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Vicisitudes trágicas: territorio, identidad y nación en los Paisajes peruanos de José de la Riva-Agüero y Osma Víctor Vich ¡Ay Machu Picchu, tú no lo eres todo! MARTINADÁN Es ya casi un lugar común en la crítica literaria latinoamericana estudiar el siglo XIX como el momento de formación de los estados-naciones y como la textualización de éstos sobre la base de alegorías literarias que pretendieron asumir un carácter fundante y epistémico, vale decir, como discursos narrativos que intentaron establecer y fijar una determinada manera de entender las diversas identidades de los países en formación (Sommer 1991 ). El siglo XIX es el de la expansión mundial del capital, de los viajeros y de los grandes proyectos nacionalistas. En buena cuenta, los proyectos simbólicos que por aquellos años se encami- naron establecieron un conjunto de estrategias discursivas destinadas a definir las heterogéneas identidades que por un ancho -y a veces desconocido- territorio se encontra- ban todas dispersas. En el Perú, sin embargo, no es sino hasta después de la guerra con Chile y a principios del siglo XX cuando comenzó a repensarse el proyecto nacional fuera ya del interés anárqui- co y caudillista que había dominado la inicial formación de la República. Si desde el punto de vista de la política externa, el denominado periodo de "reconstrucción nacional" estuvo Nº 34, enero 2002 123

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Vicisitudes trágicas: territorio, identidad y nación

en los Paisajes peruanos de José de la Riva-Agüero y Osma

Víctor Vich

¡Ay Machu Picchu, tú no lo eres todo! MARTINADÁN

Es ya casi un lugar común en la crítica literaria latinoamericana estudiar el siglo XIX como el momento de formación de los estados-naciones y como la textualización de éstos sobre la base de alegorías literarias que pretendieron asumir un carácter fundante y epistémico, vale decir, como discursos narrativos que intentaron establecer y fijar una determinada manera de entender las diversas identidades de los países en formación (Sommer 1991 ). El siglo XIX es el de la expansión mundial del capital, de los viajeros y de los grandes proyectos nacionalistas. En buena cuenta, los proyectos simbólicos que por aquellos años se encami­naron establecieron un conjunto de estrategias discursivas destinadas a definir las heterogéneas identidades que por un ancho -y a veces desconocido- territorio se encontra­ban todas dispersas.

En el Perú, sin embargo, no es sino hasta después de la guerra con Chile y a principios del siglo XX cuando comenzó a repensarse el proyecto nacional fuera ya del interés anárqui­co y caudillista que había dominado la inicial formación de la República. Si desde el punto de vista de la política externa, el denominado periodo de "reconstrucción nacional" estuvo

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dirigido a instaurar en el país un sistema liberal básicamente abierto y dependiente de los movimientos económicos en el mundo, respecto del orden interno todavía se encontraban irresueltas muchas preguntas que al momento volvían a plantearse con ansiedad. Como ha sido explicado por la historiografía reciente, entre ellas figuraba tanto la interr~gante acerca de identidad cultural que se promovería desde el Estado, como también el tipo de nación -federal o centralista- que se optaría por ser (Contreras y Cueto 2000: 184 ). Desde la historia cultural, Loayza ha descrito bien a esta generación:

Los primeros años de los hombres del novecientos, nacidos entre 1876 y 1890, son los que siguieron a la guerra del Pacífico. Esto bastaría para explicar por qué, cuando a fines de siglo se imponía el modernismo en América Latina, la nueva gene­ración de escritores peruanos -aunque sea en realidad nuestra primera generación modernista- fue más de prosistas que de poetas. Siguió más a Rodó (con reservas) que a Darío y se sintió más preocupada por cuestiones políticas que de estética (Loayza 1990: 57).

