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Escritos de un Viajero Intermitente

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Escritos de un

Viajero Intermitente

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A los que estuvieron siempre,especialemente a Tamir

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Gracias por el camino, gracias por las huellas, gracias a todos los que me acompañaron hasta ahora en este viaje de la vida que

recién empieza. Sin sus pisadas al lado de las mías el paisaje no hubiera sido el mismo…

A Bruno por acompañarme durante los 93 días que duró esta aventura. Y, sobre todo, por bancarte a Celia Cruz cada mañana

del recorrido por Asia;A Richard, Caroline, Adrian, Dana, Papuchi y Bura por esos

días en el desierto, y por ayudarme a entender que lo material es totalmente prescindible;

A Stefan por aparecer en el momento justo;A James y Robbie por las carcajadas, por la locura;

A Mica, Mary y Julia por año nuevo y el ping pong show;A Juan, Lau y Santi por el hostel de Bath, por Rantee Beach y el

desayuno en el resort;A Rami, Marcos y Adrián por los asados multitudinarios en la

playa y por cada momento de magia en esa isla de ensueño;A Nacho por la fiesta, los arrozales y Hong Kong;

A Álvaro por la sencillez, humildad, la aventura y por estar siempre ahí cuando hizo falta;

A Lau, y a toda la banda argentina por no olvidar las costumbres;A Nina, Merel, Jildou, Marloes y Hannah por las cenas, bares y

one lemon, two lemons;A Nico por los derrapes y el surf en Gili;

A Camila, mi compañera de vida, por la incondicionalidad;Y a todos los que me impulsaron a terminar esta obra.

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“Levantando una copa vacía pido en silencio que todos mis destinos acepten a quien soy para que pueda respirar…”

Eddie Vedder

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República de la IndiaCapital: Delhi

Moneda: Rupia indiaCantidad de habitantes: 1.252 millones

Superficie: 3287590 km2Idioma oficial: Hindi

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Aunque sea casi imposible expresar con palabras lo que estoy viviendo, voy a tratar de describir lo mejor posible la estadía en India.Todo es nuevo, olores, ruidos, sabores. Una cultura totalmente distinta me hace sentir que no viajé de un continente a otro, sino que fue una mudanza de planeta. El camino desde el aeropuerto de Delhi hasta Paharganj -un conglomerado de hostels y tiendas baratas de todo tipo frecuentadas por viajeros de todo el mundo- fue suficiente para entender que la experiencia en este lejano país sería sumamente diferente a cualquier otra. El coche se mueve pero mis ojos se detienen en cada imagen. El disparo de la cámara de fotos no es tan veloz como se necesita para archivar cada una de las situaciones que aquí se perciben. Familias enteras acampando a ambos lados de una avenida. Unos pocos metros más adelante un grupo de monos devoran todo lo que encuentran en la basura, que no tiene un sitio para ser depositada sino que se amontona de a puñados en la vereda. Más allá, un hombre sumamente delgado pedalea su bicicleta cargada por cuatro garrafas, mientras a la izquierda se impone un templo gigante para la alabanza de Jánuman, el dios mono hindú. Todo sorprende. En un día de vuelo cambió todo, absolutamente todo. La banda sonora de esta historia es sin duda la bocina: buses, mini buses, taxis, tuc-tuc, motocicletas y bicicletas, sí, aunque parezca mentira, hasta las bicicletas tocan constante e incansablemente su bocina, componiendo así una insoportable orquesta de fondo. El tráfico es infernal, la osadía es cruzar de una vereda a otra sin sufrir ninguna lesión. Pero esquivar vehículos no es la única aventura con la que desafía en los primeros momentos Delhi, también están los agentes turísticos, una verdadera pesadilla. Logran que uno pierda la paciencia fácilmente con su tediosa persecución sin fin.Las figuras de elefantes son concurrentes por donde se busque. Están tallados en los ingresos a importantes edificios gubernamentales, incluso le dan forma al podado de plantas, o decoran monumentos. Están en todas partes. Los monos también invaden cada sector, pero no en representaciones, están en movimiento, no son para nada amigables y se disponen a apropiarse de cualquier objeto que sea descuidado.La escenografía de la capital no pierde nunca el color: frutas, verduras y flores adornan las callecitas laterales, donde por más pequeñas que sean, transitan simultáneamente peatones, bicicletas, autos y camionetas. Son increíbles las maniobras que hacen los conductores para poder avanzar. Un olor agrio, rancio y para nada agradable abruma a esta enorme ciudad tan llena de gente. A cada paso se va impregnando en la nariz. Hacia donde se mire, siempre algo va a sorprender. Cualquier sitio es perfecto para ir al baño, no importa el sexo, este dato ayuda a justificar el aroma especial de las calles.Mientras tanto, comer o tomar algo genera cierto recelo, aquí todo es picante: curry, masala, chili y demás condimentos se consagran en cada plato. India es la capital mundial de las especias y es una tarea casi imposible esquivarlas; llenan de ardor la lengua, encías y labios con cada bocado. El fuego llega hasta la garganta y no existe bebida que apague el incendio, será cuestión de acostumbrarse. En más de una ocasión sentí confusión al verlos, más de una vez no supe si se trataba de una persona viva o muerta. Cuerpos en estado deplorable, sin moverse, a los costados de las calles generan esta incertidumbre. Las condiciones de vida son las mínimas, tal como me lo habían contado, pero presenciarlo es algo que carcome un poco por dentro.

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Un cartel enuncia “Nueva Delhi” y, simultáneamente, traza un límite estremecedor. De un lado, la parte moderna de la ciudad, donde la gente paga miles de rupias por alguna prenda de una reconocida marca internacional; del otro, la zona más antigua revela el esfuerzo de las personas por sobrevivir, trabajando sin la más mínima medida de seguridad ni higiene, durmiendo sobre chapas de algún puesto de venta, o en el piso, cercano al lugar donde minutos antes un ratón posaba para la foto. Se puede ver mucha pobreza, la imagen de mendigos pidiendo limosna se repite en diferentes puntos de la ciudad. Delhi es gigante, con más de 18 millones de habitantes. Subirse al metro es adrenalina pura, una aventura que hasta pone en riesgo la integridad física, pero es imprescindible, no hay manera de recorrer esta inmensidad de otra manera en tan poco tiempo. Hay mucho para ver, y lo que más llama la atención es el gran tamaño de algunas de las construcciones más importantes: monumentos como la Puerta de India, el Parlamento, la casa de gobierno y el Templo del Loto (Bahai’s Temple). Este último se levanta con ímpetu sobre una impactante estructura de mármol que permite a todas y cada una de las personas acercarse a profesar su fe. Se trata de un sitio construido para la convergencia de todos los cultos. Dentro de los cientos de atractivos que la capital de India les ofrece a sus visitantes se encuentra el museo de Indira Gandhi. Su ingreso es gratuito y es una cita por demás interesante. Un memorial ubicado dentro de la residencia de la Primer Ministra India, donde se pueden ver sus pertenencias, entre las cuales se encuentran exhibidos dos mates con sus respectivas bombillas, enviados por el presidente de Argentina, tal cual reza la aclaración que hay bajo ambos objetos (no se identifica en qué año fueron regalados). Es posible también transitar por el jardín donde fue asesinada, en la parte exterior de la vivienda. Un espacio cargado de paz en plena locura de la ciudad.Otra cosa que queda girando como un trompo en la cabeza, es la incoherencia del asunto de la vaca, ¿cómo puede ser que sea un animal sagrado y se alimente de basura? Es realmente inentendible. Transitan con total libertad por la vía pública, en plena urbanización, dando la idea de que no tienen dueño alguno, de que viven como los perros callejeros. Desde aquí, las posibilidades para trasladarse a otro punto del país son variadas, pero la espera para obtener un boleto de tren o de colectivo es fatigante. No sólo hay que presentarse desde muy temprano por la mañana en la estación, sino que al haber tantas personas en la misma situación todo se demora, haciendo de un trámite tan sencillo algo realmente tedioso que llega a fastidiar a cualquiera.Seis horas de viaje separan Delhi de Jaipur, la ciudad rosa, conocida así por el colorido emblemático de su casco histórico. El paisaje sigue siendo prácticamente el mismo: chanchos, camellos, vacas, y cabras decoran las calles de la ciudad, recibiendo bocinazos, codeándose con autos y tuc-tuc. Nadie se sorprende, todo es sumamente cotidiano para los indios. Resulta imposible para alguien empapado de cultura occidental, salir del asombro. Paseando por el centro, se produce algo sumamente inesperado: unos pocos metros atrás se aproxima caminando un elefante, con su dueño al lomo, quien lo hace frenar para que reciba algunas fotos a cambio de propina. India hace posible que todo

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este tipo de experiencias se concreten minuto a minuto.En cuanto a los vendedores de las tiendas, todos quieren a hacer su mejor negocio con los viajeros y turistas. Para ellos, somos máquinas expendedora de monedas, o algo así. Desconocen lo apretado que vine hasta estas latitudes, el regateo que practico para ahorrar todas las rupias que se pueda, y mi desinterés absoluto por el lujo y el exceso. Las telas de mejor calidad del mundo se encuentran acá. De seda, de algodón, de todo tipo, y los vendedores no paran de ofrecerlas, sin dar respiro. Los choferes de tuc-tuc también están dispuestos a cobrar alguna comisión llevando a turistas a estos locales, su insistencia suele ser lo suficientemente incisiva como para terminar donde ellos desean con tal de no continuar la discusión.En el corazón de Jaipur se encuentra el City Palace -palacio de la ciudad-. Una puerta de gran tamaño invita a pasar, tras ella está la boletería donde todos abonan la entrada. Antes del ingreso, un encantador de serpientes seduce a los visitantes a que se detengan a presenciar el espectáculo. A cambio de algunas rupias hará sonar su been- instrumento de viento indio- para que las cobras salgan de adentro de la canasta buscando altura, subiendo al ritmo que su amaestrador propone. El palacio por dentro es una maravilla, el mármol prevalece en su estructura, mientras que las paredes demuestran finas terminaciones. El rosa es el color que predomina, haciéndole honor al sobrenombre de la ciudad. El lujo es moneda corriente aquí dentro, grandes arañas de cristal cuelgan de los techos, otorgándole un brillo particular al interior del palacio. Mientras un jarrón gigante de bronce es exhibido en el vestíbulo principal, en algunas habitaciones se muestran elementos históricos y en otras, obras de arte, dándole una pincelada museística a ciertos recintos.Luego de la excursión por el palacio, probar un plato típico es una buena idea, no sin antes advertir al vendedor que evite el picante en la comida. Sin dudarlo, sugiere thali, que consta de un popurrí de cazuelas. Arroz, cebolla, limón, lentejas, son algunos de los ingredientes que se pueden identificar, los demás están ahogados en especias que hacen arder cada papila gustativa al probarlos. Todo esto acompañado del pan indio, el chapati. La lucha se extiende algunos minutos, hasta que al fin decido sólo comer aquello que no me obliga a tomar un litro de agua después de ingerirlo.La experiencia recogida con el paso de los días me hace comprender que cuando un agente de ventas de una estación de buses dice “coche cama” es coche cama. Dato realmente útil en el tramo Jaipur – Udaipur en el que tuve la oportunidad de viajar en un colectivo dividido en cuasi dormitorios, algo extrañísimo pero oportuno que permite descansar de corrido las diez horas de viaje.En Udaipur -la ciudad blanca- cambia prácticamente todo: las bocinas siguen siendo la cortina musical a cada instante pero con menor intensidad, el lago le da otro colorido y olor a las calles. Se siente el aroma a incienso a cada paso, siempre acompañando alguna imagen hindú. Se puede notar una mayor cantidad de templos, siendo tanto más pequeña esta ciudad. La curiosidad hace que sea imposible no entrar a uno. Un cuidador invita a pasar, mostrando amablemente cada sector. Desde su terraza se ve el lago Pichola, el palacio que hay en su interior, y el City Palace -complejo de palacios construido en el siglo 16-, el cual parece ubicarse a pocos metros de ahí. Los monos se

