transecos.files.wordpress.com€¦  · web viewen la medida en que la competencia entre las...

21
Curso de verano de la UAM Alternativas ecosociales en el Siglo de la Gran Prueba Madrid (La Corrala de la UAM en Lavapiés) 6 a 8 de septiembre de 2017 Acerca del curso : Sabemos que el crecimiento material no puede continuar indefinidamente en una biosfera finitan –y de hecho estamos ya más allá de los límites del crecimiento, por evocar el título del importante primer informe al Club de Roma en 1972-, pero toda nuestra vida socioeconómica y la ideología dominante se organizan en torno a la aberrante suposición contraria. Los plazos y los márgenes de acción para tratar de evitar un colapso ecológico- social se han vuelto más estrechos, al tiempo que se agudiza la incompatibilidad con el capitalismo de las trayectorias que deberíamos seguir (en esas hipotéticas transiciones energéticas, económicas, políticas y culturales). En esta tesitura, ¿qué horizontes avizoramos en 2017? ¿Cabe pensar en ecosocialismos viables en el siglo XXI –que podemos llamar el Siglo de la Gran Prueba? En un marco de desestabilización climática, descenso energético y crisis civilizatoria, ¿qué propuestas valiosas nos llegan desde la reflexión euro-norteamericana –y desde otros ámbitos como América Latina y la India? [Diapositiva 1] ¿Ecocapitalismo o ecosocialismo? David Schweickart 6 de septiembre de 2017

Upload: others

Post on 22-Jan-2020

3 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Page 1: transecos.files.wordpress.com€¦  · Web viewEn la medida en que la competencia entre las empresas democráticas es menos intensa que en el capitalismo, es menos probable que se

Curso de verano de la UAM

Alternativas ecosociales en el Siglo de la Gran Prueba

Madrid (La Corrala de la UAM en Lavapiés)6 a 8 de septiembre de 2017

Acerca del curso: Sabemos que el crecimiento material no puede continuar indefinidamente en una biosfera finitan –y de hecho estamos ya más allá de los límites del crecimiento, por evocar el título del importante primer informe al Club de Roma en 1972-, pero toda nuestra vida socioeconómica y la ideología dominante se organizan en torno a la aberrante suposición contraria. Los plazos y los márgenes de acción para tratar de evitar un colapso ecológico-social se han vuelto más estrechos, al tiempo que se agudiza la incompatibilidad con el capitalismo de las trayectorias que deberíamos seguir (en esas hipotéticas transiciones energéticas, económicas, políticas y culturales). En esta tesitura, ¿qué horizontes avizoramos en 2017? ¿Cabe pensar en ecosocialismos viables en el siglo XXI –que podemos llamar el Siglo de la Gran Prueba? En un marco de desestabilización climática, descenso energético y crisis civilizatoria, ¿qué propuestas valiosas nos llegan desde la reflexión euro-norteamericana –y desde otros ámbitos como América Latina y la India?

[Diapositiva 1]

¿Ecocapitalismo o ecosocialismo?

David Schweickart

6 de septiembre de 2017

Voy a empezar con una cita del gran filósofo judío alemán, Walter Benjamin:

[Diapositiva 2]

Marx dice que las revoluciones son las locomotoras de la historia. Pero tal vez las cosas sean diferentes. Quizá las revoluciones sean la forma en que la humanidad, que viaja en ese tren, acciona el freno de emergencia.

-- Walter Benjamin (1940)

Page 2: transecos.files.wordpress.com€¦  · Web viewEn la medida en que la competencia entre las empresas democráticas es menos intensa que en el capitalismo, es menos probable que se

2

(Benjamin se suicidó ese mismo año en la localidad costera de Portbou, en Cataluña, después de que el Gobierno de Franco revocara todos los visados y ordenara a la policía española deportar a esas personas a Francia, entonces ocupada por los nazis).

I. El debate

Hace diez años, Joel Kovel publicó The Enemy of Nature (El enemigo de la naturaleza). El subtítulo del libro recoge claramente su tesis: The End of Capitalism or the End of the World? (El fin del capitalismo o el fin del mundo). Kovel cree que necesitamos una revolución, aunque es plenamente consciente de lo remota que resulta esa posibilidad.

[Diapositiva 3]

Cada vez más gente está empezando a comprender que el capitalismo es la fuerza incontrolable que alimenta nuestra crisis ecológica, y se quedan helados ante las implicaciones pavorosas de ese hallazgo.1

Paul Hawken, Amory Lovins y Hunter Lovins también creen que hace falta una revolución, pero de un tipo distinto a la que preconiza Kovel. Su libro, “Capitalismo natural” (Natural Capitalism), publicado en 1999, lleva por subtítulo La construcción de la siguiente revolución industrial (Creating the Next Industrial Revolution). Supuestamente, el entonces presidente Clinton lo calificó como uno de los cinco libros más importantes de nuestros días.

Hawken y los Lovins coinciden con Kovel en que el modelo actual de capitalismo es problemático. “El capitalismo, tal y como existe en la práctica, es una aberración financieramente rentable e insostenible dentro del desarrollo humano”.2 Sin embargo, no creen que el problema sea inherente al capitalismo. Distinguen entre cuatro tipos de capital, todos ellos necesarios para la actividad productiva:

[Diapositiva 4]

Capital humano; Capital financiero; Capital manufacturado; Capital natural.

Según su punto de vista, el problema de la configuración actual del capitalismo es que asigna un precio radicalmente erróneo a tales factores. Los actuales precios de mercado subestiman de forma lamentable el cuarto factor –de hecho, a menudo ni siquiera le atribuyen ningún valor–, es decir, los recursos naturales y los sistemas ecológicos “que posibilitan la vida y hacen que merezca la pena vivir en este planeta”.

Todos los economistas reconocen que las operaciones de mercado pueden implicar “externalidades” –costes (o beneficios) que no asumen las partes de la operación–. Todos coinciden en que los gobiernos tienen margen para intervenir de cara a corregir tales defectos. Las soluciones convencionales pasan por el establecimiento de impuestos (para las externalidades negativas) o subvenciones (para las externalidades positivas).

