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ANTES DE LA SECUNDARIA De cada 100 niños que entran a la primaria, 70 pasan a la secundaria y sólo 40 inician la preparatoria; 17 llegan a la universidad. Esta merma en la masa de jóvenes que se están preparando es el mercado más atractivo para los narcomenudistas. Existe una relación muy clara entre deserción escolar e incremento de riesgo de consumir dro gas . Esto se pudo comprobar en un estudio cuyos resultados está por presentar el Conadic. Se trata de la "prueba de tamizaje" entre niños de primarias y secundarias para adelantar la detección y atención a los nuevos usuarios de drogas. "Nosotros aplicamos un instrumento -que es un cuestionario- para detectar áreas de conflicto en una persona; ésta obtiene un puntaje, que se expresa como un porcentaje. Si supera determinada línea establecida en el diseño del cuestionario, nos tenemos que preocupar", indica Rodríguez Ajenjo. Hay siete indicadores: salud mental, relaciones con los amigos, relaciones con la familia, situación escolar, consumo de sustancias, problemas de conducta agresiva y problemas de conducta delictiva. Con la medición de ellos se ha encontrado, a nivel nacional, que alrededor de 15 por ciento de los alumnos está en conflicto y tiene puntajes más allá de lo normal. "Estamos proponiendo intervenciones, dependiendo del tema. Por ejemplo, si tiene problemas con la familia, estamos utilizando los Centros Nueva Vida para dar terapia a estos chavos con sus padres. Si es un estudiante que está empezando a consumir, le proponemos un tipo de consejería o de intervención breve. Hay terapias para abusadores y otras para quienes apenas empiezan a tener problemas con los narcóticos. Los Centros Nueva Vida para eso están. Hemos aplicado 750 mil tamizajes. Tenemos más de 2 millones de adolescentes que han participado en este tipo de actividad, que se desarrolla mucho en la escuela pero que también se aplica afuera, en otros espacios sociales", precisa el funcionario del sector salud. La Encuesta Nacional de Adicciones indica que los adolescentes son el grupo que está más expuesto a engancharse con el consumo porque es al que le ofrecen con más frecuencia sustancias gratis. Un dato inquietante apareció en la encuesta: es más frecuente que le regalen droga a mujeres menores de 18 años que a hombres.

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ANTES DE LA SECUNDARIA

De cada 100 niños que entran a la primaria, 70 pasan a la secundaria y sólo 40 inician la preparatoria; 17 llegan a la universidad. Esta merma en la masa de jóvenes que se están preparando es el mercado más atractivo para los narcomenudistas.

Existe una relación muy clara entre deserción escolar e incremento de riesgo de consumir dro gas . Esto se pudo comprobar en un estudio cuyos resultados está por presentar el Conadic. Se trata de la "prueba de tamizaje" entre niños de primarias y secundarias para adelantar la detección y atención a los nuevos usuarios de drogas."Nosotros aplicamos un instrumento -que es un cuestionario- para detectar áreas de conflicto en una persona; ésta obtiene un puntaje, que se expresa como un porcentaje. Si supera determinada línea establecida en el diseño del cuestionario, nos tenemos que preocupar", indica Rodríguez Ajenjo.

Hay siete indicadores: salud mental, relaciones con los amigos, relaciones con la familia, situación escolar, consumo de sustancias, problemas de conducta agresiva y problemas de conducta delictiva.

Con la medición de ellos se ha encontrado, a nivel nacional, que alrededor de 15 por ciento de los alumnos está en conflicto y tiene puntajes más allá de lo normal."Estamos proponiendo intervenciones, dependiendo del tema. Por ejemplo, si tiene problemas con la familia, estamos utilizando los Centros Nueva Vida para dar terapia a estos chavos con sus padres. Si es un estudiante que está empezando a consumir, le proponemos un tipo de consejería o de interven-ción breve. Hay terapias para abusadores y otras para quienes apenas empiezan a tener problemas con los narcóticos.

Los Centros Nueva Vida para eso están. Hemos aplicado 750 mil tamizajes. Tenemos más de 2 millones de adolescentes que han participado en este tipo de actividad, que se desarrolla mucho en la escuela pero que también se aplica afuera, en otros espacios sociales", precisa el funcionario del sector salud.

La Encuesta Nacional de Adicciones indica que los adolescentes son el grupo que está más expuesto a engancharse con el consumo por-que es al que le ofrecen con más frecuencia sustancias gratis.Un dato inquietante apareció en la encuesta: es más frecuente que le regalen droga a mujeres menores de 18 años que a hombres.

ESTUDIOS DE CASO

La primera vez que ALICIA intentó suicidarse un Nokia 6131 le salvó la vida. La cuerda que se había atado alrededor del cuello le estaba cortando el flujo de aire cuando el teléfono celular comenzó a vibrar. Alcanzó a sacarlo de la bolsa de su pantalón y vio quién era: su novio, el mismo que apenas unos días antes le había dicho que no la quería volver a ver.

