verde de santiago loza

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VERDE EL LUGAR PODRÍA SER UNA COCINA O ALGO QUE SE ASEMEJE A ESO. UNA SILLA, TAL VEZ UN HORNO. ELLA ESTÁ SENTADA, A VECES SE PONE DE PIE. VA Y VIENE COMO UN ANIMAL ENCERRADO EN ESE ESPACIO. AL COSTADO HAY UNA JAULA CON UN GRAN LORO, ES UN PAJARRACO GROTESCO, DESMESURADO. CADA TANTO EL DISCURSO ES INTERRUMPIDO POR LOS GRAZNIDOS DEL LORO. SE LE CAEN LAS PLUMAS. ESTÁ DECRÉPITO. EL ESPACIO TIENE UNA LUZ DE FINAL DEL DÍA. SI HUBIESE UNA VENTANA SE VERÍA EL ATARDECER. La Claudia me regaló un cuadrito. Cuando se le había dado por pintar. Yo se lo agradecí, Le dije gracias, que lindo. No sabía el desastre que traía detrás. No lo sabía ese día, lo presentía pero no lo sabía. O sea: una presiente antes de sentir. Con el cuerpo antes de la cabeza. El cuadrito tenía un árbol recortado frente a una casita. El árbol era de color naranja. Lo primero que me llamó la atención. Le pregunté a la Claudia por qué el árbol era de color naranja. Así lo veo yo, me respondió. Para mi los árboles son de color naranja.

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Obra de teatro en monólogo.

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Page 1: VERDE de Santiago Loza

VERDE

EL LUGAR PODRÍA SER UNA COCINA O ALGO QUE SE

ASEMEJE A ESO. UNA SILLA, TAL VEZ UN HORNO. ELLA ESTÁ

SENTADA, A VECES SE PONE DE PIE. VA Y VIENE COMO UN

ANIMAL ENCERRADO EN ESE ESPACIO. AL COSTADO HAY

UNA JAULA CON UN GRAN LORO, ES UN PAJARRACO

GROTESCO, DESMESURADO. CADA TANTO EL DISCURSO ES

INTERRUMPIDO POR LOS GRAZNIDOS DEL LORO. SE LE CAEN

LAS PLUMAS. ESTÁ DECRÉPITO. EL ESPACIO TIENE UNA LUZ

DE FINAL DEL DÍA. SI HUBIESE UNA VENTANA SE VERÍA EL

ATARDECER.

La Claudia me regaló un cuadrito.

Cuando se le había dado por pintar.

Yo se lo agradecí, Le dije gracias, que lindo.

No sabía el desastre que traía detrás.

No lo sabía ese día, lo presentía pero no lo sabía.

O sea: una presiente antes de sentir.

Con el cuerpo antes de la cabeza.

El cuadrito tenía un árbol recortado frente a una casita.

El árbol era de color naranja.

Lo primero que me llamó la atención.

Le pregunté a la Claudia por qué el árbol era de color naranja.

Así lo veo yo, me respondió. Para mi los árboles son de color naranja.

Ni le quise preguntar del resto.

La casa tenía la puerta abierta y dentro estaba oscuro.

En el verano una deja las persianas cerradas para tener sombra y fresco

dentro de la casa. Yo ando así, a tientas dentro de la casa, a pleno día

pero a oscuras. Afuera calor y moscas, adentro sombra y fresco. Una se

siente cómoda en esa sombrita.

Me pongo mi solera, nada debajo, la solera y abajo nada, la piel apenas y

camino a tintas por la casa. Eso lo aprendí de la Claudia, me dijo una vez

que no usara ropa interior en verano que la cosa transpira mucho.

Page 2: VERDE de Santiago Loza

Además quién te ve, mejor andar más fresca, con la solera y punto. Y

razón tenía porque hace la diferencia.

Oscura y desnuda.

Fresca, con los pies en la baldosa. Las baldosas rojas con una guarda

amarilla que se fue borrando. Pero a oscuras ni se nota el color.

Oscura estoy en el verano. Ni puedo ver la luz del sol que me arde la

vista. Oscura espero a la Claudia.

La oscuridad de la casita del cuadro era distinta.

No se lo dije pero era una oscuridad que molesta.

Debe ser que el pincel, al pasar por la tela deja formas.

Entonces la oscuridad, el negro, no es parejo.