Page 3: transecos.files.wordpress.com€¦  · Web viewEn la medida en que la competencia entre las empresas democráticas es menos intensa que en el capitalismo, es menos probable que se

3

Hawken y los Lovins sostienen que esas soluciones pueden funcionar siempre que se apliquen adecuadamente. El primer paso es eliminar los incentivos perversos que ahora existen. Dan cuenta de las inmensas subvenciones que actualmente ofrecen los gobiernos para conductas ecológicamente destructivas, como por ejemplo las subvenciones agrícolas que fomentan la degradación del suelo y el despilfarro de agua, las subvenciones a la minería, al petróleo, a la industria pesquera y forestal, etc.

El segundo paso es aplicar impuestos que graven el consumo de recursos y la contaminación, de tal forma que los precios reflejen los verdaderos costes del “capital natural”. El objetivo es facilitar tecnologías energéticamente más sostenibles y procesos más eficientes para competir en igualdad de condiciones con las prácticas destructivas del “capitalismo industrial”. Podríamos ir más allá y subvencionar –al menos en un momento inicial– las tecnologías que reduzcan el impacto medioambiental de nuestras elecciones de producción y consumo.

Si adoptamos estas medidas, Hawken y los Lovins prevén un futuro prometedor:

[Diapositiva 5]

Imaginemos por un momento un mundo en el que las ciudades se han vuelto tranquilas y apacibles porque los coches y los autobuses son completamente silenciosos, los vehículos solo emitan vapor de agua y los parques y zonas verdes han reemplazado las innecesarias autopistas. La OPEC ha dejado de funcionar porque el precio del petróleo ha caído a cinco dólares el barril, pero hay muy pocos compradores porque existen formas mejores y más baratas de obtener los servicios para los que antes la gente acudía al petróleo. El nivel de vida ha mejorado drásticamente para todo el mundo, especialmente para los pobres y la población de los países en desarrollo. Ya no existe el desempleo involuntario y los impuestos sobre la renta prácticamente han desaparecido. Los hogares, incluso aquellos con ingresos bajos, pueden pagar parte de sus gastos de hipoteca con la energía que ellos mismos producen.3

Podemos conseguir un futuro así si aprovechamos la energía creativa del capitalismo y dejamos que los mercados hagan su trabajo.

Básicamente, hay dos diferencias fundamentales entre el “ecosocialismo” de Kovel y el “ecocapitalismo” de Hawken-Lovins.

[Diapositiva 6]

Kovel desconfía profundamente del ánimo de lucro. No cree que la codicia puede traer nada bueno. Hawken y Lovins creen que el ánimo de lucro puede reconducirse, ofreciendo así poderosos incentivos para el desarrollo de fuentes de energía sostenibles y la eliminación del despilfarro energético desenfrenado de nuestros días.

Kovel está convencido de que “crecer o morir” es un imperativo del capitalismo que impide cualquier forma de capitalismo sostenible. Hawken y los Lovins no refutan ese argumento de forma directa, pero parecen sostener una de las siguientes dos opciones:

a) el capitalismo es compatible con una economía de estado estacionario, sin crecimiento, ob) las economías pueden crecer indefinidamente sin consumir más energía y recursos naturales

que los que son capaces de reproducir de forma sostenible.

Page 4: transecos.files.wordpress.com€¦  · Web viewEn la medida en que la competencia entre las empresas democráticas es menos intensa que en el capitalismo, es menos probable que se

4

Veamos en primer lugar la cuestión de “crecer o morir”. Esto es algo que sostienen a menudo los ecologistas anticapitalistas. Según Kovel, “el capital necesita expandirse indefinidamente para poder existir”. ¿Es eso cierto? No lo parece. El capitalismo ha sobrevivido a largas crisis –la Gran Depresión, que empezó en 1929, se prolongó durante una década–. Ha sobrevivido al crash de 2008. Aún más comunes han sido los periodos de estancamiento; fijémonos en Japón desde la década de 1980 hasta ahora (la tasa media anual de crecimiento de Japón entre 1980 y 2017 ha sido del 0,05%).4 Desde luego, el capitalismo fomenta el crecimiento, pero un crecimiento exiguo no parece acabar con él. Son muchos los contraejemplos en ese sentido.

Pese a todo, Kovel tiene razón en algún sentido. Quizá hayamos exagerado, pero desde un punto de vista ecológico y al menos a primera vista, el capitalismo tiene algo demencial. Una cosmovisión ecológica tiende a poner el énfasis en la armonía, la sostenibilidad, la moderación –en la línea de los antiguos griegos, que consideraban el ansia constante de más como señal de un alma desequilibrada, trastornada–. Sin embargo, todas las empresas capitalistas están movidas por el afán de crecimiento, un crecimiento sin límite.

No hay ningún misterio. El aumento de las ventas genera más beneficios, enriqueciendo a los propietarios. También opera un factor de miedo. No adoptar medidas para “hacer crecer la compañía” supone un riesgo. En una economía capitalista, el pez grande tiende a devorar al pequeño. En el mercado capitalista, la competencia es feroz.

Hay que considerar también un elemento estructural más profundo. Es cierto que las empresas capitalistas tienen incentivos para crecer, pero la ambición de crecer no garantiza el crecimiento. Obviamente, muchas empresas no consiguen lo que quieren. Algunas se mantienen con un tamaño reducido y muchas fracasan.

El problema de raíz del capitalismo no es tanto que las empresas concretas tengan incentivos para crecer (aunque es un factor coadyuvante), sino que la economía, en su conjunto, necesita crecer –quizá no para sobrevivir, pero sí para estar sana–. Como ya he apuntado, ha habido periodos importantes en los que las economías capitalistas no lograron crecer y sin embargo no se hundieron. No obstante, ninguno de esos periodos –recesión, estancamiento, depresión– ha sido una época feliz.

