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Georges Vigarello Lo limpio y lo sucio La higiene del cuerpo desde la Edad Media Versión española de: Rosendo Ferrán Alianza Editorial

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Page 1: Vigarello Georges - Lo Limpio y Lo Sucio

Georges Vigarello

Lo limpio y lo sucioLa higiene del cuerpodesde la Edad Media

Versión española de:Rosendo Ferrán

AlianzaEditorial

Page 2: Vigarello Georges - Lo Limpio y Lo Sucio

Titulo original: . 1 M A.Le propre et le sale. L'hygie1Se tIu corps tlelJUlS e oyen A6e.

INDICE

INTRODUCCIÓN 13

PRIMERA PARTE

Del agua festiva al agua inquietante

1. EL AGUA QUE SE INFILTRA 19- La abertura de la piel 21- El aseo seco 31

cultura Libre2. DESAPARICIÓN DE UNA COSTUMBRE .

- Baños públicos de vapor y de agua ..- «Llenar los baños» .

363639

3. Los ANTIGUOS PLACERES DEL AGUA 44- Cuerpos entremezclados 44- Transgresiones 47- El «excedente de los bienes de Dios» 52

SEGUNDA PARTE

© Editions du Senil, 1985 . 991© Ed cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, le

Calle Milán, 38, 28043 Madrid; teléf. 200 00 4_ISBN: 84-206-9618-8Dep6sito legal: M. 4.131-1991Compuesto en Fernández Ciudad, S. L. (Madrid)Impreso en Lave!. Los llanos, nave 6. HUJDIIleIPrinted in Spain

La ropa que lava

1. Lo QUE CUBRE Y LO QUE SE VE ..- Miserias .- El rostro y las manos ..

596065

Page 3: Vigarello Georges - Lo Limpio y Lo Sucio

8 I Indico

- La ropa y lo invisible .- Cuerpos y espacios .

6875

Indico I 9

CUARTA PARTE

.............................. ......................

2. LA PIEL Y LA BLANCURA DE LA ROPA INTERIOR .- Ropa blanca y sudor .- Ropa y mirada ..- Frecuencias .- Juego de apariencias .

3. APARIENCIAS ..- Limpieza que distingue .- El perfume que «limpia» .

TERCERA PARTE

Del agua que penetra en el cuerpoa la que lo refuerza

1. UNA SUAVE SENSACION DE LA PIEL .- Un baño nuevo y poco frecuente .- Una obra de sensibilidad ..- Las «comodidades» .

2. EL rato y LOS NUEVOS VIGORES ..- Lo imaginario del baño frío ..- ¿Qué prácticas? ,_ - .- Imágenes de un cuerpo energetizado .

3. NATURALEZA y ARTIFICIO ..- Salud contra cosméticos .- Las duplicidades del perfume ..- Lo «interno» contra la apariencia .

8182859295

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123125129138

146147157163

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El agua que protege

1. LAS FUNCIONALIDADES DE LA PIEL- Instauración de la palabra «hi'~i~~~~~' ~:::: ~::::::- La piel y la balanza energética .- La resrstencia de los pudores .

2. Los ITINERARIOS DEL AGUA- El agua y la defensa epídé;;;i~;"""''''''''''''''

- Circuitos de agua e higiene púbi¡~~':::::::::::::- Una Jerarquización social del baño .

3. LA PASTORAL DE LA MISERIA- Una moralización de la limpi~~a"'" .

P d • .. ..- e agogías ..- Dispositivos regeneradores .. . .

......................

4. Los HIJOS DE PASTEUR- Los «monstruos invi~ibi~~;;""''''''''''''''''''''''- La imposible mirada ..

.................................

5. APARATOS E INTIMIDADES- La prolongación de la '~i~~¡;~'"''''''''''''''''''''- La localización celular .

- Dinámicas ::::::::::::::::::::::::

CONCLUSIÓN .

NOTAS

209210213216

221222224231

240240243248

252254261

267268272276

280

288

4. EFLUVIOS POPULARES Y URBANOS 181- La estimación de la muerte 181- La localización de la insalubridad 184- El agua, correctora del aire 192

5. BAl'lOS y ABLUCIONES PARCIALES 197- Un incremento del baño 197- Las abluciones parciales 202

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aL.

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INTRODUCCION

Al describir los actos familiares de don Carlos,misteriosamente secuestrado por unos esbirros enmas­carados, el Roman comique (1651) evoca una escena delimpieza personal. El prisionero es noble y el marcosuntuoso. Scarron describe ademanes y objetos: ladiligencia del servicio, claro está; el boato de ciertosdetalles, también; el candelabro de oro cincelado, porejemplo, y también las muestras de limpieza que rebo­san de significados, a la par tan cercanas y sin embar­go tan distantes de las nuestras. El interés de Scarronse enfoca hacia ciertos indicios que hoy son acceso­rios, y apenas se detiene en otros que, por el contrario,son ahora fundamentales. Sobre todo, «ausencias» o«imprecisiones», como si nuestras más cotidianas con­ductas estuvieran aún por inventar, cuando en eldocumento hallamos, sin embargo, algunas equivalen­tes. En particular, el único ademán de ablución que secita es muy conciso: «Olvidaba decirles que creo quese lavó la boca, pues he sabido que cuidaba de susdientes con esmero [...]1.» La atención que se concedea la limpieza se enfoca más explícitamente hacia laropa blanca y el traje: «El enano enmascarado sepresentó para servirle y le hizo presente de la másbella ropa blanca del mundo, perfectamente lavada yperfumada 2.»

En el conj unto de estas escenas no se evoca elagua, excepto el agua que lava la boca. La atenciónque se concede a la limpieza está destinada a la vista y

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14 / Lo limpio y lo sucio

al olfato. No obstante, existe, con sus exigencias. susrepeticiones y sus puntos de refe~encia, aunque prune­ro hace referencia a la apariencia. La norma es algoque se cuenta y que se muestra. La' diferencia co':' loque ocurre hoy, sin embargo, es q~e ante~ de refe~lrse

a la piel, se refiere a la ropa: el objeto mas inmediata­mente visible. Este ejemplo basta para mostrar que esinútil negar que hubo prácticas de limpieza en lacultura precientífica. Las normas, en este caso, no hansurgido de un «punto cero», sino que tienen sus puntosde origen y sus objetivos. Lo que hay que,descubr~r ~squé cambios irán experimentando y como se iranvolviendo más complejas cada vez; pero, sobre todo,también el lugar en que se van manifestando y cómo sevan transformando. "

Una historia de la limpieza debe Ilustrar, primero,cómo se van añadiendo paulatinamente un~s exigen­cias a otras. Dicha historia va y~xtapon~endo losdiferentes imperativos, recreando un itmerarro del quela escena de don Carlos no es más que un hl~O.

Evidentemente, hubo anteriormente otras escenas aunmás toscas en las que el mismo cambio de camisa, porejemplo, no tenía igual importancia. La ropa, en parti­cular no es un objeto al que se preste f~ecuente

atenc'ión, ni siquiera es un criterio de e~egancla, e~ lasescenas de recepciones reales descritas dos siglosantes por la narración de Jehan de París 3. . ..

La limpieza es aquí el reflejo del proceso de clv~h­

zación que va moldeando gradualme?-te las ~ensaclO­

nes corporales, agudizando su afinamIento,.ahger~ndosu sutilidad. Esta historia es la del perfecclOnam.lentode la conducta y la de un aumento del espaclO, privadoo del autodominio: esmero en el cuidado de SI mismo,trabajo cada vez más preciso entre lo íntimo y losocial. Más globalmente, esta historia es la del pesoque poco a poco va adquiriendo l~ cultd"ra sobre eluniverso de las sensaciones inmediatas y trata deexponer con claridad la a!"plitud de su ~spectro. Unalimpieza definida por medio de la ablución regular del

Introducción / 15

cuerpo supone, sencillamente, una mayor diferencia­ción perceptiva y un mayor autodominio, y no sólouna limpieza que se define sobre todo por el cambio yla blancura de la ropa interior.

En cualquier caso, para adentrarse por esta mismahistoria, hay que silenciar nuestros propios puntos dereferencia, reconocer que hay actos de limpieza enciertas conductas hoy olvidadas. Por ejemplo, el aseo«seco» del cortesano, que frota su rostro con un trapoblanco, en vez de lavarlo, responde a una norma delimpieza totalmente «razonada» del siglo XVII. Se tratade una limpieza pensada, legitimada, aunque casi notendría sentido hoy en día, puesto que han cambiadolas sensaciones y los razonamientos. Lo que pretende­mos hallar es esta sensibilidad perdida.

En cualquier caso, también hay que trastocar lajerarquía de las categorías de referencia: no son loshigienistas, por ejemplo, quienes dictan los criteriosde limpieza en el siglo XVII sino los autores de librosque tratan de decoro; los peritos en conductas y no lossabios. A la lenta acumulación de las imposiciones seva a asociar el desplazamiento de los saberes de lasque se derivan.

Por lo demás, hay que decir que representar esteproceso como una sucesión de añadidos o como unasuma de presiones que se ejercen sobre el cuerpo esquizá artificial, puesto que no puede haber en todo ellouna simple suma de obligaciones. Lo que muestra unahistoria como ésta es que hay que conjugarla con otrashistorias. La limpieza se alía necesariamente COn lasimágenes del cuerpo; con aquellas imágenes más omenos OSCUras de las envolturas corporales; con aqué­llas también más o menos opacas del medio físico. Porejemplo, el agua se percibe en los siglos XVI y XVIIcomo algo capaz de infiltrarse en el cuerpo, por lo queel baño, en el mismo momento, adquiere un estatutomuy específico. Parece que el agua caliente, en parti­cular, fragiliza los órganos, dejando abiertos los porosa los aires malsanos. Así pues, hay una fantasmagoría

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16 / Lo limpio y lo sucio

del cuerpo, con su historia y sus determinantes, quealimenta también la sensibilidad; las normas tienenque contar con ella, pero no pueden, en cualquier caso,transformarse sin ella. Dichas normas van actuandoen un terreno que ya está polarizado. Si el cuerpo lasadopta, nunca lo hace «pasivamente». Es preciso quevayan cambiando las imágenes que se tienen de éstepara que puedan desplazarse las obligaciones. Es pre­ciso que vayan transformándose las representacioneslatentes del cuerpo, por ejemplo las que indican susfuncionamientos y sus eficacias.

En este caso, una historia de la limpieza corporalpone en juego una historia más amplia y más com­pleja, Y es que todas estas representaciones que mar­can los límites del cuerpo, que perfilan sus aparienciaso sugieren sus mecanismos internos, se hallan, prime­ro, en un terreno sociaL La limpieza, en el siglo XVII,se preocupa esencialmente de la ropa y de la aparien­cia inmediata -por ejemplo, la que toca a la aparien­cia de los objetos o el detalle de los signos vestimenta­rios- y es, evidentemente, muy diferente de la quemás tarde se ocupará de la preservación de los organis­mos o de la defensa de las poblaciones. Exactamenteigual que una «sociedad de corte», que valora loscriterios aristocráticos de la apariencia y del espec­táculo, es diferente de una sociedad «burguesa», mássensible a la fuerza física y demográfica de las nacio­nes. La preocupación por una apariencia totalmenteexterna se desplaza hacia una atención más complejaque valora los recursos físicos, las resistencias, losvigores ocultos. Una historia de la limpieza corporales, por tanto, una historia social.

Finalmente, lo que adoptamos es el sentido ampliode la palabra limpieza: el que moviliza el conjunto delcuerpo o el conjunto de los objetos que pueden repre­sentarla.

PRIMERA PARTE

Del agua festivaal agua inquietante

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1

EL AGUA QUE SE INFILTRA

En 1546 Barcelona ha sido atacada por la peste y yano recibe ningún abastecimiento. Las ciudades y lospueblos vecinos temen el contagio y rechazan todacomunicación y todo comercio. Y, lo que es peor, elConsejo de Ciento envía una flota a Mallorca para ob­tener un hipotético abastecimiento, pero esta flota seve rechazada a cañonazos 1. Tales episodios se repro­ducirán con frecuencia. El contacto, a fines de la EdadMedia y en la época clásica, aparece con claridad encaso de epidemia como un riesgo grave. La tradicionalhuida fuera de las ciudades infectadas se convierte asu vez en algo peligroso, pues enfrenta al que huye convecinos que llegan a provocar actos de violenciadeclarada. Los fugitivos de Lyon, en 1628, perseguídosa pedradas por los campesinos, se ven condenados aerrar o a volver a su pueblo 2. Una disposición de 1629del Parlamento de Aix obliga a los habitantes deDigne a que se encierren en el recinto de su ciudadbajo el control de un cinturón de guardia armada porlas comunidades vecinas 3 que amenazan con incen­diar la ciudad en caso de que salgan sus habitantes.Las ciudades víctimas de la peste se convierten enverdaderas trampas condenadas al horror.

En estas colectividades, temporalmente hundidasen el espanto, las prohibiciones exteriores aceleran laredacción de reglamentos internos, aunque no sea más

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20 I Del agua festiva al agua inquietante

que para aislar la tragedia. Las decisiones de los al­caldes, concejales o prebostes de los mercaderes im­plican una higiene social: los contactos se van limitan­do de manera progresiva, ciertos lugares quedan aisla­dos o condenados. La sala Légat, del hospital Hotel­Dieu, por ejemplo, queda separada y arreglada en 1584para no recibir más que a los apestados 4. En numero­sas ciudades los notarios no pueden acercarse a lascasas contaminadas; los testamentos se dictan a dis­tancia ante testigos y desde lo alto de los balcones 5.

Los «consejos» también se refieren a la higiene indivi­dual: suprimir fas comunicaciones es suprimir todapráctica que amenace con abrir los cuerpos al aireinfeccioso, igual que el trabajo violento que calientalos miembros, el calor que «afloja» la piel y también...el baño; el líquido, por su presión y sobre todo por sucalor, puede efectivamente abrir los poros y centrarlos peligros, La lucha contra la peste revela en estecaso la existencia de representaciones totalmentealejadas de las nuestras: el agua podría infiltrarse enla piel, lo que podría cambiar algunas prácticas delimpieza.

Una desconfianza idéntica conduce a interrumpirla frecuentación de las escuelas, de las iglesias, de losbaños y de los baños turcos. Hay que limitar losintercambios y, de esta manera, los posibles contagios.En el caso de los baños, la dinámica de la comparti­mentación alcanza, sin embargo, a la imagen mismadel cuerpo y su funcionamiento. Los médicos, enépocas de peste, denuncian desde el siglo xv a estosestablecimientos en los que se codean los cuerposdesnudos. La «gente ya atacada por enfermedadescontagiosas» 6 puede crear en dichos baños intranqui­lizadoras amalgamas, pues se pueden producir ciertasdifusiones: «Por favor, huyan de los baños, de vapor ode agua, o morirán» 7. Estas decisiones son, en primerlugar, dubitativas. Durante la peste de 1450 Des Parsreclama en vano a los concejales de París que prohí­ban estos establecimientos de baños y sólo consigue

El agua que se infiltra I 21

atraerse la ira de los bañeros, por lo que tiene queexiliarse precipitadamente a Tournay 8 bajo su amena­za directa. El cierre temporal y repetido en cada'epidemia se impondrá, sin embargo, en la lógica delaislamiento. En el siglo XVI este cierre se convierte enalgo oficial y sistemático. La ordenanza del prebostede París, renovada varias veces entre las pestes de1510 y 1561, prohíbe a cualquiera «que vaya a losbaños turcos, y obliga a los bañeros a que calientensus estufas sólo después de las Navidades, so pena demulta arbitraria» 9.

Idéntica decisión se toma en un número cada vezmayor de ciudades. Esta decisión se va generalizando;se adopta en Rouen en 1510 10, en Besaneon en 1540 ",ya existe en Dijon desde fines del siglo XV 12. En lamayoría de las epidemias es durante la estación cálida,favorable a las olas de pestilencia, cuando se pronun­cia esta prohibición.

La abertura de la piel

¿P-or qué hay que atribuir un significado históricoa tales prohibiciones? Porque más allá del temor a loscontactos, están en juego muchos otros temores, entreellos el de una debilidad de las envolturas corporales.Se trata de denunciar la porosidad de la piel, como sifuera posible la aparición de innumerables troneras,puesto que las superficies desaparecen y las fronterasse vuelven dudosas. Más allá del simple rechazo deciertas contigüidades, se impone una imagen muyespecífica del cuerpo en el que el calor y el agua sóloengendran fisuras y la peste, finalmente, puede desli­zarse por ellas. Se trata de representaciones señaladasy fechadas, cuyas consecuencias sobre la higiene clási­ca no se han calculado aún. Todo ello hace que lasprohibiciones que hemos evocado tengan un mayorsentido. Los baños de agua y de vapor son peligrosos,porque abren el cuerpo al aire y ejercen una acción

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22 I Del agua festiva al agua inquietante

casi mecánica sobre los poros, exponiendo así losórganos a los cuatro vientos durante cierto tiempo.

Ya no se trata del tacto o de un principio deproximidad, sino de un principio de abertura. Despuésdel baño, el organismo se opone menos al veneno,porque, por el contrario, se le ofrece con mayor facili­dad, como si fuera más permeable. El aire infectadoamenaza con meterse en él por todas partes: «Convie­ne prohibir los baños, porque, al salir de ellos, la carney el cuerpo son más blandos y los poros están másabiertos, por lo que el vapor apestado puede entrarrápidamente hacia el interior del cuerpo y provocaruna muerte súbita, lo que ha ocurrido en diferentesocasiones 13. La asimilación entre el cuerpo y losobjetos familiares refuerza la imagen de las penetra­ciones. La metáfora arquitectónica desempeña en estecaso un papel central: el organismo se convierte enalgo semejante a esas casas que la peste atraviesa yhabita. Hay que saber cerrar las puertas. Ahora bien,el agua y el valor despoj an a éstas de toda acciónpositiva, y, al provocar la apertura, favorecen el man­tenimiento temporal de esta brecha, con lo que la pesteya no tiene más que instalarse allí: «Se deberá, porello, abandonar los baños públicos, porque al salir deellos los poros y los pequeños orificios del cuero, acausa del calor, se abren más fácilmente, pudiendo asípenetrar el aire pestilente con mayor facilidad» 14.

Este temor sigue a lo largo del siglo XVII. La peste,que renace con frecuencia casi anual según los lugaresy los períodos, provoca las mismas prohibiciones: ca­lentar los cuerpos «sería abrirle las puertas al venenodel aire y beberlo a manos llenas» 15. En todos loscasos, semejante «encuentro del aire y del veneno» la

con las carnes calentadas sugiere un desenlace casiirrevocable, transformando el peligro en sino.

Las primeras batallas concertadas contra la peste,sobre todo a partir del siglo XVI, nos muestran unaimagen temible: el cuerpo está compuesto de envoltu­ras permeables. Sus superficies se dejan penetrar por

El agua que se infiltra I 23

el agua y por el aire, fronteras que son así másindecisas frente a un mal cuyos soportes materialesson invisibles. Los poros quizá posean una debilidadpropia parcialmente independiente de estos calenta­mientos, y hay que protegerlos permanentemente con­tra todos los ataques, lo que hace que, por ejemplo, laforma y la calidad de los vestidos en las épocas depeste sean determinantes: tejidos lisos, tramas com­pactas, ceñidos firmemente al cuerpo. El aire pestilen­te debe deslizarse sobre ellos sin que encuentre endónde agarrarse. El ideal de cierre no hace sino variarsus versiones: «Los trajes que conviene llevar son deraso, tafetán, camelote, tabí y otros semejantes que notienen pelo y son tan lisos y apretados que difícilmenteel aire y cualquier infección pueden entrar y quedarseen ellos principalmente si se cambian con frecuen­cia» 17. El traje de las épocas de peste confirma estarepresentación dominante, durante los siglos XVI yXVII, de cuerpos totalmente porosos que requierenestrategias específicas en este punto: evitar las lanas ylos algodones, materias demasiado permeables; evitarlas pieles cuyos largos pelos son otros tantos asilos alaire contaminado. Hombres y mujeres sueñan convestidos lisos y herméticos, totalmente cerrados, sobretodo alrededor de esos cuerpos demasiado frágiles. Silos tafetanes y tabíes poseen una textura demasiadonoble, quedan a disposición de los pobres los terlices ylos hules 18.

Las prácticas higiénicas, y más particularmente lasde la limpieza, no se pueden considerar sin tomar encuenta tales referencias. Un agua que puede penetrara través de la piel presupone manejos particulares,pues es algo que se insinúa, que perturba. En ciertoscasos (por lo menos el de las hidroterapias), el meca­nismo puede ser saludable. Al sumergirse en la albercade Spa, de Pougues o de Forges, los bañistas del sigloXVI esperan realmente una atenuación de sus males.Tanto el baño de agua termal caliente como el baño deagua «simple» harían derretirse la piedra: Montaigne

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24 I Del agua festiva al agua inquietante

no trata de otra manera sus cálculos 19. Tambiénpueden restituir alguna densidad a los organismos«demasiado secos»; Riviere recurre a ellos para «loscuerpos demacrados y flacos» 20. También ejercen al­guna acción sobre el color de la ictericia y apaciguanciertas congestiones 21. Lo que sólo hacen aquí esmezclar líquídos. Su penetración puede, en casos ex­tremos, corregir ciertos humores ácidos o viciosos.Semejante práctica «humedece mucho más que cual­quiera otro medicamento» 22.

Pero, en la mayoría de los casos, los baños amena­zan con romper un equilibrio, pues invaden, estropeany, sobre todo, dejan expedito el camino a muchospeligros, además de aquél que representa el aire pesti­lente. Las primeras observaciones sobre los baños devapor y las transmisiones pestilentes ya evocan ries­gos más confusos: «Baños de agua y de vapor y sussecuelas, que recalientan el cuerpo y los humores,debilitan la naturaleza y abren los poros, son causa demuerte y de enfermedad» 23. Los males, en los siglosXVI y XVII, van a extenderse e incluso a proliferar.Imágenes turbias de transmisiones contagiosas, comolas transmisiones sifilíticas 24; imágenes de penetracio­nes más variadas, como estos embarazos de bañosdebidos a la «impregnación» del sexo femenino poralgún esperma itinerante de las aguas templadas:«Una mujer puede concebir a causa de la utilizaciónde los baños en los que los hombres hayan permaneci­do durante algún tiempo» 25. Los riesgos, sobre todose van diversificando. La piel «infiltrada- no sólo estáabierta a la pestilencia, sino también al aire malsano,al frío, a los males sin rostro. Se trata de una debilidaddifusa; debilidad tanto más global e imprecisa por otraparte cuanto que por los poros se escapan los humoresy, por tanto, los vigores. Las aberturas desempeñan unpapel en ambos sentidos, como si las sustancias inter­nas amenazasen con huir... Por esto, el «baño debili­ta» 26, provoca una «imbecilidad» 27, y «destruye fuer­zas y virtudes» 2 •• Los riesgos no se limitan ya al solo

El agua que se infiltra I 25

contagio y la imagen tiene también un éxito suficientecomo para desbordar el discurso de los médicos y paraque la adopten las mentalidades, hasta el punto de quese convierte en una creencia banal y, en cualquiercaso, se generaliza. Es imposible considerar el bañosin rodearlo de ciertas' obligaciones: reposo, perma­nencia en el lecho, protección vestimentaria. Semejan­te práctica no puede más' que ser inquietante y lasprecauciones acumuladas, las protecciones imposibleshacen de ella una práctica complej a y rara.

Cuando una mañana de mayo de 1610 el emisariodel Louvre halla a Sully en el baño, en su residenciadel Arsenal, todo se presenta de manera muy complica­da: una serie de obstáculos impide que Sully vaya aver al rey, que, sin embargo, pregunta por él. Losfamiliares del ministro, e incluso el emisario, le rue­gan que no arrostre el aire del exterior: «Habiéndoosencontrado en el baño y viendo que queríais salir parahacer lo que elrey os pedía, os dice (pues estábamos avuestro lado): Señor, no salgáis del baño, pues metemo que el rey, que se preocupa tanto por vuestrasalud y tiene tanta necesidad de ella, si hubiera sabidoque estabais en tal estado, hubiera venido él mis­mo» 29. El emisario de Enrique IV propone regresar alLouvre: informará al soberano y volverá con susórdenes. A nadie, entre los testigos, le asombra versemejante situación que perturba las relaciones entreun rey y su ministro. Al contrario, todos insisten paraque Sully no se exponga. La respuesta de Enrique IVconfirma, de todas formas, las precauciones adoptadas:«Señor, el rey os ruega que acabéis de bañaros y osprohíbe que salgáis hoy, pues el señor Du Laurens leha asegurado que ello perjudicaría a vuestra salud» 30.

De lo que se deduce que hubo consejo, y que éste pidióy obtuvo ciertas opiniones. El recurso a Du Laurens,médico real, es ya clara muestra de estas preocupacio­nes. El episodio toma visos de «asunto de estado» quemoviliza enseguida a varios personajes, y que tieneprolongaciones, puesto que los «riesgos» se proseguí-

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26 I Del agua festiva al agua inquietante

rán durante varios días: «Os ordena que lo aguardéismañana en bata, botines, zapatillas y gorro de dormir,para que vuestro último baño no os siente mal» 31. Delo que deducimos que el líquido así aplicado puede«sentar mal». Es el «resultado» del baño, como tal, elque está en tela de juicio.

Esta repercusión a propósito de una bañera no esun simple comentaría, sino que subraya la fuerza, en elsiglo XVII, de las asociaciones entre el agua y lainfiltración del cuerpo, al mismo tiempo que confirmala imagen dominante de envolturas ampliamente per­meables. Finalmente subraya, y paradójicamente lohace por su misma intensidad, lo poco frecuente de lasprácticas del baño.

Medio siglo después, cuando los médicos de LuisXIV se deciden a bañar al rey, las razones son explíci­tamente médicas. El paciente ha conocido «estremeci­miento, transportes furiosos, movimientos convulsivos[...] seguidos de erupciones, manchas rojas y violetasen el pecho» 32. El baño interviene en la convalecen­cia, «humedece» un cuerpo que, en unos cuantos días,ha soportado ocho sangrías. Pero las precauciones nofaltan tampoco en este caso: purga e irrigación lavíspera, para evitar una eventual repleción que podríaprovocar el agua al infiltrarse, reposo para no exacer­bar las irritaciones, interrupción del tratamiento almenor malestar para prevenir cualquier sorpresa:«Hice preparar el baño, el rey entró en él a las 10 ydurante el resto de la jornada se sintió pesado, con undolor sordo de cabeza, lo que nunca le había ocurrido,y con un cambio notable en la actitud de todo elcuerpo con respecto al estado en que se hallaba losdías anteriores. No quise insistir en el baño, habiendoobservado suficientes circunstancias desfavorablespara hacer que el rey lo abandonase» 33. Inmediata­mente se interrumpe el tratamiento. Un año más tardeFagon recurre a él con gran prudencia durante unoscuantos días. Y esa será la última vez. «El rey nuncapudo acostumbrarse al baño en la habitación» 34.

El agua que se infiltra I 27

Las intranquilidades son sordas, variadas, como siel solo encuentro del agua y el cuerpo fuera yainquietante. Las penetraciones pueden, por su mismaviolencia, restaurar a veces un equilibrio perdido.Pero el fondo de perturbación al que pertenecen exigeque haya vigilancia. Aberturas, intercambios, presio­nes sobre los humores constituyen el principio de undesorden. Las consecuencias de éste son de lo másvariado: «El baño, fuera de la utiliozación médica encaso de imperiosa necesidad, es no sólo superfluo, sinotambién muy dañino para los hombres [...]. El bañoextermina el cuerpo y, al rellenarlo, lo vuelve sensiblea la impresión de las malas cualidades del aire [...]; loscuerpos más flácidos son más enfermizos y de máscorta vida que los firmes. El baño llena de vapores lacabeza. Es enemigo de los nervios y ligamentos a losqUE' afloja, de suerte que Fulano nunca sintió la gotahasta que se bañó. Mata el fruto en el vientre de lasmadres incluso cuando es un baño caliente [oo.]» 35. ElcatáloJo de los desórdenes incluye, además, <da debili­dad del pecho» 36, la hidropesía, y diversos achaquesnacidos de los vapores penetrantes 37

Naturalmente, en el siglo XVII hay intentos deprevenir tales peligros, pero dichas tentativas sóloconsiguen hacer que la práctica sea todavía máscompleja. Y, además, confirman la imagen de lasenvolturas porosas. Guyon propone en 1615 que, lavíspera de un baño, sea sometido el cuerpo a loscalores de la estufa seca 36: se trata de evacuar loshumores para que la penetración del agua comprimamenos. Las manipulaciones que se le hacen al cuerpoantes del baño se van acumulando y complicando.Pero, sea como sea, esta penetración y estos peligrospermanecen. La sugerencia más extrema, hasta elpunto de ser extravagante, es la de Bacon, quien exigedel agua, en 1623, que posea una composición idénticaa la de las materias corporales. ¿No deberá el líquidocompensar las sustancias que se escapan del cuerpo yno ser agresivas por su misma mezcla? Hay que tra-

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28 / Del agua festiva al agua inquietante

bajar las esencias del baño para hacerlas semejantes alas del cuerpo. Los intercambios serán así menospeligrosos: «La primera y principal cualidad es que losbaños se compongan de cosas que tengan sustanciassemejantes a las de la carne y del cuerpo, y que puedanmantener y nutrir el interior» 39. Es evidente que setrata de una quimérica esperanza que sólo añadealgunas variantes al principio de las infiltraciones.

Las epidemias de peste han ido exacerbando unaimagen de las fronteras corporales penetrables, decuerpo abierto al veneno. El contagio tan rápido y tanatroz sugería que un principio activo podía infiltrarsepor el aliento y también a través de la piel. El cuerpomás amenazado debía ser el más poroso. Estos organis­mos, que se marchitaban en unas cuantas horas, eransin duda los más «penetrables». El verdadero riesgotenía esta apariencia. La peste instaló, pues, estavisión inquietante que fue tomando cada vez mayoramplitud. El temor al baño fue más allá del de las solascondiciones de la epidemia, y la permeabilidad de lapiel se convirtió en una preocupación permanente. Enella piensa Héroard cuando impone que el niño LuisXIII permanezca en su habitación después de dosbaños que le hizo tomar en 161140. En ella piensa GuyPatin cuando evoca el baño, de tarde en tarde, en sustextos médicos, aunque no le concede ninguna men­ción en su tratado sobre la salud 41. Dominan losefectos mecánicos, con su ambivalencia terapéutica.El grabado de R. Bonnard, Une damme qui va entrer aubain 42, podría sugerir lo contrario, sin razón; la esce­na parece familiar, incluso si el marco es suntuoso. Nose ve ni médico ni droga. Una sirvienta se afanaalrededor de una pila decorada, recubierta de encajes,rodeada de tapicerías y cubierta con un dosel. Ellíquido sale de dos grifos esculpidos, empotrados en lapared. Una mujer vestida de seda se apodera de unaflor que le ofrece un elegante caballero. El refinamien­to de la situación la hace parecer alegórica. El bañosería un acto distinguido y quizá amoroso. Pero el

El agua que se infiltra / 29

comentario revela el sentido de dicho acto: una reglaque conviene observar: «El baño que se toma cuandoconviene me sirve de medicina y amortigua la llamaque va a consumirme» 43. A pesar del equívoco amoro­so, la limpieza no está directamente en juego, sino quese trata de restablecer ciertos equilibrios perdidos y desaber bañarse «a propósito». El agua, por sí sola, no esmás que desequilibrio.

Antes de comprobar más directamente el papel quehan desempeñado las representaciones e i,ncluso dematizar la importancia que se les concedió, convienecalcular su densidad imaginaria, pues actúan en cam­pos muy diferentes, aplicando una lógica idéntica.

La nueva atención que se presta a la infancia en elsiglo XVI, por ejemplo, y la insistencia con que se hablade su fragilidad coinciden pronto con tales representa­ciones. El tema de las infiltraciones es, también desdeel siglo XVI, dominante. Como se piensa que el cuerpodel recién nacido es totalmente poroso se impone unatécnica del mpdelado que alía, en algunas ocasiones,la mano y el calor del agua. El baño debe quitar a lapiel la sangre y las mucosidades del nacimiento, tantocomo permitir el modelado de los miembros, según lasformas físicas deseadas. Las comadronas utilizan ellíquido para favorecer tales masajes. La inmersiónpretende, entre otras cosas, la corrección de las morfo­logías: «Recordad también, mientras los huesos de susmiembros han sido ablandados por el calor del baño enel que los habéis lavado, que debéis dar a cada uno deellos, manejándolos con suavidad, la forma y la recti­tud que deben tener para componer un conjunto per­fecto» 44. El baño de los primeros días tienen diferen­tes funciones, una de las cuales, y no de las menosimportantes, no es ya solamente la de la limpieza sinola que obliga a realizar ciertas manipulaciones, preci­samente porque empapa las carnes y ayuda «a compo­ner los miembros en la forma debida» 45. Por la mismarazón, también la piel de los niños de pecho, más frágilque las demás, necesita que la cierren permanentemen-

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3D/Del agua festiva al agua inquietante

te: «Para reforzar la piel y protegerla contra losaccidentes del exterior que podrían dañarla y herirla acausa de su debilidad, convendrá extender por todaella cenizas de conchas de molusco que se encuentranen cualquier sitio, en los ríos y en los pantanos, ocenizas de cuerno de becerro o también cenizas deplomo bien trituradas y mezcladas con vino» 46. Lassustancias más diversas deben saturar la piel, como lasal, el aceite, la cera en particular, que se utilizanindiferentemente para taponar los poros. Hasta con­viene encerar el cuerpo como un objeto reluciente yprotegido: «Los niños, al salir del vientre, deben envol­verse en rosas trituradas con sal para reforzar losmiembros» 47.

El pañal que envuelve una piel preparada de estamanera, el que sujeta los miembros previamente «ungi­dos con pomada de aceite de rosas o de arándano [...]para cerrar los poros» 48 desempeña un papel explícitode protección. La misma razón, finalmente, limita muypronto la prolongación del baño durante la infancia.¿No hace correr el riesgo de mantener la blandura deun organismo ya demasiado húmedo? La lenta deseca­ción de las carnes, en lo que consiste el crecimiento,podría quedar entorpecida. La arcilla seguiría estandodemasiado tierna. Cuando el recién nacido «parecemuy limpio, rojizo y encarnado por todo el cuerpo» 49,

renovar el baño se convierte en algo casi nefasto, Laspiernas del delfín, el futuro Luis XIII, no se volverán alavar antes de los seis años. La primera inmersión,fuera de aquélla, brevísima, que siguió al nacimiento,tendrá lugar a la edad de siete años 50.

A partir de la misma imagen de poros frágiles, lasinquietudes coinciden y se complementan. El aguacaliente toca un cuerpo pasivo por el que se introducey al que deja «abierto». En el caso de la infanciatambién se le añade un elemento de comparación conlas materias flexibles y viscosas, y surge naturalmentela tentación de amasar estos miembros aún dóciles.Finalmente, el problema consiste en encontrar la justa

El agua que se infiltra / 31

proporción entre el peligro del baño y la apertura de lapieL

El aseo seco

Todos estos temores, todos estos dispositivos con­ducen a lógicas muy diferentes de las precauciones dehoy, pues suponen puntos de referencia de funciona­mientas corporales totalmente diferentes de los nues-

. f 'tras. Ademas, parece que se quedan en las ronteras dela higiene, cuando, por el contrario, pueden influir enella. Que semejante «influencia- sea posible no esdudoso. Cuando los libros que tratan de salubridadevocan, por ejemplo en el siglo XVI, ciertos olores delcuerpo, también evocan la necesidad de hacerlos desa­parecer. Pero friegas y perfumes son más importantesque el resto del lavado. Hay que friccionar la piel conalgún trapo perfumado: «Para remediar este hedor delas axilas, que huelen a chivo, es conveniente unir yfrotar la piel con trocisco de rosas» 51. Secar vivamen­te mientras se coloca el perfume y no lavar realmente.

Las normas de cortesía son igualmente significati­vas desde este punto de vista. Son las que desde elsiglo XVI dictan las reglas del decoro y el buen gustode la corte. Constituyen el inventario del comporta­miento «noble» en sus aspectos más cotidianos: situa­ciones concretas, banales, privadas o públicas, peroconsideradas siempre desde el punto de vista de lacompostura. Los textos evocan de manera sistemática,en tal caso, la «limpieza del cuerpo». El hecho de queignoren el baño no es aquí lo más importante, sino elque llamen la atención sobre las partes visibles, lasmanos y el rostro: «Lavarse el rostro por la mañanacon agua fría es tan limpio como saludable» 52. Tam­bién entrelazan algunas veces con mayor claridad lacompostura y la higiene: «Hay un punto de limpieza yde salud que consiste en lavarse las manos y el rostroen cuanto se levanta uno de la cama» 53.

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32 I Del agua festiva al agua inquietante

La prevención que se tiene contra el agua semanifiesta también en esta categoría de documentos.El líquido se convierte en algo inquietante, sobre tododesde el siglo XVI, puesto que el rostro es «frágil». Hayvarias disposiciones en las reglas de «cortesía» delsiglo XVII para que haya limpieza y no lavado: «Losniños se limpiarán el rostro y los ojos con un trapoblanco, lo que quita la mugre y deja a la tez y al colortoda su naturalidad. Lavarse con agua es perjudicial ala vista, provoca males de dientes y catarros, empali­dece el rostro y lo hace más sensible al frío en inviernoy a la resecación en verano» 54, Se trata de los mismostemores que provocaba el baño y que modifican losactos y su contexto. No se trata realmente de «lavar»,aunque siga existiendo (yen cierto sentido se precise)una preocupación por la limpieza. Lo que ocurre esque un acto deja lugar a otro: no rociar, sino refregar.Hay aquí evidentes puntos de referencia sobre lainfluencia de la imagen del cuerpo: la piel infiltrada essensible a todos los males.

Ya a principios del siglo XVII J ean du Chesne,describiendo como escrupuloso higienista cada uno delos actos que conviene realizar después de levantarse,insiste en el hecho de que hay que enjugarse y frotar­se. Hasta aquí no se trata de agua. La limpiezadepende, para empezar, del acto que enjuga. El aseo es,al mismo tiempo, «seco» y activo: «Después de ir decuerpo, como primer ejercicio, hay que peinarse yfrotarse la cabeza, siempre de delante hacia atrás, asícomo el cuello, con trapos o esponjas debidamentepreparados, durante bastante tiempo, hasta que lacabeza esté bien limpia de toda basura; durante estefrotamiento de la cabeza, podrá pasearse para quepiernas y brazos se vayan ejercitando poco a poco» 55.

Después viene la limpieza de las orej as y de losdientes, no interviniendo el agua más que para ellavado de manos y boca. Finalmente, el ademán deLuis XIV, cien veces descrito, que se lava las manospor la mañana con un agua mezclada con espíritu de

El agua que se infiltra I 33

vino, que le vierten con un lujoso aguamanil en unajofaina de plata 56, no implica que se lave el rostro. Elespejo, que un criado mantiene a distancia, subrayaque no hay, de todas formas, «ningún tocador alalcance de la mano» 57.

En un contexto más familiar, ciertos reglamentosescolares del siglo XVII institucionalizan la operaciónde enjugar. Las alumnas de Jacqueline Pascal, asícomo las de las Ursulinas, se lavan las manos y la bocaen cuanto se levantan y «enjugan», al contrarie, elrostro. A este aseo se añade el cuidado del cabello: lasmayores peinan a las menores. La utilización del aguasigue siendo limitada. Después de vestirse y de orde­nar algunos objetos, las alumnas de las Ursulinasrocían manos y boca: «Después de vestirse y de orde­nar rápidamente su labor en el armario, se lavarán laboca y las manos» 58, En el colegio de JacquelinePascal, que describe con todo detalle una verdaderaorquestación de la ceremonia del lavado en la que elagua se mezcla con vino para obtener cierta acidez,aunque ello no implica su utilización para el rostro:«Mientras que las demás hacen la cama, hay una queprepara el desayuno y lo necesario para lavarse lasmanos y vino yagua para lavarse la boca» 59. En elsiglo XVIII las reglas de Jean Baptiste de La Salletambién perpetúan semejantes indicaciones; temoressuficientemente importantes para que persistan: «Esun acto de limpieza 'enjugarse el rostro por las maña­nas con un trapo blanco para quitarle la mugre.Menos bueno es lavarse con agua, pues ésta hace queel rostro sea sensible al frío en invierno y se curta enverano» 60. Rétif efectúa los mismos ademanes en la«Escuela de los niños del coro del hospital- de Bicétre,que frecuenta en 1746. El agua sigue teniendo unautilización limitada y precisa: «No se perdía ni uninstante: oración, por la mañana, después de levantar­se, y enseguida se enjuagaban la boca con agua yvinagre y desayunaban» 61, El ejemplo de la limpiezaes tanto más interesante cuanto que el rechazo del

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34 / Del agua festiva al agua inquietante

agua no suprime la práctica de la limpieza. La normasigue existiendo, con sus instrumentos y sus manipula­ciones, y se sigue imponiendo, limitando sin embargola ablución. Si superponemos rápidamente los textos,podemos pensar en un claro retroceso de las exigen­cias de higiene a partir del siglo XVI. ¿No desaparece elagua parcialmente? Una lectura más atenta sugiereque más bien hay un desplazamiento: la insistenciasobre el enjugado, la blancura de la boca, la fragilidady el color de la piel son otros tantos testimonios de unamayor atención. Los textos son más largos, más preci­sos, como si se reforzaran las precauciones. Con eltiempo, los tratados de urbanidad, por ejemplo, profun­dizan la mayoría de los temas. Las normas-son másenérgicas en elmanual de Jean Baptiste de La Salle,en 1736, que en. Erasmo, en 1530, incluso si este últimoevoca el lavado del rostro. La Salle se detiene en elcuidado del cabello, que hay que cortar y peinar, alque conviene quitar la mugre regularmente con polvosy salvados (sin abluciones), insiste en los cuidados dela boca, que hay que lavar todas las mañanas, frotandofuertemente los dientes, y detalla el cuidado que hayque tener con las uñas «cortadas cada ocho días» 62. Setrata de los mismos cuidados que encontramos enErasmo, pero descritos con más detalle y que sontambién más complicados. El texto de Erasmo enlazarápidas imágenes y exhortaciones. Por lo menos esmás breve. La utilización del peine, por ejemplo, esmás elíptica: «No peinarse es una negligencia, pero siconviene ·ser limpio, tampoco es necesario acicalarsecomo una niña» 63. La Salle, en tal caso, añade a latécnica del aseo la frecuencia de los ademanes yprecisa y comenta las formas que deben tener. Susexplicaciones son suma y refuerzo, lo que ocurreigualmente en lo que concierne al rostro. La utiliza­ción del agua disminuye, pero en provecho de unavigilancia y de un sentido del detalle que preserva eincluso refuerza la norma. Comentado de esta manera,el enjugado, en último extremo, puede constituir una

El agua que se infiltra / 3&

nueva exigencia. No hay abolición del gesto de limpie.za, sino que, sencillamente, se desvía y se transformaen algo diferente. La representación del cuerpo hatenido aquí alguna influencia, aunque, naturalmente,es necesario tomarla en consideración, alejar todarelación con los criterios que tenemos hoy en día,admitir en particular la existencia de una limpieza quetoma otros caminos diferentes del de la ablución.

Sin embargo, el problema es más complejo. Habíados costumbres en particular, un baño público y unbaño privado, que desaparecen casi totalmente en lossiglos XVI y XVII, en el momento en que empieia aformularse esta angustia específica que provoca lapeste. Como si la economía imaginaria del cuerpodebiera tener un efecto realmente determinante. Se­mejantes prácticas merecen una particular atención:son las que sirven directamente de soporte al rechazodel agua. Esta amplísima desaparición puede hacernospensar en un retroceso de las normas higiénicas.

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2

DESAPARICION DE UNA COSTUMBRE

El rechazo (e incluso la condena) del baño adquiereun relieve particular a partir del siglo XVI si seconsidera que era ya una verdadera institución, con suceremonial y sus momentos. Los que los frecuentaban,tenían sus lugares y objetos habituales. Algunos histo­riadores del siglo XVII ya evocan el baño, tema banalde los historiógrafos. Jean de Riolan, en 1651, serefiere a él como algo casi mítico: «En realidad, losbaños de agua o de vapor eran tan corrientes en Parísque, hace ciento cincuenta años, un italiano llamadoBrixianus ya alababa entre las maravillas de estaciudad los baños de agua y de vapor» '. Estos estableci­mientos evocan una práctica que, en el momento enque escribe Riolan, ya «se había abolido y habíadesaparecido» 2. Antes de poder entender cómo ocurreesta desaparición, hay que evaluarla.

Baños públicos de vapor y de agua

Un pregonero recorre las calles del París del sigloXIII para invitar a sus habitantes a que disfruten delcalor de los baños de agua y de vapor, establecimien­tos familiares de los que hay veintiséis en 1292 3 .

Negocios organizados en corporación, estos estableci­mientos se inscriben en el paisaje cotidiano. Su cos-

Desaparición de una costumbre I 37

tumbre ya está suficientemente arraigada como paraque, sin que sorprenda, se pueda ofrecer una sesión debaños de vapor como recompensa a ciertos artesanos,domésticos o jornaleros: «A Jean Petit, para él y suscompañeros de la servidumbre, la reina les regala unbaño de vapor al año: 100 s.» 4. Estos reciben el bañode vapor al que, según el precio, se añadirá el baño enuna tina, vino, comida y lecho 5. Los cuerpos desnudostranspiran y se esponjan lado a lado, en un vapor deagua que se calienta con leña. Por lo que toca al baño,se toma en un cuarto, separado a veces, lleno d,epesadas bañeras redondas cercadas de hierro. Por iodicho, la práctica del baño de vapor no implica siem­pre la inmersión, a pesar de que el baño pueda tomarseallí. Por ejemplo, hay seis tinas en Saint-Vivien, en1380, tres camas y cobertores. El espacio parece hechopara que los cuerpos transpiren y se bañen 6. Espaciomás rico, por el contrario, es el de la miniatura deValere Maxime, en el siglo xv, en el cual los mantelesde las mesas, los tapices de los cuartos y los embaldo­sados son lujosos 7. Práctica compleja, pues, ya que alplacer del agua se añaden los servicios anexos; prácti­ca socialmente diversificada también, puesto que pue­de ser popular tanto como refinada. El baño de vapores, en definitiva, un establecimiento frecuentado, in­eluso banal.

Sin embargo, está institución desaparece en unoscuantos decenios sin que lo sustituya otro. El últimode los cuatro baños de Dijon queda destruido a media­dos del siglo XVI 8. Los de Beauvais, Anger y Sens yano tienen equivalentes a fines del mismo siglo 9. En1692 el Livre commode des adresses* no enumera másque un ínfimo número de baños públicos en París, unode los cuales está exclusivamente reservado a lasmujeres, en la calle Saint-André-des-Arts 10. y lamayor parte de ellos tienen vocación médica. De lostrece establecimientos de Estrasburgo, parece que sólo

* Cómodo libro de las direcciones.

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38 I Del agua festiva al agua inquietante

quedan cuatro ". Martin, cuyo diario de 1637 cuentala vida de los comercios de Estrasburgo, dice que va aalgunos baños «para curar una congestión fría de losdientes y otra de los ojosi 12. Las ventosas que leaplican en este caso en «la espalda» 13, sólo tienencomo finalidad la compensación de algunos humores.Su utilización es claramente terapéutica. Se trata deuna transpiración forzada, que en este caso va a«purificar» los humores.

Quedan algunos establecimientos en el siglo XVII,sobre todo en París, que funcionan al mismo tiempocomo hoteles y como lugares de posibles baños, admi­nistrados por «bañeros», de uso muy aristocrático ypoco frecuente. Las visitas que se hacen a estos bañoscon el fin de lavarse no son nunca corrientes: antes deuna boda, o de una cita galante, o también de un viaje,o al regresar de él, Fulano, cortesano, va al baño comoel que va a una ceremonia, cuando van a presentarle asu futura esposa 14, Y Mengano pasa allí algún tiempopara borrar las fatigas de un viaje 15. Madame deSévigné encuentra que no es «absurdo» que la «vísperade un viaje se duerma en el establecimiento del bañero[...] y no en casa» 16. Pero el destino del lugar es muchomás ambiguo: se trata sobre todo de un hotel queofrece una total discreción. Por ejemplo, el señor deLaval se esconde en uno de ellos después de unmatrimonio agitado, para escapar a toda investigaciónque se inicie contra él ' 7. Otros lo emplean paraocultar secretos amores. Establecimientos lujosos, sue­len estar lejos de las miradas, o retirados al fondo deun callejón, como el del hotel Zamet, en la calle de laCérisaie, que incluso frecuentó Enrique IV 18. La des­confianza de madame de Sévigné se dirige sobre todo aestas prácticas «demasiado» discretas en las que elbaño sólo tiene una finalidad accesoria. De todasmaneras solamente va a él un público poco numeroso,por lo que, poco a poco, estos establecimientos vandesapareciendo.

La iconografía atestigua su desaparición. Las salas

Desaparición de una costumbre I 39

de baños públicos con cama, tapices, tinas de madera,en las que se afanan las sirvientas que transportan loscubos de agua, que nos muestra el manuscrito ilustra­do del Decamerón, en 1430 1 9

, o la serie de los baños dehombres y de mujeres de Durero, a fines del siglo xv 20,

también desaparecen de grabados y cuadros.

«Llenar los baños»

La otra práctica que va desapareciendo rápidamen­te es privada. Se trata, más particularmente de unacostumbre noble o, cuando menos, distinguida. Son losseñores los que, en los Gent Nouvelles nouoelles", amediados del siglo XV, se hacen «llenar los baños» 21,

como si el agua fuera un signo de riqueza, que demos­trara la pertenencia a una clase social y fuera unaocasión de ostentación: el baño era un elemento querealzaba fiestas y recepciones. Las cuentas de Felipe elBueno, que no sólo muestran los gastos, sino tambiénlos hechos del duque, enumeran los «baños que tomaen su hotel» 22, que implican siempre un acopio dealimentos y, particularmente, de carnes. Son pretextode invitaciones, de festines, de grandes movimientosde cosas y de gente: «El 30 de diciembre de 1462 elduque organizó un festejo de baños en un hotel, conmonseñor de Rovestaing, monseñor Jacques de Bour­bon, el hijo del conde de Russye y otros varios grandesseñores, caballeros y donceles» 23. La costumbre nocarece, por tanto, de prestigio y hasta ennoblece, encierto sentido, pues el baño proporciona mayor placero refinamiento: «El duque invitó a comer a los embaja­dores del rico duque de Baviera y del conde de Wur­temberg e hizo aportar un acompañamiento de cincoplatos de carne para regocijarse en el baño» 24. Se­mejante escena puede ser adorno real. La recepciónque ofrece ellO de septiembre de 1467 J. Dauvet,

* Cien nuevos relatos.

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primer presidente del Parlamento, a la reina Carlotade Saboya, acompañada por «otras vanas damas decompañía», se parece en todo a las que evocan lascuentas del duque de Borgoña: «Las recibieron yfestejaron con gran nobleza y liberalidad, con cuatrohermosos baños ricamente adornados» 25. El agua sir­ve de refuerzo al lujo y de ilustración a la prodigalidaddel huésped.

Costumbre de gran dama, finalmente, mencionadaen una Contenance des [emmes " del siglo XIV, aunqueel autor demuestre cierto exceso de preciosismo:

«Muchos le mostrarían desdénsi no tomase frecuentes baños» 26.

El tercero de los Cien nuevos relatos explota elepisodio de uno de estos baños femeninos, bastanteparticular, hay que decirlo, puesto que toda la vecin­dad se entera cuando la gran señora «se hace llenarlos baños» 27, y, cuando se entera de ello, el molinerodel palacio trata de encontrar un pretexto para sor­prender a las bañistas en el baño. Más allá de estaequívoca escena y estos ecos de vecindad, tales noti­cias que van de boca en boca muestran por lo menosque semejante baño es algo muy específico y hastaquizá no muy frecuente. Por ejemplo, las cuentas deFelipe el Bueno muestran que se toman los baños cadacuatro o cinco meses, poco más o menos 28.

Estas costumbres del baño privado han desaparecí­do también, casi del todo, en los siglos XVI y XVII. Lasestufas ya no siguen el itinerario de las cortes reales,como lo hacía la estufa de Isabel de Baviera, porejemplo, que solía ir de palacio en palacio 29. Laspompas del agua irán a animar los jardines y susfuentes, en los que Perrault ve la superioridad de los«modernos», y no se refiere ciertamente a los bañoscuando habla largo y tendido del césped y de los

* Compostura de las mujeres.

Desaparición de una costumbre / 41

estanques de Versalles 30. Parece que los temores quese experimentan ante la infiltración de los cuerposhan tenido consecuencias muy precisas.

El apartamento de los baños y la bañera de mármolque hizo instalar Luis XIV en Versalles con ostenta­ción, para recordar un poco a la Roma antigua, dejalibre el lugar para que, unos años después, se instale elalojamiento del conde de Tolosa, bastardo legitimado.Tras diversos avatares, la bañera se convierte enestanque de jardín 31, con lo que tal objeto se integraen otro circuito del agua, elaborado únicamente para' ,el placer de los ojos. Espectáculo de naturaleza disci­plinada, el agua, tan costosa, cuya maquinaria deter­mina la organización de los parques, se utiliza en elsiglo XVII casi únicamente para mostrar cascadas ychorros, y servir de recreo a la vista. Su danza es signode profusión y potencia; es signo del dominio soberanoque se posee sobre una materia particularmente capri­chosa 32. Esta profusión, sea como fuere, no basta aquípara la práctica del baño. Lo que hace que sea inútil labañera de mármol no es aquí la falta de agua, sino elprivilegio que se concede al aspecto teatral de losjuegos acuáticos.

Son escasos los inventarios hechos después de unadefunción en los que se mencione una tina de baño.Pierre Goubert no enumera más que una en el Beau­voisis de Luis XIV 33. Ningún médico parisino poseeuna bañera a mediados del siglo XVII, a pesar de que,sin embargo, sigue existiendo la hidroterapia 34. Lasdel castillo de Vaux, del hotel Lambert y del hotelConti son simples remedos del ejemplo real, cuyaambigüedad, claro es, no hacen desaparecer 35. Detodas formas, sólo se visitan como objetos curiosos 36.

Los pocos arquitectos que, en el siglo XVII, evocanbaños y estufas lo hacen plagiando los más clásicos deVitruvio 37. Sólo se trata de una referencia formal. Laintroducción del capítulo que trata del baño no puedeprestarse a engaño: «Los baños de agua y de vapor noson necesarios en Francia, como ocurre en las provin-

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42 ! Del agua festiva al agua inquietante

cias en las que se tiene por costumbre tomarlos [...]. Noobstante, si por una razón cualquiera un señor deseatener uno en su casa, hay que instalarlo en [Oo.]» 38. El«temor» obstaculiza la utilización del agua. La imagendel cuerpo permeable, con su contexto de riesgos maldominados, hace que el baño sea algo difícil de conce­bir. Estas imágenes van acompañadas de una rupturareal de la práctica del baño: «En estas regiones no seprepara un baño excepto cuando se trata del restable­cimiento de la salud perdida» 39. El mismo Montaigne,bañista itinerante, que sueña con los extraños trayec­tos que va a seguir el agua infiltrada hasta expulsarmás fácilmente las incomodidades del cuerpo, insisteya en la desaparición del baño en el siglo XVI: costum­bre «perdida que se observaba generalmente en tiem­pos pasados en casi todas las naciones» 40. Sólo subsis­ten algunos establecimientos terapéuticos. Había unbaño que poseía sus tradiciones, es decir, sus institu­ciones, con sus espacios físicos y sus puntos de referen­cia sociales. Yeso es lo que desaparece, como si lapeste, con sus lejanas consecuencias sobre lo imagina­rio, hubiera suspendido el ademán físico; como si,progresivamente, las representaciones del cuerpo hu­bieran llevado a la supresión de una costumbre direc­tamente unida a la higiene corporal.

No obstante, sería erróneo asimilar de modo siste­mático esta higiene corporal a una práctica de limpie­za y convertir su desaparición en un simple retrocesode la higiene, como trata de demostrarlo, desde hacemucho tiempo, cierta tradición historiográfica 41. Loque desaparece con los baños no es forzosamente unarelación directa con el lavado, puesto que dichosbaños no son testimonio cierto de la existencia dereglas de limpieza, cuya desafección habría que demos­trar enseguida. No se trata, a priori, de una «seriedad»de la limpieza que, según parece, retrocediera brusca­mente. La propina que la reina da a Jehan Petit y suscompañeros, en 1410, presenta más visos de diversiónque de lavado 42. La representación del agua no tiene

Desaparición de una costumbre! 43

siempre las mismas referencias que hoy. Quizá supon­ga un itinerario particular, a largo plazo, antes dealcanzar la «transparencia» de las higienes contempo­ráneas. Hay una manera de vivir este contacto con elagua que no es forzosamente la nuestra. Ya el baño,todo ostentación, con el que obsequia J. Dauvet a lareina Carlota 43, concede mayor importancia al aspec­to festivo que al de la limpieza. Un baño en el que elderivativo lúdico, por ejemplo, es dominante tienereferencias culturales diferentes del baño que se consi­dera indispensable para la salud, y también otrasfinalidades y quizá otras «fragilidades».

En este caso ya nos es posible comprender conmayor facilidad la desaparición de tales prácticas. Lapeste ha desempeñado, sin duda alguna, un papel quecomprendieron ya ciertos contemporáneos: «Haceveinticinco años, nada estaba más de moda en Braban­te que los baños públicos; hoy ya no queda ninguno; lanueva peste nos ha enseñado a prescindir de ellos»:",dice Erasmo, en 1526. Pero, para que este papel tengatanta eficacia, quizá fuera necesaria la convergenciade otras circunstancias determinantes que tendremosque considerar.

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3

LOS ANTIGUOS PLACERES DEL AGUA

Hay que regresar a las escenas de baño de la EdadMedia y detenerse en su estudio para evaluar lasprácticas que el siglo XVI va a ir eliminando lentamen­te. Su finalidad es, primero, el juego e incluso latransgresión, porque el agua es, para empezar, festiva,lo que significa que lavarse no es la verdadera signifi­cación del baño.

Cuerpos entremezclados

Dirigiéndose La Riqueza al Amante del Roman dela Rose (1240), esboza en unos cuantos versos elThéleme" del siglo XIII. Las cabezas se coronan conflores, de pronto las naturalezas se vuelven fértiles ylos interiores quedan protegidos y se multiplican losencuentros, abiertos al deseo. El «Hostal de la locaesplendidez» no es sino una casa de baños. ¿Es sor­prendente?

«Allá van donceles y doncellasjunto con viejas celestinasbuscando prados, jardines y gozosalegres como unas pascuas

* 'I'héleme: lugar imaginario de la utopía de Rabelais.

Los antiguos placeres del agua I 45

y luego van a los bañosy se bañan juntos en tinas [...]» 1

El baño promete aquí contactos y placeres: bañosen común, alcobas, lechos, festines. Semejante costum­bre se describe varias veces en el Roman de la Rose.

«No porque les parece gratodeben bañarse juntos» 2.

El tema es un motivo de la imaginería gótica. Láportada de la catedral de Auxerre representa unaescena de baños: varias mujeres dan masajes y enju­gan al hijo pródigo, mientras que una sirvienta vierteel agua en la tina. Las sirenas y las serpientes querodean la escena sólo sirven para poner de relievetodas las seducciones allí contenidas 3. En otro sitio,por ejemplo en la casa consistorial de Damme, loscuerpos se bañan en una misma tina mientras circulanalrededor comensales y criados 4. Estas mezclas desexos, de edades, de desnudeces, muestran una sociabi­lidad perdida, que asombraba a Brantóme cuandovisitaba la Suiza del siglo XVI: «Hombres y mujeres sehallan mezclados unos con otros en los baños de aguay vapor, sin cometer ningún acto deshonesto» 5. Talhecho también es corriente en las piscinas termales dela Edad Media, en las que ambos sexos confundidos,con los cuerpos desnudos, se mueven en la mismaagua. Las fuentes de juventud de las pinturas fla",:eil­cas del siglo XV hallan en tales escenas una inspira­ción parcial: hombres y mujeres, de jóvenes y grácilescuerpos, nadan desnudos alrededor de la fuente devida para extraer más fuerza y juventud. En El jardínde las delicias, de Bosch 6, hay una reconstituciónconsciente de estos temas paganos que asimilan erotis­mo dionisíaco y algún paraíso perdido, también sonilustración de estas promiscuidades que, en el mismomomento, empiezan a ser arcaicas o, en cualquiercaso, menos toleradas. La emoción es aquí cómplice de

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la prohibición naciente. En el siglo xv el reglamentode los establecimientos de baños no permite ya, almenos en teoría, estas antiguas promiscuidades.

La historia de los baños corre pareja con la de estalenta instauración de distancias físicas y refleja laaparición de ciertos umbrales: con ellos, algunas «mez­clas» son cada vez más difíciles; ciertos «contactos» noson ya tan evidentes. La interiorización de las normasque difunden las cortes señoriales va desplazandoinsensiblemente la manera de percibir la decencia y elpudor. Las sensibilidades ya casi no se avienen conestas desnudeces mezcladas en espacios cerrados. Ungran número de baños instauran la separación de Ios.sexos a fines del siglo XIV. Por ejemplo, una regla dealternancia prevalece en Digne, Dijon, Rouen 7, quereserva ciertos días a las mujeres y otros a los hom­bres, otros a los judíos o a los saltimbanquis (lo quedemuestra en este último caso, por lo menos, que la«decencia» no es la misma para las categorías socialeso culturales dominadas). La distinción de lugaresprevalece en París y en Estrasburgo 8 entre otrasciudades, lo que implica la existencia de espaciosdiferentes para cada sexo.

El fenómeno es lento y caótico, pues más de unsiglo separa, según las ciudades, la promulgación detales prohibiciones que, en definitiva, no se conseguiráaplicar nunca. La miniatura de Valere Maxime 9 es, enel siglo XV, el ejemplo de estas promiscuidades: hom­bres y mujeres entremezclados en una misma tina,contactos y caricias, y, finalmente, lechos en los quedescansan parejas enlazadas. Pogge ironiza en 1515sobre la «separación» en los baños de Bade, «en losque hay profusión de ventanillas que permiten que losbañistas, hombres y mujeres, tomen juntos refrigeriosy se hablen, cuando el pasillo que corre alrededorfacilita todo encuentro 10. Los oficiales municipales deAvignon prohíben, en 1441, la entrada a los baños delos hombres casados 11, pues es oficialmente reconoci­do que se trata de lugares de prostitución. Los baños

Los antiguos placeres del agua I 4'de Fontaine-le-Comte serán destruidos en 1412 a causade los desórdenes cometidos por las «jóvenes» pensio­nistas de la casa 12. La alusión de Eustache Deschampses igualmente clara:

«Adiós Bruselas, en donde los baños son bellosy las jóvenes placenteras» 13.

Los regidores de Péronne atribuyen a los bañosturcos de su ciudad un destino perfectamente preciso:«Se ordena a todas las mujeres públicas que se retirenen los lugares de baños edificados para ellas y que nosean tan osadas ni atrevidas como para dormir orecibir fuera de ese lugar, excepto durante el día, parabeber, comer honestamente y sin ruido, ni escándalo niconfusión» 14. Se trata aquí de un confinamiento, deuna exclusión.

Algunas veces se celebran en los baños ciertasrecepciones muy particulares. Felipe de Borgoña al­quila un día la casa de baños de Valenciennes con«mujeres de vida alegre» para honrar mejor a laembajada inglesa que había ido a hacerle una visita 15.

En varias ciudades la expresión «ir a bañarse» tieneun sentido poco equívoco. Acogen al visitante azafatasprovocativas y solícitas «que viven en estado de vilezay son desordenadas en amor», con frecuencia pobresmozuelas oriundas del campo y «de cuerpo fácil» 16.

Transgresiones

y es que la historia de los baños también estárelacionada con otra historia: la del tiempo lúdico yfestivo, la de los placeres y el juego. En este caso nopodemos dejar de plantearnos el tema de la ilegalidady las transgresiones.

Durante las etapas de su viaje por los antiguosPaises Bajos, muy a principios del siglo XVI, y cuandoestos lugares ya estaban desapareciendo, Durero apun-

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ta cada uno de sus gastos, un real tras otro, y asociarigurosamente los gastos hechos en tabernas, baños yjuego. Son los mismos: «Aix-la-Chapelle, gasto en elbaño; con amigos: 5 reales. He gastado 5 pfennings deplata en el albergue y en el baño con amigos. Heperdido en el juego 7 reales» 17. Se trata de unapráctica lúdica que está rozando la transgresión. Elbaño está vinculado con una sociabilidad festiva, consus diversiones, sus disipaciones y quizá sus excesos.

'Lo que demuestran muy bien las denuncias que seI hacen contra tales establecimientos.

Cuando el 29 de agosto de 1466, a JehannotteSaignant, dueña de un baño, la meten en una jaulaantes de envolverla en un saco para que la ahogue elverdugo de Dij on en las aguas del Ouche, sus crímenesson diversos, aunque nunca sean abrumadores. Prime­ro se la acusa de provocar cierta agitación en sunegocio; al parecer, había favorecido la entrada confractura de uno de sus clientes en casa del señor deMolene, secretario del duque de Borgoña. La agresióniba dirigida contra la mujer del señor de la casa ynunca se demostró con claridad. Luego la acusan deprostitución ilícita: los baños de Jehannotte estabanbien aprovisionados de «jóvenes y lindas camarerasmuy complacientes y bien instruidas» 18 para el serví­cio de la casa. Finalmente, se la acusaba de envenena­miento: la dueña del baño, por lo que se decía, habíautilizado una hierba «particular» para preparar elvino y las comidas de una clienta a la que «queríahacer daño», con el resultado «trágico» para la bañistade que «pareció que se volvía loca [...J. Después,durante mucho tiempo, estuvo enferma hasta su muer­te, que ocurrió, finalmente, sin que recobrara la saolud»!".

El proceso fue largo, difícil y los testimonios rara­mente fueron claros. Sólo la prostitución parecía cier­tao Si Jehannotte Saignant paga sus «crímenes», tamobién paga la reputación que se han ido ganando losbaños y su escandaloso 'comercio.

Los antiguos placeres del agua / 49

Cuando en 1479, por ejemplo, contabilizando losactos violentos de los baños de Gante, Des Pars apunta1.400 crímenes y heridas en el lapso de diez meses,define una realidad y también la va construyendo 20.

No es sólo la cifra en sí lo que es importante, sino lamanera de calcularla. El simple hecho de efectuar talcálculo revela una mirada especial que considera elbaño y la vida que lo anima. Cuando se localiza en éluna violencia, tal cálculo la diferencia e, implícita­mente, trata de explicarla. Se trata de la violencia delos espacios licenciosos, la de los «descarríos», precisa:mente aquella que las costumbres refinadas y el avan­ce de la civilización tratan de aislar. Como si ciertasespontaneidades, ciertos impulsos, hasta entonces va­gamente integrados e incluso considerados como nor­males, se vivieran ahora como excesos. Más que enotros lugares, se codean aquí los comportamientos«mab dominados, los gestos abruptos, las actividades«demasiado» impulsivas, todas esas «palabras retado­ras» finalmente que incitan a «desenvainar la na­vaja» 21 que enumeran con detalle los procesos quesurgen en el siglo xv alrededor de los lugares de baños.

Lugares de placer, son los polos de atracción paralas turbulencias urbanas. Lo que le reprochan aJehannotte Saignant es también el clima de agitación,e incluso de libertinaje, que rodea a su negocio: «Seoía gritar, querellarse, dar tantos saltos que se queda­ba uno asombrado de que pudieran sufrirlo los veci­nos, disimularlo la justicia y soportarlo la tierra» 22.

La motivación de los bañistas, es decir, los encuentros,regocijos y festines, mantiene una complicidad con latransgresión. Como si las «libertades- instintivas queparecen autorizar los baños, permitieran precisamenteque se manifestase la negativa a aceptar múltiplesprohibiciones. Las «mezclas» provocan la imagen deun desorden latente, de posibles violencias. Parece queel lugar que se concede al deseo favorezca un ilegalis­mo, real o imaginario. Los baños empiezan a conside­rarse poco a poco como otros tantos lugares de inesta-

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bilidadjCuando la ciudad se estructura en el siglo xv,diferenciando el centro y los alrededores, organizandociertos barrios, emprendiendo un esbozo de control desus periferias, tales instituciones inquietan por elejemplo siempre presente que dan de confusas sociabi­lidades o, sencillamente, de delincuencia. Estos esta­blecimientos parecían autorizar una licencia, en defi­nitiva mal asimilada, que perturba más de lo queequilibra y corrompe más de lo que protege. Lugaresde disipación son vistos como ocasión de disturbioscada vez menos tolerados. Este modo de percepción yla realidad de la que procede influirán necesariamenteen la existencia misma de los baños públicos. Ya aprincipios del siglo xv se prohíben en la ciudad deLondres y cercanías. La ordenanza promulgada porEnrique V en 1411 evoca «las heridas, abominaciones,daños, disturbios, asesinatos, homicidios, robos y otrosperjuicios» de los que son causa «los hombres y muje­res de mala vida que frecuentan los baños de la ciudady de las cercanías» 23. Muchos de los cierres tienentales orígenes penales: riñas, muertes sospechosas o«agitaciones» diversas. Pierre Melin pierde sus bañosde Aix porque ha hecho que su criado cometa en ellosun asesinato en 14782 4 • Los últimos baños de Dijon sesuprimirán en 1556 por orden de la Cámara de laciudad; Etienne Boulé queda condenado a destruir susestufas. Parece que la misma población influyó en taldecisión. La ordenanza se hace eco de ciertos «clamo­res, quejas y reclamaciones contra el nefasto y escan­daloso alboroto que había en ellos y de que diversassirvientas estaban pervertidas y entrenadas a hacer elmal- 25. Finalmente, la prohibición dictada por losEstados Generales de Orleáns en 1556 contra todas lascasas de prostitución del reino acelera la desapariciónde los baños que, en muchos casos, quedan sometidos atal ley. El «Hostal de la loca esplendidez» se convierteen el siglo XVI en una institución que el tejido urbanova rechazando paulatinamente. La agitación que pro­voca ya se soporta mal. La actividad y el movimiento

Los antiguos placeres del agua I 51

de su clientela ya no es hoy más que desorden yperturbación.

La aventura de los baños tiene como camino obli­gatorio un enfrentamiento con la ley y alimenta unacrónica de las transgresiones. Tales lugares no sonequivalentes a los establecimientos higiénicos que,mucho después, impondrán disciplinas y reforzaránciertas normas, sino que dan prioridad al mundo delplacer, con lo que lo rodea y con los «excesos» de losque es ejemplo prosaico un adagio de los bañerosalemanes del siglo XV: «Agua por fuera, vino pordentro, estemos contentos» 26. No se trata de unaoposición directa a los impulsos, lo que hubiera impli­cado una extensión del territorio de la higiene, sino, alcontrario, de una complicidad con el mismo mundo delos impulsos. El agua se da como un excedente deplacer y acrecienta el sentimiento de desorden. Losbañistas la toman como un elemento de sus juegos. Enel largo conflicto que la cultura opone al deseo, losbaños no están al servicio del «orden», ni desempeñanel papel de preceptos de urbanismo ni de preceptos dehigiene. Lo que no quiere decir que haya ausencia delimpieza, sino que ésta se evoca raramente, puesto quelo esencial es la práctica festiva, en la que la limpiezano es más que un elemento secundario.

El rechazo está vinculado a un lento reforzamientode las normas sociales y urbanas. En cualquier caso, laIglesia sólo traduce dichas normas, designando almismo tiempo «la profesión de bañero, igualmenteinfame que la del dueño de un prostíbulo» 27. Lospredicadores han ido multiplicando desde el siglo XVlos apóstrofes violentos. Más que su moralismo, lo quees interesante en sus sermones es, sobre todo, lasimilitud con que designan a los baños y a otrosestablecimientos. Así se van deslindando ciertos luga­res «peligrosos»: «Vosotros, señores burgueses, no daisa vuestros hijos la libertad y el dinero para que vayanal lupanar, a los baños y a las tabernas» 28. Pero lo queexplica directamente la desaparición de los baños no

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es solamente la palabra del sacerdote, ya que de lo quese trata es, evidentemente, del propio funcionamientosocial.

Los factores que desempeñan un papel real en taldesaparición tienen por lo menos una doble lógica:intolerancia progresiva del entorno urbano hacia unlugar que se concibe como algo turbulento, violento ycorruptor, y temor que despierta una fragilidad delcuerpo a través de una concepción imaginaria de lasaberturas y los flujos peligrosos. La peste pudo tenertanta fuerza porque se trataba de una práctica inesta­ble y ya controvertida.

El «excedente de los bienes de Dios»

La práctica privada persiste, aunque su turbulen­cia no puede ser equivalente a la de los baños públicos,pues los que los toman son privilegiados y poco nume­rosos. Las riñas y las navajas no pueden tener aquí lamisma importancia, ni la relación con la delincuenciaurbana puede ser tan intensa. Se trata de un «retiro»en las casas y hoteles nobles, cuyo aspecto «perturba­dor» es difícilmente concebible. No se plantea en talcaso ni el problema legal de los baños públicos ni suproblema social. Su desaparición se debió más a lamitología del agua y a las representaciones del cuerpo.El temor que provocaban los organismos atravesadostuvo, sin duda, mayor importancia en este caso ycualquiera otra explicación podría ser artificial. Sinembargo, como la costumbre precedente, nace éstaesencialmente del comportamiento festivo y perteneceal mismo principio de libertinaje y de placer. Como laprimera, su contexto es el del goce antes de ser el de lahigiene. A su vez, al ser más fiel al deseo que a la ley,su existencia conserva ciertas «fragilidades». Semejan­te estatuto podría ser el origen de las condiciones desu abandono.

Más que en otros casos, su ejemplo permite que se

Los antiguos placeres del agua I 53

hagan ciertas comparaciones y nos permite confrontaren el tiempo ciertas escenas aparentemente semejan­tes que tienen lugar en el mismo marco y con el mismodecorado: medir lo que ha ido desapareciendo y medirlo que se ha conservado. La comparación, punto porpunto, de estas escenas privadas, separadas únicamen­te por mucho tiempo, puede hacernos pensar, una vezmás, que la utilización antigua del agua no implicadirectamente el aspecto higiénico. Dos ejemplos pue­den iniciar la comparación y poner de relieve las,diferencias.

En el primero de los Cien nuevos relatos, que seescribieron en 1450 para Felipe el Bueno, el recauda­dor de Haynau intenta seducir a una vecina que lo haimpresionado por su belleza. La estrategia de nuestrohombre consiste en una serie de invitaciones y defiestas a las que, al principio, invita únicamente almarido para hacer de él un amigo íntimo: «E hizo todolo que pudo para que en las comidas, cenas y banque­tes con baños de agua y de vapor, en un hotel particu­lar y en otros lugares, estuviese siempre el vecino» 29.

