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Violencia, castigo, el cuerpo y el honor: una revaluación Pieter Spierenburg El principal objetivo de este trabajo es colocar los ternas contenidos en su título dentro del contexto de la teoría de la civilización de Elias y con ello discutir también dicha teoría. Existen varias razones para hacerlo. La primera es que en algunos estudios recientes sobre castigo, especial- mente aquellos realizados por Gatrell y Evans, se sostiene, implícita o explícitamente, que la evolución del castigo no encaja dentro de una teoría basada en Elias centrada alre- dedor de la privatización, la identificación y las sensibili- dades.' Segundo, algunos autores dudan de la validez del punto de vista de Elias sobre la violencia medieval. 2 Terce- ro, es necesario plantear la pregunta de hasta qué medida el tema del honor, que llama cada vez más la atención de Gatrell 1994; Evans 1996. Masur 1989, por otra parte, encuentra que sus datos sobre América están de acuerdo con mi tesis. Ver también, sobre Dubrovnik, Lonza 1997: 353-4. Ver, por ejemplo, Gauvard 1991. 116

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Violencia, castigo,

el cuerpo y el honor:

una revaluación

Pieter Spierenburg

El principal objetivo de este trabajo es colocar los ternas contenidos en su título dentro del contexto de la teoría de la civilización de Elias y con ello discutir también dicha teoría. Existen varias razones para hacerlo. La primera es que en algunos estudios recientes sobre castigo, especial­mente aquellos realizados por Gatrell y Evans, se sostiene, implícita o explícitamente, que la evolución del castigo no encaja dentro de una teoría basada en Elias centrada alre­dedor de la privatización, la identificación y las sensibili­dades.' Segundo, algunos autores dudan de la validez del punto de vista de Elias sobre la violencia medieval.2 Terce­ro, es necesario plantear la pregunta de hasta qué medida el tema del honor, que llama cada vez más la atención de

Gatrell 1994; Evans 1996. Masur 1989, por otra parte, encuentra que sus datos sobre América están de acuerdo con mi tesis. Ver también, sobre Dubrovnik, Lonza 1997: 353-4.

Ver, por ejemplo, Gauvard 1991.

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los historiadores, encaja dentro d d enfoque de Elias de la violencia.

CASTIGO: LIBROS NUEVOS, HISTORIAS VIEJAS

Permítanme primero anotar que mi tesis sobre la privati­zación del castigo se centra alrededor de dos desarrollos principales a largo plazo: 1. La desaparición gradual de las penas corporales y el viraje hacia la ejecución en recintos cerrados de la pena de muerte; y 2. La creciente promi­nencia de las reclusiones penales, especialmente el encar­celamiento, a partir del siglo XVII. El segundo compo­nente es relativamente irrebatible, fuera d d hecho de que algunas personas todavía creen, equivocadamente, ya sea que hayan sido conducidas al error por Foucault o no, que el encarcelamiento se inició en el siglo XIX. Es solamente el primer componente de mi tesis, con respecto a las eje­cuciones, que ha enfrentado crítica. Yo argumento que es­ta crítica se basa en gran parte en una mala interpretación.

Para este argumento, es crucial que explique mis pun­tos de vista sobre la explicación. Por lo general, encuentro poco satisfactorio pensar en términos de simples causali­dades. Si en algunos lugares ha habido disturbios y esto ha impulsado a las autoridades a llevar las ejecuciones en re­cintos cerrados, sería tonto decir simplemente que el dis­turbio fue la causa del cambio en el procedimiento penal. Por ello, yo nunca diría «el cambio de las sensibilidades fue la causa de la privatización de las ejecuciones» sino más bien «la privatización de las ejecuciones reflejó un cambio en las sensibilidades». Seguidamente, para nuestro

Se requirieron dos libros (Spierenburg 1984 & 1991), cada uno de los cuales presenta la mitad de la tesis (según lo anotado por David Garland en su revisión del segundo en el Journal of Modera History).

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esfuerzo explicativo futuro, es importante anotar que también hubo tendencias de encubrimiento en otras esfe­ras de la vida social. Básicamente, acá estoy siguiendo las famosas admoniciones de Marc Bloch, anotando que todo rnedievalista escribió acerca del levantamiento de Estados en una región particular y que el levantamiento de los Es­tados fue un fenómeno de toda Europa que debe ser ex­plicado en términos generales. Para concluir, mi principal objetivo no es algo así corno «explicar por qué los castigos corporales desaparecieron y la pena capital vino a ser eje­cutada en recintos cerrados». Más bien es explorar en qvré forma los cambios en el castigo reflejan desarrollos más amplios a largo plazo en la sociedad; aprender, a través del estudio del castigo, cómo están interrelacionados estos desarrollos; averiguar si todo esto puede mejorar nuestra percepción de la estructura de mrestra sociedad y noso­tros mismos.

Gatrell, está entonces fuera de contexto cuando me acusa de hacer reivindicaciones infundadas acerca de que nuevos umbrales de identificación sean la principal causa del mejoramiento penal. Esta frase contiene por lo menos tres palabras mal seleccionadas: el término causa, como ya se argumentó anteriormente; el término principal porque jun to con el cambio de sensibilidades le doy el mismo én­fasis a procesos de formación de Estado; el término mejo­ramiento que implica un juicio personal acerca del cambio penal en lugar de un análisis académico. De esta forma, no es sorprendente que Gatrell concluya sus capítulos acerca de sensibilidades con una frase desprovista de con­tenido: «[...] al final fueron los escrúpulos y no la humani­dad los que ganaron la partida».'

La falla en reconocer que palabras tales corno humani­dad o humanitario son términos fonérnicos y no es como

Gatrell 1994: 226-7, 297

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Ute Frevert, por otra parte, ha encontrado que la visión del mundo de los hombres burgueses en Alemania en esta época era militarista. Evans tampoco anota que Studien über die Deutschen es esencialmente un intento para expli­car la capacidad de destrucción humana d d Tercer Reich y que el planteamiento de similitudes con respecto a la pena capital en Alemania y en el resto de Europa no es el tema del libro.

Finalmente, cuando Evans no puede encontrar que los teóricos que él ataca estén equivocados bajo bases acadé­micas, trata de desacreditarlos por sus creencias políticas, reales o supuestas. No solamente Elias cae víctima de esto, también Foucault, quien es calificado como oponente de la Ilustración. Como Evans, yo no estoy de acuerdo con el argumento de Foucault de que la retórica de la Ilustración no fue más que una cortina de humo para el estableci­miento de las instituciones disciplinarias. Evans, sin em­bargo, pasa a expresar que los principios tales como el jui­cio abierto y el debido proceso son «derechos que vale la pena defender». Aparentemente, no cae en cuenta de que esto está enteramente fuera de contexto: que Evans, o cualquiera, los considere derechos que vale la pena de­fender, no nos dice absolutamente nada acerca del acierto o el error del argumento de Foucault. En una postura si­milar, Evans dice que Elias escribió su obra clásica sobre el proceso de civilización «en defensa de la idea liberal tradi­cional del progreso». Debido a que Evans, como él mismo lo indica explícitamente en su prólogo, no puede o no es­tá dispuesto a obtener una medida de separación de sus propios sentimientos, piensa que otros son también inca­paces de hacerlo. Lo que es aún peor, su teoría «justifica

Ver, entre otros, "The Taming ofthe Noble Ruffian: Male Vióleme and Dueling in Early Moclern and Modern Germany", pp. 37-63 en Spieren­burg 1998.

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implícitamente el racismo y el imperialismo»." Para susten­tar esta fuerte acusación solamente se refiere al informe acerca de una conferencia en la cual algunos otros, igual­mente sin fundamento, han expresado lo mismo. Está por demás decir que él no presenta ninguna cita de Elias que revele convicción racista alguna.