¿Por qué las economías capitalistas necesitan crecer para mantenerse sanas? La respuesta a esta pregunta es bastante peculiar. Las economías capitalistas necesitan crecer para estar sanas porque el capitalismo se basa en los inversores privados para financiar la inversión. Estos inversores deciden libremente invertir o no invertir según les parezca (a fin de cuentas, es su dinero). Esto hace que la salud de una economía dependa de la “confianza de los inversores”, de lo que John Maynard Keynes llamó el “espíritu animal” de los inversores. Si no ven una oportunidad prometedora, entonces no invertirán.

(La inversión de la que estamos hablando debe producirse en la economía real, no en el sector financiero. Como señaló Keynes, “invertir” en instrumentos financieros –acciones, bonos, etc.– no es una auténtica inversión, sino una forma de ahorro, lo que no fomenta en nada un aumento de la productividad o de la demanda de los consumidores).

Si los inversores no ven oportunidades para invertir de forma rentable en la economía real, no lo harán. Pero en ese caso, su pesimismo se convierte en una profecía autocumplida. La falta de inversión se traduce en despidos, primero en las industrias de bienes de equipo y, después, en otros sectores, como consecuencia de la reducción de la demanda producida por los despidos. Al perder su trabajo, la gente no

Page 5: transecos.files.wordpress.com€¦  · Web viewEn la medida en que la competencia entre las empresas democráticas es menos intensa que en el capitalismo, es menos probable que se

5

puede comprar tanto y la demanda agregada baja todavía más. Salvo que se contrarreste con nueva inversión, la economía se ve abocada a la recesión.

Como todos sabemos por la experiencia histórica y presente, las economías en recesión no perjudican únicamente a los inversores capitalistas; perjudican prácticamente a todo el mundo. El paro crece, lo que genera tensión para casi todos los trabajadores, incluso aquellos que conservan su empleo. Los ingresos públicos descienden, lo que aumenta la presión para recortar el empleo y los servicios públicos. Se ponen en peligro los fondos para los programas medioambientales –siguiendo las indicaciones de los economistas convencionales, tan intransigentes con los ecologistas “anticrecimiento”–. (El crecimiento es necesario, insisten, para dotarnos de los medios que nos permitan arreglar el desorden que nosotros mismos hemos provocado).

Así pues, una economía capitalista necesita una expansión constante del consumo. Si las ventas bajan, los inversores pierden confianza, como es lógico. Por supuesto, los ecologistas suelen señalar (con razón) que el crecimiento del PIB no es un indicador de la felicidad o el desarrollo humanos, pero estos críticos parecen no reparar en que el crecimiento del PIB es precisamente lo que les importa a los inversores, a quienes hay que tener contentos a toda costa.

[Diapositiva 7 - Resumen]

El problema no es meramente el “crecimiento”. Una economía capitalista sana depende no solo de un consumo en constante crecimiento, sino de una tasa de crecimiento constante. Cuando la tasa de crecimiento desciende, los inversores se retraen. Sin embargo, una tasa de crecimiento constante, fundamental para un capitalismo sano, implica un crecimiento exponencial, y el crecimiento exponencial, para cualquiera con un mínimo conocimiento matemático, es profundamente perturbador.

Recordemos la “Regla del 72”: Para calcular cuánto tiempo tarda algo en duplicar su tamaño con una tasa de crecimiento constante “r”, hay que dividir 72 entre r. Si una economía crece al 3% anual –la tasa media de crecimiento de Estados Unidos durante el siglo XX–, el consumo se duplica cada veinticuatro años (72 dividido entre 3). Esto se traduce en un aumento de 16 veces a lo largo de un siglo: el PIB se duplicará a los 24 años, se cuadruplicará a los 48 años, se multiplicará por 8 a los 72 años y se multiplicará por 16 en el año 2096.

[Diapositiva 8]

O lo que es lo mismo, si seguimos creciendo como lo hemos hecho en el pasado, estaremos consumiendo dieciséis veces más en 2100 de lo que consumíamos en el año 2000. Si se mantuviera durante un siglo la tasa de crecimiento anual del 10% de China (su media entre 1990 y 2010), a final de siglo los chinos estarían consumiendo no dieciséis veces más de lo que consumen ahora, sino dieciséis mil veces más. Sé que cuesta creerlo, pero haced las cuentas. Tal y como señaló Kenneth Boulding (que era economista):

[Diapositiva 9]

“Solo un loco o un economista creerían que un crecimiento exponencial puede perpetuarse en un mundo finito”.5 Yo añadiría “capitalista” a la lista de Boulding.

Hay un contraargumento que debemos tener en cuenta. El crecimiento no tiene por qué agravar el agotamiento de recursos o la contaminación. El PIB es una cifra que no aspira a reflejar el bienestar general.

Page 6: transecos.files.wordpress.com€¦  · Web viewEn la medida en que la competencia entre las empresas democráticas es menos intensa que en el capitalismo, es menos probable que se

6

Un vertido de petróleo en cuya limpieza ha de trabajar mucha gente aumenta el PIB; cuando las parejas que no tienen tiempo para cocinar en casa empiezan a comer más veces fuera, el PIB crece. Según esa misma lógica, si se da trabajo a los desempleados plantando árboles, el PIB crece. Así que el crecimiento –del buen tipo– no necesariamente perjudica al medioambiente. El crecimiento no tiene por qué agravar el agotamiento de recursos o la contaminación.

Desde un punto de vista estrictamente lógico, eso es cierto. Un capitalismo sostenible es posible. Pero debe apuntarse que entonces ya no hablamos de ciencia económica. Hablamos de fe: la fe de los economistas en que el crecimiento exponencial puede perpetuarse en nuestro mundo finito, en que las nuevas tecnologías nos salvarán, permitiendo que el consumo siga creciendo para siempre.