En ese trabajo me interesa entender los Paisajes peruanos de José de la Riva-Agüero y Osma como una narrativa de poder que todavía formaba parte de un discurso nacional decimonónico y que terminaba asociando la delimitación territorial con la definición de las identidades sociales desde la autoridad letrada. 1 Se trataba de terminar por inscribir a la sierra peruana dentro de un Estado que, calificado de centralista, necesitaba construirse lo antes posible. Por ello, más que en la descripción física del recorrido del viaje de Riva­Agüero, voy a concentrarme aquí en el conjunto de relatos (históricos, estéticos, políticos y nacionales) que genera el discurso geográfico y la descripción paisajista en la que el intelec­tual se involucra. Dicho en otras palabras : me interesa estudiar el funcionamiento de la narrativa de viaje no sólo como la inspección de una espacio social determinado sino, sobre todo, como la producción textual de ese espacio, es decir, como una construcción simbólica que debe sostenerse a partir de un conjunto de intereses por determinar.

A mi parecer, cuatro son los puntos sobre los que pueden articularse las propuestas más relevantes de este libro. Cada uno de ellos representa una instancia fundamental dentro de un estilo que no deja de ser argumentativo y que una y otra vez insiste en afirmar un determinado conjunto de significados. La representación de la figura del intelectual, la visión de la historia, la construcción del paisaje y las imágenes sobre los indios serán, en lo que sigue, motivo de análisis y discusión.

La figura del intelectual

En el siglo XIX y a principios del XX los estados nacionales latinoamericanos todavía no estaban bien constituidos y los intelectuales fueron los encargados de diseñarlos propo-

La parte principal del recorrido fue realizada íntegramente a lomo de mula desde la ciudad del Cuzco hasta Huancayo. El viaje se realizó en 1912 pero, en su totalidad, el libro no fue publicado sino hasta 1955. Desde 1917 hasta la muerte del autor, en 1944, se publicaron fragmentariamente varios capítu­los en conocidas revistas limeñas.

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niéndolos en la denominada "esfera pública". Andrés Bello, José Faustino Sarmiento y José Martí pueden ser sus más claros exponentes. Como hombres de estado, estos personajes decidieron hablar por y para la patria. El intelectual decimonónico se constituyó como un sujeto que a través del prestigio de los libros se apropió de las voces de todos los ciudada­nos y desde ahí construyó una autoridad para enunciar. Mucho ·más que cualquier otro tipo de aproximación a la realidad social, el saber letrado fue la instancia que legitimó la mayoría de sus intervenciones en nivel político y así, en aquellos años, la letra continuó siendo un claro ejercicio de poder.

José de la Riva-Agüero fue el intelectual más importante de su generación y quien mejor representó una voluntad por construir la patria desde proyectos claramente textuales. A diferencia de un saber técnico y pragmático que ya comenzaba a instalarse en la época, Riva-Agüero mantuvo su fe en el humanismo tradicional como agente de identidad y de sentimiento patrio. Sus dos primeros libros, Carácter de la literatura del Perú independien­te (1905) y La Historia en el Perú (1910) representaron dos denodados esfuerzos por cons­truir y articular una narrativa en vías a la formación de un nuevo proyecto nacional. Escindi­do entre el debate académico y la participación pública, Riva-Agüero había publicado céle­bres artículos periodísticos y además había sido el fundador del Partido Nacional Democrá­tico cuya desaparición fue instantánea debido a la vaguedad de sus propuestas y a un cerrado culto de la autoridad.2

En los Paisajes peruanos, la figura del intelectual es sin duda la fuente de sentido de todo el libro. El intelectual es el que mira y su mirada quiere ser fundadora. En buena cuenta, es la mirada del poder. Riva-Agüero viaja y en dicho recorrido pretenderá construir la patria en el espacio del texto. Por ello, no se trata tanto de conocer un territorio ajeno como sí de producirlo textualmente a partir de lecturas, imágenes consagradas y diferentes impresiones que siempre son enunciadas con mucha autoridad.

Riva-Agüero siempre fue un intelectual conservador y por Jo tanto defensor de la jerarquía y la superioridad de unos grupos sobre otros. Por lo mismo, nunca dudó en mostrar aquella ideología que consideraba que una minoría muy selecta debería ser la única encarga­da de gobernar la nación. En este libro lo dice muy claramente: "El elemento educado y superior del país debe inclinarse hasta el indio ya que éste no tiene fuerzas para subir hasta él" (Riva-Agüero 1995: 32).

