ventanas. Nadie me está prestando

atención.

Abro más archivos. Después de algunos esfuerzos inútiles, encuentro un

mapa. Está marcado en su mayoría con letras y números, así que al

principio no sé lo que está mostrando.

Pero luego abro un mapa de la ciudad, en la base de datos de Osadía para

compararlos, y me recargo en mi silla mientras me doy cuenta en qué

calles el mapa de Max se está centrando.

El sector de Abnegación.

El ataque será contra Abnegación.

Por supuesto debería haber sido obvio. ¿A quién más podrían Max y

Jeanine molestarse en atacar? La venganza de Max y Jeanine es en contra

de Abnegación, y siempre lo ha sido. Debí haberme dado cuenta cuando

los de Erudición liberaron esa historia de mi padre, el marido y padre

monstruoso. Lo único cierto que han escrito, por lo que puedo decir.

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Zeke empuja mi pierna con su pie.

—El turno ha terminado. ¿Hora de dormir?

—No —le digo—. Necesito un trago.

Él se anima notablemente. No es todas las noches que me decido a

abandonar mi existencia retirada y estéril para una noche de indulgencia

en Osadía.

—Soy tu hombre —dice.

Cierro el programa, mi cuenta, todo. También trato de dejar la información

sobre el ataque a Abnegación detrás, hasta que pueda averiguar qué hacer

con ella, pero me persigue todo el camino hasta el ascensor, a través del

vestíbulo y por las rutas de acceso a la parte inferior del Pozo.

Emerjo de la simulación con una sensación de pesadez en la boca del

estómago. Me separo de los cables y me levanto. Ella todavía está

recuperándose de la sensación de casi ahogarse, agitando sus manos y

respirando profundamente. La miro por un momento, no estando seguro

de cómo decir lo que tengo que decir.

—¿Qué? —dice.

—¿Cómo hiciste eso?

—¿Hacer qué?

—Romper el vidrio.

—No lo sé.

Asiento, y le ofrezco mi mano. Ella se levanta sin ningún problema, pero

evita mis ojos. Reviso las esquinas de la habitación por las cámaras. Hay

una, justo dónde pensé que estaría, justo frente a nosotros. Tomo su codo

y la conduzco fuera de la habitación, a un lugar donde sé que no vamos a

ser observados, en el ángulo muerto entre dos puntos de vigilancia.

—¿Qué? —dice con irritación.

—Eres Divergente —le digo. No he sido muy bueno con ella hoy. Anoche la

vi a ella y sus amigos junto al abismo, y en un error de juicio, o sobriedad,

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me llevó a inclinarme demasiado cerca, para decirle que se veía bien. Me

preocupa que fuera demasiado lejos. Ahora estoy aún más preocupado,

pero por diferentes razones.

Ella rompió el cristal. Es Divergente. Está en peligro.

Me mira fijamente.

Entonces se hunde en la pared, adoptando un aura casi convincente de

informalidad.

—¿Qué es Divergente?

—No te hagas la tonta —le digo—. Lo sospeché la última vez, pero esta vez

es obvio. Manipulaste la simulación; eres Divergente. Borraré las

imágenes, pero a menos que quieras terminar muerta en el fondo del

abismo, ¡tienes que encontrar la manera de ocultarlo durante las

simulaciones! Ahora, si me disculpas.

Camino de vuelta a la sala de simulación, cerrando la puerta detrás de mí.

Es fácil borrar las grabaciones, solo pulsar unas teclas y listo, expediente

limpio. Vuelvo a comprobar su archivo, asegurándome de que lo único que

hay ahí son los datos de la primera simulación. Tendré que encontrar una

manera de explicar a dónde fueron los datos de esta sesión. Una buena

mentira, una que Eric y Max creerán realmente.

En un apuro, saco mi navaja y la introduzco entre los paneles que cubren

la placa principal de la computadora, haciendo palanca para separarlos.

Luego me dirijo al pasillo, a la fuente de agua potable, y lleno mi boca con

agua.

Cuando vuelvo a la sala de simulación, escupo un poco de agua en el

espacio entre los paneles. Quito mi cuchillo y espero.

Un minuto o más después, la pantalla se oscurece. La sede de Osadía está

básicamente labrada en la piedra, los daños por el agua pasan todo el

tiempo.

Estaba desesperado.

Envié un mensaje con el mismo hombre Sin Facción que usé como

mensajero la última vez que quise estar en contacto con mi madre. Me las

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arreglé para reunirme con ella dentro del último vagón del tren a las diez y

quince desde la sede de Osadía. Asumo que ella sabrá cómo encontrarme.

Me siento con la espalda contra la pared, un brazo envuelto alrededor de

una de mis rodillas, mientras veo pasar la ciudad. Los trenes nocturnos no

se mueven tan rápido como los diurnos entre paradas. Es fácil observar

cómo los edificios cambian a medida que el tren se acerca al centro de la

ciudad, cómo se tornan más altos pero estrechos, cómo pilas de cristal se

acumulan junto a las pequeñas estructuras de piedra más antiguas. Como

una ciudad en capas, una sobre otra, y sucesivamente.

Alguien corre al lado del tren cuando llega a la parte norte de la ciudad.

Me pongo de pie, sosteniendo una de las manijas a lo largo de la pared, y

Evelyn entra tropezando en el vagón llevando botas de Cordialidad, un

vestido de Erudición, y una chaqueta de Osadía. Su cabello peinado hacia

atrás, haciendo que su severo rostro se vea aún más severo.

—Hola —dice ella.

—Hola —le digo.

—Cada vez que te veo, estás más grande —dice—. Supongo que no tiene

sentido preocuparme de que estés comiendo bien.

—Podría decir lo mismo de ti —le digo—, pero por razones distintas.

Sé que no está comiendo bien. Es una Sin Facción, y Abnegación no ha

estado prestando tanta ayuda como lo hacen normalmente, con Erudición

presionando de la manera en que lo hacen.

Llego a mi espalda y agarro la mochila que traje con las latas de la

despensa de Osadía.

—Es solo sopa y verduras insípidas, pero es mejor que nada —digo cuando

se la ofrezco a ella.

—¿Quién dice que necesito tu ayuda? —dice Evelyn con cuidado—. Lo

estoy haciendo muy bien, ya sabes.

—Sí, eso no es para ti —digo—. Es para todos tus amigos delgados. Si yo

fuera tú, no devolvería los alimentos.

—No lo voy hacer —dice, tomando la mochila—. Simplemente no estoy

acostumbrada a tu preocupación. Es un poco cautivador.

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—Estoy familiarizado con el sentimiento —le digo con frialdad—. ¿Cuánto

tiempo pasó antes de que te presentaras en mi vida? ¿Siete años?

Evelyn suspira.

—Si me pediste que viniera hasta aquí solo para empezar esta discusión

otra vez, me temo que no puedo quedarme mucho tiempo.

—No —le digo—. No, no es por eso que te pedí venir aquí.

No quería ponerme en contacto con ella en absoluto, pero sabía que no

podía contarle a ninguno en Osadía lo que había averiguado sobre el

ataque en Abnegación, no sé cuán leales a la facción y a sus políticas son,

y tenía que decírselo a alguien. La última vez que hablé con Evelyn,

parecía saber cosas acerca de la ciudad que yo no. Supuse que podría

saber cómo ayudarme con esto, antes de que fuera demasiado tarde.

Es un riesgo, pero no estoy seguro a quién más acudir.

—He estado vigilando a Max —le digo—. Dijiste que los de Erudición

estaban involucrados con Osadía, y tenías razón. Están planeando algo

juntos, Max, Jeanine y quién sabe quiénes más.

Le explico lo que vi en la computadora de Max, las listas de suministros y

los mapas. Le digo lo que he observado en la actitud de los de Erudición

hacia Abnegación, los informes, cómo incluso están envenenando las

mentes de Osadía contra nuestra antigua facción.

Cuando termino, Evelyn no se ve sorprendida, o incluso agravada. De

hecho, no tengo ni idea de cómo leer su expresión. Permanece en silencio

durante unos segundos, y luego dice:

—¿Has visto alguna indicación de cuándo podría suceder esto?

—No —digo.

—¿Qué hay de los números? ¿Qué tan grande es el ejército de Osadía y

Erudición que tienen intención de utilizar? ¿A partir de dónde pretenden

provocarlo?

—No sé —digo, frustrado—. Realmente no me importa, tampoco. No

importa cuántos reclutas reúnan, van a masacrar Abnegación en cuestión

de segundos. No es como si estuviesen capacitados para defenderse…

tampoco lo harían incluso si supieran cómo.

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—Sabía que algo estaba pasando —dice Evelyn, frunciendo el ceño—.

Ahora, las luces de la sede de Erudición están encendidas todo el tiempo.

Lo que significa que ya no tienen miedo de meterse en problemas con los

líderes del consejo, lo cual… sugiere algo acerca de su creciente

desacuerdo.

—Está bien —digo—. ¿Cómo les advertimos?

—¿Advertir a quién?

—¡A Abnegación! —le digo con vehemencia—. ¿Cómo podemos advertir a

Abnegación de que serán asesinados, cómo le advertimos a Osadía que sus

líderes están conspirando contra el consejo, cómo…?

Hago una pausa. Evelyn está de pie con las manos sueltas a sus lados,

con el rostro relajado y pasivo. Nuestra ciudad está cambiando, Tobias. Eso

es lo que me dijo cuando nos volvimos a ver. En algún momento, pronto,

todos tendrán que elegir un lado, y conozco uno en el cual preferirías estar.