Es un negro con formas.

Una oscuridad incómoda.

No como la oscuridad de mi casita en verano.

La mía es cómoda,

La del cuadro incómoda.

Ese día me dí cuenta de que nos estábamos haciendo diferentes.

Puta… … la puta madre … .(EL LORO REPITE ESAS PALABRAS Y

AGREGA UNOS CRUJIDOS ESPANTOSOS)

Este adefesio también me lo regaló la Claudia.

Me dijo mirá lo que te traigo.

Estaba todo tapado y escuché el grito,

Acá estoy, acá, acá…

Toda la jaula tapada.

Me quedé dura.

Pensé que me había traído un enano.

Un duende, un hombrecito diminuto que estaba gritando adentro.

Le dije a la Claudia, ¿me trajiste una miniatura de hombre?

Se meaba de la risa.

¿Para que querés un hombre vos? , me dijo.

Para lo mismo que vos, estúpida. Le dije.

Pero un hombre tan chiquitito no te va a servir.

Los hombres hacen compañía, le dije.

Page 3: VERDE de Santiago Loza

Era mentira. La única compañía que una quiere es la de la Claudia.

Los hombres sobran.

No es un hombre, sino un loro.

Yo me reía nerviosa.

Los loros siempre me dieron miedo.

Todavía me dan miedo.

Este también me asusta.

(EL LORO DA UNOS CRUJIDOS, SE QUEDA QUIETO)

En el cuadrito de la Claudia, el cielo era sin nubes.

Parecía el atardecer. Antes de que se fuera la luz.

Entre los dos regalos, el loro y el cuadrito, hay una distancia de casi un

año.

Yo le dije ese día cuando trajo el cuadro.

¿Te acordás lo que me dijiste cuando me regalaste el loro?

¿Qué cosa?, dijo.

Me dijiste que no me ibas a dejar sola.

Una dice tantas cosas por decir.

Eso dijo y bajó la mirada.

A mi me dio una bronca…

Miré al loro.

Pensé en matarlo.

Pisotearlo en el piso.

Dejar el piso de baldosas lleno de plumas verdes.

Sangre de loro, viseras de loro, huesos de loro, pico de loro… pegote de

loro en las baldosas rojas. Verde sobre rojo y los firuletes amarillos

manchados y dejo el enchastre en el piso durante días.

Lo dejo secar como los pájaros que se quedan pegados en el asfalto. Un

fósil de loro en mi casa. Durante años.

Yo: asesina de loros.

Una piensa esas cosas.

Por más que una sea buena; una piensa en esas cosas.

Matar y esas cosas. ¿Quién no ha pensado en eso?

Page 4: VERDE de Santiago Loza

Yo pienso.

Pensé.

Matar, matarme.

Tengo dolor de cabeza.

Latidos acá.

Me laten estas venas.

Las de atrás del cuello. Las azules.

La Claudia me dijo que a los hombres esas venas les debía volver locos.

¿Cuáles?

Estas, dijo, y me tocó en el cuello.

Late que laten las venas.

Son los empujones del corazón, las oleadas de sangre.

A los hombres les vuelven locos la sangre.

Me puse roja.

No se nada de hombres le dije.

Me voy a tomar un te de carqueja.

Y me quedo quieta para que se vaya el dolor.

Si me muevo mucho duele más.

Estaba por batir el merengue pero en el zarandeo me va a explotar la

cabeza.

Total, si me quedo despierta en la noche llego con la entrega. Tres pisos

quiere. Mocosa, se dán unos aires. Quince años y tres pisos. Después

sobra torta para una semana. Tres pisos no es una torta para un salón

parroquial. Por más que lo decoren, el tinglado no deja de ser eso. Por

mas guirnaldas que le pongan. Yo no me daba cuenta de esas cosas hasta

que la Claudia me avivo. La Claudia me avivo en todo. Yo no era nada

viva antes de la Claudia, es más yo era una muerta. Ahora lo puedo decir.

Vino la Claudia y me dio la vida.

Puuuuta…. Claudia Puta…puta, mala y puta….. (EL LORO GRITA)

¡Calláte Mierda! ¡Calláte o te hago puchero! Bicho espantoso. Si no fuera

que sos un regalo de la Claudia no contarías el cuento. Inmundicia verde.

¡Cerrá ese pico hediondo que tenés!