La seducción de la joven esposa llegará a su hora:entrevistas furtivas, persuasiones sutiles; como nues­tro hombre es hábil y solícito, la mujer lo escucha, locomprende y consiente. A pesar de lo cual, hay quepreparar las citas con discreción. Sin duda, se trata deuna historia banal, pero el marco de estos encuentrosproporciona el sentido que tiene el baño. Cuando unviaje del marido de «la fulana» permite que el notablela reciba sola en su casa, «hizo que le preparaninmediatamente los baños, que calentaran las estufasy que le llevaran tartas e hipocrás y todo el excedentede los bienes de Dios» 30. Y los festejos se prosiguen:«En cuanto bajaron al cuarto, se arrojaron al bañoante el cual se les sirvió el ágape» 31. El baño esciertamente una escena de fiesta social: ágapes en losque los comensales comen y se divierten. También es,como en el caso que comentamos, un escenario deintercambios amorosos, un preludio erótico, en el que

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el agua permite que los sentidos gocen más. Con estenotable del siglo xv, esta costumbre se pone al niveldel arte de la hospitalidad, de la distracción y, másaún, de la sensualidad. Estas fiestas públicas o secre­tas confirman que el agua se utiliza primero como unplacer, con su calor y su poder de comunicación más omenos sensual.

Las escenas que se aparentan a ésta en los cuentosrelatos y hasta en las memorias del siglo XVII sontotalmente diferentes en ciertos puntos esenciales.Aunque, por lo menos, revelan lo que ha ido cambian­do. Cuando en sus aventuras libertinas el abad deChoisy se disfraza de mujer y promete compartir ellecho con alguna de sus protegidas, la mayoría de lospuntos de referencia han cambiado de valor, y si elagua está ausente, la limpieza está presente: «Tenía encasa, conmigo, a una vieja señorita, que ya habíaacompañado a mi madre, a quien pagaba una pensiónde cien escudos; la llamé: "Señorita -le dije-- estáaq~í una joven que me proponen como doncella: peroquiero saber antes si es limpia. Examínela de pies acabeza." No lo pensó dos veces y dejó a la jovencitadesnuda como la mano [oo]» 32. Evidentemente, la lim­pieza exigida significa también para Choisy la ausen­cia de enfermedad secreta. La palabra posee un senti­do «social», y, a la par, «médico». La desconfianza delabad se carga aquí con la distancia que separa alaristócrata de la aspirante a lencera y no carece, eneste caso, de cierto cinismo. Sin embargo, sigue ha­biendo una preocupación específica: un testigo va acomprobar la «limpieza» del cuerpo desnudo. Lo queviene después sigue teniendo sentido: «Me preparé yenseguida me acosté; tenía deseos de besar a aquellaprenda» 33. La limpieza, el aseo, ya no dependen nuncadel baño o del lavado. El agua no ocupa lugar alguno,y, no obstante, se ha hablado de limpieza.

Cada una de estas escenas, desde la del notablelúbrico hasta la del abad libertino, posee lo que notiene la otra. Las dos situaciones son extremadamente

Los antiguos placeres del agua / 55

diferentes: en el siglo XV el recaudador Haynau sebaña para dar mayor intensidad a fiestas y placeres. Alaventurero del siglo XVII, sin embargo, futuro académi­co y gran señor, ni se le ocurre pensar en una escenade baño, aunque pasa mucho tiempo describiendoescenas en las que él y sus amigas se peinan, se visten,calculan con cuidado la colocación de lunares y joyas.Va desapareciendo un empleo del agua al mismotiempo que aumentan las normas de aseo y de esmero.

Pero no hay que concebir el baño con el cuidado.con que lo hacemos hoy y, al contrario, pensar en lalimpieza fuera de toda ablución: reconocer que habíauna limpieza corporal que no llevaría hoy ese nombre;hacer el censo de ciertos objetos, cuya limpieza equi­valía a la del cuerpo, al mismo tiempo que excluía ellavado de éste: espacios, ropa blanca, traj es, acceso­rios diversos, etc. Hay que volver a hallar el cuerpo endonde ya no está.

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SEGUNDA PARTE

La ropa que lava

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1

LO QUE CUBRE Y LO QUE SE VE

Platter, estudiante sin fortuna de mediados delsiglo xv, describe las tentativas a las que tiene queentregarse para quitarse de encima los piojos que locubren y habla de que regresan como de algo inevita­ble. Por lo que va a recurrir a un ejercicio elemental,pero suficientemente importante como para evocar dediversas formas un momento capital de la antigualimpieza: «No se puede uno imaginar la cantidad demiseria que cubría a los estudiantes, mayores y meno­res, así como a una parte del pueblo [...]. Solía ir yo alavarme la camisa a orillas del Oder, sobre todo enverano; luego la colgaba de una rama y mientras quese estaba secando me limpiaba el traje, hacía unagujero en el que arrojaba un montón de piojos,echaba tierra encima y clavaba una cruz encima» '. Elacto es significativo: Platter ignora todo lavado delcuerpo; de lo que se trata es sólo de lavar la ropa.Pero, una vez más, el testimonio tiene gran importan­cia: Platter, por lo que parece, no poseía más que unacamisa y es él quien se la lava, con mayor o menorregularidad, intentando destruir los parásitos que nose quieren ir.

La limpieza personal tiene como símbolo la limpie­za de la ropa. La atención se dirige a las envolturasque cubren la piel. El acto de Platter, claro está, llevala marca de la pobreza del estudiante, pero esta pobre-

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za no basta para hacérnoslo entender. Este acto es unaevocación de ciertas referencias arcaicas de la limpie­za. Su «indigencia» no es solamente una indigenciasocial, porque los piojos y la utilización «restringida»de la ropa interior es algo muy común poco antes delnacimiento de Platter. Y la equivalencia entre cambiode ropa y limpieza, que excluye el lavado del cuerpo, esalgo, dígase lo que se diga, que sucederá durantemucho tiempo.

Miserias

La lucha contra la miseria nos introduce tambiénen una época que precedió a la de Platter. En Montai­llou, en el siglo XIV, todo el mundo se despioja constan­temente, como signo de cariño o de deferencia: en ellecho, al amor de la lumbre, la amante despioja alamante con aplicación; la sirvienta despioja a su amo;la hija despioja a su madre y la suegra a su futuroyerno. Ciertas mujeres, que tienen una habilidad más«afilada», transforman dicha habilidad en profesión:en verano la gente se instala al sol en los «techosplanos de las casas bajas» 2 y se entrega a las manos delas despiojadoras profesionales, como en una tertulia.La miseria, al final de la Edad Media, es el acompaña­miento cotidiano de la mayor parte de la población. Serecuerda su presencia con el menor pretexto. El pri­mer método que estudiaba en el siglo XV el Ménagierde Par~s * para separarse de ella, o para suprimirla,consistía en colocar mantas, ropa interior y trajes tanapretados en los baúles «que las pulgas carecerán deluz y de aire, y estarán tan estrechas que perecerán ymorirán enseguida» 3. La descripción o la simple evo­cación de tales insectos es muy familiar en el siglo XV,lo que confirma, por lo menos, que su presencia es

* El gobierno de la casa de París.

Lo que cubre y lo que se ve I 61

general: «La pulga ataca a los que quieren dormir y noperdona a nadie, ni rey ni papa [...J. La pulga no esfácil de coger porque salta con ligereza, y cuando va allover, muerde con rabia» 4. "Las reglas de cortesía,redactadas también en el siglo XV, para los niñosnobles, entre otros destinatarios, aceptan. la miseriacomo un horizonte «natural», Lo más que se puedehacer es evitar que su existencia sea demasiado visi­ble, a pesar de lo cual se sigue viendo; está ahí, alalcance de los dedos, cercana y cotidiana al mismotiempo: «Es indecoroso y poco honesto rascarse lacabeza mientras se come y sacarse del cuello o de laespalda piojos y pulgas u otra miseria y matarladelante de la gente» 5. Al principio del siglo XVI, unenviado del duque de Ferrara, alojado en el castillo deFontainebleau, cuya primera construcción estaba re­cién acabada, se mofa de las «pulgas, piojos, chinchesy ciertas moscas que no le han dejado descansar enabsoluto» y llega a asombrarse con complacencia «deque Dios se haya divertido creando estos animalesinútiles» 6. Para defenderse de ellos, se puede cambiarde traje o por lo menos «limpiarlo», como lo hacíaPlatter. Es lo que repiten, desde la Edad Media, coninsistencia breve y general, los libros de urbanidad; lapráctica existe sin que haya indicación precisa nicircunstanciada. El traje debe ser, sobre todo, honestoy decente. La superficie del traje atrae lo esencial dela mirada.

Pero los textos que explican la presencia de lamiseria son los que intentan describir cómo aparece ypor qué hay tanta, son los que mejor ilustran el lazotodavía muy estrecho que se supone mantiene con lalimpieza del cuerpo. Por ejemplo, no cabe en la imagi­nación de los higienistas que la proliferación de estafauna parásita no se deba a un exceso de humorescorporales. Piojos y pulgas nacen de ciertas transpira­ciones mal dominadas. Son las sustancias que emanan.del cuerpo humano las que les dan vida. Al contrario,reducir los humores ayudaría a suprimir semejante

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proliferación. Una larga tradición, que llega hasta elsiglo XVII, trata de hallar cuáles son sus causas, perola relación con la limpieza corporal es raramenteexplícita. Del «interior» se secretan animalitos y come­zones, generación espontánea derivada de una invisi­ble mezcla de materias: «Las causas de la sarna [de losniños] son dobles, pues la engendran las reliquias delos meses de purgaciones de las mujeres o la leche demala calidad del ama, que se corrompe fácilmente enel estómago del niño y no puede transformarse en buenquilo» 7. La lucha contra la sarna infantil empieza porla leche del ama: «curar» es cambiar de ama o cambiarsu alimentación.

Estas vidas rastreras sólo pueden nacer del cuerpo,«salen» de la piel como parece que ciertos gusanosemergen de las carnes putrefactas. Simplemente, setraslada la imagen. Su presencia indica que hay undesarreglo interno, una degradación de sustanciasoscuras. La presencia de la muerte ya, quizá su trabajosecreto, ° su signo, o, en cualquier caso, su mordiscoen las carnes vivas. No hay aquí ninguna relación conel aseo de la piel. La limpieza ni siquiera se evoca,como si no tuviera fuerza ni importancia. En estemarco no tiene existencia alguna, ni estatuto sanita­rio. La atención se dirige hacia otra parte. Las costrasque se propagan, el chorreo seroso, las fecundacionesparásitas no sugieren la existencia de una relacióndirecta con la limpieza. Todo esto traduce esencial­mente un «estado» del cuerpo. Suprimir estos «trastor­nos» supone, para empezar, intentar llegar a los meca­nismos internos. Durante siglos no varía la explica­ción: la de Mauriceau, cirujano partero de los burgue­ses parisinos durante el siglo XVII, es la misma que lade Guy de Chuliac, cirujano de los papas de Avignon.¿No piensa también este último que pulgas y larvasnacen de «los humores corrompidos» 8, y no son losniños víctimas de estos humores desbordantes?

El que los desórdenes orgánicos se acepte comoorigen, pone de manifiesto que el vínculo existente

Lo que cubre y lo que se ve / 63

entre miseria y limpieza no es tan evidente como loserá más tarde. Se trata incluso de todo un contextopatológico. Es como si las miradas no pudieran fijarseen un objeto que pronto será evidente; como si no sepudiera ver todavía una relación que pronto serátransparente: «Estas pústulas sucias, estas costras yestas úlceras que estropean el cuerpo y particularmen­te el rostro y la cabeza de los niños, que se conocen porel nombre de «crusta lacta», y de viña, de las que losautores no describen más que ciertas diferencias acci­dentales, me parece que provienen de una linfa queposee un ácido más o menos viscoso» 9. En la defensacontra las invasiones de la miseria y los ataques de lapiel, la tradición culta da sobre todo más importanciaa un medio: limitación y control de los humores.

Por lo demás, este medio corresponde a los innume­rables regímenes que son la base de los tratados dehigiene hasta el siglo XVII: vigilar la comida, porque deella depende todo lo que toca al cuerpo. Al determinarlos humores y sus cualidades, su composición determi­na lo que es sano. Variarla es tratar, una vez más, delos parásitos, interviniendo en su origen: «Los cuerposcaquécticos tienen abundantes humores ácidos, tienenfácilmente numerosos animalitos como éstos. De loque se deduce que para curar bien las comezones quese derivan de ellos habria que purgar esta caquexiapor medio de medicinas propicias» 10. Purgar, claro,pero también comprobar. Hay que evitar los alimentosque acumulan el ácido y las viscosidades al descompo­nerse y todos aquellos que hacen correr el riesgo deque aumente la transpiración. Sólo la alquimia inte­rior del organismo puede detener el desarrollo de estasvidas parásitas. También hay que evitar los alimentosdemasiado «húmedos», los que hacen que la digestiónsea demasiado lenta o difícil. ¿Puede asombrar, porejemplo, que en el siglo XVI las celdas de los cartuj?sno estén invadidas por las chinches? Las de sus domes­ticas sí lo están... Sin duda, piensa Cardan, se debe aque los cartujos saben abstenerse de comer carne ".

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Una celda sin miseria se convierte, una vez más, en elsiglo XVI, en un caso digno de atención, que los«humores» monacales explicarían fácilmente. Talesprecauciones llevan a aceptar un criterio empírico desustancias refinadas, que uno de los primeros tratadossobre el arte de '<la belleza corporal» traduce en elsiglo XVII en términos familiares: «La manera de vivires esencial para curar esta enfermedad [la tiña]; no sedeben emplear más que carnes que engendren buenosjugos [...l» 12. Estos textos no quieren decir ni siquieraque la alimentación deba considerarse de maneraminuciosa; pero sí dicen, por lo menos, que los alimen­tos tienen una real responsabilidad en la aparición dela miseria.

Tal tradición se halla en los confines de la primerafase de una historia: en nuestra opinión, corresponde aun tiempo de ceguera y de insensibilidad. Ilustrandociertas percepciones que no pueden ser nuestras, estadistancia nos coloca frente a algo muy lejano que, enúltimo extremo, despierta en nosotros una sensaciónde malestar, como si se hubiera sobrepasado el umbralde la tolerancia. Cuando sugieren ciertas representa­ciones totalmente olvidadas, sugieren sobre todo unatotal transformación de la sensibilidad. Porque de loque se trata aquí es realmente de sensibilidad -yhasta de afectividad- por lo menos tanto, y quizá más,que de «razón» higiénica. En esta historia primitiva notiene vigencia un vasto conjunto de relaciones que sejuzgarán más tarde como «elementales», en particularlas que están entre la suciedad y la enfermedad; pero,de manera más amplia, tampoco tienen vigencia cier­tas percepciones que son hoy totalmente inconscien­tes. En ellas parece que no hay ciertas referenciascorporales que son evidentes para nosotros.

El «silencio» de estos documentos no permite, sinembargo, que saquemos la conclusión de que hay unaausencia de toda limpieza corporal, puesto que éstaexiste, pero «de manera diferente» de la de hoy, conreferencias a otras reglas. En este aspecto no hay

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«punto cero». No puede haber una zona totalmenteciega. El proceso de civilización al que pertenece elgesto de limpieza no tiene un punto inicial absoluto.Conviene, para conocer las formas arcaicas de estemismo gesto y la evolución de sus umbrales sucesivos,que abandonemos las referencias que son hoy lasnuestras.

El rostro y las manos

Estos primeros tratados de salud muestran, por lomenos en un tema, cuáles eran en la Edad Media loscriterios «antiguos» de la limpieza del cuerpo: lavadode las manos y del rostro; asear con esmero lo que seve, hacer que desaparezca la mugre de las partesvisibles. Las numerosas traducciones de los tratadosmédicos antiguos, dominantes durante mucho tiempo,lo repiten hasta la versificación clásica.

«Te lavarás por la mañana las manos con agua fríay aún mojadas, te las llevarás a los ojosi 13.

También algunas veces una semejanza analógicaentre al agua y el medio húmedo del ojo refuerza lainiciativa del lavado: el agua, dice el médico, agudizala vista, sobre todo si es agua fresca. Es como sihubiera una identidad de sustancias y una correspon­dencia mecánica. Antes de que se imponga el temor alagua que se infiltra y corrompe, como ocurre desde elsiglo XVI, la observación mantiene una relación ligera,pero peculiar, con la salud: «Lávate las manos yelrostro con agua recién sacada y con el agua más fríaque encuentres, pues esta ablución proporciona unabuena vista, clara y aguda» 14. Esta observación sobrela agudeza del ojo sigue siendo alusiva, accesoria, másesbozada que profunda. Incluso no siempre se recuerdaque hay que lavarse el rostro, pues parece que estámenos presente que el lavado de las manos.

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Una vez más, nos viene a la mente la idea en unaamenaza a la salud. No hay en este punto exigenciaalguna. El tema de las manos limpias y del rostro lisono es un t.ema «san.itario». La imposición, directa y sinc0':lle?-tarlOs, provleI.1e de una obligación moral. Suobjetivo es la decencia antes que la higiene. El precep­to pertenece más a la tradición del clérigo que a la delmed.lCo: En este caso la literatura culta no pueder.estI~Ulr, con toda evidencia, el valor profundo de lalimpieza y d~ sus. formas primitivas. Los puntos dereferencia mas antiguos son los de la urbanidad, antesde ser los de la salud: lo que domina es la apariencia.Con ellos se «trata» al cuerpo a través de sus envoltu­ras más externas. La «figura» que forman correspondede manera bastante justa a las sistematizaciones de las?ciedad cortesana medieval: trabajo sobre la aparien­cIa: en. el que la alusión a la limpieza, simpre rápida,esta vinculada al decoro y sólo se preocupa de lamirada,

Evidentemente, estas prácticas y estas reglas deu~bamdad de la Edad Media no constituyen por símlsmas.un punto de arranque; no son el «comienzo» dela limpieza del cuerpo. Pero- su interés es doble: lasnormas de limpieza empiezan a sistematizarse y sepuede considerar que son los antecedentes de lasnuestr~s, al mismo tiempo que funcionan de manera~uy dlferen,te. Pueden constituir, desde este punto devista, un ejemplo suficientemente importante comopara que las escojamos aquí como una primera figura.

El lavado de las manos y del rostro forma partepu:,s, de las reglas enseñadas a los pajes en las corte~senonales. Se trata de un código social, mostradocomo tal" precepto lacónic,o ,y directivo, Po,' otra parte,el adem~n es poco explícito, puesto que tiene susrefer~ncla~ en la coshlm~re. No hay comentario algu­no SInO solo el que indica que un comportamientocontrario no sería «honesto». A. de la Salle no diceot~a c~sa en el siglo xv cuando recomienda a Jehan deSaintrá que no SIrva a su señor con las manos sucias,

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«pues, de entre todos los oficios de servir la mesa, elvuestro lo requiere» 15. La corte señorial, que focalizauna vida social algo ceremoniosa, no podía sino refor­zar las codificaciones. No podía sino dar una dinámicanueva a las prácticas de «decencia». Esta limpiezainmediatamente visible, que se asocia a ciertas anti­guas observaciones de reserva y de respeto, se enseñaen definitiva como un código indiscutido:

«Paje de cámara lávate las manosal levantarte, al comery luego al cenar, sin engañar» 16.

Dar «agua para las manos» a una persona es signode cortesía y de amistad. El gesto se suele encontraren el roman cortesano, lo mismo que en los reglamen­tos de varias instituciones religiosas. Se trata de unamuestra de atención y de hospitalidad:

«Le dieron agua para las manosy toalla para enjugar1asLuego le trajeron comida» 17.

Pero también se trata de un comportamiento coti­diano y reglamentado. En el siglo XIII las hermanitasdel Hótel-Dieu de Vernon deben «pasar por el Iavade­ro» antes de «reurirrse en el refectorio» 18. Incluso hayuna campana especial que llama a los monjes del Becal ablutorium, en donde se lavan las manos antes decomer (sonare ad manus lavandas 19), Finalmente, laregla de San Benito, al evocar el cuidado de los objetosde la comunidad, cita «las telas con las que loshermanos se limpian manos y pies» 20.

La repetida alusión al lavado de las manos, lafrecuencia del «aguamanil» en los ricos inventarios dela Edad Media, dan una dimensión casi ritual, por lomenos en las casas nobles: cuatro «aguamaniles deplata» en la casa de Guy, conde de Flandes, en 1306 21;

dos «aguamaniles» de mesa, que sirven para lo mismo,

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un siglo más tarde, en casa de Clément de Fouquem­bert, canónigo de Nuestra Señora 22; uno sólo en casadel usurero de Rouen, Jehen Baillot, a mediados delsiglo XIV 23; mientras que el inventario real cuenta, enel mismo momento, una decena, dos de las cuales sonde «esmalte rosado, con los bordes cuajados de pe­queños escudos de Francia» 24. Los objetos reales aña­den una o dos jofainas para lavarse la cabeza o paralavarse los pies; lo que demuestra una diversificaciónposible del papel que desempeña cada uno de losobjetos. La casi totalidad de los inventarios se limita,sin embargo, al aguamanil. Este último ademán esdominante, hasta tal punto que parece exclusivo cuan­do, por ejemplo, se evoca la conducta que hay queseguir al levantarse; el aseo matutino se limita aecharse agua en las manos:

«De mi cama enseguida me levantabaMe calzaba y las manos me lavaba» 25.

Las superficies lavadas son «limitadas», pero, sobretodo, la antigua limpieza, que aparece en estas prácti­cas poco comentadas, es esencialmente social: un artede las conveniencias limitado a las partes visibles dela piel (ante todo, las manos). Es esta doble limitacióna la «decencia» y a las «partes» la que le da suespecificidad.

La ropa y lo invisible

El conjunto del cuerpo no tiene aquí real importan­cia, puesto que está encerrado en una vestidura queacapara lo esencial de la mirada. El estatuto de estavestidura tiene mayor importancia porque permite, asu vez, que se comprenda mejor el estatuto de lalimpieza. Es el papel preciso que desempeña el traje enuna estrategia del decoro que hace entender hasta quépunto la atención no abandona lo visible: pero, en este

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caso tampoco, la limpieza no se impone con claridad.Citada como de pasada en los textos cortesanos, ya nolo hacen, por ejemplo, los reglamentos de las institu­ciones. Particularmente los de los colegios, en los quela indumentaria debe ser, para empezar, honesta (ues­tes honestas): ni demasiado larga ni demasiado corta,para respetar la decencia. Sólo se le da importancia ala forma y al color. Lo que valora e importa es lasilueta: «que no lleven atuendos que llamen la aten­ción, cortos o demasiado ajustados, ni calzado recorta­do o con lazos. Pero que tengan una apariencia exter­na honesta y decente» 26. Los reglamentos de loshospitales insisten a su vez en que el traje debe estarbien cerrado (clausam) y algunas veces en que debenser de color gris u oscuro 27. El vestido es una línea yesa línea es la que cuenta, para empezar y casi única­mente.

Pero el vestido es también una estructura, unadisposición entre los tejidos externos e internos, unaarquitectura entre las materias. Desde este punto devista, la indumentaria de la Edad Media empieza acomponerse de diferentes prendas que se oponen alpaño del hábito (la lana). Ahora bien, precisamente enel juego que existe entre los diferentes niveles podríaintroducirse la idea de la limpieza corporal, como la dela muda de la ropa interior.

Desde el siglo XIII la camisa ha ido dando unanueva estructura a la indumentaria, oponiendo lostejidos finos, aún escond.¿<i0s, a los paños que. losrecubren. La camisa no se ve, pero con ella el traje seva estratificando en sus superficies y en las materiasque lo componen: de lo más liviano a lo más pesado, delo más íntimo a lo más visible. La prenda se vuelvemanejable y se convierte en una suave entretela quesepara la lana de la piel. Una estampa que se halla enla traducción francesa del Decamerón, aparecida en1430, es clara ilustración de los dos niveles del traje 28.

Un atracador armado de una larga hoz despoja a suvíctima al borde de un camino. El bribón es tan

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codicioso que deja en camisa a su presa. Después dequitarle el traje, la ropa interior queda flotando hastamedio muslo. El contraste es evidente: ninguna partede esta ropa interior sobresale del traje. Los testigosde la escena proporcionan la prueba de ello: sólo seven los trajes que los envuelven y que no dejan vermás que sus zonas de color.

En la vida cotidiana la ropa interior sigue estandooculta. Pero ya está todo en su sitio para que se utilicecomo imagen de la limpieza, por ejemplo a través delritmo de la muda. Ahora bien, parece que este juego nocomienza aún, o por lo menos no está definido conclaridad en este momento. Una sucesión de episodiosde un lay de Maria de Francia, en el siglo XIII, pone derelieve la camisa del héroe como si fuera corriente queno se la cambiase. Incluso la historia no tiene sentidoalguno si no es con esa condición. Objeto único,reconocible por medio de marcas y señales inscritos enella por otros personajes, esta camisa lo acompañanaturalmente en el tiempo y en el espacio, pegada a lacarne. Viaja él, atraviesa los mares, regresa a Bretaña,pero la prenda de ropa interior sigue siendo la misma,siempre identificable, con sencillez y evidencia. Ladama, tanto tiempo alejada, encuentra en ella el plie­gue que ella misma había hecho 29. No se puede conce­bir dicha señal más que si la camisa es la única quehaya llevado el héroe. En Montaillou, a principios delsiglo XIV, Pierre Maury cambia de camisa algunasveces, lo que hace de vez en cuando y el episodio es losuficientemente raro e importante como para quePierre lo anote, de pasada, cuando habla de otra cosa,durante un proceso de inquisición 30.

Las cuentas de las grandes fortunas ilustran a suvez el estatuto aún ambiguo de la ropa interior. En larelación de gastos de Etienne de la Fontaine, tesorerodel rey, se especifica la existencia de una docena detrajes entre 1351 y 1352. Sus composiciones, concebi­das para regocijo de la mirada, acumulan los pañosjaspeados o de escarlata, los adornos de piel, los forros

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preciosos. Especialmente las pieles de petigrís, hechascon el vientrede las ardillas, que exhiben la suavidadde los cuellos y de las mangas, criterio esencial dellujo. El cuerpo del rey queda totalmente envuelto enmaterias que, sobre todo, deben asociar extrema opu­lencia y variedad de colores. El paño de lana, minucio­samente forrado de pieles, es símbolo del fasto real. El'traje que lleva Juan el Bello el día de la Ascensión de1351 es «un traje de ceremonias de Bruselas», formadopor cuatro guarniciones y forrado de petigrís 31. Al'mismo tiempo, en las cuentas reservadas a los gastosde lencería, se anotan gastos para la capilla y para lostocados del rey, mientras que no aparecen ni los deconfección ni los de compra de camisas. Casi siempreinvisibles las camisas no consiguen salir del estatuto, .de objetos poco evocados y, sin duda, poco manejados.

Las cuentas de Guillermo de Murol, noble de Au­vernia a principios del siglo XV, nos lo confirman,puesto que permiten diferenciar las compras de hopa­landas, trajes y calzas, y mucho más difíci.lmente lascompras de ropa interior. Sin embargo, existen, perosu destino no está claramente precisado, ni siquiera sucalidad. La mención de una tela que costó dos francosen 1407, cuya denominación misma la diferencia de laslanas reservadas a la ropa «exterior», no va acompaña­da de ninguna indicación sobre su futura confección.No hay referencia alguna que permita decir quiénllevará, ni durante cuánto tiempo, la ropa interior quese hará con ella 32.

Lo que no quiere decir que este traje «de cuerpo» sedesprecie o se ignore de modo\sistemático; muy alcontrario. La calidad de los tejidos que se compransuele respetar la diferencia social: «la vara de tela deReims» 33, fina y costosa, que servirá para h.acer lacamisa de madame de Rochefort, noble Foreziana deprincipios del siglo XV, no es la misma que la quecompra para la ropa interior de su domesticidad. Elprecio pasa de 5 a 1 entre una y otra 34. Igualmente, elrefajo (posible equivalente de la camisa) de que habla

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el inventario del castillo de Beaux, a la muerte de lacondesa de Alevin, en 1426, es suficientemente precio­so para que en la tela haya entretejidos hilos de oro.Pero parece que es la única prenda de ropa interior,aunque en el mismo inventario hay cantidad de vesti­dos y pieles de armiño 35. La ropa interior presuponeun fino tejido, más difícil de fabricar que el de lana; suproducción es más costosa y sus materiales más esca­sos en la Edad Media. Hay numerosos inventarios queno mencionan las camisas, o lo hacen muy poco: porejemplo, sólo hay una en el del burgués parisinoGaleran le Breton, en 1299 36, Y ninguna en el de laburguesa provenzal Alicia Bonefoy, en 1400 3 7 ; unasola en el del estudiante parisino muerto en 1348 3 8 ;

también una sola en el de Jehan de Viersville, artesa­no sin hijos, muerto en 1364, cuya sucesión pasó a serpropiedad del duque de Borgoña por aplicación de laley de manos muertas 39.

No cabe vincular esta escasez al sólo costo defabricación. Los que poseen lencería, particularmentemuy numerosos manteles, sólo tienen poca ropa inte­rior. Como si esta última posesión no pareciera útil.En 1347 el inventario de Jehanne de Presles, esposadel fundador del colegio de este nombre, habla devarias decenas de varas de manteles y otros tejidosfinamente trabajados. Abundan las telas en él, algunasde las cuales están colocadas allí sin que se especifi­que su destino preciso, mientras que otras se destinana la mesa o a la alcoba. Sin embargo, sólo sobresalendos sayuelas (otro posible equivalente de la camisa) ydos refajos 40. La ropa interior se cuenta por unidades,aunque nada prohíba que sea «abundante». La riquezano implica la multiplicación de tales prendas, pero síla de los manteles, que, sin embargo, se hacen con unmaterial muy semejante y, sobre todo, también implicala importancia exterior del traje. En este mundo nobleo burgués sólo interesan los cálidos colores de lostrajes, que se expresan mejor a través de las pieles. Eneste caso preciso se ve con claridad que no se trata de

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que falte tela o que su escasez limite primero elnúmero de camisas, sino más bien de que existe unatradición cultural, una peculiar relación con el atuen­do: sobre todo la que concede mayor privilegio a laslíneas formales y al aspecto externo. También hay, sinduda, una especie de relación con la piel: los cambiosfrecuentes todavía no son obligatorios. Ciertas maní­festaciones físicas, como, por ejemplo, la transpira­ción, se evocan esencialmente en el marco terapéuticoy se dejan en silencio en el marco del aseo. Las normassociales son aquí poco claras; parece que aún no sehan definido ni prescrito.

Lo que no significa evidentemente que la ropainterior no se lave o no se mude, pero lo que ocurre esque no se hace resaltar con qué ritmo se hacen estasmudas: evocadas algunas veces, escasamente precisa­das, siguen siendo ambiguas, como si carecieran deimportancia. Su importancia desaparece ante el con­torno y la materia exterior del atuendo. Las reglas delas comunidades, que son explícitas sobre la frecuen­cia de ciertos aseos, no lo son en lo que respecta a lostejidos que tocan la piel, y, sin embargo, los mencio­nan: «Basta con que un monje tenga dos túnicas y doscogullas para que pueda mudarse por la noche y las déa lavar ...» 41. Pero la regularidad de este lavado noaparece en los reglamentos de la Edad Media.

Más allá del ascetismo que preconiza aquí SanBenito, durante este período la administración de laropa es indicativa de lo que ocurría en las cortesseñoriales y en las poderosas comunidades monacales.El cambio de esta ropa ínterior sigue SIendo «limita­do» incluso cuando el lujo podría multiplicarlo. Lascamisas de los inventarios más ricos no van más alláde unas cuantas unidades. La camisa, prenda del trajeque es aún funcional, es su vertiente casi nocturna. Laatención no la desprecia, pero tampoco insiste en ella.La focalización esencial del vestido va a su superficie.Es ella la que no sólo acapara la mirada, sino que lacanaliza. Riqueza y decencia son las dos cualidades

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dominantes. La presencia de la piel y la representa­ción concreta del cuerpo se dirigen claramente haciala envoltura de lana y de pieles. Como si todo debierarelacionarse con lo visible. Materia y forma saturanlas cualidades posibles. Esta envoltura se apodera dela totalidad del cuerpo.

A fines del siglo XV, una vez más, cuando losmismos puntos de referencia se van volviendo paulati­namente más complejos, un episodio del roman deJehan de París subraya la importancia central y espe­cífica que han tenido durante mucho tiempo talesíndices de superficie.

Algunos ingleses que habían sido invitados a laboda de la infanta de España llegaron desde su país sintrajes de recambio. Desde Londres hasta Madrid lleva­ron los mismos trajes: habían navegado y cabalgadodesde el principio hasta el fin con su traje de ceremo­nias, su camisa y su hopalanda. Habían recorridocaminos accidentados, habían atravesado ríos turbu­lentos, habían soportado tormentas y lluvias y tam­bién sufrido al sol. Al llegar, tenían un aspecto medio­cre. Durante la ceremonia su presentación provocaciertas comparaciones. Los franceses se ríen de estosviajeros sin baúles ni arcas y de su incapacidad paramantener limpio su guardarropa, y se burlan de suaspecto. Pero cuando los describen, apenas se fijanmás que en sus pieles ajadas y sus adornos deformadospor la lluvia. No hacen ninguna observación sobre suposible incomodidad física ni sobre su hediondez. Eldesprecio hacia los ingleses se apoya en dos motivosprecisos: sus prendas han perdido el brillo, sus trajescarecen de colorido, su continente no es garboso. Laironía explícita de los franceses (y del autor) no serefiere al registro de la limpieza o de las sensaciones«íntimas». Los ingleses no han pecado contra uncódigo de la limpieza corporal, sino solamente contrael código del ceremonial y de la elegancia: «Losingleses llevaban siempre los buenos trajes que sehicieron para su boda, pues en su país no se estilaba

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llevar cofres y baúles, por lo que pueden imaginar enqué estado se hallaban sus trajes. Unos estaban largos,otros cortos, otros forrados de marta, de zorros o dediversas otras pieles que habían mermado a causa delagua, y al día siguiente se veía el paño que flotabasobre dichas pieles que se habían averiado y habíanencogido» 42.

En efecto, es una grosería llevar la misma vesti­menta durante varias semanas, entre Londres y Ma-,drid, pero sobre todo porque pierden su brillo, semarchitan y por ello provocan la ironía de los demásinvitados. La torpeza de los ingleses se debe, en primerlugar, al olvido de las «formas». Aparentemente, loúnico que cuenta es el estado del traje: riqueza de latrama lozanía de las pieles, respeto de las líneas.

Esta ausencia de preocupación por la condicióninmediata de la piel caracteriza bastante bien lascostumbres de la Edad Media. Algo así como si elcuerpo delegara su existencia en otros objetos, los quelo envuelven o lo rodean. El tema de la limpieza noestá totalmente orientado. Tal «calidad» existe, perose centra en las partes corporales visibles o en el'medio en que están inmersas.

Cuerpos y espacios

Los reglamentos de las comunidade,s religio.sasmuestran con claridad cuáles son estas lmeas diVISO­rias, insistiendo mucho más en el aspecto de la limpie­za de los espacios y de los objetos comunes que en la delas personas y los cuerpos. Dominan las menciones ala ropa de cocina y de las capillas, así como a diversosutensilios y San Benito es más explícito en lo que aellos toc; que en lo que respecta a cualq~ier ?troobjeto: «Se reprenderá al que muestre negligenCia osuciedad en el manejo de los' muebles del monaste­rio» 43. Parece que el cuerpo no se considera más queindirectamente a través de las cosas que toca, los

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lugares por los que pasa y las herramientas queemplea, como si la atención se deslizase por las super­ficies. La evocación repetida de ciertos objetos sólo esindicio de la orientación de la mirada: «Los encarga­dos del servicio semanal no tendrán reparos en limpiartodos los ataques de la suciedad, sobre todo en elinterior del monasterio, así como las manchas delhollín de las calderas y del alquitrán [sic], sin contar elcalor del fuego y las diversas suciedades de la coci­na» 44.

Se deja en silencio el verdadero espacio íntimo delcuerpo: universo de objetos en el que las fronteras sedetienen en las envolturas del vestido. En el caso delas comunidades religiosas, el valor que se atribuye atales vestiduras depende mucho más de su decenciaque de su riqueza: colores grises y unidos, túnicaslargas y cerradas. Las lineas y los materiales obedecena los criterios de la modestia. No se puede concebir eluso de pieles ni de lanas preciosas. Pero de lo que setrata siempre es de superficie: «Si un hermano muestracierta coquetería y una excesiva complacencia haciasu presentación, inmediatamente los prebostes le qui­tan lo que tiene y se lo dan a otro» 45. Lo que atrae lamirada es siempre y únicamente la forma y el aspectode la envoltura.

La distancia que va de los monjes benedictinos alos nobles parisinos es inmensa. El voto de pobreza esexcluyente de la multiplicidad de las lanas costosas. Eltraje es aquí el símbolo de una total disparidad social.Sin embargo, hay ciertas similitudes decisivas: unamisma atención a los rostros y a las manos, una mismapolarización hacia los signos de la vestimenta, unamisma ausencia de referencia sobre la existencia posi­ble de un espacio íntimo dan a la limpieza una conste­lación de normas semejantes: esencialmente sociales;sus objetos corporales son básicamente visibles.

Los dispositivos adoptados por otras comunidadespermiten que se mida mejor aún la coherencia de estaspolarizaciones. En el hospital, por ejemplo, en donde

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se amontonan y mueren los pobres, hay una limpiezapresente. Pero no se trata precisamente de la de loscuerpos desnudos, apretados unas contra otros enpequeñas superficies. Los cuerpos siguen estando ocul­tos, acumulados entre vestiduras y sábanas. Cuandoingresan, las manos hospitalarias no tocan a los po­bres más que para colocarlos unos junto a otros,después de darles la confesión cristiana que simbolizasu nueva pertenencia: «Antes de que lleven a la cama,al enfermo se hará que se confiese o que lo acerquen[sic] al altar ... y enseguida, si fuera menester, se lellevará el cuerpo de nuestro señor devota y honesta­mente, con gran reverencia [...]. Y enseguida se leconducirá al lecho» 46. La recepción sigue siendo mo­ral y no se evoca aquí la limpieza cuando se habla deestos sufrimientos pronto juxtapuestos. En último ex­tremo, lo que interesa aquí es el espacio. Las cuentasenumeran a principios del siglo xv las escobas «que sedistribuyen cada sábado» 47 Y se reparten según laszonas del hospital. Esta limpieza, en realidad, es evo­cada más que descrita, pero su estrategia no puede serla de la compartimentación: se trata, por lo menos enlo que toca a las instituciones que viven de las limos­nas o de las iniciativas privadas, de rechazar el amon­tonamiento más que de «limpiar». En 1413 se reservatodavía una cuenta en el Hótel-Dieu de París para quese mate a los perros que andan errantes por lashabitaciones y duermen bajo las camas. Treinta y seis«perros ladrones que se pasean por entre los lechos delos enfermos» serán así ejecutados. Luchar contra elamontonamiento; contener el desorden' antes de que seaimaginable una verdadera limpieza de los cuerpos 48.

Semejante problema no se limita, claro está, a lasinstituciones hospitalarias. Por ejemplo, las observa­ciones que, en los reglamentos de los colegios de lossiglos XIV Y XV, pueden evocar más o menos directa­mente la «limpieza» tratan primero de la acumulaciónde los desperdicios. Impedir que invadan el espacio,rechazar el amontonamiento: «Que nadie eche inmun-

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dicias en el patio, en los lavaderos, ante las puertas oante la entrada trasera de la casa» 4". Estos reglamen­tos no se preocupan en detallar el ritmo de los lavados,pues su mayor problema es abrir paso y detener lasacumulaciones. La limpieza se refiere al espacio y alos desperdicios: «Que nadie arroje inmundicias con­tra las paredes de la casa excepto en los lugaresprevistos» 50. No se habla aquí de limpieza corporalíntima, por ejemplo de la que podría escapar a lamirada, de la que se tratará más tarde en la mismacategoría de documentos. El uniforme de los colegialesrespeta, al contrario, la decencia formal.

El mismo problema se plantea para el espaciourbano: también se trata aquí de rechazar el amonto­namiento más que de limpiar. Lo esencial es liberarunas superficies que siempre corren peligro, evacuarel suelo transportando la basura. «Desembarazar» es,primero, transportar. Pero la ausencia de pavimento,la anarquía de los desagües, la estrechez de las callesson otros tantos obstáculos. El cinturón de piedra- querodea las ciudades también contribuye a que todaevacuación sea difícil. Los arroyos se estancan y loslodos se amontonan. La única estrategía consiste enrechazar la acumulación de las inmundicias y de losdesechos. No se tratará, por ejemplo, de establecer unsistema de pozos negros o una circulación de las aguasusadas, sino de hacer que los propietarios «retiren loslodos» 51. No se tratará de crear una red de desagües,sino de llevar pacientemente los desechos hasta losríos o hasta los vertederos. Finalmente, no se trata delavar sino de llevar. Los baños son vecinos de estosamontonamientos mal dominados.

Todas estas dificultades son aún mayores, porqueexisten letrinas privadas y públicas. Casi todas lasletrinas privadas, muy escasas, poseen pozos negros alaire libre: tablas colgadas, con frecuencia entre doscasas, como las de Nápoles que describe el Decameróncuando Andreuccio, el joven tratante de ganado, secae de la tabla de un excusado elevado precipitándose

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a la alcantarilla ante los ojos de los transeúntes 62. Lasletrinas públicas son iguales. Cuando no se han insta­lado en los ríos, terminan apestando sectores enterosde la población: «Por la misma fuerza de las cosas, lo~sburgueses se ven obligados entonces a hacer sus neces,­dades y suciedades en cualquier lado y arrojar lasaguas en el interior de las torres o de las caseta~de losvigilantes o, en los callejones menos frecuentados, enlos porches de los particulares» 53.

El pavimento de las calles o la reglamentación más'severa de la recogida de la basura no transformanestos dispositivos. «Sólo» a fines del siglo XIV sepavimenta la plaza Maubert para facilitar la evacua­ción de los fangos. Las razones que se evocan parajustificar esta medida son clara mue~trad,e l~s mezclasque allí se realizaban: «Hemos recibido súplicas de losvecinos de la plaza Maubert y alrededores en las quese dice que, como en esta plaza había estiércol y otrasbasuras que molestaban a los vecinos e impedían quese llevaran a ellas artículos y mercancías para vender[oo.], se ha vaciado y limpiado est~ plaza y luego se ~~pavimentado a expensas de dichos habitantes» .También a fines del siglo XIV se amenaza a los veCInOSde París con una multa de 60 sueldos y hasta con lacárcel si no mandan «quitar y llevar a los lugaresacostumbrados [...1las basuras e inmundicias infecta­das o corrompidas que hay delante de sus casas» 65.

Finalmente, en 1461 los ediles de Amiens deliberanpara crear un krvicio de volquetes encargados de larecogida de la basura.

Este paisaje urbano, en el que se amontonan fangosy desperdicios, no explica sólo por sí mismo el porquéde los criteríos de limpieza que imperan en la EdadMedia, pero al menos explica la razón de las luch~sque emprendieron ciertas instituciones para conseguiruna «limpieza» colectiva. Y también subraya el esfuer­zo de la lucha constante y parcialmente impotentecontra la acumulación. Nos es forzoso encontrar unsentido a esos reglamentos de hospitales y colegios

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que casi silencian los principios de una limpieza corpo­ral y que, sm embargo, conceden mucha importanciaal alejamiento necesario de inmundicias y fangos 56.

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LA PIEL Y LA BLANCURADE LA ROPA INTERIOR

A mediados del siglo XVI, en una novela de Bona­venture des Périers, un señor trata de encontrar unsubterfugio para pegarle a un muchacho. Quiere con­vencerlo de que se desnude para engañarlo y quizáhumillarlo más. Como el atolondrado acaba de inte­rrumpir una de sus numerosas partidas de pelota, loconduce a la barbería cercana. Habla de manerapaternal: «Compadre, por favor, présteme una camisapara un chico que está empapado de sudor y dele unpequeño frotamiento [sic]» El compadre es su cómpli­ce: «Meten a Fouquet en la trastienda y hacen que sedesnude al amor de la lumbre que habían encendidopara que todo pareciera más verídico. Y, durante estetiempo, se estaban preparando las varas para el pobreFouquet que hubiera prescindido de buena gana decamisa blanca» ': la historia no tiene-por sí mismaninguna importancia, ya ~e es la ilustración de unabien sabida rudeza. Pero es más significativo paranuestro propósito el «pretexto» que pone en escena,incluso si es marginal en el episodio: parece naturalque haya cambio de camisa al fin de una partida depelota, tanto como parece natural no utilizar' aguapara quitar la transpiración. El mismo barbero, en estecaso, no lava. Lo que sustituye al lavado es el cambiode camisa. El acto, sin ser totalmente banal, puesto

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que le es necesario a Fouquet recurrir a una tercerapersona,.es bastante corriente. Por ejemplo, en Rabe­lais la~ circunstancias son diferentes, aunque los actosson idénticos: «Después del juego de pelota nos refres­camos ante una clara lumbre y cambiamos de camisa ycomemos con ganas, pero más se divierten los que hanganado» 2. El desplazamiento es esencial en el sigloXVI. la ropa ya no tIe~e la misma condición y su mudaregular se va convirtiendo en regla de limpieza.

Ropa blanca y sudor

La regla se extiende a otras situaciones familiares.La sensaClOn de sudor provoca el cambio de ropa: «Siun hombre ha su~ado al trabajar, parece correcto quese cambie 1,,: camisa mcon.tmenti» 3. Lo que «lava» esla. ropa. Casi se puede decir que enjugado significa lomIsmo. que ablución. La limpieza está enteramentecontenida en este ademán y también se refiere a laspartes del cuerpo que no se Ven.

Parece que este texto del siglo XVI corresponde aun le~to .~umento de las autoimposiciones: de unasocialización de los espacios corporales que escapan aI~ .mirada, Se trata de una sensibilidad totalmentefísica e.n la que la incomodidad que llega a formularses~gue SIendo ~~rsonal y, en cierto sentido, íntima: unaSImple sensaclOnla.hac.e, aparecer. Es ella la que estáso?,etIda a la socialización y la que toma en considera.cion Joubert cuando, en 1578, intenta enderezar «loser:ores populares», haciendo que lleguen a un públicomas. amplio las normas que se han impuesto en losmedios ,refinados. El ca~bio de ropa interior se expre­8~ en ter?,mos de sensibilidad: «Tanto que, si uno sefija, vera que está. todo renovado, rejuvenecido yreforzado tras cambiar de ropa interior y de traje,como SI 4ello renovase nues~ras mentes y el calornatural- . Montalg?e es quien, sin duda, consigueevocar de manera mas clara esta sensibilidad que se ha

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ido convirtiendo en costumbre. Lo hace con una fuerzaya adquirida que forma con él parte de costumbres queya se han impuesto y que intervienen sencillamente enla vida cotidiana, entre otros comportamientos tam­bién habituales: «No puedo ni dormir durante el día, nihacer una colación entre las comidas [Oo.], ni soportarmi sudor [...] y prescindiría con el mismo desagrado demis guantes que de mi camisa y de lavarme al salir dela mesa y al levantarme y del dosel de mi cama, como,de otras cosas muy necesarias» 5. Tal yuxtaposiciónpuede dar una impresión de confusión. Pero es fácilver en ella la importancia que tiene el lavado de lasmanos y adivinar que el cambio de camisa se haconvertido en un acto decisivo de la limpieza corporal.

Los preceptos también cambian, como lo muestra eldiálogo entre la sirvienta y el estudiante en los colo­quios de Vives, en 1575, en los que la sirvienta pregun­ta por la blancura de la ropa interior, después de lasablucíones matutinas realizadas rápidamente: «Ma­nuel, ¿queréis una camisa blanca?» «No la necesitoahora, porque ésta no está demasiado sucia. Ya tomaréotra mañana. Dadme el jubón» 6. Si la respuesta delmuchacho, en estos coloquios escritos con objetivopedagógico, revela la relatividad de esta blancura y lalenta instalación de los ritmos que llevan a ella,también revela, sin duda alguna, que la ceremonia delevantarse de la cama ha cambiado. No es que hayaque renovar la camisa cada día, pero sí que ahora ya esalgo que se toma en cuenta. Un elemento jlUplementa­rio hace que funcione la norma: la camisá ha rebasadola superficie del traje, dejando imaginar, indirecta­mente pero con claridad, una física <1e1 cuerpo. Es algoque supone una sensibilidad que ya no es sólo la de lamirada. Cambiar de ropa interior es también limpiar lapiel, incluso cuando la mano que limpia no toca estamisma piel.

Se ha instalado un principio duradero. La limpiezaen la Francia clásica, por ejemplo, no tendrá otrocriterio. El cambio de ropa blanca hace que desaparez-

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ca la mugre, consiguiendo una intimidad del cuerpo.El efecto es comparable al del agua e incluso es másseguro y, sobre todo, menos «peligroso». A las inquie­tudes que suscita el baño se suma la certidumbre de suinutilidad. La ropa interior absorbe transpiración eimpurezas y mudarse es, en el fondo, lavarse. Lostextos de higiene tratan de explicar laboriosamente loque en la aristocracia y la burguesía se ha convertidoen una sensibilidad compartida: la ropa blanca seimpregna de mugre y la camisa se convierte en esponjay «limpia»: «Se sabe por qué la ropa blanca aleja latranspiración de nuestros cuerpos, pues los sudoresson oleaginosos o salados, y empapan estas plantasmuertas (la ropa blanca) como los abonos que estáncompuestos de estas mismas sustancias» 7. Fórmulademasiado sabia para ilustrar una práctica que puedeexistir sin ella. El higienista comenta aquí lo que yahan inventado las costumbres, y añade, en el mejor delos casos, el juego de sus metáforas y de su lengua«seria». En cualquier caso, la ropa interior se conside­ra portadora de toda limpieza: «Como la ropa blancapurifica los cuerpos, también los aligera y hace que losexcrementos y las materias de la grasa se exhalen másfácilmente para adherirse a ella» 8. Es ella la que hatransformado la higiene moderna hasta el punto deque toda comparación con los antiguos parece inútilen el mismo momento. Cuando Savot, en su libro de1626 sobre la construcción de palacios, moradas yhoteles particulares, considera la existencia posible delos baños en comparación con ciertas construccionesantiguas, no cabe ninguna duda a sus ojos: «Podemosprescindir de ellos más fácilmente que los antiguos acausa de la utilización de la ropa interior que tenemos,que nos sirve hoy para mantener limpio el cuerpo, máscómodamente de lo que podían hacerlo los baños devapor y de agua para los antiguos que estaban priva­dos de la utilización y comodidad de la ropa interior» 9.

Se empieza a afincar la certidumbre de que la ropa esprueba de la originalidad de los «modernos», y de su

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limpieza, testigo directo y «suficiente» de su refina­miento. Incluso sería, en definitiva, el mejor testigo, ypara Perrault en 1688 sería nada menos que el últimotoque de la grandeza «moderna»: «Si queremos, pode­mos hacer grandes baños, pero la limpieza y la abun­dancia de nuestra ropa valen más que todos los bañosdel mundo» 10.

Está claro aquí que el rechazo explícito y conscien­te del baño, lejos de corresponder a un retroceso de la'norma es, al contrario, paralelo a su crecimiento.Exigencias y controles han ido aumentando y van másallá que la apariencia primera. Se van saliendo lenta­mente de las apariencias de la indumentaria sin serdemasiado impositivas, sin embargo, como para hacerobligatoria una utilización del agua. Es igualmenteclaro que tal norma constituye una nueva figura quepuede describirse como una forma: se va acercando lomás posible a la piel sin tocarla verdaderamente. No esmás que un momento en una larga dinámica temporal,cuyo vector se deja adivinar ya: paso de lo más externoa lo más íntimo, de lo más visible a lo menos visible. Elinterés por la ropa parece corresponder a una formatransitoria que se inscribe en una trayectoria; lasuperficie de la piel sólo se toma en consideraciónindirectamente. Con esta norma, sea como sea, cam­bian muchos puntos de referencia. El «anverso» deltraje tiene una presencia y desempeña un papel que notenía antes; hablar de él es ahora hablar también de loque recubre. Tratar de él es ahora un signo del aseodel cuerpo, marca la observación de la; regla o ladesidia. La frontera que existe entre la vigilancia y lanegligencia se ha ido desplazando. Si"'-ay una limpie­za, en cualquier caso se trata de la de la ropa y, sobretodo, es por ella por donde transita;

Ropa y mirada

Estas transformaciones adquieren todo su sentidocon otra transformación decisiva: la reestructuración

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del vestido. La insistencia con la que se habla d Iblanc~ra de las camisas y de su frecuente cambiZ e:también contemporánea del nuevo lugar que ocu ancon respecto al resto de la indumentaria. Porque; enefecto" ahora se han convertido en signos visibles. Yano .estan escondidas bajo el traje. La desaparición deltraje largo de la Edad Media, sustituido por el traie~orto en la segunda mitad del siglo xv, va acompañada

e un msenslble desplazamiento de la .b I h camisa queso resa e a ora en el cuello y en los puños Hastaento.nces estaba escondida, pero su presencia p~onto seempieza a observar.

De manera aproximada se pueden seguir las diver­sas etapas de este desplazamiento por la observaciónde clerto~ puntos de, referencia, Les Heures d'EtienneChevaher , que pmto Fouquet entre 1440 y 1480 d .v~r .Ia ruptura inicial: el rey mago en la p~in':~~~mlmatura, está arrodillado ante la Virgen' sus rasgson los de Carlos VII; lleva calzas y jubó~; pero es~=parte superior del traje lleva guarniciones y forro depieles, como los trajes de la Edad Medí '1 I'1 b laYSOoaspie es so resalen del paño 11 Por I trar-i It d . . . e con rano, osre ratos e Belhm -por ejemplo el dI'd 12· , e Joven sena-or , posterior a 1480-- dejan ver el fino ribete

blanco de la caml~a que contrasta, a la altura delcuello, con el colondo del j'ubón Lo mismoI . d M '. . ocurre Cone joven e emlmg, pmtado a fines del siglo xv 13 yc~ms: la. serie de los Clouet, de principios del XVI 14

sien o ~~ ejemplo más completo el del Francisco 1 delLouvre ,en el cual sobresale la camisa a la altura delP~cho y en las .ma?gas, asomándose por entre las finas

da elrturas del jubón, como para acentuar la presenciae o que envuelve.

La can:i~~ que ~e ve, la que revela muy precisamen­te la co~dlClOnde mtermediario entre la piel y el pañopuede ejercer diversas funciones. Su blancura es glo-

* Las horas de Etienne Chevalier.

La piel y la blancura de la ropa interior I '7

balmente, claro está, un signo de limpieza indumenta­ria. Esta última cualidad se añade a la de la riqueza ode la decencia, que hasta entonces tenían prioridad.La camisa permite, además, realizar combinacionesdiversas entre los materiales y entre los coloridos,aumentando así la diversidad del atuendo. El traje seenriquece al componerse de capas sucesivas. Contras­tes y alianzas hallan un terreno más complejo y másabierto, puesto que a la variedad de los tonos se añadela de los tejidos. Pero la ropa blanca permite sobretodo que se defina un juego sobre las profundidadesdel vestido. Es un testigo de lo que está «debajo». Conella, la presencia de la piel queda como delegada en lasuperficie del traje. Lo que está oculto se muestra yhace que lo que no se ve aparezca como parcialmentevisible. La tela que toca la piel se convierte en untestigo discreto o insistente que se encuentra en laslindes del traje y que «revela» lo que el traje recubre.La ropa blanca es, en este caso, testimonio de unaparticular limpieza: la limpieza del interior. Se ha idoañadiendo una cualidad que permite, además, evocarla intimidad.

A partir del siglo XVI la ropa blanca se convierte enel objeto de una doble referencia: la de la sensación,que tolera difícilmente la presencia de la transpira­ción y la de la mirada, que valora a través de lablancura de las camisas la limpieza de la persona. Enla práctica social los dos temas están vinculados:cuellos y puños se convierten en una objetivación delo íntimo. Cuando se evoca la limpieza corporal, serefiere uno a ellos. A Brant6me, por ejemplo, le sor­prende la rusticidad de los militares-que van por lascarreteras después de las guerras de religión. Suaspecto le parece grosero; son toscos, víctimas conde­nadas a la brutalidad y a las exacciones. Sus moví­mientos son inestables, mal controlados, violentos amenudo. Su fracaso produce inquietud, su suciedadrepele. Brant6me encuentra que es un signo; pero no setrata evidentemente de decir que no se lavan, puesto

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que es ésta una cuestión que no se plantea en talestér!fiinos. Sólo la ropa tiene sentido: «y sabe Dios que,umformados y vestidos como salteadores de caminoscomo s~ decía en aquellos tiempos, sin preocuparse d~la limpiszn, Iban vestidos con camisas de franjas ygrandes mangas que no se cambiaban durante dos otres meses [...J, mostraban el pecho, peludo y descu­bierto» 16. Fácil es medir la distancia que hay entre laironía de Jehan de París, cuando evoca a los viajerosingleses, un siglo antes, y la de Brantóme. Jehan deParís valoraba la presentación apreciando el lujo y lalozanía de los materiales indumentarios, entre los quese tenía que imponer la riqueza y el brillo de las pieles.Los valores nobles o burgueses tenían a este respectoun solo registro, Brantóme observa índices más nume­roso~, visibles y menos visibles a la par. La limpieza seconviarts con él en un atributo explícito de la delatuendo, calificándolo y proporcionando otras indica­ciones: Brantóme, con el aseo de la ropa, imagina unaseo del cuerpo. La limpieza de la camisa posee unsentido más amplio que la del solo tejido. Tiene,además, una vertiente «interior», al mismo tiempo quecompleta las cualidades del vestido hasta entonceslimitadas a la riqueza y, para los pobres, a la decencia.

Por tanto, la limpieza ha ido más allá de la aparien­cia indumentaria, pero, al mismo tiempo, esta aparien­c~a si~u.e siendo el eje de la atención, aunque ha idodiversificando sus cualidades y sus significados. Loque está bajo el traje ha reestructurado los puntos dereferencia. Se ve cómo esta limpieza sigue siendoampliamente social. Ni siquiera fue nunca tan «visi­ble». Bajo esta forma, finalmente, abre un campo derefinamientos a una sociedad palaciega de un nuevotipo: aquélla en la que aparece el cortesano. Estaclase, muy centralizada, que vive permanentementealrededor del rey halla así un criterio suplementariode la distinción. En el mismo momento en que seorganiza esta nebulosa que rodea al soberano con sured de relaciones, de esperas, de vigilancias; en el

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momento también en el que se acentúan con ella eldecoro y la compostura, la ropa interior se convierteen el objeto de estas nuevas precauciones. Con elinvento de la etiqueta se convierte en signo privilegia­do de finura, subrayando los buenos modales. Signomás explotable, además, porque posee un sentido casisimbólico: su materialización visible abarca un espec­tro que va desde la nitidez del traje hasta la delcuerpo. La apariencia tiene, pues, más valores que­antes; subraya los criterios de limpieza y permite,desde este punto de vista, sugerir lo que no se debe ver.En cualquier caso, a través de ella se amplía el campoy las normas de las limpiezas.

Los tratados del savoir-vivre, que se inspiran preci­samente en las prácticas de la corte, repetirán estaanalogía con insistencia creciente durante los siglosXVI y XVII; la limpieza de la ropa equivale a la de todala persona. Es, con la calidad de cortesano, SIgnodistintivo del hombre distinguido: «Conviene tener lamejor y más fina ropa interior que se pueda hallar;nunca se es demasiado curioso de lo que esté tan cercade la persona» 17. El cortesano, según Faret, debeconsagrarle todos sus cuidados. Blancura obligada,incluso si el conjunto no es suntuoso. Los trajesrecargados, las riquezas ostentosas de las pieles desa­parecen ante la fineza elaborada de la blanc.ura: «Bas­ta con que tenga siempre bella ropa interior y muyblanca» 18. También es éste el criterio esencial enmadame de Maintenon cuando habla de la presenta­ción. La limpieza de sus alumnas está resumida en lade su ropa. Con el cabello y las manos es el único temade aseo personal que se aborda en Saint-qyr. Encualquier caso, es el único que deben vigilar lasmaestras: «Les aseguro que nada sería más inoportunoque verlas a ustedes bien traj eadas, .con bella ropainterior, mientras que ellas van SUCIas y descuida­das» 19. Si hay una «suciedad» del cuerpo, se suponeque sólo la llevan estos objetos. No tiene presenciaalguna fuera de ellos y no se observa más que en ellos,

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que I?- hac;n concreta. Así, el papel que representanya mas ~lla de las apariencias e intervenir en ellos esmter."emr en lo que está a la vista y en lo que no se ve.

Fmalmente, las cuentas y los inventarios dan fe asu m~nera, de las nuevas orientaciones. El cambio 'seefectua, realmente, a partir del siglo XVI. Un recuentode los gastos en vestimenta de la corte de los Valoisen 1561, bastaría por sí solo para mostrar la importan:cia de estas transformaciones. Se trata de los gastosdel. duque de Anjou, hermano del rey: compra detejidos, de cueros o de pieles, a los que se añade elpago de los artesanos que realízan los atuendos delduque, el futuro E.nrique III. Una aparente continui­dad con _el contemdo de las cuentas antiguas podríaser enganosa: los trajes forrados de marta o de lincelos Jubones de terciopelo, los tejidos forrados de sedablanca SIguen siendo numerosos, incluso si en lo quetoca a la ropa interior aparecen con mucha mayorfrecu;ncla los materiales ligeros, como el raso o eltafetan. La gran novedad se halla en el reparto de losgast?s: los de la ropa interior son superiores a losdemas. El «Iencern» Pierre Amar es el más beneficia­do: pues reCI?e por compras y trabajos de confecciónmas de dos mil libras; más de lo que recibe el sastre, elbordado.r y el zapatero. Incluso se fabrican especial­~ent~ CIertos «linos» utilizados para «envolver la ropainterior de monseñor» 20. Esta cuenta es un buenresul1}en de las. nuevas fórmulas indumentarias: elmteres que despierta la lencería se confiesa abierta­mente, se ve y hasta sobrepasa, en algunos casos al deotros gastos de tejidos. '

Más modestas, pero igualmente significativas son~as cuentas de. un joven noble bretón de la mismaepoca. Se mencionan en ellas las compras de lencería,con su destI?o y su precio, a lo que se añade el preciode confección. En promedio anual, le hacen cuatrocamisas de lino, entre 1573 y 1577. Incluso se lasmandan desde Bretaña cuando el joven señor de Lanu­zouarn mgresa en 1576 en un colegio parisiense 21.

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Es evidente que los inventarios pueden proporcio­nar otros matices. A principios del siglo XVI, porejemplo, las camisas aún siguen siendo objetos disper­sos, a veces raros, incluso en las casas de la nobleza,mientras que manteles y piezas de tela se puedencontar por centenares. Así ocurre en el castillo deHallincourt, por ejemplo, en donde el inventario hechoa la muerte de Pierre le Gendre, en 1512, señala doscamisas de lino entre baúles de telas finas, manteles,sábanas y piezas diversas. El recuento que se hace a lamuerte de Jeanne d'Albret, en 1514, ya nos da otraimagen; al lado de algunas prendas de ropa interior,anotadas de cuando en cuando, hay un baúl de cami­sas: «Cierto número de camisas para uso de dichaseñorita, con algunos cinturones» 22. Y las cantidadesvan aumentando durante el siglo XVI, al final del cuallas camisas de Gabrielle d'Estrées, en el palacio deMonceau, «no se pueden contar» 23. Extrema finura dela ropa interior de Enrique IV, cuya rudeza se haconvertido en un tópico de la historia, al que acusanmadame de Verneuil y muchas más de «apestar comouna carroña» 24. Las camisas de Enrique, que reclamaespecialmente Luis XIII, se cuentan por decenas y«son de finas telas bordadas con hilos de oro y de seda,con puños, cuellos y costuras de variados colores» 25.

Los inventarios ·cambian de estructura hacia me­diados del siglo XVI y permiten quizá que apreciemosmás que antes la organización de cada misión, sugi­riendo a veces una verdadera reconstrucción topológi­ca. Pero, sobre todo, reúnen los objetos y los agrupanpor categorías, subrayando la nueva importancia dealgunos de ellos. Por ejemplo, la ropa blanca se menociona siempre por separado, después del párrafo que seconsagra al vestido, lo que confirma su presenciaespecífica. Y las camisas se cuentan por series, lo queconfirma que son mucho más numerosas. Finalmente,las camisas tocan ya a un público más diverso. En 1570el mercero parisino Cramoisy deja al morir, con varios«trajes de hombre» y otros «de mujer», un «baúl de

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madera de encina» con ropa interior: dieciocho cami­sas, doce de las cuales de tejido de lino 26. Pero ya haytreinta y dos camisas de lino, doce de las cuales«encañonadas», en casa del médico parisino J eanLemoignon, en 1556, y treinta y cuatro en la de sucolega Geoffroy Granger, en 1567 27 • Las cifras siguenoscilando hasta el siglo XVII. Por ejemplo, diez camisasen casa de la marquesa de los Baux, en 1580 2 8 •

Después se estabilizan: una treintena de camisas en lascasas aristocráticas y burguesas. Treinta, a la muertede Moliere, en 1672, treinta a la de Racine, en 1699,treinta y seis, finalmente, «finas y suaves», en casa delpreboste de Anjou, señor de Varennes, en 16832 9 • Pero,sin embargo, lo que importa ya no está en las cifras.

Frecuencias

La ropa interior se maneja, se quita, se lava.Cuentas e inventarios sólo tienen valor indicativo ymuestran que las cantidades disponibles se han acre­centado de manera sensible desde mediados del sigloXVI en las casas de los que dictan las normas o en lasde sus allegados. Pero hay que estudiar el ritmo conque se mudan y se renuevan estos tejidos ya visibles, yla corte sigue siendo el mejor lugar para ello. CuandoArbus Thomas, con L 'Isle des Hermaphrodites, en 1580,critica a los familiares de Enrique IIl, condena demanera implícita la conducta del príncipe, pero tam­bién describe las costumbres indumentarias, indepen­dientes de dicha conducta. En particular, el asombroque provoca en él la muda cotidiana de la camisa esprueba de la novedad de dicha práctica tanto como laresistencia que provoca en los medios extraños a lacorte. El refinamiento de las costumbres se considerapor estos medios como una muestra de blandura yhasta de debilidad, lo que provoca en Arbus Thomascomentarios realmente exuberantes sobre tal ropa quecon tanta frecuencia se muda, en lo que el autor no ve

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más que extraña delicadeza o extremada sensibilidad.Pero también se trata de algo así como una manera derevelar que la norma está en plena mutación: «Vivenir a otro criado que llevaba en las manos unacamisa en la que se veían, en el cuerpo y en lasmangas, numerosos bordados, pero ante el temor deque hirieran la delicadeza de la piel del que debíaponérsela [...] la habían forrado con un tejido muysuave [...]. Por lo que luego supe, siempre se estáncambiando de camisa en ese país, de día y de noche, yhay quienes no se ponen nunca dos veces la mismacamisa, pues no pueden soportar que lo que debatocarles haya sido lavado» 30 Parece que en la corte lamuda sea casi cotidiana desde fines del siglo XVI. Elfenómeno es particularmente sensible cuando ciertascircunstancias obstaculizan esta costumbre. Brichau­teau, joven capitán de caza del rey, va a Ollainville enagosto de 1606 para entrevistarse brevemente conEnrique IV y dice que no puede quedarse ni una nocheporque no lleva ni muda ni camisón (lo que, de paso,confirma la utilización de esta última prenda, así comosu frecuente cambio en la aristocracia) 31. Privarse deropa interior es semejante a lo que mucho más tardeserá privarse de abluciones: sentimiento velado o im­plícito de incomodidad, recurso para mantener cuestelo que cueste un decoro que parece amenazado, de loque son ilustración guerras o accidentes: en 1649,durante la fronda parlamentaria, mademoiselle deMontpensier tuvo que huir del Louvre con tanta prisaque no pudo llevarse los baúles. En Saint-Germain, endonde se refugia, todos los fugitivos, entre los cualesestá la reina, se hallan en las mismas condiciones. Yasí pasan diez días esperando que un coche, conducidoprudentemente por entre las líneas del ejército parisi­no le devuelva sus «comodidades». Mientras tanto,parece que sus costumbres están en un compromiso, apesar de lo cual las mantiene y juzga que el episodio essuficientemente doloroso como para escribirlo escru­pulosamente: «No tenía ropa de recambio y me tenían

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que lavar el camisón durante el día y la camisadurante la noche» 32. Incluso la avaricia del señor deLouvigny, de la que se burla Tallemant, se inclina antela limpieza cotidiana: «Era tal la miseria de sus trajesque nunca hubo otra igual [...]. Sólo tenía una camisay una gola y había que lavárselas todos los días» 33.

Durante el siglo XVII el ejemplo real constituye,con toda evidencia, la norma más importante, a la quetodos intentan aproximarse, que todos imitan más queexhaustivamente y que, en cualquier caso, siempre esindicativa. Por ejemplo, está claro que el ceremonialque acompaña al rey en el momento de levantarse nose limita sólo a una demostración teatral de las jerar­quías, incluso cuando su primera finalidad sea elespectáculo. La etiqueta que instalan los Valois, conun código preciso que designa el rango de los únicosque tienen derecho a presentar la camisa al rey, estambién signo de la distinción y de la «limpieza»reales. Con Luis XIV, por ejemplo, el ceremonial vaprecedido de una acción que subraya cuán denso designificados puede ser el acto de presentar la ropa, a lavez que la limpieza queda casi limitada a él: «A lasocho, el primer ayuda de cámara de servicio, que habíadormido en la alcoba del rey y que ya se había vestido,lo despertaba. Al mismo tiempo entraban el primermédico, el primer cirujano y el ama, mientras vivió.Ella le daba un beso; los otros le daban friegas y solíancambiarle de camisa, porque tenía cierta propensión asudan> 34. Cuidados que excluían el uso del agua. Sinembargo, se cambia la camisa del rey incluso antes deque le den la del día. Lo que significa que hay doscamisas para la noche y que los ritmos se aceleran.Aunque los del día se aceleran aún más. El rey secambia de ropa al regreso del paseo o de la caza, aveces hasta cuando deja una actividad para consagrar­se a otra, lo que multiplica el uso de la ropa interior:«Estos cambios de ropa, sombreros, zapatos, pelucas yhasta de camisa, dos o tres veces por día, eran laconsecuencia de lo que le gustaba al rey su comodidad

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y del temor a sentirse indispuesto» 3S. Lo que especuliar es la estructura de la norma que posee supropia fuerza. La ausencia .casi total de~ baño noimpide que haya una refereI.'cIa a las sen~acIOnesde lapiel y al malestar que dichas sensaCIOnes puedenocasionar. Las respuestas sugieren una sensibilidadque influye constantemente en la vida coti~iana y quehasta aplica un código con asombroso rigor: todasestas prácticas están influidas por lB; ,blancur~ de la ­ropa interior reforzada por una relación pecuhar conel sudor. Parece que el rey lleva esta lógica hasta elfin. La norma moviliza domesticidad, tiempo y objetos,exactamente igual que el lujo. Y el conjunto es tantomás importante por cuanto la limpieza se alía aquí conla ostentación de la vestimenta. Existe por ella y, a lavez la acrecienta y, en cualquier caso, funciona comoella con sus costes, sus servicios y sus símbolos.

Pero el ejemplo es importante también porque

Parece que se ha llegado a un punto extremo. ¿Cómo. '? E 1pensar en que pueda haber mayores eXIgencIas. . n ~

práctica, sólo se trata de una etapa. y no se nacasitaramucho tiempo para que tales eXIg~ncIasparezcan muyrelativas. Bastará con que cambien los criterios. Nobastará, por ejemplo, con acelerar aún más el ritmo .dela muda de ropa. En este caso el ejemplo real permiteque se comprenda mejor d, cambio f~turo. Si la normase ha hecho ahora más dIfICIl de aplicar, no es porquelas referencias utilizadas por el código clásico sehayan complicado direct,,;mente, sino porque se ha?transformado. Su evolucIOn ha consistido en una di­versificación y en una complicación.

Juego de apariencias

De todos modos, la ropa interior desempei\.a unpapel centra! en ~ste mism~ código clásico. Su presen­cia se va extendiendo y dIverSIficando. La ~ombma­ción entre las prendas interiores y exterIOres del

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atuendo va a acrecentarse, en el siglo XVII, bajo lainfluencia de un conjunto de artificios. Varias prendasvan a adquirir autonomía multiplicando los elementosvisibles intermediarios entre el traje y la piel: lasesclavinas, que muestran hasta los hombros un cuelloindependiente de la camisa, las sobrecalzas que cuel­gan por encima de las botas, las vueltas de manga,también independientes, que suben hasta muy arribade las mangas. El que tales prendas se manejen y lavenpor separado revela, aún más, la voluntad de ilusión,como si hubiera una intención deliberada de prolongarla ropa interior, de aparecer al exterior, incluso si éstano conserva más que un vínculo artificial con laspartes ocultas. Ahora todos los márgenes del trajedejan salir tejidos suaves y estos tejidos se doblansobre él, lo recubren parcialmente, lo invaden. Lacamisa ya no aparece bajo el jubón, sino que sederrama y empieza a envolverlo. Ya no interviene pordebajo, sino que lo hace por la superficie. La ropainterior se expone, mucho más que en el siglo XVI, en elque sólo empieza a aparecer. En los grabados deAbraham Bosse, por ejemplo, el cuello que cae desdelos hombros ya no está muy lejos del puño, que se vaalejando de la muñeca. Lo blanco ya no se limita a losbordes, sino que se va extendiendo. La ropa interior semuestra con ostentación por encima del traje y seconvierte, por sí mismo, en un espectáculo. El agua­fuerte de 1640 sobre las tiendas de la galería delpalacio nos muestra que incluso el espectáculo semultiplica: está en el traje de los transeúntes y tam­bién está en las mercancías de los escaparates. Elatavío de los indolentes compradores es por sí solo unespectáculo: la ropa blanca ha multiplicado los nivelesy, al irse extendiendo, también ha ido recubriendo elpaño del traje. Tomando su origen en la piel, o supo­niendo que así es, esta tela se desborda por encima delos otros tejidos y crea dibujos destinados al placer delos ojos. Ahora, el aspecto de la intimidad se haconvertido en este signo totalmente externo, origen de

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una nueva capa del envoltorio, cuya relación con lapiel sigue siendo simbólica, sobre todo porque talesobjetos no tienen ningún contacto con ella, sino que seañaden y se separan, como postizos enganchados aldobladillo del traje. Como una vuelta que aplicarahasta el fin la lógica de lo visible, la ropa interior seconvierte, de hecho, en un elemento exterior. Sonestos itinerarios que se prosiguen por encima del trajeo del jubón los que atraen en parte la mirada.

