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.. ARTE V CIEN.C.lA. DIRECTOR: JESUS . E. VALEN ZUELA. JEFE DE REDACCION: JESUS UHUETA. '!':;:. de Dublán. VI MÉXICO, ¡a QUINCENA DE ji'EBRERO DE 1903 NÚM. 3 MASCARAS. : ,VlJi/ ... " .JUSTO SIERRA . . A ]ESUS E. VALENZUELA. ARDE por tarde, al obscurecer, pasaba yo por allí, y, muchas veces, ocultando mi admirativa curiosidad y con la apariencia de un transeunte di st raído é indife- l', nte, d(¡lteniame junto al poste del teléfono, á la /)rilla de la banqueta, para arrojar de vez en cuando miradas escudriñadoras al interior de la Boti ca. y sor- prender fragmentos de conversación, frases sueltas, palabras aisladas, que yo solia unir á otras de mi cosecha, hasta formal' periodos, y, en rápida deducción, darme cuenta de todo lo que en aqu el lugar se trataba y era objeto de quietas discusiones ó de acaloradas disputas. México se pone muy animado en esta hOl'a crepuscular. Los canuajes que vuelven en procesión de la Reforma, los empleados que salen de sus oficinafl, los elegantes que bulevar dean, hermosas damas que lucen su arrogancia, buenos burgueses que acaban de salit· de la obscuridad de un escritorio, for- man una muchedumbre que va y viene, pOI' las calles principales, ell todas direcciones, que se desgrana, sobre las rebosantes aceras, en grupos tumultuosos, en pelotones des ordellados, de los cuales algunos apresuran el paso, caminan otros tranquilamente, ó bien tal cual paseante aislado, va deteniélldose ante el cuadro de luz de los escaparates de las tiendas. En esta hora se mezclan y confunden el ruido y el

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..

ARTE V CIEN.C.lA. DIRECTOR: JESUS .E. VALEN ZUELA.

JEFE DE REDACCION: JESUS UHUETA.

'!':;:. de Dublán.

A~o VI MÉXICO, ¡a QUINCENA DE ji'EBRERO DE 1903 NÚM. 3

MASCARAS.

:,VlJi/

... "

.JUSTO SIERRA . .

A ]ESUS E. VALENZUELA.

ARDE por tarde, al obscurecer, pasaba yo por allí, y, muchas veces, ocultando mi admirativa curiosidad y con la apariencia de un transeunte distraído é indife­l ' , nte, d(¡lteniame junto al poste del teléfono, á la /)rilla de la banqueta, para arrojar de vez en cuando miradas escudriñadoras al interior de la Botica. y sor­prender fragmentos de conversación, frases sueltas, palabras aisladas, que yo solia unir á otras de mi cosecha, hasta formal' periodos, y, en rápida deducción, darme cuenta de todo lo que en aquel lugar se trataba y era objeto de quietas discusiones ó de acaloradas disputas.

México se pone muy animado en esta hOl'a crepuscular. Los canuajes que vuelven en procesión de la Reforma, los empleados que salen de sus oficinafl, los elegantes que bulevardean, hermosas damas que lucen su arrogancia, buenos burgueses que acaban de salit· de la obscuridad de un escritorio, for­man una muchedumbre que va y viene, pOI' las calles principales, ell todas direcciones, que se desgrana, sobre las rebosantes aceras, en grupos tumultuosos, en pelotones desordellados, de los cuales algunos apresuran el paso, caminan otros tranquilamente, ó bien tal cual paseante aislado, va deteniélldose ante el cuadro de luz de los escaparates de las tiendas. En esta hora se mezclan y confunden el ruido y el

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34 REVISTA MODERNA.

movimiento; el rodar de los coches, cuyo mariflOseo de ejes pasa en vértigo loco ~nte la mirada; el. cho· que seco de los cascos de los caballos sobre las piedras del pavimento; la vo~erla lDcesante de los plll,ue. los vendedores de periódicos, y, como acompañamiento que se acel-ca y aleja, el.rumor so~do y monoto­no de distintas charlas en que se perciben voces aflautadas y chillan tes, roncos silabeos, risas de 01'0 de mujer, gritos de ave de niño, y aqui y allá, rápido hervor de carcajadas, escalas descendentes de tos, las notas aguda<; de las trompetillas del tranvia y el rechinar de algún carro que Cl"Uza perezosamente,

crujiendo y cargado de mercancias. . . Pero toda esta singular sinfonia, toda esta agitación caleidoscópica, no eran parte á distraerme_de mi

preocupación favorita á tal hora yen tales momentos. Yo estaba alli en delicioso acecho, desdenando cuanto me rodeaba, y sólo atento á lo que acontecia dentro de aquellas dos puertas que ~e abrian en la fachada azul y sobre las cuales, al reflejo de la amarilla mal"Íposa del gas recién encendld~, podía lper­se en gruesos caracteres blancos: Botica Francesa. Mis miradas hacia este lugar eran furtivas, de aver ­gonzada rapidez, de apocamiento infantil, pero abarcaban bien el conjunto: en el fondo, al fulgor cloró­tico de un haz de quinqués colgantes, se destacaban fuertemente, puestas en hileras horizontales, las ma­sas blancas de los frascos con sus inscripciones doradas; en el I!entro del armazón, un poco más arriba de la redonda muestra de un reloj, brillaba el marco de un cuadro, en cuya negra tonalidad solamente alcanzaba yo á distinguir, en primer término, el hábito de un monje arrodillado y la túnica ocre de un angel en pie y con las alas extendidas. Abajo, sobre la mesa- laboratorio, abrian su cruz unas pequeñas balanzas, erguian su empapelado cuello algunas botellas, y á uno y otro lado, dos grandes vasos de cristal, llenos de una agua transparente, verde y luminosa, como las fantasias submarinas, manchaban la obscura madera de la cubierta del mostrador, con una cinta feérica.

AlIi estaban: quiénes sentados en las bancas laterales del mostrador, quiénes apoyados en él, quié­nes'1l,aseando á lo largo, quiénes, en fin, en pie sobre los umbrales. ¡Qué bien que recuerdo á Pel'edito, al bueb Peredito, corriendo de aqui para allá, siempre hablando, siempre moviéndose, con su expresión mímica, un poco exagerada, y su peculiar y continuo alzar de hombros como si le escocie~e ó pinchase algo por la espalda! Era incansable el cuerpo de Peredito; cuerpo flacucho, erguido, muy bajo, aprisio­nado en un terno incoloro, y que ya en los últimos años cargaba, á duras penas y con visibles esfuerzos, el vientre hidrópico; pero ¡qué brazos aquellos tan agitadores, tan pronto puestos en alto, como abatidos; ora tensos, en ademanes trágicos, ora doblados en cómicas posturas! ¡qué manos tan locas, de dedos ági­les, que se cerraban en puño y hendian el aire imitando el golpe violento, la lucha desesperada, que se abrían en palma fingiendo la súplica, que se juntaban implorando perdones; manos tri s temente lacias, alegremente inquietas, ya crispadas por la cólera, ya suavizadas para la caricia, fieles ayudantes de un cerebro en ebullición y de una palabra que corría empujando las voces para que salieran de prisa! Pero sobre todo ¡qué cara la de Peredito! Alargada, un poquillo huesosa, de color de bilis, con entonaciones ligeramente negras en los pómulos; de abultada y recta nariz sobre la cual galopaban los arillos de ace­ro de 10l:! el:!pejuelos, tras cuyos cristales fulguraban las pupilas de unos ojos pequeños, empapados en malicio ha viveza; boca irónica de labios delgados; bigotillo cano; frente amplia. Y aquel rostro gesticu­laba perpetuamente; era el fiel heraldo de la idea: máscara risueña ó dolorida, mudable á cada momen­to, burlona casi siempre, y casi siempre con expresiones de gracioso comediante. É l, Peredito, era el en­tretenedor general, el chispeante narrador, el regocijado cuentista. A su alrededor formábase animado corro, del que salían mal contenidas risas y exclamaciones vivaces y enérgicas.