Page 5: VERDE de Santiago Loza

Sí, yo era una mujer simple.

Modesta, sencilla, humilde.

Después me sofistiqué.

Una se cansa de ser simple.

Aburre.

Vengo de familia de reposteras.

Mi abuela empezó con eso de las tortas.

Después mamá y las tías y después quedé yo.

No tengo la mano que tenían ellas.

Digamos que la mano se fue perdiendo.

De generación en generación.

Se fue degradando.

Para ser honesta, la que tenía talento para las tortas era la abuela.

Nosotras no. Las que vinimos después heredamos el oficio, el talento no.

Pero siguió la costumbre de que hagamos tortas en el pueblo,

encargarnos. Total es más fácil. Yo te resuelvo una torta de casamiento

en cinco días. Y además no soy carera. Eso dejó de enseñanza la abuela,

no mezquinar con los ingredientes y no cobrar de más. Así los clientes

vuelven.

El calor del horno.

La espera.

Me quedo horas mirando por la ventana.

Esperando que levante el biscochuelo.

Nunca me gustó prender la radio.

No me hace compañía.

Cuando mamá se fue al cielo preferí el silencio.

Con todo lo que ella hablaba necesité no escuchar más.

A veces me aburría, ¿pero quien no se aburre?

Y así, mirando la ventana la vi venir a la Claudia por primera vez.

La veo venir desde lejos.

Me pregunto quién será.

Hace tiempo que no se ve a nadie nuevo en el pueblo.

Me llama la atención la forma de caminar.

Muy derecha camina. Poniendo un pie delante del otro.

Page 6: VERDE de Santiago Loza

Hermoso camina la Claudia.

Se queda quieta y prende un pucho. Mira para acá.

Mira porque nota que la estoy mirando.

Cruza la calle.

Se acerca. No sé si es el horno pero tengo más calor.

Sofocada estoy.

Me quemo.

Abro la ventana y la saludo.

Hola dice.

Hola le digo.

Fuma.

¿Está perdida?, le pregunto.

No, para nada. Compré esa casita en la esquina.

¿La que estaba abandonada? , le pregunto.

Si, esa, me dice. Quería conocer la zona.

No hay mucho más para conocer. Le digo.

Siempre se puede conocer mucho más, me responde y yo bajo la mirada.

La Claudia tenía esa costumbre de hablar como en clave. Como diciendo

siempre otra cosa que la que decía. Como haciéndose la misteriosa. Eso a

los hombres los vuelve locos. La Claudia los enloquecía a todos.

Andaban como moscas alrededor.

Esa misma tarde cuando llegó estaban todos alborotados. A mi me

gustaba el modo de hablar de la Claudia, como quien dice y no dice.

Como si estuviera escondiendo algo, siempre.

Al tiempito nos hicimos amigas.

Ella puso el cartel en la puerta, le ayudé a pintarlo.

“INGLES PARTICULAR”

Me dijo que a mi no me cobraba.

Pero para que quiero hablar el inglés yo.

Para cuando viajes, es el idioma universal.

Que voy a viajar yo.

Un día viajamos juntas. Me decía.

Hasta que vino la Claudia nunca había pensado en viajar.

No tenía la necesidad de viajar.

Para mi la vida era esto. Acá nomás.

Page 7: VERDE de Santiago Loza

La Claudia me trajo ese bichito que pica.

Inquietud.

Antes no me daba cuenta de que yo estaba clavada en este lugar.

Hay otra gente, otras vida, me decía.

Ella hablaba y yo me quedaba embobada escuchando.

La Claudia tenía mundo.

¿Y si tenía mundo?… ¿qué hacía acá?

Este pueblo de mala muerte.

Yo no preguntaba.

Soy de poco preguntar.

Alumnos no le faltaban a la Claudia.

Estaban esas chirusas, las de la secundaria.

Esas tilingas que se imaginan en la ciudad, de secretarias y para hacerse

las importantes estudian Ingles y usan la falda cada vez más corta. Las

odio. Yo les hice todas las tortas en los quince, a cada una… ni me

saludan ahora. Pasan al lado de una como si una fuera un perrito, esos

cuzquitos de la calle; sin mirar pasan… todas pasan… no me hice amiga

de ninguna…no tuve amigas… no sabía lo que era eso hasta que llegó la

Claudia.

También había unos hombres que tomaban las clases.