—Ya lo sabías —digo despacio, tratando de procesar la verdad—. Sabías

que estaban planeando algo como esto, y ha sido por un tiempo. Estabas

esperando. Contando con ello.

—No tengo ningún afecto por mi antigua facción. No quiero que ellos, o

cualquier otra facción, siga controlando esta ciudad y su gente —dice

Evelyn—. Si alguien quiere encargarse de mis enemigos por mí, voy a

dejarlos.

—No puedo creerte —le digo—. No todos son Marcus, Evelyn. Están

indefensos.

—Crees que son tan inocentes —dice ella—. No los conoces. Yo los

conozco, los he visto por lo que realmente son.

Su voz es baja y gutural.

—¿Cómo crees que tu padre consiguió mentirte acerca de mí todos estos

años? ¿Crees que los otros líderes de Abnegación no lo ayudaron, no

perpetuaron la mentira? Ellos sabían que no estaba embarazada, que

nadie había llamado a un médico, que no había ningún cuerpo. Pero aun

así te dijeron que estaba muerta, ¿no?

No se me había ocurrido antes. No había ningún cuerpo. Ningún cuerpo,

pero aún así todos los hombres y mujeres que estaban sentados en la casa

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de mi padre esa horrible mañana y la siguiente tarde en el funeral,

participaron del juego de fingir para mí, y para el resto de la comunidad de

Abnegación, incluso diciendo en su silencio: A nadie se le ocurriría

dejarnos. ¿Quién lo querría?

No debería estar tan sorprendido al descubrir que una facción está llena

de mentirosos, pero creo que hay partes de mí que aún son ingenuas,

todavía como un niño.

Ya no.

—Piensa en ello —dice Evelyn—. Esas personas, el tipo de gente que le

dice a un niño que su madre murió solo para salvar las apariencias, ¿son

los que tú quieres ayudar? ¿O quieres ayudar a sacarlos del poder?

Pensé que lo sabía. Aquellos inocentes de Abnegación, con sus constantes

actos de servicio y sus deferentes inclinaciones de cabeza, necesitaban ser

salvados.

Pero esos mentirosos, quienes me obligaron al dolor, quienes me dejaron a

solas con el hombre que me causó dolor, ¿deberían salvarse?

No puedo mirarla, no puedo responderle. Espero que el tren pase en la

plataforma y luego, salto sin mirar atrás.

—No te lo tomes a mal, pero te ves horrible.

Shauna se hunde en la silla junto a la mía, dejando la bandeja en la mesa.

De repente, siento que la conversación de ayer con mi madre fue como un

ruido ensordecedor que alteró mi audición, y ahora cualquier otro sonido

suena amortiguado. Siempre supe que mi padre era cruel. Pero siempre

pensé que los otros de Abnegación eran inocentes; en el fondo, siempre

pensé en mí mismo como un débil por alejarme de ellos, como una especie

de traidor a mis propios valores.

Ahora parece que sin importar lo que decida, estaré traicionando a

alguien. Si les advierto a los de Abnegación sobre los planes de ataque que

encontré en el ordenador de Max, estaré traicionando a Osadía. Si no les

advierto, traiciono a mi antigua facción de nuevo, y de un modo mucho

mayor del que lo hice antes. No tengo más remedio que decidir, y la idea de

decidir me hace sentir enfermo.

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Hoy lo pasé del único modo que sabía: me levanté y fui a trabajar.

Publiqué la lista de clasificación, la cual fue una fuente de cierta

contienda, conmigo abogando por dar mayor peso a la mejora, y Eric

abogando por la firmeza. Fui a comer. Pasando a través de la rutina como

si solo fuera memoria muscular.

—¿Vas a comer algo de eso? —dice Shauna, asintiendo hacia mi plato

lleno de comida.

Me encojo de hombros.

—Tal vez.

Puedo decir que está a punto de preguntar qué está mal, así que lanzo un

nuevo tema.

—¿Cómo está Lynn?

—Lo sabes mejor que yo —dice—. Al ver sus miedos y todo eso.

Corto un pedazo de mi trozo de carne y mastico.

—¿Cómo es eso? —pregunta con cautela, levantando una ceja—. Ver todos

sus miedos, quiero decir.

—No puedo hablar contigo acerca de sus miedos —le digo—. Lo sabes.

—¿Esa es tu regla o una regla de Osadía?

—¿Importa?

Shauna suspira.

—A veces siento que ni siquiera la conozco, eso es todo.

Comemos el resto de nuestra comida sin hablar. Eso es lo que más me

gusta de Shauna: no siente la necesidad de llenar los espacios vacíos.

Cuando terminamos, nos vamos del comedor juntos, y Zeke nos llama

desde el otro lado del Pozo.

—¡Oye! —dice. Está envolviendo un rollo de cinta alrededor de su dedo—.

¿Quieren ir a golpear algo?

—¡Sí! —digo con Shauna al unísono.

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Caminamos hacia la sala de entrenamiento, Shauna actualiza a Zeke

sobre su semana en la valla:

—Hace dos días el idiota que estaba de patrulla comenzó a volverse loco,

jurando que vio algo ahí fuera… Resulta que era una bolsa de plástico… —

Y Zeke desliza su brazo sobre los hombros de ella. Paso los dedos por mis

nudillos y trato de no interponerme en su camino.

Cuando nos acercamos a la sala de entrenamiento, me parece escuchar

voces en su interior. Con el ceño fruncido, empujo la puerta con el pie. En

el interior están Lynn, Uriah, Marlene, y… Tris. La colisión de mundos me

asusta un poco.

—Me pareció escuchar algo aquí —digo.

Uriah está disparando a un blanco con una de las armas de perdigones de

plástico que los de Osadía guardan para diversión, sé con seguridad que él

no posee una, por lo que debe ser de Zeke, y Marlene está masticando

algo. Ella me sonríe y me saluda cuando entro.

—Resulta que es el idiota de mi hermano —dice Zeke—. Se supone que no

deberías estar aquí a estas horas. Cuidado, o Cuatro le dirá a Eric, y luego

serás tan bueno como escalpado.

Uriah mete la pistola debajo de la cintura del pantalón, contra la parte

baja de su espalda, sin activar el seguro. Probablemente va a terminar con

un moretón en el trasero después de que la pistola se dispare en su

pantalón. No se lo menciono.

Sostengo la puerta abierta para urgirlos pasar a través de ella. A medida

que pasa, Lynn me dice:

—No le dirías a Eric.

—No, no lo haría —digo. Cuando Tris pasa a mi lado, extiendo la mano, y

se ajusta automáticamente en el espacio entre sus omóplatos. Ni siquiera

sé si eso fue intencional o no. Y a decir verdad, no me importa.

Los otros comienzan a recorrer el pasillo, nuestro plan original era perder

el tiempo en la olvidada sala de entrenamiento cuando Uriah y Zeke

comienzan a discutir, y Shauna y Marlene comparten el resto de un bollo.

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—Espera un segundo —le digo a Tris. Se vuelve hacia mí, con cara de

preocupación, así que trato de sonreír, pero es difícil sentir ganas de

sonreír en estos momentos.

Me di cuenta de la tensión en la sala de entrenamiento cuando publiqué la

lista de clasificación esta tarde, nunca pensé, cuando estaba calculando

los puntos para las clasificaciones, que tal vez debería rebajarle puntos

para su protección. Habría sido un insulto a su habilidad en las

simulaciones ponerla más abajo de la lista, pero tal vez hubiera preferido

el insulto a la creciente brecha entre ella y sus compañeros transferidos.

A pesar de que está pálida, agotada, hay pequeños cortes alrededor de

cada una de sus uñas, y tiene una mirada vacilante en sus ojos, sé que no

es así. Esta chica nunca querría ser la protegida en el medio del grupo,

nunca.

—Perteneces aquí, ¿lo sabes? —le digo—. Perteneces con nosotros.

Terminará pronto, así que… solo aguanta, ¿de acuerdo?

Mi nuca se siente repentinamente caliente, y me rasco con una mano,

incapaz de mirarla a los ojos, aunque puedo sentir los suyos sobre mí a

medida que se extiende el silencio.

Pero entonces desliza sus dedos entre los míos, y me quedo mirándola,

sorprendido. Aprieto su mano, ligeramente, y me doy cuenta a través de mi

confusión y cansancio, que a pesar de que la he tocado media docena de

veces, cada una con falta de juicio, esta es la primera vez que me lo

devuelve.

Luego se vuelve y corre alcanzando a sus amigos.

Y yo permanezco en el pasillo, solo, sonriendo como un idiota.

Trato de dormir durante la mayor parte de una hora, retorciéndome bajo

las sábanas para encontrar una posición cómoda. Pero parece que alguien

ha reemplazado mi colchón por un saco de piedras. O tal vez es solo que

mi mente está demasiado ocupada para dormir.

Con el tiempo me doy por vencido, me pongo los zapatos, la chaqueta y

camino a la Espira, como lo hago cada vez que no puedo dormir. Pienso

sobre ejecutar el programa de paisaje del miedo otra vez, pero creo que

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esta tarde no repuse mi suministro de suero de simulación, y sería una

molestia conseguir algo ahora. En su lugar entro a la sala de control,

donde Gus me saluda con un gruñido y los otros dos del personal ni

siquiera notaron que entré.

Trato de no ir a través de los archivos de Max de nuevo, siento que sé todo

lo que necesito saber, algo malo se acerca y no tengo ni idea si voy a tratar

de detenerlo.