¿Es esta una fe racional? Uno piensa en la “apuesta de Pascal” sobre la existencia de Dios. Blaise Pascal (1623-1662) fue un matemático y filósofo. Su argumento es sencillo. ¿Existe Dios? Quizá sí, quizá no. ¿Cuál es la respuesta racional a esta pregunta tan importante y controvertida? La respuesta de Pascal: haz lo que haría cualquier buen matemático, calcular las pérdidas y ganancias. Así, nos dice que si apostamos a que Dios sí existe y vivimos conforme a esa asunción, y resulta que estamos en lo cierto, las recompensas son infinitas (una eternidad en el paraíso). Si apuestas a que Dios existe y te equivocas, ¿qué pierdes? Muy poco o nada. El tiempo que hayas dedicado a ir a la iglesia o a rezar. Un cierto sentimiento de culpa de vez en cuando. En cambio, si apuestas a que Dios no existe y aciertas, ¿qué ganas? De nuevo, no mucho. Pero ¿y si apuestas al no y te equivocas? Bueno, dice Pascal, entonces te espera una eternidad ardiendo en el infierno. Blanco y en botella, ¿no? Condenarse al horror eterno cuando los beneficios de acertar son mínimos es un riesgo que no asumiría ningún ser racional.

¿Puede el crecimiento exponencial prolongarse indefinidamente (o al menos durante un periodo de tiempo muy, muy largo) en nuestro mundo finito? Si decidimos mantener el sistema capitalista, apostando a que efectivamente sí puede, no está de más recordar a Pascal: podemos estar prácticamente seguros de que ese crecimiento no nos hará más felices (al menos no a quienes más consumimos y contaminamos en la actualidad). Hay una vasta literatura sobre la felicidad. Sabemos que un mayor consumo, pasado cierto punto, no se traduce en más felicidad. El autor y activista ecologista Bill McKibben ofrece datos al respecto:

[Diapositiva 10]

En comparación con la década de 1950, una familia estadounidense media ahora posee el doble de coches, utiliza 21 veces más plástico y viaja 25 veces más lejos en avión. El Producto Interior Bruto se ha triplicado desde 1950 en Estados Unidos. Por supuesto, ingerimos más calorías. Y pese a todo, el termómetro de la satisfacción no parece haberse movido. Hay más norteamericanos que dicen que sus matrimonios son infelices, que odian sus trabajos y a los que no les gusta dónde viven. La cifra de los que, en conjunto, se consideran “muy felices” con sus vidas ha decrecido constantemente durante ese periodo… En el Reino Unido, el PIB per cápita creció un 66% entre 1973 y 2001, y sin embargo la satisfacción de la gente con sus propias vidas no ha cambiado un ápice. Lo mismo ocurre en Japón, pese a que los ingresos se hayan multiplicado por cinco en los años posteriores a la guerra.6

Así que, si apostamos por un capitalismo regulado, aun en el caso de que desarrollara una innovación tecnológica y una gestión competente para mantener un crecimiento económico constante sin una catástrofe medioambiental, los beneficios serían, en el mejor de los casos, exiguos. Pero ¿y si nuestra fe en el

Page 7: transecos.files.wordpress.com€¦  · Web viewEn la medida en que la competencia entre las empresas democráticas es menos intensa que en el capitalismo, es menos probable que se

7

capitalismo resulta equivocada? En lugar del fuego del infierno, el resultado sería una inmensa miseria global y quizá la extinción de nuestra especie.

El argumento pascaliano aplicado a la ecología que he expuesto se basa en una profunda asunción. La apuesta de Pascal no es solo una cuestión de fe. Se trata de cómo vivir nuestras vidas. Nuestra apuesta pascaliana también se refiere a la vida (colectiva), a cómo vivimos en el capitalismo. Pero si no hay alternativa al capitalismo, ¿cuál es el horizonte? Siempre podemos asumir que el crecimiento puede perdurar en un mundo finito. Una fe que permita cierta esperanza es sin duda mejor que la que no ofrece ninguna.

II. ¿Hay alternativas?

La pregunta es si existe alguna alternativa económica al capitalismo que sea:

[Diapositiva 11]

a) económicamente viable, b) no dependiente del crecimiento para su estabilidad, y que, sin embargo,c) fomente la innovación empresarial que necesitamos para superar la crisis actual.

Seguramente resulte sorprendente para la mayoría, pero la respuesta es claramente sí. En mi opinión, el análisis teórico, amparado en la evidencia empírica, respalda sólidamente la tesis de que una economía verdaderamente democrática podría cumplir los anteriores criterios.

Permitidme describir sintéticamente las instituciones básicas de una economía democrática. Conservaríamos los mercados competitivos. En este punto, no comparto la asunción de Kovel de que todos los mercados son perniciosos. Una economía capitalista de “libre mercado” está integrada por tres tipos de mercados muy distintos:

[Diapositiva 12]

mercados de bienes y servicios; mercados de trabajo; y mercados de capital

Propongo que mantengamos los mercados competitivos de bienes y servicios, pero extendiendo la democracia tanto a los centros de trabajo como al sistema financiero. Es decir, se trata de conservar los mercados de bienes y servicios, pero sustituir los mercados de trabajo y de capital por alternativas democráticas. Propongo llamar a nuestro nuevo sistema Democracia Económica. No hace falta decir que lo que expongo aquí es un modelo simplificado. En la práctica, una economía democrática sería mucho más compleja de lo que estoy explicando, pero el modelo recoge la estructura básica de este nuevo orden.

Veamos algunos detalles.1 Joel Kovel, The Enemy of Nature: The End of Capitalism or the End of the World? (New York: Zed Books, 2007), p. xi.2 Paul Hawken, Amory Lovins y L. Hunter Lovins, Natural Capitalism: Creating the Next Industrial Revolution (Boston: Little, Brown, 1999), p. 5.3 Hawken, Lovins, Lovins, p. 1.44 https://tradingeconomics.com/japan/gdp-growth5 Citado en Mancer Olsen y Hans-Martin Landsberg (eds.), The No-Growth Society (Nueva York: Norton, 1973), p. 97.6 Bill McKibben, "Happiness Is . . . " The Ecologist (2 de enero de 2007), p. 36.

