vocacion_docente

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1 La vocación docente De un tiempo a esta parte, la especie de que la profesión docente es de carácter eminentemente vocacional aparece con frecuencia creciente en los medios de comunicación, proferida por aquel sindicato, este responsable educativo, o la asociación de padres tal. Algunos afirman incluso que la docencia es un sacerdocio. Yo, por mi parte, me temo que lo único que pretenden con este aparentemente generoso reconocimiento de nuestra importancia es que los profesores aceptemos el martirio sin quejarnos. Así que, como algunos no estamos por semejante labor, procederé a desmontar la superchería que, a mi entender, esconde el calificativo de marras. Según el María Moliner, vocación es “la inclinación, nacida de lo íntimo de la naturaleza de una persona, hacia determinada actividad o género de vida”, y acto seguido menciona que el término se usa especialmente para referirse a la artística o religiosa. Lo que concuerda con el ya señalado intento de asimilación de la docencia al sacerdocio. Pues bien, lamento decepcionar las desaforadas expectativas de los emisores de tales mensajes, pero, en mi caso al menos no hubo ni caminos de Damasco, ni llamadas de arcángeles tocando la trompeta, ni vocecitas interiores susurrando que la auténtica felicidad estaba en una vida plena de abnegación y polvo de tiza; tan sólo hubo un somero análisis de lo que los distintos caminos profesionales me ofrecían. Y ese somero análisis me llevó a la conclusión de que la enseñanza era un camino profesional perfectamente aceptable; me sentía capacitado para él, la paga resultaba suficiente para mis modestas expectativas pecuniarias y me dejaría el tiempo libre necesario para continuar estudiando otras cosas. Y, sobre todo, había plazas. Así que me hice profe. Luego, poco a poco, fui afinando mis exposiciones y aprendiendo los secretillos del oficio. Y me di cuenta de que muchos días hasta disfrutaba ejerciéndolo; no parecía dárseme mal aquello de contagiar a los adolescentes mi gusto por la Física y la Química y, a veces, hasta me emocionaba al ver en los ojos de aquellos chavales un destello de asombro, de orgullo y de alegría por haber comprendido cabalmente algo particularmente difícil. Así transcurrieron un montón de años sin que el trabajo me supusiera el más mínimo estrés; me sentía un profesional digno y razonablemente eficaz. Incluso organizaba actividades extraescolares y ponía en práctica cuanta innovación didáctica leía en las revistas del ramo, llegando pronto a la conclusión de que algunas de ellas tenían una ocasional y moderada utilidad y otras no eran más que bobadas. Pero, hete aquí que un buen día me llegó la buena nueva de que se había aprobado una ley de educación, la LOGSE, que iba a obrar milagros en la enseñanza: todo, incluidas la Física y la Química, se iba a aprender ahora de modo lúdico y sin esfuerzo, y ya no habría alumno que no fuera capaz de entender las leyes de Newton o la estructura del átomo y todos serían muy listos y voluntariosos y no habría más suspensos porque los alumnos y las alumnas estarían motivados y motivadas. Porque la LOGSE (esto sí que lo anunciaron, si no arcángeles con trompetas, sí a bombo y platillo) la habían diseñado no los habituales profes pelmazos de siempre, sino unos sabios nuevos que se llamaban psicopedagogos, que enseñaban directamente a enseñar y a aprender cualquier asignatura imaginable sin necesidad de tener la menor idea de ella.

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vocacion docente

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    La vocacin docente

    De un tiempo a esta parte, la especie de que la profesin docente es de carcter eminentemente vocacional aparece con frecuencia creciente en los medios de comunicacin, proferida por aquel sindicato, este responsable educativo, o la asociacin de padres tal. Algunos afirman incluso que la docencia es un sacerdocio. Yo, por mi parte, me temo que lo nico que pretenden con este aparentemente generoso reconocimiento de nuestra importancia es que los profesores aceptemos el martirio sin quejarnos. As que, como algunos no estamos por semejante labor, proceder a desmontar la superchera que, a mi entender, esconde el calificativo de marras.

    Segn el Mara Moliner, vocacin es la inclinacin, nacida de lo ntimo de la naturaleza de una persona, hacia determinada actividad o gnero de vida, y acto seguido menciona que el trmino se usa especialmente para referirse a la artstica o religiosa. Lo que concuerda con el ya sealado intento de asimilacin de la docencia al sacerdocio.