Todas estas declaraciones falsas acerca de la teoría de Elias ponen en seria duda la validez del argumento de Evans de que sus datos empíricos van en contra de esta teoría. A un nivel teórico, la obra tanto de Evans como de Gatrell son un paso gigante hacia atrás.

VIOLENCIA: UNA INTRODUCCIÓN

Un reto totalmente diferente para la teoría de Elias surge no de los malentendidos de ciertos académicos, sino de eventos reales: la violencia de hoy. Para introducir esta parte de la discusión, permítanme presentar alguna evi­dencia notable. En ios tranvías y buses de Amsterdam hoy día, ustedes pueden leer las advertencias oficiales prohi­biendo el porte de cuchillos y otras armas blancas. En los medios de comunicación hay informes acerca de estudian­tes que llevan cuchillos a las escuelas, mientras que mu­chos visitantes a discotecas parece que hacen lo mismo. Una investigación más sistemática es necesaria para de­terminar el alcance real de la posesión de dichas armas en la población holandesa. Un estudio reciente sobre pose­sión de armas blancas entre jóvenes de Curazao sugiere que por lo menos entre ciertos grupos la posesión de este tipo de armas es bastante común en la actualidad.' Proba­blemente es seguro decir que el porte de armas blancas

Evans 1996: 811 (primera cita), 891 (segunda cita), 892 (tercera cita).

San 1996.

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por parte de hombres jóvenes no es tan raro en Flolanda hoy en día corno lo era hace una generación.

Aunque faltan cifras exactas y confiables sobre la pose­sión de armas, es innegable que la violencia criminal ha aumentado durante los últimos veinte a treinta años. Los datos de diferentes fuentes —estadísticas judiciales, infor­mes de la policía y encuestas con las víctimas— coinciden al respecto. En contraste con la situación hace medio si­glo, las ciudades son tres veces más violentas que el cam­po." El surgimiento de la violencia durante las últimas dé­cadas es un fenómeno internacional; ha ocurrido casi en todas partes del mundo occidental. Las tasas de homicidio son el indicador máximo de esto. Sirven como base para comparaciones tanto internacionales corno diacrónicas del nivel de violencia. En Amsterdam (ligeramente con más de 700.000 habitantes) el número absoluto de homicidios ha aumentado de 10 a 20 por año en los setenta, a más de 40 por año a finales de los ochenta y los noventa.'

TENDENCIAS A LARGO PLAZO EN HOMICIDIOS

Acerca de los homicidios y el largo plazo debo ser breve, ya que la reseña básica es bien conocida. La tasa de homi­cidios comúnmente se define corno el promedio anual de asesinatos durante un período especificado por cada

Haan 1997; Hoogerwerf 1996: 7-13.

Me refiero a las series de tiempo presentadas por Slot (1997), con base en la rama de Ernslige Delicien de la policía de Amsterdam. Las cifras del Centraal Burean voor de Statistiek para el periodo 1979-1989 (promedio de 15 por año), que cito son, como lo explico, proba­blemente demasiado bajas (Spierenburg 1996: 87). Franke (1994: 84) por otra parte, presenta cifras para 1987-90, provenientes del Deparlamento de Estadísticas de Amsterdam, las cuales, para tres de esos cuatro años, son mas altas que las cifras de Slot.

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100.000 habitantes en un área específica. Inglaterra fue el primer país para el cual se ha calculado una tendencia a largo plazo mediante un estimativo con base en datos de varias ciudades y regiones. De acuerdo con este estimati­vo, la tasa de homicidios de Inglaterra fue en promedio de 20 en 1200. Luego bajó a cerca de 15 a fines de la edad media, entre 6 y 7 (o de acuerdo con un investigador por debajo de 5) en el período isabelino, y luego bajo más aún (con la declinación más dramática desde finales del siglo XVII a finales del siglo XVIII), hasta que la tasa fue cerca­na a 1 alrededor de 1900.

Estas cifras, sin embargo, están basadas en parte en ta­sas de acusaciones en lugar de informes sobre inspección de cadáveres. Como consecuencia de ello, casi con seguri­dad subestiman el nivel de homicidios por lo menos hasta 1800. Evidencia dispersa para los municipios continentales a fines de la edad media dan cifras muy por encima de 20. La tasa de homicidio en Florencia fue de 152 durante los años 1352-5 y 68 durante los años 1380-3. En Freiburg im Breisgau en la segunda mitad del siglo XIV fluctuó entre 60 y 90; en Estocolmo en las décadas de 1470 y 1480, en­tre 32 y 45. En las ciudades holandesas de Utrecht y Am­sterdam en el siglo XV las tasas de homicidio fueron de 53 y 47, respectivamente."' Estas cifras sugieren que la curva declinante desde la edad media debe haber sido más pro­nunciada que la primera reconstruida para Inglaterra. La época, por otra parte, parece ser similar. De acuerdo con Eva Ósterberg, la caída crucial en la tasa de homicidios sueca ocurrió entre mediados del siglo XVII y mediados del XVIII." Mi propia evidencia para Amsterdam indica una marcada declinación entre 1725 y 1750." América, fi-

Spierenburg 1996: 63-6, 79-80; Ósterberg 1996: 44. Ósterberg 1996: 43-5.

' Spierenburg 1996: 82-4.

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nalmente, es una historia totalmente diferente. Las tasas de homicidio americanas casi siempre han sido más altas que las europeas. Sin embargo, en una revaluación recien­te, Douglas Eckberg concluye que las nociones anteriores de que el siglo XX era más violento que el XIX son erró­neas."

Para resumir: aunque las dimensiones exactas de la de­clinación a largo plazo en homicidios requieren investiga­ciones adicionales, la existencia de la tendencia es inequí­voca. Desde finales de la Edad Media hasta la mitad del si­glo XX, las tasas de homicidios en Europa sufrieron una baja secular. Esto es reconocido por todos los académicos, historiadores y otros que se ocupan del tema. Y casi sin excepción, plantean la teoría de Elias del proceso de civili­zación como el principal candidato para una explicación. Esto hace que la pregunta planteada por los datos actuales sea especialmente intrigante: las tasas de homicidio co­menzaron a aumentar en la mayoría de los países occiden­tales en las décadas del sesenta y del setenta; ¿indica esto una tendencia descivilizadora? Para responder a esta pre­gunta es imperativo que tomemos en consideración el ca­rácter de la violencia (homicida). En realidad, el argumen­to que sirve de guía en mis anteriores publicaciones es que aparte de establecer las cifras estadísticas concisas, los cambios en el carácter y contexto del homicida son un tó­pico igualmente importante de investigación.

VIOLENCIA Y H O N O R

Al tratar el contexto social y cultural de la violencia, los historiadores le han prestado mucha atención a los con­ceptos de honor y simbolismo del ritual. En muchas so-

Eckberg 1995.

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ciedades, incluyendo las de principios de la Europa mo­derna, el comportamiento violento estaba con frecuencia íntimamente relacionado con un código de honor mascu­lino, que obligaba a los hombre a mostrar fortaleza y crueldad y a exigir respeto. Ahora, del artículo sobre el Amsterdam de hoy, citado anteriormente, conocemos que los nativos de Curazao en la ciudad defienden un código de honor similar. El autor concluye: «[...] acuchillar es un delito en el cual el aspecto expresivo (valentía, honor, prestigio) es de importancia primordial. [...] Entre más su­fren los adolescentes de privación de estatus, mayor será la necesidad que sienten de proteger su honor y el de sus madres. Además, estos adolescentes tendrán mayores probabilidades de buscar situaciones en donde el honor esté enjuego».14

A primera vista, esto parece ser un déjá-vu de la socie­dad holandesa de hace trescientos años. Una palabra pe­culiar utilizada por la gente de Amsterdam en aquellos dí­as era voorvechter. Denotaba a un hombre que tenía una gran habilidad en las peleas con arma blanca y respetaba sus rituales. Entre sí, los voorvechters utilizaban el término hombre eerlijk corno un elogio para un luchador justo. Con un significado literal de hombre honorable, el concepto combinaba los aspectos de honor y género. Peleas a cuchi­llo honoríficas, o duelos populares corno yo las llamo, fue­ron muy comunes en Amsterdam en los siglos XVII y XVIII. En gran medida desaparecieron de la vida de las ca­lles después de 1720, lo cual fue una contribución mayor para la declinación de la tasa de homicidios de la ciudad. Vale la pena averiguar cómo se libraban estos duelos po­pulares. "

San 1996:476-7.