Cada vez que sobre la viII. pública, firme en mi puesto, echaba una ojeada á la Botica enardecida mi curiosidad por alguna frase picante ó algún nombre literario pronunciado en alta voz' miraba sin cansarme unos mismos personajes; en la penumbra, el tranquilo semblante de Alfredo Cha~ero, encua­drado en la negra barba, agitando con su tic nervioso las doradas varillas de los anteojos sorbiendo con deliciosa fruición el rapé, que la mano avezada introducia en las ventanillas de la carn¿sa nariz, y ocultándose á veces por un instante, en el rojo ¡ amplio pañuelo de seda' la cabeza beduina de Julián Monti~I, sacudiendo su romántica cabellera gr is; el cerrado parasol blanco' de Lui/; G. ürtiz, movido aris­tocráticamente por su dueño que !wlia verle con aire de fa:stidio; el largo é imperturbable busto de Gar­cilio Cuba"" de Cubetlltas, como le llamaba el Dr. Peredo; la :sati:sfecha curva abdominal de Melesio Mo­rales.

y yo, soñador entonces de dieciséis años, que leia á Victor Rugo y entonaba endechas á la luna sentia en prelSencla de .talel:! personalidadeli un extraño atolondramiento, alSaltábanme furiosos delSeos d~ presentármelell, de decI.rles que yo también elScribia versos, de hombrearme con ellos y departir amiga­blemente como con vieJo", camaradas.

¡Debia de ser tan hermoso, tan bueno, tan instructivo lo que deciall! Habia leído en ~l Renacimiento articulos criticos de Peredo; habla escuchado dramas de Chavero'

me sabia de memona algunos sonetos de Ürtiz, de modo que mis afiCiones literarias me llevaban á aque: lugar tarde por tarde. Era una cita que me daba yo á mi mismo y á la que no faltaba sino muv rara vez.

He~e, pues, cerca de los admirados, invisible para ellos, pero comprendiéndoles, mirándoies cazan­do furtivamente palabras suyas, sorprendiendo en cada uno las di stintas impresiones é ideas '

y alli le vi no por primera ve '. . , z, puesto que ya en diversas ocaSIOnes me le habia encontrado en la calle, en el teatro, en los corredores y pasillos de la Escuela P . . 1

i 1 i · . reparatona, en a entrada del Congreso pero s e v a mIS anchas, con maytlr atención sin temor de u " d . ' d' t; di' q e miS Impru entes y ttnaces miradas pu­

leran o en el' e, seguro de que mi curiosidad pasaría inadvertida para todos.

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REVISTA MODERNA. 35

Aquel era Justo Sierra; es decir, aquellas eran las estrofas que yo recitaba con frecuencia, y que to­maban cuerpo, y, hechas hombre, se me presentaban frente á frente.

. Grand,e, robusto, at.l ~ tico; con carnes mal contenidas dentro de la ajustada ropa; en los brazos y pIernas musculos que VISIblemente protestaban de su estl'echo encierro; cuerpo sin ángulos, todo él for­mado de curvas que entraban ó salian con armónica desenvoltura; y por coronamiento, una soberbia tes­ta, de dimensiones extraordinarias, amplificada, sobria de líneas. escultui'al, de escasos cabellos emblan­quecidos, á los lados de las sienes. Cuerpos como ese los había visto ya en grabado y copias de pinturas flamencas, y bustos aSI, recordaba también haberlos visto en mármol; cabezas de dioses heléni~os, de héroes griegos, de emperarll)res romanos. El rostro era olimpico: amplia, serena frente, de larga bóveda como una cúpula del R"llacimiento: frente cargada de meditaciones que traia á la memoria la frase del poeta: mucha frente P.U un rostro es como mucho cielo en un horizonte; no grandes los ojos, hundidos, fulgurantes entre la somb,'a y bajo el perpetuo ceño de las cejas; anchas 'Ias mejillas, COl'ta la nariz, algo socrática; bigote y perilla ralos y encanecidos, en rededor de la boca desdei'íosa, de labios finos, con el inferior un poco saliente.

Visto de improviso, este hércules oh eso me intimidaba un tanto; la estatura casi descomunal entre nosotros, las proporciones inusitadas, el desarrollo estupendo, la sangre, la vida y la salud que se des­bordaban de aquel organism o, causábanme una temerosa admiración, á mi, que apenas levantaba del suelo unos cuantos codos y que tenia la palidez exangüe y el aspecto enfermizo del anémico.

Mas fijándome bien, contemplando aquellas miradas limpias, frescas, acariciadoras, con su brizna de simpáticll. ironía; escuchando aquella voz timbrada en el registro bajo, de sonoridades de bronce, de ma­tices ricos de color, de tonos armoniosos y suaves; mirando aquellos ademanes tan francos, tan since­ros, tan inteligentes, sorprendiendo súbitas radiaciones de pensamiento sobre aquella cabeza, me con. vencía de que ahí dentro palpitaban las Playeras, las nostálgicas del mar, cantaban las estrofas á Colón con ruido de grillos y tumbos de ola; flotaba la terrible visión, el magnifico sueño del vidente, el Dios entrevisto en las nebulosidades intersiderales; ahi estaba el poeta que en un instante de sobl'enatural inspiración habia oido cantar á las estl'ellas, y en un raptG de melancólica ternura le habia dicho á la amada:

De mi alma haré una gota de roelo para regar con ella tu corola.

Cuando él hablaba, yo, desde mi escondite, poniame á atisbar con religiosa atención, olvidábame de las muecas de Peredito, del tic nervioso de Chavero, del parasol de Ortiz, de la cabellera de Montiel, y sólo veía á aquel hombre gt'ande-más tarde habia de ver al grande hombre-de quien recitaba tantos versos extraños; algunos ininteligibles entonces para mi, vigorosos, forjados á yunque, plenos de imá­genes nuevas, atrevidas y confusas, co"n incrustaciones de metáforas violentas; pero palpitantes de ideas esbozadas, de emociones sentidas, de savia virgen y fecunda; poesia que cruzaba el pensamiento arma­da de garras y de alas como las águilas, y que se levantaba sobre la montaña de la vulgaridad hasta perdel'se en el ambiente azul del ensueño.

Luego .... era preciso que me fuese, y me iba en efecto, rumbo á mi pocilga, un poco triste, pero más estimulado, con más esperanzas de poder algún dia ser de la reunión, estrechar la mano de todos, y sentarme cerca de Justo Sierra para verle y oirle sin mortificaciones ni disgustos.

* Ojo *

Dos años después-una noche-fui presentado en la Botica por Juan Peza, Los literatos alH reunidos me recibie ron ~ordialmente. Habia yo dado principio á lo que con cierto énfasis llamaba entonces mi carrera literaria. Peza me acababa de recibir con los brazos abiertos, y semana á semana su periódico El Lunes, publicaba una sarta de versos mios. Peredito me felicitó, y con fraternal dulzura dióme consejos; Alfre­do Chavero, sonriendo, me tendió la mano; Luis Ortiz me miró con un aire protector, entre indolente y distraido' Julián Montiel me golpeó el hombro con su mano franca; Garcia Cubas, con exquisita educa­ción, se ~uso á mis órdenes; só lo Justo Sierra, .con burlona indiferencia y con una intención que no al­cancé á penetrar sino mucho tiempo más tarde, ex clamó con un acento de amargo sarcasmo:

-¡Hola, joven! ¿Hace usted versos? Mal oficio . ' " mal oficio, y no volvió á aco rdarse de mi. Este frio recibimiento me dolió mucho, me dolió como una herida hecha por una mano amiga; me

desconsoló inmensamente, porque de la propia manera me habian hablado mis profesores, el jefe de mi oficina, mis pari entes, mis conocidos, El reproche era universal y se me venia encima.

