villa pelayo sobre «abominables»

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ABOMINABLES «Cuando se dice que un escritor está de moda, se quiere dar a entender que lo admiran los que tienen menos de treinta años» (George ORWELL) Por José Jesús VILLA PELAYO

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«[…] A través de ciertas formas escriturales que, bien podría decirse, semejan poesía, como se advierte, por ejemplo, en algún relato de Edgar Alan POE: lo inverosímil, lo no posible, lo enterrado en el sueño de la imaginación, de esa imaginación que sucede en lo «mórbido», en lo que, por naturaleza, «abominamos», se revela o se esconde en este lenguaje parco, extrañamente parco, casi solitario de JIMÉNEZ URE. […]» (José Jesús VILLA PELAYO)

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Page 1: Villa Pelayo Sobre «Abominables»

ABOMINABLES

«Cuando se dice que un escritor está de moda, se quiere dar a

entender que lo admiran los que tienen menos de treinta años»

(George ORWELL)

Por José Jesús VILLA PELAYO

Page 2: Villa Pelayo Sobre «Abominables»

-I-

Dentro del mundo de la más extraña ironía, que nos recuerda el

mundo del absurdo y de su nihilismo, de su desesperación en el

mundo y de su negar del Hombre, los relatos de este libro se hilan

tramados bajo idénticos mecanismos formales, como en un ciclo

de apariencia interminable.

El título es, per se, revelador: ya de una paradoja o de una infamia.

Nacido en el mundo del absurdo, creado «ex nihilo» de la ausencia

o de la más sensible de todas las ironías o sus formas, los Cuentos

Abominables de JIMÉNEZ URE (Dos ediciones: «Universidad de

Los Andes», 1991/«Universidad de Costa Rica», 2002) recrean

todas las sinrazones y las alegorías encontradas o jamás

verosímiles o inexistentes. Algunos de sus temas recurrentes podrían ser enumerados a la manera de la más sencilla taxonomía.

Pero, se resumen en la muerte o la ironía ligada a la muerte o cierto

tipo de muerte.

En un mundo en el que el «nihil» deviene en el «nihil de lo

abominable», en lo vacuo de lo abominable –nihil en si, siempre

nihil- Cuentos Abominables reproduce o recrea este universo de vagas

resonancias. Es imposible negar, sin embargo, en ningún caso, la

sapiencia escritural, la casi magra, escéptica y no menos grata y

extraordinaria prosa de JIMÉNEZ URE: la concisión del lenguaje,

la, en extremo, pensada (o sopesada) medida del verbo, de la

palabra hecha escritura.

A partir de un cuidado verdaderamente excesivo, pero jamás

estéril, del lenguaje, lo narrativo en este libro se convierte, sufre la

metamorfosis de lo grato, de lo grave, de lo oportuno y de lo diestro.

Los relatos parecen emerger los unos de los otros, no se enfrentan,

no parecen golpearse o acumularse, como pertenecer a dos lienzos

distintos. Los escenarios, empero, no parecen existir, con escasas

excepciones quizá nacidas por la también consciente intención de

diluir lo que se narra en lo narrado: o en la narración y de ignorar

(premeditada ignorancia) la descripción, la pintura o el telón de

fondo. La concisión del lenguaje nos recuerda a Anais NIN o

Patrick SUSKIND. Pero, tal vez sea, precisamente, cuando un

Page 3: Villa Pelayo Sobre «Abominables»

relato informa lo que nos dice (y en ocasiones insinúa aun a la

manera o bajo la forma del encubrimiento de la anécdota) lo que,

en definitiva, lo haga importante, verdaderamente importante. Y

los relatos se desplazan, viven así, en este tránsito.