Para un análisis más elaborado ver el capítulo 4 de Spierenburg 1998.

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Un buen ejemplo es el caso de Claas Abrarns. En la no­che del 19 de diciembre de 1690 visite') un bar ubicado en un sótano (con frecuencia había lugares para beber a pre­cios módicos situados en el sótano de una casa), en donde se enfrascó en una discusión con una mujer llamada Jets. Claas tiró tres pedazos de una pipa en su cara a propósito. Ella lo llamó gauwdief (ladronzuelo tramposo) y luego se fue del sótano en compañía de otra mujer. Cuando Claas se levantó a perseguirla, un hombre lo detuvo en la puer­ta. Eso hombre y otros clientes varones lo detuvieron en el sótano durante un cuarto de hora y finalmente lo dejaron ir bajo la promesa de que no le hiciera daño a Jets. Olvi­dando rápidamente su promesa, Claas localizó a Jets en la calle Rusland y la siguió, sin hostigarla por el momento. En el puente Lommers, Jets tuvo la suerte de encontrarse con su cuñado, Abrarn Janse Smit. Este estaba acompaña­do de Freek Spanjaart, un famoso peleador de arma blan­ca. A pesar de su fama, durante el incidente que sigue, en el cual su amigo perdió la vida, Freek debía ser un espec­tador inmóvil.

Corno podríamos esperar, Jets se quejó a su cuñado acerca del hostigamiento anterior de Claas y del hecho de que éste continuaba persiguiéndola. Volviéndose hacia él, Abrarn sacó su cuchillo, pero luego dijo que no estaba in­clinado a pelear y siguió caminando. Claas no confió en las palabras del otro hombre. Además, Claas encontró inaceptable que alguien le sacase un cuchillo sin ninguna reacción de su parte. Así que se fue tras Abrarn con su propio cuchillo en la mano. Entonces Abrarn le preguntó a Claas dos veces si tenía intenciones de hacerle daño a Jets. Como no obtuvo respuesta, se presentó la lucha a cu­chillo. Durante el combate, Freek Spanjaart y Jets sola­mente observaban. En medio de éste, el cuchillo de Abrarn se rompió. Le pidió el cuchillo a su amigo Freek y lo obtuvo. Aparentemente, su adversario le dio un tiempo de espera para el intercambio. Esto no ayudó a Abrarn.

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Fue delicadamente acuchillado y llevado a la casa de los vendajes. Claas abandonó la escena. Más tarde esa noche, a solicitud suya, fue Jets quien fue a la casa de vendajes a ver a la víctima. En ese momento, Claas se estaba escondiendo en un sótano donde su hijo era cuidado. Jets volvió allá a la una de la mañana, reportando que Abrarn había muer­to. De inmediato, Claas escapó de la ciudad. Sin embargo, regresó y fue capturado unas semanas más tarde, lo que resultó en su decapitación en enero del año siguiente."

En ciertos aspectos este caso es ilustrativo no solamen­te de la violencia honorífica, sino de todos los homicidios juzgados por los tribunales de Amsterdam en los siglos XVII y XVIII. Por ejemplo, el encuentro se realizó en un ambiente de clase baja, lo que es igualmente creado para la gran mayoría de los casos de homicidio. Lo mismo que Claas Abrarns, la mayoría de los asesinos eran hombres. Los imperativos del código de honor se reflejan en la de­claración de Claas de que tenía que hacerlo; tenía que reaccionar de alguna forma al hecho de que Abrarn le sa­cara un cuchillo. La necesidad también obligó a Freek Spanjaart, el famoso luchador, a abstenerse de ayudar a su amigo. Si hubiese intervenido, se habría convertido en una vulgar riña o por lo menos en una pelea desigual y por lo tanto infame de dos hombres contra uno. La inter­vención era considerada honorable solamente si el fin era separar a los combatientes. Con dos contra uno, la repu­tación de Abrarn así como la de Freek hubiera sufrido gravemente. Para este último prestar su cuchillo a su ami­go estaba bien, porque nuevamente igualaba la contienda. Era un riesgo inherente, sin embargo lejos de inevitable, que un combate como este resultara en la muerte de uno de los protagonistas. Freek consideraba a Abrarn y a su honor más valiosos que la vida de su amigo. El asesino,

R.A. 336, fo. 129, 132, 138, 140; R.A. 596, fo. 177.

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también, al final perdió su vida debido a los dictados del honor. El habría podido salvarse de la pena de muerte; después de todo su adversario había sido el primero en sacar el cuchillo. No importaba, argumentó el schepenen (consejo de líderes) de Amsterdam, ya que Claas tuvo su oportunidad de escaparse cuando el cuchillo de su adver­sario se rompió. Naturalmente, eso hubiese significado un gran deshonor para él.

Otro caso semejante, procesado por el schepenen de Amsterdam, en realidad tuvo lugar en Den Bosch en el sur, sugiriendo que la cultura de peleas con armas blancas también florecía en otras partes de Holanda. El acusado fue otro Claes, apodado Srnidje ("herrerito"). En la feria de 1665 se encontró con su viejo enemigo, Jonker Bexe, quien estaba acompañado por su primo y dos mujeres. Los enemigos acordaron retirarse a un lugar tranquilo, pero se perdieron el uno del otro cuando trataban de evi­tar la guardia. Un poco más tarde, Claes oyó una voz decir «Sinidje, ¿dónde estás?». Contestó y notó que Bexe todavía estaba con su primo. «Ustedes son dos», protestó Claes, a lo cual el primero de Bexe dijo: «Sigan ustedes; yo no in­terferiré». Eso le hizo merecedor de un elogio de Claes: «Usted habla corno un tipo honorable». El combate co­menzó. Bexe moriría por sus heridas el día siguiente, pero para entonces Claes ya sea había escapado de la ciudad.'

Entonces, era una regla básica garantizar una pelea igual. Todo el mundo podía estar involucrado en los pre­liminares, pero cuando dos hombres comenzaban real­mente un combate, los demás por lo general se hacían a un lado. Los combates de un hombre contra otro no eran sólo choques indiscriminados. Rituales y códigos cultura­les dictaban en parte el curso de los duelos populares. El respeto a las reglas era compatible con el comportamiento

R.A. 318, fo. 31-32, 33.

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impulsivo y con la liberación de las pasiones. Las contien­das que precedían un combate ciertamente eran reales y la ira debía ser sentida hondamente. La combinación de ri­tual y sinceridad, una intriga para nuestras mentes mo­dernas occidentales, emerge claramente de las fuentes his­tóricas.