-Mal oficio .. . . mal oficio . . . . ¡Y yo que esperaba encontrar refugio en Justo Si~rra! _ ., .. . , Por dos ó tres semanas huí de la rima, me esquive del sueno; la dIJe á la ImagmaclOn: no estoy en

casa; no volvi á abrir las «Orien tales> de Rugo, ni pasé las noches con el páli~o hermano. de Musset,. y transcurrieron los dias, y yo, poco á poco, como quien se acostumbra a Id obscurIdad y empIeza

á ver surgir en ella los objetos claros y distintos, la maravillosa aparición de las lineas, comencé á des-

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36 REVISTA MODERNA.

cubrir el sentido del reproche. Era una queja intima, dicha tal vez á la ventura, un dolor que se esca~a_ ba escondido en una ironia; un puñado de recuerdos juveniles que asaltaban al poeta; una gota de hiel

envuelta en risa. . Mal oficio! Es verdad ' me acordé de las criticas venenosas; de las burlas cruentas; de.! camlllo reco-

nido en la frágil barca, ¡ toda vela, sobre el mar de la vida, lleno de .perfidias y de escollos, s~cudiendo un manojo de estrofas:- «Eh! mirad las; vuelan alto; tienen rico plumaje, cantan el Amor, el Ble?, la Be­lleza' abrieron las alas en mi espíl'Ítu y busc.an almas en que anidar> .... y ¡nada! apenas el panuelo de una :Uujer que saluda á lo lejos, el grito de entusiasmo de un joven tripulante. , . . Pasan las naves em­pavesadas, con los pasajeros mudos é indiferentes, Mal oficio, es cierto; un pedazo de oro con gotas de sangre, llevado vergonzosamente entre las manos, ante una multitud desdeñosa que se encoge de hom­bros y vuelve la e@palda á cada instante.

Tuvo razón Justo Sierra: hacer versos! Mal oficio! Muy mal oficio!

'" * ".

¿Cómo llegué sin esfuerzo, y de admiración en admiración, á buscarle, á comulgar con él, á ser suyo, enteramente suyo? No acertal'Ía á explicarlo; fué una sugestión poderosa la que me embebió para siem­pre en ese gran espiritu; una fuerza desconocida la que me empujó hacia él y puso mi alma muchas ve­ces de rodillas; un aletazo del genio, que me llevó alli casi sin conciencia ni voluntad. Hoy, registrando mi memoria, me encuentro con que era necesario. No podia yo pasar así, sin descubrirme y detenerme por delante de esa personalidad intelectual y moral, fundida en 1'11 amplio molde que conforma á los bue­nos y los sabios. Miro para atrás, y le veo joven, robusto y sano de alma y cuerpo: erguido, fisonomía risueña, frente serena, largo y ensortijado cabello, tal como ha quedado en el lápiz alegre de ViIlasana. Ya ama serenamente la libertad como Enjolrás y canta versos á los astros como Juan Prouvaire. Víctor Rugo es su dios, En él busca sus inspiraciones,

y escribe con un desbordamiento de ideas, con un torrente de impresiones, con una fulguración de fantasia, que deslumbran á trechos y á trechos obscurecen un estilo precipitado que voltea y se disloca, para contener-icon qué dificultad!-un semillero de pensamientos. La frase va incorrecta, hecha jiro­nes aquí y allá, pero persiguiendo eternamente á la formidable concepción para encerrarla en la forma. A veces no es muy fuerte la urna para contener los gases calentados. Suele la coniente azotar el cauce y salir de él con orgullosas rebeldias. Los primeros escl'Ítos de Justo Sierra son como las nebulosas, mundos en formación, gestaciones de nuevas vidas, indefinidos y difusos, pero denunciadores de siste­mas armónicos en una próxima é ineludible evolución.

De entre aquel enjambre de muchachos soñadores-Acuña, Flores, Cuenca-surge la pensativa ca­beza de JU5tO Sierra, tan propia para ceñir laureles.

No puedo seguir, paso á paso, esta existencia; mas siempre' que me he encoutrado huellas suyas, he fijado mi atención: versos, articulos de periódicos, bocetos de novela, estudios históricos, lucubraciones filosóficas Ellos me han dicho: por ahí, por ahí, y he seguido el rastro sin perderme, complacido con re. sucitar por mi mismo, sin el auxilio de pre2'untas indiscretas, todo el pasado de un ser querido.

Figúrome en el comienzo de un periodo encantador, de estimulo, de lucha, de efervescencia juve­vil; oigo el aplauso de un éxito brillante tras largos dias de trabajo; luego en medio del ruido de la glo­ria, escucho un ¡ay! penetrante, desgarrador, angustiado, la caida de un cuerpo en una tumba; observo con rapidez de relámpago, con esfumaciones y vacios de contorno, confusamente perfilada la escena de un drama sombrío; un último adios fraternal que ya no puede oir un cráneo roto' la mutilación vio­lenta de una vida como un árbol que se desgaja; después, la soledad de una pena h~~da, el fatigoso bre­gar d~ una alma en el ~aos; la profunda reflexión sondeando los abismos del estudio; en seguida, tras esta lugubre fl~rescenc~a. oculta por tantos años á la mirada investigadora del mundo, el maduro juicio, el método preCISO, la Vigilante observación, el análisis trascendente, la fantasía purificada y limpia, el sev~ro anhelo de la verdad, menos alado, pero con mayor fil'meza en sus vuelos; toda una vida que evo­lUCIOna y estalla al fin en prodigiosos f/'utos.

~o lo Olvido: Terminado el escándalo popular que acaudillaban los estudialltes-Ios eternos radica­les-~ué necesal'lO qu~ e~ profeso/' de Historia, el diputado que habia expuesto en la tribuna sus ideales pOlltICOS, durante las Ir1'1tad.as sesiones de la O ámara, entrara en su clase y diese principio al curso. Los co~redores de la Preparato1'1a estaban henchidos de escolares, casi todos niños pero ya con la pasión po-litlca en fermento ya con ese deseo de b t . '

L .' " com a e que estaba en la atmosfera y se respiraba cowo un mias-md,a, . ~ máulltltU.d est~dlantll aguardaba silenciosa; aquella era una emboscada de colegio una insubor-

maclOn a dISCIplina una risible' . . 'fi ' S. . . ' e lDSlglll cante, pero á la vez injusta y dolorosa venganza' Justo lerra entro segUIdo de sus fieles disci l . . .

. t d ' lb 'd d ' . pu os: un gl'lto unálllme, ruidoso, pI'olongado con acompaña-md leHn. °t ~ SI Ellos, e ImprecaCIOnes de ira, y tamb;én de ademanes amenazadores r:cibió al profesor

e IS ol'la. numeroso ejército de chico b ' bí 1 ' . . . S ra IOS0S no sa a o que hacia; estaba impulsado por la con-

tagIOsa emoclOn de un momento de arrebato.

