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VFCAP - PROGRAMA DE COLABORACIÓN PARA LA FAMILIA VICENCIANA El fin de semana del 17 al 19 de febrero en la Casa San Vicente de Paúl de Vallvidrera (Barcelona), se llevó a cabo la primera parte del Programa de Formación de la Familia VICENCIANA para la Colaboración (VFCAP). Este programa, aborda la perspectiva humana (técnica), psicológica y espiritual de la colaboración VICENCIANA en cinco módulos y está diseñado por las Universidades de la Congregación de la Misión. Disfrutamos de la formación en medio de una convivencia muy favorable, gracias a la buena organización y coordinación, por parte del equipo. La segunda parte del Taller la realizaremos, Dios mediante, del 24 al 26 de marzo. Todavía estáis a tiempo de inscribiros aquellos que lo deseéis. A continuación os dejamos el testimonio de tres personas jóvenes que acudieron al taller del fin de semana, ver como personas como ellas lo vivieron y sintieron nos puede ayudar a acercarnos a lo que allí se dio, les agradecemos su sinceridad y profundidad. En el mundo que vivimos, en una sociedad en que el dolor está presente de forma casi constante, en la que hay millones y millones de personas que han abandonado su tierra dejando atrás historia y raíces pensando encontrar un lugar donde poder descansar en el más amplio sentido de la palabra y no lo logran,… donde el

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VFCAP - PROGRAMA DE COLABORACIÓN

PARA LA FAMILIA VICENCIANA

El fin de semana del 17 al 19 de febrero en la

Casa San Vicente de Paúl de Vallvidrera

(Barcelona), se llevó a cabo la primera parte

del Programa de Formación de la Familia

VICENCIANA para la Colaboración

(VFCAP). Este programa, aborda la

perspectiva humana (técnica), psicológica y espiritual de la

colaboración VICENCIANA en cinco módulos y está diseñado por las

Universidades de la Congregación de la Misión.

Disfrutamos de la formación en medio de una convivencia muy favorable,

gracias a la buena organización y coordinación, por parte del equipo.

La segunda parte del Taller la realizaremos, Dios mediante, del 24 al 26 de

marzo. Todavía estáis a tiempo de inscribiros aquellos que lo deseéis. A

continuación os dejamos el testimonio de tres personas jóvenes que acudieron

al taller del fin de semana, ver como personas como ellas lo vivieron y sintieron

nos puede ayudar a acercarnos a lo que allí se dio, les agradecemos su

sinceridad y profundidad.

En el mundo que vivimos, en

una sociedad en que el dolor

está presente de forma casi

constante, en la que hay

millones y millones de personas

que han abandonado su tierra

dejando atrás historia y raíces pensando encontrar un lugar donde poder

descansar en el más amplio sentido de la palabra y no lo logran,… donde el

clamor del hambre no cesa en unos lugares

mientras en otros miramos hacia otro lado.

En esta sociedad en la que la gran solidaridad

con los hermanos que sufren de las muchas

personas generosas que quieren hacer algo por

un mundo mejor no es nunca suficiente, nos

viene a la mente un Personaje de hace 400 años,

si, San Vicente de Paul que supo darse cuenta de

que la solidaridad, la caridad no servía si no se organizaba, porque era

plenamente consciente de que «La caridad es un fuego que ilumina, inflama y

consume».

Por mucho que uno conozca las obras que desde el carisma vicenciano se

realizan a lo largo y ancho de este mundo, nunca parece suficiente, siempre

hay más, por eso, parece de vital importancia y imprescindible, el que en algún

momento se pueda trabajar de forma conjunta el carisma común de toda la

familia vicenciana.

Sorprende ver que se han reconocido más de 225 ramas de esta gran familia, y

que sus miembros pueden ser mucho más de 20 millones de personas. ¡Parece

increíble!

En dos fines de semana podremos conocer un poco más a fondo lo que fue San

Vicente y sus colaboradores que aún sigue vivo entre nosotros y que nos hace

más falta que nunca. De momento, nos hemos adentrado en algunas de sus

características: visionario, contemplativo y, un poquito, en su faceta de

colaborador.

Destaca siempre que las grandes personas de la Historia se han rodeado y ha

sabido complementarse mutuamente de otras personas con las que sus obras

se han hecho realidad y han

podido crecer y perdurar en el

tiempo como lo fueron San

Vicente y Santa Luisa de Marillac,

o Federico Ozanam y Rosalía

Rendu… gracias a ellos, tenemos

hoy familia vicenciana y lo más

importante sabemos cómo estar

al lado de las personas que más lo

necesitan, allí donde estén y

cuando estén, adaptándonos a cada

necesidad y situación… siendo en muchos

lugares y momentos la cara de la ternura

de Dios para ellos.

Una de las características que posibilita

que una obra no muera con su iniciador

es que crezca y tenga muchos personas

fieles a la misma, ello fue posible porque Vicente era un hombre de talante

colaborador, este es el reto actual de la gran familia vicenciana, saber imitar

este rasgo y conseguir una amplia colaboración que nos permita crecer y

mantener vivo nuestro carisma en beneficio de los que más lo necesitan.

Sorprende descubrir que Vicente era una persona que renunció a su ambición

inicial al descubrir a Dios en las personas que no tenían nada en muchas

ocasiones, más que a sí mismos y la caridad de los que los rodeaban.

¿Cómo pudo Vicente descubrir su verdadera vocación? Seguramente como

todas las personas que han podido vivir una vida en plenitud y además dejar

fruto a su paso, trabajando unas fuertes raíces de relación con Dios,

consiguiendo hacer de su vida una consecución de momentos de oración,

buscando el sentido de cada uno de los hechos que uno vive, siendo

contemplativo en la acción.