Así que a duras penas jaló con su pie una silla que había detrás de ella. La arrastró para poder apoyarse y deshacer el nudo que ya le había dejado una gruesa marca roja en el cuello. Se echó a la cama y le marcó a su novio. Él sólo quería preguntarle por qué no había ido a inscribirse a la escuela el día anterior.

Trató de colgarse del ventilador de la recámara de su madre porque estaba abrumada. Su novio la dejó porque pensaba que Alicia, hoy de 17 años, nunca iba a dejar de drogarse. Sus amigos, los que no

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consumían drogas, no la querían tener cerca. Comenzó a bajar las calificaciones en la escuela. Tenía muchos problemas con su madre, con su familia...

"Estaba perdida, nadie me hacía caso. Mi mamá me decía: 'Ya no sé qué hacer contigo, ya no te soporto'. Ya no tenía caso. Me preguntaba para dónde iba. No sabía qué iba a hacer después. Yo misma me decía '¿para qué sigo haciendo que los demás sufran? ¿Para qué le quito el tiempo a mi mamá?".

Alicia probó su primer cigarro a los 11 años. Pero a diferencia de la mayoría de los adolescentes, el suyo no fue de tabaco, sino de marihuana. Y a partir de ese día no la soltó. Luego vino la cocaína. Y las drogas se convirtieron pronto en los mejores amigos que esta niña tuvo en la escuela secundaria.

La primera vez que Alicia inhaló el humo de la cannabis se sintió profundamente relajada. Una sensación inigualable.Desde el inicio del ciclo escolar 2003-2004 Alicia vio como sus compañeros de sexto de primaria co-menzaron a drogarse con activo, pero a ella nunca le llamó la atención. No sabía exactamente qué era esa sustancia, pero sabía que era una droga y "las drogas eran malas".

En una ocasión se fue de pinta a la casa de una amiga. Ahí, la hermana de su compañera fumaba con tranquilidad lo que aparentemente era un cigarro como cualquier otro. "Pruébala", me dijo. "Yo pensaba que era un cigarrillo común. Por eso dije: 'Va, ese sí lo pruebo'. Pero era marihuana, me gustó, y desde los 11 años me volví consumidora", platica Alicia, una jovencita de rasgos finos y hablar segura que ni siquiera cuando recuerda los momentos más duros de su adolescencia da señas de consternación.

"Sentí padre…. Nunca tosí. Me dijo que retuviera el humo, que me lo quedara. Lo hice y me quedé 'wow'. Me empecé a reír mucho. Y luego me vino la angustia, el temor de que mis papás se enteraran".

Alicia salió de la casa de su amiga imaginando que cada persona que caminaba frente a ella era su madre. Entró en pánico. Pero llegó a casa y, como nunca estaban sus padres, se echó a dormir. Al mes volvió a buscar a aquella chica que le dio el primer cigarro y le pidió más.

"Mi mamá trabajaba en la tarde, como secretaria, y mi papá era taxista. No estaban en todo el día porque se llevaban muy mal. Muchas veces conseguí la marihuana porque el hermano de mi papá es adicto. Es uno de los repartidores de Iztapalapa. Me la daba gratis. Sólo decía: 'No le vayas a decir a tus papás".

Durante todo el primer año de secundaria Alicia consumió marihuana. Un carrujo antes de salir de casa, otro en la azotea o uno más en el patio. Y llegar a la escuela "tranquila, relajada". Solo así podía aguantar el ambiente hostil y violento de la Escuela Secundaria Técnica 75 "Ignacio Ramírez", ubicada en la colonia Lomas de Zaragoza, en Iztapalapa.

Mientras estuvo ahí, tuvo que aprender a someter para no ser sometida. Le sigue dando gusto contar aquellas veces en que se lió a golpes con otra chica, como cuando le desvió el tabique a puñetazos a la más grandota e intimidante de sus enemigas. Todo mundo la respetó desde entonces. Pero esa fama no le serviría para prevenir los dos asaltos que, a punta de pistola, sufrió adentro de los baños del propio plantel.

Fue en segundo de secundaria cuando se enteró que otros compañeros se drogaban igual que ella. Entonces se pusieron de acuerdo para hacerla juntos. Se iban al pasillo detrás del salón de educación artística, ahí donde los profesores nunca se paraban por miedo a ser asaltados por los mismos alumnos, y se echaban sus cigarros de marihuana. Pero Alicia estaba harta de la angustia y del miedo. No le gustaba esa sensación de ansiedad que tenía cada vez que fumaba marihuana. Así que una vez que fue con su tío a pedirle más droga, le platicó sobre ese incómodo efecto secundario.

- Esto ya me pone muy mal. La fumo antes de entrar a la

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secundaria pero me pongo muy mal.-¡Ay, pues chíngate esto antes de entrar! -le contestó su tío, quien le regaló su primera bolsita de ese polvo blanco llamado cocaína.