Necesito decírselo a alguien, necesito a alguien que comparta esto conmigo,

para que me diga qué hacer. Pero no hay nadie en quien confiaría algo

como esto. Incluso mis amigos aquí nacieron y crecieron en Osadía, ¿cómo

puedo saber que no irían a confiar en sus líderes implícitamente? No

puedo saberlo.

Por alguna razón, el rostro de Tris me viene a la mente, abierto pero severo

mientras sujeta mi mano en el pasillo.

Me desplazo por las imágenes, mirando por encima de las calles de la

ciudad y luego regreso a la sede de Osadía. La mayoría de los pasillos

están tan oscuros, no podría ver nada incluso si estuviera ahí. En mis

auriculares, solo escucho el agua corriendo en el abismo o el silbido del

viento a través de los callejones. Suspiro, reclinando mi cabeza en mi

mano, y observo las imágenes cambiando, una tras otra, y dejo que me

arrullen en algo así como dormir.

—Vete a la cama, Cuatro —dice Gus desde el otro lado de la habitación.

Me despierto de un sobresalto, y asiento. Si no estoy realmente mirando

las imágenes, no es una buena idea para mí estar en la sala de control.

Cierro la sesión de mi cuenta y avanzo por el pasillo hacia el ascensor,

parpadeando para despertarme.

Mientras camino cruzando el vestíbulo, escucho un grito que viene de

abajo, viniendo del Pozo. No es un grito alegre de Osadía, o el grito de

alguien que está asustado, o encantado, o cualquier cosa, sino de un tono

en particular, el tono particular de terror.

Pequeñas piedras se dispersan detrás de mí mientras corro hacia el fondo

del Pozo, mi respiración rápida y pesada, pero en partes iguales.

Tres personas altas, vestidos con ropas negras están parados cerca de la

barandilla abajo. Están reunidos alrededor de un cuarto, un blanco más

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pequeño, y aunque no puedo ver mucho de ellos, conozco una pelea

cuando la veo. O, la llamaría una pelea, si no fueran tres contra uno.

Uno de los atacantes gira, viéndome, y corre a toda velocidad en la otra

dirección. Cuando me acerco veo a uno de los atacantes que se quedó

sujetando al blanco, por encima del abismo, y grito:

—¡Oye!

Veo su cabello, rubio, y apenas puedo ver nada más. Choco con uno de los

atacantes: Drew, lo sé por el color de su cabello, rojo-naranja; y lo golpeo

contra la barandilla del abismo. Lo golpeo una vez, dos y tres veces en la

cara, hasta que cae al suelo, y luego lo estoy pateando y no puedo pensar,

no puedo pensar en nada.

—Cuatro. —La voz de ella suena tranquila, irregular, y es la única cosa

que posiblemente me podría alcanzar en este lugar. Está colgando de la

barandilla, colgando sobre el abismo como un pedazo de cebo en un

anzuelo de pesca. El otro, el último atacante, se fue.

Corro hacia ella, agarrándola por debajo de sus hombros, y la jalo por

encima del borde de la barandilla. La sostengo contra mí. Presiona su cara

contra mi hombro, retorciendo sus dedos en mi camisa.

Drew está sobre el suelo, colapsado. Lo escucho gemir mientras la llevo

lejos, no a la enfermería, donde los otros, quienes fueron tras ella

pensarían en buscarla, sino a mi apartamento en su aislado pasillo aparte.

Camino a través de la puerta del apartamento y la recuesto sobre mi cama.

Paso mis dedos por encima de su nariz y pómulos para revisar si están

rotos, entonces siento su pulso, y me inclino más cerca para escuchar su

respiración. Todo parece normal, constante. Incluso el golpe en la parte

posterior de su cabeza, aunque hinchado y raspado, no parece grave. No

está gravemente herida, pero podría estarlo.

Mis manos tiemblan cuando me alejo de ella. Ella no está gravemente

herida, pero Drew podría estarlo. Ni siquiera sé cuántas veces le pegué

hasta que finalmente ella dijo mi nombre y desperté. El resto de mi cuerpo

empieza a temblar también, y me aseguro de que haya una almohada de

apoyo para su cabeza, luego dejo el apartamento para regresar a la

barandilla junto al Pozo. En el camino, trato de reproducir los últimos

minutos en mi mente, trato de recordar lo que golpeé, cuándo y con qué

fuerza, pero todo se pierde en un ataque vertiginoso de ira.

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Me pregunto si así es como era para él, pienso, recordando la mirada

salvaje y frenética en los ojos de Marcus cada vez que se enojaba.

Cuando llego a la barandilla, Drew aún está ahí, acostado en una extraña

posición, acurrucado en el suelo. Coloco su brazo sobre mis hombros y

medio lo levantó, medio lo arrastró a la enfermería.

Cuando regreso a mi apartamento, inmediatamente entro al baño para

lavar la sangre de mis manos, algunos de mis nudillos están partidos,

cortados por el impacto con la cara de Drew. Si Drew estaba ahí, el otro

atacante tenía que ser Peter, ¿pero quién era el tercero? No era Molly, la

forma era demasiado alta, demasiado grande. De hecho, solo hay un

iniciado de ese tamaño.

Al.

Verifico mi reflejo, como si fuera a ver pequeños pedazos de Marcus

regresándome la mirada ahí. Hay un corte en la esquina de mi boca,

¿Drew me regresó el golpe en algún momento? No importa. Mi lapsus de

memoria, no importa. Lo que importa es que Tris está respirando.

Mantengo mis manos bajo el agua fría hasta que sale clara, entonces las

seco con la toalla y voy al congelador por una bolsa de hielo. Mientras la

llevo hacia ella, me doy cuenta de que está despierta.

—Tus manos —dice, y es una cosa ridícula para decir, tan estúpida, estar

preocupada por mis manos cuando estaba colgando sobre el abismo por su

garganta.

—Mis manos —digo malhumorado—, no son de tu incumbencia.

Me inclino sobre ella, deslizando el hielo debajo de su cabeza, donde

anteriormente sentí un golpe. Levanta su mano y sus dedos tocan

ligeramente mi boca.

Nunca pensé que podrías sentir un toque de esta manera, como una

descarga de energía. Sus dedos son suaves, curiosos.

—Tris —digo—. Estoy bien.

—¿Por qué estabas ahí?

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—Venía de la sala de control. Escuché un grito.

—¿Qué hiciste con ellos?

—Dejé a Drew en la enfermería hace media hora. Peter y Al escaparon.

Drew afirmó que solo estaban tratando de asustarte. Por lo menos, creo

que eso es lo que estaba tratando de decir.

—¿Está en mal estado?

—Vivirá. En qué condición, no puedo decirlo —espeto.

No debería dejarle ver este lado de mí, la parte que obtiene salvaje placer

del dolor de Drew. No debería tener este lado.

Agarra mi brazo, apretándolo.

—Bien —dice.

Bajo mi mirada hacia ella. También tiene ese lado, debe tenerlo. Vi la

manera en que se veía cuando venció a Molly, como si fuera a seguir

adelante sin importar si su oponente se encontraba o no inconsciente.

Quizás ella y yo somos iguales.

Su rostro se contorsiona, retuerce, y empieza a llorar. La mayoría de las

veces, cuando alguien llora delante de mí, me siento asfixiado, como si

necesitara escapar de su compañía con el fin de respirar. No me siento de

esa manera con ella. No me preocupo con ella, de que espere demasiado de

mí, o que necesite algo de mí en lo absoluto. Me agacho en el suelo, para

así estar al mismo nivel, y la observo detenidamente por un momento.

Entonces toco su mejilla con mi mano, cuidando no presionar contra

cualquiera de sus moretones aún formándose. Paso mi pulgar sobre su

mejilla. Su piel está caliente.

No tengo la palabra correcta para cómo se ve, pero incluso ahora, con

partes de su rostro hinchados y descolorido, hay algo que llama la

atención en ella, algo que no vi antes.

En este momento soy capaz de aceptar la inevitabilidad de lo que siento,

aunque no con alegría. Necesito hablar con alguien. Necesito confiar en

alguien. Y por alguna razón, lo sé, sé que es ella.

Tendré que empezar por contarle mi nombre.

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Me acerco a Eric en la fila del desayuno, parándome detrás de él con mi

bandeja mientras utiliza una cuchara de mango largo para servir huevos

revueltos en su plato.

—Si te contara que uno de los iniciados fue atacado anoche por algunos de

los otros iniciados —digo—, ¿incluso te importaría?

Empuja los huevos a un costado de su plato, y levanta un hombro.

—Puede que me importe que su instructor no parezca capaz de controlar a

sus iniciados —dice Eric mientras agarro un tazón de cereales para mí.

Observa mis nudillos partidos—. Puede que me importe que este hipotético

ataque fuera el segundo bajo la vigilancia de ese instructor… considerando

que los que nacieron en Osadía no parecen tener este problema.

—Las tensiones entre los transferidos son naturalmente mayores; no se

conocen entre sí, o a esta facción, y sus orígenes son muy diferentes —

digo—. Y tú eres su líder, ¿no deberías ser responsable de mantenerlos

“bajo control”?

Coloca un pedazo de pan tostado junto a sus huevos con algunas pinzas.

Luego se inclina cerca de mi oído y dice:

—Estás en la cuerda floja, Tobias —sisea—. Discutir conmigo delante de

los otros. “Perder” los resultados de la simulación. Tu evidente preferencia

hacia los iniciados más débiles en la clasificación. Incluso ahora Max está

de acuerdo. Si hubo un ataque, no creo que él estaría muy contento

contigo, y no podría oponerse cuando sugiera que te saquen de tu cargo.