Ella después me contaba de algunos…

Cuando terminaba con las clases se cruzaba y venía y tomábamos un té.

Yo antes tomaba mate, pero a partir de la Claudia se me dio más por el té.

El te de las cinco. El “five te o clock” como decía ella.

Ella me decía que esos momentos con el té nos preparaba para el futuro.

Cuando las dos estuviésemos tomando un té a la orilla del Támesis,

mirando como el sol cae detrás del Bing Beng. Juntas en Londres.

Me daba risa la idea.

Por seguirle la corriente, aprendí a cocinar scons.

Entonces la esperaba con los scons y mermelada de ciruelas cada tarde.

Todas las tardes.

Page 8: VERDE de Santiago Loza

Puutaa Claudiaaa putaa cooncha … putaa… (EL LORO GRITA,

MUEVE LAS ALAS, SE DESPLUMA UN POCO)

¡Calláte vos basura que vas a terinar en la olla!

¡Laváte el pico antes de hablar de la Claudia!

A veces no venía, porque terminaba con las clases muy tarde.

Yo esperaba igual.

Me dijo un día que después de la clase se había quedado toda la noche

con un alumno.

¿Haciendo qué? Le dije.

Cosas, dijo.

A buen entendedor pocas palabras.

Yo sentí un puntazo acá.

No te pongas mal, me dijo.

Te ayudo con eso, dijo.

Como quieras, dije.

Yo estaba decorando una torta de comunión.

La torta tenía un Cáliz dorado, de plástico pero muy bien hecho. Casi ni

diferencia tenía con el del cura, de lejos parecía igual, lo mismo.

De adentro del Cáliz tenía que salir un racimo de uvas. Yo ya tenía la

hoja de parra hecha en cartulina, pero las uvas tenían que ser en mazapán,

para que al cortar la torta se repartan las uvas en cada porción: a los

chicos les gustan esas cosas.

Ayudáme con las uvas, le dije.

Nos pusimos a darle forma a las uvas, el mazapán tenía colorante violeta.

Te vas a manchar las manos, le dije. No importa, me respondió.

Así hacíamos, con esta parte de las manos, dando forma. Una uva y la

dejábamos en el plato. Las dos, dando forma. Ella era buena en todo.

Artista. Se notaba en cada cosa. Mismo en las uvas que hacía, se podía

distinguir desde la puerta cuales eran las de ella y cuáles las mías. Las

mías eran uvas toscas, brutas, las de ellas parecían reales, delicadas,

perfectas.

Tendrías que tener un novio, dijo de pronto en el silencio.

Me agarró desprevenida. Sin querer aplasté el mazapán. La uva que tenía

en las palmas.

Page 9: VERDE de Santiago Loza

Si hubiera sido una uva real habría caído el jugo en ese momento. En

cambio esta uva era una cosa sin forma, una mancha violeta en mi mano.

Se la mostré y sonrío. ¿No me vas a responder?, me dijo.

Todos los hombres del pueblo son unos idiotas. Ni uno vale la pena.

No digas eso, dijo, más de uno te dejaría temblando.

No dije nada.

Toda colorada me puse.

¿Nunca estuviste con un hombre?

No estuve ni quiero estar.

Y acá se termina el tema.

Se largó a reír. Agarré el repasador y se lo tiré en la cara.

Seguía riendo. Le tiré una uva de mazapán. Me tiró con otra.

Las uvas iban y venían por el aire. Quedaron todas en el piso.

Mirá lo que me hiciste hacer. Le dije. Ahora tengo que hacer más.

No seas tonta decía mientras se agachaba, juntaba las uvas y las colocaba

en la torta.

Ni se van a dar cuenta.

Algunas tenían un poco de tierra, las raspé con las uñas. Armamos el

racimo. Nunca una torta me había quedado mejor.

Está hermosa, dije, dan ganas de volver a hacer la comunión.

No seas pavota, respondió la Claudia. Vos tendrías que hacer otra cosa,

no la comunión.

Me dio risa. No mucha, pero me reí más, empujé la risa para complacerla.

Hay personas que nacieron para ser complacidas.

Eso pasaba con ella.

Daban ganas de complacerla.

De hacer cualquier cosa para que se sienta bien.