-¿Quién fue el emperador egipcio más joven? -preguntó la profesora de historia universal. La mayoría de los alumnos mantuvo la cabeza baja y los labios sellados.-¿Nadie? -insistió.Una chica tenía la respuesta. Había pasado una eternidad, y mientras el resto de sus compañeros se volteaba a ver con cara de duda y resignación, Alicia se decía a sí misma que ella sabía, pero tenía miedo de hablar. No sabía cómo se iba a mover su lengua, si sería capaz de controlar los extraños efectos, aún desconocidos para ella, de haber combinado un cigarro de marihuana y una línea de cocaína.

-jTutankamón! -se atrevió, por fin, a responder, animada por la desidia de sus compañeros.

- ¡Perfecto, Alicia! -le respondió la maestra y atajó:

-¿Por qué los demás no respondieron?

"Hasta en matemáticas me fue bien ese día. Contesté todo rápido y me quedé ahí sentada mientras los demás terminaban".

A partir de entonces fue común que ella y sus amigos se drogaran con marihuana y cocaína antes de entrar a clases. Llegaban a las 12:30 o una de la tarde, y una hora después la cocaína los había puesto lo suficientemente alertas como para entrar a sus clases vespertinas.

"Mis amigos llevaban auto, se los daban sus papás. Lo ponían en la esquina donde está el teléfono público y nadie pasaba por ahí porque los carros lo tapaban. Nos sentábamos en el piso y nos poníamos a fumar, pero expulsábamos todo el humo y lo echábamos a una bolsa de pan. Justo antes de entrar a clases respirábamos todo el humo de la bolsa. “Era un Madrazo". Era el primer paso. "Luego pintábamos la coca en el carro, nos dábamos un pericazo y nos metíamos a la escuela, como si nada". Antes, se bañaban en perfume. Cada quien traía su frasquito, indispensable para entrar sin que el olor a hierba los delatara.

A pesar de los maestros, los operativos de mochila segura, las revisiones constantes de los salones y las cámaras dentro y a fuera de los salones, nadie en la escuela se enteró de que Alicia se drogaba. Enrollaba la bolsa de cocaína y la metía en el doblez que le hacía a su pantalón deportivo a la altura de la cintura. Nunca le encontraron nada.

"Sabía que era cocaína -reconoce-, que me iba a hacer adicta. Así que me metía la cocaína cada dos, tres semanas, sólo después de la marihuana. Pero la mota era diaria. Fumaba siempre antes de ir a la escuela. Estaba bien, ya se me había hecho costumbre, como si fuera un tabaco".

El activo lo probó hasta tercero de secundaria, porque nunca le había llamado la atención, a pesar de que era común que sus compañeros introdujeran latas de pintura, solvente y pegamento a la escuela. No le gustó. "Me atarantaba, sentía hasta que babeaba. Lo probé una semana, diario, pero no era lo mío".

Durante toda la secundaria su tío le proveyó de droga. Un día le regaló 250 gramos de cocaína. "Con eso no te paras por aquí en un mes", le dijo. Pero las cosas comenzaron a salirse de cauce. "Había veces que me controlaba, porque iba a ver a mi mamá. Pero era un día; al siguiente, volvía a fumar, y al doble. Ahí me di cuenta de que era una adicción". Comenzó a fumar en su cuarto, que hasta entonces era territorio sagrado. Representaba el respeto que le tenía a su casa y a su familia. Y la relación con los amigos también cambió. "Todos nos hicimos más y más adictos, por lo que decidimos apartamos. Consumíamos tanto que ya no queríamos compartirnos. Nos volvimos envidiosos. ¡No te doy, es mío!', nos gritábamos. Ahí me di cuenta que estaba en el hoyo". Intentó dejar la droga. "Yo decía 'por voluntad lo dejo', pero no podía. Era tanta mi ansiedad, tanta mi adicción, que ya no podía dejarlo.

Una vez le dije a mi mamá que me llevara al psicólogo. Mi papá iba a Alcohólicos Anónimos por ser neurótico. Me recomendó con un psicólogo, fui a una terapia y ahí él me dijo que tenía un centro de rehabilitación, mejor conocido como anexo. Nunca le platiqué de mis adicciones. Le hablaba de mis problemas emocionales para quedarme. Le supliqué que me admitiera. “Fui a despedirme de mi novio y entré".

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Luego de un episodio violento en el anexo, la encerraron en un cuarto enrejado, con doble chapa y ventanas tapadas. Todo el tiempo había alguien vigiándola porque temían que se escapara. Pero aguantó los tres meses.Salió y, tras una semana, volvió a drogarse con marihuana.

Luego vino el primer intento de suicidio. Había perdido a todos sus amigos, los que no se drogaban. "Los perdí por la compañía que yo quería, que era la droga".

Minerva probó el activo hasta tercero de secundaria, porque nunca le había llamado la atención, a pesar de que era común que sus compañeros introdujeran latas de pintura, solventes y pegamento a la escuela. No le gustó. “Me atarantaba, sentía hasta que babeaba. Lo probé una semana, diario, pero no era la mío”.Todo el tiempo estaba escondiéndose de su mamá, quien se enteró de su adicción hasta que entró al anexo. Pero drogarse a escondidas no era algo que disfrutara. "Ya no me sentía bien haciéndolo, ya había perdido a todos mis amigos, me sentía mal drogándome. Me drogaba y me deprimía, quería suicidarme. Lo intenté tres veces".