—Entonces estarías sacando un instructor de los iniciados una semana

antes del final de la iniciación.

—Puedo terminarlo yo mismo.

—Solo puedo imaginar lo que sería bajo tu supervisión —digo,

entrecerrando mis ojos—. Incluso no necesitaríamos hacer ninguna

reducción. Todos ellos morirían o huirían por su cuenta.

—Si no eres cuidadoso no tendrás que imaginarte nada. —Llega al final de

la línea de alimentos y gira hacia mí—. Los entornos competitivos crean

tensión, Cuatro. Es natural que la tensión se libere de alguna manera. —

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Sonríe un poco, estirando la piel entre sus piercings—. Un ataque sin duda

nos mostraría quiénes son los más fuertes y los más débiles, en una

situación del mundo real, ¿no lo crees? De esa manera no tendríamos que

depender de los resultados de las pruebas en lo absoluto. Podríamos tomar

una decisión más informada acerca de quién no pertenece aquí. Eso es…

en caso de que un ataque llegara a ocurrir.

La implicación es clara: Como sobreviviente al ataque, Tris sería vista

como alguien más débil que los otros iniciados, y alimentaría la

eliminación. Eric no tendría prisa en ayudar a la víctima, sino que más

bien propondría su expulsión de Osadía, como lo hizo antes de que

Edward se fuera por su propia voluntad. No quiero que Tris sea forzada a

ser una Sin Facción.

—Correcto —digo ligeramente—. Bueno, entonces es una buena cosa que

no hayan ocurrido ataques recientemente.

Vierto un poco de leche sobre mi cereal y camino hacia mi mesa. Eric no le

hará nada a Peter, Drew, o Al, y yo no puedo hacer nada sin salirme de la

línea y sufrir las repercusiones. Pero quizás, quizás no tengo que hacer

esto solo. Coloco mi bandeja entre Zeke y Shauna y digo:

—Necesito su ayuda con algo.

Después de que termina la explicación del pasaje del miedo y los iniciados

son despedidos para el almuerzo, llevo a Peter a un lado en la sala de

observación junto a la sala de simulación vacía. Contiene filas de sillas,

listas para que los iniciados se sienten mientras esperan para tomar su

examen final. También están Zeke y Shauna.

—Necesitamos tener una charla —digo.

Zeke se abalanza hacia Peter, derribándolo contra la pared de concreto con

fuerza atemorizante. Peter se golpea la parte de atrás de su cabeza, y hace

una mueca de dolor.

—Hola —dice Zeke, y Shauna avanza hacia ellos, haciendo girar un

cuchillo sobre su palma.

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—¿Qué es esto? —dice Peter. Ni siquiera se ve un poco asustado, incluso

cuando Shauna agarra la cuchilla por el mango y toca su mejilla con la

punta, creando un hoyuelo—. ¿Tratando de asustarme? —se burla.

—No —digo—. Tratando de hacer un punto. No eres el único con amigos

que están dispuestos a hacer un poco de daño.

—No creo que los instructores de iniciación supongan una amenaza para

los iniciados, ¿cierto? —Peter me mira con ojos muy abiertos, una mirada

que podría confundir con inocencia si no supiera cómo es en realidad—.

Sin embargo, tendré que preguntarle a Eric, solo para estar seguro.

—No te amenazo —digo—. Ni siquiera te estoy tocando. Y de acuerdo con

las imágenes de esta habitación que se almacenan en las computadoras de

la sala de control, ni siquiera estamos aquí ahora mismo.

Zeke sonríe como si no pudiera evitarlo. Esa fue su idea.

—Soy quien te está amenazando —dice Shauna, casi en un gruñido—. Un

ataque violento más y te voy a enseñar una lección sobre la justicia. —

Sostiene la punta del cuchillo sobre su ojo, y lo lleva hacia abajo

lentamente, presionando la punta en su párpado. Peter se congela, sin

apenas moverse, incluso para respirar—. Ojo por ojo. Moretón por

moretón.

—Puede que a Eric no le importe si vas tras tus compañeros —dice Zeke—,

pero a nosotros sí, y hay un montón de gente en Osadía como nosotros.

Gente que no cree que deberías poner una mano sobre tus compañeros

miembros de la facción. Gente que escucha los chismes, y los extenderá

como un reguero de pólvora. No pasará mucho tiempo para que les

digamos qué tipo de gusano eres, o para que ellos puedan hacer tu vida

muy, muy difícil. Verás, en Osadía, la reputación tiende a quedarse.

—Empezaremos con todos tus posibles empleadores —dice Shauna—. Los

supervisores en la sala de control: Zeke puede encargarse de ellos; los

líderes en la valla: yo me encargaré de esos. Tori conoce a todos en el

Pozo… Cuatro, eres amigo de Tori, ¿verdad?

—Sí, lo soy —digo. Me acerco a Peter, e inclinó mi cabeza—. Puedes ser

capaz de causar dolor, iniciado… pero nosotros podemos hacer tu vida

miserable.

Shauna aleja el cuchillo de los ojos de Peter.

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—Piensa en ello.

Zeke suelta la camisa de Peter y la alisa, sin dejar de sonreír. De alguna

manera, la combinación de la ferocidad de Shauna y la jovialidad de Zeke

es lo suficientemente extraña como para ser amenazante. Zeke se despide

de Peter con la mano, y todos nos vamos juntos.

—De todos modos quieres que hablemos con los demás, ¿cierto? —me

pregunta Zeke.

—Oh, sí —digo—. Por supuesto. No solo sobre Peter. También sobre Drew

y Al.

—Tal vez si sobrevive a la iniciación, tropezaré accidentalmente con él y

caerá directo en el abismo —dice Zeke esperanzado, haciendo un gesto de

caída en picada con la mano.

A la mañana siguiente, hay una multitud reunida en el abismo, todos

silenciosos e inmóviles, aunque el olor del desayuno nos atrae hacia la

cafetería. No tengo que preguntar por qué están reunidos.

Me han dicho que esto ocurre casi todos los años. Una muerte. Como la de

Amar, repentina, terrible, y un desperdicio. Un cuerpo es sacado del

abismo como un pez en un anzuelo. Por lo general alguien joven: un

accidente, a causa de una maniobra temeraria que fue mal, o tal vez no un

accidente, una mente herida aún más perjudicada por la oscuridad, la

presión, el dolor de Osadía.

No sé cómo sentirme acerca de esas muertes. Culpable, tal vez, por no ver

el dolor. Triste, de que algunas personas no puedan encontrar otra manera

de escapar.

Oigo el nombre del difunto dicho más adelante, y ambas emociones me

golpean con fuerza.

Al. Al. Al.

Mi iniciado… mi responsabilidad, y fallé, porque he estado tan obsesionado

con atrapar a Max y a Jeanine, o culpando a Eric de todo, o con mi

indecisión acerca de advertir a Abnegación. No… ninguna de esas cosas

tanto como esto: que me alejé de ellos para mi propia protección, cuando

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debería haber estado sacándolos de los lugares oscuros de aquí y

llevándolos a los más claros. Riendo con amigos en las rocas del abismo.

Hacerse tatuajes nocturnos después de un juego de Reto. Un mar de

abrazos después de que se anuncian las clasificaciones. Esas son las cosas

que podría haberle mostrado… incluso si no lo hubiesen ayudado, debería

haberlo intentado.

Sé una cosa: después de que se haga la iniciación de este año, Eric no

tendrá que esforzarse tanto para expulsarme de esta posición. Ya me fui.

Al. Al. Al.

¿Por qué todos los muertos se convierten en héroes en Osadía? ¿Por qué

necesitamos que lo sean? Tal vez sean los únicos que podemos encontrar

en una facción de líderes corruptos, colegas competitivos e instructores

cínicos. Los muertos pueden ser nuestros héroes porque no nos pueden

decepcionar más tarde; solo mejoran con el tiempo, a medida que nos

olvidamos más y más de ellos.

Al era inseguro y sensible, y luego celoso y violento, y luego murió.

Hombres más suaves que Al han vivido y hombres más duros que Al han

muerto y no hay explicación para nada de eso.

Pero Tris quiere una, anhela una, lo veo en su rostro, una especie de

hambre. O de ira. O ambas cosas. No puedo imaginar que sea sencillo

apreciar a alguien, odiarlo, y luego perderlo antes que cualquiera de esos

sentimientos sean resueltos. La sigo lejos del cántico de Osadía porque soy

lo suficientemente arrogante como para creer que puedo hacerla sentir

mejor.

Claro. Seguro. O tal vez la sigo porque estoy cansado de estar tan alejado

de todo el mundo, y ya no estoy seguro de que sea la mejor forma de estar.

—Tris —digo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —dice amargamente—. ¿No deberías estar

presentando tus respetos?

—¿No deberías hacerlo tú? —Me muevo hacia ella.

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—No puedes presentar respetos cuando no tienes ninguno. —Estoy

sorprendido, por un momento, de que pueda llegar a ser tan fría: Tris no

siempre es agradable, pero raramente es desdeñosa sobre cualquier cosa.

Solo le toma un segundo para negar con la cabeza—. No quise decir eso.

—Ah.