Pero el espectáculo se halla también en las tiendasen las que cuellos, puños y sobrecalzas están expuestosen las paredes para que se puedan ver mejor y para queseduzcan más. Allí están, lindando con los estantes delas librerías: nobleza del lujo a dos pasos de las obrasde la cultura. Cajas decoradas, objetos colocados alre­dedor de los emblemas reales, la ropa interior esahora, realmente, algo noble, que exhibe, ampliamenteabierta al fondo de las tiendas, dibujos simétricos yestudiados. La ropa interior se expone, mostrando contales vecinos su definitiva promoción. Estos signos delcuerpo ya no son sino manchas blancas, finas y precio­sas, hechas para el adorno del traj e. Así colocadas,abiertas como abanicos, han quedado reducidas aaquello para lo que fueron hechas: ya no son sóloutensilios funcionales, sino objetos de gala, yuxtapoli.ción de objetos formales. En realidad, nos muestran,en estos tenderetes tan visitados, toda la ambigüedadde la ropa interior clásica.

Con ella se han ido desplazando todas las relacio­nes con el sudor y con el lado imaginario de unalimpieza de la piel. La ropa «lava» sin utilización deagua. Pero al mismo tiempo «muestra» y este últimopapel puede llegar a ser algo esencial. Los postizos noson más que una exposición de materias raras. Natu­ralmente se trata de tejidos finos y de blancura, perotambién de sutileza de las tramas. Al color se le añadela finura. El encaje, ribete de hilo que se arroja alvacío, más allá de la tela, crea desde el siglo XVI unnuevo material que va ganando terreno paulatinamen-

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98 I La ropa que lava

te por los puños y los cuellos, haciendo que lasprendas que, por lo que se supone, surgen de debajodel traje sean más aéreas. Ciertos retratos de princi­pios del siglo XVII son ejemplos extremos. El Principitode Le Nain 37, por ejemplo, o el Luis de Barbón, deMichel Lasne 38. Todas las superficies de la ropa estánllenas de calados. Los puntos se complican según unagran variedad de dibujos. Su finura añade un costosuplementario a la superficialidad. En este juego,finalmente, las encajeras flamencas, milanesas o vene­cianas son inigualables. Los personajes de Cornelis deVos 39, en particular, con sus largos puños, suaves yfinos hasta la transparencia, son testimonio del domi­nio de las encajeras de Amberes.

¿Puede sorprender que las leyes sobre objetos sun­tuarios, tras ocuparse de las pieles, se ocupen ahora delos bordados de hilos preciosos y de los encajes? Sóloellos, o casi, son índice de distinción y orientan el lujo.Los Estados generales de 1614 recomiendan que «sesupriman los pasamanos de encaje de Flandes o deMilán, los tejidos de la China y otras mercancíasinútiles que se traen desde todos los puntos de latierra, por medio de los cuales salen de nuestro reinocantidades de oro y de plata» 40. Las leyes suntuariastratan vaga y vanamente de contener estos gastos«ruinosos» y tratan, más sutilmente, de canalizar losmercados, evitando la quiebra de ciertas manufacturaso confecciones locales: rechazar aquí las labores de losartesanos flamencos o italianos que, desde el siglo XVI,imponen sus productos. Colbert, en su calidad deeconomista, preferirá instalar en el faubourg Saint­Antaine a doscientas encajeras de Hainaut y de Bra­bante, e instalar también en provincia una treinta deobreras venecianas, promoviendo así las técnicas y lostelares de Alencon,

Pero las leyes suntuarias son, sobre todo, leyesdiscriminatorias. La lucha contra el lujo es aquí unaparadójica manera de reservar el acceso a él. Se tratade detener toda mezcla social, de determinar las dis-

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tancias por medio del mismo traje, ~e cong;elar pormedio de la mirada un conjunto de jerarquías mdu­mentarias. Es preciso que se pueda distinguir siemprea «un gran señor, duque y conde de un soldado o de otrapersona que no posee más que la capa y la espadan?", Elrechazo de los encajes, a principios del siglo XVII, noconsigue sino seleccionar de manera más c.ompleta .elnúmero de aquellos que los llevan. Los t;aJes mantie­nen a cualquier costo su valor diferenciador. CIert?blanco puede ser muestra de di~tinción, lo qu~ co?fIr.ma pura y simplemente que la "~agen de la hmp}eza,que se ha ido elaborando paulatinamente a tra~es deesta arquitectura de la ropa interior, no ~ mas queuna imagen social. El cortesano que en el siglo XVII seabstiene de llevar encajes da a su acto un sentido muyclaro: cuando mademoiselle Saujon abandona el Lou­vre juzgando que la han despreciado y rechazado trassus' amores con el hermano del rey, deja allí susvestidos de gala, sus encajes y su refinada ropa mte­rior. Pero tal acto deja huellas: cuando regresa, unosmeses más tarde, tras aceptar el cargo que le propo~e

el rey mismo, la Saujon desea manifestar una vez mas,por la forma y la materia de su ropa mterIOr,. ,susdecepciones y sus rechazos pasados: «Se le OfreCIO elcargo de dama de honor de la reina, que aceptó y luegovolvió a ser como cualquiera otra, except~ que. sólo 8~

vestía de sarga y que sólo llevaba ropa interior um­da» 42. Situación trivial en el fondo, Saujon rechazaexplícitamente ciertos atributos del lujo y sabe darlo aentender.

Este rechazo es, a veces, aún más revelador. Elsigno se «interioriza». En su desgracia, madame deMontespan demuestra una mortificación que asombraa Saint-Simon, pues lleva CIl,CIOS y cmturones dealambre de espino y multiplica las limosnas, llegandoa fabricar ella misma los objetos para los pobres.Dignidad que demuestra su nobleza y, p~r el contrario,humildad que admite realizar un trabajo ma~ual. ~u

ropa interior esconde «camisas de la tela amarilla mas

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dura y más burda» 43. Claro está que las esconde bieny que el visitante no sabe nada, con lo que se salva elhonor, ya que lo contrario significaría un inmediatocambio de condición, lo que no cabe imaginar. Se tratade una mortificación secreta: cambio moral de laantigua «soberana», contricción más o menos afecta­da. Madame de Montespan sufre sin público, pero, sinembargo, lo que esconde conserva todo su sentido: elque tiene cierta «negrura». El cáñamo es para ellaenvilecedor porque es demasiado apagado y burdo:ponérselo es lo mismo que renunciar, pues es lo quelleva el pueblo y una parte de la burguesía: MagdalenaBéjart, compañera de Moliere, se «conforma» con lostejidos preciosos de «15 camisas de cáñamo, 7 de lascuales son blancas y 8 amarillas» 44 Hay un problemade precio, claro está. Las camisas finas de Isabel deTournon, de tela de lino, cuestan 8 libras cada una en1610, lo que equivale a quince jornadas de trabajo deun peón 45, Las que la reina encarga en 1642, alrededorde dos camisas mensuales, valen 7 libras 46. El cáñamoes más asequible: las camisas que se hacen con estatela cuestan a mediados del siglo unas 2 libras, elsalario de dos jornadas de sastre y de tres o cuatrojornadas de peón 47. Diferencias de costo que, claroestá, aumenta con los encajes que se le añaden.

Para madame de Montespan, el cáñamo es, pues, unequivalente del cilicio que envilece, es tosco y essombrío. Pero nos muestra indirectamente hasta quépunto la insistencia en la ropa blanca tiene un signifi­cado peculiar en el siglo XVII. Sólo el lino, por lamateria de que está hecho y por su modo de tejerlo,puede aspirar realmente a la blancura y sólo él tiene elsignificado de «limpieza». Evocar la ropa asociándolacon lo blanco es, pues, asociarla a una condición. Estalimpieza tiene, de repente, cierta tonalidad social ydistintiva. Cuando los tratados de urbanidad del sigloXVII insisten sobre la limpieza de la ropa, su cambio, sufinura, confunden ampliamente también materia ylimpieza. Se trata casi de lo mismo. El efecto del

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lavado y el efecto del material se confunden. Juntosproducen esta limpieza que no puede pertenecer a todoel mundo. El lujo del vestido puede desaparecer, enúltimo extremo, con tal que siga existiendo la calidaddel género. El mantenimiento de esta blancura salvalas apariencias: «Si el traje está limpio y, sobre todo, sise lleva ropa blanca, poco importa que se vaya magní­ficamente vestido» 48. Criterios idénticos hallamos enmadame de Montespan cuando evoca su juventud y.recuerda los laboriosos esfuerzos que tenía que hacerpara mantener su rango a cualquier precio: «Si lacalidad del tejido era sencilla, el vestido estaba biencombinado, era muy amplio y la ropa interior erablanca y fina, nada olía a mezquino» 49.

Tales criterios dejan en la oscuridad un conjuntode otras prácticas y sugieren, en cualquier caso, laexistencia de un espectro en el cual no faltan losmatices. El que la calidad del atuendo permita definiren parte lo que es limpio, no puede quedar sin conse­cuencias. Las fronteras se hallan obligatoriamente enlos objetos. Desde este punto de vista, la «limpieza» nopuede existir para los más pobres ni hay que mencio­narla siquiera, así como tampoco hay que mencionarla mugre. Las instituciones caritativas del siglo XVII,por ejemplo las que, según el gesto centralizador queya conocemos, empezaron a reunir a los huérfa~os y alos niños pobres, apenas hablan de su aspecto m de suropa. Sus droguetes, sus fustanes y sus tiritañas noatraen la mirada. Estas telas no pueden evocar laimagen de la limpieza. Ni siquiera existe la tela de lascamisas en semejante contexto. Los vestidos de losniños encerrados en el Hospital General son claramuestra de ello: «Dichos niños, muchachos y mucha­chas, irán vestidos de tiritaña y llevarán zuecos en lospies» 50. Cuando Démia manda a algunos de sus maes­tros a visitar el alojamiento de los alumnos a los queimparte una enseñanza de iniciación profesional, susintereses no se refieren ni a los lugares ni a lasapariencias físicas. Parece como si los seres a los que

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se visita fueran diáfanos. Por el contenido de loscuestionarios no se puede deducir ni su pobreza ni susuciedad. Las preguntas se refieren a la moralidad yprolongan las actividades contrarreformistas y lascolonizaciones interiores inauguradas por San Vicen­te de Paú!. Cuando esté en el lugar de la visita, elmaestro «recomendará a los padres que tengan grancuidado con sus hijos, que no fomenten sus vicios yque hagan una novena al Santo Niño Jesús para quesus hijos sean buenos [...]» 51. Si se le echa una ojeadaal cuarto de los niños, es para cerciorarse de que hayun lugar reservado a la oración; nunca para juzgar elestado físico de los lugares. Dirigir a estos niños queestán en el umbral de la errabundez y del vagabundeoconsiste, por tanto, en conseguir su presencia regulary su respeto de las reglas morales. 0, más aún, en elcaso del Hospital General, ejercer en ellos una presióndirectamente física.

Más compleja ya es la regla de las escuelas depárvulos, que pueden influir hasta en los hijos de losartesanos, por ejemplo, o de todos aquellos que ya noestán en situación de pobreza. Los preceptos de limpie­za ya no están ausentes. Las manos y los rostros, claroestá, según la tradición que mantienen los tratados deurbanidad y, finalmente, el atuendo. Pero, en tal caso,hay varias reservas que subrayan con claridad ellímite de tal limpieza. La evocación del vestido esrápida y negativa: evitar lo que podría ser demasiadoespectacular; limitarse en particular a ciertas pres­cripciones prohibitorias: ni ropa de color ni, sobretodo, exhibición de los tejidos. Como si la modestia yla discreción implicaran que la evocación a la limpiezadeba limitarse a una discreta alusión. Se alude a lalimpieza, pero con esta analogía a lo «apagado», carac­terística del conjunto de la indumentaria: «Que losniños lleven el traje limpio y que no se les denatuendos suntuosos, con vanidad o afectación; porencima de su condición: que no lleven plumas ensombreros o gorros, pero que vayan limpiamente vesti-

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dos; que el pelo esté bien peinado y no empolvado orizado y que estén limpios de piojos» 52. Es preCISO queel traje esté limpio. Se trata de públicos intermedios enlos que limpieza y sobriedad tienden a confundirse.

Queda, por fin, el público más cercano a los ~ue

dictan la norma. Todos estos comportamientos anom­mas, cuya evolución es evidente e,: el mismo período.Ciertas comunidades, porque repiten la transforma­ción de las prácticas de la corte, pero de lejos, dismi­nuyendo los ritmos y los rigores, son muy aclaradorasdesde este punto de vista. Los jesuitas, en particular,que reflejan bien lo que ha ido tr~nsformá~dos~.

Lo que primero llama la atención ~e los JeSUItas. ;sel aspecto. Por primera vez se preve una mspe~~lOn

regular de los becarios, sobre todo de su habitación yde su traje: «Los prefectos deben CUIdar con muchaatención que los alumnos estén limpios en sus cuartos,y, para ello, cuidarán de que, en las clases ?e lospequeños, los criados los peinen dos ve?es por día, querevisen la ropa por la noche y part.icularmente enverano que na toleren jamás que se presenten con laropa rota, sucia o en mal estado» 53. Pero la suciedadde los becarios y de los internos es, sobre todo .en elsiglo XVII, la de la ropa. De ella s~ habla c~n insisten­cia. insistencia que, además, implica un CUIdado espe­cífico, la indicación de ritmos y la creación de vsrda­deros ciclos. Otros tantos actos que suponen unanueva organización. Son las comunidades las quemuestran sin duda de manera más clara el contenido yla finalidad de tales transformaciones. Se trata deconfirmar ciertos criterios, de designar ciertas tareasy ciertas frecuencias. Las reglas de los jesuitas en. 1620deciden para mucho tiempo ritmos y responsabIlIda·des. El papel de «el que se ocupa del guardarropa» es,por ejemplo, el de llevar las escrituras de las entr~dasy salidas de la ropa, reunirla para que s; lave, distri­buirla, comprobar su estado: «Se dara la ropa allavandero sea éste doméstico o externo, con unacuenta es~rita y se recibirá de la misma manera» 54.

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104 I La ropa que lava

Las camisas deben ir marcadas para que no haya errorni olvido. Queda organizado un «circuito» con claraindicación de frecuencias. Se ha instalado un ciclo:«El sábado por la tarde se repartirá la ropa blanca portodas las habitaciones y el domingo por la mañana serecogerá la ropa sucia de las mismas habitaciones,cuidando de que se reciba todo lo que se ha dado» 55.

Los comportamientos no son uniformes, evidentemen­te. Por ejemplo, será preciso que se enamore el regentedel colegio descrito por Sorel en 1623 para que inventeun ritmo que los jesuitas ya han sobrepasado: "En vezde cambiar de ropa todos los meses, como tenía porcostumbre, la cambió cada quince días» 56. Pero elciclo de la ropa es ya globalmente más regular y másgeneral en el siglo XVII, con sus reglas y sus tareasespecíficas. Las comunidades, en cualquier caso, lohan institucionalizado. Y las frecuencias se van acele­rando durante el siglo. Por ejemplo, los oratorios deTroyes consagran un párrafo particular a la limpiezaen su reglamento de fines del siglo XVII: "Hay quecambiarse de zapatos todos los días, de ropa interiordos veces por semana, jueves y domingo corrientemen­te, y de medias con la mayor frecuencia posible» 57.

Las ursulinas describen con detalle las tareas de lalencera: «Tendrá la llave de los baúles de las que noson capaces de cuidar de su ropa: les dará la ropablanca dos veces por semana o con mayor frecuencia sila maestra general lo cree necesario, y se la llevará alas camas miércoles y sábados; en invierno la secaráantes» 58,

Las comunidades reflejan claramente el cambio desensibilidad: la limpieza de las personas equivale a lalimpieza de su ropa. Los criterios de esta limpiezadependen pues de los objetos. El cuerpo nombra cier­tos delegados. Cuando se leen los reglamentos de lasinstituciones educativas, en particular, se confirma laexistencia de una doble dinámica: la aceleración de lafrecuencia de la muda de la ropa y la diversificación delos objetos que hay que vigilar. Esta aceleración de las

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frecuencias es muy sensible en los siglos XVI y XVII:hay una evidente distancia entre las recomendacionesdel padre Maggio al provincial parisino, en 1585: «Esconveniente cambiar de camisa cada mes» 59, Y losciclos semanales de diversos colegios de fines del sigloXVII 60. Las normas y los controles personales se re­flejan en estos ritmos que van cambiando en toda laFrancia clásica, en la que la corte sigue siendo unejemplo central, aunque un poco lejano. A estas fre­cuencias se les añade una diversificación de los obje­tos. La norma influye una vez más haciendo que seintegren nuevos utensilios. Los lugares de atención seamplían, se suman. La camisa sigue siendo durantemucho tiempo la referencia esencial, pero varios regla­mentos muestran que a fines del siglo xvnlos zapatos,las medias o los cuellos (que se lavan una vez porsemana en las ursulinas) na deben escapar a la miradade los prefectos. Se promueve la limpieza de grancantidad de objetos. Lo que cuenta es que dichosobjetos se vean; y en la aristocracia, o entre aquellosque tratan de imitarla, la ropa se conjuga con la modapara invadir el traje.

Lo íntimo, claro está, ha ido ganando un lugar queno tenia. Por ejemplo, el cambio de camisa después detranspirar puede seguir siendo un acto «íntimo». Setrata de un acto sin testigos, que depende de lasensibilidad privada. Lo esencial es lo que liente suautor. La norma ha ido creando este espacio e inclusolo ha regulado con una exigencia cada vez mayor.Pero, al mismo tiempo, ropa interior y encajes ~acenque limpieza equivalga a espectáculo. Lo que primeroimporta es lo que observa la mirada del otro, es lo queel otro recuerda. Lo que origina el funcionamiento delas estrategias de ilusión.

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3

APARIENCIAS

Con la ropa interior la limpieza no hace más queaumentar su valor de apariencia que se ha ido preci­sando, así como se ha ido reforzando el código que larige: rostros y manos, según la tradición, pero tambiénpuños, cuel1os, velos o alzacuellos diversos. Se ha idocreando una cartografía atravesada por ciertas líneasmaestras a la que responden ciertos puntos focaliza­dos. Hay, pues, extensión de líneas y lugares.

Limpieza que distingue

Sin embargo, en el siglo XVII, en la lengua de LuisXIII y de Luis XIV, la palabra «limpio» cambia real­mente de estatuto, empieza a funcionar con mayorfrecuencia como veredicto en los retratos y en lasdescripciones, acentúa los perfiles, matiza los comen­tarios y hasta se extiende a veces a las actitudes y alos comportamientos. En cualquier caso, es suficiente­mente notable como para que su presencia tengasiempre sentido; suficientemente importante, también,para que no caiga en el tópico. Por ejemplo, Tal1emantla introduce como juicio breve y entendido: «He vistomil veces a un hombre mudo y sordo con cierto garbo ybastante limpio» 1; la marquesa de Sablé, al contrario,«está siempre en la cama, hecha un asco y la cama está

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tan limpia como la señora» 2; la mujer del cancillerSéguier «nunca fue bel1a, pero era limpia» 3. Saint­Simon explota las mismas referencias e insiste en la«limpieza rebuscada de madame de Conti» 4 o en elaspecto «noble y limpio» 5 de madame de Maintenon.Tampoco él hace ningún comentario, pues la palabrabasta por sí sola. Su sentido parece cosa entendida.Que se le juzgue digno de citarse o que se distribuyacon parsimonia confirma una vez más que la limpiezadistingue y no pertenece a todos, sino que es el signode una decencia no compartida. Esta evocación litera­ria, más frecuente y más precisa, demuestra que se haido reforzando una toma de conciencia. La referenciaes inmediatamente discriminatoria.

En una palabra, se trata de ilustrar lo que esevidente. En la travesía de la Francia de la Fronda,por ejemplo, madame de la Guette, al l1egar al palaciode Beauvilliers pide la compañía de una mujer para lanoche. Su huésped cree que se trata de un subterfugiomás o menos confesado y sospecha que la visitante esun «muy gran señor» obligado por los disturbios delmomento a ir disfrazado y a disimular, por lo queobedece con la mayor diligencia: «Señora, no hay aquímás que una que hal1aréis lo suficientemente correcta.Os la envío enseguida.» Y se presenta una iovenelegante y cuidada: «La muchacha l1egó, bien vestiday muy limpia» 6. Con esto ya está todo dicho. Lapalabra, por sí sola, equivale a un cuadro. La jovenbeauvillense es más distinguida de lo que madame dela Guette podía esperar. Evocar su limpieza es evocaresta sorpresa, como si la palabra «limpia» bastara paradesignar el conjunto de un aspecto y de una educaciónque no son los de todo el mundo. E~ una marca decondición, particular y notable. Es directamente dis­tintiva.

Pero precisamente aquí la palabra cambia realmen­te de estatuto. En el siglo XVII la limpieza suele estartan asociada a la distinción que se le asimila endefinitiva. Y esta asociación repetida influye pronto

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. sobre la misma palabra: puesto que lo que es limpioestá definido parcialmente por la pompa, ciertas equi­valencias son posibles. Uno de los términos puedeequivaler al otro y poco a poco se va realizando unintercambio de sentidos. A fuerza de calificar unexterior distinguido, la palabra «limpieza» calificatambién la distinción. Tales semejanzas van a ir dandoa la aburrida y tradicional interrogación sobre la«vanidad de los adornos» una dimensión nueva. Noporque una sociedad cortesana vaya a recusar estasospecha de vanidad, ya que evidentemente sólo puedeaceptarla mal, sino porque la argumentación estádesplazada. La ausencia de adorno puede ahora denun­ciarse como una ausencia de limpieza, lo que la hacíaaún menos aceptable. El desaseo, la rusticidad o laausteridad indumentaria pierden sus posibles fronte­ras. Se van instalando ciertas asimilaciones. Las inter­locutoras de madame de Maintenon lo dicen claramen­te. Es imposible por esta sola razón olvidar el cuidadoen el vestir; ¿habría «que ser desaseada para serestimada» 7? No cabe dudar de la respuesta: la limpie­za sigue siendo la «manera». Para obtenerla es necesa­rio que el traje esté bien cortado, que siga la moda...Hay que añadir la elegancia a la limpieza. De todasformas, las dos corren parejas. Un mismo adjetivo lascalifica. Y cuando Tallemant, una vez más, dice de lareata misma del mariscal de Grammont que está «siem­pre limpia y en buen estado», el sentido de la palabratiene evidentemente nociones de orden y de convenien­cia 8.

La evolución de los tratados de urbanidad es trans­parente a este respecto. Las obras escritas sobre la«civilidad pueril» y, sobre todo, los manuales delcortesano han acumulado, siguiendo a Erasmo, lasobservaciones sobre la indumentaria. La limpieza deésta se convierte lentamente en la limpieza de la ropainterior. La decencia, finalmente, supone el respetocada vez mayor de las modas y de las costumbres:«Quiero que el cortesano sea limpio y refinado en su

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traje y que tenga una apariencia de su vestimenta quesea honesta y modesta» 9. Ahora bien, este conjunto vaa ser calificado pronto con un mismo término. Dígasedel cortesano que es «limpio» y enseguida se designauna globalidad: «Siendo la limpieza cierta adaptacióndel atuendo a la persona, como la decencia es laacomodación de las acciones con respecto a los demás,es necesario, si queremos estar limpios, que conforme­mos nuestro atuendo a nuestro talla, a nuestra condi­ción, a nuestra edad [...J. La ley que conviene observarimprescindiblemente para la limpieza es la moda, hayque doblegarse bajo esta amante absoluta» l0.

Esta limpieza, dirigida por las reglas de urbanidad,puede referirse aparentemente a varios públicos y avarios objetos. Cuando Colbert inaugura su castillo deSceaux con una fiesta real seguida de unos fuegosartificiales, Le Mercure galant se deja llevar por unaserie de fórmulas pomposas: «Todos los ornamentos ylos muebles tenían esa maravillosa limpieza que atraela mirada, tanto por lo menos como su extraordinariamagnificencia.» En el camino que lleva al castillo, lashabitantes del pueblo han hecho a su vez todo lo quehan podido. Se han vestido con sus mejores vestidos yhan bailado. También ellas se han mostrado «Iimpiaa»:«Los caminos estaban recubiertos de enramadae ytodas las campesinas bailaban debajo; no habían olví­dado nada de lo que podía mostrarlas limpias (",)>> 11,

Tanto en el caso de los aposentos como en el ouo delas mujeres modestas, el calificativo es el milmo, Cadauno de ellos ofrece a la mirada lo mejor que pone,

La utilización de la palabra es la misma cuando letrata de la visita que el obispo de Chartres hace a SaintoCyr en 1692. También la amalgama es la milll\a: todoestá «limpio» en la institución de madame de Mainte·non; todo está en orden; lo único que queda por haoeres demostrar admiración: riqueza de los objetol, lime­tría de los lugares. El bueno del obispo quiere verlotodo, y en tres días recorre las estancias, 101 jardines,los dormitorios. Pide que le abran la lencería, se

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detiene en la iglesia: la ropa es allí más fina, lasmolduras de madera son más imponentes todo estácontenido en el mismo calificativo: «limpieza» inimita­ble. Visita las celdas una por una y, claro está, todasestá? muy «limpias»: cántaros y jarras completan elmobiliario. En cambio, no observa que los dormitoriosde las alumnas carecen de tales utensilios. No se trataen realidad, de «ausencia», puesto que ni siquiera seplantea la cuestión. La limpieza es la ropa. La ropahace pensar en la regularidad, en la elegancia. La«conveniencia» es más importante incluso que la «niti­dez». Cada uno de los ejemplos lo dice a su modo: «Aambos lados de la primera tribuna había dos oratoriosde madera y cristal en toda la iglesia, en uno de loscuales, muy limpiamente adornado, había una reja dehierro, muy limpia, de unos dos pies y medio de anchopor tres de alto» 12.

. En cuanto al traje, moda y limpieza terminan en elsiglo XVII por confundirse. La limpieza es, para empe­z~;, equivalente al respeto del precepto. Tal superposi­CIOn de sentidos entre línea y nitidez sólo pudo produ­crrse porque la apariencia desempeñó un papel cen­tral. E_rl~ necesario .que se concediera un privilegiosistemático al «exterior- para que la misma definiciónp~dIera empezar a .evolucionar. Era necesario que lanitidez fuera esencialments la de los tejidos para quela palabra pudiera localizarse así en el traje hastamod~ficar su sentido. El éxito de esta nueva definiciónconfirma la visi~n de la limpieza que impera en el sigloXV~I: participa esta de un arte de la representación.Mas amphame.nte, .esta nueva definición se integra enun modelo social circunstanciado: la corte como ejem­plo y c.omo espectáculo. No sólo se trata de mostrarsignos mdumentarios ostensibles, sino de cultivar casiconscientement« una práctica de la ilusión. El artecortesano es claramente un arte de la representaciOO.La fI.esta de Sceaux y la ópera de Versalles pertenecenal mismo unrverso. El valor que tienen es el valor deldecorado, en su calidad de decorado, la táctica es la

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del escenario. También el arte barroco, en el quemostrar es al mismo tiempo una manera de esconder.Lo que domina es el movimiento teatral, lo que dominaes la ostentación. Las campesinas de Sceaux están enúltimo extremo tanto más limpias cuanto que hanhecho que sus calles se transformen en teatros. Suorden, más o menos arreglado, pudo mantener elespejismo. La inversión va al artificio 13. El mejorejemplo es el de la ropa blanca, que se muestra comoun signo de lo interior y que se da por lo que no es: esuna representación. El código es tan denso que cadaelemento del atuendo viene a establecer una correla­ción con los demás. Sólo lo visible cuenta, pero paralos que dictan la norma, por lo menos, el atuendoforma un todo. Los detalles nunca son irrisorios. Lacomposición es la del cuadro, pensado, estudiado, en elque cada una de las prendas no podría concebirse porseparado.

Sólo a partir de tal solidaridad pueden intercam­biarse diferentes elementos. ¿No se trata en ciertosentido de lo mismo cuando se habla de cómo se debellevar el sombrero y de la limpieza del traje? «Que todose haga con limpieza. No lleven el sombrero demasiadoalto en la cabeza, ni demasiado calado, hasta los ojos,como fanfarrones o extravagantes [...]. No lleven lostrajes sucios, descosidos, polvorientos, ni raídos, sinolímpienlos, sacúdanlos, por lo menos una vez al día» 14.

Así se encadenan las descripciones en las que lapalabra «limpio» se asocia a la de «traj e» y no poseerealmente el mismo sentido que le damos hoy. Se hablade limpieza al referirse a la forma tanto como a la«blancura». Igualmente califica la silueta tanto comola materia. Lo que confirma este doble criterio qu~

sólo el tiempo suprimirá: asimilación privilegiada dela nitidez con lo visible y designación, por la mismarazón, de una distinción.

Finalmente, el arte de la representación va másallá del atuendo y el cuadro se complica aún más. Elrostro, en particular, se recompone. Desde el siglo XVI

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el afeite ha ido redefiniendo los rasgos: los blancosmuy pálidos de Clouet, los rasgos más pálidos aún deBronzino dan a las carnes sus superficies de alabas­tro 15. Los labios perfilan su color rojo sobre fondoslisos y opalinos; las líneas se diseñan con claridad decera. U nos decenios más tarde el cuadro se enriquececon un rojo que acentúa los contrastes. En el siglo XVIIlos niños nobles que pinta Largilliere poseen todosunas mejillas de cereza que dan relieve a sus rostrosalmidonados. El afeite, además, ya no es sólo femeni­no. El Luis XIV y su familia, también de Largillisre,yuxtapone las efigies maquilladas, las cejas subraya­das, las mejillas carmesí. La actitud teatral de lospersonajes no es más que un eco suplementario altrabajo de sus rasgos 16.

Una precaución nueva y determinante acentúa lailusión: el empolvado del cabello. La apariencia serecompone como si se tratase de acrecentar cada vezmás lo artificial combinando los objetos. Así pues, loscabellos ya no deben ir peinados, sino empolvados. Elgesto no carece de antecedentes, puesto que los polvosson desde hace mucho tiempo lo que deseca, permitien­do que se evite el lavado del cabello y manteniendo suflexibilidad. Los polvos reemplazan el empleo delagua, claramente temida: «Cuando se trate de darflexibilidad a los pelos de la cabeza, habrá que emplearel lavado con gran prudencia [...]. Es mejor utilizarfricciones con salvado de trigo tostado en la sartén,renovando con frecuencia la operación, o, si no, sedebe extender por encima y por entre el cabello unpoco de polvos desecativos y detersivos en el momentode acostarse y por la mañana se debe quitar con elpeine» 17. Por lo demás, los polvos ya habían tenidoduradero éxito en la corte de Enrique III. Olorosos, nosólo eran una herramienta de lavado sino que se ibanconvirtiendo en un cosmético del cabello mismo.

Si unos decenios más tarde se utilizan de modo casisistemático en la aristocracia es porque acrecientanlas apariencias. Los polvos ordenan el cabello, dándo-

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les parcialmente color y someten más al artificio elconjunto de la apariencia. La empresa consistiría enocultar la «naturaleza», como para instalar mejor unapantalla entre la mirada y el cuerpo. Se trata, en elfondo, de proseguir una práctica deliberada de loficticio. Tal trabajo va desgastando lentamente lovisible. Con el corte del traje, el empolvado del cabelloforma parte ya de la limpieza y perfecciona la repre­sentación. También el corte queda adoptado inmedia­tamente como un elemento más de la valoración de las«nitideces» físicas. Y lo es por aquellos cuya vida,claro está, no se limita a la vida de la corte. Porejemplo, Beaufort, que se opone al poder real, capitánagitado y desordenado, revela que esta costumbre seva convirtiendo paulatinamente en norma aristocráti­ca a mediados del siglo XVII. SU aspecto suele «decep­cionar»: cuellos descuidados, cabello desaliñado. PeroBeaufort na ignora cuál es el código y basta con que loaplique para que todos comenten esta limpieza reco­brada: «Iba vestido coma no era frecuente en él. Es elhombre más desaseado de la buena sociedad. Llevabala barba y el cabello empolvado, un cuello de búfalo,un fajín azul, un pañuelo blanco al cuello: su limpiezaasombró a la compañía por lo que tuvo que presentarlesus excusas» 18. La imitación de tal costumbre se vaextendiendo. Una matrona de Scarron no puede reciobir a un amigo más que si «se vuelve a peinar, le riza yse empolva» 18. Scarron ironiza sobre estos ademan'ldesmañados y temblorosos de la vieja señora. Perotoda la limpieza cabe en esta apariencia de forml ycolor. La norma se ha afincado y cuando Fureti're 18burla de los burgueses y de su pelo «negro y lucio» 80,

es evidentemente para oponerles implícitamente lotpolvos que ya no son para él sólo un refinamiento, Ilnllpara oponerles la peluca, que es el último grito de loficticio.

El empolvado desempeña el mismo papel que losencajes de la ropa interior. Su ausencia tiene unsignificado de inconveniencia (de «suciedad») y, al

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mismo tiempo, de franco renunciamiento. En los perío­dos de amargura, mademoiselle de Montpensier, primade Luis XIV, muestra diversas austeridades no empol­vándose ya, modificando sus trajes, interrumpiendociertas costumbres. La crónica de sus imposibles ma­trimonios es también la de sus repliegues sociales. Acada decepción, a cada dolor, abandona durante ciertotiempo algunos signos del atuendo, considerándoloscomo otros tantos signos de «limpieza». La ausencia depolvos no puede más que atravesar todas estas equiva­lencias negativas: «Ya no iba a la corte, ya no meponía lunares ni polvos en el pelo; el desaliño quetenía en mi peinado lo ponía tan sucio y tan largo queparecía que iba disfrazada» 21.

El perfume que «limpia»

Los polvos, en último lugar, poseen otro objetivo:el del perfume. En el siglo XVII todavía no tienen elaspecto plateado que tendrá la película blanca que sepega en las pelucas un siglo más tarde. Su color blancose adivina, pero borroso y diseminado. Y es que no sóloactúa sobre lo visible, sino también sobre el olor:

«Una dama nunca será estimadasi no tiene la cabeza de polvos perfumada» 22.

En su composición entran esencias secas y tritura­das 23 que entremezclan sus olores con un vago aspec­to de fieltro. La ilusión se complica. Sus índices sonmás tenues y más elaborados. Sigue siendo un disfraz,pero de manera diferente. Lo que observan enseguidaunos cuantos panfletos que suscita la renovación delas modas en el siglo XVII: «Lo desfiguran todo con susfalsas pelucas, espolvoreadas con polvos de Chiprepara corromper un olor más desagradable» 24.

El perfume es una herramienta modelo en este artede la apariencia: es más engañoso cuanto más escapa a

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las referencias visibles. Primero se trata de los baúles,saturados de polvos para que la ropa conserve unrastro duradero. Tal utilización incluso permitiría enciertas condiciones que se difiriera el cambio cotidia­no de la camisa: «Se fabrican cajas para la ropa enforma de pequeños baúles de un tamaño capaz decontener la ropa fina que un hombre de calidad puedeemplear durante dos días, y los forran tanto por dentrocomo por fuera de las mismas telas, olores y materialesque los estuches de pelucas [...]» 25. También se tratadel agua de canela «que se conserva en la boca» paraproporcionar al aliento «un buen olor» 26. Finalmente,hay también pebeteros que difunde? lentamente, s~~aromáticos vapores: los de la «magnífica» recepcionque se da a don Carlos en el Roman comique, las d~ lasgalerías de Saint-Germain para la fastuosa embajadade Soliman Aga 28. El perfume se sube a la cabeza detal manera que, a veces, cuando se abre un baúl essencillamente una prueba para los espectadores que seasfixian en Saint-Germain cuando, en 1649, los lacayosabren los baúles de la reina y tienen que escaparse oque asfixiarse, no atreviéndose a respirar antes de quelos baúles se hayan oreado. Lógica de un perfume tan

. . bl 29invasor que llega a ser rrf-espma e . .En cualquier caso, el perfume na es un descubrí­

miento del siglo XVII. Los inventarios de l.a EdadMedia nos dan ya numerosos ejemplos. L~ rema Cle·mencia de Hungría, esposa de Jean le Hutm, pOleía asu muerte en 1328 varios pomos de ámbar, uno de 101

" . 30 Elcuales «adornado de oro y piedras preciosas» ,inventario del castillo de Beaux, un siglo más tarde,incluye una «cajita de plata en la que hay almizcle~.31,

Las cuentas reales mencionan desde hace mucho tIem·po las compras de agua de rosa y de madreselva oincluso de «pámpanos, rosas y lavanda [...] para ponercon la ropa» 32. Finalmente, ¿no tienen las d,a!ilas dehonor de la corte de Broceliande, lugar mítico d~lroman de Chrétien de Troves, del SIglo XJIl, ut,I presti­gio que se deriva de un saber muy estudIado: la

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destilación del agua de rosa? 33 Lo que demuestra elvalor que ya ha adquirido una costumbre y su relativarareza.

El verdadero cambio interviene, una vez más conla utilización ostentosa de la ropa interior, con suextensión por encima del traje y con la atenciónsistemática que se le concede a su ligereza. Como si elencaje debiera conservar más particularmente el per­fume: camisas perfumadas de los personajes de Marga­rita de Navarra 34; efluvios que impregnan «manguitosy cuellos» de los «lechuguinos» de Dupont de Drus­sac", O también «aceite imperial, que sirve para lavarla ropa de algún gran príncipe» del que hablan lasediciones sucesivas de los Secretos de Alexis el Pia­montés, en el siglo XVI 3 6 .

Al principio, el siglo XVII no hace más que heredarestas atenciones igual que lo hace con la ropa y lacortesía. Ni siquiera se habla de ciertas sensibilidadesporque están perfectamente instaladas en la cultura delos privilegiados: demasiado «evidentes» para que seanecesario legitimarlas. El laborioso debate sobre losolores fuertes -en los que el ajo, entre otros, aparecíacomo un estimulante necesario contra las fatigas ycontra CIertas enfermedades- es definitivamente ob­soleto. En el siglo XVI Bouchet, por lo demás con unapizca de ironía, seguía sintiéndose cerca de la culturapopular cuando alababa estos olores ya rechazadospor la buena educación: «El ajo es la verdadera carnedel soldado, al que da valor en el combate, igual que lacebolla [...]. Y, como nuestros predecesores lo utiliza­ban, no era vergonzoso oler a ajo [...]» 37. La rupturaestá consumada en el siglo XVII y se va agrandando ladistancia entre los olores refinados y los demás, por loque la polémica ya es inútil: «El ajo que se come convinagre cada día por la mañana» 38 es estimulantepara el pueblo. Para el mismo uso nada puede equipa­rarse a <da buena mirra en la boca» 39. Las dos solucio­nes ya no se pueden comparar. La diversión es tambiénla que depende de la sensibilidad y del costo. Cuando

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más, los tratados de los perfumistas y de los boticariosvan a mantener cierta distinción destinada a su públi­co. Lemery propone en 1709 la clasificación más acaba­da y establece una diferencia entre un «perfume real»,un "perfume burgués» y un «perfume pobre». Pero esteúltimo no es de orden estético, se compone de «aceiteordinario» mezclado con hollín y para lo único quesirve es «para desinfectar el aire» 40.

Y es que el siglo XVII también hereda los puntos dereferencia terapéuticos: el perfume reconforta. Su em­pleo sirve para reforzar el cuerpo; «recrea maravillosa­mente el cerebro» 41 y endereza el aire corrompido ypeligroso. La evolución de las defensas contra la pestees el mejor ejemplo. Chauliac, además de aconsejar lahuida, recomienda el fuego durante la gran peste de1348 en Avignon. El fuego purifica; «corrige el aire» 42.

Pero, son insensiblemente los fuegos de materias odo­ríferas los que se considerarán más eficaces aún. Ladepuración y los efluvios perfumados van obteniendouna manifiesta complicidad. Igualmente, a los olorespenetrantes y duraderos, encargados de preservar laboca en tiempos de peste, se van prefiriendo insensi­blemente los que tienen un perfume suave y «odorífe­ro» 43. Los ácidos van siendo sustituidos por el benjuí,el estoraque, la mirra, el almizcle y el palo de rosa, delos que están compuestas las pastillas que se llevan enla boca. Queda por hablar del vinagre. Su ácidafrescura se opone a las putrefacciones de las que lapeste es la supuesta compañera. Los transeúntes lorespiran en muñecas empapadas de vinagre. Se pensa­ba que el ácido contenía principios activos, pero, apesar de todo, el perfume preserva más profundamentedel contagio, corrigiendo la corrupción del aire; Supapel desborda evidentemente del juego social. Losolores seductores serían, hasta en su composiciónmaterial, lo contrario de las putrefacciones y añadi­rían una función protectora al solo placer de lossentidos, influyendo en las fisiologías y «aliviandomaravillosamente la facultad animal y cefálica» 44.

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Así pues, en el arte del enmascaramiento y de laapariencia, .el'perfum~desempeña un papel complejoque ~? se limita al disimulo o al placer, sino que estambién muy concretamente «purificación». Incluso esla apariencia lo que toma la forma de la realidad. Ya,cuando los hombres de Théleme se recubrían de perfu­me, antes de reunirse con sus compañeras, creíantranaformar ~eal~ente su cuerpo. En este caso no haylll?guna utilización del agua, pero sí una impregna­CIOn de olores. El lavado tiene una estrategia deperfume: «A la salida de los salones del alojamiento delas damas estaban los perfumadores y los peluquerospor cuyas manos pasaban los hombres cuando visita­ban a las damas» 45. Dicho de otro modo, el perfumeborra tanto como disimula.. La Francia clásica no sólo hereda estas imágenes,

smo que las amplía. La panoplia de los objetos que sec~mslderan fortificaciones, porque están perfumados,srgue aumentando. Y así tenemos esos gorros medica­mentosos, por ejemplo, cuyo forro cargado de polvoseJ~rce un efecto estimulador «reparando, con todaevidencia, las mentes animales con sus virtudes aro-

't' 46 Hma IC~S» . ay bolsitas de olor, que se llevan entre laropa mterior y el jubón. Hasta los mismos utensilioscotidianos se acondicionan y transforman. Las telasque contienen los objetos del aseo, por ejemplo, peines,espejos y polvos, se pueden colocar en forros cargadosa su vez de perfume: «Colocaréis en ellas polvosgruesos de VIOleta y, luego, lo cubriréis todo con tabí.Antes de colocar el tabí, habrá que frotarlo muyleve?,ente por el revés con.un poco de algalía [...J» 47.

L~s mventarIOS reales contienen, a fines del siglo XVII,mas de cU~rent~ estuches de este tipo, doce de lascuales hablan SIdo perfumados por Martial especial­mente para el rey 48. El perfume desempeña aquí todoslos papeles. Está directamente asociado a un objeto delimpieza, seduce al olfato, pero es al mismo tiempopurificadoj-, Es exactamente lo contrario de lo «sucio»a lo que corrige. Todos los valores de la apariencia

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han ido a situarse en los de lo operacional. El perfumelimpia, rechaza y borra. La ilusión ha llegado a con­vertirse en realidad.

Andar por las calles llevando perfume no es, portanto, un simple acto estético. Pasearse llevando unabola de ámbar en la mano no es simple efecto de unamoda. Y el espectáculo que se prolonga durante variosdecenios, como lo describe el visitante italiano delParís de Enrique IV, es simbólico en cierto sentido:«Por todas las calles de la ciudad circula un arroyo deagua hedionda, en donde se vierten las aguas sucias decada casa, lo que corrompe el aire: por eso hay quellevar en la mano flores de algún perfume, para recha­zar este olor» 49. Igualmente importante es la diferen­cia que existe entre algunos hospitales parisinos, quedescribe Locatelli, viajero boloñés, curioso de todo,que atraviesa la Francia de Luis XIV en 1664: atmósfe­ra «apestosa» del Hótel-Dieu, por ejemplo, en dondehay cuatro o cinco enfermos por lecho; peligro perma­nente de «peste» también en el Quinze-Vingt, en dondelos incurables son excesivamente numerosos; aparente«tranquilidad», en cambio, en la Charité, en donde unolor muy particular se apodera del visitante. Allí, enlas salas, flota un perfume que difunden día y nocheciertos pebeteros. Este aroma, sensible en todas lashabitaciones, fascina al sacerdote italiano. ¿Protege elcuerpo el olor agradable? Para Locatelli, es este olorel que diferencia los hospitales. Este olor sirve paraexpulsar el peligro de contagio, dando una fuerzaparticular a los órganos más quebrantados: «Cerca decada lecho hay un altarcito adornado con flores, conun brasero en el que de vez en cuando el que está

'&l----Lencargado de ello arroja excelentes perfumes» . afascinación es incluso tan grande que Locatelli desea,un instante, compartir la vida de estos desgraciadosque, sin embargo, se hallan tan amontonados como enotros lugares.

El recurso de los «contra-olores» corona la pano­plia de la limpieza clásica y hasta añade una virtud

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protectora, casi terapéutica. Pero es, primero, tambiénél, un «espectáculo» que sirve para prolongar la ima­gen de la ropa y de las partes visibles de la piel. Lasbolsitas que se ponen en los sobacos o en las caderas,deslizadas entre los pliegues de los vestidos o losforros de los jubones son realmente bolsitas de limpie­za, que sirven como instrumentos suplementarios parael juego estricto de las apariencias.

Lo más importante en esta limpieza de la edadclásica sigue siendo el limite que se le impone a lautilización del agua. Lo que hace la princesa Palatina,después de un viaje agotador, proclama claramente loque posee mayor importancia. Un día del mes deagosto de 1705, la princesa anduvo por largos y secoscaminos abrasados por el sol y llegó extenuada aMarly, con el rostro descompuesto y el cuerpo bañadode sudor. Su rostro está tan marcado por la tierra delos caminos que se resigna a lavárselo: «Tenía tantopolvo que tuve que lavarme la cara, que estaba comocubierta de una máscara gris» 51. La circunstancia esexcepcional. Por lo demás, la Palatina se muda decamisa y, al mismo tiempo, de vestido y de «trapos». Yya está otra vez «limpia». Pero lo que lava es realmen­te la ropa. En el palacio de Marly, en donde el aguacorre en abundancia por los jardines, el liquido casi notoca la piel de los que allí se alojan. Así pues, hay unalimpieza, pero se trata de la limpieza de lo que se ve.

TERCERA PARTE

Del agua que penetra en el cuerpoa la que lo refuerza

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1

UNA SUAVE SENSACION DE LA PIEL

Cuando Longchamp describe el baño de la marque­sa del Chátelet, de la que es criado en 1746 ', puedesorprender al lector de hoy porque su servicio leprohíbe toda relación de pudor. El criado mantiene elagua caliente, vigila el calentador y vierte algunasveces el contenido en la tina, directamente, cuidandode no quemar a la marquesa. En resumen, está presen­te en la habitación, solícito y atento. No hay violenciaalguna en la bañista que se desnuda y se dedica a sucuidado personal, pensando que es también inútilhacer que la superficie del agua sea opaca. Los estatu­tos de amo y criado están demasiado distantes paraque la decencia corra peligro alguno. La mano servilno es aún la de una persona. Tan «neutra» como losobjetos y tan «familiar» como los enseres de la casa,está completamente incorporada al marco doméstico,incluida en él, mezclada con los utensilios cotidianos,limitada. La mirada de Longchamp no podría tenerpeso alguno: no pertenece al universo de la joven, queno lo ve, porque está flotando en algún lugar ~doentre la infancia y el doméstico. Está demasiado lejos,en cualquier caso, para tocar a la bañista.

Cuando cuenta la escena, Longchamp es conscien­te de que está ilustrando ciertas costumbres que el findel Antiguo Régimen va a modificar. E insiste en laindiferencia de la marquesa, en su fría familiaridad, en

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su distancia extremada y, sin embargo, completamentenatura!. El criado está enteramente definido por unafunción, la de los servicios cercanos e indiferentes.Otr~ (u.otra), al igual que él, puede hacer este trabajo«insignificante». Longchamp confiesa su desazón. Elcuerpo de la marquesa lo conmueve hasta el punto deque su mano tiembla cuando vierte el agua. Estaemoción muy consciente y también este asombro indi­can ya que las costumbres están cambiando. Desdefinales del siglo, ya sólo habrá «bañeras» al servicio delas grandes señoras 2.

Por el contrario, no hay observación alguna sobreel propio baño. Longchampencuentra que la prácticaentra dentro de lo que es normal, lo que implica quehay otro ca~bio: el baño no sorprende ya, sino que semtegra en cierta cotidianeidad. El episodio, así conta­do, es doblemente revelador: transformación de lasdecencias privadas y transformación de las prácticasdel agua, por lo menos en algunos casos privilegiados.En tal marco el baño tiene desde el segundo tercio delsiglo XVIII una nueva presencia. Lo que evidentementeno quiere decir que se haya convertido en algo corrien­te, ni siquiera que la limpieza sea el objetivo explícitodel bañ? Pero, por lo menos, hace indirectamente quesea posible su transformación. Con él se van instalan­do paulatinamente las abluciones. La inmersión rarí­sima hasta ese momento, empieza a aceptarse. El aguase va mtegrando en nuevos circuitos y va empezandouna nueva utilización que puede generalizarse. Sinduda, sigue siendo algo muy limitado y hasta quizámuy irregular en el momento en que toma su baño lamar'.luesa del Chátelet y no toca más que a una éliteparticularmente limitada: no corresponde, de todasformas, a un afincamiento del argumento higiénico.Pero, al promover una práctica casi nueva, no deja detener ciertas consecuencias: para algunos, a mediadosdel siglo XVIII, la muda de la ropa interior podría noser ya el único acto encargado de los cuidados de lapiel, Hay ya un tratamiento nuevo y muy lentamente,

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en los gabinetes de la alta nobleza, se van elaborandocriterios inéditos. Ya se piensa en un baño con suslugares propios y sus esmeros. y no cabe duda algunaque se trata de algo específico por lo poco frecuentesque son aún y por las imágenes del cuerpo que d~Jan

aparecer. Pero queda por delimitar esta originalidadque sugiere, una vez más, que todos los usos del ag~ano son semejantes. Pero tenemos que evocar este banoaún aristocrático e inhabitual para comprender cómo,por sucesivas correcciones, e incluso por algun~s .in­versiones, se ha podido ir transformando la prácticadel agua.

Un baño nuevo Y poco frecuente

Hay signos de la nueva práctica. Por ejemplo,obras sucesivas en Versalles para construir habitacio­nes reservadas a las bañeras, o instalar algunas en lasdependencias de algunos grandes departame.nto~ odesplazarlas según frecuentes planes ~e. redistribu­ción 3. Por ejemplo, Luynes cree que es úti] evoca.r lasolicitud que presenta la reina para que le permI~anutilizar temporalmente los baños del rey cuando. cier­tas obras hacen que los suyos no le sean asequibles:«La reina se bañó anteayer. Los baños que tiene en suapartamento han sido cambiados durante ~u yiaje aFontainebleau [...[, Como los baños que estan Junto asu gabinete verde no podían serie de ninguna utilidadahora, ha hecho que le pidan permiso al rey, o lo hapedido ella misma, para bañarse en su cuarto de bailo,permiso que el rey le ha concedido con todo etbuengrado posible» 4. La escena puede ser en alguna oca­sión hasta un espectáculo. La amante real se baña en1742 y prolonga el episodio en secuencias sucesivas alas que participarán los cortesanos: «Madama ~e Chaoteauroux obligó al rey a que asistiera a su bano y elpríncipe llevó consigo a I?s cortesanos, .ent~~ndo sóloél en el salón y dejando a estos en la habitación, con la

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puerta abierta, para poder conversar con ellos. Cuan­do madame de Chateauroux salía de su baño, se metíaen el lecho, cenaba, y enseguida todos entraban en sucuarto» 5. Esta costumbre ostentosa prueba primero elpoder de la nueva favorita y también confirma que elbaño ha cambiado de estatuto hacia mediados del sigloXVIII.

Hay alusiones inéditas también en cartas, memo­rias y diferentes documentos cultos. Las anotacionesson aún muy rápidas, pero ya hay anotaciones repeti­das a partir de 1740 en las que se recurre al ejemploreal por primera vez: «Cuando le gusta bañarse al rey[oo.]» 6. Los reparos de Luis XIV están olvidados ysuperados, incluso si se conservan ciertas precaucio­nes: por ejemplo, su sucesor elige «agua sacada direc­tamente de la corriente del Sena, mejor que la que selleva por tubos» 7. Parece que el líquido que se haagitado en el lecho de los grandes ríos conserva unamayor pureza. Y es que el agua sigue siendo unamateria equívoca que hay que tomar pura porque sedifunde. Se sigue suponiendo que penetra en el cuerpoy que ejerce una influencia en sus órganos y susfunciones, que altera multiplicando los efectos mecá­nicos: «El agua se insinúa en cada uno de los intersti­cios, cuya capacidad agranda por el aflojamiento queprovoca la humedad» 8. Un: cuerpo sumergido es uncuerpo impregnado. El flujo ejerce incluso una tensiónque es difícil contener: «La fuerza con la que el aguase insinúa por los poros es inmensa y se desconocensus límites [oo.J» 9. Como antes, sobre todo, deja tras supaso poros abiertos y frágiles. Así pues, en buenalógica, la acción del baño sigue siendo alteradora.Todavía se imponen ciertas precauciones: la purgaantes de la inmersión para evitar que la infiltración seañada a las repleciones; el lecho y el reposo después,para proteger mejor el cuerpo y preservarlo de lasfatigas. Pero los temores con respecto a las pestes y adiversas enfermedades o debilidades oscuras han idodesapareciendo por sí mismas. Están olvidados y no

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tienen objeto. No sólo porque las grandes pestes vandesapareciendo, sino porque el mismo efecto de lasaberturas corporales ya no parece que tenga duraciónsuficiente como para que sea realmente angustioso;como si el cuerpo tuviera a su disposición muchasotras reacciones además de estas aberturas pasivas. Lainmersión se convierte en una práctica posible, tolera­da, incluso familiar para algunos, como lo muestra elejemplo de la marquesa del Chátelet, Muy lentamente,la novedad y magnífica costumbre del ba~o se vainstalando en las clases superiores de la sociedad delsiglo XVIII.

Sin embargo, esta novedad no trastoca de una solavez la tradición. Es fácil mostrar que a mediados desiglo el baño sigue siendo aún muy limitado, inclusopara la misma aristocracia. En L'Architecture [rancai­se, de J. F. Blondel, quien en 1750 presenta los planosde setenta y tres hoteles particulares parisinos, sólocinco de ellos poseen un cuarto de baño 10. En laveintena de hoteles lujosos que describe Marot en la

db - ll A 'misma época, dos poseen un cuarto e ano . SI

pues, a mediados de siglo, menos de un gran hotel decada diez posee un espacio para el baño. Sin duda, haymás bañeras. En 1751 la Enciclopedia da de estemueble una definición y una descripción que atesti­guan una real utilización.' El objeto tenía i~cluso unaforma más o menos codificada: 4 pies y medio de largopor 2 y medio de ancho y 26 pulgadas de alto. Puedeser de cobre o de madera con cercos metálicos. Suforma ya no es redonda y quizá sea parecida a la dehoy en día 12. _" •

Pero la frecuentación de los cuartos de baño-exis­tentes no es sistemática, En Commercy, por ejemplo,durante ciertas visitas de Luis XV en 1755, el cuarto debaño se convierte en el apartamento de la marquesa deBoufflers 13. La bañera se recubre para que no se veay, al perder sus funciones, ellugar.s~ puede arreglarcomo alojamiento para vivir y recibir. La marquesaofrece en él fiestas y comidas. Algunos episodios

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confirman estas prácticas inseguras. Cuando describela boda de su hija con el duque de Havré en 1762, elduque de Croy nos da indirectamente un ejemplo deello. El baño de su hija se asemeja al del siglo XVII,reservado a las grandes ocasiones de la vida, aquelque, en particular la víspera de las bodas distinguidas,tenía por escenario el establecimiento público debaños. Señalando explícitamente este baño, las memo­rias del duque confirman su poca frecuencia. ¿Por quése insistiría de tal forma si el baño fuera para estajoven un simple hecho banal? «Los días 17, 18 Y 19transcurrieron haciendo visitas, a mi hija la purgarony la bañaron y la prepararon correctamente, cuerpo yalma» 14. Igualmente, cuando en 1769 Condorcet diceque se baña de vez en cuando, J ulie de Lespinasse noasocia espontáneamente esta acción con la limpieza:«¿Es que estáis peor de salud u os bañáis por gusto yhabéis nacido bajo el signo de los peces?» 15. Mássign~fi~ativasaún son ciertas escenas de recepciones,de viajes y de descanso durante los viajes. Unos añosmás tarde, Gauthier de Bercy se aleja de París para ira sus posesiones provenzales y pasa la primera nocheen la casa de un pariente, en Dij on. En esta ocasiónevoca la limpieza como una necesidad y no el baño:«Había llegado a su casa vestido de viajero y necesita­ba un poco de aseo, por lo que hizo que me dieran unahabitación [...J. En la chimenea a la prusiana de estahabitación encendieron un buen fuego y me rasuraron,porque tenía verdadera necesidad [...]» 16. A regresar asu trabajo como secretario de un cardenal de Roma en1751, acogen a Casanova Con una recepción que losorprende y le encanta. Ya hay agua y también unatina, pero no hay todavía una bañera. «Me llevaron aun apartamento de tres habitaciones, entre las cualeshabía una alcoba cubierta de damasco [...]. Un criadome trajo una ligera bata sin grandes ceremonias salióy regresó al cabo de un instante con otro criado quellevaba ropa blanca y una gran tina llena de agua quecolocaron ante mí, tras lo cual me descalzaron y me

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lavaron los pies» 17. Se trata realmente de limpieza,pero todavía no de baño.

Este gusto dubitativo, incierto y presente a la vezpodría explicarse por la novedad de tal costumbre: setrata del balbuceo de unos principios. La implanta­ción, hasta ese momento inédita, no escapa a talesfragilidades y deja flotar estas «carencias», estas lenti­tudes. Este principio no puede provocar una extensióngeográfica y social inmediatas para lo cual será preci­so que transcurra algún tiempo. El cuarto de baño y labañera quedaban reservados a unos cuantos noblesantes de irse difundiendo insensiblemente para conver­tirse en algo más corriente.

Una obra de sensibilidad

Pero estas lentitudes y estas vacilaciones tienentambién otras causas. Si el problema es más complejoes precisamente porque los efectos mecánicos del aguasiguen siendo abundantes. Incluso el nuevo interésque despierta el baño los ha ido reforzando. Primero,el organismo, agitado, llevado de acá para allá por esteagua que le es extraña, está íntegramente trabajadopor ella. La inmersión corresponde a una sucesión deacciones, cuya influencia sobre el cuerpo está lejos deser únicamente la limpieza. Estas influencias son, aveces, hasta más determinantes. A principios de sigloestos efectos siguen dominando la imaginación, Elagua caliente, más penetrante, extiende a todas laspartes del organismo sus influencias emolientes' elagua tibia, que tempera los calentamientos, es suseep­tibIe de apaciguar nervosidad y malestar durante losgrandes calores; el agua fría, finalmente, suscita con­tracciones en cascada y es capaz, por lo que a ellatoca, de endurecer músculos y vigores. Precisamente,cuando parece que se «acepta» mejor es cuando lamultiplicidad de sus acciones se recuerda como unaevidencia. Durante mucho tiempo van a correr parejas

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este nuevo interés por el baño y la insistencia sobre lavari~dad de sus efectos. La temperatura del líquido, enparticular, va a mostrarse determinante. Incluso seafirmarán ciertas oposiciones: el baño regular contrael baño de temporada, por ejemplo; el baño frío contrael baño caliente, sobre todo; los vigores Contra losdesabrimientos. La elección es más importante porqueel agua ~s un medio sutil. Precisamente, obrando sobreesta sutilídad es como el valor puede variar los efectosdel agua. Pero el agua es, además, un medio de ondas yde choques, de movimientos y de presiones; crea unestado en el cuerpo que se sumerge en ella; ataca conmayor fu~rza que un clima; lo domina envolviéndolo.La materia no es neutral, y por ello, ¿cómo se puedepensar en el baño prescindiendo de tales efectos?

Estas operaciones físicas son muy importantes,porque pronto se añade a ellas un significado social.Aquellos que, a principios del siglo XVIII, fueron losprrmeros que se entregaron a los calores del agua noeran los mismos que uno o dos decenios más tardedescu~ren las virtudes del frío. Una práctica refinaday lasciva puede oponerse aquí a una práctica austera yhasta ascetlca. U:n lujo va a oponerse, en cualquiercaso, a las severIdades que los métodos fríos van aInventar. La divergencia es más sensible entre una«In.olicie» muy aristocrática y un ascetismo de con­quistadoras ambiciones. El lujo ostentoso contra losVIgores ambiciosos 18. Era preciso que el agua fuerauna mat~ria activa para sugerir tales aplicaciones.Era preCISO que fuera objeto de imágenes turbulentasy dinámicas. Al mezclarse con los puntos de referenciad~ la higiene, esta imaginación hace, pues, que estasmismas referencias sean más opacas.

Los primeros baños del siglo XVIII, los de los hotelespartlculares, son baños calientes aparentemente reser­vad~s a la limpieza. Pero la atención que se presta a lame~:'lll1ca del agua deja ya adivinar una mayor com­plejidad.. La distinción de Richelet, en 1728, sugiere laexístencía de ciertos matices: «Los jóvenes se bañan

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por placer y los demás toman el baño para conservarla salud» 19. Así pues, lo primero es el placer. Encuanto a la relación con la salud, quizá lo que sepretenda no es aquí el cuidado de la piel, Los efectosdinámicos del agua sobre los órganos podrían ser másimportantes. Sea como fuere, el cuarto de baño es unlujo, raro, claro está, pero deliberado. En cualquiercaso, quizá no sea la limpieza la referencia dominantea mediados de siglo.

De lo que no cabe duda es de que da valor a laresidencia noble. El cuento publicado por Bastide en1753, La petite maison*, es una ilustración muy intere­sante porque carece de matices 20. Para seducir aMélite, una amiga reticente, el marqués de Frémicourtle propone enseñarle la casa que acaba de terminar alborde del Sena, a las puertas de París. Dudas, bromasde la joven que, por fin, acepta. Y la situación «inevi­tablemente» cambia. La visitante se siente conquista­da conforme va atravesando las habitaciones. La pro­gresión del sentimiento se va calcando trivialmentesobre el descubrimiento de este nuevo espacio. Lo quedomina en este caso no es la magnificencia, sino la«comodidad» y la elegancia del lugar; el buen gustomás que la grandeza; lo sutil y lo útil más que loostentoso. Se trata de estas comodidades de las quenos hemos convertido en idólatras y que nuestrospredecesores despreciaban un poco excesivamente» 21.

Distribución armoniosa de las habitaciones, serviciosmúltiples y discretos, profusión muy calculada de loscuadros, de los grabados, de los estucos y de losperfumes. Prestigio, por tanto, de las técnicas y delrefinamiento de los lugares. El progreso depende delas comodidades y de las estéticas. La seducción deMélite se origina en este doble choque. Y no escasualidad si la visita se termina por la del cuarto debaño: «Siguió andando y entró en una nueva habita­ción más deliciosa de lo que había visto hasta entonces

* La casita.

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[Oo.]. Esta nueva habitación era un cuarto de baño.Mármol, porcelanas, muselinas, no se ha ahorradonada [Oo.). Al lado hay un tocador con pinturas deHouet [...[, No puedo más, dijo, es demasiado bello, nohay nada que se le pueda comparar en la tierra» 22.

Limpieza, estética y refinamiento se entrecruzaban enuna misma emoción.

La publicación del cuento de Bastide en el diarioeconómico, en 1753, da al documento todo su sentido.Reforzando el proyecto del diario, que se había creadoen 1751, esta novela mezcla el tema de la técnica con elde la sensibilidad, el del lujo con el del progreso. Dehecho, se recogen aquí las proposiciones de Voltaire ode Montesquieu: el refinamiento de las artes es condi­ción para el refinamiento de los sentidos. Lo económi­ca domina aquí en ambos temas, puesto que las artes,lejos de «reblandecer a los pueblos» 23, deslumbran lasensibilidad y sirven a las riquezas. Bastide prolongaesta toma de conciencia del siglo XVIII: las artes, altocar a los sentidos, multiplican también los recursosy dinamizan a las industrias. Lo «superfluo» va másallá del objetivo económico. El lujo determina lapotencia de una nación. Por medio de sus placeres, elmundano de Voltaire enriquece de hecho a un granEstado» 24. Son sus deseos y sus gustos los que solici­tan a los artesanos y a las manufacturas antes de queéstos los confirmen. Las viejas rigideces morales, másclaramente que antes, pueden cambiar. El placer y aveces «hasta la molicie» 25 hallan otra forma de formu­larse. Una referencia nueva e insistente a la economíaparece darles ahora derecho a hacerlo:

Con esta nueva referencia el baño también tiene unnuevo lugar. Primero es un refinamiento suplementa­rio para la gente de mundo. Es fineza de los sentidos ydel buen gusto:

«Va corriendo al baño: los perfumes más tenueshacen que su piel sea más fresca y más suave.El placer acucia: y se va a la cita volando» 26.

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Cuando Casanova describe el apartamento que, en1754, le ha prestado en Venecia el embajador deFrancia para facilitarle sus encuentros amorosos, veen la bañera de mármol, junto al «tocador preparadopara la madre de los amores» 27, un lujo particular.Pero este lujo está muy orientado. Con él se mezcla unerotismo, una sensualidad que dejan en segundo planola imagen de alguna razón funcional. El baño es algoque se añade, algo casi superfluo, necesario. No es enabsoluto una práctica elemental o banal en esta épocade mediados del siglo XVIII, sino la afirmación de unlujo en el que domina lo sensual. Hallamos la mismaambigüedad cuando el diablo de Le Sage permite queel estudiante penetre sucesivamente en cada casa deMadrid. Vuelo social y cultural en unas cuantaspáginas. En este conjunto de visitas sólo hay unaescena de baño, pero muy significativa: «En el segun­do cuerpo de la casa vive una bella dama que acaba debañarse en leche y de meterse en el lecho. Estavoluptuosa persona es viuda [Oo.] 28. La delicadeza y lablancura de la piel son, sin duda, motivo de estasextrañas prácticas. Pero lo que acapara el comentarioes el refinamiento voluptuoso.

y cuando, por primera vez, en 1759, un texto sob~eel arte de la belleza va precedido por un largo elogiodel baño, el empleo se toma de la imaginación c~ntem.

poránea que provoca la idea de un haren oriental.Connotaciones lascivas y espacios feminizados. Con elbaño de la odalisca, el placer es ligeramente superior ala utilidad y el trastorno de los sentidos tiene másimportancia que la limpieza. La decoración del serra­110 que describe el autor se dirige a la voluptuosIdad:nácar, perlas, plantas aromáticas, la bañera misma,transformada en concha, producen más que un efectoambiental. Tales objetos pergeñan primero un conte~­too No puede considerarse que cada uno de los m~vI­mientas sea totalmente equivalente al lavado. Dirigidopor la imaginación de las delicadezas ~ de los p;ec.io­sismos, el baño no puede ser una simple practica

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funciona!. Esplendor de culturas refinadas, el bañoobra sobre las sensaciones. Después de bañarse, laodalisca puede «entregarse a los brazos de un suave yvoluptuoso sueño» 29, pues es a la par sirena y langui­dez.

Madame de Genlis dirá más tarde hasta qué puntoesta práctica tiene como objetivo un «estado» delcuerpo. Los valores del agua tocan inmediatamente alos sentidos, mezcla de relajamiento y de ociosidad,culto del artificio en cualquier caso. El baño, a media­dos del siglo XVIII, tiene algo de distinguida indolen­cia: «Los baños han sido una necesidad en los paísescálidos y una moda en otros; nunca han sido tannumerosos y tan conocidos entre nosotros como en losúltímos tiempos. La pereza y la ociosidad han contri­buido mucho a establecerlos y a mantenerlos. Lasjornadas son tan largas para los desocupados desdeque se cena a las seis [...]» 30. Ahora más que nunca,este baño caliente de los cuartos de baño de la noblezaes, primero, práctica mujeriega. Además de la referen­cia a la femineidad y a la indolencia, la práctica vaíntroduciéndose en las costumbres como una acumula­ción de agrados que el lujo permite.

y el lujo es, precisamente, el que explotan primerolos arquitectos de los cuartos de baño del siglo XVIII,que no destinan siempre sus creaciones a una prácticaconstante ni siquiera regular. Los nuevos espaciossuelen ser lugares de esparcimiento, de descanso. Setrata de privilegiar la sombra y la humedad. Lasplantas y las hierbas no están muy lejos. Si el lugarescogido es el invernadero o el ala orientada hacia elnorte es que el baño está aquí para el calor y menospara los grandes fríos. La atención que se da al follaje,a los jardines poco expuestos, a los rincones escondi­dos, está centrada, como cosa natural, en un períodopreferible del año: «El destino de este apartamientorequiere frescor y por ello se suele colocar en los pisosbajos de un edificio, al abrigo de algún bosquecillo ocerca de una fuente; para que, al salir de estos lugares,

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se pueda respirar un aire fresco a la sombra de algúnagradable follaje» 3'. El cuarto de baño está concebidoaquí explícitamente para mitigar los calores del vera­no 32. Igual tonalidad, pero más furtiva y sin duda másindirecta tiene Diderot cuando escribe a las hermanasVolland el 10 de agosto de 1769: «iQué calor!, me

. d b - 33 Eparece que os veo a las tres en camisa e ano» . nla pluma de Diderot tal práctica se asocia inmediata­mente al calor. El baño no parece que sea todavíasuficientemente frecuente o familiar para que se leconsidere independiente del tiempo y de las estacionesdel año. Una asociación existente vincula inmersión ycalor, inmersión y atmósfera ambiente. Dicha inmer­sión tiene como finalidad primera crear un estado. Lamisma tonalidad hallamos, finalmente, cuando el prín­cipe de Ligne recuerda los baños que tomaba despuésde sus lecturas en la isla y al sol de su parque. Espaciolujoso asociado inmediatamente «con el aire frescoimpre~nado de todos los olores» 34. Le médicin desdames* dice lo esencial sobre este tema en 1772.Práctica de temporada, muy elitista, vagamente sen­sual: «Los baños de precaución, de sensualidad, delimpieza, no se suelen administrar en inv~erno. Laprimavera y el verano son las sstaciones mas favora­bles» 35.

Práctica mixta, pues, en la que la limpieza esvecina de otros móviles. Los movimientos del aguahacen que domine la impregnación del cue~po ~ queintervenga en sus estados. Bañarse es quiza primerosentir una atmósfera, atravesar influencias, experi­mentar sentimientos. Se trata de un intercambio dematerias y de un despliegue de presiones. El bañodespierta el sistema «impresivo». Lo que parece queestá en juego es la sensibilidad casi interna del cuerpo.Práctica de lujo, en cualquier caso, muy poco compar­tida a mediados del siglo XVIII. Pero práctica suficien-

* El médico de las señoras.

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temente importante como para que, casi al mismotiempo, nazcan iniciativas nuevas.

En 1761 se construye en el Sena un primer estable­cimiento que rompe con la tradición de los estableci­mientos de baños públicos. Baños calientes que tomanel agua del río para alimentar pequeñas cabinas repar­tidas a uno y otro lado del barco. La distribución delos lugares es nueva, concebida para facilitar la circu­lación de los flujos. El proyecto es, a la vez, terapéuti­co e higiénico: «Veo en todo momento enfermos a losque el baño alivia y cura. Estos baños también danánimo para conservar la salud» 36. Aprobación de laFacultad de Medicina, y publicación de opiniones di­versas; los baños Poitevin, que gozan de un «privilegioexclusivo» 37, son los únicos de este tipo hasta 1783 3 8 •

Lujosos (un baño cuesta tres libras en 1761, cuando elsalario diario de un artesano es en la misma época demedia libra y el de un peón de alrededor de un cuartode libra)" 9 , se han concebido para un público todavíapoco corriente, lo que confirma el elitismo del bañocaliente. Pero, sobre todo, el establecimiento es inter­medio entre la institución termal y la institución delimpieza. Poitevin repite varias veces que hay que«permitir que los ricos se curen pronto, antes de lo quepodrían obtener si estuvieran obligados a buscar lejosde su patria los socorros necesarios» 40. E insiste,incluso con arrobamiento, sobre las duchas concebidaspara multiplicar los efectos mecánicos: «Las curas seoperan desplazando por medio de una fuerza superiorlos humores extraños que forman taponamientos enlas membranas dolorosas y en los músculos entumeci­dos por su presencia» 41. Lo que domina es, en definiti­va, el termalismo. Por su forma, el establecimiento esun precursor de los baños del siglo XIX, pero no lo esrealmente por lo que se hace en ellos.

Finalmente, el nuevo interés que se le concede albaño se traduce a mediados del siglo XVIII por unbrusco crecimiento de las monografías médicas que sele consagran. El tema planteado por la academia de

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Dijon en 1755 (clas virtudes del baño acuosa sim­ple» 42) es claro testimonio de la importancia que haido adquiriendo. La práctica conoce, por tanto, suvertiente teórica y los primeros textos insisten, todosellos, sin matizar, en la influencia de las conmocionesque se llevan al interior mismo de los órganos. Enellos domina la atención que se concede a los fenóme­nos de sensibilidad. El organismo es acunado por elbaño tanto como influido por él: «El agua calienteprov¿ca una dulce sensación en la piel ~ ,la que. baña:la facultad sensitiva relaja con delectación el sistemacarnoso» 43. La intención primera es la de describir. Setrata de restituir un estado. El baño caliente es esen­cialmente «deleitoso», porque se apodera de los senti­dos por su misma materia: «Esta suave relajación queprovoca una especie de deleite ~n la piel, pasando P?rella hacia todo el sistema nervroso, hace que el banosea calmante y que nazca una disposición al sueño» ~4.Examinándolo desde más cerca, se trata, una vez mas,de la lógica de los flujos y de los choques. Y cuandoGuillard, en 1749, con una frase, intenta legitimar elbaño para su «afortunado ciudadano», los fenómenosinternos dominan sistemáticamente. Pasado el momen­to de la descripción de los estados, el interés se dirigea los mecanismos profundos que despierta el baño. Eltexto es revelador, porque señala la renovación delbaño y, sin duda, también porque ya e~ el inici~ de laépoca de una nueva limpieza, aunque siga ampliarnen­te centrado en la física de los órganos: «Se bana y sefrota con aceite para mantener la flexibilidad de losnervios, para facilitar la transpiración, para impedirque los humores se fijen demasiado abundantementeen alguna parte de su cuerpo y causen dolores agudos,a menudo mortales, que hubiera sido fácil evitar» 45.

El baño caliente aligera porque hace circular loshumores. Tal es su virtud esencial.