Por ello, el objetivo de este viaje consiste en pensar el espacio propio, el espacio nacional, como un lugar de asignación de roles sociales. El viaje es el pretexto para un ejercicio letrado que nombra, define y clasifica. Al viajar, Riva-Agüero está construyendo un mapa y de esta manera participa de la construcción del Estado moderno. En realidad se trata de colonizar el propio país, es decir, unificar el territorio desde una perspectiva letrada en la que, a través del relato, los nuevos ciudadanos puedan sentirse parte de una misma tradición común:

2 Con lucidez, Loayza ha explicado las contradicciones más relevantes de la ideología de dicho partido enfatizando 1que la imagen que construyeron del Perú fue la de un país en el que al parecer sólo convenían ligeras reformas dentro de una organización estatal y económica que se cuestionaba muy

· poco. Concluye, por ejemplo, que en la declaración de principios "no sólo es posible criticar lo superficial de las soluciones propuestas, sino el hecho de que muchos de los graves problemas nacionales no se plantearan y ni siquiera se mencionara su existencia" (1990:67).

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Acababa yo de releer en el Cuzco algunas crónicas de la Conquista que llevé conmigo para ilustración de mi itinerario y entretenimiento de los ocios del viaje; y en Lima había consultado meses antes el estudio de topografía histórica de D. Carranza sobre la restauración del campo de Chupas; así es que, en mi rápida t\avesía, pude, con los recuerdos de las recientes lecturas, evocar aquel famoso encuentro en que la flor de los conquistadores del Perú vengó la muerte del Marqués Pizarro (Riva-Agüe­ro 1995: 109).

Entonces, en sentido estricto, más que conocer Riva-Agüero reconoce lo que previa­mente ha leído y así el viaje no implica necesariamente una movilización; es más, se trata de una compleja instancia para la articulación de una narrativa nacional ya establecida de antemano. Como cualquier intelectual decimonónico, Riva-Agüero está obsesionado con la cuestión del saber que, en este caso, asume a la historia como una base fundacional y por lo mismo siempre lleva hacia las letras el lugar de la confrontación de la realidad peruana. El letrado quiere ser el mediador entre el Estado y la nación, y en los Paisajes peruanos es él quien se sitúa en el centro de todo poder.

Van por delante dos indios arrieros y las mulas del equipaje, precedidas por la yegua madrina, que las guía, engalanada de un rapacejo de lana, y muy altiva y briosa con su cargo director. En seguida, el oficial y los gendarmes que ha puesto a nuestra disposición el anciano prefecto, Coronel José del Carmen Gonzales. Voy luego con mi amigo D. Manuel Montero y Tirado, mi excelente compañero en toda esta larga travesía andina; y detrás nuestros criados cierran la marcha (Riva-Agüero 1995: 64).

En este viaje, Riva-Agüero satura el espacio nacional de elementos letrados y, en alguna medida, todo parece terminar cubierto como el control que el nuevo Estado necesita­ba ejercer en vías a construir una formación nacional supuestamente más integrada. Riva­Agüero quiere ser el productor de dicho proyecto y sus libros no son sino el intento de establecer un modelo fundacional que represente dichos intereses. A diferencia de buena parte de la tradición de los viajeros latinoamericanos, éste fue un viaje monológico, vale decir, el ejercicio de una visión sostenida sólo por las letras y donde, desde el presente, solamente podemos escuchar una sola voz.

La visión de la historia

A su paso por los Andes del sur, entre la llanura de Anta y la posterior entrada a Andahuaylas, emocionado, Riva-Agüero subraya: "A cada paso que damos en estas tierras lucientes y calladas, surge en la paz del campo un lejano recuerdo histórico, feroz y fúnebre como un cráter extinto" (Riva-Agüero 1995: 35).

¿En qué consiste esa historia "extinta" si no hay en Riva-Agüero un interés por salir del discurso letrado ni tampoco por conversar con la gente de los diferentes pueblos por los que iba pasando? Durante el viaje, Riva-Agüero no conversa con nadie y casi no hay diálogos en todo el libro. De esta manera, su visión de la historia consiste en el recuerdo de

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aquellos hechos que las letras habían considerado significativos dentro de una narrativa nacional que consideraba que sólo ellas eran las autorizadas para enunciar.