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apropian de las alturas, correteándose, saltando de un techo hacia otro, deslizándose por algún poste hacia abajo sólo en casos de percibir comida fácilmente obtenible.Es una ciudad mágica, realmente mágica. Por momentos parece un pueblo, por momentos se transforma en ciudad. Montañas y lagos la decoran con una armonía perfecta. Comparada con las grandes urbes de Delhi y Jaipur, aquí la gente vive a otra velocidad, el trato es más cálido y, aunque todos se peleen por vender algo más, no se olvidan de la cordialidad, gesto que hasta este momento no había visto en los indios. Las mujeres aprovechan el agua del lago para lavar su ropa, mientras que en la orilla del frente los hombres no dejan pasar la oportunidad de bañarse, ayudados por un balde.El asunto de la comida sigue siendo lo más complicado del viaje. Sin embargo, después de unos días de errar con la elección de uno y otro plato, en el hostel me permiten el uso de su cocina y con coliflor, chauchas, papas, huevos, perejil, tomates y pimientos - bien hervidos y con mucho kétchup– se confecciona la cena más sabrosa y abundante hasta entonces. Hoy sí que no hay posibilidad de queja. Panza llena, corazón contento. Al día siguiente, llega el turno de conocer el lago que se encuentra del otro lado de la ciudad. Es un largo trecho, pero disfrutar paso a paso del paisaje, caminando bajo el sol, se presenta como la mejor de las opciones. En el trayecto la gente del lugar pide fotos, posan a mi lado como si fuese una persona reconocida. Tan distintos son los rasgos físicos que les llama profundamente la atención. Los niños frenan mi paso agitando sus manos con un “namasté” -hola en hindi- eufórico, gesto que me saca muchas sonrisas. La calma que se vive en Udaipur se acrecienta aún más a la hora de la siesta. Los negocios duermen y se hace difícil cruzarse con alguien en la calle. La caminata hacia la otra punta de la ciudad se hace extensa, pero el objetivo de llegar al teleférico con el que se puede subir a un cerro y obtener desde allí una panorámica inmejorable motiva a continuar. Luego de pagar el ticket de ingreso y aguardar unos minutos junto a otras personas, subimos a la cabina para comenzar el ascenso. Es innegable que el recorrido valió la pena. La postal que asoma es increíble: dos lagos formando espejos gigantes reflejan las montañas que rodean la ciudad blanca, llamada así por sus decorosos palacios. Uno de ellos se encuentra inmerso en las aguas del lago Pichola y funciona hoy como un lujoso hotel.El City Palace es un magnífico lugar que combina la historia, la naturaleza y la abundancia de esta ciudad. En su interior un museo expone reliquias de todo tipo, sobre todo militares, mientras que un extenso parque en las afueras invita a distenderse caminando entre sus arboledas, con el lago como imagen de fondo. Dentro de las murallas del palacio también se encuentra un hotel pomposo, donde se hospeda la clase más alta de India y del mundo.Una vez más el viaje se lleva a cabo en la clase “sleeper” -especie de cabinas con camas adentro-, peleando con las ventanas que no cierran y con el frío de la noche que entra por cada rincón de este dormitorio andante. No es la mejor opción, pero se adecúa bastante al presupuesto y trasladarse de noche hace que el día rinda más. Una escala en Jodhpur y sigue la ruta, la que está bastante averiada, haciéndome saltar una y otra vez, golpeándome la cabeza con el techo tras cada bache. Realmente es una odisea dormir más de diez minutos de corrido. Pero eso ya es historia, es momento de disfrutar de

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Jaisalmer.Algún que otro viajero conocido me dijo algo así como que India no dejaría de sorprenderme, pero esto ya excede la imaginación. Jaisalmer - popularmente denominada como la ciudad dorada- se presenta como un verdadero ensueño, delicadamente pintada y bañada por la luz del sol. Todo aquí resplandece. Se pueden encontrar camellos por donde se mire. También los grandes fuertes decoran este paisaje incrustado en un océano de arena que se expande hacia los cuatro puntos cardinales. Definitivamente esto parece una escena cinematográfica. A pesar de tanta luminosidad y brillo, el paso por este lugar va a ser breve, ya que el fin último es zambullirse en el desierto.El dueño del hostel brinda toda la información necesaria para salir en un tour de tres días a camello por el desierto, en dirección a la frontera con Pakistán. Tres días simulando ser un verdadero tuareg, enredado entre la arena y el sol: una experiencia suprema. Por la mañana un jeep pasa a buscar a todos los huéspedes interesados en la excursión. A ambos costados de la ruta se elevan los inmensos molinos eólicos que abastecen de energía a la región. Luego de algo menos de una hora, el chofer apaga el motor y nos señala con la mano donde desayunaríamos a la espera de la llegada de los camellos. Mientras comemos, algunos baqueanos preparan todo para comenzar el tour, al cabo de unos minutos los animales están listos, cargados con todo lo necesario para el paseo por el desierto.Nada a la derecha, nada a la izquierda, cuatro compañeros de ruta sobre sus camellos adelante, dos más hacia atrás, un cielo gigante encima de toda esta inmensidad, la arena por debajo acariciando las patas ¬ de quienes nos transportan y un sol tan grande como incinerador abrazándonos desde alguna lejana altura, sólo eso. El andar es tan lento que permite analizar todo. Algunas posibles viviendas de serpiente, una escasa¬ vegetación, algunos antílopes alejándose de nuestro paso, justificando su fama de animal veloz y un par de águilas revoloteando. Nada más en movimiento. La escena es increíblemente bella, un paisaje jamás visto por estos ojos que constantemente quieren más.Nos desplazamos todo el día a paso de camello, con sólo una interrupción para cargar agua en el pozo de una familia que nos recibe con gusto. El sol va cayendo, su imagen internándose en la arena es impactante. Ahora sí es necesario frenar la marcha para armar el primer campamento. La cena será arroz con muchas verduras, lo difícil va a ser distinguirlas ya que el curry impregna todo con su aroma, y el tono propio de cada una se pierde ante la excesiva cantidad de especias. “More chapati?” invita Dana, uno de los guías, a comer más del pan característico de India. El cielo se expande con ímpetu. Estrellado como nunca antes lo vi. Esta manta bajo la espalda, esta otra para cubrirme del frío, la mochila de almohada y nada más, solo sueños dando vueltas. Una, dos, decenas de estrellas fugaces que el espacio regala y a dormir, con el alma llena. A la mañana siguiente despertamos todos los viajeros mientras nos preparan el desayuno. Un poco de chai -té a base de hierbas y masala- acompañado de legumbres llenan el cuerpo de energía para continuar con el segundo día de marcha. No varía mucho con respecto al primero; el camello como montura, desierto a los alrededores, un penetrante sol, campamentos para comer y dormir, y así hasta el regreso a la ciudad.Agra es el próximo destino, la ciudad del célebre Taj Mahal. Otra noche larga en sleeper-

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class, con el ineludible chiflar del aire frío a través de los agujeros que el chasis de este vehículo presenta. Despertando ante cada rebote de las ruedas sobre el tan averiado asfalto. Termina el recorrido y todo es caos: vuelven las bocinas a retumbar en cada rincón. Simultáneamente los prestadores de servicios turísticos persiguen a sus posibles clientes a los gritos y aquel olor rancio cobra fuerza otra vez. Después de algunos minutos un chofer de tuc-tuc gana por insistencia y me lleva a buscar alojamiento. Tras golpear algunas puertas, desempaco rápidamente en un hostel y retomo mi empresa: conocer el Taj Mahal. No hay tiempo para descansar ni para nada más que no sea ir a conocerlo, la ansiedad es más fuerte que el sueño, el hambre y todas las necesidades del cuerpo. El hecho de ver a esta bestia de mármol altera todos los sentidos. Sumado a este deseo, mañana es viernes, el único día de la semana que sus puertas están cerradas; no queda otra alternativa que apurarse. Es gigante, muy gigante, por donde se lo mire. Solemne y monumental, se erige dejando sin aliento y sin palabras a quien con él se topa. Al ingresar a la tumba ya no se pueden sacar fotos y es necesario quitarse los zapatos o cubrirlos con unas bolsitas que te dan al comprar el ticket de ingreso. El interior del lugar es bastante tétrico, con poca luz y menor ventilación. El intenso olor y el agobiante calor complican un poco la permanencia ahí adentro, pero a pesar de esto, es necesario apreciar los detalles. Todo está perfectamente tallado, creando formas que no parecen posibles de realizar en un material tan duro como el mármol. Es un trabajo artesanal a gran escala, a grandísima escala. Una vez afuera del mausoleo, queda recorrer los edificios que lo rodean: uno es una mezquita, mientras que el otro un templo de alabanza hindú. Al entrar – siempre descalzo- uno se choca con cientos de personas realizando ritos de adoración. El espacio está atestado de gente todo el tiempo, el mundo entero quiere acercarse a conocer esta maravilla. Tomar una foto no es tarea fácil, siempre alguien aparecerá asomándose en el encuadre.El lugar, en su totalidad, presenta una simetría admirable. Desde el gran edificio de ingreso, construido con piedra roja, pasando por el bellísimo jardín decorado con fuentes de agua y verdes senderos, hasta llegar al mausoleo. Sin olvidar los dos edificios ya mencionados a ambos lados. Esta maravilla del mundo requiere de un largo rato para poder ser contemplada, para disfrutar de todo el predio. Desde la parte trasera también se puede ver el río Yamuna, uno de los principales del norte del país. Cerca del Taj Mahal, Agra es preciosa, pintoresca y se encuentra bien cuidada. Sin embargo, alejándose un poco del principal atractivo, las calles se convierten en caos, un terrible caos, quizá peor que el de Jaipur, pero definitivamente inigualable al de Delhi. Esta ciudad guarda otra obra maestra de la arquitectura: el Fuerte de Agra o Fuerte Rojo. Se trata de la fortaleza más importante de la India, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. La visita demanda de algunas cuantas horas para poder recorrerlo por completo. Una vez terminada, llega el momento de buscar la mochila y caminar los cinco kilómetros que separan a este lugar de la estación de trenes. Una pandilla de monos actúa con lucidez y se apropia de la bolsa de bananas que minutos antes había comprado para aprovisionarme durante el viaje. Estos ladrones de comida están siempre alerta para poder quedarse con las pertenencias de quienes no prestamos la atención suficiente. Están a lo largo y ancho de la estación, entre tanta gente resultan

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victoriosos sin demasiada dificultad. La próxima parada es Varanasi, la tan esperada ciudad del río Ganges. Al despertar en el tren ya es de día, pero parece que aún faltan algunas horas para llegar a destino. Sin mediar saludo, un pasajero extiende su mano ofreciendo una galleta de chocolate. Se trata de un coreano que partió desde China viajando sólo con su bicicleta, pasando por Pakistán y ahora anhelando pedalear por toda India. Busco dentro de la mochila la mermelada que queda y nos acomodamos para desayunar en compañía.El tren se frena lentamente, al descender, se acerca un señor de un amable aspecto, pero claro, sólo se trata de alguien que quiere hacer su negocio. Luego de un intenso regateo, pone en marcha su tuc-tuc y se dirige a un guesthouse. El hospedaje tiene un extenso parque en la entrada, wi fi, sábanas y toallas limpias, y hasta hay un palo de piso en el baño; esto es de no creer a estas alturas, habiendo pasado por tanto albergue en precarias condiciones. Un chico de Hong Kong da la bienvenida luciendo unas ojotas hechas de botella de plástico, muy simpático, en una breve charla cuenta qué se puede hacer en tan mística ciudad.En las grandes avenidas reina la vorágine. Cabritos y vacas pasean a la par de quienes las transitan. Las bocinas siguen siendo el común denominador, aturdiendo a tal punto de persuadirme a elegir alargar un poco el camino para evitar el ruido de autos, motos y tuc-tuc. En la vereda se mezclan todas las realidades: un señor monta su peluquería móvil, donde ofrece una rápida afeitada a quienes pasamos cerca suyo; las vacas se dan una panzada probando las delicias que le ofrece un basural nauseabundo; las flores y ofrendas buscan un rincón para ubicarse ante las imágenes de Ganesha, Krishna y cada uno de los dioses hindúes que se manifiestan simbólicamente por toda la ciudad. Los templos son innumerables. El más importante es el Golden Temple o Kashi Vishwanath, dedicado a la adoración de Shiva. Para ingresar se debe presentar el pasaporte y aceptar ser revisado por miembros del ejército, quienes protegen el lugar. Repleto de piezas doradas, recibe a los fieles que peregrinan durante algunos minutos alrededor de los distintos recintos que lo componen.Una larga caminata por la orilla del río y un recorrido profundo por el centro de la ciudad cubrió varias horas de aquella mañana. De regreso por el Ganges se puede presenciar la cremación de cadáveres con su respectiva ceremonia. Un ritual verdaderamente estremecedor. Pilas de leña forman el lecho final de los muertos, quienes son depositados allí para dar comienzo a la incineración de sus cuerpos. Es común asistir a estos rituales, se realizan durante todo el día en las diferentes ghats -escaleras desde las que se desciende al río-, sólo hay que ser respetuoso y mantenerse alejado, ya que cerca del difunto se encuentran sus familiares despidiendo su alma.Por Varanasi, toda la actividad de quienes aquí residen se relaciona con este río místico. De día la gente lava sus ropas, se afeita, se corta el pelo, pasea sus vacas, ofrece masajes. De noche, entre las 19 y 20 horas llega el momento de alabanza al dios Shiva. Desde las escaleras que bajan al Ganges o desde el mismo río, contemplando sobre distintas embarcaciones, todos los habitantes están ahí. Con sus vestidos brillosos, con el “tercer ojo” pintado en la frente, arrojando candelas al agua, cientos de peregrinos profesan su fe. El acto congrega a muchas personas, las que se conglomeran en mayor cantidad en la