Después de tratar de colgarse de la lámpara del cuarto de su mamá, mejoró su relación con ella y con su novio. "Me hubiera perdido de muchas cosas si me hubiera muerto". Pero se siguió drogando.

Volvió a intentar quitarse la vida. Le pidió una pistola a una amiga. La tenía porque sus hermanos pertenecían a una banda de Iztapalapa. "Me la llevó a mi casa”. Y me encerré en el baño para matarme. Pero no me atreví. ¿Y si me pierdo algo bueno?', pensé. Me quedé sentada en el suelo, llorando, mientras me caía el agua fría de la regadera".

Luego intentó ahorcarse de nuevo, pero una tía la sorprendió. "Llegó mi tía, luego toda mi familia, y me empezaron a regañar. “¿Qué hemos hecho mal?”, me decían. Yo sólo bajaba la cabeza y lloraba. “No quería saber nada de nadie, porque no podía solucionar mi vida".

Alicia lleva cuatro meses sin drogarse. El 12 de febrero, lo tiene bien grabado, fue la última vez que fumó marihuana. Fue luego de que compartiera con un amigo un habano de mota sabor cereza, traído desde Nueva York.

"Me puse muy mal. No sabíamos dónde andábamos, a pesar de que estábamos a tres calles de la casa de mi amigo. Llegué a la casa de mi tía y toda la tarde me dormí. Me desperté y todavía me sentía mal. Todo se movía y todo me daba miedo. Me dio miedo morirme de un pasón. Fue en ese momento en que juré no volver a meterme nada. Y hasta ahora lo he cumplido".

Alicia ahora asiste a terapia con Daniel Copto, terapeuta de Street Soccer, una organización que ayuda a jóvenes con problemas de adicciones a través de torneos de futbol.

"Drogarme me traía demasiados problemas. Perdí a todos mis amigos. Cuando salí del anexo volví a hacer a los amigos que tenía, que se habían alejado por mi problema. Hice más amigos. Pero empecé a perderlos cuando se enteraron que me seguía drogando. Y se empezaron a alejar, poco a poco".

-¿En quién te convertías cuando estabas drogada?

-Me convertía en una persona pasiva. Me insultabas y me reía. Todo me daba flojera; si no estaba drogada no estaba bien. Sólo drogándome me daban ganas de hacer cosas. No salía de mi cuarto, no hablaba por teléfono. Era una persona que caminaba y nada más, sin vivir. No sabía para dónde iba: no tenía planes. Mi futuro era seguirme drogando. Me veía muy acabada. Cuando me drogaba ya no me amaba.

-y ahora, ¿quién eres? ¿Cuál es tu futuro?-Ahora soy Alicia. Y mi futuro es seguir estudiando.

Quiero estudiar psicología o filosofía. Ya no es indispensable drogarme. Me siento bien, sé lo que quiero hacer, me gusta como estoy viviendo ahorita, me siento feliz, les hablo a mis, amigos, tengo novio. Estoy

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bien con todos, hasta conmigo misma.

En el Centro de Integración Juvenil Iztapalapa Oriente, el consumo de drogas en adolescentes no es novedad. Según estadísticas de la Secretaría de Salud, es el centro en todo el país que atiende a más pacientes con edades de entre 14 y 19 años. Su directora, María Dolores Herrera, dice que la mayoría de los jóvenes a los que atiende probó la droga en la secundaria.

"Es difícil generalizar cómo y dónde empezaron a consumir drogas, pero la mayoría de los adolescentes lo hicieron en la secundaria, no necesariamente adentro de la escuela, pero sí afuera con los amigos".

La directora del centro sabe que la detección temprana de consumo es clave. "Muchos de estos adoles-centes empezaron a fumar o a tomar alcohol desde los 10, 11 años. Es necesario que los padres detecten esto y colaboren con las escuelas para prevenir que consuman cosas más fuertes".

-¿Qué drogas son las que más consumen los adolescentes?

- Los inhalables. Ellos les dicen "mamilas" o "monos", es una sustancia que se usa en la plomería para pegar material. A este le ponen sabores de frutas o de chicle, por eso les gusta tanto. También hemos visto muchos casos de consumo de cocaína.

-¿Es difícil conseguirla?-No, los pacientes dicen que es relativamente fácil.

Nosotros no sabemos. Ellos nunca dicen dónde compran o a quién se la compran. Además, no les preguntamos porque es un riesgo para ellos y para el centro. Estamos haciendo muchas acciones de prevención con resultados, pero cada vez tenemos más pacientes. Tenemos tres centros en Iztapalapa, pero no es suficiente. La realidad es que nos estamos saturando.