Sin embargo, sólido exponente de la imposible ideología del mestizaje, el intelectual limeño se esforzó por estructurar su libro como un ejercicio de armonía y equilibrio. Con eficaces técnicas, el pasado inca y el español son constantemente recordados y sus imáge­nes terminan siempre alternadas con otra oposición más eficaz y quizá más pertinente para su proyecto político: la desmedida apología del pasado incaico y colonial -imaginado siempre a partir de una especie de pulsión nostálgica- y la lamentosa descripción del presente moderno al que por lo general entiende como un tiempo devaluado y corrupto.

En efecto, es la nostalgia la que estetiza la historia y la que termina por sustraerle todo su carácter conflictivo y dinámico; es el razonamiento estético el que concibe al mestizaje no como la imposición de una cultura sobre otra, vale decir como un ejercicio de poder y dominio social, sino solamente como un proceso armónico y natural donde "iban nuestras diversas razas entremezclándose y fundiéndose, y creando así día a día la futura nacionali­dad" (Riva-Agüero 1995: 143). Por ello, no sorprende que más que entender a la Colonia como un momento también traumático y violento en la historia andina, el intelectual limeño no dudara en calificarla como "los tres siglos civilizadores por excelencia" (Riva-Agüero 1995: 142).

Como intelectual, recordar la historia escrita implicaba restaurar un pasado grandioso construido básicamente en los libros. Riva-Agüero no sabía quechua pero demostró gran erudición al comentar sus distintas variantes fonéticas respecto de la propia variación de este idioma y de los diferentes procesos de cambio lingüístico. Sin embargo, su interés por la lengua de los incas es aquí pertinente por varias otras razones. En vez de proponer su institucionalización dentro de la formación de un Estado nacional bilingüe (y así, de alguna manera, hubiera sido fiel a su concepción de "mestizaje" y de una participación equilibrada de ambas culturas en el espacio de la patria) a Riva-Agüero sólo le interesa el quechua por razones eruditas y siempre sustraídas de los sujetos andinos contemporáneos a él. Preocu­pado por el poco conocimiento de la literatura quechua colonial, Riva-Agüero dice que:

Podría reanimarse con el establecimiento de una cátedra de filología quechua en la universidad del Cuzco, que a más de la gramática y la onomástica, estudiara el folklore indígena, explicara los textos del Ollantay y el U sea Paúkjar, los sermones de Avendaño, y las composiciones del Lunarejo (Espinoza Medrano) documentos lite­rarios cuyos términos y giros van haciéndose arcaicos y requieren interpretación especial; y procurara en fin rastrear, a través de la prosa de Betanzos, Pachacuti Salcamayhua y Huamán Poma de Ayala y otros analistas, los fragmentos épicos que compendiaron o vertieron (Riva-Agüero 1995: 31).

La visión de la historia que este libro propone consiste en constatar la decadencia del Perú republicano y añorar con nostalgia tanto los tiempos pasados incaicos como los de la época coloni~l. Pero, como lo ha explicado Sánchez, más que en la producción cultural , su admiración radicaba en buena parte en que ambas fueron sociedades jerarquizadas donde minorías autodenominadas nobles controlaban el poder (Riva-Agüero 1995: 84).

Riva-Agüero repite varias veces que el Perú había sido un líder en América Latina mientras que al momento de su viaje se siente indignado por tener que describirlo como un

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simple "país de segundo orden" (Riva-Agüero 1995: 197). Nos encontramos pues ante una especie de "nostalgia imperial" y así, los Paisajes peruanos están escritos para intentar volver a construir una imagen nueva que pueda restaurar la condición de "superioridad" del Perú frente a los otros países de América del Sur. Como es claro de observar, ~ste obsesivo impulso hacia el razonamiento jerárquico es sin duda análogo a la manera en que Riva­Agüero quería situarse dentro de su propia patria o, mejor dicho, es simultáneo al lugar de enunciación desde donde se origina su relato: un lugar letrado, aristócrata y monológico.