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ghat más importante, la de Ganga Seva Nidhi. Los peldaños de todas las escaleras están destinados a la misma celebración, aunque presenten distintas clases de convocatorias. Los colores rojo y dorado tiñen las túnicas de quienes brindan este espectáculo religioso montado a la vera del río. El incienso, las velas, y otros elementos recubren la escena, mientras todos admiran lo que acontece. Varanasi se paraliza para vivir este momento de conexión espiritual. Es la ciudad predilecta del hinduismo. Desde lo turístico, un paseo en bote es la actividad más ofrecida a quienes visitan la urbe. Los hay largos, cortos, todo tipo de opciones según los gustos del cliente y las posibilidades del propietario de la embarcación.El Ganges significa pureza, es debido a esto que los hindúes, tras su muerte, son arrojados hacia sus profundidades, ya sean sus cenizas al ser cremados, o su cadáver sin previa cremación. Siguiendo esta creencia, decido purificar mi cuerpo y zambullirme en sus aguas, en las más contaminadas del mundo tal vez. Los restos de muchas personas descansan en el río, las de Mahatma Gandhi, por ejemplo, y son los rituales que se celebran en sus orillas los que le brindan el misticismo que representa la ciudad de Varanasi para propios y extraños.Un lugar realmente mágico, que permite relajar y recuperar energías, ayudando a proyectar lo que se viene: Nepal. La despedida de la India se vuelve inevitable. La nostalgia por el abandono de un país que apenas conozco me invade y, simultáneamente, me carga de energía para arribar al próximo destino, no sin antes preguntarme qué es lo que habrá del otro lado, qué es lo que espera más allá, cómo serán los paisajes, las comidas, las miradas, las sonrisas. Los vagones avanzan, es una página más que se da vuelta para empezar a escribir lo que vendrá.

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En el Techo del Mundo

República Federal Democrática de NepalCapital: Katmandú

Moneda: Rupia nepalíCantidad de habitantes: 30 millones

Superficie: 147181 km2Idioma oficial: Nepalí

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Después de más de 30 horas de haber partido de Varanasi, entre tren, trámites migratorios y un colectivo desastroso, a las cinco de la mañana se produce el arribo a Katmandú. El frio de la capital nepalí espera con los brazos abiertos. La madrugada no es el mejor horario para llegar sin tener donde ir a dormir, pero desde la oscuridad de la helada noche aparece un viejo hombre que las arrugas surcaban su cara. Se quita la bufanda y con un excelente inglés ofrece el hostel donde él trabaja. Su voz transmite confianza, además es la única alternativa: no existe un no como respuesta. El señor habla con un taxista que estaba aguardando en aquél sitio donde terminan su recorrido los colectivos de larga distancia -es decir que la estación de ómnibus es la vereda misma- y con un par de señas invita a subir. En el camino se produce la charla trivial obligada: ¿De dónde sos? ¿Por cuántos días te quedas en la ciudad? ¿A qué te dedicás en Argentina? El auto se detiene sin cobrar una moneda. Aparentemente trabaja por la comisión del hospedaje. Una vez adentro comienza el regateo, pero el cansancio gana en plena discusión y cedo antes de tiempo. Trescientas rupias nepalíes por la noche es el trato.Ese colchón, esa manta y esa calefacción son todo lo que necesito para descansar de este viaje agotador. No sólo por las horas transcurridas, sino por todas las anomalías presentadas. Aunque quizás para los demás no es una anomalía que suene a todo volumen la música del colectivo a las tres de la mañana, que viajen once personas sentadas en el piso del pasillo, que se realicen paradas cada quince minutos y que el viaje dure cuatro horas más de las estipuladas. A este cúmulo de cosas se le suman otras tantas que convierten al trayecto aún más engorroso y agobiante. Las horas del tren de Varanasi a Gorakhpur, la espera en la frontera -donde al cruzar desde India a la ciudad nepalí de Belahiya se debe tramitar la visa- y la necedad de los funcionarios públicos poniéndole una absurda y disparatada tarifa al ingreso de su país. El trámite consiste en abonar el dinero que corresponde a la cantidad de días que el viajero tenga pensado quedarse, el agente agrega una pegatina al pasaporte, lo sella y listo. El transeúnte ya es propietario del derecho a transitar por Nepal.Al despertar no hay luz en la habitación, tampoco en el pasillo, ni agua caliente sale de la ducha. Tras ir por una respuesta, la recepcionista aclara la situación con un dato sumamente curioso. Sucede que en Katmandú, al igual que en el resto de Nepal, administran la electricidad diaria en cuatro intervalos simétricos de tiempo, debido a la escasez de la misma. El sol es el encargado de generarla y los paneles solares son los que la colectan, pero su almacenamiento no es suficiente para abastecer durante la jornada entera a toda la ciudad. Por lo que está organizado, día a día, el horario que indica cuando habrá energía eléctrica y cuando no.Cambiar de hostel por uno en el barrio de Thamel se convierte en la mejor opción para estar cerca del centro de la ciudad. Una vez allí, visito un puesto de alquiler de bicicletas para apuntarle sobre dos ruedas a la montaña y ver con que me encuentro en las alturas. La idea es llegar a Nagarkot, un lugar distante, pero enérgicamente recomendado por unos compañeros de ruta. Sin tener una noción exacta de su ubicación, emprendo el camino. Voy preguntando cómo llegar y todos responden lo mismo: “es muy lejos”, “es imposible de alcanzar con la bicicleta”. El paisaje es increíble. Subiendo la montaña se aprecia a la izquierda, cada tanto, como se asoma algún monte nevado. Lo que no hace

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más que motivar a seguir pedaleando en plena pendiente. Después de una o dos horas de andar, elijo un sendero de árboles para reposar y tomar un poco de agua. Un lugareño, mientras pasa por el mismo camino me alerta de que el tramo que sigue es violentamente empinado. Motivo por el cual decido subir unos pocos metros más y sentarme a admirar aquel exquisito y remoto lugar. La belleza es imperturbable, todo allí es calma y quietud. Al cabo de unos minutos de contemplación, emprendo el regreso a Katmandú, dado que en menos de tres horas cerrará el puesto de alquiler de bicicletas. Un nuevo día en esta ciudad preciosa da comienzo. Llega el momento de recorrer la Durbar Square, una enorme plaza muy diferente a las que acostumbramos en Argentina. Nada de césped, hamacas ni juegos para niños. Consta de una vasta estructura de cemento repleta de grandes templos al estilo pagoda –de ladrillo rojo y madera- correspondientes a la arquitectura Newari, característica de Katmandú. Este bello sitio fue nombrado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, debido a que allí se ubicaba el antiguo palacio real del Reino de Katmandú. Durante la caminata de regreso, es posible apreciar de qué manera abundan las tiendas de ropa y accesorios para montañistas. La cercanía al monte más alto del mundo brinda la posibilidad de ser un punto altamente concurrido y predilecto para quienes están dispuestos a sumirse en la travesía por los picos del Himalaya.Por la noche se recorren las calles en busca de algún bar. El elegido es el que más llama la atención, con música en vivo y repleto de extranjeros –algunos de paso, otros trabajando en el lugar-. Sus paredes decoradas con pinturas de bandas de rock de todos los tiempos y la buena atención lo hacen aún más atractivo. Es aquí donde se genera el ambiente ideal para intercambiar con otros viajeros. Cervezas que van, vodkas que vienen, experiencias, datos, información ayudan a delimitar y decidir qué ruta tomar en los próximos días.Hoy es 24 de diciembre. Por la mañana el plan es trotar hasta el Templo del Mono, uno de los más importantes de la zona. La subida es realmente exigente, pero la vista de la ciudad desde esta altura es impagable. Los monos se pelean en los alrededores mientras me quedo observando Katmandú. Va a ser una navidad diferente a las demás. Una reserva en un restaurante se presenta como una buena opción para comer y brindar. El festejo no es mejor ni peor, simplemente es atípico. Una manera diferente de transitar esta fecha tan importante para algunos, y tan intrascendente para otros. En primera instancia ya es singular la idea de pasar Noche Buena en un país de credo fundamentalmente hindú, pero la globalización, la invasión occidental y el asedio del turismo, lograron la apertura de una cultura totalmente distinta. Llegadas las diez de la noche, al detenerme frente a la puerta cerrada del restaurante de la reserva, descubro que la cena fue a las 18 horas, quedandome sin lugar para comer. Mientras tanto, el cartel de un modesto bar llamado “Tom & Jerry” anuncia exultante la oferta de tragos 2x1. La sugerencia es aceptada sin duda alguna. Vodka, pochoclo, licor y la secuencia se repite en varias ocasiones hasta el momento de cambiar de pub. La caminata por las calles se complica por el frío, pero por primera vez durante la estadía asiática se pueden ver a otras personas deambulando tarde en la noche. Las seis de la mañana es el horario del pasaje hacia Pokhara, motivo por el cual debo regresar al hostel a dormir de prisa.El trasnoche fue duro. Cabeza y estómago no ayudan, pero esa es otra historia. La cadena

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montañosa más alta del mundo se presenta como el fondo perfecto de esta ciudad enorme pero despoblada a la que acabo de llegar. La promesa, siempre incumplida, de “wi fi todo el día y ningún corte de luz” es el anzuelo predilecto de la mayoría de los hostels para conseguir huéspedes. Las aplacadas calles no generan más que calma y serenidad. “Hello, merry chrismas” saludan a coro los niños de los alrededores al reconocer a un extranjero. Un gesto verdaderamente cálido y amigable que da una sensación de hogar. Pokhara se convierte rápidamente en el mejor lugar del viaje. Establecer parámetros de selección y comparación entre uno y otro no es sencillo, pero acá es innegable que se siente una tranquilidad singular.El alquiler de un bote es una idea inmejorable para explorar la zona y distender. El manso y apacible lago presenta un telón de fondo verdaderamente imponente: los picos más altos del mundo decorados por la nieve, dando lugar a un paisaje genuinamente poético. Las dos horas acordadas con el dueño de los barquitos nunca serán suficientes para recorrer de punta a punta tal paisaje. Desde el agua se pueden ver los parapentes planeando en las alturas, también los kayaks remando a lo lejos, todos disfrutando de la majestuosa presencia de estos montes que le dan forma al Himalaya. Una vez devuelto el bote, es un buen plan ir a un río cercano a caminar sobre las piedras y presenciar la belleza infinita del ocaso.Dicen que lo bueno dura poco y en coherencia con el dicho, se termina la estadía en este hermoso lugar. Hay que regresar a la capital y planear lo que queda, lo que resta por andar. Después de algunas horas de haber regresado a Katmandú, la decisión es ir a visitar la ciudad de Chitwan. El colectivo saldrá temprano en la mañana. El Parque Nacional de Nepal espera, elegido por la posibilidad de hacer un safari en elefante. ¿Qué decir de la brevísima estadía en Chitwan? El traslado hacia la ciudad, la recepción en la terminal de buses y la bienvenida en el hostel son perfectos. La experiencia del safari en elefante resulta extraordinaria y, paradójicamente, de sabor agridulce. Desde el lomo de este gigantesco animal se ve la manera en la que los demás huyen ante su presencia, incluso los rinocerontes que tan macizos y poderosos parecen. Sobre el elefante se respira la tranquilidad que este paisaje selvático transmite, se escucha el silencio perfecto interrumpido solamente por sonidos naturales. La paz entra por todos los poros, incluso parece capaz de trasladar a cualquiera hacia otra dimensión. Hasta que la realidad choca de repente con un ruido poco agradable: quien nos pasea golpea duro a nuestro medio de transporte. Sin ninguna necesidad. Este accionar provoca malestar.Salvando detalles, en esta ciudad todo es realmente hermoso e impecable. Por la noche, un centro cultural brinda un espectáculo muy atractivo, en el cual se exhiben algunos números de danzas y música nepalíes. Al finalizar, el animador invita a todo el auditorio al medio de la escena, a compartir el baile con ellos. Así es como se arma la fiesta. Una noche más que agradable para concluir un día fantástico. Chitwan se consagra como un lugar para visitar una y mil veces: un pueblito de calles de ripio, por las que la gente se maneja en jeep o 4x4, y en donde -alejado de las grandes ciudades- se puede disfrutar plácidamente de lo natural.Al día siguiente, por la mañana, se dará cita al regreso a Katmandú, para posteriormente despedirse de Nepal. El paisaje es bellísimo. A través de la ventanilla del colectivo las