Yo hubiera hecho cualquier cosa…

El Héctor me dijo que fue a una clase de Ingles y que ella lo hablaba

medio mal, a lo bestia, al ingles me refiero, que no pronunciaba bien dijo

el Héctor. También me contó que en medio de la clase se le insinuó. Que

estaba repitiendo el saludo ingles y ella le tocó la rodilla.

Pero los hombres se mandan la parte.

Además el Héctor era de fabular, Decir cosas.

Page 10: VERDE de Santiago Loza

A mi me hartaba. Venía a traerme cuatro docenas de huevos por semana

y se quedaba como un cactus. Yo le pagaba y no se iba.

La Claudia me dijo que me arrastraba el ala.

Yo no le daba corte.

¿No te gusta?, me preguntaba.

No me gusta nada, es gordo y feo.

“El hombre es como el oso, cuanto más feo, más hermoso”.

Mirá como te mira. Como te sigue con la mirada.

Mirálo, te come con los ojos.

Feliz lo harías al Héctor con tus tortas y dulces.

No quiero.

No quiero saber nada.

Nada de nada.

Yo estoy bien así: sola.

No necesito a nadie.

Andar limpiando la mugre del otro.

Los hombres son sucios. Unos puercos.

No, a mi me gusta estar descalza y limpia.

A la noche nos pasábamos horas conversando.

Yo no había sido de conversar.

Paso mucho tiempo sola y en silencio. Por eso no estoy habituada a la

conversación. Soy más de andar escuchando. Pero con la Claudia

conversaba. Horas y horas. Hasta me enseñó a tomar vino, buen vino. Yo

que no te probaba el alcohol empecé a tomar vino. Toda la noche. Con

ella, charla y vino. Nos hacíamos el plato. Cuereábamos a todos. No

quedaba títere con cabeza. La Claudia es del tipo de personas que pueden

ver algo donde los otros no ven. No sé cómo explicarlo. Es como si

nosotros miramos la superficie y hay otra gente, que viene cada tanto, que

nace cada muchos años, que puede ver debajo de la superficie. Como si

tuviera poderes. Algo en los ojos, rayos o lo que sea que le permiten ver

más que nosotros. Ella hablaba de la gente del pueblo, las analizaba, se

reía, decía cosas que a mi no se me habían cruzado por la cabeza nunca.

Y yo nací acá. Nací pero no veo.

Soy corta.

Limitada.

Page 11: VERDE de Santiago Loza

Ahora que digo lo de los poderes pienso en lo que se dijo en aquel

momento.

Ladinos son. Gente mala.

Hablábamos toda la noche y a veces nos quedábamos dormidas ahí, en el

sillón.

No volvía la Claudia a la casa.

No tenía ganas de cruzar a la calle. No le daban ganas.

Gente mala. Torpe. Limitada.

Para que no te quedes sola, me dijo, cuando me mostró al loro.

Le tengo miedo a esos bichos.

El miedo se pasa, me dijo. Le voy a enseñar a que diga guarangadas. Le

podemos enseñar juntas.

Yo no digo malas palabras.

Entonces no podés estar con un hombre. A ellos les gusta que en ese

momento le digan cochinadas.

No voy a estar con un hombre.

No sabés lo que te perdés.

Puuta! Puta..Putaa…putaaa (El loro se agita, mueve las alas con más

violencia)

Yo a veces me pierdo.

Estoy haciendo una cosa y me quedo perdida.

Estoy cocinando, tengo todo preparado y por un momento me quedo

perdida, sin saber lo que iba a hacer.

O salgo a comprar alguna chuchería que me hace falta, camino dos

cuadras y me quedo perdida, sin saber a dónde iba.

Y todo se vuelve raro.

Es un momento.

Blanco.

Todo se queda detenido. Confuso.

Después la cosa se ordena. Me digo, estás acá. Me señalo: esto es una

calle, vas a tal lado.

Page 12: VERDE de Santiago Loza

Y ahí me alivio.

Es perder la orientación, el sentido.

Mete miedo.

La gente es mala.

Decía cosas de nosotras.

Me llegaron los rumores.

Decían que hacíamos porquerías.

De todo decían. No les hagas caso, decía ella, no te tiene que importar.

No la quieren ver feliz a una.

Me encargaban menos torta. Algunas vecinas dejaron de saludar.

Brujas.

Algunos decían que nos pasábamos las noches haciendo brujerías.

Por eso el loro y todo lo demás.

Otros decían cosas impronunciables.