La construcción del paisaje

En los Paisajes Peruanos, el espacio debe convertirse en fuente de identidad y por ello la futura conciencia nacional deberá partir de lo que bien podríamos denominar "imagi­nación geográfica". De esta manera, si la historia proporciona el discurso simbólico, el paisaje pretenderá ser aquí el elemento material sobre el que se construirá la patria. No se trata, sin embargo, de un asunto de materia sino más bien de un conjunto de representacio­nes geográficas cuya función cultural consiste en proporcionar inquietudes de reconoci­miento al interior de un razonamiento estético. Este razonamiento, si bien no quiere despren­derse de la historia, al final se disuelve en el espacio lírico y en imágenes poéticas.

Como en las famosas "silvas americanas" de Andrés Bello, los Paisajes peruanos consisten en una apasionada celebración del territorio patrio entendido como instancia de identidad y nacionalismo. En realidad, bien podría tratarse de un espacio que los Estados nacionales necesitaban conocer más para controlar mejor.3 Considerado así, el viaje no dejaría de ser un ejercicio de penetración y, por lo mismo, un recurso pragmático que uniría al conocimiento con el poder. La construcción del paisaje no es ajena a la elucubración histó­rica y el viaje es también la construcción de un archivo.

En un brillante libro, Gonzales Echevarría ha demostrado que la literatura latinoameri­cana ha tenido siempre como escena básica la escena antropológica, vale decir la descrip­ción detallada de la heterogeneidad cultural del continente. Dicho autor explica que si en los tiempos coloniales fue el documento legal el que cumplió la función de estructurar tal narra­tiva, en el siglo XIX fueron los viajeros y sus informes quienes mejor articularon dicha necesidad. De alguna manera, en aquel tiempo, el nuevo Estado no se conocía bien a sí mismo y la construcción del paisaje se debería inscribir dentro de una lógica política de mayor alcance.

En los Paisajes peruanos, la construcción del espacio nacional se realiza a partir de tres operaciones, cada una de las cuales pretende autolegitimar la representación que propo­ne. Estas son: conocimiento histórico, autoridad del yo enunciante y reflexión estética. El paisaje es algo que se inventa, que lo produce un letrado y que se satura con un conjunto de elementos que solamente él ha seleccionado. El paisaje se "culturaliza", deja de ser "paisaje"

3 Dice Porras en su prólogo: "La sierra era, en aquella época, una región disminuida y distanciada por la falta de caminos y de una política nacional integradora, una especie de "marca" aislada y separada de la nacionalidad, a la que no llegaban los beneficios de la economía ni de la cultura y de la que no se recogían las perennes enseñanzas que brotan de su paisaje y de su historia" (1995:XXIX).

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y ahí pretende leerse una historia previamente escrita. En su descripción del río Apurímac, Riva-Agüero subraya:

Cantado por los poetas, cruzado por los incas y libertadores, testigo de las guerras y disensiones de la conquista, eje de toda nuestra historia, inviolado por la invasión chilena, es la gigante voz de la patria, el sacro río de los vaticinios, que naciendo entre riscos saturados de leyendas y recuerdos, corre impaciente a dilatarse en las llanuras amazónicas, entre las selvas vírgenes, que duermen pletóricas de futuras riquezas (Riva-Agüero 1995: 44 ).

Igualmente, influido por las doctrinas positivistas, Riva-Agüero no duda en descali­ficar violentamente la descripción de otros:

¡Cómo ignoraron y falsearon nuestros románticos la verdadera fisonomía del paisaje peruano! Este foso de piedra profundísimo en el que hierve el caudal espuman te de las aguas, a nadie puede ofrecerle imágenes de juego y de blandura: es un cuadro de salvaje belleza, de exaltación siniestra, suscitador de un sombrío frenesí (Riva-Agüero 1995: 843).

Así, no sólo se trata de construir el paisaje desde una ideología específica; se trata, además, de autorizar la imagen propia como la única versión posible y como un solitario espacio, fuente de verdad y sabiduría.

La representación del indio

Como lo he subrayado líneas arriba, Riva-Agüero casi no dialoga con nadie durante el viaje y, si lo hace, es con autoridades públicas y nunca con los indios a los que siempre mira con desprecio y violencia. ¿Dónde quedaría entonces el discurso del mestizaje entendi­do como un equilibrio no sólo racial sino cultural y político? "La erudición -ha señalado Flores Galindo- no le permite descubrir a los hombres que habitan esos territorios. La sierra sin indios. El paisaje vacío" (Flores Galindo 1988: 289).

