yo me quedo de mi lado

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Yo me quedo de mi lado ¡Ay señor¡, tú sabes que yo, con más, nadie, hablo como contigo; que para mi, tú eres el único y lo más grande que hay. Tú sabes que yo siempre, desde que nací, que tuve uso de razón; has sido siempre tú… Que si es por virgen o por santo, a mi no me salva es nadie. Yo aprendí, así, a orar contigo; yo, que padre nuestro y eso... no. Cuando estábamos en Tumaco, que ya yo estaba grande, yo me metía e esas iglesias, a los cultos: ¡como cantaban!, y yo me entraba también allá… Ya en Tumaco, porque en el Firme de los Miranda... Pues, donde nosotros vivíamos no había iglesia, era donde nosotros vivimos pequeños; tocaba ir al otro pueblo, al frente. Eran unas cien casitas, pero todas así chocitas, pequeñitas… más o menos separadas, por ahí unos dos metros, con zancos, y nada más la calle, porque por allá nadie siembra nada y tocaba caminar para llegar al mar. De esa casa, a mi no me gustaba nada: lo único que me gustaba era mi mamá, lo único… Feíta, era la casa, así con el techo como de monte, como decir: la casa de los indios y el solo cuarto con el salón, donde dormíamos, todos los muchachos. ¡Ay! y cuando aparecía mi papá: llegaba y le pegaba a mi mamá y eso eran las trifulcas… Feíta, era. La semana santa, eso sí… siempre, eso sí era bonito, era rece y rece y rece; tú sabes como era allá: no nos dejaban jugar, no nos dejaban hacer nada… eso sí me gustaba, o sea, había respeto… Se hacían los dulces, se invitaban a los vecinos; hacían de cabellos de ángel, de papaya verde con azúcar y se hacía chúcula; hacían tamales, y hacían cazabe, y hacían champú… Eso era otra visión del viernes santo: venía otra vecina acá, tocaba servirle, y acá nos íbamos para donde ella o a otra casa… Todo lo que era Semana Santa, era una semana muy sagrada: eso era rece, rece, rece y cada quien estaba de su lado; eso sí era bonito. Tú me conoces, que yo he sido así, desde que me críe: me gusta estarme de mi lado, a mi no me gusta que nadie me visite, yo no visito a nadie porque a mi no me gusta que nadie me visite, a mí me gusta estarme acá sola, sola, sola… en esta casa. Yo me he criado sola, yo he vivido sola toda la vida; mi familia, son mis tres hijas y Juancho. Yo sólo he tenido esto, sólo este rancho que yo quiero, donde me he sentido mejor. A mi, toda la vida me tocó... Tú lo sabes, porque si sobreviví, fue sólo por tu gracia; desde que me regalaron a esa señora... como a los siete años… ahí mi mamá me regaló, y ya me tocó sobrevivir sola. Eso... ¡Ay, no! Yo tenía una vida pero de perros; mejor dicho, ahí en esa casa, con esa señora. En la calle, yo estaba mejor que ahí, cuando los chinos que ella había criado antes, cogieron la casa y ya me echaron para la calle. Supuestamente, ella me iba a enseñar, a darme estudio, era maestra y vivíamos, los tres, con el marido de ella porque esa señora nunca tuvo hijos; no, eso era

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Page 1: Yo Me Quedo de Mi Lado

Yo me quedo de mi lado

¡Ay señor¡, tú sabes que yo, con más, nadie, hablo como contigo; que para mi, tú eres el único y lo más grande que hay. Tú sabes que yo siempre, desde que nací, que tuve uso de razón; has sido siempre tú… Que si es por virgen o por santo, a mi no me salva es nadie.

Yo aprendí, así, a orar contigo; yo, que padre nuestro y eso... no. Cuando estábamos en Tumaco, que ya yo estaba grande, yo me metía e esas iglesias, a los cultos: ¡como cantaban!, y yo me entraba también allá… Ya en Tumaco, porque en el Firme de los Miranda... Pues, donde nosotros vivíamos no había iglesia, era donde nosotros vivimos pequeños; tocaba ir al otro pueblo, al frente. Eran unas cien casitas, pero todas así chocitas, pequeñitas… más o menos separadas, por ahí unos dos metros, con zancos, y nada más la calle, porque por allá nadie siembra nada y tocaba caminar para llegar al mar.

De esa casa, a mi no me gustaba nada: lo único que me gustaba era mi mamá, lo único… Feíta, era la casa, así con el techo como de monte, como decir: la casa de los indios y el solo cuarto con el salón, donde dormíamos, todos los muchachos. ¡Ay! y cuando aparecía mi papá: llegaba y le pegaba a mi mamá y eso eran las trifulcas… Feíta, era.