Page 8: transecos.files.wordpress.com€¦  · Web viewEn la medida en que la competencia entre las empresas democráticas es menos intensa que en el capitalismo, es menos probable que se

8

Democratización del trabajo

Imaginemos una economía con el nivel de desarrollo tecnológico que tienen nuestras economías actuales cuyos centros de trabajo se gestionaran democráticamente. Supongamos que las empresas se concibieran como comunidades, no como entidades jurídicas que pueden comprarse y venderse. La dirección la designaría un consejo de trabajadores elegido por los propios trabajadores conforme a la regla “una persona, un voto”. Estas empresas competirían entre sí en un mercado razonablemente regulado.

Cabe esperar que esas empresas sean eficientes. Los trabajadores no reciben un salario, sino la cuota que se fije del beneficio de la empresa. Por consiguiente, todo el mundo tiene un interés en que a la empresa le vaya bien. Todo el mundo tiene incentivos no solo para trabajar de forma eficiente, sino para controlar a los demás trabajadores de la cooperativa, lo que reduce la necesidad de supervisión externa. No debería sorprendernos que los estudios empíricos que comparan empresas democráticas y capitalistas constaten sistemáticamente que las primeras funcionan al menos tan bien como las segundas, y a menudo, mejor.

Detengámonos en una cuestión interesante. Aunque tanto las empresas democráticas como las capitalistas tienen incentivos para producir de forma eficiente y satisfacer los deseos de los consumidores, su orientación al crecimiento es radicalmente distinta. En condiciones de rendimientos constantes a escala, las empresas capitalistas se expanden y las empresas democráticas no. Eso se debe a que las empresas capitalistas tratan de maximizar los beneficios totales, mientras que las empresas democráticas tratan (a grandes rasgos) de maximizar el beneficio por trabajador. Es decir, si hay suficiente demanda, los propietarios de una empresa capitalista pueden duplicar sus beneficios duplicando el volumen de su operación. Sin embargo, si una empresa democrática duplica su volumen, también duplica sus beneficios, pero al duplicar su fuerza de trabajo se mantiene el beneficio por trabajador.

Conviene señalar que las organizaciones sin ánimo de lucro responden a esa misma dinámica sostenible. En Chicago, doy clases en la Universidad de Loyola, una universidad católica bastante grande. En Chicago también está la Universidad DePaul, una universidad católica comparable con la que competimos para atraer alumnos. Si DePaul introduce un nuevo programa que los estudiantes consideran atractivo, probablemente hagamos lo mismo. No queremos perder matrículas frente a nuestro competidor de la ciudad. Pero tened en cuenta que tampoco tenemos ningún interés en que DePaul cierre. ¿Por qué íbamos a querer algo así?, ¿por qué íbamos a querer duplicar el tamaño de todos nuestros departamentos? Eso solo reduciría la influencia de cada profesor en la gestión de los asuntos del departamento sin reportar ningún beneficio económico.

Se trata de una diferencia estructural importantísima, cuyas repercusiones van mucho más allá de las preocupaciones medioambientales. Concentrémonos en dos implicaciones que afectan a la cuestión que ahora nos ocupa.

Primera implicación: la competencia democrática es menos intensa que la competencia capitalista. Las empresas compiten por una cuota de mercado, pero no por el dominio del mercado. Así, las empresas democráticas, al competir con otras empresas democráticas, no se enfrentan al imperativo de “crecer o morir” que rige las empresas capitalistas. Los trabajadores no pueden incrementar sus ingresos ampliando el tamaño de su empresa, salvo que se produzcan economías de escala considerables. Al mismo tiempo, no tienen que preocuparse por que un rival más innovador o eficiente las expulse del mercado. Tienen tiempo para ajustarse, incorporar o compensar cualquier innovación que su competidor haya introducido.

Page 9: transecos.files.wordpress.com€¦  · Web viewEn la medida en que la competencia entre las empresas democráticas es menos intensa que en el capitalismo, es menos probable que se

9

En la medida en que la competencia entre las empresas democráticas es menos intensa que en el capitalismo, es menos probable que se formen monopolios. Como ya he señalado, en el capitalismo el pez grande tiende a tragarse al pequeño. En la Economía Democrática, los peces nadan juntos, aprendiendo unos de otros. O, por usar otra metáfora, las empresas democráticas son células sanas. Llegan a un cierto número y después se estabilizan. Las empresas capitalistas son células cancerígenas. Se multiplican exponencialmente.

Segunda implicación: cuando la innovación conlleva un incremento de productividad, los trabajadores pueden optar por ocio frente a un mayor consumo; pueden aumentar la producción y, si la demanda sigue siendo alta, ganar más dinero; o pueden producir lo mismo que antes, pero trabajando menos horas a la semana o disfrutando de más vacaciones. Esta posibilidad no existe en las empresas capitalistas. Los propietarios no aumentan sus beneficios si permiten que los empleados trabajen menos. Al contrario, los incrementos de productividad suelen traducirse en que los trabajadores trabajen más tiempo o más intensamente que antes, puesto que las innovaciones que aumentan la productividad suelen amenazar sus puestos de trabajo.

Un estudio de 2008 de la Harvard Business School sobre miles de profesionales concluyó que el 94% trabajaba 50 o más horas semanales, y casi la mitad, más de 65. En el sector financiero es aún peor. Hubo que decir a los analistas junior de banca de inversión en Goldman Sachs que no trabajaran, de media, más de 75 horas semanales. Un estudio de nueve años de dos grandes bancos de inversión demostró que la gente dedicaba hasta 120 horas a la semana y empezaban a sufrir crisis después de cuatro años (depresión, ansiedad, problemas del sistema inmunológico), además de ver reducida su creatividad y capacidad de juicio.7

Si un crecimiento constante del consumo supone una grave amenaza para el medioambiente, y si la competencia del mercado es esencial para el funcionamiento eficiente de la economía, entonces es imprescindible que el sistema ofrezca a sus empresas incentivos no dirigidos al consumo. Un mayor ocio es una opción disponible en las empresas democráticas, pero no en las empresas capitalistas. Por supuesto, la estructura democrática no garantiza que se haga esta elección. La conciencia ecológica (o al menos la conciencia de qué es lo que realmente hace feliz a la gente), que es importante, no entra en contradicción con los imperativos estructurales de una economía democrática, como sí lo hace con los imperativos de un capitalismo sano.