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montañas se erigen por doquier, envolviéndolo todo con fuerza; arriba, rocas decoradas con terrazas de cultivo, y hacia abajo un rio azul intenso casi turquesa que sugiere dejarlo todo por un chapuzón. La suave y blancuzca arena forma pequeñas playas, regalando en conjunto una panorámica exquisita.Montañas, lagos, selva y personas demasiado hospitalarias siempre dispuestas a ayudar, es lo primero que se cruza por la mente al pensar en una breve descripción de la experiencia por el país. Los kilómetros recorridos desde India para llegar hasta aquí no fueron tantos, sin embargo las diferencias son enormes. Acá los oídos descansan de los bocinazos constantes, se puede caminar tranquilamente por las veredas sin tener que esquivar autos, tuc-tuc, vendedores ambulantes, bicicletas, motos y vacas, entre otras tantas cosas. De hecho, en Katmandú no hay animales dando vueltas por las calles, salvo algún que otro perro. Las peleas de monos sobre los techos y las miradas perdidas de cabritos en cualquier esquina quedaron atrás. Por otra parte, los vendedores ambulantes mantienen una actitud sutil. La persecución no tiene espacio, pero sí se requiere -por parte del viajero - de una habilidad de regateo mucho más aguda que la utilizada en India. Los comerciantes llegan a bajar más del cincuenta por ciento del costo de sus productos, siempre y cuando el comprador esté dispuesto a mantener una actitud firme y persistente. En general, los precios son un tanto más altos con respecto al país vecino, sin embargo la estadía sigue siendo muy barata en esta parte del continente asiático. Además, presenta mayores facilidades a la hora de conseguir un plato que se adecúe a las costumbres occidentales, para evitar su picante. No se puede dejar de recomendar el tan delicioso momo (siempre y cuando se lo pida sin curry y demás especias). Aquí bajaron los niveles de suciedad, y sigue siendo destacable la forma en que los lugareños hablan el inglés, o por lo menos intentan comprenderlo a la hora de brindar la información que se les solicita.La última llegada a la ciudad capital se da con el único fin de partir en un vuelo desde allí, desde el Aeropuerto Internacional Tribhuvan. El avión despega, se aleja lentamente del suelo. Al pasar sólo algunos instantes, aparece por la ventanilla la cadena montañosa más alta de todas. El Himalaya, ahora desde abajo, da las razones suficientes para entender que los días pasados fueron vividos sobre el techo del mundo. A través del acrílico transparente, la vista es alucinante, una obra maestra yace bajo este ave de metal que se eleva sin parar.

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Reino de TailandiaCapital: Bangkok

Moneda: Baht tailandésCantidad de habitantes: 65 millones

Superficie: 513115 km2Idioma oficial: Tailandés

Arroz Frito

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Se acerca la azafata extendiendo su mano para ofrecer la tarjeta de migración tailandesa. El posterior pedido de “abróchense los cinturones” demuestra que ya nos encontramos cerca, que se aproxima el aterrizaje. Otra ciudad por descubrir: Bangkok.El aeropuerto es inmenso. El primer trámite allí consta de presentar el certificado de vacunación contra la fiebre amarilla en el control sanitario. El agente, luego de chequear su validez, indica por dónde seguir hacia el puesto de migraciones. Ahora hay que buscar la forma de salir de este monstruoso edificio y llegar al centro. Primero un minibús para desplazarme algunos cuantos metros hacia otro sector del mismo aeropuerto; luego una traffic que lleva hasta un punto más céntrico; y desde ahí, cuando todos ofrecen taxis y tuc-tuc, decido tomar un colectivo de línea, con la mochila al hombro y todos los abrigos colgando (del intenso frío nepalí a está cálida y húmeda metrópolis hubo una gran amplitud térmica). Me dirijo rumbo a la Khao San Road como si conociera el camino de toda la vida. Al bajar sólo resta caminar unas pocas cuadras para llegar al final del recorrido. La calle más turística de la ciudad explota, la cuenta regresiva de la pantalla gigante ubicada allí indica que faltan poco más de cinco horas para año nuevo. Se vive realmente una fiesta. Entre medio de la gente, aparece Stefan, un alemán que saluda y cuenta que va a estar difícil conseguir alojamiento, así que ofrece su habitación para dejar el equipaje y poder buscar donde quedarme sin tanto peso encima.Afuera las camperas y el pantalón largo, un baño revitalizador, remera, bermuda y a salir a la calle, en busca de un buen lugar donde festejar la llegada de un nuevo año. Una cena rápida y a la vereda otra vez, a esperar que la cuenta regresiva llegue a cero. Sobre un escenario montado en el comienzo de la Khao San Road un animador anuncia las bandas que van subiendo a tocar. Bangkok es una verdadera fiesta, atestada de extranjeros de todos los rincones del mundo y colmada de ganas de empezar el 2013 con la mejor energía. Los vendedores ambulantes ofrecen todo tipo de alimentos y bebidas, entre sus mercaderías, se encuentra una gran variedad de insectos y animales exóticos. ¿Qué mejor idea para dar el puntapié inicial del nuevo año que comerse un escorpión frito? Uno, dos, y al canto de tres se prueba ese manjar. El descontrol ya se apoderó de la Khao San Road hace rato, y al llegar la medianoche la locura es total, cerveza Chang por aquí, whisky barato por allá y qué gran manera de empezar el año.Ya es tarde, algunos bares van cerrando pero la música no se apaga del todo. Son las cinco de la mañana y el calor es insoportable, la humedad es terrible, pero el agotamiento hace que los párpados no demoren demasiado en cerrarse.Durante la siesta siguiente resulta insostenible caminar con el intenso calor de la capital tailandesa. La carrera por visitar cada santuario budista se hace bastante pesada, pero es necesario apurarse; a las tres de la tarde comienza el momento de alabanza y cierran las puertas de los templos para la visita de extranjeros. El Wat Indraviharn, o templo del Buda gigante, es el primero en la recorrida: los 32 metros dorados que ocupa esta exuberante escultura reciben constantemente ofrendas de los fieles que se acercan, al tiempo que los turistas encandilan con los flashes de sus cámaras de fotos.A unos pocos minutos de caminata se encuentra el templo del Buda reclinado o Wat Pho, donde el asombro y la perplejidad paralizan a cualquier espectador. Para el ingreso, hay

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que tener en cuenta la vestimenta. El uso de musculosa y pantalón corto está prohibido -considerando que es obligación taparse hombros y piernas en lugares sagrados- motivo por el cual alquilar una camisa y pantalón largo en el puesto que, estratégicamente, se ubica en la puerta principal se convierte en una opción inevitable. El predio que abarca todo el templo es inmenso. Dentro de uno de los recintos que hay en él, se encuentra la imagen de Buda acostado, el tamaño que tiene la figura es impactante, colmada de adornos áureos, el lujo abunda a lo largo y ancho de este espacio. La circulación se dificulta debido a la gran afluencia de personas que concurren a la cita.Las horas pasan y no queda tiempo para visitar nada más, salvo la Golden Mountain, a la que se puede acceder a pesar del horario. Se trata de un lugar realmente mágico. Después de subir todas las escaleras se llega a la paz total: con una música tenue, los feligreses caminan en círculo dejando campanas con alguna leyenda sobre los rincones de una silueta de hierro. El escenario es simplemente perfecto. Con el correr de lo minutos el sol se empieza a despedir, bajando lentamente, permitiéndole a todos los presentes un momento de pleno goce. Es perfecta la armonía que habita en este pequeño cerro, resulta imposible imaginar que en la misma ciudad existen este lugar y la calle donde anoche todo era alboroto y ruido. La ciudad ya vestida de noche está dispuesta a mostrar su número más singular. Para eso hay que ir a la zona de Pat Pong, un barrio reconocido por su dedicación al ocio nocturno. Estar en Bangkok y no presenciar el Ping Pong Show sería como recorrer París sin visitar el Moulin Rouge. Al cabo de un intenso regateo, un taxista acepta conducir hasta el lugar. Tras bajar del auto dos tailandeses extienden sus brazos invitando a pasar, haciendo ademanes para que sea de prisa debido a que falta poco para que comience el espectáculo. Se trata, ni más ni menos, que de un club de striptease repleto de turistas que rodean los cuatro lados del pequeño escenario, aguardando por aquello de lo que tanto se habla en los bares de la capital de este país asiático. La luz tenue disminuye todavía más su intensidad al mismo tiempo que una joven muchacha se dirige en ropa interior hacia el centro de la escena, donde coloca un recipiente vacío en un extremo. Aferrándose a uno de los cuatro postes inaugura la función. Algunos movimientos de cadera se suceden hasta que se quita sus prendas de vestir para introducirse en su cavidad vaginal pelotitas de tenis de mesa, desde donde las lanza con el fin de embocarlas dentro de aquél envase. Desfilan una y otra muchacha, cada una demostrando sus habilidades: sacan metros y metros de cadenas de su interior, encienden cigarrillos, le quitan la cáscara a una banana para arrojarla hacia el público y, lo más asombroso, destapan una botella de gaseosa, todo con su vagina. Cantidad de cosas increíbles que no dejaron de sorprender a cada uno de los espectadores. Luego de unos cuarenta minutos las luces vuelven a su estado original y cada uno abandona la sala con sensaciones diferentes; fascinación, desconcierto y hasta espanto es lo que se puede apreciar en los rostros de quienes asistieron a la velada bangkokiana. Sólo queda volver a la zona céntrica por una buena cena y por el ticket de tren hacia el próximo destino: Phuket.Ya es hora de partir y cambiar de sitio una vez más. Camino al lado del andén hasta llegar a la locomotora, donde le muestro el boleto a un oficial que me indica cuál es el vagón correcto. Así es como otra estación queda atrás, al tiempo que asoma un nuevo

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destino en el camino. ¿Qué tendrá Phuket para ofrecer?Calor, humedad, calor, humedad, y un poco de calor también, abruman a esta ciudad situada al sur del país. El trayecto fue largo, más de lo que esperaba de acuerdo a la distancia que hay desde Bangkok. El primer tramo es de unas nueve horas hasta llegar a Surat Thani, una vez allí, se produce el cambio de transporte para hacer las últimas cuatro horas de ruta en autobús. Terminado el trámite del hospedaje, dejo todo sobre la cama y salgo entusiasmado para conocer la playa. En ese momento es cuando me llevo una gran desilusión: estoy a más de una hora en colectivo. Al llegar, una enorme explanada de arena blanca en compañía del mar de Tailandia se presenta con esplendor y majestuosidad. Después de un reconfortante chapuzón es necesario cederle unos minutos a la admiración que merece este magnífico lugar. Es todo perfecto, se pueden ver los pies a través del agua. La segunda decepción no tarda en llegar: el colectivo que va desde el centro hacia la playa, y viceversa, deja de funcionar a las cuatro de la tarde, lo que obliga a que la estancia en la costa no se prolongue demasiado.Son varias las playas que rodean Phuket. Surin Beach es recorrida durante el primer día, y en el segundo le toca a Rawai. Tercera decepción: ésta última es realmente fea .Sin embargo, un bote-taxi ofrece sus servicios para llevarnos a quienes estamos allí hasta la Coral Island. Después de un breve regateo, todo concluye con un acuerdo para aceptar la propuesta. El paseo no es para nada breve, el viento mueve un poco la embarcación y hace que el agua salpique con potencia y bravura. Luego de media hora de alborotada navegación finaliza el camino. El mar es de un turquesa intenso acompañado por una arena increíblemente blanca, a su vez que toda la orilla es abrazada por un par de elevados cerros. Este punto es un paraíso, ni más ni menos. Improvisando una cancha de vóley con unos postes que se encuentran clavados en el suelo se larga un partido, después otro de fútbol, sumándose varios pequeños tailandeses a jugar bajo el sol que nos azota la piel. Tras un par de horas, lamentablemente, el dueño del bote indica que es la hora de regresar. Phuket ya cumplió su ciclo, ahora es el turno de Krabi.Fue una odisea meter a quince personas con mochilas, valijas, bolsos, cochecito de bebé, absolutamente todo, en un minibús ínfimo, sin baúl y sin bodega. Compactados, como si fuésemos cajas, completamente incómodos, y sin posibilidad de mover ni una ceja. De esta manera es como se recorre la ruta desde Phuket a Krabi. El paisaje al costado del camino es hipnotizador, tanto esplendor le resta importancia a lo engorroso de este trayecto.El conductor detiene el vehículo y abre la puerta corrediza de uno de los lados al llegar. Lentamente vamos desencajándonos como piezas de tetris, estábamos insertos a presión, no fue tan sencillo salir de ahí adentro. Al descender del coche es magnífico lo que se ve: el sol dejándose caer sobre el horizonte, haciendo brillar al reposado mar. Las personas van escurriendo sus ropas saladas alejándose del agua, mientras los morros acompañan la escena y terminan de ornamentar este cuadro. Al igual que en cada arribo a un sitio desconocido, surge la necesidad de encontrar hostel rápidamente. En Krabi somos un gran equipo; James, Robbie, Flora, Bruno y yo; dos ingleses, una escocesa y dos argentinos respectivamente, compartiendo unos días en el sur tailandés.En horas de la noche vamos por una cena marítima lo más completa posible en un

