velita graciela rodiÑo vilariÑo (adultos ganadora)
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Velita le llamaban a esa pelirroja delgaducha y pecosa que alegraba la vida de sus
vecinos.
¡¡Velita!! La llamaban cuando la veían pasar con sus zapatillas de andar, como ella las
llamaba, y un libro constantemente en las manos.
Ella siempre les dedicaba su mejor sonrisa, ya fuese a su vecina de la izquierda o al
gordinflón del cartero. Velita siempre daba lo mejor de sí.
Velita y su marido habían llegado al barrio una tarde de tormenta envueltos en una
lluvia torrencial que no sentía pena por nadie. Todos los vecinos se habían asomado a
las ventanas alborotados por el ruido de los camiones de la mudanza. Como si se
hubiesen puesto de acuerdo, salieron a la calle armados con sus botas de agua y sus
paraguas gigantescos, conocedores de la crueldad de la lluvia, para ayudar a la pareja
recién llegada.
Al día siguiente, Pili la bibliotecaria, a la hora del té, ya había puesto al día al resto de
los vecinos de lo que había averiguado de la nueva pareja: El, alto y guapo, era el nuevo
empleado del banco de la calle Michelena. Ella pelirroja y flaquita, era una ama de casa
en busca de empleo como profesora particular de inglés.
A los, exactamente, 15 días de llegar al barrio, Velita, apodo que los vecinos le habían
otorgado gracias a su piel translucida y su pelo rojo, igualita que una vela encendida, los
conquistó a todos de una vez para siempre, acogiendo en su casa al pobre perrito de tres
patas que vagabundeaba por el pueblo y que a ojos de los demás nadie quería ver
delante, pero que por detrás todos alimentaban y acogían en las noches de más frío.
Tomás, le puso Velita de nombre al perro. Y Tomás le quedó hasta que murió de pena
casi un año después.
-¿Velita, que te ha pasado?- Le preguntó un día Doña Juana al verle una fea marca
violácea en el brazo.
-Vera Doña Juana. Es que ayer se me antojó chocolate – le contestó Velita – y como lo
escondo al fondo del armario más alto de la cocina, para no caer en la tentación, usted
ya sabe – le susurró en confianza – pues que no calculé bien y en un enredo de pies, me
caí al suelo cual tonta.
-Ay Velita, ten mas cuidado hija. Que la semana pasada fue que se te cerró la puerta en
la cara y ayer lo del chocolate. Como no tengas más cuidado, un día te romperás la
crisma.- le advirtió la buena mujer.
-Si, doña Juana, no se preocupe. Tendré más cuidado. Es que soy un poco torpe.-
respondió Velita entre carcajadas.
Don Ramón, que vivía tres casas más a la izquierda subiendo la calle, se levantó de la
cama una mañana, un poco tristón ya que su querida hija se había ido la noche anterior
de vuelta para la ciudad y volvía a estar solo. Se acercó a la ventana justo cuando Velita,
puntual como un clavo, salía de su casa a las ocho en punto con sus zapatillas de andar y
un libro en las manos, acompañada de Tomás.
Lo vio, a Ramón, en la ventana y le dedicó un saludo con la mano y su sonrisa de” todo
se arreglará”.
Ramón abrió la ventana para saludarla con un “Buenos días Velita” a lo que ella
contestó con un cantarín “Buenos días Don Ramón, ¿como está usted?”.
-¿Le importa que luego me pase por su casa? – Siguió ella - Verá, es que me gustaría
hacerle una consulta sobre plantas ya que es usted todo un experto en jardinería.
-Claro que no me importa hija – contestó Don Ramón – Pásate cuando quieras y te
prepararé un delicioso café para acompañar la charla.
- Verá Don Ramón, no me ande tentando usted con el café que sabe que no puedo
tomarlo. Mejor me prepara una tilita bien dulce que ando un poco nerviosilla.
- Está bien hija, está bien.
-Pues nos vemos luego don Ramón.
-Adiós Velita. Hasta luego hija.
Que buena es esta chica, pensó Don Ramón mientras cerraba la ventana. Ayer cuando
su hija se iba hacia el aeropuerto, Velita llegaba de un paseo por el supermercado
cargadita de bolsas y supo que se quedaría sólo otra vez. No había duda de que la charla
sobre jardinería era una escusa para hacerle compañía. Pero que buena es esta Velita.
Don Ramón estuvo esperando a Velita toda la tarde pero la chica no se pasó. Le pareció
extraño que la muchacha faltase a su palabra, pero no le dio más vueltas al imaginarse
que, posiblemente, se le presentase un plan mejor, quizá su marido la había invitado a
cenar.
Al día siguiente Doña Juana tocó el timbre de la puerta de Don Ramón con una tristeza
inusual en los ojos.
-¿Doña Juana, que hace aquí tan temprano? ¡Pero si aún no son ni las ocho! Bueno pues
ya que está aquí – siguió diciendo Don Ramón al ver que ella no le contestaba - Le
enseñaré el regalo que le compré a Velita cuando fui a la capital. Es que fue verlo y
saber que era para ella. Rápido, antes de que se hagan las ocho y ella salga a su paseo
matinal.
-Don Ramón –le dijo Juana al fin – Don Ramón, espere – repitió al ver que él se alejaba
hacia dentro de la casa.
-Hay doña Juana, la veo muy rara hoy. Parece triste ¿Que le pasa?
Doña Juana le contestó pasándole el periódico que traía.
El hombre cogió el montón de papeles que ésta le ofrecía y que resultó ser el periódico
local del día.
-Lea en la página seis – le dijo doña Juana.
-Mujer, ¡pero si la pagina seis son los sucesos!, ¿que ha pasado?- le preguntó
preocupado.
-Hágame caso.
-Está bien mujer.
Don Ramón buscó la página y comenzó a leer donde doña Juana señalaba:
“Teresa Sánchez – Jesús como me suena ese nombre- dijo el hombre – vecina de la calle
Palmera – anda mira, pero si es nuestra calle – nueva victima de…”
De repente se calló, pues un oscuro presentimiento le sobrevino. Había dado con la
persona dueña de ese nombre. Siguió leyendo para sí. No había por qué seguir
torturando a Doña Juana con el relato otra vez.
A medida que iba leyendo, se le escapó algo del corazón que fue subiendo hasta los ojos
y se le derramó por las mejillas en forma de lágrimas. Lágrimas de rabia, tristeza, pena
y frustración.
Había pasado delante de sus narices. Delante de las narices de todos ellos y nunca
habían hecho nada. Nunca habían sospechado nada. Ella no les dejó llegar a ese punto.
Les había ocultado su triste historia a todos con el regalo de sus sonrisas.
Velita, la dulce y alegre Velita, había muerto a manos de su marido después de sufrir
una vida en el infierno.
La vela que tanto había alumbrado a todos los vecinos, se apagó en soledad.