Junto con los rituales que funcionaban para estilizar la violencia, había rituales asociados con el repertorio de la humillación. Estos son revelados con más frecuencia en casos de violencia sin homicidio, la cual también estudié. Arreglárselas para cortarle la cara a alguien, por ejemplo, significaba mostrar la superioridad sobre el otro. Algunas cuchilladas estaban claramente dirigidas a humillar. Un ac­to peculiar de degradación era acuchillar el trasero de una persona (el cual también es una parte del cuerpo sin ór­ganos vitales ni arterias). En 1696, por ejemplo, dos mari­nos vieron a su antiguo timonel, quien los había castigado cuando estaban en el barco caminando por la calle con su esposa. Ansiosos de vengarse, lo siguieron a un callejón angosto en donde uno de los marinos le enterró su cuchi­llo en la nalga derecha a timonel.8 Un cierto Co apodado "paca de lana", que fue juzgado por varios actos de violen­cia en 1711 cuando tenía 20 años, negó los cargos. En su juventud él había pertenecido a un grupo de muchachos que merodeaban el Botermarkt (mercado de mantequilla), y que habitualmente peleaban con los muchachos del orfa­nato. Dos antiguos muchachos del orfanato acusaron a Co de haber acuchillado a uno de su grupo en su trasero. En otra ocasión, también en el Botermarkt, Co supuestamente lanzó su cuchillo al trasero de una muchacha. Su madre le había dado dinero a la muchacha para que la curaran.'0 En los casos que no involucraban homicidios, la mayoría de

R.A. 343, fo. 183, 204, 208, 210, 257.

' R.A. 363, fo. 92, 98, 131, 139, 151, 156. 171.

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las personas que eran acuchilladas en el trasero eran mu­jeres. Dichos rituales negativos fueron practicados también por personas que eventualmente se convirtieron en asesi­nos. Cortadas menores y cuchilladas no fatales resultan en las series de homicidios como cargos adicionales contra muchos acusados. Algunos hombres habían cortado a otros en la mejilla; otros le habían enterrado un cuchillo a un hombre en el brazo. Varios asesinos fueron acusados de haber acuchillado a una mujer, su novia o alguna otra mujer, en su trasero.

La gente respetable, por otra parte, se rehusaba a invo­lucrarse en peleas con armas blancas. Cuando eran ame­nazados o retados, trataban de protegerse del peligro por otros medios. Un palo era un arma de defensa típica. Con él trataban de luchar contra el cuchillo que les había saca­do su atacante o pegarle a él, o ambos. Algunas personas en forma rutinaria llevaban palos con ellos por la calle, probablemente usados como bastones en situaciones más pacíficas. Enjnlio de 1706, Servaas van der Tas, luego de haber visitado varios bares, hizo un comentario a tres hombres que se encontró en la calle. Ellos rehusaron su compañía: «Nosotros no hablamos con usted, amigado». Inmediatamente Servaas sacó su cuchillo y atacó a uno de ellos quien lo apartó con su palo."'" En muchos hogares respetables había un palo detrás de la puerta, lo mismo que algunos dueños de almacenes hoy en día pueden te­ner un bate de béisbol listo. Sin embargo, no fue una ayu­da para Pieter Fontijn en 1711; fue víctima por accidente. Su atacante, Arnbrosius Coerlsz, primero había estado en el bar debajo de la casa de Pieter. Cuando pidió otro trago a las 10:30 p.m., el dueño dijo que tan tarde no le servía a nadie. Se presentó una discusión, pero el dueño pudo bo­tar a Arnbrosius. Cuando este último regreso entre las dos

R.A. 356, fo. 100, 102. 129 vs.

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y las tres de la mañana, golpeó en la puerta equivocada. Pieter abrió y le preguntó con quién quería hablar. Arn­brosius contestó «a usted es al que quiero» e inmediata­mente lo agarró. Escapando de la mano de este hombre, Pieter entró y volvió con el palo y trató de golpear a Arn­brosius. Entonces éste sacó su cuchillo, se presentó un forcejeo y finalmente Pieter fue acuchillado dos veces en el pecho.2 '

Hubo más casos corno este. Sirven de ejemplo sobre en qué medida los habitantes de Amsterdam tenían que con­fiar en sus propios recursos para protegerse a sí mismos y a sus bienes. Debido a que la defensa con un palo es refe­rida en los registros en forma tan rutinaria, podemos su­poner que era una costumbre ordinaria y con frecuencia exitosa. Cuando un hombre apartaba a su atacante de esta forma y no había lesiones graves, era raro que fuese regis­trada.

Palo versas cuchillo: para el historiador es una herra­mienta fácil para distinguir dos grupos y sus culturas. La gente con cuchillos pertenecía ai segmento seini-respetable de las clases bajas. Como característica, fue anotado que Arnbrosius Coertsz tenía una concubina y dos hijos con ella. La gente con palos pertenecía al seg­mento respetable o era de clase media baja. Naturalmente que estos últimos también poseían cuchillos. Ellos aún podían llevar uno en sus bolsillos, esperando comerse una manzana en alguna parte, por ejemplo. Pero no estaban preparados a usarlo en una confrontación violenta. Es im­probable que Pieter Fontijn no tuviera ningún cuchillo en su casa, ni siquiera un cuchillo afilado de cocina. Él no quería verse envuelto en una pelea con arma blanca. Al­ternativamente, es posible que la gente con palos fuera tan mala para pelear que un cuchillo simplemente no le

R.A. 364, fo. 161, 187, 236.

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sería útil. Sin embargo, las fuentes transmiten la impre­sión de que la principal razón para la forma en que actua­ron fue que encontraron por debajo de su dignidad el permitir que otro los retaran, y que deseaban mantenerse apartados de la gente con cuchillos. En esta comunidad urbana el nivel de seguridad pública era tal que la mayoría de la gente tenía que estar lista para defenderse a sí mis­ma, pero las diferencias socioculturales representaban un papel importante en la selección del arma.

LAS CARAS CAMBIANTES

DE LA VIOLENCIA

La desaparición de la cultura de peleas con arma blanca es claramente visible en mi serie de casos de homicidios. Hasta aproximadamente 1720, los combates uno a uno es­taban visiblemente presentes. Después de esa fecha, toda­vía se reportaban acuchillamientos pero estos eran en la mayoría de los casos luchas desiguales. Comenzaban como peleas a puños, por ejemplo, en las cuales la víctima even­tual, tomada por sorpresa, no había sacado nunca un cu­chillo. Significativamente, en la segunda mitad del siglo XVIII, el único juicio que hacía referencia a un duelo po­pular tuvo lugar en la rnarginalidad relativa de una comu­nidad judía." Debido a que la tasa de homicidios — calculada de los informes de inspección de cadáveres— ba­je) después de 1725, podemos concluir que la incidencia de duelos populares debe haber declinado drásticamente en Amsterdam en el segundo trimestre del siglo XVIII. Las memorias de los peleadores con arma blanca deben haber permanecido en una generación o dos por lo menos. Aún al final del siglo XVIII, los participantes de la vida noctur-

R.A. 429, p. 79, 111, 156,233.

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na de Amsterdam consideraban seguro llevar un cuchillo para su protección. En 1761 un acusado dijo en la corte: «Más temprano ese día, había usado un cuchillo para co­mer pescado y lo había conservado conmigo por la noche, en caso de que pudiese ser atacado en la calle»/'

Debido a que mi serie de homicidios comienza en 1650, no tengo datos sobre la historia anterior de los due­los populares. Del estudio de Roodenburg de la disciplina de la iglesia, sin embargo, puede concluirse que hasta la década de 1630 aún los miembros de la Iglesia Reforma­da, esto es, gente considerada respetable, algunas veces se involucraban en peleas con arma blanca. La evidencia, en­tonces, señala la existencia de un desarrollo a mediano plazo: el proceso de marginalización de la cultura del cu­chillo. Los comienzos de este proceso se remontan a fina­les del siglo XVI, cuando el Concilio Reformado inició su campaña disciplinaria. La marginalización efectiva había sido lograda más o menos en la segunda mitad del siglo XVIII. Esta cronología se refiere a Amsterdam. Algunos estudios recientes sugieren que la cultura del cuchillo si­guió por más tiempo en algunos sitios rurales de Holanda. En el campo de Groningen, por ejemplo, los cuchillos to­davía parecen haber dominado el crimen violento a me­diados d d siglo XIX, pero hacia el final se fueron tornan­do menos comunes como arma/4 De esta forma, la margi­nalización de la cultura del cuchillo probablemente fue un desarrollo más amplio y su cronología varió con la región. En aras de la conveniencia, el año 1800 puede ser tomado como el momento de cambio promedio para la sociedad holandesa en general. Desde entonces, la violencia en las calles se ha tornado civilizada hasta cierto punto. Desde

R.A. 419, p. 500, 502, 538, 554; R.A. 420, p. 25, 88. MSleebel994: 264-74. Ver también Rooijakkers 1994: 401-3; Brink 1991: 102.