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Las «comodidades»

Sin embargo, otras utilizaciones del agua, física­mente más limitadas, demuestran una transformaciónsin duda más profunda de la higiene de la élite en elsegundo tercio del siglo XVIII. Después de 1740, sobretodo, aparece un objeto inédito que se localiza en losinventarios nobles y en las cuentas de los grandesebanistas, llamado «caja de limpieza», o, ya, «bidé». Suempleo empieza algo antes de los años 1730. Un día de1726, d'Argenson visita a madame de Prie en su cuartode aseo. Hay entre ellos intercambio de banalidades yde cumplidos. La escena carece de relieve, pero, brus­camente, madame de Prie se sienta «en su bidé» 46,

iniciando un aseo íntimo. D'Argenson quiere retirarse,pero madame de Prie insiste y la escena se convierteen una escena de coqueteo. El acto asombra por sulado prosaico, pero lo que importa aquí es la fecha. Porejemplo, no hay vestigio alguno de tal objeto en elinventario de la Malmaison en 1713, pero sí en 1750 4 7 •

Igualmente, Remy Peverie, tornero ebanista de la callede los Ours, cuyo establecimiento exhibe la muestra dela Belle teste, puede concebir en 1739 extraños bidésdobles, de respaldos adosados 48. El instrumento deno­ta durante mucho tiempo una distinción social. Gene­ralmente se compone de un armazón de madera de unapalangana de estaño o de loza y su aspecto suele serelaborado y lujoso. El respaldo y las tapas del asientoque ocultan la palangana forman también un asientoque se puede observar a veces en las alcobas de losnobles. El que entrega Duvaux a madame de Pompa­dour en 1751 es característico por su exquisitez: «Unbidé con respaldo chapado de palo de rosa y flores,adornado con molduras, patas y ornamentos de broncedorado» 49. El de madame de Talmont en Saint-Ger­main-en-Laye es igualmente característico: hecho «conmadera de cerezo y marquetería de amaranto, tieneforma de taburete con asiento de tafilete rojo clavadocon tachuelas doradas» 50 Algunos de estos objetos

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refinados llevan frascos de cristal incorporados en elrespaldo. Cuando, en 1762, J. B. Dulin fabrica un bidéde metal con patas que se desatornillan para hacer unmueble de viaje, da una muestra indirecta de la impor­tancia que tal objeto va adquiriendo 51. y no sólo lousan las mujeres: por ejemplo, una silla agujereada yun bidé se hallan en el censo del guardarropa del señorde Hérault, así como en el del inventario del señor delcastillo de Montgeofroy, en 1775 5 2

• Igualmente hayuna silla agujereada y un bidé en el guardarropa delpríncipe de Condé y en el de su esposa, co~o se lee enel inventario del Palais-Bourbon en 1779'3.

Los grabados de G. de Saint-Aubin reflejan estelujo particular. Les papillonne;ies hu,:,ain~s* (1770) .lepermiten ilustrar una profusión de srtuaciones socia­les utilizando mariposas de formas gráciles y antropo­morfas: juego de imagen y testimonio de costumbres.La escena del aseo es la de los grandes hoteles de lanobleza: mobiliario refinado, tejidos lujosos, domesti­cidad atenta y ajetreada. Un «insecto» se deja peinaren actitud indolente. El conjunto de los instrumentosque se usan a mediados de siglo adorna el lugar: espejocincelado, pañuelos bordados, encajes que recubren lamesa cofres de delicadas formas que protegen losfrascos y, finalmente, aparte, un bidé colocado al piede un biombo de tela pintada 54.

El bidé es un objeto muy raro, sin embargo, que amediados de siglo apenas se encuentra en el uni~e~soburgués. Por ejemplo, en la casa de J. L. 7amls~er,comerciante muerto en 1767 en Apt, con mas de CIenmil libras de renta, no posee ninguno 55. No obstante,el propietario sabe apreciar el lujo: utiliza más desesenta camisas finas y bordadas. El guardarropa de laseñora de Tamisier, instalado en el primer piso, po.seeun mueble de aseo en el que se disponen espejos,cremas y frascos de perfume. Nada de ello indica ~ueen tal marco la higiene del SIglo XVII haya podido

* Los mariposeos humanos.

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modificarse e incluso que el «tocador» sea ahora unmueble específico con su complemento de espejos,cajones y fragancias 56. El inventario proporciona to­dos los signos de esta higiene «clásica»: calidad ycantidad de la ropa, objetos que llaman la atenciónsobre la forma aparente y el perfume. Igualmente, elalojamiento de Rousseau en Montmorency sigue igno­rando aún el nuevo mueble, en 1758 5 ' . Ausenciaidéntica, finalmente, observamos en el alojamiento deCollin, intendente de madame de Pompadour, a lamuerte de ésta en 1764 58• Por otra parte, en lospalacios los diversos lugares en los que se colocanestos muebles son suficientemente indicativos: a me­diados de siglo y, todavía durante unos cuantos dece­nios, la presencia del bidé queda limitada a la alcoba oal guardarropa de los dueños, como ocurre en laMalmaison en 1750 5 9 y en Montgeofroy en 1775 6°.

Signo más o menos aparente de distinción, la exis­tencia del bídé supone un hábito de limpieza másíntimo que implica actitudes y atenciones. La apari­ción de este mueble merece todo nuestro interés,puesto que no lo precede ni lo acompaña ningunamodificación de los manuales de higiene y aún menosde los manuales de urbanidad de los cuales extraía lalimpieza clásica lo esencial de sus normas. Después de1760, por ejemplo, en ciertos textos se empieza aevocar una limpieza sectorial, para las diferentes par­tes del cuerpo. El tratado de Jacquin (1762) siguesiendo algo eufemístico. En él se habla de la abluciónlocal, de las zonas «secretas» del cuerpo, pero esimposible conocer aún el acto preciso. El principio desemejante ablución no va más allá de las generalida­des: «La limpieza exige que uno se lave con frecuenciadiversas partes del cuerpo, sobre todo aquellas en lasque el sudor, si permanece allí, produce un olor desa­gradable. La delicadeza cuenta por lo menos tantocomo la salud» 61 Le conservateur de la santé* (1763),

* El conservador de la salud.

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por el contrario, nombra muy concienz~da!"e~teestaspartes y se detiene en los olores y en las IrrIta.ClOnes. ytambién describe los «riesgos» que corre quien no selava todas estas superficies «particulares» y ocultas:«Si la transpiración o el sudor permanecen en estaspartes (axilas, ingle, zona del pubis, partes genitales,perineo, la entrenalgas o la hendedura), el calor losexalta, y, además del mal olor que se desprende Y quese va extendiendo por todos lados, una parte de estasexhalaciones y de lo que las compone regresa por losvasos absorbentes y entra de nuevo en la circulaciónen la que daña y dispone los humores a la putrefac­ción» 62. Imagen monótona del cuerpo que absorbe (ental caso, es aquí el sudor lo que puede «reflui.r» hacialos poros), pero empleo del agua para el cuidado deesas partes: hay que humedecerlas regularmente conuna esponja húmeda, propone El médico de señoras, en1772. Finalmente, hay que lavar algunas de estaspartes: «El cuidado de las partes naturales es unanecesidad imprescindible. Hay que lavarlas todos losdías y poner en el agua que se destina a esta utiliza­ción todo tipo de plantas aromáticas o algunas aguasespirituosas» 63. La insistencia con la que se habla deuna limpieza femenina es, por primera vez, muy sxplí­cita. La utilización del bidé es anterior a estos docu­mentas; en la práctica es contemporánea de otratransformación, más importante, porque toca al espa­cio y a la intimidad: la de los apartamentos excusados.

Lo que diferencia, por ejemplo, el modelo de losgrandes hoteles de Blondel en 1737 6 4

, o en 1752 6& del

. 1 t 66de los hoteles de Le Muet un sig o an es es unadivisión más neta entre las diferentes partes del aloja­miento: a los apartamentos de gala y a los de cortesía,en los que se desarrolla lo esencial de la actividadnoble se añaden zonas más alejadas, hechas para lavida más familiar 6'. A las alcobas se les añadendependencias que tienen papeles específicos: g~binetesdiversos, pequeños y grandes, que se caracter,'zan poruna función específica (<<calientaplatos», «libreros»,

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«aseos», «guardarropa», etc.). Las habitaciones de losgrandes ho.teles del siglo XVII, polivalentes a menudo,han conquistado U? siglo más tarde algunos espaciosanexos: Cuando Michel de la -Ionchere transforma laMalmaison en 1737 6 8

, multiplica los gabinetes pe­qu~ños. las «habitaciones de guardarropa», en unareeidencia que hasta entonces no tenía más que corre­dores o antecámaras. Los cambios efectuados en elho~el de La Vrilliere en 1752, en el hotel del barón deThlera en 1747 o en el hotel de Armini en 1748 6 9 serealizan en el mismo sentido. La habitación no pi;rdenad~ de su «alineamiento»; se sigue integrando en loscOUJuntos monumentales, pero alrededor de ella' entreella y la siguiente aparecen varios lugares. En el hotelde La Vrilhere la habitación del ala dispone de ungabinete de aseo, de un guardarropa y de un pasillo 70

En el hotel de Belle-Ille, construido por Bruant en lacalle de Bourbon, en 1721, la misma habitación incluyeun cuarto de aseo, un cuarto de estar, un vestuario yu,n excusado 71. Comparando las construcciones delsIglo XVII con las d~ su época, Blondel insiste en «laausen,cla de ve~tuarlOs» y en las «comodidades de quecarecían los prrmeros» 72. Por ejemplo, a fines del sigloXVII no hay todavía ningún lugar para el aseo demadame de Maintenon, que se acuesta en la alcoba enqu~ el re~ sigue charlando con sus ministros. Susmujeres vienen a «desnudarla» 73 al pie del lecho y laayudan enseguida a meterse en la cama en dondep~eden aislarla sólo con pesados cortinones. AhorabIen: el cambio que se observa en los grandes hoteles apartir de 1730 se realiza precisamente sobre la intimi­dad. Y es en la intimidad, en lo que hay una diferenciaentre la habitación de gala y la habitación privada enla que también influye la creación de este lugar deaseo: cuarto suficientemente específico, finalmente,para que se puedan vender desde los años 1760 mobilia­nos completos para gabinete de aseo con entabladurasy techos de ~ela pl1!-tada 74. Estos hoteles lujosos delsegundo tercio del SIglo XVIII no trastornan, sin embar-

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go, todas las relaciones individuales. El apartamentodel señor y el de la señora siguen estando alejados. Loslazos familiares no se han estrechado obligatoriamen­te entre ellos. Con gran frecuencia, el hombre y lamujer siguen apropiándose un ala del hotel 7'. Esteespacio orientado hacia el apartamento y la alcoba degala no obra todavía en beneficio de la intimidadfamiliar. Su verdadera novedad consiste en permitiruna mayor intimidad personal. Al especializarse, losgabinetes aumentan los servicios particulares. El indi­viduo se concede otro tiempo, sus ademanes estánmenos pendientes del espectáculo y ya es posible tenerconsigo mismo otras relaciones. Se trata de una priva­tización que toca directamente a la misma existencianoble.

Realmente, se van entremezclando varios modelos.Los de la aristocracia tradicional, naturalmente, asícomo los de la gran burguesía financiera, importan enel noble espacio una dinámica de privatización queéste no conocia. El gran hotel de los años 1730, comoel de un recaudador general de Hacíenda de Meulan 78

o el de un ministro como Rouillé 77, se inspira en lasreferencias de la corte al mismo tiempo que las vacambiando. La ostentación cede el paso ante un lujomenos demostrativo y empieza a aumentar el lugardestinado a las funciones anónimas. Comodidades,gabinetes y vestuarios ya no se construyen sólo para elespectáculo. El hombre privado ha ido instalando alllun espacio que no existía. Nada es más urgente paraesta élite financiera que ennoblecerse e imitar alcortesano; pero nada es más inevitable que un pe­queño intercambio de sus valores: «Así, mientras queel placer noble tiende a privatizarse, el hombre priva.do, en cuanto ha subido un poco, intenta disimular susorígenes aristocratizando su tren de vida» 7 •• El hotelde Evreux, que madame de Pompadour hace transfor­mar por Lassurance en 1752, y el hotel de Armini,perteneciente al financiero de Maulan, acaban pare­ciéndose 79.

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De tal privatización parece que nace el «cuarto deaseo», el «cuarto de limpieza» 80, el «cuarto excusado»o el «lugar a la inglesa», cuyo ejemplo ofrecen loshoteles de lujo parisinos desde el segundo tercio delsiglo XVIII. Los «lugares a la inglesa», evidentes testi­monios del lujo, tienen por sí mismos gran significado,pues transforman la utilización de la silla agujereada,Instalando un lugar fijo y cerrado para las funcionesnaturales. Estos lugares recurren a las primeras «me­cánicas» del confort: por ejemplo, una válvula obs­truye el agujero para evitar el retorno de los olores.Lugares específicos para funciones íntimas: se haconstituido realmente un espacio 81. El cuarto de aseoanuncia una nueva limpieza: local, sin duda, pero queescapa a la mirada y hace insuficiente el solo cuidadode la ropa. Práctica inédita y sobre todo oculta: ellugar cuenta aquí tanto como las conductas. Final­mente, fuera de toda teoría, se van elaborando estoshábitos centrados más que antes en la sensación y enla relación consigo mismo. Se va esbozando un aseoíntimo, cuya aparición favorece la creación de unespacio más retirado. Ciertos objetos precisos mues­tran su presencia y el bidé es el ejemplo típico de estasrenovaciones, pero también lo son las palanganas y losJarros de loza que adornan a su vez estos lugaresprivatizados 82.

Sin embargo, tal transformación no deja de estarmenos circunscrita, aunque tenga importancia, porqueprepara la aparición de un dispositivo íntimo, con suslimpiezas fraccionadas. No sólo porque queda limitadaa algunos privilegiados, sino también porque no selibera abiertamente de las referencias tradicionales dela apariencia y el decoro. El hecho de que, todavía du­rante mucho tiempo, el «aseo» pueda ser un espectácu­lo, subraya con claridad que el momento esencial deésta sigue siendo la metamorfosis orquestada por elpeinado y el cuidado del rostro. El lado imaginable delo visible no queda trastornado. Cuando presencia elaseo de madame de Pompadour, el duque de Croy

Una suave sensación de la piel! 145

queda fascinado por el efecto estético tanto como porla proximidad, por otra parte institucional, que se­mejante situación autoriza: «Nada más lindo se puedever» 83. La operación se realiza para el placer de losojos. El aseo es, primero, esta paciente transfiguraciónde la apariencia que capta el efecto visual. Unalimpieza íntima, discreta y poco comentada, lo condu­ce, sin duda alguna, hacia otras veredas. Pero estalimpieza sigue estando ampliamente prisionera deltrabajo clásico sobre la apariencia. El aspecto esencialsigue siendo todavía la ostentación, pero es precisa­mente fuera de ella donde se va produciendo la renova­ción. Al convertirse en algo más «funcional», porejemplo; al hallar otras legitimidades, como la de lasalud y del vigor, en particular, y sobre todo alenfrentarse con las imágenes mecánicas que el aguaconlleva, la limpieza va a cambiar de sentido. Final­mente, una de las paradojas es que una parte de lastransformaciones futuras depende de que se ponga enentredicho el «lujo» que sigue dominando aquí: seempieza a afirmar una higiene que va contra losvalores de la apariencia, lo que no dejará de tener, noes preciso decirlo, connotaciones sociales.

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2

EL FRIOY LOS NUEVOS VIGORES

Cuartos de baño, bañeras y cuartos de aseo prue­ban que la u~ilización del agua va cambiando lenta­mente a medIados del siglo XVIII. Se trata, sin dudaalguna,. po: lo menos para los privilegiados, de unanueva limpieza. P~r~ no interesa más que a un públicoextre~adamentelImItado, al mismo tiempo que es algomluy. Irregular. Sobre todo, esta limpieza sigue siendoa usiva y hasta confusa' el agua p , .. ' , or SI mIsma nocor~esponde. eVIdentemente al agua de hoy; el c~lorlas mfIltracIOnes, las presiones acentúan su .. 1.'d d S origma 1-~. e trata ,de una sustancia activa, un medio diná-

;lllCO, que actua sobre el cuerpo y lo atraviesa antes de~varlo, que trastorna las fisiologías y acarrea ener­

gias secretas.

~e todas formas, la atención que se concede a lasmecalllc~~ no podría agotarse con los calores y lapenetraCIOn. En este registro cabe imaginar todavíamuchos de s~s efectos. Es posible concebir otras imá­~e~es. Por ejemplo, parece que sólo en la masa física

e agua ha~ en reserva muchos choques y conmocio­nes. La. mecamca no carece de recursos y hacia ella Sevan orientando las curiosidades y las sug .A .t . , erenClas

gi aCIOn, trastornos y movimientos internos sigue~

estan:o en pr:mer plano. Particularmente, Una imagenva a esempenar un papel muy importante, porque va

El frío y los nuevos vigores I 147

a conciliar seducciones diversas: la de las sacudidasprovocadas por el agua fría. Tenemos primero unaprueba sencilla: el frío contrae el cuerpo. Pero luegollega la especulación sobre las consecuencias; estascontracciones podrían tener efectos terapéuticos alactuar sobre los humores y tener efectos casi moralesal actuar sobre las energías. Una vez más se entremez­cla la higiene con ciertas preocupaciones que la sobre­pasan. El frío del líquido se convierte en algo másimportante que cualquiera otra cualidad y la primeramirada va a los movimientos internos que este contac­to debería provocar. Para muchos, el baño y la utiliza­ción del agua van a quedar dominados en la segundamitad del siglo XVIII por esta exigencia del frío: «¿Nohará a los hombres más fuertes y más robustos?» 1. Eltema corresponde raramente a una práctica muy cir­cunstanciada, pero ocupa un lugar evidente en lasteorías y en los discursos.

Tales especulaciones suponen la transformación demuchos otros puntos de referencia. Por ejemplo, senecesita una muy nueva confianza en las reaccionesdel cuerpo: un líquido tan inhóspito como el agua fría,¿no someterá aquí el organismo a un «mal» aparentepara reforzarlo mejor enseguida? El agua que, desdemediados del siglo XVIII, seduce a una nueva categoríade higienistas supone de hecho un largo recorridoteórico y cultural.

Lo imaginario del baño frío

En un primer tiempo, antes de 1750, parece que losobjetivos son exclusivamente terapéuticos. Curacio­nes curiosas e historias edificantes, como la del capu­chino que tenía la reputación de devolver la vida a loscuerpos agonizantes después de algunas aplicacionesde agua helada. Se suponía que las convulsionesartificiales ayudaban a la renovación de las fuerzas yque la muerte retrocedía ante las sacudidas de la vida.

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El Mercure de 1724 describe las manipulaciones de estebuen eclesiástico; lo llamaron para que socorriera aun moribundo y recurrió valientemente a las compre­sas más heladas: «Le aplicó toallas empapadas de aguahelada; la muerte se seguía burlando del bueno delcapuchino y seguía agarrando al paciente, por lo queel capuchino exigió con tono iracundo ocho libras dehiel? en un solo trozo y le frotó con ellas el estómago yel VIentre: y la,muerte 8;bandonó el combate, el pacien­te se de~atasco por arriba y por abajo, abrió los ojos,reconoció a todo el mundo y pidió agua sin más» 2.

Esta mecánica de las reacciones pertenece a las curio­sidades precientíficas. Evidentemente, hay muchacomplace?,cia en la anécdota del Mercure y un gustoapenas disfrazado por lo extraño. La naturaleza sor­prende y su des8;fío seduce a la razón. Los gabinetes defísica de la primera parte del siglo XVIII, con sustanteos y sus prodigios vagamente experimentados noestá lejos y, en cualquier caso, las curas de este tipovan a divulgarse.

A ellas pertenece también el gesto del duque de LaForce que salva a un desgraciado de una insolaciónmortal. Dos viajeros que venían de lejos atraviesan sustrerras cua~do hace mucho calor. El verano es excep­cional, el aire ardiente y los viajeros no lo soportan.Uno de ellos. muere 8; unos hectómetros del duque y elotro cae casi a sus pies. El duque de La Force ordenainmediatamente que bañen al enfermo en el riachueloque Corre un poco más abajo, lo instala en una cama,lo cubre con una manta y espera: «El paciente volvióen sí y, habiendo resucitado, por decirlo así, trasdescansar cómodamente durante la noche al día si­guiente se encontró muy bien» 3. El fresc~r del ria­chuelo produjo el retorno a la vida. Noguez, quere!iere los, hechos en 1730, añade esta vez una explica­cron: el frío tempera, compensa las agitaciones excesi­vas contrayendo los vasos sanguíneos peligrosamentedilatados y, finalmente, refuerza las partes astringién­dolos: «El frescor del agua y su peso moderan y

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detienen estos movimientos prodigiosos astringiendolos vasos sanguíneos y rehabilitándoles el tono» 4. Laexplicación va a divulgarse, a.diversificarse, a aplicar­se a múltiples males. La terapia va ganando veracidad,Al contraer el cuerpo en sus zonas profundas (o alsuponer que así lo hace), el frío hace que n~zcan

imágenes de circulación de humores, de evacuacion devísceras, y hasta de reducción de, tumores. ,Actúa enlos «sólidos» y en los flujos. Con el, los volumenes secontraen, comprimidos por la presión, los órganos secrispan y se activan, y, finalmente, su brusca defor~a­

ción puede dirigirse: «No se puede emplear mngunmedio más eficaz que el frío cuando se trata dedisolver la sangre o de evacuar algunas materiasglutinosas adheridas a las paredes de los vas?s; cuan­do se quiere limpiar las glándulas y proporcionar unfiltrado más abundante de los espíritus animales ohacerlos correr con mayor rapidez por los nervios;cuando hay que provocar la orina o levantar algunaobstrucción del hígado, del bazo, etc. [...]» 5: La tera­péutica explota una serie de imágenes: conflicto entrelo que suelta y lo que astringe, entre lo que ablanda ylo que endurece. El papel del frío en este caso nosorprende: «Fortifica y aprieta las fibras de los que la~tienen demasiado débiles» 6. El baño frío orquesta asiel movimiento de los fluidos y de los sólidos. En 1763Pomme sumerge a sus enfermos atacad?s de afeccion~svaporosas quiere luchar contra su flojedad por mediodel frío ; «restablecer la fuerza de sus sólidos» 7.

Aplicando sin vacilar la lógica del endure':.Imlento,Pomme se obstina a veces, prolonga el bano hastahacerlo durar ocho horas diarias. Sus enfermos delanguidez se pasan el día en agua helada.. No hayrelación alguna con las precauciones anterlOre~..I:aruptura es muy importante, puesto que la tradiciónprivilegiaba la acción del calor: es él el que ayudaba a«expulsar» los humores. , ,

Pero lo que se está ventilando va mucho mas allaque estas nuevas curas. En el siglo XVIII el baño frío no

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sólo. es, un~ técnica para terapeutas en ruptura detradición, sino también una técnica para higienistasrebeldes. ¿No pueden las fibras apretadas y fortaleci­das reforzar tanto los cuerpos enfermos como loscuerpos sanos? Puesto que de lo que se trata es delcodlg~ de los vigores y de las resistencias, se tratatamblen, a su vez, necesariamente, de la salud. Porp~l~er.a vez el baño posee una calidad explícitamentehigiénica, m~nos porque deja limpio que porque ponefuerte. Prestigjo d~ las mecánicas del agua. Lo que?uenta es la acción so~re las máquinas del agua,mcluso ,antes que la accion sobre la limpieza de la pie!.Buen. numero de textos de higiene de la segunda mitaddel siglo XVIII hacen soñar con durezas en cadena,prometíendo un universo de firmezas físicas. El aguaargus siendo .confrontada con los funcionamientos delc~erpo. S~ fnaldad consolidada: «Se atribuyen al bañofrfo ventajas considerablse la impresión súbita de fríoque s~enten nuestros cuerpos aprieta pronto las partese::,ter1~res y las que están cerca. Por tal medio, lasvlbraClO?eS d~ las fibras son más tensas y la sangre ylos_espír,ltus círculan con mayor velocidad. Por eso losba,nos frfos son buenos para atenuar la sangre, hacerla~as fluida, despertar los espiritus animales y hacerloscl;cular con mayor rapidez [...] para facilitar la diges­tión y dar, apetito; finalmente, para hacer que elcuerpo sea ágil y tenga vigor» 8. Filamentos y fibras seendurecen, fraguados y comprimidos. Toda la estructu­ra "dura» del cuerpo se halla así contraida y, por ello,cons.ohdada. Los libros que tratan de salud antesdommados por la atención que se concedia al "régi­men» (además, esencialmente alimenticio), insistencon frecuen?la cada vez mayor en las virtudes estirnu­lantes del frío: el agua fría, así como la moderación dela ropa, debe favorecer tensiones y reacciones muscu­lares repetidas .. Sin ella "el tono de las fibras serámenor y los tejidos celulares se aflojarán» 9.

. A su v~z, ?ay un desplazamiento del significado deciertas practicas. El baño de río, por ejemplo, hasta

El frío y los nuevos vigores / 151

entonces reservado al juego o a algunas Curas aisladasse considera ahora como instrumento de salud; esejercicio reforzador, técnica vigorizadora. Algunosbaños parisienses, rústicamente instalados en barcoscon escalerillas 10, llaman una nueva atención. Secitan, se describen y hasta se recomiendan. Las Des­cripciones de París o las Guías de los viajeros, quehasta entonces ignoraban semejantes lugares, danahora su dirección y hasta se atreven a dar algunasopiniones. Por ejemplo, -Ieze, cuyo Estado de París sereedita casi todos los años entre 1754 y 1765, adopta elargumento de los higienistas. Tales baños no puedenser más que «los más sanos» 11, incluso si sus instala­ciones parecen toscas: «Los lugares llamados baños secomponen de un barco cubierto enteramente con untoldo, cerca del cual se han clavado en el río unasveinte estacas en un espacio de unas 12 toesas de largopor unas 2 toesas de ancho, que se cierran con tablo­nes y se cubren también con un toldo. Se baja al aguapor una escalerilla» 12. El espacio es diminuto y estácerrado; no hay lujo alguno, pero tiene una accióntónica.

Desde 1760, sobre todo, la imagen circula por losmedios de los higienistas, estereotipada y monótona:«El baño frío, por la condensación de los sólidos, daenergía y fortifica» 13. Y se someten los organismos alas reglas de los aceros templados. Las fibras son elcentro de atención. Los «movimientos convulsivos» 14

provocan su endurecimiento. Su repetida evocación esilustración, por otra parte, del definitivo abandono deuna medicina de los humores, incluso si la acción delos sólidos apenas va más allá del umbral de la físicaelemental 15 • Cuando Maret se detiene finalmente con­tanda cómo se encoge bajo la acción del agua fría unatirita de piel animal 16; cuando otros se sumergen enlos ríos contando la aceleración de su pulso o consigonando algunas de sus reacciones físicas 17, se trata deotros tantos hechos que van más lejos que la simplecuriosidad.

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. E~tas sabias ambiciones apenas tendrían importan­CIa SI se I}mltasen a ser simples imágenes fisiológicas.Pero e~ta el aspecto cultural que, de hecho, tienemayor Importa~cla. Los textos no siempre se aventu­ran por, los vericuetos de la mecánica de las fibras. Elagua f!"Ia e~, sobre todo, materia austera. La prácticadel bano fr~o es, esencialmente, una práctica ascética.El endurecimianr¿ es tanto moral como físico. Y esteendureclmI~~to,finalmente, es más intuitivo que real­mente explícito. Se trata de movilizar la energía deafirmar la firmeza. '

Tronchin, por ejemplo, médico de los enciclopedis­ta.s, al que algunos han seguido hasta su escondite deGm?bra, no cuenta los detalles del funcionamientoorg~mco, pero hace del baño frío un tema casi moral:~<Mlentras los romanos, al salir del Campo de MarteIban a arro~arse al Tíber, fueron los amos del mundo:Per? los banas cahentes de Agripa y de Nerón fueronhaciendo de ellos,. paulatinamente, unos esclavos [...J.Los padres conscrrptos tuvieron realmente razón cuan.do Se opUSIeron. a los baños termales, pero la tropadorada, ~ontammada de lujo asiático, triunfó de lareslste~clay de la virtud .~e los padres conscriptos» 18.

Tronc~m p~escrrbe también, sin vacilar, largas curasde banas fríos, puesto que el calor no puede ser másque «emoliente», Su argumento es ético: la molicie seopone a la virtud y la debilidad física a la fuerzamoral. !-a fisiología, finalmente, cede ante la referen­CIa antIgua., Es la Vida de los hombres ilustres 19, conla celebración de las virtudss, primitivas. ¿No se perdióRo~a a causa ?e una juventud «desdeñosa de losbanas de agua fría, abandonada a la molicie, casi iguala nues~ros p.etlmetres, porque había abandonado loseJerCICIOS fíSICOS que les daban fuerza y virtud»? 20

El salvaje desempeña el mismo papel en esta seriede textos. También posee él sus propedéuticas vigoro­sas: «L?s habItantes ,del istmo de América se echan alagua fría cuando estan sudando y la salud no sufre porello» 21. Los relatos de viajes ofrecen a este respecto

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un terreno abonado, no porque el salvaje sea siempreidealizado, pero sí porque se suele convertir en unejemplo de costumbres rudas y de robustez física. Losbaños que se toman en los ríos del Amazonas o en losríos de Canadá son directa ilustración de una energíay una resistencia que bastaría con trasponer: «Sé, aciencia cierta, que los indios de América echan a losniños a los ríos en cuanto nacen» 22.

Rousseau es, sin duda, quien mejor recoge lo esen­cial de estas referencias voluntaristas. Los romanos ylos espartanos de Plutarco, los indios de Le Hontan yde Le Beau 23 figuran como ejemplos de costumbresrústicas; sus prácticas son otros tantos ejemplos defuerza. Con gran claridad, sobre todo, se convierten eninstrumentos polémicos: «Multitud de pueblos lavan alos niños recién nacidos en los ríos o en el mar sin másceremonias. Pero los nuestros, reblandecidos antes denacer por la molicie de padres y madres, traen al veniral mundo un temperamento ya echado a perder» 24. Lareferencia al héroe antiguo y al salvaje son intercam­biables. Finalmente, el agua fría se explota allí hastael símbolo, el de las aguas que vuelven invulnerable.La imagen de la Estigia viene a añadir sus alusionesculturales y simbólicas a los viejos modelos aquíleosde los que están llenas las lecturas del colegio. Todosestos nuevos higienistas recuerdan sus estudios dehumanidades clásicas y los explotan ahora a su mane­ra: «Endureced sus cuerpos [...J. Templadlos en lasaguas de la Estigia» 25. Emilio será lavado por ello enun líquido cada vez más frío hasta que se acostumbre aun agua incluso helada 26.

Esta idealización del vigor no carece de funciónsocial: el ciudadano antiguo contra la víctima presen­te del despotismo, las costumbres «sencillas» contra la«corrupción», la regeneración contra la decadencia.La crítica de la malicia es también la crítica de un tipode ciudad: «Ya no hay ciudadanos» 27. Y se cree quelas costumbres compensan el marchitamiento de los«petimetres». Estos romanos y estos salvajes muestran

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que hay un «allende» de libertad y de fuerza. Y seoponen al lujo aristocrático convertido aquí en «debí­litamiento» y se oponen a un poder arbitrario implíci­tamente denunciado. Desempeñan sencillamente elpapel de contraejemplo. Es esta crítica la que van atomar muchos discursos después de 1789. La antigüe­dad se promoverá como modelo de libertad: «Si imita­mos a los pueblos libres [...]» 28. La antigüedad tamobién se promueve aquí como modelo de vigor, puestoque la educación debe, en este caso, tomar a su cargoel endurecimiento: «Quiero luchas, juegos, ejercicios,carreras, movimientos más que libros y lecciones» 29.

La frugalidad contra el lujo y la energía contra elmarchitamiento son referencias codificadas. Debilita­miento, delicadeza, afeminamiento son reflejo del arti­ficio aristocrático. Su sentido es evidentemente socialy es este sentido el que hace que el baño frío produzcarigurosamente el efecto contrario al del baño que setoma en los palacios de la nobleza. Este último, con sucalor que «languidece», se convierte para la burguesíailustrada en una simple degeneración. Tiene «su ori­gen en nuestro gusto por la molicie, consecuencianecesaria del lujo que se va apoderando de todos losestados» 30. Privilegio inútil y peligroso, se rechaza elbaño caliente como un comportamiento de clase deca­dente. Símbolo también: el «exceso» que altera yablanda, y que, sencillamente, hace «que vaya degene­rando la naturaleza» 31, instaurando una inútil blan­dura de costumbres. La joven desocupada llena de«vapores», sobre la que ironiza Mercier, que «va arras­trándose de su bañera a su tocador y de su tocador a subañera» 32, representa una desocupación muy aristo­crática. Igualmente «las personas delicadas que peromanecen durante horas en un baño de agua templaday que pagan casi siempre su constancia con agujetas,debilidades y, a veces, destrucción general- 33, sonevidentemente traicionadas por su «delicadeza». Peroésta es primero un producto de la sociedad a la quepertenecen. Por una parte, pues, tenemos un refina-

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miento que debilita, y, por otra, una rusticidad querefuerza, una molicie que languidece y una rudeza quevigoriza. En cada caso, sobre todo, se trata de palabrasque van mucho más allá de su acepción fisiológica.Bourdian observa que ya hay en Montesquieu el prin­CIplO de estas dIferenciaciones. Las prácticas cálidasllevan a la debilidad: «Ablandamiento de las fibras,ablandamiento de las costumbres, ablandamiento delImpulso vital y de la energía viril, cobardía: paraengendrar mitos socialmente aceptables basta, comose puede ver, con dejar que actúen las palabras» 34.

Una nueva clase inventa una nueva fuerza frente alos modelos aristocráticos. y lo hace reactivando enerogías y dinamismos, dando solideces y trazando grandesdiferencias entre un ascetismo inédito y aparentesindolenciag, Con la austeridad del frío proclama unaausteridad sobre los placeres que consideran demasia·do fá~iles. Y va edificando rigores para acrecentar máslas dI~tancIas culturales y sociales. Insensibilidad Yenergra se convertirán en otras tantas lecciones con­quistadoras. La correspondencia de Grimm afirma quede la lectura de Tronchin lo que más le ha dejadohuellas es la descripción de estos rigores: «Nos harecord,ado las costumbres de la República y de lafilosofía moral de los antiguos» 35.

El frío no es más que un índice en un valtodesplazamiento de valores. Lo que cuenta es la ruptu·ra de los códigos físicos y de las valencias moral..;más fundamentalmente, se trata de la transformaciónde las referencias sociales: imaginar fuerzas donde nolas había, circunscríbir la decadencia a una capaso?ial definida. La referencia al baño puede que no leamas que un pretexto. Su impacto es, para empezar, elde lo ~maginario: hacer soñar con poderes vilibles,'~preslOnarlas ~entes heroicizando ejemplos. Convi~'cion totalmente literaria en muchos casos: el baño frlOno ha invadido bruscamente las prácticas burguesas,r~cornendo el surco trazado por tales discursos higié­rucos. Con frecuencia, ha seguido siendo referencia

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r~tóri~a~ regla abstracta, argumento de razón más quedISPOSItIVO práctico.

Millot, c~mservandoen 1801 el impulso y la utopíade c~er~os dIscursos revolucionarios, imagina un esta­blecimianto «regenerador», y sugiere que se instale enel Sena un ':S'p~CIO con forma de circo. Una serie degrad~~ permitiría que se sumergiera con regularidad alos runos ~e toda~ las edades y de todos los tamaños.L~ estancia repetida en el río aseguraría su endureci­miento progresivo. No se trata de nadar, sino «senci­llamente» de permanecer en el frío La a Ii "d ,. o' . P IcaCIOnpe ~gogIca y pública del baño frío será así, «por fin'>realizada: «Cuando el gobierno quiera cambo o l'débil "0 , Iara ae 1 const.itución de nuestros parisienses y los hará

tan robustos como nuestros vecinos, los alemanes:basta para ello con que haga construir un baño alborde del Sena, hacia los Inválidos; este baño tendríala forma de una elipse construida en el terreno baldíoq~e se ?~varía a sólo 4 pies y cuya profundidad s~distribuiría en forma de anfiteatro por medio de gra­das que se elevarían unas por encima de otras sólo 4 a5 pulgadas paora sentar en ellas a los niños de todas lasedades despues de la dentición'> 36 En 1801 I did M' . e iscurso

e illot pretendo seguir siendo instaurador. Piensaque las aplicaciones son irrisorias. Nada ha cambiadoaparentemente en el tono militante y persuasivo sino~ueape!a a los poderes y que tiene una clara ambiciónmstItucIOnal y política' «Este baño introd . ot d F" ucirra eno a ra~cla la utilizacíón del baño frío y, antes de

transcurnr 15 años, el gobierno empezaría a darsecue~t~ del buen efecto de estos baños>, 37. EvocandoexplIcIta~entea Roma y a Esparta, proyectando obli­gaciones maplIcables, estas fórmulas sólo podían que­dar sin e~ecto. No cabía ímponer un baño generalizadopor m~dIO de ,;,n~ orden. Este baño, sin embargo,I','fluyo en u~ público limitado, sensible a su valor deejemplo, sensible también a la diferenciación social enla que se fundamentaba su imagen.

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¿Qué prácticas?

Madame de Maraise, colaboradora de Oberkampf ymujer de negocios ilustrada, es émula de los hígienis­taso Esta amiga de Tissot 38, que leyó sus obras conpasión y a quien invitó a su casa de Jouy en 1780, dejaadivinar sus convicciones y sobre todo sus límites. Porejemplo, no tiene duda alguna sobre las virtudes delbaño frío, pero sus alusiones a la aplicación de talbaño son discretas. Para esta burguesa sociable ydinámica que afirma que no se ha bañado nunca, elbaño frio sigue siendo teórico durante mucho tiempo.Lo que ve es la lógica más que la ejecución y habla enfuturo más que en presente: «Su experiencia debe serun guía mejor que mi pobre teoría en la que sólo puedoapoyarme, puesto que nunca he intentado tomar nin­gún tipo de baño; pero cuando mi estado me lo permi­ta, empezaré por el Sena'> 39. Se baña por primera vezunos quince años más tarde, efectivamente en el Senay toma dos o tres baños anuales, pero también deja dehacerlo, a veces, durante varias temporadas. A laconvicción bien real se ha ido añadiendo una práctica,pero una práctica irregular y espaciada. El 12 deseptiembre de 1812, madame de Maraise hace unaalusión incidental a esta frecuencia desordenada: «El28 del mes pasado entraba usted en casa en el momen­to en que salía yo para hacer diversos recados y, sobretodo, para tomar el tercer baño de río de este año queno había tenido tiempo de tomar desde 1809» 40. Sinembargo, la amiga de Oberkampf es más categóricacuando se trata de los niños e insiste en los baños quesumergen completamente el cuerpo, cabeza incluida;los provoca, los describe y es inagotable sobre cuandohabla de sus efectos, pero evoca indirectamente ciertasreticencias y dificultades: «Me gustaría echar al aguafría a nuestros pequeños como hacen con los niñosingleses, pero no tendrían que tener una criada comola que tienen y casi diría que tampoco un papá como elsuyo, aunque es muy capaz de hacer que el prejuicio

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ceda el paso a la experimentación; pero, cuando toma­ba yo por mi cuenta el asunto del baño frío, quería élabsolutamente que se exceptuase la cabeza- 41. Lainsistencia en esta inmersión «total» muestra indirec­tamente que la Iimpieza no es el centro del baño. ¿Nolo dice implícitamente Trssot, del que madame deMaraise saca orgullosamente su ascetismo? En cual­quier caso, una de sus frases vale por sí misma tantocomo cualquier otra explicación: «Los niños débilesson los que tienen mayor necesidad de que los laven;los que son muy fuertes, pueden prescindir de ello[...]» 4'. El agua fría lava sin duda menos de lo querefuerza, Se trata, primero, de una «prueba». Además,es muy fácil convertir todo esto en un asunto teórico,lo que es, en parte. Su sola evocación sorprende a lasmentes, dando nuevas imágenes de cualidades físicas.La ambición no siempre consiste en ir más lejos.

Naturalmente, los ejemplos de baño frío no faltan.Mercier nota un cambio tangible. Pero estos baños serefieren sobre todo a la infancia, la de una burguesíailustrada bruscamente sensible al nuevo código. Lamoda corre parejas con la que en el mismo momentocondena mantillas y corsés. Los niños «están muchomejor educados que antaño. Los meten en agua fría yse ha tomado por costumbre vestirlos diferentemente ysin ligaduras» 43. Además, la práctica se va exten­diendo más allá de algunos medios sociales ilustrados.«Desterrada» en Louveciennes desde la muerte deLuis XV, madarne du Barry se deja seducir por elnuevo modelo, toma un baño frío cada día, modifica sualimentación, se abriga menos. El «ascetismo» de laantigua favorita es aquí totalmente inverso al que seinfligía madame de Montespan un siglo antes 44. Yanase trata de una dureza que mortifica, sino de unadureza que refuerza, que conlleva una nueva ambi­ción. Cuando la ciudadana de Louveciennes explicaesto. sus fórmulas siguen siendo alusivas e intuitivas,pero la fuerza «adquirida» es el centro del tema.Dufort de Cheverny muestra su entusiasmo, y también

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su ingenuidad, cuando habla de un encuentro f~rtuito:

"SU lindo rostro estaba un poco irritado, Nos dIJO quetomaba un baño frío diario y nos mostró. bajo su largapelliza. que no llevaba más que ca~isa y abrigo einsistió para que le tocásemos las costillas y vieramosque el frío le era útil» 45. . , •

Ejemplo diferente, pero sIgn? de una práctica real,es este invento del conde de Milly, de la academia deCiencias. que propone, en 1776, un complejo procedi­miento de bañera mecánica: se pone en movimiento elagua para producir una corriente comparable a la delos ríos, con lo que el flujo añade sus presiones a l.asproducidas por el frío, acelerando los choques en serie.Jamás la espera de los efectos mecánicos había sidotan fuerte, lo que demuestra el relieve que ha idoadquiriendo en los últimos tiempos la .imager.' ~el.río,con su frío sus movimientos y sus prasiones dinámicas, . ,vagamente idealizadas. Tal bañera «aumenta la aCCIOndel agua sobre la superficie de la piel. produciendo enunos minutos de inmersión más efecto del que seobtendría en varios días por el método ordinario» 46.

La palabra «método», el cálculo de la duración delbaño «entre unos minutos y varios días», muestran,sin decirlo, que se trata de crear efectos fisiológicos.tanto y sin duda más que de lavar.

Ejemplo diferente también es la pasión. con la ,queBenjamin Franklin supo hablar de los banas de rIO ~de las inmersiones «tónicas», a las que se entregoregularmente desde 1760. Testimonio importante, sinduda, porque Franklin insiste c~n ~erdaderam~nI~" altiempo que insiste en una práctica de sustitucron.Nada equivale a las «virtudes» del baño frío; pero elchoque que produce puede ~poder~rse del cu~rpo. Ytrastornarlo. Incluso puede violar ciertas constitucro­nes. Franklin encuentra a este inconveniente el más«sencillo» de los remedios: el baño de aire. Se levantatemprano abre las ventanas, trabaja y se pasea desnu­do por s~ casa durante una, o media. hora,. según laépoca del año» 47. ¿No deberla producir el aire frío el

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mismo efecto que el agua? Pero hay que confesar quelas relaciones entre el frío y la limpieza siguen siendomuy ambiguas.

Finalmente, algunas instituciones se preocupan dela utilización del agua fría reforzadora. El reglamentode las reales escuelas militares, por ejemplo, derivadode las reformas del conde de Saint-Germain, es unainnovación en 1776. Práctica de temporada, una vezmás, pero que deja lugar a abluciones locales másregulares. Se trata de endurecer al futuro soldadoexplotando las «virtudes» del agua: «Los alumnos,tengan la edad que tengan, se habituarán a lavarsecon agua fría diariamente rostro y manos. Si hay unrío cerca del colegio se les llevará de vez en cuando adicho río durante las épocas de calor» 4". El agua fríatiene sus correspondencias con la vestimenta, con elarreglo de las habitaciones, con la ligereza de lasmantas. Vértigo de un medio que parece actuar encada momento: «A causa de ello se les permitirá ir singorro y lo menos cubiertos posible [...J. No se dará alos alumnos más que una sola manta durante latemporada más rigurosae -". Las pocas cubetas que sehan instalado para el baño de los pies alrededor de1780 en el patio del Mans-Neuf, en el colegio Louis-le­Grand, no tienen otra explicación 50. Es difícil, sinembargo, evaluar su utilización real que escapa a losreglamentos de los colegios civiles, sobre todo porque,por ejemplo en Brienne, que, sin embargo, es unaescuela militar, el inventario no menciona en 1788 másque «dos cajas de baños para las piernas» 51.

No obstante, ha cambiado el universo de las refe­rencias para las instituciones de educación. Comen­tando el plan de estudios y el programa del estableci­miento que había creado en 1777 y que quiere que estéal servicio de los «grandes empleos del Estado», Ver­dier se entusiasma por el baño de río y la natación quemantienen salud y energía. Hay, sin embargo, dema­siados riesgos para que se lleve allí a los alumnos:«Nunca se llevará a los alumnos a París, al agua o al

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hielo, ni a ningún lugar peligroso» 52. Por el contrario,el colegio Sainte-Barbe, como algunas otras institucio­nes, lleva a sus alumnos, en los últimos años del siglo,a que se bañen en el Sena cuando se acerca ~l

verano 53. Mientras, ha ido naciendo otro establecí­miento: la escuela de natación, abierta por Turquin,en 1785, en el puente de la Tournelle.

Ya se habían hecho varias tentativas infructuosaspara crear una escuela semejante desde la de Arnauden 1777 54. Pero había topado con dificultades financie­ras incluso a veces con ausencias de autorización.Turquin obtiene no sólo el aval del preboste de loscomerciantes, sino también de la academia de Cienciasy de la Real Academia de Medicina. El tema haadelantado mucho. La búsqueda de tantas garantíasconfirma también que hay ambiciosas pretensiones:Turquin quiere de hecho crear un establecimiento dehigiene. No desdeña el aprendizaje técnico y se recuer­da siempre el papel utilitario de la natación, pero lafinalidad del proyecto no se limita a ello; hay otrosobjetivos dominantes. Lo que cuenta en particular esel movimiento en el agua fría y, una vez más, lareacción orgánica que lo acompaña. Turquin ha apren­dido mucho de sus modelos: la natación prolonga elefecto del frío 55, es un instrumento suplementariopara acelerar la mecánica de los líquidos y favorece laacción «estimulante» del baño. La teoría es ya banal.La Enciclopedia la evoca en 1765 5

6. Otros textos lavan precisando y la van desarrolla~do.La natación. daal agua más fuerza, al mismo tiempo que conciliaflexibilidad y tensión amasando mejor los órganos eincluso forzándolos. La agitación perfecciona los efec­tos mecánicos: «La natación tiene ventajas sobre elbaño simple porque los movimientos fuertes y repeti­dos que ha; que hacer para vencer la resistencia delagua son bastante más favorables para hacerla pene­trar en el interior y flexibilizar la actividad muscularde todas las partes del cuerpo, facilitar la secreción ylas excreciones más favorables y aplicar, en una pala-

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bra, el sello de la salud a las mejores constitucio­nes» 57. La natación, insiste Turquin, acentúa los efec­tos saludables del baño de río» 58. Es la culminación.La escuela de natación no es, a su vez, más que unlugar particular de tonificación.

El establecimiento, inaugurado en julio de 1785,tiene rápido éxito. Turquin propone en él un espacionuevo y vigilado: cuatro barcos, sólidamente amarra­dos entre sí, delimitan un área interior rectangular,primera «piscina» parisina, COn cabinas que hacen queel lugar sea agradable y el público selecto. Lo querevela el costo de la suscripción individual: 96 librasanuales para la de primera clase, 48 libras para la desegunda 59. El precio es elevado. La comparación conel impuesto es elocuente: la contribución patriótica de1790 se reclama a las rentas superiores a 400 librasanuales, que se consideran como el umbral de la claseacomodada. La suscripción corresponde a la cuartaparte de tal renta. La clientela de la escuela no puedepor ello ser popular, lo que confirman a su vez ciertasfrecuentaciones privadas 60. ¿No envía el duque deOrleáns a sus hijos a esta escuela en 1788? La elecciónes muy significativa, puesto que el duque ha idoadoptando desde hace tiempo la sensibilidad de laburguesía ilustrada. Por razones solapadamente políti­cas, la táctica de los Orleáns, rama prima y rival de lafamilia real, consiste en oponerse a las normas aristo­cráticas. El terreno cultural es de mayor importancia,puesto que, a veces, puede parecer «inocente» 61. Detodas formas, el futuro Philippe-Egalité ha sabido irdosificando a este respecto algunas actitudes manifies­tas: Tronchin y Desessart 62, por ejemplo, son losmédicos de la familia de Orleáns; madame de Genlis,preceptora de los tres hijos, les aplica escrupulosamen­te las reglas de los higienistas. La frecuentación de laEscuela de Natación es realmente un signo de perte­nencra. Y el baño frío, incluso limitado, ya no es unasimple referencia teórica.

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Imágenes de un cuerpo energetizado

Tales prácticas, que, sin embargo, son raras, confir­man el estatuto que va adquiriendo el agua fría des­pués de 1760. Esta, al mismo tiempo que contribuye ala creación de un baño inédito, no es realmente aguade limpieza. Despierta demasiadas intenciones y pro­voca demasiadas explicaciones, lo que muestra que nose trata de una materia neutra, sino de una materiatodavía sorprendente y extraña que rebosa de efectosmúltiples y poco dominados; casi un medio insólitopara el cuerpo. Es algo que hay que domar. A estenivel, las prácticas siguen siendo significativas y su­brayan que las recomendaciones higiénicas han idomás lejos que las simples referencias literarias o lasfiguras retóricas. Subrayan, lo que ya es más impor­tante, que el público implicado está influido directa­mente por una burguesía ilustrada que explota aquílas referencias de resistencia y robustez. Es la signifi­cación social de tales referencias la que permite que secomprenda mejor su representación y que se evalúehasta donde alcanza. Estas referencias son las queexpresan con mayor claridad el nacimiento de unaimagen del cuerpo totalmente nueva, son su traduc­ción más sugestiva. El baño es, primero, el indicio,hasta entonces inédito, de la existencia de un códigode eficacias corporales. Yeso es lo esencial.

La transformación del baño de los niños es la másreveladora, porque da todo su sentido al nuevo código.Este baño era raro en la Francia de los siglos XVI yXVII, pero existía (sobre todo era frecuente inmediata­mente después del nacimiento) y suponía dos concep­ciones sobre las que precisamente influye el cambio dela segunda mitad del siglo XVIII: se trataba de lavarcon un líquido cálido y protector, y enseguida deobturar los poros con materias «viscosas» para defen­derlo y reforzarlo mejor. La influencia sobre las aper­turas del cuerpo era esencial. Ambroise Paré no sepreocupaba de matizar cuando lo decía: «Conviene

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limpiar al niño [al nacer] con aceite de rosa o dearándano para quitarle la mugre y los excrementosque lleva sobre el cuerpo; también para cerrar losporos para que después su complexión sea más fir­me» 63.

Baño y firmeza ya habían entablado su difícilrelación. No es por ello la idea sola del reforzamientolo que es original en las propuestas de Tronchin y desus amigos. La tradición también quiere reforzar elcuerpo del niño, y manipularlo. Esta tradición sueñacon endurecimientos. El cuerpo, al contrario, es pasi­vo y está sometido a la mano que protege: consolidares, primero, cerrar los poros. Reforzar es encerar otaponar. Se hace una asimilación con los objetosprovistos de cerraduras. Una mano extraña apresta el«cuero», lo endurece y lo prepara. Y no le faltanherramientas: aceites densos, ceras, sales o inclusoespuma de salitre. Cuando los poros ya se han trabaja­do de esta manera, el flujo de los humores, por mediode sus fugas o sus retenciones, permite nuevas firme­zas, densidades o fluideces. La mano actúa sobre estapiel y ordena sus salidas.

El mito del baño frío, por el contrario, invierte laimagen y supone que el cuerpo está dotado de unapotencia previa y que ya no es materia inerte. Depronto, resiste y tiene recursos internos, fuerzas quehan pasado desapercibidas: «No hay para el niño máscalor natural que el suyo propio y con él le basta» 64 ,

meterlo en agua fría es, pues, confiar en esta energíaoscura, precisamente, que el siglo precedente le recha­zaba. Yana hay masa pasiva: el cuerpo posee desde elprimer día una fuerza particular, la única que convie­ne solicitar. Las modalidades de su crecimiento son, asu vez, específicas. Por ejernplo, ya no es necesaria unamano extraña: el refuerzo viene del interior. Viene dela relación repetida de los órganos mismos. Las con­tracciones renovadas fortifican y no las manipulacio­nes externas. La energía surge del «fondo» mismo delorgamsmo.

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La imagen puede ser intuitiva y privilegiar losvigores ocultos, haciendo soñar con resistencias roma­nas. Las pretensiones físicas y morales se endurecenante el enfrentamiento con las materias hostiles. Laimagen puede ser más precisa y describe entoncescómo el frío suscita esta fuerza vital. Se trata deinventar reacciones orgánicas particulares, de actuarsobre la originalidad del ser viviente, de nombrar unaautonomía fisiológica, de designar este lugar «reacti­vo». Ya en la Enciclopedia, el baño frío está en elcentro de una respuesta física precisa: «Al mantenerlos vasos en un estado de mayor constricción y al darlugar por ello al aumento de las resistencias, el bañofrío provoca una mayor acción y un mayor esfuerzo,por consiguiente, por parte de la potencia motriz paravencerlas, de donde surge el aumento del movimientoprogresivo de los humores» 66. Registro idéntico halla­mos en Maret: la irritabilidad de la que Haller dota almúsculo le permite evocar una autonomía de reacciónfísica. El frío se convierte en un estimulante, obra porsolicitaciones e interpela. Las metáforas mecánicas nohacen más que dirigir el sentido de los encadenamien­tos: «El efecto de estos resortes también es proporcio­nal a la potencia de los estimulantes que provocan suacción [...l- Al condensar los sólidos y los fluidos, elefecto del frío aumenta las fuerzas [...]» 66. Finalmente,hallamos el mismo registro en Hufeland que diferencialas polaridades dinámicas entre «externas» e «inter­nas»: las polaridades que viene a asistir al cuerpo y lasque nacen en él. Ahora bien, la fuerza del organismono puede venir de la mano que sostiene, sino de unainvisible energía interna: se trata de interpelar másque de asistir. El frío no es más que una llamada a losrecursos latentes: «No conozco nada más pernicioso,nada que contenga tan perfectamente la idea de ladebilidad y la invalidez de la naturaleza humana, casigeneral en nuestra época, que pretender actuar desdeel exterior sobre el interior [...j. Hay que considerarque por medio de un calor constante, y a menudo

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excesivo hacemos todo cuanto nos es dado hacer paradebilitar' la piel desde el principio y quitarle su fuerza[...]» 67. El baño frío, por el contrario, provoca respues­tas y autofortalecimiento, desplazando así el acto quefortifica. Se pasa de un sostén externo a una accióninterna, de una gestión de lo interno a una interpela­ción de lo vivo.

Esta inversión de imagen permite que comprenda­mos mejor la posibilidad e incluso el éxito de lainoculación en esta segunda mitad del siglo XVIII. ¿Noactúa la inoculación sobre las «resistencias» del cuer­po? El movimiento que hace una incisión en la pielpara introducir en ella unos fragmentos purulentos degranos variolosos presupone la confianza, igualmenteoscura, pero también real, que se pone en una fuerzaorgánica reactiva. La higiene del baño frío se asemejacomo una hermana a esta nueva práctica preservado­ra. Las defensas que el cuerpo opone al mal puedenreplantearse con este motivo. La influencia sobre lasaberturas o sobre la mecánica de las envolturas ya noes única. Los dispositivos que hacían que el traje fuerauna muralla contra los malos aires son parcialmenteobsoletos. El organismo ya no es una simple máquina«pasiva». Hay otras tácticas, y ya es posible trabajarsobre las mismas fuerzas del cuerpo y solicitar, tam­bién aquí, la acción de ciertos dispositivos internos yactivos. No hay nada fortuito: los higienistas del bañofrío y los de la inoculación suelen ser los mismos. Porello no debe sorprendernos que Tronchin inocule a loshijos del duque de Orleáns en 1756. La inoculación,como el frío, supone una primera resistencia al «mal»,De esta resistencia trabajada nace, fmalmente, elrefuerzo 68.

El tema del baño frío sólo es la ilustración de unprofundo cambio de las imágenes que regulan la apli­cación y las fuerzas del cuerpo. El verdadero desplaza­miento es, sobre todo, social: aparición de la creenciaen una fuerza autónoma, inventada por una burguesíaque confía en sus propios recursos físicos, que, sobre

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todo, confía en vigores totalmente independientes delas filiaciones y de los códigos de la sangre. Estafuerza existe, en el cuerpo de cada cual, pero hay quesolicitarla, confiar en ella, ponerla a trabajar. Encualquier caso, hay que «creen) en ella. Hasta pocoimporta que el juego sea más imaginario que inmedia­tamente práctico. La afirmación se multiplica y se vaextendiendo. El organismo esconde poderes de los quese puede uno apoderar. Es la misma dinámica que enla segunda mitad del siglo XVIII va a descalificar elcódigo aristocrático de las apariencias y de los moda­les. Método de reflexión más importante aún porque lalimpieza depende en esta ocasión de lo que «libera».Ser limpio va a consistir pronto en librarse de lo queparaliza y mantiene la apariencia en provecho de loque «libera».

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3

NATURALEZA Y ARTIFICIO

A la ruptura que, sobre todo después de 1760,disocia nuevos «vigores) y «molicie» muy aristocráti­ca, se añade una oposición más determinante para lalimpieza: la que separa la naturaleza del artificio. Unanaturaleza trabajada, claro está, pero cuyo éxito, afines de siglo, desborda ampliamente de la burguesía.Cuando la baronesa de Oberkirch abandona Versallesen la madrugada del 9 de julio de 1782, después de unbaile que se había ofrecido al futuro zar de Rusia,subraya casi sin quererlo cuán presente está el temaen la cultura aristocrática misma. La descripción queda de algunos campesinos con los que se cruza a suvuelta a París y la ácida mirada que dirige a los afeitesy polvos de sus compañeros se dejan influir por unanaturaleza imaginaria: «Ya era de día y los campesi­nos se entregaban a su cotidiano trabajo. Qué contras­te entre sus rostros tranquilos y satisfechos y nuestrascansadas caras: el colorete se había caído de nuestrasmejillas y los polvos se habían caído de nuestro cabe­llo. Al regreso de una fiesta no es bello el espectáculoy puede inspirar muchas reflexiones filosóficas a quienquiera darse el trabajo de hacerlas» 1. La referencia«natural» no tiene aquí un papel social. La baronesaestá muy lejos de poner en tela de juicio a su sociedad.Incluso sabe, en ocasiones, burlarse de los «filósofos»,odia a Rousseau y se ríe de la educación que madame

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de Genlis da a los Orleáns. Pero, cuando se refiere altema del cuerpo y del aspecto, las memorias que dejaescritas en 1787 demuestran una permanente división:dirige una atención insistente a los objetos que tradi­cionalmente componen los rostros de la nobleza y, almismo tiempo, los denigra; siente atracción por lospolvos, los almidones, los postizos, y denuncia el papelque desempeñan y hasta teme sus efectos: cosméticosque estropean o ensucian la piel, artificios «que sirvenpara estragar lo que hace la naturaleza» 2. La lentatransformación de los utensilios que mantienen laapariencia clásica alcanza a fines de siglo a la mismasociedad de la corte.

No cabe la menor duda de que semejante crítica hatenido primero un significado social. Durante muchotiempo habló con ironía de «los petimetres elegantes yapañados» 3. Sobre ellos, ampliándose, se ha dirigidola carga contra los artificios, contra los atavíos, consi­derados como demasiado remilgados o envarados. Y aellos ha apuntado el ataque contra el código de losmodales aristocráticos. En definitiva, la oposiciónentre vigor y delicadeza se va a enfrentar una vez másante dos temas casi paralelos: sencillez contra afecta­ción, espontaneidad contra disfraz. Las pelucas, lascabezas almidonadas, las materias coloreadas en lasmejillas, van perdiendo gracia por exceso de artificio.Los «rizos piramidales» 4 son incómodos al mismotiempo que estropean el cabello. Con todo ello, la«naturaleza» se va extraviando hasta degenerar. Sig­nos todos «condenables» del lujo, pues parece que nohay más que «debilidad» y «vanidad» en estos «polvosy pomadas odoríferos que la fatuidad tuvo la malasuerte de inventar y que la sensualidad de los ricosemplea en su aseo con profusión tan peligrosa comocondenable» 5. Porque también es objeto de críticasocial, el cosmético es clara muestra de molicie y dedebilidad.

Pero estos temas son mucho más importantes, por­que reactivan la distancia que media entre naturaleza

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y artificio, y trastornan las referencias de la limpieza.Poner en tela de juicio el código del aspecto o delvestido, por ejemplo; denunciar solamente los valoresindumentarios de la apariencia es también afirmarotros valores que se derivan del «interior». Por ejem­plo, el estado de la piel tiene más importancia que lasmaterias que le dan color o lo «natural» del cabellocon respecto a ciertos arreglos que lo sustituyen.Cuando carga contra las sofisticaciones mundanas,Rousseau insiste en la limpieza de Sofía, de lo que sacauna alternativa a las coqueterías oficiales, signo ins­crito «en su persona» 6 misma. Lo que explota, prolon­gando obstinadamente sus propios sueños de árboles yjardines, jugando con la metáfora de savias y derocíos, agotando las analogías con campiñas y campos:«Sofía no conoce más que el perfume de las flores ynunca respirará su marido más suaves perfumes que elde su aliento» 7. La limpieza contra la «vana afecta­ción [...)>>8. No hay aquí confrontación alguna conninguna suciedad repugnante. No se trata, en 1762, ypor unos cuantos años aún, de corregir las negligen­cias miserables o de evaluar el peligro de las «mugres»campesinas, por ejemplo, costumbres que todavía no sedesignan con el nombre de «lagunas». En cualquiercaso, no es contra ellas contra lo que nace unalimpieza militante que, paradójicamente, responde alas indumentarias demasiado estudiadas y a ciertosartificios demasiado refinados. Se confirma contra lasapariencias «superficiales» y, sobre todo, contra lacondición de la apariencia. Lo que está en juego,habrá que acordarse de ello, es el planteamiento de lasdistinciones; es en este terreno en el que, primero, seinicia un acercamiento muy particular entre higiene ylimpieza.

Salud contra cosméticos

Antes mismo de ser una simple crítica de la moda,la denuncia de los «excesos» de los polvos o de las

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pomadas se apoya en el argumento de la salud. Porejemplo, al contrariar la salida de los humores, ciertosartificios pueden obligar a que éstos realicen extrañosviajes. La explicación es mecánica. En estas cabezasinvadidas por materias diversas ¿no estarán bloquea­dos los flujos naturales? ¿No constituirá la mezcla depolvos una verdadera barrera? y ¿no estarán estosmismos flujos condenados por ello a errar, a alterar lasangre, a sumergir otros órganos, provocando doloresy multiplicando desórdenes? En cualquier caso puedenengendrar inesperadas inflamaciones y provocar flu­xiones, pues andan vagabundeando y envenenando:«La transpiración, interceptada por el amontonamien­to de los polvos pegados con pomada y el sudor,refluye hacia partes vecinas y es causa de catarros, dedolores de garganta, de oídos, de ojos [...]. He vistomorir a un muchacho de diez años por un absceso en lagarganta que le había causado la suciedad. Hacíatanto tiempo que no se había peinado [...]. El humorhabía refluido hacia la garganta y pereció el mucha­cho como consecuencia de los abscesos que habíaprovocado» 9. La acumulación de cosméticos desorde­na las relaciones internas, pues engendra desequili­brios y desbarata fuerzas. Es elemento perturbador y,precisamente, es lo que puede provocar «una capa demugre considerable, cuyo efecto es impedir la transpi­ración» 10. Se trata, como ocurre con el frío, de darfirmeza a fuerzas y funciones que el artificio asfixia, alparecer, y de subrayar al mismo tiempo los fallos quetiene una vigilancia que se limita a la sola apariencra.Más allá de esta apariencia hay incluso otros objeti­vos, y sobre todo otras potencias: «La multitud depomadas y de polvos que la mayoría de los peluquerosemplea [...) sobrecarga la cabeza, tapona los poros ysuele provocar jaquecas. Esos dolores de cabeza quehacen que el pelo se vuelva blanco o que se caiga enpoco tiempo» ". Suprimir o reducir el artificio es, unavez más, permitir una liberación, una actitud menosimperiosa; es liberarse y negarse a aceptar lo que

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molesta, como, por ejemplo, esta «libra de polvos ypomadas que el menor movimiento hace caer por loshombros» 12. Esta crítica se une, sencillamente, a la delos corsés y de las indumentarias asfixiantes 13.

Pero igualmente una química todavía en pañalesguía estas imágenes. Y se argumenta sobre las sustan­cias que corroen, ya que su «acidez puede irritar losnervios» 14. La composición misma del artificio empie­za a intranquilizar. ¿No puede atacar la piel y someter­la a una degradación, irreversible a veces? En particu­lar, hay que temer la acción de las materias «que secomponen de plomo, de albayalde, de vinagre de satur­no, de magisterio, de flores de bismuto y otras de igualnaturaleza que, en verdad, forman los más bellosblancos del mundo, pero que, por sus partes salinas yvenenosas, arsenicales e indelebles, alteran y echan aperder la tez, sin remedio» 15. Y también de los berme­llones que «minan» la piel 16. Y «las materias sulfuro­sas» 17, a las que se acusa de amenazar el pecho y losojos. La química debía venir en socorro de la «natura­leza». La Enciclopedia metódica, de 1789, es perentoria:«La mayoría de los afeites están compuestos de mine­rales más o menos dañinos, pero siempre corrosivos, yalgunos funestos efectos son inseparables de su utiliza­ción» 18.

En la práctica, discursos de higienistas y discursosde modistas convergen a fines del siglo XVIII. Polvos yafeites ya no desempeñan el mismo papel. Los rostrosnobles, sobre todo los de las mujeres, pierden pintura yadoptan colores menos contrastados. En 1785 el duquede Lévis ironiza acerca de esta duquesa a la que habíavisto rápidamente en casa del mariscal de Richelieu,cuyo rostro «estaba cubierto de una espesa capa deblanco realzada por dos espesuras de rojo fuerte» 19.

Madame de Genlis, igualmente, se mofa de su abuela,que recurre a «una enorme cantidad de rojo y deblanco» 20 . Igualmente, por fin, este maestro de baile«grueso hombre, admirablemente peinado y empolvadode blanco» 21 es, en 1787, sencillamente ridículo. La

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marquesa de la Tour du Pin lo muestra calculandocada uno de sus movimientos para evitar que caiga elpolvo y empieza a dudar de su aspecto y de la limita­ción de sus expresiones, pensando que su cuello estádemasiado inmóvil y su rostro demasiado bien dibuja­do 22. Después de 1780 el pastel conviene más, eviden­temente, a los retratos de Vigée-Lebrun que a los deBoucher o de Nattier de unos decenios antes, máscontrastados 23. El atavío de los niños muestra elcambio más evidente. La oposición entre vigor y moli­cie, simplicidad y afectación, naturaleza y artificio, seaplica aquí de manera más categórica. El sueño peda­gógico interviene aquí, sin duda, a causa de la supues­ta plasticidad del niño, por lo que las normas son másdirectas: «Se deja de espolvorear la cabeza con polvosblancos, como se hacía en otra época. Entonces esta­ban desfigurados por aquellos tirabuzones embadurna­dos de pomada, aquellas ondulaciones y toda aquellaimpedimenta. Nada era más ridículo que aquellospequeños de bolso, sombrero bajo el brazo y espada alcostado. Después de la revolución que ha dominado elcabello, los niños llevan el pelo redondeado, biencortado, bien limpio y empolvado» 24. La observaciónes general y Mercier emplea idénticos términos parainsistir en «los cabellos rubios que flotan al viento» 25.

El niño del noble y del burgués ya no es el mismodespués de 1780.

El discurso de los sombrereros explota explícita­mente el término mismo de «naturaleza». El polvoblanco «endurece» y «desfigura» 26, falsea los rasgos,los perjudica, mientras que, por el contrario, paraquien quiere mantener empolvado el cabello, cueste loque cueste, más vale un cosmético rubio y ligeramente«esparcido», ya que respeta un color natural al mismotiempo que da «más dulzura al rostro» 27. La utiliza­ción parcial de los polvos también tiene su código.Igualmente, los Affiches et Annonces de Paris * se

* Carteles y anuncios de París.

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abstienen prudentemente de proponer blancos y rojosque no sean vegetales» 28. Los sombrereros no puedencondenar el cosmético. Su propósito confirma sólohasta qué punto, en la segunda mitad del siglo XVIII, elpleito entre naturaleza y artificio ha ido transforman­do los criterios de la distinción.

Ahora bien, es precisamente la transformación detales criterios la que pudo desplazar el concepto de lalimpieza. La atención explícita que se le presta a loque está «debajo» de la apariencia es la que pudoponer en tela de juicio la vinculación mantenida~urante demasiado tiempo entre limpieza y adorno,imponiendo al aspecto otras referencias que difierende las del espectáculo. Superficies y perfumes nopueden ser exclusivos. La escenificación cambia. Ladistinción clásica, la del siglo XVII y principios delXVIII, ya no se ve atacada sólo en sus contornos sinotambién en sus estructuras. Las alianzas que manteníaésta hasta aquí comienzan a romperse. El sentidomismo de la palabra limpieza va cambiando a su vez.La Enciclopedia lo sanciona en 1765 como un descubri­miento: «No h~y que confundir limpieza y búsqueda delujo, afectación del atavío, con perfumes y olores;todos estos cuidados exquisitos de la sensibilidad noson suficientemente refinados como para engañar a lamirada; demasiado molestos para el comercio de lavida, ocultan el motivo que les dio vida» 29. La limpie­za ya no está vinculada únicamente con los signos deladorno de la vestimenta, sino que se refiere a unobjeto más directamente corporal. Significado eviden­te hoy, pero cuyo itinerario es visible gracias alientotrabajo sobre los aspectos espectaculares de la silueta.La lin,'pieza es menos dependiente de la aparienciainmediata, sobre todo porque precisamente puede des­hacer la organización de tal apariencia. Un ejemplo,por lo menos, en esta serie de desplazamientos: lainterpretación que da Mercier sobre las modificacio­nes del rostro: «Parece que el cabello corto quiereusurpar el mando: la limpieza, la comodidad, el ahorro

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de tiempo, la salud, quizá dependan de esta moda, pueses preciso que la cabeza respire, es decir, que estéperfectamente limpia» 30. La adaptación de las pelucaso de los povos, las superficies y los perfumes no son yael origen de la limpieza, sino que dependen de ella.Igualmente, el recurrir al afeite exige una condiciónque Mercier salmodia cuando hace el recuento de losblancos y los rojos, sus mezclas y sus brillos: «Aquél aquien se preguntaba lo que era el verdadero adorno deuna mujer, contestaba: la limpieza, la limpieza, lalimpieza» 31.

Las duplicidades del perfume

Con el perfume cambia una referencia dominante,cuyo sentido es de lo más revelador. Simple efecto desuperficie, el perfume ya no puede engañar: «Losolores se relacionan menos con la limpieza que concierto gusto depravado o con cierto aire de moda,cuyos árbitros son los petimetres» 32. Se van multipli­cando las críticas contra «el olor de los inciensos y delos polvos ambarinos» 33, el «peligro» de los aromas 34,

las turbaciones y los «vapores- provocados por elalmizcle 35, son otros tantos objetos que enervan ydebilitan otras tantas prácticas contrarias a la natura­leza. Hasta el inocente deshojar de las rosas «puedehacer desfallecer» 36. Bomare, en su Dictionnaire d'his­toire naturelle, en 1764, parece encantado de ofre­cer las pruebas de tales afectaciones, comparando elolfato limitado del hombre con el de los animales. Laenfermedad no tiene más que una fuente, «el exceso defuertes olores del que los hombres se rodean sincesar» 3'. Lo que Buffon afirmaba ya, no sin crispa­ción, cuando evocaba este «furor con el que intenta­mos destruirnos» 38 cuando excitamos con demasiadaviolencia el olfato. Los perfumes que se suben a lacabeza no son más que afeminamiento. A lo que seañade la sospecha que despierta la idea de la limpieza

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que éstos pueden provocar, exactamente como la «fal­sa belleza» produce «un efecto más repulsivo que lafealdad más pronunciada» 39.

Parece que el artificio del perfume, por otra parte,se sitúa en los antípodas del espíritu burgués, prontotriunfante. El perfume se desvanece, se evapora ysimboliza la dilapidación y la pérdida. No sólo sonproductos de superficie, sino que son también produc­tos evanescentes que se desperdician. Son disipación,volatilidad fugaz y sin retorno, lo inverso de la acumu­lación y del atesoramiento. El perfume se difunde y seevade y esta inestabilidad decepciona ahora. Críticaque Corbin hizo de manera notable: «Es algo intolera­ble para el burgués sentir cómo se van desvaneciendoasí los productos que su labor ha ido acumulando. Elperfume, al que se acusa de ser la traducción de lamolicie, el desorden y la afición al placer, es antinómi­co del trabajo» 40. Y redobla entonces los efectos«negativos» de los valores de la apariencia.

Tal descalificación no puede sino interferir enciertas costumbres que se juzgaban hasta entoncespurificadoras. Antes, el perfume podía corregir losolores del cuerpo, modificando su materia íntima;combatía directamente el hedor, porque «atacaba» asu sustancía misma. En cierto sentido, incluso lavaba.Su sola aplicación limpiaba y purificaba. Transforma­ba muy «concretamente» el origen de los malos aires.Ahora bien, «está perdiendo precisamente todo crédi­to» 4 1 en la acción contra las atmósferas malsanas ylos efluvios apestosos. Es otro costado del aseo que seestá perdiendo, e incluso de las prácticas higiénicas.La depuración ya no es el efecto del perfume que ya noactúa sobre la esencia misma del aire y, sobre todo,que no puede llegar al origen de la fetidez: «No hacemás que sustituir un olor fétido por un olor agradable;sólo engaña al olfato y no deshace los miasmas pútri­dos» 42. Lo más que consigue es desempeñar el papel demáscara. La mejor respuesta sigue siendo la supresiónde los orígenes malolientes y la renovación del aíre

Naturaleza y artificio I 177

ambiente. Más vale abrir la ventana en la habitaciónde un enfermo, afirma Tissot con ironía, que quemarperfumes en ella 43. Los pensamientos de los sabios y lasensibilidad se van confortando mutuamente. El perfu­me es menos eficaz porque sus fulguraciones nosextravían y porque nos engaña dos veces: afemina­miento e ilusión sobre la correlación real de lo insalu­bre. Hay convergencia entre frivolidades y falta depoder: «Las mezcolanzas de cremas, tan deliciosas porlo rebuscadas y por el conjunto de sus aromas, son másidóneas para herir los cerebros delicados, vacíos yagotados de estas desocupadas divinidades que parareanimar las fuerzas del aire» 44.