—Esto es ridículo —dice, sonrojándose—. ¿Se lanza a un abismo y Eric

está llamándolo valiente? ¿Eric, quien intentó que lanzaras cuchillos a la

cabeza de Al? —Su rostro se contorsiona—. ¡Él no era valiente! ¡Estaba

deprimido y era un cobarde y casi me mata! ¿Esa es la clase de cosas que

respetamos aquí?

—¿Qué quieres que hagan? —digo lo más suavemente que puedo; lo cual

no es decir mucho—. ¿Condenarlo? Al ya está muerto. Él no puede oírlo, y

ya es demasiado tarde.

—No se trata de Al —dice ella—. ¡Se trata de todos lo que observan! Todos

los que ahora ven el lanzarse al abismo como una opción viable. Quiero

decir, ¿por qué no hacerlo si después todo el mundo te clama un héroe?

¿Por qué no hacerlo si todo el mundo recordará tu nombre? —Pero por

supuesto, esto se trata de Al, y ella lo sabe—. Es… —Está esforzándose,

luchando consigo misma—. No puedo… ¡Esto nunca habría ocurrido en

Abnegación! ¡Nada de esto! Nunca. Este lugar lo deformó y lo arruinó, y no

me importa si decir eso me hace una Estirada, no me importa, ¡no me

importa!

Mi paranoia está tan profundamente arraigada, que miro automáticamente

a la cámara enterrada en la pared por encima del bebedero, disfrazada por

la lámpara azul fijada allí. La gente en la sala de control puede vernos, y si

somos desafortunados, también podrían elegir este momento para

escucharnos. Puedo verlo ahora, Eric llamando a Tris una traidora a la

facción, el cuerpo de Tris en el pavimento cerca de las vías del tren…

—Ten cuidado, Tris —digo.

—¿Eso es todo lo que puedes decir? —Me frunce el ceño—. ¿Que debería

tener cuidado? ¿Eso es todo?

Entiendo que mi respuesta no era exactamente lo que ella esperaba, pero

para alguien que acaba de arremeter contra la imprudencia de los de

Osadía, sin duda está actuando como uno de ellos.

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—Eres tan mala como los de Verdad, ¿sabes? —digo. Los de Verdad

siempre están hablando, sin pensar jamás en las consecuencias. La aparto

del bebedero, y entonces estoy cerca de su rostro y puedo ver sus ojos

apagados flotando en el agua del río subterráneo y no puedo soportarlo, no

cuando acaba de ser atacada y quién sabe qué habría pasado si no la

hubiese oído gritar—. No voy a decir esto de nuevo, así que escucha con

atención. —Pongo mis manos sobre sus hombros—. Te están vigilando. A

ti, en particular.

Recuerdo los ojos de Eric en ella después del lanzamiento de cuchillos. Sus

preguntas sobre sus datos de simulación eliminados. Alegué daños por

agua. Él pensó que era interesante que los daños por agua se produjeran

ni cinco minutos después de que terminara la simulación de Tris.

Interesante.

—Suéltame —dice ella.

Lo hago, de inmediato. No me gusta escuchar su voz de esa manera.

—¿También te están vigilando a ti?

Siempre lo han hecho y siempre lo harán.

—Sigo tratando de ayudarte, pero te niegas a ser ayudada.

—Oh, cierto. Tu ayuda —dice ella—. Apuñalar mi oreja con un cuchillo,

burlarte de mí y gritarme más de lo que le gritas a cualquier otra persona,

seguro es de gran ayuda.

—¿Burlarme de ti? ¿Te refieres a cuando arrojé los cuchillos? ¡No estaba

burlándome de ti! —Niego con la cabeza—. Estaba recordándote que si

fallabas, alguien más tendría que tomar tu lugar.

Para mí, en ese momento, casi parecía obvio. Pensé, dado que ella parecía

entenderme mejor que la mayoría de la gente, que también podría

entender eso. Pero por supuesto que no lo hizo. No es una lectora de

mentes.

—¿Por qué? —dice.

—Porque… eres de Abnegación —digo—. Y… es cuando estás actuando

desinteresadamente que eres más valiente. Y si yo fuera tú, haría un mejor

trabajo en fingir que ese impulso altruista va a desaparecer, porque si la

gente equivocada lo descubre… bueno, no va a ser bueno para ti.

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—¿Por qué? ¿Por qué les preocupan mis intenciones?

—Las intenciones son lo único que a ellos les importa. Tratan de hacerte

creer que les importa lo que haces, pero no lo hacen. No quieren que te

comportes de cierta manera, quieren que pienses de cierta manera. De

modo que seas fácil de entender. De modo que no supongas una amenaza

para ellos.

Pongo la mano en la pared cerca de su rostro y me inclino hacia ella,

pensando en los tatuajes formando una línea en mi espalda. Hacerme los

tatuajes no era lo que me convertía en un traidor a la facción. Era lo que

significaban para mí: un escape a la estrechez de miras de cualquier

facción, el pensamiento que penetra todas las diferentes partes de mí,

reduciéndome a una sola versión de mí mismo.

—No entiendo por qué les importa lo que pienso, mientras esté actuando

como ellos quieren que actúe —dice ella.

—Ahora estás actuando como quieren que actúes, ¿pero qué sucede

cuando tu cerebro programado para Abnegación te dice que hagas algo

más, algo que ellos no quieren?

Por mucho que me caiga bien, Zeke es el ejemplo perfecto. Nacido en

Osadía. Criado en Osadía. Elegido para Osadía. Puedo contar con él para

abordar todo de la misma manera. Fue entrenado desde su nacimiento.

Para él, no hay otras opciones.

—Podría no necesitar que me ayudes. ¿Alguna vez pensaste eso? —dice.

Quiero reírme ante la pregunta. Por supuesto que no me necesita. ¿Acaso

alguna vez se trató de eso?—. No soy débil, lo sabes. Puedo hacer esto

sola.

—Crees que mi primer instinto es protegerte. —Me muevo de modo que

estoy un poco más cerca de ella—. Porque eres pequeña, o una chica, o

una Estirada. Pero estás equivocada.

Incluso más cerca. Toco su barbilla, y por un momento pienso en cerrar

esta brecha por completo.

—Mi primer instinto es empujarte hasta tus límites, solo para ver cuán

duro tengo que presionar —digo, y es una admisión extraña y peligrosa. No

tengo intención de causarle ningún daño, y nunca la tendré, y espero que

sepa que eso no es lo que quiero decir—. Pero me resisto a ello.

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—¿Por qué tu primer instinto es ese? —dice.

—El miedo no te doblega —digo—. Te despierta. Lo he visto. Es fascinante.

—Sus ojos en cada simulación del miedo, son como hielo y acero, una

llama azul. La chica pequeña y delgada, con los brazos tensos como el

alambre. Una contradicción andante. Mi mano se desliza sobre su

mandíbula, toca su cuello—. A veces solo quiero volver a verlo. Quiero

verte despierta.

Sus manos tocan mi cintura, y se empuja contra mí, o me hala contra ella,

no puedo decir cuál. Sus manos se mueven por mi espalda, y la deseo, de

un modo que no he sentido antes, no solo algún tipo de impulso físico sin

sentido, sino un deseo real, específico. No por “alguien”, solo por ella.

Le toco la espalda, el cabello. Es suficiente, por ahora.

—¿Debería estar llorando? —pregunta, y me toma un segundo darme

cuenta que está hablando de Al otra vez. Bien, porque si este abrazo le da

ganas de llorar, tendría que admitir no saber absolutamente nada sobre el

romance. Lo cual podría ser cierto de todos modos—. ¿Hay algo malo en

mí?

—¿Crees que sé algo sobre las lágrimas? —Las mías vienen sin preguntar y

desaparecen a los pocos segundos.

—Si lo hubiera perdonado… ¿crees que estaría vivo ahora?

—No lo sé. —Pongo mi mano en su mejilla, mis dedos extendiéndose hacia

atrás hasta su oreja. Ella es realmente pequeña. Eso no me importa.

—Siento que es mi culpa —dice ella.

Yo también.

—No es tu culpa. —Acerco mi frente a la suya. Su respiración es cálida

contra mi rostro. Tenía razón, esto es mejor que mantener la distancia,

esto es mucho mejor.

—Pero debería haberlo hecho. Debería haberlo perdonado.

—Quizás. Tal vez hay algo más que todos podríamos haber hecho —le digo,

y entonces sin pensar escupo un cliché de Abnegación—. Pero tenemos

que dejar que la culpa nos recuerde hacerlo mejor la próxima vez.

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Se aleja de inmediato, y siento ese impulso familiar, de ser malo con ella

para que olvide lo que dije, así no me pregunta nada.

—¿De qué facción vienes, Cuatro?

Creo que lo sabes.

—No importa. Aquí es donde estoy ahora. Algo que harías bien en recordar

para ti misma.

Ya no quiero estar cerca de ella; es todo lo que quiero hacer.

Quiero besarla; pero ahora no es el momento.

Rozo mis labios en su frente, y ninguno de los dos nos movemos. No hay

vuelta atrás ahora, no para mí.

Algo que ella dijo se me queda grabado todo el día. Esto nunca habría

ocurrido en Abnegación.

Al principio me encuentro pensando: Simplemente no sabe cómo son en

realidad.

Pero estoy equivocado, y ella tiene razón. Al no habría muerto en

Abnegación, y tampoco la habría atacado allí. Puede que no sean

puramente buenos como yo una vez creí, o quería creer, pero ciertamente

no son malos tampoco.