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1800 hasta bien entrada la década de los setenta la gente podía estar relativamente segura, aún atravesando áreas difíciles, de que máximo se vería involucrada en una pelea a puños.

La evidencia acerca de la marginalización de la cultura del cuchillo respalda la idea de los cambios cualitativos a largo plazo en el carácter de la violencia. Los desarrollos de Amsterdam significaron, entre otras cosas, que los elementos del ritual en la violencia perdieron importancia durante el siglo XVIII. Especialmente, una forma específi­ca de pelea con mucho ritual desapareció. En este punto, es relevante discutir mi noción de dos ejes de violencia y algunas reacciones a ello.

Para evitar una simple dicotomía de tipos de violencia —que con frecuencia son encontrados en la literatura so­bre el tema—, propuse en cambio un sistema de dos ejes relacionados pero distintos. El uno tiene como opuestos la violencia impulsiva contra la planeada (o racional); el otro tiene la violencia ritual o expresiva contra la instrumental. Los ejes son distintos porque se refieren a cosas comple­tamente distintas. El primero se refiere a lo que sucede en la mente de un homicida; a su personalidad o hábitos. Un asesinato cuidadosamente premeditado por celos o ven­ganza, por ejemplo, requiere un grado considerable de autocontrol, sin importar si el homicida es eventualmente capturado o no. Este eje es el que está más estrechamente asociado con la teoría de Elias y las observaciones sobre las cuales está basada. El segundo eje se refiere al signifi­cado del acto de un homicida en una secuencia de even­tos. Mientras que la violencia ritual está guiada por los có­digos culturales implícitos de la comunidad, su contrapar­te instrumental es principalmente un medio hacia un fin: por lo general explotar los bienes o el cuerpo de la vícti­ma. La palabra eje fue escogida deliberadamente, ya que tiene que ver con un continuo. Ningún ataque, por ejem­plo, es absolutamente instrumental o absolutamente ri-

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tual. En principio, todo incidente violento puede ser ca­racterizado por su posición en el eje, ya sea más cerca de un polo o de su opuesto. Lo mismo puede hacerse para el otro eje.

El modelo de dos ejes me permite integrar un enfoque más directamente basado en Elias (en el cual los grados de impulsividad o autocontrol serían aspectos centrales) con la descripción amplia preferida por la mayoría de los histo­riadores (en la cual se le presta mucha atención al honor y al ritual pero menos enfoque en el canrbio a largo plazo). En mi modelo, el cambio y el análisis profundo pueden ir juntos: si un incidente violento puede ser asignado a una posición en los ejes impulsivo-radonal y ritual-instrumen­tal, el promedio de cien incidentes puede ser graneado ahí también. Cuando el caráctei cualitativo de la violencia ha sido cuantificado de esta forma, los resultados facilitan un análisis diacrónico. Para el estudio de homicidios significa que, fuera de establecer las cifras absolutas, tenemos que recopilar evidencia contextúa! sobre el mayor número de casos que podamos. En vista del trabajo ya realizado, in­cluyendo el mío propio, la hipótesis parece justificar que las tendencias a largo plazo se desplazaron de una domi­nación de violencia impulsiva a una mayor participación de la violencia planeada y en dirección a una marginaliza­ción de aspectos rituales y a una mayor prominencia de los aspectos instrumentales/ '

En reuniones en donde este modelo fue discutido, en­contró crítica de varios lados. Por ejemplo, se argumentó que ritual e instrumental eran inconmensurables, debido a que la segunda, a diferencia de la primera, tenía que ver con motivo. Sin embargo, si se puede decir que una per­sona está motivada para usar la fuerza con el fin de obte­ner algo, es difícil ver por qué sería imposible decir, alter-

' Spierenburg 1994: 704-5 & 1996: 70-1.

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nativamente, que los motivos de alguien incluyen un res­peto por el ritual. Los motivos individuales no deben ser considerados separadamente de su interpretación por par­te de otros. Instrumental y ritual, ambas tienen que ver con significado y contexto en situaciones sociales específicas. Las dos se definen por lo general como opuestas una de la otra." Como una segunda crítica, mi pretensión de que el carácter de la violencia cambió con el tiempo fue cuestio­nado. El contraargumento de que toda la violencia está ri-tualmente codificada es insuficiente, ya que establecer un eje implica esto. Pero el eje también implica que los actos de violencia pueden ser clasificados en términos de con­llevar más o menos algún ritual y algunos críticos dudan si esto puede hacerse. Ellos sostienen que la violencia ritual es tan prominente hoy en día (o tal vez yo diría en los años cincuenta) como lo era hace algunos siglos y que so­lamente la modalidad del ritual ha cambiado. El problema es parcialmente uno de interpretación histórica, pero en últimas debe ser decidido por evidencia empírica. Es ad­mitido que algunos elementos de rituales de tiempos pa­sados continúan viviendo en nuestra violencia moderna de pandillas. Tal vez el proceso histórico se torna más plausi­ble cuando es visto desde el ángulo opuesto: usualmente, la violencia instrumental era menos prominente en la Eu­ropa preindustrial de lo que es en sociedades modernas.

LA ESPIRITUALIZACIÓN DEL H O N O R

La marginalización gradual de los aspectos rituales de la violencia está relacionada sin lugar a dudas con otro pro­ceso a largo plazo, el cual —desarrollando esludios ante-

' Ver, por ejemplo Burke 1978: 180. En donde yo uso la palabra instrumental, el usa la palabra utilitario.

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riores de Antón Blok— yo llamo la espiritualización del honor. El honor puede estar orientado hacia adentro o hacia afuera. Cuando está fuertemente asociado con el cuerpo, está vinculado en particular a la apariencia exter­na del cuerpo. El exterior es considerado que refleja las cualidades internas, de manera que la apariencia tiene primacía. Contrariamente, en su forma espiritualizada, el honor está vinculado principalmente a las virtudes inter­nas. Depende de una evaluación de la estatura moral de la persona o de su condición psicológica, en la cual la expe­riencia externa juega un papel mucho menos significativo. Hacia adentro y hacia afuera son dos polos opuestos de un continuo. Las concepciones de honor que prevalecen en una sociedad en particular nunca están situadas com­pletamente en un extremo u otro, sino siempre entre es­tos extremos. En Europa Occidental durante los últimos trescientos años aproximadamente, las concepciones de honor parece que se han desplazado en dirección hacia la espiritualización. Esto implica que su asociación con el cuerpo era más fuerte antes de que se realizara este pro­ceso de cambio.