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pintoresco restaurante. Probamos ostras, calamares y cangrejos hasta que el estómago dice basta. Luego, caminando por la playa, hallamos un sitio inmejorable para sentarnos a contemplar el mar. Si digo que es perfecto, me quedo corto para calificar este momento. El sonido de las olas produce un concierto estupendo, una suave corriente de aire le susurra armoniosamente a las hojas de los árboles, haciéndolas bailar al ritmo que ella propone. No sé exactamente cuánto tiempo estuvimos allí, pudieron ser minutos o eternas horas. Las luces de los barcos pesqueros a lo lejos hacen que se pierda la mirada, animando a imaginar qué estarán haciendo, qué especies estarán atrapando o, simplemente, qué es lo que habrá del otro lado.Ya es de día otra vez. Luego de haber descansado lo suficiente nos disponemos a dar un paseo. Al final de la playa se pueden descubrir unas escaleras muy precarias que atraviesan un morro recubierto de palmeras y todo tipo de vegetación tropical. Los peldaños deben ser transitados cuidadosamente, ya que el tambaleo amenaza con enviar directo al suelo a cada peatón. Los monos también forman parte del escenario, acercándose amistosamente a quienes les tienden los brazos, aunque a veces son muy obvias las intenciones de hurto de estos simpáticos animalitos. Al pisar el último escalón, asombra lo que puede verse: los morros cercan el agua, de un brilloso turquesa, generando la sensación de que se trata de una piscina gigantesca; los granos de arena son muy pequeños, haciendo que el pie se hunda suavemente y los cangrejos corretean por todos lados esquivando los pasos de los visitantes. El mar refresca los cuerpos asediados duramente por el calor de la tarde tailandesa.Buscando ostras para improvisar la cena, aparecen en el camino Juan, Santi y Lau, tres bonaerenses con quienes acordamos en ir a cenar más tarde. Pad thai –compuesto de arroz o fideos, verduras, pollo y huevo fritos- es el plato elegido y el más habitual en los puestos de comida de todas las ciudades del país. Tras el último bocado surge el próximo destino: Ko Phi Phi.En el pequeño puerto aguardan cientos de personas para abordar el ferry hacia las islas, quizá uno de los lugares más concurrido por el turismo asiático. El azul intenso del mar de Andamán rodea a la embarcación durante dos horas de navegación, hasta que el ancla es arrojada al agua. Antes de pisar el muelle de arribo, la policía de Phi Phi Don –una de las dos islas que forman Ko Phi Phi- exige el pago correspondiente al ingreso a la isla. Los comerciantes ofrecen hospedajes a un precio mayor que en el resto de Tailandia, pero sólo es cuestión de caminar un poco buscando la mejor alternativa posible. Al final de la calle, donde ya pocos llegan sin alojamiento, se encuentra una excelente opción: el hostel de Bat -propietario que, durante una semana allí, no articuló ningún otro gesto que los destinados a cobrar la estadía-.El sol comienza a descender, ya es tarde para conocer la playa. Una alternativa interesante es transitar el camino en pendiente hacia el view point para ver la isla desde lo más alto y obtener una panorámica de todo el lugar. Es bellísimo. El mirador está colmado de personas que buscan el mejor ángulo para sus fotos, embelesados cada uno de los presentes por el encanto de la naturaleza.Por la noche la música proveniente de los bares playeros retumba en cada recoveco de la isla, lo que hace imposible conciliar el sueño temprano. Quedando sin otra alternativa

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que la de salir a dar una vuelta. El factor más característico de la fiesta en Tailandia es, sin dudas, el bucket. Se trata de un baldecito como los que se usan para jugar con arena durante la infancia, con la salvedad de que aquí su función es la de contener bebidas alcohólicas .Se pueden mezclar distintas variedades, y se venden en todos lados, donde menos se lo espera, aparece un tailandés ofreciendo: “one bucket my friend?”. Mucha gente disfrutando de la noche, a orillas del mar, algunos bailando el “ganga style” y tantos otros hits del momento, mientras otros participan de cuanto espectáculo con fuego se presente. Saltar aros y sogas encendidas en estado de ebriedad es una atracción bastante interesante y nunca falta el borracho que termina en el agua buscando apagar alguna eventual quemadura.Después de una agitada madrugada, no hay mejor alternativa que tirarse panza arriba bajo el sol de la mañana, almorzar arroz frito en el mercadito, recorrer otra parte de la isla por la tarde y dar un paseo muy relajado por la noche, buscando un poco más de arroz para cenar. Un cartel pegado en la vidriera de una agencia de turismo aconseja sobre los beneficios de una excursión en bote hacia otras islas cercanas, donde se puede practicar esnórquel en mar abierto e incursionar en zonas colmadas de corales. Es un excelente plan para llevar a cabo al día siguiente.El despertador grita que es hora de dejar de dormir, pero el calor y la humedad sólo logran que se hunda la cara en la almohada, un milímetro más profundo por cada chillido del aparato. Levantarse es todo un logro después de otra inquieta noche. Desde la morada de Bat, sólo hay que caminar algunos pasos hasta el muelle donde comienza el tour; al llegar, el guía da la bienvenida con una sonrisa. Tras él, la mesa del desayuno se halla rebosante de frutas, arroz, verduras, leche y cereales, nada queda sin ser degustado. Panza a punto de explotar, corazón contento, todos a bordo, motores en marcha. La pequeña nave abandona Phi Phi Don para dirigirse a Phi Phi Le -otra isla situada más al sur- donde se lleva a cabo todo el recorrido del día. La primera parada es en la bahía Maya, donde se filmó la película The Beach (La Playa), protagonizada por Leonardo Di Caprio. Más allá de que se trata de una reserva natural, está íntegramente contaminada por turistas. No hay nadie que no quiera su foto allí debido a la publicidad que le dio esa gran empresa que es Hollywood. Esta es la razón por la cual este sitio se vuelve uno de los principales atractivos turísticos de Tailandia, ya que en cuanto al paisaje en sí, nada tiene que envidiarle Krabi, por dar un ejemplo. Transitar por el lugar no es nada sencillo teniendo en cuenta a la gran cantidad de orientales con sus mini cámaras empujando a cuanta persona se les cruzara, como si estuvieran en una corrida de toros en la fiesta de San Fermín.Una vez terminado el pequeño recorrido por la bahía Maya, subimos al bote otra vez. Al cabo de unos minutos, el capitán detiene la marcha haciéndonos señas a todos los tripulantes para que nos tiremos al mar. Sin pensarlo salto al agua, me coloco el esnórquel y me sumerjo. Debajo de la superficie hay un acuario gigante, es realmente extraordinario: impresiona el colorido, tamaño y forma de los peces, están por toda la escena, nadando de un lado al otro, exhibiendo sus ropajes tan rimbombantes. Aparecen por debajo de los corales, como si fuesen eyectados por alguna fuerza extraña que los obliga a salir, a moverse espasmódicamente, a danzar en conjunto por aquí y por allá.

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Cardúmenes presumidos desplazándose de un lado al otro, exigiendo la mirada de todo aquél capaz de apreciar la belleza. Se chocan, se fusionan, se multiplican, dando lugar a más y más colores, la imagen es sensacional, no puede ser más emocionante. Nada sencilla es la tarea de despegar los ojos de este grandioso espectáculo, pero el guía pide que regresemos a la embarcación para poder continuar la marcha. En la zambullida posterior surge una brillante idea: sacrificar algunas galletas de la vianda para ofrecérselas a los amiguitos marinos. Su reacción es encantadora; se acercan a gran velocidad y se prenden de los dedos como si fuesen abrojos. Sentir a estos pequeños animalitos succionando cada miga que las yemas de los dedos les ofrecen es algo extraordinario. La secuencia se repite una y otra vez. Los sentidos se alteran ante la percepción de tantas tonalidades diferentes, ante la paz que se apodera de todo el ambiente, ante la presencia de todo tipo de seres que jamás había visto. La isla mosquito -ubicada a varios metros- se encuentra deshabitada. Sus preciosos acantilados regocijan aún más; formando un trozo de playa clavado ahí, en el medio de la nada, sin nadie alrededor, sin ningún ruido capaz de perturbar este instante tan sublime. “Jump my friend!”, despierto de mi breve letargo con el grito de quien me invita a sumergirme otra vez. El cuadro es reiterativo: una pantalla azul mostrando a sus coloridos actores que cautivan al espectador para que no sea capaz de cerrar los ojos ni siquiera para pestañear.Casi al final del recorrido nos detenemos en la isla Bamboo, que nos recibe esplendorosa. La playa que la contornea es radiante, su arena es tan blanca que brinda la sensación de un brillo agudo, y junto a su agua tan cristalina, de un azul transparente se conjugan a la perfección para hacer de este un lugar maravilloso. Sólo tenemos unos minutos para disfrutar; el bote se va y es el momento de volver. No hay más para agregar, cualquier palabra podría estar de más, la jornada fue fantástica.Un nuevo día en el cual, lejos de sentir cansancio, afloran las ganas de conocer algo más. A pesar de lo que pequeño que parece este lugar, siempre hay algo nuevo por recorrer y suena interesante la idea de ir en busca de una nueva playa. Luego de caminar hacia el final de la calle, esquivando algunas pequeñas casas, es posible adentrarse en un sendero selvático, donde el calor tapa hasta el último de los poros, donde la humedad dificulta la respiración y donde la tierra es colorada. Varios minutos de caminata fantaseando con la aparición de algún exótico animal, sufriendo la sequedad de la boca, desplazando con los brazos hojas y ramas que se cruzan, hasta que, de repente, la tupida senda se abre, dando lugar a la más genuina belleza. Un lugar de película se posa en los ojos, se trata de Rantee Beach, magnífica, cuidadosamente protegida, con unos pocos hospedajes y sólo un par de bares, no llegan ni a cincuenta las personas presentes aquí.Sin pensar en nada más me desprendo de todo para correr directo al mar. Termina la arena y ya se puede sentir la calidez del agua, un paso, otro, otro más y explotan las cuerdas vocales en un grito, un grito de dolor, que empieza a calar profunda y lentamente: pisé un erizo. Sus púas se clavaron en toda la planta del pie derecho, una, dos, tres… cuento más de veinte, algunas superficiales, pero la mayoría enterradas bajo la piel. Atento a lo que pasaba, quien atiende uno de los bares playeros se transforma de un instante a otro en el médico más idóneo para tratar esta sintomatología. Acude

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de inmediato para curar, con un cuchillo en una mano y un limón en la otra, procede a cortarlo en dos, lo exprime sobre el pie, lanzando el juego en cada púa clavada, luego comienza a golpear con el mango del cuchillo –está de más describir el dolor que todo este accionar produce- y concluye el tratamiento dando las indicaciones a seguir, en un inglés rudimentario y con una sonrisa brillante: “thirty minutes and you feel better” (algo así como que en media hora me sentiría mejor).Comienza a anochecer y volver al otro extremo de la isla es una tarea realmente difícil teniendo en cuenta la oscuridad del sendero y los restos de erizo en uno de mis pies. Debido a que no hay ningún apuro por regresar, esta noche el hospedaje será la mejor playa de todas. La amabilidad de unos lugareños queda más que en evidencia al ofrecer las tarimas de su bar como cama; más no se puede pedir. La marea de a poco va subiendo y no deja ningún espacio libre de agua, desde el suelo de madera no hay riesgo de mojarse; definitivamente es el sitio perfecto para descansar. Al mirar para arriba, la postal de las palmeras con el cielo estrellado es grandiosa, merece ser guardada para siempre en la memoria. El sonido de las olas, suave, tenue y el cansancio acumulado ayudan a conciliar el sueño muy fácilmente, aunque la lucha constante con los mosquitos haga que uno se despierte de tanto en tanto. Se sucedieron algunas horas y el sol, vestido de un naranja intenso, emerge desde el horizonte, anunciando que ya es hora de que se vayan despegando de a poco los párpados, para poder observar la imagen que quiere regalar. Al emprender el regreso, no es fácil encontrar el camino, por lo que perderse en el intento es algo sumamente predecible. Las equivocaciones, tomando senderos incorrectos, llevan a puntos no esperados, permitiendo conocer prácticamente la isla Phi Phi en su totalidad. El sitio más interesante de éstos fue aquella playa privada, propiedad de un lujoso resort, donde la mejor idea fue desayunar en su comedor, cual huésped. En la entrada, una señora con delantal rojo da la bienvenida anotando el número de habitación, tras su consulta “room101” es la respuesta. Para comer hay cereales, yogur, fiambres, quesos, tocino, omelettes, frutas, medialunas, todo lo que alguien puede desear estaba ahí. Claramente no quedó nada sin ser probado.Después de una larga caminata, se puede ver el hostel. El cansancio es grande, así que una siesta sobre la arena es sumamente necesaria, sobre todo para meditar acerca de cómo seguir el viaje. Koh Phi Phi ya dio todo lo que tenía para ofrecer, ¿hacia dónde continuar? La isla de Koh Tao parece ser una buena idea. El muelle es el lugar indicado para ir a revisar los horarios y comprar el pasaje.El trayecto consiste en una hora y media en ferry hasta Krabi, luego algunos cuantos minutos en mini bus hasta la estación de colectivos de la ciudad. Desde allí, otro bus recorre durante dos horas y media la distancia hasta Surat Thani, ciudad portuaria donde resta una tarde entera de espera antes de salir a las once de la noche en night boat rumbo a la nueva isla. Los medios de transporte asiáticos no paran de generar sorpresa; es un hostel flotante en el que se desplazan decenas de personas con destino a Koh Tao. Cada pasajero cuenta con una colchoneta para acomodarse sobre el piso de la embarcación y emprender el viaje. Se apagan las luces rápidamente y todos se disponen a dormir. Mientras corrían horas de la madrugada, los vaivenes del barco sobre las