Lo «interno» contra la apariencia

Quedan aún algunas excepciones a semejantes re­chazados, pero no hacen más que confirmar a sumanera la referencia a la «naturaleza». Madame Nec­ker sueña en sus memorias con esencias suficiente­mente «simples» para imitar «el olor de la tierrahumedecida por la lluvia» 45. Jaucourt, cuando vitupe­ra en la Enciclopedia los aromas y los afeites, deja decontar entre ellos algunos extractos de flores y defrutas: «Tales son, por ejemplo, el agua de fresa, elagua de lavanda, el agua destilada de haba» 46. Jac­quin, que explota la reprobación casi moral del perfu­me, sugiere también algunas derogaciones: «Sin em­bargo, no hay que proscribir indistintamente todos losolores: los hay suaves y agradables, que caben en elorden de la limpieza; tal es el agua de lavanda» 47.

Incluso el recurso a la naturaleza impone en ciertoscasos algunos artificios más bien complejos, como lautilización en 1782 de estos minúsculos frasquitosescondidos en el cabello para que ciertas flores natura­les y frescas puedan remojar sus tallos 48. La calidaddel perfume debe hermanarse con la energía de lasavia. La limpieza se alía con las esencias primavera-

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les, con los objetos llenos de vida, y, en cualquier caso,que se hallan cerca de una fuerza del cuerpo. Se tratarealmente de dinamismo y de vigor.

Hay que inventar otra autonomía para el cuerpo:diferenciarlo mejor de todas esas panoplias y tutores,trabajar calidades que se aparentan realmente al suje­to, codificar una vitalidad independiente del adorno ydel porte. Frescura, nitidez y hasta brillo, la asocia­ción hace siempre referencia a lo orgánico, en lo quese inscribe la nueva valencia, que se opone a lasantiguas referencias del parecer y afirma una fuerzamás «interna». Lo que no quiere decir, evidentemente,que esta valencia sea precisa y aún menos que tengaun sentido próximo al de las limpiezas de hoy. Haymuy pocas alusiones a la limpieza en Rousseau, fuerade algunas al baño frío de la infancia. No evoca elagua más que para el aseo de Julia. La transmutaciónque se realiza en ella es, sin embargo, la de la «senci­llez»: «Ha vuelto a hallar el arte de animar sus graciasnaturales sin cubrirlas; al salir de su aseo estabadeslumbrante» 49. Hay también muy poca insistenciaen el papel socialmente sanitario de la limpieza, apesar de la evidente «promoción» de ésta. El mismoTissot, cuando apunta en 1765 las causas de las enfer­medades del pueblo, evoca la ebriedad o el exceso detrabajo, pero jamás lo limpio o lo sucio 50. Pero laoposición entre naturaleza y artificio, sencillez y afec­tación, importante desde 1760, y más aún desde 1780,sigue marcando una desviación de la sensibilidadhacia la limpieza. Transformación de mayor importan­cia porque engendra nuevas categorías de pensamien­to: trabajo del cuerpo, manifestación de vigor (aunquesea sólo formal), la limpieza pertenece ahora al ma­nual del médico más que al manual de la urbanidad. Esmenos una connotación de adorno que una connota­ción de salud y se refiere al régimen de los humores, ala disponibilidad de los miembros, al estado directa­mente físico del cuerpo. Se trata ya de un trabajo del«interior» más que sólo de la superficie. El doctor B. C.

Naturaleza y artificio I 179

Faust hace un llamamiento en 1792: «Nuestras costum­bres son férreas, son inventos de siglos bárbaros ygóticos. Hay que quebrantar también est?s hierros SIqueremos convertirnos en unos seres Iibres y feh­ces» 51. Este llamamiento tiene también su correspon­dencia en lo que toca a la «vida» de la piel: atacar lamugre es dar más fuerza a las funciones y más libertada los órganos. La limpieza no está hecha sólo para lamirada. •

Los tratados de higiene racionalizan una vez masla representación' de los poros: su. cuidado de unasalida a las transpiraciones, al mismo tiempo queasegura a la sangre una mayor fluidez. Frente a lasviejas imágenes de taponamientos y obs.tr,;,cclOnescirculatorias nacidas después del descubrimiento deHarvey 52, e~ el siglo XVII, frente a los riesgos difusosde bloqueos y de plétoras, la limpieza opone. ahora unalegitimidad más firme, facilita la excreción de loshumores y los movimientos de la sangre, se vue~ve

claramente funcional, defiende al organismo ayudan­dolo en sus fisiologías, mantiene la circulación y losmovimientos internos, permitiendo incluso «prevenirla enfermedad» 53 con mayor eficacia. ¿No facilita «latranspiración insensible, que es más important,: quetodas las demás evacuaciones»? 54 La insistencia enesta transpiración no es nueva,. pero el qu~ s,: larelacione con la limpieza ya empieza a ser mas siste­mática y la explicación de esta misma limpi~z~ sevuelve funcional; con ella las avacuaciones organ~cas

tendrían su salida regular y más preservada. El cuida­do de la piel serviría de garantía. E~ tema se msct;lbeen el mismo registro que el baño frío: Igual que esterefuerza las fibras, la limpieza refuerza indirectam,:ntelas funciones: «La base de la salud es la rsgularidadcon la que se hace la transpiración y para obtener estaregularidad hay que fortalecer la pi~l» 55. La mugresería peligrosa porque bloquea las salidas de la super­ficie y de ello podrían resultar extraños tumores,posibles hinchazones alimentadas por los humores,

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ISO I Del agua que penetra en el cuerpo

posibles abscesos, ya que el cuerpo se hincha con laspresiones internas. Estar limpio, al contrario, es «libe­rar» la piel: «Es preciso que los pies estén limpísimos:la menor mugre intercepta la transpiración y producecallos e inflamaciones tan dolorosas como incómo­das» 56. Una limpieza que en el siglo XVII sólo era latraducción de razones estéticas y de civilidad se dirigecon mayor claridad hacia las funcionalidades.

Poner en tela de juicio afeites y polvos, que cierta­mente estaban centralizados en el rostro, pero tambiénen el aspecto y en la apariencia, así como aludir a lasmugres, son hechos que tienen, finalmente, una ver­tiente teórica: liberar las superficies del cuerpo paraevacuarlo mejor. Hay que repetir que este nuevoargumento no implica una revolución inmediata de lasprácticas de la ablución. A fines de los años 1770 lostratados técnicos siguen siendo evasivos sobre el ritmode los baños: «Cada cual se construye una reglaparticular para los baños: unos toman uno cada ochodías, otros cada diez días, otros cada mes y algunoscada año, durante ocho o diez días seguidos, en unatemporada más apropiada» 57. El cuidado de la pielpuede estar subordinado al de la ropa, durante todavíamucho tiempo, y, seguramente, para la mayor parte dela gente. Pero la transformación de los rostros es uníndice concreto del desplazamiento de las mentalida­des. El argumento de la salud, fmalmente, inclusocuando es teórico y se preocupa de mecánicas amenudo imaginarias, es otro índice importante. Lo quenace después de 1760 es, por lo menos, la posibilidad deuna limpieza totalmente nueva.

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EFLUVIOS POPULARES Y URBANOS

La estimación de la muerte

La creación de La Gazette de santé» * en 1773confirma un desplazamiento importante de las menta­lidades en el último tercio del siglo XVIII. Redactada«en favor de los curas, de los señores, de las señorascaritativas y de los propietarios» " parece que estáhecha para invertir la tradicional fatalidad con que seha aceptado la muerte y la enfermedad. Se invita a losnotables a que retransmitan las medidas recomenda­das por los médicos. Sugiriendo nuevas precaucionescon la primera infancia o insistiendo sobre el sanea­miento de los alojamientos y de las ciudades, LaGazette promueve una vigilancia y generaliza reglasde higiene sensibilizando a la gente, cuando llega elcaso, al tema de las limpiezas. Habla de la educaciónfísica de los niños y diserta sobre las fuentes decontagio. Las ideas «que ayudan a mantenerse enestado de salud» 2 recubren aquí ciertas preocupacio­nes sociales. La Gazette se crea para informar y paradifundir. Sus lectores son los relevos: textos breves,fórmulas sencillas, quiere llegar al mayor número degente posible. Ciertas iniciativas locales vienen poco

* La Gaceta de la salud.

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después, como el Journal de santé* de Burdeos, en1785 3 o de Lyon, en 17934 •

La iniciativa supone finalmente que hay un objeti­vo nuevo: se trata de influir en la longevidad de laspoblaciones. La meta es aumentar el número de hom­bres, trabajar en lo que Moheau llama, ya, la «dura­ción de la vida» 5. Hacer el censo de las epidemias,circunscribir las enfermedades mal dominadas, refor­zar la salud es obrar indirectamente sobre la cantidadde los habitantes. Al viejo combate contra el sufrí­miento se añade éste, más abstracto, contra un perjui­cio numérico de las poblaciones. La colectividad, comoentidad calculable, se halla en el centro de talesobjetivos. Lo que supone una orientación inédita ha­cia la masa humana: «Los hombres son la verdaderariqueza de los Estados y es la que se olvida con mayorfrecuencia» 6.

La Gazette no es, a este respecto, más que unaconsecuencia entre otras de esta primera toma deconciencia demográfica. La creación de la Real Socie­dad de Medicina en 1776, las encuestas sobre lasepidemias que se le encargan, la moda de las topogra­fías médicas que hacen el censo de las mortalidades enlos campos y en las ciudades son otros tantos índicesde la nueva sensibilidad 7. La población se convierteen recurso específico: «Hay que multiplicar el númerode vasallos y el del ganado» 8. También hay quepreservar su longevidad. Lenta toma de concienciaque se va imponiendo, sobre todo después de 1760, yque ilustran los primeros cálculos de mortalidad o lasprimeras tablas que comparan nacimientos y defuncio­nes. Evidentemente, los fisiócratas han contribuido atal percepción asociando la riqueza de la tierra a unarentabilización de lo humano: «El número de indivi­duos que puede manejar la azada, conducir un arado,trabajar en un oficio, llevar las armas y finalmentereproducirse: tal es la base de la pot~ncia de la~

* El Diario de la salud.

Efluvios populares y urbanos I 183

naciones» 9. Más ampliamente se trata de una exigen­cia de nuestros Estados contemporáneos, que se estáinstalando; esa exigencia que hace de la población unapotencia anónima y prometedora, cuyos brazos sedeben contar en primer lugar.

El razonamiento económico implica la existenciade una organización sanitaria de la colectividad yconduce sobre todo a una transformación de la higienede los grupos y de las comunidades 10. La prevencióncomienza a depender de prácticas políticas, cuyosactores son los administradores públicos y los médi­coso Esta prevención integra insensiblemente la limopieza, hasta darle un papel de «salubridad pública» 1 1

que hasta entonces no tenía. Papel discreto, claro está,puesto que el trabajo sobre el contagio y las epidemiases, primero, un trabajo sobre los ambientes. Las viejascategorías hipocráticas que conceden importancia atiempos y lugares están lejos de olvidarse. Daignan,Razou y Lepecq 12 construyen sus tablas de mortali­dad, tomando como referencias esenciales las variacio­nes de estación. La humedad o el frío de las nieblas,que cambian según los meses, es lo que puede provocarla diferencia de las defunciones. Se trata de los vientosque soplan sobre las aguas pantanosas y que puedenprovocar la diferencia de las fiebres. La encuesta hacehincapié en el capricho de las temperaturas y en laversatilidad de las estaciones, y matiza sin fin sobre lasequedad y la humedad de los suelos, pero sobre lamovilidad de serenos y brisas.

Pero el trabajo sobre el contagio, sin duda ayudadopor las preguntas de los químicos, se convierte muypronto también en un trabajo sobre los confinamien­tos, los olores, las exhalaciones nefastas. Por medio deun largo rodeo puede salir a la superficie una concien­cia de la limpieza.

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184 I Del agua que penetra en el cuerpo

La localización de la insalubridad

La historia, cien veces repetida después de 1770,hasta el punto de que el lugar en que ocurrió esintercambiable, es la de un efluvio pútrido que difundela muerte en un lugar cerrado: en el mes de junio de1774 se reúne a unos apacibles niños en la iglesia deSaulieu, en Borgoña, para que hagan la primera comu­nión; cuando, bruscamente, de una de las tumbascavadas el mismo día bajo las losas de la iglesia, seeleva una «exhalación maligna». El efluvio se extiendey provoca, aparentemente, una catástrofe: «Murieronel cura, el vicario, cuarenta niños y doscientos parro­quianos que entraban entonces» la La anécdota casimítica, se toma en serio, se presenta como ejemplo y secuenta. El olor de las carnes en descomposición puedeser mortal. Quizá los muertos amenacen físicamente alos vivos.

Las campanas herméticas de Hales y de Pries­tley 14, que condenan a muerte a los animales experi­~entales, envenenándolos con su propio aliento, mul­tiplican las correspondencias imaginarias. Los hom­bres mueren en las atmósferas confinadas. Mueren acausa de oscuras exhalaciones provenientes de loscuerpos, cuyo soplo lleva consigo la muerte de lasmaterias corrompidas. Entre estas respiraciones y elhedor de las putrefacciones, la de las basuras y la delas carnes muertas, se intenta todo tipo de analogías.y se habla de las emanaciones malhechoras las putri­deces, los objetos putrefactos que, a su vez, puedencausa.r la muerte 15. Los cementerios, como los fosos delas CIUdades en los que se estancan las materiasfec~les, esparcen bruscamente «su vapor infectado,peligroso en todos los tiempos y en todos los luga­res» 16. El cómputo de las estaciones no basta. Corbinmostró claramente el importante papel que desempeñaun análisis preciso del aire en esta percepción del mal.Lo que la muerte transmite es su descomposición, suestancamiento, su fetidez. Sólo su efluvio ya es amena-

Efluvios populares y urbanos I 185

zador. El olor concreta los riesgos. También se cuentaotra anécdota relativa a la muerte propagada por lascloacas y las materias que se contaminan en ellas: «El13 de julio de 1779, el jardinero del hospital murióasfixiado por el gas mefitico que se exhalaba del aguadestinada a regar el jardín; el agua que se utiliza paraello llega allí por medio de una alcantarilla que recibeuna parte de las aguas que corren por las calles» 17.

Cuando, en 1780, finalmente, el muro de un sótanoparisino se hunde bajo el peso de las tumbas vecinas,varios testigos cuentan que el olor asfixió al dueño 18.

El peligro, una vez más, viene del amontonamiento delos muertos. Los temores se siguen avivando.

Lo que se había percibido como acompañamientocasi inevitable del entorno humano, lo que era banal afuerza de estar cerca, rebasa el umbral de lo intolera­ble: ciudades apestadas, acumulación de inmundicias,hedores de aguas putrefactas. La muerte ronda porestos lugares infectados. La hediondez no es sóloincómoda, sino que es peligrosa y, en ciertos lugares,el marco urbano se convierte entonces en algo inso­portable. Son los adoquines en los que las basuras semezclan con el agua de los arroyos y, sobre todo, conestas aguas grasientas que provienen de las cocinas,los que forman este infecto lodo que la considerablecantidad de hierro que tienen en disolución vuelvenegro y sucio» 19. Y entonces vienen las matanzas deganado «en el que residen las materias animales queprovocan las fiebres pútridas» 20, Y los lugares deamontonamiento, finalmente, los de los muertos y losde los vivos, los cementerios y los hospitales también,pues sus efluvios causan las gangrenas húmedas queimpiden la cicatrización de las llagas y que se sequenlas úlceras. La acumulación de basuras y cuerposmantendría un icor no dominado: «Lechos impregna­dos de sustancias fétidas, montones de ropa o vendajesque se llevan demasiado lentamente a los basureros,retretes y salas de calenturientos demasiado mal aisla­das de las de los heridos» 21.

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. E~tonces comienza una enumeración de estas loca.h:acIOnes .y de sus¡<nieblas purulentas» 22, a lo que seanade la vmculacion existente entre hedor y suciedadla de .Ios espacios y la de los cuerpos. Pero no de lo~espacios y de los cuerpos nobles o burgueses: loslugares sospechosos son, primero, aquellos en los quese acumulan los po bres y los cuerpos son aquellos a losque no protege siempre la ropa interior. Es en elpueblo en el que se piensa primero. De estos censos yde las normas que los provocan van naciendo insensi­blem,en~e, después de 1780, las premisas de una «higie­n~ pública» que inicia par momentos lo que desarrolla.ra el siglo XIX. Evocar la limpieza es oponerse a los«descuidos» populares, a los hedores urbanos a laspromíscuídades incontroladas, En los años 1780 lacrttica ya no se hmita al artificio de los aristócratas:son muy pronto las prácticas del pueblo lo que sereprueba como jamás se había hecho.

Los espacios, son los primeros en los que se piensa.Cementenos, carceles, hospitales, mataderos de ani­I11:ales cubren bruscamente la ciudad de abscesos si.mestros, hasta inducir el remodelamiento del espaciourbano: Nacen reformas a fines del siglo para aumen­tar la circulación y la renovación del aire, para borrarla~ fuentes de fetidez demasiado sensibles. Hay queevitar, más que cualquiera otra cosa, las atmósferasestanca~as: desplazamiento de cementerios, cuyos 010'res inquietan, proliferación de reformas para modifi­car la arqUItectura y emplazamiento de los hospitales,medidas mayores contra la sedimentación de las basu­

-ras. En la t,I0che del 7 de abril de 1786, pesadasc~rretas empiezan a transferir los huesos del cemente.rI~ de los Santos Inocentes hacia las canteras subte.rrat,Ieas de París. Extraña procesión de carretas con.ducidas a la luz de las antorchas y al ritmo de lasoraciones sordamente murmuradas. Algunos testigosse asombran del espectáculo: los huesos se caen aveces de estas cargas demasiado voluminosas; losrestos humanos no son más que amontonamientos

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informes y el olor es intolerable. Pero esta mudanza delos muertos parisinos es la primera de una largaserie 23. Y es también el primer acto de una higieneque va a trastocar los espacios públicos.

A partir de 1790, se empieza a destruir los aloja­mientas que se han ido construyendo en los puentes yse decreta la alineación de las construcciones 24. Laciudad debe ser «aireada». Algunos hasta sueñan conmáquinas para agitar el aire; inmensas alas encarama­das en las esquinas de las calles, como aspas de mo­lino que tuvieran un papel inverso, puesto que seencargarían de provocar el viento y no de soportarlo:por ejemplo, se podría expulsar el aire con grandespalas movidas por la fuerza de los rios. Estas máquinasno se construyen, pero que se proyecten muestra conclaridad hacia dónde van las preocupaciones. El pai­saje de las luces cambia a fines de siglo. Y la conquistadel espacio que París va ganando sobre el Sena con laliberación de los puentes es el símbolo. La ciudadempieza a crecer por el centro 25, sorda exigencia deque se aumente el espacio en volumen y en movilidad.Esta preocupación por el aire puede hacer que secomprenda la atención que se da a las limpiezaspopulares. También puede hacer que se entienda cuáles su especificidad.

Topografías médicas y encuestas penetran a vecesen los espacios privados del pobre y se detienen en losolores de lechos y cuerpos, y persiguen los hacina­mientos y los mohos que se pudren lejos de la mirada.Los médicos rivalizan entonces en la descripción dehacinamientos y fetideces: «El pueblo, mal nutrido,mal alojado, más hacinado, más susceptible de provo­car temor y terror, es la primera víctima» 26. Algunosmédicos terminan describiendo sus propias impresio­nes frente a tales confinamientos y se interroganbruscamente sobre un fenómeno que empiezan a descu­brir, por lo que parece. Empiezan a soportar menosbien lo que, sin embargo, siempre habían visto yreactivan la oposición que existe entre luces e igno-

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rancia. Todas estas fetideces, a las que hacen respon­sables de la permanencia de los males, provocan asom­bro y exasperación. Sus textos contienen abundantesimágenes de este tipo, tan fuertes a veces que dejansolapadamente adivinar impotencia y resignación:«Cuando sacaba de debajo de las mantas los brazos delos enfermos, el aire que salía del lecho me revolvía lastripas y cuando quería ver el estado de la lengua, meencontraba medio metido en un lecho encaramado enun banco en el que tenía que subirme, y de allí salíanbocanadas de alientos que hubieran matado a uncaballo. Con frecuencia, me retiraba cubierto de pul­gas; en otros lugares, los cascabeles de San Franciscose me subían por todas partes» 27. Las promiscuidadesprolongan las inquietudes de los terapeutas. Al inten­sificar las emanaciones, la acumulación de los cuerposacrecenta también los peligros. Estas mezclas son lasque los documentos médicos denuncian como nunca lohabían hecho. El mal viene de estos hacinamientos derespiraciones, de objetos, de gentes que mezclan susolores confusos: en los hogares de Bretaña, por ejem­plo, en los que los pobres «duermen en las mismascamas de los enfermos, no cambian la paja de suslechos con la misma rapidez con la que se pudre y losvivo.s se instalan en los lechos de los que acaban demorir de enfermedad» 28. En los hospitales también enlos que promiscuidad y suciedad inquietan más aún: Eltema del lecho -con sus yuxtaposiciones de cuerpotendidos lado a lado o pies contra hombros, evocadosdesde hace tiempo en las deliberaciones del Hotel­Dieu 29_ se convierte en un tópico de reprobación. Afalta de explicación química, la metáfora vegetal ex­plota aquí los recursos del estiércol y del humus, de losexcrementos y de las fermentaciones. En ese estrechoespacio, excesivamente caliente y cerrado, nacen laspeores exhalaciones. El mal se mantiene ahí como unalevadura. Los olores se concentran para hacer germi­nar las fiebres malignas y los contagios se propaganpor la humedad y el mantillo de las transpiraciones,

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las gangrenas se alimentan de los efluvios asfixiados ylas descomposiciones se aceleran al contacto de loscuerpos muertos: «Como es bien sabido, ¿no es allíeterna la sarna? El calor de 4 a 6 enfermos ¿no haceque los humores sean más agrios y las comezones másinsoportables? ¿No hace, por otra parte, dicho calorque germine y se mantenga la miseria? ¿No desa.rrollaeste calor también la fetidez que no puede dejar deexistir en estos lechos y que se convierte en algo másinsoportable en la posición de los enfermos acostadosunos a los pies y otros a la cabeza?» 30.

Todas estas prácticas se refieren realmente al pue­blo, sobre todo, al pobre. Desde 1780, sobre todo, lastopografías médicas van estableciendo cada vez conmayor claridad la línea divisoria entre una suciedadpopular y la comodidad burguesa que se manifiestapor un menor amontonamiento: en París, por ejemplo,en donde Menuret describe a la «gente acomodada»como «menos expuesta» al contagio, porque está me­nos apretada en su espacio; en Lyon, en donde Bertelotasocia miseria, suciedad y enfermedad: «Los obrerosllevan en Lyon una vida muy diferente a la de la genteacomodada; ordinariamente están flacos y enjutos, ytienen una talla poco favorecedora [...J. La suciedad yel malestar de estos obreros son tales que se ve amenudo que se acuestan bajo el mismo techo demadera de pino 12 Ó 15 personas que apenas se cam­bian de ropa una vez por semana» 31. Los tratados desalud evocan a su vez esta percepción diferenciada.Cuando Ganne, en 1791, pasa revista a algunas condi­ciones de vida para evaluar mejor los «medios paraprotegerse de las diversas enfermedades», insiste en eltema de la limpieza, que se ha convertido para elpueblo en una «condición imprescindible» 32. La Gazei­te de santé repite finalmente el mismo tema, al mismotiempo que se atreve a emitir algunos juicios: decaden­cia y hasta despoblación. Los primeros demógrafosempiezan a esbozar el espectro de una muerte selectivamuy particular: «Una de las causas principales que, en

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la ciudad, perpetúan sin cesar las enfermedades, es lasuciedad general y la falta de ciertos hábitos quetiendan a la conservación de los hombres: costumbresdesconocidas, sobre todo entre la gente del puebloinfectada sin cesar por las enfermedades cutáneas ycontagiosas tan frecuentes en esta ciudad» 33.

A fines de siglo cambian ciertas reglas. En loshospitales en particular, en donde se imaginan labo­riosos mecanismos para individualizar los lechos, lim­piar sus alrededores, liberarse de las basuras. Chirollega a concebir puertas correderas escondidas detrásde cada lecho que permitirían, ocultándolo por mediode raíles, limpiar mejor la sala y evacuar los desperdi­cios de cada cual por medio de un corredor particu­lar 34. Garat, «maestro carpintero», propone en 1779un lecho que levanta al enfermo inválido por medio deun sistema de palancas móviles. El conjunto haría másfácil el cambio de orinal, de la ropa, de las sábanas 3.,.Mecanísmos a menudo demasiado complejos para quese pudieran utilizar, pero que subrayan el desplaza­miento de las preocupaciones. Además de la lentaindividualización del lecho, la verdadera transforma­cíón se refiere, en definitiva, a la ropa: número decamisas que se entregan al enfermo pobre y regulari­dad de las mudas. Las normas aplicadas desde hacetiempo por las élites empiezan a desempeñar un papelen estas instituciones hechas para un gran número.Empieza a existir una limpieza ya antigua, como si lapráctica «pensada» para el pueblo debiera implicar undesfase y un tiempo de espera. Lo que se va a utilízarcomo primera referencia es la limpieza tradicional yno la que está directamente presente, la del noble o delburgués.

La gestión de la ropa halla en el marco del hospitaluna aplicación que éste desconocía. Los niños querecoge el Hospice de Paris reciben en el año VII«cuatro camisas y tres pañuelos, dos pares de mediaspara el invierno y tres pares de calcetines» 36; mien­tras que camisas o medias casi no se mencionaban

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hasta entonces 37. Igualmente, el Pliego de condicionespara los hospicios de París prescribe en la misma épocaque los «enfermos e indigentes deben cambiar de ropael 10 de cada década, y más a menudo si es preciso, conexcepción de los sarnosos y de los venéreos» 38; mien­tras que tal cambio no se tomaba en cuenta, aparente­mente, unos decenios antes, sin duda con exclusión delhospicio de los incurables en el que la camisa secambiaba cada mes en 1769 3 9

• El cuidado está máspresente aún en los hospitales ingleses. En Harlar, porejemplo, cerca de Gasport, la camisa de los enfermo~ secambia cada cuatro días; gorros, calzones y medias,todas las semanas 40. En ciertos hospitales militares,cuyo reglamento comenta Daignan en 1785, se nombraespecialmente a un enfermero para manipular la ropade los enfermos, cambiársela y recurrir algunas veceshasta a la ablución; «se ocupa únicamente de lavar lospies de los enfermos que van llegando si lo ordenan losmédicos, de peinarlos, de cambiarles la ropa y deacostarlos. No se podría imaginar cuán necesaria esesta precaución para el éxito del tratamiento de lasgrandes enfermedades, que se agravan con frec';lenciacuando las evacuaciones de la piel no se realizan ycuando nadie pone ningún obstáculo a la mugre y a lasuciedad» 41. El argumento se ha ido desarrollandoaquí: ya no es sólo el olor lo que se. toma en ~ue!1ta,

sino el papel funcional de las excreciones; la limpiezaayuda al buen funcionamiento de los órganos. Lo quePringle evocaba ya unos años antes: «He observado enlos hospitales que, cuando se lleva allí a gente confiebre nada provoca tanto los sudores como que leslaven 'los pies con vinagre yagua calientes, y les denropa blanca»:". Abluciones locales, sin duda, qu~ (amenudo únicamente lavando los pies) permiten «libe­rar» los humores. Lo que subraya, por lo menos, laimportancia de una preocupació,n funcion~l.

Sin embargo, no es la ablución lo que tiene mayorimportancia en todas estas referencias y en todos estosproyectos. Incluso si Poyet, imaginando el desplaza-

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miento del H6tel-Dieu a la Isla de los Cisnes, en 1786,piensa poder crear allí una «cantidad de baños indeter­minada» 45. E incluso si Tenon, al enumerar las trans­formaciones necesarias también en el Hétel-Dieú, pro­pone la instalación de sillones mecánicos y de hama­cas móviles con ayuda de los cuales ciertos enfermospodrían meterse en un baño frío". Poyet, entre otros,quiere crear primero vastas corrientes de aire: corre­dores circulares y abiertos, salas orientadas diferente­mente, que acogería un. viento particular cada una,haciendo así que la rosa de los vientos se encargue dedistribuir la topología de los muros y la angulación delas ventanas.

La reforma del hospital sigue estando ampliamentedominada por el principio de la ventilación y de laevacuación de las basuras, así como por el de laindividualización de los lechos y, finalmente, por el deuna limpieza asegurada por la ropa. Si existe la evoca­ción de un baño, que se cree necesario para el pueblo,en este fin de siglo, es sobre todo en otro marco: el delos proyectos que intentan cambiar la gestión del aguay su distribución. Inventando capilaridades nuevasencargadas entre otras cosas de limpiar mejor lascalles o de refrescarlas mejor, se evoca, a veces, unbaño popular.

El agua, correctora del aire

La descripción alarmada de los hacinamientos y delas basuras suscita, en este último tercio del sigloXVIII, una proliferación de propuestas destinadas aacrecentar la llegada y la circulación del agua por laciudad. Sueño de líquidos que limpiarían los pavimen­tos por medio de rápidas pendientes, de fuentes queregarían los mercados, de aguas corrientes que, arram­blando con las putrefacciones, corregirían finalmentelos olores. La bomba de Nuestra Señora de París,erigida un siglo antes, las llegadas del agua de Arcueil

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y de Rungis, los viejos manantiales de Belleville y delPré-Saint-Gervais jamás habían parecido tan insufi­cientes 45. El consumo de agua se convierte, comonunca lo había hecho, en un problema de estrategiacolectiva. La imagen de la ciudad impone ahora la deun agua que puede correr regularmente por las calles.No se trata de crear redes de alcantarillas sistemática­mente cubiertas y articuladas o de canalizaciones queencaminen el agua desde las colectividades hasta losempalmes individuales, sino de puntos de distribuciónmás numerosos y mejor repartidos. El objetivo siguesiendo difundir el agua por medio del riego y de llegara los barrios alejados, multiplicando los puntos desalida de agua. La ciudad sería como «lavada» por unagua que se llevaría todo lo que está estancado y todolo que se está pudriendo. La mayoría de las topografíasmédicas concluyen, después de 1780, que hay queconseguir esta asociación entre una nueva movilidaddel agua y la necesaria corrección del aire. Suprimirlos olores es, sobre todo, reforzar la presencia de unlíquido que puede correr por los arroyos: «¿No se mepermitiría emitir el deseo de que se construyan, enLyon y en todas las principales ciudades, unas máqui­nas que eleven las aguas de los ríos para verterlasenseguida en el seno de las ciudades en las quecircularía libremente por todas las calles?; la salubri­dad del aire, la frescura en verano y, al mismo tiempo,la limpieza de las calles serían los preciosos bienes quesaldrían de todo esto» 46. Menuret propone la creaciónde «almacenes de agua», de los que ésta saldría aintervalos regulares para ir corriendo alegremente yderramándose por las calles 47. En el debate, ya am­pliamente estudiado, entre la función «pasiva» de unagua importada por acueductos o canales y la otra más«activa» de un agua bombeada a partir de los ríos quepasan por las ciudades, el horizonte sigue siendosiempre el de una irrigación de las calles. El riegopreviene contra el olor y las enfermedades: «Durantelos grandes calores se podría bañar las calles dos veces

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al día y quizá prevenir así muchas enfermedades» 48.

En este marco de una nueva alimentación de aguaes en el que, algunas veces, se evocó el tema de unbaño hecho para el pueblo. Podrían instalarse ciertosestablecimientos colectivos cerca de los nuevos puntosde aprovisionamiento. La presunta abundancia dellíquido haría posibles tales implantaciones. La alu­sión, aunque discreta, es muy real. Ya en 1765 D'Auxi­ron incluye la creación de estos baños en su proyectode máquinas de fuego que bombean el agua del Senamás arriba de París: «Se puede hacer un soberbiomom:lmento que contenga las máquinas y sus depen­dencias, Se puede embellecer el principal depósito deagua y los baños públicos, calientes y fríos, que pro­pongo y que serán tan útiles al pueblo» 49. Lavoisierelige, a su vez, el mismo contexto para evocar unaablución popular: «No cabe duda de que tal escasez deagua mantiene la suciedad del pueblo y contribuyemucho a que el aire de la capital sea malsano» 50.

Deparcieux, finalmente, con su proposición de cons­trucción de un acueducto que conduciría el agua delYvette hasta la Estrapade para distribuirla mejor porlos barrios de París, no deja de considerar la posibili­dad de construir «baños y abrevaderos públicos» 51. Eltema existe, se enuncia, el pueblo debería tener «sus»baños. Esta exigencia va adquiriendo ahora un estatu­to, por lo menos teórico. La higiene popular podríareformularse. Se empieza a pensar en un agua paralavar al pueblo, incluso si no se trata en absoluto deun ba~o privado o de un agua que llegue a cadaalojamiento, Esta nueva formulación sigue siendo, sinembargo, muy «teórica». Ciertos enunciados no cam­bian las costumbres.

En 1782 las bombas de fuego de Chaillot hacenreahdad una solución temporal para distribuir másfácilmente l~s aguas de París a fines del siglo XVIII 52,

pero los «banas para el pueblo» siguen sin crearse. Sinduda, exigen inversiones que otras urgencias hacendifíciles. Sin duda también requieren otras cantidades

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de agua. Pero, más profundamente, si no aparecen esque no corresponden todavía ni al umbral ni a laimagen de la limpieza colectiva realmente esperada.Su utilidad no se impone. Esta «ausencia» pone más enevidencia, por otra parte, lo que importa realmente enla nueva circulación de agua: evidentemente, acercaésta el líquido a cada casa, pero no está concebida,como lo estará más tarde, para llegar a cada hogar:«El bajo pueblo, y sin duda la mayor parte de loshabitantes, no está en condiciones de pagar por laconstrucción de fuentes particulares» 53. Pero, sobretodo, si tal dispositivo toca a la salubridad, lo haceintentando, primero, limpiar los espacios colectivos.La ~tmósfera y el aire son prioritarios y el agua loscorrige mejor Sl puede llegar a las calles. Inclusoabsorbe los olores con su solo movimiento. Se trata deuna imagen de remolinos que ahogan las impurezas; dela imagen física de las cascadas que rompen y disuel­ven el polvo. El agua atrae y borra. Lo que queda asílavado es, realmente, el aire: «El agua corriente ejercesobre el aire una atracción, y, en consecuencia, absor­be los miasmas pútridos de los que está cargado» 54. Elprincipio se va imponiendo por sí mismo con losnuevos dispositivos de distribución, y dicho principiopermite la creación de depósitos de agua en París,como el de la calle Vivienne, abierto con regularidadpara el riego de las calles 55. Y es también este princi­pio el que adoptan las ciudades de provincia: Burdeos,Caen e incluso Aurillac 56.

Esta insistencia sobre un agua encargada, priorita­riamente, de corregir el aire es muy importante porquesubraya lo esencial de la relación que existe entre losalubre y lo insalubre a fines del siglo XVIII. Laatención que se presta al aire domina ampliamentesobre el lavado del cuerpo. Es lo que hace tan ambiguala imagen del campesino, porque su existencia secompone de todo lo que denuncian las encuestas:promiscuidades e indiferencia relativa a la ropa. Elaire, sin embargo, basta para que su vida se convierta

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en un modelo de vida sana: «En los campos, loscampesinos que se alojan en los establos no parecenafectados por molestias particulares; pero, por sumodo de vida, respiran otro aire que éste» 57. Demanera casi contradictoria, el campesino sigue siendo,después de 1780, una referencia de salud y hasta desalubridad. Lo que lo hace todo es la atmósfera «purifi­cada»: «La constitución física de los habitantes deParís es asombrosamente menos robusta que la de loshabitantes del campo, porque el aire de París no es tanpuro ni tan elástico como el de los camposv'". Ladiferencia, finalmente, se impone en la contabilidad delos muertos. Ante todo, sigue siendo el aire el quecausa las longevidades. En la misma época la muertehiere a «un habitante sobre 40 en los campos [...] y unosobre 24·26 en las ciudades» 59, según Tourtelle, en1797. La proporción, con Poyet, pasa de 1 sobre 40 a 1sobre 28 6 0 . Proporción que se establece de maneradiferente con Daignan en 1786, pero que es aún máselocuente: el promedio de vida baja de 40 a 22 años sise pasa del pueblo de las colinas a la ciudad minera 61.

Estos cómputos, que siguen siendo poco explícitos,pues es difícil conocer las fuentes, confirman por lomenos la fuerza de la imaginación.

Una política de salud centrada por primera vez enla longevidad de las poblaciones, que explota, tambiénpor primera vez, una estrategia del agua y una críticadel hábitat popular, sigue siendo evidentemente tribu­taria de su visión de la aeración.

5

BAÑOS Y ABLUCIONES PARCIALES

Con las teorías de un baño popular poco aplicadasy con las imaginaciones sobre el frío, de aplicacionesmás desarrolladas, aunque limitadas, la segunda mitaddel siglo XVIII renovó, sobre todo, ciertas representa.ciones. El vínculo inédito existente entre limpieza yvigor, fundamental sin embargo, no siempre ha idomás allá de los umbrales de la abstracción. El tema deuna atención más vigilante con respecto a la piel nosiempre provocó transformaciones de la ablución. Noobstante, se produjo un conjunto de desplazamientoapreciable: desde la modificación de los rostros hastala nueva circulación del agua. Estrategias inéditas ynormas de salubridad también modificaron, en ocasio­nes, los espacios públicos y los espacios privados.Pero, después de 1780, para algunos, por lo menos, lascondiciones concretas de la higiene empezaron a cam­biar sensiblemente. La presencia del baño, en particu­lar, ya no es la misma.

Un incremento del baño

Hay una exigencia, socialmente muy circunscrita,que consigue realizarse. Ciertas usanzas empiezan ainstalarse y ciertos gestos se van a modificar. Si, porejemplo, los proyectos destinados a acrecentar la masa

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de agua consumible no dieron impulso a la creación debaños populares, tuvieron, sin embargo, algún vínculocon el baño privado. Los hermanos Perier, que prome­ten llevar sus canalizaciones de plomo hasta sus afor­tunados clientes, explotan el tema del baño en unprospecto de 1781. No puede considerarse desdeñable elque le atribuyan un efecto de seducción, por lo menospara los más ricos; «Las inmensas ventajas de estaempresa serían tener [...] agua sana, sin interrupción,en la cantidad que se quiera; proporcionar baños encasa, sin gastos ni molestias [oo.]» '. D'Auxiron obser­vaba las mismas distinciones en su proyecto de 1769:«Habría, además, agua abundante para las cocinas,baños, vertederos, caballerizas y jardines de todos losseñores que la deseasen» 2. El solo término de «señor»designaba a qué público se pretendía conquistar. Lamasa de agua que transportaban las bombas de Chai­llot en 1782 era inferior a lo esperado 3 y no trastornórealmente las disponibilidades individuales de aguapara la mayoría de la gente, pero es cierto que seinstalaron en los últimos años del siglo más cuartos debaño.

Los testimonios de tal crecimiento pueden ser difu­sos, como la afirmación brevísima, y sobre todo excesi­va, de La Gazette de santé que aseguraba que «losbaños se han multiplicado infinitamente en París» 4.

Pero pueden ser más precisos, como la indicación queformula Ronesse en 1782 basada en los índices inmobi­larios: «El agua que llega a las casas es infinitamentemás considerable que hace unos quince años; lo queproviene de que los médicos prescriben su utilizaciónpara muchas enfermedades, con mayor frecuencia queantiguamente y del placer que el público ha experi­mentado por su utilización; de manera que hay bañosen todas las casas nuevamente construidas y cuandoun particular acomodado quiere alquilar un aparta­mento mira si hay un cuarto de baño, como una de lashabitaciones esenciales» 5. Son afirmaciones que sedeben temperar. Las remodelaciones de los grandes

Baños y abluciones parciales /191

hoteles particulares sugieren, en efecto, que se haganevaluaciones más matizadas. Cuando Kraft hace elcenso, en 1801, de los planos de los 66 hoteles lujososque se habían construido entre 1770 y 1800 (sobre todo,después de 1785), menciona 20 cuartos de baño 6. Esteporcentaje de 30 % es muy superior al de 6 % quedaban idénticos censos en 1750 7 • Pero no por ello dejade subrayar que «sólo» una de cada tres grandesresidencias de prestigio posee un cuarto de baño en1800. El aumento es sensible y, evidentemente, no setrata solamente de los alojamientos más ricos en sutotalidad. Lo que tiene sentido es, sobre todo, sumodificación en unos cuantos años. Esta modificaciónes suficiente para sugerir a los testigos la impresión deun aumento. Es suficiente, sobre todo, para que eltema empiece a mostrar una presencia tangible en laspreocupaciones de los privilegiados.

Esta presencia corre pareja con la instalación dealgunos baños públicos, a menudo lujosos, igualmentedespués de 1780. La institución es elitista y no popular.El modelo sigue siendo el del establecimiento de Poite­vin 6, del que se hacen cinco copias en París entre 1780y 18009 ; explotación del río por medio de barcos quebombean el agua de la corriente y la reparten en loscamarotes convertidos en cuartos de baño. Estos esta­blecimientos, como el de Poitevin, añaden al bañosencillo el baño hidroterápico. Los baños Albert, enparticular, instalados en 1783, dosifican duchas aseen­dentes y descendentes para combatir «dolores reumáti­cos, parálisis, esguinces, torceduras, hinchazones, do­lor de riñones, gota, ciática [oo.]» '0. Pero la finalidadde tal dispositivo es, más claramente, la limpieza. Asíocurre con los baños chinos, construidos por Turquinen la misma época 11, Y con los baños Pigier, queasocian la gestión de tres barcos desde 1790 1 2

, todosellos «recomendables por el orden y la limpieza quereina en ellos» 13. Los precios siguen seleccionando auna clientela acomodada: 2 libras con 40 céntimos enel de Albert y 3 libras con 60 céntimos en el de

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Gaignard en 1787 '4, lo que equivale a cerca de tres acinco veces el salario cotidiano de un jornalero. Losmenos caros son los baños chinos que ofrecen unabañera por 24 sueldos, lo que representa, una vez más,casi el doble del salario cotidiano de un peón 15. Talesimplantaciones no sólo se hacen en París, puesto quepor la misma época se instalan los baños Bourrassieren el Ouche, en Dijon 16, los baños Dussaussay en elOrne, en Caen '7, y algunos establecimientos en elRódano y en el Garona 18.

En 1790 hay en París alrededor de 150 bañeras,cuyo número es ya el doble en 1800 1 9 . Estas institucio­nes son, pues, índice de un cambio, Saint-Ursin evocaen 1804, cuando las describe, «el empleo del bañorecientemente introducido en las costumbres de losfranceses» 20. En algunas ocasiones también aparecenlas bañeras en novelas o memorias: madame de Genliscuenta que en el establecimiento de Poitevin la persi­gue un anónimo admirador; tal personaje de Rétif seahoga, al final del siglo, en una bañera de Vigier 21.

Evidentemente, se refieren también a un público poconumeroso. La observación de Mercier en 1789 mencio­na su originalidad al mismo tiempo que subraya suslímites cuantitativos y sociales. Estas instituciones,hechas para lavarse, eran, al parecer, aún demasiadoescasas. Mercier se indigna: «Hay en el río bañoscalientes a 24 sueldos, pero sin toallas. Y con esto escon lo que se tienen que limpiar los parisinos. Y claroestá, la mitad de la ciudad no se lava jamás y noentrará en ningún baño en el curso de toda su vida» 22.El juicio es aún más severo en Rétif unos años mástarde: el número escaso de estos establecimientosdenuncia «la suciedad de la mayor ciudad del mun­do» 23. Lamentos y «testimonios», La legitimidad delargumento parece transparente, sanciona una reali­dad hasta llegar a cifrarla, pero esta realidad misma esinédita. Sea como fuere, se han instalado ciertos bañosy el testimonio de su insuficiencia basta como índicede un cambio: han nacido ciertas instalaciones acom-

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pañadas de aspiraciones que aumentan su atractivo. Yporque el baño empieza a existir es por lo que puedenformularse todas esas esperanzas, todas esas compara­ciones, y hasta todas esas recriminaciones. El signo deéstas puede incluso invertirse: los establecimientos defines de siglo, con las acusaciones o los elogios queprovocan, revelan más bien la existencia de una cos­tumbre y revelan también un significado ya más preci­so de la ablución: en el último decenio del siglo XVIIIlos baños Vigier, como los baños chinos, se orientanprimero hacia la limpieza del cuerpo.

El baño se va instalando, por lo que vamos viendo,en las prácticas de la élite a fines del siglo XVIII. SUpresencia es real y limitada al mismo tiempo. Estapresencia se va haciendo más «utilitaria». El papel delagua es más «funcional», más «neutro» incluso. Pareceque poco a poco se va afincando una familiaridadcircunscrita. Sin embargo, es imposible escapar atodas las complejidades pasadas. El acta de Corvisarten 1810, que prohíbe a la emperatriz María Luisa elabuso de baños calientes para preservar con mayorfacilidad su fecundidad 24, revela que siguen subsis­tiendo ciertas prevenciones contra los debilitamientosy las languideces. La acción física de la masa líquidaque envuelve al bañista conserva su valor sugestivopor las presiones que ejerce. El ámbito del agua nosiempre está limitado al del lavado. Y Pissis sigueexplicando pacientemente en 1802 que «el baño relajasiempre la fiebre ya débil y aumenta el volumen de loshumores» 25.

A pesar de todo, el mismo Pissis no puede imaginarmás recurso que el del «agua y la ropa» para remediar«la suciedad repugnante y fétida» 2". Y aun siendo asítambién el texto higiénico duda ahora de las virtudesintrínsecas del frío, no porque las rechace deliberada­mente, sino porque la importancia del agua tibia vacreciendo. Y surgen ciertos cálculos sobre una tempe­ratura específica de la limpieza. Hufeland, por ejem­plo, gran aficionado a los baños fríos, teórico de las

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reacciones internas del organismo y de las fibras,desarrolla en su Arte de prolongar la vida humana,publicado en Francia en 1810, ciertas consideracionesparalelas sobre un baño tibio de limpieza 27. TambiénWillich, muy atento al endurecimiento de la infancia,se interroga en 1802 sobre los límites posibles del frío,que pueden «exponer a todas las vicisitudes de losclimas y de las estaciones» 28. Protat concede todalibertad a la referencia natural y recomienda en 1802un agua previamente calentada por los rayos del sol,en cualquier caso en verano 28. Sea como fuere, eltexto higiénico une ahora más comúnmente baño ylimpieza, agua y piel. Una capa social estrecha yprivilegiada empieza a practicarlo y, asociando estebaño a la imagen de una parisina afortunada, Rétifsueña con ninfas y con sílfides: «Un baño frecuentemantiene su salud en las temporadas cálidas y hastaen invierno pasa algunos minutos en las tibias ondastres veces por semana [oo.]» 30. Esta costumbre es lo queconstituye una verdadera originalidad.

Las abluciones parciales

Tal práctica debe entenderse también en su diversi­dad y con todas sus variantes. El baño de la élite seconforma fácilmente con ciertas fórmulas «interme­dias». Entre el cambio de ropa y la inmersión han idoaumentando ciertas costumbres sobre una limpieza«local» 31: recurso a los baños de pies, o a los baños deasiento, insistencia sobre ciertas fricciones suplentesde la ablución, pero que también cuidan de la piel,«principalmente en las articulaciones y en los lugaresmenos sometidos al contacto con el aire» 32. Es en laélite misma en donde estas prácticas «limitadas» sehan ido instalando a fines del siglo XVIII, porquemantienen la limpieza en los intervalos de los baños oporque son, sencillamente, su sustitutivo o su equiva­lente. Mademoiselle Avrillon finge una inocente ironía

Baños y abluciones parciales I 203

cuando describe a Josefina «ocupada de los pies a lacabeza», cuando la nueva emperatriz se lava las pier­nas mientras la están peinando 33. También es precisopensar en el gesto colérico de Napoleón, que rompecontra la pared el lebrillo de loza que sirve paralavarse los pies, para medir la presencia de estaablución. Es también preciso pensar en la irregularsupervivencia de estos aseos aristocráticos y «públi­cos», semejantes a los del Antiguo Régimen, para queRémusat describa el lavado cotidiano de las deforma­das piernas de Talleyrand a principios del siglo XIX:ante las atentas miradas, el ministro se quita lasmedias de lana y las vendas de franela antes de meterlas piernas en un pequeño cubo de agua de Barreges 34.

Lavado e hidroterapia están aquí íntimamente mezoclados.

Todas estas prácticas parciales revelarían, másbien, que la frecuencia (aún pocC! precisa) del bañoimplica inversamente la importancia de estas ablucio­nes locales. Unica seguridad, pero importante: cuandoen un tratado de aseo Caron intenta dar, en 1806, unadefinición de la limpieza, no puede dejar de hablar de«los cuidados exactos del cuerpo», ni dejar de mencio­nar las «lociones frecuentes» 35, incluso si estas locio­nes están lejos de consistir siempre en una inmersión.La definición de la limpieza no puede evocarse, por lomenos para la élite, sin que se haya salvado ya elobstáculo del vestido.

Pero la importancia verdadera del tema está, ya, enotro sitio. El paisaje social de la limpieza se vaprecisando con las abluciones parciales, que son elmejor indicador desde que la utilización del agua se haconvertido en algo más «funcional». Estas ablucionesdiseñan a fines del siglo XVIII áreas y fronteras. Losobjetos que necesitan se convierten en otros tantosíndices. Baterías de loza, muebles íntimos, disposicio­nes espaciales, revelan que con el final del AntiguoRégimen se ha iniciado una transformación profunda.Lejos de los textos, fuera de las bañeras y también de

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los baños, la limpieza ya no se limita a la ropa o a laspartes visibles del cuerpo.

El bidé, por ejemplo, excepcional aún en el univer­so burgués de 1770 se convierte ya en algo máscorriente después de 1780, aunque sigue estando total­mente excluido del universo de artesanos y obreros.Penetra hasta en el alojamiento de algunos grupos«intermedios», cercanos al ejemplo que propone laélite: escribanos, domésticos, asalariados exentos delas tareas «manuales». Jacques-Auguste Cerfvol,subjefe de oficina en el departamento de obras públi­cas, cuyo hijo llega a inspector de correos, posee unbidé en 179736

• Igualmente, aún en 1797, Adrien Go­beau, enfermero de los Inválidos, tiene uno 37. Elmueble empieza a hallarse en los alojamientos dealgunos eclesiásticos: el del canónigo Afforty, porejemplo, en Senlis, en 1786 3 8 • Cuando existe, estemismo mueble ocupa de todas formas los alojamientosque ya tienen diversas habitaciones y disponen de unmobiliario refinado (marquetería, jarrones, cuadros).En el alojamiento burgués, precisamente, los espaciosya han empezado a diferenciarse, las alcobas ya tienenalgunas veces, al lado, un cuarto de aseo, o lashabitaciones ya tienen alguna dependencia. Un buenejemplo es la casa en que los esposos Rochezeuilalquilan habitaciones amuebladas, en el barrio acomo­dado de la Madeleine: habitaciones en las que siemprehay, al lado, un retrete, mobiliario variado y a vecesprecioso (escritorio, mesa de despacho, ciertas comodi­dades, mesas de juego) y patios que poseen diferenteslocales, en uno de los cuales hay un cabriolé. Elinventario establecido a la muerte de Charles-NicolasRochezeuil, en 1800, muestra un bidé en uno de cadados alojamientos 39.

Más generalizadas están esas cánulas y jeringasconcebidas para ciertas abluciones íntimas o parainyecciones terepéuticas, que acompañan generalmen­te al bidé y a su palangana de loza. Pero son máscorrientes que el mismo bidé. Varios hogares de arte-

Baños y abluciones parciales I 205

sanos y algunos hogares campesinos empiezan a dispo­ner de ellas después de 1780. Como, por ejemplo, elcampesino picardo, en Aubercourt, que posee en sucocina, en 1787, «una jeringa y dos cánulas de es­taño» 40 Paul Durand, fabricante de encajes, «unajeringa de estaño» en 1788 4 1

, o la viuda de un curtidorparisino, Duval, «una jeringa de estaño grande y unapequeña» en 1797 42

. Actos íntimos poco comentados,estos aseos en los que intervienen semejantes instru­mentos siguen siendo difícilmente conocibles. ¿Ablu­ción regular? ¿Acto terapéutico? Es difícil establecerla diferencia. La categorización del objeto es tambiénfluctuante: ¿utensilio arcaico de las terapias digesti­vas o instrumento más delicado de secretos aseos? Elhecho de que el inventario de Victoria Coilly, mujer deun cañonero voluntario de las guerras revoluciona­rias, describa en 1795 «una jeringa y una jeringa demujer con su cánula» indica la variedad de los usos 43.

Sin embargo, esta «preocupación de salud genital» 44

no llega al pueblo, y generalmente sólo toca a algunasde sus zonas marginales.

Evidentemente, son las palanganas los instrumen­tos de limpieza más generalizados a fines del SIgloXVIII. Piezas de estaño o de loza para los más ricos(algunas veces palanganas fijas con una fuente ~ncI­

mal, cerámicas de gres o de barro para los ~~mas, amenudo se incluyen en los censos con la vajilla, Sunúmero sigue aumentando a fines d~l siglo XVIII, enparticular en las clases populares. ASI pues, coincidenen él el lava~ del rostro y de l~s manos a lo que seañade el mantenimiento del vestido y de la muda deropa blanca, es decir, la limpieza tradicional, en suma,esencialmente preocupada de decencia o de limpiezadel traje y que se mide también por el número decamisas, de pañuelos o de medias. Las palanganas noestán siempre incluidas en los censos en el mundoobrero: ¿se trata de una ausencia relativa o del escasovalor del objeto? Además, las camisas llegan raramen­te a más de media docena: cuatro en casa de Charles

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Guyot, maestro albañil en 1782 4 5 ; tres en casa delsombrerero Du Crest en 17924 6

; siete en casa de Jean­Baptiste Coignard, lavandero en 1783 4 7

Las abluciones parciales nos conducen a observarun doble régimen de la limpieza a fines del siglo XVIII:el que actúa sobre la sensibilidad y la salud, yendomás allá del traje para tocar la piel, y el que sepreocupa de la decencia y de la apariencia del envolto­rio indumentario. El primero no se podría compararevidentemente con las representaciones ni con lasprácticas de hoy. Pero ya anuncia una tendencia queel siglo XIX va a desarrollar.

CUARTA PARTE

El agua que protege

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1

LAS FUNCIONALIDADES DE LA PIEL

Refugiado secretamente en casa de sus amigos losGuidoboni-Visconti, Balzac se esconde en 1837 en suapartamento de los Campos Elíseos. Apremiado porsus acreedores, quiere redactar en unas cuantas sema­nas La mujer superior, novela que ya había compradoy pagado desde hace tiempo La Presse, asi como varioscuentos igualmente prometidos en un contrato. Por loque trabaja toda la noche, se agota, come poco, multi­plica las horas de vigilia y acumula las tazas de café,pero realiza su proyecto: en un mes ha terminado lanovela. Balzac no se ha afeitado ni lavado mientrastanto, pero ha llevado la contabilidad del númeroexorbitante de horas pasadas escribiendo, atrinchera­do, hasta huraño. El episodio apenas merecería quenos detuviéramos en él si Balzac no comentara, élmismo, su retorno a una vida más «normal»: de nuevoun «aseo», unos cuidados físicos y también una relaja­ción. Es el momento de revelar la necesidad y laambigüedad de las abluciones después de este mes deretiro extremado. Balzac se va a bañar, por ejemplo,pero subsiste un riesgo: la languidez intranquiliza aeste gran trabajador, pues el agua «podría» debilitarlo:«Después de escribir esta carta, tomaré mi primerbaño, no sin pavor, pues temo aflojar las fibras queestán extremadamente tensas y me es preciso volver aempezar para escribir César Birotteau, que empieza a

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210 I El agua que protege

ser ridículo a fuerza de retrasos» '. Balzac es sensible alas abluciones: cuando vivía en la calle Cassini, en1828, había mandado construir un cuarto de bañorevestido de escayola blanca, que prolongaba directa­mente su alcoba 2. El ejemplo tiene cierto sentido: elbaño ha ido ganando terreno insensiblemente en laprimera mitad del siglo XIX, pero las dudas de unBalzac agotado y nervioso muestran hasta qué puntose plantea todavía el problema de la práctica del baño.

Al mismo tiempo, las teorías también van evolucio­nando: el agua templada recupera sus derechos y lafisiología de la piel se estudia mejor. Las referenciasson cada vez más funcionales. Se trata de desplaza­mientos no desdeñables, aunque las prácticas se trans­formen con mayor lentitud.

Instauración de la palabra «higiene»

Hay una palabra que a principios del siglo XIXocupa un lugar inédito: higiene. Los manuales quetratan de la salud van cambiando de título. Hastaentonces estaban todos concentrados en el «manteni­miento» o en la «conservación» de la salud 3. Ahora nohay más que tratados o manuales de «higiene» 4. Todosdefinen su terreno por medio de esta denominación,hasta entonces tan poco utilizada 5. La higiene ya noes el adjetivo que califica la salud (en griego, hygeinossignifica: lo que es sano), sino el conjunto de losdispositivos y de los conocimientos que favorecen sumantenimiento. Se trata de una disciplina particularen el seno de la medicina. Es un ámbito de conocimien­tos y no ya un calificativo físico. Con este título se haabierto bruscamente todo un campo. Se trata de su­brayar sus «vínculos con la fisiología, la química, lahistoria natural» 6, insistiendo en sus orígenes científi­cos. Es imposible evocar tal disciplina sin recordaralgunas exigencias de rigor o de concebirla sin conver­tirla en una «rama» específica del saber médico.

Las funcionalidades de la piel I 211

También se trata de un cambio de condición. Alfinal del siglo XVIII, el médico se ha codeado con lapolítica, pues ha desempeñado un papel en la ordena­ción de las ciudades y en la de diferentes lugarespúblicos. Ha influido en ciertos comportamientos co­lectivos (desde el riego de las calles hasta la aberturade ciertos barrios) y esta influencia sobre la vidacotidiana no podía dej ar de tener consecuencia. Elmédico de principios del siglo XIX rei,:indica, a, ~sterespecto, más rigor, un pensamiento mas sistemático:no tiene ningún conocimiento sobre las leyes de lasalud, pero sí una voluntad más fuerte de afirmar unsaber totalizado, e insiste en subrayar una competen­cia «científica».

El cambio de condición de este saber se refleja enla aparición de instituciones nuevas: las comisiones ?esalubridad, por ejemplo, creadas durante el Imperio,.que se encargan localmente de inspeccionar manufac­turas, talleres, establecimientos emisores de mIasma~diversos 7. También se refleja en el brusco descubrí­miento «hecho por la revista La Dominicale de uncristianismo que desde siempre está apegado a. lasnormas «cultas» de la limpieza. Y aparecen los prime­ros textos sobre la higiene en un periódico cristiano:«Sobre todo conviene que las pruebas de la religióntengan su f~ente en el orden científico que du:a?-tetanto tiempo fue su enemigo» 8. El sabio descubrrrá loque el sacerdote sabía desde hace tiempo. Una bel1amanera para La Dominicale de subrayar, a pes~r de lasapariencias, el nuevo estatuto de este saber. Finalmen­te, más importante es la creación en el año.I~ de lacátedra de higiene, en la Facultad de Medicina deParís, de la que será titular Hallé hasta 1822, y ~oyer­Collard, de 1838 a 1850 9 • Hay, pues, un «reconocumen­toi en diversos medios.

Los textos de higiene insisten a principios del sigloXIX en la renovación de algunas prácticas: por ejem­plo, la promoción. Este suprime y disuelve la mugre,«purifica». Lavarse es utilizar una química elemental:

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«El cosmético por excelencia, el instrumento de lim­pieza, es el jabón» 10. No se trata ya de un accesorio decoquetería, sino de un instrumento de salud, «el jabóndeterge las superficies cutáneas de las materias gra­sas» 1" Está al servicio de los fisiólogos y es «uno delos elementos más importantes de la cosmética» 12. Laexplicación, sin embargo, no es evidente. El artificiodel jabón suscita diversas reservas. La proposición deuna higiene del baño se conforma aún con instrumen­tos frágiles durante la primera mitad del siglo XIX:virtudes secretas del agua pura, por ejemplo, única«materia» de limpieza para Londe en 1847 13; oscuropeligro de los emulsivos para Buchez y Trélat: «Lasunciones que se hacen con jabón hacen que disminuyala tendencia a transpirar, y son también ligeramenteirritantes» 14. Los utensilios pronto tradicionales delbaño sólo se aceptan progresivamente.

Pero la insistencia muy acentuada sobre la mugremodifica, una vez más, el problema de las temperatu­ras: el calor va ganando importancia. El primer papeldel baño higiénico es el de la limpieza, «etapa» previapara favorecer el ejercicio de las funciones.

Tal afirmación, que ya se empieza a oír en losúltimos años del siglo XVIII, determina aquí paramucho tiempo la forma higiénica del baño: «El bañotemplado es el baño higiénico por excelencia: procurauna sensación agradable y limpia la superficie delcuerpo de las inmundicias que dejan la transpiración yel sudor» 15. En ese momento el agua tibia domina atodas las demás. Es ella la que constituye el baño delimpieza. No porque el baño frío haya perdido todoprestigio, sino porque posee, más que antes, su registroparticular: solamente el de la dinamización. Las finali­dades se escinden; no es el frío el que lava, sino elcalor, que permite «que se ejerzan las funciones de lapiel no ya con mayor energía, sino con mayor facili­dad» 16. Limpieza por medio del agua templada, esti­mulación por medio del frío, las dos prácticas ya notienen la misma finalidad.

Las funcionalidades de la piel I 213

La piel y la balanza energética

Finalmente, hay un tema que empieza a desarro­llarse, sobre todo después de 1830: la función depura­dora del agua templada y el papel respiratorio que seatribuye a la piel. La obstrucción de los poros tendríauna influencia en los intercambios gaseosos. La ima­gen es muy importante, sobre todo porque introduceun nuevo concepto energético que se refiere tanto a larepresentación del cuerpo como a la limpieza. Elmecanismo es «sencillo»: la mugre podría impedir quese expulsara el gas carbónico a través de la piel. Laexperiencia de Edwards sobre las ranas medio extran­guladas y envueltas en una bolsa hermética es elpunto de arranque de estas afirmaciones: al cabo deunas horas de supervivencia, ¿no contiene gas carbó­nico la bolsa que encierra el cuerpo sin que de ellaemerja más que la cabeza? 17. Edwards, en 1824, yalgunos higienistas después de él, apenas vacilan enpasar del batracio al hombre. Magendie, en 1816, yahabía zanjado la cuestión sobre la respiración deltegumento: «La piel exhala una materia aceitosa yácido carbónico» 18. Los viejos ensayos de Abernethy,que hunde su brazo en campanas cerradas con mercu­rio para que se analicen enseguida los vestigios gaseo­sos, reciben en esta ocasión una nueva actualidad: elcirujano inglés observaba que habia ciertos índicessensibles de gas carbónico en las campanas en las quehabía metido el brazo 19.

Pero la «teoría» va ganando terreno lentamente. Espreciso que llegue la conceptualización de la termodi­námica que hace S. Carnot en 1824 2 0 , para que seprecise esta imagen de la energía unida a un organis­mo quemador. Parece que la cantidad de trabajo y lacantidad de calor consumidas por el cuerpo son equi­valentes. Se abre un nuevo horizonte para la represen­tación de las dinámicas orgánicas e incluso, sencilla­mente, de la salud. Todos los rastros de una eventualcombustión van a llamar la atención.

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214 I El agua que protege

Lo que seduce a los higienistas es, sobre todo, elefecto de los revestimientos artificiales que colocanlos fisiólogos en la piel de los mamíferos más cons­ciente que antes de lo que permite la experimentación.Cuando Bouley cubre con una untura de alquitrán elcuero de los cabellos previamente afeitados, observaen 1850 «todos los efectos de una asfixia lenta» 21. Lamuerte parece más rápida aún (unas cuantas horas)cuando se mezcla una cola fuerte con el alquitrán.Fourc~ult ya había descrito anteriormente la agoníade vanos ammales recubiertos de barniz 22. La conclu­sión, para muchos, no deja lugar a la duda: «Si seconsidera que la piel es un órgano respiratorio queabsorbe oxígeno y que exhala ácido carbónico secomprenderá cuán útil es que se la mantenga' enbuenas condiciones de limpieza y de flexibilidad» 23

La imagen del organismo quemador, con sus consumoscalóricos y sus ene~gías específicas, empieza a impo­nerse sobre los antiguos modelos de máquinas senci­llas. Las máquinas de vapor se convierten en modelosincomparablemente más determinantes que las palan­cas. La energía calórica del cuerpo adquiere másimportancia que el sólo endurecimiento de las fibras.~as fuerz~s se vuelven m.ás «profundas» y soportanmterca~bIOsy flUJOS. La limpieza aumenta sus objeti­vos. ~I mismo tiempo q~e se va precisando la represen­tación de las combustiones energéticas. La dinamiza­ción de las funciones y más ampliamente la higiene sedan nuevas direcciones: «La piel bien limpia es mássuave, funciona y respira mejor -pues la piel respiracomo los pulmones- y el sueño que se obtiene en estascondiciones produce un descanso infinitamente másreparador que da a todo el organismo un nuevo vigoruna nueva energía» 24. '

. Pasará mucho tiempo antes de que se relativice' laimportancia de ~sta respiración por la piel. Parece quesubsisten todavía demasiados hechos que la confir­man: las palomas encerradas, excepto la cabeza, encajas saturadas de gas tóxico se mueren, aunque

Las funcionalidades de la piel I 216

pueden seguir respirando por el pico; ciertos precipita­dos químicos que se obtienen directamente sobre lapiel indican una presencia de gas carbónico. Desde1849, sin embargo, cuando aplica los sacos de Edwardsa los pollos y a los patos, Regnault no obtiene al cabode algunas horas más que ínfimas cantidades de gas

bé 25 P , hcar omco . ero aun no emos llegado al momentode matizar semejante respiración, y menos aún dematizar la eficacia «obstruyentei de las mugres.

Insistiendo, por el contrario, en estos intercambiosgaseosos y creyendo incluso en ellos con fervor, nume­rosos higienistas mantienen las alarmas contra lasuciedad. Y subrayan, indirectamente también, la fuer­za de una representación precisa: la energía del cuerpodepende de la explotación de sus calorías. Pasando deuna referencia a las teorías de la termodinámica a unaimagen menos evidente de una mugre que perturba lasrespiraciones, la higiene de la limpieza debería partici­par en los vastos mecanismos energéticos del organis­mo. Se trata, por lo menos, de un indicio de las fuerzasy de los recursos del cuerpo, cuya representación hasufrido un gran cambio desde el siglo XVIII. Estasfuerzas y estos recursos ya no provienen a priori dealguna solidez material de las partes vinculadas unascon otras, sino que provienen de las calorías gastadase intercambiadas, de las precauciones que se tomancon ellas, de su explotación mesurada, calculada 26. Elmotor, con su consumo y su rendimiento, cuenta másque la rigidez mecánica de sus partes. Desde el bañofrío hasta el baño caliente, se trata también de estedesplazamiento.

Hay que insistir en esta vasta modificación de lasrepresentaciones del cuerpo. Son las máquinas defuego las que sirven aquí de referencia analógica. Lacodificación de las eficacias corporales depende, demanera más o menos consciente, de este modelo: lasalud supone que hay una buena energía de combus­tión y la piel no es, a este respecto, más que unaherramienta suplementaria. Del baño frío al baño

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216 I El agua que protege

caliente, todo un mundo imaginario de las energías seacaba de reconstruir también.

La resistencia de los pudores

A esta norma de las eficacias se opone, sin embar­go, una sucesión de obstáculos, que limita su difusióny, sin duda, que explica la disparidad existente entre lainflación de los textos higiénicos en la primera mitaddel siglo XIX y sus poco frecuentes aplicaciones. Losque todavía no han sido afectados por tales preocupa­ciones, siguen siendo, evidentemente, numerosos. Sinduda, se trata de tradición, pero también de la fuerzaintuitiva de ciertas sensaciones: aquellas a las que elmantenimiento de la ropa da seguridad y, más amplia­mente, aquellas a las que dan seguridad los valores dela apariencia. Cuando Georges Sand va a visitar,durante la Restauración, a su antigua maestra deescuela, dice que se siente sorprendida por la limpiezade ésta, ya de edad avanzada, retirada en su conventode provincia. Sand escruta el rostro de la anciana ynota la frescura de su ropa y vuelve a oler perfumesolvidados. Lo que evoca cuando describe esta visitainesperada a los personajes de su infancia es unalimpieza muy «clásica»: «Me sorprendió agradable­mente hallar una exquisita limpieza, perfumada con elolor del jazmín que subía desde el patio de recreohasta su ventana. La pobre hermana también estabalimpia: el hábito de sarga violeta era nuevo; los obje­tos de aseo estaban bien ordenados en una mesa, loque demostraba el cuidado de su persona» 27.

La disparidad existente entre la práctica y la teoríahigiénicas en la primera mitad del siglo XIX es, sinembargo, más compleja que la persistencia de la seduc­ción visual. En particular, el calor del agua dejaoscuramente subsistir una sospecha. Sigue habiendoinquietudes y denuncias. En un mismo documento sesuelen encontrar la insistencia en la necesidad de los

Las funcionalidades de la piel I 217

baños y, al mismo tiempo, el peligro de una excesiva«frecuencia». Lo que muestra Balzac con sus pruden­tes inmersiones en casa de los Guidoboni-Visconti 28.

La imagen de las languideces sigue resistiendo. Elagua no se ha liberado realmente de sus fuerzasdisolventes y sigue atravesada por ciertas turbadorasinfluencias, eufemizadas, sin duda, pero reales. Eltema sigue siendo todavía frecuente alrededor de losaños 1830-1840: «En los que toman un baño sin másnecesidad que su capricho, dicho baño relaja las par­tes que no deberían estar relajadas y hace que pierdansu tonicidad» 29. Humedades y debilidad siguen siendoparcialmente convergentes, y siguen siendo fuente deinquietud hasta cuando lo que está en tela de juicio esmás la frecuencia que el principio de las abluciones:«Un excesivo número de baños enerva, sobre todocuando los baños están un poco calientes» 30.

Hay otros temores más: hay que tener cuidado conla cabeza. El lavado del cabello sigue preocupando ysu aireación se sigue considerando más importanteque la utilización del agua. De todas maneras, haypocas explicaciones excepto sobre la descripción deantiguos trastornos: «Las lociones de la cabeza produ­cen con frecuencia cefalalgia o pertinaces dolores dedientes» 31. Peine y polvos secantes siguen siendo losinstrumentos esenciales de la primera mitad del sigloXIX. Tessereau los sigue mencionando en 1855: «Paramantener el cabello basta cuidarlo, engrasarlo unpoco o limpiarlo con salvado o polvos de almidón» 32.

El champú es costumbre del segundo imperio. Laexistencia teórica sobre el papel fundamental quedesempeña el agua no carece, por tanto, ni de sombrasni de resistencias. Esta representación del agua se vatransformando, como la de las envolturas corporales,pero manteniendo al mismo tiempo ciertas antiguasfijaciones.

De manera más soterrada aún, los pudores actúan,finalmente, durante todo el siglo XIX, como otrastantas resistencias insidiosas. Temor a que el agua

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218 I El agua que protege

c~liente «despierte el deseo sexual» 33, temor al aisla­m~ento que la. bañera permite. Ciertos médicos que,aun en 1850, siguen explotando sin grandes rodeos eltem~ de los dinamismos y de los vigores orgánicos,empiezan a dudar: la bañera es peligrosa, porquesU~Iere «malos» pensamientos y puede pervertir: «Elbano es una práctica inmoral. Ciertas tristes revela­ciones han mostrado cuáles son los peligros que hacencorrer a las costumbres el hecho de permanecer desnu­?o una hora en una bañera» 34. Particularmente, en losmternados: demasiado abandono podría extraviar alos cuerpos sumergidos. Tibieza y aislamiento avivanun «mal» que los mismos textos no se atreven anombrar: ~<No puede haber un vigilante para cada unad~ las .baneras aisladae [...]. Sueña con el mal en elaislamiento y se deja excitar por la influencia del aguacalIe~te. ~os baños calientes no son buenos en elcolegio mas que para los enfermos a los que no seaband~na un solo instante» 35. Por el contrario, lan.a,taclOn de verano desempeña aquí el papel de ablu­cion general. La imagen de los alumnos de los colegiosa los que se lleva a los establecimientos del Senadurante los meses de junio o julio se convierte ya enalgo banal a mediados del siglo. Y el Journal desenfants. sabe hacer de todo ello un tema edificante:«Cada Jueves, cuando hace calor el maestro nos llevaa los baños fríos» 36. '

Se cuestiona más el pudor cuando se trata de lasdesn~deces corporales que exigen las abluciones delimpieza y, sobre todo, del manoseo que provocan. Sesospe~ha de los ademanes, se sospecha de la mirada.Por ejemplo, enjugarse los órganos genitales es unproblema: «Cerr~~ los ojos, sugiere madame Celmart,hasta que terminéis la operación» 37. En un documentomuy ser~~, F01X explota a su vez todos los recursos dela ablución, No nombra nada, aunque evoque peligrosy reservas: «Estas abluciones, aplicadas cada día aCIertas partes del cuerpo, deben hacerse una sola vez,por la manana, al levantarse; sin embargo, algunas,

Las funcionalidades de la piel I 219

sobre todo cuando se trata de mujeres, se deben hacervarias veces al día. Nosotros no los indicaremos por­que queremos respetar el misterio de la limpieza. Peronos contentaremos con hacer observar que todo lo queva más allá de los límites de una higiene sana Ynecesaria conduce insensiblemente a resultados eno­josos» 38 De lo que resultan esas prácticas de lasabluciones en camisa que nos muestran los conventosde religiosas hasta mediados del siglo XIX como ejem­plos extremos: «Son numerosos los testimonios de lasantiguas internas del convento que sólo pudieronbañarse envueltas en una camisa hasta mediados delsiglo XIX» 39. De ello también se derivan estas resisten­cias a la inmersión que tienen ciertas familias de laélite hasta fines del siglo XIX: «¡En mi familia nadie sebañaba! Nos lavábamos en un tub con cinco centíme­tros de agua, o con una esponja, en grandes barreños;pero la idea de hundirnos en el agua hasta el cuellonos parecía pagana y hasta culpable» 40. Cuando, paravencer la fiebre de la pequeña Pauline de Broglie, unmédico prescribe un baño en 1900, sus familiares sealocan: no había ninguna bañera en aquella casa que,sin embargo, era riquísima. Por lo que hubo quealquilar una y colocarla «cerca de un gran fuego,aunque estuviéramos en el mes de junio» 41. Nuevoproblema: ¿habrá que desnudar a la niña? No esposible. Y Paulina se tuvo que bañar en camisón.