Constatar que poder profundizar en todo ello en un ambiente cordial con otras

personas con interés en el tema y en un entorno agradable con una ciudad

como Barcelona a los pies, y que podíamos contemplar en todo momento, nos

facilitó la reflexión y conexión con una realidad

atemporal que nos invita a perpetuarla y

extenderla de forma colaborativa

entre todos.

Y nos queda saber más de la

invitación a ser colaborador,

facilitador y servidor que nos hace

San Vicente hoy.

Esther Borrego Linares

Después de haber asistido al primer curso del Programa de Colaboración para la

Familia Vicenciana, debo decir que mi experiencia personal ha sido

extremadamente gratificante. En primer lugar, la conexión con el resto de

compañeras y compañeros allí presentes me ha

resultado muy estimulante e inspiradora.

Además, hemos aprendido y nos hemos

divertido mucho con las dinámicas. Y, en

segundo lugar, el trato de los formadores

ha sido cercano y respetuoso, lo que

ayudaba a generar un ambiente

distendido, acogedor y agradable. Sin duda

alguna, volvería a repetir, pues lo que hemos

vivido en esos dos días es algo que me ha llegado

directamente al alma y me ha hecho reflexionar.

Yo no conocía prácticamente nada acerca de la familia vicenciana, o sus

valores, más de lo que en alguna ocasión me había comentado mi compañera

de clase en la universidad, ya que ella pertenece a JMV y de hecho fue la que

me invitó a acudir a la formación. Sin embargo, después de estos dos días de

empaparme con la vida de St. Vicente de Paúl y Sta. Luisa de Marillac, entre

otros santos, así como con los valores y virtudes que encarnan en esencia a la

familia vicenciana, algo dentro de mí se ha despertado. Me he reencontrado

con lo que siempre he defendido, con los principios en los que siempre he

creído y ahora estoy llena de energía y con más ganas si cabe de ponerme a

trabajar por ellos. El ser consciente de la realidad que nos envuelve y querer

dar lo mejor de uno mismo para ayudar a quienes más lo necesitan, con

respeto, humildad y amor, además de la colaboración mutua para llevar a cabo

todos esos propósitos es lo que define al carisma vicenciano, lo que he

aprendido y lo que en esencia

necesita este mundo.

Vivimos en una sociedad

egoísta, es cierto que no se

debe generalizar, pero también

es una realidad que hay

personas que se mueren de

hambre y personas que son

ignoradas o excluidas. La forma

en que los miembros de la familia vicenciana, alrededor del mundo, dedican

prácticamente sus vidas para ayudar, de un modo u otro, a estas personas es

admirable. Creo que más jóvenes deberían implicarse en este tipo de

actividades y comprometerse en ayudar al prójimo, porque solo así nos

estaremos ayudando a nosotros mismos.

(Verónica, 21 años, Barcelona - 2017)

El pasado fin de semana participé en la

primera parte del curso de Formación

Vicenciana en Barcelona, al cual fui

invitada a formar parte como miembro

de la Familia. Al principio no tenía muy

claro a qué iba, por el nombre

imaginaba que a aprender más acerca

de lo que significa ser vicencianos y cómo debemos vivir nuestro carisma, pero

no esperaba nada más. Y fui gratamente sorprendida.

Al llegar a aquel lugar privilegiado, rodeado de un paisaje que invita a quedarse

allí, me sentí rápidamente muy bien acogida y arropada. Podría parecer que, en

un primer momento, aquel no fuera mi lugar, ya que los asistentes no eran de

mi edad ni pertenecían a mi asociación, JMV. Sin embargo, en ningún momento

me sentí así; no pudo haber mejor trato entre todos los que, con humildad,

habíamos acudido a este encuentro para crecer personalmente y después ser

capaces de reflejarlo en nuestras realidades diarias.

Un aspecto clave a destacar fue, sin duda, la capacidad de los formadores para

llegar a nosotros y hacernos reflexionar sobre cómo estamos viviendo nuestro

carisma, si realmente estamos siguiendo el camino con el que nos identificamos

o si el tiempo y las prisas han hecho que nos distraigamos y vayamos para otro

lado. Esto, junto a un perfecto dominio de la materia que iban a exponer y

acompañado por una serie de dinámicas que ayudaban a ponernos en

situación, posibilitó que la formación fuera no solo amena sino además

fructífera y eficiente.

Sin prisas, sin bienes o males condicionantes, cada uno iba descubriendo,

desde su propia situación, dónde se encontraba y cómo analizar los problemas

e interrogantes que cotidianamente nos acechan. Pensamientos compartidos

desde la libertad, vividos en comunidad y trabajados en grupos reducidos que

dirigían a un estado de tranquilidad y encuentro con uno mismo, organización y

claridad en las ideas.

A todo esto se suman las imprescindibles Eucaristías, momentos de encuentro

directo con el Señor que nos permitían dar ese sentido auténtico al porqué de

nuestra presencia en aquel lugar. Y, sin lugar a dudas, la imperdible velada en

la que todos disfrutamos enormemente con los juegos de mímica y “bailes

populares” que tanto nos hicieron reír.

Por todo esto, no me queda más que estar agradecida a todos los que hicieron

posible que yo estuviera allí en esta oportunidad, a quienes con tanta

dedicación prepararon esta formación tan útil y necesaria para un vicenciano y

a aquellas personas con quienes las compartí. Sin más, me despido alegre al

saber que el mes que viene nos volveremos a ver.

Candela Copparoni, 21 años

“La perfección no consiste en la multitud de cosas hechas, sino en

el hecho de estar bien hechas.” San Vicente de Paul