Todo comenzó con un sorbo de tequila. Minerva tenía 12 años en 2003 cuando ella y sus amigos de sexto de primaria bebieron alcohol por primera vez. El sabor amargo y el ardor producido por el tequila no le gustaban, pero al cuarto, quinto trago, se acostumbraría. La sensación de mareo y las risas sin razón la hicieron ignorar cualquier resistencia al alcohol.

Cuando ingresó a la secundaria, las fiestas adquirieron más intensidad. Minerva hizo amistad con estudiantes de una preparatoria de Xochimilco. Uno de ellos le invitó su primer cigarro de marihuana. No recuerda su nombre, ni su rostro, pero sí su mano cuando le ofreció un cigarro que desprendía un humo espeso de olor penetrante.

Ya había cumplido 14 años en el momento en que probó la marihuana. Sin pensarlo mucho, inhaló el humo hasta que lo sintió en los pulmones. Cuando el cigarro se consumió, los ojos de Minerva se cerraban en contra de su voluntad. Su cuerpo la obligó a tumbarse en un sillón roído con los asientos sumidos. No volvió a levantarse el resto de la noche. La música, los gritos y las risas las escuchaba como si estuvieran a kilómetros de distancia, todo era borroso y se movía en cámara lenta.

"No me gustó la marihuana. Esa vez llevaba mucha pila y me la quitó toda", confiesa Minerva. El efecto de la marihuana la había decepcionado, pero no le quitó los ánimos de continuar su búsqueda nocturna.

En 2007, Minerva entró a una preparatoria de la UNAM ubicada en el sur del DF. Durante su primer año, una invitación prometedora llegó su perfil de My Space.

Ese fin de semana habría un Rave en una zona baldía de Toluca.No era la primera vez que iba a un rave, conocía bien esas fiestas masivas, campamentos nocturnos donde la música no deja de sonar. Pero éste sería diferente, probaría el LSD por primera vez. Tenía 16 años.

Minerva había evitado probar el LSD por miedo a sus efectos, pero no pudo resistirse cuando un amigo le regaló un cuadrito de papel con un arcoíris dibujado en el centro. Cuando lo puso en su lengua produjo un

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sabor amargo que rápidamente fue reemplazado por una sensación anestésica. El hormigueo se extendió de la lengua a la cabeza y de ahí al resto del cuerpo. No recuerda más. Su memoria regresó hasta el día siguiente cuando se levantó en su casa de campaña. La música electrónica seguía sonando a todo volumen. Todavía con la mirada borrosa, vio a uno de sus amigos acercarse. "Güey, te pusiste bien agresiva", le dijo. "Empezaste a gritar y hasta aventaste tu celular".

Minerva jura que esa fue la última vez que consumió ácido. "No me gustó eso de tener un vacío en mi memoria, no acordarte si te peleaste o te acostaste con alguien; según yo, no hice nada de eso".

Hace tres meses, Minerva, ya con 19 años, probó de nuevo con las drogas. Esa vez fue discreta. Sólo ella y su amiga Ana. Un viernes después de la escuela llegaron a su departamento. Minerva sacó una bolsita de plástico con pedacitos de crack que le había comprado a un tipo que vende afuera de su prepa. Ana colocó las piedras en la punta de la parte gruesa de una antena de televisión y comenzó a fumar. Minerva tomó otro pedazo de antena y la imitó. En menos de media hora se acabaron hasta el último granito de la bolsa.

-¿Qué sentiste?- Es difícil describirlo.

Minerva hace una pausa, alza los brazos y pone las manos sobre los hombros, tratando de explicar la sen-sación con mímica. Se rinde unos segundos después.

- Es como si te liberaras -continúa-. No sientes los músculos de los brazos o las piernas; al mismo tiempo te angustias, pero no se siente mal. Es muy raro.

El efecto de la primera dosis sólo duró 20 minutos. No era suficiente. Ana y Minerva fueron con el dealer por una recarga. Harían lo mismo tres veces más.

"Esa vez nos gastamos como 500 pesos en piedras, queríamos más y más, como si fuéramos adictas desde antes. Incluso mi amiga empezó a coquetear con él para que nos hiciera una oferta. Al final le paramos".

No fue un asunto de conciencia. Ya no tenían dinero y trataron de quitarse las ganas con alcohol. Tomaron hasta que se durmieron.

-¿Tú mamá sabe que has probado drogas?-No, nunca se enteró. Sabe que algunos de mis amigos le entran al alcohol, pero nada más.

Minerva no dice más. Sus ojos, enmarcados con delineador negro, miran de un lado a otro. El viento levanta las puntas de su cabello lacio de un negro azabache brillante. Jeans ajustados, camiseta holgada y deslavada, labios rojo eléctrico, un aro metálico que atraviesa su nariz. Su atuendo de roquera es traicionado por una voz dulce, casi susurrante, una voz con la que no puede disimular su timidez.