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olas contribuyeron a que varios conformaran una orquesta de vómitos, uno tras otros, demostrando el malestar que estos movimientos provocan.A las siete de la mañana en punto concluye el recorrido, pisando tierra isleña nuevamente. El lugar es espléndido, un poco más de lo mismo, pero no deja de ser gratificante mojar los pies cansados en estas aguas, empaparse de arena y volver a sumergirse. El pueblito es diferente al de Koh Phi Phi, menos fiesta, menor cantidad de turistas, más tranquilidad; se percibe una calma total. Aquí también hay muchas escuelas de buceo, de hecho, algunos dicen que es el mejor lugar de Tailandia para practicarlo, y uno de los mejores del mundo junto a Lombok en Indonesia. ¿Algo curioso? Muchas palmeras inclinadas o dobladas, con pendiente hacia el mar, es lo que caracteriza al sendero que va de una punta hacia la otra de la playa, siendo utilizadas para colgar la cartelería de los bares.Almorzando en un pequeño bar, se hizo imposible no distinguir el acento argentino de quienes están sentados a un costado. Se produce ahí la charla que luego dará el puntapié para formar un grupo inmenso, un grupo de amigos de toda la vida, que solamente compartieron algunos días juntos. Personas provenientes de cada rincón del mundo: Argentina, España, Holanda, Irlanda, Chile, decididos a disfrutar de asados en la playa, de mates, guitarreadas y buckets en la mágica isla de Koh Tao.La gente recomienda visitar Koh Nang Yuan, otra isla que se encuentra a varios metros de distancia. Por un bajo costo los bote-taxi llevan y traen personas todos los días de aquí hacia allá y viceversa. Una vez ahí, se observan tres morros unidos por un hilo de arena blanca, que delimita el camino para moverse de uno hacia el otro. Siguiendo un sendero entre los árboles de uno de los morros, se alcanza un mirador desde donde se proyecta una panorámica que deleita a todos con este espectáculo natural. La conjunción de sus elementos hace de este un sitio asombroso. Un lugar único, donde el color del agua provoca un efecto hipnotizador e invita a practicar esnórquel para ver especies acuáticas de las más variadas sin moverse demasiado de la orilla.Puntual como nunca, el colectivo estaciona sobre la plataforma y anuncia que en pocos minutos parte con destino a Bangkok. Ya lejos de la isla, en Chumphon, subo al vehículo con Bruno y Nacho -un calvo español que conocimos en Koh Tao-, quien nos invita a pasar unos días en Hong Kong. Para ello hay que regresar a Bangkok, desde donde saldrá el vuelo a la mañana siguiente. Una vez en la capital tailandesa, al instante de haber bajado del colectivo, la intensa humedad y el ruido ensordecedor de la gran ciudad, atestada de gente, nos reciben con furia. Es sábado por la noche y, por ende, es ideal para ir a una fiesta en el Mixx Discotheque Bangkok, el boliche del hotel Intercontinental. Esta opción nos permitirá hacer tiempo para volar, en las primeras horas de la mañana, hacia Hong Kong.

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El futuro llegó hace rato

Región administrativa especial de Hong KongCapital: Victoria

Moneda: Dólar de Hong KongCantidad de habitantes: 7 millones

Superficie: 1108 km2Idioma oficial: Cantonés. Inglés

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Aterrizaje, migraciones y nuevo sello en el pasaporte. Al llegar a Hong Kong, el cambio que se percibe es radical: acá no hay improvisaciones, todo está perfectamente organizado, pulcro e impecable. La limpieza de las calles marca una diferencia notoria con respecto a los países que quedaron atrás dentro de este recorrido. Los edificios son de una estructura imponente; a su vez, las luces y la gran cantidad de carteles en cada vereda son las principales características de esta ciudad – Estado. Las personas son muy amables y, sobretodo, elegantes. Aprovechan cada espejo para observar cómo lucen (la ciudad está repleta de cristales para reflejarse), combinan sus atuendos con precisión, son víctimas de la moda y también de la tecnología, de hecho todo en este lugar lo es. En el metro nadie quita la vista de su teléfono celular o de su tablet, la gente vive conectada a algún aparato constantemente. El ritmo de vida cambió en el paso de las islas tailandesas a Hong Kong, acá no hay pausas, todo es intenso y agitado. Las distancias te obligan a tomar un metro, un colectivo, un teleférico o un ferry para moverte y poder recorrerlo todo –el territorio está compuesto por 260 islas-. El consumo llevado a su máxima expresión, eso es Hong Kong, la ciudad del futuro, la meca de la tecnología. La isla central no tiene demasiado espacio, motivo por el cual todo se construye hacia arriba. Hay rascacielos en todas las direcciones, los edificios se encuentran pegados unos con otros, sumado a la gran cantidad de letreros luminosos, estos rasgos saturan el paisaje. Hay puentes peatonales sobre las avenidas para poder cruzar de una vereda a otra, autos de altísima gama sobresalen en cada esquina, centros comerciales asoman en las entradas de cada estación de metro, induciendo a ingresar a estos lugares, a estar encerrado entre estanterías y góndolas. Hong Kong te atrapa; el escenario visual es extraordinario en este lugar. Todas las noches los edificios más modernos presentan un show de luces que se desarrolla a lo largo de una hora, cautivando a propios y extraños con el despliegue realizado. Las calles son similares unas con otras por lo que es fácil equivocarse de camino, afortunadamente las grandes cartelerías sirven como puntos de referencia. Aunque en caso de extravío, todos están dispuestos a ayudar, los lugareños hablan un excelente inglés, lo que hace muy sencilla la comunicación y así también, la estadía.La alimentación no varía demasiado: arroz y pescado son recurrentes en los platos más habituales; otras opciones consisten en los clásicos menús de comida rápida. Acá disminuye la cantidad de puestos callejeros, debido a que se trata de una ciudad extremadamente higiénica, sin embargo no desaparece el típico mercado donde todo es posible de encontrar: cangrejos, sapos, y cualquier otro tipo de animal maniatado dentro de un recipiente esperando a que un cliente lo elija para ser freído. Las estaciones de metro son realmente novedosas, en especial las principales, donde se le ofrece al usuario gran cantidad de comodidades -hasta se pueden utilizar computadoras con conexión a internet durante los lapsos de espera-. Un par de combinaciones de metro y un teleférico por un prolongado período fueron necesarios para llegar al gran Buda de Hong Kong. Se encuentra en la Isla de Lantau que, alejada de la ruidosa ciudad, ofrece paz y vastos espacios verdes que permiten volver a contactarse con la naturaleza. El parque es un lugar hermoso, donde se encuentra un monumento de bronce imponente, 34 metros para el Buda sentado más grande del mundo. Se trata de un pequeño pueblo

Región administrativa especial de Hong Kong

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montado a los pies del cerro exclusivamente para recibir al turismo que visita de manera constante esta representación de la deidad del Budismo. En la otra punta de la ciudad, en el corazón de la isla central de Hong Kong, se encuentra otra gran atracción: la galería Victoria Peak. Es un centro comercial ubicado en el punto más alto de la metrópolis. Es ideal para tener la mejor panorámica de la verdadera ciudad de la furia.La estadía es corta pero intensa, alcanzó para exprimir al máximo el jugo de este lugar tan impactante. Hay que armar la mochila de nuevo, Filipinas es la próxima parada de este tren.

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John García

República de FilipinasCapital: Manila

Moneda: Peso filipinoCantidad de habitantes: 99 millones

Superficie: 300000 km2Idioma oficial: Filipino. Inglés. Español. Árabe

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De Hong Kong a Clark en avión y de Clark a Manila en colectivo, en compañía de grandes llanuras a ambos lados de la ruta. El verde de los alrededores lo envuelve todo: campo, campo y más campo se extiende por casi todo el camino. El calor es insoportable y en el bus no hay ventilación, lo que lo convierte en un sauna rodante.“Usted se encuentra en Manila” reza la traducción inglesa del cartel. No hace falta caminar demasiado por la ciudad para notar la influencia española y norteamericana en este país. El primero de ellos lo colonizó a principios del siglo XVI, y el segundo comenzó a dominarlo entre los siglos XIX y XX, hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Los letreros de los negocios están escritos en inglés y no en filipino, mientras que en el léxico local se filtran palabras hispanas constantemente. Hay grandes edificios y la ciudad es inmensa, por lo que se necesita del metro para poder recorrerla sin que lleve demasiado tiempo hacerlo. Luego de andar un poco, en el barrio de Makati, encuentro el alojamiento perfecto, en realidad el calor agobiante colabora en la rápida decisión.Por primera vez durante esta visita por Asia los automóviles tienen el volante a la izquierda, como en Argentina. Otro factor que diferencia a Filipinas del resto del continente, es que aquí se respira cristianismo; hay iglesias y catedrales, ya no se ven templos hindúes ni budistas, cada jeepney -jeeps estadounidenses que quedaron en el país luego de la Segunda Guerra Mundial, ahora utilizados como transporte público- tiene mensajes como “God is love” (Dios es amor), “Jesus save you” (Jesús te salva), entre otros del mismo estilo.En el segundo día por estas tierras, un folleto recomienda visitar el volcán Taal, el cual está bastante alejado de la ciudad. Para no pagar un guía resulta necesario realizar una serie de maniobras que permitan llegar con éxito a destino, motivo que vuelve al recorrido aún más interesante. Al pequeño equipo que formamos con Bruno y Nacho se le agrega Álvaro, otro español del grupo de asados de la isla tailandesa de Koh Tao y que, recién llegado a la ciudad, se sumó a la excursión del día. Lejos del centro se respira el mismo aroma denso de India, se amontona la basura en cada rincón de la vía pública, incluso pegado a los puestos callejeros que venden todo tipo de cosas. El tránsito es un infierno a cualquier hora, pero la gente es preciosa, tratan de ayudar en todo momento. Se nota demasiado que no pertenecemos al lugar y al instante que nos ven preguntan hacia dónde vamos, si necesitamos algo, indican cuál es la ruta correcta con mucha amabilidad, no permitiendo que perdamos nuestro rumbo.Nos subimos a un jeepney hasta la estación de metro más cercana, a partir de ahí nos dirigimos bajo tierra hacia el final del recorrido, donde tomamos un bus que nos deposita al pie de un cerro. Desde allí un hombre junto a su hijo nos lleva a los cuatro en su sidecar, realmente una travesía única. Seis personas montadas a tan pequeño vehículo cuesta arriba, en plena montaña, convierte al recorrido en una verdadera odisea, viéndonos obligados a bajar en dos oportunidades para que el débil motor pueda seguir escalando la pendiente. El volcán se encuentra inmerso en un lago, por lo que debemos completar el camino en el bote de un vecino del lugar, quien luego de negociar el precio acepta llevarnos. Finalmente llegamos, empapados producto del movimiento del agua que no tarda prácticamente nada en secarse gracias a la intensidad del sol.La zona es bastante atractiva, desde un mirador apenas elevado se puede apreciar