Difundir la costumbre del baño es también conven­cer que ésta no ofende al pudor. El tema conserva suimportancia durante todo el siglo XIX. Madame Staffeaún pretende, en 1892, banalizar desnudeces e inmer­sión. Alusión insistente a una pureza física que seacerca a la de los «ángeles de luz» 42. Alusión sobretodo a una mala interpretación de la religión: laimpiedad no consiste en abandonarse desnudo al agua,sino, «al contrario, no cuidar del cuerpo» 43. Sin em­bargo, las reticencias que evoca Y combate madameStaffe no son directamente religiosas, sino sólo lasreticencias que opone la tradición a la influencia

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emoliente del agua; las que asocian tibieza y lascivi­dad, hasta ver en ello el comienzo de algún vicio.Contra ellas es contra lo que lucha la higiene del sigloXIX.

Hay otros obstáculos todavía más importantes quedependen de la ausencia relativa de agua en la ciudady de la disparidad entre limpieza burguesa y limpiezapopular, temas que merecen una atención particular.

2

LOS ITINERARIOS DEL AGUA

Cuando mueren las primeras víctimas del cóleraparisino, en la calle Mazarine, en marzo de 1832, hayquienes vuelven a preconizar el empleo de las defensastradicionales: el conde Apponyi, por ejemplo, ofrece asus amigos «pequeños pebeteros con una pastilla odo­rífera compuesta de menta y de manzanilla» 1 paraproteger más fácilmente del mal aire; Rémusat trata deevitar la «fatiga y el frío» 2, y el arzobispo de Parísmultiplica cartas pastorales, ofrendas y Te Deum paracontener mejor la plaga 3. Muchos llegan a imaginarla existencia de algún misterioso veneno que se haechado en las fuentes 4. El mal despierta olvidadasangustias, las que provocan las grandes catástrofescolectivas. El mal avanza siguiendo caprichosas lí­neas, mal conocidas, siempre repentinas, que atravie­san cuarentenas y cordones sanitarios, fulmina enunas cuantas horas a los organismos a los que ataca einstala un estupor general, hiriendo aparentemente alazar y provocando horribles agonías: «El enfermo eracadáver íncluso antes de perder la vida. Su rostroenflaquecía con extraordinaria rapidez. Se podían con­tar sus músculos bajo la piel que, de repente, se habíavuelto oscura, azulada, y sus ojos estaban hundidos,secos, reducidos a la mitad, y como si tirara de ellos unhilo, hacia la nuca o hacia el interior del cráneo» 5.

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El agua y la defensa epidémica

Pero los pebeteros de Apponyi no son más quesupervivencias arcaicas. Las reacciones sanitarias enabril y mayo de 1832 muestran que los modelos de finesdel siglo XVIII se han ido imponiendo: se aumentan lospuntos de agua (por ejemplo, se instalan cuatro enPassy en unas cuantas semanas) 6, se riegan las calles,cuyos habitantes, en algunas ocasiones, reúnen fondospara que la frecuencia de tales riegos sea mayor 7, secierran los callejones demasiado estrechos y se echacloro en ciertas letrinas 8, se promulgan instruccionesque favorecen la circulación del aire y la circulacióndel agua. La inquietud sigue siendo la del siglo XVIII:se piensa que los riesgos dependen de las emanacionesmal controladas. Hasta se colocan cubos de cloro aquio allá para «atacar» los olores 9. Aumentan las criticasque denuncian la existencia de una ciudad llena decloacas, atestada de materias fecales, encerrada enciertos espacios de los que es dificil escapar. Precisa­mente, el Paris de La filie aux yeux d'or» * es contem­poráneo del cólera: «La mitad de París duerme enmedio de las exhalaciones pútridas de los patios, de lascalles y de los sótanos» 10 • Desde que se anuncia elcólera, la tentativa de sumergir los fosos de la islaLouvier, para liberar los vasos y evacuar la basura,confirma el papel cada vez más importante que desem­peña el agua 11 •

El agua ha ido adquiriendo suficiente importanciacomo para que se propongan nuevos dispositivos conrelación al siglo XVIII; por ejemplo, se promueve elbaño como defensa suplementaria contra el contagioy, sobre todo, se remodelan los circuitos de distribu­ción y de evacuación de las aguas. En 1832 se votancien millones para obras públicas, entre las que secuenta la construcción de canales para la alimenta­ción de agua (y para la navegación) 12.

* La joven de los ojos de oro.

Los itinerarios del agua / 223

Se dan a la ciudad instrucciones colectivas quehacen del «baño templado» una posible protección 13:le podria evitar así todo estancamiento «dudoso» so­bre la piel. La recomendación se repite con regulari­dad en París y en provincias, según las sucesivasoleadas del mal: "Se mantendrá la piel lo más limpiaposible, cambiando de ropa con regularidad y tomandobaños templados de cuando en cuando» 14. Las encues­tas que se emprenden al mismo tiempo sobre lasinstalaciones colectivas censan los baños públicos,considerándolos como otros tantos instrumentos dedefensa. Y se cuentan, como se hace con los surtidores,los puntos de agua o los circuitos de riego, asimiladostemporalmente a los dispositivos de protección 15. De­fensa evidentemente irrisoria en un país superpobladoy enfermo por el que atraviesan coches llenos demuertos amontonados, arrojados unos sobre otroscomo barriles» 16. Pero defensa que pone de relieve queel papel del baño ha cambiado definitivamente desentido desde los terrores causados por la peste. Pare­ce que el agua desempeña. un papel de pr~servación,

aunque siga dominando la Imagen de los mismos. Esteagua, siempre "escasa», que el Rafael de La Peau dechagrin. * va subiendo cubo a cubo desde la fuente deSaint Michel, porque todavía es demasiado po?re parapagar al aguador 17, o que la Mayeux, de Eugene Sue,ahorra ferozmente para no gastar más que cuatrocubos semanales 18. Agua más escasa aún cuandociertos declives naturales obstaculizan su llegada: enMontfermeil, los habitantes de la llanura deben atra­vesar el pueblo para sacar agua de los estanques quehay a orillas del bosque 19. El sentimiento de estaescasez sigue guiando las encuestas sobre la ,mo~tah­dad colérica después de 1832. La muerte mato mas enlos barrios pobres, mal alimentados en luz y agu.a .. Eslo que describe Poumies cuando cuen~a las visitasmédicas impuestas por la ciudad: «Alojamientos sm

* La piel de zapa.

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aire y sin luz; inmundicias por todas partes [...];suciedad por doquier [...]» 20. Es lo que el Repertoiredes connaissances utiles* traduce de manera rotundaen 1850: «Los más expuestos son aquellos que conce­den menos importancia a las reglas de higiene y delimpieza» 21.

Referencia aparentemente «moderna», en la que elcuidado de la piel activa ciertas fuerzas oscuras y a lavez quita olores y residuos. Este agua no fragiliza yalas aberturas corporales, sino que las protege y ampa­ra contra las amenazas aún imprecisas, dinamizandosobre todo las funciones orgánicas y acelerando trans­piraciones y energías. Simplemente ha cambiado desentido con respecto a las antiguas prácticas de lostiempos de peste: el agua defiende, ya no expone a losriesgos, sino que los aparta. Las autoridades, conscien­~es. de que el ba~o tibio no siempre es asequible,insisten en estas Instrucciones, por lo menos en lasque predican el recurso a las abluciones: «Los pies, porejemplo, se limpiarán con frecuencia con agua ti­bia»22.

Pero también cambian los circuitos del agua hastamodificar la concepción del urbanismo. El tema cen­tral no es ya el de la sola distribución, sino también elde la evacuación. Y el baño, a pesar de sus evidenteslimitaciones sociales, queda directamente incluido enla red.

Circuitos de agua e higiene pública

El cólera ha reforzado sobre todo ciertos dispositi­vos que modifican la imagen de la ciudad: una ciudaden la que no sólo se evacúan las aguas de superficie,sino también las profundas, utilizando un sistema decanalizaciones enterradas. La transformación no esinmediata. En 1832, por ejemplo, se sigue dudandoentre invertir en las arquitecturas monumentales o

* Repertorio de los conocimientos útiles.

Los itinerarios del agua / 226

invertir en maquinarias invisibles. El lujo que edificalachadas o el lujo más secreto, y a veces más costoso,delos productos ocultos. Inglaterra se adelantó muchoa Francia. Las diversas misiones que fueron a Londresapuntan, desde 1830, que el agua llega por lo menos aun tercio de las casas antes de escaparse por canaliza­ciones enterradas 23. Los viajeros ingleses, por el con­trario, se quedan asombrados ante el espectáculo pari­Bino: «Cualquiera que sea la admiración que se tengapor la iglesia de la Madeleine, creo que hubiera sidomás ventajoso para la ciudad de París ahorrar lascantidades que se gastaron en ella e invertirlas en laconstrucción e instalación de canalizaciones para ladistribución de agua en las casas particulares» 24.

Unos años más tarde el americano Colman se sorpren­de de que en las calles de Paris todavía se siganvaciando con regularidad los pozos negros: «En Lon­dres esta basura pasa por las alcantarillas y, desdeallí, se va a mezclar con las aguas del Támesis [...]. EnParís, las materias fecales se vacían generalmente poreso que se llama el procedimiento atmosférico. Secoloca la carreta en la calle, a la puerta de la casa ypor medio de un largo tubo de cuero que se colocaentre la carreta y el pozo negro, se bombea el aire, y lamateria fecal semifluida pasa directamente a la carre­ta» 25. Doble imagen aquí de las «aguas» inglesas, queriegan las casas antes de volver a los circuitos subte­rráneos. La gran originalidad de estas instrumentacio­nes es que asocian a un actor nuevo con una represen­tación también nueva: es el ingeniero quien toma a sucargo la articulación de las redes y no ya el arquitecto.El médico halla nuevos interlocutores. Y con esteespacio que va integrando los flujos subterráneos seva elaborando una idea inédita de la ciudad: emplearla capilaridad para poner en relación los puntos másalejados por medio de conductos invisibles. Se revisael conjunto de los principios de distribución, así comoel conjunto de los actos que conducen a la evacuaciónde los residuos. La ciudad moderna se va construyendo

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por encima de estas infraestructuras ocultas. El objeti­vo es ahora el del cálculo de niveles, el de la velocidadde las canalizaciones o el de la flexibilidad de susconexiones; hay que tener cuidado con los diámetrosde los tubos, con su pendiente, con sus múltiplesencrucijadas. Todo lo cual no es más que técnica deingeniero. Lo que Beguin subrayó recientemente conla mayor lucidez: «La originalidad de las concepcionesde la salubridad, que se van a desarrollar en laprimera mitad del siglo XIX, no consiste en estosprincipios (agua, aire, luz) que, en lo esencial, siguensiendo resultado de la reflexión de los médicos delsiglo XVIII, sino en las inversiones que se hacen paraconstruir grandes aparatos que siguen una nuevalógica de salubridad» 26. Con ellos, la ciudad se sometea una racionalización de flujos físicos, canalizados,enterrados, calculados. Los lugares de habitación yano son posibles más que después de implantar unamaquinaria hidráulica escondida.

Francia sigue vacilando aún ante tales soluciones.El debate ha empezado ya, pero a mediados de siglo noestá zanjado todavía. El ingeniero en jefe de las aguasde París ?ree. que es oneroso y arriesgado prolongarlas canalizacionss hasta los alojamientos mismos, delo que resultaría una invencible humedad 27. Sin em­bargo, los proyectos se multiplican: los de unos tubosque recibirían directamente bajo las aceras «las aguaspluviales y domésticas de las casas» 28 y, sobre todo,los de aquellos tubos que llevarían el agua directamen­te a los pisos: «Se trata aquí de modificar nuestrascostumbres, de cambiar la mezquindad con la queempleamos el agua por una amplia utilización de esteele,mento de vid~ y de salud domésticas, por estaspracticas lavatonas tan útiles a la salud y que termi­narán. introduciéndose en nuestras casas, como las queya existen desde hace mucho tiempo en las casas denuestros vecinos de ultramar» 29. Se trata de proposi­cienes que las realizaciones de Haussmann concreta­rán dos decenios más tarde.

Los itinerarios del agua / 227

Sin embargo, el circuito parisino de las aguas hasufrido, durante los años 1830, algunos cambios decisi­vos. La imagen es la de un «empapamiento», opuesto ala del trabajo permanente y dispendioso del bombeo.Viejo proyecto, en verdad, nacido durante el Directo­rio, basado en el aprovisionamiento de agua por mediode canales. Progresivamente se empieza a realizar elproyecto desde 1817, se acelera en 1832 y se termina en1837. Se ha adoptado una solución muy diferente a ladel siglo XVIII. Yana se bombea el agua, sino que secapta. El objetivo es que cueste menos y se obtenganmayores cantidades de agua. La inversión financierainicial es considerable para instalar la canalizacióngeneral, pero luego la distribución se hace por inercia:la distribución natural en vez de la frágil manipula­ción de las bombas; la gravedad física en vez de lacostosa fuerza de las máquinas. Para empezar, lasalcantarillas, cuya longitud se triplica entre 1830 y18373°, aunque siguen sin recibir las aguas usadas delas viviendas. Pero, sobre todo, la alimentación deagua, cuyo principio ha cambiado. Con el canal delDurcq, en particular, que se ha estado cavando duran­te más de quince años, París se convierte en un centroalimentado parcialmente de forma pasiva; la altura dela llegada de agua (25 metros por encima del nivel delSena 31) permite la alimentación de agua de variosbarrios. El dispositivo triplica las cantidades de aguaque se bombean en el Sena, pero, evidentemente, sigueestando muy lejos de las exigencias de hoy. La canti­dad global se calcula para un consumo de 5,5 litros pordía y por habitante 32. Los enganches, a pesar de todo,no se multiplican: 18 de las 178 casas u hoteles particu­lares del faubourg del Roule y de Saint-Honoré recibenel agua del Sena en 1831; 380 para el conjunto de losbarrios que reciben el agua del canal del Ourcq, quecomponen la séptima parte de París en 1831 33• Sinembargo, lo esencial está en el proyecto de una nuevaciudad totalmente «unificada» por sus flujos subterrá­neos. El proyecto se ha ido formulando lentamente y

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su realización está aún en sus balbuceos durante lamonarquía de Julio. Por lo menos, la alimentación deagua empieza a cambiar y esto no deja de tenerconsecuencias sobre el mismo aumento del número deestablecimientos de baños.

Para empezar, estos establecimientos de baños sedesplazan; se instalan ya en el interior de París gra­cias a las nuevas canalizaciones y no ya a orillas delSena. Enseguida aumenta su número revelando elinsensible crecimiento de una costumbre sanitaria. Laoleada del cólera es, aquí también, una fecha impor­tante. Semejantes instituciones pasan de 15 en 1816 a78 en 1831, alimentadas la mayoría por las aguas másbaratas del üurcq. Pero su número crece en un 25 %entre 1831 y 1839 34

• Lo que provoca observaciones«lisonjeras- por parte de algunas guías parisinas: porejemplo, la de Abel Hugo que, ya en 1835, insiste en «elhecho de que cada barrio de París tenga sus estableci­mientos de baños» 35, o incluso también las observacio­nes «lisonjeras» de algunos extranjeros que escribensobre ciertas instituciones realmente lujosas: «Le recioben a uno en bellos salones que dan a un jardínsituado en el centro de un edificio adornado conestatuas y fuentes. Los cuartos de baño están amuebla­dos con gusto; las bañeras son de mármol y su interiorestá forrado de telas de blancura inmaculada» 36. Lostonadilleros incluso no dejan de poner en escenaalgunos de estos nuevos lugares 37. No hay sorpresaalguna en que estas instalaciones se vean como un«progreso». Los contemporáneos no hacen más querepetir los mismos tópicos: cada aumento en el númerode estos establecimientos satisface una demanda. Elelogio sólo no puede considerarse como prueba denovedad, porque se va repitiendo decenio tras decenio,desde fines del siglo XVIII y se va adaptando a laev?lución de las cifras, aparentemente corriendo pa­rejas con su crecimiento, pero sin engendrarlo.

Hay, sin embargo, dos perspectivas originales en elsegundo tercio del siglo XIX: los baños empiezan a

Los itinerarios del agua / 229

pensarse según el tema de la evacuación del agua y,sobre todo, su número está sometido a estadísticascomparativas, igualmente centradas en la problemáti­ca de los flujos.

Cuando Valette innova, en 1820, creando una em­presa de baños que se llevan enteramente a domicilio,está consciente de que además de la acogida delpúblico, el problema consiste en la manipulación delos materiales y la evacuación de las aguas usadas.Valette utiliza una bomba que vacía la bañera «que, enun minuto y medio, saca el agua y la vierte fuera pormedio de tubos impermeables que pasan apoyándoseen los antepechos de las ventanas para hacerlos llegarhasta el pavimento» 38. La mecánica, aparentementemuy sencilla, no deja de tener inconvenientes, puestoque estorba en la calzada, multiplica las manipulacio­nes y es «visible». Una medida más discreta empieza apreferirse en los años 1830: la evacuación del agua enlos pozos negros, estas construcciones subterráneas enlasque se acumulaban las materias fecales de las casasparisinas; pero al añadir en estos locales pequeños lasaguas de los baños que se llevan a domicilio, quedansaturados muy rápidamente, lo que acelera la necesi­dad de las limpiezas. Sobre todo, si se tiene en cuentaque la mayoría de los establecimientos adoptan tam­.bién este sistema de baños transportados. En 1836Parent Duchatelet acusa a tal procedimiento de ser el«responsable» (entre otros) del mal funcionamientode los pozos negros: «Su lado desagradable se acre­cienta desde hace unos años de manera considera­ble» 39. Y sólo ve a este respecto una solución: que seseparen en la misma fosa las materias sólidas y lasmaterias líquidas, probando indirectamente que I~conexión con una alcantarilla colectiva no se consi­dera aún algo claro. Pero estas recomendacionesrevelan, en cambio, que el baño y .sus evacu~ciones

empiezan inmediatamente a asociarse. Se ~n~egraéste ahora en un «circuito», lo que es indicio demucha may~r frecuencia y también de que los itinera-

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rios del agua despiertan un interés bastante másespecífico.

Más significativos todavía son los cálculos estadís­ticos que se empiezan a hacer sobre los baños, desde1832 sobre todo; por ejemplo, evaluación del númeroglobal de baños servidos por los establecimientos,diferencias consideradas según las estaciones o loslugares. La razón es económica: apreciar las cantida­des para regularizar mejor la alimentación y lostrayectos, y ver, entre otras cosas, que los gastosfluctúan según los meses, mientras que las necesidadesfluctúan según los barrios; asi se pueden sacar conclu­siones sobre las necesarias variaciones en el dispositi­vo de las canalizaciones y, naturalmente también, enla estimación de los caudales. Los Annales des Ponts etChaussées* dan, entre 1830 y 1840, los mejores ejem­plos de tales censos, pacientes y precisos: «Es unaespecie de presupuesto de gastos de agua y de ingresosen dinero, del que hay que apreciar todos los engra­najes, todo el alcance y ajustar todos los movimien­tos» 40. El establecimiento de baños se convierte así enuna parte integrante del cálculo del ingeniero. Perío­do «intermedio», por otra parte, en el que todos estoscálculos se explican por la heterogeneidad geográfica,aún muy real, de las instituciones de baños y sobretodo por la parsimonia, también muy real, a la que estácondenada todavía la distribución del agua.

Sin embargo, es interesante ver que este cálculoincluye el baño en un cálculo unificado de flujosurbanos y también, finalmente, que la nueva imagenque esto implica es la de un agua que se lleva en masapara lavar los cuerpos de una ciudad. Representaciónque, por primera vez, como una ola que distribuye susfuerzas y diferencia sus impactos, estima el agua quese reserva para el lavado de los cuerpos. Esta ola está,a la vez, centralizada y desigualmente repartida. Elingeniero comprueba y regula los flujos.

* Anales de Obras Públicas.

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Pero también lo hace el médico, que se asocia atales cálculos. Los Annales d'h.ygiéne publique, cuyapublicación empieza en 1829, son, por otra parte, sobreeste tema el eco de los Annales des Ponts. Bañospúblicos, distribución de agua, cifrado de cantidades,se añaden a un conjunto de tácticas que han encontra­do a su vez, el tema que los reúne: la higiene públi­ca'4!. La defensa sanitaria de las poblaciones unificasu campo al decidir su «título». La evaluación delagua que lava, el recuento de estos «lugares» colecti­vos y esta representación de una «ola» cuantificadaque llega hasta los cuerpos, no trastornan sistemática­mente el saber del siglo XVIII, pero subrayan hasta quépunto la terminología y el proyecto evaluador s?n, porsí mismos, un signo: muestran que la exigencia y elestatuto de este saber higiénico se han ido afirmando.Finalmente, estas cifras ayudan al lector de hoy aapreciar una lenta diferenciación social del baño. E,sel público quien insensiblemente se diversifica aSI,como se diversifican las prácticas mismas.

Una jerarquización social del baño

Las evaluaciones globales no presentan de nuevomás que un sentido muy relativo; por ejemplo, seis­cientos mil baños servidos en un año por los establecí­mientos parisinos en 1819 para una población desetecientos mil habitantes 42; dos millones servidos en1850 para una población que no es aún el doble 43. Unpoco menos, por tanto, de un baño por habitante y p~r

año durante la monarquía de Luis XVIII y no poco masde dos durante la república del príncipe-presidente.Interpretadas de esta manera, tales cifras no son,evidentemente, muy significativas. Como tampoco loes el presupuesto calculado por Abel Rugo en 1835: un«parisiense» consagra en promedio 3,50 francos paraIUS baños anuales, lo que nos hace pensar que toma­ban entre 3 y 5 baños cada año 44.

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El interés sociológico de las cifras es otro. Losestablecimientos, como todo parece indicarlo, no estándistribuidos de manera uniforme por el tejido social, yno podrían, con mayor razón, dirigirse al conjunto delpúblico, Su particular implantación sigue siendo, porsí 801a, indicativa. La mayoría de entre ellos (83 de 101en 1839·') está situada en el costado derecho del Sena,el de los barrios más ricos (con exclusión del [aubourgSaínt-Germaín). y buen número de ellos se han insta­lado, después de 1830, al oeste de la calle Saint-Denis,en donde se hallan los nuevos barrios burgueses. De108 81 del costado derecho, por ejemplo, 50 estánimplantados al oeste de la calle Saint-Denis (Chaussée­d' Antin, bulevar de los Italianos, calle Richelieu[... ] 46). Con estas cifras, que siguen siendo demasiadogenerales, es difícil indicar una frecuencia precisa delos baños, incluso si algunos reglamentos de colectivi­dades dejan, a veces, que adivinemos algo: por ejem­plo, un baño mensual en el colegio Stanislas, estableci­miento muy burgués, después de mediados de siglo 47.

La implantación geográfica muestra con evidencia, encambio, la disparidad social, al mismo tiempo querevela nuevas actitudes de la burguesía: recurso a lainstalación pública en los nuevos barrios a falta deinstalación privada, al mismo tiempo que la costumbrepopular sigue sin cambiar, en apariencia.

Por ejemplo, a mediados de siglo, ninguno de losalojamientos de alquiler posee cuarto de baño, nisiquiera los más lujosos. Los planos de los edificios depisos del París moderno de Normand, en 1837 4 8 , los dela Reuue d'architecture, de Daly, a partir de 1840 ydurante mucho tiempo todavía 49, son convergentes eneste punto. No hay ningún cuarto de baño, a pesar deque empiezan a aparecer los cuartos de aseo depen­dientes del dormitorio. Los espacios interiores se vanenriqueciendo y especializando. Incluso las fachadasempiezan a animarse en las casas burguesas, multipli­cando esculturas y cornisas. Pero cuarto de aseo noimplica cuarto de baño. Por eso, cuando Emite Souves-

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tre intenta intenta imaginar, en 1846, con humor sinmatices, el espacio de las casas futuras, no se preocu~~

del cuarto de baño. El apartamento del Monde tel qu ilsera * dispone de las técnicas más ingeniosas, las quedejan entrever los saberes de mediados del SIglo X}X:salones o alcobas atestados de poleas y piezas metáli­cas, carriles y cremalleras, muelles y cordones demando, motores de vapor finalmente. El cuarto d~ aseodispone de agua corriente, sus estantes contienentodos los jabones, sus paredes están llenas de espejos,pero no se ha imaginado espacio alguno para elbaño 50. En 1846 la regla sigue siendo, por tanto, muyfuerte: un baño se toma en un establecimiento públicoO se «alquila» a domicilio y, por tanto, es «raro». Trasla defunción de Berlioz se hace el inventario de sucasa; a pesar de que se hace a fines del segundoImperio, no mencionan en él más que dos cuartos deaseo que dan a la alcoba, pero el ap~rtamento .no tienebañera alguna 51. El espacio burgues de mediados desiglo ha ido conquistando primero lo que las. muygrandes moradas habían eonquistado en la pnmeramitad del siglo XVIII: lugares íntimos en los .que el a,seoy las abluciones parciales poseen sus aspacios particu­lares. .

Espacio generalmente estrecho: estos cuartos SI­guen siendo minúsculos ane,:os de las alco~as .en elPot-Bouille del segundo Imperio, el rico edificio diseca­do por Zola: «Cerca de la alcoba se hallaba instala~oun cuarto de aseo, en el que sólo había el espacio

52 E . t bnecesario para lavarse las manos- . spacIO. am len«ciego» con frecuencia, por lo que se racomienda nocerrarlo, porque el aire estaría allí dsmasiado co~fina­do. Sin embargo, desde 1830-1840 se va ostableciendouna lenta normalización del lugar en este mundoburgués. Y, sobre todo, la aparición de un, nuevomueble: esa alta armazón de madera que sostiene la

'* El Mundo tal como será.

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palangana para facilitar las abluciones de manos yrostro. Es el instrumento que emplea el joven deDaumier en Le vocabulaire des enfants (1839): el jovense lava las manos con una esponja, mientras que, a lapuerta, un doméstico se encoge de hombros. El hombredel delantal y del plumero en la mano se ríe de estelavado, signo evidente para él de que se trata de unexceso de refinamiento y de limpieza 53. Sin embargo,la palangana tiene ahora su soporte específico. Elmueble puede incluir el jarro en un alojamiento quehay debajo, en el espacio libre: trípode de formasesbeltas en el que se hallan superpuestos palangana yjarro .4.

Por el contrario, a partir de los años 1830-1840, casitodos los muy grandes hoteles particulares poseencuartos de baño, como lo confirman los planos deNorma~d en 1837 y, sobre todo, los de Daly en 1864,cuyos ejemplos van de 1820 a 1860 55 . El espectro socialdel baño, en el segundo tercio del siglo XIX dejaadivinar sus líneas maestras: prácticas múltiples enlas que el baño mismo se enriquece con hábitos ylugares que le son propios. Más que nunca, las «for­mas» del baño les diferencian.

La primera práctica es la de las grandes residenciasprivadas que no asombra a sus contemporáneos yhasta es preciso que haya alguna circunstancia parti­cular para que se describa o solamente se recuerde.Como la sorpresa del conde Apponyi, por ejemplo, antela ingeniosa maquinaria del duque de Devonshire: «Ungran recipiente de mármol blanco: escalones de lamisma piedra que bajan hasta el fondo, un aguatransparente y clara como el cristal asciende o des­ciende a voluntad, y siempre está caliente, pues día ynoche se mantiene el fuego que la calienta para que sepueda uno bañar a cualquier hora» 56. También tene­mos la sorpresa que manifiesta Alexandre Dumas antelas precauciones de mademoiselle Georges: «Primerose aseaba antes de entrar en el baño para no ensuciarel agua en la que iba a permanecer una hora» 57. In-

Los itinerarios del agua I 235

sistencia de Eugene Sue cuando subraya los lujo~ d~Adrienne de Cardoville, a la que ayudan tres d~mestI­cas antes de hundirse en una bañera de plata cincela­da en la que se entremezclaba «coral natural y ?on­chas marinas» 58. El baño acompaña con naturahdadel lujo de los grandes hoteles. La fuerza de la norma esallí tan suficiente que m siquiera hay que evocar lapráctica del baño, lo que es el inevitable destmo detoda norma. Sólo si se le añade algo de lUJO o deatención parece provocar el interés. El mismo queBalzac concede al baño prolongado de su cor~esana esotro ejemplo. Cuando se le present,,; la ocasicn ~nslstemuy particularmente en las abluciones femenmas yrenueva el paralelo entre calor y languidez. BaJO, losvalores energéticos y de salud, sigue corrIendo aSI unvínculo más oscuro, incluso más duradero, y, por lomenos, presente desde la instauración d~ lo". n~evosbaños de la nobleza, entre el calor, la mujer dlstmguI­da y la limpieza. Tibieza y limpieza conserv";,n demanera soterrada un valor femenino al que el ban~ nopuede escapar: «Se bañaba y realizaba e~te aseo mm;-t­eioso, ignorado de la mayoría de las mujeres de París,pues exige demasiado tiempo y casi na lo puedenpracticar más que las cortesanas, las mujeres de vI~aalegre o las grandes damas que disponen de todo el día

II. 59para e as mismas» . . .

Una segunda práctica es la de los establ:clmle,:tosde lujo, cuyo mejor ejempl? es el de los banas chinosde los bulevares. DomestIcIdad numerosa, gran dISP~­nibilidad de accesorios, hasta albornoz, .ese largo vestí­do de lino que se ha calentado prsviamente en. unhorno' cuartos de reposo y de lectura, tocadores priva­dos. Los precios pueden variar entre 5 y 20 francos,cuando el salario cotidiano del obrero se eleva, amediados de siglo, a 2,50 francos 60. Tales ~stablecI­mientas son poco numerosos Ysu clientela mas bien secompone de grandes viajeros ~fortunados o algunosnuevos ricos que pueden contrIbUIr a poner de modaciertos lugares.

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La mayoría de los demás establecimientos corres­ponde a una categoría diferente: cuartos de bañoado~nados con tela~ y asientos que se diferencian porla nqueza de los aillones, de las tapicerías o por lasuperficie disponible. Pero la verdadera diferencia noconsiste aquí en el mismo lugar, sino en la posibilidadde hacerse llevar el baño a domicilio. Lo que indicauna comodidad suplementaria, COmo lo dicen clara­mente las estadísticas de Emmery en 1839. Por ejem­plo, hay un establecimiento en el bulevar Montmartrey otro en el corazón mismo del faubourg Saint-Ger­main que proporcionan, en 1838, un número aproxima­damente equivalente de baños cada año: 40.960 elprimero, 37.720 el segundo. Pero, cuando en el fau­bourg Saint-Germain más de la tercera parte de estosbaños se llevan a domicilio, son menos de la sextaparte en el bulevar Montmartre 61. La diferencia esso~ial. La riqueza de los dos barrios se refleja en lapractica que se adopta. Los barrios más ricos crean unespacio privado de baños sin construir ni realmenteadaptar el lugar. Se trata de una elección intermediaentre el baño público y el baño de los grandes hoteles.La franj a social que goza de ellos una vez más seadivina más que se define. Las muj~res de vida al~grede Gavarní charlan sentadas al borde de una bañeracon ruedas que se ha instalado previamente contra lachiJ:n~nea de un salón muy burgués 62, o tal propietarioparIS100 que, en la comedia de Kock, recibe una seriede baños cuyos portadores mojan las alfombras yrompen objetos 63.

Sin embargo, los hábitos difieren siguiendo unagraduación de distinciones. Las disparidades no sólose pueden observar entre el baño y las ablucionesparciales, s100 que también se observan entre losdiferentes tipos de baños.

Finalmente, hay una práctica popular: los bañosque se .toman en el río, en verano. Hay algunosestablecimientos en las cercanías de París, instaladosen plena corrrente y vallados bastamente con tablones:

Los itinerarios del agua I 237

los Bains ti quatre sous *. y durante la monarquía deJulio son suficientemente frecuentados como para queDaumier los pinte varias veces 64. El público es clara­mente específico: numerosas siluetas, amontonadas endesorden, ademanes agitados, baños entremezclados.Parece que se ha hecho el lugar indistintamente paralos que nadan, los que se lavan, los que se refrescan ylos que se observan. Se trata de un punto de reunióndurante los grandes calores, en el que el baño decuatro perras muestra estos lavadds furtivos y detemporada; inmersiones aún vacilantes, en las que seve una relación aún frágil con el baño de las bañeras.

Los más humildes de estos baños se realizan conrapidez, en el río, fuera de todo establecimiento. Bañosdesordenados, ejecutados en cualquier sitio, bastantepoco frecuentes, claro, y sólo estivales. Las litografíasde Daumier revelan, una vez más, una posible costum­bre de lavado: El Charivari del 13 de agosto de 1842muestra a dos personajes delgados que chapotean,andrajosos, en el agua gris del Sena, en donde selavotean la espalda y la cabeza con grandes y desorde­nados movimientos. Se «están lavando» mientras va­rias elegantes siluetas, aparentemente indiferentes, sepasean por la orilla del río. Pero todo el problemaconsiste precisamente en esta «indiferencia». Al mis­mo tiempo, ésta ya no es evidente, pues significa quehay una nueva oleada de pudor que tolera menos bienel espectáculo de estos personaj es medio desnudos,encogidos, en el río, a dos pasos de la orilla. Losbañistas de Daumier no lo ignoran: «Cuidado, Gargou-

• - [] 65set, mira al burgues ese que pasa con su senara oo.» .Una vieja ley del Antiguo Régimen prohibía ya losbaños lúdicos veraniegos fuera de las zonas acota­das 66. La regla se refuerza en el siglo XIX, repetidacada año por la prefectura de policía: «Nadie sebañará en el río si no es en los baños cubiertos» 67.

Pero si la indiferencia de los paseantes litografiados es

* Baño de cuatro perras.

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sólo aparente es, precisamente, porque es contemporá­nea de nuevas proposiciones destinadas a dirigir ymantener la limpieza del pobre. Limpieza casi «impues­ta» desde el exterior, para hablar claro, y que va en elmismo sentido de las estrategias que intentan contro­lar la pobreza.

Tenemos que evocar estas estrategias y abrir aúnmás el espectro social de las costumbres del baño. Nose deben las distancias sólo al lujo o a la frecuencia delas abluciones, sino también a la variedad de las aguasutilizadas, así como a la variedad de las intencionesque demuestran. El baño de los más afortunados vaaumentando su diversidad en la primera mitad delsiglo XIX: agua tibia que facilita las energizacionesorgánicas, agua caliente también, que se emplea unavez más con fines de relajación intimista, agua fría,finalmente, corriente, que se añade para las hidrotera­pias. En particular, el baño de mar, sobre todo despuésde 1820-1830, que explota las afirmaciones de los higie­nistas del siglo XVIII, convirtiéndose en una prácticamuy específica. El agua sólo es, en tal baño, una«prueba» para obtener un choque y un endurecimien­to. Estas aguas deben «afrentarse»: se tira el cuerpocontra las olas para recibir de ellas ciertos trastornosreforzadores, o se reciben los cubos de agua salada quese vierten directamente sobre la piel. Hay un ejércitode «bañeros» que cobran por apoderarse hábilmentedel cuerpo de los «curistas- y tirarlos brutalmentecontra las olas antes de recuperarlos y volver a empe­zar. Todo el efecto se obtiene con las sacudidas repeti­das y con el frio 68. Esos baños, de los que Dieppe siguesiendo durante mucho tiempo el centro geográfico, nosirven todavía para practicar la natación y, de todasformas, no tienen ninguna relación con la limpieza. Lahidroterapia toma un sentido autónomo después deacercarse a los higienistas durante el siglo XVIII. Lasfunciones del agua no se han dividido definitivamentesin que las virtudes del frío se hayan olvidado total­mente. Ahora bien, son precisamente los más ricos los

Los itinerarios del agua I 239

Que pueden recurrir a est~s div~rsas «cu~lidades». Lascostumbres se han ido dIversIfIcado al Irse aspeciali­sando. Los más pobres, por el contrario, ~~m aquelloscuya higiene dependerá pronto de la acción de otro~.Una nueva serie de normas, que se pubhc~n despuésde 1840, se orienta explícitamente ~a?'a la indigencia.A los bañistas de Daumier va a dirigirse una verdade­ra pastoral y para ellos se van a concebIr unos estable­cimientos muy específicos.

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3

LA PASTORAL DE LA MISERIA

E? re.alidad, la imagen del pobre y, sobre todo, la dela,mIserIa. están cambi;mdo y convirtiéndose en algomas mquíetanto y mas amenazador con la nuevac~udad industrial, igual que va cambiando la «pedago­gra. destinada a los indigentes y el lugar que vanocupando las prácticas de limpieza. Finalmente se vaimponiendo con insistencia desconocida hasta ese mo­~ento Una asociación: la limpieza del pobre se con­VIerte ,en garantía de moralidad que, a su vez, esgarantía de «orden», A partir de 1840, sobre todo, seconfirman estas asociaciones de ideas.

Una moralización de la limpieza

Ambición compleja y totalizadora a la par, puestoque, de la hmpleza de la calle a la limpieza de losalojamientos, de la limpieza de las habitaciones a lalimpieza de los cuerpos, lo que se intenta es transfor­mar las costumbres de los menos afortunados. Expul­sar sus supuestos «vicios», patentes o visibles mitifi­cando las prácticas de sus cuerpos. Se va instalando~na .verdader~ past?ral de la miseria en la que lalimpieza tendría casi fuerza de exorcismo. La mecáni­ca de las ciudades y la moral van a entremezclarse conuna forma completamente nueva, sin que haya cambia-

La pastoral de la miseria' 241

." hay que repetirlo, la referencia esencial a los,eligros «miasmáticos».

Cuando Clerget describe en 1843 1 un carro que se.Iaa concebido para limpiar las basuras de las calles portaedio de una escoba mecánica, subraya el papel cadavez más importante que, en el siglo XIX, va adquiriendola imaginación maquinística. Se trata de un aparatocomplejo compuesto de ruedas dentadas y de cadenassin fin que permite barrer el suelo según un principiode frotamiento circular y alternativo. El engranaje sepone en funcionamiento utilizando la sola fuerza delcaballo. La mano humana no tiene más que conducirel carro. Las viejas norias hallan aquí una nuevaactualidad: una especie de cajas, acopladas a cadenasmóviles, van rascando el suelo y vertiendo los desper­dicios en el carro portador. Mecánica «arriesgada»y aún utópica, porque todo el conjunto de ruedas ycadenas que la ponen en movimiento pesa mucho,pero, sobre todo, la adecuación del aparato al sueloparisino lo hace aleatorio. .

El interés del proyecto de Clerget consiste menosen esta máquina compleja y ambiciosa que en elcomentario que hace el autor. No se propone estamecánica de los tiempos futuros solamente como ins­trumento de salud, sino también como instrumento demoral: una limpieza que avanza paso a paso hastameterse en las costumbres íntimas de los más humil­des. Una limpieza conquistadora en la que, lenta yconfusamente, llegan a codearse orden y virtud. Hastala progresión es ejemplar: de la calle a la vivienda y deésta a la persona: «Como la limpieza llama a lalimpieza, la del alojamiento exige la del vestido y éstala del cuerpo y ésta, finalmente, la de las costum­bres» 2. No se trata, como en el siglo XVIII, de evocarsólo los vigores, sino también de evocar los recursosinsospechados del orden. La ética de las «purezas»:«La suciedad no es más que la librea del vicio» 3. Y elpúblico implicado en todo ello no es la burguesía, sinoevidentemente el pueblo pobre de las ciudades, el que

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242 / El agua que protege

la~ ciudades de principios del siglo XIX arroja a aloja­mientos amueblados, abarrotados, y hasta a sótanososcuros, pueblo del que las encuestas de Villermédieron una siniestra imagen: «En Nimes, por ejemplo,en las casas de los más pobres, podría decir que en lascasas de la mayoría de los tejedores de tercera clase nohay más qu~una cama sin colchón en la que duermet~da la fall}I1Ia; pero siempre he visto en ella que haysaban~~; solo que la tela de éstas se parece a veces auna Vieja bayeta de fregar el suelo» 4, Es inútil añadirnada a este cuadro de los indigentes enterrados enhabitaciones sin ventanas, sexos y piojos entremezcla­dos, ~ esos catres en que se amontonan como gusanoslos miembros de la familia del lapidario de Les mysté­res de Paris 5, Es preciso que haya una circunstanciaexcepcional para que el joven Turquin, obrero remen­se con empleos hasta entonces de fortuna, se lave en1840, para que sus futuras empleadoras, mujeres devida alegre, vean en él a un dócil recadero. Estapráctica, extraña para él, le sorprende hasta provocar­le un recuerdo imborrable: «Calentaron agua en ungran caldero, me cortaron el pelo me desvistieron yme lavar~n frotándome hasta pon~rme colorado, puesno carecia yo de habitantes» 6. El chico se quedaasombrado por el agua que gastan estas cortesanas yque hay que llevar a fuerza de brazos. Las buhardillasque había conocido Turquin eran, sin duda, menosacogedoras, estaban sobrepobladas y apestaban, Lasciudades de la primera industrialización han ido acele­ra,;,do las acumulaciones humanas y también han idoavivando el tem~r que provocan sus peligros políticos,samtarios o sociales. París alimentaba en su seno asalvajes de un nuevo tipo 7. De lo que se trataba era decontenerlos y de dominarlos.

Sin embargo, es imposible evocar estas descripcio­nes ~m subrayar la particular insistencia con la que sepersigue la suciedad del indigente: «¿Y su piel? Su piel,aunque SU_Cl!~, se reconoce en el rostro, pero en elcuerpo esta pintada, está oculta, si se puede hablar así,

La pastoral de la miseria / 243

entre los insensibles depósitos de exudaciones diver­.ps; nada está más horriblemente SUCIO que estospobres deshonrados» s. Olores y sudores van a amalga­marse con las moralidades «dudosas»: «Le abren a unaun cuarto ya habitado a veces por una decen~ deindividuos educados como tártaros en el dssprecio dela camisa y que no saben lo que ~s lava~se» 9: Yempieza a cuajar la idea de ciertos vínculos imagma­rios como el de la suciedad, que desemboca en el VICIO.Miseria inquietante cuyos harapos y piojos son sign?sde un ilegalismo siempre posible y de una delin~uenclapor lo menos latente: «Si el hombre se habitúa a losandrajos, pierde inevitablemente el sentImIento de ladignidad, y cuando este sentimiento se h~o perdido,queda la puerta abierta a todos los VICIOS» .

Pedagogías

La respuesta contra estas alarmas, en, realidadconfusas, es una política de desamontonamlent.o .quehoy se conoce bien 11. Por lo que toca a l~ higienemisma, la respuesta es, para empezar, pedagógica.

Después de 1845 se multiplican las Hyg,ene ~es[amilles o las Hygiéne popula,re, literatura fila,ntróplcaque distribuye preceptos, sugerencras y con~ejos. M~s:sé, uno de los primeros, insiste en un '!'aterlal estudiado adaptado en teoría a los mtenores popul~~es,E~cadenamientode movimientos elementales, utIliza·ción de instrumentos «corrientes» que, a falta de ,bailo,deben hacer que los lavados generales se convle~nen algo familiar. Massé, como buen pedagogo, qUieredecirlo todo: los menores movimientos, los objeto. mé.humildes, su materia, su forma, su número. Comentala cantidad de agua que hay que emplear, defi~e .~temperatura Y limita la duración de sus aplicaclone.,enumera instrumentos, emplazamIentos Y tI~mpo•• yno se detiene ante ninguna redundanCIa, poniendo enevidencia los detalles más insignificantes, pel'luadldode que el público a quien se dirige tiene que aprender·

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244 / El agua que protege

lo todo. Un lenguaje aplicado y serio, prolijo, pero so­lemne, que trata de ser cada vez más «simple». Massé,apasionado de la pedagogía popular 12, convencidode que hay que describir hasta el fin, sigue, monóto­no, con buena conciencia: «y primero es necesario unapalangana vacía, un barreño medio lleno de agua fría,una cacerola de agua caliente, dos esponjas más biengrandes, lo que llaman en las tiendas esponja deapartamento porque sirve para lavar los suelos, ungran trozo de franela, toallas o trapos de cocina. Setoma el trapo de lana y, con él, se fricciona uno todo elcuerpo. Sobre todo, hay que frotar el pecho y lossobacos, todas las partes en las que el calor de la camapuede producir transpiración [...j. No hay que decirque antes de entrar se debe verter, en el lebrillo que yatiene agua fría, bastante agua caliente como paraponer todo el líquido a una temperatura de 20 gradospor lo menos. Tampoco hay que decir que se debecolocar el lebrillo en un rincón de la mesa de maneratal que esté al alcance del que se lava. Entonces,cogiendo las dos esponjas, una en cada mano, y hun­diéndolas en el lebrillo, se empieza con resolución laoperación de lavado [...j. No os detengáis un soloinstante, ahorrad el agua para que haya con qué lavar­se por lo menos durante un minuto, y, en cuantoterminéis, salid de la palangana y tomad rápidamenteuna toalla para secaros» 13. Todo, en este documento,se orienta hacia la economía: primero la del material;luego, naturalmente, la del agua y hasta las del tiempoy del lugar. Poco espacio, pero una ablución general.Tales nociones serían posibles con la condición de quese recuerden las referencias elementales, hasta las másinsignificantes. El tratado de higiene popular no esaquí más que un tratado militante. Militantismo parti­cular, por lo demás, de buena gana «catequizador».Concebido para los «obreros de las ciudades y de loscampos», el catecismo del ruanés Guillaume es otroejemplo que denuncia, una vez más, la suciedad como«resultado casi siempre de la pereza» 14.

La pastoral de la miseria / 245

La escuela primaria es otro lugar, más importanteaún, en el que se pueden difundir las normas creadaspara los indigentes. Los manuales del maestro, des­pués de 1830, repiten con regularidad los principiosesenciales de los tratados contemporáneos de higiene.Algunos manuales destinados a los alumnos los repi­ten igualmente. El Réglement de l'instruction primairede Paris recomienda, en 1836, que los «alumnos de lasseis primeras clases primarias» 15 lo lean con regulari­dad y hasta se lo aprendan de memoria. El manual dehigiene se convierte en un texto de trabajo. No essorprendente que tal aprendizaje se vincule «esencial­mente con la instrucción moral y con la instrucciónreligiosa» 16. Se trata realmente de una catequesis. Lahigiene confirma su estatuto de saber oficial, «didacti­zado», La observación de ciertas recomendacionesprescritas en este texto es, de todas formas, casiimposible: especialmente la que sugiere a los pobres delas ciudades y del campo «un baño tibio al mes,durante el invierno» 17, práctica imposible, evidente­mente, cuando leemos las descripciones de Villermésobre las condiciones de alojamiento. Pero, ¿no setrata primero de una pastoral?

Por el contrario, la escuela quiere influir sobre ladecencia exterior. Por ejemplo, tenemos la insistenciarepetida de madame Sauvan para modificar paciente­mente las partes visibles. Nada traiciona aquí latradición: «No os mostréis ni encantados ni asqueadospor vuestras nuevas relaciones. Sed buenas chicas, sipuedo decirlo así; que la grosería de los modales, quela suciedad del vestido, no os repugnen. Combatidlas,destruidlas en vuestras alumnas [...j» 18. Tenemos tam­bién el precepto de Overberg que, desde 1845, se haconvertido en norma encantatoria: «Que se laven bienmanos y rostro» 19.

Todos estos sermones pedagógicos se completanfinalmente con las recomendaciones regulares que seempeñan en promulgar los diferentes consejos de salu­bridad. Organización que, desde la promulgación de la

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246 I El agua que protege

ley de 1848, tiene ramificaciones en provincias y hastaen los diversos distritos de la ciudad. Tales recomenda­ciones se ~dicionan, monótonas, repetitivas: el consejode salubridad del Sena insiste también en 1821 en lacreación d; baños públicos gratuitos para los pobres,en pleno rio, «pues un pueblo amigo de la limpieza loes pronto del orden y de la disciplina» 20. Sólo loprecario de estos baños y, sobre todo, la espera de susconsecuencias «disciplinarias» (el «orden» y no ya sóloel v~gor) hacen que sus llamadas tengan un claroslgmfi~ado. Los consejos se hacen eco de una higiene«moralizada» y van repitiendo hasta las periferiasgeográficas una predicación unificada que se dirigeespecíficamente a la indigencia.

Pero los testimonios que las instituciones de salu­bridad aportan de sus respectivas provincias subrayantambién la relativa inmovilidad de las prácticas loca.les. Las «quejas» del Consejo del Aube, por ejemplo, en1835: «Los habitantes de Villemaur se equivocan cuan­do desdeñan el baño. Muchos de ellos SOn lo bastanteholgados como para proporcionarse una bañera, por lomenos de madera. Pero, además, la administraciónlocal debería instalar en el río Vanne ciertos baños~úblicos [...]» 21. Las «quejas» del Consejo de Nantes,Igualmente, lamentan en 1825 la ausencia en el Loirade baños para los más pobres 22.

Pero en lo que tales testimonios toman un aspectototalmente inédito es en su severa crítica sobre lascondiciones de la vida campesina. Esta severidad me­rece que se le preste atención. Los médicos de fines delsigl? XVIII, apasionados de aerismo y de campo, sehablan mostrado siempre dudosos ante tal tema. Lasgranjas y los establos les parecían confinados y apes­tosos, pero el aire de las colinas salvaba lo esencial.Ahora bien, se condena ahora la higiene del hombredel campo como no se había hecho nunca: «Descalzosdespués de limpiar el ganado y de transportar elesti,ércol, no d~dan en meterse en la cama tal y comoestán o en vestirse» 23. Y se evoca también la resisten-

La pastoral de la miseria I 247

eía que oponen estos hombres de la tierra a aceptar lasnuevas normas. Por primera vez, los consejos hablan'claramente de tal resistencia. Incluso intentan «com­prenderla»: los criterios del campesino tienen su«coherencia» que responde, entre otras razones, aciertas esperas específicas de rusticidad, todas ellasmuy alejadas de la higiene de las ciudades: «Se niegana cambiar de ropa cuando están mojados o cubiertosde sudor e incluso dejan de tomar cualquier precau­ción contra el enfriamiento, porque temen acostum­brarse a la molicie» 24. Resistencia de la «tradición,fuerza turbadora que se presta a los olores animales,seducciones oscuras que ejercen los excrementos y susefluvios. La higiene de las ciudades encuentra ahoraque esta sensibilidad es extraña y que emerge decuando en cuando en algunos textos cultos. Todasestas referencias que, generalmente, no se expresan demanera abierta, remontan a las sensaciones más es­condidas para atribuir una fuerza estimulante al olorde las transpiraciones o incluso al de las inmundicias.Signo masculino del sudor" e.ntre otros,. que Bord~auaún evocaba en su texto médico a prmcipios del SigloXIX: «El estado hirsuto y escamoso de la piel, el olorque exhala son pruebas de fuerza, de los efectos de unadecidida predisposición para la generación y de losfenómenos de la caquexia seminal» 25. La «complici­dad» con tales seducciones no es evidentemente posi­ble.

Lo que cambia aquí es la imagen de las relacionesentre ciudad y campo. Y no porque la acumulació~

ciudadana se perciba bruscamente como menos peli­grosa, ya que nunca, quizá, pareció tan inquietante;pero, por lo menos, los que conciben la higiene públicay predican contra la miseria desplazan las vlrtude.sque se atribuían hasta ahora a las referenCias campesi­nas. La ciudad está totalmente centrada en la necesi­dad de estas transformaciones internas, autónomas,específicas.

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248 I El agua que protege

Dispositivos regeneradores

, Evidentemenrs, el verbo y la pedagogía no po­dían seguir SIendo las únicas respuestas a las «amena­zas,! de la miseria. El orden que se esperaba de lahigiene no .podía, ~or lo que a él respecta, seguirslen~o un SImple objeto encantatorio. Y se imaginanmedidas muy concretas a partir de mediados del si­glo XIX para corregir las suciedades indigentes, medi­das que dejan esperar verdaderos cambios «regenera­dores».

Hacia m;diados de siglo la creación de baños ylav~deros publIcas, gratuitos o de precio moderado esla Ilustració~ más significativa y más ostentosa' deestas realIzaCIOnes sanitarias y morales. El emperadorhace anunciar ruidosamente en 1852 que participapersonalmanu, en tales empresas y retira de su «tesorop~,rtIcular»26 las cantidades necesarias para la crea­CIO~ de tres.~stablecimientosen los barrios pobres deP~rts. Tambián concurre con este dinero a la construc.cion de un establecimiento modelo en Romorantín. Eltema agita a la clase política. La Asamblea debate en1850 sobre la apertura de un «crédito extraordinariode 600.000 francos para favorecer la creación de esta­blecimientog modelo de baños y de lavaderos públicosen provecho de las poblaciones laboriosas» 27. Hayalgunas realizaciones que se acaban: los baños ylavaderos de_ la calle de la Rotonde 28, por ejemplo, alos que se anade una sala de asilo, cuya importanciaSOCIal es ahora muy conocida. El plano de este conjun­to se difunde como un ejemplo: entrada separada paral~s hombres y las mujeres; patio plantado de árbolesdIspuestos entre baños y lavaderos; chorros de agua eneste n:1~mo patio que hacen que se vea una posibleprofuslO~ de agua y subrayan el valor simbólico dellu~ar. Fmalmente, las ,cifras: cien <<lavanderos» y cienbaneras. L~ pro~ecuclOnde tal política permitiría queel pueblo dispusiera de un agua aparentemente asequi­ble. EVIdentemente, ropa y piel se asocian en la mente

La pastoral de la miseria I 249

del promotor: acrecentar el hábito del baño con elhábito de mudarse la ropa y evitar así que los tejidoslavados se sequen en los mismos alojamientos, agra­vando así su humedad o su insalubridad.

Casi todas estas creaciones siguen siendo durantelargo tiempo simples establecimientos modelo 29: laimportante inversión financiera no concuerda con losbeneficios que se obtienen (los baños son gratuitos ocuestan 10 céntimos). Pero estas instituciones plan­tean en los «mejores» términos, a mediados del siglo,los problemas de una higiene totalmente pensada paralos dominados. Para empezar, hay una total insisten­cia en la estricta utilidad de lugares y objetos: «Losbaños demasiado prolongados producen en las obrerasy las mujeres del pueblo una susceptibilidad enojo­sa» 30. La duración del baño es, pues, limitada. Losproyectos calculan que el tiempo de ocupación de lascabinas debe limitarse a treinta minutos. La evalua­ción del consumo de agua también implica vigilancia:los grifos se cierran automáticamente cuando handado una primera cantidad de líquido. El calor, final­mente, no debe ser excesivo ni demasiado costoso, porlo que se controla y se limita su intensidad. Lapedagogía se prolonga así por medio de la norma quese impone a los instrumentos y a los espacios. Estahigiene de los indigentes no puede pertenecerles, evi­dentemente.

Pero el tema es central a mediados de siglo, cuandorecoge todas las legitimaciones oficiales que se le dana la higiene del pobre. El debate de 1850 se convierteen un verdadero compendio teórico. La moral, natural­mente, sobre la que el ponente insiste con pesadez muyparlamentaria: «Todos los que han vivido un poco conla clase obrera saben muy bien la diferencia que hayentre dos familias que tienen los mismos recursos: unade ellas está habituada a la limpieza y hace entrar ensu casa la salubridad y el orden, mientras que otra, porel contrario, entregada a la suciedad, con perdón,acompaña esta costumbre con vicios y desórdenes» 31.

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250 / El agua que protege

El cólera también, del que un nuevo brote ha causadomás de 20.000 muertes en el París de 1849: «La base delproyecto, señores, no es necesario que la busquemosmuy lejos. Todavía tenéis todos presente en la mentelas desgracias que han herido a Francia en 1849, dequé manera se ha cebado el cólera en el país [...]»32.Hay que aumentar «los medios higiénicos que posee elpaís para defenderse contra la invasión de semejanteplaga» 33. Los baños, una vez más, deberían proteger yprevenir. Pero hay un argumento más general, y enparte nuevo, en el que biología y moral aportan susobjetivos regeneradores. El espectáculo de una mise­ria incontrolada aumenta el de una posible regresiónfísica y social. Estas masas, sordamente rebeldes, caó­ticas, cada vez más numerosas, que dilatan y trastor­nan las ciudades, embrutecidas finalmente por el tra­bajo desde las primeras exigencias industriales, hacenplanear la idea de un «retroceso» posible. Nada menosque un debilitamiento de la raza, por ejemplo. Encues­tas alarmadas sobre los obreros, cuadros acumuladossobre la estatura de los quintos, censo de las enferme­dades que se observan durante los consejos de revi­sión, una retórica alimentada por estadísticas apresu­radamente hechas, obsesionadas por una imagen rígi­da del progreso y que explotan hasta la metáfora lasnuevas reflexiones sobre las especies animales 3', desa­rrollan el riesgo de la degeneración. Inversamente seinsiste en la creación necesaria de dispositivos regene­radores que mezclan filantropía y control social. Losbaños del pobre, que organizan concretamente la desa­parición de las mugres, parecen totalmente adecuadosa tal proyecto. Dumas, ministro que reclama créditos,lo dice sin rodeos durante este debate de 1850: «Cuan­do se aumentan las condiciones de salubridad de unaparte de la población, no sólo se hace en su provecho;los niños que salen de ella, cuando llegan más tarde alservicio del ejército, cuando se convierten en ciudada­nos del Estado, desde el punto de vista de la salud y dela fuerza para el trabajo, están en condiciones infinita-

La pastoral de la miseria / 251

e ibles a las que tendrian si se les dejasemente prereri ;' 35abandonados totalmente a SI mIsmos». 1 es

y así se cierra el círculo. El agua que ava

realmente di.sp~nsadolrafde energía~naz::~re~ ~': l~~:"~cambios orgamcos y as unciones- los más

dab;~:r:a1: lf~~~:~~i~~.l:,;:l,::n~~af:;~garaftía:~are;temente tranquilizadora de un orden mora.

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4

LOS HIJOS DE PASTEUR

dí ~uan~~, a fines del siglo XIX, Remlinger efectúala ras la, una enumeración de los microbios ue

h~y en .el ag~a de su b,,:ño, muestra hasta qué punt¿ lamicrobiología «pasteurIana» ha podido í t &d d d Ir ranslorman-o, es e 1870-1880, la percepción de 1 Ii ,R l' a rmpiezae:y. I'1er ~cumula las «verificaciones»: número pro:

me 10 e mICrobIOS después del baño de una psana núm di' ersonad :1' ero pr~me o de mICrobios después del bañode rm ítares que ,Ignoran desde hace tiempo todo lava-

o, o mcluso numero promedio de m' bip d icro lOS que se~~ ~n encon.t~ar en las ~onas más diversas del cuer-

hor~ d~ ~ZI~f;fnE~on~tg~Irí~,sin sorpresas, limitar lapri '. , . ca cu o SIgue SIendo Impreciso El

n:~~~~I~o~~~7:I~ddeJi~~:~:~ k:~~~~t::~cla gér~e-estérrlas, que se llevan de un lugar a otro d ~as ga~asa la

tgarganta o de los esfínteres a los te~u~e::o~x~::

«ex ernos», cuando se exprimen no ofr ~

eXP~icaciones todavía aproximadas. Loe~:~n~:~ q';leem argo, no reside en la cifra. Lo que importa ~::n~~;li~~o.;epre.s~~ta: el universo bacteriológico, cuy~

cion mlCIO Pasteur, transfigura la ima en d 1lavado. El agua «borra» el microbio El b - t g enuevo bi t.i h . ano lene uncorpus~ul:r~v~o :ze~i~~~t:e;:p~:ezca tuna presenciaatención y la de 1 •. rup ura entre tal

os medICas de fines del siglo XVIII

Los hijos de Pasteur I 253

hundidos en su bañera para evaluar el ritmo de supulso o experimentar la presión de sus pulmones 2.

Pero ya se va iniciando una diferencia entre estasnuevas aspiraciones y la atención que insistía desdehacía algunos decenios en las mugres obstruyentes. El"peligro» existe fuera de toda mugre. La piel llevagérmenes ocultos, puede mantener agentes invisiblesy, desde ese momento, ofrece a la limpieza un papelmuy preciso: barrer repliegues y anfractuosidadespara expulsar una presencia íntima y peligrosa a lapar.

La misma teoría de los miasmas había iniciado elcambio de dirección a fines del siglo XVIII. Atacando elolor que provocan las suciedades, el agua interveníaen el principio mismo de las fiebres y de los contagios,y apuntaba ya hacia las presuntas fuentes de infec­ción, sin circunscribir claramente su modo de transmi­sión. Por lo menos «limitaba» las consecuencias pato­lógicas de malos olores y efluvios. Pero la reflexión secentraba en los alientos y las fetideces. Ahora bien, elmicrobio se convierte en una causa más precisa, situa­ble y referenciable a la vez. Es independiente del olor yes observable. Los colorantes de Pasteur permiten quese describan sus formas y sus dimensiones. El microbioexiste, con su espacio, su vida y su duración. Un ojobien instrumentado puede seguir sus itinerarios y suspenetraciones. Al identificarlo, el microbio materiali­za así el riesgo. De donde se deriva el papel inédito dela limpieza, que ahora lucha contra enemigos cuantifi­cables: .«La limpieza es la base de la higiene, puestoque consiste en alejar de nosotros toda suciedad y, porello, todo microbio» 3. A pesar de todo, este ser multi­forme que pulula en las placas coloreadas, escapatotalmente alojo desnudo. Las consecuencias soninevitables: lavarse es, como nunca lo fue, trabajar enlo invisible.

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254 / El agua que protege

Los «monstruos invisibles»

Esta nueva limpieza va desplazando la dirección dela mirada y borrando lo que no se ve ni se huele. Lanegrura, el olor de la piel, las molestias físicas, no sonmás que signos que hacen que la limpieza sea obligato­ria. El agua más transparente puede contener todoslos vibriones, la piel más blanca puede ser pasto detodas las bacterias. La misma percepción ya no permi­te observar lo «sucio». Las referencias se van disol­viendo y las exigencias se van acrecentando: la sospe­cha aumenta. Los objetos públicos son, por otra parte,los primeros que se estudian. La tentativa de desinfec­tar con el gas Pictet los libros de las bibliotecas" la deidentificar todo depósito microbiano que se halle en elcaño de las fuentes públicas 5 y, finalmente, la deinventariar los microbios que se hallan en las pilas deagua bendita de las iglesias 6 provienen de una mismaintención: descubrir a escala microscópica los contac­tos «peligrosos». La propuesta de alejar de las manosde los visitantes los tubos de las fuentes 7 y de dejarque un hilo de agua atraviese las pilas de aguabendita 8 no tienen ciertamente la misma importanciani la misma finalidad, pero revelan por lo menos lasmismas inquietudes y sugieren cuál es la amplitud quecubren estas nuevas tomas de conciencia. El objetomás inocente puede mostrarse amenazador: «La bocade un enfermo deposita sus gérmenes en los objetosq~e toca [...j. Juguetes de niño, sellos de correos,billetes de banco, portaplumas» 9.

El cuerpo no puede, por lo que a él toca, escapar almicrobio. Ni siquiera los baños cotidianos de Remlin­ger consiguen eliminar esta presencia difusa, pues hayun umbral de resistencia y el baño no puede borrarlo«todo». El higienista sugiere, por primera vez, unaperfección que se va alejando cada vez más. Inclusoalgunos, a fines de siglo, imputan a las humedades delas bañeras «el desarrollo de los microbios gracias a lahumedad y a la temperatura favorable» 10. Dicho de

Los hijos de Pasteur / 255

otra manera, en esta deriva, que sospecha de todo, elbaño que lava también puede favorecer la vida delmicrobio. Otros también sospechan que el agua que haensuciado la inmersión se adhiere a la piel y ciertosgérmenes flotantes podrían reintegrar los replieguesdel cuerpo bañado. Sólo las abluciones o las vigorosasfriegas posteriores a la inmersión serían ~ficaces, porlo que la práctica sólo podría vol,:erse mas comp!eJa:«Los baños frecuentes, con abluciones consecut~vas,

son uno de los mejores desinfectantes» 11. En la mismaterminología, finalmente, la palabra lavado va desli­zándose hacia la de asepsia.

Esta insistencia, que alcanza su apogeo entre 1880y 1900, queda limitada primero a los higienistas, cuyatecnicidad no puede, a fines de siglo, sino acrecentarla distancia que los separa de la conciencia común.Estos higienistas «manipu}an» u,,: microbi? .que. ~l ojono puede ver. Enumeracion ~e VIrus, codIfIcacI~n delas formas microbianas, cultivo y siembra de germe­nes, estas operaciones escapan totalmente a l~ mI:adafamiliar. Un saber inédito se apodera de la limpieza,enumera y amenaza: «El baño hace que disminuya demanera importante el número de microbi~s de lapiel» 12. Semejante saber se apodera también de laimaginación.

Estos seres corpusculares se convierten en otrostantos «monstruos invisibles» capaces de atravesartodas las barreras corporales. E incluso parece quepueden despertar ciertas imágenes olvidadas: las de unorganismo atravesado por l?s flUldo~; Image'.'es deinfiltraciones y de ímpregnecíonee: «MIles de millonesde ellos penetran en nuestro cuerpo» 13. Insi.sten~~asobre la fragilidad de las superficies y la dorrrinaciónde los orificios. Descripción de invasores oscuros,objetos imperceptibles que van conquistando progresi­vamente el conjunto de los órganos: «Nad~ escapa a suataque: miríadas de ellos se van extendiendo por elaire, por el agua, por el suelo y están. en incesanteacción según su aptitud» 14. Se trata, finalmente, de

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256 I El agua que protege

imágenes de peligros que provienen de seres ínfimos.El organismo sería muy vulnerable, puesto que susagresores siguen siendo miscroscópicos. Es la invasiónde lo infinitamente pequeño; lo invisible, que dominaal más fuerte. De lo que se deducen las sorpresassiempre posibles y las repetidas recomendaciones:«Aunque la fisura sea exterior, estos microbios pene­trarán totalmente en la economía y bastará con unascuantas horas, en ciertos casos, para que destruyandefinitivamente cualquier organismo por muy resis­tente que sea» 15.

Sin embargo, esto no tiene nada que ver con elcuerpo poroso de los temores antiguos. Desde hacemucho tiempo, parece que las envolturas son casi«herméticas». La piel no está pasivamente abierta allíquido o al aire ambiente. El paso, claro está, puedeceder ante los corpúsculos, pero el verdadero peligrosigue siendo indirecto: depósitos en las manos y en elvestido, contaminación de los alimentos y del aire quese respira. El higienista describe el trayecto banal queva del vestido a la boca pasando por la mano. Eviden­temente está implicada la piel, pero sobre todo es lamano la que transmite. Las zonas corporales quevigilaban tradicionalmente los tratados de urbanidad(manos y rostros, bocas y dientes) se convierten depronto en algo de lo que se ocupan los tratadosde higiene de fines de siglo. Se cuentan los micro­bios de la punta de los dedos, debajo de las uñas, o enlas estrías de los tegumentos táctiles. En particular,todo tipo de recuentos en las manos de los trabajadores:«En los cocheros y los obreros se han encontrado, enla mitad de los casos poco más o menos, estafilococosdorados y blancos, micrococos piógenos de la saliva yestafilococos piógenos Iicuantss» 16. Y, de paso, surgeuna discriminación social, más discreta, pero muysensible. Lo «sucio» se convierte en lo que puedeengañar a la mirada. Esta distancia social, que seexpresa de manera diferente, sigue siendo extremada aveces: «Hay 50 veces más microbios en el alojamiento

Los hijos de Paateur / 257

del pobre que en el aire de la alcantarilla más in­fecta» 17.

Los textos aceleran la frecuencia de los lavadoslocalizados: «Las manos, que lo tocan todo, deben serobjeto de cuidados constantes [...]. Hay que enjabonar­la varias veces al día» 18. No se evoca el ritmo mismopuesto que el lavado debería repetirse continuamente:La intensificación suprime una temporalidad que esta­ba bien determinada hasta entonces. Ahora es imposi­ble limitarla al momento de levantarse o de comer:«Hay que lavarse las manos cada vez que es necesario,pero más particularmente cuando se regresa a casaque cuando se sale de ella'> 19. Son las manos tambiénlas que, ante todo, observa David, viejo inspector deescuela primaria, que escribe desde su jubilación, en1897, un texto apasionado que destina al públicoescolar. La demostración «reconstruye» con insisten­cia lo que el niño no puede ver e incluso le presta unamirada por medio de la metamorfosis de los microbiosen otros tantos lobos o leones. Se trata de la ciencia,que .colabora con el bestiario de la niñez: «¿Sabéis pordónde se han paseado todo el día vuestras manos?¿Quién sabe lo que habéis tocado y a través de quéfocos de epidemia han pasado? Y os las lleváis a laboca y tocáis vuestros alimentos con inconsciencia eincuria; pero os quedaríais espantados si os mostraranlo que se agita allí debajo» 20. Las precauciones sefocalizan en la contaminación. La limpieza empieza untrabajo particular sobre el contacto. La higiene esco­lar, particularmente, toma a su cargo nuevos compor­tamientos en los que los libros se ojean sin llevarse losdedos a la lengua y en los que el ademán de tocar unarañazo se convierte en algo que la medicina prohíbe:«Parece que la suciedad favorece el desarrollo de lasverrugas - se quitarán las manchas de tinta con unapiedra pómez. El niño no se meterá los dedos en lasnarices - no se mojará los dedos para volver laspáginas de un cuaderno o de un libro - no se rascarálos granos que pueda tener» 21. Los peligros van au-

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258 I El agua que protege

mentando, finalmente, cuando con sus caries pareceque los dientes ofrecen una vía de penetración; foco devacilas, pero también fisuras «interiores»: «Vuestrosdientes se estropean, sois la presa de todos estos milesde naderías [...], que, afortunadamente, se curan solas;hasta el día en que con vuestras manos sucias metéisun bacilo de fiebre tifoidea, un neumococo de lafluxión de pecho, un microbio de la estomatitis micósi­ca o un estreptococo de la gripe que os mata. Cirujanosucio, ha infectado usted su propia llaga y sucumbrepor su propia infección» 22. Definitivamente, los pun­tos de referencia que nos dan los tratados de urbani­dad son viejos. El cuidado de los dientes tiene unarelación directa con el microbio; cuidar de la boca es,primero, evitar su fractura. Lavado, una vez más,significa asepsia: «En los niños, e incluso en laspersonas mayores, cuyos dientes se carian fácil yrápidamente, la antisepsia bucal es imperativa: por lamañana, por la noche y después de cada comida,limpieza de encías y dientes con un cepillo o unaesponjita; enjuague de la boca con uno o dos buches desolución antiséptica» 23. Se empiezan a nombrar otraspartes: las encías y el espacio que separa los dientes.Conquista espacial que, por lo ínfimo, revela ciertasmodificaciones más amplias.

Parece que en estos documentos ya se nos estándando las premisas de la higiene de hoy, pero con uncatastrofismo que explica, sin duda, la fuerza emocio­nal de los descubrimientos «pasteurianos» y, sobretodo, con una intención claramente pedagógica omédica. La naciente norma necesita vectores. Educa­dores y terapeutas exponen una vez más, con insisten­cia, lo que la conciencia común verá más tarde comocosa casi banal o, inversamente, lo que ya no seconsiderará «inquietante», y adoptan una seriedadcasi solemne. Jamás las amenazas han sido tan sabiasy tan horribles. La infección, con sus figuracionesabruptas y sus dramáticas consecuencias, desempeñael papel de contraejemplo siempre repetido: «Los re-

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pliegues de la mucosa bucal, los intersticios de losdientes, los dientes estropeados detienen al pasar laspartículas orgánicas que flotan en el aire, los restosalimenticios, las parcelas de esputo y todas esas sucie­dades que infectan nuestra boca» 24.

Es imposible ignorarlo: la limpieza cambia de defi­nición. El microbio no es ya la referencia negativa y laasepsia la referencia idealizada. Estar limpio es, pri­mero, apartar bacterias, protozoos y virus 25. Limpiares actuar contra agentes invisibles. «La gente sucialleva consigo por todas partes los gérmenes de todaslas enfermedades para su desgracia y la de los que seles acercan» 26. Es imposible evocar la limpieza de laboca sin mezclar permanentemente referencias estéti­cas e índices patológicos: «Los niños deben acostum­brarse pronto a las diversas prácticas de esta escrupu­losa limpieza; no sólo se preparan así una sana yagradable dentición, sino que también cierran la puer­ta de entrada a numerosas infecciones clasificadas porla medicina entre las más temibles» 27. También esimposible evocar la limpieza de los lugares sin aludir alos huéspedes que el microscopio y los colorantes dePasteur han podido aislar. Al describir la ciudad de lostiempos futuros, Julio Verne escenifica una defensaantimicrobiana a la que concurre una multiplicidad delavados, hasta el de las paredes. Limpiar es, primero,«protegen>: «Se lavan las paredes [...]. Ni un germenmórbido puede emboscarse allí» 28. Tema mayor, estalimpieza de Franceville organiza los espacios y ritmalos tiempos: «Limpiar, limpiar sin cesar [...].> 29. Temapedagógico también, sólo puede afirmar el lazo exis­tente entre la medicina y la moral: cada niño debeaprender a considerar como un «deshonor» toda man­cha en su traje. Con los instrumentos y las frecuenciasdel siglo XIX; Franceville es la primera utopía en la quedomina la «guerra contra el microbio» 30.

Otras novelas de anticipación explotan el mismotema, más o menos directamente, a fines del siglo XIX.En particular, ninguna putrefacción se introduce en la

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Uranie, de Flammarion: fermentos alejados, aire inal­terable, fisiologías autosuficientes. Los seres no tienenni siquiera que alimentarse. La imaginación de Flam­marion les ha preservado de todo menoscabo y lai~fección es imposible: «[Las mujeres de Marzo, queVIven del aire de nuestras primaveras y de los perfu­mes de nuestras fiares, ¡son tan voluptuosas con elsolo estremecimiento de sus alas y el beso ideal de su,?oca que nunca comerá!» 31. Uranie es, primero, estaImagen extrema de seres sanos y de cuerpos protegidoshasta el punto de que han llegado a ser diáfanos.

Más concretamente, el ejemplo de los lugares enlos que se cuida a los enfermos es, evidentemente,aquel en el que la limpieza y la asepsia se superponensin ambigüedad a finales del siglo XIX. Cuando Martininvoca la desinfección, insiste en la necesidad del bañosemanal para los enfermos de los hospitales: «Durantemucho tiempo nos hemos preocupado de desinfectarlos locales, los instrumentos y los vendajes, sin pensarsuficientemente que también las personas transportangérmenes» 32. Aún encontramos la misma finalidad enuna circular de 1899 que impone por primera vez un«gran baño semanal- para el mismo personal hospita­lario 33. El material del hospital, las salas de desinfec­ción o los quirófanos, suscita sistemáticamente estadefinición «sabia» de la limpieza. Lutaud insiste en1896 en <da limpieza, el orden y la buena administra­ción que reinan en los hospitales americanos» 34. Yrevela, de paso, que el modelo viene ahora de NuevaYork y no ya de Londres, pero asocia esta limpieza «alos perfeccionamientos desconocidos en Europa paraasegurar, en particular, la asepsia operatoria» 35.