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REVISTA MODER~A . 3~

.Just~ Siena pasó junto á mi, que contemplaba todo esto con mudo asombro, en una fila de flaman­tes Jacobmos. ¿Qué vi en aquel semblante de desconsoladamente triste, de inmensamente aflictivo, de profundamente apesadumb~ado? V~ la prosesta del hombre bueno, del que amaba á todos aquellos re­beldes, del que se sentia odiado un mstante por una generación alocada é ingrata del que llev b . '_ 1 1 " 1 'd ' a a lUCO ume. en a. conc~enCla a I ~a ~el deber cu~plido. Pasó de prisa, pero no tanto que no alcanzara yo á

sorplendel lágrimas compl"lmldas en los oJos, y temblor de sollozos en los labios. Y aquel hombre que parecia caido, ,cuando se desvaneció la tempestad y los corazones de la generación nueva se volvieron á la luz, se.alzo. alto, muy alto, cada vez ~ás alto, con la impetuosa potencia de su poderoso talento y de su bondad mfimta. Ahora su figura atraviesa, blanca y radiante, sobre el tumulto de las almas jóvenes, como sobre un encrespado Tiberiades Su palabra vibradora conmueve en todas partes, y es saludad~ con un aplauso, al que sigue un reverente silencio: el discurso de la cátedra, la oración tribunicia la arenga popular, entusiasman y admiran á la juventud que pocos años antes lo recibió con gritos coléri­cos, y que hoy, al zarpazo del remordimiento, se agrupa alrededor suyo, como diciéndole:

-Padre, perdón; estamos arrepentidos,

'" :¡. *

Un salón extenso, cuadrado, todo él tapizado de estanterfas donde se alzaban en múltiple~ y para­lelas verticales, altos y bajos, claros y obscuros, los dorsos de los libros. Un retrato del viejo Rugo, col­gado á poca altura, y, bajo el retrato, un hermoso bronce de la sublime Venus mutilada, en QI entrepaño de los balcones; frente á ellos, un estrado de muebles verdes, sobre los cuales se distinguía un pequeño busto fotográfico-el ilustre padre del poeta,-y más arriba, sobre una repisa, como separados con ve­neración, cinco gruesos y rojos tomos: la obra entera del gran romántico francés. En la tabla de un es­tante, una fotografía de Castelar, con los garrapatas de URa dedicatoria al calce; cerca, un pequeño Gambetta en bronce, y casi en el centro del salón, una gran mesa cubierta con paño verde, una mesa revuelta, llena de folletos, libros, papeles. y periódicos, que apenas dejaban sitio á un tintero donde se ergula la cabeza en miniatura de un Dante.

Este era el sitio de meditación y de estudio para Justo Siena. Muy claro se notaba por la página se­ñalada, por el volumen entt'eabierto, por la nota puesta en un margen, por la cuartilla á medio escribir, la incesante labor de un cerebro jamás satisfecho, la batalla cotidiana de una vida sedienta de verdad y de belleza. Algunas veces, en este taller intelectual donde se forjaban tan hermosas armaduras para las ideas, Justo Rier!'a me leyó dos ó tres de sus maravillas poéticas. Una tarde, sobre todo, me ha dejado UDa impresión de vaga y espiritual ternura, Entraba el sol, con insolencia primaveral, por los balcones abiertos; desde donde yo estaba colocado se vela un gran pedazo de cielo profund0 y sonriente, bajo el que asomaban las puntas de las copas de los árboles en el cercano paseo. Don Justo leia, cerca de mI, su Otoñal.

«Es una de esas tardes que yo adoro . , ..• Yo meditaba arrullado por la celestial y pensadora músi­ca: me hallaba muy lejos, imaginándome las grandes teogonías primitivas. De improviso, suena con fuer­za una vidriera del lejano gineceo; viene cantando una risa de niño cosas dulces y extrañas; se entreabre la puerta del estudio, y una linda cabecita rubia se asoma entre risueña y temorosa, preguntando con los grandes ojazos azules: papá, ¿puedo entrar?

El poeta deja de leer, alza el rostro que se le ilumina inefablemente y abre los brazos y las manos á la niña que llega corriendo, mariposeando su tlajecito blanco por junto á las estanterías cargadas de li­

. bros, se acurruca en el regazo paternal, y pone la rosada mejilla, carnosa y blanda, para que le den un beso.

El poeta se inclina, cubre á su niña de caricias, y yo me quedo contemplando por largo tiempo, caido de la altura á que el pensador me habla elevado, cómo sobre aquellas cabezas-la dorada y la emblan­quecida-unidas por un ósculo, ponen un nimbo diáfano y persistente los rayos del sol!

'" * ,.

Cuando Justo Sierra conversa, nótase un fenómeno extraño que recuerda la teoría de Taine l'obre las imágenes y las ideas. En efecto: Sierra CCln su extt'aordinario temperamento de colorista, no puede sujetar~e á u;ar sólo las voces comunes y corrientes, de esas que el hombre moderno-según la expre siÓn del critico francés-coloca en un casillero etiquetado del cerebro, sin que en la tela interior, en la fantasía se dibuje y coloree la forma á que corresponde la palabra. Justo sufre hasta la fiebre por arranca;' la imagen, despertarla y arrojarla al exterior como un pedazo de su propia vida. De aquí esa aparente dificultad de expresión fuera de la cátedra, de ,la tribuna y del l~bro, cuando no e~tá ~?brex citado por sus inspiraciones. Y siempre da con la nueva Cifra, con el neologismo, con la combmaClon q~e precisa la ide"" y la. exterioriza y le da~ existencia duradera. Su acento nos presenta una fantasmagorIa de visionario; vemos cuanto él desea: ondear la luz, brillar la nieve, abrirse los horizontes. A veces la pa­labra tarda en llegar, y observamos en los ojos del narrador, inquietos y chispeantes, pasar un relámp~­go de formas y matices, y cuando llega el fin, inhollada y virgen, no nos sorpt'ende; ya esp erábam 1S a esta reina ol'Íental desconocida. En iU plática intima, en sus paliques, Justo Sierra se descubre desde

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38 REVISTA MODERNA.

luego un estilista' delicioso, grave, en ocasiones, y rotundo, con periodos que arrastran manto y llevan tiara, como los emperadores asirios; en ocasiones escultor de frases ligeras )r desnudas, como dianas per­seguidoras; artista .que levanta catedrales, lapidario que pule facetas en las piedras preciosas.

He aquí al escritor poco académico, peró gran hablista.

'" * *

El humorísmo de Justo Sierra es único; constituye su personalidad. Es un humorismo épico, pindál'Í­cOi suena á oda; es de alta entonación y majestuosa solemnidad. Me parece un templo de griego y seve­ro pórtico, de columnas polícromas; de blanca escalinata de mármol: el que se acerca, cree que dentro está Zeus, en su augusto y ollmpico rpposoj pero no; acercaos un poco más y oiréis risas de ninfas, gritos de faunos, burlas y sarcasmos de sacerdotes beodos, crepitante muchedumbre que profana ellarariurn vacío. El humorismo de Byron es el de un desesperado; el de Heine, el de un hastiado; el de Voltaire, era venenoso; el de Ritcher, tl'Íste. El de Justo Sierra es sano, infantil y dulce, travesura de muchacho inte­ligente. ¿Qué 08 arroja á la cabeza? ¿Es una piedra? No, es un puñado de fiares salpicadas con hiel. Mas de pronto desaparece el encanto del humorismo y aparece el creyente, el que arroja á los faunos y las ninfas del santuario, y torna á levantar á los dioses. Le veis oficial' como sacerdote, con religiosa unción ante todos los sagrados ideaies humanos.

Acaba el humorista y empiezan el pensador y el poeta.

Alguien me dijo:

'" ,.. ,..