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un panorama claro y amplio. Desde aquí se pueden observar las montañas que en su conjunto forman el valle en donde se halla descansando el volcán, quizá preparando una futura erupción. Prestando mucha atención, se puede ver a lo lejos la manera en la que el vapor emerge sobre la superficie en algunos sectores.Al regresar al centro de Manila, con mapa en mano, trazamos el itinerario para los próximos días. La aventura va a continuar por el norte de la isla de Luzón -Filipinas se divide geográficamente en tres grandes grupos de islas: Luzón, Bisayas y Mindanao-, en donde se encuentra la zona de la cordillera. Diez horas en bus desde la capital nos separan de Banaue, pueblo de montaña famoso por sus terrazas de arroz. El clima caluroso desaparece y vuelven las camperas para cubrir el húmedo frío de esta región. La niebla está rondando por todos lados y el campo visual se acota demasiado; mientras una leve llovizna acompaña la caminata, nos dirigimos a un sitio desde donde podremos ver todo con claridad. Para ello nos subimos a un jeepney, que nos deposita en una pequeña villa. Lo que hay alrededor es fantástico, enormes espacios verdes en las montañas, donde los lugareños cultivan su arroz, un lugar casi idéntico al Machu Picchu, salvo por las construcciones incaicas de piedra. Elegimos un camino no convencional para explorar un poco la montaña, aprovechando la altura para conseguir mejores vistas del paisaje. Al pasar por una escuela, los niños se disponen a jugar con nosotros, nos divertimos un rato con ellos antes de seguir paso hasta la cascada de la que tanto se habla en el pueblo. El sutil sonido del agua cayendo obliga a detenerse, la paz reinante relajaría hasta al más perturbado de los seres. Banaue es muy pintoresco, con sus calles sin asfaltar, presentando escasas edificaciones, siendo la mayoría de éstas bastante precarias. También hay algunos bares de videoke -nombre que le dan los filipinos al karaoke-, los que terminan sus actividades temprano en la noche ya que la vida nocturna no es demasiado agitada. Y, por supuesto, rodeado del intenso verde de las terrazas de arroz.Al consultar sobre el tema, nos indican que el horario estipulado de salida es el de las nueve de la mañana, pero al llegar, una hora antes, ya no hay asientos disponibles. El problema se agudiza aún más al saber que es el único medio de transporte que va desde Banaue a Sagada, nuestro próximo destino. ¿Se puede viajar ahí? Le pregunto al chofer señalando el techo, donde va amarrado el equipaje de todos los pasajeros. Duda unos segundos y afirma sacudiendo su cabeza, todos arriba entonces. Parece simpática la idea hasta que la lluvia se vuelve copiosa y el viento comienza a golpear con intensidad, añadiéndole a esto que el conductor dobla en las curvas y contra curvas sin recordar que lleva seres humanos al descubierto en la parte superior del coche. Al cabo de unos minutos el cielo nos privilegió con la aparición del sol; de repente estamos en un palco, pudiendo apreciar la gran belleza de la ruta, la cámara no deja de disparar fotos, es imposible que lo haga, todo es magnífico desde acá.Sagada es una localidad conocida por sus cuevas y tumbas colgantes, lo que le da un tinte oscuro a esta visita. Recorriendo el cementerio se nota aún más la convergencia de las culturas española y norteamericana en Filipinas, los nombres de las lápidas son mezcla de ambos idiomas. Michael Morales, John García, Christopher López, son algunos de los que ejemplifican este detalle. Luego de caminar por un sendero de montaña

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hasta encontrar las famosas tumbas colgantes, no queda demasiado para hacer en esta pequeña aldea. Aprovechamos el último jeepney del día para ir en busca de Baguio, todavía en la región de la cordillera. No tiene demasiados atractivos, es algo caótica, llena de universidades, de iglesias y rodeada de montañas. En una de ellas, descansa el particular León de Baguio, una escultura que protege y vigila desde las alturas.Una vez concluida la estancia por la zona cordillerana, se retoma la ruta hacia Manila. En el camino me sorprende la naturaleza: un arcoíris completo atraviesa el paisaje. Es perfecto, con sus matices bien definidos, recorriendo de izquierda a derecha y de derecha a izquierda el campo visual. Es inmenso, transita por sobre las montañas, no es posible salir del asombro, la imagen abruma, no se pueden dejar de mirar esos siete colores, protagonistas de la escena. Nada es más importante, ni siquiera pensar en lo desastroso que es el camino, ni en la impericia del conductor que casi nos arroja al barranco en más de una ocasión.Se va acabando el paseo filipino, dentro de pocos minutos se encenderá el motor de este avión para dejar este país. Me llevo conmigo la calidez humana, las ganas de todos por ayudar a conseguir lo que se buscaba, desde quien atendía en el hostel, hasta cada persona que cruzamos por la calle y tendió sus manos para indicarnos cuál era el camino correcto. Me quedo con los paisajes de Banaue, con sus terrazas de arroz, con sus chaperíos, con la sencillez de su urbanismo, con las sonrisas de sus niños, con la simpatía de sus jeepneys. Quedarán pendientes para la próxima las demás islas que componen Filipinas, quedarán pendientes las preciosas playas de las que tanto me hablaron.Empieza a carretear el avión por la pista, acelera, acelera más, toma una velocidad que hace efervescente la adrenalina, se apunan los oídos, siento una presión fuerte sobre el pecho, la emoción crece, y ya estoy en el aire, una vez más. En esta oportunidad de noche, para poder ver las luces de la ciudad, de esta gran ciudad que se despide, chau Manila, chau Filipinas.

República de Filipinas

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República de SingapurCapital: Ciudad de SingapurMoneda: Dólar de Singapur

Cantidad de habitantes: 5 millones Superficie: 697 km2

Idioma oficial: Inglés. Malayo. Chino mandarín. Tamil

Singapulencia

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El vuelo es tranquilo y sirve para apreciar la oscuridad desde la altura, la calma del mar, o simplemente para descansar y soñar con lo que vendrá. Adentrándose en la madrugada, el tren de aterrizaje golpea la pista para comenzar a deslizarse sobre ella, hasta encontrar la posición deseada. El aeropuerto es inmenso y tiene la fama de ser uno de los más confortables del mundo, por lo que va a ser difícil negarse a pasar la noche en alguna de sus salas de espera. Descenso del avión, migraciones, zapatillas fuera de los pies, mochila de almohada, nada más es necesario, sólo cerrar los ojos y aguardar que la mañana avise su llegada. Al cabo de unas horas el sostenido movimiento de la gente indica que ya es hora de levantarse, de agarrar todas las pertenencias y de salir a recorrer. ¿Dónde estoy? ¿Sigo en el sudeste asiático? Qué lejos que quedaron India, Nepal, o Tailandia, y no haciendo referencia precisamente a la distancia. Singapur, a simple vista, se asemeja más a un país europeo: su orden y limpieza ofrecen la sensación de perfección y pulcritud. Los edificios son la máxima expresión de abundancia, pero quien diseñó la ciudad no se olvidó de los espacios verdes, de poner una pausa entre tantos rascacielos, detalle no menor que marca una gran diferencia con respecto a Hong Kong, otra metrópoli de este lado del mundo repleta de lujos. La diversidad cultural y racial es inmensa. Indios, chinos, malayos y extranjeros de todo el mundo conviven en un mismo espacio, mezclándose también con quienes estamos de paso. Hasta aquí nada criticable, todo es positivo, pero este inquietante lugar tiene un defecto notorio: el clima. Afortunadamente, las nubes ayudan a cubrir de a ratos los rayos del incisivo sol y así, el calor llega a ser más llevadero. Pero es la intensa humedad la que enlentece el paso, obligando a detenerse de tanto en tanto, además de la necesidad de refugiarse bajo algún techo asiduamente para evitar ser alcanzado por las lluvias intermitentes que acechan la jornada singapurense.Sin un paraguas cerca, y con la posibilidad latente de que la mochila se empape, se interrumpen las caminatas con frecuencia, siendo una viable solución entrar a uno de los tantos centros comerciales, subir hasta su terraza y desde ahí apreciar cada detalle de esta urbe diseñada de manera tan precisa. Lo que se ve es precioso. Más allá de la superpoblación de modernos edificios, siempre hay un rinconcito para el arte, materializado a través de manifestaciones culturales, museos en todas las direcciones, murales y shows musicales en las estaciones de metro. Singapur es arte y pluralidad, está plagada de inmensas estructuras de hierro, pero deja espacio a su vez para la naturaleza, para poder sentir al mar o pasear por sus grandes parques. El abanico de posibilidades sobre qué hacer por estos lados es bastante amplio, hay de todo: atractivos al aire libre, y otros cubiertos para que ninguna lluvia agüe una tarde de ocio. Le parc gardens by the bay es un jardín botánico inmenso, con muchas particularidades. Está compuesto por modelos de varios metros de altura que simulan ser flores, a las cuales se puede subir mediante ascensores; también luce libélulas gigantes representadas por esculturas de metal que rodean un lago artificial cubierto de camalotes. Un paseo bastante entretenido, caminando en compañía de la fauna autóctona, y la creatividad volcada en este espacio que no deja de asombrar en ningún momento. Todo es exagerado, amplio y voluptuoso.Un puente de techo ondulado conduce, por sobre la ruta automovilística principal, a la

República de Singapur

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otra orilla, donde se asienta una serie de modernos edificios que llaman poderosamente la atención. Por nombrar los más importantes, el Museo de las Artes y las Ciencias, completamente blanco y con forma de flor de loto, se lo ve iluminado por las noches y repleto de visitantes durante el día. La Ópera, o Teatro Esplanade, con su tejado de aluminio resplandece sin parar durante las veinticuatro horas. El Marina Bay Sands, ese hotel que popularizó aún más la ciudad a nivel mundial, con su arquitectura en forma de barco gigante, y que cuenta con una famosa piscina en su terraza, la infinity pool, desde donde se pueden obtener las mejores vistas panorámicas. En este breve resumen, es imposible pasar por alto a la Singapur flyer, la noria más alta del mundo, otro mirador para degustar visualmente toda la opulencia de este pequeño Estado.Caminando por los barrios, no pueden faltar, como en la mayoría de las ciudades turísticas asiáticas, sus particulares miniaturas de China e India (China Town y Little India, respectivamente). Pequeñas zonas donde convergen tradiciones, estilos y aspectos de estos países de antaño, que le dan las características principales a las distintas regiones del continente. La zona financiera también representa uno de los puntos más singulares de la ciudad. Empresarios de todo el mundo transitan de oficina en oficina, de edificio en edificio, los cuales presentan estructuras extravagantes, con grandes carteles luminosos de los principales bancos y empresas de telefonía, entre otras firmas reconocidas a lo largo y ancho de todo el globo, dándole un aspecto único a este sitio. A unos pocos pasos se halla el Merlion Park, donde vive, justamente, Merlion, ese animal legendario con cabeza de león y cuerpo de pez, que protege la ciudad mientras es fotografiado por cientos de personas a diario. Por otra parte, Clark Quay será la zona por excelencia para disfrutar de la vida nocturna, rebosante de bares y de luces, a orillas del río, quien se encarga de darle un aire especial.Sobre los límites de la urbe, una pasarela de varias cuadras de longitud invita a seguir el paseo sobre el mar, hasta llegar a la Isla de Sentosa, para visitar los estudios de Universal. Se trata de un lugar de entretenimiento tanto para niños como también para jóvenes y adultos, un parque recreativo donde convergen animaciones de los principales films de esta productora cinematográfica.Quien dice que solamente se puede venir a Singapur de compras, se equivoca rotundamente. Es un lugar único para caminar y caminar, para recorrer de punta a punta. Para relajarse sobre el penetrante verde del Istana Park, para conocer sus playas artificiales, para sentir todo lo que significa esta isla que llena los ojos, que entra por cada uno de los sentidos. Un ejemplo de orden, de pulcritud y conciencia ciudadana. Y, ante todo, de la capacidad de diferentes etnias para compartir el lugar y para coexistir tolerante y pacíficamente.El breve paso por aquí deja la puerta abierta para, en cualquier momento, cuando el destino lo disponga, estar de vuelta. Para seguir andando por esta ciudad llena de luces, que nunca duerme.