La semana santa, eso sí… siempre, eso sí era bonito, era rece y rece y rece; tú sabes como era allá: no nos dejaban jugar, no nos dejaban hacer nada… eso sí me gustaba, o sea, había respeto… Se hacían los dulces, se invitaban a los vecinos; hacían de cabellos de ángel, de papaya verde con azúcar y se

hacía chúcula; hacían tamales, y hacían cazabe, y hacían champú… Eso era otra visión del viernes santo: venía otra vecina acá, tocaba servirle, y acá nos íbamos para donde ella o a otra casa… Todo lo que era Semana Santa, era una semana muy sagrada: eso era rece, rece, rece y cada quien estaba de su lado; eso sí era bonito.

Tú me conoces, que yo he sido así, desde que me críe: me gusta estarme de mi lado, a mi no me gusta que nadie me visite, yo no visito a nadie porque a mi no me gusta que nadie me visite, a mí me gusta estarme acá sola, sola, sola… en esta casa.

Yo me he criado sola, yo he vivido sola toda la vida; mi familia, son mis tres hijas y Juancho. Yo sólo he tenido esto, sólo este rancho que yo quiero, donde me he sentido mejor.

A mi, toda la vida me tocó... Tú lo sabes, porque si sobreviví, fue sólo por tu gracia; desde que me regalaron a esa señora... como a los siete años… ahí mi mamá me regaló, y ya me tocó sobrevivir sola. Eso... ¡Ay, no! Yo tenía una vida pero de perros; mejor dicho, ahí en esa casa, con esa señora.

En la calle, yo estaba mejor que ahí, cuando los chinos que ella había criado antes, cogieron la casa y ya me echaron para la calle. Supuestamente, ella me iba a enseñar, a darme estudio, era maestra y vivíamos, los tres, con el marido de ella porque esa señora nunca tuvo hijos; no, eso era nada más para que hiciera oficio: ¡me pegaba!, me daba palo, y no más; eso... ¡Ay, no! Y después que se murió, cuando, ya, yo tuve como unos doce años; desde ahí, me tocó sobrevivir sola, sola.

Page 2: Yo Me Quedo de Mi Lado

Y cuando acá, en Bogotá... Que yo me vine para acá, con una señora que es de Tumaco; pero, entonces, ellos vivían acá, en Bogotá, porque las hijas estaban todas en la universidad; entonces, ella necesitaba alguien que cocinara como allá en Tumaco y me vine con ella.

Tenía como, ¿cuánto?, como veintiqué… Y me vine para acá, con esa señora. Ahí duré como seis años, trabajaba interna. Tampoco me fue tan bien que digamos… ¡Ay, no!… De resto, todo ha sido en casa ajena.

Yo, de todas las partes donde he estado, yo me amaño mucho acá; me siento bien. Claro que mi sueño es tener mis cuatro paredes: si yo me muriera ahorita, yo no iba a descansar, porque yo sé que mis hijas quedan mal; porque ni siquiera poder echarse un sueño tranquilo: porque aquí, uno no duerme tranquilo, con esos vientos y eso, uno dice: “no, a qué horas el ranchito da el bote”, cuando se vienen estos aguaceros.

Pero acá, de todas maneras, me amaño mucho y tengo mis matas, acá. Pero que sirvan, que sirvan. Sí, las flores son bonitas y eso, pero las flores no duran; entonces, me gustan las matas que sirvan, que en un momento a uno lo desvaren y yo las cuido y peleo por esas matas.

Mi papá tenía una finca, pero nosotros éramos muy pequeños, y cuando él, así, se iba… por las veredas, que uno llega en canoa, en lancha uno llega... Y a nosotros, nos tocaba ir allá a buscar plátano, naranja; cosas así, para no dejarnos morir de hambre, porque él, a nosotros, no nos tiraba ni agua… Mi papá fue muy irresponsable, era muy mujeriego y nosotros pasamos mucho trabajo, pero ¡demasiado! Trabajo.

Cómo será que mi papá todavía vive, está vivo y eso, pero entonces… A mí no me nace conocerlo, o sea… Yo soy

una de las personas que piensa, sobre mi manera de pensar: que debe morirse mi papá, debe morirse mi mamá, sí; porque mi papá fue muy malo y yo digo que es consecuencia de eso... es consecuencia de eso. Y ya, yo sólo puedo dejárselo a lo que tu juicio decida de él.

Alexandra, la otra vez que ella estuvo en Cali, encontró con una hermana mía, que la llevó hasta la casa y que la estuvo preguntando; no los volví a ver nunca más, a ellos… de esa casa no nos quedó nada, porque antes de yo irme, esa casa se nos quemó: mi mamá era muy devota, del Nazareno; imagínese, una casa que era de tabla y eso, y con veladoras y eso… Se quemó la casita, nos tocó ir a pedir posada donde los vecinos… Y pues, cosas buenas de allá, no me quedaron, así, muchas.