Esta constatación llama mucho la atención puesto que sus constantes apologías del pasado incaico bien pudieran haber significado un interés mayor o, al menos, una mirada distinta de sus supuestos herederos. Sin duda, la respuesta a esta paradoja la podemos encontrar en la ideología del mestizaje, pero más específicamente en una de sus variantes, aquella aristocrática, aparecida a mediados del siglo XIX y en pleno auge del centralismo limeño. Según Méndez, ocurrió en aquellos años la emergencia de un "nacionalismo criollo" de corte elitista y autoritario cuya principal característica consistió en una compleja opera­ción que alternaba la glorificación del pasado inca con un pavoroso desprecio por el indio contemporán~o. "Incas sí, indios no" es la frase que resume bien esta ideología y que subraya la sustracción del componente indígena en la formación de la nación.

Por ello, muy alejados de cualquier tipo de relativismo cultural y dentro de concepcio­nes metafísicas y europeizadas de la cultura, los intelectuales limeños solamente se interesa­ron por lo que los incas tenían de nobles y por intentar encontrar algunas semejanzas con la

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estética occidental. De hecho, al escuchar un famoso yaraví andino Riva-Agüero comenta su virtud en tanto le "hace recordar el principio de una conocida balada alemana (Riva­Agüero 1995: 231)".

En ese sentido -y a pesar de las constantes apologías al pasado in'\aico-, en los Paisajes peruanos a los indios se les niega todo tipo de subjetividad, son casi excluidos del libro y, por lo tanto, parecieran encontrarse muy afuera del proyecto nacional que a Riva­Agüero le interesaba sostener. Riva-Agüero nunca ve a los indios, y si los ve, éstos sólo representan la parte menos intensa y degradada del paisaje. El indio no es aquí el sujeto de una cultura diferente sino solamente una mancha dentro de un espacio lleno de lirismo y de color:

Oigo la misa mayor en el banco del presbiterio. En la nave baja se arrodilla la muchedumbre indígena, maloliente y andrajosa. Hay indias ancianas, desgreñadas, de rostros apergaminados, de misérrimos trajes que rezan con increíble fervor y a cada instante besan el suelo. En la techumbre interior de la iglesia anidan infinidad de pajaritos que con sus vuelos y píos alegran la ceremonia (Riva-Agüero 1995: 26).

Para Riva-Agüero el presente indígena es siempre abyecto y no hay posibilidades de representarlo de otra manera. Por más que su ideología corresponda a la construcción el discurso del "mestizaje", resulta claro que siempre hay una cultura que se auto nombra como superior y que desde ahí califica y determina a la otra. Riva-Agüero llega al extremo de animalizar a los indios comparando su mirar con el de las vicuñas o, más radical aún, afirman­do que "hay una profunda consonancia entre la huraña dulzura de los animales indígenas y la asustadiza ingenuidad de los llamanichic niños" (Riva-Agüero 1995: 51).

Heredero de las doctrinas de Taine, Riva-Agüero asume el determinismo en su discur­so y así no duda en producir asociaciones entre el medio geográfico y un supuesto carácter de la personalidad. El discurso decimonónico relativo a una visión jerárquica de razas se hace patente y el intelectual limeño no tiene problemas en construir una escala donde la etnicidad parece convertirse en un elemento crucial para el futuro establecimiento de las relaciones sociales.

Físicamente, la raza huanca me parece que lleva gran ventaja a la quechua y la colla. En toda la sierra peruana es de notar que a medida que se baja hacia el norte, mejora sucesivamente la fisonomía indígena y aparece menos ruda y tosca (Riva­Agüero 1995: 193).

Al mismo tiempo, en la entrada a Vilcashuamán, cuando Riva-Agüero contempla los baños de la nobleza incaica, no tiene problemas en elaborar un discurso higienista entremez­clado con una ideología nacionalista siempre de raigambre autoritaria y elitista.