-II-

Es evidente que se ha creado un gusto por lo mórbido e, incluso, una estética de lo mórbido: de lo alucinantemente más detenido en

el delirio de lo absurdo. Las Metamorfosis de Ovidio, en la

Antigüedad, son tan elocuentes –pero no tan determinantes de esta

estética y de este gusto- como Ubu rol (El Rey UBU) de Marcel

SCHWOB y todas las formas de la literatura y del arte

expresionista. IONESCO, SARTRE o CAMUS, verbigracia, no

han sido más espectadores o continuadores de esta tradición: la de

la inexactitud del mundo, la del sinsentido de una sociedad con no

menos sentido, en el teatro y la novela francesa del Siglo XX.

A través de ciertas formas escriturales que, bien podría decirse,

semejan poesía, como se advierte, por ejemplo, en algún relato de

Edgar Alan POE: lo inverosímil, lo no posible, lo enterrado en el sueño

de la imaginación, de esa imaginación que sucede en lo

«mórbido», en lo que, por naturaleza, «abominamos», se revela o

se esconde en este lenguaje parco, extrañamente parco, casi

solitario de JIMÉNEZ URE. En la tradición de la escritura de lo

inverosímil, todo el absurdo se mezcla aquí, asomando el mundo de

lo tardío, de lo obstinadamente irreal y, en ocasiones, alucinante.

Un mundo que nos recuerda, incluso, el otro también complejo (o

complicado) y no menos cruel de William FAULKNER en algunos

de sus libros. A GARCÍA MÁRQUEZ, en sus pasajes tal vez

menos concretos, menos cercanos a la realidad y más ausentes, o,

si se quiere, extraña ambigüedad, presentes en «lo imaginario» o,

más bien, ahí en lo fantástico.

-III-

He leído alguna vez relatos como éstos, verdaderamente

abominables (la palabra «abominable» viene del Latín

Page 4: Villa Pelayo Sobre «Abominables»

«abominabilis», y significa «digno de ser abominado») Cuentos

Abominables, libro de relatos de Alberto JIMÉNEZ URE, precisa

un muy genuino mundo mórbido –morbidez adrede- en la

conciencia de quien intenta sorprender o, si se quiere, seducir con

la sorpresa de cuanto resulta fantástico, verdaderamente fantástico. El

lector, ese interlocutor anhelado a veces y menospreciado otras,

recibe o entiende, aquí, las resonancias mismas de una sociedad en

perfecto estado de delirio, en perfecto estado de alteración.

En el relato «Macrocéfalo» puede leerse: «[…] De improviso, el

malformado volteó hacia mí y me observó diabólicamente. En este momento, recordé mi propia infancia: el estilo como solía (yo) examinar a

quienes se aproximaban a mí con intenciones de besarme o tocarme […]»

(p. 18)

Sus títulos resultan tan elocuentes como reveladores. Verdadera

figuración de la enfermedad (pathos) y de la fisura de lo anómalo,

las visiones alucinantes de los relatos, de los argumentos extraídos

de la profundidad del sueño desconcertante, simulan algún

fragmento de un lienzo surrealista. En «El Sicario» se lee: «[…] Lya Ballesteros leyó el aviso –publicado en el diario Ultimas Noticias- que

decía: si Ud. desea morir y no quiere flagelarse por cobardía o prejuicios

religiosos, solicite mi ayuda. Escriba al Señor Sicario, Apartado Postal No

96. Mérida, 5101, Venezuela. Garantizo total confidencialidad […]».

Sicario, del Latín «sicarius», significa «asesino asalariado» y, entre

los latinos, «hombre cruel».

En ocasiones, en el universo del sinsentido, se cristaliza en el de la

no salida, verbigracia, en el relato «El Maquetista»; o en el de la

evasión y el olvido de sí, como en «El Curandero»: «[…] Impresionado, Dacosta agradeció la confianza e invitación de

Buenaventura. Necesitaba algo superior, desinhibirse, evadirse

auténticamente […]» (p. 29) Un libro, en todo caso, digno de ser

leído y analizado con singular detenimiento.

(En la Revista Imagen, No. 100-88, Caracas, 1992)