Veo el mapa del sector de Abnegación, el que encontré en la computadora

de Max, impreso en mis párpados cuando cierro los ojos. Si les advierto o

si no lo hago, soy un traidor de cualquier manera, por una cosa u otra. Así

que si la lealtad es imposible, ¿qué es lo que estoy esforzándome por

alcanzar en su lugar?

Me toma un rato pensar en un plan, cómo seguir con esto. Si ella fuera

una chica de Osadía normal y yo fuera un chico de Osadía normal, la

invitaría a salir en una cita y nos besaríamos en el abismo, y podría hacer

alarde de mi conocimiento de la sede de Osadía. Pero eso se siente

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demasiado ordinario, después de las cosas que nos hemos dicho, después

de haber visto las partes más oscuras de su mente.

Tal vez ese es el problema, todo es de un solo lado en este momento,

porque la conozco, sé a qué le tiene miedo, qué ama y qué odia, pero todo

lo que ella sabe de mí es lo que le he dicho. Y lo que le he dicho es tan vago

como para ser despreciable, porque tengo un problema con la

especificidad.

Después de eso ya sé qué hacer, el problema es simplemente hacerlo.

Enciendo la computadora en la sala del pasaje del miedo y lo configuro

para que siga mi programa. Tomo dos jeringas del suero del miedo del

depósito y las guardo en la pequeña caja negra que tengo para este

propósito. Luego me voy al dormitorio de los transferidos, sin estar seguro

de cómo podré tenerla sola el tiempo suficiente para pedirle que salga

conmigo.

Pero entonces la veo con Will y Christina, de pie cerca de la barandilla, y

sé que debería llamarla y preguntarle, pero no puedo hacerlo. ¿Estoy loco,

pensando en dejarla entrar en mi cabeza? ¿Dejando que vea a Marcus, que

sepa mi nombre, que sepa todo lo que tan duramente he tratado de

mantener oculto?

Recorro los caminos del Pozo una vez más, con el estómago revuelto.

Alcanzo el vestíbulo, las luces de la ciudad están empezando a apagarse

alrededor de nosotros. Escucho sus pasos en las escaleras. Vino detrás de

mí.

Giro la caja negra en mi mano.

—Ya que estás aquí —digo, como si fuera casual, lo que es ridículo—, bien

podrías entrar conmigo.

—¿En tu pasaje del miedo?

—Sí.

—¿Puedo hacer eso?

—El suero te conecta al programa, pero el programa determina cuál pasaje

atraviesas. Y ahora está configurado para hacernos pasar por el mío.

—¿Dejarías que lo viera?

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No puedo mirarla directamente.

—¿Por qué crees que voy a entrar? —Mi estómago duele aún más—. Hay

algunas cosas que quiero mostrarte.

Abro la caja y saco la primera jeringa. Ella inclina la cabeza, e inyecto el

suero, como lo hago siempre durante las simulaciones del miedo. Pero en

lugar de inyectarme con la otra jeringa, le ofrezco la caja. Se supone que

esta es mi manera de igualar las cosas, después de todo.

—Nunca he hecho esto antes —dice.

—Justo aquí. —Toco el lugar. Tiembla un poco mientras introduce la aguja

y el profundo dolor es familiar, pero ya no me molesta. He hecho esto

demasiadas veces. Miro su rostro. No hay vuelta atrás. No hay vuelta

atrás. Es tiempo de ver de qué estamos hechos los dos.

Tomo su mano, o tal vez ella toma la mía, y caminamos juntos a la sala del

pasaje del miedo.

—Veamos si puedes descubrir por qué me llaman Cuatro.

La puerta se cierra tras de nosotros, y la habitación se torna oscura. Se

acerca más a mí y dice:

—¿Cuál es tu verdadero nombre?

—Veamos si también puedes descubrir eso.

La simulación empieza.

La habitación se abre a un ancho cielo azul, y estamos en el techo del

edificio, rodeados por la ciudad, brillando bajo el sol. Es hermoso solo por

un momento, antes de que el viento sople, fiero y poderoso, y coloco mi

brazo a su alrededor ya que sé que ella es más estable que yo, en este

lugar.

Tengo problemas para respirar, lo que es normal para mí, aquí. Encuentro

la ráfaga de aire sofocante y la altura hace que quiera acurrucarme en una

bola y esconderme.

—Tenemos que saltar, ¿verdad? —dice, y recuerdo que no puedo

acurrucarme en una bola y esconderme; tengo que enfrentar esto ahora.

Asiento.

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—A la cuenta de tres, ¿bien?

Asiento de nuevo. Todo lo que tengo que hacer es seguirla, eso es todo lo

que tengo que hacer.

Cuenta hasta tres y me arrastra detrás de ella mientras corre, como si

fuera un velero y yo un ancla, empujándonos hacia abajo. Caemos y lucho

contra la sensación en cada centímetro, el terror gritando en cada nervio, y

luego estoy en el suelo, apretando mi pecho.

Me ayuda a ponerme de pie. Me siento estúpido, recordando cómo escaló

esa rueda de la fortuna sin dudar.

—¿Qué sigue?

Quiero decirle que no es un juego; mis miedos no son atracciones

emocionantes a las que puede subir. Pero probablemente no lo quiere decir

de esa manera.

—Es…

La pared viene de la nada, golpeando su espalda, mi espalda, por ambos

lados. Forzándonos a acercarnos, más cerca de lo que hemos estado antes.

—Confinamiento —digo, y es peor de lo usual con ella aquí, tomando la

mitad del aire. Gruño un poco, encorvándome hacia ella. Odio estar aquí.

Odio estar aquí.

—Oye —dice —, está bien. Ven…

Pone mi brazo alrededor de ella. Siempre he pensado que ella es enjuta, ni

un gramo extra de nada en ella. Pero su cintura es suave.

—Esta es la primera vez que soy feliz de ser tan pequeña —dice.

—Mmhmm.

Ella está hablando de cómo salir. Una estrategia para el pasaje del miedo.

Yo estoy tratando de concentrarme en respirar. Luego nos empuja hacia

abajo, para hacer la caja más pequeña, y se da vuelta por lo que su

espalda queda contra mi pecho, de modo que estoy completamente

envuelto alrededor de ella.

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—Esto es peor —digo, porque con mi nerviosismo por la caja y mi

nerviosismo por tocarla combinados, no puedo ni pensar bien—. Esto es

definitivamente…

—Shh. Brazos alrededor de mí.

Envuelvo mis brazos alrededor de su cintura, y entierro mi rostro en su

hombro. Huele a jabón de Osadía, y dulce, como a manzana.

Estoy olvidando dónde estoy.

Está hablando acerca del pasaje del miedo de nuevo, y estoy escuchando,

pero también estoy concentrado en cómo se siente.

—Entonces trata de olvidar que estamos aquí —termina.

—¿Sí? —Coloco mi boca contra su oído, a propósito esta vez, para

mantener la distracción, pero también porque tengo la sensación que no

soy el único que está distraído—. Así tan fácil, ¿eh?

—Sabes, la mayoría de los chicos disfrutarían el estar atrapados en

lugares cerrados con una chica.

—¡No la gente claustrofóbica, Tris!

—Bueno, bueno. —Guía mi mano a su pecho, justo donde su clavícula se

hunde. De repente, en todo lo que puedo pensar es en lo que quiero, que

no tiene nada que ver con salir de esta caja—. Siente mi pulso. ¿Puedes

sentirlo?

—Sí.

—¿Sientes lo estable que es?

Sonrío contra su hombro.

—Es rápido.

—Sí, bueno, eso no tiene nada que ver con la caja. —Claro que no tiene

nada que ver—. Cada vez que me sientas respirar, tú respiras. Concéntrate

en eso.

Respiramos juntos, una, dos veces.

—¿Por qué no me dices de dónde proviene este miedo? Tal vez hablando de

él nos ayudaría de alguna forma.

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Siento que este temor ya debería haber desaparecido, pero lo que ella está

haciendo me mantiene en un nivel constante de inquietud mayor, sin

apartar por completo el miedo. Trato de concentrarme en su pregunta de

dónde viene esta caja.

—Um… bien. —Bueno, solo hazlo, solo di algo real—. Este proviene de mi…

fantástica niñez. Castigos de la niñez. El diminuto armario de las

escaleras.

Encerrado en la oscuridad para pensar en lo que hice. Era mejor que otros

castigos, pero algunas veces estaba ahí demasiado tiempo, desesperado

por aire fresco.

—Mi madre guardaba nuestros abrigos de invierno en nuestro armario —

dice, y es algo tonto de decir después de lo que le acabo de decir, pero

puedo notar que no sabe qué más hacer.

—Ya no quiero hablar de eso en realidad —digo con un jadeo. No sabe qué

decir porque nadie sabría qué decir, porque mi dolorosa infancia es

demasiado patética para que alguien más lo entienda, mi corazón se

acelera de nuevo.

—Bueno. Entonces… yo puedo hablar. Pregúntame algo.

Levanto mi cabeza. Estaba funcionando antes, concentrarme en ella. El

rápido latido de su corazón, su cuerpo contra el mío. Dos fuertes

esqueletos envueltos en músculo entretejidos; dos transferidos de

Abnegación trabajando en dejar atrás el flirteo tentativo.

—¿Por qué te late tan rápido el corazón, Tris?

—Bueno, yo… apenas te conozco. —La imagino con el ceño fruncido—.

Apenas te conozco y estoy hacinada contra ti en una caja, Cuatro, ¿tú qué

crees?

—Si estuviéramos en tu pasaje del miedo… —digo—. ¿Estaría yo en él?