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Me ha parecido siempre singular el número de estas tinas de piedra, que se hallan en todas las residencias de los Incas, y que en la frigidez de las serranías atestiguaban hábitos de limpieza e instintos de higiene indudables en la aristocracia del Perú prehispano, sorprendentes cuando se comparan con la espantosa inmundi­cia de los indios y cholos de hoy (Riva-Agüero 1995: 92).

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Entonces ocurre aquí un típico movimiento criollo que consiste en intentar incorporar al "otro" dentro del proyecto nacional pero siempre subalternizado e imaginado como un ser inferior. Frente al desconocimiento del territorio bastaba con describirlo y haber caminado a través del él, pero frente a los indígenas parece necesario emprender un proceso de disciplinamiento que, como sabemos, es por lo general un proceso de control y homogeneización cultural.

Hay que recordar que sólo dos décadas antes el darwinismo social había sido una corriente de pensamiento bastante afirmada en el país que, al proponer la superioridad de la raza blanca, había también conseguido dar a luz la famosa ley de 1893 donde el Estado promovía la inmigración europea a fin de "mejorar" el componente étnico del país. Como bien ha explicado Balibar, el racismo es un componente fundamental de las corrientes nacionalis­tas al punto de que no hay que entenderlo como un simple anexo a ella sino, sobre todo, como una condición inevitable en la formación de las naciones. La ideología nacionalista impregna la totalidad de este libro y sus consecuencias son palpables a todo nivel.

De esta manera, no es exagerado afirmar que en el libro de Riva-Agüero es la civiliza­ción la que "produce" e "inventa" la barbarie. Son los civilizados, los letrados, los que construyen al otro como bárbaro y ya no estamos aquí solamente ante un movimiento puramente intelectual sino sobre todo político y colonizador. Por lo general, éste ha sido el movimiento del Estado en el Perú y también la lógica sobre la cual se han articulado muchas de sus más difundidas representaciones.

Consideraciones finales

¿Cómo, entonces, podemos entender hoy en día en viaje de don José de la Riva­Agüero? ¿Es el libro el resultado final de una simple experiencia estética? ¿Es una búsqueda histórica que finalmente es monológica y autoritaria? ¿Se trata de un viaje imperial cargado de intereses relativos al control y al dominio social? Sin duda, muchas podrían ser las respuestas de este tipo pero creo que las siguientes citas (una en la pampa de la Quinua, la otra en Izcuchaca) bien pueden servirnos para esbozar un intento de conclusión:

Visité la desmantelada iglesia que fue hospital de sangre después del comba­te. Las indias, encabezadas por una mujer muy ladina nos trajeron flores y frutas de regalo; supervivencia de la costumbre incaica de presentarse a los superiores con un don, por insignificante que sea, como símbolo de homenaje (Riva-Agüero 1995: 141).

Las mujeres con llicllas de colores, anacos descolgados y bordados, y som­breros negros o azules con forros granates saludan sumisamente dicie~do Ave María (Riva-Agüero 1995: 176).

En mi opinión, el problema de Riva-Agüero es que como intelectual se detuvo poco a pensar en los' mecanismos de construcción de su supuesta superioridad y, sobre todo, en ese adverbio, sumisamente, que aquí he subrayado. Por ello, sus posiciones políticas termi­naron siempre por encontrarse muy alejadas en una época en la que ya comenzaban a correr nuevos vientos.

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Artículos, notas y documentos

Será entonces José Carlos Mariátegui quien por los mismos años instaurará en el Perú la discusión sobre la dominación económica y así, finalmente, terminará por distanciar el debate nacional de la supuesta existencia de "razas diferenciadas" y de una ideología tan etnocéntrica como aquella que afirmaba la necesaria "educación" de las mas~s. Al mismo tiempo, por coincidencia o no, los Paisajes peruanos recién aparecieron impresos en su totalidad en 1955 que (como también lo notó Flores Galindo) fue justamente el año en que José María Arguedas publicó Los ríos profundos. Una distancia insalvable separaba ya a uno de otro proyecto. Don José de la Riva-Agüero había muerto once años antes en la más profunda soledad y en el extremo de una posición política reaccionaria. El Perú, para él , nunca ~abía dejado de ser el país de las vicisitudes trágicas.

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Víctor Vich Instituto de Estudios Peruanos

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