Democratización del capital

Las instituciones financieras capitalistas, con toda su creciente e increíble complejidad (acciones, bonos, futuros, hipotecas titulizadas, obligaciones de deuda garantizadas, swaps de incumplimiento crediticio, vehículos de inversión estructurados, etc.), supuestamente persiguen un fin fundamental: movilizar el ahorro de los particulares y ponerlo a disposición de quienes quieren montar nuevas empresas o de las empresas existentes que quieren aumentar su producción, mejorar su tecnología, introducir nuevos productos, etc.

Desgraciadamente, muy poco de lo que hoy hacen las instituciones financieras contemporáneas tiene que ver con este objetivo esencial. La realidad es que son contraproducentes (luego podemos discutir este tema con más detalle si queréis). Lo que necesitamos es un sistema bancario público, comprensible y transparente.

7 Citado por James Surowieki, The New Yorker, 2014.

Page 10: transecos.files.wordpress.com€¦  · Web viewEn la medida en que la competencia entre las empresas democráticas es menos intensa que en el capitalismo, es menos probable que se

10

Supongamos que decidimos no acudir al ahorro de los particulares para la inversión. Supongamos que no queremos ser rehenes del “espíritu animal” de los inversores. Ya existe un mecanismo alternativo para generar capital de inversión: los impuestos. Por razones técnicas, el impuesto más adecuado es un impuesto de tipo fijo sobre el valor de los activos de capital de cada empresa. Básicamente, este impuesto sustituye la parte del beneficio empresarial que se distribuye a los accionistas en forma de dividendos en las economías capitalistas. El impuesto puede concebirse como el pago de un “arrendamiento”, el importe que los trabajadores de una empresa democrática pagan por los bienes de capital que utilizan.

Estos ingresos fiscales financiarán el grueso de la nueva inversión que decida llevar a cabo nuestra sociedad. ¿Cómo se asignarán? Hay varias posibilidades. La más transparente, y en muchos sentidos la más equitativa, es reservar una parte para proyectos públicos de envergadura nacional; después, asignar el resto a las regiones y comunidades conforme a un criterio poblacional. Es decir, si una región tiene el X% de la población nacional, recibe el X% de esos fondos de inversión. Los fondos se distribuyen a los bancos (públicos) de inversión regionales y locales, que los prestan a los particulares que necesiten financiación para montar nuevas empresas y a las empresas existentes que quieran mejorar o expandir sus operaciones. Las solicitudes de préstamos se resolverán en función de las expectativas de rentabilidad, creación de empleo y compromiso ecológico. Puesto que los responsables de la concesión de préstamos serían funcionarios, y puesto que todos los expedientes estarían a disposición del público, la labor de supervisión no debería ser excesivamente complicada.

Esta democratización de la inversión tiene dos consecuencias cruciales para la sostenibilidad ecológica. Primero y más importante, la salud de la economía ya no depende del crecimiento económico, puesto que la inversión ya no depende de mantener contentos a los inversores. Cada año se asignan fondos a cada región. En caso de que no haya suficiente demanda para estos fondos, pueden reembolsarse a los contribuyentes, manteniendo así una demanda elevada. Si la demanda sigue siendo baja, puede rebajarse el tipo impositivo aplicado a los activos de capital. Ya no se corre el riesgo de que los inversores decidan no invertir. Tampoco existe el peligro de que los fondos de inversión se trasladen al extranjero. El fondo de inversión se genera a partir de la tributación. Todo ello permanece en el país. (Por supuesto, las empresas existentes tampoco se trasladarán fuera. Los trabajadores no van a votar el desplazamiento de sus operaciones a otros países ni, probablemente, a otras localidades dentro de su propio país). Las economías democráticas son mucho más estables que las capitalistas.

Segunda consecuencia importante: una vez sometida la inversión a control democrático, es posible llevar a cabo una planificación económica a largo plazo, algo absolutamente necesario para afrontar el cambio climático. El economista James Galbraith ha señalado atinadamente que “los Mercados son buenos para muchas cosas, pero tienen dos defectos: los pobres no cuentan y el futuro no cuenta”. Esto siempre ha sido un problema para el capitalismo, pero en esta época moderna de “transacciones de alta frecuencia” se ha agudizado particularmente. Las decisiones de inversión condicionan el futuro de todo el mundo y por eso deben someterse al control democrático.

Conviene señalar que el mecanismo de inversión que propongo no supone una planificación centralizada excesiva. Habrá inversión pública en proyectos de dimensión nacional, pero gran parte de la planificación tendrá lugar a nivel regional y local.

Recordemos que cada año las regiones reciben fondos de inversión que pueden utilizar como mejor les parezca. Esto significa que cada año hay fondos disponibles que pueden emplearse, entre otras cosas, para proyectos de experimentación ecológica, como la construcción de vías para transporte público o

Page 11: transecos.files.wordpress.com€¦  · Web viewEn la medida en que la competencia entre las empresas democráticas es menos intensa que en el capitalismo, es menos probable que se

11

bicicletas, huertos comunitarios, plantas solares y parques eólicos, etc. Las comunidades pueden aprender de la experiencia de otras comunidades. Se descentraliza la innovación y se fomenta la creatividad local.

Los partidarios del “capitalismo natural” probablemente discrepen, deseosos como están de reconducir el espíritu emprendedor del capitalismo hacia fines ecológicos. Les gusta señalar las múltiples oportunidades que ya existen para generar mucho dinero haciendo el bien –más fabricación energéticamente eficiente, edificios ecológicos, arrendamientos en lugar de ventas (para fomentar el reciclaje), gestión eficiente de los recursos hídricos, agricultura orgánica, etc.–. Según ellos, no hay que perder la iniciativa emprendedora que puede llevar a cabo tales oportunidades.