—No te tengo miedo.

—Claro que no. No me refería a eso. —No me refería a: ¿Estás asustada de

mí?, sino a: ¿Soy lo suficientemente importante para ti para estar en el

pasaje de todas formas?

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Probablemente no. Ella tiene razón, apenas me conoce. Pero igual: Su

corazón está acelerado.

Me rio, y las paredes se quiebran como si mi risa las sacudiera y rompiera,

y el aire se abre alrededor de nosotros. Trago una gran bocanada de aire, y

nos separamos. Me mira, suspicaz.

—Tal vez te eliminaron de Verdad, porque eres una mentirosa terrible —

digo.

—Creo que mi prueba de aptitud lo descartó bastante bien.

—La prueba de aptitud no te dice nada.

—¿Qué estás tratando de decirme? ¿La prueba no es la razón por la que

terminaste en Osadía?

Me encojo de hombros.

—No exactamente, no. Yo…

Veo algo con el rabillo del ojo, y me vuelvo para encararlo.

Una mujer de cara sencilla y olvidable está al otro lado de la habitación.

Entre ella y nosotros hay una mesa con una pistola sobre ella.

—Tienes que matarla —dice Tris.

—Cada vez.

—Ella no es real.

—Se ve real. Se siente real.

—Si fuera real, ya te hubiera matado a ti.

—Está bien. Solo… lo haré. —Empiezo a avanzar hacia la mesa—. Este no

es tan malo. No hay tanto pánico involucrado.

El pánico y el terror no son los únicos tipos de miedo. Hay tipos más

profundos. La aprensión y el pavor.

Cargo el arma sin pensar en ello, la sostengo frente a mí y miro su rostro.

Está en blanco, como si supiera lo que voy a hacer y lo aceptara.

No está vestida en las ropas de ninguna facción, pero podría ser de

Abnegación, de pie ahí esperando que la hiera, de la manera en que ellos

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lo harían. De la manera en que ellos lo harán, si Max y Jeanine y Evelyn se

interponen en el camino.

Cierro un ojo, concentrándome en el objetivo, y disparo.

Ella cae, y pienso cuando golpeé a Drew hasta que casi estuvo

inconsciente.

La mano de Tris se cierra alrededor de mi brazo.

—Vamos. Sigue moviéndote.

Caminamos más allá de la mesa, y tiemblo de miedo. Esperar por este

último obstáculo puede ser un miedo en sí mismo.

—Aquí vamos —digo.

Arrastrándose al círculo de luz que ahora ocupamos está una figura

oscura, paseándose de manera que solo el borde de su zapato es visible.

Luego da un paso hacia nosotros, Marcus con sus ojos oscuros como

pozos, sus ropas grises y su corte de cabello casi al ras, enseñando los

contornos de su cráneo.

—Marcus —susurra.

Lo observo. Esperando que caiga el primer golpe.

—Esta es la parte en la que averiguas mi nombre.

—¿Eres…? —Ella sabe, ahora. Lo sabrá para siempre; no podré hacerla

olvidar aunque quisiera—. Tobias.

Ha pasado tanto tiempo desde que alguien ha dicho mi nombre de esa

manera, como si fuera una revelación y no una amenaza.

Marcus desenreda un cinturón de su puño.

—Esto es por tu propio bien —dice, y quiero gritar.

Se multiplica inmediatamente, rodeándonos, los cinturones arrastrándose

en los azulejos blancos. Me acurruco en mí mismo, encorvando mi

espalda, esperando, y esperando. El cinturón retrocede y me encojo antes

de que golpee, pero luego no lo hace.

Tris se para frente a mí, su brazo en alto, tensa de pies a cabeza. Aprieta

sus dientes mientras el cinturón se envuelve alrededor de su brazo, y luego

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lo libera y arremete. El movimiento es tan poderoso que estoy sorprendido

por lo fuerte que se ve, por lo fuerte que el cinturón golpea la piel de

Marcus.

Él embiste contra Tris, y doy un paso frente a ella. Estoy listo esta vez,

listo para defenderme.

Pero el momento nunca viene. Las luces se alzan y el paisaje del miedo ha

terminado.

—¿Eso es todo? —dice ella mientras veo el lugar en el que Marcos estuvo—

. ¿Esos eran tus peores miedos? ¿Por qué solo tienes cuatro…? Oh.

Ella me mira.

—Es por eso que te llaman…

Tenía miedo que si ella sabía de Marcus, me vería con lástima y que me

haría sentir débil, pequeño y vacío.

Pero vio a Marcus y lo miró a él, con ira y sin miedo. Me hizo sentir, no

débil, sino poderoso. Lo suficientemente fuerte para defenderme.

Tiro de ella hacia mí por el codo, y beso su mejilla, lentamente, dejando

que su piel queme la mía. La abrazo fuertemente, encorvándome hacia

ella.

—Oye. —Suspira—. Lo superamos.

Paso mis dedos por su cabello.

—Tú hiciste que lo superara —digo.

La llevo a las rocas a las que Zeke, Shauna y yo vamos algunas veces,

tarde en la noche. Tris y yo nos sentamos en una piedra plana suspendida

sobre el agua, y el rocío moja mis zapatos, pero no está tan fría para que

me importe. Como todos los iniciados, ella está demasiado concentrada en

la prueba de aptitud, y yo estoy esforzándome para hablar con ella de eso.

Pensé que cuando dijera un secreto, el resto vendría tropezándose

después, pero la franqueza es un hábito que formas con el tiempo, y no

con un interruptor al que le das vuelta cuando quieras, me estoy dando

cuenta.

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—Estas son cosas que no le digo a la gente, sabes. Ni siquiera a mis

amigos. —Observo el agua oscura y turbia y las cosas que trae, pedazos de

basura, ropa descartada, botellas que flotan como pequeños botes

emprendiendo un viaje—. Mi resultado fue el esperado. Abnegación.

—Oh. —Frunce el entrecejo—. ¿Pero escogiste Osadía de todas formas?

—Por necesidad.

—¿Por qué tuviste que irte?

Aparto la vista, no estando seguro de poder darle voz a mis razones,

porque admitirlas me hace un traidor a las facciones, me hacen sentir

como un cobarde.

—Tenías que alejarte de tu padre —dice—. ¿Es por eso que no quieres ser

un líder de Osadía? ¿Porque si lo fueras, tal vez lo verías de nuevo?

Me encojo de hombros.

—Eso, y que siempre he sentido que no pertenezco por completo entre los

de Osadía. No de la manera en que son ahora, de todas formas. —No es

exactamente la verdad. No estoy seguro si este es el momento de decirle lo

que sé acerca de Max y Jeanine y el ataque; egoístamente, quiero guardar

este momento para mí, solo por un rato.

—Pero… eres increíble —dice. Levanto mis cejas hacia ella. Parece

avergonzada—. Me refiero, ante los estándares de Osadía. Nunca se han

escuchado cuatro miedos. ¿Cómo no podrías pertenecer aquí?

Me encojo de hombros de nuevo. Mientras pasa más tiempo, más extraño

encuentro que mi pasaje del miedo no esté acribillado con miedos como el

de los demás. Muchas cosas me ponen nervioso, ansioso, incómodo… pero

cuando me enfrento a esas cosas, puedo actuar, nunca me paralizo. Mis

cuatro miedos, si no soy cuidadoso, me paralizarán. Esa es la única

diferencia.

—Tengo la teoría que el desinterés y la valentía no son tan diferentes. —

Levanto la mirada al Pozo, elevándose alto sobre nosotros. Desde aquí solo

puedo ver un pedazo pequeño del cielo nocturno—. Toda tu vida has sido

entrenada para que te olvides de ti misma, así que cuando estás en

peligro, se convierte en tu primer instinto. Puedo pertenecer a Abnegación

igual de fácil.

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—Sí, bueno. Dejé Abnegación porque no era lo suficientemente caritativa,

sin importar lo mucho que tratara de serlo.

—Eso no es completamente cierto —dije con una sonrisa—. Esa chica que

dejó que alguien le lanzara cuchillos para salvar a un amigo, quien golpeó

a mi padre con un cinturón para protegerme, esa chica desinteresada, ¿no

eres tú?

En esta luz, se ve como si viniera de otro mundo, sus ojos traducidos en

algo tan pálido que parecen brillar en la oscuridad.

—Has estado prestando mucha atención, ¿verdad? —pregunta, como si

acabara de leerme la mente. Pero no está hablando acerca de mí

observando su rostro.

—Me gusta observar a la gente —digo astutamente.

—Tal vez fuiste eliminado de Verdad, Cuatro, porque eres un mentiroso

terrible.

Bajo mi mano y la coloco junto a la ella y me inclino acercándome.

—Bien. —Su nariz larga y estrecha no está hinchada por el ataque, y

tampoco su boca. Tiene una linda boca—. Te he observado porque me

gustas. Y… no me llames “Cuatro”, ¿de acuerdo? Es… agradable.

Escuchar mi nombre de nuevo.

Se ve momentáneamente perpleja.

—Pero eres mayor que yo… Tobias.

Suena tan bien cuando ella lo dice. Como si no tuviera nada de qué

avergonzarme.

—Sí, esa brecha inmensa de dos años es realmente insuperable, ¿verdad?

—No estoy tratando de ser autocrítica —dice tercamente—. Simplemente,

no lo entiendo. Soy más joven. No soy bonita. Yo…

Me río, y beso su sien.

—No finjas —dice, sonando un poco sin aliento—. Sabes que no lo soy. No

soy fea, pero ciertamente no soy bonita.