La limpieza no es ya la misma desde que se haevocado el universo microbiano. El tema de las defen­sas se ha 'acentuado bruscamente y se ha desplazado lamirada. Se han creado ciertos objetos y se han impues­to ciertas causalidades hasta entonces inéditas. Cor­púsculo invisible, el microbio ha trastornado las refe­rencias hasta más allá de la misma mugre. Y este

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trastorno tiene muchísima importancia, porque es «efi­caz»: las infecciones postoperatorias disminuyen demanera notable cuando, a fines del siglo XIX, loscirujanos operan con guantes estériles y no ya conlasmanos desnudas 3 6• Igual que disminuyen estadística­mente los casos de difteria cuando se han comprendidomejor los .modelos de comunicación por contacto quemantienen la enfermedad 37. Se empiezan a publicarlas pruebas y hasta empieza a aparecer cierta ostent~­ción: «Las enfermedades epidémicas son consecuenCIade la ignorancia y castigo de la incuria de pueblos eindividuos» 38. La objetivación del microbio refuerzael discurso positivista de fines del XIX: ¿no es ya lalimpieza, por primera vez, objeto de un verdaderotrabajo experimental? Vsrificaciones, ~álcul.os, eva­luaciones estadísticas de la presencia microbiana.

Sin embargo, el tema no podría quedar limitado alsolo funcionamiento de la prueba. Esta limpieza cultaconlleva vertientes imaginarias.

La imposible mirada

¿Por qué apartar escrupulosamente todo microbio,cuando vemos a veces que el sujeto sano posee unaverdadera inocuidad? Remlinger encuentra en 1895 elbacilo tifoideo en materias fecales de numerosos mili­tares fuera de todo episodio epidémico, y Roux identi­fica el bacilo de la difteria en la boca de variosestudiantes alejados de toda contaminación 39. Es de­cir, «gérmenes que no actúan, porque el, terreno no esfavorable» 40. El mismo Pasteur, despues de 1880, yarelativiza la nocividad microbiana buscando las inmu­nidades provocadas o adquiridas. El medio orgánicoposee recursos específicos, tieJ~e su~ defensas previas ysus barreras internas: las gallinas maculadas revelanuna resistencia variable al bacilo del cólera 41, notodas son contaminadas de la misma manera y hasta esposible habituarlas progresivamente a las «cargas»

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coléricas más viole~tas. El bacilo, por otra parte, set~ansforma con el tiempo. El microbio no puede deci­dirlo todo: hay que tener en cuenta el terreno elpasado de cada sui~to, sus defensas propias. La pre~en­cia microbiana pierde parte de su peligro cuandoaumenta la importancia de una terapéutica sanitaria.Lo que es interesante para la justificación de laI~mpleza, puesto que con ella lo que se ventila ya notiene el mismo peso: el lavado deja de ser la únicadefensa y rechazar el microbio cuenta menos en cier­tos casos que irse acostumbrando lentamente a sunocividad.

Este tema está en condiciones de renovar la luchacontra la infección, sobre todo en los últimos años delsiglo XIX. Los higienistas son conscientes de estosdesplazamientos teóricos; saben que ciertas resisten­cias ~~gánicasm,uy particulares pueden oponerse a lamvasion microbiana. Saben también que tales resis­tencias varían según el pasado o el cultivo de lostejidos orgánicos de cada cual. A su vez, describen esta'<lucha entre los leucocitos y las bacterias» 42 la queopone las células del cuerpo a aquellas que las des­truyen. También saben ahora que el debate dependemá~ de la «preparación» del tejido orgánico que delalejamiento sistemático del microbio. Empieza a domi­nar la inmunización. ¿Será menos decisivo en definiti­va, el papel preventivo de una limpieza de la piel?

Los higienistas no pueden aceptar todavía estaconclusión, pero en estos últimos años del siglo XIXvan cambiando msensiblemente su demostración: laIimpie~a no sól~ sirve para alejar los agentes invisi­bles, smo también para anular la infección reforzandolos órganos. Acelerando la oxigenación se favorece ladestrucció? del microbio. Una vez más, se apela a la«respiracior» de la piel. Las energetizaciones encuen­tran ahí una nueva legitimidad: facilitar la combus­tión facilitaría las inmunidades. La caza de la bacteriase va prolongando por medio de un dispositivo imagi­narro: el de una protección obtenida por acumulación

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calórica. Un fuego invisible permitiría rechazar el malcon mayor facilidad. La limpieza conc.urre,. precisa­mente, a mantener este fuego: «El microbio no esnefasto más que cuando le permitimos que lo sea. To­nifiquemos el organismo [...[. Hagamos qu~ los múscu­los trabajen, que la sangre circule, que la piel respire ytranspire [...]» 43. El higienista va intensificando susdramatizaciones. La limpieza protege, como nunca lohabía hecho hasta ahora, puesto que transporta lalucha al centro de la química de los tejidos, activandosus energías. Y, si la suciedad hace, por el contrario,que uno sea más vulnerable, es, en prrmer luga.r,porque limita la acción de las calorías, porq';1e a~fixlay agota: «Debemos evitar toda causa de debilitamiento

, l iedad»:"Y una de las mas comunes es a sucie a» .Vemos que la ilusión de una respiración de la p,id

no ha cedido terreno. Al contrario, el modelo energetJ·ca elaborado a mediados del siglo XIX45 se ha id?enriqueciendo hasta ponerse al servicio de las inmuni­zaciones orgánicas. La limpieza debería desempeñ~run doble papel: alejar al microbio y reforzar la :~SIS­tencia contra él. Función higiénica, en definitiva,puesto que «la limpieza es una de las condicionesesenciales para el mantenimiento de la salud» 46. Yparticipa activamente en la defensa química de lascélulas.

A fines del siglo XIX esta limpieza higiénica haconseguido una legitimidad que ya no irá más lei.os. Setrata sin duda alguna, de la referenCia a una Cienciaconq~istadora, pero también de la afir~ación de cier­tas energías que acumulan las. combustlOne~. La o~l~e­nación como signo de potencia; la absorción calóricacomo índice de salud. La utilización re!,et~da de. lametáfora es transparente aquí: «Toda maquma exigeque se limpien con frecuencia sus engranajes y que setiren, con no menor frecuencias, las escorias y partesinutilizadas del carbón. El cuerpo humano es una delas más delicadas máquinas y es preciso vigilar sulimpieza y la expulsión regular de sus desperdicios» 47.

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Limpieza y representación del cuerpo son, una vezmás, solidarias.

Pero este último ejemplo revela la existencia de unumbral de dificultad para el discurso higiénico: unalógica implícita lo conduce, a fines del siglo XIX, abuscar razones cada vez más insistentes: la higienealarma para convencer, dramatiza para sorprender.Los descubrimientos microbianos le aseguran una evi­dente legitimidad, le proporcionan una verdad, peromuestran, inversamente también, que la afirmaciónhigiénica va más allá de esta verdad para aumentar elpeligro. La higiene de fines del siglo XIX se fabrica apartir de ciertas justificaciones: el papel oxigenadorde la piel y las virtudes antiinfecciosas de la energía.Inventa ciertas razones y afirma más de lo que com­prueba. Está claro, sin embargo, como lo confirma Risten 1934, que «la resistencia específica, natural o adqui­rida, que un ser vivo opone a una enfermedad infeccio­sa no tiene nada en común con la resistencia queopone un boxeador a los golpes de su adversario o queun atleta opone al cansancio» 48. La defensa inmunita­ria no queda garantizada a priori por la fuerza física.La higiene exagera aquí y lo hace excesivamente.

Este exceso, claro está, se ha puesto primero alservicio de una retórica: hay que convencer. Pero hayotras causas. ¿Por qué la limpieza recibe tan «fácil­mente» un nuevo papel (el de apuntalar una energíainmunizante), después de relativizar el peligro inme­diato del microbio? ¿Por qué tenemos esta propensióna emplear las «buenas razones» científicas como sifuese necesario probar, cueste lo que cueste, cuando aveces carecemos de las pruebas y la persuasión esmayor que la demostración?

Esta limpieza se aferra, de hecho, a una exigenciainterior, íntima, difícil de formular en un primertiempo, pues puede parecer muy «gratuita»: lavarsistemáticamente lo que no se ve, fuera de todo «olor»y de toda «mugre» es exigencia que no nace de laciencia sino del código social. Pero, cuando aparece en

Los hijos de Pasteur / 266

esta versión social, a últimos del siglo XIX, deja qu~ seadivine claramente esta dificultad de «~ec~r». ¿~omoexpresar lo que sigue siendo totalmente l~lVlslble. Unade las amas de Celestine, en el Journal d une [emme dechambre* de Mirbeau (1900), se contenta con la msis­tente afirmación, sin explicar: «El aseo del cu~rpo [...J.Insisto, por encima de todo [ J. En este capítulo soyintransigente, intransigente [ J hasta la mama [.)Mañana tomará usted un baño [...J. Ya le indicaréyo» 49. También sugiere madame de. Alq qu~ estosademanes de secreto resultado se destman «primero acuidar de su persona» 50. Igual que madame Staffe queexplota la metáfora de las purificaciones y ~voc~ lasórdenes que provienen de una llamada del «~nter~or».Baños y abluciones obedecen así «a una voz interior»,

Al principio, la ciencia sirve .de relevo. a estasconminaciones, cuyas razones se «Sle~ten» mas que seexplican; pero al mismo tie~po refleja, y refuerza sucertidumbre y sirve para objetivar mejor la nor~.a Ytransmitirla. Es preciso que se implanten definitiva­mente estas mismas normas, que se refuerce su instala­ción o que se acepte ampliamente, para que tal exigen­cia pueda, finalmente, declararse; suficIentemente re­conocida en cualquier caso para que no haya. quejustificarla dándole un papel inmediatamente utlht~­río. A mediados del siglo XIX estos preceptos, reconoCI­dos desde hacía tiempo, se van desdramatl~ando Yrevelan otras vertientes más ocultas: «Es posible pro­porcionar la prueba de que un sujeto que se lava muypoco puede seguir en perfecto e~tado de salud y nopresentar más que algunas molestlas lo.cales

osin grave­

dad. Pero parece que se pueda admitir: 1. , que hayuna necesidad social de limpieza, aunque no fuera masque a causa del olor desagradable Y del aspect~ quepresentan los individuos sucios;. 2.°,. que, adema~, <;,1psiquismo queda influido por la limpieza corporal, 3. ,que, finalmente, esta imposición cotidiana del aseo del

* Diario de una doncella.

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cuerpo forma parte de estas disciplinas favorables auna..ed':lca~:ón d~ !a voluntad, útil para un bueneqUIlIbrIO» . El higienista de 1950 explica ahora canargumen~os psicológicos y sociales (algunos d~ loscuales ~un no escapan al «utilitarismo»), ciertos com­portamientos que data~ de fines de siglo y que preten­dla~ obedecer en prioridad a las pruebas fisiológicas.y dics lo que no podía formularse en aquel entoncespues las prácticas parecían promover «imperceptibles>;puntos de referencia 52.

La limpie~a de la élite, claro está, tiene siempremenos relación con lo útil y sigue teniendo menosrelación can lo visible. De lo que se trata es primerod~ la autoafectación. Asentimiento interior ~n benefi:CIO de una sensorialidad cada vez más elaborada. Setrata de hacer que exista, hasta proyectarla haciaf~er~, la segura convicción de la necesidad de unalímpiesa. Una «seguridad» que puede mostrarse, peroc~yo origen sI~ue estando oculto. Como si la burgue­SIa ya no tuviera que mostrar potencias inmediata­mente sensibles, sino que tuviera que ir ahondando enunos rec~rsos perfectamente interiorizados. Reforzarun trabajo personal que se hace en sí mismo. Afirmarpoderes secretos.

Con estas limpiezas instauradas a fines del sigloXIX, y ~uyo resultado inmediato es cada vez menosperceptIble, se reba~a una última etapa de la limpiezacorporaL El microbio ~a desempeñado un doble papel:ha permitido evocar cIertas. amenazas objetivas y hareforzado la segundad mtet-ior de una limpieza invisi­ble .. Ha. perfilado una figura radicalmente original dela lImpIeza que, después de tocar la parte más «exter­na» del cuerpo, toca a la parte más «secreta».

5

APARATOS E INTIMIDADES

En 1888, en medio del escenario, en su comedia deFeydeau 1, hay una bañera y una joven está a punto debañarse, pero cambia de opinión. La bañera continúaestando en el centro del escenario y sigue una serie dequid pro qua sin gran interés. El interés del texto estáen otra parte, en la bañera que sugiere el desnudo, loque es, sin duda, una audacia en 1888. Pero tambiénhay audacia, porque, en esta fecha, todos los escritosque codifican el cuarto de baño del mundo burgués sededican a predicar una verdadera propedéutica de laintimidad. El autor confirma, a su manera, el tabú yjuega con ello haciendo que la escena sea «turbadora»:la protagonista esboza el ademán de desnudarse y laintimidad queda vagamente violada. Pero tambiénjuega con ello, puesto que evoca la regla: Laurence sequeja amargamente porque no tiene cuarto de baño.Esta bañera llena de agua tibia, en medio de unaantesala burguesa, es una incongruencia, meollo de laobra.

Pero el tabú se ha ido reforzando. Las primerasproposiciones que se hacen, sobre todo desde 1880,para transformar los cuartos de aseo contiguos a lasalcobas en cuartos de baño son perentorias: por ejem­plo, cuando la esposa entra allí, se convierte este lugaren «un santuario, cuyo umbral no debe pasar nadie, msiquiera el esposo amado, sobre todo el esposo ama-

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do» 2. Espacio rigurosamente privado sobre todo: cadacual penetra allí solo. La elección de los objetos, desdeel toallero hasta la percha en la que. se colgará lafalda, que favorecen la funcionalidad de los acceso­rios, también favorece la desaparición de toda ayudaexterior. Alejamientos de contactos indiscretos: cier­tos cajones quedan fuera del alcance de los domésti­cos 3. Rechazo de las miradas: «No se entra allí encompañía» 4. Hay que prohibir el acceso a los demás.Por otra parte, no hay nada sorprendente en ello. Taldinámica se inició ya hace tiempo. Pero la imagen yano es la imagen de las domésticas de madame deCardoville que asisten y sostienen a su ama. La ima­gen consiste en la disposición de aparatos y objetos. Seha ido estableciendo en este marco una relación perso­nal más exigente consigo mismo.

Quizá nunca se había manifestado hasta tal gradoesta exigencia de intimidad. Jamás, quizá, no se habíaasociado la historia de la limpieza con la de unespacio: crear un lugar cada vez más privado en el queel aseo se hace sin testigos, reforzar la especificidad deeste lugar y de estos objetos. Celestine, de la queMirbeau se hace intérprete en el Journal d'une femmede chambre, experimenta esta prohibición, además,como una exclusión: «La señora se viste sola y sepeina ella misma. Se encierra a doble llave en sucuarto de aseo y apenas tengo yo derecho a entrar enél» 5. Al final del siglo XIX la supresión de toda otrapersona en esta limpieza de la élite es regla obligato­ria. Por otra parte, la utilización de aparatos inéditospermite sustituir a la domesticidad tradicional.

La prolongación de la alcoba

Los establecimientos Porcher prometen en 1908ciertos servicios que limitan toda manipulación yevrtan toda intervención exterior: «Una cerilla bastapara que, en el tiempo que tarda uno en desnudarse,

Aparatos e intimidades / 269

esté lista la ducha, o el baño» 6. Es la nueva circula­ción del agua la que, en un primer tiempo, desempeñaun papel fundamental. La alimentación, primero: des­de los años 1870 hay acueductos que hacen pasar porencima del Sena el agua de las fuentes del Dhuis y delVanne, diversifican de los conductos que captan elagua del Marne más arriba de París, depósitos enMontsouris y en Ménilmontant: los dispositivos hauss­manianos concretan los proyectos nacidos a mediadosde siglo 7. La acometida puede individualizarse, pueslos volúmenes disponibles han cambiado después deacabarse la red de Belgrand en 1870 (114 litros porhabitante y día en 1873)8. Pero los desagües también.Las conexiones de las evacuaciones domésticas con loscolectores subterráneos influyen en las imaginaciones.Se trata de la representación biológica de una ciudadalimentada por flujos de alimentos y de desperdicios:«Las galerías subterráneas, órganos de la gran ciudad,funcionan como los de un cuerpo, sin mostrarse a laluz; el agua pura y fresca, la luz y el calor circulan porallí como si se tratase de fluidos diversos, cuyo movi­miento y mantenimiento están al servicio de la vida» 9.

Metáfora idéntica es la que se utiliza para las casasburguesas, en las que, gradualmente, sobre todo des­pués de 1870, el agua va llegando a cada piso. Cálculode caudales, de presiones, de resistencias, centrado. enuna circulación de flujos: «Igual que en la máquinaanimal, el funcionamiento del agua a dom.icilio puede,si no se ha previsto todo, acarrear accidentes muydesagradables como escapes de agua e inundacionesnocturnas, atascos de los órganos evacuadores, etc.[...]» 10. Grosor y diámetro de los tubos se van estan­dardizando. Direcciones y trayectos se estabilizan. Elagua trepa por las escaleras de servicio, alimenta lacocina, y llega a los cuartos de aseo y a los excusados.

La calefacción, a su vez, unifica el espacio. El«calentador de baños» se integra en el circuito, sealigera y se desplaza abandonando la habitación quele estaba específicamente reservada en los grandes

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h?teles particulares 11 y se acerca a la bañera abre­víando as.í las manipulaciones. La 8emaine de~ cons­tructeurs Ilustra, entre 1880 y 1900, una serie de prue­bas en las que el aparato ocupa los lugares másdiversos. Hasta llegar a ser portátil, calentador nóma­da qu~ se enchufa en conductos murales antes deesta~)lhzarse, ??-cia 1900, encima de la bañera 12; el gasde ciudad facilita su mtegración.

Los muebles, prisioneros de formas dudosas (bañe­ra plegable, bañera cama, bañera mesa) 13 se reducena proyectos funcionales a partir de 1890. Sin embargo,lo esencial consista en la mecanización de los trans­portes. ,de agua y de combustibles y también en unaconexión de. SOPOl;t,:,S físicos que acercan los objetos ala mano, slstematlcamente: jabón, esponja, toalla.Cada detalle se enumera COmo un descubrimientollegando a describir prosaicamente las bolsas de rop~o la~4 hornacmas que se abren en las paredes alicata­das . Los objetos se asocian, se acoplan, se respon­den. Todo ,;,ll? añade un conjunto de servicios queahorra movirntentos en un espacio totalmente privati­zado.

Finalmente, el ~uarto de baño, que es una conquis­t~ de espacio, empieza a verse en algunos edificios depISOS, a partir de 1880. Este cuarto de baño «dilata» el?-par~ame~to, ocupand? lugares diferentes según laimagmacion del arquitecto y las imposiciones delsuelo o los tr?-yectos del agua. Sin embargo, lentamen­te, el gran edificio burgués hace de él una dependenciade la .alcoba. El modelo que se toma es el de los hotelesa~erlCanos que, a fines de siglo, seducen a todoVIsItante, europeo: «No sólo le dan al viajero unahabitación de buenas dimensiones, de cuatro o cincometros de altura, sino también un gran cuarto de bañoy un retrete [....l. y no sólo se halla en este lugar dedelicias un,conjunto de comodidades imprescindibles,sino también una serie de lavabos maravillosamenteconcebidos!» 15.

El Nautilus del capitán Nemo, en 1870, añade a los

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imperativos del sumergible los banales imperativos delos edificios contemporáneos, e incluso dispone, hechoedificante, de un cuarto de baño. Sus prodigios deelectricidad, sus circulaciones de agua, sus cúmulos deenergía no determinan obligatoriamente que el lugardel cuarto de baño deba estar en las cercanías de lahabitación. Sin embargo, el apartamento del Nautilusconserva una topología que no se desmarca: el cuartode baño está contiguo a la cocina. El navío sigue lanorma de los más afortunados, que, sin embargo, esaún muy rara, y deja libre tal lugar 16. Por el contra­rio, en 1885 La semaine des constructeurs presenta unhotel particular construido el mismo año en el número30 de la avenida del Bois de Boulogne como un muyasombroso modelo: en el segundo piso hay varioscuartos de baño y cada uno de ellos está alIado de unahabitación 17. Hay un placer que se muestra y seproclama: el de un agua que se obtiene «a discre­ción» 18. Es el de un baño que se ha convertidoexplícitamente en un lugar de intimidad y que inscribeen el marco de vida la extensión burguesa de la esferaprívada.

En dos decenios el público de este baño aumentasensiblemente. En 1880 son aún escasos los edificios dealquiler que tienen tales dispositivos. Sin embargo,hay algunos ejemplos, en París en particular. Y haytambién ciertos indicios: en la prefectura de Orán, en1880, el apartamento del prefecto contiene un cuartode baño, pero no el del secretario general 19 • A princi­pios del siglo xx, en cambio, se empiezan a unificar lasinstalaciones. Todos los edificios «notables» censadospor Bonnier entre 1905 y 1914 2 0 adoptan los nuevosdispositivos. Los establecimientos Porcher anuncianque han vendido 82.000 calentadores de baño en1907 21. Empieza a afirmarse una práctica burguesaque está cerca, finalmente, de la de hoy.

La evocación de estas abluciones y su escenifica­ción literaria cambian también. Zola, en algunas nove­las de fines de siglo, no duda en sugerir el color rosado

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de una piel que se ha bañado largamente, o el insípidovaporde un cuarto de baño excesivamente caldeado. Yse detiene en los tenues perfumes de las bañeras, en lasgotas que cuelgan de los cuerpos. y sorprende ciertosademanes, prolonga ciertos contactos recuerda colo­res y ruidos, hablando hasta de los movimientos y delsordo chapoteo del agua. Sus bañistas burguesas con­servan siempre la piel un poco húmeda bajo su camisao s~ bata: Nana, apenas vestida, recibe a Philippe alsalir del baño, o también Nana, «explorando y laván­dose» el cuerpo antes de escrutarlo sin fin ante unespejo 22. Igualmente realista es la imagen de la Sténo,esta condesa del Cosmopolis de Bourget (1893), que«fustiga» la sangre con regularidad por medio de vivasabluciones matutinas 23, o la imagen de Silverten Levenus de Rachilde (1884) 24, que descubre a Raoule uncuerpo aún húmedo, que acaba de salir del agua. Laescena del b~ño pierde en academicismo lo que ganaen espontaneidad. Imagen prosaica ya, más «natural»en cualquier caso, a pesar de su fuerza invenciblemen­te turbadora. Es ocasión de sorprender una intimidadpor lo i.nesperado del detalle: el agua, que se deslizapor. la piel o se seca en la piel. El jabón, que mezcla susmojados olores con los de las cremas y los frascos. Unarte de la sensación inmediata y de la mirada furtivapero también una manera de subrayar la curiosidadque provoca la ablución.: movimientos sencillos y, sinembargo, ocultos, intimidad familiar y, sin embargo,secreta. Con esta profusión de atenciones encubiertasllOt • emoción literaria confirma, por lo menos, la difu:sion de esta práctica en la casa de los privilegiadosmuy al final del siglo XIX. '

La localización celular

. La difusión en los otros grupos sociales es muydiferente. La norma toma en ellos ciertas vías autori­tarias: no se trata del acceso a un espacio íntimo en el

Aparatos e intimidades I 273

que la exigencia interior de limpieza va introd~ciendosentimientos de seguridad y placer, sino la insistenciapedagógica que debe llevar a que un pueblo adoptereferencias que otros han ido adquiriendo. El principiode la transmisión no es nuevo, como nos lo muestra la«pastoral de la miseria» 25 a mediados del siglo XIX.Pero la austeridad de las precauciones pasteunanas,la transformación de los circuitos del agua, la diversi­ficación de los aparatos, cambian las condicionesmismas de esa transmisión. El efecto que se espera delas limpiezas populares tampoco es nuevo: orden ysalud. Para «la gente pobre, es decir la inmensa ma­yoría de los obreros que no toman nunca un baño [...],se trata de recobrar otras tantas fuerzas y vitalida­des perdidas» 26. Pero las dramatizaciones también sehan ido acentuando: transmitir la norma es, paraempezar, luchar contra el «terrible mefitismo» 27 de losobreros, de los soldados, de los estudiantes, todo estepúblico al que se dirigían los baños populares de 1850sin llegar a él realmente.

A lo que añade sus presiones un imperativo que seformula cada vez mejor: lavar al mayor número decuerpos limitando la duración del lavado y el consumode agua. La limpieza popular aún no puede librarse deuna gestión minuciosa de los flUJOS. En este marco elmismo baño puede ser un problema: «El baño que setoma en una bañera siguiendo el viejo procedimientoes demasiado largo y demasiado caro para la masa delos obreros. Hay en él una pérdida de tiempo y dedinero [...]» 26. Llegar a la mayoría, evitar las inversio­nes demasiado elevadas, limitar las abluciones a loestrictamente necesario, son otras tantas pretensionesconfirmadas con las que esta limpieza popular tieneque limitarse a los establecimientos públicos. concebi­dos para la mayoría. Con ellas, los espacios y losinstrumentos de tales establecimientos van a irse espe­cificando. Y, durante la segunda mitad del siglo XIX,va a ir tomando forma un modelo: utilizar el chorromás que el baño, mantener al individuo de pie más que

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acost~do. Este .i!,v~nto proviene de colectivos muyespeoíficos: el ejército y la cárcel.

Los militares, alrededor de 1860, son los primerosque utilizan la d~cha de las hidroterapias para verter«e~tormade lluvia- un agua cuidadosamente calcula­da .. SIstem.a muy atractivo, puesto que en él puedenp'rolIferar alineaciones, disciplina, movimientos colee­tivos y organizados. Una mano exterior dirige elchorro y cada soldado se presenta siguiendo el ordenprevisto. Dunal organiza en 1857 un primer intentocon el 33.0 Regimiento de línea de Marsella. Variossoldados pasan juntos bajo un mismo chorro vertical:«Los hombres se desnudan en la primera habitación ycon un pedazo de jabón cada uno, van a formarse d~tres en fondo bajo el tubo-regadera: tres minutos lesbastan para ~impiarse. de la cabeza a los pies. Encuanto se retira la primera serie, deja libre el sitiopara otros tres, preparados por adelantado, y asís~cesIvamente»30. Se va perfilando así una nuevaformula. Dunal hace instalar una caseta de tablas enel patio de la Corderie del 33.0 de línea en donde elchorro rocía a los hombres. Se trata de la primeraducha sanitaria. Pero las disposiciones son todavía unpoco dudo.sas; hay demasiadas vacilaciones en estosdesplazamientos de escuadras, demasiada efervescen­CIa: los ho~bres pa~an en pequeños grupos bajo unchorro comun, codeandose y molestándose. El ordenpuede «mejorarse».

. En el 69.0 d; Infantería, en 1876, la aspersión, quesigue ~Iendo umca para todos, ya es dirigible. Elpr~cedImIento se va individualizando: «Un bañerodirige el chorro de arriba abajo hacia cada hombremstalado con los pies en el agua de un barreño de cinc.Se puede bañar así a todo el regimiento (1.300 hom­bres) en quince días, con un costo de un céntimo porcabeza» 31 Un hombre encaramado en una escalerilladistribuye las abluciones, calculando la duración yorientando la ducha.

En poco tiempo se modifica el sistema una vez más.

Aparatos e intimidades I 275

Una distribución más rápida manda que a cada líneade hombres corresponda una línea equivalente deaparatos. En la cárcel de Rouen se experim,:nta taldispositivo, unos meses después,. con chorro fIJO, C,:bI­nas yuxtapuestas, mando «exterIOr» ?el agua y bañis­tas que circulan por «oleadas». El flUJO de los hombresy el de los chorros se corresponden: «Con ocho com­partimentos [...], en una hora pueden lavarse entre 96y 120 presos, con un gasto de alrededor de 1..500 a 1.800litros de agua, lo que corresponde al contemdo de 6 a 8bañeras» 32. .'

El sistema de disciplinas que organIzan el espacIoen hileras y filas halla en este marco una «tardía»respuesta. El ejército ya conoce esta gestión de loscolectivos desde el siglo XVIII: orden preciso, almea­ción, desplazamientos sucesivos 33. Se ha necesitado lamuy lenta llegada de la higiene; se ha ne.ce~Itadotambién que se venza el obstáculo de los movImIentosdisciplinados en su aplicación a otros terrenos, como,por ejemplo, la dificultad de imaginar una orquesta­ción de las tuberías y de los chorros para que ~alorganización se pueda aplicar a los aparatos de Iimpie­za Sea como fuere la ducha celular es un modelode'sde 1880. Varias cá.rceles regularizan las prácticas ydeterminan las frecuencias: una vez al mes en inviernoy dos en verano 34. El reglamento es casi idéntico enlos regimientos de fines de siglo: «Un baño de lluviacada quince días y un baño de pies por semana» 35. Yla fórmula se va extendiendo insensiblemente a losinternados: de 109 institutos hay 69 que tienen duch~sen 1910, y en 47 institutos femeninos de los 47 eXIS-tentes 36_ •.

Con muy pequeñas diferencias, el dispositivo seaplica a las duchas populares: cabinas estrechas; cho­rro continuo, agua y tiempo contados y tambIen es­tructuras «ligeras»: en el asilo de noche de la calleSaint-Jacques, de París, en 1879 3 7 la separación de losbañistas se hace por medio de cortinas, Y en el estable­cimiento que Depeaux construye para los estIbadores

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276 I El agua que protege

de Rouen en 1900, el mismo papel lo desempeñan unostabiques muy finos que van de las rodillas a loshombros 38. Conjunto rigurosamente «funcioinal» fi­nalmente, que se limita a la distribución de los tubos ya la individualización de las cabinas: «Para respondera su definición, para desempeñar su finalidad de higie­ne verdaderamente social y popular, semejantes esta­blecimientos se deberán instalar con condiciones desencillez que, sin excluir la elegancia, deberán proscri­bir inútiles estudios arquitectónicos» 39.

Está surgiendo un espacio íntimo «popular», perono se trata más que de simple geometría: una unidadabstracta e intercambiable, forma anónima y ascética.Lo que cuenta es el volumen limitado y cifrado.

El cuarto de baño del apartamento burgués y lacabma de duchas del establecimiento popular estable­cen una diferencia entre los dos regímenes de limpieza.Se ha llegado al agua como herramienta. En el segun­do, sin embargo, el agua sigue controlándose desde elexterior, encuadramiento que impone ciertas resisten­cias populares; intimidad también, pero edificadacomo una estructura despersonalizada, y, por fin,lavado, pero externo al alojamiento. Esta última formade lavarse es un negativo de todo el camino que quedaaún por recorrer para llegar a la ablución como unaprolongación de la alcoba. Pero también muestra has­ta qué punto la intimidad que se ha transportado aquíno es más que una célula abstracta: una estructura«vacía», pensada como estructura de engendramiento:de tal geometría deberían nacer otras referencias. Setrata de una fórmula totalmente escueta, mínima, enla que la limpieza de hoy ya se reconoce, a pesar de lasevidentes diferencias: condensado de espacio que in­tenta individualizar la ablución total.

Dinámicas

Estos dos últimos ejemplos, el cuarto de bañoburgués y la cabina de las duchas populares, tan

Aparatos e intimidades I 277

cercanos a nuestro presente y, sin embargo, tan dife­rentes de él, revelan dos de las más importantes Ydiferentes dinámicas que pasan por la historia de lalimpieza. .

Primero, el papel específico del agua. Las cabmascelulares de las duchas públicas se inventaron despuésde diversos ensayos: parece que las canalizaciones, loschorros y las distribuciones interponen dura.nte c~ertotiempo un obstáculo a una estructura de las individua­lizaciones (hileras, filas, etc.) que se practican, ade­más desde hace tiempo. El agua impone sus propiasman'ipulaciones, «resiste», capta la imaginación. Laelaboración vacilante de este espacio celular no es elúnico ejemplo. Hay otras proposiciones contemporá­neas de las duchas populares: las primeras piscinas deagua caliente de París (~osteriores a. 18~5) se CO?S­

truyen primero para la práctica de la limpieza. Christ­mann insiste en este papel cuando las promueve.Permiten estas piscinas (<<proporcionar baños bara­tos» 40) Ytienen una eficacia muy parti~ular; según él,la larga estancia en el agua desempena también unpapel contra la mugre. Nadar sigue siendo lavarse. Elmovimiento físico de la acción está aquí doblemente alservicio de la higiene: ejercicio y limpieza, activaciónmuscular y lavado a fondo. El Consejo de París lo dicemuy sencillamente al continua~ el proyect? de C~mst­mann en los últimos años del siglo XIX: «SI el bano dela bañera es saludable, qué preferible es el baño depiscina en el que no se nec.e,sitaestar inmóvil y en elque el ejercicio de la natación VIene a multiplicar susbuenos efectos» 41. La ducha está así muy cerca devarios proyectos compuestos, en los que el agua de­sempeña varias funciones: trabajo de lo~ músculos,liberación de la piel, lugar de socIabIlIdad., En elmarco de estas limpiezas impuestas se tendran quedeshacer muchas amalgamas. La piscina finisecular,en esta agua «mezclada» del pobre, viene aq~í arecordar todas las vecindades de las que la limpieza«moderna» se ha ido alej ando para llegar a crearse.

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278 I El agua que protege

La limpieza de la élite revela en este mismo momen­to una segunda dinámica: el crecimiento de una exi­gencia que no se acaba nunca. El espacio burgués delbaño no ilustra aquí, evidentemente, el final de unahistoria incluso cuando su espacio empieza a pergeñarnuestras costumbres cotidianas. El código de la distin­ción, a la par ostentoso y secreto, se va elaborandocada vez más. Pero no se paraliza. Las autoimposicio­nes van aumentando insensiblemente con el tiempo ydesgastando modelos inestables que se van desplazan­do. La limpieza burguesa finisecular no es aún la dehoy, ya que es imposible imaginar en 1880 un bañocotidiano: «No conviene tomar un baño cada día amenos que se haga por prescripción facultativa» 42.

Hay una vaga racionalización del agua que correspon­de a las antiguas imágenes de los reblandecimientos,pero también hay una gradual modificación de lasexigencias de limpieza que mantienen frecuencias aúnalejadas de las nuestras. Las prácticas soportan modi­ficaciones interminables incluso cuando las referen­cias a Pasteur conservan aún para nosotros un ecoevidente.

En cualquier caso, esta limpieza del siglo XIX esdecisiva para comprender mejor la nuestra: se refieremuy claramente a un costado invisible del cuerpo, seapoya ampliamente en sensaciones íntimas, dispone deuna racionalización científica ya desarrollada. En estesentido es la última gran figura que precede a lalimpieza de hoy. Con ella se acaba una historia, la deuna limpieza que alcanza finalmente al conjunto de la'piel, tanto a las zonas más visibles como a las zonasmás ocultas. Con ella finaliza un itinerario con espa­cios alejados de la mirada.

Pero también es imposible ignorar hasta qué puntotal itinerario conduce a una limpieza aún diferente dela nuestra. El proceso de los fisiólogos, en especial, elque llega hoy, paulatinamente, al centro. El espacioíntimo se ha ido hundiendo hasta el vértigo, influidopor la publicidad que impone la necesidad de «ponerse

Aparatos e intimidades I 279

en forma», por los sueños con~umistas, po; la preocu­pación que exige un mayor bienestar. ~mdad?s cadavez más interiorizados que uno ~e prod~g~ a SI mismoy, al mismo tiempo, cada .vez ~as explícitos, lejos encualquier caso del solo utlhtansmo higiénico. Promo­ción de prácticas narcisísticas en las que el cuarto debaño permite secretas. relaJa.c,lOnes. «Placer» que tam­bién se enuncia. MultlphcaclOn de productos y objetosque codifican este «mejor-estar» para m~nten~r sutilesmezclas entre ilusión y reahdad. El bano e~ta atrave­sado por la compleja alquimia de los publicitarios. Essu objeto, y sufre sus modas y sus imágene~. Lainsistencia en los valores personahzados, la afirma­ción de un hedonismo a menudo hecho de encargo: hanido tomando el relevo de las laboriosas explH;aclOneshigiénicas. Esta limpieza de hoy nece~lta~la, pa~acomprenderla mejor, una atenta mirada dirigida haciael individualismo contemporáneo Ya los fenomenos .deconsumo. Es una limpieza que se evade, en cualquiercaso de los fundamentos aquí descritos, hasta mofarsede eÚos en alguna ocasión.

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CONCLUSION

Hemos. elegido aquí como limpieza más antigua laque se refiere exclusivamente a las partes visibles delcuerpo: el rostr~ y las manos. Ser limpio es Ocuparsede una zona limitada de la piel, la que emerge de lasvestiduras, la única que se ofrece al' d Le ' am1raa. as

onvenance y los LIVre de courtoisie, que dictan duran-te la Edad. Med1a el comportamiento de los niñosnobles, no dicen na~amás: tener limpias las manos y elrostr?, ,llevar u,,:a mdumentaria decente, no rascarselos PlOJOS demas1ad? ostentosamente. No hay referen­C1a alguna al «rrrter-ioj-» del vestido o a las sensacionesq~e ~rov1e,,:en de la piel. No hay alusión alguna aningun sentimiento íntimo En la Edad M di hr ' . e la ay una1mp;eza corporal, pero ante todo se orienta a los

demas, a, los testigos. y se refiere sólo a lo inmediata­mente visible. Estos actos arcaicos de la 11' .fí " mp1ezarsica se conv;erten así en un tejido de sociabilidad

Pe.r0 su historia muestra primero hasta qué punto e~pnmer. lugar, son las s~perficies aparentes del cu~rpoy la m1ra~ de los demás las que definen el código.d Es posibls comprender este privilegio antiguo y. ur,a~ero ?e ,lo v1~lble. Sin duda, la vista es aquí elindicio mas mtuitivo, el más «naturalmente» convin­ce?-te,.el que puede someterse también a las normas demas fácil formulación. Con ellas las refs . d 11" . " ,1' t'encaaa e aImpIeza se enunCIan y se precisan en unas pocas

palabras, Los preceptos parecen «límpidos». Basta conmirar.

Conclusión I 281

Pero para entender mejor tales indicios, hay quecomprender cuál es el papel limitado y muy particularque desempeña el baño en la Edad Media. Hay quemedir hasta qué punto las prácticas que promuevedicho baño pueden ser diferentes de las nuestras.Baños de agua y de vapor existen realmente en laEdad Media, pero no son establecimientos de higiene,sino que conllevan placeres muy específicos. Más alláde ciertas preocupaciones termales, a menudo reales,estos baños de la Edad Media mezclan sus prácticascon las de las tabernas, los burdeles y los garitos en losque agitaciones y turbulencias viven en buena vecin­dad. Estos lugares llenos de vapores, en los que alco­bas y lechos prolongan las tibias humedades de lasestufas, siguen siendo lugares de goces confusos. Elerotismo del baño tiene mucha mayor importancia queel lavado, El agua, como medio de «agitaciones» físi­cas, atrae al bañista más que el acto de limpieza. Eljuego, finalmente, y aún más la voluptuosidad tienenaquí mayor importancia que el estado de la piel.

Lo que muestra una historia de la limpieza corpo­ral es la variedad, en el tiempo, de las costumbres yhasta de los aspectos imaginarios del agua y la distan­cia que separa las representaciones arcaicas de las dehoy. En la Edad Media existe un baño que no pretenderealmente influir en la limpieza. En la vida cotidianala limpieza que cuenta sigue siendo la del rostro y delas manos, El agua no llega realmente a lo íntimo.

Ahora bien, lo que muestra también una historia dela limpieza es que lo que se pretende es acrecentar unaintimidad del cuerpo. Hay una dinámica que ya estáconfirmada a finales de la Edad Media: aumentoinsensible de las autoimposiciones que «llevan» lalimpieza física más allá de lo visible, desarrollo de untrabajo de civilización que afina y diferencia las sensa­ciones, incluso las menos explícitas, Pero hay quesubrayar hasta qué punto, al mismo tiempo que se vantransformando y enriqueciendo, tales referencias si­guen estando lejos de las nuestras. Es evidente, por

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282 / El agua que protege

ejemplo, la diferencia que hay entre la limpieza físicadescrita en el siglo XVI y la que se describe en la EdadMedia. Ahora bien, esta diferencia no depende de unanueva utilización del agua. La ablución es indepen­diente de tal transformación. La limpieza, en este caso,no está vinculada al lavado. Lo que hace que hayacambiado es, primero y durante mucho tiempo, unanueva utilización de la ropa interior. El tratamientode los tejidos del «cuerpo» crea, desde el siglo XVI, unespacio físico inédito de la limpieza: diferenciaciónmás acentuada entre la ropa exterior y la ropa inte­rior; graduación más sensible entre los tejidos finos ylos tejidos gruesos; finalmente, cambios más frecuen­tes, y sobre todo más imperativos, de las telas que seponen en contacto con la pieL Con la manipulación deesta ropa interior, las sensaciones tegumentarias pare­cen más explícitas, y la evocación de las transpiracio­nes más presente. Los pliegues o partes ocultas delcuerpo hacen que surja otra atención. Curiosamente,lo que ha hecho que evolucione la percepción y elsentimiento de la limpieza es un conjunto de prácticas«secas». y este dispositivo es muy importante, puestoque, también él, se refiere a la mirada, pero renovandototalmente su agudeza y su profundidad.

La ropa interior, que emerge bajo el jubón de loshombres o el vestido de las mujeres, delega en lasuperficie las referencias a zonas más secretas. Lointimo se va comprometiendo insensiblemente con lovisible. Esta limpieza triunfa con la Francia clásicahasta poner en juego todos los recursos del espectácu­lo. Prácticas de corte que multiplican los signos indu­mentarios, que explotan la sabia colocación estratifi­cada de los tejidos, refinamientos de la apariencia,encajes que aligeran y prolongan el «interior» deltraje, y la calidad del tejido de la ropa interior quejuega con la variedad de los tonos y la fineza de lastramas, según se trate de lino, de sarga o de cáñamo,orquestando con ellos sutiles distinciones sociales.

Esta limpieza, en la que la blancura de la ropa y su

Conclusión I 283

renovación equivalen a la limpieza de la piel, es tantomás sobresaliente cuanto que un relativo rechazo delagua la acompaña, en el siglo XVIII sobre todo. Aquí es,sin duda donde la imagen del cuerpo, la de susoperacio~es, la de sus fun~iones, deja pe~cibir mejorsu posible peso en una historia de la limpieza. Elcuerpo que se ha bañado es, para la élite de la Franciaclásica, una masa invadida por el líquido, trastornadapor las repleciones y los hinchamientos: envolturasporosas y carnes impregnadas. Parece que los porosson otras tantas aberturas y los órganos otros tantosreceptáculos, al mismo tiempo que abundan los ejem­plos de oscuras penetraciones.. Los contagi?s pod~íanconstituir por sí solos una serre de ilustraciones. ¿Noserá el agua semejante a esos venenos imperceptiblesque han ido invadiendo el cuerpo de los contagiados?El baño no carece de riesgos y, además, incluso puededejar la piel totalmente ~(abierta». U'.'a m~cáni~a sim­plificada de la infiltración y una racionalización con­cebida, en primer lugar, para exphcar e~ fulmmanteataque de las pestes y de las apidemias han Idofavoreciendo esta representación de un cuerpo defronteras penetrables.

Sea como fuere, esta limpieza del siglo XVII, más«extensa» y más «profunda», no deja de ser paradójica,pues llega a las zonas ocultas ~el cuerpo y acrecien~ael papel de la mirada; es mas secreta, pero ]:,,-masfavoreció tanto el espectáculo. Con ella, lo visibleadquiere una soberanía inigualada. Hay que r~petIrhasta qué punto conviene tal práctica a una sociedadcortesana que «teatraliza» ademanes, actitudes yatuendos. Estos tejidos que se salen del traje, estasrenovaciones codificadas de la ropa, al mismo tiempoque conceden un lugar principal a lo íntimo, permitenque se explote la apariencia como nunca se habíahecho. .

Ahora bien debemos repetir también que una lim-pieza «modern~» puede surgir en contra de semejantevaloración de lo visible. Lo que no quiere decir que se

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284 I El agua que protege

borre el papel que se le atribuye a la ropa. Todo locontrario. A fines del siglo XVIII y durante el siglo XIX,la burguesía va a ir multiplicando los tejidos livianosy los m~tices del blanco. Pero van emergiendo otrasvaloraciones; otras referencias van a promover laaparición de una limpieza «interior», La verdaderat~a?-sformación,la que produce el desplazamiento defi­nitivo, pertenece al argumento de la salud: lo queImporta, no e~ ya la apariencia, sino el vigor. Laburguesía de fines del siglo XVIII emite la teoría de unalimpieza de la piel y trata de conseguir una nuevafuerza. Limpiar los poros para dinamizar más el cueropo; utilizar el agua, incluso fría, para dar más firmezaa las fibras. La limpieza «libera» y refuerza, pero hayque emplear un agua que apriete y endurezca. Yanabastan,los cambios de .ropa, como tampoco bastan ya,como. umeos testimonios, los testimonios «externos».La piel debe ponerse en contacto con un líquidoencargado de estimularla: sin duda, se trata de lavarlas zonas que recubre el traje, pero para fortificarlasmás. Representación del agua Y representación delc.uerpo se explotan ahora según la física de los endure­cimientos. Una vez más, se trata de imágenes intuiti­vas q~e revelan h?,sta qué punto, en este lento procesode ~o íntrmo, la higiene puede ser objeto de racionali­zaciones.. Incluso parece que sólo hay una diferenciaentre la limpieza del siglo XVII, ampliamente compues­t~ de aparrencias, y la del siglo XVIII, que cultivaCIertas fuerzas secretas. Tan simbólica como puedeserlo la dIferenCIa entre una aristocracia apegada alas tácticas de la apariencia y una burguesía queInventa CIertos «VIgores»: un código escénico contraun código de fuerzas.

Limpieza «ejemplar» en lo que tiene de significacio­nes socla~es, p~ro también limpieza «ejemplar» por su~ecurso s~stematIco.a la referencia científica y a lasJustIfic.a?lOne~ funcionales, La limpieza puede teneruna utilidad física precisa, pues aumenta los recursosorgánicos. Estas teorizaciones de fines del siglo XVIII

Conclusión I 285

inauguran una manera de explicación: la limpieza eslegitimada por la ciencia. El principio no varía duran­te varios decenios, incluso si los mecanismos que seinvocan van cambiando: ser limpio es proteger yreforzar el cuerpo. La limpieza asegura y sostiene labuena marcha de las funciones. Las razones son lasrazones de la fisiología. Papel energético de la piel,molestia obstruyente de las mugres, peligro de lasmaterias putrescibles, se convierten en el horizonteteórico de abluciones y baños. Las alarmas microbia­nas son un último punto: hay que lavar para defendermejor.

Tal discurso culto, dominante en el siglo XIX, apesar de sus aplicaciones, durante cierto tiempo Iimi­tadas y vacilantes, desempeña por lo menos un papel:atribuir una utilidad «palpable» a una limpieza que sesigue viendo poco; dar un sentido funcional a ciertasexigencias interiorizadas muy difíciles de formularporque su objetivo sigue siendo «ínfimo». La caza almicrobio es la traducción real de esta limpieza «invisi­ble». Todas estas razones sabias, todas estas justifica­ciones lentamente construidas dan «cuerpo» a unavigilancia eminentemente social y, sin embargo, difícilde explicar, porque, precisamente, se refiere a lo im­perceptible. Pero, evidentemente, tal ciencia no dejade tener sus verdades. El papel que desempeña se debetambién aciertos descubrimientos muy reales y, ade­más, importantes. Pero las tácticas de convicción enlas que participa subrayan hasta qué punto esta lim­pieza, cada vez más comprometida con lo íntimo, hatenido que buscarse primero razones edificantes, antesde convertirse en una simple costumbre. La exhorta­ción que utiliza la burguesía en el siglo XIX conrespecto a las clases populares confirma tales procedi­mientos, ampliándolos: la limpieza no sólo vuelve«resistente», sino que garantiza un «orden». Es algoque se añade a las virtudes. La nitidez de la piel, ladisciplina del lavado, tendrían sus correspondenciasfisiológicas: resultado físicamente invisible, sin duda,

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286 I El agua que protege

pero moralmente eficaz. Sea como fuere, con estalimpieza que aleja al microbio se acaba un largorecorrido, el que va de lo más aparente a lo mássecreto, pero también el que va cavando la esfera delespacio privado.

Otras referencias, finalmente, hacen que este reco­rrido sea aún más sensible. Con estas operaciones quevan gestando una limpieza que escapa a la mirada sevan creando insensiblemente ciertos lugares privatiza­dos. Y empiezan a existir ciertas topologías. La habita­ción del abad de Choisy en 1680 (L." parte, capítulo 3)todavía no tiene una dependencía para el aseo. Losactos que el abad consagra a su limpieza correspon­den, por otra parte, a este espacio polivalente: acciónsobre los afeites y los lunares, cambio de camisa,diversos frotamientos. Hay que llegar al siglo XVIII yque se establezca una distancia con las espectaculari­zaciones aristocráticas para que se creen, en los gran­des hoteles particulares y en las grandes mansiones,estos espacios especializados que se utilizan para elcuidado del cuerpo. A los cuartos de aseo, con suslozas, con sus jarros, con sus bidés (aun cuando éstossigan siendo escasos), corresponde una limpieza yamás secreta. Los espacios de la élite se aumentan y seespecifican, igual que se va ahondando en esta limpie­za que va más allá de las superficies. Se está creandoun lugar, exactamente igual que se está ampliando lalimpieza.

A fines del siglo XIX se sistematiza un mandatoimperativo: cerrar rigurosamente los accesos a loscuartos de aseo y a los cuartos de baño. Y se llega aestablecer una distancia definitiva con respecto a estapiel y con respecto a todos sus repliegues. Al mismotiempo, se confirma el placer de la ablución quetodavía no osa declararse.

Hay que ver, finalmente, hasta qué punto estadinámica pone en juego otros espacios más, en particu­lar el de las ciudades, con sus arquitecturas, suscomunicaciones y sus flujos. Los cuidados del cuerpo

Conclusión / 287

implican aquí una reestructuración total del mundosubterráneo, así como del mundo aéreo de las ciuda­des. El agua ha sido, sin duda, uno de los factores másimportantes de la reordenación urbana del siglo XIX.Con ella, la alimentación, como la «respiración» de lasaglomeraciones, ha cambiado totalmente. La limpieza,por tanto, ha comprometido todo el lado imaginario delas ciudades, su tecnología, y también su resistenciacontra la «capilarización».

La historia de la limpieza depende, en definitiva, deuna polaridad dominante: la constitución, en la socie­dad occidental, de una esfera física que pertenece alindividuo, la ampliación de esta esfera, pero tambiénel refuerzo de sus fronteras hasta conseguir alejarse dela mirada de los demás. Pero el recorrido de talhistoria no puede ser lineal, ya que desempeña unpapel que interviene en lo imaginario del cuerpo, el delos espacios habitados y el de los grupos sociales. Estalimpieza, que se va dirigiendo progresivamente a laconsecución de cuidados invisibles, es, por otra parte,objeto de una racionalización. Pero cuanto más secre­ta se vuelve, más parece una seductora coartada quepodría mostrar su utilidad concreta, es decir, su fun­cionalidad. Su historia es también la de estas raciona­lizaciones.

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NOTAS

Introducción1 P. Searron, Le Roman comique (1651), en Romanciers du XVI!

siécle, París, Gallimard, Pléiade, 1973, p. 560.a Ibid.3 Cf arriba, parte Il, capítulo 1.4 El texto de Norbert Élias, El proceso de la civilización Madrid

1988 (1.8 ed. alemana, 1939); es esencial a este respecto.' ,

PRIMERA PARTE

Del agua festiva al agua inquietante

1. El agua que se infiltra

1 J.-N. Biraben, Les Hommes et la Peste en France et dans les payseur~péens ~t méditerranéens, París, Mouton, 1976, t. lI, p. 98.

, J. Guiert, «Le peste a Lyon au XVII" siecle», Bíologíe médicale.París, 1929, núm. 5, p. 5.

3 J.-N. Biraben, op. cit., t. Il, p. 167.4 M. Briele, Document pour servir ti l'histoire des hópitaux de

Paris, París, 1883, t. 1, p. 16.5 J. Guiart, op. cit., p. 10.6 N. de Delamare, Traité de la police, París, 1722 (l.8 ed. 1698),

t. 1, p. 628.7 G. Bunel, Oeuvre excellente et ti chacun désirant eot de peste

préserver [...1, París, 1886 (1." ed. 1513), p. 17.8. J. Riolan, Curieuses Recherches sur les écoles de médecine de

París et de Montpellier, París, 1651, p. 218.9 N. de Delamere, op. cit., t. 1, p. 628.10 L. Boucher, La Peste a Rouen aux xvr et XVII' sieclee París

1897, p. 26. ' ,

Notas I 289

11 M. Liman, Les Mesures contre la peste a Beeancon ou xvrsiécle, París, 1906, p. 9.

12 J. Garnier, Les Études dijonnaises, Dijon, 1867, pp. 28·29.13 A. Paré, Oeuvres, París, 1585 (l.a ed. 1568), p. 56." N. Houel, Traité de la peste [...], París, 1573, p. 16.lE> D. Jouysse, Rref Discours de la préservation el de la cure de la

peste [...l. Amiens, 1668, p. 3.16 C. de Rebecque, Le Médecin francaie charitable, Lyon, 1683, p.

608.17 F. Citoys, Avis sur la nature de la peste. París, 1623. p. 20.lB J..J. Manget, Traité de la peste el des moyens de e'en préserver,

Lyon, 1722, p. 199.19 M. de Montaigne, Diario de viaje a Italia (1.8 ed. 1774),

Barcelona, 1986.20 L. Riviere, Les Pratiques de la médecine, Lyon, 1682, p. 10.21 C. de Rebecque, op. cit., p. 419.22 L. Riviere, op. cit., p. 10.23 T. Le Forestier, Régime contre épidémie et pestilence, París,

1495, p. 102.24 Cf G. Barraud, L'Humanisme et la Médecine au xvr eíécle,

Bruselas, 1942, p. 83. .25 R. de Graff, Histoire anatomique des parties génitales de

l'homme et de la [emme, Basilea, 1699 (1.8 ed. 1678).26 H. de Monteux, Conservation de santé et Prolongation de la

vie, París, 1572, p. 96.27 A. Paré, op. cit., p. 1154.28 Ibid.29 M. de Sully, Mémoires, París, 1662, t. VI, p. 427.30 lbíd., p. 428.31 Ibid.32 A. d'Aquin, G.-C. Fagon, A. Vallot, Journal de la santé du roi

Louis XIV (1647-1711), París, 1862, p. 67.aa Ibid., p. 73,. Ibid., p. 92.35 T. Renaudot, Recueil général des questions traitées es conféren­

ces du bureau d'adress, París, 1655, t. Il, p. 533.36 N. de Blégny, Livre commode des adresses de París, 1878 (L''

ed. 1692), p. 184.37 C. de Rebecque, L'Apothicaire [rancais charitable, Lyon, 1683,

p.47438 L. Guyon, Far;on de contregarder la beauté [..}, in Cours de

médecine théorique et pratique, Lyon, 1689 (1.8 ed. 1615), t. Il, p. 221.39 F. Bacon, The Historie of Lífe and Death (1.8 ed. 1623), 1977.40 J. Héroard, Journal sur l'enfance et la jeunesse de Louis XIII

(1601-1628), Paris, 1868, t. 11, p. 70.41 G. Patin, Lettres, París, 1846 (l.8 ed. 1683), t. 1, p. 109, Y Traité

de la conservation de la santé, París, 1682.

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290 I Notas

42 R. Bonnard, Une dame qui va entrer au bain; París, 1691,grabado BN.

43 Ibid., Audiger muestra indirectamente la muy escasa presen­cia del baño en el siglo XVII. Cuando describe todas las actividadesen las que debe mostrar habilidad una doncella al servicio de unaseñora de calidad, concede especial importancia al cuidado de laropa. al arte de disponer cintas y encajes y al adorno del peinado;finalmente cita <dahabilidad para preparar un baño de pies y pastaspara limpiar las manos» (p. 102). No es necesario saber lo mismocuando se sirve a un hombre de calidad. Aquí, lo importante es saber«rasurar y peinar» y «cuidar de que los trajes del señor estén limpiosy aseedos» (La Maison réglée, 1691, p. 51).

44 S. de Sainte-Marthe, La Maniere de nourrir les enfants a lamamelle, París, 1698 (L" ed., siglo xvt), p. 52.

45 S. de Valembert, Cinq Livres de la maniere de nourrir etgouverner les enfants, Poitiers, 1565, p. 46.

46 E. Rodion, Des divers travaux et enfantements des femmes,trad., París, 1583 (1." ed., 1537), p. 94.

47 E. de Glainville, Le Propriétaire des choses tres utiles etprofitables au corps humain (siglo XVI), París, 1518, s. p.

48 A. Paré, op. cit., p. 947.49 M. Ettmuler, Pratique de médecíne spéciale, trad., Lyon, 1691

(1." ed. 1685), t. Il, p. 484.50 J. Héroard, op. cit., t. 1, p. 349: «Bañado por primera vez y la

señora (su hermana) con él».51 H. de Monteux, op. cit., p. 265.52 D. Erasmo, De civilitate morum puesilium (1530).53 Anónimo, Bienséance de la conversation, Pont-á-Mousson,

1617, p. 34.54 Anónimo, La Civilité nouvelle contenant la vraie et parfaite

instruction de la jeunesee, Basilea, 1671, p. 69.55 J. du Chesne, Le Portrait de saneé, París, 1606, p. 361.56 L. de Saint-Simon, Memorias, Barcelona, 1983.57 [bid.58 Ursulines, Réglements des religieuses ursulines de la congrega­

tion de París, París, 1705 (1." ed. 1650), t. 1, p. 131.59 J. Pascal, «Reglement pour les enfants» (París, 1657), en

Lettres et Mémoires, París, 1845, p. 232.60 J.-E. de La Salle, Les Regles de la bienséance chrétienne,

Reims, 1736, p. 11.61 N. Rétif de La Bretonne, Monsieur Nícoiae, París, 1924 (L'' ed.

1794), t. 1, p. 138.62 J.-B. de La Salle, op. cit., p. 34.63 D. Erasmo, op. cit., pp. 66-67.

Nota. I 291

2. Desaparición de una costumbre

1 J. Rioland, op. cit., p. 218.a lbid., p. 219.3 Guillaume de Villeneuve, Les Crieries de Paris (siglo XIII),

citado por M. Barbarau, Le Costoiement ou Instructions du pére a sonfile, París, 1760; E. Boileau, Le Livre des métiers (siglo XIII), París,1879, pp. 628·629.

4 «Cuenta de los pequeños placeres de la reina» (art. 376), citadopor V. Gay. Glossaire archéologique, París, 1887, t. 1, p. 683.

5 C. de Beaurepaire, Nouveaux Mélanges hístoriques, París, 1904,p.94.

6 Ibid.7 Valére Maxime, Faits et Dits mémorables (siglo xv), París, BN,

ms. fr., 289; fol. 414.8 J. Garnier, op. cit., p. 30.9 P. Goubert, Beauvais et le Reauvaisis de 1600 a 1730, París,

SEVPEN, 1960, p. 232; F. Lebrun, La Mort en Anjou au xvur siécle,París, Mouton, 1971, p. 266.

10 N. de Blégny, op. cit., p. 183.11 A. Seyboth, Strasbourg historique et pittoresque de ses origines

a 1870, Estrasburgo, 1894. Seyboth relata minuciosamente los nego­cios, por calles y fechas, lo que permite hacer el recuento.

12 D. Martin, Le Parlement nouveau, Estrasburgo, 1637, citadopor C. Nerlingen, Strasbourg, 1900, p. 125.

13 [bid.14 Mme de La Guette, Mémoires, París, Mercure de France, 1982

(1." ed. 1681), p. 89.15 G. de Chavagnac, Mémoires, París, 1699, t. l, p. 207.16 Mme de Sévigné, Lettres, París, Gallimard, Pléiede, 1972, t. 1,

p. 28: carta del 26 de junio de 1655.17 G. Tallemant des Réaux, Historiettes, París, Gallimard, Pléia-

de, 1960 (ms. 1659), t. Il, p. 344. >

18 Sauval, Les Antiquités de Paris, París, 1724, t. lI, p. 146.19 G. Boccaccio, El Decamerón, (siglo XIV), Madrid, Alianza

Edit., 1987.20 C. Ephrussi, Les Rains de femmes de Dürer, Nuremberg, s.f.

(hacia 1930).21 Anónimo, Cent Nouvelles nouvelles (1450), en Conteurs fran­

~ais du xvr, París, Gallimard, Pléiade, 1979, p. 33.22 L.-P. Gachard, «Les comptes de Philippe le Bon, duc de

Bourgogne», Collection des voyages des souverains des Pays-Bae.Bruselas, 1876, t. 1, p. 89.

sa lbid., p. 87.24 Ibíd., p. 91.25 J. de Troyes, Histoire de Louis unzieme (1483), publicado por J.

Page 145: Vigarello Georges - Lo Limpio y Lo Sucio

292 r Notas

Michaud y J. Poujelat, en Nouvelle Collection des mémoires pourservir ti l'hietoire de France [...]. París, 1837, t. IV, p. 280.

26 A. Jubinal, La Contenance des fames (siglo XVI), en NouveauRecueil des contes dits, París, 1842, t. II, p. 175.

27 Anónimo, Cent Nouvelles [...], op. cit., p. 33.28 L.-P. Gacherd, op. cit., t. 1, p. 87 a 99.29 A. Vallet de Virville, «Compres royaua» (1403-1423), Chroni­

que du roi Charles VII roi de France, París, 1858, t. III, p. 277.30 C. Perrault, La Querelle des anciens et des modernes en ce qui

regarde les arts et les sciencee, París, 1688, t. 1, p. 247.31 C. P. de Luynes, Mémoires, 1735-1738,París, 1860, t. X, pp. 180-

188.32 cr. B. Teyeaedre, L'Art au suele de Louis XIV, París, Le livre

de poche, 1967, p. 145: «Le maitre des eaux.»33 P. Goubert, op. cit., p. 232.34 F. Lehoux, Le Cadre de vie des médecins parisiens aux xvr et

xvtr siécles, París, Picard, 1976.35 R. Havard, Dictionnaire d'ameublement, París, t. IV, p. 845.36 Ibid.37 M. L. Vitruvio, Los diez libros de arquitectura, Barcelona,

1985.38 L. Savot, L 'Archítecture francaise. París, 1624, p. 102.39 C. de Rebecque, L'Apothicaire [...], op. eit., p. 473.40 M. de Montaigne, Ensayos (1595), Madrid, Cátedra, 1987.41 A. Franklin, La Vie privée d'autrefoíe, París, 1908; entre otros,

R. Pernoud, Lumiére du Moyen Age, París, Grasset, 1981 (LB ed.1944).

42 cr. más arriba, nota 4.43 cr. más arriba, nota 24.44 D. Erasmo, Les Hótelleries, trad., París, 1872 (La ed. 1526),

p. 18.

3. Los antiguos placeres del agua

1 G. de Lorris y J. de Meun, Libro de la rosa (siglo xm), Madrid,1986, v. 10065.

a lbíd., t. 11, p. 186, v. 14348.3 C. Enlart, Manuel d'archéologie [rancaiee, París, 1902, pp- 88-

89.4 L. Maeterlinck, Le Genre satirique dans la peinture flamande,

Bruselas, 1907, p. 175.5 P. de Bourdeilles (llamado Brantóme), Les Femmes galantes, en

Oeuvres, París, 1864, t. IX, p. 290 (ms. 1585).6 J. Bosch, El jardín de las delicias, Madrid, Museo del Prado,

1500.7 J. Garnier, op, cit., p. 26; C. de Beaurepaire, op. cit., p. 22; J.

Notas r 293

Arnoud, Étude historique sur les bains thermaux de Digne, París,1886.

8 É. Boileau, op. cit., pp. 155-156 (nota); F. Piton, Strasbourgíllustré, Estrasburgo, 1855, p. 151.

9 Valere Maxime, manuscrito, op. cit.10 G..F. Pogge, Les Bains de Base (siglo xv), publicado por A.

Meray, París, 1847.11 P. Pansier, «Reglement de prostitution a Avignon», Janus,

París, 1902, p. 144; J. Rossiaud, «Críses et consolidations» (1330­1530), en J. Le Goff, La Ville médiévale, París, Le Seuil, 1980.

12 R. de Belleval, Lettres sur le Ponthieu, París, 1868, p. 154.13 É. Deschamps, «Rondel 552», Oeuvres, París, 1876-1903, t. IV,

p. 6, v, 4-10.14 Cabanee, La Vie aux bains, París, 1904, p. 194.15 R. Kendall, Yorkist Age: Daily Life during the wars of the

Roses, Norton, 1970.16 J.-P. Legay, La Rue au Moyen Age, Rennes, Ouest-France

Université, 1984, p. 150.17 A. Durero, Le Journal de voyage dans les anciens Pays-Bas

(1520-1521), trad. Bruselas, Weber, 1970, p. 71.18 J. Garnier, op. cit., p. 41.19 Ibíd., p. 79.20 L. Maeterlinck, op. eit., p. 180.21 G. Espinas, La Vie urbaine ti Douai au Moyen Age, París, 1913,

t. IV, p. 682.22 J. Garnier, op. cit., pp. 27·28.23 H. T. Riley, Memorials of London and London Lífe. XIII, XIV

and XV centuries, Londres, 1868, p. 647.24 G. Arnaud d'Agnel, Les Comptes du roi René (1453-1480),

París, 1908, t. I1I, p. 473.25 J. Garnier, op, cit., p. 41.26 C. Ephrussi, op, cit., p. 13.27 O. Maillard, Confesions (siglo xv), citado por A Samouillan.

Olivier Maillard, sa prédication et son temps, París, 1891, p. 500.28 O. Maillard, Sermons (siglo xv). París (sermón XXVIII). cr.

también A. Méray, La Vie au temps des libres précheure, París, 1878.29 Anónimo, Cent Nouvelles [...]. op. cit., p. 21.30 Ibíd., p. 22.31 Ibid.32 Abbé de Choisy, Mémoires de l'abbé de Choisy habillé en

femme (ms. de finales del siglo XVI), París, Mercure de France, 1966,p.312.

aa lbid., p. 313.

Page 146: Vigarello Georges - Lo Limpio y Lo Sucio

294 I Notas

SEGUNDA PARTE

La ropa que lava

1. Lo que cubre y 10 que se ve

1 T. Platter, La Vie de Thamas Platter, trad. Ginebra, 1862 (l.aed. 1499), p. 24.

2 E. Le Roy Ladurie, Montaillou, aldea occitana de 1294 a 1324,Madrid, 1988.

3 Le Ménagier de Paris (siglo XIV), París, 1846, t. 1, p. 172.4 B. de Glainville, op. cit., s. 1.5 J. Sulpizio, Des bonnes moeurs et honestes convenances que doit

garder un jeune homme (siglo xv), Lyon, 1555, p. 7.6 Citado por L. Guyon, Diverses Leccns, Lyon, 1604, p. 826.7 J. Guillemeau, De la nourriture et du gouvernement des en{ants,

París, 1609, pp. 166-167.8 G. deChauliac, La Grande Chirurgie (siglo XVI), Lyon, 1592, p.

471. Esta «familiar-idad» con la miseria puede servir de apoyo alargumento melancólico de la Edad Media sobre la debilidad delhombre y la presencia constante de la muerte. Las relaciones entreesta miseria y la descomposición se imponen. Si el hombre, vivo, esputrefacción: «¿Cuáles son los frutos que nacen de nosotros? Losfrutos agradables y utilísimos que engendramos son las liendres, laspulgas, los piojos y los gusanos que crea nuestro cuerpo en nuestrocuerpo y crecen continuamente» (texto del siglo XIV citado por J.Delumeau, El miedo en occidente: siglos XIV-XVIII, Madrid, 1989.

9 M. Ettmuler, op. cit., p. 468.10 H. de Monteux, op. cit., p. 275.11 J.-B. Thiers, Traité des superstitions, París, 1692, p. 362.12 L. Guyon, Le Miroir de la beauté et de la santé du corps. París,

1615, p. 35.13 M. Le Long, Le Régime de santé de l'école de Salerne, París,

1633, p. 19.14 Anónimo, La Ne{ de santé, París, s.f. (h. 1490), s.l.15 A. de La Sale, L'Histoire et Plaisante Chronique du petit Jehan

de Saintré (siglo xv), París, ed. de 1724, p. 62.16 Glixelli, «Les contenances de table» (siglo XIV), Romania,

1921, p. 37.17 Marie de France, Lais (siglo XII), en Poétee et Romanciers du

Moyen Age, París, Gal1imard, Pléiade, 1979, p. 327.18 L. Le Grand, «Statuta de l'Hótel-Dieu de Vernon» (siglo XIII),

Statuts et Réglemente de léproseries et d'hopitaux du Moyen Age,París, 1903, p. 167.

19 L. Moulin, La Vie quotidienne des religieux au Moyen Age,París, Hachette, 1982, p. 153.

Notas I 295

20 Regle de saint Benoit, en Regles des moinee, París, Le Seuil(col. «Points»), 1982, p. 100.

21 C. Dehaisnes, «Inventaire de Guy, comte de Elandrea» (1305),Documents el Extraits divers concernant l'histoire de l'art dans laFlandre [...], Lille, 1886, p. 170.

22 «Inventaire des biens meubles de C. de Fouquembert», Jour­nal de C. de Fouquembert (1431-1436), París, 1915, p. LXX.

23 C. de Beaurepaire, Nouveau Recueil de notes historiques elarchéologiques concernant le département de la Seine inférieure,París, 1888, p. 173.

24 J. Labarte, Inventaire du mobilier de Charles V, París, 1879, p.75.

25 G. de Lorris, «Le Jardin d' Amour» (Roman de la Rose, Laparte, 1240), en Poétee et Romanciers du Moyen Age, op. cit., p. 550.

26 H. L. Bouquet, «Reglement du college de Harcourt» (1311),L 'Ancien College de Harcourt, París, 1891, p. 73.

27 L. Le Grand, «Statuts de I'hópital Comtesse aLille» (1250), op.cit., p. 74.

28 G. Boccaccio, op. cit., sobre la camisa; véase también F.Piponnier, Costume et Vie sociale, la cour d'Anjou XIV-XV' síécle,París, Mouton, 1970, pp. 134, 145, 168, etc.

29 Marie de France, op. cit., p. 320-321.30 E. Le Roy Ladurie, op. cit.31 L. Douét d'Arcq: «Comptes d'Etienne de La Fontaine», Comp­

tes de l'argenterie des rois de France au XIV" siécle, París, 1874, p. 84.32 P. Charbonnier, Guillaume de Murol, París, Institut d'études

du Massif central, 1973, p. 318.33 P. Peyvel, (Le budget d'une famille noble a l'aube du xv­

eiecle», Cahiers d'histoire, Lyon, 1980, núm. 1, p. 46.34 G. d' Avenel, Histoire économique de la propriété, des salaires,

des denrées et de tous les prix en général depuis l'an 1200jusqu'd l'an1800, París, 1885, t. V, pp. 553·556.

35 L. Barthélémy, «Inventaire du cháteau des Beaux en 1428)),Revue des sociétés sauantes, París, 1877, t. VI, p. 136.

36 A. Goldmann, lnventaire de Galeran le Breton (1299), París,1892, p. 3.

37 C. Arnaud, Histoire d'une {amille provencate, París, 1884,p.340.

38 Inventaire des biens de G. de Vernoit, étudiant de Sorbonne(1347), AN, M. 74.

39 B. Prost, Inventaire des ducs de Bourgogne, París, 1902, t. 1,p.37.

40 L. Douét d'Arcq, lnventaire de Jehanne de Presles (1347),París, 1878, pp. 16·17-26.

41 Regle de Saint Benoit, op. cit., p. 119.42 Le Roman de Jehan de Paris (siglo xv), en Poetee et Roman­

ciers du Moyen Age, op. cit., p. 721.

Page 147: Vigarello Georges - Lo Limpio y Lo Sucio

296 / Notas

43 Regle de Saint Benoit, op. cit., p. 98.44 La Regle du Maitre (siglo XI), París, Ed. du Cerf, 1964, p. 335.45 Ibid., p. 333.46 «Statuts de l'Hótel-Dieu de Vernon», op. cit., p. 153.47 E. Coyecque, L'H6tel-Dieu de Paris au Moyen Age, París, 1891,

p. 71.48 M. Briele, op. cit., t. JII, p. 47.

• 49 E. Coyecque, «Notioe sur I'ancien college des dix-huit», Bulle­tm de la société historique de la ville de Paris, París, 1887, p. 182.

50 «Reglement du college de Harcourt», op. cit., p. 75.51 N. de Delamare, «Ordonnance de police de 1348», op. cit., t. IV,

p.202.52 G. Boceacio, op. cit.53 J.-P. Leguay, op. cit., p. 58.54 «Ordonnance de police pour pourvoir au nettoiement de la

place Maubert» (1374), ibid., t. IV, p. 203.55 «Ürdonnance de 1395», ibid., t. IV, p. 204.56 Citado por B. Chevalier, Les Bonnes Villes de France du XIV'

au XVI' eiecle, Aubier, 1982, p. 224.

2. La piel y la blancura de la ropa interior

1 Bon~,venture des Périers, Récréatíons et Joyeux Devis, conteursdu XVI' sieele, op. cit., p. 394. ,

2 F. Rabelais, Gargantúa (1540). Madrid. 1989.3 L. Joubert, op. cit., p. 550.• Ibid.; t. Il, p. 28.5 M. de Montaigne, Ensayos, op. cit.6 J. L. Vives, Diálogos, Barcelona, 1988.7 M. Bicaís, La Maniere de régler la santé par ce qui nous

environne, Aix-en- Provence, 1669, p. 92., P. Bailly, op. cit., pp. 373·374.9 L. Savot, op. cit., pp. 102.103.10 C. Perrault, op. cit., p. 80.11 J. Fouquet, Les Heures d'Étienne Chevalier (1440·1480), París,

Draeger, 1971, pl. 11.12 G. Bellini, Retrato de unjoven senador (h. 1480), Padua, Museo

de la Ciudad.13 H. Memling, Joven (1475), Nueva York, col. Lehmann.14 J. Clouet, Galerie des portraits (principios del siglo XIV),

Chantilly, Museo Candé.15 J. Clouet, Francisco 1 (1525), París, Museo del Louvre.16 Pierre de Bourdeilles (llamado Brantóme), op. cit., t. V, pp.

302·303.17 C. Sorel, Les Lois de la galanterie, París, 1644, p. 12.

Notas / 297

18 M. Faret, L'Honnéte Homme ou l'art de plaire ala cour, París,1630, p. 233.

19 Mme de Maintenon, Éducation morale, choix de lettree (cartade 1711), París, 1884, p. 157.

20 M. Broseard: «État de la maison du duc d'ürléans, frére du roiCharles IX», Bulletin archéologique du comité, París, 1890, p. 19.

21 R. F. Le Men, «Le livre de compte du sieur de La Raye»,Bulletin de la société archéologique du Finistére, Rennes, 1877-1879,p. 102 s.