Tienen razón. Deberíamos mantener un sector emprendedor capitalista en nuestra economía democrática, lo que incluye empresas pequeñas pero también algunas relativamente grandes. Lógicamente, los centros de trabajo en este sector capitalista no serán democráticos, pero dado que estas empresas capitalistas deben competir con las democráticas para atraer trabajadores cualificados, es poco probable que se produzcan abusos. De hecho, lo más seguro es que la mayoría de empresas capitalistas establezcan estructuras participativas y mecanismos de reparto de beneficios para mantener una motivación elevada.

¿De dónde obtendrían el capital los emprendedores privados? De fuentes privadas, si así lo desean, pero también de los bancos públicos. No hay razón para restringir los préstamos que hacen estos bancos exclusivamente a las empresas democráticas.

Sin embargo, para impedir que una empresa emprendedora se convierta en una empresa capitalista de forma permanente, una empresa que pague dividendos a propietarios pasivos, basta con aprobar una medida. Cuando el emprendedor decida abandonar la empresa, esta deberá venderse al Estado, que a su vez la entregará a los trabajadores para que la gestionen de forma democrática. Así, los emprendedores capitalistas cumplen una doble función: aportan nuevas ideas y dan lugar a nuevas empresas democráticas. Los emprendedores capitalistas desempeñan un papel encomiable en nuestra Democracia Económica.

Propongo otras dos instituciones como parte de lo que llamo el “modelo ampliado” de la Democracia Económica. En la medida en que son menos relevantes para el debate Ecocapitalismo/Ecosocialismo, me limitaré a mencionarlas. Junto a las instituciones que hemos visto, sugiero que el gobierno actúe como empleador de último recurso, de tal forma que tengamos una auténtica “economía de pleno empleo” en la que todo el mundo disfrute realmente del “derecho al trabajo”. Además, planteo la existencia de una red de “asociaciones socialistas de ahorro y crédito”, básicamente, cooperativas de crédito que administrarían el ahorro doméstico, préstamos para consumo, tarjetas de crédito, etc. Nuestro modelo distingue claramente entre las instituciones que aportan financiación para las empresas de aquellas que ofrecen instrumentos de ahorro y crédito a los consumidores.

A modo de resumen, el modelo básico de la Democracia Económica consiste en:

[Diapositiva 13]

Un mercado de bienes y servicios, básicamente igual al que existe en el capitalismo; Democracia en el lugar de trabajo, sustituyendo a la institución capitalista del trabajo

asalariado;

[Diapositivas 14 y 15]

Page 12: transecos.files.wordpress.com€¦  · Web viewEn la medida en que la competencia entre las empresas democráticas es menos intensa que en el capitalismo, es menos probable que se

12

Control democrático de la inversión, sustituyendo a los mercados financieros capitalistas.

[Diapositivas 16 y 17]

A su vez, el modelo ampliado incluye:

[Diapositiva 18]

Un sector emprendedor capitalista; El gobierno como empleador de último recurso; Asociaciones socialistas de ahorro y crédito.

Tanto en Against Capitalism (1993, traducido al español como Más allá del capitalismo en 1997) como en After Capitalism (2011), he defendido ampliamente que este modelo de “democracia económica” sería económicamente viable y más sostenible ecológicamente que la mejor versión posible del capitalismo. También sería mucho más igualitario y democrático que el capitalismo. Además, se trataría de una economía de pleno empleo sin pobreza interna.

III. El experimento de Mondragón

Pese a que ninguna economía nacional se ha estructurado todavía como economía democrática, una de las pruebas más contundentes de que sería viable la ofrece el País Vasco en España, no lejos del lugar de nacimiento de San Ignacio, patrón de mi universidad. Probablemente estéis familiarizados con ello –sin duda, más que vuestros homólogos estadounidenses–, pero dejadme que os cuente un poco.

Este experimento, que creo que algún día se considerará un hito histórico, tuvo un inicio muy modesto. En 1943, don José María Arizmendiarrieta, un sacerdote local que se había librado por poco de ser ejecutado por el ejército franquista durante la Guerra Civil, fundó una escuela para chicos de familias obreras en la pequeña localidad de Mondragón. El “cura rojo”, como se le conocía en círculos conservadores, era un hombre con una gran perspectiva. Convencido de que Dios le da a casi todo el mundo el mismo potencial, y consternado por que ni un solo joven de clase trabajadora de Mondragón hubiera ido nunca a la universidad, el padre Arizmendiarrieta organizó su escuela para fomentar el conocimiento técnico y los “valores sociales y espirituales”. Once estudiantes de su primera clase (de veinte alumnos) se convirtieron en ingenieros profesionales. En 1956, cinco de ellos y otros dieciocho trabajadores establecieron, a instancias del sacerdote, una fábrica cooperativa de pequeñas estufas y hornos. En 1958 se fundó una segunda cooperativa para fabricar máquinas herramienta. En 1959, de nuevo con el impulso de Arizmendiarrieta, se creó un banco cooperativo para financiar otras cooperativas.

El experimento inicial, una fábrica propiedad de los trabajadores que fabricaba estufas de queroseno, ha evolucionado desde 1956 hasta convertirse en una red de empresas cooperativas, incluidas cooperativas industriales que fabrican electrodomésticos, equipamiento agrícola, componentes para automóviles, máquinas herramienta, robots industriales, generadores, sistemas de control numérico, termoplásticos, material médico, mobiliario y equipos de oficina, entre otras muchas cosas. En 1991 (quince años después de la muerte de Arizmendiarrieta), estas cooperativas, siempre vinculadas entre sí, se unieron para formar Mondragón Corporación Cooperativa (MCC). MCC no solo comprende cooperativas de productores y un banco (Caja Laboral), sino también quince centros de investigación que dan empleo a 2.000 investigadores a tiempo completo, un servicio de seguridad social, una inmensa red de tiendas minoristas (el Grupo Eroski) y

Page 13: transecos.files.wordpress.com€¦  · Web viewEn la medida en que la competencia entre las empresas democráticas es menos intensa que en el capitalismo, es menos probable que se

13

varias instituciones educativas entre las que se encuentra la Universidad Mondragón (considerada, según me han dicho, como una de las mejores universidades técnicas de España).