Durante la mayor parte del período preindustrial el honor de los varones dependía de una reputación de vio­lencia y valentía. Un hombre honorable demandaba respe­to; corno propietario de un negocio protegía a sus dientes y trataba duramente al enemigo que se atrevía a inmiscuir­se en su propiedad. En las calles mantenía a los rivales a una distancia prudente, por lo menos a una brazada. Cuando era insultado, estaba preparado para pelear. Bien corrido el siglo XVII, estas actitudes eran manifiestas en casi todos los países europeos en donde el tema ha sido investigado. El cambio gradual en dirección a la espiritua­lización no solamente significó la reducción o remoción del elemento de fuerza del concepto prevaleciente del honor. El cambio también tuvo un lado positivo, en el sen­tido de que algo más tomó el lugar de la fuerza. De esta

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forma, ya en el siglo XVII, la solidez económica fue una fuente complementaria importante del honor para los hombres. Una reputación de hombre que se enreda en asuntos sucios disminuía en gran medida su honor; ladrón era una palabra de insulto común. Esto implica el surgi­miento de un nuevo ideal de comportamiento masculino y, en realidad, hasta ahora me he referido principalmente al honor masculino.

Los conceptos de honor tienen formas características según el género. Sin embargo, otro proceso observable a principios de la Europa Moderna es la convergencia gra­dual del honor femenino y masculino. Naturalmente, permanecieron distintos en alguna medida. El proceso de convergencia tenía dos aspectos principales: el contraste activo-pasivo en los papeles de los géneros se tornó menos pronunciado y los hombres, como las mujeres antes de ellos, tenían que tornar en consideración normas morales. El honor de las mujeres siempre había estado basado principalmente en aspectos de moralidad. Primero, de­pendía de una reputación de castidad, pero en los siglos XVI y XVII también era importante una historia limpia con relación a la brujería. Una mujer casta era una mujer modesta, leal a la demanda de pasividad. Para los hom­bres, por otra parte, el dominio del sexo originalmente significó actividad: la protección de sus mujeres de los acosadores y tratar de seducir a las mujeres de otros. Esta actitud no solamente prevaleció entre los hombres de la élite, sino también entre hombres de más bajos rangos so­ciales. Las costumbres populares dan testimonio de esto por lo menos hasta el siglo XVI. Cuando un marido enga­ñado era sometido al ritual de la cencerrada, por ejemplo, sus compañeros hacían mofa de él como perdedor, en lu­gar de ser cargado con ultraje moral. Las actitudes lenta­mente cambiaron durante el primer período moderno. Las exigencias restrictivas a los hombres, especialmente de moralistas religiosos, se tornaron más fuertes. Obviamen­te, el papel d d género masculino continuó implicando

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una postura mucho más activa que el femenino, pero la búsqueda de la aventura sexual estaba cada vez más pros­crita de él. Al llegar el siglo XIX el honor masculino tam­bién se había asociado con la autorrestricción sexual, por lo menos entre las clases medias.

Debemos evitar igualar la espiritualización del honor con su feminización. Esa sería una simplificación injustifi­cable. Por un lado, el honor femenino también parece ha­ber llevado alguna vez connotaciones físicas de manera más explícita. Puntos de vista de castidad y falta de casti­dad fueron difundidos con imaginería corporal. En la Ita­lia del siglo XVI, por ejemplo, existía una estrecha analo­gía entre el cuerpo femenino y la casa. Forzar la puerta de un extraño era lo mismo, simbólicamente, que perforar un himen. Los hombres y las mujeres compartían esas imágenes. Actos explícitamente físicos de difamación también ocurrían. Una mujer no casta estaba expuesta a que le lesionaran la nariz o aún a que se la cortaran. En la mayoría de los casos, esto era hecho por una mujer a otra mujer que había tenido una aventura amorosa con su ma­rido. La práctica real de esta costumbre ha sido reportada en Nürnberg alrededor de 1500, mientras que a principios del siglo XVII las mujeres de Londres únicamente amena­zaban con rajarle la nariz a las amantes de sus maridos, con la violencia real restringida a un rasguño en la cara llamado la marca de la ramera. Otras evidencias hacen que sea probable que, con el tiempo, las nociones de castidad femenina se interiorizaran cada vez más y menos vincula­das al cuerpo. Si ese era el caso, las mujeres también esta­ban involucradas, aunque en una menor medida que los hombres, en el proceso de espiritualización del honor.

H O N O R , VIOLENCIA Y ESTADO

Los académicos influenciados por la sociología histórica de Elias no pueden estar contentos con la sola descripción

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de un proceso, no importa que tan larga sea. Los cambios en el significado cultural de la violencia deben estar vincu­lados a cambios más amplios en la sociedad. En este pun­to, debo regresar a la marginalización de la cultura del cu­chillo en Holanda. ¿Estaba relacionada a un proceso de formación del Estado o, para el caso, a desarrollos eco­nómicos? El estado actual de las evidencias solamente permite una respuesta preliminar. Esto comienza con una indagación de las actividades de la Iglesia y los magistra­dos. La campaña disciplinaria por parte del Concilio Re­formado ya ha sido mencionada. Aunque otras Iglesias Protestantes no han sido investigadas en detalle a este respecto, sabemos que ellas también ejercieron una disci­plina moral. Es evidente que los piadosos consideraban toda la violencia privada como pecaminosa. Otra evidencia adicional es proporcionada por las resoluciones aprobadas en sínodos provinciales de la Iglesia Reformada. Hubo un flujo continuo de resoluciones relacionadas con homici­dios y peleas con arma blanca. La Asamblea de Utrecht de 1606, por ejemplo, oyó quejas del ministro de Veenenda-al: por lo menos treinta personas había sido asesinadas en el pueblo desde su llegada; desafortunadamente no supi­mos cuánto tiempo estuvo en ese cargo. En las provincias orientales, entre 1590 y 1610, hasta algunos predicadores fueron sospechosos de homicidio/ ' En la década de 1630 el Sínodo del Sur de Holanda se pronunció contra las pe­leas con arma blanca en varias oportunidades. A partir de 1650, los esfuerzos de los sínodos se concentraron en los duelos. Ellos atribuyeron esta costumbre específicamente a los soldados; aparentemente consideraban a sus rebaños suficientemente pacificados.""

Reitsma y van Veen VI: 62, 133, 303; VIII, 69, 138-9.

Knuttel I: 477, 503; II, 69; III, 182.

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Esta ofensiva de civilización por parte de los líderes de comunidades religiosas fue probablemente el principal factor en la primera fase de la marginalización de la cultu­ra del cuchillo: su caída de la respetabilidad. Para los ob­servadores externos, en los primeros períodos de la Re­pública la competencia entre varias denominaciones pro­testantes se extendió de la arena doctrinal a aspectos de la virtud de la comunidad. La abstención de la violencia era un medio para demostrar la virtud. La competencia entre denominaciones estimuló la campaña para reformar el comportamientos de los miembros de la iglesia." Para ellos las peleas con armas blancas no eran toleradas y, en consecuencia, estas peleas se convirtieron en un hábito re­servado a personas menos respetables. Desde finales del siglo XVII en adelante los concilios eran menos activos con respecto a la disciplina. Además, a la gente no respe­table "que portaba cuchillos" no les importaban tanto las conciliaciones. La desaparición de las peleas con arma blanca después de 1720 debe ser causada, entonces, no tanto por adoctrinamiento religioso sino por represión por parte del Estado.

En alguna medida, la iglesia y el Estado estaban entre­lazados. Fuera de corregir a sus miembros, la Iglesia ejer­cía presión sobre los magistrados. En la mayoría de las re­soluciones de los sínodos relacionadas con violencia los tribunales fueron llamados a tornar un posición firme. A finales del siglo XVIII era todavía común para las autori­dades judiciales permitir las reconciliaciones privadas en casos de homicidio. No interferían cuando un asesino ha­bía llegado a un acuerdo con la familia de la víctima; po­dían solamente imponer una compensación monetaria al primero. Los asesinos fugitivos eran condenados en au­sencia a destierro de la jurisdicción, que con frecuencia

Cf. Roodenburg 1981.