    Pues bien, lamento decepcionar las desaforadas expectativas de los emisores de tales mensajes, pero, en mi caso al menos no hubo ni caminos de Damasco, ni llamadas de arcngeles tocando la trompeta, ni vocecitas interiores susurrando que la autntica felicidad estaba en una vida plena de abnegacin y polvo de tiza; tan slo hubo un somero anlisis de lo que los distintos caminos profesionales me ofrecan. Y ese somero anlisis me llev a la conclusin de que la enseanza era un camino profesional perfectamente aceptable; me senta capacitado para l, la paga resultaba suficiente para mis modestas expectativas pecuniarias y me dejara el tiempo libre necesario para continuar estudiando otras cosas. Y, sobre todo, haba plazas. As que me hice profe.

    Luego, poco a poco, fui afinando mis exposiciones y aprendiendo los secretillos del oficio. Y me di cuenta de que muchos das hasta disfrutaba ejercindolo; no pareca drseme mal aquello de contagiar a los adolescentes mi gusto por la Fsica y la Qumica y, a veces, hasta me emocionaba al ver en los ojos de aquellos chavales un destello de asombro, de orgullo y de alegra por haber comprendido cabalmente algo particularmente difcil.

    As transcurrieron un montn de aos sin que el trabajo me supusiera el ms mnimo estrs; me senta un profesional digno y razonablemente eficaz. Incluso organizaba actividades extraescolares y pona en prctica cuanta innovacin didctica lea en las revistas del ramo, llegando pronto a la conclusin de que algunas de ellas tenan una ocasional y moderada utilidad y otras no eran ms que bobadas. Pero, hete aqu que un buen da me lleg la buena nueva de que se haba aprobado una ley de educacin, la LOGSE, que iba a obrar milagros en la enseanza: todo, incluidas la Fsica y la Qumica, se iba a aprender ahora de modo ldico y sin esfuerzo, y ya no habra alumno que no fuera capaz de entender las leyes de Newton o la estructura del tomo y todos seran muy listos y voluntariosos y no habra ms suspensos porque los alumnos y las alumnas estaran motivados y motivadas. Porque la LOGSE (esto s que lo anunciaron, si no arcngeles con trompetas, s a bombo y platillo) la haban diseado no los habituales profes pelmazos de siempre, sino unos sabios nuevos que se llamaban psicopedagogos, que enseaban directamente a ensear y a aprender cualquier asignatura imaginable sin necesidad de tener la menor idea de ella.

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    El resultado inmediato de la puesta en prctica de tan elevada sapiencia es de sobra conocido: cada en picado de los niveles acadmicos y de la disciplina en los centros. Y los docentes nos pusimos en un tiempo record a la cabeza del ranking lamentable de las depresiones de origen laboral. Ante tan inesperadas consecuencias, qu hicieron los autores del desaguisado, acudir a los centros para mostrar en vivo y en directo cmo se llevaba a cabo correctamente su propuesta? Pues no, de tal deseable comportamiento no tengo ni la ms lejana noticia. Lo que hicieron y siguen haciendo fue atrincherarse en sus despachos y echarnos la culpa a maestros y profesores. Y precisamente ahora, cuando repetidos informes nacionales e internacionales muestran con meridiana claridad los funestos resultados de la LOGSE mientras sus autores pretenden imponer una nueva ley basada en los mismos delirios de terico iluminado de la anterior, surge esta curiosa idea de que los docentes hemos de ser vocacionales, como sacerdotes. Qu curioso! Porque, qu caractersticas del sacerdote hemos de asumir? La acrtica aceptacin de una doctrina? (ya dijeron que la LOGSE fracas porque los profesores no creamos en ella, as que la cosa debe ser cuestin de fe, pese a sus pretensiones cientficas). Quizs la sumisin incondicional, y ajena a la legislacin laboral, a la jerarqua? Porque, si los profesores hemos de ser sacerdotes, qu han de ser los que supuestamente ensean a ensear?, obispos?

    En suma, a los profesores no se nos puede exigir, ni legal ni moralmente, que nos comportemos como otra cosa que lo que somos, profesionales de la enseanza. Se nos puede y debe exigir, eso s, que demos nuestras clases con claridad y eficacia y que seamos justos a la hora de valorar los conocimientos adquiridos por los alumnos; pero, para eso, es imprescindible que no se obstruya nuestra labor con legislaciones perversas, que anteponen las creencias ciegas y carentes de cualquier base experimental de unos pretendidos expertos ayunos por lo dems de experiencia docente al ms elemental sentido comn.

    Gonzalo Guijarro