Actualmente, MCC es la principal fuerza económica en el País Vasco y una de las mayores corporaciones de España. En total, MCC tiene 73.000 trabajadores. Su división industrial creó 3.000 nuevos puestos de trabajo en los últimos tres años y ahora representa aproximadamente el 10% de todo el empleo en el sector industrial del País Vasco.

En definitiva, se trata de una corporación comparable en tamaño y sofisticación tecnológica a una multinancional capitalista grande y dinámica, pero con una estructura interna radicalmente distinta a la de una empresa capitalista. Básicamente, MCC es una federación democrática de empresas democráticas.

Por supuesto, MCC no es un modelo perfecto. No todos los integrantes de MCC son cooperativas. La mayor parte de las empresas constituidas fuera del País Vasco y todas las empresas creadas en el extranjero son filiales no cooperativas de MCC.

MCC ha crecido a un ritmo muy rápido desde su origen, pero no por una búsqueda de maximizar los beneficios. Uno de sus objetivos principales es la creación de empleo, algo que se toma muy en serio (de ahí que el establecimiento de filiales en el exterior nunca se haga a expensas de los trabajadores nacionales). Las cooperativas se rigen por un principio de solidaridad. Tal y como señaló el Financial Times en 2009: “Las cooperativas que mejor están capeando el temporal arrojarán un salvavidas a las más afectadas por la crisis actual. Según los estatutos de MCC, existen fondos de solidaridad a disposición de las empresas con problemas si fallan otras medidas (como recortes salariales, jornadas más largas o la transferencia de trabajadores a productores asociados)”.

Este principio se invocó más recientemente, cuando Fagor –una de las primeras cooperativas de Mondragón– se vio obligada a declararse en concurso de acreedores (sus principales productos eran neveras y lavadoras en un mercado en el que las ventas se hundieron al 50%). Sin embargo, con mucho esfuerzo, se encontró trabajo para prácticamente todos los trabajadores-propietarios que no aceptaron las indemnizaciones por jubilación anticipada, aunque no para todos los trabajadores contratados.

Resumiendo, pese a que se aleje de la perfección democrática, MCC ha demostrado más allá de toda duda que las empresas gestionadas por trabajadores, si cuentan con una estructura adecuada, pueden ser tan eficientes y dinámicas como las empresas capitalistas más grandes y eficientes, pero con un carácter mucho más igualitario y democrático.

IV. Conclusión

He sostenido que Kovel, pese a ser demasiado crítico con la competencia del mercado, tiene razón en casi todo. Debemos superar el capitalismo si queremos que nuestra especie prospere.

También he afirmado que Hawken y los Lovins, aunque proponen soluciones creativas para problemas concretos, no han respondido dos preguntas fundamentales: ¿Necesita el capitalismo para tener buena salud una tasa de crecimiento constante?, ¿puede el crecimiento exponencial perdurar indefinidamente en un mundo finito? He defendido que la respuesta a la primera pregunta es “sí”, y que es absurdo, hasta el punto de resultar irracional, basar nuestra esperanza en una respuesta afirmativa a la segunda.

Page 14: transecos.files.wordpress.com€¦  · Web viewEn la medida en que la competencia entre las empresas democráticas es menos intensa que en el capitalismo, es menos probable que se

14

He sostenido que existe un modelo económico alternativo que no necesita crecer para mantenerse sano y que, además, es preferible al capitalismo por muchos otros motivos.

Me inclino a pensar que muchos ecologistas no son suficientemente “ecológicos”. Una conciencia ecológica conlleva asumir la interrelación de las cosas. La realidad es que los inmensos problemas ecológicos a los que nos enfrentamos no están desconectados de otros problemas sociales: inestabilidad financiera, desempleo nacional y global, pobreza interna y general, predominio político de una clase capitalista inmensamente rica que socava cualquier forma de gobernanza verdaderamente democrática, una “clase media” cada vez más atenazada e insegura y que dispone de cada vez menos tiempo libre para sí mismos, sus familias y la participación en la vida comunitaria.

Debemos tomar conciencia de que es posible llevar a cabo reformas institucionales que afronten, simultáneamente, todos estos problemas, incluidos los ecológicos, y que esas reformas deben suponer una superación del capitalismo. Por supuesto, no soy el único que lo piensa. Estamos de acuerdo todos aquellos a los que llaman “sandías” (la etiqueta burlona que la derecha antiecológica asigna a todos los que son “verdes por fuera y rojos por dentro”). Pero también lo cree al menos un premio Nobel de economía. En un artículo publicado en el New York Review of Books en relación con el congreso europeo de 2009 sobre “Un nuevo capitalismo”, organizado por Nicolas Sarkozy y Tony Blair, Amartya Sen se pregunta: “¿Debemos buscar un nuevo capitalismo o un nuevo mundo… que se configure de otro modo?8 Esta pregunta (retórica) recuerda a un pasaje poco citado de su libro de 1999 Development as Freedom (publicado en español en el año 2000 con el título “Desarrollo y libertad”):

[Diapositiva 19]

Para solucionar estos problemas [desigualdad (sobre todo la cuestión de la miseria absoluta en un mundo de prosperidad sin precedentes) y de los “bienes públicos” (es decir, los bienes que comparten los individuos, como el medio ambiente)] será necesario con casi toda seguridad crear instituciones que nos lleven más allá de la economía de mercado capitalista.9

Creo que ahora estamos en condiciones de saber cómo podrían ser esas instituciones.

Traducción de Javier Frutos Miranda <[email protected]>

8 Amartya Sen, “Capitalism Beyond the Crisis,” New York Review of Books, 26 de marzo de 2009.

9 Amartya Sen, Development as Freedom (Nueva York: Anchor Books, 1999), p. 267. De la edición en español, Desarrollo y libertad (Buenos Aires: Planeta, 2000), p. 320.