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consistía de un puñado de poblaciones. «Con una sonrisa grande el condenado se pasea por la línea fronteriza», se quejaba el sínodo. Evidentemente, la Iglesia quería que el Estado ejerciera su monopolio de violencia a través del castigo. Los hombres de la Iglesia amonestaban a las auto­ridades seglares para que nunca perdonaran a los culpa­bles de homicidio y les prohibieran a sus seguidores im­pedir cualquier proceso penal. La influencia de estas amonestaciones eclesiásticas es difícil de medir. Es poco probable que fuese sólo la presión de la Iglesia la cpie cau­sara que los magistrados dejaran de reconocer los arreglos privados en casos de homicidios.

El momento del viraje hacia una acusación de oficio de los homicidios probablemente variaba según la jurisdic­ción. Sin lugar a dudas, los magistrados estaban inclinados a represar la cultura por lo menos a partir de 1650. En mis series no existe rastro de un punto de vista positivo, ni si­quiera neutro del duelo popular por parle de la corte. El combate honorable era ilegal sin ningún cuestionamiento. La única excusa legal para acuchillar a alguien era la de­fensa propia. Esta pretensión estaba unida a reglas muy estrictas, tales como una obligación inequívoca de retirar­se. La obligación de retirarse es clara en el caso de Claas Abrams, citado anteriormente en este escrito:" aunque la víctima eventual haya sido la primera en sacar el cuchillo, el schepenen de Amsterdam encontró que el asesino mere­cía la pena de muerte. Cuando el cuchillo de su adversario se rompió, afirmaron que Claas debía haber aprovechado la oportunidad para escaparse. La corte le dijo a otros acusados que argumentaban defensa propia que ellos se habrían podido refugiar en la casa de alguien. Los cam­bios en la infraestructura de la cultura del cuchillo fueron también un factor crucial. Mucha gente se rehusó a entre-

" Ver p. 125.

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gar a un homicida honesto y algunos otros —familia y ami­gos, pero también extraños— estaban preparados para de­jarlo escapar. Después de 1720 los registros de los tribuna­les ya no contienen referencias a esta infraestructura. Pueda haberse desvanecido con la propia cultura del cu­chillo.

U N A COMPARACIÓN C O N ESTADOS U N I D O S

El terna de una obligación de retirarse invita a una compara­ción con la situación en Estados Unidos, en particular con el Sur del siglo XIX. La del Sur era una sociedad clásica de honor y vergüenza, de todas esas sociedades tal vez la mejor documentada." Además, las élites blancas del Sur estaban relativamente inclinadas a la violencia en una forma que recordaba a la aristocracia europea medieval. Evidente­mente, el proceso de espiritualización del honor no se ha­bía afianzado allá. En el Sur anterior a la guerra, una fuer­te asociación con el cuerpo subyacía al concepto prevale­ciente del honor. El imperativo de su defensa violenta penetró la vida sureña. Se decía que los contemporáneos estaban de acuerdo con la frase de que era mejor morir que perder el honor. Podría perderse, por ejemplo, al no reaccionar a un insulto físico, corno que le halaran la nariz a uno. Los hombres blancos de todas las clases sociales compartían la cultura de honor y vergüenza (y sus mujeres la compartían por asociación, a menos que fuesen evangé­licas). Mientras que los hombres de clase media podían re­tarse a pelear a puños, siguiendo rituales o no, los hom­bres de la élite arreglaban sus asuntos mediante un duelo de pistolas. La élite campesina era por lo menos tan vio­lenta como sus inferiores sociales.

El siguiente pasaje está basado principalmente en mi introducción a Apierenburg 1998.

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La cultura sureña de violencia y honor debe ser vista en relación con el ritmo de formación de estados en el sub-continente norteamericano. Los procesos de formación de estados en Norte América eran bastante diferentes a los desarrollos europeos. En Norte América el proceso de monopolización de la violencia estaba atrasado en compa­ración con Europa, y a su vez el Sur estaba más atrasado que el Norte. El factor crucial es la falta de pacificación entre las élites en el Sur, ciertamente en el período ante­rior a la guerra. En los primeros tiempos de la Europa Moderna, por otra parte, la pacificación de las élites re­presentó una piedra angular del proceso de formación de los Estados. Las aristocracias de Europa pasaron, según palabras de Elias, de una clase de guerreros a una dase de cortesanos. La pacificación de las élites también caracteri­zó a la República Holandesa en sus primeras épocas. Sus patricios urbanos, ciertamente en la provincia de Holanda, no estaban acostumbrados a participar en violencia. Los duelos nunca habían sido muy comunes entre ellos. Como lo muestran los casos de los tribunales analizados ante­riormente, en Amsterdam alrededor de 1700 la noción de que el honor de uno tenía que ser defendido violentamen­te estaba restringida en gran medida a los estratos más ba­jos. Para esa época las élites y las clases medias holandesas estaban pacificadas en gran medida. Para los jueces patri­cios era evidente, aún sin una regla escrita al efecto, que cualquiera que fuese atacado tenía que resguardarse pri­mero, antes de que pudiese defenderse legítimamente.

En el Nuevo Mundo esto era totalmente diferente. La obligación de retirarse, heredada de la tradición legal bri­tánica, fue gradualmente convertida en su contraria de la ley americana. Naturalmente, la ley no dio forma simple­mente a normas de comportamiento. La tendencia gene­ral hacia el principio de no obligación de retirarse estaba re­lacionada sin lugar a dudas con la trayectoria pecnliar-mente americana de los procesos de formación de Estados. La monopolización de la violencia por una auto­ridad central fue algo que primero se logró en el noreste

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hacia finales del siglo XVIII. Antes de la Guerra Civil este proceso difícilmente llegó al viejo Sur. Los tribunales y los jurados en forma rutinaria exoneraban a aquellos acusa­dos de homicidio; era un acto de defensa propia disparar­le a su enemigo al verlo, debido a que él podría dispararle la próxima vez. El hecho de que el Sur anterior a la guerra era una sociedad de honor y vergüenza estaba relacionado con la relativa ausencia de un monopolio central de la vio­lencia. En contraste, los conceptos espiritualizados del honor, llamados gentileza o dignidad por los historiado­res, se extendieron en el Norte en el curso del siglo XIX. Un mayor grado de pacificación era una condición previa para esto. Sin embargo, en América en general el proceso de monopolización de la violencia siguió siendo parcial en comparación con Europa. La tolerancia de los americanos a la violencia privada era y es mayor que la de los euro­peos." Esto explica la amplia aceptación del principio de no obligación de retirarse.

Hasta ahora, hemos permanecido en el siglo XIX. Sin embargo existe una línea intrigante, casi ininterrumpida que vincula al viejo Sur rural con los barrios urbanos de hoy en día. Edward Ayers fue el primer historiador en no­tar esto. Una variante del código de honor tradicional, di­ce, encontró su camino a la población negra del Sur des­pués de la Guerra Civil. Dicho código incluía un rechazo a buscar el resarcimiento por medio de la ley en caso de conflictos dentro de su propia comunidad. Ayers continúa sugiriendo —aunque no expresándolo explícitamente— que la actitud de la defensa extralegal encontró su camino hacia el Norte en el siglo XX, asentándose en barrios ur­banos de clase baja independientemente de la raza o la et-nia.M Debe agregarse que la trayectoria Sur-Norte proba­blemente no fue la única. Los inmigrantes del sur de Eu­ropa, por ejemplo, pueden haber actuado a su vez como

' Compare con Tille 1990: 69. ' Ayers 1984: 234-5.

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mediadores culturales. Siguiendo la tesis de Ayers, Fox Butterfield en un libro que rastrea la historia de una fami­lia del Sur de finales del siglo XIX hasta los ghettos urbanos de finales del siglo XX, argumenta con firmeza que las no­ciones tradicionales de honor y ritual viven en la violencia de las calles de la América contemporánea."