22 E. Bonnaffé, Inventaire de la duchesse de Valentinois, París,1878, p. 99.

23 A. Descloseaux, Gabrielle d'Estrées, París, 1898, p. 271.24 G. Tallemant des Réaux, op. cít., t. I, p. 7: (El difunto rey Luis

XIII, pensando que así aparentaba ser buen compañero, decía: "Hesalido a mi padre, siento la bolsa"»; cf. también la notable bibliogra­fía escrita por Jean-Pierre Babelon, Henry IV, París, Fayard, 1982,p.255.

25 G. Baschus de Lagreze, Henry IV, uie privée, détails inédits,París, 1885, p. 92.

26 Y. Bézard, «L'Inventaire apres déces du mercier Cramoisy»,Bulletin de la société historique de la ville de Parte, París, 1937, p. 51.

27 F. Lehoux, op. cit., pp. 221-222.28 M. Mireur, «Inventaire des habillements et parures d'une

dame de Provence», Revue des sociétés savantes, París, 1874, t. II, p.125.

29 E. Soulé, Recherches sur Moliere, París, 1863, p. 273; E. M.,vizconde de Grouchy, Inoentaire de Jean Racine. París, 1892, pp. 29­30; A. Joubert, Les Constantin, París, 1890, p. 237.

30 A. Thomas, L'Isle des Hermaphrodites, París, 1724 (La ed.1580), p. 14.

31 Cf. R. Ritter, Henry IV, Iui-méme, París, 1944, p. 403.32 A. de Montpensier, Mémoires, París, 1735 (La ed. 1728), t. I,

p. 157.33 G. Tallemant des Réaux, op. cit., t. l, p. 534.34 L. de Saint-Simon, op. cit.:15 Ibíd., t. XXVIII, nota de Boislile, p. 357.36 A. Bosse, La Galerie du palais, París, 1640, grabado BN.37 L. Le Nain, Infanta, 1630, Nantes, Museo de Bellas Artes.38 M. Lasne, Louis de Bourbon, 1632, París, grabado BN.39 Cornelis de Vos, Retrato de familia, 1631, Amberes, Museo

Real de Bellas Artes.40 Estados generales de 1614; véase citado por L. Godard de

Donville, Signification de la mode sous Louis XIII, Aix-en-Provence,Edisud, 1978, p. 208.

41 A. du Verdier, 1576, citado por R. Aragon, Les Loie somptuai­res en France. París, 1921, p. 69.

42 A de Montpensier, op. cit., t. I, p. 184.

Page 148: Vigarello Georges - Lo Limpio y Lo Sucio

298 / Notas

43 L. de Saint-Simon, op. cit., t. XV, p. 96.44 E. Soulé, op. cit., p. 252.45 B. de Montbrison, Inventaire des habits, bagues, joyaux el

habillements de Mme Isabeau de Tournon (1610), París, 1910, p. 13.46 Maison d'Anne d'Autriche, AN, K. 203." G. d'Avenel, op. cit., t. V, pp. 553-556, Y t. III.48 A. Courtin, De la civilité qui se pratique en France parmi les

honnétes gens, París, 1671, p. 100.

49 Mme de Maintenon, Éducation morale [...[. op. cit., p. 179.50 M. dom, Félibien, Histoire de la ville de Parte, París, 1725, t.

IV, p. 266.51 C. Démia, Réglemens pour les écoles du diocese de la oille de

Lyon, 1716, p. 39.• 52 Bétancourt, Instruction méthodique de l'école paroissiale, Pa­

rrs, 1669, pp. 67-66.53 C. de Rochemonteix, «Reglement du college de La Fleche»

(siglo xvn), en Un college de jésuites aux XVII' et XVIII' eiéclee, París,1889, t. I1I, p. 192.

54 Regles de la Compagnie de Jésus, París, 1620, p. 386.55 Ibid.56 C. Sorel, Histoire comique de Francion (1624), en Romanciers

du XVII' eiécle, op. cit., p. 189.57 G. Carré, «Reglement de la pension de l'oratoire en Charnpag­

~e~) (siglo XVII), en L 'Enseignement secondaire ti Troyes du MoyenAg. d la Réuolution (1662), p. 361.

58 Réglement des religieuses ursulines [...l, op. cit., t. 1, p. 96.59 Ratio Studiorum, ms. BN, 1585.60 Cf más arriba, nota 57.

3. Apariencias

1 G. Tallemant des Réaux, op. cit., t. II, p. 827.a Ibid., t. 1, p. 519.a Ibíd., t. 1, p. 615.4 L. de Saint-Simon, op. cit.e [bid.s Mme de La Guette, op. cit., p. 116.7 Mme. de Maintenon, op. cit., p. 334.8 G. Tallemant des Réaux, op. cit., t. 1, p. 531.9 B. Castiglione, El cortesano (siglo XVI), Madrid, 1984.10 Le Mercure galant, París, julio de 1677, p. 274.11 Ibid., p. 280.12 «PrOCeS verbal de la visite de I'évéque de Chartres a Saint­

Cyr», Versalles, 1692; véase T. Lavallée, Histoire de Saint-Cyr, París,1866, p. 309.

13 P. Beaussant, Versailles opéra, París, Gallimard, 1981.

Notas I 299

14 Anónimo, La Ciuilité nouuelle (...], op. cit., p. 103.15 El cuadro de A. Bronzino, Lucrezia Panciatrichi (1550) es un

buen ejemplo. Véase, sobre ello, la reciente obra de P. Perrot, LeTravail des apparences ou les transformations du corpe {éminin,XVIIl'-XIJr eiécle, París, Le Seuil, 1984: «La Renaissance et l'Ageclaseique, si sales, se fardent généreusement», p. 33.

16 A. Largilliere. Luis XIV y su familia (1711), Londres, col.Wallace.

17 J. Liebault, Trois Livres de l'embellissement et de l'ornamentdu corps humain, París, 1632 (La ed. 1582), p. 215.

18 A. de Montpensier, op. cit., t. Il, p. 196.19 P. Scarron, op. cit., p. 560.20 A. Furetiere, Le Roman bourgeois (1666), en Romanciers du

XVII' eíécle, op. cit., pp. 1048.21 A. de Montpensier, op. cit., t. 1, p. 119.22 Anónimo, Discours de la mode, París, 1613, citado por J.

Quicherat, Histoire du costume en France, París, 1877, p. 463.23 J. de Renou, Institutions pharmaceutiques, París, 1626, p. 185.24 Anónimo, La Mode qui court ti présent et les singularités

d'ícelle, París, 1622, p. 3.25 S. Barbé, Le Par{umeur royal, París, 1691, pp. 112-113.26 L. Guyon, op. cit., p. 338.27 P. Scarron, op. cit., p. 560.28 P. Beaussant, op. cit., p. 88.29 A. de Montpensier, op. cit., t. 1, p. 158.30 L. Douét d' Arcq, «Inventaire et vente apres déces des biens de

la reine Clémence de Hongrie» (1328), Nouveau Compte (...], op. cit.,p.80.

31 L. Barthélémy, op. cit., p. 134.32 L. Douét d'Arcq, op. cit., p. 214.33 C. de Troyes, Perceval le Galois (siglo XIII), París, ed. de 1866­

1867.34 Margarita de Navarra, El Heptamerón (1548), Madrid, 1978.35 G. Dupont de Drusac, Controverses des sexes masculins et

{éminins, París, 1536, p. 62.36 A. Piémontais, Les Secrets (...], París, 1567.37 G. Bouchet, Les Sérées, Lyon, 1618 (LB ed. 1570), p. 140.38 Anónimo [...] Préservatifs contre la peste, op. cit., p. 19.39 lbíd., p. 18.40 N. Lemery, Recueil des plus beaux de médecine, Amsterdam,

1709, pp. 360-363.41 J. de Renou, op. cit., p. 181.42 G. de Chauliac, op. cit., p. 181.43 A. Piémontais. op. cit., p. 146.44 J. de Renou, op. cit., p. 184. Existe una representación casi

médica de la purificación en el siglo XVII: en una reciente tesis (Sanget Encens. Anthropologie de l'odeur, Université de Paria VII, 1984),

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300 I Notas

Annick Le Guerer subraya sutilmente un posible paralelismo entrela manipulación de los desperdicios humanos y la atención a lasevacuaciones individuales. Las inmundicias que permanecen dema­siado tiempo en el cuerpo pueden ser peligrosas, como lo son lasinmundicias que se quedan en la ciudad. Ambas provocan fiebres yepidemias, por lo que son precisas purgaciones y sangrados. Le RoyLadurie subrayó recientemente (ef. la introducción al libro deClaude Grimmer, La Femme et le Bátard, París, Presses de laRenaissance, 1983) la importancia social de tales precaucionespurgativas: «Cuanto más instalado se está en la sociedad, más lesangran y purgan a uno», p. 13.

45 F. Rabelais, op. cit.46 J. de Renou, op. cit., p. 184.47 Barbe, op. cit., p. 109.48 J. Guiffrey, lnventaire général du mobilier de la couronne

(siglo XVII), París, 1885-1886, t. Il, p. 103.49 G. d'Ierni, Paris en 1596 vu par un Iuüien, publicado por G.

Raynaud, París, 1885, p. 6.50 S. Locatelli, Voyage en France (1664-1665), París, 1905, p. 144.51 Princesse Palatine, Lettres, París, Mercure de France, 1982

(1.' ed. 1843), p. 244.

TERCERA PARTE

Del agua que penetra en el cuerpoa la que lo refuerza

1. Una suave sensación de la piel

1 S.-G. Longchamp y J.-L. Magniere, Mémoires sur Voltaire,París, 1826, t. 1, p. 120.

2 María Antonieta o Josefina de Beauharnais tienen doncellasque las ayudan a bañarse. Cf. Mme de Campan, Mémoires, París,Ramsay, 1979 (La ed. 1823), p. 60 Y Mlle M. Avrillon, Mémoires,París, Mercure de France, 1969 (La ed. 1823), p. 224.

3 P. de Nolhac, Le Chdteau de Versailles sous Louis XV, París,1898.

4 L. C. de Luynes, Mémoires, París, 1865-1867, t. X, p. 180.5 Maréchal de Richelieu, Mémaires, París, 1793, t. VI, p. 119.6 Avis concernant les nouveaux bains de la Seine [...J, París, 1761,

p. 1., lbid.8 H. Maret, artículo «Bain», Encyclopédie, París, 1751, t. Il, p. 21.

Notas I 301

9 F. Raymond, Dissertation sur le bain aqueux simple, Aviñón,1756, p. 19.

10 J.-F. Blondel, L'Architecture francaiee ou recueil de plans [...],París, 1752·1756, 4 vol.

11 J. Marot, L'Architecture francalee ou recueil de plans, París,1750 (1." ed. 1727).

12 Artículo «Baignoire», Encyclopédie, op. cit., t. Il.13 S.-G. Lonchamp y J.-L. Megniere, op. cit., t. 11.14 É. de Croy, Mémoires, 1727-1784, París, s.f., p. 178.15 J. de Lespinasse, Lettres (1769-1776), París, Garnier, s.f., p. 45.16 C. E. Gauthier de Brecey, Mémoires véridiques et lmprévues de

la vie privée, París, 1834, p. 146.17 G. G. Casanova, Memorias, Madrid, 1982. cr., aquí mismo, el

capítulo siguiente: «El agua y los nuevos vigores.»18 cr., aquí mismo, el capítulo siguiente: «El frío y los nuevos

vigoree.»19 P. Richelet, Dictionnaire de la langue [mncaiee, París, 1728,

t. m, p. 287.2(} J.-F. Bastide, La Petite Maison, París, 1758.21 J ..F. Bastide y J.-F. Blondel, L'Homme du monde éclairé par

les arts, París, 1774, t. l, p. 146.22 J.-F. Bastide, op. cit., pp. 18-19.23 C. L. Montesquieu, Cartas persas (1721), Madrid, 1986.24 F. M. Voltaire, Le Mondain (1736), en Mélanges, París, Galli-

mard, Pléiade, 1965, p. 208.ae Ibid., p. 203.26 lbíd., p. 205.27 G. G. Casanova, op. cit.28 A. R. Le Sage, Le Diable boiteux (1726), en Romanciers du XVIf

siécle, París, Gallimard, Pléiade, 1966, t. 1, p. 284.29 A. Le Camus, Abdeker ou l'art de conserver la beauté, París,

1754, p. 94.30 Mme S. F. de Genlis, Dicticnnaire critique et raisonné des

étiquettes de la cour, París, 1818, t. 1, p. 64.31 J.-F. Blondel, Traité d'architecture dans le gout modeme,

París, 1737, t. 1, p. 172.32 Cf. también C. E. Briseux, L'Art de batir des maisons de

campagne, París, 1743. «Se suele instalar el apartamento de baños enel jardín», p. 7.

33 D. Diderot, Lettres a Sophie Volland, en Oeuvres completes,París, Club franceia du livre, 1969, t. VIII, p. 877.

34 Prince de Ligne, Mes adieux aBeloeil (h. 1770), Bruselas, 1914,s.p.

35 Le Médecin des dames ou l'art de conserver la santé, París,1771, p. 318.

36 J.-J. Poitevin, Lettre ti messieurs les doyens et docteurs régentsde la faculté de Médecine, París, 1776, p. 1.

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302 I Notas

37 lbid.38 cr. Décret de la faculté de Médecine sur les nouveaux bains

établis aParis sur les quais de la Grenouillére, París, 1723. Los bañosAlbert y los de Poitevin tienen baños calientes. Los describeMercier, pero también la Guide des amateurs et des étrangersvoyageurs ti Parie, de Thiéry, editada en 1787 (t. lI, p. 597). Ya hayalgunos baños fríos que plantean un problema diferente; cf capítulosiguiente.

39 J.-J. Poitevin, op. cit., p. 13.40 Sobre el precio del baño; cf Sobre el salario de los artesanos

en 1760, cf M. El. Kordi, Bayeux aux XVIr et XVIlr síéclee, París,Mouton, 1570, pp. 256-257.

41 J.~J. Poitevin, op. cit., pp. 11·12.42 La disertación de F. Raymond, op. cit., ganó el premio.4.3 F. Raymond, op. cit., p. 25.44 J..P. de Limbourg, Dissertation sur les bains d'eau simple,

Lieja, 1757, p. 43.45 G. Guillard de Beaurieu, L'Heureux Citoyen, Lille, 1759, p. 22.46 Le Voyer, marqués d'Argenson, Mémoires et Journal inédit,

París, 1867, t. 1, p. 205.47 B. Chevallier, «Les inventaires mobiliers du cháteau de la

Malmaison», Bulletin d'histoire de la Ville de París, 1979, pp. 105­107.

48 cr. H. Havard, Dictionnaire [...l. op. cit., t. 1, p. 313.49 L. Duvaux, Livre journal (1748·1753), París, 1873, p. 94.50 J. Deville, Dictionnaire du tapieeíer, París, 1877, t. 1, p. 515.51 cr. H. Havard, Dictionnaire [...lo op. cit., t. 1, p. 313. Cf también

el artículo de R. H. Guerrand, «L'áge d'or du bidet», L'Histoire,París, Le Seuil, 1983, núm. 157, p. 84.

52 P. Verlet, «Inventaire du cháteau de Montgeofrcy» (1775), LaMaison au XVII' eiéele en France. París, Baschet, 1966, p. 262.

53 «Inventaire du Palais-Bourbon- (1779), íbid., p. 274.54 G. de Saint-Aubin, Les Papillonneries humaines (1770), París,

grabado BN.55 O. 'I'eiseier, La Maison d'un bourgeois du XVII' siécle, París,

1886.56 Véase E. Dumonthier, Mobilier national de France, le meuble

toilette, style Louie XV, Louis XVI, premier et second Empire, París,1923.

57 «Inventaire de J ..J. Rousseau a Montmorency, rue Mont­Louia», en las Memorias de Mme d'Épinay, publicadas por F.Boiteau en 1884, p. 435.

58 J. Corday. [nventaire de Mme de Pompadour, París, 1939, pp.111-113.

59 B. Chevallier, op. cit., p. 109.60 P. Verlet, op. cit., p. 262.61 N. J. Jacquin, De la santé, París, 1762, p. 290.

Notas / 303

62 A. G. Le Begue de Preele, Le Conservateur de la santé, París,1763, p. 345.

63 Le Médecin des dames, op. cit., p. 302.64 J.-F. Blondel, Traité d'architecture [...], op. cit.65 J ..F. Blondel, L'Architecture francaise, op. cit.66 P. Le Muet, Maniere de bien batir pour toutes sortes de

pereonnes, París, 1623.67 C. Oulmont, La Vie au XVII' siécle, la maison, París, 1929, p. 31.68 B. Chevallier, op. cit.•• J.-B. Blondel, Architecture (...]. op. cít., t. 1, p. 239; t. 11, p. 200;

t. 111, p. 111. Véase el estado anterior de ciertas mansiones en P.-J.Mariette, Architecture [raneaiee, París, 1727, 2 vol.

70 J.-F. Blondel, op. cit., p. 239.r i Ibid., t. 11, p. 86.72 Ibíd., t. 111, p. 84.73 L. de Saint-Simon, op. cit., t. XXVIII, p. 250.74 Tal mobiliario se venderá el 3 de octubre de 1765: «Un bonito

mueble de aseo, o tocador, de unos 9 pies de alto por 6 de ancho y 11de largo con techo y artesonado, pintado en tela por M. de Machy».Véase H. Havard, en Dictionnaire (...], op. cit., t. IV, p. 1356.

75 La interpretación que da Norbert Élias en la Soeíété de cour,París, Calmenn-Lévy, 1974 (ed. alemana, 1969), p. 29, sigue siendofundamental.

rs J.-F. Blondel, Architecture (...]. op. cit., t. I1I, p. 111." [bid. t. I1I, p. 60.78 J. Starobinski, L'invention de la liberté (1700·1789), Ginebra,

Skira, 1964, p. 16.7' J. Corday, op, cit., p. 20 e, y J.-F_ Blondel, op. cit., t. I1I, p. 111.80 Se emplea el término después de 1770; cf P. Verlet, op. cit., p.

262.81 Este tema puede abordarse aquí de manera indirecta. Para un

estudio específico, véase L. Wright, Clean and decent, Londres, 1960,y H ..G. Guerraud, «Petite histoire du quotidien: l'avenement de lachasse d'eau», L'Histoire, París, Le Seuil, 1982, núm. 43.

82 Cf. más arriba, capítulo 5.83 É. de Croy, Mémoires, op. cit., p. 33.

2. El frio y los nuevos vigores

1 Brouzet, Éducation médicinale, París, 1754, t. 1, pp. 82·83.2 Mercure galant, París, septiembre de 1724, p. 1913.a P. Noguez, Explication physique des effects de l'eau, Hoffmann,

Les Vertus médicinales de l'eau commune, París, 1730, t. Il, pp. 437­438.

, Ibíd., p. 439.5 L. de Préville, Méthode aisée pour conserver sa santé, París,

1762, p. 368.

Page 151: Vigarello Georges - Lo Limpio y Lo Sucio

304/ Notas

6 J. Huxan, Essai sur les différentes eepécee de fiévree, París, 1752(1." ed. Londres, 1750), p. 36.

7 P. Pomme, Traité des affections vaporeuses des deux sexes,Lyon, 1763, p. 18.

a N ..J. Jacquin, op. cit., pp. 286·287.9 J. Ballexserd, Dissertation sur l'éducation physique des enfonte.

Geneve, 1762, p. 152. Francia no halla si no tarde ciertos principiosde Locke sobre la educación por el «frío), Cf L 'Education desenfants, trad., Amsterdam, 1965 (9." ed. 1693), p. 8 s.

10 cr. el artículo «Bains», Encyclopédie, t. 1I, 1760, pp. 20·21.11 -Ieze État ou tableau de la Vitle de Parte, ed. de 1757, p. 187.

Los textos' inmediatamente anteriores, como el del padre Antonini,Memorial de París, 1744, o el de J.-C. Nemeitz, Séjour de Paris,Leyde, 1727, no mencionan estos establecimientos. Pero hace tiempoque hay instalaciones someras destinadas al juego, sobre todo. Cf. G.F. Saint-Foix, Essais historiques sur Paris, París, 1777, t. VII, p. 96.

12 -Ieze, op. cit., p. 187.13 J ..P. de Limbourg, op. cit., p. 35.14 P. Fabre, Essais sur différents points de physiologie, de patho­

logie et de thérapeutique, París, 1770, p. 317.15 La medicina del siglo XVIII orienta la atención hacia los

«sólidos- del cuerpo, dotándolos de ciertas cualidades particulares,entre las que se cuenta la irritabilidad, lo que no tiene consecuen­cias sobre la imagen de un organismo «que reacciona» ante el medioambiente. Cf. sobre este punto, M. D. Grmek: «La noción de fibraviviente en los médicos de la escuela iatrofísica», CUo Medica. Ox­ford, 1970, vol. 5.

16 H. Maret, Mémoire sur la maniere d'agir des bains d'eau douceet d'eau de mer, París, 1769, p. 48.

17 J..P. de Limbourg, op. cit., p. 59; Le Monnier ya había medido,en 1747, la aceleración de su pulso según el diferente calor del agua.Cf Mémoires de l'aeadémie des Sciences, 1747, p. 271.

18 T. Tronchin, Manuscrit de 1764, citado por H. Tronchin, Unmédecin du XV¡P eieele, Théodore Tronchin, París, 1906, p. 59.

19 El ejemplo presente suele ser el de las leyes y de la educaciónespartanas (especialmente la Vida de los hombres ilustres, de Plutar­co), en las que el simple hecho de soportar el frío con una si~ple

túnica es ya reforzador. La «virilidad» que se evoca aquí mantieneuna ambigua relación con la limpieza que siempre puede revelar una«debilidad». En el ascetismo espartano, ser limpio es ser «tierno».Plutarco dice claramente lo que Tronchin ya no dice, claro está,pero subraya éste, por lo menos, el primer significado del frío:«Siempre estaban sucios, excepto algunos días del año, en los queesta ternura les estaba permitida» (t. I, p. 92, de la edición dePlutarco en 1838). El frío es, sobre todo, rusticidad.

20 T. Tronchin, op. cit., p. 59.

Notas / 305

21 C. A. Vandermonde, Essai sur la maniere de perfectionnerl'eepéce humaine, París, 1756, t. lI, p. 215.

22 J. Mackenzie, Histoire de la santé ou de l'art de la conserver,La Haya, 1761, p. 172.

23 L. A. La Hontan, Nouveaux Voyages du baron de La Hontandans l'Amérique septentrionale, La Haya, 1709; C. Le Beau, Aventureparmi les sauvages de l'Amérique septentrionale, Amsterdam, 1738,2 vol.

24 J ..J. Rousseau, Emilio (Lw ed. 1762), Madrid, Alianza Edit.,1990.

25 lbíd., p. 20.26 lbíd., p. 38.27 J ..J. Rousseau, Discurso sobre las ciencias y las artes (1.a ed.

1750), Madrid, 1987.28 Daunou, citado por D. Julia, «Le brauet noir des enfants de la

patrie», Raison présente, Bris, 1981, núm. 59, p. 115. Mona Ozouf, La[éte révolutionaire, 1789-1799, París, NRF, 1976: «La deshistorizaciónde la historia antigua primitiva utopizada en una vida sencilla,frugal y equitativa» (p. 330).

29 Jeanbon de Saint-André, 1792, citado por D. Julia, op. cit., p.114.

30 J.-L. Fourcroy de Guillerville, Les Enfants élevés dans l'ordrede la nature, París, 1774, p. 90.

31 C. A. Vandermonde, op. cit., t. H, p. 219.32 S. Mercier, Tableau de Paris, París, 1783, t. IlI, p. 98.33 C. A. Vandermonde, op. cit., t. 1I, p. 212.34 P. Bourdieu, «Le Nord et le Midi, contribution a l'effet

Montesquieu», Actes de la recherche en sciences sociales, París, 1980,núm. 35, p. 25.

35 F. M. de Grimm y D. Diderot, Correspondance littéraire {...l.París, enero de 1782 (ed. de 1813), t. 1, 3.a parte, p. 314.

36 J.-A. Millot, Art d'améliorer et de perfectionner les hommes,París, 1301, t. 1, p. 92.

37 lbiá.38 Cf. S. A. Tissot, Avis au peuple sur sa santé, París, 1765, 2 vols.

El texto de Tissot es un buen ejemplo de las imágenes que evoca elfrío: acelerar la transpiración y reforzar. El frío parece ser esencial­mente un factor de dinamización en el que participan fibras, fibrillasy nervios: «El baño frío restablece la transpiración, vuelve a darfuerza a los nervios y disipa todos los desarreglos que ocasionanestas dos causas en la economía animal» (t. 1I, p. 66). El agua es, ental caso, para empezar, un medio «conmocional».

39 Mme M. C. R. de Maraise, Correspondance, 27 mayo 1780,citado por S. Chassagne, Une femme d'affaires au XVIP eiecle,Toulouse, Privat, 1981, p. 106.

40 Ibíd., p. 141.e i lbíd., p. 74.

Page 152: Vigarello Georges - Lo Limpio y Lo Sucio

306 / Notas

42 S. A. Tissot, op. cit., t. Il, p. 63.43 S. Mercier, op. cit., t. V, p. 77.44 Cf más arriba, parte Il, cap. 2.45 J. N. Dufort de Cheverny, Mémoires (1731-1802), París, 1886, t.

I1, p. 22.46 Anuncio de La Gazette de santé, París, 1776, p. 107.47 B. Franklin, Correspondance choisie, trad. París, 1818, 2 vol.

(carta del 28 julio 1768).48 Réglement concernant les nouvelles écoles royales militaires, du

28 mars 1776, Archives historiques de l'Armée, ya 145, arto 9.49 Ibíd., arto 10.50 G. Dupont-Ferr'ier, Du college de Clermont au lycée Louis-le­

Grand, Paris, 1920, p. 186.51 Inuentaire de l'ameublement de Brienne, 1788, Archives hiato­

riques de I'Armée, ya 158.52 J. Verdier, Cours d'éducation ti l'usage des éleves destinés aux

premié-es professions el grands emplois de í'Etat, París, 1777, p. 232.sa Ibíd., p. 368.54 Cf. padre Arnaud: «Establecimiento que interesa a la utilidad

pública y a la decoración de la capital», La Gazette de eanté, París,1777. Arnaud, en un texto que lleva el mismo título, de 1790, exponesus gestiones entre las diversas academias y ante personalidadescercanas al rey. Parece que la negativa proviene de M. de LaMichaudiere, preboste de los comerciantes y del ministerio deBreteuil. El establecimiento debía estar adosado a los pilares de unpuente parisino. Las razones de la negativa son oscuras y estánvinculadas, a pesar de todo, al costo del establecimiento, al temor deque entorpeciera el tráfico del Sena y a la convicción de su noutilidad (texto de 1790, p. VII a X). Cf también L. C. Marcquart,Manuel sur les propriétés de l'eau, París, 1783, p. 349.

55 Turquin, Avis, au public sur l'etablissement d'une école denatation, París, 1786, p. 1.

56 Artículo «Natation», Encyclopédie, op. cit., t. Il, p. 54 s.57 L. C. Macquart, op. cit., p. 347.58 Turquin, op. cit., p. 1.59 Ibid., p. 3.60 El general Thibault evoca en sus Mémoires, publicadas en

1893, algunas anécdotas de esta escuela de natación. ~n la queencuentra a los niños de Orleáns (t. I, p. 198 s.). Cf. también Arnaud(1790), op. cit.: «El señor Turquin, sin consultarme, hizo una escuelade natación para los ricos y no para los hijos del pueble» (p. X).

61 C. J. Defrance, «Esquiase d'une histoire sociale de la gymnas-tique», Actes de la recherche en sciences sociales, París, 1976, núm. 6.

62 H. Tronchin, op. cit., p. 86.63 A. Paré, op. cit., p. 947.64 J.-L. Fourcroy de Guillerville, op. cit., p. 107.65 Artículo «Freid», Encyclopédie, op. cit., t. VII, p. 323.

Notas I 307

66 H. Maret, Mémoire [...l, op. cit., p. 21. .67 G. G. Hufeland, Avis aux meres sur les points les plus smpor­

tants de l'éducation physique des enfants, París, 1800 (1.a ed. alema­na, 1796), pp. 19·20.

68 Sobre la inoculación a fines del siglo XVIII, cf. J.-F. deRaymond, La Querelle de l'inoeulatíon, París, Vrin, 1982.

3. Naturaleza y artificio

1 Baronne A. d'Oberkirch, Mémoires, París, Mercure de France,1970 (1." ed. 1787), p. 199.

a [bid.3 S. Mercier, op. cit., t. 1, p. 94.4 A. Riballier, De l'éducation physique et morale des [emmee,

Bruselas, 1779, p. 38.5 A. Ganne, L 'Homme physique et moral, Estrasburgo, 1791, p. 43.6 J.-J. Rousseau, Emilio, op. cit., [bid.8 Cf. A. Riballier, op. cit., p. 64: «Sin duda, me opondrán que sólo

tomé mis ejemplos en la clase de la gente rica, y lo reconozco. Perono hay que decir que si me he inspirado en esta clase es porque esella la que da impulso a los que son inferiores. Todo el universo sehalla hay infectado y degradado por el contagio de sus funestosejemplos.»

9 N.-J. Jacquin, op. eit., pp. 291-292.10 N. G. Le Begue de Presle, op. cit., p. 340.11 Le M¡decin des hommes depuis la puberté juequ'á l'extréme

vieillesse, París, 1772, p. 413.12 Marquise de La Tour du Pin, .Mémoíree, París, Mercure de

France, 1979 (1." ed. 1907), p. 39.13 Los temas se abordan paralelamente, sobre todo desde 1760.

Cf. los autores ya citado y, entre otros, a Desessarts, Tronchin,Riballier, Jacquin, Rousseau.

14 S. Mercier, op. cit., t. IV, p. 125.15 L. de Jaucourt, artículo «Cosmétique», Encyclopédie, t. IV, p.

292.16 L. de Jaucourt, artículo «Fard», op. cii., t. VI, p. 410.17 L. de Jaucourt, artículo «Cosmétique», op. cit., p. 292.18 Artículo «Art du Parfumeur», Encyclopédie méthodique, París,

1789, t. IV, p. 31.19 Duc de Levis, Souvenirs et Portraits (1780-1789), París, 1815, p.

48.20 Mme S. F. de Genlis, Mémoires, París, 1825, t. 1, p. 274.21 Marquise de La Tour du Pin, op. cit., p. 75.22 lbid.

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308 I Notas

23 Cf F. Boucher, La Marquesa de Pompadour (1759), col.Wallace, Londres.

24 Baronne A. d'Oberkirch, op. cit., p. 295.25 S. Mercier, op. eit., t. V, p. 77.26 Cabinet des modes, París, 1785-1786, p. 115.27 Cabinet des modes, op. cit., 1786, p. 43.28 Affiches el Annonces de Parte, París, 1773, p. 132 Y 179; 1780, p.

139 Y 208.29 Artículo «Propreté», Encyclopédie, op. cit. (1765), t. XIII, p.

490.30 S. Mercier, op. cit., t. XI, p. 79.31 tua., t.XI, p. 72.32 N.-J. -lacquin, op. cit., p. 290.33 S. Mercier, op. cit., t. 1, p. 94.34' J.-C. Bomare, artículo «Aromate», Dictionnaire d'histoire na­

turelle., París, 1764, t. l. p. 335.35 P. Pornme, op. cit., p. 423. Cf también artículo (Muse»,

Encyclopédie, op. cit., t. X, p. 881.36 P. V. de Seze, Recherches physiologiques et philosophiques sur

la sensibilité ou la vie animales, París, 1786, p. 236.37 J.-C. Bomare, artículo «Homme», op. cit., t. IV, p. 436.38 G.-L. de Buffon, Discours sur la nature des animaux (1753), en

«Oeuvres philoeophiquee», París, PUF, 1954, p. 33l.39 Bernardin de Saint-Pierre, Etudes sur la nature, París, 1838

(1.' ed. 1820), p. 203.40 A. Corbin, Le Miasme et la Jonquille, París, Aubier, 1982, p.

81.41 Artículo «Muso>, Encyciopédie, op. cit., p. 88l.42 F. Vicq-d'Azir, Instructions sur la maniere de désinfecter une

paroisse, París, 1775, p. 8.43 S. A. Tissot, Avis [...], op. cit., t. 1, p. 100.H N.-J. Jacquin, op. cit., p. 290.45 Mme S. C. Necker, Mélanges extraits des manuscrits de Mme

Necker, París, año VI, t. 1, p. 262.46 L. de Jaucourt, artículo «Cosmétique», op. cit., p. 291.47 N.-J. Jacquin, op. eit., p. 29l.48 Baronne A. d'Oberkirch, op. cit., p. 194.49 J.-J. Rousseau, Julie ou la Nouvelle Héloíee, París, Garnier,

1960 (1.' ed. 1760), p. 530.50 S. A. Tissot, op. cit., t. l, p. 10l.51 B.-C. Faus, Sur le vetement libre, unique et national d l'usage

des enfants, París, 1792. Véase también el libro de Philippe Perrot,Le Travqil des apparences [...], op. cit., que cita B.-C. Faust, p. 103.

52 W. Harvey, De motu cordis et sanguinis in animalibus, Frank-furt, 1628.

53 F. Frier, Guidepour la conservation de l'homme, París, 1789, p.74.

Notas I 309

54 lbíd., p. 33.55 S. A. Tissot, op. cit., t. Il, p. 62.56 N.~A. Jacquin, op. cit., p. 289.57 M. Dejean, Traite des odeure. 1777, p. 467.

4. Efluvios populares y urbanos

1 La Gazette de eanté, París, 1773, «Préface».2 lbíd., 1785, prospecto.3 Journal de santé, Burdeos, 1785.4 «Création de la société de santé a Lyon en 1793», Journal de

santé, Burdeos, año 1, p. 97.5 M. Moheau, Recherches et Considérations sur la population de

la France, París, 1778, t. 1, p. 19l.6 C.-A. Vandermonde, op. cit., t. 1, p. 3l.7 Cf. J.-P. Meyer, «Une enquete de l'académie de Médecine sur

les épidémiee (1774-1794»), Annales ESe, París, 1966; J.-P. Peter,«Enquéte de la Société royale de Médecine (1774-1794)>>, AnnalesESe, París, 1967.

8 Turneau de La Morandiere (1763), citado por B. Barret Kriegel,«L'hópital comme équipement», Les Machines aguérir, París, Insti­tut de l'environnement, 1976, p. 28.

9 M. Moheau, op. cit., t. 1, p. 17.10 El tema de la limpieza individual va a abordarse explícitamen­

te desde el punto de vista de las condiciones colectivas de vida. Laorientación es fundamental, incluso si sólo se esboza.

11 J.-J. Menuret, Essais sur l'histoire médico-topographique deParte, París, 1786, p. 88.

12 J. Razou, Tableau nosologique et météorologique, Basilea, 1767;L. Lepecq de la Clóture, Collection d'observations sur les maladies etconstitutions épidémiques, París, 1778, 2 vol.; G. Daignan, Tableaudes variétés de la oie humaine, París, 1786.

13 J.-B. Banau y A.-F. Turben, Mémoire sur les épidémies duLanguedoc, París, 1786, pp. 12·13.

14 S. Hales, Description of ventilators, Londres, 1743; J. Priesley,Experirnents and observations on differend kinds of oír, Londres,1772.

15 Ver más particularmente el artículo de Jacques Guillerme,«Le malsain et l'économie de la nature», Dix-Huitíéme Síécle, París,1977, núm. 9 (Le Sain et le Malsain). «En verdad, no basta con decirque los inventos de la química neumática están animando el fin delsiglo, el cuadro de la naturaleza. Habría que hablar más bien dedramatización, puesto que se trata de representaciones que seorientan hacia el orden y los desórdenes de los fenómenos de lavida» (p. 62).

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310 I Notas

16 M. du Tennetar, Mémoire sur l'état de l'atmosphére ti Metz elses effets, Nancy, 1778, p. 23.

17 P. Bertholon, De la salubrité des villes, Montpellier, 1786, p. 6.18 Citado por P. Muray, Le XIX' eíécle ti trauers les ages París

Denoél, 1984, p. 33. ' ,19 J.-H. Ronesse, Vue sur lapropreté des rues, París, 1782, p. 13.20 Londres, Réflexions sur le projet d'éloigner du milieu de Paris

les tueries de bestiaux el les [oruieries, París, 1788, p. 15.2l J.-L. Moreau de La 8arthe, Essai sur la gangréne humide des

hópitaux, París, 1796, p. 20.22 J.-J. Menuret, Essai sur l'action de l'air dans les maladiee

contagieuses, París, 1781, p. 85.23 Citado por P. Muray, op. cit., p. 36.24 cr. J.-L. Harouel, «Les fonctions de l'alignement dans l'orga­

nisme urbain», Dix-Huitiéme Siécle, op. cit.25 Cf. G. de Bory, Mémoire dans lequel on prouue la possibilité

d'agr~ndir la uille de Paris sans en reculer les limites, París, 1776, yel artículo de Bruno Fortier, «La maitrise de I'eau», Dix-HuitiémeSíéele, op. cit.

26 J.-J. Menuret, Essai sur l'action [...], op. cit., p. 75.27 Jouanné, citado por J.-P. Goubert, Malades et Médecins en

Bretagne (1770-1790), París, Klincksieck, 1974 p. 192.28 Vigier,. Mémoire adressé au subdélégué de Landerneau (17

mars 1769), citado por J.-P. Goubert, op. cit.29 M. Briele, op. cit., t. 1, p. 44.30 J.-S. Bailly. «Examen d'un projet de translation de l'Hótel­

Dieu de París et d'une nouvelle construction d'hópítaux pour lesmal~des), Histoire et Mémoires de l'Académie royale des Sciences,París, 1785, p. 24.

31 Bertelet de Barbot, Topographie médicale, Lyon, 1783, citadopor R. Favre «Du médico-topographique a Lyon en 1723» Dix-Huitiéme Síécíe, op. eit., p. 154. '

32 A. Ganne, op. cít., p. 111.33 «Dépérissement de I'eapece humaine a Paria» La Gazette de

santé, París, 1777, p. 111. '34 Chirol, Idéés neuues sur la construction des hópitaux París

1787, pp. 9-10. ' ,35 Affiches et Annonces de Parie, París, 1779, p. 183.~6 J.-M. Audin-~ouviere, «Reglement de I'Hoepice des enfants,

París, an Vl'l», Cahier de charges pour les hospices de París, París,p. 17.

37 Cf., más arriba, nota 50, capítulo 2, parte 11.38 J.-M. Audin-Rouviere, Cahier [...l, op. cit., p. 24.39 Cf. P,-A. Alletz, Tableau de l'humanité et de la bienfaisance

París, 1769, p. 105. '~o J. Howard, Histoire des principaux lazarets et prison [...],

París, 1790, t. Il, p. 170.

Notas I 311

41 G. Daignan, Ordre de seruice des hópitaux militaires, París,1785, p. 173.

42 J. Pringle, Obseruations sur les maladies des armées dans lescamps et les garnisons, París, 1763 (l.a ed. Londres, 1752), p. 44.

43 B. Poyet, Mémoire sur la nécessité de transférer et reconstruirel'H6tel-Dieu de París, suiui d'un. projet de translation de cet hópital,París, 1785, p. 36.

44 J.-R. Tenon, Mémoire sur les h6pitaux de Porte, París, 1788, p.441.

45 J. Bouchery, L'Eau aParis d la fin du XVIlr siécle, París, 1946.46 P. Bertholon, op. cit., p. 99.47 J.-J. Menuret, Essai sur l'histoire [...], op. cit., p. 84.48 C.-H. Piarron de Chamousset, Oeuvres, París, 1783, t. 1, p. 333.49 Chevalier d'Auxiron, Projet pour donner des eaux a Parie,

París, 1769, p. XIV.50 A. L. Lavoisier, «Lettre sur les moyens d'amener l'eau a

Paris», 1786, Oeuvres, París, 1868, t. 111, p. 255.51 A. Deparcieux, Projet d'amener d Paris la riuiére de l'Yvette

(Memoria de 1767), París, 1776, p. 136.52 Prospectus de la fourniture et distribution des eaux de la Seine

d Paris par la machine d feu, París, 1781.53 Chevalier d' Auxiron, Projet patriotique sur les eaux de Parle,

París, 1765, p. 26.54 J.-B. Banau y F. Turben, op. eit., p. 50.55 J.-J. Menuret, Essai sur l'histoire [. ..}, op. cit., p. 86.se J.-C. Perrot, op. cit., t. Il, p. 658; J. F. Capelle, Tableau des

améliorations sanitaires de Bordeaux, Burdeos, 1817, pp. 47-48; C.Grimmer, Aurillac au XVIlr siécíe, París, PUF, 1983, p. 96.

57 H.-L. Duhamel de Monceau, Moyen de conseruer la santé deséquipages des vaisseaux, París, 1759, p. 38.

58 J.-M. Audin-Rouviere, Essai sur la topographie physique etmédicale de Paris, París, año VII, p. 17.

59 É. Tourtelle, Éléments d'iwgiéne. París, 1815 (texto redactadoen 1797), p. 128.

60 Le Roy, «Précis d'un ouvrage sur les hópitaux dans lequel onexpose les principaux résultats des observations de phyeique et demédecine, qu'on doit avoir en vue dans la construction de cesédifices, avec un projet d'hópital dieposé d'apres ces príncipes»,Mémoires de l'Académie royale des Sciences, París, 1787.

61 G. Daignan, Tableau {...}, op. cit., p. 284 s.

5. Baños y abluciones parciales

1 Prospectus de la fourniture et distribution de l'eau f...}, op, cit.,p.6.

Page 155: Vigarello Georges - Lo Limpio y Lo Sucio

312 / Notas

2 Chevalier d'Auxiron, op. cit., 1769, p. 7.3 Cf. J. Bouchery, op. cit., p. 140.4 La Gazette de santé, op. cit., 1776, p. 107.5 J.-H. Ronesse, op. cit., p. 91.6 J.-C. Kraft, Plans, coupes, élévations des plus belles maisons et

des hótels construits aParis et dans les environs depuis, environ, 25 ti30 ans, París, 1801.

7 Cf. más arriba, parte lI, capítulo 1., Cf. ibid.9 L. Prudhomme, Miroir de l'ancien et du nouveau Paris, 1804, t.

lI, «Bains publica», p. 231.10 Décret de la Faculté de médecine sur les nouveaux bains établis

ti Paris {...j, París, 1785, p. 7.11 La Gazette de santé, op. cit., 1782, p. 87.12 Vie publique et privé des Francais ti la ville, ti la cour et dans

les provinces, par une société de gens de lettres, París, 1826, t. lI,p.206.

13 J.-A. Dulaure, Nouvelle Description des curiosités de París,París, 1787 (1.' ed. 1785). p. 61.

14 lbid., p. 61 y 62. cr. también Le Guide de Thiery, op. cit.Gaignard es el sucesor de Poitevin. Vigier compra el establecimien­to durante la revolución.

15 Sobre los precios de los baños chinos, cf. La Gazette de santé,op. cit., 1782, p. 87; sobre el salario de los jornaleros, cf. J.-C. Perrot,Genése d'une ville {...}, op. cit., t. Il, p. 790, nota 76.

16 J. Garnier, op. cit., p. 35.17 J.-C. Perrot, op. cit., t. Il, p. 912.18 J.-F. Capelle, op. cit., p. 147.19 Los establecimientos suelen tener entre 15 y 30 bañeras.

Vigier construye en 1799 un huevo edificio que contiene 140 bañe­ras, porque uno de sus barcos sufrió daños con los hielos del Sena(cf. C. Prudhomme, op. cit.).

20 P.-J. Marie de Saint-Ursins, L 'Ami des femmes, París, 1804, p.70.

21 Mme de Genlis, Mémoires, op. cit., t. lI, p. 221, y cf Rétif,Monsieur Nicolas, op. cit., t. IV, p. 136.

22 S. Mercier, op. cit., éd. de 1789, t. 1I, p. 164.23 N. Rétif de La Bretonne, Les Nuits de París (h. 1790), en

Oeuvres, París, 1930, t. I, p. 106.24 Cf. Constant, Mémoires intimes de Napoleón, París, Mercure

de France, 1967 (1.' ed. 1830), p. 764.25 J. Pisais, Manuel d'tvygíéne, Le Puy, 1802, p. 250.as Ibid., p. 104.27 A. J. L. Hufeland, L'Art de prolonger la vie humaine, París,

1810 (1.' ed. Jena, 1796), p. 285.28 A. F. Willich, Hygiéne domestique, París, 1802 (La ed. inglesa

1798). t. 1, p. 41.

Notas / 313

29 É. Protat, Éléments d'éducation physique el médecine desenfants, París, 1803, p. 68.

30 N. Rétif de La Bretonne, Les Contemporaines, ed. París, reed.s.f. (1.8. ed. 1780), t. lJI, «Les Parisiennes», p. 45.

31 Los adjetivos empleados hoy para calificar tales abluciones(local, restringido, parcial) son, sin duda, ambiguos y podrían hacerpensar que la limpieza obtenida así se percibe claramente como«local», incluso por los propios actores. Pero, cuando Turben yBanau aconsejan a los habitantes del campo, en 1786, que se lavenlos pies en caso de epidemia y que se froten el cuerpo, estánevocando una limpieza «completa», Las palabras «local» o «reetrin­gida» sólo intentan diferenciar, en este capítulo, el baño y las demásabluciones.

32 P..J. Marie de Saint-Ursin, op. eit., pp. 55-56.33 MUe M. P. J. Avrillon, Mémoire, op. cit., p. 156.34 C. de Rémusat, Mémoires de ma víe, París, Plan, 1958, t. I,

p.270.35 Constant, op. cit., p. 730.36 AN, Minutier central, LXV, 604.37 Ibid:38 A. Margry, «Inventaire du chanoine C. F. Afforty, doyen de

Saint-Rieul», Revue du Comité archéologique de Sen lis, 1879, p. 63.39 AN, Minutier central, LXV, 604.40 A. Ledieu, «Mobilier de quelques paysans picarde», La Picar-

die, 1884. p. 508.41 AN, Minutier central, LXV, 602.42 lbid., LXV, 604.43 Ibíd., LXV, 602.44 D. Rache, Le Peuple de Parte, París, Flammarion, 1981, p. 158.

El texto de Daniel Rache es fundamental. La evaluación de losinstrumentos higiénicos del pueblo es precisa y está cifrada. Véase,sobre todo, pp. 157·159.

45 AN, Minutier central, LXV, 602.46 iu«. LXV, 603.47 tu«, LXV, 602.

CUARTA PARTE

El agua que protege

l. Las funcionalidades de la piel

1 H. de Balzac, Lettres ti Tétrangére, París, 1899, t. 1 (1833-1842), p.407.

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314 I Notas

2 Cf E. Werdet, 80uuenirs de la uie ltuéraire, retratos íntimos,París, 1879, p. 326.

3 Cf las obras citadas de J. Mackenzie, Histoire de la santé el del'art de la conserver, La Haya, 1761; L. de Préville, Méthode aiséepour conserver la santé, París, 1762 o N. Le Begue de Presle, LeConservateur de la santé, París, 1763.

4 J. Pissis, Manuel d'iiygiéne, Le Puy, 1802, o P. F. Vidalin,Traité d'hygiene domestique, París, 1825, o J. Briand, Manuel completd'hygiéne, París, 1826.

5 La palabra no se emplea realmente, aunque suscite, lo que nocarece de importancia, un artículo de la Encyclopédie. Sin embargo,no hay un sólo título de obra que contenga este término durante elsiglo XVIII.

6 J. Briand, op. cit., p. 7.7 El consejo de salubridad del Sena publica un informe anual

desde 1802, fecha de su creación. Los primeros informes son manus­critos y se halla una copia, también manuscrita, en los Archivos dela Policía.

e «Consídératíone religieuses sur l'hygiene», La Dominicale,journal des paroisses, París, 1833, p. 271.

9 Véase la tesis de J. Léonard, Les Médecins de I'Ouest au XIX'

siéele, Université Paris IV, París, 1976, t. HI, p. 1141.la M. Lévy, Traité d'hygiéne publique et priuée, París, 1857 (1.8

ed. 1845), t. Il, p. 246,i r Ibid.. t. Il, p. 247.12 L. Fleury, Cours d'hygiéne, op. cit., 2.a ed. corregida, París,

1847, t. Il, p. 631.13 C. Londe, Nouveaux Éléments d'hygiéne, op. cit., 2.a ed. corre­

gida, París, 1847, t. Il, p. 631.14 P..J. Buchez y U. Trélat, Précis élémentaire d'hygíéne, París,

1825, p. 101.15 E..A. Ancelon, Manuel d'tvygíéne. Nancy, 1852, p. 53.16 J. Briand, op. cit., p. 147.17 W. Edwards, De l'influence des agents physiques sur la víe,

París, 1824, p. 12.18 F. Magendie, Precie élémerüaire de physiologie, París, 1816, t.

n, p. 356.19 J. Abernethy, Surgical andphysiological essay, Londres, 1793.20 S. Carnot, Reflexiones sobre la potencia motriz del fuego (L" ed.

1809), Madrid, Alianza Edit., 1987. Esquisse élémentaire de la théoriemécanique de la chaleur et de ses conséquences philosophiques.Estrasburgo, 1864, sistematiza el tema de las aplicaciones de latermodinámica a la fisiología.

21 H. Bouley, Recueil de médecine vétérinaire, París, 1850.22 A. Fourcault, «Expérience démontrant l'influence de la sup­

pression mécanique de la transpiration cutanée sur l'altération dueang», Compte rendu de l'académie des 8ciences de Parle. t. IV. Se

Notas I 315

sabe hoy que estos accidentes se deben con frecuencia a un trastor­no de la regulación térmica y menor, claro está, a algún fenómenorespiratorio.

23 C. Labouverie, Notions de physiologie et d'hygiéne a l'usage dela jeunesse et des maison d'éducation, París, 1868, p. 308.

24 T. Gallard, Notions d'hvgiéne a í'ueage des instituteurs primai­res, París, 1868, p. 28.

25 V. Régnault y J. Reiset, Recherches chimiques sur la respira­tion des animaux des diverses classes, París, 1849, p. 211.

26 La máquina de fuego y, sobre todo, la teorización term~d~ná­

mica han conducido a una representación del cuerpo muy originalen eÍ siglo XIX. Cf., sobre ello, mi obra anterior, Le Corps redreeeé,París, Delarge, 1978, el capítulo: «Análisis energético», p. 199.

27 G. Sand, Mémoires, Gallimard, Pléiade, París, 1970, t. 1, p. 969.28 Cf. más arriba, p. 181.29 M. Morin, Manuel théorique et pratique d'hygiéne, París, 1827,

p. 190.30 F. Foy, Manuel d'tvygiéne. París, 1844, p. 526.31 J. Briand, op. cit., p. 158.32 A. Tessereau, Cours d'hygiéne, París, 1855, p. 265.33 M. Lévy, op. cit., t. 1I, p. 178.34 Sesión del Consejo Central de Higiene de Nantes, en 1852, que

cita J. Léonard, op. cit., t. 1I1, p. 1142.35 C. Pavet de Courteille, Hygiéne des colleges et des maisons

d'éducation, París, 1827, p. 84.36 F. de Courcy, (La partie de natation», Le Journal des enfants,

París, 1842, p. 55.37 Mme E. de Celmart, Manuel des dames ou l'Art de l'élégance,

París, 1833, p. 100; citado por A. Corbin, op. cit., p. 210.38 F. Foix, op. cit., p. 526.39 O. Amold, Le Corps et l'Ame, la uie dans les couvents au XIX'

eiécle, París, Le Seuil, 1984, p. 81.40 Comtesse J. de Pange, Comment j'ai vu 1900, París, Grasset,

1975, p. 86.41 Ibíd.42 Baronne Staffe, Le Cabinet de toilette, París, 1892, p. 55.43 Ibid., p. 51.

2. Los itinerarios del agua

1 R. Apponyi, Vingt-Cinq Ans d Paríe. París, 1913, t. 1I, p. 162.2 C. de Rémusat, op. cit .. t. II, p. 560.

Arzobispo de París, Mandement a l'occasion du choléra morbus,París, 30 de marzo de 1832.

4 L. Blanc, Histoíre de dix ans, 1830-1840, Lausana, 1850, t. III, p.185.

Page 157: Vigarello Georges - Lo Limpio y Lo Sucio

316 I Notas

, Ibid., pp. 174·175.6 Anónimo, Projet d'amélioration el d'embellissement pour Au­

teuil et Passy, París, 1832, p. 13., Ibid., p. 14.8 L. Chevalíer, Le Choléra, la premíére épidémie du XIX' siécie,

étude collective présente par L. Chevalier, La Roche-eur-Yen, Impri­merie centrale de I'Ouest, 1958, p. 17; cf. también P. Trolliet, Rapportsur le choléra morbus de Parte, París, 1832.

9 C. de Rémusat, op. cit.10 H. de Balzae, La Filie aux yeux d'or, en Oeuures completes,

París, Michel Lévy, 1667, t. 1, p. 63.i r L. Blanc, op. cit., t. 111, p. 176.12 C. de Rémusat, op. cit., t. IlI, p. 45.13 L. Blanc, op. cit., t. IIl, p. 177.14 Anónimo, Conseils pour se préseruer du choléra morbue, adres­

sés par la société médicale de Diion aux habitants de la ville et descampagnes, Dijon, 1849, p. 7.

15 Anónimo, Projet d'amélioration et d'embellissement {...j, op.cit., p. 15.

16 A. Bazin, L'Époque sans nom, esquisses de Paris (1830-1833),París, 1833, t. 11, pp. 269-270.

17 H. de Balzac, La piel de zapa, Madrid, 1981.18 E. Sue, El judío errante (1.8 ed. 1844), Barcelona, 1988.19 V. Hugo, Los miserables (l.8 ed. 1862), Barcelona, 1988.20 F.-L. Poumiea de La Siboulie, Souvenirs d'un médecin de París

(1789·1863), París, 1910, pp. 234·235.21 1. Bourdon, «Le choléra», Le Répertoire des connaissances

utiles, Paris, 1850, t. V, p. 526.22 Anónimo, Conseils pour se préserver du choléra morbus {...j, op.

cit., p. 21.23 C.-F. Mallet, Notice historique sur le projet d'une distribution

générale d'eau ti domicile dans Parte, París, 1830, p. 28.24 Mme F. M. Troloppe, Paris et les Parisiens en 1835, París,

1836, p. 303.25 H. Colman, European agriculture and small economy [...],

Boston, 1848, citado por G. de Bertier de Sauvigny en su recienteobra, La France et les Fmncais vus par les voyageurs américains,1814·1848, París, Flarnmarion, 1982, p. 136.

26 F. Beguin, «Machineries anglaises du confort», L'Haleine desfaubourgs, en la revista Recherche, Fontenay-sous-Boia, 1977, p. 161.

27 P.-S. Girard, Simple Exposé de l'état actuel des eaux publiquesde Parte, París, 1831, p. 24.

28 H. Horeau, Nouveaux Égouts, París, 1831, p. 6.29 C.-F. Mallet, op. cit., p. 23.30 A. Chevalier, «Mémoire sur les égouts de París, de Londres, de

Montpellier». Les Annales d'hvgiéne publique [...], París, enero de1830, p. 368.

Notas I 317

31 H. C. Emmery, «Statistiques des eaux de la ville de París»,Annales des Ponts-et-Chaussées, París, 1839, p. 67.

32 P.-S. Girard, Simple exposé [...}, op. eit., p. 39.33 Ibid., pp. 26-27.34 P.-S. Girard, «Recherchee sur les établissements de bains

publics a Paris depuis le xv- siecle jusqu'á préaent», Annalesd'hygiéne publique, París, 1831, p. 51; H. C. Emmery, op. eit., p. 184.

35 A. Hugo, La France píttoreeque, París, 1835, p. 120.36 N. P. Willis, Pencillings by the way, written during some years

of residence and travel in Europe, Nueva York, 1852 (3.8 ed.), p. 150.37 Cf. L'Hótel des bains, París, 1820, AN F18 635; Les Bains ti la

papa, París, 1819, p18 632.38 Cf. F. P. N. Gillet de Laumont, Rapport fait ti la Société

d'encouragement pour l'industrie nationale sur les bains tempérésportés ti domicile [...} entrepris par M. Valette, París, 1819, p. 3.

39 A. J. B. Parent-Duchatelet, Hygiéne publique, París, 1836, t. Il,p.253.

40 H. C. Emmery, «Statiatiques des eaux [...]», op. cit., pp. 177-178.41 El término se halla a su vez en los títulos de ciertas obras o en

sus capítulos a principios del siglo XIX y se crean cátedras de higienepública en las facultades de medicina.

42 Cf. F. P. N. Gillet de Laumont, op. cit., p. 4.ea Cf. Le Moniteur, París, 1850, p. 1951.44 A. Hugo, op. cit., p. 122.45 H. C. Emmery, «Statiatiquea des eaux [...l». op. cit., p. 184.46 Ibid.47 ef. H. Lynch, citado por E. Weber, en su libro La Fin des

terroire, París, Flammarion, 1983 (1.8 ed. 1976), p. 233.48 L. Normand, Paris modeme, París, 1837-1847, 2 vol.49 C. Daly dirigió la Revue de l'architecture et des travaux

publics, publicada en París desde 1840 hasta 1873.50 E. Souvestre, Le Monde tel qu 'il sera, París, 1846, p. 65.51 B. Gérard, «L'inventaire apres déces de L. H. Berhoe», Bulle­

tin de la société de l'hietoire de Parte, París, 1979, p. 186.52 11;. Zola, Pot-Bouílle, París, Garnier-Flammarion, 1979 (1.8 ed.

1882), p. 33. La novela se sitúa a fines de los años 1860.53 Le Vocabulaire des enfants, París, 1839, p. 249.54 Algunos ejemplos de este mobiliario empiezan a verse en las

grandes mansiones muy a finales del siglo XVIII. Véase el libro de F.Dumbnthier, Mobilier national[...j, op. cit.

55 L. Normand, op. cit.; y C. Daly, Architecture prioée au XIK

eíécle, París, 1864, 3 vol.56 R. Apponyi, op. eit., t. Il, p. 292.57 A. Dumas, Mémoires, en Oeuvres completes, París s.f. (h. 1900 Y

l.' ed. IS57), t. 11, p. 119.58 E. Sue, El judío errante, op. cito

Page 158: Vigarello Georges - Lo Limpio y Lo Sucio

3181 Notas

59 H. de Balzac, Splendeurs el Miseres des courtisanes, en Oeu­vres completes, op. eit., t. 1, p. 15.

60 Sobre los baños chinos de mediados del siglo XIX, véase G. deBertier de Sauvigny, op. cit., p. 137. Sobre el salario de los obreros,véase G. Duveau, La Vie ouoriére SOU8 le eecond Empire, NRF, París,1946, p. 320.

61 H. C. Emmery, «Statistíque des eaux [...]», op. cit., p. 185.62 S. P. Chevalier (llamado Gavarni), Les Lorettes, en Oeuvres

choisies, París, 1845, t. I.63 P. de Kock, Les Bains d domicile, París, 1845.64 H. Daumier, Les Bains a quatre SOUS, en Le Charivari, París,

26 ~e junio de 1839. Véase también E. Briffault, Paris dans l'eau,París, 1844, p. 78.

65 H. Daumier, Attention Gargouset {...j, en Le Charivari, París,13 de agosto de 1842.

66 Ordonnance de par les préuóts des marchands et écheoine de lauille de París, concernant les bains dans la ríoíére, París, 12 de juniode 1742, manuscrito BN, reg. 21.629, Fo 170.

67 Ordonnance concernant les bains de riuiére, cartel del 30 deabril de 1840. Cf., para el conjunto de este problema, los archivos dela prefectura de policía, DB. 227.

68 El tema de los baños de mar no puede desarrollarse en elpresente texto, incluso si los testimonios que hay sobre él son yanumerosos antes de 1850. Cf., por ejemplo, Mémoires de la comtessede Bcigne, de Louis XVI ti 1848, París, Mercure de France, 1971 (Laed. 1807-1909), t. I, p. 167. Las Mémoires, de Apponyi, op. cit., y las deRémusat, op. cit., contienen igualmente numerosas indicaciones. Enlo que toca a la «teoría» de los baños de mar, cí. una de las primerasobras francesas escritas sobre el tema: A. Assegond, Manuel desbains de mer, París, 1825. Cf. igualmente, G. Vigarello, «Pratiques denatation au XIX' siecle. Représentation de l'eau et différenciationssociales», obra colectiva Sport et Socíété, Saint-Étienne, 1982.

3. La pastoral de la miseria

1 C. E. Clerget, «Du nettoyage mécanique des voies publiques),La Revue de l'architecture, París, 1843, p. 267.

a Ibid,3 Ibid.4 L. R. Villermé, Tableau de l'état physique et moral des ouuriers,

París, 1840, t. 1, p. 408.5 E. Sue, Los misterios de París (1844), Barcelona, 1986, segunda

parte.6 N. Turquin, Mémoires et Aventures d'un prolétaire ti trauere la

Réuolution, París, Maspero, 1977, p. 28.7 L. Chevalier, Classes laborieuses et Classes dangereuses, París,

Plon, 1958, pp. 162·163.

Nota. 1319

8 Rapport sur les travaux du Conseil central de salubrité dudépartement da Nord, 1843, pp. 28-29.

9 P. de Kock, La Grande Ville, Nouveau tableau de Paris, París,1842, t. 1, p. 170.

10 C. E. Clerget, op. cit., p. 267.11 Cf. el número de la revista Recherche ya citado: L'Haleine des

faubourgs, París, 1977.12 Sobre J. Massé, véase el largo pasaje que le consagra F.

Mayeur en su libro L'Éducatioin des filles au XIX eiécle, París,Hachette, 1977.

13 J. Massé, Encyclopédie de la santé, cours d'hygiéne populaire,París, 1855, t. 1, p. 157.

14 A. Guillaume, Catéchisme iiygiénique, París, 1850, p. 237.15 M.-J. Orfila, Préceptes d'hygiene ti l'usage des enfants fréquen-

tent les écoles primaires, París, 1836.16 Ibid.17 Ibid., p. 8.18 Mme J.-L. Sauvan, Coura normal des instituteurs primaires,

París, 2.a ed. 1840, p. 17.19 B. Overberg, Manuel de pédagogie, Lieja, 1845 (La ed. alemana

1825), p. 84.20 Travaux du Conseil de salubrité de la Seine, París, 1821, p. 16.21 Rapport sur les travaux du Conseil de salubrité de I'Aube,

Troyes, 1835, p. 62.22 Rapport sur les travaux du Conseil de salubrité de Nantes,

Nantes, 1817-1825, p. 10.aa Conseil de salabrité de l'Aabe [...]. op. eit., 1835, p. 30.24 Ibid.25 T. de Bordeu, OeuVTeS, París, 1818, t. Il, p. 959.26 A. Bourgeois d'Orvanne, Lavoirs et Bains publica ti prix

réduits, París, 1854, p. 9.27 cr. Le Moniteur, París, 1850, p. 1951.28 cr. Le Moniteur, París, 1852, p. 144.29 Cf. M. Lévy, op. eit., t. Il, p. 726: «Desgraciadamente, las vistas

liberales del gobierno aún no han dado todos sus frutos: unapequeña cantidad de ciudades han solicitado la cantidad que la leyles concede para construir baños y lavaderos.»

30 A. Bourgeois d'Orvanne, op. cit., p. 72.31 Projet de Ioi tendant ti obtenir l'ouverture d'un. crédit extraordi­

naire de 600.000 franes, op. cit., p. 3336; sobre las encuestas realiza­das en medio obrero, alrededor de 1850 y más tarde, cf los estudiosde Frédéric Le Play, presentados por B. Kalavra y A. Savcye,Ouvriers des deux mondes, París, L'Arbre verdoyant, 1983.

32 Intervención de J.-B. Dumas, «Débat sur le projet de loi [...l»,op. cit .. p. 3335.

33 Ibid.

Page 159: Vigarello Georges - Lo Limpio y Lo Sucio

320 I Notas

. 3~ Las teorías de Lamarck se ponen aquí al servicio de unainquietud sobre la «represión» biológica de la raza.

35 Intervención de J.-B. Dumas, op. cit., p. 3335.

4. Los hijos de Pasteur

1 P. Remlinger, «Les microbes de la peau» Médecine moderne,París, 1896, p. 157. '

2 Cf., más arriba, parte HI, capítulo 2.3 Cf F. David, Les Monstres invisibles París 1897• E A ' , .

, .: rnou}d, «Désinfection des livres de bibliotheque», Revued hygíéne, París, 1897, p. 555.

5. Chavigny, «Contagien indirecte par voie buccale aux fontainesPub!lqUeS), Revue d'liygiéne, París, 1899, p. 894.

, Cf. ~. ~bba, «Sur ~es conditions bactériologiques déplorablesde ; eau be~lte dans l~s églises», Revue d'hygiéne, París, 1899, p. 929.

Chavigny, op. cu., p. 894., F. Abba, op. cit., p. 929.9 Chavigny, op. cit., p. 894.

10 S. Broído, «Souillurs de la peau par des microbes», Revued'hygiéne, París, 1894, p. 717.

t r lbíd., p. 718.

12 A. Vigoura, «S~r la q':Iantité et la variété d'especes microbien­nes1~ur la peau des sujeta sama», Revue d'hygiéne, París, 1895, p. 930.

L. Marchand, Les Microbes, París, 1887, p. 15.14 R. Blanchard, Les Ennemis de l'espéce humaine París 1888

pp. 2-3. ' , ,

:: Duja~in-Baumet~,L 'Hygiéne prophylactique, París, 1889, p. 4.A. Vigoura, op. cü., p. 930.

~: Marié-Davy, De l'évacuation des vidanges f...], París, 1882.19 P. Degr~ve, Manuel d'hygiene élémentaire, París, 1902, p. 8.

E. Monm, La Propreté de l'individu et de la maison París1884, p. 17. ' ,

20 F. David, op. cit., p. 82.

21 Breucq! La Propreté de l'écolier, Bayona, 1909, pp. 8-9.22 F. David, op. cit., pp. 82-83.

23 F. David, Les Microbes de la bouche, París, 1890, pp. 278-279.24 P. Degrave, op. cit., pp, 9-10.25 V' R B .eaee en " outason, Histoire de la médecíne, París, Laroua-

se, 1~7, el capítulo sobre Pasteur: «Los microbios se dividen enba~tenas, organismos vegetales, protozoos, organismos animalesunicelulares y ~ltravirus, ta~bién llamados virus filtrables, organis­mos tan pequenos que atraviesan los filtros conocidos) (p. 308).

26 Breucq, op. cit., p. 3.

2'667

E. Monin, Le Trésor médical de la [emme, París, s.f (h. 1905),p. .

Notas I 321

28 J. Verne, Los Quinientos millones de la Begum, Madrid,Alianza Editorial, 1987.

29 lbid.30 er. Grellety, La guerre aux mierobes, Mácon, 1900.31 C. Flammarion, Uranie, París, 1889, pp. 200·201.32 L. Martin, «Hygiene hospitaliere», en el libro de P. Bouardel y

E. Mosny, Traité d'hygiéne, París, 1907, t. VIII, p. 236.3.1 Hópitaux el Hospices, Béglemente intérieurs, París, 1910, p. 86.34 A. Lutaud, Les États·Unis en 1900, París. 1896, p. 94.35 Ibid.36 L. Martin, op. cit., p. 237.37 «Díphtérie -mesures prophylactiques», Médecine el Chirurgie,

París, 1893, p. 917.38 E. Duchaux, Le Microbe et la Maladie, París, 1886, p. 259.:39 Cf. E. Vallin, «De la présence du bacille d'Eberth dans l'eau,

le sol et les metieres fécales d'individus saine», Revue d'hygiene,París, 1896.

ao lbid., p. 816.41 L. Pasteur, «Sur le choléra des poulea», Comptes rendus de

l'académie des Scíencee, París, 1880. Sobre este «segundo» pastoris­mo, cf. F. Dagognet, Méthodes et Doctrine dans l'oeuvre de Pasteur,París, PUF, 1967. «La microbiologie renonce a son dogmatismeinitial», p. 211.

42 L. Gautié, Notions d'hygiene, Philippeville, 1892, p. 53.43 A. Lutaud, «Le microbe et la natura», La Médecine anecdoti­

que, historique et littéraire, París, 1901, p. 230.44 L. Gautié, op. cit., p. 54. Sobre la teoría de la oxigenación en

los higienistas de fin de siglo, cf. también E. Pécaut, Cours d'hygie­ne, París, 1882. «La peau respire, exhale de l'acide carbonique et dela vapeur d'eau et absorbe de I'oxygene» (p. 97).

45 Cf., más arriba, parte IV, capítulo 1.46 Breucq, op. cit., p. 3.47 P. Degrave, op. cit., p. 7.48 E. Rist, La Tuberculose, París, 1934, p. 336.49 O. Mirbeau, Le Journal d'une femme de chambre, París, 1900,

p.389.50 L. d'Alq, Les Secrets du cabinet de toilette, París, 1882, p. 1.51 Baronne Staffe, op. cit., p. 4.52 P. Sédaillon y R. Sohier, Précis d'tvygiéne et d'épidémioíogie,

París, 1949, p. 155.

5. Aparatos e intimidades

1 G. Feydeau, Un bain de ménage, París, 1888, escena 1, acto 1.2 Baronne Staffe, op. cit., p. 4. Véase sobre el mismo tema, P.

Perrot, op. cit., p. 134, que, además, cita a la condesa de Tamar, A la

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322 / Notas

conquéte du bonheur, París, 1912: «Todo se hace ahora con el mayorsecreto, con la certidumbre absoluta de Que no le molesten a uno.

a L. D'Alq, op. cit., p. 4., tua; p. 1.5 O. Mirbeau, op. eit., p. 51.6 Porcher, Catalogue. París, 1908, p. 101.7 Cf., más arriba, parte IV, capítulo 2.8 L. Figuier, Les Merveilles de l'industrie París, 1875, t. IV,

«L'mdustrie de I'eau», p. 351. •~ A. Mayer, «La canalisation souterraine de Paria- Paris Cuide

París, 1867, t.ll, p. 1614. "lO «Études d'intérieur, L'eau a domicile», La Semaine des cons­

tructeurs, París, 1833, p. 245.~l El texto de J.·P. ~arcet, Description: d'une salle de baíns,

Paría, 18~, es un buen ejemplo de estas antiguas construcciones,que nec~~ltaban a menudo varios cuartos, uno de los cuales para lacalefacción.

~ 12 La Semaine des constructeurs, op. cit. Para el baño portátil cfano 1865, p. 437. ' .

1.1 Cf. S. Giedon, La Mécanisation au pouvoir París CentrePompidOU',1~80(La ed. Nueva York, 1948), p. 557. Gi~don d~ en unascuant8;s P?gmas una sugestiva visión sobre la evolución de lamecanización de los lugares sanitarios. A. Moll Weiss en Le livre d[ayer, París, ~914, también da ejemplos de estas bañe;as plegables ~de e~tas bañeras-cama, lo que supone su «independenejn» conrelación a toda canalización.

, 14 L. D'Alq, op. ,cit., p. 34 s. Cf., y H. de Nousaanne, Le Goút dans: ame.ublement, París, 1896, pp. 179 Y ss. Cf., por fin, Le Catalogue desetabüssements L. Grumberg París 1912

"AL É'"16 • utaud, Le~ tats:Unis {..-l, op, eit., p. 61.

J. Verne, Vemte mil leguas de viaje submarino Madrid,Alianza Editorial, 1987. '

~ 7 «Hótel particulier a París», La Semaine des constructeursParís, 1865, p. 463. '

18. La expresión se repite en el texto. El cuarto de baño delNautllus.ya posee este agua corriente «a discreción» (op. cit., p. 87).La Semaine d~s constructeurs le consagra varios artículos (en 1881 yen 1883 espe~Ialm~~te). Este agua «corriente» es un tema mayor delos nuevos dISPOSItivOS.

19 «La préfecture d'Oran», La Semaine des constructeurs París1880, p. 451. ' ,

"LB' ".. • onruer, lI'l~lSons les plus remarquables construitee aParisde 1905 a 1914, París, 1920. Cf. también T. Bourgeois, La Villamoderne, París, 1910.

21 Porcher, op. cu., p. 101.22 E. Z~la, Nana .(1.a ed. 1~), Madrid, Cátedra, 1988. Zola, como

lo demostro A. Corbin, Le Mlasme et la Jonquiiie, op. cit., se detiene

Notas I 323

también en la descripción de los aseos dudosos y en los perfumesmezclados con tufos y manifiesta, más directamente, cierto gustopor lo «sucio». Véase ciertas descripciones de lugares en Nana, op.eit.: (En el pasillo aumentaba aún más la asfixia; acidez del agua decolonia y perfumes de jabón que bajaban de los palcos entrecorta­ban de vez en cuando el veneno de los alientos» (p. 151).

23 P. Bourget, Cosmopolis, París, 1893, p. 152.24 Rachilde, Le Venus, Bruselas, 1884, p. 45.25 Cf. más arriba, parte IV, capítulo 3.26 J. Arnould, Sur l'installation de bains ti peu de [rais pour les

ouvriers, Lille, 1879, pp. 1-2.27 Ibid., p. 2.28 J. Arnould, «Sur la vulgarisation de l'usage du bain», Annales

d'hygiéne publique, París, 1880, 3.8. serie, t. III, p. 403.29 El procedimiento se separa, evidentemente, del baño, pero

también de la ducha hidroterapéutica, cuyo principio depende de lafuerza del chorro. Fue necesario hacer un esfuerzo de «separación»con respecto a tal procedimiento. G. Heller ve en ello una de lasrazones de la aparición «tardía» de esta ducha-lluvia. Cf. su obra,Propre en ordre, Editions d'En Bes, Leusana, 1979, p. 61. La obra deG. Heller contiene una preciosa iconografía sobre el tema.

30 Dunal, «Bains par effusion frcide», Recueil de mémoires demédecine militaire, París, 1861, 3.8. serie, t. V, p. 380.

31 Haro, «Bains-douches de propreté», Recueil de mémoiree demédecine militaire, París, 1878, 3.8. serie, t. XXXIV, p. 502.

32 M. Merry-Delabost, Sur les bains-douches de propreté, París,1889, p. 5.

33 Cf M. Foucault, Surveiller et Punir, París, Gallimard, 1975.34 M. Merry-Delabost, op. cit., p. 5.35 Cf el comentario en la Revue d'iiygiéne, en 1876, sobre el libro

de Lincoln Chase, Baths and bathing for soldiers, Boston, 1895, p.1124.

36 Cf. M. Pain, Bains-douches populaires a bon marché, París,1909, p. 13.

37 Cf J. Arnould, Sur la vulgarisation (...j, op. cu., p. 40638 Cf. M. Pan, op. cit., p. 8.39 lbid.40 P. Christmann, La Natation et les Bains, París, 1905, p. 14.41 Citado por Mangenol, Les Besoins de natation et les Écoles

primaires communales, París, 1892, p. 8; cinco establecimientos deeste tipo se crean en París entre 1885 y 1900. Sobre el «conflicto»entre piscinas y baños-duchas para asegurar la limpieza popular, cf.Cheysson, «Piscines et bains-douchea», Revue d'hygiene, París, 1899.

42 L. D'Alq, op. cit., p. 40.