La gente de los pueblos se pone mala.

Animales son.

Brutos.

El Héctor me traía los chismes.

Se reía.

Yo me ponía furiosa y el se reía.

Me decía que le gustaba verme enojada.

Yo no le creo al Héctor de que la Claudia era mala con las clases de

ingles. Si hasta venían autos, de otros pueblos a tomar clases. Venían

bastante. Se quedaban horas. Unos autos hermosos. Y además que sabe el

Héctor de lo que es una buena pronunciación. Si ni en castellano se le

entiende nada. No sirve para otra cosa que para cuidar gallinas,

engordarlas y juntar huevos. Que se puede esperar de un hombre así.

Pobre diablo el Héctor…

Heeectoor Puuutaa Heectooorheeectoor…. Puutaaaa (El loro)

Una noche vino toda golpeada.

Corriendo cruzó la calle.

Dese la ventana vi a ese auto irse.

Un auto negro era. Impecable. Como deben ser las naves espaciales.

Page 13: VERDE de Santiago Loza

Eso pensé cuando el auto negro se iba: eso es el futuro. Mirá los alumnos

de la Claudia.

El auto arrancó con toda y se fue como un estampido.

Rasgó el silencio.

Lo dejó roto durante un tiempo.

Entonces la Claudia abrió la puerta de su casa y la vi venir.

Se me partió el alma.

Venía llorando.

Una que nunca la había visto llorar. Tan fuerte que parecía.

Le caía sangre de la nariz. Las lágrimas se le mezclaban con la sangre.

¿Qué te hizo ese bruto?

No podía hablar pobrecita. La limpié.

Le saqué la ropa y la llevé a la ducha.

Tenía moretones por acá. Un desastre.

Unas cardenales acá y acá en el cuello.

Un desastre.

Estropeada la dejó ese tipo.

No me decía nada. Yo no pregunté.

Le ayudé a que se lavara.

Le pasé jabón, agua.

Tenía una piel aceitunada. Suave.

Temblaba.

Un cuerpo abundante tenía.

Generoso. Mucho de todo lo que tienen que tener las mujeres.

La sequé despacio. Con la toalla, sin rasparla. Así.

Tenía los pezones grandes y morados como ciruelas frescas.

Cualquier hombre hubiera querido ese cuerpo.

Estaba hecho para el amor.

A la medida del amor.

Era el amor.

Amor.

Después se quedó dormida.

Agotada, dejó caer la toalla.

Desnuda en el sillón.

Me quedé mirando.

Cuidando que no se despertara.

Page 14: VERDE de Santiago Loza

Algo me impulsaba a tocarle en pelo, acariciarla.

Pero me contuve.

Tuve miedo de perturbarla.

Me partía el alma.

Le hubiera besado cada herida.

Curado cada golpe con un beso.

¡Que clase de bestia pudo hacer cosa semejante!

Dormía.

Apague las luces. A oscuras la seguía viendo.

Me podría pasar la vida mirando como duerme.

Pura paz en mi.

Para siempre.

Dormida.

(El loro da un alarido que la despierta de su ensoñación)

No tendría que haberte salvado a vos.

Muerto tendrías que estar.

Destartalado.

Haberte dejado ahí, atrapado en las aspas.

Idiota.

Te fuiste volando al ventilador.

Yo estaba en la cocina y escuchaba el alboroto.

Las plumas que volaban.

El ventilador trabado.

Silencio y alaridos.

Verde.

Plumas.

Verde.

Y tu cuerpo desplumado con sangre.

Grité porque gritabas.

Te saqué como pude.

El regalo de la Claudia pensé.

Abrí el chorro del agua y te metí abajo.

Tenías el cuerpo desnudo y sangre.

No sabía que los loros sangraban.

Que la sangre era parecida.

Page 15: VERDE de Santiago Loza

Vino ella y te pusimos ungüentos.

Vos no parabas de maldecir. Un asco.

Parecías un pollo pero huesudo y verdoso.

Verde. La piel un poco verde. El pigmento de las plumas.

Verde. Nos quedamos toda la noche cuidando.

Yo rogaba que no te mueras. ¡Qué estúpida que una puede ser a veces!

Muerto deberías estar.

En ese tiempo hubo un poco de calma.

La Claudia dejó de dar clases unos días.

Los hombres que venían dejaron de venir.