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República de IndonesiaCapital: Yakarta

Moneda: Rupia indonesiaCantidad de habitantes: 237 millones

Superficie: 1919440 km2Idioma oficial: Indonesio

Emancipate Yourselves

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Esta vez la mudanza es a través del mar, a Indonesia en ferry, desde Singapur hacia Batam. Otra moneda, otro idioma, otro ritmo de vida. Llamativo por muchas cuestiones, pero lo que más atrae la atención es que el país está conformado geográficamente por más de diecisiete mil islas, siendo el cuarto más poblado del mundo, por debajo de China, India y Estados Unidos.A pesar de haberme alejado algunos kilómetros, la azotadora humedad sigue ahí, al igual que unas horas atrás. Teniendo en cuenta los días de Singapur, ya van seis de pura lluvia, factor que no deja mayor alternativa que buscar algún sitio donde refugiarse hasta que pase la tormenta. Estas no suelen ser demasiado largas pero tampoco lo suficientemente cortas como para mantener el paso simulando que nada sucede.Batam es una isla grande, con muchos habitantes, -incluso posee aeropuerto- pero demuestra de manera notoria el abandono en el que se encuentra inmersa. Muchas veredas son de tierra, y las que no lo son están rotas, permitiendo en algunos casos que las cañerías queden a la vista de los peatones. Los edificios están avejentados, sólo se asoman unas pocas construcciones modernas. Hay muchos hoteles y locales de comida rápida, pero casi no se ven turistas recorriendo las calles, las que sí son transitadas por alguna que otra rata de buen tamaño que saluda velozmente y se esconde en los agujeros descubiertos de los senderos por los que camino.Batam es el lugar donde los taxistas gritan desde la vereda de enfrente para que subas a su coche, por más que las distancias no sean tan extensas como para hacerlo, ellos insisten. El inglés es bastante precario, ni siquiera en las agencias de viaje o en los hoteles es fácil la comprensión con los indonesios, que a pesar de las dificultades idiomáticas no dejan pasar ocasión para hacerte sentir como si estuvieses en tu casa.Se acerca el 10 de febrero, día en que se conmemora esta vez, el año nuevo chino. Empieza nuevamente el ciclo de la serpiente y en este sitio, como en muchos lugares de Asia, lo esperan más que ansiosos. Los festejos se prolongan durante quince días de manera ininterrumpida: fuegos artificiales -desde que cae el sol hasta el amanecer- comienzan a resplandecer en el cielo los días previos al evento y se prolongan con posterioridad. La gente adorna las calles y se prepara para una gran fiesta. Como no podía ser de otra forma, llueve, una vez más, tornándose insoportable la estadía. Pese a ello, los festejos no se suspenden bajo ninguna circunstancia, absolutamente todo el pueblo de Batam salió a conmemorar el ingreso a un nuevo año.Luego de buscar y buscar, de atravesar algunos obstáculos, fue posible conseguir un pasaje aéreo hacia Bali. Mochila al hombro y al aeropuerto se ha dicho. Es bastante modesto, dista mucho de lo que fueron el de Bangkok, o el de Singapur, por nombrar dos de los más lujosos; es más bien pequeño, incluso más que el de Kathmandú. Los motores se ponen en marcha y el avión, que carretea por la pista, va tomando la velocidad suficiente para despegar. Una vez más, la sensación es hermosa. La de elevarse de esta manera, pudiendo ver todo desde tan alto.El aterrizaje fue en Bandung, para cumplir con la escala correspondiente y de nuevo trepar por encima de un mar de nubes hacia el destino final. Sobre ellas el cielo parece pintado, como si un artesano de la paleta y el pincel se hubiese desplazado por el aire para regalarnos semejante obra maestra. Comienza el descenso, la población parece

República de Indonesia

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de miniatura, ya cerca del suelo, la velocidad disminuye hasta entrar en contacto suavemente con el piso: Bali es una realidad, el lugar elegido para pasar los próximos días está aquí mismo. Bajar desde la aeronave no fue algo tan común en esta ocasión, se dio en plena pista, justo en el momento en que el sol se esconde. Más belleza que ésta resulta inimaginable, los aviones posando delante de aquel trazo tan naranja, tan perfecto.Se agolpan los balineses en la puerta del aeropuerto para ofrecer sus servicios de todo tipo, a diferentes precios y de distintas calidades. El regateo se vuelve sumamente necesario para hallar la opción que se adecúe más a las pretensiones de cada uno. ¿Ubud, Sanur o Kuta? Son las tres regiones más importantes de esta isla tan concurrida por gente proveniente de todo el mundo. La balanza se inclina por Sanur, debido a su cercanía con el puerto, lo que va a facilitar los futuros movimientos.Las veredas de piedra invitan a ser caminadas de punta a punta, a recorrer la isla completa. Resulta inevitable dejarse llevar por los coloridos de las ofrendas que los fieles dejan en todo sitio, frente a imágenes de ídolos, sobre sus vehículos, en la puerta de sus casas, de sus comercios, en todas partes. En Bali son en su mayoría hindúes, aunque se trata del país con mayor cantidad de musulmanes del mundo. Su religión se percibe a cada momento, como en India, se huele a incienso en las callejuelas, las siluetas de elefantes están presentes por acá y por allá, las representaciones de vacas tampoco faltan en esculturas. Aquí el hinduismo está impreso por todas partes, lo que le da un color y aroma característicos.Por las calles no es raro cruzarse con alguna gallina o gallos sueltos, de hecho, el canto de este último funciona como despertador por las mañanas. Me siento en un pueblo, o al menos en una pequeña ciudad con salida al mar. Un mar de surfers, una playa de hoteles lujosísimos, de arena transitada por parejas de todas las edades disfrutando de su luna de miel, o simplemente de una romántica estadía. Incluso algunos eligen Bali para casarse, hay un local que se dedica en exclusividad a organizar la boda a turistas, un dato a tener en cuenta en caso de que no encuentres el salón más adecuado. Se respira tranquilidad, andando por esta cálida y blancuzca arena, de un muelle hacia el otro, admirando la manera en la que llegan aviones a la isla, uno tras otro, a lo largo del día. El mercadito es la recurrente elección para almorzar y cenar; arroz con pollo, arroz con comida marina, arroz con huevo, arroz con verduras. Hasta esa noche en la que una pata de pollo tenía más forma de rata que de pata de pollo. Se acabó la relación con el mercadito.Jugar con cangrejos es la actividad predilecta para cortar las horas transcurridas de panza al sol, pero los pellizcos de sus pinzas no son para nada agradables. Las noches son dedicadas a presenciar la armónica relación entre el mar y la arena. Admirando como se funden en abrazos para soltarse rápidamente, y de nuevo él a la carga, a apretar a su amada, y otra vez más, ellos dos siendo uno, para de nuevo separarse por algunos segundos, ante la atenta mirada cómplice de la luna.Al día siguiente, ya en compañía de Nico, uno de los chicos argentinos de Koh Tao, salimos rumbo a Gili Trawangan, la más grande de las tres islas Gili. En un poco más de una hora estaremos en nuestra nueva casa durante los siguientes días. Una cabaña para

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los tres es buena idea, no tardamos demasiado en ir a conocer la playa y quedar fascinados con ella. El agua es transparente, cien por ciento transparente. El mar parece dividirse en diferentes gamas de azules desde la costa de enfrente hasta llegar a un precioso turquesa a nuestros pies. Los ínfimos granos de arena blanca se pegan rápidamente a los dedos y los pequeños corales no permiten el paso con facilidad, estamos otra vez en un paraíso.En la isla no existe otro vehículo que no sean carros tirados por caballos o bicicletas. No hay motores entorpeciendo la naturaleza más allá de los barcos que llegan y salen constantemente del muelle principal. Las calles son de tierra y, por lo general, están embarradas por las lluvias que se producen prácticamente a diario –resulta que desde septiembre a marzo es la época de mayores precipitaciones-.El reggae es la cortina musical de Gili Trawangan: Redeption song y Three littles birds suenan reiteradas veces en cada jornada. Por la noche, varias bandas tocan en los diferentes bares, y nunca faltan las canciones de Bob Marley, que se repiten una y otra vez.La alegría y amabilidad de sus residentes es una de las principales características del lugar. Todo ayuda a que la estadía sea increíblemente grata. A pesar de haber fallado con la elección de la época del año, el lugar es fascinante. En poco más de una hora se puede bordear toda la isla caminando, disfrutando del magnífico paisaje, viendo cercana a Gili Meno, y un poco más lejos a Gili Air, las otras dos que forman este trío de paraísos flotantes. Donde gente de todo el mundo viene a practicar surf, esnórquel y buceo.Llegando al atardecer de cada día, muchos hombres se sumergen en el mar, casi hasta la cintura para pescar, con diferentes métodos, pero todos con el mismo fin: conseguir variedad de especies para su posterior venta y consumo. Es increíble como lo hacen, sin necesitar de ningún barco ni elementos demasiado sofisticados, sólo las posibilidades de su cuerpo y alguna rudimentaria red.Alquilar una tabla es prácticamente una obligación, no tiene sentido llegar hasta Indonesia, la cuna del surf, y no practicarlo aunque sea una vez, más allá de que el resultado no sea el deseado. El pecho apoyado al plástico y a remar con fuerza en dirección al oleaje, y una vez allí pararse sobre la tabla con vehemencia. La secuencia fracasa en varias oportunidades, hasta que al fin se logra el objetivo, la sensación es indescriptible, de repente te convertís en un domador de olas, por más que la aventura sólo se prolongue por unos pocos segundos.La visita a este lugar, que parece de ficción, concluye al cabo de varios días para volver a Bali, lo que no es para nada rápido ni sencillo. Una pequeña embarcación recorre la distancia entre Gili Trawangan y Lombok. Al desembarcar, un colectivo aguarda por los pasajeros para realizar el camino por tierra hasta el puerto. Recién desde ahí un ferry finalizará el trayecto con destino a la isla de Bali. Este trajín deja en evidencia las dificultades que presenta Indonesia en cuanto a su infraestructura turística. Desde Bali sale el vuelo hacia Kuala Lumpur, la última estación de este recorrido asiático. En Yakarta se produce una escala con algunas horas de espera y, ya de noche, es turno de despedirse de la iluminada ciudad y de toda Indonesia, dejando el país de las mil setecientas islas para arribar a la ciudad de las Torres Petronas.

República de Indonesia

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República de MalasiaCapital: Kuala Lumpur

Moneda: RinggitCantidad de habitantes: 219 millones

Superficie: 329750 km2Idioma oficial: Malayo

Made in Argentina

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Una pequeña siesta en el aeropuerto mientras se aguarda la salida del sol nunca viene mal. Al cabo de unas horas, ya se encuentra todo listo para salir en busca de alojamiento, el último de esta aventura asiática. Kuala Lumpur, capital de Malasia, es la parada final del recorrido. Andando por las calles es difícil encontrar la identidad del lugar. Convergen situaciones y aspectos de todos los países visitados anteriormente. Hay edificios modernos de grandes bancos y shoppings como en Singapur o Hong Kong, pero también están a la vista los precarios mercaditos callejeros de Indonesia o Tailandia. Resulta inconfundible el olor a curry, masala y chilli de India. Mientras que la limpieza solamente se hace presente en Bintang, el barrio de los grandes centros comerciales. En otros sitios es común ver ratas merodeando por las veredas, incluso en las cercanías a los puestos de comida.El transporte público se lleva todos los aplausos. Monorriel, colectivo, metro, y hasta una línea gratuita de bus que recorre desde el centro hasta las torres se ofrecen de forma ininterrumpida. El servicio es muy completo y efectivo para poder descubrir la ciudad en todas sus direcciones.El cambio de religión es notorio. Desde la entrada a esta gran urbe se empieza a sentir la importante presencia musulmana. En una menor medida también se percibe al hinduismo, con sus templos y símbolos tradicionales. El budismo existente en casi toda Asia, aquí cedió su lugar. Esto es Kuala Lumpur, conocida mundialmente por albergar a las Torres Petronas, obra arquitectónica impresionante. El simple hecho de mirarlas produce vértigo. Son majestuosas. Sin dudas, de lo más imponente que me tocó observar. Se pueden ver desde casi toda la ciudad. Su inmensidad opaca a la también gigante KL Tower -torre utilizada en materia de telecomunicaciones-. A sus pies una extensa fuente de agua y un verde parque alojan a cientos de visitantes que se acomodan para poder fotografiarlas una y otra vez, aunque nunca terminan de entrar en el cuadro de la imagen.Una tarde prácticamente completa y una noche hasta altas horas fue el tiempo que le dediqué al hito máximo de Kuala Lumpur, una creación maravillosa que produce mareos al intentar sostener la vista hasta su punto más alto. Pero no es lo único para visitar en la capital malaya. El tradicional barrio de China Town es ideal para buscar los suvenires más exóticos que se pueden ocurrir, aunque es un paseo que no varía demasiado con respecto a otros países. El acuario deleita a sus visitantes con sus tiburones, rayas y tortugas de gran tamaño. Un atractivo por demás interesante, en donde se pueden contemplar las diversas especies marinas, tanto vegetales como animales. Así como también reptiles, insectos y restos fósiles de animales prehistóricos.Es inevitable regresar a las Petronas, para verlas de día y de noche. Las miré y las miré, pero no pude encontrar la etiqueta, no pude distinguir dónde se dejaba en claro que su autor era un arquitecto argentino. Fue así como me quedé con las ganas de leer, en el corazón de Asia, “made in Argentina”. Almorzar en el parque frente a las torres es casi una cita obligada. Una última caminata por la zona de Bintang, y ya no queda mucho, sólo buscar la mochila en el hostel, cenar y marchar rumbo al aeropuerto. Llegó el momento de darle la despedida a Asia, a la parte que pude conocer al menos. Y como dijo mi amigo, el elocuente Norberto Bergallo, siempre se vuelve a casa.

República de Malasia

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