El código contemporáneo de las calles es analizado en forma perceptiva en un ensayo por el antropólogo urbano Elijah Anderson. El observa dos orientaciones que compi­ten en los barrios urbanos pobres, las que el llama decente y calle. Una persona orientada a la calle constantemente tiene que ganarse y mantener el respecto y evitar ser irrespetado. Anderson relaciona este comportamiento con la relativa falta de pacificación: «El código de la calle surge en donde la influencia de la policía termina y donde se siente que comienza la responsabilidad de la seguridad propia»." El sociólogo francés Loic Wacquant lo pone en forma mucho más definitiva; él habla de una despacifica­ción en los ghettos norteamericanos, causada por un retiro total d d Estado y de las instituciones públicas y semipúbli-cas de estas áreas." Esta despacificación hace —nueva­mente de acuerdo con Anderson— que los habitantes de barrios pobres que tengan una orientación decente sean in­fluenciados, no obstante, por el código opuesto: usted puede querer ser decente pero tiene que sobrevivir entre aquellos que no lo son. Los americanos de las ciudades de hoy, en particular los hombres negros, tienen que basarse en su propia iniciativa para apartar los peligros y mante­ner el respeto. En esto, no son básicamente diferentes de los blancos en el Sur anterior a la guerra ni, realmente, de

Butterfield 1995.

Anderson 1994: 82. Le debo esta referencia a Willem de Haan .

' Wacquant 1997.

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una gran parte de la población de Amsterdam alrededor de 1700.

CONCLUSIÓN: PRINCIPIO

DEL PERÍODO MODERNO Y EL PRESENTE

Así que estarnos, nuevamente, en Amsterdam. ¿Mi análisis del cuchillo honorífico en la antigua Amsterdam nos pue­de ayudar a entender la mayor propensión a la violencia entre ciertos grupos de la sociedad holandesa de hoy? El estado actual de mi reflexión sobre este aspecto me per­mite hacer unas cuantas observaciones. En la publicación ya citada yo sugería que la violencia grave de hoy está con­centrada en islas sin pacificar, en donde la protección de otra forma garantizada por el Estado se ha derrumbado en cierta medida/7 Aunque esta observación se refiere a fortiori a los Estados Unidos, puede tener validez para las ciudades holandesas también. Sin embargo existe una di­ferencia importante: la sociedad holandesa no ha experi­mentado la línea ininterrumpida del pasado al presente, que caracterizó a la historia estadounidense. Corno se dijo anteriormente, Holanda fue testigo de un nivel relativa­mente bajo de violencia en las calles desde cerca de 1800 hasta la década de los sesenta. En esos años, faltaban islas sin pacificar. Para Holanda, entonces, y posiblemente para otros países europeos, el surgimiento de la violencia en décadas recientes representa una tendencia novedosa.

¿Puede ser esta tendencia interpretada como una de descivilización? De acuerdo con Stephen Mennell, los pro­cesos de descivilización pueden ocurrir cuando hay un aumento en las oportunidades de la gente de estar en una situación de mayor inseguridad. En dicha situación un

Spierenburg 1996: 95.

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temperamento diferente tiene un mayor valor de supervi­vencia.* Eso es lo que parece que sucede apenas surgen las islas sin pacificar. Para la Amsterdam contemporánea, sin embargo, deben hacerse por lo menos dos calificacio­nes: Primero, en el Amsterdam de hoy, una gran propor­ción de homicidios no se relacionan con el complejo de respeto-honor. Tienen lugar dentro del bajo mundo del crimen organizado. El número de liquidaciones de com­petidores, por ejemplo, ha aumentado en Amsterdam desde principios de los ochenta. Los homicidas y las vícti­mas con frecuencia son extranjeros. El crimen organizado internacional evidentemente representa una intrusión en los monopolios de violencia que han sido establecidos por los Estados en los cuales operan los respectivos grupos, pero tiene poco que ver con las islas no pacificadas dentro del entorno urbano. Además, las liquidaciones de compe­tidores son un ejemplo típico de la violencia planeada.

La segunda calificación se refiere a las armas de fuego. Aunque su difusión entre la población de Amsterdam es insignificante en comparación con las ciudades estadouni­denses, son mucho más prominentes corno armas homici­das de lo que eran hace trescientos años. La proporción de homicidios cometidos con una pistola ha aumentado en Amsterdam de aproximadamente 30% en los setenta a cerca del 60% en los noventa. La confrontación cuerpo a cuerpo de la lucha con cuchillo, que dominó los primeros homicidios modernos, ha perdido su prominencia en el mundo contemporáneo. En la Amsterdam de principios del siglo XVIII el promedio anual de acuchillamientos mortales era de 7 a 8 por 100.000 habitantes. Esto con­trasta marcadamente con una cifra obtenida de informes de inspección de cadáveres en cuatro ciudades de Alema­nia (Frankfurt, Hanau, Wiesbaden, Darmstadt) en los

Mennell en Goudsblom et al. 1996: 114-15.

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tranquilos años de 1963-1974: 144 acuchillamientos mor­tales, esto es exactamente 12 por año en una región con varios millones de habitantes/ ' Esto no debe sorprender. En la Amsterdam nuevamente violenta, sin embargo, el número absoluto de acuchillamientos mortales todavía es modesto en comparación con principios del siglo XVIII. Si tomarnos los últimos diez años, 1987-96, el número de homicidios cometidos con un cuchillo en Amsterdam promediaron 14 por año." Esto asciende a una tasa anual de acuchillamientos mortales de 2 por 100.000 habitantes. La cifra sugiere que, si la posesión y uso de cuchillos en realidad si se ha vuelto común nuevamente, las conse­cuencias son considerablemente menos letales que hace tres siglos. Posiblemente, los peleadores con armas blan­cas de hoy tienen una forma de violencia más controlada que sus colegas muertos hace tanto tiempo.

Mi conclusión final se refiere a la violencia y al honor. Me interesé en el honor porque soy historiador de la Eu­ropa pre-industrial y encontré que mis colegas descubrie­ron el terna y escribieron cosas interesantes acerca de él. Entonces el honor también surgió como un tema impor­tante en rni propia evidencia empírica. Sin embargo, No podría haberlo analizado en la forma que lo hice si el marco teórico proporcionado por Elias no hubiese estado disponible. La teoría de Elias y los datos discutidos en este estudio sugieren una conclusión preliminar sobre el ho­nor y la violencia: cuando el control del Estado es débil, las nociones de una masculinidad ruda y de una fuerte de­fensa del honor propio tienen a seguir siendo dominantes; la fortaleza del Estado, especialmente un monopolio esta­ble de violencia, facilita el desarrollo de una nueva mascu­linidad y de nociones espiritualizadas del honor. En las so-

Kaiser 1982: 12-13.

' Slot 1997.

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ciedades occidentales, durante los últimos cuatro o cinco siglos, ha habido esfuerzos recurrentes para transformar los conceptos de honor de la gente; para bajarle el tono a ese tipo de honor masculino que debe ser afirmado agre­sivamente. Con frecuencia, pero no siempre, estos esfuer­zos tuvieron una inspiración religiosa. Sin embargo, di­chos movimientos solamente tienen oportunidad de tener un éxito duradero si una situación de pacificación estable prevalece. Mientras nuestras ciudades modernas tengan is­las sin pacificar dentro de ellas, el viejo honor permanece­rá entre nosotros.

Espero haber aclarado que los cuatro elementos del tí­tulo de mi charla deben ser estudiados con una perspecti­va que considere sus interrelaciones. Particularmente, creo, mi énfasis en el honor puede servir para revitalizar un enfoque con base en Elias de la historia de la violencia.

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