Se quedaba más acá, conmigo.

La cuidaba, te cuidábamos.

Me podría pasar la vida cuidando.

No me molesta cuidar.

Para cuidar hay que ser paciente, no esperar cambios.

Paciencia y resignación.

No esperar que vuelva nada.

Cuidar por cuidar y punto.

Porque si una espera puede dañarse.

A vos te crecieron las alas.

Verdes.

Ni gracias dijiste. Insultabas más todavía.

Más sucias las groserías.

Un día la veo a la Claudia charlar con el Héctor cuando trajo las planchas

de huevos. Cuchicheaban.

Yo sentí que me clavaban un puñal acá. Los dos.

Claudia siento una cosa horrible en el pecho cuando los veo juntos, le

dije.

No seas estúpida, si a mi el Héctor ni fu ni fa, al Héctor te lo regalo, todo

para vos, entero te lo dejo. Decía.

Yo me puse pesada, lo admito.

Me cansás, decía. Me tenés agobiada.

A los días volvió con las clases y las visitas.

Uno de los tipos que venía le enseñó a pintar.

Eso me dijo, que se le daba por la pintura.

Intercambiaban lecciones.

Page 16: VERDE de Santiago Loza

A veces ella posaba para él inclusive.

Me lo dijo.

¿Desnuda? , le pregunté.

Claro, así se posa, me dijo la descarada.

Desnuda para que la pinten desnuda.

Toda la noche desnuda.

Seguro, se pasaba toda la noche desnuda. Posando.

Ella desnuda y aprendiendo de pintura.

Hacía cuadros chicos. Modestos.

El primero que me salga lindo te lo regalo.

Yo ni le contestaba.

No entiendo nada de pintura… no entiendo nada.

Entre las visitas que tenía volvió el del auto negro.

Varias noches volvía.

A mi me costaba dormir.

Miraba por la ventana quién la visitaba.

Esperando a que apagara la luz.

Me la imaginaba dormida.

Una mañana me trajo el cuadrito.

El del árbol y la casita.

Naranja el árbol, me llamó la atención, ya lo dije.

Naranja.

Esa misma mañana me dijo que se iba.

Yo no entendía nada. Se fue el sonido por unos segundos.

Mareada.

¿Para que te vas a ir?

Ella no contesta, baja la vista. Silencio.

¿Con quién te vas?

Habla bajito, apenas la oigo, me toco el oído derecho porque me duele.

El auto negro, la lleva, se aleja, lo veo.

Lejos, me deja, me quedo, sola me quedo, más lejos la veo.

¿Cuándo te vas? , digo y esas tres palabras “cuando te vas” me raspan la

garganta, me la sangran, me quedo lastimada sin voz.

Mañana, dice. Me voy, me llevan.

Así como vino se va.

Y me deja igual.

Page 17: VERDE de Santiago Loza

A mi, que soy la misma.

Andáte si querés.

No vuelvas. No se lo digo, lo pienso.

Si te vas no vuelvas.

Más tarde te paso a saludar. Me dice.

Hace como quieras, murmuro.

Y me quedo sola.

Igual y sola.

A oscuras en la casa.

Silencio.

Grita el bicho.

Pájaro del infierno.

Me quedo quieta, como un animal que agoniza.

Quiero estar muerta.

Ahí, en el sillón, muerta y que me encuentren a los días.

Que le cuenten a la Claudia y sienta mucha pena.

Culpa y dolor.

Que piense, pobrecita por que la dejé. Me fuí, la dejé morir. Murió de

abandono como las plantas que no se riegan.

Cerca del mediodía golpean la puerta.

El Hector.

Le grito que pase.

Habla mucho, hace chistes. No le respondo.

Se va la Claudia, le digo.

No me digas.

Siempre la Claudia tan misteriosa.

No te metas con la Claudia, me escucho decir. No te metas con la

Claudia. Laváte la boca, puerco, antes de nombrarla. No se lo digo pero

lo pienso y ahí, mientras estoy pensando me sube el llanto. No puedo

contenerlo. El Héctor se acerca y quiere consolarme, no lloro de tristeza

sino de bronca, pero él no lo sabe y me acaricia y me hace llorar más

todavía.

Me toca por acá.

Yo lo dejo.

Sigo llorando y me dejo.

Total.

Es igual.

Page 18: VERDE de Santiago Loza

Ahora.