¿Qué tan común es consumir drogas en la prepa o en la secundaria?-No creo que encuentres a alguien que te diga abiertamente que es drogadicto, pero ya no está tan escondido. La dealer de mi prepa es una niña güerita, súper fresa, nunca te imaginarías que vende drogas. Ya no es nada más de un grupito específico. Si fumas o te metes algo en una fiesta, nadie lo ve mal.

Desde aquella noche de las piedras, Minerva ha abandonado sus experimentos con drogas, pero acepta que bebe alcohol casi todos los días.

"Mi caso es raro, porque casi todos los que prueban drogas, se clavan. Todo es cuestión de gustos, no tanto de los problemas en tu casa o la presión de tus amigos; todo depende de si te gusta o no. Lo que he probado no me ha gustado".

Son las cinco de la tarde de este martes 29 de junio. Minerva se dirige a su prepa, tiene que inscribirse en las materias que cursará el próximo año.

La tarde del último día de junio de este 2010 Javier camina sin rumbo por la ciudad de México. Apenas hace una semana hizo el examen para ingresar al CCH de la UNAM. Saca de su mochila uno de los cigarros de marihuana que preparó en los últimos días. Es el último, pero lo enciende. Al rato, después de haber tenido la garganta seca, jura que está pensando en sí mismo. En su futuro. Pero en realidad no

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piensa en nada. Javier lleva poco más de tres años consumiendo cannabis. Hoy tiene 19 años.

Su semana comienza con un desayuno consistente en un cigarro de marihuana. No hay mejor manera de empezar el día. Sobre todo desde hace un año, cuando decidió dejar la Vocacional 6 del Politécnico, pues pasar las materias que había abandonado ya no iba a resultar tan fácil. A Javier le dio flojera intentarlo. Pero no hubo pereza para, durante los tres años que estuvo en la Voca, beber cerveza y fumar marihuana. Su madre, que es maestra y se enteró hace más de dos años de que su hijo consumía drogas, le ha apoyado en todo. Incluso en la decisión de ir a una nueva escuela. Lo manda a clases de francés y pagó un curso de preparación para el examen de colocación.

Pero el tema de la marihuana sólo se ha tratado alguna vez en el auto cuando su mamá lo iba a dejar a la escuela. Un "no está bien, puedes convertirte en adicto", y ya.

¿Programas de prevención o tratamiento contra las drogas por parte de los gobiernos federal y local? Javier no conoce ninguno. En la escuela, cuando iba, tampoco nadie lo mencionaba.

A sus dos hermanas les aseguró que todo estaba bien, que sólo fumaba para pasada bien con sus amigos. Y algo de eso es cierto. Hace tres años fumaba con ellos.

Hoy está sentado aquí, solo, y se pone nervioso: la hierba se acabó. Piensa en comprar más. Pero no trabaja. Y no sabe con qué pretexto pedirle dinero a su mamá.

¿Cómo empezó todo? Hace casi cuatro años, cuando estaba en el segundo semestre de la Vocacional. Una de sus amigas les había dicho a él y a otros compañeros que tenía marihuana en su casa. La amiga les juraba que se sentía "muy bonito".

Eran los primeros meses de 2007 y Javier recién había cumplido 16 años. "En ese tiempo éramos todavía responsables", dice ahora que el efecto de la marihuana comienza a desaparecer. Como estudiaban en el turno de la tarde, quedaron de verse a las 12 del día en casa de su amiga, a 15 minutos de la de Javier, quien vive en la colonia La Laguna, en Ecatepec, Estado de México. Luego irían a la escuela.

Nunca había experimentado esa sensación. Se encontraba relajado. O por lo menos así lo recuerda ahora que bosteza. Y piensa en años atrás a esa primera experiencia, cuando estaba en la secundaria y sus compañeros fumaban marihuana después de las clases, en la calle, y también en las fiestas.

Se levanta ahora de la banca en que está y comienza a buscar un Metro. Ha estado todo el día fuera de casa. Hoy se levantó y comenzó a ponerse esos pantalones ajustados y la playera corta; también se arregló un poco su cabello medio largo.

Hoy sí fue a la clase de francés, pero como no había mucho qué hacer decidió dar la vuelta y fumar lo que le quedaba.

Llega por fin al Metro Hidalgo. Y se sienta por ahí antes de entrar. Javier está decidido a levantarse e irse de una buena vez a su casa. Pero recuerda que fue precisamente en esta estación del Metro donde quedó de verse con un amigo para ir por primera vez a comprar marihuana.

"jChale! Ojalá en este momento tuviera por lo menos 30 mendigos pesos para comprar algo, como lo hacía hace años", dice ahora que ya por fin decidió meterse al Metro.

Esos tiempos eran los buenos, cuenta Javier ya rumbo a Indios Verdes: como estaba en la escuela, había pretextos para pedirle más dinero a su mamá. Podía fumar durante semanas. Ahora sólo puede desayunar un buen cigarro de cannabis. Antes, era desayuno, almuerzo y cena.