La palabra “bonita”, y todo lo que representa, parece completamente inútil

ahora que no tengo paciencia para ella.

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—Bien. No eres bonita. ¿Y? —Muevo mis labios a su mejilla, tratando de

reunir un poco de coraje—. Me gusta como te ves. —Retrocedo—. Eres

muy inteligente. Eres valiente. Y aunque sabes acerca de Marcus… no me

estás mirando de esa manera. Como si fuera… un cachorro pateado o algo.

—Bueno —dice objetivamente—. No lo eres.

Mis instintos fueron correctos: Es digna de confianza. De confiarle mis

secretos, mi vergüenza, el nombre que abandoné. Con las verdades

hermosas y las horribles. Lo sé.

Toco sus labios con los míos. Nuestros ojos se encuentran y sonrío, y la

beso de nuevo, esta vez más seguro.

No es suficiente. La acerco, la beso con más fuerza. Ella revive, colocando

sus brazos a mí alrededor e inclinándose hacia mí y todavía no es

suficiente, ¿cómo puede serlo?

La acompaño al dormitorio de los transferidos, mis zapatos aún húmedos

por el rocío del río, y me sonríe mientras se desliza a través de la puerta.

Empiezo a caminar hacia mi apartamento, y no toma mucho tiempo para

que el alivio vertiginoso dé paso a la inquietud de nuevo. En algún

momento entre ver ese cinturón enroscarse en su brazo en mi pasaje del

miedo y decirle que el desinterés y la valentía eran a menudo lo mismo,

tomé una decisión.

Doblo en la siguiente esquina, no hacia mi apartamento, sino hacia una

escalera que lleva al exterior, justo al lado del apartamento de Max.

Reduzco la velocidad cuando paso por su puerta, temeroso que mis pasos

serán lo suficientemente fuertes para despertarlo. Irracional.

Mi corazón late con fuerza cuando alcanzo la cima de las escaleras. Un

tren está pasando, su lado plateado atrapando la luz de la luna. Camino

bajo las líneas y me dirijo al sector de Abnegación.

Tris vino de Abnegación, parte de su poder innato viene de ellos, siempre

que está llamada a defender a las personas que son más débiles que ella. Y

no puedo soportar pensar en los hombres y mujeres que son como ella

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cayendo ante las armas de Osadía y Erudición. Puede que ellos me hayan

mentido, y tal vez les haya fallado cuando escogí Osadía, y tal vez estoy

fallándole a Osadía ahora, pero no quiero fallarme a mí mismo. Y yo¸ sin

importar a la facción en la que esté, sé lo que tengo que hacer.

El sector de Abnegación está tan limpio, sin rastro de basura en las calles,

aceras o jardines. Los edificios grises idénticos están gastados en lugares

en donde la gente abnegada se ha negado a repararlos, cuando el sector

Sin Facción realmente los necesita, pero están pulcros y sin marcas. Las

calles aquí podrían ser un laberinto, pero no me he ido el tiempo suficiente

para olvidar el camino a la casa de Marcus.

Es extraño lo rápido que se convirtió en su casa, en lugar de mía, en mi

mente.

Tal vez no deba decirle a él; podría decirle a otro líder de Abnegación, pero

él es el que tiene mayor influencia, y hay una parte de él que es mi padre

todavía, que trató de protegerme porque soy Divergente. Trato de recordar

el oleaje de poder que sentí en mi pasaje del miedo, cuando Tris me mostró

que es solo un hombre, no un monstruo, y que puedo enfrentarlo. Pero ella

no está conmigo ahora, y me siento endeble, como si estuviera hecho de

papel.

Camino la vía hacia la casa, y mis piernas están rígidas, como si no

tuvieran articulaciones. No toco la puerta, no quiero despertar a nadie

más. Alcanzo bajo el tapete por la llave de repuesto y abro la puerta

delantera.

Es tarde, pero la luz sigue encendida en la cocina. Para el momento en que

atravieso la puerta, él ya está de pie donde puedo verlo. Detrás de él, la

mesa de la cocina está cubierta de papeles. No está usando sus zapatos,

están en la alfombra de la sala, sus cordones desabrochados, y sus ojos

lucen tan ensombrecidos como lo son en mis pesadillas sobre él.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Me observa de arriba abajo. Me pregunto

qué está mirando hasta que recuerdo que estoy usando el negro de

Osadía, botas pesadas y una chaqueta, con un tatuaje en mi cuello. Se

acerca y noto que soy tan alto como él, y más fuerte de lo que jamás he

sido.

No podría dominarme ahora.

—No eres bienvenido en esta casa —dice.

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—Yo… —Me paro más recto, y no porque él odie la mala postura—. No me

importa —digo, y sus cejas se levantan como si lo hubiera sorprendido.

Tal vez lo hice.

—Vine a advertirte —digo—. Encontré algo. Planes de ataque. Max y

Jeanine van a atacar Abnegación. No sé cuándo, ni cómo.

Me observa por un segundo, en una manera que me hace sentir que estoy

siendo medido, y luego su expresión se vuelve burlona.

—Max y Jeanine van a atacar —dice—. ¿Solo ellos dos armados con

algunas jeringas de simulación? —Sus ojos se estrechan—. ¿Max te envió

aquí? ¿Te has convertido en su lacayo en Osadía? ¿Qué, acaso quiere

asustarme?

Cuando pensé acerca de advertir a los de Abnegación, estaba seguro que la

parte más dura era atravesar esta puerta. Nunca se me ocurrió que él no

me creería.

—No seas estúpido —digo. Nunca le hubiera dicho eso a él cuando vivía en

esta casa, pero dos años de adoptar intencionalmente la jerga de Osadía

hace que salga de mi boca naturalmente—. Si sospechas de Max, es por

una razón, y te digo que es una buena. Tienes razón de sospechar. Estás

en peligro… todos ustedes lo están.

—Te atreves a venir a mi casa después que traicionaste tu facción —dice,

su voz baja—, después que traicionaste a tu familia… ¿y me insultas? —

Niega con la cabeza—. Me niego a ser intimidado a hacer lo que Max y

Jeanine quieren, y ciertamente no por mi hijo.

—¿Sabes qué? —digo—. Olvídalo. Debí haber ido con alguien más.

Me doy vuelta hacia la puerta, y dice:

—No te vayas cuando te estoy hablando.

Su mano se cierra fuertemente alrededor de mi brazo. Lo miro fijamente

por un segundo, sintiéndome vertiginoso, como si estuviera fuera de mi

propio cuerpo, ya separándome del momento para poder sobrevivirlo.

Puedes combatirlo, pienso, mientras recuerdo a Tris alzando el cinturón en

mi pasaje del miedo para pegarle.

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Libero mi brazo y soy demasiado fuerte para que él lo pueda sostener. Pero

solo puedo juntar la fuerza suficiente para alejarme, y él no se atreve a

gritarme, no cuando los vecinos pueden escuchar. Mis manos tiemblan un

poco, por lo que las meto en mis bolsillos. No escucho la puerta cerrarse

detrás de mí, por lo que sé que está observando mientras me voy.

No fue el regreso triunfal que imaginé.

Me siento culpable cuando atravieso la puerta hacia la Espira, como si

hubiera ojos de Osadía sobre mí, juzgándome por lo que acabo de hacer.

Fui en contra de los líderes de Osadía, ¿y para qué? ¿Por un hombre que

odio, que ni siquiera me creyó? No se siente como si valiera la pena, valiera

la pena ser llamado un traidor a la facción.

Veo a través del piso de vidrio al abismo lejos debajo de mí, el agua

calmada y oscura, muy lejos para reflejar la luz de la luna. Hace unas

pocas horas, estaba de pie aquí, a punto de mostrarle a una chica que

apenas conocía todos los secretos que luché tanto por proteger.

Ella era de mi confianza, aunque Marcus no lo fuera. Ella, y su madre, y el

resto de la facción en la que cree, todavía valen la pena ser protegidos. Así

que, eso es lo que voy a hacer.

FIN

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SOBRE LA AUTORA

Veronica Roth es una escritora estadounidense nacida el 19 de agosto de

1988 en Chicago, Illinois. Ya en su juventud se sintió familiarizada con la

literatura, por lo que le gustaba escribir y leer en sus tiempos libres;

después de terminar sus estudios académicos, su familia tuvo conciencia

del talento para escribir que tenía, la animó para que se matriculara en la

prestigiosa Universidad Northwestern para estudiar “Escritura Creativa”

donde se graduó y fue licenciada en dicha carrera. Estudiando en ella se

sintió inspirada para escribir su primer libro. Es conocida por su novela

debut, best-seller del The New York Times, Divergente, y su secuela

Insurgente. Roth ha ganado el reconocimiento de Goodreads al Libro

Favorito de 2011 y a la mejor historia de Fantasía y Ciencia ficción para

jóvenes adultos en 2012.

Historias de Cuatro:

1. El Transferido

2. El Iniciado

3. El Hijo

4. El Traidor

Trilogía Divergente:

1. Divergente

2. Cuatro Cuenta Su Historia

3. Insurgente

4. El Camino a Leal

5. Leal

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CRÉDITOS

MODERADORAS:

LizC

Mari NC

Traductores:

Isa 229

Itorres

IvanaTG

Jadasa

Youngblood

Mari NC

Otravaga

Shilo

Correctores:

Nanis

Revisión y Recopilación:

LizC

Diseño:

PaulaMayfair

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BOOKZINGA