-Para que Justo Sierra fuese un g ran hombre completo, le sobra bondad. Qué mentira! La bondad, esa suprema bondad que abrillanta y anima su asombrosa inteligencia es

el secreto de su fuerza. . ' El Carias V de su adorado Hugo preguntó una noche á Cario Magno, delante de su imperial se-

pulcro: -Pctdre, ¿por dónde debo comenzar? y Cario Magno le contestó: -Hijo, por la c!emencia. Don Justo ace¡,tó el consejo. No ~ay un dia en que, al. concluir una larga charla, en la que él se achica hasta alcanzat· mi estatura

moral é mtelectual, ~o me deje en el espil'Ítu una impresión de frescura y bienestar. Le miro alejarse ba­lanceando su montanoso cuerpo y su testa soberbia, y me quedo diciendo:

-¡Qué bueno es! 1892.

L UIS G. URBIN A.

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ROJY-[ANTICA. A AMADO NERVO (de México).

Tu presencia es como un olor de rosas, A cuya apariéión mi pecho siente Esa melancolia de las cosas Que guarda el aposento de un ausente.

La última tarde, como el viento fuera Un poco más cordial que en estos dias, Llegó aquel dulce olor de primavera Al huerto de mis breves alegrías.

La glorieta, con su ámbito desierto, Evocaba tus larg os peinadores, y dorado de otoño, hacia el huerto La caridad de sus postreras fiores.

Sobre el lago espectral, la clara luna Que da el insomnio del amor aciago, Regaba sus fulgores como una Camelia deshojada sobre el lago.

Alguno refería en la enramada La historia de un amor, ahora yermo, Con la voz temerosa y mesurada, Como en cl)nsulta sobre un niño enfermo.

y tu nombre surgió de aquella obscura Narración, avivando ignotas huellas; 'Y al eco de tu nombre en la espesura, Toda mi noche se nevó de estrellas.

y te vi, como en esa hora' distante, Cuando al efluvio de amistad que deja Tu falda, me sentí un poco gigante, y bueno como un ángel, ó una oveja;

Como en ese crepúsculo sombrio, Cuando ant~ el duelo de las hojas :nudas, Nuestras almas, visti éndose de hasUo, Se parecían como dos viudas . . . .

En esa tarde y ésta, iguales miedos; Igual tristeza en el follaje inerte; y tú á mi lado, y en tus finos dedos Una sutil insinuación de muerte.

Mi hué rfano dolor, como tUl ropaje Demasiado magnifico, te abruma, En tanto que tu ensueño, en un miraje De arborescencia capilar se esfuma.

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y ese miraje cuya sombra arranca Toda su luz á tu mirada fija, Está flotando en la tiniebla blanca Del ópalo que adorna tu sortija.

La joya guarda para ti un emblema En la entraña del ópalo encantado, Donde el alma fluida de la gema Finge una gota de cognac dorado.

A su influjo, despiertan mis cautivas Penas, renace el abatido encanto, y me acojo á tus manos evasivas Para que el pecho no me duela tanto.

Son pobre lenitivo á mi amargura, La aquiescencia trivial de tu elegante Sombrilla, y la etiqueta un poco dura Que autoriza la punta de tu' guante.

Tu carne se congela en alabastro, y mi palabra, en ti, sólo despierta Una vaga sondsa, como el rastro De una hoja seca sobre el agua muerta.

Fúnebre es tu candor adolescente Que la luna sonámbula histeriza, y el perfume de nardo decadente En que tu alma pueril se exterioriza.

Fría en el márIDol cruel de tu inocencia, A la hosca fiera que en mi amor te brama, Sonrie tu romántica indolencia Rebuscando actitudes de gran dama.

La fiera se deslumbra en el destello Que tu collar adamantino arroja, y la apacientas con tu fino cuello Que en su agua de iris el diamante moja.

Pero hay algo de tí, caricia leda Que en m,í revive, tu perfume acaso, Que como una sutil cinta de seda A ti me arrastra, y me insinúa al paso

Que tus ojel'as lánguidas no mienten. \" mientras desde la pradera obscura, Los grandes lirios pálidos asienten Al galante cariz de la aventura;

Mientras á mi hábil asechanza esquiva, Fuga en sus pliegues ágiles tu falda, \" con escalofríos de piel viva Se ajusta el raso á tu armoniosa espalda;

Mientras junto á la náyarlfl oportuna, Finge tu cuerpo, en abandono blando, Esas melancolias qut' son una Pereza triste de seguir amando;

Aquel ingenuo amor de los serenos Días en que tus manos fueron buenas, Ha empe7.ado á brincar entre tus senos, Tal como un corderillo entre azucenas.

Tu boca elude aún aquel pecado De mi beso, que tu ánima temía, Mas ya tus grandes ojos se han tornado N egros, porque están llenos de la mía.

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La tibia seda que en tus rizos toco, Sacras aromas en mis manos vierte, y siento que me invaden, poco á poco, Ideas de mi madre y de ia mU'lrte .

y recuerdo los versos de otros día.s, Aquellos séres misticos y raros, Que en su estricto lenguaje de armonfas Traducen incurables desampar0sj

y el epigrama en que, con hábil tino, La ironia, en epitetos de mofa, Vibra como una flecha de oro fino Sobre el arco de acero de la estl"ofaj

y los cantares que mi amor te expresan, -Estrofas agradables á tu oído-En que las rímas dóciles se besan Como palomas en un suave nido.

Pues todas las canciones en que flota Algo mio, alegrias ó dolores, Están en ti, como en la misma gota De miel, los jugos de diversas flores.

En 10R misterios de la noche ObSCU1"a, Guian con clara luz tus mismas huellas, Porque cuando el amor te transfigura, N o tienes sombra como las estrellas.

Renueva aquí, bajo el follaje espeso, La inquietud.de los tálamos·viudos, y te parecerá que á cada beso Brota una flor entre tus labios mudos.

Cosecharemos flores: mi opulento Jardín, te brindará filtros extrañosj y como el dulce ruiseñor del cuento Te encantaré en mi amor trescientos años.

LEoPOLDo LUGONES

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JESUS. A D, EMILIO PARDO,

EÑOR, no te hicieron mallos que te condenaron, naciste para mOl'Ír, y Judas te salvó,

Lleno de esperanza estabas todavía y no moriste la muerte de tu ensue­ño: creias aún, en ti mismo y en los otros, creías en el tiempo, como si la mul­titud de ahora fuera mejor que la que reía de tí, coronado de bUI'las, la que se arrojaba sobre tus despojos con un cubilete en la mano; la que te odió hasta matarte porque tu no salvas, tu condenas á los hombres,

Te engañabas, Señor, porque no eras su dios; ese dios abandonó á tu vida no á la hora de la muerte, sino en la del nacimiento; pero el Santo Espi ,

ritu te acompañaba: vivias un sueño, Vagabas desde niño lejos de los hombl'es y tu sabiduría pudo vencer la vacuidad de los doctores; el

amor que aprendiste en tus mañanas claras entre tus huertos de Galilea, y las voces encantadas que en la soledad oias responder á las dulces preguntas de tu alma hosca y llameante de deseos, te dijeron los secretos de tus parábolas, y cuando contemplabas pacer un rebaño en la llanura oíste en la risa de una fuente el Sermón que del'ramal'Ías sobre las almas sordas de tu auditorio en aquella Montaña que dejó coner á todos los siglos el armonioso raudal de tu palabra, raudal de mistel'ios indescifrables si no es atendiendo al consejo de las ramas floridas,

Tu bautismo ungió tu carne con una impenlltrable'lluvia de soledad para que las emanaciones de los otros hombres no penetraran por tus poros, y entonces bajó á ti el Espiritu, y todas las existencias inani­madas se transformaron y se estremecieron, porque vivieron para que tu las vieras y presentían tu erran­te marcha de iluminado, á través de las turbas negras que no tenían un carbón dispuesto á convertirse en diamante, á la reveladora luz de tu presencia 'y al fuego divíno de tus palabras y tus ojos,

Fuiste un hombre convertido en conciencia de las cosas y pasaste como una cosa entre los hombres, como todas las cosas: diciendo los secretos del amor, de la inocencia yel triunfo: los hombres leyeron las predicaciones de la compasión que aniquila, del rubor que marca con signos diabólicos y de la humilla­ción que envilece,

Destruías la clemencia y el crimen al predicar la justicia; negabas el llanto al consagl'ar á los niños, ¡cantabas á lOE pájarof.! derrumbabas las jerarquías, elevando las almas, y el dolor que se desbordaba de tu corazón era queja por la felicidad de tus sollldades, cuando ibas sonriendo á las montañas, á los pra­dos, á las nubes y al universo todo que se abl'Ía á tu paso, porque:vivias en 'é l y no había para ti sino un misterio en el mundo: revelarlo á los hombres! Pero pasabas irradiando fe, ninguna traición azoraba tus ojos deleitados que, Jllirando, mirando, llegaban á ver á Dios en toda su gloria, sabias que El era todo, que era como tú, y creiste en Dios, creíste que eras Dios porque no te engañabas!