Sola.

La misma.

Se baja los pantalones. Me da un poco de asco, huele mal. Los calzones

que tiene están raídos y viejos. Tiene mucho pelo, por todos lados. Me

voltea hacia el sillón, se me tira encima, me aplasta. Quiero morir

aplastada. Pienso. Entregarme y aplastada. Que me deje sin aire. Y

mientras estoy pensando eso el Héctor se frota, empieza a hacerme la

porquería. El loro grita, repite las chanchadas que me dice el Héctor.

Parece que hablaran más hombres, muchos hombres, repetidos.

Tengo un dolor que me parte. Mareo. Ganas de vomitar, me da vuelta

todo. Por suerte el Héctor termina rápido. Se cae al lado del sillón.

Desnudo, con el culo al aire.

Al final todos somos cuerpos.

Estamos hechos de lo mismo.

¿Entonces por qué un cuerpo puede ser tan distinto del otro?

Eso pienso al mirar al Héctor y recordar al de la Claudia.

¿Te gustó? , me pregunta.

Claro, pero ahora andáte. Quiero estar sola.

Siempre estás sola, me dice.

Cosa mía, le respondo.

Puta, la Claudia Puta, reconcha puta, toda puuutaa (Grita le loro)

¡Te callás!, ¡Me dejás vivir animal inmundo!

¡Calladito te quedás!

Dejáme terminar con esto.

Llegar al final.

Aunque una no quiera.

Aunque una no pueda.

Hay que hacerlo igual.

Llegar hasta el final.

Eso pensé.

Es el final.

Acá se termina.

Se iba la tarde, el día.

Yo quieta y entra la Claudia.

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Vine a despedirme.

Yo no la miro.

Vine a despedirme, repite.

Vos no te vas, le digo.

Yo voy a volver, me dice.

No te vas, insisto.

Ella se acerca, retrocede, se acerca. Como si no supiera bien que

movimientos hacer. Está desorientada. No puede sin mi.

No lo hagas más difícil, voy a volver.

Mentira, todo mentira. Por eso me quedo en silencio y no la miro.

Todo silencio se queda.

Bueno, me voy, dice por fin.

Se acerca a saludarme, a darme un beso.

Yo le hubiera dado un abrazo interminable pero la empujé.

Fuerte. Así, contra la pared.

Ella se quedó muda.

La piel aceitunada se puso pálida.

Trato de acercarse de nuevo, como si la impulsara una ley física que cree

en el perdón, pero yo no pude. La volví a empujar y resbaló en el suelo.

Quedo tirada al lado de mis pies, a lo largo, en silencio se tapó la cara y

yo levanté la pierna sobre su cabeza y la bajé con fuerza, en un solo

movimiento seco.

No pensé.

No hubo pensamiento.

Por unos segundos la mente anduvo en blanco.

Vacía.

Mi pié golpeó y sentí un crujido.

La Claudia largó un quejido fino, desde el fondo de si misma.

Después hubo más silencio todavía.

Hasta el loro se mantuvo callado.

Como un huevo.

Como se rompe un huevo cuando preparo la mezcla para el biscochuelo.

Una podría pensar que una cabeza es más resistente pero no.

Se había abierto como se abre un huevo, quebrando la cáscara, dejando

todo al aire.

Sangre pegada en los pelos, me dio tanta pena.

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La levanté.

La limpié con la mano.

Una pena tan grande.

Como esta casa de grande.

No te vas, repetí.

Ella más silenciosa todavía.

Sangraba y sangraba.

La recosté en el sillón.

Como una esponja el sillón se llenó de sangre.

Rojo.

Rojo sobre verde.

Todo rojo.

La tenía abrazada. Muy fuerte.

No te vas.

Te quedás conmigo.

Quieta estaba.

Nos quedamos en silencio.

Me mojaba, cada vez más.

Tibia, me mojaba tibia.

La misma sangre nos unía.

Una sangre tibia y silencio.

Así hasta que vino la noche y después el día.

Quietas, las dos.

Y después vinieron ustedes y rompieron la puerta.

Y empezaron a preguntar.

Y yo les conté todo esto.

Que no debería contar.

A nadie debería contar.

Guardar para una.

Pero ahora da igual.

Todo igual.

Da lo mismo.

El loro da un último alarido y después silencio. santiago loza, verano del 2010