El Metro se detiene a medio túnel. Y Javier ya siente mucha hambre. "Yo no fumo porque esté triste o porque tenga pedos. Lo hago porque me siento muy relajado". Sonríe. Cuando iba a la escuela, por las noches se encerraba en su cuarto y bajo muchas cobijas fumaba: el olor no debía expandirse. No funcionó, pues su mamá y sus dos hermanas, de 22 y25 años, terminaron detectando el olor.

Las clases pasaron a segundo o tercer plano. Lo primero era ir a fiestas para fumar. Reprobó todas sus materias, por supuesto y aunque hubo y hay todavía oportunidades para aprobarlas, fueron y siguen siendo desaprovechadas.

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¡Qué flojera!, piensa Javier y se desespera porque el Metro no avanza.

"y qué que mis amigos, algunos, ya estén en la carrera; varios siguen en la Vaca y yo no estoy tan mal. Pero me gustaría tener un poco más de marihuana para seguir pensando chingón, sólo así, puedo pensar bien".

Hoy a Javier ya no le queda marihuana para poder dormir. Y en verdad no podrá hacerla, pues lleva tres meses utilizándola como somníferos.

Llega a su casa. Abre la puerta y entra a la sala. Sus hermanas ven la televisión. Su mamá aparece de pronto. “¿Todo bien?". "Sí, claro. Me pidieron un libro...". "Bueno...".

Javier sube a su cuarto. Se acuesta. Busca entre las sábanas, entre sus cosas. Y logra preparar un cigarro con sobras que había allí y allá. Reflexiona: "No es mala. A mí me ayuda a pensar profundamente. Sé lo que quiero: seguir estudiando. Sí, ya quiero estudiar pues llevo más de un año sin hacerla. ¿Qué? No tengo ni idea" y ahora que el sueño lo está venciendo, confiesa:

Las escuelas públicas de México se han convertido en auténticos bunkers. Algunas están armadas con cámaras, otras buscan colocar detectores de metales en la entrada, y en todos los maestros, prefectos y doctores son auténticos custodios que tratan de evitar que los alumnos se droguen o incurran en actos de violencia.

"Ya sé, he cometido muchas estupideces. Pero ya no lo vaya hacer".Ya va a dormir tranquilo. Tiene dinero para comprar mañana.

Las escuelas públicas de México se han convertido en auténticos bunkers. Algunas están armadas de cámaras, otras buscan colocar detectores de metales en la entrada, y en todas los maestros, prefectos y doctores son auténticos custodios que tratan de evitar que los alumnos se droguen o incurran en actos de violencia.

En la Escuela Secundaria Técnica 21 "Gonzalo Vázquez Vela", ubicada en la delegación Álvaro Obregón, al menos 10 por ciento de la población estudiantil del turno vespertino tiene problemas de adicciones, según revela uno de los profesores, quien prefiere guardar el anonimato.

La mayoría, añade, son adictos a las monas, bolsas de plástico con sustancias tóxicas como solventes, pintura o pegamento industrial.

"Hemos abatido el incremento de la ingestión de sustancias, porque los detectamos constantemente, pero en otras escuelas sí se ha incrementado bastante", revelan los médicos de la misma escuela, aunque admiten también que afuera de la misma es común encontrar, antes y después de clases, a estudiantes consumiendo drogas.

"Llama la atención -alerta el documento "Orientaciones para la prevención de adicciones en escuelas de educación básica", elaborado por la SEP-la facilidad con que los estudiantes pueden disponer de las sustancias reportadas (inhalables, marihuana, tranquilizantes y anfetaminas), particularmente los de secundaria, quienes son menores de edad y legalmente no pueden adquirir alguna droga legal".

Los grados de consumo de drogas de los alumnos "se disparan" al pasar al nivel de bachillerato, lo que sugiere la necesidad de "reforzar las tareas preventivas desde el nivel anterior: la secundaria".

Esa conclusión deriva de los resultados de la Encuesta de Consumo de Drogas en Estudiantes 2006, elaborada por la SEP en conjunto con el Instituto Nacional de Psiquiatría. Este trabajo tiene otro dato preocupante: entre 2003 y 2006 "los niveles de consumo de drogas ilegales (marihuana e inhalables, principalmente) en las mujeres se han incrementado", mientras que el consumo de cocaína "se ha mantenido estable"; en los hombres también ha crecido el consumo de las dos primeras sustancias, pero

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el de cocaína ha bajado.

Rara vez se han detectado casos de alumnos que consuman marihuana en horas de clase por el intenso olor que deja, dicen los médicos de la secundaria ubicada en Álvaro Obregón. "Pero el activo es otra cosa: su olor es pasajero, se disuelven rápido los efectos, y las famosas monas se las venden en cinco pesos aquí afuera".

Jessica, con 16 años, dice que se volvió "rebelde" en tercero de secundaria, hace justo 12 meses. "Antes era bien inocente, más bien muy tonta", dice mientras se mira las uñas pintadas de rosa metálico. "Si mi mamá me regañaba, no le contestaba. Antes me pegaba y yo me dejaba, ahora le regreso los golpes".