* '" '" Pero te mató tu esperanza: viste en la humanidad tu misma alma y con el cor87.ón exuberando amor

fuiste hacia los hombres.

Nació la cólera, nació la piedad, nació el amor nuevo que acompaña á llorar y llamaste á los pesca­dores, que ca~b.iaron de presa: tendian redes á los peces y fueron á tender' redes á los hombres, y la 'pes' ca se ha multIplicado, porque tú sabias hacer el milagro de mostrarle6 la verdad haciéndoles creer que era un error Y aún~no comprenden tus milagros.

Di, Señor, ¿cuándo no tuviste necesidad de hablar? ¿por qué' no tuviste jamás un amigo y si multitu­des de di~cipulos? ¿por qué la sencillez de tu presencia, infantil á veces, terrible otras, como el cielo, y como el CIelo senCIllo y eterno á cada instante, no vertió por las negL'as pup Has de cada uno de los que

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te vieron una locura cemo la tuya, es'a divina locura plU"8 quien Dioq es la Bondad, es el Bien esa locu-ra que ríe á las cosas, la que de al mundo, la que de ;í IlI. propia alm~? '

¿Por qué te negó un discipulo? ¿por qué no te atino :) ('.'lUtando tu glol'Ía sin oir la~ amenazas? ¡Oh.dulce Jesús, sonrisa etemamente ondulante, ama'·g .¡ ,·;j. mortal, dolor de un Dios, ¿por qué te si.

guen mirando nuestros ojos y no eres visible para nadie! ¡Oh Jesús ligero l!omo un sopl,)! tI " t"':> .. in hundirte jam>Íq, como una luz, sobre las aguas; no dejas

nunca el ropaje celeste que te tlnvolvió en el Tabor; tu palabra es, desde que tú hablaste, la palabra de las fuentes y tus ojos df\jaron untado su mirar en todas las cosas y se difunde en la luz del cielo; ¿por qué tus fieles no ríen, por qué al celebrar tu nacimiento no se abrazan todos los hombres, por qué al re­cordar tu bautismo no huyen todas las almas al desierto, por qué entre el regalo caen en las tentacio­nes, por qué al conmemorar tu muerte no mueren todos los que tienen tu misma fe, tu mismo amor em-pujado el brazo por el mismo pueblo que te llevó al Calvario! '

Lo sabia tu caridad: sudaste sangre adivinando tu martirio etemo, no bebiste tu propia amargura, aceptaste sumiso el más terrible destino y fué para ti de mlÍs fuerza que todos los mandatos, la obedien­cia; conociste la inquina acre en que habia de gotear tu dulzul'a y no quisiste abjurar al Santo Espiritu que aleteaba bn tus delirios, más ardiente que el fuego, tieruo como una paloma! Aleteaba en tus sueños y temblabas de amol', ardia en tu pecho y sentias una p<,tencia ínesistible para defender tus cantos y estabas ávido de hablar, de amar, de prodigar bendiciones, deshaciendo tu vida en un huracán terrible que derribara á cuanto se opusiera, en el terror, en la maldad y en la envidia, y que arrebatara en tu propio camino á aquellos, ¡oh cuán escasos que te dieran su alma!

y los que derribaste, los que infamó tu virt(ld, los que avergonzó tu bondad, se uniel'on en la sombra y guiñando 105 ojos mostraron un miserable caudal á tu discipulo que l'enuncio á tu amor infinito, y fue­ron á acecharte cuando orabas,

y supiste que habias de caer en la muerte; pero sólo deseabas pronunciar tus palabras y abrir el paraiso, y dejarlo siempre abierto, colocando en la puerta la sublime expectación de tus brazos en el'UZ . ...

'" * *

La burla, Señor, tiene los mismos dal'dos en los ojos y la misma rabia entre los dientes; y multipli­can tu cadável' y se detienen á 1I01'ar tu muerte, porque no creen en tu Resul'l'ección; mas tu cadáver no es el de tu sueño, sino el de los sueños que nutren á tus enemigos,

Creo en que estás vivo, Señor; creo en que tú el'es Dios, no el dios antel'Íor á ti mismo, sino el Eter­no: el que tú eres . y fuiste padre de tu padre,

Tú mismo, Señor, que en Rn momento de contemplación fuiste todas las cosas. Sólo tú vives, y en el calval'Ío tus brazos abiertos esparcieron tu espiritu, tu sangre goteando vertió tu substancia, y tu gri­to de desesperación era el de tu amor no satisfecho, el de tu fe entristecida, el de tu esperanza extendida para siempre,

y la tierra tembló, y derramándose tu vida, los muertos resudtaron, y te desvaneciste en Eter-

nidad! Los que te amaron, Maria dulcisima y Juan todo veneración y amor, los uniste á tu propio ser, los

confllndiste en ti y tu palabra es la más buena: Madre, he ahí á tu Hijo; Hijo, he ahi á tu Madre, Oh! Jesús infantil y trágico, el misterio sólo podria ser revelado en la fatalidad satánica de tu des­

gracia y tu dolor halló la única alegria de la tierra: «Madre, he ahi á tu Hijo; Hijo, he_ ahi á tu ,Ma~re!. y todos nos sentimos hijos de la que te dió vida, hijos también tuyos; y nos diste, Senor, una fidehdad para cada amor, y un amor para cada fidelidad, «y la vel'dad ha nacido de la tierra'

Señor, la raza de Cain engendró á Judas y tú flliste eterno por tu vida y tu muel'te, y Judas tuvo re~ordimientos y avidez insaciable que llevan al infierno, como á los de la raza de Caín que se dicen

tus discípulos , . Señor la raza de Cain reina sobre los hombres, porque no es suya una Bienaventuranza, Señor' el Demonio ofrece la fruta del discernimiento, y el discernimiento, que da vida, anoja sin ce·

sal' del pa'raíso, porque tú reservaste para los niños el Rl'ino de los Cielos «Y sólo quien conozca como

niño será salvo.. , ., Señor, la raza de Cain se ha multiplicado y el hombre es el lobo del hombre; .mas tu no vemste a

traer la paz, sino la guerra, y aún dura la que emprendiste, la de todos los que odian porque oyen tus palabras: «Bienaventurados los que aman.»

Pues la raza de Cain ha puesto su amor en el crimen. . . Señor, tú llevabas la luz en tlli ojos, sonreias las cosas, y contemplabas á .Ias aves del Cielo y a los

lidos de los campos, y lo comprendiste tod'l: • L'I autor.-:ha de tu cuerpo es tu oJo. Si tu ojo fllere senci-

llo, todo tu cuerpo será luminoso,.