Si yo los veo, a ellos, así: que uno pasa y el otro pasa, yo sé que esos son mis hermanos; y digamos, en el caso mío, que yo era igual a mi mamá, yo digo: si ellas pasan y me ven, ellas dicen: “esa es familia mía…”; y entonces, ella llevó a Alexandra para la casa y ahí me mandaron un poco de fotos; que la llamara, que no se qué... Y es que tú sabes que la sangre tira y nosotros siempre llevamos, un parecido, físicamente.

Nosotros, ahora somos doce, porque después que a mí me regalaron, nacieron cuatro, que yo a esos no los conozco. Yo conocí mi hermano mayor, se murió; a él si lo conocí, con él si me llevaba bien. Nosotros, mas que todo, nos la pasábamos jugando, afuera, ahí enfrente de la casa; nos la pasábamos jugando de todo: la lleva... Jugábamos ahí, de todo.

Mi hermana me mandó a decir que éramos doce; que tenía un hermano que era pastor, que uno vivía por Estados Unidos, que otro está allá por Panamá... Ella me mandó a decir cómo estaba más o menos la situación. Me dijo: “acá

Page 3: Yo Me Quedo de Mi Lado

estamos todos, hay unos que están más o menos, otros que están regular y otros que si están…”

Nosotros, acá si vivimos… Sí, nosotros somos… Digamos: Juancho, no trabaja es, ahora, porque en el tiempo que él trabajó, él pagaba su arriendo; las muchachas siempre estudiaron en colegio privado, porque siempre que buscábamos en las del gobierno, no había cupo ya antes; siempre nos tocó… Y ahí vamos.

Juancho, no es, ni pelión, ni atarván; él alega es por allá afuera… Él lava loza, él lava ropa, es un buen hombre. Una vez, yo, ¡Ah!, yo estaba muy decidida y me fui, me fui con las chinas y él se iba a morir, eso se enfermó... eso, mejor dicho.

Él es buena gente, es buen padre, quiere mucho a las hijas…Él, por las hijas, cuando estaban pequeñitas y así viejas; él las llevaba al colegio y las traía; es un buen hombre. Ahorita que la situación... Además él ya está viejo, y ya viejo uno pa´ trabajar.

Yo no me aburro aquí, mantengo la Biblia, ahí, abierta y cuando estoy aquí, por ahí a esta hora: rezo por ahí unos dos salmos; eso, desde que estábamos en el León XIII; es mi único deporte: fumar e ir contigo, no más y de resto, cuando estoy trabajando, que este año, si tú me lo permites, voy a buscar trabajo... Digamos, esto es un buen descanso, porque es que yo cuando trabajo, ¡trabajo!; o sea, si yo trabajo, que yo sienta que yo gané lo que me pagaron… me gusta eso, me gusta ser seria… Si a mí me dicen: “Rosita le regalo estos dos mil pesos”, que yo sienta que me los gané… o sea, lo que dice la Biblia: uno debe valer las cosas que las merece… Usted me dice: “Rosita yo le puedo regalar estas naranjas”, yo pienso que me las merezco, decidió dármelas, yo pienso que me las merezco. Y no me gusta que

me repitan qué hacer, o sea, me da mal genio… Otra cosa que no me gusta es esperar hasta que vuelvan y me digan, eso sí me ofende a mí, antes que me digan yo hago mis cosas; entonces, así soy yo, me gusta hacer las cosas bien, así me demore más.

Yo, fumar, es lo único... O sea, son vicios que le inculca la gente ociosa a uno, y uno cree que es chévere… una señora me enseñó; fue una patrona que me enseñó a fumar que porque eso era glamour, yo no tenía idea en esa época qué era glamour: lo invitaban a uno a una reunión, que fumar era lo más de chévere y yo no me podía quedar atrás… y claro, después que el vicio lo coge a uno, es algo que, hmm… A mí no me gusta que se metan con mis cigarrillos: “¡ay!, que tiene que dejar de fumar”, a mí no me gusta eso, que se metan con mis cigarrillos; estamos en un país libre, es lo único con lo que yo me divierto, yo me siento bien echando mi humo, yo no hago nada más.

Ya, a mí, a los años que yo tengo, me va quedando sólo esperar... y que llegue el día de tu juicio; y ya que yo te tenga, bien ahí, delante mío: que ya, yo pueda verte; el día que puedas, tú, oírme, ya bien, como se debe: yo te voy a hacer saber, mejor, de estas cosas y aprovecho, de una vez, pa’ llegar a preguntarte... de otras cositas que, yo, estos años... se me quedaron pendientes, ahí en el alma, por saber.