La nueva Jessica también se volvería consumidora del activo, un adhesivo para tuberías de PVC que con la adición de olores frutales se convirtió en la droga favorita en las secundarias de Iztapalapa.

Todos los fines de semana era la misma rutina. Jessica y sus amigos iban a la casa de algún compañero. Cada uno daba cinco o 10 pesos para comprar latas de activo. Cada quien tomaba la de su sabor favorito. Sentados uno al lado del otro, invadían su nariz con olores de fresa, uva y coco.

"Me acababa una y luego luego pedía otra. A veces era feo porque yo quería bailar y no podía, me sentía cansada", comenta mientras rompe en pedacitos un cartón.

Jessica sonrió la primera vez que tuvo en sus manos una lata de adhesivo para PVC. "Todos hablaban del activo, una sustancia que olía a frutas y que cuando la inhalabas se sentía chido". Esa tarde, después de clases le regalaron su primera lata. Olía a coco. Después de un par de tímidas olfateadas, Jessica inhaló con fuerza. Un dolor punzante recorrió su nariz hasta llegar a la punta de su cabeza. A los pocos segundos, la molestia se convirtió en un sueño pesado que la obligó a bajar la cabeza y cerrar los ojos. Las calles se esfumaron, luego el ruido, luego sus amigos. Durante media hora, estuvo sola en un sueño que no recuerda pero al que quiere regresar todos los días.

La relación de Jessica con el activo pasó de las fiestas a su casa. Para fines del tercer año de secundaria, se convirtió en costumbre vaciar el adhesivo que compraba en una lata de pintura que guardaba atrás de su buró. Inhalaba todos los días.

Un día, Carolina, su hermana mayor, percibió un fuerte olor a solvente. Siguió el olor hasta que entró al cuarto de Jessica, que estaba tirada en su cama con los ojos entreabiertos.

-¿Por qué huele tan feo? -preguntó. Con la poca energía que le quedaba, Jessica contestó lo primero que se le ocurrió:

- El vecino ha de estar pintando. Carolina le echó una mirada incrédula. -jEres tú, mírate! Ya déjalo, vas a hacer que mi hermanita se enferme.

Esa tarde, Jessica se deshizo de la lata. No quería que por su culpa le pasara algo a su hermana de cuatro años. Unas horas después, su mamá llegó del trabajo. Carolina le contó sobre el nuevo pasatiempo de Jessica. No era la primera vez. Un año antes, Jessica llegó tambaleándose después de beberse un par de aguas locas, aguas de frutas con alcohol barato. Al día siguiente, su madre la llevó a un grupo de Alcohólicos Anónimos.

"No me gustó para nada", comenta Jessica entre risas. "Había puros señores que se mal viajaban con sus historias. No duré ni una semana".

Sin las latas, Jessica se concentró en las clases. Después de pasar a duras penas los exámenes extraordinarios de matemáticas, español y geografía entró al Colegio de Bachilleres en enero de 2010.

La prepa no sería muy diferente a la secundaria. El primer día de clases, Jessica se unió a un grupo de chicas que se hacen llamar Las Guarañas. Nunca se aburría con ellas. Ir a clases no estaba dentro de su rutina. Todos los días eran días de fiesta.

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En una de ellas, Jessica probó las "mamilas", frascos que contienen una dosis más fuerte de adhesivo. Una vez más viviría en ese mundo alterno. Pasaba horas acostada en el piso encharcado de cerveza de un departamento vacío en Iztacalco, inhalando de un frasco color amarillo hasta quedarse dormida.

Meses después, su mamá se enteró de sus fiestas y la sacó sin que terminara el primer semestre de la prepa.

Ahora, Jessica está todo el día en su casa. Su mamá dejó su trabajo de mesera de tiempo completo para asegurarse de que no se meterá en problemas.

-¿Y tu papá?-Siempre está trabajando, bueno, eso dice. Más bien siempre está de borracho y ya le hemos cachado muchas amantes. Mis papás siempre se pelean por eso, además creo que un tiempo mi papá le entraba a las drogas.

Con la mirada en el piso, Jessica golpea la mesa con el puño, agitando las pulseras multicolores que lleva en la muñeca izquierda. "Era mi héroe, pero ya no".

-¿Por eso le has entrado al activo?-No, no creo, siempre me he guiado por los sabores ricos y por la curiosidad, no porque esté deprimida o tenga problemas, bueno aunque aquí dicen que sí.

Desde hace dos meses, Jessica está en tratamiento en el Centro de Integración Juvenil de Iztapalapa Oriente. Dice que no es adicta al activo pero lo que consumió durante un año le afectó la vista.

"A veces no veo de lejos o me quedo ciega por un rato, pero no pasa seguido", dice mientras expande de los ojos hasta su límite. Cuenta que no ha consumido nada desde que ingresó al centro, pero de vez en cuando se escapa a alguna que otra fiesta. La noche anterior salió de su casa a escondidas.

Su terapia está por comenzar. La psicóloga entra al cuarto. "¿Ayer te fuiste de fiesta?".Jessica sonríe y se encoge de hombros.