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t

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Esa fué tu locura, tu divina locura en la que descendió el Espíritu Santo, y sólo los pecados contra el Espíritu Santo no tienen perdón.

y tú vives todavía porque vive el So\. La raza de Caín vive aún en las tinieblas, y es como un cadáver fecundo y perpetúa los cadáveres

en la sombra. Pero sólo tú vives, dulce Jesús, y el drama se repite entre los hombres, sin turbar al cielo, sin vul ·

nerarte ya, porque eres Dios, y vives eternamente sobre las aguas, y en las frondas, y en las aves, y en los niños, y eres igual á ti mismo en el Todo y en cada parte.

Porque el Tiempo es mentira, porque el Mundo es mentira y sólo Tú existe!'!, siempre igual á ti mismo!

y como ha sido en el principio, será ahora y siempre y por todos los siglos . ....

RICARDO GÓMEZ ROBELO.

Diciembre de 1902.

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UN JUICIO DE DIOS.

En el cielo gris se extiende negra nube, como t'norme Amenaza pavorosa. Y el ocaso en ira arde. A las furias de las olas cae un rojo sol deforme, Como un mo"truo luminoso. Y un dolor llena la tarde.

En planicie estéril y agria que estremece el viento norte Con los toques desolados de su aguda y fria trompa, Una majestad se encuentra rodeada de su corte y engreida en el orgullo de su raza y de su pompa.

Las hermosas damas lucen bucles rubios que hacen hugas, y entre encajes albos cuellos dignos de tiernos motetes, y los rudos infanzones, torvas frentes con arrugas, y áureos yelmos con penachos, y flamantes coseletes.

Gruesa tUI'ba de soldados y pecheros la muralla Que rodea el burgo invade con agitación curiosa. y se ciernen las angustias . . .. y la muchedumbre calla, Como ante un prtsentimiento de desgracia misteriosa.

Es el dla señalado por el rey prudente y sabio Para que con su omnisciencia Dios Nuestro Señor decida, De quien quiera defenderla contra el que hízola el agravio, Si la hermosa Doña Blanca pura es ó envilecida. .

En el cielo gris se extiende negra nube . ... y el menguado Que dejara tan maltrecha la virtud de la alta dama, Cabalga un bridón zahareño de oro y púrpura enjaezado, Por sostener su ca :umnia de su valor con la fama.

Ya el heraldo por dos veces desgarró de su tn mpeta Las más roncas vibraciones. Y de la noble y altiva Doña Blanca 11'. mirada fieramente triste y quieta Deja asomarse la estrella de una lágrima furtiva

Si el viejo conde su padre la viera en tal cruel suplicio, Y mirara en los blasones de su casa el vituperio Manchar los preclaros gules con sangre, como un cilicio, Ya no cumplida el voto que lo llevó al monasterio.

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46 REVISTA MODERNA.

Embrazada la adarga, que no hacerlo fuera mengua, y ante el triunfo de su acero, con su tajante cuchillo, Al que le quita la honra le arrancada la lengua Para clavarla á la puerta de su altanero castillo.

Un caballero cubierto, de improviso al rey avanza, Evitando las miradas y de punta en blanco armado. y dejando á su escudero la brillante y luenga lanza, Breve rato babIa al monarca que io contempla asombl"ado.

A poco, el pregón anuncia que el recién llegado tiene La intención de entrar en pugna para vengar el ultraje Que se le hace á la doncella. Cubierto de polvo viene, y quiere seguir cubierto de sangre su largo viaje.

Esto gl"itó con voz ronca sobre el férreo arzón erguido. y el calumniador aleve que maculó una limpieza N o acepta el reto, pues dice que con un desconocido Nunca puede romper lanzas quien es de antigua nobleza.

y el rey le ordena que juste, que el otro también es noble; y dice que á éste permite tener velado el semblante. y el clarin rompe estridencias al par del marcial redoble Con que despierta entusiasmos una mesnada arrogante.

y los campeones se aprestan á la lid. Toman sus puestos" Caracolean sus brutos brio~os . Y sus cimeras Frpnéticamente oscilan. E inmobles y á la lid prestos, Imponen expectaciones con sus 11 posturas fieras .

Se da la señal; y parten entre el polvo y el estruendo Que levantan los corceles con sus cascos. Y las lanzas Al viento arrancan rugidos de loco furor tremendo! y tras ellos saltan piedras que quisieran ser venganzas!

Se desborda un clamoreo gigante y bronco . . . . El encuentro, El choque brutal produce congojas, pasmos, al al mas y ruedan los paladines. Y de su saña en el centro Trazan signos fulgurantes las astillas de las armas.

Se yergue el uno, siniestro, como un hijo de la Muerte, y á la multitud aterra cou las llamas de sus ojos. y 01 otro sobre su escudo queda rígido é inerte, Roto el peto del que brotan gruesos borbotones rojos . . .. . . ... . . .. ... ... . .. .. .... . . . ..... .. . . . . .. .. .. . .. .. .

Al desfilar junto al cuerpo de que el alma está proscrita, Alguno, por ver el rostro, trémulo alza la celada ... . Doña Blanca que lo mira, con horrible acento grita: ¡Es mi padre . ... ! Y á su grito se anuda una carcajada.

A la carcajada brusca tiene aquella más informe Una convulsión que infunde fatal espanto en Ij¡, tarde .. . . En las furias de las olas se hunde un rojo sol deforme, Como un monstruo luminoso " " . . y el ocaso en ira arde ... .

México, Enero de 1903.

ROBERTO ARGÜELLES BRIN GAS.

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DE LA INFLUENCIA ALEMANA.

. Siendo niño, allá, en mi pals natal, en Nicaragua, I'ecuel'do haber tenido, pOI' pI'imel'a vez, la sensa. clón de la influencia alemana, gracias á cierto asunto Eisssenstruck: el pequeño puerto de Corinto amena . zado por los cañones de los navlos de guerrll alemanes. No fué sino mucho más tarde cuando lel la C1"Í. tica de la razón pura . .. .

Después de haber recorrido casi toda la Amél'Íca española y de haber residido algún tiempo en va· rias de las diferentes Repúblicas, creo poder afirmar Que'las ideas alemanas no han encontrado buen te . rreno en nuestro continente. A medida que la'civilización ha hecho progresos, el pensamiento naciente ha buscado sus vlas, en los tanteos de una investigación ardiente y entusiasta. Desde el punto de vista filo . sófico y moral, se ha seguido durante algunos años el antiguo surco español. Pero una tende~cia con ­tinua hacia el progreso ha hecho que cada movimiento de ideas en Europa haya tenido su repercusión entre nosotros. Las - ideas ancestrales. como las llama Pablo Adam, han fructificado sobre todoj la savia mental latina ha permanecido indestructible, no obstante la vecindad del poderoso elemento bá rbaro.

Toda gran voz humana se ha hecho oir en Hispano- América por órgano de Francia. La América la­tina, desde la Revolución, ve en F rancia su verdadera madre patria.

Cuando una especie de movimiento filosófico fué causado en España por un mediocre profesor ale· mán, por lo demás poco estimado en ¡su pals-me refiero á Krausse-el contagio no pasó el Atlántico y la América Española escapó á é l. Por el contrario, Augusto Comte encontró allf grandes simpatlas, y su doctrina encontró disclpulos y apóstoles. Si hoy Nietzsche tiene cierta influencia intelectual, es solamen­te dpspués que pasó por Parls.

Verdaderamente, pal·te de la juventud americana se ha educado en Alemania y ha ganado con ello desde el punto de vista profesional. Conocemos el médico que conserva sn el rostro la cuchillada de 108

estúpidos duelos de estudiantes y que sufre de una dilataci ón de estómago causada por las brutales y obligatorias libaciones nacionale~. En los medios intelectuales, las miradas no se vuelven hacia Berlin, ni hacia Roma, sino hacia Paris. Aún más, algunos da nuestros mejores esplritus, que por dpscendencia y pOI' cultul'a, tiene más de un punto de contacto con los alemanes,-como el doctor Bunge, de la Repú· blica Argentina, autor de una notable obra sobre La Educación, el colombiano Pérez Triana y el ceno tro- americano Ramón Salazar-dcnotan voluntariamente ó no, por la lógica y la claridad de su estilo, la influencia de los pensadores y de los escritores franceses ,

Chile es tal vez el sólo pals de la América Española donde el esplritu alemán ha hecho algunas con­quistas. De Ventura Marin á Valentln Lé,telier, los estudios filosóficos han dado un paso enorme, desde la escuela católica-escolástica española hasta la enseñanza moderna universitaria alemana. En suma, des­pués de las doctl'inas de un Lastarria, no creo que las ideas de Lételier, que representa las mayores ten· dencias germánicas en Chile, tengan mucha influencia en sus compatriotas,

Las victorias alemanas sobre Francia han causado naturalmente en estos paises nuevos, un acrecen­tamiento de militarismo. La divisa chilena parece en verdad haber sido concebida por Bismarck: Por la 1'azón Ó la fuerza,

En cada pequeña república, ha habido siempre un pequeño conquistador .que quiere hacer de su pals una pequeña Prusia. El resultado del progreso ha sido la 'importación del instructor alemán, del casco de punta y del paso gimnástico marcial. En ciertos gobiernos se ha implantado una moral al uso de los tiranos. Pero esos gobiernos han caldo, caen ó caerán pronto bajo el impulso del pensamiento nuevo, de la mejor cultura y de la dignidad humana. Los sud- americanos que meditan sobre la verdadera gran­deza de los pueblos, los hombres de buena voluntad, no se hacen ilusiones sobre la virtud y grandeza del alma alemana. Conocidos son los célebres versos de Arndt:

Dentsche Freiheit, Dentscher Gott, Dentsche Glarnbe, ohne Spott, Dentsches Herz und Dentscher S tahl S ind vier Helden allzurnal.

y sabemos que la libertad de los alemanes es tal que no hay, por decirlo asl, dfa sin proceso de lesa majestad, que el Dios de los alemanes no es otro que el Dios blblico de los ejércitos, ~u protect,or en Se­dán; que respecto á su buena fe sin burla, Julio Favre supo lo que valia por el CanCiller de Hierro, co· mo Parls sitiado lo aprendió por Wagnerj sabemos que el acero alemán cuesta muy caro á las pobres na­ciones militarizadas de la América Española que tienen la desgracia de poseer un agente de la ca8a

Krupp. RUBÉN DARIO.

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NOTAS BIBLIOGRAFICAS. DE SANTA-ANNA A LA REFORMA,

por Victoriano Salado Alvarez. -Santiago Ballescá, editor.

ST Á ya impreso el primer episodio de la que pudiéramos Ilamal' novela hist~rica del Li· cenciado Salado Alvarez, intitulada -De Santa-Anna á la Reforma.' Termma éste con la caída del nunca bien ponderado Don Antonio y forma un grueso velumen excelen­temente impre.o y con profusión ilustrado.

He leído eOIl atención y curiosidad ese primer episodio, y confieso que me ha hecho Jt<; . pasar algunas horas agradabilisimas. Es un Iibro--valga la frase-verdaderamente

sabroso. El joven autor-todavía sin indiscreción se le puede preguntar su edad-ha procurado reflejar en esas páginas toda una época, volviéndola de frente y de espalda, de uno y otro costado, y lo ha con­seguido. No hay dato ni aspecto, por fugitivos que sean, que no estén ahí, con tal que ayuden á definir un momento histórico. La Nación, con su fisonomía real y su real pergeño se nos muestra de bulto .

. Asi era en esa época bendita en que Juan Pérez de la Llana, el narrador, nació, vivió y murió. Puede decirse que el libro es, sobre todo, un curioso inventario de costumbl'es y afirmarse puede que para es­cribirlo mi buen amigo Salado, mi antiguo y leal adversario en polémicas - modernistas,' se ha echado á cuestas más de veinte colecciones de periódicos de antaño y ha consultado buenos rimeros de libros viejos.

Ignoro lo que la critica pueda decir de la obra; pero lo que sin duda no acertará á negarle es inte­rés, un interés tanto más intenso cuanto que, á pesar de ser relativamente cercana la época que el joven autor sorprende y l"etrata, poco ó nada, salvo acaso las memorias de Guillermo Prieto, que son una deli­cia, hay escrito acerca de ella en ese estilo anecdótico que tan fácilmente se digiere y tantas condiciones tiene para solazar.

Gústame, sobre todo, la primera parte del episodio, que relata la niñez y la adolescenc:a de Pérez de la Llana. Por ahí anda una Trini digna de competir con la encantadora Remedios de Rabasa, y va enredado entre la narración histórica, como tenue hilillo de luz, el más gracioso idilio silvestre que pue­da darse, un idilio primaveral y fresco que nos conmueve, encanta y entristece. ¡Ah! todavia en Provin­cia hay mil rincones como el que describe Salad o Alvarez en ese idilio salpicado de episodios embelesa­dores. Todavía se aspira el perfume serrano de esos amores precoces, apasionados, y á veces inmor tales!

La segunda parte del libro es más seca, menos unida, asaz prolija. El autor añasca sin descanso, encontrando que no hay detalle, por ínfimo que sea, que no ayude á personalizar y demarcar una época, benedictiniza con tesón; el dato sigue al dato, y si aquí se nos muestra menos novelista, ya por la dificul­tad de unir en malla harmónica tantos hilos diversos, ya por lo arduo que es dar unidad á hechos y co­sas que acontencen en muy diversas partes, ya en fin, por los naturales tanteos de quien comienza á ejer­citarse en la novela histórica, es en cambio más nutrido é interesante.

Sub~tituye á la campestre y adorable Trini en la segunda parte del libl'O, la cortesana y cultísima Anarda, una jamona de esas que harían relamerse los labios á Luis Urbina, catador autorizado del Gé­nero. POI' los salones de aquella belleza en plenitud, desfilan politicos y literatos y figurones sociales bien lIev.ados y tra.ídos .. Por ahí anda don Miguel de l~s Santos Alvarez que todavia existia en 94 y que es posible que viva aun; POI- ahí pasan: Prieto, del brazo con sus chinas, y Diaz Covarrubias sorbiéndose el eterno llanto, aquél que hace de sus versos una lacrimatoria Iirica, y el irascible y bravo Miramór, á quiell Concha exigía para quererle, una banda de general, y el rubio y no menos bravo Osollos, y á ve­ces se destaca, pensativa, humana, nobilisima y triste, la gran silueta de Comonfort.

* * * La luna cae sobre la CateJral dormida. Refléjanse como serpientes sobre el atrio las negras cade-

nas herrumerosas (todaví.a no nacia Luis González Obregón, pero ya había por ahí cerca libros viejos). En los cafés yen las call1'\Juelas se lonspira. Pasan los fraíles espectrales con su reluciente cráneo aureo­lado por el c,er~uillo. L,os coches de sopandas ruedan descoyuntándose por el anoyo; una liana tapada abre el. b.alcon a un galan de capa y levitín ajustado .... y allá en las penumbras de una capilla mona­cal, Tl"l~~, de codos ,sobre el reclinatorio, triste hasta la muerte, piensa en el supremo adios á la vida, en la defiállltlvla renuncia de todas las cosas y murmura suave, suave, muy suavemente: De hoy en adelante no m s ga as,

A. N.